Narco y conecte en Tepito

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TRES ENCUENTROS CON RUBEM FONSECA

ESGRIMA

FRANCISCO HINOJOSA

MANUEL MIGUEL

El Cultural N Ú M . 6 5

S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

NARCO Y CONECTE EN TEPITO UN REGRESO A LILLIAN HELLMAN

ALEJANDRO TOLEDO

CARTOGRAFÍA NARRATIVA DE UN PAÍS EN PEDAZOS • 2 MICROECONOMÍA DE L A ATR ACCIÓN

CRISTINA RASCÓN

Joseph Thompson > Labyrinth

CRÓNICA DE CARLOS VELÁZQUEZ


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Una incursión en el submundo, en el peligro inmanente que parece —casi siempre— bajo control, los códigos que articulan los bajos fondos citadinos donde opera el mercado de las drogas, su punto de distribución hacia el resto de la metrópolis: el Barrio Bravo de Tepito. Desde escenarios distintos, el autor ya había compartido la experiencia implacable de la adicción, en el número 58 de El Cultural. Esta vez complementa el relato, desde el epicentro del narco en la Ciudad de México.

NA RCO Y CON ECT E EN TEPITO CARLOS VELÁZQUEZ

U

na procesión silenciosa. Desde el andén de la estación Lagunilla se observa el desfile de mendicantes. Una suma de desposeídos, negociantes, toxicómanos, bien vestidos, necesitados. No se dirigen a profesar devoción a ningún santo. El destino común es una vecindad. Una de tantas. Una como muchas de la zona. Operada por el cártel La Unión. Para mucha gente Tepito podrá representar un infierno. Pero para el adicto es un paraíso. Internarse en el barrio para comprar droga no es pan comido. Se debe ser un iniciado. O acompañar a alguien que domine el terreno. Ayuda un cuerpo tatuado, un look de damnificado, las ojeras del yonqui. A diferencia de las peleas clandestinas de perros, en las que no te permiten el acceso si no cargas con mínimo 15 mil varos para apostar, nadie te cuestiona por la cantidad de droga que vas a adquirir. Todo ocurre a la luz del día. El horario aproximado es de 11 de la mañana a las 6 de la tarde. El hampa se sintoniza con el horario de salida godín. Por

la noche la vendimia se traslada a unas calles de ahí. En Tepito siempre es viernes. Garibaldi descansa, Tepito no. En el mercado negro no existe la ley seca. Entre los pasillos improvisados, hasta el full de piratería, sex toys y fauna tepiteña, se desarrolla el comercio de droga a nivel de menudeo más importante de la Ciudad de México. Conforme te aproximas a la esquina indicada saltan los coyotes. “Coca mota, coca mota, coca mota”. No forman parte de la organización. Están ahí para mamar de lo que escurre la droga. Ofrecen el servicio a cambio de nada. En apariencia. Pero no te hacen ningún favor. Si le solicitas a cualquiera de ellos 300 de coca, seguro te entregará 250. O 200. Se podría calificar de población flotante. Pero son adictos que de 50 en 50 reúnen para costearse su propia droga. Son útiles si no puedes ingresar a la vecindad. O no quieres hacerlo. Existe gente que tiene miedo a comprar. Pero la droga es un incentivo poderoso. Y ningún yonqui auténtico va a permitir que le esquilmen ni un suspiro de droga.

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EN LAS ENTRAÑAS DE LA CIUDAD En la puerta de la vecindad, sentados, dos o tres batos te auscultan con la mirada para calificar si deberías estar o no ahí. Por lo que es importante no desentonar. Si no eres drogo te sacan a flote en caliente. Pero si pasas la valoración te franquean la entrada. No siempre están, el protocolo no se cumple. Sólo tienes que pasar la revisión del guardia del radio. El barrio se agita, la demanda apura. Apenas se atraviesa esta frontera se ubica el expendio de droga. Una puerta a la izquierda conduce a una diminuta intersección de cuartos. Un sitio que la mayoría de la población desconoce, pero donde la ciudad late con fuerza. Si logras arribar hasta aquí significa que has penetrado sus entrañas. A la derecha se encuentra un cuartito que funge como picadero. Dentro la banda se poncha un toque, arma una línea o se tecatea. Parece la reproducción de un cuarto oscuro. Pero aquí no se departe con sexo. Involuntariamente se establece una convivencia. Que dura el tiempo que permanezcas en el sitio. Que en ocasiones no se prolonga demasiado. La población flotante impide que acampes por horas dentro. Levantarías sospechas. Sólo unos cuantos se pueden permitir el lujo de matar el tiempo sin preocupaciones. Pero cuentan con el consentimiento de los despachadores de droga. Un pasillo cortito, en donde antes descansaba una Santa Muerte, ya no está, pero a nadie parece preocuparle, ni preguntan por ella, conduce a una estancia donde está montado el negocio.

“EXISTEN REGLAS. Y UNA QUE NO ESTÁ ESCRITA, NI HAY NECESIDAD DE QUE TE LEAN LA CARTILLA, ES CERO CELULARES. NADIE DE LOS PRESENTES SACA SU TELÉFONO. NI PARA CHECAR LA HORA.”

Foto > CUARTOSCURO

El perímetro está sembrado de halcones. Morros con radio en mano. Como toda empresa dedicada al tráfico, La Unión está mejor organizada que la policía. Controlan todo lo que sucede alrededor. Cuando consigues llegar a la puerta de la vecindad saben que te dirigirías hasta allí. Es insólito, en este país en que los cárteles han perdido por completo el respeto por su clientela, pero sucede: en Tepito permea un código de protección al consumidor. Si bien no existe el tipo de relación que entablas con un díler de servicio a domicilio, se fomenta cierta cercanía. Antes de aproximarte a la puerta de la vecindad un centinela, radio en mano, te da los buenos días o las buenas tardes, según sea el caso. Que sea tan educado resulta desconcertante. Pero este cártel está consciente, a diferencia de los gobernantes, de que debe servir al pueblo.

Lo primero con lo que uno se topa es un montículo de mochilas. Conforme arriban, los compradores que traen una la abandonan sobre el montón. En esta ciudad donde todo mundo se cuida de los robos, te puedes desentender de tus pertenencias sin preocuparte. Aquí están seguras. Como lo está el cliente. Un trío de sillones sirven de antesala para la transacción. Y comenzar a drogarte si deseas hacerlo de inmediato. Las paredes están decoradas con ampliaciones de billetes. Uno de quinientos. Otro de doscientos. No podía faltar el póster de Tony Montana. El patrono ideológico de los que se dedican al narcotráfico. En una de las paredes reza la leyenda alusiva a Dios. En otra un busto de Malverde vela por la tranquilidad y el orden. Varios billetes falsos están pegados con cinta a un librero destartalado. Como recordatorio para los vendedores. Para que se pongan abusados. Pero también un aviso para los consumidores. No se atrevan a pasarse de listos. Y yo que vi el capítulo de The Wire en el que a Johnny Weeks le ponen una madriza por pagar con un dólar fotocopiado, ni lo intentaría. Dos filas se forman en el lugar. A la derecha la destinada a vender coca, tachas, ácidos y heroína. A la izquierda la encargada exclusivamente de la mota. El lugar está hasta la madre. La banda entra y sale. Pero los sillones están casi por completo ocupados. No existe, entre tanta gente, una sola persona que pertenezca a la clase media. Y aunque en ocasiones dos o tres nenitas fresas, en uniforme de la escuela, el Colegio Alemán, el Madrid, vienen a surtirse, la población la conforma puro marginal. Aunque uno traiga unos tenis caros u otro cargue más dinero del que yo gano en un año, todos somos puros forever delayed. Una nube de mota le imprime al lugar un aura de fumadero de opio. Pero nadie está tirado. Tampoco se advierten caras largas. El infierno de la droga, tan presente en la calle, o en la literatura, aquí está ausente. La banda platica, se pasa el churro. Se evade. Pero en armonía. Este lugar se respeta.

Mientras mi cuate el Negro se forma en la fila del perico, me aplasto en un sillón. A mi lado una morrita, de aproximadamente 22 años, está moneando. Puedo apostar que lleva todo el día sin moverse ni para ir al baño. Es una de las afortunadas que pueden permanecer sin que las echen. Están a la espera de lo que caiga. De lo que les regalen. Aunque aquí nadie regala casi nada. Sólo los vendedores. Quienes a cambio de drogas se las cogen. O las traen de mandaderas. Existen reglas. Y una que no está escrita, ni hay necesidad de que te lean la cartilla, es cero celulares. Nadie de los presentes saca su teléfono. Ni para checar la hora. Aquí el tiempo no existe. Y si te importa entonces no perteneces a este lugar. En todas mis visitas jamás he visto a alguien usar un celular a menos que sea vendedor.

