Revista Semayor #28

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Revista del Seminario Mayor San Pedro Apóstol de la Arquidiócesis de Cali No. 28 - Año 26 - 2022 - Cali, Colombia



La Revista Semayor como publicación anual del Seminario Mayor San Pedro Apóstol, ha presentado durante estos veintiocho años diversos temas que, de acuerdo a las circunstancias propias de cada época, han influido en la Iglesia y son de vital importancia en la comprensión de los desafíos, retos y perspectivas que se manifiestan en el presente y futuro eclesial. Así mismo, este es un espacio para dar a conocer nuestra casa de formación, en donde se forman los futuros sacerdotes para nuestra Iglesia particular de Cali y de las diócesis de Buenaventura, Palmira, el vicariato apostólico de Guapi y, en este último año, también Tumaco. En esta oportunidad, Semayor trata de manera específica el tema de la SINODALIDAD. Una palabra que no era ajena a la realidad de la Iglesia, pero que quizá para el común de los fieles era poco comprendida. “Caminar juntos”, como la misma palabra sinodalidad lo expresa, es un reto que el papa Francisco ha presentado a la Iglesia para el período 20212023 y será, sin lugar a dudas, más que solo un sínodo, una experiencia que enriquecerá la manera como comprendemos la Iglesia y como nos comprometemos en ella; sabiendo que solo es posible construir un camino juntos, cuando somos cons-

cientes de que la acción del Espíritu Santo nos hace UNO en Cristo, como su cuerpo, para que desde allí dejemos de ser simples espectadores y participemos de manera activa en la misión a la que nos envía el Señor como bautizados, ser sal y luz del mundo (Mt 5, 13-16). Estimado lector de Semayor, en sus manos tiene un trabajo que ha sido el fruto de varios meses de planeación, de reflexión, de esfuerzos mancomunados para que hoy podamos compartir esta revista que nos lleva a pensar en la sinodalidad, no solo como una “palabra de moda”, sino como una verdadera experiencia de Iglesia y de renovación en las formas de participación en cada una de las estructuras de la misma. Una reflexión que va desde la Palabra de Dios y la experiencia litúrgica, hasta las expresiones concretas de la vida sinodal en la historia de la Iglesia, en los retos del Vaticano II, en nuestra Iglesia particular y en la familia. Como equipo editor, esperamos que, al finalizar la lectura de esta edición, cada uno de nuestros lectores, pueda interrogarse y ojalá responder de manera personal y con sentido de pertenencia: ¿cómo estoy aportando al “caminar juntos” en mi Iglesia? Equipo editor


Revista del Seminario Mayor San Pedro Apóstol de la Arquidiócesis de Cali No. 28 - Año 26 - 2022 - Cali, Colombia



las relaciones de la Iglesia hacia adentro y con el mundo.

Monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía Arquidiócesis de Cali El sínodo de los obispos se ha convertido, durante las últimas décadas de la Iglesia posconciliar, en la instancia universal de escucha pastoral y de elaboración del mensaje pontificio sobre diferentes realidades y coyunturas. Su importancia ha sido indiscutible para mantener una continuidad magisterial que, desde hace algunos años, se ha vertido también sobre los diversos continentes y regiones de vital significado para la humanidad, como la Amazonia.

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Las 29 asambleas sinodales y sus respectivas exhortaciones apostólicas, desde 1965 hasta ahora, constituyen un riquísimo acervo de doctrina e interpretación de

“Una Iglesia no aséptica, sino apegada a la realidad y a sus problemas”, pidió el Papa Francisco, al determinar el paso del sínodo como evento, a la sinodalidad como identidad misma de la Iglesia, valga decir, como proceso permanente de “participación, comunión y misión”, que involucre a todos sus miembros, carismas, géneros y generaciones. Se trata de toda una reforma interna, ya planteada desde el Vaticano II con la constitución Lumen Gentium, desde la eclesiología que la sitúa como PUEBLO DE DIOS. Lo que significa una Iglesia que no se piensa y se desarrolla desde el sacramento del orden jerárquico, que genera “clericalismo”, sino desde el bautismo, asumido como iniciación cristiana. “Con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo”, diría San Agustín. Siguiendo esta ruta del “DESDE”, desde la sacramentalidad, el prota-

gonismo laical, este de ser “presencia de Iglesia en el seno del mundo y presencia del mundo en el seno de la Iglesia”, como diría el documento de Puebla, el horizonte se ampliaría aún más, para cualificar la Iglesia desde la comunidad conyugal y familiar, desde la sacramentalidad de la alianza esponsal: el sacramento del matrimonio, del que él y ella, los esposos creyentes, son los ministros. Unos ministros con ministerialidad, carisma y servicio, misión y configuración de comunidad conyugal y familiar, como célula básica de la “civilización del amor”. Más aún, esta gracia de amor esponsal, referido por san Pablo a Cristo y a la Iglesia, bien podría extenderse como espiritualidad del Pueblo de Dios, de la Iglesia toda, que incluye, junto a los esposos, a los pastores, a la vida consagrada y a la comunidad eucarística toda, reunida en “el banquete de bodas del Cordero”. Son enfoques que bien podrían complementar y enriquecer la sinodalidad bautismal, haciéndola tam-


Es la hora de la proximidad de Dios y de la proximidad nuestra a Él y a cada ser humano, de escuchar su clamor que cambia nuestros planes y nos impide pasar de largo. Como Jesús, es hora de hacernos uno con las víctimas, de superar la sordera y los roles convencionales, para escuchar los clamores del pobre, de los indefensos, de la tierra y de los territorios.

bién sinodalidad esponsal sin abandonar la sinodalidad pastoral de presbiterios, diakonios y el colegio episcopal con el Obispo de Roma. Enfoques que indican esta conversión interna de la Iglesia a “hacernos todos compañeros de camino”, aprender a reconocernos en la igualdad y unidad del Cuerpo, con la diversidad de carismas y servi-

cios, con los enfoques diferenciales que la condición humana y las culturas nos plantean. Escucharnos, ubicarnos en la palabra como sustento del diálogo, del discipulado, del discernimiento y de la disciplina, como pedagogía de consulta para el consenso, es el gran desafío en el proceso de la sinodalidad. ¿Qué implicaciones trae una visión semejante de la sinodalidad para el contenido, la forma y la formación de nuestros pastores: diáconos, presbíteros y obispos? ¿Cómo avanzar hacia una redefinición de lo vocacional, lo formativo, básico y permanente, pero, sobre todo, para reconfigurar la comunidad parroquial y diocesana, para rehacer las prioridades y los procesos en el ejercicio pastoral? CAMINAR JUNTOS es una divisa y un mandato que unen el ser, el vivir y el relacionarnos en la realidad de un CAMINO, de un horizonte desde y hacia. Sobre todo, en una experien-

cia de Dios que camina con nosotros, de Jesús que se hace CAMINO, VERDAD Y VIDA nuestra, de la Iglesia como procesión y peregrinación. Pero el desafío es mayor, cuando este CAMINAR JUNTOS es también un imperativo de la historia, de la actual realidad que nos apremia a recoger intereses individuales y de parcela, para asumir propósitos comunes y de planeta. La sinodalidad es apremio eclesial que nos reclama el Espíritu Santo. La Iglesia y la realidad convergen en la necesidad apremiante de hacer camino juntos. Es la hora de la proximidad de Dios y de la proximidad nuestra a Él y a cada ser humano, de escuchar su clamor que cambia nuestros planes y nos impide pasar de largo. Como Jesús, es hora de hacernos uno con las víctimas, de superar la sordera y los roles convencionales, para escuchar los clamores del pobre, de los indefensos, de la tierra y de los territorios. ¡Ojos despiertos, oídos abiertos y corazones dispuestos!

