Visión desde el Palacio de Bellas Artes

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FRANCISCO HINOJOSA PUEBLOS MÁGICOS

CARLOS VELÁZQUEZ

¿COGEN MAL LOS CHILANGOS?

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S Á B A D O

ESGRIMA

EVERARDO GONZÁLEZ

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El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

FERNANDO DEL PASO VISIÓN DESDE EL PALACIO DE BELLAS ARTES UNA CONFERENCIA

EL REFLEJO DE UNA VOZ OZ HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ

Arte digital> l> A partir de una foto del archivo vo familiar Del Paso > Staff > La Razón

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Luego de publicar su primera novela, José Trigo (1966), Fernando del Paso imparte esta conferencia en el Palacio de Bellas Artes, en agosto de 1968 (los albores del movimiento estudiantil al que parece aludir en sus palabras iniciales). Emprende una visita de rasgos imaginarios y fantásticos a su primera infancia y vida familiar. También un ejercicio de estilo, del insaciable placer y torrente verbal que es seña de identidad en su obra. Y una anticipación asombrosa: el embrión o la génesis de lo que años más tarde culminaría en su monumental Palinuro de México (1977).

Agradecemos en particular a su hija Paulina del Paso por compartir este hallazgo —así como las fotos del archivo familiar que lo acompañan— con los lectores de El Cultural. Precisamos que estas páginas, de las que no se conserva un texto original, fueron cotejadas por Héctor Iván González a partir de un audio, luego revisadas y aprobadas por el propio Fernando del Paso, de quien también, desde luego, reconocemos su generosidad. Presentamos la primera y mayor parte de este discurso formidable que será publicado en su integridad en fecha próxima. Adelante.

VISIÓN DESDE EL PALACIO DE BELLAS ARTES Una conferencia FERNANDO DEL PASO

A

ntes que otra cosa... voy a hacer un preámbulo que había preparado para un caso de emergencia. Algunas personas me hablaron ayer y hoy para decirme que no podrían asistir a la conferencia, que se disculpaban porque temían que ocurriera algún disturbio cerca de aquí. Yo quiero pensar que muchas otras han faltado por el mismo motivo, o por la lluvia o por las inundaciones o por el temblor y quisiera pedirles a ustedes, o mejor dicho a aquellos de ustedes que han tenido o sufrido el mismo complejo que he sufrido yo, cuando somos espectadores, y nos sentimos un poco culpables en los casos en que hay poco público en una conferencia o en una representación, o cuando el actor, el conferencista o el cómico quedan mal, que no se apenen, que en primer lugar agradezco mucho su presencia, que creo que no podría contar con un público mejor y además me dan tal miedo estas cosas que con el simple hecho de terminar esta conferencia me sentiré muy contento. En seguida voy a dar lectura a lo que he preparado.

Señores y señoras: Vine aquí por la fuerza, porque si Chamberlen y Levret no hubieran inventado los fórceps yo estaría aún en el vientre de mi madre y ella en su tumba acostada o, lo que es lo mismo, de pie frente a la eternidad, veintidós años antes de que una embolia le hiciese el flaco servicio de matarla en propios términos. El Instituto Nacional de Bellas Artes me ha pedido que dé una conferencia sobre mi obra y mi vida. Mi obra se limita a un cuaderno de sonetos y a una novela que tiene por título José Trigo. Algunos de ustedes han leído los versos y la novela, los que no los hayan leído pueden hacerlo y creo que así sabrán mucho más de mi obra que lo que puedan conocer si yo les hablo de ella. Y en lo que se refiere a mi vida, ya he contado lo más importante, nada me ha sucedido más importante que nacer porque aún estoy vivo. Esto no quiere decir, por supuesto, que mi vida no tenga interés para nadie, lo tiene y lo ha tenido para las personas a quienes yo les he sucedido. En honor a esas personas voy a contar algunas cosas. Y entre

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esas personas incluyo a todos los que me escuchan porque, de hecho, yo soy algo que les está sucediendo a ustedes. Como amigo o compañero, desde hace meses o años, como pariente desde toda la vida y como un señor de bigotes y anteojos que está leyendo una conferencia desde hace unos segundos. Si soy un sucedido agradable o no como una u otra cosa, como amigo, como padre o como lector de conferencias, depende no sólo de mi habilidad para proporcionarles buenos ratos o buenos párrafos, sino de la bondad de ustedes para perdonarme los malos.

P ARA COMENZAR DIRÉ que yo le sucedí a mi madre en la forma más esperada, ella quería tener un hijo, lo quiso durante muchos años. Ahora que soy estudiante de medicina, o mejor dicho, cuando lo fui, cuando comencé por primera vez a hojear la Anatomía Humana de Quiroz, y adentrarme en esa geografía extraña de nuestro cuerpo, donde lo mismo hay islotes de Langerhans que verdaderas montañas de la uretra prostática, cuando empecé a saber lo que era el corpúsculo de Malpighi y el hocico de tenca, por referirme a algo. Me imaginé también lo que habrá sufrido mi madre durante las “curaciones”, así las llamaban, para que el cuello de su matriz se dilatara y ella pudiera tener el hijo que no quería y sí quería tener. Lo tuvo al fin, yo soy la prueba palpable, pero lo perdió, y es que yo soy mi hermano menor. A los quince días de su primer embarazo, mi madre decidió ir a pie a la Villa de Guadalupe para cumplir así una manda y esto fue la causa de un aborto. Habrán pasado quizás otros quince días y se embarazó de nuevo. Había perdido un óvulo fecundado, demasiado pequeño para guardarlo en un frasco de fenol a su vez guardado en un cofre de sándalo, pero no la idea que había formado en su mente de lo que sería su primer hijo. Así que yo fui concebido antes de serlo, y si bien inauguré la matriz de mi madre, no fui el primer hijo que guardó en su seno. Tengo su retrato junto con mis libros, es una fotografía tomada en los años veinte, cuando ella usaba vestidos con flecos y bailaba el charleston con mi padre que usaba bastón y carrete. Y está rodeada de flores como corresponde a una muerta. Cuando veo esa fotografía, recuerdo que siempre me dijo que yo tenía ideas fijas. Si viviera, sabría que mi idea fija es desde hace muchos años: ella. “Si mi tía tuviera ruedas sería bicicleta, si estuviera llena de helio sería un zepelín”, así diría mi abuelo si me escuchara estas solemnidades mientras sacaba un habano de una caja con una etiqueta llena de historiados

“A LISANDRA LE GUSTABA CARGARME MIENTRAS MOVÍA LOS PEDALES DE LA PIANOLA, VIEJO ARMATOSTE QUE SE PASÓ LA VIDA EXHALANDO VALSES UMBRÍOS EN CANTIDADES NAVEGABLES.”

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Primera edición en Siglo XXI, 1966.

garigoleos, y las escucharía, claro, si a su vez también viviera, porque él también está tres metros bajo la tierra y muy arriba de ella, si es cierto que existe el cielo que de niño me pintaron color azul de metileno. Otro de esos enormes cigarros puros debe de haber encendido el día en que mi madre anunció el feliz resultado de las “curaciones”, la cosa no era para menos: su hija consentida iba a darle un nieto, el nieto que no disfrutaría ya de la fortuna que el abuelo había dilapidado en los burdeles de Nueva Orleans, gracias a lo cual mis padres no festejaron mi llegada al mundo con un viaje de Veracruz a Tampico en el Orinoco, como hubieran querido, pero que sí —a cambio de eso— gozaría del privilegio de tener un abuelo que nos enseñó cómo se portan los grandes señores venidos a menos. Para acompañar su cigarro puro y desbordar la copa de su felicidad, él, que tampoco viajó nunca en el Orinoco, pero que sí conoció el placer de navegar en el Siboney rumbo a la Babel de Hierro y las noches de luna en las que el nivel del alcohol en la sangre seguía el ritmo creciente de las mareas azules, en una copa de bacará se sirvió una generosa porción de coñac Empire. La cosa, repito, no era para menos: su hija consentida, la única entre todas que había heredado el cabello y los ojos de los antepasados moros que levantaron la Alhambra con espuma del Mediterráneo, le había dado un nieto después de cinco años de espera, porque dicho sea de paso, pasaron cinco desde que mi madre fue al altar de la iglesia de San Francisco con un vestido comprado en el Chic Parisien, hasta que el ave zancuda anunció mi llegada. Con esto se olvidaron algunos epítetos y cayeron al suelo algunas calumnias que a manera de ex-votos le habían colgado a mi madre. Epítetos, porque cuando menos tres de estos cinco años tuvo que soportar los sobrenombres de “Mula” y de “Yerma”, que le espe-taban algunas de sus hermanas y un primo de mi padre que usaba colorete Tabú en las mejillas y, en los lóbulos auriculares, perfume Goyesca de Myrurgia. Calumnias porque las curaciones se mantuvieron en secreto entre ella, mi padre y una tía paterna, la cual llegaba a la casa una tarde sí y otra también para acompañarla al doctor. Se iban en un coche libre y regresaban al anochecer antes de que mi padre acabara de

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anotar los Debes y los Haberes en los grandes libros de la casa comercial francesa donde dejó su juventud y sus ilusiones, por lo que mis tías se imaginaban lo que no... Lo menos que dijeron es que se iban al cine a ver una tarde Los lanceros de Bengala de Franchot Tone y otra El Volga en llamas de Daniel Darrieux, y lo más que se imaginaron, no estoy yo para contarlo ni nadie para oírlo... En fin, el caso es que yo vine al mundo, o el mundo vino a mí, una tarde de un primero de abril de 1935, el mismo día en que el crucero germano Carles Ruge llegaba a Acapulco y un día después de que Beatriz Amelia Earhart anunciara que iba a volar de Nueva York a México. Al igual que ella, y al igual que Lindbergh, yo crucé solo el Atlántico llevado en vilo por la cigüeña de que antes hablé; y que partió, no de París, sino de Brujas, de Brujas la muerta, la de Rodenbach, el libro que tantas veces leyó mi madre, quizá porque ella fue en vida la esposa muerta o, en otros tiempos, un cisne negro.

