FRANCISCO HINOJOSA POLÍTICA Y LECTUR A
CARLOS VELÁZQUEZ BOB NO ES FR ANK
ESGRIMA
ROGELIO SOSA
El Cultural N Ú M . 4 9
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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]
TOLERANCIA • DIFERENCIA • DROGAS
CONTRADICCIONES DE LA PROHIBICIÓN
LSD: DE PROBLEMAS A PRODIGIOS
L. M. OLIVEIR A
FERNANDA PÉREZ GAY JUÁREZ
THOMAS DE QUINCEY UN ADICTO CÉLEBRE
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Ante el debate actual por la regulación, presentamos tres ángulos diversos, y a la vez complementarios, que reflejan los alcances y el impacto de las drogas en las sociedades contemporáneas, con sus innumerables contrastes y matices. Desde el terreno de la filosofía, la política y la autonomía individual, hasta el enfoque neurológico y la invención del adicto, por un clásico de la literatura inglesa: Thomas de Quincey —pionero del hoy llamado “uso recreativo”—, en el placer y el sufrimiento del opio. Comenzamos.
CONTR ADICCIONES DE L A PROH IBICIÓN L. M. OLIVEIRA
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n estas páginas voy a defender la legalización de la producción, trasiego y venta de la marihuana. Y de paso diré que me parece absolutamente irracional continuar con la guerra contra las drogas. Déjenme comenzar mi argumento con esta historia que es bien conocida: la noche que transcurrió entre el 23 y el 24 de agosto de 1572 los habitantes de París masacraron a varios cientos, si no es que miles, de hugonotes. La matanza fue posible gracias a que al repicar de campanas de la iglesia de Saint-Germain l’Auxerrois, que se encuentra a un costado del Louvre, la nobleza católica cercana al rey Carlos ix y a la reina madre Catalina de Medici, expulsó del palacio a los calvinistas para ver cómo los linchaba la turba. Todo aquella noche de San Bartolomé. Alexandre Dumas escribió una novela sobre el asunto: La reina Margot, hay varias películas. Los eventos de esas horas se volvieron incontenibles y las matanzas se expandieron a otras ciudades del reino como Lyon, Burdeos u Orleans. La sangre derramada incitó la furia de los hugonotes y causó el inicio de la cuarta guerra de religión francesa que entre treguas y refriegas no halló sosiego hasta que un nuevo rey, el protestante convertido en católico Enrique iv (“París vale una misa”) subió al trono y decretó el edicto de Nantes en 1598. Ahí quedó establecida la libertad de conciencia y cierto grado de libertad de culto para los calvinistas. Casi un siglo después, en su famosa epístola sobre la tolerancia, John Locke, reconocido como padre del liberalismo, sostuvo que necesitamos distinguir la esfera civil de la religiosa, que en una nos dediquemos al bien de la comunidad y en la otra a la salvación de las almas. Para ello es fundamental la libertad de creencias. John Rawls, uno de los grandes teóricos del liberalismo político, escribió: “el origen histórico del liberalismo político (y del liberalismo en general) es la Reforma y sus consecuencias, con las largas controversias acerca de la tolerancia religiosa en los siglos xvi y xvii. Algo parecido a la
comprensión moderna de la libertad de culto y de pensamiento empezó entonces”. Déjenme ponerlo así, para sintetizar este inicio que podría parecer titubeante: el liberalismo tiene en su raíz la idea de defender la neutralidad del Estado frente a las distintas ideas de vida que podemos escoger las personas. Esto, ante las terribles evidencias de los Estados que promueven una idea de cómo se debe vivir y no sólo oprimen a los que piensan diferente sino que tarde o temprano conducen, si no a la guerra civil, sí a que los campos y los ríos se llenen de sangre, sí a una profunda crisis de legitimidad.
EL LIBERALISMO Ahora intentaré explicar en unos cuantos párrafos la estructura fundamental de las sociedades liberales. Esto nos ayudará más adelante a entender los argumentos alrededor de la ilegitimidad de la prohibición del consumo, la producción y la venta de marihuana. Junto con Rawls, quizá uno de los liberales más importantes de finales del siglo xx fue Ronald Dworkin. Este filósofo hace una distinción entre dos tipos de compromiso moral: por un lado, todos tenemos visiones sobre cuál es la finalidad de la vida, sobre lo que es bueno y le da sentido; unos son musulmanes, otros católicos, a unos nos gusta la literatura, otros atesoran el oro. A estos compromisos Dworkin los llama “sustantivos”. Por otro lado, también reconocemos el compromiso de lidiar de manera justa e igualitaria con los demás, al margen de cómo entendemos nuestros fines (esto, por supuesto, si nos detenemos a pensar cómo debemos vivir). A este compromiso lo llama “procedimental”. Dworkin asegura que una sociedad liberal es la que como proyecto cooperativo no adopta ningún punto de vista sustantivo sobre los fines de la vida. Así pues, se encuentra unida no por un compromiso sustantivo sino por uno procedimental: el intento de tratar a las personas con igual respeto. Esta postura entiende que la dignidad humana se compone básicamente de autonomía, es
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decir, de la posibilidad de cada quien de determinar por sí mismo una postura sobre la buena vida. Así, es claro que desde el liberalismo la idea de dignidad está menos asociada con una postura particular de buena vida, de tal forma que las opciones o preferencias de cualquier persona no le restan dignidad, y se abre la posibilidad de que cada quien escoja cómo quiere vivir. Entonces, una sociedad liberal debe permanecer neutral con respecto a la buena vida y restringirse a asegurar que, sin importar cómo vean las cosas, los ciudadanos se traten de manera justa y el Estado lidie con ello de manera equitativa. Siguiendo a Rawls, y ojo, que resulta complicado enunciar toda una teoría en unas líneas, el liberalismo político defiende la primacía de la justicia sobre otros ideales políticos. Es decir, dado que la sociedad está compuesta de una pluralidad de personas, cada cual con sus propios fines, intereses e ideas del bien, podemos decir que se encuentra bien ordenada cuando se rige bajo principios que no presuponen ninguna concepción del bien. ¿Y en qué se basan estos principios? En un procedimiento imparcial de construcción política, pero para simplificar los términos, digamos que en una forma imparcial y razonable de llegar a acuerdos. Todo esto, sin duda, tiene una carga teórica que aquí no tengo espacio para detallar. Sirva añadir que en el centro de todo se encuentra la autonomía de los individuos y las libertades para ejercerla. Eso es lo que ha de proteger el Estado: el conjunto más amplio de libertades que todos podamos gozar por igual.
PATERNALISMO Según la definición clásica, el paternalismo consiste en restringir la libertad de una persona por su propio bien bajo condiciones que violan su autonomía. Así, cuando el Estado se comporta de manera paternalista, lo que está haciendo es imponerle a los ciudadanos una idea de vida buena que muchos podrían rechazar y esto, por supuesto, viola los principios básicos del liberalismo que acabamos de señalar, por ejemplo que su compromiso moral ha de ser procedimental y no sustantivo. Los liberales más kantianos suelen ser muy estrictos no sólo en el punto de que la neutralidad es fundamental, sino también en la inviolabilidad de la autonomía de las personas. Pero cabe señalar que el asunto no es tan sencillo. Por ejemplo, hay defensores de que lo que importa moralmente para juzgar una acción son sus consecuencias; en ese sentido, si el paternalismo, pese a violar la autonomía, trajera consigo mejores resultados, sería bueno. El tema se complica más todavía porque en la literatura filosófica se reconocen varios tipos de paternalismo. Quizá la primera distinción es la que hay entre paternalismo suave (soft) y duro (hard). Así lo indica la Enciclopedia de Filosofía de Stanford: el paternalismo suave defiende que las únicas condiciones bajo las cuales se justifica el paternalismo del Estado ocurren cuando es necesario para determinar si la persona cuyo acto será interferido actúa de manera voluntaria y con el conocimiento adecuado. Pensemos, por usar el ejemplo de John Stuart Mill, en una persona que está a punto de cruzar un puente colgante dañado con quien no podemos comunicarnos pues habla una lengua que nos es extraña; un paternalista suave lo detendría antes de cru-
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el intento organizado de un pequeño grupo de personas para imponer una visión del mundo, personas que lograron poner sus dogmas detrás de la legislación internacional adoptada por 188 países. En su libro Drogas, caminos hacia la legalización, aún en la mesa de novedades, el doctor en Derecho de la unam Jorge Díaz Cuervo dice lo siguiente al citar la convención de la onu que prohíbe las drogas:
zar para averiguar si sabe de la condición del puente. Si supiera y aún así quisiera cruzar no habría más elementos para detenerlo. En cambio, un paternalista duro diría que algunas veces es permisible evitar que una persona cruce el puente aunque quiera hacerlo bajo su propio riesgo. Por supuesto, el paternalismo suave es mucho más fácil de justificar, pues incluso podríamos decir que la autonomía no se puede ejercer plenamente si no se tiene suficiente información a la mano. El Estado es paternalista suave cuando obliga a las compañías de cigarros a poner frases de los daños que ocasiona el cigarro. Es paternalista duro cuando prohíbe el comercio de marihuana. También existe el paternalismo moral que interviene en pos de los intereses de la persona por la que se actúa, para promover su bienestar moral. Supongamos que una mujer se prostituye, sin caer en la trata de personas (es un ejemplo) y que no arriesga su salud pues la protección es infalible. El paternalista moral podría decirle que pese a que no se daña físicamente ni daña a otros, la prostitución la corrompe moralmente y le falta el respeto a su humanidad. Todo esto, claro, desde un punto de vista moral que considera degradante intercambiar dinero por sexo. Un ejemplo claro de un Estado paternalista moralmente hablando, es cuando no permite los matrimonios entre personas del mismo sexo por considerarlos moralmente perniciosos para la moral pública (lo que eso sea).