CONSIDERACIONES A LA CLIENTELA La fila para comprar tiene una política. Sólo existen dos tipos de consumidor que no tienen que formarse. El que compra en grandes cantidades. Quien por lo regular es un revendedor. Se lleva la droga de aquí y la distribuye en otro sector. Y los homeless. Indigentes de todas edades compran de todo. Y ostentan un lugar privilegiado. Así compren treinta pesos de coca están por encima del adicto promedio. Es una más de las consideraciones que brinda La Unión a su clientela. Ese código ya perdido que aquí pervive. Tepito no discrimina. Si tienes cuarenta pesos está dispuesto a quedarse con ellos. Y a darte un buen trato a cambio. La gente puede salir de aquí con un ladrillo de mota o con un gramo. Pero es la vendimia hormiga la que rinde frutos. Entre más pequeñas las cantidades mayores ganancias. Entre todas las ventajas de comprar aquí una es la calidad. Qué


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DE NOCHE

buena droga se vende en Tepito. Nosotros vamos a comprar un gramo de coca. Es decir 300 pesos. Delante del Negro un fulano saca 10 mil varos. Los va a invertir todos en blanca. Y cuenta la feria mientras espera su turno. Si lo deseara no tendría que aguardar. Pero está educado en el evangelio. Quiere respetar a los que llegaron antes que él. La coca la despacha un chaparrito. Tiene una cara de matón que te cagas. Esa es una de las razones por las cuales existe raza que tiene miedo de penetrar en este espacio. Trae una 45 encajada en la cintura. Usa guantes de cirujano. Y pesa la droga en una báscula electrónica. Está trabadillo. Y se ve que tira unos putadazos. Yo no me rifaría un tiro con él. Ni tampoco lo miraría a los ojos. La coca está en una bolsa sobre una mesita. A un lado tiene una mochila negra. Donde va metiendo todo el dinero de la venta. Desde hace tiempo la presentación de grapa perdió popularidad con el arribo de la bolsa Ziploc. Sólo venden en papel dos tipos de dílers. Aquel que vende droga de muy alta calidad, y cuyo gusto obedece a cierta nostalgia de tiempos pasados, y en esta sucursal de Tepito. Pero sobre la mesa hay una cajita con bolsas ziploc para que te sirvas tú mismo. Puedes tomar una o dos. En esta misma fila se vende la piedra, las tachas. Pero lo que más se mueve es la coca. Un viejito en bastón se acerca hasta el comienzo de la fila y de volada lo atienden. Todo transcurre en chinga. Parece una sucursal de cadena de comida rápida. Pero esto no es junk food. Es droga de excelente calidad. Tal es el nivel de la droga en Tepito que los revendedores compran aquí y después la cortan por su cuenta. Para obtener mayores ganancias. Algo completamente desleal. Pero así funciona en general el mundo de la droga. Y aquí en Tepito se

tiene cierta consideración por el adicto. La coca supera en calidad a muchas otras cocas que se venden en la ciudad. Sólo la droga que se vende en la Roma y en la Condesa, mucha de ella también abastecida por Tepito, y la de 1500 el gramo, la supera. Pero rebasa la que se expende en Garibaldi, en el Centro Histórico y en general en casi todos los barrios. El éxito de Tepito no se basa sólo en su capacidad organizativa, también en el material que distribuyen. Nadie se queja de los estándares de Tepito. Aunque cuenta una leyenda urbana que el tecladista de Jack White, Isaiah Owens, que murió de sobredosis en Puebla, se surtió en Tepito cuando la banda tocó en la ciudad. Pero sólo es un rumor. Nadie lo ha corroborado.

EL BARRIO DE LA TRANSACCIÓN ETERNA Por fin despachan al Negro y nos armamos un par de líneas en un espejo que está ahí para servicio de la banda. Apenas sacamos la droga la morrita de la mona voltea a vernos con cara suplicante. “Qué, quieres un pase”, le pregunta el Negro. No responde. No puede. Anda muy loca. Pero levanta el pulgar. Preparo un par de rayas violentas y una decente. Primero nos damos el Negro y yo y luego le pasamos el espejo a la morra. Que podrá estar incapacitada para el habla pero aspira como profesional. Vuelve a levantar el pulgar en señal de chingón y regresa al mutismo básico de la mona. A montar guardia. Para ver qué más le invitan. Entonces la venta se interrumpe. El chaparrito contesta un teléfono. Dialoga en clave. No ha terminado la llamada cuando suena el otro celular. Responde: “Sí jefe”, varias ocasiones. No lo sabemos, pero algo ocurre. Se está moviendo droga. O algo pesado. Este es el día a día en Tepito. El barrio de la transacción eterna.

Cuando el díler no te contesta, ese infeliz al que le entregas tu tiempo, tu dinero y tu confianza, te queda Tepito. Pisar el barrio a las dos de la mañana no es recomendable. Pero a esa hora tampoco es buena idea dar un rol por la Guerrero, la Lagunilla, la Obrera, o atravesar Peralvillo. No hay muchas opciones si deseas conseguir buena coca. O te lanzas a Tepito o te conformas con las grapas caciqueadas de a cien varos que venden en una ventanita de la Doctores o la coca mala de Garibaldi. Para que sea todo más romántico, el Negro y yo nos la rifamos a pie. Salimos bien pedos de una cantina del Centro Histórico. El ansia por droga no perdona. Si la gente le saca a turistear por el barrio durante el día, jamás se atrevería a visitarlo de noche. Incluso pocos de los adictos que frecuentan la vecindad se aventarían. Pero la promesa de cocaína es el mejor de los incentivos posibles. Una larga caminata nos deposita a unas calles de la vecindad. De noche las cosas son distintas. Existen dos opciones.

Una es fletarte la misión tú mismo. O ahora sí contratar los servicios de un coyote. Nunca falta la morra o el bato a las cuales pedirles un paro. Y depende de qué tan temerario seas, o el grado de intoxicación que te cargues, eliges. Si decides nectar tú mismo te expones a que te asalten o a que te trampe la tira. Bueno, de noche siempre te expones a que te apañe la poli, pero tus probabilidades de salir con éxito del barrio se reducen. Nos decidimos por la opción más segura. Le entregamos el dinero a una morra para que haga la transacción por nosotros. Y comienza entonces uno de los peores calvarios que tiene que soportar un adicto. Existe una alta probabilidad de que el coyote se largue con tu varo. Y es un golpe muy duro. Experimentas unos nervios más culeros que la espera a la que te somete el díler. Porque si un díler te deja plantado tienes tu dinero. Pero tampoco es una cuestión de varo. Si al principio de la fiesta el coyote se te va con la feria no duele tanto. Orita la lana te

“EL ÉXITO DE TEPITO NO SE BASA SÓLO EN SU CAPACIDAD ORGANIZATIVA, TAMBIÉN EN EL MATERIAL QUE DISTRIBUYEN. NADIE SE QUEJADE LOS ESTÁNDARES DE TEPITO.” Toca el turno de que el Negro se forme en la fila de la mota. Se opera parecido a como se despacha en la mesa de la soda. Varias vitroleras de mota, de las de las aguas frescas, descansan sobre la mesa. Es lo más parecido a un mercado de hachís con que contamos en el país. Y atrás, encima de un intento de repisa, hay unos frascos más pequeños con las motas más caras. Para el mariguano especializado. El que despacha no trae pistola en la cintura. No resulta tan amenazante, pero el protocolo es el mismo. Y se respeta. Pides tantos gramos de mota y te la sirven en una bolsa de plástico. La fila de la yerba es más ágil que la otra. Lo cual podría parecer una contradicción. Es sabido que el grifo es un ser lento por definición. Pero aquí la mecánica ha simplificado la transacción. Es como despachar verduras. No se invierte mucho tiempo en pesar un kilo de cebolla. La banda no deja de prenderse el toque. Los sillones apenas se desocupan. Y aunque no se respira un ambiente festivo se escuchan de repente una o dos carcajadas. Pero no del vendedor de coca. Que mantiene una seriedad profesional. La atmósfera no puede relajarse. Su trabajo consiste en atender a la clientela, pero también en imprimirle un


vale madre. Necesitas la coca. Para ganar lucidez y salir del barrio intacto. Aguantamos a la morra en un puesto. El coyote conoce el barrio mejor que tú. Y quizá la droga salga de una vecindad. Pero con todo el riesgo, que desaparezca con tu dinero, es la mejor decisión que puedes tomar. De noche necesitas no ser un iniciado, un nativo, para moverte por el terreno. Como sucede en estos casos, atravesamos por todos los estados posibles. Primero la angustia soterrada de que no volverá, luego el temor de que te encandile a la tira, hasta la desazón y tristeza que acompaña a la sensación de que ya te chingaron. Pero a pesar de toda la hostilidad que Tepito proyecte, por la noche también la banda practica ese código de honradez insospechada que caracteriza al barrio. Tras esperar diez minutos, que saben a tres horas, la morra aparece y nos entrega un papel. Y deviene la parte más complicada. Salir sin broncas. Estamos pedísimos. Y no caminamos,

