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Palabra y Misi贸n Claves para una Nueva Evangelizaci贸n Jornadas de Pastoral B铆blica (Vitoria-Gasteiz, 29 - 31 de Mayo, 2012)


Documentos y Materiales: 17. Renovar evangélicamente nuestras comunidades Plan Diocesano de Evangelización (2009-2014) 18. Ministerios en la vida y misión de nuestra Iglesia diocesana Edita: Obispado de Vitoria Imprime: San Martín Impresión Digital Maquetación: Natalia Fernández


Presentación En el marco del 150 aniversario de la creación de la Diócesis de Vitoria, las Jornadas de Pastoral Bíblica, celebradas los días 29, 30 y 31 de mayo de 2012 en el Seminario Diocesano-Facultad de Teología, tuvieron por lema Palabra y Misión: Claves para una Nueva Evangelización. Estuvieron organizadas por el servicio diocesano de Animación Bíblica de la Pastoral (ABP) y la propia Facultad de Teología de la diócesis. Trataban de ser, por un lado, expresión de los resultados del Sínodo de Obispos sobre la Palabra de Dios, y sobre todo de la exhortación post-sinodal Verbum Domini, que anima a volver a la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura como fuente de la vida cristiana, y, por otro lado, anticipo del Sínodo de Obispos, que ya se está celebrando en Roma, con el tema central de la Nueva Evangelización. Contamos para ello con un espléndido grupo de ponentes. Abrió las jornadas el 29 de mayo el Rector del Pontificio Instituto Bíblico de Roma, P. José María Ábrego S.J., que dictó una magnífica conferencia titulada La dimensión profética de nuestra Iglesia para la evangelización hoy. Continuó el P. Jean-Louis Ska S.J., catedrático del mismo Instituto y gran experto en el Antiguo Testamento en general y en el Pentateuco en particular, cuya sugerente conferencia versó sobre 5 criterios para comprender el AT o 5 paseos por el bosque bíblico, aunque el título general de su ponencia era Dios camina con su pueblo. Claves del Antiguo Testamento para la Nueva Evangelización. El día 30 comenzó la jornada el P. Klemens Stock S.J., que además de profesor emérito del Pontificio Instituto Bíblico es también el Secretario de la Pontificia Comisión Bíblica, y su sentida y emotiva ponencia, titulada Dios camina con su pueblo. Claves del Nuevo Testamento para la Nueva Evangelización, versó sobre los distintos aspectos de la primera evangelización, la que encontramos en los libros del NT, y su significación para la Evangelización hoy. La jornada la cerró José Antonio Pagola, antiguo profesor de Cristología en esta Facultad antes de desempeñar el cargo de Vicario General de la diócesis hermana de San Sebastián. Su ponencia, estimulante, trató el tema de Liberar la fuerza del Evangelio. El día 31 pudimos escuchar a S.E.R. Mons. Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, que habló con pasión sobre el tema de la Palabra de Dios y Nueva Evangelización. Presentamos, pues, el contenido de las cinco conferencias, con la satisfacción de ofrecer un fecundo material de lectura en el que poder encontrar criterios de actuación en este fenomenal reto de la Nueva Evangelización, y con el agradecimiento sincero y profundo a estos ponentes que dieron una gran profundidad bíblica y espiritual a las Jornadas de Pastoral Bíblica de este año 2012. 3


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Índice Presentación............................................................................................................3 José María Ábrego: La dimensión profética de nuestra Iglesia para la evangelización hoy..............5 Jean Louis Ska: Cinco principios para leer el Antiguo Testamento. O cinco paseos por los bloques bíblicos ........................................................21 Klemens Stock: Palabra y Misión. Orientaciones para una nueva evangelización....................35 José Antonio Pagola: Liberar la fuerza del Evangelio ......................................................................51 Mons. Rino Fisichella: La Palabra de Dios y la Nueva Evangelización ..............................................67

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La dimensión profética de nuestra Iglesia para la evangelización hoy Introducción. 1. Religión profética: nuestra historia interesa a Dios. 2. Los falsos profetas. 3. El profeta en relación con Dios: El Profeta «llamado». 4. La vida entera es profética. 5. Colofón. 5.1. ¿Fin de la profecía?. 5.2. Los libros proféticos. 6. Profecía en el NT. 6.1. ¿Qué hacen los profetas? 6.2. Comunidad y carismas. 6.3. Los carismas no son absolutos. 6.4. La Iglesia profética de Pentecostés. 7. Conclusión: « El testimonio de Jesús es el espíritu profético» (Ap 20,10).

Una comunidad que celebra el 150 aniversario de su creación como diócesis es una comunidad cristiana que da gracias a Dios por haber sido durante este tiempo sacramento de salvación ante el mundo. Yo agradezco al Sr. Obispo, D. Miguel Asurmendi, el hecho de que me haya invitado a participar de vuestra fiesta y a dirigiros la palabra, según indicación de D. José Antonio Badiola. (Lo agradezco, a pesar del trabajo que me ha supuesto). Soy consciente de que la invitación está motivada en la función que desempeño en el Pontificio Instituto Bíblico, pero la agradezco igualmente por lo que significa de confianza personal y de interés por la Sagrada Escritura. Me piden que hable del profetismo en una comunidad que se prepara para la nueva evangelización. No sé si podré aportar una palabra seria y convincente sobre uno de los bloques más significativos de la Biblia Cristiana y Judía. Al menos espero que sea sincera. Al fin y al cabo, al tema del profetismo he dedicado el aspecto intelectual de mi vida, que no ha llenado el cien por ciento de mi actividad, pero que se ha llevado una buena parte. No trato de impartir una clase. Me ha parecido más interesante reflexionar en voz alta sobre algunos puntos generales que subyacen al fenómeno profético y que han ido modulando en el tiempo mi corazón y mi fe. Quisiera preguntarme con vosotros cómo alimentar el dinamismo profético de nuestra comunidad cristiana (alavesa y universal). Comencemos con una cita del Profeta Jeremías: «Vamos a tramar un plan contra Jeremías, que no nos faltará la instrucción de un sacerdote, el consejo de un docto, el oráculo de un profeta» (Jer 18,18).

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Son palabras amenazadoras para Jeremías. Las menciono porque recogen, en boca de los enemigos del profeta, una fuerte convicción de cuáles son los pilares fundamentales de su religión, los que no pueden faltar: Sacerdote, que instruye sobre la Torá; Profeta, que pronuncia oráculos en nombre de Dios; Sabio, que ofrece consejos. Una convicción que se refleja perfectamente en los tres bloques literarios que componen el AT: Pentateuco, Profetas (mayores y menores), Sapienciales. Ellos componen la Tanaj. Empiezo preguntándome qué hace una colección de escritos dedicada a los profetas en el centro de lo que conocemos como «Antiguo Testamento». Supongo que el sentido fundamental de esta sección es afirmar el carácter profético de la religión del AT (entendida en la tradición judía o en la cristiana). Gracias a este bloque literario esencial, dicha religión se manifiesta como una religión profética. No se trata sólo de que la religión del antiguo Israel conoce unos personajes bastante específicos, llamados profetas. No son los profetas los que hacen profética la religión. Más bien, es al revés: el hecho de que se trate de una religión profética, produce la aparición de algunas personas que encarnan claramente ese aspecto de la religión. ¿Qué queremos decir con «religión profética»? El sentido de toda afirmación se obtiene siempre comparándola con la afirmación opuesta. ¿A qué contraponemos el concepto de «religión profética»? Me parece evidente que «religión profética» pretende oponerse a «religión ritual», religión de normas y ritos de culto. Algunos textos del AT avalan dicha oposición: Sal 51,18-19: «Un sacrificio no te satisface: si te ofrezco un holocausto, no lo aceptas. Para Dios sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y triturado, tú, Dios, no lo desprecias». Os 6,5-6: «Por eso los maté con las palabras de mi boca, los atravesé con mis profetas y mi sentencia brilla como la luz. Porque quiero lealtad, no sacrificios, conocimiento de Dios, no holocaustos» (Mt 9,13). Os 8,13: «Aunque inmoles víctimas en mi honor y coman la carne, al Señor no le agradan. Tiene presentes sus culpas y castigará sus pecados: tendrán que volver a Egipto. Israel olvidó a su Hacedor». Is 1,11: «¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? dice el Señor. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de novillos, corderos y machos cabríos no me agrada. (v. 17) Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones…». Am 5,22: «Por muchos holocaustos y ofrendas que me traigáis, no los aceptaré ni miraré vuestras víctimas cebadas».

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Jer 19,5: «Construyeron ermitas a Baal, donde quemaban a sus hijos como holocaustos en honor de Baal; cosa que no les mandé, ni les dije, ni se me pasó por la cabeza».

1. Religión profética: nuestra historia interesa a Dios Admitir que en el antiguo Israel y en el cristianismo nos encontramos con una religión profética significa confesar que el creyente expresa una doble convicción: que Dios no se deja encasillar en nuestros esquemas mentales y que a Dios le interesa la historia de la humanidad. No se deja encasillar en unos ritos que necesariamente le hacen mostrarse favorable o contrario, según hayan sido realizados bien o mal. Dios no está condicionado desde fuera y el hombre no dispone automáticamente de su favor. Por otra parte, a Dios le interesa la vida y la historia de la humanidad. No sólo por todo lo que en el transcurso de la vida el creyente cree de Dios o pide a Dios, sino porque la fe se expresa en aquello que el ser humano crea y desarrolla, por las relaciones humanas de justicia y amor que establece con sus semejantes. A Dios le interesa nuestra historia por lo que tiene de desarrollo de la creación y de la realización de su plan de salvación universal. No es un interés enciclopédico, para «saber» más, ni mucho menos un interés adivinatorio por el futuro. Ocurre que nuestra historia está llena de contradicciones e incoherencias, genera injusticias aun cuando pretende crecer en salvación, genera diversas idolatrías, aun cuando busca disfrutar de los bienes que Dios ha puesto en la naturaleza. A Dios le interesa nuestra historia, porque resulta demasiado habitual que en ella el justo sufra injustamente y, a veces, ese «justo» puede ser la naturaleza misma.Y Dios no lo puede consentir. Le interesa nuestra historia, pues ella es el camino en el que se realiza su plan, hasta que un día Cristo sea todo en todos. Esto obliga al creyente a analizar y discernir continuamente su realidad, para descubrir su adecuación o menos al plan de Dios. La historia humana está llena de incoherencias y contradicciones, es ambigua. Como decía S. Pablo: «Lo que realizo no lo entiendo, pues no ejecuto lo que quiero sino que hago lo que detesto… Querer lo tengo al alcance, ejecutar el bien, no» (Rom 7,15.18). El creyente debe leer la historia con los ojos de Dios. Denunciar el pecado que infecta todas nuestras acciones es uno de los signos de que a Dios le interesa nuestra historia; llenar de esperanza los corazones desolados y de claridad los ojos circundados de oscuridad es también un signo del interés de Dios por nuestra historia. Si estuviéramos en el Paraíso, no habría necesidad de profetismo.

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En una religión profética, el aspecto profético permite la lectura de la historia desde Dios, desde su plan de salvación. No tiene nada que ver con la previsión del futuro, sino con el juicio del presente. Una afirmación del tipo «Si seguimos así, acabaremos mal» no es un anuncio de desgracia futura, sino un intento de poner de manifiesto el aspecto negativo e injusto del presente.