LA CARGA MORAL DE LA PROHIBICIÓN No es difícil encontrar textos que señalen que la prohibición de la marihuana, pero también de la cocaína, la heroína y en su momento del alcohol tuvo como trasfondo
Sólo para ilustrar el argumento y sin olvidar el tono de los discursos de quienes impulsaron el prohibicionismo que ya referimos antes, baste citar algunos enunciados del Preámbulo de la Convención de 1961 que es norma vigente: las partes, preocupadas por la salud física y moral de la humanidad [...] reconociendo que la toxicomanía constituye un mal grave para el individuo y entraña un peligro social y económico para la humanidad [...] conscientes de su obligación de prevenir y combatir ese mal... Como se aprecia, el legislador define el mal sin ambigüedades y postula la verdad pura y absoluta: las drogas son un mal grave que se debe combatir. Sin duda estamos ante un caso irrefutable de paternalismo moral, ejercido desde el órgano multilateral más importante, gracias a las presiones de Estados Unidos: la versión de un mal diabólico que la humanidad ha de enfrentar incluso declarándole la guerra. Nixon lo dejó clarísimo, lo cito del libro de Díaz Cuervo: “homosexualidad, drogadicción, inmoralidad en general. Esos son los enemigos de sociedades fuertes”.
LA CONTRADICCIÓN QUE HACE RELUCIR LA CARGA MORAL Sobran datos de cómo el tabaco y el alcohol son más dañinos para la salud que la marihuana. Cito una fuente de las muchas que podemos encontrar en revistas científicas: en enero de 2015, Dirk W. Lachenmeier y Jürgen Rehm publicaron un estudio en la US Library of Medicine donde plantean una nueva técnica para intentar establecer el riesgo que conlleva el uso de distintas drogas. El método, llamado margen de exposición (margin of exposure), analiza la proporción entre una dosis que implica efectos adversos y la cantidad de la sustancia que la gente usa típicamente. Los autores revisaron el margen de exposición de estas drogas: alcohol, nicotina, cocaína, heroína, marihuana, mdma, anfetamina y metadona. Reportan los siguientes resultados: en cuanto al riesgo individual, cuatro sustancias resultaron ser de alto riesgo: alcohol, nicotina, cocaína y heroína. Con respecto al riesgo que implica para la sociedad el uso que hacen de estas drogas los individuos, resultó que sólo el alcohol es de alto riesgo. Según los resultados del estudio, el uso de marihuana es más de cien veces
“EL ESTADO ES PATERNALISTA SUAVE CUANDO OBLIGA A LAS COMPAÑÍAS DE CIGARROS A PONER FRASES DE LOS DAÑOS QUE OCASIONA EL CIGARRO. ES PATERNALISTA DURO CUANDO PROHÍBE EL COMERCIO DE MARIHUANA.”
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“SI EL LEGISLADOR NO LOGRA DEMOSTRAR QUE EL CONSUMO DE MARIHUANA PONE EN RIESGO LOS DERECHOS DE LOS DEMÁS NI TAMPOCO EL ORDEN PÚBLICO, LA LEY QUE LO PROHÍBE SOBREPASA LOS LÍMITES QUE EL ESTADO PUEDE ESTABLECER PARA LAS PERSONAS EN UNA SOCIEDAD LIBERAL.” menos mortal que el alcohol. Esto, por supuesto, no quiere decir que beber una copa de vino es más peligroso que usar heroína, lo que nos dice el estudio es que el uso que los individuos hacen del alcohol es el más peligroso de entre todas las drogas en cuestión (y sin embargo es legal y a las botellas no le ponen fotografías de hígados destrozados por la cirrosis ni autos accidentados gracias a la conducción del borracho). Volvamos a la historia del puente colgante que nos ayuda a mostrar lo que quiero: imaginemos que en lugar de un puente ahora tenemos tres: el puente alcohol, el puente tabaco, y el puente marihuana. El Estado sabe que el puente alcohol está en una condición bastante débil y es riesgoso. Así nos lo informa y nos deja pasar. Lo mismo sucede con el puente tabaco: es bastante peligroso cruzarlo, quizá un poco menos que el puente alcohol, pero es de alto riesgo. Nos lo informa con imágenes tremendas, pero si aún lo queremos, nos deja pasar. Con respecto al tercero, el puente marihuana, sabe, porque ahí están los datos, que es el menos peligroso de los tres y, sin embargo, ése es intransitable. El Estado dirá que lo suyo es paternalismo duro y que lo hace por nuestro bien, porque es peligrosísimo cruzar ese puente, pero en realidad parece más paternalismo moral: no cruces porque es moralmente denigrante, porque quienes fuman marihuana han tomado la vía de la degeneración (o algo así). Y claro, como señalé desde el principio, esto es un atentado a las bases mismas del liberalismo: el Estado que sacrifica su neutralidad en pos de una idea del bien sólo genera inestabilidad a su interior, pues los que no estamos de acuerdo con esa idea del bien dejamos de verlo como legítimo.
DERECHO AL DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD El 9 de julio de 2013, los integrantes de smart (Sociedad Mexicana de Autoconsumo Responsable y Tolerante) presentaron una demanda de amparo indirecto en la que sostenían que la Ley General de Salud vulnera “los derechos a la dignidad humana, identidad personal, derechos de la personalidad, propia imagen, libre desarrollo de la personalidad, a la autodeterminación individual, libertad personal y corporal, así como el derecho a disponer de la salud propia”, entre otras cosas. Pero me quiero centrar en la idea del libre desarrollo de la personalidad, y es que al leer la ponencia del ministro de la Suprema Corte (hasta ahí llegó el amparo), Arturo Zaldívar, que concedió el amparo a los miembros de smart que lo solicitaron, me queda la impresión de que toma la defensa de este derecho como motivo central para concederlo. Cito algunos fragmentos que son casi una cátedra de liberalismo:
ni tampoco el orden público, la ley que lo prohíbe sobrepasa los límites que el Estado puede establecer para las personas en una sociedad liberal. Lo mismo sucede con la producción y el comercio: se argumenta que la salud de los individuos es un bien tutelado por el Estado y que por ello prohíbe la producción y venta de marihuana, pues son conductas que ponen en riesgo la salud de terceros (los consumidores). Pero claro, con ese argumento, el Estado tendría que prohibir la producción y venta ya no digamos sólo de alcohol y tabaco, sino también de comida chatarra y de todo aquello que ponga en un riesgo mayor del aceptable (no sé dónde está el límite) la salud de terceros, seguramente las motocicletas y las tablas de surf entrarían en esa categoría. La contradicción es evidente.
ARGUMENTO PRAGMÁTICO
El derecho al libre desarrollo de la personalidad brinda protección a un “área residual de libertad” que no se encuentra cubierta por las otras libertades públicas [...] estos derechos fundamentales protegen la libertad de actuación humana de ciertos “espacios vitales” que de acuerdo con la experiencia histórica son más susceptibles de ser afectados por el poder público, sin embargo, cuando un determinado “espacio vital” es intervenido a través de una medida estatal y no se encuentra expresamente protegido por un derecho de libertad específico, las personas pueden invocar la protección del derecho al libre desarrollo de la personalidad. De esta manera, este derecho puede entrar en juego siempre que una acción no se encuentre tutelada por un derecho de libertad específico [...] el derecho al libre desarrollo de la personalidad comporta “un rechazo radical de la siempre presente tentación del paternalismo del Estado, que cree saber mejor que las personas lo que conviene a éstas y lo que deben hacer con sus vidas”, de tal manera puede decirse que este derecho supone “la proclamación constitucional de que, siempre que se respeten los derechos de los demás, cada ser humano es el mejor juez de sus propios intereses”. Y claro, bien recalca el ministro: este derecho “no es absoluto, pues encuentra sus límites en los derechos de los demás y en el orden público”. Como puede observarse, se trata de límites externos al derecho que funcionan como cláusulas que autorizan al legislador a intervenir en el libre desarrollo de la personalidad para perseguir esos fines. Así pues, si el legislador no logra demostrar que el consumo de marihuana pone en riesgo los derechos de los demás
Déjenme terminar con un argumento pragmático. Para ello explico brevemente lo que entendía al respecto Perelman, el estudioso de la retórica: un argumento pragmático valora una acción, un evento, una regla, en términos de que sus consecuencias sean favorables o desfavorables. Parte del valor de las consecuencias se transfiere a lo que sea que se considere que las causa o las evita. Mi argumento es éste: la regulación del consumo, la producción, la venta y el trasiego de marihuana produciría un incremento en las arcas de la hacienda pública, esto sin contar todo el dinero que dejaríamos de gastar tratando de mantener la prohibición. Todo esto es un punto a favor de la legalización. No pude encontrar algún estudio que nos diga cuál podría ser el impacto estimado en las finanzas públicas mexicanas de los impuestos recaudados por todo el comercio que se generaría alrededor del mercado de la marihuana. Lo que es claro es que no sólo se vendería hierba, pues la cantidad de productos que se pueden hacer a partir del cáñamo son impresionantes: desde helados hasta sillas. La revista Pacific Standard publicó a mediados de mayo un artículo sobre el asunto, pero con respecto a Estados Unidos. Según el artículo, la Tax Foundation estima que los estados y la federación están dejando escapar 28 mil millones de dólares al año en impuestos. Colorado recaudó en 2015 el doble por venta de marihuana que por la de alcohol. El estado de Washington recauda 2 millones de dólares diarios en impuestos a la venta de marihuana. Las ciudades de Colorado invierten los ingresos generados en programas de corte social. En México hay estados terriblemente endeudados como Coahuila y Veracruz a los que no les vendría mal recaudar impuestos por venta de productos de marihuana. Termino así: es completamente irracional matarnos y tirar el dinero a la basura por una idea del bien que ni siquiera tiene un sustento sólido. Si estamos en guerra contra las drogas, mañana mismo deberíamos firmar un armisticio unilateral. Si el puente de la marihuana no es más peligroso que los demás (y aunque fuera igual de peligroso) el Estado no debería prohibirnos cruzarlo: además de ser ilegítima, con la prohibición estamos desperdiciando (literalmente) una oportunidad de oro. Vamos tirando dogmas al olvido.