A MI ABUELO, ente otras cosas, le debo la felicidad de haberme creído durante algunos dichosos años descendiente directo de Harhun Al Rashid, porque mi abuelo, según él me dijo un día, y esto era la verdad pura, pero no la verdad entera, nació en Bagdad. Cuando recuerdo a Francisco, mi abuelo materno, le doy las gracias por el solo hecho de que venga a mi memoria para platicarme de nuevo cómo es que un día ganó un concurso de gordos en Nueva York, en los tiempos en que pesaba ciento treinta kilos; cómo fue que un día se encontró a mi tío Felipe, su hijo, en un burdel; cómo fue que dilapidó su fortuna; y me olvido entonces de que Bagdad es también el nombre de un pueblecito del estado de Tamaulipas, donde nació mi abuelo... Lo mismo me pasa cuando recuerdo a mi abuela paterna, mujer gorda también si las hubo; cuando la recuerdo, recupero en parte mi tiempo perdido, recupero el olor a Heno de Pravia que trascendía en las manos de ella, de mi abuela, a quien de una vez por todas llamaré Lisandra, cuando me levantaba en sus brazos para besarme, algunos años antes de que yo conociera el nombre de ese jabón, y más años antes de que supiera que ese nombre, Pravia, era el de una villa de Oviedo, y no tenía nada que ver con los cerezos que crecen en los valles bañados por el Danubio; por cierto, y a propósito de ríos azules que nacen en selvas negras y mueren en mares negros, diré que a Lisandra le gustaba cargarme mientras movía los pedales de la pianola, viejo armatoste que se pasó la vida exhalando valses umbríos en cantidades navegables. Y no contenta con esto, como suele decirse, me contaba después por qué y cómo era posible que yo descendiera de los piratas que asolaron el Golfo. Sí, de los mismísimos bucaneros que sitiaron a Cartagena de Indias y de aquellos que desembarcaron en la Heroica Veracruz al mando de Lorencillo, capturaron a las mujeres de la aristocracia y se encerraron con ellas en el templo principal. De ahí,

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se dice, y así me lo decía Lisandra, salieron muchos niños con patente de contramarca, y cuando me lo decía, sus ojos azules —nunca en mi vida he visto dos ojos más azules—, se volvían tan transparentes como las aguas del Caribe, y en su fondo se podían contemplar los peces sapo y la enorme tortuga que colgaban de la pared del comedor. De ahí nació el amor que tuve por los piratas, el de otros niños nace de otras cosas, nace de los libros, por ejemplo, y, aunque yo también lloré con el Corsario Negro cuando se alejaba en su chalupa de las costas de Maracaibo, los libros de Salgari no hicieron sino alimentar una vieja nostalgia que traía yo en la sangre. A propósito de libros diré que el primero que leí en mi vida fue Las mil noches y una noche. Mis padres me lo regalaron cuando terminé el primer año en la escuela que llevaba el nombre de un mal poeta: Juan de Dios Peza. Fue tal la impresión que hicieron en mí las narraciones mágicas de Sherezada que durante muchos meses, quizás años, soñé que de grande iba yo a tener un palacio de amatistas y esmeraldas, de crisólitos y jacintos de Ceylán. Y aun antes de que conociera el secreto significado de las palabras exóticas que encantaban las páginas del libro, engastadas aquí y allá, comencé a utilizarlas para contarle a mis padres lo que yo tendría en mi palacio. Así que la frase “Allá en el palacio” se convirtió en el estribillo de todos los días, de todas

niño, su padre les prohibió a él y a sus hermanos a hablar de la guerra durante las comidas. Entonces era la guerra de 1914 y los hermanos de mi padre se dividían en anglófilos y en germanófilos, de tal manera que se armaban grandes discusiones. Los alemanes perdieron importantes trincheras al norte de Beaumont-Hamel; los teutones fueron derrotados en Vichte, Bélgica. Estas noticias amenizadas con alguna otra novedad local, como la invasión de la Ciudad de México por brujas cartomancianas, daban pie a esas discusiones, que comenzaban en la Alta Alsacia cuando se servían las almejas en su jugo y acababan en la Mesopotamia, cuando se recogían los restos del pudín de zanahorias con estragón, hasta que un día mi abuelo perdió la paciencia y encontró la fórmula para que los comensales dejaran la guerra por la paz y que, como dije antes, fue una interdicción absoluta. “¡No se vuelve a hablar más de la guerra!”, dijo con el mismo tono autoritario con el que treinta años después mi padre me cerraría las puertas de la cava del palacio, de la antecámara del palacio, de la sumillería del palacio, y volviéndose hacia Lisandra añadió: “¿No quiere la señora ir a la reprise del Conde de Luxemburgo, canta Emilia Leovalli”. Al mismo tiempo que mi padre, volviéndose hacia mi madre, decía: “Los norteamericanos derrotaron a los japoneses en el Midway, ayer comenzó la invasión de Sicilia”. Y al decir esto lo que en realidad hacía era

Fernando del Paso con sus padres en 1935 (año de su nacimiento) o principios de 1936.

las horas: Allá en el palacio, tendría yo un harem de esclavas circasianas con las uñas pintadas de aleña; Allá en el palacio, yo comería pollos rellenos con alfónsigos; Allá en el palacio, tendría yo un estanque rodeado de jazmines de Alepo. Hasta que mi padre un día me prohibió hablar de él para siempre, y sobre todo a la hora de la comida, que él aprovechaba para hojear los periódicos y hablar de la guerra. Curiosamente, él me contó algunos años después, y no porque tuviera nada que ver con el asunto del palacio, que cuando él era

Esta lectura señala un mapa de correspondencias entre el discurso de Fernando del Paso en 1968 y el mundo imaginario y narrativo que despliega su obra posterior. Un puente que presagia de manera especial a Palinuro de México (cuya publicación cumple cuatro décadas) y revela a la vez sus referentes en el panorama de la novela contemporánea, con sus apuestas más ambiciosas, radicales e inventivas, justo en la zona donde el autor de Noticias del Imperio ha situado las páginas de su aventura literaria.

Hechos y f icciones

EL REFLEJO DE UNA VOZ HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ LA CONFERENCIA

EN EL SEGUNDO SEMESTRE DE 1968, el novel escritor Fernando del Paso (Ciudad de México, 1935) fue invitado por la Coordinación de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes a participar en el ciclo “Los narradores ante el público”. Poco mayor de treinta años, Del Paso había publicado un libro de versos, Sonetos de lo diario (1958), así como José Trigo (1966), una brillante novela que abordaba las circunstancias y lucha de los ferrocarrileros en la zona de Nonoalco Tlatelolco y la del frente de la Guerra Cristera establecido en Colima. Influida por Juan Rulfo y por los escritores franceses del nouveau roman, su primera obra de largo aliento se desarrolla en una suerte de anillo de Moëbius, cuyo final completa el inicio y viceversa; asimismo su lenguaje y riqueza verbal, influidos por los poetas de la Generación del 27, habían dejado estupefacta a parte de la crítica, quienes veían en Fernando del Paso a un

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Sonetos de lo diario (1958) en la colección animada por Juan José Arreola, Cuadernos del Unicornio.

narrador lleno de recursos que ya destacaba entre los jóvenes de su generación. En el año de 1966, José Trigo obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia, que habían recibido autores como Juan Rulfo, Octavio Paz, Elena Garro, Juan José Arreola y Salvador Elizondo. La conferencia fue toda una sorpresa, algo que rebasaría por mucho las expectativas del —al parecer reducido— público asistente y de cualquiera que pueda conocer a posteriori el contenido y desarrollo de ésta. El autor de José Trigo leyó un texto a caballo entre la autoficción y el relato fantástico, en el cual podemos conocer in nuce lo que desarrollaría ulteriormente en Palinuro de México, de 1977, ¡nueve años después! A manera de biografía ficcionada, Del Paso recorre la historia de su abuelo, antaño gobernador de Tamaulipas pero hogaño señorón venido a menos,1 describe la situación familiar, nada favorable económicamente y relata los percances físicos y de salud que padeció su

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completar aquella frase referente a la ofensiva sobre Verdún, que tuvo que tragarse mal de su grado junto con los petits pois en salsa de crema en Chablis, que también y tan bien sabía hacer Lisandra... Pero algún día yo tendré hijos, y entonces les diré cómo allá en mi palacio me servían alcarrazas con aguas de rosas, mientras la noche, como decía el poeta, cubría amorosamente a Damasco con sus alas.