2. Los falsos profetas Al afirmar que una religión es profética afirmamos que la comunidad creyente intenta leer la historia a la luz del plan salvífico de Dios. Pero esta afirmación tiene una consecuencia lógica inmediata: estamos afirmando al mismo tiempo que junto a los profetas que interpretan correctamente existen los profetas falsos, los que se equivocan, los que -con buena o mala voluntad- leen mal los signos de los tiempos. Esto ha sido una constante en el AT. Siempre hay quienes dicen «Todo va bien», cuando de hecho va mal (Jer 14,13); quienes «profetizan por dinero» (Miq 3,11); quienes «cuando tienen algo que morder, anuncian paz, y declaran la guerra santa a quien no les llena la boca» (Miq 3,8); quienes leen la realidad desde el poder (Amasías contra Amós, Am 7,10-17) o la fuerza «sin importarles el desastre de José» (Am 6,6); quienes han repetido, sin más, el mensaje de profetas de siglos anteriores, reconocidos como verdaderos (como Ananías en Jer 28, que repite el mensaje de Isaías 9,3; 10,27; 14,25), o simplemente porque tienen una confianza no discernida en la bondad del Señor. Los tres pilares fundamentales de la religión pueden actuar mal, según Miqueas: «Sus jefes juzgan con soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero; y encima se apoyan en el Señor diciendo: ‘‘¿No está el Señor en medio de nosotros? No nos sucederá nada malo’’» (Miq 3,11). Esta realidad ha producido luchas enconadas entre profetas y momentos trágicos para sus vidas. Es muy difícil distinguir el verdadero y falso profeta. Tanto es así, que nos permite sostener que los libros proféticos se han puesto por escrito para ayudar el discernimiento de la comunidad creyente en el futuro. Están llenos de criterios de distinción, pero ninguno de ellos vale para siempre, aunque el conjunto sirve para discernir. En resumen, cuando afirmamos la existencia de la profecía estamos -al mismo tiempo- afirmando la existencia de la profecía falsa. La falsedad nace de la existencia misma de la profecía verdadera. Como palabra humana está sujeta a la ambiguedad de lo humano; como palabra divina mantiene intacta su capacidad sorprendente, su fuerza creadora y transmite íntegra la lejanía del misterio divino. Ésta es la primera

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desconcertante consecuencia y con ella tiene que enfrentarse la comunidad creyente. Ésta tiene que discernir continuamente quién dice la verdad y quién no. Una religión profética supone una comunidad en discernimiento.

3. El profeta en relación con Dios: El profeta «llamado» ¿De dónde le viene al profeta la capacidad de anunciar la verdad? La respuesta es sencilla y al mismo tiempo compleja: únicamente de Dios. Solemos decir que el profeta es «portavoz de Dios», que anuncia su palabra, que es ‘enviado’ a anunciar el cambio (la conversión) que permite aceptar la salvación. Antes de seguir, digamos que también el falso profeta se cree enviado por Dios. Nadie ha pretendido ser profeta, sino que se sabe «llamado» y «enviado». En el AT sacerdote se nace, el rey es ungido, el profeta es llamado. Por eso, los relatos de vocación profética son tan esenciales. El profeta cuenta cómo ha sido llamado, aunque lo que cuenta sólo tiene valor para él.

4. La vida entera es profética Todas las narraciones de vocación profética suceden en la historia, en un momento histórico concreto y el profeta es inmediatamente enviado a sus conciudadanos. Es muy interesante analizar el género literario de los relatos de vocación profética. Todas ocurren en un momento de la historia, todas resultan inesperadas. Pero el punto que ahora me interesa subrayar es que describen una experiencia que implica su vida. Tal vez por esa razón, en toda narración de vocación profética hay una «objeción», un momento de duda o de rechazo. Debemos leer en ese momento de duda, puesto al comienzo, la lucha y las crisis que la vida profética acarrea inevitablemente, posiblemente a causa de la inutilidad de su predicación, junto a las persecuciones y dolores a los que se ve sometido el profeta1. El caso es que los profetas se confiesan pequeños o indignos de tal encargo. Porque todos se han jugado de un modo u otro la vida en su misión o, dicho de otro modo, la función ha influido en sus vidas. Amós interviene para que Dios cambie sus planes (1ª y 2ª visión en Am 7), pero personalmente se ha sentido «arrancado» de su vida profesional (Am 7,15); Oseas se sintió invitado a un matrimonio que le rompió la vida (Os 1,2). Isaías, junto con sus hijos, se afirma como testimonio de la palabra que había anunciado y que no había sido escuchada (Is 8,10. Cf. 7,3; 8,4). Jeremías, invitado al celibato (Jer 16), es el profeta que se

1 Algo de eso estamos acostumbrados a leer en el sí de María en la Anunciación.

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desahoga con Dios, a quien acusa de hacerle profetizar algo que luego no sucede; intenta dejar de proclamar su palabra, pero se siente sometido por la fuerza (Jer 20,8); maldice el día en que recibió la vida, estableciendo así su dependencia de Dios. Algo que luego le pasará a Job (Job 3,1-3), de quien nunca se dice que fuera profeta. Esta experiencia de cansancio por la implicación de la vida aparece resumida en el pensamiento del Siervo («en vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas» Is 49,4). Ezequiel pierde a su mujer («la niña de sus ojos» Ez 24), para que se vea claro que «ha habido un profeta en Israel». En definitiva, es una vocación a ser «siervos», hasta la gran figura profética del Siervo del Señor, que da la vida para la justificación de todos, aunque él no había cometido crímenes (Is 52,13-53,12). Dicha repercusión de la función profética en la propia vida del profeta, le provoca en éste momentos de crisis. Los textos más llamativos de estas crisis, además de las objeciones en los relatos de vocación, son las confesiones de Jeremías (Jer 12.15.20) y algunos pasajes del libro de Job. Sí, la relación del profeta con Dios es extraña, no es lineal, tiene altibajos y momentos de crisis. Una cosa resulta curiosa; poco a poco el mensaje de los profetas pierde interés en los libros proféticos. Lo que importa es su persona, no tanto lo que dicen. Llega un momento en que el mensaje de los profetas pasa a segundo plano y casi no interesa. Interesa que ha habido un profeta. Muy claro en Ezequiel, pero más evidente resulta en la del Siervo del Señor en Isaías. No sabemos nada sobre la formulación de su mensaje, sólo conocemos el significado de su figura y el sentido de su muerte. Se trata de algo que a nosotros no nos debería extrañar demasiado. Tampoco nosotros sabemos mucho del mensaje de Jesús, ni repetimos su mensaje original. Predicamos su persona, viva por la resurrección. Nos importa su presencia, no tanto lo que dijo en su momento. Más aún, nos vemos, con la fuerza de su Espíritu, impulsados a modificarlas y no se nos ocurre repetir -si fueron palabras suyas- que el plan de Dios era sólo para Israel y que los demás, como mucho sólo podían comer las migajas que caen de la mesa de los hijos. Con enorme coraje afirman los apóstoles: «es decisión del Espíritu Santo y nuestra no imponeros más carga que estas cosas indispensables. Absteneros de alimentos ofrecidos a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en absteneros de ellos. Adiós» (Hch 15,28-29). Tras muchas discusiones y problemas, en la Iglesia posterior a la Resurrección, no habrá -en teoría- diferencias entre griegos y judíos, esclavos y libres, hombres y mujeres.

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5. Colofón Podríamos proseguir la reflexión hablando de la relación de los profetas con la sociedad en la que vivieron: con los reyes, los sacerdotes, el pueblo sencillo, los otros profetas. Debemos pasar al Nuevo Testamento. Para cerrar esta parte sólo quisiera añadir dos puntos.

5.1. ¿Fin de la profecía? El primero es que, por varias razones que no voy a analizar, la profecía parece haberse agotado con Malaquías. Ciertamente parece haberse cerrado un bloque profético fundamental, pero no había concluido definitivamente la profecía. Como máximo se trataba de un paréntesis. El conjunto de versos que cierran los textos proféticos están abiertos al futuro, al retorno de Elías. Malaquías decía: «Y yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible» (Mal 3,23). La vuelta esperada confiesa sin ambages su rapto (su desaparición), pero también su orientación hacia el futuro («volverá»). No es extraño que corrientes religiosas nacidas en el ámbito del judaísmo (como Qumrán o el cristianismo) hayan convertido esa promesa en base de su esperanza escatológica. Para muchos de estos grupos «mesiánicos» el horizonte de la esperanza se redujo y sólo esperaban la repetición del pasado, de modo que sólo encontraron refugio en la huída a futuro lejano y meta-histórico de la apocalíptica. Aporto una cita contraria a la usada al comienzo: En el libro de Daniel, Azarías confiesa los pecados del pueblo diciendo: «Somos hoy el más pequeño de los pueblos, humillado por toda la tierra; no tenemos ya ni príncipe, ni jefe, ni profeta, ni holocaustos, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso, ni lugar donde ofrecerte primicias y alcanzar misericordia» (Dn 3,37-38). No tenemos profeta, ni todas las demás cosas de la religión cultual. Sólo tenemos «un corazón quebrantado y un espíritu humillado». A mí me resulta impresionante esta queja, porque no sé si interpretarla como el fracaso más absoluto o el triunfo final de la profecía. Se puede leer como un lamento, porque ahora no pueden gozar de la guía del Señor, o como la presentación del único signo digno del Dios interesado por la historia. «En adelante te seguiremos de todo corazón, te respetaremos, buscaremos tu rostro. No nos defraudes» (v. 44).

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Los libros proféticos El segundo punto conclusivo es que los autores que han recogido las tradiciones y las palabras de los profetas en libros y la comunidad que los ha aceptado como canónicos, son tan profetas como los originales. Ellos son los que de hecho han conservado la palabra de Dios para los creyentes. Nosotros no confesamos «palabra de Dios» al anuncio de Jeremías de que Dios somete todo el mundo bajo el poder de Nabucodonosor, ni a la seguridad de Isaías de que las tropas sirias y efraimitas no podrán tomar Jerusalén. Nos trae sin cuidado. Confesamos que es «palabra de Dios» el texto que nos lo rememora y que se nos ofrece para ayudar a nuestro discernimiento. Sabemos que los profetas anunciaron en el tiempo cosas diversas, que veían el momento histórico de modo diferente según fueran vecinos del norte o del sur. Pero siempre anunciaron que a Dios le interesa la conversión, la transformación de las personas y de la historia en base a la justicia exigida por la alianza. Dios siempre termina en el mensaje profético renovando la creación a partir de los restos de la destrucción causada por el pecado. Estos textos dan vida hoy a esas personas llamadas profetas, que se sintieron llamadas a leer la realidad desde el proyecto salvador de Dios y que vivieron su misión en medio de graves contradicciones. La fidelidad les costó la vida, pero el Espíritu los conservó para la eternidad2.

2 Escribí en Los libros proféticos, Estella 1993, p. 280: «Entre los criterios contenidos en los libros bíblicos hay uno no citado por los comentaristas: la existencia misma de los libros proféticos. Su función de testimonio los convierte en criterio de discernimiento, mucho más fuerte que las breves fórmulas expresadas aquí o allá en su interior. El criterio teológico fundamental, aparentemente inútil para todo discernimiento, es el del Espíritu; el mismo Espíritu que daba vida a la Palabra es quien alienta a la comunidad que la recibe, la conserva y la transmite. Ese Espíritu es el que ha conservado en el seno de la comunidad creyente unos textos y ha relegado en el olvido otras palabras. Los libros testifican el ser de los auténticos servidores de la Palabra y el modo de transmisión del mensaje. Los criterios formulados antes no valen para siempre; los profetas sí, porque están abiertos a la historia, al futuro. Los libros de los profetas son el criterio de su existencia. No carece de problematicidad el criterio: lo que anunció Isaías en su tiempo es mensaje de un falso profeta un siglo después (Ananías en Jer 28); desde el Norte, Oseas juzga la guerra siro-efraimita (Os 5,86,6) de modo distinto a como lo hace Isaías desde el Sur (Is 7-8). Este hecho pertenece al criterio y enseña que el mensaje de la Palabra no es inmutable y pronunciado una vez para siempre; que lo importante es saber que hay Palabra en cada circunstancia y en cada tiempo y que ésta no se deja encadenar; hay que discernirla. Como palabra humana está sujeta a la ambiguedad de lo humano; en cuanto palabra divina mantiene intacta su capacidad de sorpresa, su fuerza creadora. El discernimiento de la verdadera es tarea de la comunidad entera». Ahora añadiría: es necesario recibir la palabra en libertad, en libertad interior, libres incluso de nosotros mismos. Sólo así podremos respetar su capacidad de sorprender.

