Literatura y venganza

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ROWENA BALI

LA MADRE DE ESTOCOLMO

CARLOS VELÁZQUEZ

DR. WAGNER: EL MITO TRUNCO

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S Á B A D O

JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ

EL REY, EL MÚSICO, EL MÉDICO

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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

LITERATURA Y VENGANZA

UN ENSAYO DE L. M. OLIVEIR A

Arte digital > Staff > La Razón

EL IMPERIO DE MAXIMILIANO MAXIMILIAN 2

UNA CONDESA EN LA CORTE

FERNANDO A. MOR ALES OROZCO

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El tema de la venganza contiene una semilla que parece consustancial en la naturaleza humana: una necesidad, salida o solución extrema, liberadora, a menudo cruel o sanguinaria; una vía de recompensa para quienes se reconocen como víctimas de abusos, ultrajes y despojos. Un mecanismo presente —y con frecuencia decisivo— no sólo a través de la historia sino de la literatura, desde sus orígenes en Homero hasta sus representaciones múltiples en Shakespeare, y que se extiende por ejemplo —como en este ensayo— a Pedro Páramo, Moby Dick o El conde de Montecristo, entre otros clásicos.

LITER ATUR A Y VENGANZA L. M. OLIVEIRA

L

a venganza es una semilla que, si se siembra en tierra fértil, prolifera y consume el espíritu del inoculado; es una pasión y un oficio. Y tiene muy mala fama, aunque no siempre merecida, quizá deberíamos hallarle un lugar en nuestras vidas: les da rumbo. Jamás diría que soy un experto en este asunto, sin embargo, gracias a que durante varios años escribí una novela sobre la venganza —que por fin estará en librerías en 2018—, tengo notas y reflexiones sobre el tema. Aquí las comparto.

VENGANZA Y HONOR Cuando pensamos en una sociedad basada en el honor, es normal que vengan a nuestra mente los caballeros que rescataban princesas o los nobles que se batían a duelo por un insulto. La sociedad del honor por excelencia es la Edad Media. William Ian Miller, experto en las sagas islandesas y en las sociedades de aquel tiempo nos explica que el honor no era solamente un conjunto de reglas para

controlar la conducta de las personas. Era una competencia: reflejaba el estatus de cada quien. El respeto propio no significaba nada, todo el honor dependía de qué tanta reverencia sintieran los demás por cada individuo dentro de esa lucha: lo determinaban los juicios de los demás, quienes eran, a la vez, jueces y enemigos en esa batalla. Ganar honor era forzosamente restárselo a alguien más. Los amigos también ayudaban a que las personas se posicionaran más alto en la jerarquía, no por cómo te juzgaban, sino por ser quienes eran: dime con quién te juntas y te diré cuánto honor tienes. Por supuesto, esos amigos fácilmente podían volverse enemigos en la lucha por acumular honor. Sin duda, dice Ian Miller, los hombres honorables podían ser emulados, igual que santos. Pero quien los emulaba no alcanzaba su estatus: así pues, y esto es clave, la ruta más corta para alcanzar las cimas del honor era apropiarse el de alguien más. Entonces, quienes lo detentaban debían estar siempre alertas frente a los retos y afrentas que los amenazaban. Y quien no contestaba a las vejaciones,

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tarde o temprano perdía todo su honor. Por supuesto, era imposible responder a todos los retos, Así, lo primordial era mantener vivo en los demás el temor de vengar las ofensas sufridas. Para ello, ser capaz de intimidar a los adversarios con la posibilidad de una venganza resultaba fundamental. Por supuesto, remarca Ian Miller, la defensa del honor no siempre pasaba por un baño de sangre. También se podía obtener al ser pacífico e ignorar un insulto, por el éxito comercial en el extranjero, por ser íntegro, justo y por ser un guerrero exitoso. La antítesis del honor, ya vimos, era la vergüenza, por eso comencé con este asunto. Hoy día creemos que todas las personas tienen la misma dignidad o rango, en ese sentido, las sociedades de honor han quedado atrás, al menos como idea fundadora de las grandes democracias liberales. Y es que a diferencia de las batallas por ganar honor, en una democracia nadie debe luchar por su dignidad humana: esa está reconocida en nuestras constituciones, a través de los derechos humanos. Además, tampoco es legal cobrarse las afrentas por propia mano, o no siempre. La cancha donde se jugaba al honor ha sido acotada de forma severa. Sin embargo, nuestras sociedades no son ajenas a la cultura del honor que describí. Por un lado, en muchas sociedades aún existen costumbres basadas en el honor: pensemos en esos casos terribles que leemos en los periódicos de familiares que le tiran ácido a las mujeres que “faltan al honor” de la familia. O recordemos la cantidad de padres y madres que echan de casa a sus hijas embarazadas o a sus hijos homosexuales, basados, de nuevo, en la idea del deshonor. Pero la idea no sólo persiste en algunas costumbres. Y la venganza, que es la búsqueda por salvar el honor, es un tema recurrente en la ficción. Los personajes movidos por el deshonor y el deseo de venganza son fácilmente creíbles. Esto último es importante: los lectores aceptan que debido a las afrentas, el personaje está justificado para hacer casi cualquier cosa. Basta con narrar una afrenta imperdonable para explicar la motivación de un personaje. ¿Por qué mengano hace eso? Claro, todo empezó porque... y aquí viene la afrenta. Lo anterior arroja luz sobre lo siguiente: si bien ya no vivimos en sociedades de honor (la dignidad de las personas no depende de sus hazañas), aún entendemos bien la estructura de aquellas sociedades. De hecho, hay quienes anhelan una vuelta a ese pasado glorioso en donde las personas defendían su honor en duelos, cobrando venganza: “la aristocracia era tan educada y elegante y

“AÚN EXISTEN COSTUMBRES BASADAS EN EL HONOR: PENSEMOS EN ESOS CASOS TERRIBLES QUE LEEMOS EN LOS PERIÓDICOS DE FAMILIARES QUE LE TIRAN ÁCIDO A LAS MUJERES QUE ‘FALTAN AL HONOR’.”

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Foto > Especial

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honorable”, se dicen. Es fácil fantasear que en tiempos pretéritos a uno le hubiera correspondido ser princesa, duque; sin embargo, lo más probable es que la gran mayoría de nosotros hubiésemos sido lacayos, siervos, esclavos, sin ningún honor.

UN TEMA CLÁSICO Decía que una de las formas para explicar de manera verosímil los periplos y los actos, incluso los más estrafalarios, de cualquier personaje de ficción, es entender sus motivaciones: qué le pasó en su infancia, qué quiere ser en su edad adulta; hacia dónde lo inclinan sus gustos, sus perversiones, el carácter que se ha forjado. La literatura está llena de personajes motivados por la venganza. Y si juzgamos por la cantidad de títulos que siguen publicándose con personajes así, parece que a escritores y lectores les continúa pareciendo atractiva esa motivación, que es muy simple y quizá básica, como una fuerza enraizada en el corazón de nuestro ser que no puede extirparse. Seremos iguales en dignidad, cosa que defiendo sin cortapisas, pero eso no termina con la lucha por el estatus social. La venganza y el honor son temas clásicos de la literatura, como el amor: ahí está la Ilíada. En Shakespeare hay múltiples venganzas, incluso Pedro Páramo puede leerse como una historia cuya motivación básica es cumplir una venganza: —No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro. —Así lo haré, madre. Sin duda, en este diálogo Rulfo sintetiza de manera magnífica el espíritu de la venganza: cobrar caro lo que te quitaron. Ahora, pese a que la formulación es muy sucinta, hay muchas formas de recobrar lo que te pertenece y, por lo tanto, distintas formas de venganza. Aristóteles Lozano, personaje central de la novela que, como dije, escribo desde hace unos años, está metido de lleno en el oficio, y en la novela nos propone una clasificación de la venganza que aquí retomo: la reactiva, la obsesiva y la fría.

LA VENGANZA REACTIVA Esta forma de venganza parece, como veremos, una respuesta casi natural de los seres humanos ante las vejaciones a las que son sometidos. Parecería que si no enseñáramos a los niños a contener el ímpetu de venganza, los patios de colegio serían un hervidero cotidiano de venganzas y claro, como ahí se forman las personas, la vida entera sería así. Porque está en todas partes, la venganza reactiva es la menos interesante de todas, es como hierba mala que no da flores bonitas. Otelo, la famosa tragedia shakespeareana de celos y asesinatos, es también una historia de venganza. Yago quiere vengarse de Otelo porque sospecha que el moro tuvo una noche de pasión con Emilia. Urde todo un plan para desquiciarlo (la venganza de Yago es del tipo frío, que veremos más adelante) a través de los celos. Y pronto lo consigue, gracias al rumor que le susurra a Otelo de que Desdémona es amante de Casio. Para fortalecer las sospechas, Yago consigue un pañuelo que el moro le regaló a su amada el día de su boda y lo deja en los aposentos de Casio. Luego le hace creer a Otelo que su esposa le ofreció a Casio aquel pañuelo como muestra de amor. Celoso, lleno de ira, Otelo fragua un plan sencillo y urgente: matar a la amada en su habitación, cuando nadie escuche. Apagaré esta luz... y luego aquella. Si apago esta luz y luego me arrepiento, puedo volver a encenderla, pero si te apago a ti, luz clarísima, primor y ejemplar de la naturaleza, ¿dónde hallaré el fuego de Prometeo, para volverte a dar la vida? Si arranco la flor de su tallo, ¿cómo he de restituirle su frescura y lozanía? Necesario es que se marchite. Quiero respirar por la última vez su deleitoso aroma. (La besa). ¡Oh regalado aliento de su boca, casi bastas para arrancar el hierro de la mano de la justicia! Otro beso y nada más. ¡Quédate así, cuando te mate, que muerta y todo te he de amar! Otro beso, el último. Nunca le hubo más delicioso ni más fatal: lloremos. Mi llanto es feroz, y mi ira es como la de Dios, que hiere donde más ama.