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Una técnica de la neurología en pleno desarrollo que registra las formas de la actividad cerebral y neuronal. Aplicada a las alteraciones sensoriales, alucinaciones y cambios en la conciencia que producen las sustancias psicoactivas, la neuroimagen abre un campo de investigación que trasciende los dilemas de la actualidad, hacia un espacio donde el asombro y el hallazgo forman parte de un trayecto imprevisible.
LSD Y N EU ROIM AGEN DE PROBLEM A S A PRODIGIOS FERNANDA PÉREZ GAY JUÁREZ
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n tiempos de las redes sociales y la información presurosa es difícil predecir por dónde nos llegarán noticias del avance de conocimiento, y aún más complicado tomarse el tiempo de analizar la veracidad y el impacto de dicha información. Hace apenas unos meses, en marzo de 2016, un grupo de investigadores del Imperial College of London publicaron los resultados de un estudio que tuvo un gran eco en la comunidad científica y no-científica. Lleva por título “Correlatos neurales de la experiencia de lsd revelados por neuroimagen multimodal” y explora, a través de distintos métodos de imagen cerebral, los cambios en la actividad neuronal observados en veinte sujetos bajo la influencia del ácido lisérgico de dietilamida. El estudio fue pronto difundido por medios como Time, The Guardian y cnn, descrito como “el primer estudio de imagen cerebral de los efectos del lsd”. Antes de leer el artículo o enterarme de él a través de algún grupo universitario o un blog de neurociencia, me encontré en Facebook con uno de los videos de divulgación científica, realizado por The Guardian; señala que los resultados de estos análisis de actividad cerebral podrían responder a preguntas como “por qué el lsd nos hace sentir uno con el Universo”, afirmación que acompaña con un par de imágenes de cortes del cerebro coloreadas de tonos rojos y amarillos. A grandes rasgos, en el caso de quienes tomaron placebo, los colores se concentran en sólo una tercera parte de la imagen del cerebro. En cambio, en la imagen de aquellos que tomaron lsd, los colores la ocupan casi por entero. “Bajo la influencia del lsd, las regiones cerebrales que estaban antes segregadas comienzan a comunicarse unas con las otras”, se lee en una parte del video. Fui de inmediato a buscar y leer el artículo. Estaba emocionada por el hecho cada vez más común de que los avances de la neurociencia se utilicen para estudiar los efectos de las drogas en el cerebro, tras muchos años de ser un tema tabú. Decidí entonces hacer un viaje —no alucinógeno— hacia la historia del lsd como promesa terapéutica y su uso en el mundo médico-científico, hasta el mencionado estudio del grupo de investigación a cargo del doctor David Nutt.
EL DÍA DE LA BICICLETA Hace setenta y tres años, un día de abril de 1943, un hombre llamado Albert Hofmann se recostaba en su cama, mareado y desorientado, pensándose enfermo. De un golpe, al cerrar los ojos, el malestar fue interrumpido por un flujo de imágenes de una viveza y plasticidad impresionantes, formas y colores que parecían salidos de un caleidoscopio. Horas antes había estado manipulando una de las sustancias experimentales con las que trabajaba en el laboratorio y, en medio de la selva fantástica que rodeaba su cama, asumió que debía haberla absorbido accidentalmente por la piel. Unos días después, el 19 de abril, decidió probar su hipótesis, disolviendo la sustancia en agua y bebiéndola de un trago. Cuando comenzó a sentir los efectos pidió a su ayudante que lo acompañara a casa y montó en su bicicleta, sobre la cual inició un intenso trance, el primer viaje alucinógeno causado por una sustancia sintética: el ácido lisérgico de dietilamida o lsd. En su libro La historia del lsd: Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo, Hofmann relata los trabajos de investigación que lo llevaron a aislar este compuesto, además de transcribir los reportes de sus primeras experiencias con esta sustancia:
Técnica de neuroimagen que muestra efectos del LSD en el cerebro.
Ya ahora sabía perfectamente que el lsd había sido la causa de la extraña experiencia del viernes anterior, pues los cambios de sensaciones y vivencias eran del mismo tipo que entonces, sólo que mucho más profundos. [...] En el viaje en bicicleta mi estado adoptó unas formas amenazadoras. Todo se tambaleaba en mi campo visual, y estaba distorsionado como en un espejo alabeado. También tuve la sensación de que la bicicleta no se movía. Luego mi asistente me dijo que habíamos viajado muy deprisa. Llegué sano y salvo a casa [...] Mi entorno se había transformado ahora de modo aterrador. Todo lo que había en la habitación estaba girando, y los objetos y muebles familiares adoptaban formas grotescas y generalmente amenazadoras. Se movían sin cesar, como animados, llenos de un desasosiego interior [...] Todos los esfuerzos de mi voluntad de detener el derrumbe del mundo externo y la disolución de mi yo parecían infructuosos. En mí había penetrado un demonio que se había apoderado de mi cuerpo, mis sentidos y mi alma [...] El miedo fue cediendo y dio paso a una sensación de felicidad y agradecimiento crecientes, a medida que creía la certeza de haber escapado definitivamente del peligro de la locura. Ahora comencé a gozar poco a poco del juego inaudito de colores y formas que se prolongaba tras mis ojos cerrados [...] Lo más extraño era que todas las percepciones acústicas, como el ruido de un picaporte o un automóvil que pasaba, se convertían en sensaciones ópticas. Cada sonido generaba su correspondiente imagen en forma y color, una imagen viva y cambiante. Al día siguiente, cuando salí al jardín, en el que ahora, después de una lluvia primaveral, brillaba el sol, todo centelleaba y refulgía en una luz viva. El mundo parecía recién creado. Todos mis sentidos vibraban en un estado de máxima sensibilidad que se mantuvo todo el día.
“LO “ MÁS EXTRAÑO ERA QUE TODAS LAS PERCEPCIONES ACÚSTICAS, COMO EL RUIDO DE UN PICAPORTE O UN AUTOMÓVIL QUE PASABA, SE CONVERTÍAN EN SENSACIONES ÓPTICAS.”
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lisérgico, que Hoffman abrevió lsd-25. La probaron en algunos animales de laboratorio, pero no despertó un gran interés. No es sorprendente si consideramos que, hasta hoy, ningún ratón ha verbalizado su vida mental. Así, el lsd-25 se relegó a un armario silencioso. Dicho en sus propias palabras, no fue sino un “extraño presentimiento” el que llevó a Albert Hoffman a volver a producir lsd-25 cinco años después, y no fue sino un accidente el que lo llevó a experimentar sus efectos “en carne propia... mejor dicho, en espíritu propio”. Por ello, Hofmann inició su libro con una cita de Louis Pasteur: “En los campos de la observación el azar no favorece más que a las mentes preparadas”.
Así fue como el 19 de abril de 1943, también conocido como el Día de la Bicicleta, ocurrió el primer viaje en lsd.