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Todos los lunes en la oración de Vísperas nos encontramos con la descripción de ese plan de Dios que Él quiso revelarnos, y en el que descubrimos, entre otras cosas, que: “Él nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos consagrados e irreprochables ante Él por el amor” (Ef 1,3-10). Este proyecto está constituido por cuatro momentos: creación, encarnación, Misterio Pascual de Nuestro Señor Jesucristo, y Misterio Pascual de la Iglesia, todos ellos íntimamente penetrados por el misterio de la Alianza, que no es sinónimo de “contrato”, sino, ante todo, don de Dios y tarea del hombre.

Pbro. Esaú Zapata Yepes Arquidiócesis de Cali A lo largo de la historia, la Iglesia, madre y maestra, en el ejercicio pastoral, considera oportuno, en ciertos momentos, hacer énfasis en determinados aspectos contenidos en el único depósito de la fe. No se trata, obviamente, de proponer nuevas revelaciones públicas, sino de invitar al pueblo santo de Dios a meditar y profundizar una verdad particular, según lo determine el Sumo Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra. Así, por ejemplo, “el Año de la Fe”, “el Año de la Misericordia”, “la ecología”, “el Año de San Pablo”, “el Año de San José”, etc.

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Ante estas propuestas, el pueblo suele reaccionar espontáneamente, por ejemplo, con la expresión: “Ahora está de moda la ecología” o el tema que se haya propuesto como objeto de atención especial. Y los católicos doctos lo hacen, a su vez, esforzándose en buscar menciones,

alusiones o referencias al tema “de moda”, en la Sagrada Escritura o en los Santos Padres o en el Magisterio anterior de la Iglesia. Así las cosas, es fuerza, pues, que en los próximos dos años hablemos de “sinodalidad” hasta la saciedad, y quiera Dios que ello sea para su mayor gloria y para la madurez de nuestro camino de fe. Y es que, precisamente, “sinodalidad” significa “caminar juntos”. En estas breves líneas me propongo hacer notar, espigando unos pocos versículos de la Palabra de Dios, cómo este caminar juntos no ha estado nunca ausente del plan salvífico de Dios, en sus diferentes etapas, pero, además, que Dios mismo siempre camina con nosotros.

En la creación, primer momento, se evidencia desde el principio la dimensión comunitaria; aún más, desde antes de la creación del hombre, Dios habla con él, y le dirige aquel “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26), que compromete al ser humano en la conclusión del proyecto de Dios. En efecto, “Y creó Dios al ser humano a su imagen; a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó” (Gn 1,27). Observamos que lo creó a su imagen (lo repite dos veces); no, a su semejanza. Esta, la semejanza, es la tarea que el ser humano debe realizar a lo largo de su vida, con la ayuda de Dios, por supuesto, pero también con la ayuda de los demás, pues “no es bueno que el hombre esté sólo; voy a darle una ayuda adecuada” (Gn 2,18). Literalmente: “Una ayuda que le esté de frente”, porque si bien los animales son una ayuda, no son una ayuda adecuada, la cual sólo puede encontrar el hombre en los otros

En las cuatro etapas Dios camina siempre con nosotros, y quiere que caminemos juntos, pues “ha querido santificar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente” (LG, 9). Además, nos recuerda el Concilio que “el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha querido por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí mismo, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (GS 24).


seres humanos, creados a imagen de Dios, distintos de los animales, creados el mismo día que él, aunque comparte con ellos la riqueza de la diferencia sexual. En cuanto a la encarnación, segundo momento, “el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Pablo, a pesar de la poca atención que pone al Jesús histórico, dice, no obstante, a los gálatas: “Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4,4-5). En ambos textos se subraya el beneficio de la encarnación no para uno solo, sino para una comunidad viva y operante, representada en el “nosotros”. No en vano, “Enmanuel” significa “Dios con nosotros” (Is 7,14; Mt 1,23). El Misterio Pascual de Nuestro Señor Jesucristo, su muerte y resurrección gloriosa, tercer momento, pone de manifiesto el influjo salvífico comunitario del camino de Jesús, quien “sabiendo que había llegado su hora

de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13,1); y a continuación, “sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, …” (Jn 13,3). No deja de llamar la atención que Lucas designa la partida de Jesús de este mundo, con la palabra “éxodo” (salida), elemento central de la fe israelita, y que también dice relación con “camino” (Lc 9,31). En los tres relatos sinópticos sobre la institución de la eucaristía también se evidencia la finalidad comunitaria: “por todos …hasta que lo beba con ustedes, nuevo, en el Reino de mi Padre” (Mt 26, 28.29; Mc 14,24); “por ustedes” (Lc 22,19-20). En el texto más antiguo que tenemos sobre la resurrección gloriosa de Jesús, leemos: “Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos, revivirán en Cristo” (1Co 15,22). Desde el bautismo quedamos unidos a Cristo y a su carácter profético, sacerdotal y real, pues ni el Padre, ni Jesucristo han querido que Cristo fuera Cristo él solo, sino que lo fuera con nosotros: el Cristo total, del cual Él es la cabeza y nosotros, su cuerpo. Esta

realidad sublime nos encauza hacia el cuarto momento: el Misterio Pascual de la Iglesia, es decir que cuanto ha pasado en Cristo ha de pasar en su Iglesia: El libro del Apocalipsis anuncia de antemano la gloriosa consumación de la Iglesia. El Cordero de pie y como degollado (Ap 5,6) simboliza a Cristo muerto y resucitado, al cual se unen los ciento cuarenta y cuatro mil (Ap 7,4), es decir, la Iglesia, que es la novia que se convierte en esposa del Cordero (Ap 21,9). “El Espíritu y la novia dicen: ¡Ven!” (Ap 22,17). En las cuatro etapas Dios camina siempre con nosotros, y quiere que caminemos juntos, pues “ha querido santificar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente” (LG, 9). Además, nos recuerda el Concilio que “el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha querido por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí mismo, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (GS 24). El Padre celestial bendiga a quienes, por su Hijo, camino, verdad y vida (Jn 14,6), nos dirigimos juntos hacia Él con la ayuda del Espíritu.

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Jerónimo Leal Director Dpto. de historia de la Iglesia Universidad de la Santa Cruz Roma No es fácil encontrar, en las actas de los antiguos concilios1, afirmaciones sobre la participación del pueblo en las discusiones sinodales. Los textos suelen estar muy centrados en los contenidos de las discusiones y solo algunas veces se da la lista de los nombres de los obispos participantes2, otras veces únicamente el número3, otras solo las conclusiones4. Siendo esto así, en modo no completamente 1 Para los textos de los sínodos emplearemos la edición Acta Synodalia. Documentos sinodales desde el año 50 hasta el 381, ed. BARON, A., PIETRAS, H., ed. española de FERNÁNDEZ, S., Madrid: BAC, 2016. Se citará, en adelante, como Acta synodalia, seguido del número de las páginas. 2 Por ejemplo el Concilio de Cartago de 254, como el de 255. Cf. Acta synodalia, pp. 64-65.80-81. 3 Es el caso del Concilio de Cartago de 252: “Cipriano y los restantes colegas que asistieron al concilio en número de sesenta y seis...” Ibíd., pp. 44-45.