nos tambaleamos. Y con la merca en el bolsillo pasamos por enfrente de una patrulla. Saben que acabamos de cargar. Pero el secreto consiste en no arrugarse. Continuamos sin mirarlos. Las luces de la torreta nos encandilan. Estamos seguros que nos van a detener. Y a estas alturas eso no importa. Lo que nos preocupa y nos tiene con el culo en la mano es que nos vayan a quitar la coca. Tanto que nos ha costado conseguirla. Pero los polis nos la perdonan. O somos valientes o somos unos pendejos. Pero abandonamos el barrio con dos gramos de droga. Me sudan las manos, no por la culeada que nos acabamos de meter, por la ansiedad de meterme un pase. Lo que hacemos en la calle de Bolívar. Ya lejos de la zona caliente. No quiero decir que por Garibaldi no pase la tira. Pero es menos placoso. Y así, arreglado, me dirijo hasta la cantina. Tomo el primer trago de cerveza contento, porque la parranda de cocaína continúa gracias a Tepito. —Carlos Velázquez

carácter de peligrosidad al asunto. Para la cantidad de droga que se maneja una 45 a la vista es poco. Pero es el anuncio de que disponen de armas a su antojo. Pareciera que no, pero estarían dispuestos a usarlas si surge la necesidad. La violencia en Tepito existe, pero a diferencia de lo que ocurre en el resto del país, está controlada. Y se ejerce específicamente. Entre los puestos del tianguis han aparecido muertos y dos que tres cabezas. No es un territorio exento de asesinados, por mucho orden que se haya impuesto. La sangre pulsa a lo largo del día. Lo cual no significa que no estés seguro en Tepito. Es uno de los sitios más seguros de la ciudad. Pero también cumple con su cuota de extremismo. En mis visitas jamás he observado una alteración del orden impuesto. Todos comprenden su papel a la perfección. Y el consumidor valora el trato. Consume dentro de la vecindad, pero no escandaliza ni traspasa ningún límite. Existe más desorden en una cantina que aquí dentro. Un borracho es más imprudente que un drogadicto en Tepito. Afuera se

“TODO LO QUE TIENE DE NOBLE ESE MUNDO TAMBIÉN LO TIENE DE INHÓSPITO. NUNCA ME HE TOPADO DENTRO A NINGÚN CONOCIDO. LA BANDA ANDA LOCA Y TE PUEDE DAR UNA DESCONOCIDA. O NUNCA FALTA QUE TE CONFUNDAN.”

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podrán presentar los desmanes habituales, pero adentro todo mundo se comporta. Nadie quiere arriesgarse a que le pongan una calentada o que le prohíban la entrada. Lo cual resultaría una verdadera tragedia. Se verían orillados a depender de los coyotes. Me apena ver las cantidades de droga que la gente compra, en comparación con el gramo de coca que nos agenciamos. Pero la coca de Tepito pone bien cabrón. Y trescientos pesos sí entretienen. Una vez completada tu despensa, tu tiempo dentro de la vecindad se agota. Si te quedas terminas por estorbar. A menos que te metas el papel entero, y compres más. Pero todo lo que tiene de noble ese mundo también lo tiene de inhóspito. Nunca me he topado dentro a ningún conocido. La banda anda loca y te puede dar una desconocida. O nunca falta que te confundan. Lo más recomendable es retirarte. Para mantener una sana relación con el lugar.

LABERINTO Y SALIDA Entrar implica un esfuerzo, pero salir también es un riesgo. La policía lo sabe todo. Y no importa que lleves sólo 300 pesos en polvo, te van a basculear. El cártel te protege. Pero sus alcances llegan hasta cierto límite. Por lo que escapar también entraña cierto arte. Porque nosotros portábamos una madre de droga. Pero hay quien sale con coca y mota para toda la semana. Y están los revendedores. Que salen con miles de pesos. Pero esos por lo regular se surten a las once de la mañana. Cuando existe menos peligro de ser trampados. Y casi siempre se mueven en moto. Jamás en coche o a pie. Y cuentan con el apoyo del cártel. Que les echa aguas pa que salgan en chinga. Pero casi no atrapan a nadie. Sólo a uno

que otro amateur. Todo drogadicto que se respete siempre sale ileso. No vas a salir por el mismo lugar que te internaste. Es una de las pendejadas más grandes que puedes cometer cuando afanas droga. Y los novatos siempre caen. Para abandonar Tepito primero dimos una vuelta por el tianguis. Nunca está de más. Recorrer cierta parte del laberinto. Hasta que te pierdes de vista. Sólo entonces salimos a la avenida. Pero no volvimos por el metro. La estación Lagunilla es una trampa. No sólo está la tira. Hay mucho malora cazando. Y saben que vienes del punto. Tampoco proseguir a pie es recomendable. Lo que hicimos fue tomar un camión. Que se tardó un chingo en sacarnos. El tráfico y la banda que se atraviesa con chamuquitos cargados de mercancía hacen la vía intransitable. Formamos parte de ese éxodo, los mismos peregrinantes que aparecimos para abastecernos ahora emprendemos la retirada. Cada uno por distintos medios. Después de haber contribuido a uno de los pilares que sostiene la economía de este país: el narcotráfico. Que tiene uno de sus principales bastiones en Tepito. Una tierra bendecida para algunos, maldita para otros. Orgullo de boxeadores, con movimientos culturales. Pero sede de la droga. Esta vecindad no es la única en su tipo. Hay varias. Y todo tipo de puntos de venta. Siempre hay droga en Tepito. A cualquier hora. Todos los días de la semana. Si no sabes dónde conseguirla, alguien te guiará. El comercio no se detiene. Conforme te alejas del barrio la adrenalina comienza a bajar. Pero no puedes cantar victoria. Porque sabes que volverás. Tepito es un oasis dentro de la ciudad. La gente que ves en la vecindad no la verás en otra parte, sólo ahí. Conectar en Tepito es un pasón de realidad. C


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CARTOGRAFÍA NARRATIVA DE UN PAÍS EN PEDAZOS 2 El debate de las literaturas nacionales más que un análisis de fondo sobre lenguaje y sentido se ha transformado en una discusión ontológica sobre la nacionalidad. Lo que hemos cuestionado en última instancia no son las literaturas sino las nacionalidades. Esto ha resultado en el despropósito de otorgarle una nacionalidad a todas y cada una de las tendencias narrativas, por un lado; y por el otro en el hecho de dejar al margen el análisis de una propuesta literaria. En ese sentido es importante entender que las letras no obedecen ni a fronteras geopolíticas ni a los lindes de la lengua o del idioma, sino que la literatura de diferentes latitudes da cuenta del entorno donde se construye la idiosincrasia de su autor. Por lo tanto sería

más acertado hablar de territorios literarios antes que de literaturas nacionales. Es decir, centrarnos en aquel espacio de ficción donde convergen idiosincrasia, cosmovisión, épocas, recuerdos y signos de identidad de diferentes autores que dan como resultado ciertas constantes estilísticas, lingüísticas y referenciales. Y desde estos territorios es que proponemos esta Cartografía narrativa de un país en pedazos. En cada entrega publicaremos un cuento de un autor(a) mexicano(a) en activo, con la idea de trazar una ruta por nuestras latitudes literarias, para obtener una muestra de esta tierra abrupta, insospechada quizá, insondable pero no invisible. —Edson Lechuga

MICROECONOMÍA DE L A AT R ACCIÓN CRISTINA RASCÓN (Culiacán, Sinaloa, 1976)

Y

o digo que no. Pero Julieta avanza. A mí me ignora cuando le conviene, cuando le digo no te enamores, ahí es cuando más me ignora. Yo la veo embrutecerse por algún hombre sin ingresos, sin estabilidad mental (sobre todo eso), generalmente músico o poeta, en un rango de 10 años menos o 15 años más, así son sus gustos y preferencias. En cambio yo digo, no, no, mira ese otro muchacho, serio y de buen salario, tiene pensión, tiene seguro médico. Pero ella no lo ve, su mirada se lo salta, se fija en algún bohemio frente a la catedral que pinta acuarelas, o en un bailarín, o un mesero. Así es ella. Estoy empezando a perder la esperanza cuando “el amor” me hace un favor y va y la estampa en la pared, sea que su hombre le amorate las sienes, sea que la estampe metafóricamente: lo ve con otra en la cama y ese tipo de situaciones. Ahí voltea y me ve y me escucha y me dice sí, sí, tienes razón. Y luego nos sigue un silencio como de duelo, donde ninguna de las dos habla o canta o piensa. Es un silencio donde me olvido que existo. Y ella parece tranquila, como una planta benigna acariciada por el viento. Yo no sé a dónde me voy cuando no existo. Al silencio, tal vez. El silencio es como el viento. Ahí me ovillo hasta que me vuelve a necesitar, hasta que vuelve a respirarme en sus cuestionamientos, y yo me pongo a dibujar. La mano invisible,

“YO “ LE DIBUJO A JULIETA SUS CURVAS DE INDIFERENCIA, COMPARO SUS CESTAS DE BIENES Y RECTAS PRESUPUESTARIAS, HOMBRES-OBJETO-BENEFICIO, PARA QUE ELLA PUEDA COMPARAR Y ESCOGER.”