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6. Profecía en el NT Paso a a considerar el profetismo en el NT. Es un punto al que nunca había dedicado atención, pues pensaba que el paso del profetismo veterotestamentario al NT era evidente, lineal, idéntico. El modelo continuaba siendo inconscientemente el del AT. Así al hablar de comunidad profética pensaba generalmente en el profeta del AT (sobre todo en su vertiente crítica), ignorando por completo los datos del NT: iglesia profética sería la que denuncia las injusticias, se opone a las dictaduras de derecha, etc. La Iglesia profética secontrapone a la iglesia institucional, sacerdotal, conservadora y mantenedora del sistema. José Luis Sicre3 critica esta postura que, a su juicio, comete dos errores: 1. Contrapone radicalmente lo sacerdotal y lo profético, ignorando que varios profetas del AT eran sacerdotes, o que personas consideradas como profetas modernos eran no sólo sacerdotes sino incluso obispos (Óscar Romero); 2. Extrapolan el análisis de Max Weber del individuo a la institución: se puede hablar de personajes proféticos y de personajes sacerdotales, pero ninguna iglesia es exclusivamente profética o exclusivamente sacerdotal. ¿Qué rasgos específicos presenta la profecía en el NT? ¿Cuáles son sus puntos esenciales? (1) Lo primero que debo decir es que la comunidad del NT tiene un gran respeto por los profetas del AT, a quienes cita muchas veces. Generalmente se limitan a considerarlos como anunciadores del Mesías Jesús. Yo me atrevería a añadir que, además de las citas explícitas, el mensaje del NT está soportado por alusiones constantes a textos del AT. De alguna manera todo el Antiguo Testamento, los salmos, la torá, etc., y no sólo los libros de los profetas, adquieren una misión profética ante el evento «Jesús de Nazaret». Creo sinceramente que en muchos pasajes, el Nuevo Testamento resulta incomprensible sin conocer el Antiguo. (2) Es verdad, algunos textos del NT empalman perfectamente con la literatura profética clásica del AT, aunque no mencionen ningún profeta. El mismo Sicre pone dos ejemplos: la carta de Santiago, cuando habla de la forma en que se trata a los pobres en la comunidad (Sant 2,1-13), y el de Pablo, cuando aborda la celebración de la Eucaristía en Corinto (1Cor 11,17-34), con enormes desigualdades económicas y sociales. Podríamos poner más ejemplos. Pero no es ese el aspecto más llamativo del NT. 3 Proyección 2011.

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(3) Algunos textos afirman expresamente que en la comunidad creyente del NT hay profetas que, como en el AT, realizan funciones diversas, o que alguien profetizó. Cito algunos: Hch 11,27: Por aquel tiempo bajaron unos profetas de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado Agabo, se alzó inspirado y predijo una gran carestía universal (que sobrevino en tiempo de Claudio). Entonces los Discípulos decidieron enviar, cada cual según sus posibilidades, una ayuda a los hermanos que habitaban en Judea. Hch 13,1: En la Iglesia de Antioquía había algunos profetas y doctores: Bernabé, Simeón el Negro, Lucio el Cireneo, Manajén, que se había criado con el tetrarca Herodes, y Saulo. Hch 15,32: Judas y Silas, que también eran profetas, animaron y confirmaron a los hermanos. (Recuerda la escena de Hch 14,22: Pablo y Bernabé, volviendo de su primer viaje, al pasar por Listra, Iconio y Antioquía, animaron a los discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, recordándoles que tenían que atravesar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios). Pablo en su último viaje, y después de un descanso de 7 días en Tiro, llega a Tolemaida por un día y luego a Cesarea. Allí, dice, «entramos en casa de Felipe, uno de los siete evangelistas, y nos hospedamos con él.Tenía éste cuatro hijas solteras profetisas» (Hch 21,8-9). Hch 21,10-11: Bajó de Judea un profeta llamado Agabo. Se acercó a nosotros, tomó el cinturón de Pablo y se ató con él de manos y pies, y dijo: -Esto dice el Espíritu Santo: al dueño de este cinturón lo atarán en Jerusalén los judíos y lo entregarán a los paganos. Unos anuncian algo; otros pasan animando y exhortando.También había mujeres. Entre diversas funciones estaba la profecía: ¿Son todos apóstoles?, ¿son todos profetas?, ¿son todos maestros?, ¿todos taumaturgos? (1Cor 12,29). El libro del Apocalipsis se presenta a sí mismo como profecía (1,3; 22,10). Incluso en el Evangelio de Juan, siguiendo la tradición del AT que acepta la existencia de profetas extranjeros, como Balaán (Nm 22), se afirma que Caifás profetizó: No lo dijo por cuenta propia, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús moriría por la nación (Jn 11,51). Destaco, además de la existencia de los profetas, la mención de que Judas y Silas «animaron y confirmaron» a los hermanos.

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6.1. ¿Qué hacen los profetas? El Evangelio de Lucas aclara un poco más qué hacen estos profetas y cuál es la fuente de su inspiración. En el nacimiento e infancia de Juan y de Jesús se mencionan varios personajes que hablan llenos de «Espíritu Santo»: Isabel, Zacarías (Lc 1,64-67), Ana, Simeón. De ellos, sólo de Ana se afirma que era «profetisa»; de Zacarías se dice que profetizó, pero no cuando recobró el habla, sino cuando pronunció el benedictus. No se dice de Simeón que fuera profeta (aunque su figura está muy unida a la de Ana) y de él se afirma que movido por el Espíritu se acercó al templo (Lc 1,27). También Isabel habló llena del Espíritu Santo (Lc 1,42-45). Leamos el texto de Zacarías: «Al punto se le soltó la boca y la lengua y se puso a hablar bendiciendo a Dios. Toda la vecindad quedó sobrecogida; lo sucedido se contó por toda la serranía de Judea y los que lo oían reflexionaban diciéndose: -¿Qué va a ser este niño? Pues la mano del Señor lo acompañaba. Su padre Zacarías, lleno de Espíritu Santo, profetizó, diciendo…» (Lc 1, 64-67; sigue el Benedictus). A todos ellos les mueve el Espíritu. Él es quien les mueve a alabar a Dios y a bendecirlo, porque en la historia se ha cumplido su designio, las promesas que había hecho a los padres. El Espíritu vuelve a explicar la historia desde el plan de Dios y mueve a la alabanza.

6.2. Comunidad y carismas En 1Cor 12-14 se encuentra el tratado más amplio del NT sobre la profecía. Pablo, después de establecer la diversidad de carismas (cap. 12), termina exhortando a aspirar a los carismas más valiosos (12,31). «Y ahora os indicaré un camino mejor»: el del amor, muy superior a todos los carismas e incluso a la fe y la esperanza (13,13). Hay que buscar el amor, pero la Comunidad creyente en esta etapa actual necesita aspirar también a los dones espirituales, sobre todo a la profecía (14,1). Merece la pena leer entero el cap. 14 en el que se establece la comparación entre el don de lenguas arcanas y la profecía. Según Pablo, el don de hablar lenguas arcanas no logra «edificar, exhortar y animar» (14,3), como lo hace el don de profecía. Suponed, hermanos, que me presento ante vosotros hablando lenguas arcanas: si no propongo alguna revelación o conocimiento o profecía o enseñanza, ¿qué provecho sacáis? (14,6).

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Pero en una asamblea, para instruir a los demás, prefiero decir cinco palabras inteligibles a pronunciar diez mil arcanas (v. 19)… las lenguas arcanas son señal para los no creyentes, no para los creyentes, la profecía no lo es para los no creyentes, sino para los creyentes. Supongamos que se reúne la iglesia entera y todos os ponéis a hablar lenguas arcanas: si entran algunos particulares o no creyentes, ¿no dirán que estáis locos? En cambio, si todos profetizan, cuando entre un no creyente o un particular, se siente interpelado por todos, juzgado por todos, se revelan los secretos de su corazón, cae de bruces adorando a Dios y declara: «Realmente con vosotros está Dios» (14,23-25). Estos carismas tan llamativos pueden crear en la comunidad un cierto caos que no aprovecha. Por eso, concluye pidiendo que todo se haga «con orden y concierto» (v. 40): Los que hablen en lenguas, hablen de uno en uno y sólo si hay intérprete (si no lo hay hable para sí o para Dios, v. 28). Si se trata de profetas, hablen dos o tres, y los demás deben discernir (v. 29). Todos podéis profetizar por turno, para que todos aprendan y se animen. Pero la inspiración profética está vinculada a los profetas; porque Dios no quiere la anarquía, sino la paz (v. 33). Creo que podemos sacar varias conclusiones significativas de estos capítulos: a) la primera, que los carismas se ejercen en la asamblea y que están concedidos para la edificación de la comunidad; b) la frase «todos podéis profetizar» indica que el carisma de la profecía se considera general en los creyentes, aunque se puede recibir la inspiración de modo personal y puntual; c) que todos los carismas provienen del Espíritu; d) que la misión del profeta es «edificar, exhortar y animar»; e) que el papel esencial de la comunidad es el de «discernir» la profecía.

6.3. Los carismas no son absolutos La profecía es sin duda uno de los carismas que construyen el Cuerpo de Cristo. La carta a los Efesios, después de afirmar la unidad básica («Uno es el cuerpo, uno el espíritu… uno el Señor, una la fe, uno el bautismo, uno Dios, Padre de todos» Ef 4,45), continúa: «Cada uno recibió la gracia a la medida del don de Cristo… Él nombró a unos apóstoles, a otros profetas, evangelistas, pastores y maestros… para construir el cuerpo de Cristo» (Ef 4,11). 16


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Pero, al parecer, no siempre ha estado bien considerada la profecía. En la carta a los cristianos de Tesalónica, hay un texto que, prescindiendo de si es de Pablo o de una instrucción eclesial antigua, puede ser interesante: «Estad siempre alegres, orad sin cesar, dad gracias por todo. Eso es lo que quiere Dios de vosotros como cristianos. No apaguéis el espíritu, no despreciéis la profecía, examinadlo todo y retened lo bueno, evitad toda especie de mal» (1Tes 5,16-22). También aquí se afirma la estrecha relación del espíritu y la profecía. La profecía guarda estrecha relación con la comunidad. Puede crear problema en su seno y algunos pueden querer apagarla. Es posible que algunas profecías fueran de corte milenarista e insistieran en la próxima venida del Señor. Pablo, que defiende a los profetas, no les da la última palabra. A la comunidad se le exige de nuevo el discernimiento. La comunidad debe examinar, para quedarse con lo bueno. El papel de la comunidad es esencial. La profecía no es un valor absoluto; no tiene valor por sí solo -como ningún carisma- sino en relación con el conjunto y con la edificación del único cuerpo. En esta línea se encuentra la mención de la profecía que hace la carta a los Romanos. «Usemos los dones diversos que poseemos según la gracia que nos han concedido: por ejemplo, la profecía regulada por la fe, el servicio para administrar; la enseñanza para enseñar; el que exhorta, exhortando; el que reparte, con generosidad; el que preside, con diligencia; el que alivia, de buen humor» (Rom 12,6-7). La profecía está regulada por la fe. ¿Qué fe? No puede ser otra que la del reconocimiento de Cristo como la gran obra del Padre, fundamentalmente a través de su resurrección. Los demás carismas también tienen sus condicionantes y objetivos. Como dice la segunda carta de S. Pedro: «Habéis de saber ante todo que ninguna profecía se encomienda a la interpretación privada, pues la profecía nunca sucedió por iniciativa humana, sino que los hombres de Dios hablaron movidos por el Espíritu Santo» (2Pe 1,20-21).