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4 El Concilio de Cartago de 256 nos es conocido por dos documentos. El primero, la Carta sinodal a Esteban, comienza: “Cipriano y los demás...” (Acta synodalia, pp. 88-89); el segundo, las actas,

unívoco, se encuentran algunas referencias que hacen pensar en una cierta participación del pueblo. Si se analiza el comienzo del texto del concilio de Jerusalén, transmitido por los Hechos de los Apóstoles 15, 22, en las últimas palabras parece percibirse la participación de todos los bautizados en la decisión, en la elección de quienes se debería enviar e, incluso, en la redacción de la carta que debían llevar a Antioquía. En la Asamblea presbiteral contra Marción5, relatada por Epifanio, se lee: “Estando ya con los presbíteros y reuniéndose con los iniciados por los discípulos de los apóstoles...” La frase es bastante ambigua ya en griego, y no se sabe decir a ciencia cierta quienes son los “iniciados por los discípulos de los apóstoles”, pero ya en época de Epifanio se podría exigir una terminología precisa si estos hubiesen sido obispos, presbíteros o diáconos. Esta conclusión es afirman: “Reunido en Cartago el 1 de septiembre gran número de obispos...” (Ibíd., pp. 96-97), aunque el número y los nombres se deducen de las distintas intervenciones. En ámbito distinto al cartaginés tenemos el sínodo de Arabia de 254: “Debate de Orígenes con Heráclides y con los que, junto con él, son obispos...” (Ibid., pp. 32-33). 5 Acta synodalia, pp. 4-5


En las actas del concilio de Cartago de 256 encontramos que se reúnen los obispos estando “presente también gran parte de la plebe”. Esta “presencia” del pueblo no implica necesariamente una participación activa, como podría hacer suponer la mención de los nombres de quienes intervienen, probablemente todos ellos obispos. La participación del pueblo llegará claramente más adelante.

solo una deducción negativa. El texto podría referirse también a una elección de algunos representantes del pueblo. Un tercer caso precedente a Cipriano lo constituye la Asamblea presbiteral contra Noeto, de 210, en que se convoca a este “ante la asamblea de la iglesia”6 . Hasta aquí nada definitivo, pero en las actas del concilio de Cartago de 256 encontramos que se reúnen los obispos estando “presente también gran parte de la plebe”7. Esta “presencia” del pueblo no implica necesariamente una participación activa, como podría hacer suponer la mención de los nombres de quienes intervienen, probablemente todos ellos obispos. La participación del pueblo llegará claramente más adelante8. Un caso particular lo constituye la participación del pueblo en la elección de obispos. Ya en 1951, Congar dedicó

6 Cf. Ibíd., pp. 18-21 7 Ibíd, pp. 96-97 8 Cf. CONGAR, Y.M., La participación de los laicos en el gobierno de la Iglesia. En: Revista de estudios políticos. 1951, No. 59, pp. 37-41.

el estudio antes mencionado a esta cuestión9. En él se citan diversos textos de Cipriano y se advierte que esta intervención está en la línea de documentos anteriores, como la Tradición apostólica 2, y otros escritos de comienzos del siglo III, como los Cánones de Hipólito, las Constituciones Apostólicas y la Carta a los Corintios (XLIV, 3) de Clemente Romano, para quien los cargos estaban instituidos “con la aprobación de toda la Iglesia”10. En los textos de Cipriano, se deben resaltar tres elementos. El primero consiste en garantizar la validez de la elección, con los siguientes elementos: juicio de Dios, buen testimonio de los clérigos, sufragio del pueblo y consentimiento de los otros obispos (Ep. 55, 8). El segundo, asegurar la dignidad ante un juicio público (Ep. 67, 5). El tercero es el consentimiento: en la Ep. 14, 4 Cipriano afirma no querer obrar “sin el consejo del clero y el consentimiento de los laicos”, y no se trata de un papel de designación mayoritaria, sino de consentimiento en una persona “designada tal vez de antemano”11. 9 Ibíd., pp. 27-56 10 Cf. Ibíd., pp. 29-30 11 Cf. Ibíd., p. 30.


Pbro. Richard Mora Espinosa Exégeta PIB Arquidiócesis de Nueva Pamplona En la liturgia actual, la celebración pascual que la Iglesia celebra está tomada de la profunda y detallada narración del evangelio de san Juan. Es del cuarto evangelio, desde donde podemos entender el sentido de la cena de pascua celebrada un jueves y no en el viernes vísperas del Shabat, del descanso sabático. Es en Juan donde podemos comprender la secuencia de la captura, juzgamiento, condena y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, asumiendo el lugar del cordero pascual al morir a la misma hora en la que el Sumo Sacerdote ofrecía el cordero por el pueblo, en la preparación de la Pascua, el viernes a las 3:00 de la tarde. En este orden de ideas, entendiendo esta dinámica del sacrificio judío, los Evangelios Sinópticos, durante el ofrecimiento del cáliz de la cena del día anterior, colocan en labios de Jesús las palabras de una entrega cruenta: “Esta es mi sangre, sangre de la Alianza derramada por todos” (Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20). Es irónico pensar que la narración más completa de la última cena esté en el evangelio de san Juan, pero en su relato no se detallan las palabras precisas de la institución de la Eucaristía. Entonces, ¿qué pretende el cuarto evangelio al describir la asamblea eucarística?

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Después de casi setenta años de haber sucedido los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, el autor del evangelio de san Juan coloca en manos de las comunidades cristianas un escrito que busca darle el verdadero sentido a la asamblea eucarística. Siete décadas que les habían permitido consolidarse, decantarse, pero, sobre todo, encontrar el sentido de reunirse como

asamblea, es decir, como Eklesía. No podemos olvidar que el proceso de las primeras comunidades cristianas fue lento y difícil de construir; así lo revela el mismo san Pablo en su primera carta a los Corintios, texto donde, por primera vez, hacia el año 55 d.C, aparece en un escrito del Nuevo Testamento una mención a la institución de la Eucaristía y a las palabras de la consagración. No obstante, en este episodio Pablo entrega un profundo regaño a los participantes de la asamblea eucarística que no entendían cuál era el sentido de la fracción del pan, porque se había vuelto una fiesta de injusticias con los más pobres, comilonas y borracheras (1Co 11,23-27). En este sentido, para responder al verdadero sentido eclesial de la asamblea eucarística en el cristianismo, aparece la extensa y elaborada narración del evangelio de san Juan que comúnmente llamamos “la última cena del Señor con sus discípulos”, quien obviando elementos tan importantes como las palabras de consagración en la fracción del pan y el ofrecimiento del cáliz de la nueva alianza, nos prepara y encamina en el sacramento más importante, fuente y culmen de la vida cristiana. El cuarto evangelio describe en cinco capítulos lo que realmente significa una ASAMBLEA SINODAL. Ante todo, enseña que el encuentro fraterno de los discípulos debe en primer lugar, ESCUCHAR A SU MAESTRO. No puede haber sinodalidad, si no hay un profundo ejercicio de escucha y contemplación de las palabras del Maestro, allí está el sentido del largo discurso de san Juan en la asamblea eucarística. Solo detallaremos algunos momentos de este discurso sinodal. Todo inicia con una actitud de humildad, antes de ser servidos, debemos aprender a servir. Lavar los pies a los demás es la actitud de una Iglesia humilde que aprender a escuchar. Sin humildad nunca habrá sinodalidad (Jn 13,1-20). Debemos reconocer que no