LA SERENDIPIA Y EL CORNEZUELO Albert Hoffman dedicó su carrera de químico a estudiar los compuestos en las plantas medicinales. Trabajó durante mucho tiempo para los laboratorios Sandoz, intentando extraer las sustancias activas del cornezuelo de centeno, un hongo que parasita algunos tipos de cereales. En la Alta Edad Media, la ingesta de pan hecho con cereales contaminados por este hongo causó envenenamientos masivos, caracterizados en algunos casos por convulsiones incontrolables y, en otros, por gangrena de las extremidades. Este último síndrome se llamó mal des ardents, fuego sacro o fiebre de San Antonio, ya que fueron los monjes de esta orden quienes se dedicaron a cuidar a sus pacientes en el siglo xii. Hoy conocemos ambos síndromes tóxicos como ergotismo. También existían reportes desde fines del siglo xvi de comadronas que utilizaban el cornezuelo durante el trabajo de parto o en la realización de abortos, para detener el sangrado uterino. Era claro que una o más sustancias contenidas en este hongo tenían fuertes propiedades sobre los vasos sanguíneos y, a juzgar por el síndrome convulsivo, también en los sistemas de neurotransmisión. Dado el gran potencial terapéutico del cornezuelo de centeno, a principios del siglo xx los químicos farmacéuticos desarrollaron su interés por caracterizar las diversas sustancias que contenía para medir y comprender su acción en el cuerpo humano y sintetizar, basados en su estructura, nuevos medicamentos. Entre 1907 y 1930 se aislaron la ergotoxina, la ergotamina y la ergobasina, cada uno con efectos distintos en la fisiología humana. Cuando examinaron su estructura, investigadores del Rockefeller Institute notaron que todos ellos tenían una estructura en común. La llamaron ácido lisérgico. A partir de 1935, Hofmann se dió a la tarea de combinar el ácido lisérgico con otras sustancias para obtener nuevos compuestos con propiedades terapéuticas. En 1938 sintetizó y etiquetó una de sus mezclas, con la intención de probarla como estimulante para la circulación y la respiración. Se trataba de la dietilamida de ácido
PHANTASTICA Y PSIQUIATRÍA Hofmann compartió su hallazgo con el psiquiatra Werner Stoll, quien a su vez probó la sustancia y registró sus reacciones en un informe tan detallado y asombroso como el del mismo Hofmann. Publicado en 1947, hoy se considera la primera investigación sistemática del lsd en el ser humano. Stoll administró dosis de 0.02 a 0.13 mg (dos a diez veces menores que las ingeridas por Hofmann). Los efectos observados coincidían en gran medida con los de la mescalina, la sustancia psicoactiva contenida en el peyote, que había sido ya sintetizada y estudiada por grupos de científicos en los años veinte. Así, el lsd fue caracterizado como un phantasticum, término acuñado por Louis Lewin para referirse a las sustancias que modifican las percepciones sensoriales, generan alucinaciones y cambios en la conciencia. Pero el lsd tenía una característica especial: la dosis necesaria para obtener un efecto psíquico era sorprendentemente baja, de cinco a diez mil veces menor que la dosis de mescalina. El doctor Stoll concluyó que el lsd tenía numerosas posibilidades de aplicación médico-psiquiátrica. En consecuencia, empezó entonces una serie de experimentos que buscaban probar su utilidad en psiquiatría. A principios de los años cincuenta, el creciente interés por la molécula de lsd coincidió con la llamada “revolución psicofarmacológica”, tras el descubrimiento del primer antipsicótico (la clorpromazina) y el primer antidepresivo tricíclico (la imipramina). La utilización eficaz de compuestos químicos para tratar síntomas psiquiátricos cambió el modo en que se entendían el cerebro, la mente y las enfermedades mentales. La psiquiatría se acercaba por fin a los estándares científicos y las expectativas terapéuticas de otras especialidades médicas, y la bioquímica cerebral se colocaba en el centro de la naturaleza de la enfermedad mental. Dado que algunos efectos del lsd se asimilaban
a las descripciones de la psicosis, algunos investigadores, entre ellos Humphrey Osmond, sugirieron que, en los pacientes esquizofrénicos, podría existir alguna molécula similar a la mescalina o al lsd que causara sus síntomas. Esto abrió la puerta a nuevas líneas de investigación. Durante los años cincuenta se publicaron más de 750 artículos científicos alrededor del lsd.
TIMOTHY LEARY Y LA ÉPOCA OSCURA Tras el revuelo causado por esta nueva sustancia que en cantidades ínfimas podía transformar radicalmente la vida mental de quienes la probaban, la investigación con lsd atravesó un largo periodo de oscuridad. La principal causa fue la prohibición de este alucinógeno, tras la difusión del lsd fuera de la comunidad científica y la generalización de su uso como droga recreativa en la ola de drogadicción de los años sesenta en Estados Unidos. Curiosamente, uno de los primeros centros donde el lsd se transformó de droga experimental en droga recreativa para jóvenes blancos de clase media alta fue la Universidad de Harvard. Allí, el doctor Timothy Leary, en ese entonces psicólogo e investigador, coordinaba varios proyectos de investigación con lsd. Con su colega Richard Alpert, realizó diversos protocolos que incluían la exploración de la reintegración social de reos, el fomento de la creatividad y la inducción de experiencias místico-religiosas. Lo que inició bajo el marco de una investigación seria pronto se descarriló y se convirtió en una especie de proselitismo pro-drogas alucinógenas. Al parecer, sus investigaciones se habían apartado del método científico para convertirse en fiestas psicodélicas a las cuales cada vez más estudiantes querían acceder como voluntarios. El viaje de lsd se convertía así en una moda entre la juventud universitaria que se expandió rápidamente de Harvard a otras universidades, favorecida por la pérdida de patente de Sandoz sobre la droga, a partir de la cual diversos laboratorios empezaron a producirla con relativa facilidad para abastecer el mercado negro. Además de sus experimentos-fiesta, Timothy Leary hacía publicidad a la sustancia en un gran número de periódicos, revistas, radio y televisión, ignorando los posibles peligros de la droga para reafirmar su doctrina: el lsd servía para hallarse a sí mismo, tocar la divinidad y era también el más potente afrodisiaco conocido. Fue expulsado de Harvard en 1963, y desde entonces se dedicó a defender, difundir y popularizar las experiencias con drogas alucinógenas como modo de vida, hipnotizado por la idea de que sus revelaciones místico-religiosas eran la puerta a un mundo mejor. Debido al consumo de lsd como estupefaciente, los laboratorios Sandoz en
“A “ PRINCIPIOS DE LOS AÑOS CINCUENTA, EL CRECIENTE INTERÉS POR LA MOLÉCULA DE LSD COINCIDIÓ CON LA LLAMADA ‘REVOLUCIÓN PSICOFARMACOLÓGICA’, TRAS EL DESCUBRIMIENTO DEL PRIMER ANTIPSICÓTICO Y EL PRIMER ANTIDEPRESIVO TRICÍCLICO.”
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“CUANDO “ HABLAMOS DE LA LEGALIZACIÓN DE LAS DROGAS, NOS ENFOCAMOS EN SUS ASPECTOS ‘MEDICINAL’ Y ‘RECREATIVO’ Y OLVIDAMOS UNA TERCERA LÍNEA: LA DE LA INVESTIGACIÓN CON SUSTANCIAS PSICOACTIVAS.” Suiza congelaron en 1966 la entrega de este producto a laboratorios, clínicas e institutos de investigación. Pero fue demasiado tarde para evitar la diseminación de la sustancia como droga de abuso. Por desgracia, al mismo tiempo que la droga seguía llegando a gran cantidad de jóvenes en Estados Unidos, la obtención del mismo compuesto para usos médicocientíficos se obstaculizó de manera notable. En el mismo año, el lsd fue declarado ilegal en California y posteriormente en el resto de Estados Unidos. Entre 1966 y 1970, el lsd se volvió ilegal en el resto del mundo. Así, fue relegado a la oscuridad científica por casi tres décadas.
LA DÉCADA DEL CEREBRO En los años noventa, la llamada “década del cerebro”, el interés por experimentar con compuestos psicodélicos encontró una nueva vía. Los avances en el conocimiento de la neurobiología y el consecuente desarrollo de métodos de neuroimagen funcional, gracias a los cuales se puede evaluar la actividad cerebral casi en tiempo real, en diferentes condiciones y al realizar diferentes tareas, abrieron una nueva e interesante forma de experimentar con estados alterados. A principios de esta década, el psiquiatra suizo Franz Vollenweider revivió la experimentación psicodélica en seres humanos con un estudio de escáner PET (Tomografía por Emisión de Positrones) en sujetos sanos bajo los efectos de la ketamina y la psilocibina (compuesto activo de los hongos alucinógenos). Uno de sus principales hallazgos fue que ambos alucinógenos generaban cambios similares (mayor activación) en los lóbulos frontales del cerebro, que forman parte importante del aparato cerebral que regula la personalidad, la iniciativa y el juicio de cada persona. Este estudio de Vollenweider no sólo fue la primera medición de cambios cerebrales de los efectos de los alucinógenos, sino uno de los primeros intentos por establecer correlaciones entre medidas cerebrales y fenómenos mentales. Sin embargo, en la década de los noventa la idea de que los cambios metabólicos cerebrales pudieran explicar estados mentales era tema de intenso debate. La relación entre la subjetividad de los estados mentales y la objetividad de las medidas físicas de la neuroimagen tardaron aún una década en empezar a aceptarse en la comunidad neurocientífica y por ello el estudio pionero de Vollenweider fue objeto de severas críticas y no tuvo la difusión que tiene hoy el reciente estudio del doctor Nutt.
TU CEREBRO EN LSD Por último, llegamos al estudio del doctor Nutt que despertó la curiosidad de muchos: veinte voluntarios se sometieron
al estudio de su actividad cerebral bajo el influjo de lsd. Este trabajo de investigación retomó la metodología de Vollenweider, utilizando escalas que medían distintos efectos psicológicos del lsd con medidas objetivas de la actividad cerebral. Encontró cambios importantes de actividad en distintas áreas. Uno de los más notables fue el cambio en la función del área visual, que tras la ingestión de lsd se conecta con un porcentaje de áreas de la corteza cerebral mucho mayor. Este cambio en el aparato cerebral de la visión mostró correlación estadística con las escalas de medición de alucinaciones visuales y podría explicar las experiencias visuales con los ojos cerrados. El segundo cambio importante fue la corteza del lóbulo temporal cercana al hipocampo, centro de formación de nuevos recuerdos. Se observó una disminución en la conexión de dos áreas del lóbulo temporal —llamadas parahipocampal y retroesplenial. La “desconexión” de estas dos áreas se asoció con un puntaje alto en las escalas de medición de “disolución del yo” y “alteración de significado”. Un punto a resaltar es que los cambios en la conectividad de la corteza visual y en las áreas mencionadas de la corteza temporal no parecían tener relación entre sí, como si se tratara de fenómenos paralelos pero independientes.