FUI LO QUE SE LLAMA un niño enfermizo, primero porque tenía el hígado muy chico, luego porque tenía ronchas muy grandes, el caso es que pasé mi infancia entre medicinas y prohibiciones. Mi madre me decía: “No hables con la boca llena”; mi abuela me decía: “Coge el tenedor con la mano derecha”; mi tía me decía: “No le alces las faldas a tu prima”; mi papá me decía: “Acábate todos los ejotes”; mi otra abuela me decía: “No mastiques los dulces, que se te pican los dientes”; y un doctor que era muy grande y muy gordo, y que tenía en la muñeca derecha una esclava de oro tan gruesa como las cadenas con las que trajeron a América a los abuelos del Tío Tom, le decía a mi madre: “Que el niño no coma mango, que no coma huevo, que no coma chocolate, que no tome refrescos, que no se lleve lunch a la escuela...”, y mi madre me lo repetía con todas sus letras. Entonces, como dije antes, yo tenía el hígado muy chico, y por razones de moral, no me

madre para que él naciera. A la manera del protagonista de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne, rememora circunstancias que no pudo conocer sino de segunda mano. Como señala en la conferencia, apenas él mismo podría decir qué cosas son reales y cuáles producto de la invención. De cualquier modo, no es imprescindible escudriñar qué sucedió y qué no, lo relevante sería reconocer que todas son verdades literarias, logros de la imaginación que pueden nutrirse de cualquier anécdota trascendente o incluso de las nimias para motivar la creación. Quizá lo que yo destacaría es la manera en que ya estaba en él un rasgo literario que después se desplegó, obviamente, en Palinuro de México y en Noticias del Imperio (1987): la capacidad de llevar la imaginación a grados realmente estratosféricos y la posesión de una fuerza poética notable. Paralelo a esto, estaba latente el riesgo de que estas páginas pergeñadas no llegaran a materializarse en una novela, lo cual angustiaba a Del Paso, quien lo externó y de algún modo lo abordó tangencialmente con respecto a un autor que había recibido algunas críticas por sólo haber entregado dos libros de arte mayor, Juan Rulfo. Del Paso aprovecha la oportunidad y responde que el escritor no tiene compromiso con nadie para seguir escribiendo. De manera que pide “cuartel para su amigo”, se abre de capa ante el público de la sala Manuel M. Ponce y admite que lo angustia saber que el éxito de José Trigo podría inmovilizar su trabajo creativo. Esto no es sino un loable acto de modestia y humildad al asumir que respecto a su talento y esfuerzo aún nada estaba dicho. Por lo cual, al conocer esta conferencia se abren numerosas posibilidades: una de ellas es que el hecho de tener que hablar de “su vida” —como se lo pidieron— pudo desencadenar una búsqueda en el seno familiar (¿o materno?) y propiciar esta fantástica autoficción que desembocaría en las más de seiscientas páginas de Palinuro de México.

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aplicaron el remedio más efectivo que yo me encargué de autorrecetarme a partir de los dieciséis años, y que fue beber alcohol en cantidades industriales. Luego vinieron las ronchas, me salían en los antebrazos grandes y sanguinolentas, los doctores diagnosticaron sarna, y ordenaron que todas las noches me bañaran con esponja, exprimiéndola y dejando caer un chorrito frío sobre el cuello, la espalda y el pecho. Era la época en que todos los niños de mi escuela iban con camisas de manga corta, yo usaba manga larga, yo era zurdo y los demás derechos, todos iban también con pantalones cortos, yo iba de pantalones largos porque me avergonzaba de mis piernas esqueléticas. Yo iba también de anteojos y era también el único niño que los usaba en toda la escuela. Uno se puede pelear con el primero que le diga “cuatro ojos”, o sacarle el mole al que por primera vez le diga a uno “ciego” o “poca luz”, pero no se puede uno pelear con toda la escuela, así que llegó un momento en el que tuve que resignarme a los apodos. Lo de las mangas cortas no duró mucho porque un día, unos meses después de que terminó la guerra, llegó el DDT a México, acabó con el soldadito de Flit y acabó con las chinches que había en la casa de mi abuela. Sobra decir que la sarna desapareció junto con las chinches. Después de eso, comencé a quedarme jorobado, según mi madre, según mi abuela y según San Mateo,

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entonces me compraron una especie de chaleco de fuerza que me ponían debajo de la ropa. El chaleco duró menos de un mes porque amenacé con irme de la casa si me obligaban a usarlo un solo día más. Debo haberlo dicho muy serio, con toda la seriedad que es posible hacerlo a los diez años, porque al día siguiente, el carretón de la basura se llevó el chaleco. Por si fuera poco, entre maestros y progenitores me inventaron una enfermedad más, y no había transcurrido un año, cuando yo tenía que ir todas las tardes a un hospital de caridad a tomar baños de sol, porque, o estaba tuberculoso o casi lo estaba, o a mis pulmones les faltaba un grado, o algo por el estilo. Entre estas delicias pasé mi infancia condimentada desde luego con algunos pleitos familiares, varios locos en la familia, chismes y pequeñas miserias y una pobreza, o mejor dicho, una brujez, acentuada un poco porque mis tíos y mis primos eran ricos, y otro poco por los comentarios que escuchaba del no muy lejano pasado de mis abuelos, “Cuando tu abuelo Francisco era gobernador de Tamaulipas daba propinas de hasta cincuenta pesos oro”, “Cuando tu otro abuelo, el papá de tu papá, era Director de Aduanas, antes de que Pancho Villa le quemara cien mil pesos de algodón, y descubría por ejemplo un contrabando de champaña que traía el ferrocarril desde Veracruz, hacía que los trabajadores rompieran botella por botella contra los furgones,

EL HOMBRE ES EL HIJO DEL NIÑO

Primera edición en Joaquín Mortiz, 1977.

Del mismo modo que varios autores canónicos, como Marcel Proust, Antón Chéjov, James Joyce, William Faulkner, Thomas Bernhard, Gabriel García Márquez y Pierre Michon, Fernando del Paso regresa a la infancia para recuperar la mirada del niño que fue, y así retomar un espacio donde la conciencia capta todo con ojos y oídos nuevos, donde el asombro es acezante y la vida y costumbres dependen de un conjunto de decisiones ajenas. De hecho, una vez más, gracias esta conferencia, sabemos de las enfermedades que aquejaban al pequeño Fernando, quien sólo obtenía alivio con los libros prestados por un tío, cuyas aventuras creadas por Emilio Salgari o Alexandre Dumas lo dotaron de un espacio del que ya nunca saldría, el de la fantasía literaria. Por otra parte, según lo narra en Bajo la sombra de la Historia, Fernando del Paso, siendo apenas un niño, fue testigo de las discusiones de sobremesa entre su abuelo, José Morante, tres tíos políticos, el checo Armando Steiner, el inglés Raymond Kirwin y el judío de origen húngaro, Zoltan Mester —quien se convirtiera en “el personaje más fascinante de mi infancia”.2 Sentados a la mesa, aquellos

“FERNANDO DEL PASO REGRESA A LA INFANCIA PARA RECUPERAR LA MIRADA DEL NIÑO QUE FUE, Y ASÍ RETOMAR UN ESPACIO DONDE LA CONCIENCIA CAPTA TODO CON OJOS Y OÍDOS NUEVOS.”

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DEBO A MI PRIMA ESTEFANÍA, cuya existencia pueden ustedes poner en duda, como se verá después, algunos de los más gratos recuerdos que tengo de mi infancia, pero ninguno o casi ninguno de ellos se salva de estar unido a una enfermedad, importante o no, alguna gripa de esas que merecían un baño de pies con mostaza y agua caliente, alguna fiebre, una afección bronquial que ameritaba ser tatemado con antiflogistina, el sarampión por el que todos hemos pasado, en fin... El caso es que no hay mal que por bien

Fuente >Archivo Familiar

de manera que los furgones quedaban desde entonces bautizados con palabras malsonantes”. Luego murió mi abuelo Francisco, murió de su bella muerte y fue el primer hombre muerto que vi. Me regañaron cuando entré al cuarto donde acababa de morir, lo vi muy pálido, con la nariz aguileña apuntando a La Meca, y la calva sudorosa o aljofarada, como diría el poeta. A la mañana siguiente, mientras lo iban a enterrar al Panteón Francés de San Joaquín, modelé su cara en plastilina, recuerdo que se parecía mucho. Mi madre, como no queriendo la cosa, la puso un día arriba del ropero, allí donde daba el sol, para que se derritiera. Claro que no todo fue tan trágico como parece, también tuve mis ratos buenos, seguramente los tuve, estoy casi seguro, algún día tengo que recordarlos o inventarlos, pero no, no tengo que inventarlos.

no venga, como decían mis abuelas, y todas estas pequeñas tragedias estaban compensadas por los viajes de vacaciones que cada año hacíamos a Veracruz. Recuerdo especialmente el primero. Mi padre siempre procuró que yo no me ilusionara en vano, y con ello pretendía alejarme del desasosiego que podía sentir frente a aquellas cosas que son posibles durante mucho

lobos de mar —quizá acompañados del padre de Fernando (Fernando del Paso Carrara), un hombre muy inclinado al lado estadunidense— departían, mientras tomaban un digestivo y fumaban puros, a la par que relataban algunos episodios de la Gran Guerra, también conocida como Primera Guerra Mundial, y que mezclaban con el Segundo Armisticio. Una vez más, Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne, se hace presente en Palinuro y en estas discusiones que animan al niño a imaginar los pasajes épicos que sus mayores solapaban de la manera más apasionante. Zoltan Mester causaría una impresión tan fuerte en Fernando que éste lo volvería uno de los personajes principales de Palinuro de México, el Tío Esteban, nombre elegido en honor del santo patrono de Hungría.3 Tal como señala Del Paso, antes de que él naciera, su madre había tenido un embarazo que se malogró, sin embargo, ese accidente sería asimilado por el hermano vivo de una forma profunda y trascendente. “Yo soy mi hermano menor”, señala en su discurso. La presencia fantasmagórica o espiritual de su hermano nonato alimentará su imaginación de manera crucial. Así lo narra en Palinuro de México: Esa hemorragia, señora —le dijo el médico—, fue una efluxión. En otras palabras, usted expulsó el huevo fecundado, que aún no se había adherido al útero. En otra palabra más, fue un aborto. Pero si no me equivoco, usted quedó en condiciones de embarazarse de nuevo [...] Por eso fue mentira: toda esa paciencia, toda esa reserva ultrasolar de energías que mamá demostró tener, toda esa destreza para transformar el dolor en un cataplasma cordial, estaban, en verdad, dedicadas a Palinuro Primero, que jamás pasó de ser el óvulo descarriado de la familia y que fue relegado a un bote de basura, de manera que en realidad Palinuro fue concebido antes de serlo, y si bien inauguró la matriz de su madre no fue el primer hijo que ella tuvo en su seno, de modo que cuando nació,