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Y Carrie abre el agua, cierra las puertas y provoca un incendio que resulta mortal. Fuera de sí, sus decisiones ya no son conscientes: En su rostro lívido se destacaban dos afiebradas manchas rojas que coloreaban sus mejillas. Su cabeza palpitaba intensamente y había desaparecido todo pensamiento consciente. Se alejó de las puertas tambaleante y las mantuvo cerradas, aunque sin propósito ni plan alguno. Este párrafo nos muestra una característica importante de la venganza reactiva: carece de plan, es impulsiva, casi infantil. Además, está colmada de rencor.

Y Otelo la estrangula en una reacción impulsiva ante su furia. La venganza reactiva no está mediada por el cálculo. Hallamos este mismo tipo de venganza en Carrie, la famosa novela de Stephen King, que tiene al menos dos versiones cinematográficas. La narración comienza mostrándonos cómo los compañeros de preparatoria de Carrie la humillan, especialmente las chicas populares de la escuela, muy a la gringa. Nos cuenta el narrador: Ahí estaban todos esos años de “acortemos las sábanas de la cama de Carrie” en el campamento de la Juventud Cristiana y “encontré esta carta de amor de Carrie para Flash Bobby Pickett, hagamos copias y repartámoslas” y “escóndele las bragas en alguna parte” y “ponle esta culebra en el zapato” y “zambúllela otra vez, zambúllela otra vez”. Por otro lado, su madre es una fanática religiosa y controladora. Carrie no tiene con quién ir al baile de graduación. Pasa las tardes practicando con su poder de telequinesia. Un buen día una compañera se apiada y le pide a su novio, Tommy, uno de los guapos de la escuela, que le pregunte a Carrie si le gustaría ser su pareja en la fiesta de fin de año. No me detendré en los detalles de ese ardid, pero logra que Carrie y el guapo sean votados los reyes de la graduación. Cuando están a punto de ser coronados, los bañan en sangre de cerdo. Humillada, Carrie acude a su poder de telequinesia y comienza su venganza que pretendía inocente: Se volvió de espaldas. En su rostro pintado sus ojos enloquecidos miraban las estrellas. Se había olvidado de ¡El poder! Era el momento de darles una lección […]. Allí estaba el sistema de irrigación. Ella podía abrirlo, podría hacerlo fácilmente. Lanzó una risita aguda y se levantó, caminó descalza hasta las puertas del vestíbulo. Hacer funcionar el sistema contra incendios y cerrar todas las puertas. Mirar hacia adentro y dejar que ellos vieran que los estaba mirando y riéndose de ellos mientras el agua estropeaba sus vestidos y sus peinados y le quitaba brillo a los zapatos.

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LA VENGANZA OBSESIVA Esta venganza se persigue como el aire, cuando te ahogas. Los personajes que la emprenden suelen estar trastornados incluso antes de experimentar el hambre de cumplirla. No tengo duda de que Ahab es el mejor ejemplo de esta forma de la venganza. Recordemos que la razón por la que busca con desesperación a Moby Dick es que la ballena le arrancó una pierna. Un capitán, con sus tres botes desfondados a su alrededor, entre los remos y los hombres que giraban en los remolinos, se había lanzado como un duelista de Arkansas contra la ballena, aferrando el cuchillo plantado en la rota proa, en el ciego intento de alcanzar, con una hoja de seis pulgadas, la vitalidad del monstruo, situado a una braza de profundidad. Ese capitán era Ahab. Fue entonces cuando Moby Dick pasando por debajo de Ahab su mandíbula en forma de hoz, le segó la pierna con la misma facilidad con que una guadaña corta una brizna de hierba en un prado. Pero no sabemos por qué fantasmas de su espíritu, la obsesión de Ahab por darle caza a Moby Dick no sólo captura todo su ser y lo llena de rencor, sino que lo transfigura: No hay, pues, muchas razones para dudar que desde ese encuentro casi fatal Ahab alimentó una terrible necesidad de venganza contra la ballena, que cada vez se exacerbó más en él. Pues en su insensata obsesión llegó a identificar con Moby Dick no sólo todos sus males físicos, sino todas sus exasperaciones intelectuales y espirituales. Así, el capitán se vuelve la representación humana de la venganza obsesiva: “En esta obsesión mía con la Ballena Blanca tu cara debe ser para mí como la palma de la mano: un vacío sin labios ni forma. Ahab es ya Ahab para siempre, hombre”, le dice a Starbuck. Es decir, así como el viento sólo puede soplar; y las olas únicamente pueden caer sobre las islas y los continentes, ya sea en sus playas o en sus acantilados;

“LA VENGANZA OBSESIVA, A DIFERENCIA DE LA SÓLO REACTIVA, TIENE UN COMPONENTE DE PLANEACIÓN Y TAMBIÉN UNO DE MANÍA. A VECES MÁS MANÍA QUE RAZÓN.” así Ahab no puede más que intentar vengarse de Moby Dick y hace hincapié en ello: “Hablándole a los dioses: ¿desviarme? no podéis desviarme sin desvaríos a vosotros mismos. El camino de mi resolución tiene rieles de acero por los cuales corre mi alma”. La venganza obsesiva, a diferencia de la reactiva, precisa de estratagemas. Por ejemplo, en Moby Dick vemos al capitán Ahab trazando líneas en un mapa para calcular dónde será probable que surja de las profundidades marinas el monstruo blanco. Y como el capitán es consciente de que eso no sucederá pronto, que incluso es posible que pase un año, planea la manera de mantener ocupada y contenta a su tripulación. La venganza obsesiva, a diferencia de la sólo reactiva, tiene un componente de planeación y también uno de manía. A veces más manía que razón. Ahab, pese a todo, mantiene cierta compostura, un equilibrio entre los dos polos que lo deja capitanear el ballenero alrededor del mundo. Pero hay ejemplos de personajes completamente desquiciados. El caso que narra Jorge Barón Biza al inicio de su novela El desierto y su semilla, por ejemplo, es la culminación de una obsesión tan terrible como real. Narra Barón Biza: En aquel día de la agresión, el ácido había llegado a la cara de Eligia de abajo a arriba: se había puesto de pie con sus consejeros jurídicos, convencida de que la entrevista con Arón había terminado, todavía temerosa, pero con la esperanza de haber resuelto el problema definitivamente —todo estaba arreglado, ahora sí el divorcio después de tantos años—. Arón permaneció sentado y sonriente, sirviéndose de una jarra un líquido que parecía agua. Las marcas del ácido quedaron, entonces, orientadas de una manera que contradecía la ley de gravedad. Lo que cuenta el narrador es autobiográfico: Arón, quien en realidad era Raúl Barón Biza, padre de Jorge, le tiró ácido en la cara a su mujer, Eligia en la novela, Clotilde Sabattini en la realidad, madre del novelista. Raul Barón Biza tuvo una vida llena de excentricidades y sobresaltos que no voy a contar aquí. Lo que nos interesa es: ¿qué lo llevó a actuar de manera tan violenta? Comencemos por lo que escribió su hijo: Hay un film de Truffaut que tiene como lema ni contigo ni sin ti. Éste debe de haber sido el espíritu que se apoderó de Raúl Barón Biza y Clotilde Sabattini en los momentos finales de su matrimonio. La separación

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posible, un dolor semejante a quien me lo hubiera infligido a mí.

es un hecho impensable cuando sólo hay amor; es el recurso más fácil cuando sólo hay odio. Pero la separación es un engorroso desgarramiento personal cuando el amor y el odio son un mismo y confundido elemento pasional en nuestro corazón.