todos están siguiendo el mismo camino. En la narración de la traición de Judas se denota que en ocasiones nos podemos desviar del sendero y caer en tentación, pero la invitación a permanecer unidos está en la Eucaristía: Jesús tomó el pan untado con el vino para dárselo a Judas e invitarlo a seguir unido, pero la decisión de vivir en una Iglesia sinodal está en la actitud de los miembros que acepten sinceramente la invitación del Maestro (Jn 13,21-30). Uno solo es el centro del evangelio, de la vivencia del Reino de Dios y de la asamblea eucarística. La invitación del Señor es a vivir el mandamiento del amor, dejando a un lado los odios, envidias, rencores y hasta luchas desenfrenadas de poder. Sin abandonar estas actitudes que atentan contra la caridad cristiana, la Iglesia no puede avanzar en su propósito de ser sinodal. Realmente es sencillo: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”, si queremos vivir una verdadera sinodalidad debemos empezar por amarnos desde adentro (Jn 13,31-35). Sentir temor en los momentos de dificultad es de humanos, la predicción de la negación de Pedro nos recuerda que la Iglesia es santa y pecadora, no podemos caer en moralismos que nos hagan olvidar que para Dios todos tenemos posibilidad de redención. (Jn 13,36-38). Hay que llegar a los alejados y temerosos, a quienes se equivocaron y su corazón se arrepintió.

El largo discurso de Jesús a sus discípulos va conduciendo con cautela y precisión al momento más sublime de una asamblea sinodal: LA ORACIÓN. El capítulo 17 de san Juan es una joya de la retórica, pero especialmente de la profunda espiritualidad manifestada en la comunión de amor del Padre y del Hijo. Es la motivación más grande para reconocer que la Iglesia debe estar unida para seguir viviendo su experiencia de ser una asamblea sinodal permanente, todo viene de Dios y a Dios se dirige: “Ahora han llegado a comprender que todo lo que me diste viene de ti” (Jn 17,7). La fuente inagotable de la sinodalidad en la Iglesia está en la asamblea eucarística, sacramento que nos reúne a todos en el amor y la unidad, sin importar nuestra condición. Sin Eucaristía no hay Iglesia y sin Iglesia unida no hay asamblea eucarística que nos reúna a escuchar al Maestro, a vivir la humildad, a compartir el amor como mandamiento fundamental y a sentirnos una asamblea perfecta, donde todos tienen un lugar. No hay mayor sinodalidad en la Iglesia que la celebración participativa de la sagrada Eucaristía. San Juan no describe un rito, entrega el testimonio de un camino discipular que conduce a la salvación. Si la Iglesia no salva, ¿entonces para qué existe?


Pbro. Germán Martínez Rodas Arquidiócesis de Cali El 11 de octubre de 1962, el Papa Juan XXIII -nacido en una región italiana, la Lombardía- inauguraba el Concilio Vaticano II con estas palabras en latín: Gaudet mater ecclesia que traduce: Alégrese hoy la Santa Madre Iglesia.

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El motivo de esa alegría era el “paso del Espíritu” por la Iglesia, el nuevo pentecostés, como le gustaba decir al papa san Juan XXIII al referirse a ese gran acontecimiento eclesial que ha marcado y sigue todavía marcando a nuestra Iglesia. Continuaba su alocución diciendo: “La sucesión de los diversos concilios, hasta ahora celebrados -tanto los veinte concilios ecuménicos como los innumerables concilios provinciales y regionales, también impor-

tantes- proclaman claramente la vitalidad de la Iglesia católica y se destacan como hitos luminosos a lo largo de su historia”. En los documentos que promulgó el concilio Vaticano II no aparece todavía el término sinodalidad, pero ya se había sembrado la semilla de ella que hoy, sesenta años después cosecha y reparte otro papa: Francisco -de ancestros italianos, piamonteses, región vecina a la Lombardía-. ¿Quizá una coincidencia? Por ello, invito a los lectores de la revista SEMAYOR a entrar y vivir apasionadamente estos años 2021 a 2023 convocados por el papa Francisco: A CAMINAR JUNTOS POR UNA IGLESIA SINODAL. Casi que es una “redundancia” hablar de sínodo, de caminar juntos, de sinodalidad: cada palabra es sinónima de la otra, significan lo mismo, apuntan a una realidad profunda, a la esencia eclesial: la comunión, la participación, la misión.

En la Iglesia de los primeros siglos, los presbíteros vivían alrededor de su obispo, eso facilitaba la comunicación y hacía menos necesarios los sínodos diocesanos. Cerca del siglo VI, y con la penetración de la Iglesia en las zonas rurales, la comunicación se hizo más difícil. El sínodo diocesano comienza entonces a cobrar importancia en el caminar de las iglesias locales. Con el crecimiento de la autoridad papal en Roma y la coronación de Carlomagno (año 800), la rivalidad con el Imperio de Oriente se acrecentó hasta llegar al rompimiento de relaciones con las iglesias de Oriente (año 1054). Ese acontecimiento hizo que lentamente la Iglesia de Roma abandonara la noción de comunión, propia de la Iglesia Oriental y se acentuara más en Occidente la noción de “jerarquía”, con un estilo más jurídico que pastoral. En la historia de la Iglesia occidental hay otro hecho triste, el llamado Cisma


de Occidente (1378-1417), etapa que confrontó dos términos opuestos: conciliaridad y conciliarismo. Este último término significa que el concilio es la autoridad suprema en la Iglesia, por encima del Papa, en todo tiempo y circunstancia. En su momento, la teoría conciliarista quería solucionar el problema de tener tres papas al mismo tiempo y obtener la unidad y la paz en la Iglesia. En el año 1420 -regreso definitivo del Papa desde Aviñón a Roma-, se restaura, como un modo de expresarlo, la autoridad del Papa y la centralización del gobierno eclesial. Posteriormente, ante la “reforma luterana” (1517) y la respuesta de la Iglesia en el concilio de Trento (15451563), se da un gran impulso a la celebración de concilios provinciales y sínodos diocesanos como una manera de llevar la reforma católica a la práctica en las distintas iglesias.

Por esta época empezamos desde América Latina a hacer historia: Aunque ninguno de los obispos americanos participó en Trento, desde los comienzos de la obra evangelizadora se realizaron “asambleas eclesiales”. Entre los siglos XVI y XVIII hay documentados más de veinte concilios provinciales, como el III concilio de Lima (1582-1583) promovido por santo Toribio de Mogrovejo. Todas estas reuniones de la Iglesia se hicieron con el propósito de evangelizar la cultura y con una decidida defensa de los indios ante los muchos abusos de los conquistadores. En el año 1899 se celebra en Roma el concilio Plenario Latinoamericano, punto de partida de la conciencia de unidad del episcopado latinoamericano como tal, y que dará sus frutos en las conferencias del episcopado de América Latina: Río de Janeiro (1955) -es ya el CELAMy, más concretamente, Medellín

“Invito a los lectores de la REVISTA SEMAYOR a entrar y vivir apasionadamente estos años 2021 a 2023 convocados por el Papa Francisco A CAMINAR JUNTOS POR UNA IGLESIA SINODAL”

(1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007). Finalmente, dos fechas con mayúscula: El papa san Pablo VI instituyó en el año 1965 EL SÍNODO DE LOS OBISPOS. El papa Francisco, con la constitución apostólica Episcopalis Communio, en el 2018, reformó el sínodo de los obispos, insertando en él, la consulta al pueblo de Dios. He aquí, en apretada historia “el caminar juntos de la Iglesia”. ¿Si comprenderemos y viviremos este gran reto que nos recuerda el sínodo?