6.4. La Iglesia profética de Pentecostés La profecía es ahora la gran manifestación del Espíritu. En efecto, al narrar los acontecimientos del día de Pentecostés, el libro de los Hechos (Hch 2) presenta la gran fiesta cristiana de la profecía.

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«Estando todos reunidos, vino del cielo un ruido como de viento huracanado, que llenó toda la casa. Aparecieron lenguas como de fuego, repartidas y posadas sobre cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu Santo les permitía expresarse» (vv. 2-5). Pedro se puso a hablar. Ante la admiración general porque todos escuchaban lo que decía en su propia lengua, Pedro explicó: «No están ebrios, como sospecháis, pues no son más que las nueve de la mañana. Sino que está cumpliéndose lo que anunció el profeta Joel: ‘‘En los últimos tiempos, dice Dios, derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños: también sobre mis siervos y mis siervas derramaré mi espíritu aquel día y profetizarán’’…» (vv. 14-18). Moisés, en el momento fundante del profetismo, ya había formulado un deseo de generalización de la profecía: «¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!» (Nm 11,29). Siglos después Joel responde al deseo de Moisés: «Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones.También sobre siervos y siervas derramaré mi espíritu aquel día» (Jl 3,1). El NT ha visto en Juan Bautista al nuevo Elías que tenía que venir (Mc 9,5.1112; cf. Ap 11). Así lo afirma claramente el evangelio de Lucas: «La ley y los profetas duraron hasta Juan. A partir de entonces se anuncia la Buena Noticia del reinado de Dios y todos quieren forzar el acceso» (Lc 16,16 ). Juan era el precursor del Mesías. Ahora identifica la nueva comunidad de Pentecostés con el cumplimiento de la promesa de Joel (Hch 2,17-21). Pero al repetir la cita de Joel, el libro de los Hch añade: «y profetizarán» (Hch 2,18). Esta es el nuevo rostro de la profecía, la comunidad cristiana y su testimonio de la resurrección. La nueva profecía es la obra del Espíritu; Él la provoca y la conduce. Cuando más tarde, ante los «sumos sacerdotes» que recriminan a Pedro y a los apóstoles por haber desobedecido su orden de no enseñar mencionando el nombre de Jesús, Pedro en nombre de todos afirma que debe obedecer antes a Dios que a los hombres y, tras confesar que Jesús ha sido exaltado a la diestra de Dios, añade: «De estos hechos somos nosotros testigos con el Espíritu Santo que Dios concede a los que creen en Él» (Hch 5,32).

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7. Conclusión. «El testimonio de Jesús es el espíritu profético» (Ap 20,10) También en el NT la profecía tiene un mensaje: la resurrección de Jesús como prueba de la salvación de Dios. Pero si es importante el mensaje, más lo es el hecho de que se encarne, por medio del Espíritu, en las personas que lo anuncian. El Espíritu convierte a los bautizados en testigos de la resurrección y deberemos concluir que el «testimonio» es la nueva forma de la profecía. En ese sentido se expresa el Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium, cuando habla del sentido de la fe y de los carismas en el pueblo cristiano: «El pueblo santo de Dios participa también del don profético de Cristo, difundiendo su vivo testimonio sobre todo por la vida de fe y de caridad, ofreciendo a Dios el sacrificio de la alabanza, el fruto de los labios que bendicen su nombre» (LG 12). Más adelante afirma: «Cristo, Profeta grande, que por el testimonio de su vida y por la virtud de su palabra proclamó el reino del Padre, cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su potestad, sino también por medio de los laicos a quienes, por ello, constituye en testigos y les ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la palabra (cf. Hch 2,17-18; Apoc 19.10), para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana, familiar y social» (LG 35). Para la Iglesia la necesidad de ser profética, de dar testimonio con hechos y con palabras de la salvación de Dios, realizada en la Resurrección de Jesús, no es algo accidental, algo conveniente para la coherencia o algo aconsejable para su propagación. Pertenece a su misma esencia; brota de su sacramentalidad como comunidad del resucitado. No hay interioridad humana sin manifestación externa; de la misma manera no hay interioridad cristiana sin manifestación externa. En Cristo Dios se ha hecho visible y cercano (Heb 1,2); en la Iglesia sigue Cristo -y Dios- visible y cercano entre los hombres (Heb 2,3-4.11-13). El testimonio es la obra del Espíritu, del mismo Espíritu que se manifestaba en Jesús y que entregó a su Iglesia (Lc 24,48-49; Jn 15,26-27)4. Ahora los cristianos testifican con sus personas -sus hechos y palabras- la salvación de Dios y realizan la función profética cristiana. El Apocalipsis afirma: El testimonio de Jesús es el espíritu profético (Ap 20,10).

4 «Testigo» en V. Pedrosa, M. Navarro, etc. (eds.), Nuevo diccionario de catequética, San Pablo, Madrid 1999.

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En el Evangelio de Mateo, en la conclusión del Sermón de la montaña, Jesús avisa de guardarse de los falsos profetas, de quienes, disfrazados de ovejas, impiden el paso por la puerta estrecha del Reino.Y añade: Cuando llegue aquel día, muchos me dirán: ¡Señor, Señor! ¿No hemos profetizado en tu nombre? ¿No hemos expulsado demonios en tu nombre? ¿No hemos hecho milagros en tu nombre? (Mt 7,22). Pero es el mismo evangelista quien, al final de su Evangelio, recoge el envío de los discípulos a todos los pueblos de la tierra. El testimonio profético de la comunidad no tiene fronteras de espacio o de tiempo, de culturas o de pueblos, ni se limita a sólo palabras de denuncia o de consuelo. Las palabras valen, si revelan el sentido de la vida de una comunidad profética, testimonio vivo de la nueva humanidad en el Resucitado. El Espíritu es el único que puede hacer florecer el don de la profecía y convertirnos en testigos de la Resurrección en un tiempo socialmente en crisis y culturalmente secularizado y postmoderno5. Cierto que Él, y sólo Él, promueve realidades o personas que cristalizan más exactamente el testimonio que la comunidad profética pretende proclamar. Ellos no tienen sentido fuera de la comunidad, y ésta sabe discernir en el mismo Espíritu en dónde siente mejor representado el valor de su testimonio. Palabras y hechos revelan la fuerza profética de la comunidad evangélica. Vitoria, 29 Mayo 2012

José M.ª Ábrego, S.J. Rector del Pontificio Instituto Bíblico (Roma)

5 Escribí hace años: «En un mundo fatigado por la abundancia o por la excesiva duración de la indigencia, el profeta proclama la esperanza. No es un anuncio tranquilizador; su mensaje no es que todo va bien. Al contrario, su vaticinio dinamiza el presente, despierta la capacidad de sorpresa y de acoger doxológicamente el mundo nuevo que se ofrece. Aquí radica su debilidad. La mayor dificultad que encuentra es la tentación, a la que está sometida toda la comunidad, de reducir el horizonte de la esperanza». Los libros proféticos, Estella 1993, p. 281.

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Cinco principios para leer el Antiguo Testamento. O cinco paseos por los bosques bíblicos Introducción. 1. La verdad es sinfónica (Hans Urs von Balthasar). 2. Tocar a dos manos: texto y contexto. 3. «La Torah habla el lenguaje de los hombres» (Números 112). 4. «The narrative is the meaning» - «El relato es el significado» (Hans Frei). 5. «Primero la música, después las palabras» (Ricardo Muti). 6. Conclusión.

El Antiguo Testamento o no se lee, o se lee poco. ¿Quién se atreve a predicar sobre un texto del Antiguo Testamento el domingo? Somos cristianos, se dice, y por esto, lo que cuenta para nosotros no es el Antiguo, sino el Nuevo Testamento. El que predica, cuando habla del Antiguo Testamento, lo hace normalmente en dos casos. En el primer caso, utiliza algunos textos del Antiguo Testamento que anuncian o prefiguran a Cristo en un modo o en otro. Son las profecías mesiánicas, los personajes y elementos utilizados desde los tiempos más antiguos como «figuras» de Cristo o de las realidades del Nuevo Testamento. En el segundo caso, elementos del Antiguo Testamento son interpretados como «figuras» de la vida de la Iglesia, en particular de los sacramentos. Por ejemplo, el pan y el vino ofrecidos a Abraham por Melquisedec (Gn 14,18) y el maná del desierto, son figuras de la Eucaristía (Ex 16). No se va más allá, pero ¿por qué? Quisiera mostrar en esta breve charla que merece la pena explorar la riqueza de un libro antiguo pero siempre nuevo; difícil, pero al mismo tiempo apasionante. Existen algunos principios de lectura importantes, de los cuales detallaré algunos. He elegido cinco que me parecen muy útiles y esenciales.

1. La verdad es sinfónica (Hans Urs von Balthasar) El primer principio de lectura fue enunciado por un gran teólogo suizo, Hans Urs von Balthasar. Se trata del título de un libro suyo sobre el pluralismo cristiano1. El

1 H. Urs von Balthasar, Die Wahrheit ist symphonisch. Aspekte des christlichen Pluralismus (Einsiedeln: Johannes-Verlag, 1972). [H. Urs von Balthasar, La verdad es sinfónica. Aspectos del pluralismo cristiano (Madrid, Ed. Encuentro 1979)].

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pensamiento que Urs von Balthasar desarrolla a propósito del cristianismo se aplica en modo particularmente feliz también al Antiguo Testamento. En pocas palabras, el Antiguo Testamento es más variado que el Nuevo, y esto por una razón simple: el Nuevo Testamento cubre un periodo limitado en el tiempo, apenas un siglo, y se trata de un solo acontecimiento importante, el acontecimiento Jesucristo y su continuación inmediata, es decir, la predicación de su evangelio por parte de los primeros discípulos. Por tanto, es bastante unificado y homogéneo, aun contando con las diferencias subrayadas por los expertos. No es así por cuanto hace referencia al Antiguo Testamento. Los escritos del Antiguo Testamento están distribuidos por un periodo de cerca de mil años. Todos tratan de un modo o de otro del pueblo de Israel, pero no siempre directamente.Tenemos tradiciones sobre la creación del universo que preceden a la vocación de Abraham y al nacimiento de Israel. También tenemos reflexiones de los sabios que pertenecen a un patrimonio común a todo el Oriente Próximo antiguo y que no son especialmente típicas de Israel. Tenemos muchos géneros literarios, narraciones, leyes, historia, poesía, oraciones, proverbios, reflexiones sobre la actualidad en los profetas o sobre la existencia humana en los escritos sapienciales, etc. Pero la variedad no se limita solo a los diferentes tipos de libros que encontramos en esto que denomino la «Biblioteca Nacional del Antiguo Israel». Por tomar un solo ejemplo, pero bastante convincente, el Dios del Antiguo Testamento tiene muchos rostros y -se me permita esta imagen- tiene también muchos estados de ánimo. Hace poco tiempo un gran exegeta inglés, John Barton, publicó un artículo justamente sobre los lados más oscuros del Dios del Antiguo Testamento: «The Dark Side of God in the Old Testament»2. Otros autores, ya desde los Padres de la Iglesia, han tratado de captar los aspectos a veces estremecedores del Dios del Antiguo Testamento. La frase que quizás nos puede escandalizar más se encuentra en la segunda parte de Isaías (Is 40-55) y dice: «Yo formo la luz, creo las tinieblas; doy el bienestar, creo el mal,Yo, el Señor, soy aquel que hace todas estas cosas» (Is 45,7). El texto utiliza dos antítesis bien conocidas: «luz» y «tinieblas», «bien» y «mal», pero después les atribuye su origen a Dios mismo. De otra manera, el verbo elegido para hablar del origen de los elementos negativos, o sea de las tinieblas y del mal, es el verbo «crear» que aparece, por ejemplo, al inicio del primer capítulo del Génesis: «En

2 J. Barton, The Dark Side of God in the Old Testament, in K. J. Dell (ed.), Ethical and Unethical in the Old Testament: God and Humans in Dialogue (LHBOTS 528; London: T&T Clark International, 2010) 122-134.