La venganza fría se planifica, se urde hábilmente; requiere de ingenio y tiempo. Es un oficio, una forma de vida en la que el personaje se entrega a buscar qué cosas son aquellas que causarán al otro un dolor equivalente al que se ha padecido. La venganza no es unívoca, requiere conocer al otro íntimamente:

Ilustración > Josh Guglielmo

Cuentan los biógrafos de Raúl Barón Biza, Christian Ferrer entre ellos, que el matrimonio de Biza y Sabattini estuvo muchas veces separado, iban y volvían. Sin embargo, quien empujó realmente el divorcio fue Clotilde. Barón Biza, obsesivo y cabrón, decidió vengarse de ella desfigurándole el rostro. Luego, esa noche, se dio un tiro, no iba a permitir que dios le ganara la batalla de la muerte. La obsesión de Biza, a diferencia de la de Ahab, era totalmente desequilibrada, pero como vemos, requirió de un plan y de mucho odio.

LA VENGANZA FRÍA

Capitán Ahab.

La venganza por antonomasia es la fría, requiere calma y se vuelve oficio. Además, como bien dice Ismael, el narrador de Moby Dick, “hacer algo con frialdad es hacerlo con buenas maneras”. El conde de Montecristo es el ejemplo paradigmático de la venganza fría. La versión que tengo en mi librero de El conde de Montecristo tiene dos volúmenes, cada uno de 750 páginas. Es una novela larga, pues. En ella, como sabemos, Alexandre Dumas nos cuenta las aventuras que emprende Montecristo y las ingeniosas tretas que idea, para cobrar satisfacción de los tipos que, el mismísimo día de su boda, lo alejaron del amor de su vida. Para convencernos de esa sed de venganza, Dumas dedica la primera parte de su obra, unas 250 páginas, a contarnos cómo Edmond Dantès —quien luego se hace pasar por Montecristo, o más bien, se convierte en Montecristo, como Ahab en Ahab— termina en una situación tal que la venganza que emprende tiene sentido: nos habla de su idilio con Mercedes; de su ascenso en la marina mercante; de la acusación falsa que lo lleva a la cárcel; y de cómo en las mazmorras del castillo de If conoce al abate Faria, un viejo sabio que le enseña todo lo que sabe, conocimiento que a la postre hace de Montecristo un ser muy refinado. Pero Faria no sólo juega el papel de hacer posible que un humilde hombre de mar como Dantès pueda representar con verosimilitud a un conde

“VENGANZA Y RENCOR NO SON LO MISMO. LA PRIMERA, COMO EN CARRIE, ES RENCOR PURO; LA SEGUNDA, COMO EN MOBY DICK, ES RACIONAL PERO AÚN NUBLADA POR EL RENCOR. LA TERCERA ES FRÍA, EL RENCOR HA SIDO DOMESTICADO.”

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rico, hábil, de maneras delicadas. Faria enciende la llama de la venganza en el corazón de Edmond cuando le explica lo que él no podía ver: la forma en la que el fiscal sustituto Villefort lo utilizó de chivo expiatorio para proteger sus intereses entre los enemigos de Napoleón que gobernaban Francia en esa época. Entonces, Dantès entiende por qué se halla en ese encierro: [...] el abate venía a invitar a su compañero a compartir el pan y el vino. Dantès le siguió: todos los rasgos de su rostro se habían recompuesto y habían tomado su lugar acostumbrado, pero con una reciedumbre y una firmeza, si se puede decir así que delataban la resolución tomada. El abate le miró fijamente. —Me arrepiento de haberle ayudado en sus pesquisas y haberle dicho lo que le dije —dijo. —¿Y eso por qué? —preguntó Dantès. —Porque le he infiltrado en el corazón un sentimiento que no tenía: la venganza. Dantès sonrió. —Hablemos de otra cosa —dijo. Una vez que entendemos la motivación de Dantès, aceptamos el juego: Montecristo puede tramar la venganza más cerebral, calculada en detalle y para ser ejecutada en un futuro lejano. Y nosotros, sus lectores, la aceptamos sin muchos reparos, sabemos que quiere empobrecer y deshonrar a quienes lo traicionaron y le causaron ese dolor tan profundo a su alma, que no se alivia con un simple duelo: Yo me batiría en duelo por una miseria, por un insulto, por un desaire, por una bofetada, y eso con total despreocupación, porque gracias a la destreza que he adquirido en toda clase de ejercicios corporales y a la larga costumbre que tengo del peligro, estaría casi seguro de matar a mi contrario. ¡Oh! ¡Claro que sí! Me batiría en duelo por todo eso; pero por un dolor lento, profundo, infinito, eterno, yo devolvería, si fuera

—Pero —dijo Franz al conde— con esa teoría que le instituye en juez y verdugo de su propia causa, es difícil que usted se mantuviera en una medida en la que no escapara alguna vez del poder de la ley. El odio es ciego, la cólera nos aturde y quien escancia venganza en su vaso, corre el riesgo de beber un amargo brebaje. —Sí, si es pobre y torpe; no si es millonario y hábil. Ahí está la clave: la venganza fría es cerebral y sólo es posible cuando se hace a un lado el rencor. Venganza y rencor no son lo mismo. Eso distingue las tres venganzas que he analizado aquí: el grado de rencor con el que se emprenden: la primera, como en Carrie, es rencor puro; la segunda, como en Moby Dick, es racional pero aún nublada por el rencor. La tercera es fría, el rencor ha sido domesticado. En la magnífica novela El último encuentro, Sándor Márai describe otro tipo de venganza fría, una que intenta poner las cosas en su lugar pero sin estratagemas complicadas ni violencia. A cuarenta y un años de los acontecimientos, Kónrad, el amigo traidor, vuelve a la casa del General, quien busca venganza, no por el intento de asesinato, ni por la infidelidad, sino para hallar la verdad y poder cerrar ese capítulo, el que al final de cuentas le dio sentido a su vida, antes de morir. Él lo dice mejor que yo: ¿Qué venganza puede haber entre dos viejos a quienes ya sólo les espera la muerte?... Han muerto todos, ¿qué sentido tiene entonces la venganza?... Esto es lo que pregunta tu mirada. Y yo te respondo así: sí, la venganza, contra todo y contra todos. Esto es lo que me ha mantenido con vida, en la paz y en la guerra, durante los últimos cuarenta y un años, y por eso no me he matado, y por eso no me han matado, y por eso no he matado a nadie, gracias a la vida. Y ahora la venganza ha llegado, como yo quería. La venganza se resume en esto: en que hayas venido a mi casa; a través de un mundo que está en guerra, a través de unos mares llenos de minas has venido hasta aquí, al escenario del crimen, para que me respondas, para que los dos conozcamos la verdad. La venganza, en fin, también es una forma de conocimiento del otro y de uno mismo. ¿Habré, con todo esto, escrito una oda a la venganza? ¿Estaré arengando a los lectores para que cobren venganza? No lo sé, examine su vida, vea si tiene cuentas pendientes y ponga las cosas en su lugar.

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CARTOGRAFÍA NARRATIVA DE UN PAÍS EN PEDAZOS 10 Dilecto lector: nos acercamos a ti en mitad de esta selva de textos, librerías, editoriales, autoras, editores, narradoras, poetas y libros, para decirte bajito que entendemos que la exuberancia vegetal puede ocultarnos el bosque; pero que nosotros, desde estas páginas, intentamos desbrozar el terreno y señalar el movimiento cuentístico

que late por debajo de la piel de esta tierra letrada, letra.herida y proponemos esta Cartografía narrativa de un país en pedazos donde recogemos voces y texturas con la idea de obtener una muestra de lo que se cuece a lo largo y ancho de este país nuestro. —Edson Lechuga, coordinador

L A M A DR E DE ESTOCOLMO Y

a viene para acá. Pude escuchar nuevamente su voz gracias a tu infinita compasión, amada virgen. No sé cuánto falta para que esté aquí y me rescate de estos días de asueto forzado en los que mis compañeros de trabajo preguntan por mí constantemente, preocupados. Me desapareciste hace ya varios días y me extraña que no me hayas matado con tus manos rebosantes de poder. Ya ellos se encargaron de la parte más fácil, dijiste. Lo mío no son las violaciones ni los golpes, a mí no me gusta eso, yo más bien las cuido y trato de que ellos no hagan muchas pendejadas, ellos son mis hijos, pero son hombres. Lo difícil es reconocer que tú eres un ser humano, mija. Tú les gritaste a ellos que dejaran de violarte, los abofeteaste, eso escuché. Ya no volverán a hacerte eso, me dijiste luego. Quiero seguir con vida pero no quiero volver con mi padre, no quiero tener miedo a la muerte otra vez. Ya viene para acá. Miro a través de la ventana que piadosamente pusiste frente a mí, una ventana que da a un jardín con macetas que tú misma cuidas, acaricio las frazadas que me echaste encima por esa misma piedad, pienso que para ser una secuestradora eres bastante gentil, si no fuera porque me amordazas yo podría ser, además de tu hija, tu amiga. Una tarde me dijiste, te voy a llevar a otra parte para que no te deprimas tanto, no te voy a hacer nada, voy a cuidar de tu vida porque aunque soy una hija de puta no soy tan mala, y no voy a permitir que mis hijos te maten. Sólo somos pobres y necesitamos el dinero, pero no somos pendejos y no te vamos a hacer daño si tú cooperas con nosotros. Te voy a llevar para que veas mis plantas. Te voy a dejar en el cuarto y te vas a destapar los ojos. Repetimos una y otra vez esa operación sin que yo mirara jamás tu rostro divino. Pienso que soy como una de tus plantas: ajada pero viva. Me dices que ya viene para acá, me acercas un plato de sopa, es de verduras y me la das en la boca por última vez, madre mía. Te vas a ir buena y sana, dices antes de la cucharada. Me pregunto si podrás lograr que mi padre y yo nos volvamos a ver, pienso