Carlos Arturo Tolmos Cali La sinodalidad, entendida como el estilo o forma específica de vivir y obrar de la Iglesia, es una expresión muy concreta de la eclesiología del Vaticano II. El Pueblo de Dios que peregrina, realiza su ser comunión caminando juntos, reuniéndose en asamblea y participando todos en la misión evangelizadora. La renovación que el Concilio ha suscitado en la Iglesia ha generado algunos frutos muy visibles en los que se manifiestan diversas concreciones de la sinodalidad. Podemos mencionar algunos de ellos, tales como una participación creciente del laicado en la misión de la Iglesia, o la colegialidad episcopal, entre otros. Sin embargo, es evidente que hay muchos otros aspectos en los que queda aún un trecho largo por recorrer. Como señalaba el papa Francisco al conmemorar el 50º aniversario del Sínodo de los obispos: “caminar juntos – laicos, pastores, obispo de Roma– es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”1.

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y estructuras. Como bien se expresa en el documento publicado por la Comisión Teológica Internacional en 2018 “la puesta en práctica de la sinodalidad exige que se superen algunos paradigmas, todavía frecuentemente presentes en la cultura eclesiástica, porque expresan una comprensión de la Iglesia no renovada por la eclesiología de comunión. Entre ellos: la concentración de la responsabilidad de la misión en el ministerio de los Pastores; el insuficiente aprecio de la vida consagrada y de los dones carismáticos; la escasa valoración del aporte específico cualificado, en su ámbito de competencia, de los fieles laicos, y entre ellos, de las mujeres”2.

En este sentido, no podemos quedarnos simplemente en el plano funcional, externo, pragmático. Para hacer realidad de manera eficaz la sinodalidad se hace necesario partir de una auténtica conversión interior. El Santo Padre ha insistido mucho en una “conversión pastoral y misionera”, que nos conduzca como Iglesia a un cambio a distintos niveles: mentalidad, actitudes, prácticas

El clericalismo aún presente en la Iglesia, se presenta como un grave vicio que reduce su acción a solo una parte de sus miembros y que, en última instancia, la torna poco eficaz. La misión de la Iglesia no es tarea de unos pocos, sino de todos los bautizados. Por ello, es necesario también que los laicos, viviendo cada vez más plenamente la dinámica bautismal, se comprometan en la santificación del mundo, transformando la sociedad y sus estructuras desde el Evangelio. Para avanzar en la línea propuesta por el Vaticano II se hace, pues, necesario promover –en la línea de una eclesiología de comunión– la participación de todos los miembros del pueblo de Dios –obispos, clero, laicos– en la misión evangelizadora de la Iglesia, cada uno de acuerdo a los encargos, dones y carismas recibidos por parte de Dios. De esta manera todos juntos, haremos camino junto a Aquel que se definió a sí mismo como el Camino, la Verdad y la Vida.

1 FRANCISCO. Discurso en la conmemoración del 50 aniversario de la institución del sínodo de los obispos (17/10/2015).

2 COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL. La Sinodalidad en la Vida y Misión de la Iglesia. 105.



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Pbro. Daniel Cordero Serrato Arquidiócesis de Cali Definición de Sincretismo: La palabra sincretismo, que viene del vocablo griego synkretismos y que en su origen aludía a la unidad de los cretenses, expresa la fusión entre religiones o manifestaciones culturales. En ambos casos, se produce un sincretismo cuando hay una síntesis de dogmas, ideas y símbolos y como resultado de dicha síntesis se crea una nueva expresión religiosa o cultural. ¿Qué es el ecumenismo? La formación católica establece el diálogo ecuménico que tiene como objetivo la plena comunión eclesial entre los cristianos, camino a la unidad.

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El esfuerzo concienzudo que viene realizando la Iglesia católica

desde hace varias décadas por lograr la unidad me parece que está mal entendido por algunos sectores dentro y fuera de la Iglesia. El ecumenismo no significa que la Iglesia católica pretenda de forma arrogante imponerse sobre los demás credos. El compromiso ecuménico recorre un camino que involucra a todo el Pueblo de Dios y exige la conversión del corazón y la apertura recíproca para derribar los muros de desconfianza que desde hace siglos separan a los cristianos entre ellos, para descubrir, compartir y gozar de las muchas riquezas que nos unen como dones del único Señor, en virtud del único Bautismo: desde la oración hasta la escucha de la Palabra y la experiencia del recíproco amor en Cristo, desde el testimonio del Evangelio al servicio de los pobres y marginados, desde

el compromiso por una vida social justa y solidaria que promueva la paz y el bien común. El ecumenismo tampoco significa sincretismo, mezcla de todas las religiones o coctel de creencias. Cada vez se extiende más un relativismo religioso al considerar que todas las religiones son equiparables y que se puede elegir la que más convenga. Algo así como “un dios a tu medida o a mi manera (my way)”; por tanto, la sinodalidad en la Iglesia no es camino de sincretismo, sino que busca caminos (ad intra et ad extra) entre los cristianos, para lograr la unidad en el diálogo, teniendo la centralidad de la fe en Jesucristo, único salvador universal: “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6). El Pueblo de Dios, el de los bautizados en su totalidad, es interpelado por su original vocación


¿Qué es el ecumenismo? La formación católica establece el diálogo ecuménico que tiene como objetivo la plena comunión eclesial entre los cristianos, camino a la unidad. El ecumenismo no significa que la Iglesia católica pretenda de forma arrogante imponerse sobre los demás credos. El ecumenismo tampoco significa sincretismo, mezcla de todas las religiones o coctel de creencias.

sinodal. La circularidad entre el sensus fidei con el que están marcados todos los fieles, el discernimiento obrado en diversos niveles de realización de la sinodalidad y la autoridad de quien ejerce el ministerio pastoral de la unidad y del gobierno, describe la dinámi-

ca de la sinodalidad. En esta perspectiva, resulta esencial la participación de los fieles laicos. Ellos constituyen la inmensa mayoría del Pueblo de Dios y hay mucho que aprender de su participación en las diversas expresiones de la vida y de la misión de las comunidades eclesiales, de la piedad popular y de la pastoral de conjunto, así como de su específica competencia en los varios ámbitos de la vida cultural y social, como lo ha expuesto el papa Francisco en la Evangelii Gaudium. En la vocación sinodal de la Iglesia, el carisma de la teología está llamado a prestar un servicio específico mediante la escucha de la Palabra de Dios, la inteligencia sapiencial, científica y profética de la fe, el discernimiento evangélico de signos de los tiempos, el diálogo con la sociedad y las culturas al servicio del anuncio del Evangelio.

Así, junto con la experiencia de fe y la contemplación de la verdad del pueblo fiel, con la predicación de los pastores, la teología contribuye a la penetración cada vez más profunda del Evangelio (D.V 8) Además, “como en el caso de todas las vocaciones cristianas, el ministerio de los teólogos, al tiempo que personal, es también comunitario y colegial” 1. La sinodalidad eclesial compromete también a los teólogos a hacer teología en forma sinodal, promoviendo entre ellos la capacidad de escuchar, dialogar, discernir e integrar la multiplicidad y la variedad de las instancias y de los aportes, con la claridad presentada por el Magisterio de la Iglesia de lo que debe ser la sinodalidad y no el sincretismo como camino ecuménico. 1 Comisión Teológica Internacional. La Teología hoy: Perspectivas, principios y criterios. 2011.