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de neuroimagen (resonancia magnética funcional, magnetoencefalografía, angiografía no contrastada) que han evolucionado de manera impresionante en los veinticinco años posteriores al primer estudio de los efectos de la psilocibina con pet y pueden medir diversos cambios en la fisiología cerebral: aumento del flujo sanguíneo, actividad eléctrica, patrones de conexión cerebral. Otra ventaja es que, al utilizar más de un método, la coincidencia de patrones fortalece los hallazgos de actividad cerebral. Sin embargo, la tendencia a sobreinterpretar y trasladar los resultados de estudios de neuroimagen hacia la vida mental, que tanto se temía en los noventa, no debe ser ignorada. Aunque en los últimos años, con el auge de la neurociencia cognitiva, se ha aceptado cada vez más la relación de actividad cerebral con estados mentales, las limitaciones de la neuroimagen siguen vigentes. La subjetividad de los estados conscientes escapa aún a los más rigurosos métodos de medición de actividad cerebral. Si es difícil caracterizar un área cerebral encargada de una función específica, afirmar que los patrones observados con métodos de neuroimagen “explican por qué nos sentimos uno con el universo” es una declaración que está lejos de ser real. Nadie puede negar que las drogas, a través de modificaciones químicas en el cerebro, generan estados mentales distintos. El estudio de este fenómeno a través de la neuroimagen y la introspección puede sin duda generar nuevas hipótesis sobre la relación mente-cerebro. Pero la neuroimagen, a pesar de ser un método potente para identificar los lugares del cerebro donde hay cambios físicos medibles, no nos otorga por sí misma una explicación causal.
DE NIÑAS PROBLEMA A NIÑAS PRODIGIO
En general, el estudio encontró un cambio significativo en un grupo de estructuras cerebrales llamado “red neuronal por defecto” (default mode network), la parte de nuestro cerebro que está activa cuando, estando despiertos, no pensamos en nada concreto; divagamos o soñamos despiertos. El contenido de este estado suelen ser reflexiones introspectivas, no relacionadas con un estímulo exterior concreto, relativas al “yo”, a nuestro futuro o nuestro pasado. Más allá de las imágenes coloreadas que llaman nuestra atención, la modificación de esta red bajo la influencia de un alucinógeno es un dato objetivo desde el cual explorar sus intensos efectos en el tren de pensamiento y la reflexión sobre uno mismo. El estudio del doctor Nutt contiene varias fortalezas: usa varios métodos
La neuroimagen puede mostrar las áreas que activa el LSD en el cerebro.
El estudio del doctor Nutt y la reacción que suscitó alberga un motivo de celebración. Cuando hablamos de la legalización de las drogas, nos enfocamos en sus aspectos “medicinal” y “recreativo” y olvidamos una tercera línea: la de la investigación con sustancias psicoactivas. El doctor Nutt fue asesor del gobierno británico en materia de drogas, y ha sido un defensor del estudio de los alucinógenos como posible terapia psiquiátrica. Recientemente publicó un nuevo estudio evaluando el efecto de la psilocibina en casos de depresión resistente a tratamiento. El eco de su trabajo abre la puerta al desarrollo de esta línea de investigación. En México, en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía se lleva a cabo actualmente un ensayo clínico para evaluar el efecto antidepresivo de la ketamina y su mecanismo, a cargo del doctor Rodrigo Pérez Esparza. La investigación seria de los efectos de las drogas que se consideran “de abuso”, es fundamental para el mejor conocimiento de sus riesgos, sus beneficios y por ende su regulación. Si los estudios que apuntan a su aplicación terapéutica avanzan en un sentido positivo, sus resultados podrían implicar, como dijo Hofmann refiréndose al LSD, que esta droga deje de ser una niña problema para transformarse en niña prodigio.
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Este es un pasaje de la biografía más reciente del autor de Confesiones de un inglés comedor de opio, escrita por Frances Wilson (1964) con un título que puede traducirse como Tema de culpa. Una vida de Thomas de Quincey (Guilty Thing. A Life of Thomas de Quincey, Bloomsbury, 2016). Wilson es autora de otra biografía, La balada de Dorothy Wordsworth (The Ballad of Dorothy Wordsworth, Faber, 2008), así como de varios estudios sobre Henry James.
UN ADICTO CÉLEBRE D E Q U I N C E Y, E L T R A N S G R E S O R FRANCES WILSON TRADUCCIÓN ANTONIO SABORIT
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ay un cuento satírico de Edgar Allan Poe, titulado “Cómo escribir un artículo a la manera del Blackwood”, en que el editor de la célebre Blackwood’s Edinburgh Magazine le revela el secreto de su éxito a una ambiciosa periodista joven, de nombre Signora Psyche Zenobia. “Si desea usted escribir con energía, Miss Zenobia, concentre toda su atención en las sensaciones”. Es el caso si se atraganta con un hueso de pollo, la muerde un perro hidrófobo o “le ocurre a usted ahogarse o que la ahorquen”. Tales sensaciones le pueden retribuir “diez guineas por página”. Para inspirarse, le recomienda leer un artículo publicado en Blackwood’s con el título “El muerto vivo”, el cual contiene el registro, “lleno de sabor, espanto” y “sentimiento”, de un hombre que fue enterrado antes de que le llegara su hora. También están, sigue el orgulloso editor, las Confesiones de un inglés comedor de opio, “una verdadera golosina” que muestra “imaginación extraordinaria, profunda filosofía, reflexiones agudas, muchísimo fuego y furor, y todo eso bien salpimentado de cosas ininteligibles”. El autor de las Confesiones, revela el editor, fue Junípero, su mandril preferido. Claro que fue Thomas de Quincey quien escribió las Confesiones de un inglés comedor de opio, elaboradas para el mercado de las publicaciones periódicas antes de convertirse en un libro exitoso. Sin embargo, las Confesiones nunca aparecieron en Blackwood’s, y de ahí pende una leyenda que a Poe, de haberla sabido, le hubiera gustado. William Blackwood, el verdadero editor de Blackwood’s, encargó originalmente las confesiones de opio a fi-
nales de 1820, cuando De Quincey era un adicto desconocido lleno de deudas. Éste habría sido el gran lanzamiento de De Quincey, pero nunca las entregó. El opio es un gran procrastinador, y De Quincey, quien escribía bajo la influencia, batalló todo el tiempo con las fechas de entrega. Para enero de 1821, los únicos adelantos que Blackwood había recibido de la escritura de De Quincey eran cartas presuntuosas de disculpa en las que se describe a sí mismo como “el Atlas” de la revista (aunque era el primer artículo que le pedían escribir para Blackwood’s) y dice que está “trabajando duro, resuelto a rescatar a la Revista del destino que por su estupidez se merece”. Perplejo, Blackwood le contestó que en cuanto a la revista, “será del todo innecesario que siga molestándose”. Mientras De Quincey estaba ocupado en no escribir su artículo para Blackwood’s, se preparaba un drama que consumía la mayor parte de su atención. Eran los días del periodismo literario-político y en enero de 1820 había salido una nueva versión de una revista mensual del siglo xviii: London Magazine. Su editor, un escocés de nombre John Scott, se enfrentó al poco tiempo con Blackwood’s por atacar a todos sus amigos, incluidos John Keats y Leigh Hunt, y por hacer “de la honestidad común un chiste común”.
SALUDO A LAS ARMAS El siglo xix fue el de la conducta escandalosa y Blackwood’s respondió puntualmente a las críticas de John Scott con un llamado a las armas: Scott, dijo John Wilson, “será hombre muerto”. Listos para desafiar al editor del London Magazine estaban J. G. Lockhart (colaborador
y yerno de Walter Scott) y Wilson, buenos contendientes ambos. Scott, según informó un agitado De Quincey, “no tuvo de otra”. Su propio “desprecio” hacia el sujeto, le dijo a Wilson, era “hondo, serio, y con fundamentos morales”. Más aún: “Ardo por venganza. Detesto tanto el lloriqueo hipócrita infame del sujeto que yo mismo sería capaz de hacer lo que fuera para humillarlo”. Ambos bandos se empeñaron en una escalada de santurronería, y creyendo erróneamente que Lockhart era el editor de Blackwood’s, Scott lo desafió a un duelo en febrero de 1821. A Lockhart lo apadrinó su amigo Jonathan Christie, quien le metió una bala en el abdomen a Scott en los campos de Chalk Farm, a las afueras de Londres. A los 36 años, en efecto, Scott era hombre muerto.
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“DE “ QUINCEY SE BURLABA DE LA IDEA DE QUE ÉL FUERA EL PROMOTOR NACIONAL DE LA DROGA: ‘¡QUE ENSEÑO A COMER OPIO! —CLAMABA—. ¿ENSEÑÉ A BEBER VINO? ¿REVELÉ EL MISTERIO DEL SUEÑO? ¿INAUGURÉ LA FRAGILIDAD DE LA RISA?’” Cinco meses después, De Quincey hizo la maleta y se fue a Inglaterra. Llamó a la puerta del London Magazine, se presentó ante los nuevos editores, John Taylor y James Hessey, y obtuvo otro encargo para sus propuestas confesiones. En el London nada se sabía en cuanto a que primero le ofreció tal material a Blackwood’s, o sobre el apoyo de De Quincey a esta revista en esa racha fatal, y por tanto De Quincey estaba aterrado de que su duplicidad fuera exhibida de alguna manera. De Quincey permaneció en la capital durante el verano de 1821, instalado en las antiguas habitaciones de John Scott, en la calle de York en Covent Garden (hoy es la calle Tavistock y la casa alberga un restaurante turco). Sólo De Quincey, quien medraba en el baño de sangre del periodismo de la Regencia, pudo intentar semejante arreglo doméstico: tras pelear con Blackwood, se alineó en secreto con alguien que había peleado contra Blackwood y que a resultas de ello había perdido la vida. Del London Magazine recibió un adelanto “ultra munificente”, sólo que De Quincey, para variar, estaba tapado de deudas y el dinero se fue al instante. En agosto de 1821, en la semana de su cumpleaños número 36, recibió un amago de arresto por una cuenta no saldada y se ocultó en el “tumulto de las cafeterías”. Estaba sin un centavo, enfermo y a la espera de que Blackwood lo apaleara —y a la edad de la muerte de Scott. La carrera de De Quincey como periodista —escribió un libro en treinta años y unos 250 artículos— coincidió con el nacimiento de un género que Walter Bagehot llamó “el ensayo a manera de reseña y la reseña a manera de ensayo”. De Quincey no era un ensayista cuidadoso como Hazlitt; no creó objetos acabados. La virtud del ensayo está en que refleja un pensamiento en el proceso de descubrirse a sí mismo, y De Quincey dramatizó este proceso. Escribía con desvíos, reciclaba palabras de otras personas, produjo experimentos en introspección, obras en proceso; en lugar de hacer avanzar su escritura, se abismaba en ella o la hacía remontar, afirmó Leslie Stephen, “como el murciélago... sobre las alas de la prosa hasta los límites de la verdadera región poética”.