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que alguno de mis hermanos vendrá a darme el tiro de gracia, me pregunto si realmente te obedecerán después de que tengan el dinero. Ellos son hombres. Me mantuvieron muy bien atada, yo cooperé en todo, mis ojos nunca vieron un solo rasgo de sus rostros. Tú te has empeñado en mantenerme viva porque sé que en el fondo me quieres ¿verdad que me quieres, madre?, también porque debo contestar de vez en vez el teléfono para que mi viejo padre recargue energías para seguir juntando el dinero de mi rescate. En la desesperación se conoce el amor verdadero y yo nunca tuve un amor como el tuyo. Cuando era libre, cuando no te tenía, una joven me dijo que yo era una mujer feliz, no sé cómo ella lo sabría cuando ni siquiera yo lo sospechaba. Aquella amiga lo decía porque yo aprendí a volar, y todos creen ciegamente en el cliché de que volar es ser feliz. También me dijo que muchos se burlaban y hablaban mal de mí y que mi alfombra mágica era motivo de inquina. Aquello no era una alfombra mágica. Para subirme a ella tenía que sujetarme muy bien todas las cintas y los broches de seguridad, debía ponerme un casco con barbiquejo, mi traje de cordura, mis botas de media caña, un vario, un paracaídas de emergencia... “Ojalá fuera una alfombra mágica”, pensaba cuando corría hacia la pendiente y me montaba sobre el viento laminar, sobre la termal o la nube, después de vencer el miedo a la muerte o mínimo a romperme las costillas en el despegue. Debía, poco a poco, durante el trayecto, acostumbrarme a vivir en el aquí y en el ahora para no montarme sobre la persistente idea de romperme las espinillas en el aterrizaje. ROWENA BALI (Morelos, 1977) publicó las novelas Amazon Party (2006), El agente morboso (2008), El ejército de Sodoma (2009), y los libros de cuentos La herida en el cielo (2013), Cigoto (2016), Indiscriminable (2017), entre otros. Es editora de la revista Cultura Urbana de la UACM.

Foto > Wolf Psalm

ROWENA BALI

El síndrome de Estocolmo.

Hoy vivo aquí y en el ahora, sintiendo tu presencia, tus manos duras ayudándome a no tropezar, madre sin rostro. Me ha costado tiempo de entrenamiento arrojarme hacia el precipicio, pero hoy no me siento capaz de arrojarme siquiera al otro lado de la puerta. No quiero ser libre ni volar. Lo que quiero es quedarme aquí, inmovilizada, gestándome eternamente en tu obscuro vientre de madre secuestradora. Ya viene para acá, antes que él llega a mi mente el silbido de una bala que no dio en su blanco, pero que pasó muy cerca de mi oreja. Tus hijos me rompieron los dos brazos, me rompieron la nariz, casi me hacen perder un ojo. Tú me limpiaste, sanaste lo mejor que pudiste mis heridas, entablillaste mis huesos rotos, fuiste una enfermera puntual. La bala no dio en el blanco pero su veloz paso por las cercanías de mi oído dejó una canción monótona y perenne ahí. Esa canción mantiene viva una pena tan honda que me da náusea. Él está por llegar. Me sentiré desvalida. No volveré a ser amordazada. Me quedaré sin tu gran sopa de verduras, sin tu dedicación, sin la delicadeza con que quitas la mordaza para que yo hable en monosílabos: sí, pa, pa, sí. Tus hijos me dejaron la lengua casi inservible, entre tanto jaloneo y golpe me la mordí fuertemente, sólo puedo engullir poco a poco tu sopa y decir monosílabos. Ya viene para acá mi padre y yo te perderé.

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En esta segunda y última entrega sobre el Imperio de Maximiliano de Habsburgo, con motivo del 150 aniversario de su episodio final en el Cerro de las Campanas, el autor recupera un volumen cuya edición más reciente circuló hace tres décadas: Un viaje a México en 1864. Es el testimonio de la condesa austriaca Paula Kolonitz, quien se integró a la corte del naciente imperio, viajó con ella desde el Castillo de Miramar y acompañó a la pareja de Habsburgo durante su primera etapa en México. Lejos de cualquier intención académica, su relato descubre otra mirada al escenario y los personajes de ese periodo, y confirma que la historia no admite un enfoque único.

El Imperio de Maximiliano

UNA CONDESA EN L A CORTE Segunda parte

FERNANDO A. MORALES OROZCO

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Para Magda, amiga viajera

l Imperio se puso en marcha una vez que Maximiliano Fernando de Habsburgo aceptó los ofrecimientos de la comitiva liderada por José María Gutiérrez de Estrada, de quien hablamos en la entrega anterior. Sólo unos días después, el nuevo emperador se embarcó junto con su esposa en la fragata Novara y abandonó su amado Castillo de Miramar, en las orillas del mar Adriático. Lo que no suele contarse es que junto con los emperadores venía también una gran corte: ochenta y cinco nobles viajaron hacia América, tanto por el deber de servir a sus reales majestades como por la curiosidad de conocer aquellas tierras lejanas e ignotas de las cuales muchos tenían noticia, ya sea por las crónicas de Indias o por los recientes viajes de Alexander von Humboldt. La feracidad de las tierras americanas y el exotismo de las culturas autóctonas que las habitaban convencieron a más de algún miembro de la nobleza a acompañar a los Habsburgo en esta travesía. Es posible que muchos de ellos escribieran sus impresiones y recuerdos de dicha aventura, pero son pocos los registros que tenemos. Sin embargo, hasta nuestros días ha llegado uno que resulta especialmente interesante: el relato de viaje de una condesa austriaca, Paula Kolonitz. De la condesa Kolonitz sabemos, por ejemplo, que nació en Austria en 1840, es decir, que sólo tenía 24 años cuando se embarcó junto con los emperadores en la aventura mexicana. José María Vigil, historiador decimonónico del liberalismo triunfante, afirma que la condesa Kolonitz acompañó la expedición porque se encontraba en bancarrota y fue “seducida” por el salario de dama de honor de la corte. Lo cual puede ponerse en duda, si tomamos en cuenta que dentro de las reglas del protocolo imperial (y tal vez como un pretexto para allegarse de aliados con poder económico) los emperadores afirmaban que los sueldos disminuían la nobleza de aquellos que formaban parte del séquito, y por lo tanto, no tendrían acceso a un estipendio por parte de la Corona, como deja entrever Erika Pani en su artículo “El proyecto de Estado de Maximiliano”.1 Por el contrario, me parece que Vigil, como mexicano liberal, se siente insultado por los europeos e intenta desacreditarlos. Se dice

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también, por referencias encontradas en el diario del austriaco Carl Hevenhüller, que años más tarde Kolonitz contrajo matrimonio con Félix Eloin: Un belga que ignoraba la lengua y costumbres de México. Sus compatriotas nos han asegurado que el rey Leopoldo —de Bélgica [y padre de la emperatriz Carlota]— lo había impuesto al archiduque Maximiliano [...] las funciones de jefe de gabinete lo hicieron más potente que los ministros. No habiendo ocupado nunca en Bélgica puestos de importancia, llegó a colocarse en el que ocupó en México [...] sus sentimientos antifranceses, su ignorancia completa de la situación de México y de su pasado lo hicieron rechazar una multitud de proyectos de una importancia incalculable para el país. Tal era el hombre que del mes de junio de 1864 al de mayo de 1865 fue la sola potencia verdadera en México —cuenta Emmanuel Maseras en su Ensayo de un Imperio en México, publicado en París en 1879. Finalmente, sabemos que la condesa Kolonitz publicó en Viena, a mediados de 1872, Un viaje a México en 1864, y que muy pronto fue traducido al italiano. Es de esta última edición de donde procede la única versión al español con la que contamos en la actualidad, la cual corrió a cargo de un miembro del Servicio Exterior Mexicano, Neftalí Beltrán, y fue publicada por el Fondo de Cultura Económica, en conjunto con la Secretaría de Educación Pública, en la colección Letras Mexicanas, en el año de 1984. La historia del liberalismo triunfante se ha empeñado en contarnos una versión de los hechos, en la cual el invasor europeo aparece como una sola masa, ambiciosa y ávida de poder. Franceses y austriacos por igual son ese enemigo que debió ser derrotado por las fuerzas de Juárez. Aquellos mexicanos que apoyaron el Imperio de Maximiliano han sido tratados de forma cruel y tachados como vendedores de la patria. Pero el relato de la condesa Kolonitz nos puede ayudar a entender esa otra cara de aquellos personajes que intentaron, con todas las consecuencias conocidas, defender un proyecto de nación, si no distinto, por lo menos matizado, respecto del que conocemos por los