me llamó Smith, pero a mí me gusta llamarme la mano inaudible. Porque cada vez es más difícil llevar a los humanos de la mano a dónde debieran llegar. Ya nadie me escucha, me ovillan al fondo de cada toma de decisión racional, me hunden en sus caprichos y sus miedos. Para ejemplo, Julieta. Avanza hacia el centro de la fiesta. Es una reunión de ex alumnos de preparatoria. No logra reconocer a la mitad de los asistentes. Hay hombres calvos, mujeres gordas, niños y una que otra como ella: soltera y sin compromiso. De pronto uno de esos que hace veinte años eran flacos y granosos: José Rojas. Ahora es más alto, un hombre de gimnasio, nulificados los granos, tampoco lentes de fondo de botella (usará pupilentes): no está mal. Hay otro, Martín, con el físico de revista masculina, millonario de nacimiento, el típico acosado por todas las jóvenes casaderas del reino. Dicen las malas lenguas que es

gay. No se le ha conocido novia, lo que se dice novia, formal. Ahí va el bohemio de la prepa, David, el que llevaba el pelo largo y tocaba la guitarra. Ahora vende teléfonos celulares y tiene dos hijos, tremenda panza y calvicie. Yo le dibujo a Julieta sus curvas de indiferencia, comparo sus cestas de bienes y rectas presupuestarias, hombres-objeto-beneficio, para que ella pueda comparar y escoger. Si le gusta más José que Martín y Martín más que David, entonces prefiere a José que a David. Ese tipo de cosas. Pero ella me aleja con cada copa que ingiere, me acalla con su ebriedad y empieza a contradecirme: si me gusta más José que Martín y me gusta más Martín que David, al que debiera besar esta noche es a Martín, ¿no? Luego ríe, porque en el fondo le gusta más Martín que los otros dos, pero eso no se lo dice a nadie, ni a sí misma, se deja sentir la ola de atracción y luego me dice: la cosa es que a mí Martín no me va


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“JULIETA, “ CREA LO QUE CREA SOBRE SÍ MISMA, CARECE DE CAPITAL EMOCIONAL. NO SABE AMAR Y POR ESO SE DETIENE... ¡Y EN MIS DIBUJOS NO SÉ METER LA DISCREPANCIA!” a pelar nunca, por eso no importa si me gusta o no, por eso debiera besarme con David —el second-best— y san se acabó. La curva de las restricciones. La frontera de las posibilidades. La subestimación de las variables explicativas. El escoger parejas que no son su ideal (elección óptima) me dice que es el precio que el agente está dispuesto a pagar, es decir, el esfuerzo emocional que Julieta está dispuesta a aportar para tener una pareja estable en una relación a largo plazo, es el mínimo de los mínimos. Julieta, crea lo que crea sobre sí misma, carece de capital emocional. No sabe amar y por eso se detiene... ¡Y en mis dibujos no sé meter la discrepancia! ¿Pero qué Julieta no se ha visto en un espejo? ¿Por qué negarse a un hombre que de verdad le gusta, como Martín? Mi voz se levanta, mi voz se expande, mi voz es aplastada por la de su madre: no se te ve bien ese vestido, está muy descolorido y esos zapatos ya están muy viejos, Julieta, ¿por qué no te vas de compras? Yo no sé por qué tienes tú que ir a esas fiestas, es pura gente bien y tú acuérdate de dónde vienes, no tienes nada que hacer ahí, no eres de su clase, no perteneces, que te quede bien claro mijita. Las progenitoras y sus deconstrucciones de expectativas racionales. Se acerca el tal David y yo le digo no, Julieta, este hombre está casado, otro de esos no, la palabra separado, que enarbola mientras te extiende una margarita y observa tu lengua mezclar la agradable acidez con la sal de la orilla de la copa, no significa divorciado. Además, no tiene dinero —se nota a leguas— y los tres hijos no paran de llamar su atención marcando a su celular una y otra vez. Milagrosamente Julieta me escucha, se disculpa, se mueve al ritmo de la música y saluda a un par de ex alumnas que nunca le cayeron bien. La fiesta es reír y posar. Posar como si no hiciera falta el encuentro con el sexo opuesto cuando ese tipo de pose es una estrategia para atraer a los del sexo opuesto. Hombres y mujeres midiendo sus canastas y sus curvas de indiferencia, éste sí, éste no. Yo veo los puntos cruzarse por segundos con sus rectas presupuestarias, veo equilibrios entre la oferta y la demanda, rozan un segundo y se separan y la fiesta se vuelve un conjunto de curvas y rectas que se entrecruzan y rozan y se alargan, y saltan al ritmo de la música electrónica. Julieta se acerca ahora a su canasta A: José Rojas, el Nuevo Guapo. Yo le digo que hay que pedirle el teléfono. Se ve bastante bien el muchacho. Pero ella se esconde su propia tarjeta mientras recibe cordial la de él. Algo se dice a sí misma de la química y la atracción: o la hay o no la hay y no la hubo. Ya un poco baja de ánimos se sienta sobre una barda y mueve ligera los pies. A su lado se sienta Martín. A ella le da gusto, lo considera un amigo, conversan sobre la música y el cine y los libros que están leyendo. De ser niños

de primaria llenarían igualito el chismógrafo. Él habla de filósofos y políticas públicas, nada que ver con el resto de la carrera, entes que se embriagan y hacen bromas para presumir los nombres de sus coches o el número de empleados o presupuestos que manejan. Pero la voz de su madre le dice que algún día él le dirá que sus mundos son tan diferentes que no puede haber nada entre ellos. Mundos, dinero, ropa de marca y apellidos, todo ese catálogo de variables que conforman las ecuaciones de su madre en la oferta y la demanda. Y yo le digo sí, este hombre es para ti. Pero no hay forma de hacerle entender, ella sigue viendo de reojo a otros hombres —los de su nivel— y coqueteando en la memoria con posibilidades falsas de volver con cada uno de esos ex novios a quienes tanto odió en el momento de dejarlos. Varío, entonces, mi model approach... No es el dinero, no es la química y las feromonas, no es si les gusta leer lo mismo o pasarla bien sin presumir estatus o currículum... Es el capital emocional (ver Figura 1). Figura 1. LA DEMANDA DE ELLA P (Precio): Cantidad de esfuerzo emocional a dar a la pareja No hay punto de elección óptima de pareja

Restricción presupuestaria emocional (Q=0)

CIE (Curva de indiferencia emocional)

Q (Cantidad): Cantidad de esfuerzo emocional a recibir de la pareja

Ahora entiendo su lógica anti-lógica: esta noche no escogerá a Martín porque él es, precisamente, su candidato óptimo. En caso de elegirlo, tendría que esforzarse al máximo emocionalmente. Y en caso de ser rechazada, sería devastador. Tiene miedo de no recuperarse. Ha escogido Davides y Josés en varios tiempos y ciudades, canastas no óptimas o secondbest, para terminar dejándolos cuando comprueba su hipótesis inicial de que no le satisfacen. Es una forma de fingir que tiene el control. O ellos se encargan de que le quede muy claro el por qué es mejor separarse, y adiós. Pagar el mínimo precio por la mínima cantidad (y mínima calidad): es el nivel de utilidad emocional más bajo que el cuadrante puede generar. Pero Martín habla cada vez más cerca de su boca. La ve a los ojos y dice: ¿Por qué nunca hemos salido? ¿Qué haces mañana en la noche? Nada. ¿Nada? Pues vamos a cenar. Julieta lo ve sin verse a sí misma, sin mesurar su propia canasta de atributos, únicos e irrepetibles (codiciados por

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él). No puede visualizar la posibilidad de una demanda conjunta (ver Figura 2). Figura 2. LA DEMANDA CONJUNTA P (Precio) CIE EL (Curva de indiferencia de él)

CIE ELLA (Curva de indiferencia de ella)

CIE CONJUNTA (P,Q)

QEL

QELLA

Plano de rectas presupuestarias

Donde: a) P = Precio, CIE = Curva de Indiferencia Emocional, Q = Cantidad. b) Supuesto 1: No se llega a esta demanda conjunta (y óptima) debido a la información imperfecta. . c) Supuesto 2: Si Ella replantea su recta presupuestaria podría entrar al mercado del amor. d) Supuesto 3: Como él ya está en el mercado de oferta y demanda por amor, pronto encontrará otra persona, cuya canasta de atributos sea similar a la de Julieta. La joven dice no, este hombre es demasiado, este hombre es otro rollo, soy más bien fea y no tengo estilo, ni dinero para donde quiera que se le esté ocurriendo que podríamos ir juntos, no podría pagar mi parte y no me gusta que me paguen, no tengo nada que ver con las otras chicas con quienes él sale a cenar, chicas con ropa y apellidos de marca, chicas que no trabajan, que tienen su vida resuelta, que se fingen vírgenes y vivirán del dinero que mensualmente les asignen sus maridos, mujeres con las que algún fotógrafo le ha sorprendido y los vemos en revistas Hola versión provinciana. —No, gracias, tengo mucho trabajo. Julieta sale de la fiesta con la cabeza al piso, neófita de su lenguaje interior, desconocida de su propia y única belleza, extranjera en la tierra de su propia forma de ser. Edifica esa línea autónoma que arrastra en los niveles más bajos del cruce de sus ejes y camina por ahí, sin atreverse a salir de su propia construcción. Desde el cuadrante donde me arrincona, yo me pregunto: ¿Dónde diablos se mete el miedo en la ecuación? ¿Cómo pude creer que los humanos eran siempre congruentes, egoístas y racionales? Me han inventado para inventarles, me digo, he sido yo su elección óptima para optimizar sus elecciones. Y sin embargo desconocen sus propias ecuaciones y algoritmos, su propio valor intrínseco y de mercado, sus expectativas irracionales, sus trampas de prisioneros, sus posibilidades únicas de expansión. Me voy ovillando, me voy convirtiendo en un viento tranquilo y mesurado. Julieta comienza a organizar su agenda del día de mañana, a escribir en su mente la lista de alimentos que hace falta ir a comprar al supermercado, a repasar los nombres de las calles mientras regresa a su casa, a caminar en espiral su paradoja, se convierte en una planta benigna que no necesita estar sola ni acompañada y me aquieta y me guarda y me dice: no existes.