FELICIDAD Y SUFRIMIENTO EN EL BOLSILLO Desde luego que el opio ayudó con el lenguaje del ensueño. Aunque De Quincey no fue un comedor de opio: lo tomaba en gotas disueltas en alcohol y en la mesa donde trabajaba tenía un decantador del líquido carmesí. En las pausas de su escritura, De Quincey se perdía en las calles de Londres en un estado de
gran ansiedad, confiando al editor John Taylor que contaba con una especie de premonición ominosa “en cuanto a que posiblemente había un ser en el mundo destinado a imponerle un daño enorme y sin expiación” —Taylor pensó que “John Wilson podía ser ese hombre”. El opio echaba a andar la paranoia de De Quincey, pero sus temores no carecían de sustento. John Wilson era un animal de peligro, y la traición de De Quincey al Blackwood’s debía tener repercusiones. “Wilson no olvida estas cosas —dijo De Quincey—, permanecen en su cabeza y en uno u otro momento estoy seguro de que hará lo que pueda para hacerme daño”. La primera parte de las Confesiones de un inglés comedor de opio. Extracto de la vida de un estudioso se publicó de manera anónima en el London Magazine en septiembre de 1821. Contaba la historia de la tumultuosa juventud del autor; tras desertar de la primaria en Manchester vivió como un paria en Soho Square, en Londres, y se hizo amigo de una joven prostituta de nombre Ann. Más adelante, como estudiante en Oxford, recurrió al opio para aliviar el dolor de cabeza y encontró una “panacea... de todos los males humanos... la felicidad podía comprarse por un penique y llevarse en el bolsillo del chaleco”. Fue tal la euforia de esta primera vez que el resto de su vida lo pasó tratando de recuperarlo. Sólo que en lugar de la felicidad, De Quincey experimentó, durante sus sueños de opio, un “horror inconcebible”. En una sola noche vivía un siglo, se volvía parte de un impetuoso Atlántico, se veía en China, un país en el que pensaba que habría de volverse “loco” y en donde Monos, papagayos, cacatúas me miraban fijamente parloteando, gruñendo, chillando. Me refugiaba en pagodas y quedaba aprisionado durante siglos en la cúspide o en salas secretas; fui el ídolo, fui el sacerdote, fui adorado, fui sacrificado. Huía de la cólera de Brahma a través de todas las selvas de Asia: Vishnú me odiaba: Siva me tendía una emboscada... Me besaron los cocodrilos con besos cancerosos, yací confundido con todas las indecibles cosas viciosas, entre los juncos y el lodo del Nilo. Sus sufrimientos, concluía el autor, habían acabado y esperaba que su relato resultara “útil e instructivo” a los lectores. Pero poco había cambiado entre la vida que De Quincey llevaba y el pasado que evocaba. En el pasado había huido y ahora mismo huía. Y continuaba siendo un adicto. La primera entrega de las Confesiones fue tan popular que la segunda apareció como el plato principal del número de octubre del London. A los lectores les encantó este extraño relato. “Quienes sí saben de revistas se interesan en la suer-
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te del comedor de opio”, anunció encantado Taylor. Este “comedor de opio”, en lo que se había transformado De Quincey, fue un éxito instantáneo: acababa de inventar las memorias de la miseria, la memoria recobrada y el relato de aventuras farmaco-picaresco.
GENIALIDAD DE LAS CONFESIONES Ahora que el opio ha ascendido a la esfera del mito leemos de otra manera a De Quincey. Lo vemos como uno de nosotros, como una voz que anticipa nuestra propia época con su empleo recreativo de la droga, pero no se leyó así en 1821. Aunque él mismo se declaró el “único miembro” de la “verdadera iglesia en el tema del opio”, la congregación, como bien lo sabía, se amontonaba a las puertas de la catedral. El opio estaba en la mayoría de los gabinetes de las casas, como el único analgésico ampliamente disponible. Las mujeres de clase media perdían el sentido en el sofá bajo su influjo; hasta se les daba a los perros y a los niños. Sus efectos milagrosos no eran más misteriosos para los contemporáneos de De Quincey de lo que hoy son para nosotros los efectos milagrosos de la aspirina; quien había tomado opio para aliviar un dolor de muelas sabía de qué hablaba De Quincey. Los pocos que ignoraban el impacto de la droga en los sueños lo probaron entonces. Robert Southey escribió de “alguien que nunca antes había tomado una dosis de opio” pero que “tomó una tan fuerte por experimentar la sensación que esclavizó a De Quincey, que con una poca más habría resultado fatal”. Branwell Brontë también lo probó por primera vez. Muchas personas —escribió el autor anónimo de un panfleto, Advertencia a los comedores de opio— se hicieron un gran daño al tomar de forma experimental el opio, a lo que llegaron por la fascinante descripción del exquisito placer que procura la ingestión de esa droga, la cual aparece en una publicación reciente sobre el tema. De Quincey se burlaba de la idea de que él fuera el promotor nacional de la droga: “¡Que enseño a comer opio! —clamaba—. ¿Enseñé a beber vino? ¿Revelé el misterio del sueño? ¿Inauguré la fragilidad de la risa?” Sus primeros lectores disfrutaron el relato exagerado del primer viaje de De Quincey, la indignante ironía de posar como el único londinense en trance, la prosa cómicamente sofocante: “opio elocuente que con tu fuerte retórica deshaces las victorias de la ira; que durante una noche devuelves al culpable las esperanzas de la juventud y le lavas la sangre de las manos”; así como también la desfachatez implícita en recrear un hábito doméstico como una transgresión personal y única. La genialidad de las Confesiones, según lo plantea el historiador cultural Mike Jay, radica en que “De Quincey no estaba tanto rompiendo un tabú como creando deliberadamente uno al replantear una práctica familiar como algo transgresivo y culturalmente amenazante”.
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FRANCISCO HINOJOSA
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LA N OTA NEGRA
POLÍTICA Y LECTURA
@panchohinojosah
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onald Trump es sin duda alguien que nació para triunfar. Ha logrado lo que más quería: hacerse popular, estar en la boca de todo el mundo, fingir que es un líder presidenciable, vomitar en la cara de quien no piensa como él, hacer chistoretes a complacencia de su auditorio, sembrar temor con sus amenazas. Si no fuera porque sus discursos están enmarcados dentro de una campaña política con muchos seguidores, sería un cómico de segunda, digno del jitomatazo que en algún momento recibió al hablar de lo aprovechados que somos con nuestros vecinos estadunidenses. Dudo mucho que crea que va a competir seriamente en las elecciones contra quien represente al partido demócrata, probablemente Hillary Clinton. Ha hecho todo por perderlas porque sabe que no sabría cómo despachar desde la oficina oval. Sabe que no sabe, a tal grado de que ignora que lo que promete en campaña no todo depende de una decisión vertical. Es probable que piense que administrar un país sea equiparable a manejar una empresa en la que los ciudadanos son una suerte de empleados a quienes dar órdenes, o quizás de clientes a quienes vender un producto, y que otras naciones representan a la competencia o a una alianza comercial. Ha ganado también porque logró despertar entre la sociedad más conservadora, temerosa y resentida de los Estados Unidos los demonios de la xenofobia, el racismo y la intolerancia: sus principios, si a eso se le puede llamar principios. Tampoco sabe que los Estados Unidos es uno de los países más multiculturales y multilingüísticos del planeta. Le debe todo lo que es a las muchas migraciones que
Las Claves
GREGORIO MARAÑÓN —MÉDICO, HISTORIADOR, ESCRITOR, ACADÉMICO DE LA LENGUA Y UN GRAN PENSADOR ESPAÑOL— DIJO: “EL MÉDICO QUE SOLO SABE MEDICINA, NI MEDICINA SABE”.