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Cinco principios para leer el Antiguo Testamento • Jean Louis Ska, S.J.

el principio Dios creó el cielo y la tierra» (Gn 1,1). Parece, entonces, que el texto insista en el hecho de que justamente los elementos negativos de la creación sean atribuibles a la acción creadora de Dios. En el segundo Isaías, se trata ciertamente de afirmar que no hay límites al poder de Dios. Permanece todavía -para el lector moderno al menos- una sensación de malestar: Dios es, según este texto, responsable del mal en el mundo y reivindica Él mismo la paternidad del mismo. No es el objetivo de estas breves reflexiones explicar largamente el texto de Isaías 45,7. Quisiera solo citar otro texto, muy diferente, para mostrar que el Antiguo Testamento puede hablar de muchas maneras del mismo Dios. Traigo el texto de un oráculo del profeta Oseas: «No daré curso al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo soy el Santo, y no vendré con ira». Dios, en este texto, promete no destruir de nuevo Efraím, es decir, el reino del Norte. La razón invocada por Dios para justificar su actitud está ligada a su naturaleza divina: «soy Dios, no hombre; en medio de ti yo soy el Santo». En otras palabras, el hecho de no querer destruir es una característica propia de Dios que lo distingue de los hombres. Os 11,9 es uno de los textos que más insiste en la distancia que separa a Dios del ser humano. Dios no reacciona como un hombre y no podemos basarnos en nuestras reacciones para hablar de Dios en un modo adecuado. El libro de Oseas propone, en este caso, una cosa similar a la via negationis de la teología mística. Habla del mismo modo, otro texto del segundo Isaías, bastante conocido. «Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos -oráculo de Yahveh-. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros». (Is 55,8-9). Por volver al texto de Oseas, la característica que distingue a Dios del ser humano es su capacidad de no destruir. En pocas palabras, la lógica del comportamiento divino no obedece a la lógica humana y la diferencia está justamente en la capacidad de Dios de no castigar. ¿Cómo reconciliar el texto de Isaías 45,7 con el de Oseas 11,9? Pienso que no son verdaderamente reconciliables. Cada uno afirma una verdad sobre Dios que ha de ser interpretada según un contexto diferente. El texto de Isaías 45 afirma la potencia de Dios que no tiene límites: el Dios de Israel controla el universo entero y nada de cuanto sucede en el universo puede ser atribuido a una potencia diferente de la del Dios de Israel. El texto de Oseas 11, por su parte, quiere dar esperanza a un pueblo duramente sometido a la prueba e insiste entonces en la misericordia divina. Hay, por tanto, diferentes voces en el Antiguo Testamento y es importante saber cómo y cuándo ha cantado cada voz.

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2. Tocar a dos manos: texto y contexto Hemos visto qué importante era colocar un texto en su contexto para poder entender su significado. Quisiera ahora profundizar sobre este principio con un ejemplo que lo ilustrará de manera bastante convincente. El contexto puede ser histórico o literario, y es a menudo al mismo tiempo histórico y literario. Tomo mi ejemplo de una narración bastante conocida, la caída de Jericó por obra de Josué y del pueblo de Israel (Jos 6,1-27). La narración presenta diferentes problemas. El primero es teológico. Recordemos que Israel acaba de atravesar el Jordán. La conquista de Jericó tiene, por tanto, un valor importante porque se convertirá en una suerte de paradigma de todas las conquistas que seguirán. Justo antes de la conquista de la ciudad, Josué imparte al pueblo una orden que horroriza al lector moderno (Jos 6,17-19) y que se cumplirá puntualmente justo después de la conquista de la ciudad: «Consagraron al anatema todo lo que había en la ciudad, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, bueyes, ovejas y asnos, a filo de espada» (Jos 6,21). ¿Cómo puede Dios permitir, más todavía, pedir que una población entera sea exterminada por un solo motivo: no pertenecen al pueblo de Israel y ocupan un territorio que Israel está conquistando? El segundo problema es de orden histórico. Jericó es una de las ciudades más antiguas de nuestro mundo. Allí han descubierto una torre que se remonta, según los expertos al 9.000 a.C. Sin embargo en el periodo de la conquista, es decir antes de la monarquía, la ciudad ya estaba abandonada. Esto significa que la narración bíblica de la conquista de Jericó no corresponde a un hecho realmente ocurrido. Las murallas de Jericó no han sido destruidas al sonido de las trompetas, como narra el texto bíblico (Jos 6,20) porque ya habían sido destruidas tiempo atrás. ¿Cómo resolver el problema? Se debe decir una primera cosa: el relato bíblico no describe un evento real, la población de la ciudad no fue destruida por la simple razón de que la ciudad estaba deshabitada. Quizás tenemos en estos datos algunos elementos que nos permiten resolver, al menos en parte, nuestro problema. El relato puede ser un intento de explicar por qué Jericó en aquella época, era un montón de ruinas desiertas. Existen muchos relatos de este tipo en la Biblia y en todo el mundo. Son narraciones que intentan explicar costumbres, fenómenos sorprendentes, particularidades del paisaje, fundaciones de ciudades o de santuarios, etc. El relato de Josué, por su parte, intenta responder a una pregunta: ¿por qué Jericó está en ruinas y desierta?

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Un segundo elemento importante para la interpretación de la narración está ligado a la historia de Israel, que no ha sido nunca una gran potencia militar. Israel, sin embargo, ha estado sometido por mucho tiempo a las grandes potencias vecinas, los egipcios, los asirios, los babilonios, los persas, los griegos y los romanos. Durante el periodo bíblico, Israel tuvo la experiencia traumática de las invasiones asirias, a partir del 745 a.C. Entonces fueron los asirios los que introdujeron la usanza de exterminar a las poblaciones conquistadas o reconquistadas. Las inscripciones asirias dan testimonio del modo de hacer bastante despiadado. De esta observación podemos extraer dos consecuencias. La primera es que el libro de Josué fue compuesto en una época reciente, después de las invasiones asirias, y que describe la conquista del país de acuerdo a esquemas prestados de la cultura bélica asiria. Israel no quería ser inferior a las grandes potencias militares del tiempo, al menos en un pasado lejano, y para muchos, quizás casi olvidado. La segunda consecuencia es que Israel ha querido escribir una página de historia bélica gloriosa. No hemos sido siempre vencidos, nos dicen los autores del libro de Josué. También hemos sido vencedores, en una época muy remota. La base de los relatos es a menudo, como se ha señalado, un dato tradicional o una serie de leyendas locales, como por ejemplo aquéllas que nacieron a propósito de las ruinas de Jericó. Lo mismo vale para la conquista de Ai, la segunda ciudad conquistada por Josué. De hecho, en hebreo, Ai significa «ruinas» (Jos 8). Añado finalmente una última observación: las victorias de Dios no pueden ser solo medias victorias. Dios, por fuerza, debe vencer y además sobradamente. Permanece una pregunta sobre la estrategia. ¿Por qué hablar de las «trompetas de Jericó»? Las trompetas se usaban durante las batallas, cierto, pero no como un instrumento de guerra. Servían solo para hacer sonar la alarma, para reunir al ejército o para pasar a la carga. No hay muchos relatos donde las trompetas sirvan para derribar los muros de una ciudad fortificada. ¿Cuál era entonces su función? En Josué 6, no asistimos todavía a una batalla. Es verdad que el ejército rodea la ciudad y da una vuelta alrededor, pero no para conquistarla. La maniobra se asemeja, en efecto, a una procesión: «Vosotros, valientes guerreros, todos los hombres de guerra, rodearéis la ciudad, dando una vuelta alrededor. Así harás durante seis días. Siete sacerdotes llevarán las siete trompetas de cuerno de carnero delante del arca» (Jos 6,3-4). La prueba de que la estrategia es más litúrgica que militar está en el hecho de que el ejército tiene un rol solamente de comparsa, porque no interviene para nada durante las operaciones. Los verdaderos actores son el arca de la alianza y los siete sacerdotes que tocan las siete trompetas. El ejército intervendrá solo cuando las murallas de la ciudad sean derrumbadas. 25


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Existen en la Biblia algunos relatos similares, pero son muy tardíos. Los encontramos en los libros de las Crónicas. Al menos en dos, el resultado de una batalla entre Israel y sus enemigos se decide no por una estrategia particular o por la superioridad numérica, sino más bien por la presencia de los sacerdotes y de las trompetas. En 2Cro 13, Abia, rey de Judea, consigue derrotar al ejército mucho más numeroso de Jeroboán, rey de Israel, y que por otro lado había preparado además una emboscada. El elemento decisivo en la batalla es la presencia, en el ejército del rey de Judea, de sacerdotes que hacen sonar las «trompetas estridentes». Lo mismo proclama Abia al inicio del conflicto: «He aquí que con nosotros, a nuestra cabeza, está Dios con sus sacerdotes y las trompetas del clamor, para lanzar el grito de guerra contra vosotros. Israelitas, no hagáis la guerra contra Yahveh, el Dios de vuestros padres, porque nada conseguiréis» (2Cro 13,12). El segundo caso es muy similar. Josafat, rey de Judea, es atacado por los moabitas, amonitas y los «meunitas» (un pueblo desconocido). ¿Cuál es la estrategia adoptada? He aquí el texto: «Después, habiendo deliberado con el pueblo, señaló cantores que, vestidos de ornamentos sagrados y marchando al frente de los guerreros, cantasen en honor de Yahveh: «¡Alabad a Yahveh porque es eterno su amor!» (2Cro 20,21). Los cantos inician y, según el texto, los enemigos se destruyen unos a otros (2Cro 20,22-23). Las trompetas, sin embargo, aparecen solo más tarde para celebrar la victoria (2Cro 20,28). Hay algunas diferencias entre las batallas de Crónicas y la de Josué 6. En Crónicas, se trata de batallas campales y no del asedio a una ciudad. También el vocabulario es distinto y Crónicas no usa la misma palabra para hablar de «trompetas». Las semejanzas son, sin embargo, bastante evidentes: el elemento litúrgico es en los dos casos decisivo. Como consecuencia, los relatos de Josué 6 y los de Crónicas tienen una intención bien precisa. La victoria de Israel sobre sus enemigos no depende de la fuerza de su ejército, de la calidad de su armamento o de la inteligencia de sus jefes. Depende solo de su fe en su Dios y del culto del mismo Dios. El primer relato de batalla, la captura de Jericó (Jos 6) es por tanto paradigmático también en este sentido. La presencia del arca de la alianza, de los sacerdotes y de las trompetas es más importante que el ejército mismo. La lección es clara, a mi parecer. Josué 6 retoma algunos elementos de la estrategia militar de los asirios, por ejemplo la idea de exterminación, pero para dar una interpretación muy distinta a la descrita. La victoria no es debida a la potencia militar, como en el caso de Asiria. La victoria se debe a algunos elementos esenciales del culto de Israel.

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En conclusión, la interpretación debe por fuerza tener en cuenta el contexto histórico y literario de la narración para evitar dos peligros. El primero es confundir la narración con un relato detallado de un evento realmente acaecido. El segundo es extraer del texto algunas lecciones equivocadas.

3. «La Torah habla el lenguaje de los hombres» (Sifre Números 112) Llego al tercer principio de lectura que me parece muy importante. Si debemos leer la Biblia teniendo en cuenta el ambiente histórico y literario, esto significa que la Biblia entera ha sido escrita en un lenguaje humano, por personas concretas en situaciones concretas. La Biblia, en otras palabras, no es un libro «caído del cielo» o escrito por los ángeles o por seres sobrenaturales. El lenguaje de la Biblia obedece a todas las reglas de cualquier lenguaje humano. Contiene, por tanto, oscuridad, ambiguedad, imperfecciones; además el texto ha sido algunas veces transmitido o copiado mal. Contiene, por tanto, algunos errores de transmisión. En pocas palabras, es importante conocer bien las convenciones del lenguaje bíblico para interpretarlo correctamente. Hablo de los géneros literarios, pero, en un sentido amplio. Por esto prefiero hablar de «convenciones literarias». Tomo un ejemplo simple para ilustrar el principio. El relato que quisiera analizar forma parte del ciclo del profeta Eliseo. He aquí el texto de 2Re 2,23-25: 23 De allí [Eliseo] subió a Betel. Iba subiendo por el camino, cuando unos

niños pequeños salieron de la ciudad y se burlaban de él diciendo: «¡Sube, calvo; sube, calvo!» 24 Él se volvió, los vio y los maldijo en nombre de Yahveh. Salieron dos osos del bosque y destrozaron a cuarenta y dos de ellos. 25 De allí se fue al monte Carmelo, de donde se volvió a Samaría».