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tiempo, y que de pronto, un día, se desmoronan. Así, cuando quería comprarme un juguete, me lo decía hasta el momento que podía ponerlo en mis manos, como sucedió con el trenecito eléctrico, lo mismo cuando planeaba algún viaje, lo hacía en secreto con mi madre cuando yo estaba dormido, y me lo revelaba hasta la víspera. Nunca tuvo en cuenta, o no se le ocurrió pensar que cuando se tienen tan pocos años adentro, un despertar en los anhelados jardines de Basora vale más que diez alcázares arrasados por el malvado Carabel. Sin embargo, no le reprocho esa actitud, porque con ella, y gracias a la sorpresa que llevaba implícita, vi el cielo abierto, una noche en que una fiebre efímera parecía nublar la posibilidad de continuar al día siguiente mis juegos en el jardín. Mi madre, que sospechaba que la febrícula no era sino el resultado de la fatiga de esos juegos, se limitó a darme unos toques de yodo a la usanza de la familia, con una escobetilla empapada en el yodo, había que dibujar un gato en la planta de cada pie. Estaba yo sentado en la cama, con las piernas estiradas, listo para resistir el cosquilleo del pincel, cuando llegó mi padre. “Mañana salimos de viaje”, dijo mientras entraba a mi recámara, y se interrumpió cuando nos vio. Mi madre le explicó que tenía un poco de calentura pero que era cosa sin importancia, y comenzó a pintar los gatos, “Si gano estos gatos, dijo, quiere decir que mañana vas a estar bien y que podemos salir

con el nombre de Palinuro Segundo, era, en realidad, su hermano menor.4 En otra parte de la conferencia, Fernando del Paso menciona el surgimiento de un tumor canceroso. Los médicos le dijeron que “arreglara mis cosas (¿cuáles cosas?), por si a la calaca se le ocurría llevarme en unos meses”. Salvó la vida gracias a unas radiaciones de cobalto que duraron siete meses. Durante su convalecencia en el hospital recibió la visita del poeta y traductor Francisco Cervantes, quien le regaló el libro La tumba sin sosiego, del crítico y ensayista inglés Cyril Connolly, publicado en su primera versión con el pseudónimo de “Palinurus”. Aquí se encuentran las figuras de Del Paso y de Palinuro, ese joven marino cuyo destino es segado por la somnolencia que le influye el dios del Sueño y lo hace caer de la nave de Eneas. Palinuro llega a nado a un arrecife, pero es confundido y asesinado por unos pobladores asaz violentos que arrojan su cuerpo entre las rompientes. Debido a este evento, su alma está condenada a morar volviéndose el emblema del desasosiego y la premura por esperar los juegos y exequias en su honor, o al menos tres puños de tierra a modo de sepultura. Tal como Tiresias, es el ser dividido entre lo femenino y lo masculino; así como el minotauro, Asterión, es mitad hombre y mitad toro; del mismo modo que Aquiles es un semidiós; Palinuro es el ser mítico que permanece en el umbral de la vida y la muerte: reflejo de Fernando del Paso y su hermano, imagen reflejada en el espejo herrumbrado de la memoria y el olvido. No es difícil captar el parecido en la lectura que Del HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ (Ciudad de México, 1980) compiló La escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada (2012) y, junto con Adriana Jiménez, El temple deslumbrante. Antología de textos no narrativos de Daniel Sada (2014). En 2015 publicó su primer libro de ensayos, Menos constante que el viento (Abismos Editorial).

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de viaje”. “¿A dónde?”, pregunté yo. “Al mar”, contestó y, cuando ensartó los redondeles trazados en mis pies con dos certeras pinceladas, el olor del líquido oscuro vaticinó sargazos y ardentías. Así se inició uno de los viajes más bellos de mi vida, sorpresivo también, no tanto porque me enteré de él hasta el día anterior, sino porque iríamos con mi tío Esteban y con Estefanía, su hija. De cualquier manera, y es fácil imaginarlo, ya estaba previsto mi primer encuentro con el mar, el mar vislumbrado en una conversación con los mayores, el mar visto en todas sus dimensiones batientes en las láminas estereoscópicas, el mar escuchado en los múrices y en los turbantes nacarados que los reyes de Escandinavia montaban en plata para escanciar sus mostos y que mi abuela Lisandra destinaba a usos más pedestres, como era detener las puertas del antecomedor, había ya labrado anticipaciones. Lo mismo sucedió con el trenecito Lionel, cuando mi padre me lo dio, el tren ya había recorrido innumerables puentes de cristal en el jardín de los tréboles gigantes, pero lo que no pude prever y no imaginé, fue la posibilidad de que alguna vez Estefanía y yo hiciéramos juntos un viaje distinto de los viajes inacabados que emprendíamos todas las mañanas. El recuerdo de mi prima Estefanía tiene mucho que ver con la casa de mis abuelos maternos. Esta casa existe todavía en las calles de Orizaba, cuando mi abuelo tuvo el accidente que lo

Paso lleva a cabo entre la memoria de su hermano mayormenor. Por lo cual Palinuro de México disuelve-leviga la identidad de Del Paso/Palinuro o Palinuro/Del Paso para suscitar el fenómeno creativo, el diálogo de varias voces, pero sobre todo dos voces, que ponen en juego un narrador bifronte. A la manera de Cervantes y Cide Hamete Benengeli5 al narrar las aventuras y desventuras de aquel Ingenioso Caballero don Quijote de la Mancha, Del Paso cede la voz narrativa a Palinuro o al tío Esteban o sabe Dios a quién más, quizá hasta a su propio hermano mayor nonato: Es muy difícil saber quién fue más importante para mí, si Palinuro o Estefanía. Lo que es más, a veces no podría decir quién fue primero, a quien conocí desde siempre, quién se instaló en mi vida con sus palabras y sus ademanes antes que el otro y me pescó de un pie con la puerta para que no huyera y le contara al que llegó después los episodios, las señales y los amores luminosos de la historia del que llegó primero.6 Pero detengámonos un momento y pensemos a qué nos llevaría imaginar que Palinuro y Del Paso sean un mismo ente desdoblado. Nos permitiría avizorar que para el futuro autor de Noticias del Imperio es fundamental la “mismidad”, en contraste con la tan citada “alteridad” u “otredad”. En la novela delpasiana es más importante explorar las posibilidades de ver la identidad y la mismidad que la alteridad y la diferencia. Ver una unidad que completamos todos y cada uno de nosotros, marcando un contraste con la idea concebida por Emmanuel Lévinas —producto de su experiencia en el campo de concentración e influencia de la ética judía— de que la manera de concebir al semejante es sólo si lo pensamos como el Otro; idea que diagnostica de forma adecuada la renuencia obcecada de no considerarse del mismo modo, el rehuir a considerarse como similares, el rechazo a poder ser concebidos de la misma manera, la negación a mezclarse, a fundirse, que pervive en

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“LO QUE NO PUDE PREVER Y NO IMAGINÉ, FUE LA POSIBILIDAD DE QUE ALGUNA VEZ ESTEFANÍA Y YO HICIÉRAMOS JUNTOS UN VIAJE DISTINTO DE LOS VIAJES INACABADOS QUE EMPRENDÍAMOS TODAS LAS MAÑANAS.” inutilizó y dejó de tomar parte en las luchas ferrocarrileras, senatoriales y gubernamentales, para comenzar a luchar contra la erisipela y la elefantiasis que prendieron en sus piernas, y su fortuna se hundió, coincidiendo sus últimos resplandores con el incendio de los pozos Marywheather y Morrison, que alguna vez, allá por la Guerra de 1914, hicieron de Tampico un gran emporio petrolero. La vieja mansión se convirtió en una casa de huéspedes. Esto sucedió antes de que yo naciera en la misma casa y viviera en ella por siete años, la recuerdo mucho, recuerdo el cuarto de mi abuelo que le servía de recámara, despacho, biblioteca y cuarto de juego al mismo tiempo, y recuerdo mucho también el cuarto de mi abuela Altagracia. Una de las paredes estaba llena de fotografías, es decir, dos terceras partes de la pared porque en medio había un gran tocador de caoba, frente al cual pasaba Altagracia las horas tratando de desvanecer las pequeñas

Primera edición en el Fondo de Cultura Económica, 2011.

cicatrices que tenía en la frente, y para esto, sobre la cubierta de mármol de Florencia del tocador, tenía una concha nácar en la que todos los días ponía unas gotas de zumo de limón fresco. Al lado derecho del tocador estaban las fotografías de los muertos; estaba ahí el bisabuelo Ube, que había desertado de la guerra franco-prusiana luciendo por igual su calva y su leontina, y la bisabuela estaba a su lado con un abanico valenciano, estaba ahí también mi tía Rosaura, quien se suicidó con barbitúricos en el cuarto de un hotel de mala nota por la muerte de su hija Enriqueta, a quien un ataque de peritonitis sorprendió en pleno baile de quince años, y que murió con el corsage de orquídeas puesto, cuando la ambulancia pasaba bajo los ciclamores dorados del bosque, y estaba ahí la propia Enriqueta y otros primos y tíos lejanos que nunca conocí. Del lado izquierdo del tocador estábamos los vivos, solamente el tío Alejandro que se fue a Alemania con toda su

