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ASÍ SOY YO
Es actor, director y gerente teatral, pero esencialmente, es un apasionado del teatro. Con su polémica obra
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Por Yolanda Manrique Foto: Raymond Fuenmayor
Héctor Manrique, a través de su cuenta en Twitter, nos invita semanalmente a disfrutar de la cartelera teatral caraqueña: “Hoy puede ser un día de teatro”. Y lo hace con total convicción, pues su amor por el teatro es de ese que se define como sincero, leal, honesto, el amor ideal que se siente en abstracto y se vive a plenitud. Un amor que es recompensado con el fruto de notorios títulos que se han puesto en escena con rotundo éxito, solo en los tres últimos años: Art, La cena de los idiotas, Terror, Los hombros de América, entre otros.
Nos recibe en su lugar favorito (aunque no nos lo dice, lo sabemos, se percibe cómodo, como en su casa): el lobby del Teatro Trasnocho, el espacio con el que ha estado involucrado durante casi una década. En una espléndida conversación, vamos descubriendo la personalidad de este artista venezolano, heredero de la maestría de actores y directores que le precedieron, y a quienes gusta honrar en cada oportunidad que se le presenta.
¿Cómo se define? -Como una persona obsesiva, auto exigente, amigo de mis amigos, padre deseoso de serlo… tal vez son mis definiciones más certeras. En muchos casos, no suelo tener muy buena opinión de mí.
¿Qué le apasiona de su profesión y por qué? -Me apasiona el riesgo. Actuar en teatro es saber que no es igual día a día. Es un viaje a ninguna parte. En este oficio, no terminas de llegar. Puedes actuar un día muy bien y al día siguiente hacerlo muy mal. Siempre que comienzo un proyecto es como si me estuviera lanzando de un décimo piso, no sé cómo voy a caer parado, es un golpe muy fuerte de adrenalina. Sospecho que es lo que experimenta un corredor de Fórmula 1 o el torero que entra al ruedo, no sabes cómo vas salir de ahí. Es el vértigo, la emoción de no saber cómo va a terminar cada función. momentos que tal vez uno no notó, pero fueron definitorios. Instantes, apenas. Por ejemplo, cuando era muchacho, sabía que quería ser artista, pero no tenía claro cómo. Me gustaba el teatro, el arte, pero no sabía exactamente qué. Entonces, mi padre me llevó a hablar brevemente con Rodolfo Izaguirre, director de la Cinemateca Nacional en ese momento, que era su amigo, y esos 10 minutos de conversación cambiaron mi vida: “Tienes que hablar con José Ignacio Cabrujas”. Mi padre también lo conocía y lo contactamos: “El teatro es
como la madre de todas las artes escénicas, hay que dominar este oficio”, me dijo, y me recomendó que estudiara con Juan Carlos Gené, “un excelente director y maestro argentino que dictará unos talleres”. Lo demás es historia. Pero esos minutos con Rodolfo fueron suficientes, y no sé qué sería hoy en día sin ese corto y preciso episodio de mi vida. ¿Se ha “peleado” alguna vez con su oficio? -Claro, pero nunca como para pensar en hacer otra cosa. Mi relación con el oficio es muy lúdica, la disfruto mucho. Yo siempre comento que hago lo que hago, porque no me gusta trabajar. Actuar, dirigir, subir a ¿Algún gusto culposo? -Hay acontecimientos en la vida que lo cambian a uno. Hace algunos años sufrí un infarto y el médico me prohibió lo que él llamó, la vitamina CH: chorizo, chinchurria, chicharrón, todo lo que es “chabroso”. Ahora como algo de eso, muy poco, y siempre con mucha culpa y algo de paranoia. ¿Cuál es el lugar preferido para descansar? -Salgo poco de vacaciones. Suelo ir a Madrid, porque yo nací allí, pero además, me encanta la ciudad. Es una urbe excitante que tiene cosas que me gustan, como sus museos, sus parques. Me gusta caminar por sus calles. Profesionalmente y personalmente ha sido una importante experiencia. Siempre que he trabajado en Madrid me ha ido muy bien. “Me levanto todas las mañanas y me pregunto ¿quiero hacer esto? y lo hago, no es una obligación”
un escenario no representa un esfuerzo. No es que no sea difícil, pero no me siento atrapado. No es una obligación para mí. Tal vez, si las cosas siguen así, descubra, al final de mi vida, que ésta era mi vocación…
¿Cuál diría que es el acontecimiento que caracteriza al siglo XXI? -Los privados los tengo muy claros: el nacimiento de mis dos hijas. Mi hija mayor nació con el siglo. Son mi orgullo y mi verdadera pasión. Soy un padre que deseó serlo y lo disfruto plenamente. Soy un padre absolutamente presente.
Pero no tengo buena opinión de cómo va el siglo, no veo nada interesante, algo extraordinario, este siglo va “como puede”, con enorme mediocridad. Ha pospuesto valores tan importantes como la ética, los valores profundos del hombre. Revisas el panorama de la política mundial y te cuesta admirar a alguien. A mí me interesa la política, porque me interesa saber cómo repercute en la naturaleza del ser humano, y me cuesta conseguir a alguien, no hablemos de Venezuela, pero en el resto de el mundo, ni siquiera que me despierte alguna admiración. En estos 20 años no se ha desarrollado ni siguiera un nuevo invento.
¿Cuál es el sitio en donde se puede inspirar mejor? -En una sala de ensayo o sobre el escenario. Hago la mayor parte de mi vida en esos espacios. Todas las ideas que se me ocurren siempre, sé que van a ser confrontadas con el escenario, por eso, ese siempre será el lugar de inspiración.
¿Cuál es su hora preferida del día? -No lo había pensado… tengo claro que para mí, cuando estoy en funciones, la hora preferida, la más importante es cuando se abre el telón. ¿Otro momento?, bueno, siempre llevé a mis hijas al colegio, y esa hora, 6:30 de la mañana, cuando está
En deporte, tal vez haya personalidades más interesantes, como Rafael Nadal, que me parece un gran atleta. O Tiger Wood, que me ha interesado, por su obsesión por el perfeccionamiento; pero en otros ámbitos, no encuentro más que nulidades, grises, mediocres. Aún no hay modo de comparación con el siglo pasado. amaneciendo me gusta y cuando cae el sol. Los crepúsculos. Las pocas veces que tengo para contemplar la caída del sol, me gusta esa sensación.
¿Se sabe la letra de alguna canción completa? -No, es curioso que una persona que trabaja con la memoria tenga tan mala memoria para las canciones. Me sé una obra de teatro completa, pero una canción, no.
¿Cuál es su receta favorita? ¿La ha preparado alguna vez? ¿En dónde y quién la prepara mejor? -No cocino muy bien, nada destacable, no te invitaría a comer. No porque era mi mamá, pero tengo muy presente que el mejor cocido lo hacía ella.
¿Quién diría que es la persona que mejor le conoce? -Uno es tan poliédrico, depende de quién te vea y cómo te vea. Mis hijas quizá son las que mejor me conocen, con mis luminosidades y oscuridades.
¿Hay algo que haya intentado hacer y no ha logrado? -Muchos sueños no realizados. Soy un gran admirador de Shakespeare, y nunca he llevado a escena ninguna de sus obras; se parece a aquellos noviazgos largos que nunca terminan en matrimonio.
Si Venezuela fuera una persona, ¿qué le obsequiaría? -Le regalaría un poco de ética pública que tanta falta le hace en este momento.