lo conforman, entre ellos: sus abuelos, su madre y su esposa. Trump es un triunfador gracias a que heredó una fortuna multimillonaria, no porque sea un empresario exitoso. Compite por ganar la nominación de su partido a sabiendas de que los republicanos más serios no lo quieren. Ha logrado que el mundo esté al pendiente de sus ocurrencias, que están lejos de ser ideas. No es necesario dibujarlo para ver su caricatura (y aquí los opuestos se tocan: ¿quién se presta más a ser ridiculizado: Trump o Maduro?). Sus discursos exhiben una gramática y un vocabulario de un estudiante de cuarto de primaria. Es seguro que tiene muchas menos lecturas que las que en su momento declaró tener nuestro presidente al ser cuestionado en la fil Guadalajara sobre los libros que lo habían marcado. Se pregunta Adriana Malvido: “¿Podría un país que ha leído Huckleberry Finn tomar en serio a Donald Trump por un segundo?” Se responde: “Los lectores de Mark Twain recordarán al rey y al duque y sabrán identificar a un estafador”. Huck lo hizo y decidió seguirle la corriente a ambos personajes con tal de llevarla con tranquilidad. ¿Lo están haciendo los seguidores de Trump? Seguramente tanto el líder republicano como muchos de quienes le aplauden no han leído a Twain y creen ciegamente en la farsa: ¿para qué gastar el tiempo en leer una novela de aventuras? Su caso está lejos de ser una excepción. La gran mayoría de los políticos no leen o leen muy poco. Vi recientemente en YouTube las entrevistas que le hicieron a varios de nuestros actuales diputados acerca de la lectura: uno dijo que
estaba leyendo El principito y que ha aprendido mucho de La Biblia (Darío Zacarías, del pri); otra recordó haber leído La metamorfosis de un tal Franka (Roxana Luna, del prd); alguien de plano aseguró que o se dedicaba a la política o se dedicaba a leer (Maricruz Cruz, del pri). ¿Se puede ser un dirigente inculto? Gregorio Marañón —médico, historiador, escritor, académico de la lengua y un gran pensador español— dijo: “El médico que solo sabe medicina, ni medicina sabe”. Entre más conocimientos se tengan, las actividades a realizar —cualesquiera que fueran— se verán recompensadas con un mejor desempeño profesional y humano. Y en ello, la literatura y la filosofía juegan un papel fundamental porque abarcan el saber de la humanidad. Parafraseando al doctor Marañón: el político que solo sabe de política, ni política sabe. Y Trump ni siquiera cumple con lo primero.
Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ
SIEMPRE QUE ESCUCHO la música de Arvo Pärt (Estonia, 1935), un gaudeamus sacrosanto inflama los silencios: empapa mis apetencias. Penúltimo domingo de mayo: la tarde tiende su angustia sobre el mundo. Decido hacer un breve recorrido por algunos intervalos del compositor originario de Paide, corazón de Estonia: Fratres para violín, orquesta de cuerdas y percusión (1991). Violín, claves, bombo y cuerdas en sobreexcitados silencios y calmas: encadenamientos de afines delimitados por un recurrente motivo percutivo en incitante irisación armónica. Pieza muy conocida, que tiene diferentes versiones (cuerda y percusión, cuarteto de cuerda y percusión, viola y piano, violín y piano, violonchelo y piano...). La Orquesta de Cámara Tallinn la asume con lenitivo ánimo minimalista y atajada concepción del tempo. / Cantus a la memoria de Benjamin Britten para orquesta de cuerdas y campana (1977-1980). Tributo al británico representante del neo-
romanticismo, autor de Sinfonía Simple, a quien Pärt no conoció personalmente pero que consideraba “un compositor de inusual belleza”. Cantus estructurado en forma de canon en espiral (siglo xvii): antecedente / consecuente en contrapunto: siluetas bachianas y asomos de naciente serialismo. Hermoso motivo melódico de cadenciosa procesión en lo que las “sortijas” (vueltas) rematan con la refracción de la campana tubular en muestra del estilo “tintinnabuli”: luz blanca que contiene todos los colores de un prisma. Lamento de Adán para coro mixto y orquesta de cuerdas (2009), composición que se sitúa en el segundo periodo de su trabajo creativo en el empleo de armonías simples y acordes tríadicos con clara influencia de la música antigua. Coro mixto que produce el efecto de un arcoíris de “sacra fonología”. Fragmentaciones, quebraduras, tintineos, vaivenes: vidrio que se rompe y estalla en sordina, en tiempo detenido. Lamento primige-
nio que los violines columpian en rítmica y extática prosodia. / Virgencita (2012). Instantes de luces y prodigios. Salmo que se expande. Coro mixto regocijante en modulaciones de improntas punzantes. Dios existe: Pärt es su benedictus entre nosotros. En el disco, la foto de la carátula muestra a Pärt: recato del rostro de un campesino. / Salve Regina para coro mixto, celesta y orquesta de cuerdas: pleamares medievales, celesta que subraya el “tintinnabuli” en resonancias de misticismo arropador. Palpitaciones que se refugian en sonoridad de “metafísica propensión”. El pasado se encaja en el presente. Salve: oración a María en rimas piadosas (“Salve, Regina, mater misericordiae/ Vita, dulcedo, et spes nostra, salve”). Sí, Dios existe, al menos, en esta domínica íntima, en estos instantes de gloriosa divinidad irrepetible. Si Dios no existe: concurre la música de Arvo Pärt, prueba suficiente de que hay un tempo de goces celestiales. Amén.
MÚSICA SELECTA
Artista: Arvo Pärt Género: Minimalismo sacro Disquera: ECM, 1984.
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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO
BOB NO ES FRANK
Por
CARLOS VELÁZQUEZ
@charfornication
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ylan, acostumbrado a enervar a la industria, a la crítica y a sus fans, se ha puesto meloso como nunca. Su nuevo material, Fallen Angels (Sony, 2016), continúa en la línea de su anterior trabajo, Shadows in the Night. Sí, la voz de Dylan ha envejecido decentemente, tiene un toque cavernoso que le sienta bien (sin llegar a ser Tom Waits), pero no como para hacerle la competencia a Frank Sinatra. Cuando Dylan revisa el american songbook del folk raya en la genialidad. Esto no significa que tenga un desconocimiento de la música de crooners. Dylan, como muchos, seguro escuchó a Frank Sinatra en su casa. Sin embargo, el Dylan que se caracteriza por darle la vuelta a todas las cosas, se apega demasiado a las versiones originales. Las canciones que componen Fallen Angels son covers en toda regla. Cuando Dylan interpreta sus propias canciones en vivo no se apega jamás a las versiones originales. Existe un eslogan que asegura que nadie interpreta las canciones de Dylan como Dylan. Es cierto. Pero tampoco nadie canta las de Frank Sinatra como Frank Sinatra, Bob. En Fallen Angels se mete con una institución: “All the Way”. Y aunque sabemos que se trata de un homenaje, la discografía de Dylan está llena de ellos, desde su primer disco, es demasiado respetuoso con el objeto al que tributa. En su primer disco Richard Hell realiza un cover de “All the Way”. El príncipe punk dota al tema de una impronta sardónica y lo conduce por otros caminos. Lo mismo ocurrió con “My Way” de Sid Vicious. Lo bello lo lleva al desastre. Sin destrozar la canción. Bueno, en el caso de Sid sí. Pero Dylan vuelve lo preciosista aún más preciosista. En la
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SHADOWS OF NIGHT Y FALLEN ANGELS SON DISCOS QUE BIEN PUEDEN MUSICALIZAR CUALQUIERA DE LAS ÚLTIMAS PELÍCULAS CURSIS DE WOODY ALLEN, MEDIANOCHE EN PARÍS O MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA.
El sino del escorpión
versión de Frank el sentimiento auténtico permea la canción, pero en Dylan esta cualidad se desvanece. Y resulta demasiado empalagosa. Dylan está acostumbrado a trabajar en bloques de tres discos. Sus trilogías, The Freewheelin’, The Times They Are A-Changin’ y Another Side; Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde; Slow Train Coming, Saved y Shot of Love; Oh Mercy, Under the Red Sky y Time Out of Mind, unas deliberadas y otras no, habla de una dinámica. Lo que conduce a obras maestras, pero también a ciertas catástrofes. En pocas palabras: Dylan no sabe parar. Con Shadows in the Night era suficiente. Todos los artistas tienen caprichos. Y Dylan se ha dado sus gustos. Como su faceta Mariah Carey con Christmas in the Heart. Su álbum de villancicos que cuando lo puse en mi sala un 25 de diciembre hizo huir a mi hija pequeña. Fallen Angels, como su antecesor, no son discos tan malos como Christmas… pero no aportan nada a la música en general ni a la discografía dylaniana. Hasta antes de su disco de navidad estaba casi probado que Dylan era incapaz de hacer un mal disco. Incluso en los más flojos existen grandes momentos. Con sus dos discos sobre standars del jazz, esperemos y no sea una trilogía, tampoco ha grabado un mal disco. Son clásicos. Canciones probadas. Por lo que no podrían resultar malos productos. Dylan es un genio que se puede equivocar mil veces pero no es tan tonto para desgraciar una pieza como “All the Way”. Y es un poco lo que desconcierta. Que Dylan no arriesga. En el pasado sus seguidores podrían sentirse decepcionados. Pero Dylan siempre estuvo ahí para traicionarlos a todos. Con sus últimos dos
discos lo que ha ocurrido es que se ha traicionado a sí mismo. Shadows of Night y Fallen Angels son discos que bien pueden musicalizar cualquiera de las últimas películas cursis de Woody Allen, Medianoche en París o Magia a la luz de la luna. O sonar como música de fondo en la Garufa. Jamás imaginé que esto pudiera ocurrir con la obra de Dylan. Pero dentro de la metodología de Dylan se pueden localizar estos momentos. Periodos de hasta diez años en los que saca discos prescindibles para luego deslumbrarnos con otra obra maestra. Cuando pensamos que era incapaz de superarse a sí mismo lo vuelve a conseguir. v es un auto regalo de cumpleaños. Dylan cumple 75 este año, felicidades Bob, y se consiente sacando al mercado algunas canciones que hicieran grande a Sinatra. Pero después de la tercera canción el disco se torna aburrido. Sin la emoción de Frank. Sin el coraje de Dylan. Escucharlo es como mirar por televisión la repetición de una mala película. Lo que Dylan necesita es un productor que lo ponga en su lugar. Que le otorgue dirección. Dylan podrá ser el más grande. Pero hasta el mejor necesita una visión externa. Alguien que le diga, Bob, tú no eres Frank.
Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza
Los verdaderos “ojos que da pánico soñar” EL ESCORPIÓN emerge cáustico de la cicatriz en el muro donde habita, tras releer el ensayo de José Joaquín Blanco “Ojos que da pánico soñar”, publicado en el suplemento sábado en 1979, y donde su autor expone con dignidad radical la vivencia homosexual en el contexto de prejuicios, odio, discriminación y violencia de esos años. El arácnido, siempre fan, evoca de su nunca maestro (to a never master from an ever fan) la mordaz pregunta al lector con la cual inicia su estudio: “¿Alguna vez ha visto directamente a los ojos a un puto?”. Blanco recupera descripciones novelescas, cinéfilas y melodramáticas de esa mirada “de pesadilla”, para indagar en el desarrollo de la homosexualidad, pues precisa: “como cualquier otra conducta sexual, la homosexualidad no tiene esencia, sino historia”.
El ensayo cobra vigencia por la iniciativa presidencial para constitucionalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo y brindar la posibilidad de adopción a estas parejas. La medida es resultado de una batalla de al menos cuatro décadas de personas y organizaciones en favor de los derechos de las minorías. Lo lastimoso es la respuesta con espíritu de cuerpo (de Cristo) de la Iglesia católica, la cual blasfema (maldice y vitupera, según la RAE) en todos sus frentes y mediante todos sus voceros. Los arzobispos —de Puebla a Chihuahua, de Guadalajara a Xalapa, de Aguascalientes a Tijuana—, los voceros de las Arquidiócesis y el Episcopado, y hasta nuestro Norberto cardenalicio, respondieron no sólo con sermones, sino con una pretendida verdad “antropológica y biológica”.
Los verdaderos “ojos que da pánico soñar” son hoy los de papas, arzobispos, cardenales y curas, setentones y ochentones, adornados con faldas y tocados medievales, ritualistas, fanáticos y sin presuntamente “conocer mujer, carne ni pecado”, quienes se ostentan avezados no sólo en cachondería gay y relaciones de pareja, erotismo y prácticas sexuales, sino también en ¡ciencia! Todo para descalificar y denigrar a personas con otras ideas, otras creencias y sexualidades. Para muestra un prepucio: Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia: “Si yo tengo un tornillo, lo que necesito es una tuerca, no otro tornillo”. El escorpión regresa a su hueco en el muro, pero antes extrapola una pregunta al lector: “¿Alguna vez ha visto directamente a los ojos a un cura pederasta?”.
LOS VERDADEROS “OJOS QUE DA PÁNICO SOÑAR” SON HOY LOS DE PAPAS, ARZOBISPOS, CARDENALES Y CURAS.
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E l C u lt u ral S Á B A D O 2 8 . 0 5 . 2 0 1 6
ROGELIO SOSA EL ARTE DE CORROMPER LA MÚSICA Rogelio Sosa (Ciudad de México, 1977) se arriesgó a dejar atrás la música tradicional para explorar sonidos no convencionales. Él se define como artista sonoro, músico y promotor de música experimental. Realizó estudios de música electrónica en los Ateliers Upic (fundado por el rumano Iannis Xenakis, uno de los compositores más importantes del siglo xx, influencia central en la obra de Sosa) y en el Instituto de Investigación sobre Acústica y Música, creado gracias al apogeo de la música posmoderna en Europa. Sosa
es maestro en música y tecnología por la Universidad de París, ha sido curador de arte sonoro en el museo Ex Teresa Arte Actual y profesor en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Su obra, que abarca desde improvisaciones hasta óperas modernas, ha sido premiada en México, Francia e Italia. En junio, Sosa presentará una pieza en la Casa del Lago y otra en el Museo de Arte Contemporáneo Universitario (muac). Su obra formará parte de las actividades culturales por el Año Dual México-Alemania.
Por
ESGRIMA
¿Cómo explicas la experimentación musical a través de tu trabajo? Mi trabajo está vinculado a dos universos: la música y el arte sonoro. Decidí estudiar música y trabajar en contextos más experimentales y vinculados con otras artes por un deseo de potenciar la fuerza del sonido y generar sensaciones distintas a lo que estamos acostumbrados. Todos mis ejercicios creativos, que van desde una instalación sonora hasta óperas modernas, buscan incrementar la fuerza de la música para llevar al público a una catarsis que sólo el sonido puede generar; el tipo de sonoridades y estrategias que manejo para lograr esa fuerza son diferentes y no están presentes forzosamente en la música tradicional o en nuestra cotidianidad. ¿Para qué ir de lo tradicional a lo experimental? Es una transición que busca expandir el campo de batalla.
ALICIA QUIÑONES
Entre más terreno explores y encuentres, te sentirás más cómodo o mejor representado a nivel profesional. Al hecho de alejarte de la tradición musical, de lo que escuchamos normalmente, le llamo libertad creativa y una incansable búsqueda que te lleva a experimentar con el arte. ¿La música experimental es de difícil acceso? Yo trato de quitarle lo intelectual a la música. Pensamos que una canción muy popular bajo una industria de marketing nos genera sensaciones, pero la realidad es que la música de esa naturaleza está basada en el impulso publicitario, no en la creación. Mi apuesta va más hacia lo primario, lo esencial y la no mediación. Eso desemboca en sonidos, texturas o capas sonoras que no son fácilmente reconocidas. Si uno tiene la apertura cognitiva y la voluntad para aceptar lo diferente se vuelve una música más c o m p re n s i b l e q u e cualquiera otra. ¿Qué tanto influye la tecnología en la experimentación musical? Mucho. Aunque la tecnología no es un fin sino un medio, los dispositivos, artefactos y herramientas Arte digital > FERNANDO MONTOYA >La Razón
TODOS MIS EJERCICIOS CREATIVOS, QUE VAN DESDE UNA INSTAL ACIÓN SONORA HASTA ÓPERAS MODERNAS, BUSCAN INCREMENTAR L A FUERZA DE L A MÚSICA PARA LLEVAR AL PÚBLICO A UNA CATARSIS QUE SÓL O EL SONIDO PUEDE GENERAR.” tecnológicas dan pie a nuevas posibilidades y eso es lo que ha vinculado históricamente a la creación con la experimentación y la innovación. ¿Es difícil el camino en México para un músico experimental? Sí. Simplemente porque no existe una tradición y no se ha asentado lo suficiente. Las prácticas de esta naturaleza se siguen considerando como alternativas y apenas comienzan a ser tomadas en cuenta por las instituciones y el público, y eso hace que los caminos sean más complicados. Sobre todo en temas como el reconocimiento y la remuneración, maquinarias que para un escritor, cineasta o artista plástico son accesibles pues ya existe una infraestructura: tienen festivales, concursos y apoyos que quizá lo hagan más sencillo (tampoco quiero decir que sea fácil para ellos); pero de este lado, el gran reto es encontrar una forma para poder mantener la práctica artística sin necesariamente depender de una estructura que decida si puedes crear o no. ¿Qué hacen tus contemporáneos con la música experimental? Ya no es una sola música experimental, son muchas, con diversas posturas, algunas antagónicas, y con formatos y presupuestos distintos. En nuestro país
gozamos de una pluralidad de propuestas desarrolladas en los últimos quince años que han consolidado la utopía que buscábamos: crear con libertad. Ahora hay una generación de músicos experimentales que tienen veinte años y están experimentando, pero también puedes encontrar a generaciones anteriores, gente que tiene como sesenta y propone desde su trinchera cosas interesantes. La pluralidad, el avance o el deseo por experimentar y profesionalizar esa experimentación nos dice que algo hemos hecho bien. Tu pieza Riesgo presume de ser ópera contemporánea. ¿Cómo es esto? Mi pieza Riesgo, que se estrenó hace dos semanas en el Teatro de las Artes del Centro Nacional de las Artes, parte de la base tradicional clásica de la ópera, es decir, tiene texto, música, escena y voz, las cuatro premisas de la ópera. Otras, como la voz del cantista, un libreto (muy a mi manera) y un ensamble instrumental se perpetran. Es una ópera muy tradicional en este sentido, pero después de esto es diferente: hay dispositivos electrónicos, los sonidos no son solo los del ensamble y hay audiovisuales que reducen al mínimo el tema teatral y se sincronizan con la música. La historia está contada de tal forma que da lugar a la interpretación. El manejo de las voces, los instrumentos y la escritura musical son experimentales. No es una ópera que suene a lo que normalmente uno esperaría. “No vengo aquí a vender paraísos perdidos”, recuperas la voz de Gustavo Díaz Ordaz en Vaivén. Esa obra formó parte de Revoluciones, una pieza hecha para el centenario de la Revolución Mexicana. Mi intención, más que conmemorar, era reflexionar sobre el matiz que tomó el discurso político a partir de Díaz Ordaz y la palabra hablada, mediática, y lo absurdo de la demagogia. Esta pieza, que acaba de ser adquirida por el muac para su acervo, intenta hablarnos de la inmensa reiteración (casi como un artista pop) de los discursos presidenciales que se convierten involuntariamente en nuestra memoria sonora.