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La puesta en escena de una obra clave en la dramaturgia de la escritora estadunidense Lillian Hellman (1905-1984) es el punto de partida para revisar los montajes de esa pieza, sus derivaciones al cine y su relación con la obra narrativa y memorialista de Hellman, no muy difundida en México. Una autora que debió enfrentar la persecución del mccarthysmo, el furor de la bandera anticomunista contra la libertad de las conciencias. Un periodo y un grupo de individualidades cuya actualidad permanece como asignatura pendiente —y serán revisitados en las páginas de El Cultural.

PE QU E Ñ O S Z OR RO S R EGR E SO A L I L L I A N H E L L M A N ALEJANDRO TOLEDO

L

a sorpresiva puesta en escena en el Teatro Santa Catarina, bajo la dirección de Luis de Tavira, de The Little Foxes (1939), de la dramaturga y memorialista norteamericana Lillian Hellman (19051984), me lleva a buscar en el librero los títulos que he reunido de esta autora y otros papeles que se han agregado en el camino; además del impulso de volver a ver la adaptación de esa pieza que realizó William Wyler en 1941, con Bette Davis y Teresa Wright como Regina y Alexandra Giddens. Cuando se pronuncia el nombre de Lillian Hellman, es mucho lo que empieza a gravitar. Aunque se trata de una figura mayor no es muy conocida en México (con un par de títulos en el catálogo del Fondo de Cultura Económica: Tiempo de canallas —1980— y Quizás —1984—, por el momento no disponibles), y sobre todo su teatro ha sido poco visto en estas latitudes. Incluso las adaptaciones a la pantalla de sus libretos no han tenido gran suerte entre nosotros; se cuenta, por ejemplo, de La hora de los niños (The Children’s Hour, William Wyler, 1961) que en la exhibición mexicana la censura le cortó una secuencia, justo en aquella parte (la confesión de un amor imposible de realizarse) que explicaba el drama final de la historia, y supongo que la gente en las salas cinematográficas se quedó atónita, sin entender exactamente qué había sucedido. Tal vez se tuvo una imagen menos difusa de la escritora cuando Jane Fonda la personificó en la cinta Julia (Fred Zinnemann, 1977), a partir de Pentimento (1973), uno de sus títulos memoriosos. De éstos, ya hemos citado un par: Tiempo de canallas, cuyo título original es Scoundrel Time, de 1976, revisa su valerosa postura en el mccarthysmo; y Quizás, en inglés Maybe, se publicó en 1980. Anterior a todos ellos es An Unfinished Woman (Una mujer inacabada), de 1969, del que hay una edición española de 2005 (Ediciones JC). Y de Pentimento conservo un ejemplar, también de España, de 1981 (Argos Vergara). Los relatos autobiográficos explican sucesos que están en su teatro, y enriquecen así aquello que vemos desarrollarse en el foro (como intentaré detallar

Hay una reseña del estreno de Rafael Solana (Siempre!, 12 de junio de 1968), que inicia así:

más adelante). No tengo noticia de que el teatro de Lillian Hellman haya sido traducido al español, lo que es una enorme laguna (y una asignatura pendiente). En el programa de mano de la obra que se presenta en el Teatro Santa Catarina, la “versión” se acredita a José María de Tavira y Luis de Tavira, y es de suponer que partieron del texto en su idioma original. Aunque hay un antecedente: la puesta de The Little Foxes que realizó José Solé en 1968. Uso el título en inglés porque en México se ha llamado de dos modos: Los zorros en 1968 y Pequeños zorros en 2016. Como se le conoce en español a la película de 1941 es harto extravagante: La loba, y uno se pregunta cómo esos zorros, grandes o pequeños, migraron a otra especie. Quizá el traductor pensó en aquella frase antigua que nos dice que el hombre es lobo del hombre. La puesta del 68 formó parte del Programa Cultural de la XIX Olimpiada. Se estrenó en el Teatro de los Insurgentes el 30 de mayo con un reparto sorprendente: Carmen Montejo y María Montejo como Regina y Alexandra Giddens, Arturo de Córdova como Horace Giddens, Marga López como Birdie Hubbard y Carlos López Moctezuma en el papel de Benjamin Hubbard. La traducción, por cierto, es acreditada a Lew Riley, que fungió como productor.

Enorme expectación, y mucha simpatía, mucho cariño, por ver el debut teatral, algo tardío, de Arturo de Córdova, en el teatro de los Insurgentes, lleno a reventar, en una de esas atronadoras premiéres de las que sólo allí (y en casa de Fela Fábregas) se tiene el secreto; todo México allí desde don Fernando Soler, a pesar de que era el día de su santo, y Dolores del Río, que fue hasta las primeras filas para saludar a la mamá de Arturo, tal vez algo nerviosa por la presentación de su hijito, hasta el arquitecto Óscar Urrutia, el licenciado Casellas y otros grandes personajes olímpicos, pues el acto estaba dentro del programa de la Olimpiada Cultural (pero no vimos a Coccioli, lo que nos pareció de buen augurio, pues parece que él no acierta sino a lo malo). Todos teníamos las manos preparadas para tocar una ovación cuando apareciera Arturo; pasó el primer acto, y no apareció; pero se oyó la llegada de unos caballos, y el rumor corrió por toda la sala: ahora. Y, efectivamente, Arturo entró. La ovación duró un largo minuto. A Carmen Montejo, en el acto anterior, la habíamos aplaudido 20 segundos, y a Marga López diez. Luego de detenerse en nimiedades, como el que no se hayan ensayado las gracias de los actores al final de la pieza (éstos salieron en forma desordenada a recibir el aplauso), Solana revisa el desempeño del grupo: Porque no nada más Arturo está muy bien, la gente va a pagar veinticinco pesos, no porque se trate de un reparto numeroso, o de muchos decorados caros, ni porque haya orquesta (sólo hay pianista) sino porque en el programa aparecen cuatro nombres eminentes; y estos cuatro artistas se justifican. Marga López, que por amor al arte (digamos) aceptó un papel que no es principal, lo dibuja, lo saca con exactitud admirable, muy sentido, muy bien dicho, muy con el alma; Carmen Montejo, que


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ahora sí ya llegó al apogeo de su carrera, y que está lista para hacer todos los grandes papeles que hizo la Montoya (sobre todo los odiosos) está, además de estupendamente vestida (por Armando Valdés Peza) insuperable de gesto, de autoridad, de amargura; se hace aborrecible, como en las telenovelas. Cuando sepa mejor la parte dejará de cometer las pequeñas erratas de texto que cometió. Y Carlos López Moctezuma, que liga, como sólo él sabe hacerlo, lo odioso de un personaje cruel a lo humorístico de una interpretación algo irónica, está excelente también, como hacía tiempo no lo habíamos visto en teatro; pero también rayan a notable altura María Montejo, que actuó con gran sinceridad, con mucha fuerza; Enrique Pontón (nuevo para nosotros), que supo imprimir gran energía a su personaje; Rubén Calderón, por primera vez en un papel de esta importancia; y Zamorita, muy simpático. Freddie Fernández, en el papel del hijo estúpido y perverso, sólo dio la estupidez, pero no la perversidad, y Lupe Suárez, de quien comentaban algunos espectadores que más bien parecía anunciar las cenadurías Aunt Jemima, se mostró algo convencional en un papel que ya otras veces le ha dado éxitos de público. “Esto sí es teatro y no fregaderas”, comentaban algunos del público, a pesar de que tenían muy cerca a Alexandro. Un teatro algo antiguo (la defensa que hace Emilio Carballido, en el programa de la obra, no parece muy convincente), como lo son también La enemiga y en menor medida, La soñadora, que han sido grandes éxitos en el mismo local; pero teatro sólido, bien armado, bien hecho, soberbiamente presentado. Muchas razones hay para que se sostengan Los zorros en el Insurgentes... hasta que Arturo aguante.