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libros que nos educaron. La condesa Kolonitz, instruida bajo los principios de la nobleza europea germánica, basados en el credo católico, nos entrega una visión alentada por el pensamiento científico y la revisión histórica, vertientes que imperan en los relatos de viajes del siglo XIX. Cierto, por momentos su crítica es dura, y en algunas ocasiones raya en el racismo, pero nuestra visión, en estos tiempos, nos obliga a leerla con ojos distintos a los de aquellos que han criticado con severidad tanto al Imperio como a sus defensores. Luis Zorrilla, autor del prólogo a la edición que comento, se refiere a la condesa de la siguiente manera: Pensando en el sitio que ocupaba la autora, no deja de llamar la atención el hecho de que personas como ella que procedían del elemento conservador de Europa, aparezcan como liberales comparadas con nuestros conservadores vernáculos, mostrándolo así al juzgar, aunque suavemente, a Gutiérrez de Estrada, o al evocar fugazmente a Garibaldi o a Juárez. Así lo dejan ver también sus varias alusiones al clero mexicano, aun siendo ella misma católica. [...] varios de sus juicios sobre el mexicano siguen siendo válidos, si bien algunos son superficiales o representan meros estereotipos que circulaban ya desde entonces. Veamos algunos de estos juicios de Kolonitz. Durante la primera parte del viaje, la corte imperial se detiene en Roma el 19 de abril para recibir la bendición del Papa Pío IX, y se aloja en el Palacio Marescotti, hogar del cónsul Gutiérrez de Estrada en Europa. Para sorpresa de todos los cortesanos, al día siguiente el Pontífice en persona visita dicho palacio en un acto único que marca el apoyo de Roma a la creación del Imperio. Kolonitz aprovecha este acto para manifestar sus impresiones sobre Gutiérrez de Estrada: El emperador y la emperatriz, seguidos de toda su corte bajaron la escalera y lo recibieron de rodillas. Después besamos sus manos y sus pies y alegra y benévola, Su Altísima Santidad tuvo para todos una palabra cordial. El viejo Gutiérrez de Estrada lloraba de alegría por el honor

Giuseppe Vasi: Palacio Marescotti. Grabado. 1754.

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“MIENTRAS QUE LOS NACIONALES SE DESHACÍAN EN ALABANZAS Y GRATIFICACIONES PARA EL EMPERADOR, Y HACÍAN GALA DE SUS MODALES, EL EJÉRCITO FRANCÉS QUE NOS PRESENTA KOLONITZ ES DESAGRADABLE, PREPOTENTE Y TOSCO.” que su casa recibía. Él es un hombre excelente cuyos conceptos políticos no corresponden a los tiempos que corren, pero cuya individual honestidad y lealtad son tales que quizá no vi igual en su país. En este mismo tenor, la condesa se refiere a otro de los mexicanos clave para el Imperio, el general Miramón, a quien conoce una vez que la corte ha llegado a la Ciudad de México y es recibida en la Catedral: En medio de los que más sobresalían estaba el general Miramón, todavía joven. A la edad de veinte años fue electo presidente de la República. No sé si su valor fuera grandemente admirado por el ejército, parece que algún delito pesa sobre su reputación. Miramón se ha entregado abiertamente al partido del emperador y su majestad lo recibió con las mayores demostraciones de honor y benevolencia. Paseaba por los salones conduciendo del brazo a su joven consorte, acusado de tener grandes ambiciones. Hay también en las maneras de este hombre aquel aire dulce, delicado, astuto, que es tan característico de los mexicanos y de los cuales guardo en la memoria una impresión casi obsesiva. Podríamos pensar, a partir de estos dos mínimos retratos, que la condesa Kolonitz favorece a todos aquellos personajes que defendieron el Imperio. Sin embargo, resulta interesante observar cómo juzga de manera menos positiva a otros generales imperialistas, en particular los franceses como el contraalmirante Bosse, quien recibió al emperador en Veracruz en mayo de 1864: Poco después apareció el comandante de las tropas francesas, el contraalmirante Bosse, con su ayudante, ambos irascibles porque el emperador había rehusado anclar entre la flota gala. El contraalmirante se comportaba con tan poco miramiento y tales inconveniencias que nada podía ser peor y como si quisiese volcar contra nosotros buena parte de su cólera nos dijo todo el mal posible del país, exagerando los peligros y los disgustos. Primero que nada nos aseguró que el lugar era el más infecto y que resultaba muy peligroso dormir allí. Citó, uno después de otro, casos en que los pasajeros y marinos fueron, en una sola noche, víctimas del vómito; en seguida enumeró los peligros a los cuales estábamos expuestos hasta

llegar a la Ciudad de México viajando por el interior del país; dijo que se habían formado bandos con el propósito de hacer prisionera a la pareja imperial y que el general Bazaine no había tenido el tiempo suficiente para garantizar nuestra seguridad personal. Y durante largo rato continuó diciendo cosas por el estilo. Ésta fue la primera demostración y no debía ser la última, de la arrogancia y de la prepotencia francesas de las cuales muchas pruebas más nos esperaban en México. Queda claro, al leer algunas de estas palabras, que para Kolonitz, y probablemente para toda la corte imperial, el ejército francés resultaba una carga incómoda debido a su altanería. Mientras que los nacionales (por lo menos los que están convencidos de la necesidad de tener un emperador en el país) se deshacían en alabanzas y gratificaciones para el emperador, y hacían gala de sus modales, el ejército francés que nos presenta Kolonitz es desagradable, prepotente y tosco. Como prueba, un baile organizado por el mariscal Bazaine, jefe máximo de las fuerzas francesas acantonadas en México: Ya he dicho antes cómo los oficiales de Francia se han conducido y se conducen con los mexicanos. Hablaban del país y de sus habitantes con el más torpe desprecio; no tenían el mayor interés para la belleza de aquel cielo ni ojos para las muchas cosas nuevas que aquí se les ofrecían; y les parecía increíble que nosotros gozáramos de todo y que supiéramos corresponder a la cordialidad que los otros nos prodigaban, y que de ningún modo nos creíamos llamados a estigmatizar con la jactancia europea los errores de los mexicanos. Muchísimas dificultades y muchísimas quejas tenía el emperador en sus relaciones con los franceses porque ellos no jugaban limpio; pocos de los hombres venidos de Francia, que presidían los ministerios civiles y militares y que dirigían asuntos financieros y diplomáticos, tenían el discernimiento y la delicadeza de no recalcarle la dependencia del socorro y la ayuda francesas. Y esto era una dificultad aún mayor. Desde el inicio del Imperio, como nos sugiere Kolonitz, el emperador reconoció que estaba solo en una empresa que consideraba edificante para el país. Hagamos un ejercicio parecido al de los viajeros del siglo XIX. Imaginemos Austria: tal vez aldeas tirolesas, ciudades nevadas y una Viena imperial

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compasión. En ellos se ve la marca de la pobreza y la resignación. Sus necesidades parecen no ser grandes como no sean las mínimas de cubrirse o vestirse sin hacer mucho caso a la limpieza. Cada habitación tiene, sin embargo, sus flores, de las cuales son amantísimos. Se prodigan especialmente los grandes cercados de plantas que le dan sombra a las cabañas y esparcen por todos lados un suavísimo perfume. Capilla del Santo Cristo en Veracruz. Grabado. 1863.