Pbro. Jose María López Rodríguez Arquidiócesis de Cali “La sagrada Escritura testifica, desde las primeras páginas, que los seres humanos no recorren pasivamente este itinerario que ha sido llamado “historia de la salvación”, sino que todos son corresponsables, y esta corresponsabilidad resplandece mucho más en la etapa inaugurada por la redención realizada por Jesucristo”.

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Si bien el término sínodo, no es estrictamente de origen eclesiástico, sino adoptado por las primeras comunidades cristianas, en el desarrollo de ser responsables unos de los otros, edificando el cuerpo de Cristo

y el reinado de Dios, podemos decir que la Arquidiócesis de Cali, en toda la variedad de espacios evangelizadores de distintas denominaciones (movimientos, asociaciones, comunidades neocatecúmenales, grupos apostólicos, infancia misionera y juvenil, pequeñas comunidades de evangelización, etc.), tiene en su historial un camino de sinodalidad ya recorrido, representado desde sus orígenes y que ha invitado, como lo hizo el mismo Jesús, a la conversión. Hoy podemos testimoniar que este espíritu misionero y sinodal nos llama a todos, obispos, sacerdotes y laicos, a plantearnos los nuevos desafíos que implica la evangelización, vista desde la sinodalidad, como impulso a una transformación cultural, económica, religiosa y política,

para poder responder a los nuevos desafíos que, comparados con el pasado evangelizador de la Iglesia, nos llevan a asumir la Nueva Evangelización en un contexto demasiado dispar y con ambientes de tensión hacia la Iglesia, con una pandemia que ha herido a muchas familias, empresas e instituciones. Así, la Nueva Evangelización, animada por el Espíritu Santo, nos exhortará a tomar en serio la amalgama de realidades que nos aparecen sin fingimiento y con una actitud desafiante; caminos sinodales, que solo desde la comunión y la participación generarán un nuevo estilo evangelizador misionero, capaz de responder a lo que el mundo nos pide. Este no es un tiempo de soñar, sino de anhelar una renovación eclesial y


real que acoja los nuevos proyectos y requisitos que nos presentan las generaciones actuales que, al no haber nacido en el espíritu eclesial, interrogan nuestras formas de vivir y experimentar la fe; generaciones que tienen una inclinación a la vaciedad y a lo fáctico, a lo que no transciende. Estas realidades se hacen cada vez más inmanentes y desembocan inevitablemente en el panorama del esnobismo1. Los esfuerzos que se realicen, también formularán que la Iglesia sinodal sí será una respuesta a nuestro quehacer evangelizador, pero desmitificará aquello que nos lleva a pensar y a actuar en contra del mundo de hoy. La moral, la espiritualidad y la Revelación, serán siempre las mismas, pero las nuevas pedagogías que nos ayudarán a “caminar juntos”, tendrán que ser de otra dimensión, para lograr que la respuesta a los desafíos sea a la vez causa de transformación profunda. Nuestra arquidiócesis desde los mismos inicios evangelizadores, ha tenido desarrollos claros y experiencias sinodales, como la del Sínodo del 2009. El presente así lo evidencia claramente por medio de las Asambleas Pastorales de Servidores; hombres y mujeres, jóvenes y niños, que con un espíritu e ímpetu misionero, siempre han sido puente y camino evangelizador en nuestras parroquias.

Hoy podemos testimoniar que este espíritu misionero y sinodal nos llama a todos, obispos, sacerdotes y laicos, a plantearnos los nuevos desafíos que implica la evangelización, vista desde la sinodalidad, como impulso a una transformación cultural, económica, religiosa y política… nos llevan a asumir la Nueva Evangelización en un contexto demasiado dispar y con ambientes de tensión hacia la Iglesia, con una pandemia que ha herido a muchas familias, empresas e instituciones.

formas, prácticas y desarrollo de la evangelización, para responder a una sociedad, no muy inclinada a lo religioso, pero sí sedienta de una vida espiritual.

Hoy el sínodo de la sinodalidad, nos presenta un nuevo camino, como respuesta a las necesidades históricas revolucionadas, en una sociedad que, cada vez más, ve la urgencia de proyectar un nuevo método evangelizador, que no depende exclusivamente de un Pastor, sino de una comunidad (asamblea sinodal), que debe pensar en clave sinodal las nuevas

El hombre del siglo XXI, sí necesita que la Iglesia (pastores, laicos y demás) sepan discernir, en el Espíritu del Resucitado, cómo proceder para asumir la espiritualidad que el hombre de hoy busca, no enmarcado en parámetros obligantes, pero sí en actitudes espirituales que los lleve al encuentro con la divina y adorable persona de Jesús. Nuestro desafío como Iglesia que comienza a caminar sinodalmente, nos ubica en la “nueva primavera” para la Iglesia, no podemos ser inferiores a la realidad que nos exhorta y nos desafía, hombres y mujeres confundidos, pero no derrotados, animados con la frescura del Espíritu Santo, fuente, guía, animador y proveedor del nuevo amanecer de la Iglesia.

1 Entiéndase este término como una admiración exagerada por todo lo que está de moda

Estamos cambiando y el primer paso lo debemos dar todos, en la absoluta confianza de que Dios guía a la Iglesia y la lleva a feliz término.


Sem. Jefferson Rivera Cardozo Arquidiócesis de Cali El Papa Francisco en repetidas ocasiones ha manifestado que la Iglesia que Dios quiere para el tercer milenio es una Iglesia abierta, que se escuche, que se ponga en camino sinodal1. La sinodalidad, lejos de ser una reunión de obispos, manifiesta el ser más profundo de la Iglesia, ya san Juan Crisóstomo dirá que sinodalidad es un nombre de la Iglesia, sinónimos2. Lo que significa que no es solo un modo de ser, sino que es parte constitutiva, condición sine qua non. De este modo la sinodalidad es, ante todo, un estilo peculiar que califica la vida y la misión de la Iglesia, expresando su naturaleza como el caminar juntos y el reunirse en asamblea del Pueblo de Dios3. Pues todo el pueblo de Dios ha sido marcado por esta vocación sinodal desde el bautismo, en ese don precioso de discernimiento y sapiencia natural y sobrenatural de la fe: el Sensus Fidei4. Por tanto, al afirmar la importancia del camino sinodal, estamos afirmando la necesidad de una espiritualidad en esa línea. Espiritualidad que no está del todo definida, sino que se va haciendo, como dirá la famosa canción de Joan Manuel Serrat “caminante no hay camino, sino que se hace camino al andar”. En este sentido, el postulado del vademécum para la consulta en la fase diocesana del 1 FRANCISCO, Discurso en la conmemoración del 50 aniversario de la institución del sínodo de los obispos. (17-10-2015). 2 JUAN CRISÓSTOMO, Explicatio in Ps. 149: PG 55, 493.