EL RIGOR DE LUIS DE TAVIRA La puesta actual universitaria no tiene ese glamour de los grandes nombres, pero sí el rigor que suele imprimir a sus trabajos Luis de Tavira. No soy crítico

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Presentamos la carta de Lillian Hellman al ser requerida para comparecer ante los emisarios o colegas del senador McCarthy. Un sentido ético en su testimonio demuestra la convicción, el rechazo a incriminar a otras personas como un acto “inhumano” y “deshonroso”.

“NO OBLIGARÉ A M I C O N C I E N C I A” Honorable John S. Wood Director Comité de Actividades Antiamericanas Estimado Sr. Wood: Como usted bien sabe, he recibido una notificación para comparecer ante su Comité el 21 de mayo de 1952. Acepto contestar todas las preguntas sobre mí misma. No tengo nada que ocultar a su Comité y no hay nada en mi vida de lo que me avergüence. Me aclaran los abogados que bajo la Quinta Enmienda tengo el derecho constitucional a declinar responder a cualquier pregunta sobre mis opiniones, actividades y asociaciones políticas, por razones de autoincriminación. No quiero apelar a este privilegio. Estoy preparada y tengo la voluntad de dar testimonio ante los representantes de nuestro Gobierno en cuanto a mis propias opiniones y mis propias acciones, sin importar los riesgos o consecuencias que esto represente para mí. Pero los abogados me advierten que si respondo al Comité las preguntas sobre mi persona, deberé responderlas también sobre otras personas y que si me niego a hacerlo, podrían acusarme de desacato. Mi abogado dice que si respondo a las preguntas sobre mi persona, habré renunciado a mis derechos bajo la Quinta Enmienda y podría ser obligada legalmente a responder preguntas

ni practicante teatral, como sí lo fue Solana, por lo que fallaría al hacerme pasar como tal y calificar o descalificar el trabajo de los actores. Fui a ella por mi frecuentación de la obra de Lillian Hellman y como oportunidad única de ver una de sus creaciones en tiempo real, que es donde, supongo, pasan la prueba los grandes dramaturgos. La obra está dividida en tres actos de cincuenta minutos cada uno, aproximadamente; y cada acto es una pieza maestra. La actriz Stefanie Weiss hace una gran Regina, mujer extraviada en la locura de la ambición, con increíbles matices en el rostro; y Ana Clara Castañón, como Alexandra, logra mostrarnos ese proceso que va de la inocencia total a la certeza de lo que se resquebraja, por el modus vivendi de una familia depredadora, y del papel que ella debe jugar en esa historia. Antes de empezar, tuve un breve diálogo con el escenógrafo Alejandro

sobre otras personas. Esto es muy difícil de entender para un lego como yo. Pero existe un principio que sí entiendo: No quiero, ni ahora ni en un futuro, meter en problemas a personas que, en mi pasada asociación con ellos, eran completamente inocentes de cualquier conversación o cualquier acción desleal o subversiva... Dañar a personas inocentes que conocí hace muchos años con el fin de salvarme, es para mí inhumano, indecente y deshonroso. No puedo y no obligaré a mi conciencia a ajustarse a las formas actuales, aun cuando hace mucho que llegué a la conclusión de que no soy una persona política y no podría estar cómoda en ninguna asociación política... Estoy preparada para renunciar al derecho contra la autoincriminación y a responder lo que quieran saber sobre mis opiniones o acciones si su Comité acepta rehusarse a interrogarme en nombre de otras personas. Si el Comité muestra renuencia a asegurarme esto, me veré obligada a apelar al privilegio que establece la Quinta Enmienda, durante la audiencia. Agradecería una respuesta a esta carta. Sinceramente, Lillian Hellman En Playwrights at work. The Paris Review, 2000. Traducción: Delia Juárez G.

Luna, que tenía noticia de la puesta del 68 (aunque recordaba el título en femenino, Las zorras) y revisó con curiosidad el programa de mano que le mostré, con fotografías que dan una idea clara de lo fastuoso de aquella representación (uno de los momentos estelares de la Olimpiada Cultural); aquí Luna, en su investigación, intentó ser más sobrio, pues se describe a una familia sureña de un pequeño poblado que no abarca más de cuatro cuadras, dedicada ésta a enriquecerse o en proceso de volverse millonarios, y no se podía exagerar con lo costoso de los muebles o el lujoso vestuario. En ambos casos, la escalera debía tener un papel principal: en ésta muere uno de los protagonistas; y por ahí asciende Regina (loba o pequeña zorra) en su conquista de la oscuridad. Es escalera al cielo o al infierno. Las raíces de la historia están en la infancia de Lillian Hellman y los


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contrastes entre las familias paterna y materna. Rechazó a estos últimos, los Newhouse, originarios de Demópolis, Alabama; mas el modelo de Regina no es la madre de Lillian, Julia, sino la abuela, Sophie Newhouse, de la que dice en Una mujer inacabada: “Sus hijos, sus criados y todos sus parientes, a excepción de su hermano Jake, le tenían miedo, y lo mismo me sucedía a mí”. Recuerda que en las reuniones de los Newhouse se hablaba de quién tenía más dinero, quién era derrochador, quién heredaría qué. “Más que una reunión familiar parecía una comida de ejecutivos en la que mi abuela ocupaba la vicepresidencia.” Los Newhouse son los Hubbard, pues; y Benjamin, el más hábil en los negocios (aunque es derrotado en la obra por su hermana Regina), sería el tío Jake de Lillian Hellman, “un hombre de personalidad fuerte” que “disfrutaba humillando a los demás”. Refiere un desencuentro (al cumplir ella quince años de edad por su graduación él le regaló un anillo costoso, que Lillian empeñó para comprar libros), luego de lo cual el tío Jake le dijo algo que ella incorporó a The Little Foxes: “Veo que tienes coraje, después de todo. Casi todos los demás tienen horchata en las venas”. Los Hellman, en cambio, eran “libres, generosos y divertidos”, como los Giddens de la pieza. Finalmente, refiere la dramaturga: “Ese conflicto interno fue desapareciendo cuando finalicé y archivé The Little Foxes; de hecho, también se desvaneció la sombra de la familia de mi madre”.

DOS TRIBUS El tema está ahí: la confrontación entre dos tribus. Unos buscan enriquecerse a toda costa, pagan bajos sueldos a los negros que explotan, corrompen a quien se ponga enfrente, incluso gobernadores, y no les importa si destruyen su entorno (“Cacen a los zorros”, dice la Biblia, “a los pequeños zorros que arruinan nuestros viñedos, porque de nuestros viñedos saldrán uvas”); y los otros creen que las cosas pueden hacerse de una manera distinta. En el duelo, la parte aparentemente más frágil, la joven Alexandra va comprendiendo de qué se trata todo, qué es lo que está en juego, y al final define su destino.

“EL TEMA ESTÁ AHÍ: LA CONFRONTACIÓN ENTRE DOS TRIBUS. UNOS BUSCAN ENRIQUECERSE A TODA COSTA, Y NO LES IMPORTA SI DESTRUYEN SU ENTORNO, Y LOS OTROS CREEN QUE LAS COSAS PUEDEN HACERSE DE UNA MANERA DISTINTA.” Es cierto lo que me comentó Alejandro Luna: el gran defecto de la cinta hollywoodense es haber inventado una trama paralela, una historia de amor entre Alexandra y un joven periodista, David Hewitt, quien será el que rescate a la damita de esa jaula de pequeños zorros. En la obra original eso no está: ella sola, o ella y su nana negra, Addie, toman la decisión de huir. Aunque William Wyler se especializó en llevar al cine las obras de Lillian Hellman, pocas veces lo hizo bien. Con la primera, The Children’s Hour, cometió una traición tremenda: la versión dramática trata de una niña a la que se le ocurre inventar que sus maestras se aman, lo que escandaliza al pueblo y destruye la vida de las tutoras; en la primera adaptación de Wyler (These Three, 1936), la niña asegura que ellas están enamoradas del mismo tipo, y eso dispara una extraña comedia de enredos. Décadas más tarde, William Wyler pudo limpiar su nombre en la cinta de los años sesenta que en español fue bautizada como La calumnia, y filmó la pieza más o menos como estaba armada (según el consejo de Hitchcock: si tienes una buen libreto teatral, no lo modifiques, fílmalo tal cual es), con extraordinarias actuaciones de Audrey Hepburn y Shirley MacLaine. Así, además, rescató a Lillian Hellman, que había sido señalada como antiamericana por el senador Joseph McCarthy, y alejada por ello (lo mismo que su compañero Dashiell Hammett, que incluso estuvo en la cárcel) del trabajo cinematográfico. “A pesar de su estatura literaria”, escribe Garry Wills en el prólogo de Tiempo de canallas, “Lillian Hellman se nos presenta como una heroína extraña de esa época desgraciada, una mezcla de niña malcriada y dama sureña, atemorizada pero desafiante.” Lo destacable del filme The Little Foxes son las actuaciones, pues el director se apoyó en quienes participaban en la puesta de Broadway y tenían dominados sus roles. Las únicas incorporaciones fueron Bette Davis y Teresa Wright, quien ahí debuta. Dos años más tarde (La sombra de una duda, Alfred Hitchcock, 1943), ésta hará un papel muy similar al de Alexandra Giddens: en un caso, la joven quebradiza se enfrenta a su madre, Regina; y en el otro, la identificación romántica con el tío (Joseph Cotten) la lleva a descubrir que éste es un asesino de viudas e igualmente lo confronta. Dos aprendizajes dolorosos: el mal social, allá; y el mal a secas, sin mayores adjetivos, acá. Curioso que en los dos casos se tenga el apoyo de dramaturgos, como adaptación directa, primero, de la obra de Lillian Hellman, y la asesoría en la confección de la historia de Thornton Wilder, después.