Europa o en Estados Unidos. Esa preferencia por mantener el aislamiento es la desafortunada base de los paralelismos culturales de un conjunto de pueblos —¡oh paradoja!— que comparten un origen común, el indoeuropeo. De tal suerte que Lévinas concibe una complicada perífrasis incitando la ética entre la conciencia propia y “el otro” que plantea la necesidad de querer entender “al otro” para lograr el diálogo, lo cual no está mal, sólo que descarta de origen la posibilidad de entenderlo desde nuestra propia identificación con él; uno se puede identificar con el semejante, cuyo origen humano trasciende los muros culturales o históricos. Concebir esta dinámica de aproximarse al otro da muchas vueltas innecesarias, pues hay una similitud en cada uno de nosotros. Ahora se habla con prisa sobre la alteridad en los coloquios, se pretende ser sofisticados filosóficamente, y se reflexiona sobre “el otro” como si se tratara de una ley establecida y no sólo de una interesante hipótesis. Se toma a la alteridad sin cuestionamientos y se asume que estamos frente a “otros”, entre extraños, y no entre semejantes, como sucede en realidad. Sobre todo se habla de otredad cuando los cimientos de nuestra cultura e historia son los mismos, cuando nuestro pasado prehispánico e hispánico viven en nuestra cultura y naciones. Las cuales se acentúan aún más si pensamos en Europa o Estados Unidos y su lamentable deseo por seguir separados entre ellos mismos. Lo cual me hace pensar en la posibilidad de que la concepción de que somos uno frente a los “otros” acarrea más errores que aciertos. Sé que es difícil conocer con exactitud cómo eran los pueblos prehispánicos, sin embargo —como sugirió G. K. Chesterton acerca de los hombres medievales— tal vez no podamos saber cómo eran los hombres de antaño, pero sí podemos saber cómo se concebían a sí mismos. Recuerdo que el recientemente desaparecido Hugh Thomas (Windsor 1931-Londres 2017) al comienzo de su libro La conquista de México, retoma una de las preguntas inexorables de este hito en la historia de Occidente: ¿Por qué los guerreros

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familia y que después de los primeros bombardeos de Berlín, no volvimos a saber de él, estuvo un tiempo sobre el tocador, entre los vivos y los muertos. Hasta que un día, Altagracia amaneció de humor para vestir de luto y pasarlo al otro lado.

Y ENTRE LOS VIVOS, sobra decirlo, estaba también mi prima Estefanía. Todas las tardes, Altagracia se encerraba en el cuarto para rezar por los muertos y hablar con los vivos, y aquella tarde seguramente también estaría haciéndolo. A los muertos los encomendaba con sus santos correspondientes y a los vivos les decía todas las cosas imaginables, lo mismo aquellas que podía decirles frente a frente, como otras que la urbanidad ponía en entredicho; “Austin, no beba usted tanto”, le decía a su yerno, esposo de la mayor de sus hijas, y que era un diplomático inglés que bebía whisky, lo que se llama “beber de importancia”, cuando el whisky casi no se conocía en México; “Francisco, no fumes tanto puro, que cuando lavo tus camisas junto con mis crinolinas, mis crinolinas se apestan a nicociana”, le decía a mi abuelo; “Y tú, me decía a mí, y tú, Estefanía, no jueguen tanto juntos, que los niños deben jugar con los niños, y las niñas con las niñas”, y esta frase, que tantas veces había salido de su boca olorosa a manzanas agrias, no tardaría en ser repetida una vez más si se le ocurriera interrumpir

su monólogo y entrar al cuarto de mis padres a donde yo había llevado a mi prima para que entre los dos, y mientras caía la lluvia, tramáramos una nueva aventura. Yo, que entonces todavía tenía los cabellos tan rubios que Lisandra me decía: “Eres un sol de Castilla”, y mi prima Estefanía, que entonces y siempre tuvo los ojos azules... si recuerdo tanto el azul de metileno, el azul de los ojos de mi abuela donde nadaban los pejerreyes, el azul de la bata que tenía puesta mi madre la noche en que el Rey Carol, de Rumania, surcaba el cielo de la ciudad en un avión de la Flota de Plata, y otros azules que ya vendrán, como aquel de los vitrales de la iglesia de la Santa Expiración, donde Estefanía y yo nos juramos amor eterno, y el azul de la vena cava superior, que latía muy cerca de su cuello de albatros, y la eritrosina azulada que sirve para colorear los erizos de mar, no es porque el azul sea el color de mi signo, de mis recuerdos o de mis armas. Azules eran también los ojos de mi prima; mi prima bajo un sicomoro, mi prima bajo un sasafrás, mi prima bajo un ciprés calvo de los pantanos, con las manos llenas de piñas color azul pálido y forradas de musgo. Así la recuerdo o, mejor dicho, es el recuerdo más cercano que tengo de ella, porque el más lejano es muy distinto y tiene que ver con todos los colores del mundo. He vivido con los ojos muy abiertos para los colores, cuando me ponía saliva en las pestañas

totonacos permitieron el desembarco de las naves españolas? ¿Cómo fue posible que no se plantearan una mínima resistencia por parte de un ejército que sabía combatir y que —de esto hay muestras— contaba con numerosas victorias en su palmarés? A lo que Thomas responde que para los hombres en tierra el arribo de las naos les planteó la urgencia de alistar la acogida a la altura de las expectativas, porque su educación les indicaba que era una visita de alguien a quien consideraban un igual, no alguien distinto, no un “otro”. Ante la aparición en lontananza de las naves, los aztecas apuraron la recepción, se alistaron para ser hospitalarios, una de las manifestaciones más sofisticadas de la cultura universal. Si esto no muestra la inexistencia o ausencia de un sentimiento tan lejano como la otredad en nuestra cultura original no sabría decir qué lo sería. En todo caso, en la conciencia totalizante de nuestro Palinuro detecto el vestigio de la cultura americana que es capaz de sentir y hacer suyo lo que un europeo tildaría de extraño. Para Palinuro hay una unidad que se retrata en sus palabras y en las palabras de los demás: no se trata de versiones inconexas, sino de versiones que pueden sintetizarse en una verdad común. Una versión que nace y muere constantemente por medio del diálogo, el relato y la sinfonía de voces que se disparan, entrecruzan y penetran

“EN EL SIGLO XX YA NO SE TRATA DE QUE LOS PROTAGONISTAS LOGREN UN COMETIDO, SINO DE VIVIR LA PRESENCIA DEL AMBIENTE.”

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“RECUERDO EL AMARILLO DE ORLEANS QUE MI ABUELA USABA PARA COLOREAR SUS PASTELES Y LA VIOLETA DE GENCIANA CON QUE ME DABAN TOQUES EN LAS AMÍGDALAS.” veía caballitos de color de malvasía, una vez descubrí que un pedazo de arcoiris se había caído en un charco y se estaba derritiendo. Recuerdo el amarillo de Orleans que mi abuela usaba para colorear sus pasteles y la violeta de genciana con que me daban toques en las amígdalas, pero cuando recuerdo a mi prima, mi prima bajo un saúco, se me vienen todos los colores juntos. En sobres de papel de plata por fuera y negros por dentro, guardaba mi madre las pruebas en papel soleum de algunas fotografías, eran fotografías rojas, que se iban oscureciendo, y que había que ver muy de vez en cuando, cada vez que salían perdían un poco de su tersura y de su luz. Así también son algunas cosas que cada vez que se recuerdan se van oscureciendo. Cuando tuve sarampión, mi madre puso un foco rojo en mi cuarto y cubrió los vidrios de la ventana con papel celofán de color encendido, yo estaba llorando porque creí que nunca más

en esta novela laberinto, novela rocambolesca, novela calidoscopio, pero sobre todo novela proteica.

LA NOVELA DE LA PRESENCIA

Primera edición en Diana, 1987.

De acuerdo a lo que señala José Ortega y Gasset en sus Ideas sobre la novela, la novela del siglo XX se basa en las grandes presencias y en mundos perfectamente concebidos, a diferencia de la del XIX que estaba poblada por aventuras, grandes peripecias y personajes fantásticos, es decir, que situaba a la conciencia en el centro de los acontecimientos. En el siglo XX ya no se trata de que los protagonistas logren un cometido, sino de vivir la presencia del ambiente, el entorno de un mundo perfectamente bien fabulado. Sin duda, Ortega tenía en mente la forma en que se manifestaban las reminiscencias de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, la forma en que la conciencia fluía como un torrente en Ulises, de James Joyce, la forma en que el pensamiento filosófico se imbricaba con las sensaciones de un moribundo en La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, o la manera en que las discusiones filosóficas mostraban la psique de personajes poseedores de una gran cultura como en La montaña mágica, de Thomas Mann. No nos faltarán los ejemplos literarios de cómo se sucede la vida externa y vida interior de personajes como éstos a lo largo del siglo XX. Bien, el caso de Palinuro de México está engarzado en esta tradición. La historia de Palinuro no es la de un protagonista que debe conquistar una guerra, ganar el amor ni salvar el pellejo, sino la historia de un joven estudiante de medicina común y corriente, que tal vez tiene un entorno peculiar debido a su familia, amigos y prima-amante, pero lo que en realidad importa en la novela (y se vislumbra en la conferencia) es la manera en que las cosas son dotadas de un significado especial por medio de la plasticidad del lenguaje, la erudición de la historia de la medicina y la manera en que se extiende

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iba a ver a mi prima, y seguí llorando aunque mi abuela Lisandra llegaba todos los días a verme, y me llevaba turrón de guirlache y compota de ananás. Claro que una mañana, mi madre cambió el foco y quitó el celofán y yo salí a jugar.