El relato escandalizará probablemente al lector moderno. Un hombre de Dios, un profeta, podría mostrarse más paciente y más tolerante. Se sabe muy bien que los chicos se burlan fácilmente de las personas con defectos físicos evidentes, por ejemplo una calvicie. Escandalizan sobre todo las consecuencias de la maldición: cuarenta chicos descuartizados por dos osos que salen del bosque. ¿Cómo explicarlo? A mi entender, hay que tomar tres elementos en consideración. Primero, el relato forma parte de las «leyendas proféticas» que tienen como primer objetivo poner de relieve la autoridad y el prestigio del profeta. Eliseo es un personaje «santo» que merece el respeto. Cualquiera que falta al respeto a un personaje «santo» como Eliseo se arriesga a consecuencias muy graves. La narración ilustra el principio a la perfección.

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El segundo elemento es la fuerza de la maldición, especialmente cuando la pronuncia un hombre como Eliseo. El relato evidencia que la maldición de Eliseo, pronunciada «en el nombre del Señor», tiene un efecto inmediato. No se debe esperar mucho y, por este motivo, es evidente la unión estrecha entre la maldición «en el nombre del Señor» y el fin brutal de los jóvenes descuartizados por los dos osos. Si el incidente hubiese sucedido dos o tres días después, se podía dudar de que fuese un castigo predicho por el hombre de Dios. Finalmente, como tercer elemento es importante recordar que una narración como ésta recién analizada, contiene un único mensaje. Muchos relatos bíblicos, por usar una imagen, son «monolíticos», resaltan un mensaje, insisten en una lección, exaltan una cualidad o un personaje, describen una sola acción, por esto, dejan parte de todo aquello que no sirve a su único objetivo. En nuestro caso, el relato insiste sobre el respeto debido a un personaje «santo», a un «hombre de Dios». La categoría que prevalece es por tanto, la de «santo» como opuesto a «profano». No se puede tratar a un hombre santo como a una persona «profana» o a un ser humano cualquiera. El relato descuida otras categorías. No se pregunta, por ejemplo, cómo distinguir el bien del mal en el comportamiento de los jóvenes y, sobre todo, del profeta. No se plantea tampoco la pregunta sobre la proporción entre la ofensa y el castigo. Ni sobre la posibilidad de perdón, porque los jóvenes han actuado de un modo desconsiderado o sin saber quién era Eliseo. No se pregunta siquiera si los cuarenta y dos jóvenes muertos por los osos, eran los únicos culpables. La lógica es aquella de los relatos populares, es lineal y sin muchos detalles. A la causa, la burla de los jóvenes, corresponde el efecto: la maldición y su consecuencia inmediata. En conclusión, un relato bíblico va interpretado según las reglas y las convenciones de su lenguaje y no del nuestro. ¿Qué debemos decir, entonces del mensaje de una narración como la de 2Re 2,23-25? Importa, pienso, recordar que se trata de un solo relato que ilustra una verdad parcial. No lo dice todo sobre la persona del profeta, no lo dice todo sobre las consecuencias de una falta de respeto y no lo dice todo sobre la justicia y la misericordia de Dios. Existen otros relatos sobre Eliseo que completan el cuadro, hay otros profetas y otros personajes en el Antiguo Testamento. Por retomar el primer principio enunciado, «la verdad es sinfónica». Es importante escuchar toda la sinfonía y no quedarse con una sola nota o con una serie de acordes. Esta reflexión me lleva al cuarto punto.

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Cinco principios para leer el Antiguo Testamento • Jean Louis Ska, S.J.

4. «The narrative is the meaning» - «El relato es el significado» (Hans Frei3) El peligro de la lectura, y del uso de la Biblia, es como apenas hemos observado, el de absolutizar un aspecto, un texto. El verdadero mensaje está en el conjunto. «Lo verdadero es el todo», decía el filósofo alemán Hegel4. Otro peligro es buscar el mensaje de un relato -o de cualquier texto bíblico- en una idea abstracta, en una verdad dogmática o en una lección moral. Quisiera dar un paso adelante y mostrar que el verdadero mensaje de un relato no es una idea abstracta. Está sobre todo en la experiencia de la lectura. Se debe aprender a leer. Mi profesor, bien conocido en España, el P. Luis Alonso Schökel, decía que el problema no era leer la Biblia, el verdadero problema era: leer. Con todo, esta vez quisiera ofrecer un breve ejemplo de lectura provechosa de una narración bíblica, según unas reglas simples. El texto seleccionado es el relato del paso del mar, también titulado, «el milagro del mar» (Ex 14,1-31). El pasaje describe en una página célebre cómo un ejército egipcio, que seguía al pueblo israelita apenas liberado de la esclavitud, desaparece en el mar, cubierto por las aguas, mientras Israel se salva tranquilamente. Dejo de lado los problemas de interpretación de una narración que contiene dos versiones diferentes del milagro. En la primera, Israel atraviesa el mar y las aguas cubren a los egipcios que les seguían en un paso abierto en medio del mar. En la segunda versión, el mar que había estado sostenido por un fuerte viento retorna a su puesto, de mañana. Los egipcios que se encontraban en el lugar equivocado son derribados y anegados por las olas. Entre tantas preguntas que suscita el relato, hay una que podemos descartar rápidamente: ¿qué es lo que ocurrió realmente? No lo sabremos nunca porque el relato no contiene indicaciones precisas sobre la fecha del evento. Además los autores del drama permanecen todos anónimos, menos Moisés. El faraón, por ejemplo, no tiene nombre, como tantos otros soberanos egipcios nombrados en la Biblia. El primer faraón nombrado será Sicac en 2Re 14,25, que invadió el reino de Judea bajo Roboán, hijo de Salomón.

3 H. W. Frei, The Eclipse of Biblical Narrative: A Study in Eighteenth and Nineteenth Century Hermeneutics (New Haven, CT: Yale University Press, 1974, 31978) 270; en la pág. 280 añade: «El significado emerge de la forma de la historia». 4 «Das Wahre ist das Ganze», G. W. F. Hegel, Phänomenologie des Geistes (Bamberg – Wurzburg: Goebhardt, 1807) (prologo). [«Lo verdadero es el todo», G.W. F. Hegel, Fenomenología del Espíritu (Valencia, Ed. Pre-textos, 2006)].

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Por volver a nuestro texto de Éxodo 14, existen algunas indicaciones de lugar que, de buenas a primeras, parecen detalladas. En su orden a Moisés, el Señor le pide a Israel «acamparse de frente a Pi Hajirot, entre Migdol y el mar, enfrente de Baal Sefón» (Ex 14,2). Los especialistas, sin embargo, nos dicen que estos lugares son poco precisos y muy difíciles de señalar sobre un plano. Tienen diferentes propuestas pero no ha sido posible encontrar una solución enteramente satisfactoria. En pocas palabras, parece verdaderamente que el autor del pasaje hubiera usado una serie de topónimos que - según sus conocimientos o según algunas tradiciones a su disposición - se encuentran cercanos a un mar que separaba Egipto del desierto. Añadamos que los nombres son bastante genéricos: Migdol significa «torre», Baal Sefón significa «El Baal del Norte» y Pi Hajirot es un lugar desconocido de significado oscuro. Un relato histórico es, habitualmente, mas preciso de lo que es Éxodo 14. Se debe por tanto buscar en otro lugar el significado del pasaje. Tomemos como punto de partida la conclusión del relato: «Y viendo Israel la mano fuerte que Yahveh había desplegado contra los egipcios, temió el pueblo a Yahveh, y creyeron en Yahveh y en Moisés, su siervo» (Ex 14,31). Según este versículo conclusivo, el pasaje muestra cómo nace en Israel el temor y la fe. El temor, como se sabe, tiene poco que ver con el miedo. Se trata sobre todo de respeto, de veneración y de deferencia. La fe de la que habla Ex 14,31, por su parte, no es solamente fe en el Señor, sino además en Moisés, servidor del Señor. Ninguno duda que el temor del Señor y la fe sean elementos esenciales de la religión de Israel. Se puede todavía decir de maneras diferentes, y también de modos más simples. La escenografía de Ex 14 puede parecer superflua si se quiere enunciar una verdad de este tipo. ¿Por qué entonces tenemos el relato que conocemos? Mi respuesta es breve. La narración no dice que Israel deba creer en su Dios. El relato describe, por otro lado, cómo Israel ha creído en su Señor. Es esencial, entonces, estar atento a los detalles del relato que señalan las diversas etapas de una experiencia de fe, pero nos dicen poco sobre el deber de creer. Las etapas principales del relato son cuatro. En la primera, el lector -y un relato no puede existir sin la participación activa del lector- viene a saber que el faraón decide seguir a los israelitas para hacerles volver a Egipto (14,5-7). Hemos de señalar que sólo al lector se le informa de la decisión. El pueblo de Israel ignora lo que ocurre en el palacio del faraón. El lector, de nuevo él, ve a los egipcios iniciar la persecución con su formidable ejército de carros, mientras Israel no se da cuenta de nada (14,8). Notamos de nuevo que sólo el lector está en grado de observar al mismo tiempo al ejército egipcio que se acerca y al pueblo de Israel que camina en el desierto sin enterarse de cuanto está sucediendo a sus espaldas.

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El versículo siguiente (14,9) describe el momento en el cual los egipcios alcanzan a los israelitas que están preparando el campamento delante del mar para pernoctar. Otra vez, sólo el lector sabe que los israelitas están ahora entrampados entre el mar y el ejército egipcio. Israel no se ha dado cuenta todavía de nada. ¿Cuál es el efecto de tal estrategia narrativa? El objetivo es preparar lo que viene al final - en 14,10: «Al acercarse Faraón, los israelitas alzaron sus ojos y, viendo que los egipcios marchaban tras ellos, temieron mucho los israelitas y clamaron a Yahveh». Podemos añadir, sin miedo a equivocarnos, que el gran temor experimentado por Israel había sido ya anticipado bastante tiempo antes al lector, que ha asistido a todas las fases de la persecución, desde la decisión inicial hasta el momento en el cual el terrible ejército egipcio alcanza a los israelitas cerca del mar. El objetivo del relato, por tanto, es el de apremiar e invitar al lector a entender y a experimentar aquello que está escrito en el relato. El miedo era del lector, antes de ser de los israelitas. En la segunda etapa, Moisés intervine de un modo inesperado para calmar los ánimos: «Contestó Moisés al pueblo: «No temáis; estad firmes, y veréis la salvación que Yahveh os otorgará en este día, pues los egipcios que ahora veis, no los volveréis a ver nunca jamás. Yahveh peleará por vosotros, que vosotros no tendréis que preocuparos» (Ex 14,13-14). Entre los elementos esenciales del discurso de Moisés nos quedamos sobre todo con el inicio: «¡No tengáis miedo!». Todo el resto, en efecto, trata de justificar esta primera orden: el mismo Señor está a punto de intervenir y salvar a su pueblo. Se trata de una verdadera apuesta porque todo indica, sin embargo, que el plan de los egipcios es el ganador. No hay ninguna vía de escape para los israelitas. Esta vez, en cambio, el lector no recibe ninguna información previa y ya no goza de una situación privilegiada. Debe seguir el curso de los acontecimientos para verificar si Moisés tenía razón o no de apostar sobre una intervención de Dios. Se encuentra, entonces, en la misma situación que el pueblo de Israel. Ahora bien, Moisés ha tenido razón y el relato confirma su previsión. En la tercera etapa, Dios interviene como se ha descrito anteriormente: el viento que ha soplado toda la noche deja de soplar al rayar el alba, el mar vuelve a su lugar, el ejército egipcio es presa del pánico, permanece encallado en la arena húmeda, después intenta escapar en la dirección equivocada, pero, encuentra el mar que lo desbarata y lo arrolla (14,24-25.27b). La última etapa es ya conocida. Por la mañana, Israel descubre los cadáveres del ejército egipcio en la orilla del mar (14,30): «temió el pueblo a Yahveh, y creyeron en Yahveh y en Moisés, su siervo». Ahora, Israel ya no tiene miedo del ejército egipcio, sino que teme al Señor. Ha pasado del miedo al temor, de la duda a la fe, de la esclavitud en Egipto a la libertad en el desierto, de la opresión del faraón al reino del Señor. 31