DASH Y LILLY En Pentimento, Lillian Hellman detalla el proceso creativo de la pieza. “Diez de las

doce obras de teatro que he escrito están relacionadas con Hammett”, dice, “pero The Little Foxes fue la que más dependió de él”. Y: The Little Foxes fue la obra más difícil que haya escrito nunca. Me sentía torpe en los primeros borradores, metiendo y sacando personajes, ornamentándola, decorándola, sintiéndome más y más débil a medida que echaba al cesto escenas y luego actos y luego la obra completa. Cuenta que hasta el octavo borrador Hammett, su crítico de cabecera, le dijo que la obra parecía ir mejor; y sólo le sugirió que eliminara los “chismes de negritos”. (Con el personaje de Addie hace la escritora un homenaje a su querida nana Sofronia, a la que defendió un día, en el autobús, cuando Lillian le pidió que se sentara junto a ella cerca del chofer, adelante, cuando los negros debían ocupar la parte trasera. “Ella es más importante que todos ustedes”, les dijo Lilly a chofer y pasajeros, mientras eran bajadas del transporte.) Para Lillian Hellmann, The Little Foxes le significó mirarse en el espejo: Me sentí inquieta, enfermiza, escarbando los escasos recuerdos que habían formado el material consciente y semiconsciente para la obra. Había querido burlarme a medias de mi propia inocencia juvenil de chica del instituto en Alexandra, la muchacha de la obra; había querido que fuera algo de lo que la gente se riera, le despertara cordialidad hacia la triste y débil Birdie, pero con toda seguridad no había querido que lloraran; había querido que el público se reconociera en parte en los Hubbard dominados por el dinero; no había querido que la gente los considerara unos villanos con quienes no tenía relación alguna. La obra se estrenó en Broadway, en el Nederlander Theatre, el 15 de marzo de 1939, con Tallulah Bankhead como Regina. Ese papel ha sido interpretado en los escenarios por Simone Signoret, Anne Bancroft y Elizabeth Taylor, entre otras. Con esta historia familiar Lillian Hellman creó un mecanismo sofisticado en el que se ponen en juego dos maneras de entender la convivencia humana, constructores de ciudadanía unos, destructores voraces otros. En el programa de mano de la nueva puesta, José María de Tavira propone a Donald Trump como “heredero de los enemigos victoriosos de Hellman”, lo que está muy bien, pero acaso no se tiene que ir tan lejos. Habría que colocar en el reproductor el viejo DVD de la cinta de William Wyler y leer, al comienzo del filme, esta advertencia: “Los pequeños zorros han vivido en todo tiempo y en todo lugar”, pues también están entre nosotros.


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TRES ENCUENTROS CON RUBEM FONSECA

LA N OTA NEGRA

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FRANCISCO HINOJOSA

@panchohinojosah

H

ace más de veinticinco años una amiga se sorprendió de que yo no hubiera leído a Rubem Fonseca. A los cuantos días me prestó un libro, que por cierto no era suyo: El collar del perro (Ediciones de la Flor). No lo leí y olvidé el asunto. Pero siempre llega el momento de pagar los consejos no oídos que los buenos amigos dan. Un día empecé a hojear en una librería Grandes emociones y pensamientos imperfectos (Cal y arena). No dudé en comprarlo y empezar a leerlo. No pude parar. Me seguí, por supuesto, con la traducción al argentino de El collar del perro y con la otra obra que después pude conseguir, Pasado negro (Seix Barral), extraña traducción del original Bufo & Spallanzani. Más tarde siguieron un par de cuentos incluidos en la revista Biombo negro. Luego compré Agosto (Cal y arena) y decidí guardarlo, como se guarda un vino especial para un momento especial. El momento llegó este año, en las vísperas de un viaje a Brasil. Al leerlo siempre lo hago con la misma sensación de que en todo momento algo grave está por suceder. Y por supuesto sucede, aunque no precisamente lo que podría esperarse. Al leerlo también sé que voy a participar de un juego cuyas reglas Fonseca va soltando poco a poco. Un juego de velocidad, sustantivo, desnudo de calificativos, que nos invita a observar un mundo que creemos conocer pero que nos sorprende en cada esquina que doblamos. Lo inquietante de las atmósferas que envuelven sus relatos reside en su aparente normalidad, así como la complejidad de sus personajes radica en su sencillez, en su calidad de hombres comunes.

Las Claves

AL LEERLO SIEMPRE LO HAGO CON LA MISMA SENSACIÓN DE QUE EN TODO MOMENTO ALGO GRAVE ESTÁ POR SUCEDER. Y POR SUPUESTO SUCEDE, AUNQUE NO PRECISAMENTE LO QUE PODRÍA ESPERARSE.

Una vez que empiezo un cuento o una novela de Fonseca me resulta difícil soltarlos. Su arte narrativo tiene que ver con la complicidad (al menos como observadores) que parece exigirnos desde el principio, con la invitación a poner los ojos en las miserias humanas, en la poco hollywoodense vida del hampa, en los oscuros entretuertos de la política, en lo indistinto que resulta ser víctima o victimario. El siguiente encuentro lo tuve cuando leí sus “Paseos nocturnos”, publicados en Feliz año nuevo (Cal y arena). Tuve la sensación de que si los personajes ficticios pudieran encarnarse, algunos de Fonseca y otros míos, quizás hubieran podido sentarse en la misma mesa de un bar a tomar un whisky y contarse un chiste, sin mencionar en ningún momento que ambos habían asesinado una hora antes a alguna persona. Pero al fin personajes de papel, este encuentro se llevó a cabo, no entre el humo de cigarrillos y vasos de alcohol, sino en el espacio de una tesis de maestría presentada por una alumna de la UNAM, Raquel Mosqueda, titulada Hacia una caracterización de la violencia. Los cuentos de Rubem Fonseca y Francisco Hinojosa. Tuve acceso a ella gracias al traductor de varias de sus obras al español: Romeo Tello. El tercer encuentro se dio en Leblón, Río de Janeiro, en agosto de 2003. Mis amigos Lourdes Hernández y Felipe Ehrenberg me invitaron a conocer a Rubem Fonseca. Leblón es una zona en la que abundan los buenos y generosos restaurantes, cafeterías y bares. Muy cerca de allí, Vinicius de Moraes y Tom Jobim vieron pasar a la chica de Ipanema. Sin

embargo el lugar de la cita fue el pequeño súper de una gasolinera en el que se venden las mercancías propias de las tiendas de conveniencia. Había dos mesas con tres sillas cada una. Rubem eligió ese lugar porque así podríamos platicar sin ser interrumpidos por un gran número de personas que se le acercan siempre a decir, no sin emoción: “Yo lo he leído. Me encantan sus libros”. Casi por irnos sucedió lo que tenía que suceder. Una joven alcanzó a escuchar parte de nuestra conversación y se acercó a comprobar lo que presentía: —¿Es usted Rubem Fonseca? —... —Yo lo he leído. Me encantan sus libros. Me ganó las palabras: yo quería, al fin de la velada, decirle lo mismo.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

Voyeur. Mirón, curioso, observador, fisgón... (Despectivo: Eres un miserable mira hueco) / Conducta que puede convertirse en adictiva (parafilia). Contemplación de personas desnudas o realizando algún tipo de actividad sexual con objeto de conseguir excitación (gozo voyeurista). / Voyeur: el que mira a distancia, sigiloso, siempre en la sombra, acechando a su objetivo por el ojo de la cerradura, por cualquier intersticio, usando un espejo, una cámara... / El peligro de ser descubierto potencia la exaltación del voyeur. / La ventana indiscreta (Hitchcock, 1954), Doble de cuerpo (De Palma, 1984), Monsieur Hire (Leconte, 1989), Caché (Haneke, 2005): cuatro ejemplos emblemáticos del voyeurismo en el cine. / El mirón (1955) y La celosía (1957), de Robbe-Grillet: dos novelas que abordan el voyeur. / El hombre que mira (1985), de Moravia: perturbadora historia sobre el voyeurismo. / La mirada indiscreta (1945), de Simenon, otra novela clave del cosmos del voyeur. / Inquietante relato: “El hombre de la multitud” (“The Man of the Crowd”,