llena de palacios; un pueblo amante del vals y la cerveza. De la misma manera, es muy probable que la corte imperial imaginara que en México encontraría las figuras vivientes de los indígenas narrados por los cronistas coloniales, y las exóticas selvas vistas por Humboldt a principios del siglo XIX. No es de extrañar entonces que la condesa Kolonitz dedique gran parte de sus páginas a describir las maravillas (y también los vicios) de estas tierras. Acostumbrada a los gélidos paisajes austriacos, para la condesa resulta un verdadero deleite abordar la Novara y recorrer Roma, Madeira y, una vez cruzado el Océano Atlántico, Jamaica; y debe haber sido por demás decepcionante arribar a San Juan de Ulúa y encontrarse con una Veracruz asolada por la fiebre amarilla. Sabemos que a mediados del siglo XIX, el puerto aún era un villorrio mediocre en el que los viajeros no se detenían por temor a la peste; de hecho, será hasta el gobierno de Porfirio Díaz cuando Veracruz adquiera el rango y la belleza de la ciudad actual. Con todo, el clima cálido y la vegetación tropical son suficientes para borrar la tristeza producida por esa primera impresión. Cuando la comitiva imperial comienza a internarse en tierras mexicanas, la pluma de Kolonitz se transforma y nos deja ver el enamoramiento que viven los extranjeros al adentrarse en este mundo desconocido. Escribe sobre su viaje en coche entre el puerto y Orizaba: Nos acercábamos a las montañas que habíamos admirado de lejos. La vegetación se hacía más y más lujuriante hasta llegar sobre el Chiquihuite, que es un altísimo monte con todos los encantos del esplendor tropical. Aquí comenzamos a ver bellísimos árboles llenos de lianas, miles de plantas y por todos lados flores dispersas con admirable variedad de colores en montes y valles. Especialmente bellas eran

las enredaderas que se entrelazaban a cada tronco y a cada copa hasta la cima. Mariposas de color naranja y con manchas del más hermoso azul gozaban de ese lindo banquete. [...] comenzaba la estación de las aguas, las nubes se hacían densas, se oscurecía el sol y con él las montañas, por lo que poco pudimos gozar de la vista del altísimo pico de Orizaba, cuya altura es de 17 mil pies sobre el nivel del mar. Es este el famoso Citlaltepetl de los aztecas [...] Nada vi cultivado, la naturaleza está virgen, nada contiene sus impulsos. Pasamos junto a varios torrentes que en medio de precipicios y rocas se despeñan en las profundidades. La tierra, en general, tiene aquí grandes hendiduras. Con frecuencia hay interminables abismos cuyas rapidísimas paredes se hacen más inaccesibles por lo espeso de los matorrales y las yerbas que las cubren. A estas hendiduras se les llama barrancas y juegan un papel importante y peligroso en las guerras de este país. Podemos ver que la condesa, así como los emperadores, había estudiado con cierto cuidado la naturaleza del país y tenía conocimientos de la geografía y de la historia mexicana. Este tipo de comentarios, aun dentro de su sencillez, nos muestran un creciente interés y afecto por estas tierras. Si la vegetación maravilla a la condesa, la gente que habita estos lugares multiplica su curiosidad, al mismo tiempo que despierta un sentimiento de paternalismo, pues como ella misma lo expresa: Sorprendidos y curiosos, con aquella mirada dulce y melancólica, nos veían los macilentos y amarillentos indios. Con frecuencia los hombres tenían entre los brazos a los niños y las mujeres acariciaban en el regazo alguna gallina, sentados uno junto al otro. La impresión que causan estos pobres seres inspira simpatía y casi

“LA CONDESA, ASÍ COMO LOS EMPERADORES, HABÍA ESTUDIADO CON CIERTO CUIDADO LA NATURALEZA DEL PAÍS Y TENÍA CONOCIMIENTOS DE LA GEOGRAFÍA Y DE LA HISTORIA MEXICANA.”

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La historia liberal nos ha enseñado a ver a los extranjeros como racistas, pero en estos párrafos alcanzamos a percibir un discurso que, aun marcado por la conmiseración y el paternalismo (no muy lejano del trato a los pueblos indígenas en los proyectos de nación liberales e institucionalistas del siglo XX ), también aboga por una incipiente antropología social cuyo fin es observar de forma objetiva las costumbres de un pueblo. No podemos culpar a la condesa Kolonitz de ser una mujer de su tiempo, lo que sí vale resaltar es que su descripción se mantiene dentro de cierta objetividad. Ella misma indica su asombro y satisfacción sobre ciertos modales y sobre la educación de los mexicanos: Me sorprendió la gentileza que domina entre las más bajas clases mexicanas. Los cocheros apenas llegan a las estaciones, estrechan la mano del ayudante usando la palabra señor. Entre aquella gente del pueblo jamás oímos una frase altanera, jamás alzar la voz, un insulto o una descortesía. Tienen una dulzura y una indiferencia capaces de desesperar al europeo impaciente, altanero, curioso como es. También le llaman la atención las reglas de etiqueta propias de los mexicanos, al narrar el recibimiento a los emperadores en la ciudad de Puebla: A nuestras palabras de agradecimiento, a nuestras exclamaciones de alegría y de admiración se respondía con aquellos largos párrafos que acompañan siempre a la hospitalidad y el obsequio mexicanos, intercalando la celebérrima frase “a la disposición de usted”, que tiene una parte muy principal. En realidad el mexicano considera al huésped que alberga bajo su techo como si fuese su propio patrón. Enfrentarse a otra cultura implica siempre un choque, pues las costumbres y acciones son siempre distintas entre el que viaja y el que hospeda. La condesa Kolonitz no es ajena a esta circunstancia, pero al contrario de un fingido racismo, critica los modales de los europeos con quienes viaja: En ningún lugar nos hicieron un recibimiento tan espléndido como aquí [se refiere a la entrada de la comitiva imperial en Cholula]; y aunque los europeos se complazcan pavoneándose con un poco de altanería y los habitantes de esta otra parte del globo los tengan en más de

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lo que en realidad son, si aparentábamos estar deslumbrados y orgullosos era por no sentir vergüenza de nosotros mismos y casi encontrarnos ridículos en medio de aquellas extraordinarias ovaciones.

“POR ESCRITO, MAXIMILIANO AFIRMA QUE ‘UTILIZABA CON MUCHÍSIMA FRECUENCIA SU HABILÍSIMA PLUMA, SU SABER Y SU EXQUISITA CULTURA Y TENÍA EN ELLA UNA COLABORADORA DILIGENTÍSIMA’.”

Los juicios de la condesa Kolonitz no se remiten sólo a las situaciones del momento en tierras mexicanas, sino que además realizan un recorrido histórico con el cual critica las causas de las malas condiciones en el país durante el siglo XIX. Si bien es cierto que su recuperación histórica hoy está completamente superada, es necesario considerar que para el tiempo en que vivió, los estudios sobre el mundo náhuatl, así como la reconstrucción de la colonia novohispana, estaban totalmente descuidados. Observemos, por ejemplo, sus críticas a la Ciudad de México, en marcado contraste con la magnificencia con la que se refiere a Puebla. Al llegar por primera vez al Valle de México, la condesa sufre una decepción profunda ante el estado en el que se encuentra el Lago de Texcoco y la ciudad. De aquella prodigiosa ciudad sobre las aguas, descrita por Bernal Díaz del Castillo como si fuera salida de las páginas más hermosas de los libros de caballerías, queda sólo una sombra, pues

pena:] No hay en el mundo ciudad cuya posición sea más encantadora y más imponente que la de México. Entristecida vi la incuria en que se encuentra después de una guerra civil de cincuenta años que por todos lados ha dejado el sello de la devastación, una guerra que todo ha dañado, aquí destruyendo profundamente, allá inutilizando, obstaculizando y paralizando más que a ningún otro lugar la capital, tal vez por la monótona regularidad de sus calles [recordemos que la condesa proviene de Austria y que en Europa el trazo de las ciudades de orígenes medievales es caótico en comparación con el trazo rectangular con el que fue fundada la Ciudad de México] o la grandeza de sus plazas principales, en las que no vi ningún atractivo.

... los españoles fueron siempre enemigos de las florestas y de los bosques. Sus devastadoras manos pasaron también por aquí causando grandes daños a la irrigación del valle. Los lagos cada día se evaporan más y más, las fuentes se secan y el terreno se ha hecho árido. Cuando los conquistadores llegaron al país, el planalto de Anáhuac tenía bosques y magníficas selvas, estaba cubierto de encinas, de cedros y de cipreses. De ellos todavía dan prueba algunos antiquísimos residuos que llenan al viajero de estupor y de admiración. [De regreso a su actualidad, la condesa expresa con enorme

Este juicio se modifica en cuanto Kolonitz habla de La Alameda, el Paseo de Bucareli o la visita al templo de Guadalupe, en ese entonces lejos de la ciudad. Con todo, lo más importante de este párrafo es que hila su descripción con lo que ella considera que podría revivir la capital del país:

Foto > Especial

Es verdad que si las condiciones fuesen normales y se gozase de los benéficos efectos de la paz, aumentándose el comercio, las fábricas, la industria, el bienestar moral y material, podría convertirse en algo tan maravilloso que compararla con París o San Petersburgo con todas sus pompas, sólo serviría para realzar sus encantos, pues lo bello y lo excelso que el hombre construye desaparece ante lo extraordinario de una naturaleza sublime.

La emperatriz Carlota.