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Quiere, en conclusión, poner el acento en un solo punto. El verdadero mensaje del relato -al menos de la parte del relato recién analizado- no es una verdad abstracta. Está ligada a la experiencia de un lector implicado desde el principio de la descripción. El lector «vive» el miedo de Israel, lo imagina y lo construye mentalmente antes de que Israel tenga concretamente miedo. Después el lector se deja sorprender por la apuesta de Moisés, acierta con Israel en el hecho de que Moisés tuviese razón, y al final puede acabar pensando que Israel, el Israel del relato, tiene excelentes motivos por los cuales «temer» a su Señor, y por los que fiarse de Él y de Moisés, que ha hecho de la apuesta justa en el momento justo. El objetivo del relato es, pienso, permitir al lector hacer, con el Israel del relato, una experiencia de fe y de «temor del Señor». En este sentido, el significado del relato es inseparable de la experiencia de lectura. «El relato es el significado».

5. Primero la música, después las palabras» (Riccardo Muti) «Estos fueron los israelitas revistados por casas paternas. Total de alistados en los campamentos, repartidos en cuerpos de ejército, seiscientos tres mil quinientos cincuenta» (Nm 2,32). La cifra proporciona el resultado final del censo pedido por Dios a Moisés al inicio del libro de los Números. Se debe añadir a este censo los veintidós mil levitas de Nm 3,39. Estamos, recordémonos, en el desierto del Sinaí y el pueblo se prepara para caminar hacia la tierra prometida. La cifra ha sorprendido a muchos autores, sobre todo en los tiempos modernos. Las personas censadas son solo los hombres capaces de llevar armas, es decir, aquellos de más de veinte años. Se debe por tanto añadir a la cifra, las mujeres, los niños y los ancianos. Los expertos dicen que se llega a la cifra aproximada de más de dos millones. Surge inmediatamente otra pregunta: ¿cómo una población así ha conseguido sobrevivir en el desierto por cuarenta años? Existen muchos problemas prácticos que resolver cada día. Pensemos solo en el agua. En los países en vía de desarrollo, una persona usa una media de diez litros de agua cada día, mientras que en los países desarrollados, por ejemplo en el Reino Unido, una persona utiliza cerca de ciento treinta y cinco litros de agua cada día. La necesidad de agua cotidiana del pueblo de Israel en el desierto era por tanto, al menos veinte millones de litros, y esto solo para los hombres, sin hablar de los animales. Se puede sin más redoblar la cifra. No hablemos de la comida, del número cotidiano de nacimientos y de defunciones, de la higiene y de los problemas debidos a la promiscuidad o de la necesidad de pastos o de forraje para los rebaños. En pocas pala-

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bras, es difícil imaginar que el dato suministrado en el libro de los Números sea real. Es difícil pensar que más de dos millones de personas hayan podido sobrevivir en un ambiente inhóspito como el desierto del Sinaí por cuarenta años. Se podrían añadir los otros detalles del mismo tipo para llegar, de todos modos, a la misma conclusión: el relato bíblico sobre la permanencia del pueblo de Israel en el desierto es poco verosímil. Si tal relato no es realista, ¿será legendario? ¿Se trata solo de una narración popular sin verdadero fundamento en la realidad? El problema es serio. Lo hemos señalado a propósito de un detalle, el censo del libro de los Números, pero el mismo problema de la verosimilitud se le presenta muy a menudo a quien lee atentamente el Antiguo y también el Nuevo Testamento. Se debe encontrar una solución aceptable, si no podríamos dudar de los fundamentos de nuestra fe. He citado al inicio de este apartado el título de la autobiografía de un gran director de orquesta, Riccardo Muti: «primero la música, después las palabras5». Nos servirá de guía en la búsqueda de una respuesta a nuestro problema. O sea, la solución no se ha de buscar en las «palabras» o en el detalle del texto. Se ha de buscar sobre todo en la «música» de la Biblia, es decir, el elemento que integra cada particular en un conjunto mucho más grande y de naturaleza diferente. Se me permita desarrollar otra imagen. Un concierto o una sinfonía es más que una serie de notas, de acordes y también de movimientos. La música une todos los elementos en una composición única. Lo mismo vale para la Biblia. Está hecha de palabras, de frases, de relatos o de oráculos, de poesía y de oraciones, de cartas y de reflexiones de todo tipo. Sin embargo, la «verdad» de la Biblia no se ha de buscar en un primer lugar en uno o en otro de los elementos que la componen ni tampoco en una serie privilegiada de estos elementos. La verdad está en la composición final que recoge todos los elementos y que hace de ella una sola obra orgánica. Esta composición final es el fruto de una larga búsqueda y de una serie de respuestas a las mismas preguntas: ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestro futuro? Todo el Antiguo Testamento intenta responder en cada época a estas preguntas y el Nuevo Testamento dará las últimas respuestas, siempre a estas preguntas. Para retomar la pregunta sobre la historicidad y la veracidad de los relatos bíblicos, me parece útil aplicar el mismo principio. La verdad de los relatos no está en el detalle de cada narración, por ejemplo en la cifra del censo de Números 2, no tendremos respuestas a otras preguntas como, por ejemplo: ¿No ha permanecido Noé de

5 Se trata del título de una ópera escrita por Antonio Salieri (1786).

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verdad en el arca por más de un año con toda su familia y una pareja de cada especie de animales (Gn 7-8)? ¿Tenía Abrahán verdaderamente ciento cuarenta años cuando nació Isaac (Gn 21,5)? ¿El pueblo de Israel ha atravesado realmente el mar en una noche, mientras las aguas formaban un muro a derecha y a izquierda (Ex 14,22-29)? ¿David y Salomón han reinado de verdad sobre un grande imperio? Podemos multiplicar las preguntas para las cuales no tendremos nunca una respuesta precisa. Sin embargo podemos decir una cosa, y se trata de una cosa esencial. El pueblo de Israel no es una invención. Ha existido realmente. La tierra de Israel no es una tierra imaginaria, al contrario. La Biblia, por tanto, contiene las tradiciones y las aspiraciones de un pueblo real. Así mismo, la iglesia primitiva ha existido realmente y el Nuevo Testamento contiene lo esencial de su experiencia de Jesucristo y de su fe en Él. La veracidad de los relatos bíblicos, volviendo a nuestra pregunta, se ha de buscar allí. Por limitarnos al Antiguo Testamento, cada parte, hasta la menos importante, forma parte de la composición musical de un pueblo que intenta entender, de frente a su Dios y a las naciones del mundo, que intenta así mismo definir su identidad y encontrar razones para vivir y esperar, a pesar de las terribles tribulaciones de su historia.

6. Conclusión He iniciado estas reflexiones hablando de música y diciendo que la verdad es sinfónica. Concluyo con otra referencia a la música, citando la frase de Riccardo Muti: «primero la música, después las palabras». Quisiera unir las dos para decir, en una final unísono a las imágenes usadas hasta ahora. Podemos afirmar que la verdad del Antiguo Testamento es sinfónica porque el Antiguo Testamento es una sinfonía interpretada por muchos instrumentos, desarrollada en muchos movimientos, y que dura muchos siglos. Para apreciarla, es indispensable conocer algo del arte de su composición y sobre todo del arte de su interpretación. Jean Louis Ska, S.J. Catedrático del Pontificio Instituto Bíblico (Roma)

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Palabra y misión. Orientaciones para una nueva evangelización Introducción. 1. El tema central de la evangelización. 2. La preparación de los apóstoles para la evangelización. 2.1. La naturaleza del apostolado. 2.2. La formación de los apóstoles. 2.3. La misión de los apóstoles. 2.4. El apostolado y la formación de Pablo. 3. El lugar primario de la evangelización. 4. Algunas orientaciones para la nueva evangelización. 4.1. Consideración ulterior: Tres vías hacia la fe en Dios.

La diócesis de Vitoria-Gasteiz quiere dedicarse a una nueva evangelización también para celebrar adecuadamente su fundación, ocurrida hace 150 años. Esta iniciativa de la diócesis de Vitoria-Gasteiz se inserta en un empeño que desde hace tiempo concierne a toda la Iglesia Católica. Me gustaría mencionar tan sólo algunas de las últimas iniciativas. En el año 2008 el Sínodo de los Obispos se ocupó del tema La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, tema muy parecido a nuestra «Palabra y Misión». En el año 2010 el Papa Benedicto XVI publicó la exhortación apostólica post-sinodal Verbum Domini en la que retoma y profundiza los trabajos del Sínodo. Del 11 de octubre de 2012 al 24 de noviembre de 2013 la Iglesia celebrará un «Año de la Fe», para recordar los 50 años del comienzo del Concilio Vaticano Segundo. En octubre de este año 2012 se reúne de nuevo el Sínodo de los Obispos con el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. El título expresa claramente cuál es el objetivo de la nueva evangelización, es decir, la transmisión de la fe cristiana. Acontece, por tanto, con toda la Iglesia, el hecho de que la diócesis de VitoriaGasteiz se empeñe por la nueva evangelización, y lo hace tomando como punto de partida y como base la Palabra de Dios. Me han solicitado ofrecer algunas claves, algunas orientaciones para que la lectura del Nuevo Testamento sea fructífera e inspiradora para la nueva evangelización. Presupongo que la nueva evangelización se entiende como renovación del primer y originario anuncio del Evangelio, que está certificado en los escritos del NT. Por tanto, presento mis reflexiones y propuestas, partiendo siempre del Nuevo Testamento, y lo hago en cuatro partes: 1. El tema central de la evangelización; 2. La preparación de los apóstoles para la evangelización; 3. El lugar originario de la evangelización; 4. Algunas orientaciones ulteriores para la nueva evangelización. 35