1840), de Edgar Allan Poe, una de las fábulas más sediciosas del autor de El cuervo: axiomático ejemplo del voyeurismo obsesivo en un sentido del que mira —protagonista-narrador (voyeur-flâneur)— para especular sobre el mundo que lo circunda. / Raúl Ortega Alfonso en Tu desnudez en el aliento, logra plasmar un claro ánimo voyeurista: el narrador-protagonista intenta abrir un agujero en la pared del baño de mujeres de su oficina para observar a su jefa mientras ésta orina. / Imposible olvidar al soldado Ellgee Williams de Reflejos de un ojo dorado, de Carson McCullers. Voyeur que avizora, que aguarda. Tatami, de Alberto Olmos (Segovia, 1975): breve novela que explora el universo de un voyeur. Japón. Olga, Luis, un tatami (estera tejida de paja) y una colegiala. Luis le cuenta a su compañera de asiento, Olga —viaje de 14 horas con destino a Tokio— los incidentes de su primer viaje a Japón. Conversación de goces y entreveros eróticos: acaban de conocerse, Luis con sutil labia conduce a Olga por recodos que la rubo-

rizan: le confiesa cómo observaba a diario la rutina de una adolescente frente a su ventana durante su primera estancia en Tokio. Olmos logra un deliberado coloquio de curiosa costura intertextual. Voz dialógica: sabemos de él en su función relatora; sabemos de ella en su condición de oyente que le cuenta al lector sus reacciones frente a la ficción que escucha sorprendida. Empalmes flaubertianos de eficaz manifestación. Pausas. Silencios. Contrastes. Briznas que tejen un cosmos de incitante presencia: pasado de Luis que Olga cuestiona, pero que, asimismo, siente curiosidad por descubrir. “No lo sé. Sólo puedo decirte que mirar a esa colegiala era lo más erótico que podía imaginar. Mirar tu escote, por ejemplo, es lo más erótico de todo el avión”, confiesa Luis. Tatami: la soledad ensimismada del voyeurista. El retrato de la complicidad antagónica entre Olga y Luis es, quizás, el mayor logro de esta novela escrita en tono de adagio grazioso con brio: inquieta euritmia en la que el deseo aflora estimulante y voraz.

TATAMI

Autor: Alberto Olmos Género: Novela Editorial: Océano, Colección Hotel de las Letras, 2013.


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E l C u lt u ral S Á B A D O 1 7 . 0 9 . 2 0 1 6

MANUEL MIGUEL UN CONSTRUCTIVISMO GEOMÉTRICO Manuel Miguel (1985) es uno de los jóvenes pintores y escultores oaxaqueños que han comenzado a trazar un camino sólido y a destacar en la escena internacional. Su lenguaje plástico es figurativo —“con tendencias desfigurativas”— y se caracteriza por construcciones geométricas. “La geometría es la composición del ser humano y su entorno circunferencial, objetiva y subjetiva”, dice el escultor, oriundo de Teococuilco de Marcos Pérez, Ixtlán de Juárez, Oaxaca. Manuel Miguel, quien expondrá su trabajo en Londres, en

octubre, y en la feria Art Basel, en Miami, el próximo diciembre, ha colaborado con proyectos de artistas de la escuela oaxaqueña como Maximino Javier, Alejandro Santiago, Rosendo Pinacho y Emiliano López, entre otros creadores plásticos oaxaqueños. Manuel Miguel ha expuesto su obra en Quintana Roo, Oaxaca, Rusia, Estados Unidos y España. De este camino que comenzó a recorrer hace menos de una década, el joven artista habla en esta charla.

Por

ESGRIMA

¿Cómo descubriste tu vocación? Soy autodidacta, no tengo formación académica, sólo aquella que tuve en talleres en los que he participado. Pero como bien reza el dicho: “Cuando el destino te tiene preparado para algo, aunque te quites…”. La primera vez que decidí dedicarme a las artes, cuando era muy joven, fui a tocar puertas y me encontré con el rechazo total de mi trabajo. Y me dije: “No es lo mío”. Yo ya estudiaba y trabajaba, quería ser arquitecto o ingeniero. Me fui a Estados Unidos a trabajar y en mi tiempo libre dibujaba. Desde entonces la gente me decía que me dedicara a esto. La idea quedó en el aire hasta que un compañero de trabajo me comentó que su novia daba un taller de arte y de pintura, me animé a asistir por simple hobby. ¿Y tu relación con Alejandro Santiago? En Estados Unidos supe de mi paisano Alejandro Santiago, lo conocí y se convirtió en una motivación enorme. Era importante para mí, porque veníamos de la misma comunidad y él ya estaba triunfando. Pintar no es una decisión de vida como tal, yo no pensaba que de eso se podía comer o vestir, sí lo pensaba de la arquitectura, aunque desde pequeño me gustó el dibujo, hacía retratos todo el tiempo. En el lugar de donde vengo la formación e información artística es muy pobre. Soy de una comunidad rural cuya biblioteca es pequeña y vieja. No había mucha información y nunca tuve la claridad de decir que iba a estudiar artes plásticas. Se fue dando con el tiempo. ¿Cuál fue tu experiencia con el grafiti? Un tiempo antes de llegar a Estados Unidos, me dediqué al grafiti, anduve grafiteando, hasta me gané el tercer lugar en un concurso, pero en ese momento sólo era cuestión de entretenimiento. El grafiti no tenía relación con mis deseos de ser pintor, simplemente me gustaba. En ese entonces yo era joven, y aunque no tenía conocimiento del color, sí podía trazar sobre una pared. Otra influencia para formar un propio estilo fue la de Jorge López López, conocido por sus trabajos de restau-

ALICIA QUIÑONES

ración de obras sacras. Con él amplié mis conocimientos en el preparado de telas, acrílicos, acuarelas, óleos, bases rígidas, collage, tintas, temple, aplicación del oro y la plata, entre otros temas. ¿Influyó la condición de migrante en tu obra? En Estados Unidos tuve un accidente mientras trabajaba en el ramo de la construcción en Nueva Jersey, y tuve que volver a México para estar al menos cuatro meses en reposo, fue en ese momento cuando decidí buscar a Alejandro Santiago. Si la vida me había dado una oportunidad después del accidente, quería aprovecharla con la pintura. Llegué muy puntual a la cita que tenía con él. Le expliqué mi situación y cuando le dije que quería trabajar con él en el taller se quedó en silencio y luego me dijo: “¿Sabes cuántas veces he ido al pueblo a buscar chavos que quieran aprender y dejar de migrar?”. Ya en el taller de Alejandro comenzé a preparar lienzos y a aprender. A partir de ese momento mi obra comenzó a tomar un camino estético. Mi obra es una recopilación de varias corrientes, en ella se refleja el cubismo, lo figurativo y lo surrealista. Es un constructivismo geométrico, porque comienzo a construir como si fueran circuitos internos en cada pintura. Al principio deseaba inclinarme por el paisaje con toques realistas, a recrear bosques y manglares, hasta que conocí la obra de Tomás Sánchez, y me impresionó. Era similar a lo que yo hacía pero con maestría. Entonces decidí comenzar a construir una identidad propia. La experiencia de la migración me marcó, porque cuando crucé la frontera, que fue toda una experiencia, empecé a darle valor a mi vida. Uno vive muchas cosas como migrante. Prácticamente me hizo madurar. Cuando tuve

MI OBRA ES UNA RECOPILACIÓN DE VARIAS CORRIENTES, EN ELLA SE REFLEJA EL CUBISMO, LO FIGURATIVO Y LO SURREALISTA.”

Arte digital > STAFF >La Razón

la oportunidad de estar en Nueva York, no sabía qué hacer, todo me impactaba. Nunca antes había pensado en conocer esta ciudad. En mi comunidad, toda la gente migra, eso no es algo distinto o novedoso, toda la gente que se queda en el pueblo se mantiene de las remesas de los que se van. Es algo normal. A mí no me quedó de otra, la necesidad me obligó a irme y a buscar un futuro mejor, sin esperar que ese viaje me iba a llevar a la pintura. Las figuras animales son parte de las obsesiones de tu obra. En mi infancia sólo veía animales, montañas. Esos paisajes me marcaron evidentemente. Crecí en una comunidad en la que desde muy pequeño tenías que dedicarte al campo, aunque yo no lo quería para mi futuro, lo hice, y eso también se refleja en mi obra. Siempre quise ir más allá de las cosas. A mí nunca me gustó el campo, para ser honesto. Trabajaba con una vara y un machete. Pero si me encontraba a algún animal me ponía a dibujarlo. Esos primeros años de infancia se transformaron en una obsesión en mi pintura, lo mismo todo el contacto que he tenido con los diferentes maestros en mi vida, a quienes también dejo plasmados en mis obras. Lo mismo me sucede con las figuras humanas y los paisajes. Todo forma parte de la curiosidad y la observación que los artistas intentamos desarrollar. ¿Cuál es el camino que deseas trazar con tu obra? Mi gran deseo es hacer piezas monumentales para que toda la gente tenga acceso a ellas. No quisiera que mis obras estén sólo en una pared, quisiera que estén en las paredes de los museos. Me gustaría seguir viajando a diferentes lugares, países a los que nunca pensé llegar.


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