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La condesa Paula Kolonitz vivió en México durante seis meses de 1864. Debió ser menos tiempo, pues como ella misma lo indica, al momento de arribar a Veracruz, las damas de la corte debían ser sustituidas por damas mexicanas, pero ese propósito no pudo cumplirse. El Imperio de los Habsburgo tardó todavía algunos meses en organizarse y sobre todo en enfrentar los múltiples obstáculos para lograr acuerdos entre los conservadores mexicanos y los militares franceses. Kolonitz, al lado de la emperatriz Carlota, vio cómo la consorte imperial estaba siempre al lado de Maximiliano y lo ayudaba en todo lo que podía. Incluso, la condesa fue testigo del tiempo en que Carlota asumió la regencia del Imperio durante el viaje de reconocimiento de Guadalajara y el occidente mexicano. Por escrito, Maximiliano afirma que “uti-

lizaba con muchísima frecuencia su habilísima pluma, su saber y su exquisita cultura y tenía en ella una colaboradora diligentísima”; y también, por este mismo conducto, sabemos que los verdaderos aliados del emperador eran en realidad unos cuantos, algunos de los cuales abandonaron poco a poco el proyecto imperial conforme ganaba territorios y fama la milicia liberal. Una vez que se consume el tiempo de las damas de corte europeas en la capital, éstas abandonan el país y llevan consigo las palabras del emperador para su madre: “Decidle que no desconozco la dificultad de mi tarea, pero aseguradle también que no me arrepiento de haber tomado tal resolución”, a lo cual añade Kolonitz: En general, todo su deseo era reconciliar entre sí a las diversas facciones. Muchos acercamientos ya se habían efectuado y parecía que la profunda necesidad de paz y legalidad que el país sentía había atraído hacia el emperador un gran número de hombres con la voluntad de unir sus esfuerzos y su trabajo a los del monarca para hacer florecer nuevamente las inmensas riquezas del país y allanar los caminos hacia la prosperidad. No sucedió así. De regreso en Austria, Kolonitz publica sus memorias sobre el viaje a México unos años después de la caída del Imperio. A través de estas páginas somos testigos de primera mano de una viajera maravillada por los paisajes paradisiacos y el clima tropical, así como por la sencillez de los mexicanos, en contraste con las elaboradas costumbres cortesanas. Es probable que una crónica como la que escribe la condesa Kolonitz no destaque por sus méritos literarios; sin embargo, cada uno de los episodios que conforman su travesía nos transmite esa nostalgia por una tierra extraordinaria; nos muestra con diferentes matices a varios protagonistas de la aventura imperial y, sobre todo, nos presenta una visión distinta, fresca, de lo que significa conocer y desear un mejor futuro para el país y sus gobernantes: Este viaje es y será el más bello recuerdo de mi vida. Fui feliz muchas veces y ninguna noticia triste de los míos había empañado mi alegría. ¡El mundo es todavía bello! Quien lo dude, que vaya y lo admire. NOTA 1 Disponible en http://codex.colmex.mx:8991/ exlibris/aleph/a18_1/apache_media/RLFJKLEMX7AXEFJ5Q52RSEV4A2FB5H.pdf

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

D R .WAGN ER:EL M I TO T RU N CO

11 Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

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l pasado sábado por la noche, mientras el mundo entero hacía entripado por el fiasco Mayweather vs. McGregor, el circo Dr. Wagner Jr. vs. Psycho Clown le rompía a México el corazón. El Galeno del Mal perdía la máscara contra un millenial miembro de la dinastía Alvarado: el hijo de Brazo de Plata. Para nadie es un secreto que el deporte de la lucha libre no atraviesa por su mejor momento. Como espectáculo ha perdido mucho terreno dentro del gusto del público mexicano. Entre otras cosas por el relevo generacional, la tradición de inculcarle a los hijos la admiración por los luchadores se ha extinguido. Los retos a los que este deporte se tiene que enfrentar para atraer audiencia son cada vez mayores. La identidad secreta de Wagner Jr., ahora sabemos que se llama Juan Manuel González Barrón, simbolizaba lo legendario. Al mostrar su rostro, Wagner Jr. ha perdido la oportunidad de sumar su nombre al panteón de los inmortales de la lucha libre. Un camino muy largo de recorrer, de acuerdo, pero que El Galeno del Mal ya llevaba aventajado. Por eso el enojo de sus seguidores y las acusaciones de que la pelea estaba arreglada. En el combate en el que Villano V le arrebató la máscara frente a Blue Panther había algo de lo que carece la caída de Wagner Jr.: historia. Y sin embargo, la decisión de despojar de su capucha al Maestro Lagunero fue un error. Blue Panther, como ahora Wagner Jr., perdió lo enigmático. Y ahora parece uno más. Para luchar sin cubrirse el rostro hace falta

PARA LUCHAR SIN CUBRIRSE EL ROSTRO HACE FALTA UNA PERSONALIDAD TAN PODEROSA COMO UNA MÁSCARA MISMA.

El sino del escorpión

una personalidad tan poderosa como una máscara misma. Y aunque el nombre de Panther estaba consagrado, ha dejado de seducirnos como en el pasado. Todo indica que a Wagner Jr. le ocurrirá lo mismo. A menos que se reinvente como rudo. Tiempo después Panther sería vengado por El Último Guerrero, su alumno. No es difícil suponer que este movimiento era con el fin de posicionar a la sangre joven. Como se presume ocurrió en el duelo Wagner Jr. vs Psycho Clown no había pagado ningún derecho de piso. Por eso el señalamiento de que El Galeno del Mal se había vendido. Pero aquí el dinero sale sobrando. Es obvio que Wagner Jr. recibió una suma importante por su tapa. No importa cuánto porque salió perdiendo. Dejó ir la oportunidad de subir al pedestal de los inmortales en el que se encuentra, entre otros, su padre. Fuera de las estirpes Santo y Demon hay poco espacio para otros relatos dentro de la lucha libre. Wagner Jr. había escrito directamente el suyo sobre la lona. Y ahora ha sido borrado. Un movimiento mal calculado. El debut de El hijo del Dr. Wagner había conseguido algo que pocas castas de luchadores han conseguido: la continuidad. Juan Manuel González Barrón la ha interrumpido. Los grandes nombres que hicieron brillar a la lucha libre se apagan y son poco a poco sucedidos por los Psycho Clown, los Alebrije y otros tantos que parecen contradecir el espíritu mismo de la lucha libre con los motes y los trajes que emplean. La lucha libre no está exenta de la modernización. Y es en pos de ella misma que

el deporte ha cometido sus peores atrocidades. Es imposible resistírsele. Pero para todos los eternos enamorados de la lucha cada vez es más imposible identificarse con las nuevas “figuras”. Wagner Jr. es lagunero. La región ha producido durante décadas a grandes exponentes del pancracio. Ángel Blanco, Gran Markus, Fishman, Stuka, Ángel Azteca, Blue Panther, Mano Negra, Halcón Suriano, Espanto I y II, Espanto Jr., y un largo etcétera. En un tiempo donde la popularidad de la lucha libre se había desplomado, La Laguna levantó la mano por el deporte. Wagner Jr. le inyectó vida con la modernización de su personaje. Sí, al eterno blanco de la máscara paterna le tuneó combinaciones de colores. Además de las campañas que realizó para atraer de nuevo al público. Y no hablemos de su trabajo de promotor. Y lo que innovó en materia de merchandising. Por todo lo anterior la derrota de Wagner Jr. duele. Nos cimbró como hace mucho no lo hacía una figura de los encordados. A Wagner Jr. lo vi sin máscara un par de ocasiones. Ahí va, me decía. Y siempre sabía que fuera a donde fuera, a comprar pan francés, a bolearse los zapatos o a tomarse un agua Celis, daba lo mismo porque se dirigía hacia el mito. Era cuestión de tiempo para que ocupara uno de los lugares más altos dentro de los anales de la lucha libre. Pero el sábado pasado rompió con esa posibilidad para siempre. Si un día por casualidad me lo vuelvo a topar por la calle no pensaré: ahí va un mito, Wagner Jr., me diré: ahí va Juan Manuel González Barrón. C

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

Lectura móvil en la alta noche EL ALACRÁN por fin abandonó su hendidura en lo alto del muro para tomar un corto descanso veraniego, y mientras viaja a 28 mil pies de altura en un vuelo internacional lee en su iPad la reciente Encuesta Nacional Sobre Consumo de Medios Digitales y Lectura entre Jóvenes Mexicanos, realizada por Banamex junto con IBBY México. Al escribir estas líneas de su sino semanal con la puesta del sol en la ventanilla de la aeronave, el arácnido no puede evitar sentirse uno de esos exitosos escritores mexicanos a quienes la Secretaría de Cultura envía cada año a Frankfurt, Madrid, París o Lima en representación de la literatura mexicana. Así, entre las nubes, el venenoso confirma datos sorprendentes en los cuales ha insistido de manera reiterada, entre ellos y sobre todo, en una transformación de la lectura entre los jóvenes impulsada por los desarrollos tecnológicos. La encuesta aplicada a jóvenes entre

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12 y 29 años deja ver que estos muchachos leen más de lo que suele pensarse y lo hacen sobre todo en sus smartphones. Este tipo de consumo de materiales de lectura es una práctica cotidiana en este sector de la población, pues le ofrece mayor posibilidad de elección de contenidos con base en sus intereses, aunque —precisa la encuesta—, probablemente sus temas sean más efímeros y breves. En suma, insiste el arácnido, los teléfonos inteligentes o smartphones están modificando los hábitos de uso de información y lectura de los jóvenes, habituados a textos más visuales y diversificados, interactivos y con más imágenes y menos palabras. El venenoso no juzga el fenómeno, lo expone a sabiendas del temor, el desprecio y el descontrol provocado por estas transformaciones en nuestros intelectuales —jóvenes o viejos— a quienes estos hechos les parecen una forma de

incultura y el augurio de nuestra progresiva deshumanización. A todos aquellos estancados en la idea conservadora de un tiempo pasado mejor y más humano, en contraste con un presente casi apocalíptico, el rastrero les ofrece otro dato interesante: esta encuesta deja ver la inutilidad de la métrica tradicional utilizada para calcular los índices de lectura en nuestro país, pues ya no podrán determinarse, como antes, a partir de la lectura de libros. Hace tiempo tiempo que perdió vigencia y veracidad el cuento de un promedio anual de lectura de dos libros y medio en México. ¿Cómo medir ahora estos índices, cuando la lectura móvil se impone cada día más entre amplios sectores de la población, sobre todo entre estudiantes? Pero no desesperen, las malditas redes no se impondrán del todo, pues 66 por ciento de los encuestados todavía lee impresos, mientras que el resto lo hace en medios electrónicos. Cambio y fuera. C

LOS TELÉFONOS INTELIGENTES O SMARTPHONES ESTÁN MODIFICANDO LOS HÁBITOS DE USO DE INFORMACIÓN Y LECTURA DE LOS JÓVENES.