UNA TARDE, MI PRIMA Y YO nos quedamos solos en casa de mis abuelos, solos digo, porque la abuela Altagracia estaría ocupada con sus monólogos; y el abuelo estaría entretenido jugando un solitario con su baraja española encerrado en su recámara; y Flavia, la sirvienta, estaría en la cocina ocupada en hacer mayonesa; y Rico, el jardinero, estaría sembrando en el jardín cordoncillos de San Francisco; y mi prima y yo estábamos solos en el cuarto de mis padres. Habíamos jugado toda la tarde con los polacos aquellos que estaban de huéspedes en la casa, y que se tuvieron que ir porque no pudieron pagar el alquiler. En esto Altagracia era inflexible, desde que pintó con sus propias manos, esas manos que el reumatismo había inutilizado y que nunca más tocarían la “Apassionata” tan bien y tan sentidamente como cuando estaba en el convento de las Clarisas, el letrero que decía: “Se rentan cuartos”, decidió que dos cosas no toleraría jamás, ni rameras ni inquilinos que no pagaran. Así que la polaca y sus dos hijos tuvieron que desalojar. “Yo nací en Ostroleka”, decía el polaquito,

que siempre andaba con los calcetines caídos y una boina descolorida, y nosotros le decíamos, “¿Ostro, qué?, ¿Ostro-loca?” y él seguía con “Ostroleka”, y nosotros con “Ostroloca”, hasta que lo hacíamos llorar y decir groserías, en un idioma que era como hablar con la boca llena de pralinés, pero luego lo contentábamos y jugábamos con él a las escondidillas. Él se ponía en un rincón con los ojos cerrados y mi prima y yo nos metíamos al cuarto de mi madre, a

“PALINURO ES UNA PIEZA PERFECTAMENTE ACABADA DE LA FORMA EN QUE LA METÁFORA SE VUELVE UN MEDIO REVELADOR DE TODO LO QUE PUEDE DECIR EL IDIOMA.” a la fantasía y la imaginación. Palinuro de México se vuelve por momentos un maravilloso catálogo de ejemplos y referencias sobre los detalles que han suscitado la evolución de la medicina, la forma en que se han hecho pruebas sobre animales para buscar medicamentos y tratamientos que salven vidas, la concepción y uso de utensilios quirúrgicos que en sí mismos pueden ser un manual de imágenes desde lo más sutil hasta lo más ominoso; y, sobre todo, Palinuro es una pieza perfectamente acabada de la forma en que la metáfora se vuelve un medio revelador de todo lo que puede decir el idioma, alejándolo así de su condición puramente utilitaria o de moneda corriente. Al terminar de leer, el lector tendrá conciencia de que, más que nosotros hablemos el lenguaje, el lenguaje nos habla a nosotros. Fernando del Paso logra en esta obra, además de una experiencia literaria, una experiencia lingüística y, por ende, una experiencia imaginativa. Otro de los aciertos a destacar es que concreta varios de los objetivos principalísimos que tenía James Joyce en toda su obra, pues Ulises se propuso demostrar que el lenguaje no tiene límites (tal como demostró Fernando del Paso), que puede oler como el heno recién cortado, o describir puntillosamente los elementos mecánicos de una cerradura,7 así como referir mundos mitológicos de un capítulo a otro. Este cometido está presente tanto en uno solo de sus párrafos como en la suma de sus más de seiscientas páginas,

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donde él tenía prohibido entrar. Cuando había contado hasta cincuenta en voz alta y en español con grandes trabajos, nos buscaba por el jardín, en el cenador emparrado, en el garaje tras la cortinas de lona a rayas verdes y naranjas, en el coche abandonado, en el corredor de arriba, entre las macetas de geranios, en el clóset de la cocina, lleno de loza de Talavera, y donde vivía el diablo, y en las escaleras de caracol que llevaban a la azotea, y en la misma azotea. Ahí se olvidaba de nosotros y se asomaba hacia la calle, veía las fuentes del parque, los prados con panalillo morado, y recordaba los campos de su tierra, nosotros también nos olvidábamos de él. Quién sabe dónde estará ahora ese polaco, ese compañero dulce de esos años y su hermanita, siempre con los mocos escurridos y los ojos muy asustados y muy azules, como si se le hubieran llenado de tanta agua como vieron cuando venía para América. Es curioso hablar así, es curioso decir que jugábamos al escondite, que nos íbamos a la recámara de mamá, que el polaco se iba a la azotea y se quedaba ahí, de tal manera que parece que muchas veces sucedió lo mismo exactamente, y en verdad quizá sólo pasó una vez, pero las cosas suceden tantas veces como se las recuerda. Las manos de mi prima abriendo el costurero de mi madre lo abrirán muchas veces más, miles de veces, no sólo hasta que yo me muera y se muera ella, sino hasta que no haya nadie a quien se lo cuente.

Arte digital > STAFF >La Razón

la poesía bulle así en la tesela como en el mural completo. El mundo de la conciencia, la materialidad del idioma, la procacidad de ciertas situaciones, el uso escatológico, el temperamento erótico, el diálogo erudito, la enumeración imaginativa, la divagación exhaustiva, el despliegue metafórico, el poder evocador de la palabra, la exactitud de la descripción, la creación de ambientes metatextuales, y muchos aspectos que ahora mismo se me escapan (porque el lenguaje siempre se nos escapa, o dígame por favor, don Fernando, ¿me equivoco?) son aspectos sobre los que se erigen obras de estas dimensiones. Y debido a esta conferencia excepcional, podemos imaginar que ya se encontraba en ciernes el mago del lenguaje que para ese momento era Fernando del Paso a sus escasos treinta y cinco años de creación y vida.

NOTAS 1 Fernando del Paso, Palinuro de México, primera reimpresión, FCE, Letras Mexicanas, México, 2015, p. 12. 2 Fernando del Paso, “La guerra era una fiesta”, en Bajo la sombra de la Historia. Ensayos sobre el islam y el judaísmo, volumen I, FCE, México, 2011, pp. 65-68. 3 Ángel Ortuño, “Fernando del Paso, el imperio del idioma”, en De paso por la vida. Homenaje a Fernando del Paso, Premio Cervantes, Paulina del Paso y Jesús Cañete Ochoa (coordinadores), varios autores, Ministerio de Educación Cultura y Deporte/Universidad de Alcalá/Santander Universidades, Alcalá, 2016, pp. 51-52. 4 Fernando del Paso, 2015, op. cit., pp. 374-375. 5 Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, Edición del Instituto Cervantes 1605-2005, dirigida por Francisco Rico, estudio preliminar de Fernando Lázaro Carreter, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores/Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, Barcelona, 2005. 6 Del Paso, 2015, op. cit., p. 24. 7 Richard Ellmann, James Joyce, traducción de Enrique Castro y Beatriz Blanco, Anagrama, Barcelona, 2002. Ellmann relata el momento en que Joyce le mostró a su hermano Stanislaus un ejercicio que practicaba constantemente: describir los accesorios y el funcionamiento exactos de una cerradura de manija.

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10 LA N OTA NEGRA

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Por

FRANCISCO HINOJOSA

PUEBLOS MÁGICOS

@panchohinojosah

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esde el 2001, la Secretaría de Turismo impulsa un programa llamado “Pueblos mágicos”. El primero fue Huasca de Ocampo, en Hidalgo, al que le siguieron Tepoztlán, Morelos, y Real de Catorce, San Luis Potosí. En la actualidad son 111 los que tienen esa distinción y para este 2017 se sumarán otros diez. Conozco veintiocho de ellos. Según creo, algunos han perdido su magia debido precisamente a la razón por la cual obtuvieron tal categoría: el turismo y el comercio. Para aspirar a entrar en esa lista se requieren algunas condiciones: tener atractivos turísticos naturales, históricos y culturales, estar a una cierta distancia de alguna ciudad, contar con un comité local que le haga seguimiento, otorgar recursos presupuestarios y otros más. Un pueblo mágico puede dejar de serlo por razones que no atañen a los lugareños o sus autoridades, sino a problemas de inseguridad y delincuencia que hacen que pierda su atractivo y por lo tanto no fluya el turismo, razón por la cual se obtiene el nombramiento. Así sucedió con Cuitzeo, Santiago y Creel (¡Santiago Creel!). Mier, Tamaulipas, estuvo a punto de perderlo por esas razones: pasó de ser un pueblo mágico a un pueblo fantasma (y luego a un “pueblo heroico”, declarado así por el H. Congreso del Estado) ya que una gran parte de la población huyó debido a la violencia generada por la guerra de Calderón contra el narcotráfico.

SAN MIGUEL DE ALLENDE ES EL ÚNICO LUGAR DE ESTADOS UNIDOS EN EL QUE NO PIDEN VISA PARA ENTRAR.