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3 COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL. La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia, N. 70. 4 VITALLI, D. Verso la sinodalitá, Qiquajon: Magnano, 2014.

sínodo del 2021-2023 expresa en la última pregunta que: la espiritualidad del caminar juntos está destinada a ser un principio educativo para la formación de la persona humana y del cristiano, de las familias y de las comunidades. Lo primero que tendríamos que decir, es que la premisa presenta que la espiritualidad sinodal es un principio, aludiendo a lo que anteriormente describíamos como condición natural de la Iglesia. Pero el genio de este postulado está en describir esta espiritualidad mucho más abierta. No es solo una espiritualidad que envuelve a la Iglesia y sus miembros, sino también, a toda la persona humana, la sociedad y la familia. Pues la Iglesia no camina sola, sino que camina en los caminos del mundo, en medio de los avatares de la historia y las experiencias religiosas diversas, realidades con las que está llamada a entrar en un camino de escucha recíproca. La clave de esta espiritualidad está en descubrir en primer lugar, que es necesario saber y sentir que “la vida cristiana es una búsqueda continua y por eso requiere un permanente caminar”5. Ya el camino de Emaús descrito en el capítulo 24 de san Lucas, nos marca un itinerario claro de esta escuela espiritual de la sinodalidad. Escuchar siempre, discernir la historia de quienes van de camino y la comunión del cenáculo que se traduce en la misión que conduce a la comunidad de los doce. ESCUCHAR SIEMPRE: “Ellos pararon con aire entristecido” (Lc 24, 17). Ante la pregunta que Jesús hace, estos discípulos que venían discutiendo por el camino, hacen un alto en este camino para responder a la pregunta del Resucitado. ¿Qué discuten por el camino? Lo primero es que escuchan esta pregunta, los deja tan asombrados que detienen su camino para abrir el corazón y los anhelos frustrados 5 VADEMECUM PARA EL SÍNODO SOBRE LA SINODALIDAD.


producto de la crucifixión y la poca fe al incipiente anuncio de la tumba vacía. La clave sinodal de escuchar siempre es fundamental. Escuchamos, no para dar respuestas. Escuchamos para continuar el camino, para saber con qué contamos en el camino, cuáles son nuestros ideales y sentimientos, nuestras posturas y nuestros retos. Escuchar es más que oír6. Implica una apertura que solo el Espíritu puede dar, una disposición que rompe nuestras estructuras intimistas y autorreferenciales. DISCERNIR LA HISTORIA: “Les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras” (Lc 24, 27). Escuchar la historia y la persona, nos lleva a descubrir a Dios que quiere también participar, el Resucitado les abre los oídos a la Palabra. La verdadera espiritualidad tiene su eje central en la escucha atenta de la Palabra. Puesto que es la Palabra la que pone a Dios como dialogante. Es la Palabra de Dios que ilumina la realidad para que se pueda discernir, confrontar y así continuar el camino. La Palabra calienta el corazón durante el camino sinodal. LA COMUNIÓN, EL CENÁCULO Y LA MISIÓN QUE CONDUCE A LA COMUNIDAD DE LOS DOCE: el texto 6 FRANCISCO. Discurso en la conmemoración del 50 aniversario de la institución del sínodo de los obispos. (17-10-2015)

manifiesta que al Jesús hacer ademan de irse por otro camino, los discípulos lo invitan a pasar la noche con ellos, a entrar como comensal de su hogar. Comparten el pan, lo parten y descubren al Señor. Al mismo de la última cena donde estuvieron presentes días atrás, donde había pan y donde el maestro lavó los pies. Hay de fondo en este itinerario sinodal un banquete eucarístico y diaconal. Trasciende entonces la idea de regresar por ese camino, no ya a la aldea solitaria de Emaús, sino al calor de la comunidad de los apóstoles, de la Iglesia que vive y celebra al Señor resucitado. En conclusión, el fruto final de este proceso y camino sinodal propuesto por Francisco no será únicamente las conclusiones de la reunión del colegio episcopal del 2023, sino el despertar de una espiritualidad eclesial y humana, que se escuche, que discierna y que celebre la vida y la presencia del Señor Resucitado en el mundo y en la historia. Que se haga en la Iglesia todo un proceso de abrir sin miedos sus puertas y sus oídos a la voz de la humanidad, de los bautizados y en ellos a la voz del Espíritu que unifica aún en la diversidad, de credos, filosofías y culturas. Porque en el corazón de Dios está el deseo de que todos seamos sínodo, el deseo del Salvador es que: “Todos sean uno” (Jn 17,21).


“Debemos huir para aliviar este dolor”, parecería ser el lema que gobierna entonces la relación de pareja. Pero en la huida solo hay caídas, frustraciones, depresiones y ansiedades. Esta es la situación que por muchos años ha gobernado nuestro caminar y a la que nos ha urgido responder como pareja. Un caminar juntos en el matrimonio ha implicado avanzar para cambiar nuestras realidades (más diálogo, más convivencia, más cordura, mejor distribución de las responsabilidades, más tiempo para la familia, etc.), pero también, y principalmente, cambiar la manera en la que percibimos ese caminar juntos, en su propósito, en su fin último, en la reconfiguración del concepto de umbral, que da cuenta del momento de despertar a la realidad de luz que siempre ha estado allí para nosotros. Nada mejor que percibirlo como el camino que decidimos allanar para la salvación, una mirada que nos acerca desde nuestra humanidad a la divinidad, en la que podemos abrazar la cruz de Cristo para nuestra redención.

Nancy Stella Sarria Julio César Paz Cali Pero él les dijo: “No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender, entienda” (Mt 19, 3-12).

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En el texto citado del evangelio según san Mateo, Jesús se dirige a unos fariseos quienes para ponerlo prueba le preguntan “¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?” Esta es la misma pregunta que quizá cruce por la mayoría de quienes, como nosotros, creímos haber alcanzado lo que con sentido coloquial referimos como el umbral del matrimonio, para señalar y resaltar esa situación, circunstancia o pretexto

que marca el límite de la resistencia de la convivencia en pareja. Una mirada de umbral como la referida no nos puede llevar a otra situación distinta de la de justificar y valorar cada situación problemática de la convivencia en pareja como una oportunidad para liberarnos de lo que nos incomoda, nos altera y nos contradice; actitud que nos induce a ser menos humanos: más emotivos y menos racionales. Un caminar juntos en el matrimonio ha implicado avanzar para cambiar nuestras realidades (más diálogo, más convivencia, más cordura, mejor distribución de las responsabilidades, más tiempo para la familia, etc.), pero también, y principalmente, cambiar la manera en la que percibimos ese caminar juntos.

Un caminar juntos en el matrimonio implica, así entonces, una decisión para castrar de nuestros pensamientos todo aquello que nos ha impedido abrazar el camino de la verdad alumbrado por la palabra del Evangelio, que, para “curar” el dolor, nos ha llevado a sobreponer el placer sobre las cosas de Dios, y a renunciar a la palabra dada, al juramento realizado. Es por esto, tratando de interpretar el texto del evangelista introducido, que, como pareja en el matrimonio, no nacimos eunucos, no nos han hecho eunucos, pero hemos decidido volvernos eunucos, y vaya que duele, no por el dolor físico o la posible interpretación de un abandono y resignación a la convivencia con el otro u otra, sino por el dolor derivado del desprendimiento desgarrador de los placeres mundanos frente a la búsqueda de un bien superior encarnado en el amor matrimonial. Así lo entendemos (el que pueda entender, entienda). No lo hemos logrado, pero estamos comprometidos en ello.



Pbro. Omar Arturo López Pérez Arquidiócesis de Cali Dos acontecimientos de enorme calado pastoral se están desarrollando en este momento en la Iglesia latinoamericana. Primero, hemos sido llamados a reflexionar sobre nuestro caminar juntos como Pueblo de Dios. El sínodo sobre la sinodalidad nos mueve a pensar el cómo vamos y cómo podemos ir mejor en ese deseo de seguir mostrando el Reino de Dios que acontece en la historia. Segundo, estamos desarrollando la primera asamblea eclesial latinoamericana, espacio único que nos propone recuperar las opciones fundamentales del documento de Aparecida, el discipulado misionero para que los pueblos tengan vida.