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EL REY, EL MÚSICO, EL MÉDICO REDES NEURALES

Por

JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ

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a historia de la medicina nos obsequia capítulos inesperados: por ejemplo, el amor platónico del “rey cisne” por un músico en desgracia, que conduce a la transformación artística de un reino, hasta que la intervención política de un médico conduce al rey cisne hacia un lago, donde hoy se eleva una capilla para recordarnos la siguiente historia: Maximiliano II, Rey de Baviera, había sido un monarca comprometido con las artes y la cultura, aunque en sus años finales mantuvo una alianza con Austria (en contra de Prusia) que colocó a Baviera en riesgo de entrar en guerra. En 1864, a los 53 años de edad, Maximiliano murió y dejó en el trono a su hijo de 18 años: Luis II, conocido en Inglaterra como “el rey cisne”, y en Alemania como “el rey de cuentos de hadas”, ya que el suyo fue un mandato de extravagancias que explican, parcialmente, su lugar en la historia de la psiquiatría. El corazón de Luis II estaba en el mundo de las artes. Su imaginación había sido alimentada por los grandiosos sentimientos operísticos de Richard Wagner, y uno de sus primeros actos de gobierno fue localizar al músico, quien huía y se ocultaba de sus acreedores, y vivía en pésimas condiciones económicas, a pesar de su fama. Todo cambió cuando Luis II llegó al poder. El 4 de Mayo de 1864, a dos meses de tomar el poder, el rey dedicó al músico una audiencia extremadamente larga para los estándares habituales: pasó casi dos horas hablando sobre la oportunidad de darle a Baviera la grandeza propia de una ópera. Un año después de la audiencia inicial, con el patrocinio del rey, Wagner presentó en Múnich, con gran éxito, su obra Tristán e Isolda, pero la conducta del músico, juzgada como escandalosa por las élites conservadoras de Baviera, obligaron al rey Luis II a pedirle a Wagner que dejara la ciudad; se dice que el rey consideró seriamente dejar su cargo para seguir a su ídolo, pero Wagner lo convenció de seguir en el trono. Luis II se concentró en la construcción de castillos y palacios con un lujo extraordinario, en los cuales cuidaba los detalles de arquitectura, mueblería y decoración. Admiraba la grandeza de Francia y lamentaba la pobreza arquitectónica de Baviera. Aunque el rey pagó con sus propios fondos el desarrollo de los proyectos, el gasto desorbitado puso en su contra a importantes ministros. Con el apoyo del Príncipe Leopoldo (tío de Luis II) los ministros se rebelaron, y elaboraron un plan para destituirlo por “causas psiquiátricas”, entre las cuales se citaban su aversión por las cuestiones administrativas, su carácter tímido, la exuberancia de sus gastos y sus proyectos, sus viajes dedicados a conocer

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Rogelio de Egusquiza: Tristán e Isolda. La muerte. Óleo sobre tela. 1910.

BERNHARD VON GUDDEN ESCRIBIÓ UN REPORTE CLÍNICO Y LEGAL EN EL CUAL DECLARABA QUE EL REY SUFRÍA DE “PARANOIA”, Y QUE ESTA CONDICIÓN LO INCAPACITABA DE MANERA PERMANENTE PARA GOBERNAR.”

detalles arquitectónicos de otros países, o incluso cuestiones tan ridículas como su tendencia a cenar al aire libre con riesgo de padecer un resfriado. Hasta qué punto influyeron en la conspiración la atormentada orientación homosexual de Luis II (bien documentada en sus diarios) y su negativa a casarse, es difícil asegurarlo. Pero no es improbable, si consideramos la cultura represiva de la época, que daría lugar unas décadas después al psicoanálisis de Sigmund Freud. En tales circunstancias aparece en escena la figura de Bernhard von Gudden, jefe del asilo de Múnich, y uno de los artífices de la revolución científica de la neuropsiquiatría en el siglo XIX, basada en el estudio anatómico de piezas obtenidas mediante autopsia en el cadáver de los pacientes psiquiátricos. Esta revolución llevó al descubrimiento de muchas condiciones neurológicas, como las enfermedades de Parkinson y Alzheimer, o la enfermedad vascular cerebral. Bajo presiones políticas, Bernhard von Gudden escribió un reporte clínico y legal en el cual declaraba que el rey sufría de “Paranoia”, y que esta condición lo incapacitaba de manera permanente para gobernar. El 10 de junio de 1886, el médico y una comitiva de gobierno llegaron al castillo del rey, para garantizar su encierro y deposición. Se narra que un barón, leal al rey, enfrentó a la comisión con un paraguas, un detalle que también podría formar parte de la historia de la psiquiatría. Al final del día, Luis II había sido declarado incapaz de gobernar y de salir del castillo, mientras el tío del rey, el Príncipe Leopoldo, era proclamado Príncipe Regente. Con sensatez, Luis II preguntó al doctor von Gudden cómo podía declararlo incompetente mental si nunca lo había examinado. El doctor afirmó que los hechos hablaban por sí mismos. Hoy en día, es claro que las prácticas psiquiátricas en

particular, y médicas en general, pueden usarse con fines políticos ajenos a la auténtica búsqueda de la salud, y el caso de Luis II lo demuestra. Hoy asistimos a un intenso debate acerca de los límites éticos de la psiquiatría, en el terreno político. En Estados Unidos, un grupo de psiquiatras se ha organizado para cuestionar la salud mental de su presidente. Estos médicos plantean la necesidad de expresar su punto de vista profesional, a pesar de una regla contenida en los principios éticos de la Asociación Psiquiátrica Americana: la regla Goldwater, llamada así informalmente debido al caso del senador Barry Goldwater, quien compitió en 1964 por la presidencia de Estados Unidos, en contra de Lyndon B. Johnson. Uno de los factores que precipitaron la caída de Goldwater fue un artículo periodístico según el cual 1,189 psiquiatras opinaban que era mentalmente incompetente para ocupar el cargo. La regla en cuestión recuerda a los profesionales la enorme responsabilidad que significa el establecimiento de un diagnóstico psiquiátrico y sus posibles consecuencias sociales. El consenso alcanzado hasta el momento dicta que un especialista debe generar un dictamen solamente de aquellas personas a las cuales ha examinado en persona, y de acuerdo con las mejores prácticas clínicas. Pero la historia del rey, el músico y el médico no termina con el encierro de Luis II. Bernhard von Gudden permaneció en el castillo, con el rey. El 13 de junio de 1886, a las seis de la tarde, tras expresar una visión optimista sobre la posible curación de “su paciente”, el médico y Luis II salieron a caminar, sin escolta ni acompañantes, hacia el lago Starnberg. Nunca regresaron. A las once de la noche ambos fueron encontrados muertos. El reloj del rey se había detenido a las 6:54. Se desconocen los hechos que los llevaron a la muerte. ¿Luis II trataba de escapar y el médico quiso impedirlo? ¿Tuvieron una pelea en el lago que los llevó a la muerte? ¿Ambos fueron asesinados por los conspiradores? Lo cierto es que el tío de Luis II, Leopoldo de Baviera, gobernó como regente hasta su muerte. Entonces su hijo heredó el cargo y eventualmente se autoproclamó rey de Baviera, ni más ni menos que con el nombre de Luis III. La ironía no se detiene allí. Hoy en día, las obras de Luis II, irresponsables y excéntricas, significan una gigantesca fuente de ingresos en Baviera gracias al turismo cultural europeo. Pero tal vez Luis II habría sentido más gozo de haber sabido que otro músico extraordinario, Anton Bruckner, le dedicaría años después su séptima sinfonía.

01/09/17 5:27 p.m.


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