Por recomendación de una amiga potosina, mi esposa y yo estuvimos en Mineral de Pozos, Guanajuato. Llegó a ser una comunidad minera de gran prosperidad entre fines del XIX y principios del XX. De los 70 mil habitantes que tenía, hoy está entre dos y tres mil. Aunque ciertamente tiene unos cuantos hoteles, tiendas y restaurantes se siente un pueblo fantasma. En unas cuantas horas recorrimos todo el poblado. Éramos los únicos huéspedes en el hotel en el que nos quedamos, así que hacia las nueve de la noche los empleados nos dijeron que se iban a sus casas y nos dieron las llaves para entrar y salir cuando quisiéramos. A media hora de allí, San Miguel de Allende reúne todos los requisitos para ostentar el calificativo de mágico. Obtuvo el nombramiento en el 2002, que después fue cambiado gracias a que logró una distinción mayor por parte de la UNESCO al considerarla Patrimonio Cultural de la Humanidad. En el 2013, la revista Condé Nast Traveler la consideró como una de las mejores ciudades del mundo, junto con otras veinticuatro. Su oferta gastronómica es vasta, hay hospedajes airbnb, hoteles suficientes y una gran cantidad de tiendas de todo tipo. Allí se llevan a cabo festivales de música barroca y de cámara, de cine, de jazz y blues y uno internacional de escritores y literatura, en inglés y español, que ha tenido entre sus invitados a Sandra

Cisneros, Margaret Atwood, Naomi Klein, Joyce Carol Oates y Alice Walker. Además de ese festival, el año pasado fui invitado a un programa llamado Libros para Todos, que consistió en visitar cinco escuelas rurales que fueron dotadas con cuentos míos. Entre otras festividades, desde hace más de cuarenta años se celebra el “desfile de los locos”, que invita a todos los habitantes a disfrazarse el primer domingo después del 13 de junio, día de San Antonio, y caminar desde la salida a Celaya hasta el centro histórico. Tiene una alta población de extranjeros, principalmente norteamericanos, muchos de ellos jubilados. Es el único lugar de Estados Unidos en el que no piden visa para entrar. En noviembre del 2016, los integrantes del cabildo de la ciudad declararon a Donald Trump como persona non grata por su discurso xenofóbico. Este mes, con la iniciativa de La Troupe (compañía bilingüe de teatro), se presentará El largo viaje del día hacia la noche de Eugene O’Neill, un intenso drama familiar que su autor pidió que se estrenara veinticinco años después de su muerte, algo que no sucedió porque su esposa decidió no hacerle caso. Dice Marcela Brondo, directora creativa de La Troupe: “En la frontera norte, un muro es construido para separarnos. Aquí construimos un puente cultural entre nuestras comunidades.”

Por ROGELIO GARZA

La Canción # 6

@rogeliogarzap

Oaxaca mágica y musical ZIGZAGUEANDO EN LA CAPITAL de la vagancia, un mezcalito en cada esquina te dio. Llegué invitado por la revista Yaconic y el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo para encabezar un taller de periodismo musical a finales de julio. Al fino arte de andar por las calles en la lucidez mezcalera agregar la música viva en plazas, galerías, bares y cantinas. Entre pláticas, lecturas y ejercicios, revisamos los orígenes, géneros y lenguajes del periodismo y la música, la historia del periodismo musical en Inglaterra, Estados Unidos y México, el nuevo periodismo, el periodismo cultural y el digital. También vimos la película Almost Famous de Cameron Crow, una buena lección. El tercer día organizamos una conferencia de prensa con el grupo La China Sonidera, como parte de un reportaje sobre la escena musical de una ciudad en la que hierven Byt Band, la Furia con Lujuria, Paulina y el Buscapié, y Banda del Sur. Liderada por el músico y artista gráfico Alfonso Barrera, La China

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fusiona cumbia, rock, funk y reggae desde 2009. Recién apareció su disco de funk tropical Interranchonal, mezclado por el buen Ramsés Ramírez, fundador con Germán González del veterano dúo y grupo de jazz Sr. Mandril. Apagábamos la sed en el Salón La Fama, donde Humberto Martínez El Chato inventó la refrescante Pantera Rosa, cuando nos enteramos de que el grupo de rock argentino Él Mató a un Policía Motorizado tocaría en el bar Txalaparta. Entramos por los buenos oficios del periodista Ricardo Islas Brito y obtuvimos sendas entrevistas con el grupo que tuvo doce fechas en su gira nacional. EMPM cumple quince años, es la cuarta vez que visitan México y en esta ocasión presentaban su reciente disco La Síntesis O’Konnor, combinando el material de los primeros EMPM y La Dinastía Scorpio. También son autores de una singular trilogía en EPs: Navidad de Reserva, Un Millón de Euros y Día de los Muertos. Tocaron sin el Chatran del teclado, pero de origen

ruidoso guitarrero sonaron impecables al deshojar sus influencias del punk al new wave al indie y al under bonaerense de los noventa: “Ahora imagino cosas”, “La noche eterna”, “Chica rutera”, “Mi próximo movimiento”, “El día del huracán”, “Fuego” y “Vienen bajando”, estupendas canciones que enganchan a la primera por la fórmula eficaz del reggae: “Letra melancólica con una melodía y un ritmo alegres”, dice el guitarrista Willy Pantro Puto, fundador de EMPM con el compositor, bajista y cantante Santiago Motorizado. El cuarteto deslizó sus canciones complejas pero sencillas sin prisas ni pretensiones. Nadie imaginaría que llamándose así, subtítulo de la película de ciencia ficción R.O.T.O.R., exhalaran bocanadas de un rock honesto, fresco y vital. Por supuesto, también probamos el cartel de electrónica y jazz de Casa Estambul, el bar-galería-restaurante donde presentamos la revista Yaconic, encantados con el ritmo y la gente de Oaxaca mágica y musical.

EMPM CUMPLE QUINCE AÑOS, ES LA CUARTA VEZ QUE VISITAN MÉXICO. Y EN ESTA OCASIÓN PRESENTABAN SU RECIENTE DISCO LA SÍNTESIS O’KONNOR.

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¿COGEN MAL LOS CHIL ANGOS?

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

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CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

M

is últimas novias han sido todas de la CDMX. Cuando les he cuestionado por qué no se amarran un novio chilango la respuesta siempre ha sido la misma: no cogen bien. De lo anterior podemos deducir lo siguiente: las chilangas están aburridas de los chilangos y viceversa. Lo cual no es nada anormal. Le ocurre lo mismo a los norteños y sureños. El tedio es cabrón, lo sabemos, pero una cosa es cansarse de cenar todas las noches pan con lo mismo y otra afirmar de manera categórica que las habilidades sexuales de tu tribu están por los suelos. Intrigado busqué estadísticas pero me topé con que todavía no existe una Consulta Mitofsky al respecto. Le pregunté a amigas no chilangas qué opinaban y la respuesta fue la misma: los chilangos son malos en la cama. Maticemos, me especificó una. Al generalizar no estoy satanizando a todo el código postal. Entendí a qué se refería. A las excepciones. Aquellos a los que no importa qué les haya tocado en la lotería de las naciones, nacieron para coger bien. De esta hipótesis se desprende la pregunta del millón. Por qué los chilangos no son buenos para el sexo. Las amigas a las que interrogué me respondieron que por aburrimiento. Les pedí que fueran más explícitas. Y aseguraron que el chilango es un ser limítrofe en el sentido de que vive en una de las mejores ciudades del mundo y lo tiene todo. El chilango está demasiado mimado. Es lo que ellas opinan. Yo disiento. No creo que el chilango esté necesitado

ASÍ COMO EN LOS SETENTAS GRACIAS AL VERANO DEL AMOR SE PUSIERON DE MODA LOS SUREÑOS, AHORA ES EL TURNO DE LOS NORTEÑOS DE FUNGIR COMO LOS ANIMALES EXÓTICOS.

El sino del escorpión

de emociones fuertes. Al contrario. Vivir en esa ciudad es un desafío. Otras le echaron la culpa a la ciudad. Que el desgaste al que somete a sus habitantes es el responsable de que la gente no cuente con el tiempo disponible para una buena cogida. Y no sólo eso, es que tampoco tiene tiempo para pensar demasiado en el sexo. No importa cuántas cabinas, sex shops y puestos de películas porno piratas, el chilango está concentrado en salir adelante en la urbe. Esto me hizo sentir un poco mal. ¿Es decir que los provincianos somos unos animalitos que sólo pensamos en aparearnos? El ocio es el disparador del sexo. Pero sólo en una parte. En Factotum, Bukowski cuenta que antes de apostar en el hipódromo era un semental. Cuando encontró una actividad intelectual sus energías amatorias fueron encauzadas en otra dirección. Otras lo achacaron al sexo vainilla. Que obedece al mismo origen. Sexo vs. aburrimiento + urbe. Pero no puedes culpar a nadie de la monotonía. Nuestras sociedades están basadas en ella. Y quizá seríamos mejores si escapáramos más a menudo de la programación, pero encontraríamos otro aspecto de qué quejarnos a la hora de coger. Así como en los setentas gracias al verano del amor se pusieron de moda los sureños, ahora es el turno de los norteños de fungir como los animales exóticos. Es la única explicación que encuentro para el rating que me cargo últimamente con las mujeres del centro. Pero creo firmemente que si me fuera a radicar a la CDMX mi interés en el sexo decaería. Tendría que luchar

todo el tiempo contra el monstruo urbano y eso mermaría mi apetito sexual. La provincia me permite refugio del estrés. Y eso es determinante. Las mujeres se quejan de que el chilango eyacula demasiado rápido. Pero eso no es privativo del capitalino. Es un problema que se replica en todas las áreas del país. Lo que sí es innegable es el aburrimiento de las mujeres de la clase alta chilanga. Siempre están a la caza de algún foráneo para reclutarlo como mascota sexual. Detrás de cada milf y cougar se esconde la misma historia. Un esposo demasiado ocupado en tratar de incrementar su estatus, que no las pela. Y ante la sobrepoblación chilanga han desarrollado un gusto por la comida de fuera. Con lo anterior no estoy diciendo que yo sea bueno cogiendo, sólo soy parte de la estadística. Existen muchos mitos alrededor del sexo. Se dice que la gente que es buena para el baile es buena en la cama. De ser esto cierto, la CDMX debería ser un paraíso sexual. Ni el sureño ni el norteño tienen el talento para la pista que ostenta el chilango. Hay de todo, me dice una profesora de salsa. Hombres que son el rey del mambo del dancing pero que en el bedtime son inoperantes. Ésa fue la palabra que usó. En la provincia ocurre el fenómeno opuesto. Las mujeres son menos liberales. Por supuesto en tierra adentro también hay gente caliente, yo pensaba que era un mito que las veracruzanas son candela pura, pero no es choro, es cierto. Al ser más libres en la CDMX las mujeres, el coito es casi una experiencia religiosa. C