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Sínodo y asamblea eclesial se convierten en un tiempo oportuno de salvación para reflexionar sobre el tipo de Iglesia que nos revela el Espíritu Santo, que necesitamos y queremos en nuestra arquidiócesis de Cali. Las mociones del Espíritu nos invitan a pensar en una comunidad eclesial Pueblo de Dios, cuerpo de Cristo, centrados en el bautismo y su sacerdocio común. Siendo todos directamente responsables de la

evangelización. Estos dos ejercicios que se desarrollan simultáneamente nos deben mover a deconstruir la estructura piramidal y jerárquica, que procura conservar esquemas caducos de gobernanza y pasar a una visión de poliedro, de una comunidad de todos en comunión, misión y participación. La asamblea eclesial latinoamericana quiere resaltar el valor de todos los bautizados siendo discípulos misioneros para que nuestras comunidades tengan vida abundante. Este ser y quehacer de todos los miembros de la comunidad se ve reflejado en el primer paso del sínodo que se llama la escucha, la cual se viene desarrollando en todas las parroquias e instituciones dando la palabra a todos, los cercanos y lejanos, reconociendo la fuerza del Espíritu que se expresa con la voz de tantos hombres y mujeres de la ciudad, los campos, las periferias. Sínodo y asamblea nos guían a caminar juntos, entregando lo mejor de cada uno. En la arquidiócesis de Cali hemos hecho un camino de discípulos misioneros en sínodo desde las opciones de nuestro plan pastoral, respondiendo a la llamada del Espíritu, haciendo una sola familia, siguiendo los pasos del Maestro, con los ojos fijos en Él, teniendo un mismo sentir, cada uno aportando la fuerza del Espíritu que


Caminar juntos nos apremia a la escucha y participación de los jóvenes, los migrantes, los despojados, las mujeres, los abusados, etc. Desde las parroquias e instituciones deben observarse con claridad líneas de generosidad. acontece en Él. Colaborando en la constitución del Reino de los cielos. Las opciones de nuestro plan pastoral, sinodalidad, solidaridad, discipulado misionero y esponsalidad han confirmado que el camino que hemos recorrido desde el 2017 en las parroquias, es la fuerza que quiere mover a toda la Iglesia universal. No podemos desaprovechar el impulso pastoral que tanto el sínodo como las asambleas nos están otorgando. A pesar de la pandemia y las dificultades sociales, debemos retomar la fortaleza de la misión. Una iglesia en salida que lleva el tesoro de Cristo, porque el ser de la Iglesia es evangelizar. No podemos seguir con métodos autorreferenciales, sacramentalistas, es hora de responder con una opción misionera capaz de cambiarlo todo (EG 25), para seguir caminando en esa edificación del Reino de los cielos. La opción de nuestro plan pastoral nos lleva a la fundamental opción por los pobres, los vulnerables. Podemos llamarnos Pueblo de Dios, si centramos nuestra mirada sobre los últimos, las periferias y el cuidado de la casa común. Caminar juntos nos apremia a la escucha y participación de los jóvenes, los migrantes, los despojados, las mujeres, los abusados, etc. Desde las parroquias e instituciones deben observarse con claridad líneas de generosidad. Y solo caminaremos juntos si somos familia de Dios, Iglesia de la casa, si desarrollamos una espiritualidad

y pastoral esponsal donde Dios es el esposo, Padre amoroso y, nosotros, Iglesia esposa que se deja amar. Ese amor que debe reflejarse en las familias creyentes donde nace y se desarrolla la vida de fe. El sínodo y la asamblea parecen acciones enormes y distantes, pero solo tendrá sentido en la arquidiócesis si somos capaces de hacerlos realidad en cada parroquia, en la grandeza y sencillez de la catequesis y la liturgia, de la misión y la caridad, del amor que une nuestro grupo. Los invito entonces a seguir en camino en cada familia, en asamblea de convocados que guiados por el Espíritu Santo vivimos nuestro discipulado misionero para que todos los pueblos tengan vida.


Los consagrados en el ministerio de la conyugaliddad han renovado su amor, están siempre ad portas del amor; donde en familia tendrán la oportunidad de crear formas de vivir su experiencia de familia como Iglesia doméstica.

Pbro. Jhony Muñoz Sanchez Arquidiócesis de Cali El Catecismo de la Iglesia Católica reorganizó los sacramentos del matrimonio y del orden sacerdotal como sacramentos de servicio, así recupera el valor del sacramento del bautismo, donde cada bautizado es ungido en Cristo profeta, sacerdote y rey y, a la vez, enviado a la misión, de aquí el ministerio sacerdotal bautismal. El bautizado al casarse no crea solo la más importante institución social, sino la más bella de las iglesias, su Iglesia de casa, su Iglesia doméstica, y los esposos son quienes ejercen ese ministerio del amor esponsal, desde su hogar hasta la vida parroquial (mi casa, mi familia, mi templo, mi parroquia), ministerio que se acoge en el día de sus nupcias como ministros de su sacramento.

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En el sacramento del matrimonio, Dios se sirve del amor hombre-mujer para comunicar su amor. Cuanto

más se aman, es decir, cuanto más se escuchan, se respetan, se perdonan, tanto más se revela Dios. El matrimonio es un lugar privilegiado para encontrarse con Dios. Los esposos cristianos se encuentran con Dios en la Biblia, en los pobres, en la Eucaristía, pero tiene una zona privilegiada ya no común a todos, es su propia vida matrimonial, es aquí donde se ejerce este ministerio del amor esponsal, ya que su amor es signo y sacramento del amor de Dios. Volver a hablar de este caminar juntos refleja la preocupación sentida de saber que existen muchas personas y familias que no tienen acceso o no saben de herramientas que ayuden a las parejas a enfrentar las preocupaciones de la vida de hoy… herramientas que permiten el crecimiento a través del diálogo, el discernimiento, la oración y el compartir de pareja; todas ellas (las herramientas) desde el momento de su aprendizaje, gracias al Dios amoroso, serán parte fundamental de la vida de pareja.

Los pasos a seguir dentro del proceso, pretenden con su dimensión humana y divina, transformar la dinámica familiar en una experiencia plena de vida comunitaria. La Palabra, los sacramentos y los mandamientos comprendidos y puestos en práctica en el hogar, ayudarán a la familia a crecer en la fe, viviendo al estilo de Jesús que hace la voluntad del Padre. Del mismo modo, el valor de la escucha activa, la celebración de la vida y el establecimiento de normas en casa, permitirán que la familia afiance su vínculo afectivo y perfeccione su manera de relacionarse. Los consagrados en el ministerio de la conyugaliddad han renovado su amor, están siempre ad portas del amor; donde en familia tendrán la oportunidad de crear formas de vivir su experiencia de familia como Iglesia doméstica. Los consagrados reciben una “caja de herramientas” que previamente han aprendido a utilizar cada vez que son necesarias, las herramientas de esta caja son ESCUCHAR, CELEBRAR y OBEDECER, los pasos que se proponen para uso diario, porque su necesidad es permanente e igualmente contienen cuatro principios: CONVIVIR, APRENDER, TRABAJAR y CREAR. El ministerio de la conyugalidad es un caminar juntos, es para todos (no solo la pareja, sino la familia) un acto de amor; porque compartir la vida, el trabajo y las experiencias, de todo lo maravilloso que ha hecho Cristo Jesús en la vida, es un apostolado de amor hacia quien todo lo puede y un acto de servicio a los demás, totalmente desinteresado.


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