Por ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

El arte y los muertos indóciles EL ALACRÁN VUELVE a la crítica de arte luego de haber lamentado en su columna anterior la muerte de varios de nuestros críticos principales (Debroise, Tibol, Manrique, Del Conde, Rodríguez Prampolini) y acusar, acaso de forma parcial, un empobrecimiento de los estudios históricos y críticos en materia de arte mexicano. De manera injusta, el arácnido no mencionó otras novedosas aproximaciones a la crítica de estudiosos, curadores y galeristas, quienes aportan opiniones documentadas sobre nuestro arte contemporáneo. Destaca, por ejemplo, la serie de conversaciones en la revista La Tempestad (http://www.latempestad.mx/) donde se indaga en la aparente “muerte de la crítica de arte en México” a través de las voces de Cuauhtémoc Medina, Brett W. Schultz, Melanie Smith, Itala Schmelz y demás estudiosos, quie-

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nes recorren el desarrollo de la expresión artística mexicana e indagan en los procesos de comunidades artísticas de los años setenta, como el No Grupo, Proceso Pentágono, Suma, Peyote y la Compañía, o de los noventa, como el Taller de los Viernes, SEMEFO, Temístocles 44 o La Panadería, y aun en las “búsquedas posmodernas mexicanas” de la galería Kurimanzutto y las ferias Zona Maco, Salón Acme y Material Art Fair. Registrada esta aclaración, el artrópodo lamenta hablar de nuevo de las noticias necrológicas de artistas, escritores, periodistas e incluso (ex) amigos del venenoso. Casi al iniciar la semana falleció Rius, un maestro de generaciones de “moneros” a quienes la falta del enorme artista deja en confesa orfandad, tal como lo expresó Rapé: “Todos los moneros somos hijos de Rius”.

Asimismo, falleció el peleonero, combativo e irreductible Jaime Avilés, con quien en los años ochenta el alacrán compartió amistad, vinos y aventuras. El Avilés admirador de Lenny Bruce, el de los sketches cómicos, la ironía risueña y cáustica, el cronista, cancionero y trasnochador a quien el tiempo y las cuestiones políticas alejaron injustamente de sus amigos de antes. Periodista bravo, Avilés llegó a denostar por escrito al escorpión y a varios de sus amigos escritores y periodistas por no coincidir con su extrema visión de la política mexicana. Con todo, si hay quienes reivindican a Marcelino Perelló —también fallecido esta semana—, el alacrán insiste en recordar a Jaime en sus mejores momentos de amistad, porque está seguro, como quería Roque Dalton, de su calidad de “muerto indócil”. C

EL ARTRÓPODO LAMENTA HABLAR DE NUEVO DE LAS NOTICIAS NECROLÓGICAS.

11/08/17 7:28 p.m.


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E l Cultural S Á B A D O 1 2 . 0 8 . 2 0 1 7

EVERARDO GONZÁLEZ EL CINE DE LA VIOLENCIA Su director, Everardo González, es uno de los creadores cinematográficos más destacados de la escena mexicana actual. Entre los largometrajes que ha dirigido se encuentran El cielo abierto y Cuates de Australia; y los documentales Los ladrones viejos, La canción del pulque y El Paso, un trabajo sobre periodistas desplazados. Realizó la fotografía de Backyard, dirigida por Carlos Carrera, y ha recibido un gran número de premios Ariel por fotografía, edición, mejor película, mejor dirección, etcétera; su trabajo se ha proyectado en festivales de todo el mundo. Sobre sus más recientes producciones, así como el cine que documenta la violencia, habla en esta entrevista.

La violencia es anónima, pero un día se apodera de los rostros y viste todo paraje con una especie de soledad y desierto. Hombres y mujeres, niños, adolescentes, todos ocultan su identidad tras una máscara para quemaduras, exponen su historia como sicarios y lo fácil que es pasar de ser adolescente a ser un asesino profesional, o a sueldo. Así se presentan los personajes de Everardo González en La libertad del diablo, su más reciente documental, un retrato de la violencia en México expuesta como parte del Foro Internacional de la Cineteca, y que se estrenará entre noviembre de este año y principios de 2018 en México.

Por

ESGRIMA

¿Qué visión y perspectiva del México actual te deja a ti mismo tu cine? La perspectiva no es muy alentadora. En tu cine, la historia de la violencia parece comenzar con los periodistas. Cada vez hay más periodistas asesinados. En la película, El Paso, decidí retratar a dos reporteros que habían pedido asilo a Estados Unidos por la violencia. A partir de la imagen de Horacio Nájera, un amigo reportero de El Norte, en Ciudad Juárez, quien pidió asilo político en Canadá. La imagen de Horacio cortando jardines me impactó mucho, más aún al saber que él es un buen periodista. Siempre tuve esa imagen en la mente, y me dediqué a buscar historias similares, hasta que se dio la oportunidad de realizar el documental, y encontré las historias de Alejandro Hernández Pacheco y Ricardo Chávez Saldana, a través de la asociación Mexicanos en el Exilio, que está en El Paso, Texas. Dos reporteros, su abogado y las familias desplazadas por las amenazas y la violencia.

¿Qué línea no se debe cruzar en un filme para que siga siendo arte y no caer en un panfleto? No sé cuál sea esa línea delgada. De alguna manera, todos mis documentales toman cosas de la realidad, de las cosas que conocemos. En El Paso quise denunciar la impunidad. Y con La libertad del diablo, la violencia. En la primera quería hablar del vínculo entre el crimen organizado y las autoridades, que es lo que tiene de cabeza al país y es lo que vulnera a los medios de comunicación y a las comunidades.

Y esa violencia ha llegado hasta La libertad del diablo, tu más reciente documental. La libertad del diablo es un ensayo sobre la violencia y el miedo. Se estrenó en febrero, en el Festival Internacional de Cine de Berlín. Es una cinta donde se intenta darle voz a los que lastiman, aunque eso es cuestionable para muchos. Sin embargo, esta película no sólo habla de los años de guerra en México, sino de lo que somos todos capaces de hacer si tenemos las condiciones para que eso suceda.

¿Qué es el cine? Es el oficio quee aprendí para poder uchas preguntas. Es responderme muchas o, responderme a lo simplemente eso, que pasa en estoss tiempos, en esta especie de juglar y sus problemas latentes. Trabajo para la memoria futura. El onio del tiempo, por cine es el testimonio eso desarrollo loss temas que he decidido trabajar.

¿Para qué hacer La libertad del diablo? La razón tiene que ver con una obligación moral. Durante todo el periodo de Felipe Calderón sentía que estaba sucediendo demasiado. Después hablé con gente, y también a través de Mexicanos en el Exilio, encontré a personas que vivían con miedo, que estaban escondidas; encontré a conocidos de otros que fueron asesinados. La película es un testimonio para que esto no se olvide.

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ALICIA QUIÑONES

Con toda la violencia que hay en México, ¿la gente quiere ver más cine sobre el tema? Por un lado, sí; por el otro lado está el mercado de toda la gente que no quiere ver lo que pasa en el país, y si deciden ir al cine prefieren hacerlo para mirar do o mirar otro tipo de estos temas de lado cine. Depende dell gusto de los espectaez prefieren más cine dores que cada vez comercial.

¿Qué lectura te deja tu propio no a la viotrabajo en torno lencia que hoy see vive en México? No sabría decirtee exactamente si existee más ás de violencia, pero más siete periodistas asesinados este año no es cualquier cosa y hablan de que no o hay tanta violen-cia. Aunque se noss diga que no es así,, los niveles de co-rrupción o de des--

TODOS MIS DOCUMENTALES TOMAN COSAS DE L A REALIDAD, DE L AS COSAS QUE CONOCEMOS. EN EL PASO QUISE DENUNCIAR L A IMPUNIDAD Y CON LA LIBERTAD DEL DIABLO, L A VIOLENCIA ..”

aparecidos indican otra cosa. También creo que no estamos viendo algo como lo que vimos en el sexenio anterior. Lo cierto es que, mediáticamente, como vivimos esta guerra, no la vemos como la veíamos hace algunos años como ciudadanos promedio. Hay cientos de víctimas sin respuesta, más de 30 mil familias sin encontrar los cuerpos de su gente. ¿Existe la estética de la violencia en el cine? No necesariamente. En mi caso, todo depende de lo que encuentre, eso es lo que va dictando la estética. En la vida cotidiana, sí, existe una estética de la violencia, nos la regalaron Los Zetas por muchos años, quizá son hasta artistas conceptuales con toda su carnicería. En mi trabajo personal no intento buscar la poética dentro de la violencia, para mí lo q que pasa en este país es brut brutal, por lo mismo procuro q que mi trabajo sea crudo. La libertad del diablo es u una película con pocos eelementos, cruda, porq porque para mí lo que pasa no tiene nada de lírico. Entonces, no deben ex existir filtros de la violencia violen en el cine. Existen. El cine mis mismo es un filtro. La edición y la postproducción son un filtro. Y la decisión de most mostrar una historia es un filtro. C

Arte digital > STAFF >La Razón

11/08/17 7:29 p.m.


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