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1. El tema central de la evangelización Todos los escritos del Nuevo Testamento son, antes que nada, testimonios de la primera y originaria evangelización. Este hecho es obvio para los 4 evangelios y las cartas del apóstol Pablo, pero se verifica también en los demás escritos. Ya el título «Palabra y Misión», es decir, Palabra de Dios certificada en el Nuevo Testamento y Misión, manifiesta el hecho de que la nueva evangelización no quiere cambiar o superar, sino seguir y renovar, la primera y originaria evangelización. Ahora bien, nuestra pregunta es: ¿Cuál fue el tema central de la primera evangelización, certificada en el Nuevo Testamento? La respuesta se da por descontada y se entiende por sí misma, pero queremos mostrarla refiriéndonos a algún texto del Nuevo Testamento. La primera carta del apóstol Pablo a los Tesalonicenses es considerada como la primera de sus cartas y como el escrito más antiguo del NT, redactado hacia el 50/51 d.C. En 1Ts 1,9-10 Pablo describe el resultado de su anuncio del Evangelio a Tesalónica y dice: «Os habéis convertido de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero y esperar a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien él resucitó de entre los muertos, y que nos salva de la ira venidera». Se manifiestan aquí muchos elementos que son esenciales para la evangelización paulina: llamar a la conversión, identificar los ídolos, abrir nuestro mundo, que es un mundo cerrado y ofuscado por la muerte, y ofrecer la perspectiva de un futuro imperecedero y luminoso. Todos estos elementos son fundamentales, pero reciben su auténtico significado del centro del anuncio de Pablo. El objetivo principal de Pablo es: conducir a los que lo escuchan al conocimiento del Hijo de Dios, Jesús, al que Dios ha resucitado de entre los muertos y que hace conocer al Dios vivo y verdadero. Evangelización significa para Pablo hacer conocer la persona de Jesús de Nazaret; Jesús, no sólo como una persona humana de excepcionales cualidades, sino Jesús como Hijo de Dios, en su relación personal única con Dios Padre. Pablo quiere conducir a sus oyentes no sólo a un conocimiento exterior e intelectual de Jesús, sino a la fe en Jesús, a la confianza íntima, más viva y personal en él. La conversión alcanza su meta, los ídolos pierden su fascinación y su fuerza atractiva, el futuro se vuelve tanto más radiante y seguro cuanto más viva, personal y consciente es la fe en Jesús Hijo de Dios, vencedor de la muerte. Pasamos del apóstol Pablo a los evangelios. El evangelio de Marcos es considerado el más antiguo de los evangelios, escrito hacia el año 70 d.C. El primer versículo de Marcos señala: «Comienzo del Evangelio de Jesús, Cristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1). Aquí se habla explícitamente del Evangelio. La nueva evangelización se refiere precisamente al Evangelio, y quiere renovar la comunicación del Evangelio, de la Buena

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Noticia. Se trata de una noticia que es comunicación de un hecho, y no un mandamiento, ni tampoco una teoría, una especulación, un relato ficticio etc. Mc 1,1 presenta explícitamente como contenido de la Buena Noticia este hecho: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. El título ‘‘Cristo’’ expresa el significado de Jesús para Israel, el pueblo de Dios, y para toda la humanidad; la denominación ‘‘Hijo de Dios’’ indica su relación con Dios. El hecho de que Jesús de Nazaret es efectivamente el Cristo y realmente el Hijo de Dios constituye para Marcos el contenido central del Evangelio y, por consiguiente, de la evangelización. Después de este inicio, que es una verdadera clave de lectura, Marcos refiere las acciones, las palabras, la pasión y la resurrección de Jesús. Pero, respecto a cada hecho que Marcos cuenta, se puede y tiene que preguntar: ¿Cómo se manifiesta ahí el Cristo y cómo el Hijo de Dios? ¿Qué enseña tal palabra y tal acontecimiento respecto a su significado para el pueblo de Dios y respecto a su relación con Dios Padre? Del comienzo del evangelio más antiguo, el de Marcos, vamos a la primera conclusión del evangelio de Juan, que generalmente es considerado como el más reciente de los evangelios. El evangelista habla de los límites y del objetivo de su obra y dice: «Jesús, en presencia de sus discípulos, hizo muchos otros signos que no han sido escritos en este libro. Pero éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn 20,30-31). Todo el libro tiene el objetivo de la evangelización. Refiere ante todo los signos de Jesús, es decir, sus milagros, sus obras de poder. El objetivo explícitamente indicado es el de conducir a los lectores y oyentes a la fe en Jesús. Esta fe no es un sentimiento vago e indeterminado, sino que tiene un contenido, es decir, el hecho: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. El mismo hecho que Marcos presenta como contenido central del anuncio, de la evangelización, Juan lo presenta como contenido principal de la fe, al que quiere llevar a sus lectores. Éstos se ven interpelados directamente cuando indica el objetivo de su libro: «para que vosotros creáis» (Jn 20,31). Comunica además un segundo objetivo de su libro, y lo especifica como fruto y consecuencia del primero: «para que, creyendo, tengáis la vida en su nombre» (Jn 20,31). La fe se evidencia como acceso a la vida. En el centro de la actividad de Jesús se encuentra la vida. Se identifica a sí mismo y dice: «Yo soy el pan de vida; quien viene a mí no tendrá hambre y quien cree en mí no tendrá sed, ¡nunca!» (Jn 6,35).Y, definiendo la propia misión, precisa: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). El objetivo de la misión de Jesús y, por consiguiente, de la evangelización no es un pobre malvivir, sino la vida en plenitud y abundancia.

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Otro aspecto de su misión es la alegría. Jesús afirma en su oración al Padre: «Pero ahora yo voy a ti y digo esto mientras estoy en el mundo, para que tengan en sí mismos la plenitud de mi alegría» (Jn 17,13; cfr. 15,11). Estamos acostumbrados a ver a Jesús como el ‘varón de dolores’, pero éste solamente es un aspecto. Jesús, desde siempre y por siempre, está caracterizado por la plenitud de la alegría, es la alegría que proviene de su unión de vida con Dios Padre en el Espíritu Santo. Jesús quiere comunicar su vida y su alegría a los que creen en él; éste es el objetivo de su misión. La evangelización no tiene un objetivo y criterio más elevado y válido que el de conducir a la fe en Jesús, conducir a su vida y a su alegría. La evangelización tiene que ser concebida y realizada de un modo que favorezca y refuerce la cultura de la vida en todas sus expresiones, y haga superar la cultura de la muerte, tan difundida y potente.

2. La preparación de los apóstoles para la evangelización Los primeros en anunciar el Evangelio fueron los apóstoles, que fueron elegidos por Jesús y que recibieron su formación y su misión de Jesús.

2.1. La naturaleza del apostolado La palabra griega «apostolos» significa «enviado, misionero». Designa una persona que no viene en nombre propio y no comunica las propias ideas, intenciones, normas y fines, sino que transmite fielmente lo que le ha confiado quien le envía. Jesús se considera a sí mismo como un enviado, el enviado de Dios Padre. Les dice a sus apóstoles: «Como el Padre me ha enviado, también os envío yo» (Jn 20,21). Jesús dice también que no comunica sus propios pensamientos sino que: «Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15; cfr. 3,32; 12,50). En la misma línea afirma: «He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38; cfr. 4,34). El apóstol es fiel a su tarea solamente en el caso de no hacer su voluntad sino la voluntad del que le ha enviado, y no comunica lo que le gusta a él o a sus oyentes (cfr. 2Tm 4,3), sino lo que ha oído al que le ha enviado. Esta norma es válida y esencial también para la nueva evangelización. También hoy somos apóstoles, enviados, y tampoco hoy somos señores sino servidores del Evangelio. Se precisan una responsabilidad, atención y verificación permanentes sobre lo que anunciamos y comunicamos: si corresponde realmente al Evangelio de Jesús, testimoniado por los apóstoles y transmitido en la Iglesia, o si proviene de nuestras preferencias o de tantas otras fuentes. La fidelidad al que envía y a su Evangelio es fundamental y decisiva para una auténtica evangelización.

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2.2. La formación de los apóstoles Jesús proporciona a sus apóstoles una verdadera preparación y formación para su tarea. Anuncia ya su intención en la llamada de los primeros cuatro discípulos cuando dice: «Os haré llegar a ser pescadores de hombres» (Mc 1,17). Un componente esencial de la actividad de Jesús es justamente la formación de estos pescadores de hombres. No podemos describir ahora los distintos elementos de esta formación; el factor más importante, y también el más simple, es la comunión de vida permanente de los discípulos con Jesús, que está basada en su invitación inicial: «Venid detrás de mí» (Mc 1,17). De ahora en adelante, los discípulos estarán siempre en el seguimiento de Jesús. En los cuatro evangelios Jesús está con los discípulos. No sería una caracterización adecuada de los evangelios llamarlos «presentaciones de las acciones y palabras y del destino de Jesús». Los evangelios describen la actividad de un Jesús que está persistentemente acompañado por los discípulos. En este sentido, los cuatro evangelios son presentaciones de la formación que los discípulos reciben de Jesús. La relación entre formación y misión, entre comunión de vida con Jesús y continuación de la obra de Jesús, está expresada de modo clásico donde Marcos indica el doble objetivo de la elección de los doce apóstoles: «Constituyó Doce -a los que llamó apóstoles-, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar demonios» (Mc 3,14-15). Los dos objetivos, comunión de vida con Jesús y misión a la evangelización, están íntimamente conectados. La misión presupone la comunión de vida, no es posible sin esta última. La comunión de vida significa: asistir a toda la actividad de Jesús, estar continuamente bajo el influjo de su persona, conocerlo cada vez mejor, hacerse cada vez más familiar a él, creer cada vez más en él. Hemos visto que el objetivo de la evangelización es éste: conducir a la fe en Jesús que es el Cristo, el Hijo de Dios. Una persona que no conoce a Jesús y no cree en Jesús ¿cómo puede conducir a la fe en Jesús? Sin la comunión de vida con Jesús, la misión no puede ser otra cosa que activismo estéril. Pero ¿cómo podemos vivir con Jesús hoy? ¿Cómo podemos conseguir un conocimiento cada vez más profundo de su persona? Hay muchas vías y posibilidades. En este contexto del País Vasco querría mencionar como ejemplo los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Como sabemos, los Ejercicios nos conducen por el Evangelio y, como éste, se centran en la persona de Jesús. El objetivo de los Ejercicios se manifiesta en la petición que, de modo adaptado, es la misma para todas las meditaciones: «demandar conoscimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga» (ES 104). Se desea que las meditaciones lleven al conocimiento interior del Señor, a un amor más grande y a un seguimiento más fiel. Pero

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esto no se considera resultado de los esfuerzos humanos, sino don de Dios que se solicita en la oración. Esta relación personal con Jesús cada vez más viva es el objetivo de los Ejercicios Espirituales; es el objeto de la súplica; es la condición para la verdadera evangelización.

2.3. La misión de los apóstoles Constituye la conclusión de la formación de los apóstoles, cuando el Señor resucitado los envía a la evangelización de todos los pueblos. En Mt 28,18-20 encontramos esta palabra final: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a custodiar todo lo que os he mandado.Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta al fin del mundo». En la palabra de Jesús resucitado se manifiestan muchos elementos esenciales de la evangelización: la posición del que envía, los destinatarios, el objetivo principal, los dos medios más importantes, la fuerza portadora. Jesús ha rogado: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra» (Mt 11,25). Este Padre y Dios ha dado a Jesús todo poder con su resurrección. Los misioneros, tantas veces en situaciones difíciles y profundamente descorazonados, fácilmente olvidan quién es el que los envía. Experimentan la debilidad de sus esfuerzos humanos. Tienen que acordarse de la posición de quien los envía y creer firmemente en él. El Señor resucitado, plenipotenciario de Dios, determina también los destinatarios de la evangelización: todos los pueblos, es decir todos los hombres de todos los tiempos. Ordena e indica como primer deber: hacer discípulos a todos los pueblos. Hasta ahora los Once a los que Jesús se dirige eran discípulos suyos. Saben por propia experiencia qué significa ser discípulos de Jesús. El discipulado está caracterizado, no por ciertas prácticas, oraciones o ritos, sino por la relación viva con Jesús, por la confianza en él como maestro y guía, por la comunión de vida con él. Conducir a esta relación personal con Jesús, relación de confianza y de amor, es el primer objetivo de la evangelización. Los dos elementos siguientes precisan qué caracteriza a los discípulos de Jesús, esto es, creer en Dios como Jesús lo ha revelado y vivir según las normas que Jesús ha dado a sus discípulos. El bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo no es un rito externo, impersonal, automático o mágico. Presupone el anuncio del Evangelio, presupone la catequesis bautismal, presupone la fe consciente y viva en el Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Evangelio que anuncia: Jesús es el

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Cristo, el Hijo de Dios, implica el anuncio de Dios Padre de quien Jesús es Hijo, y el anuncio del Espíritu Santo que crea la más íntima unión de conocimiento, de amor y de vida entre Dios Padre y Dios Hijo. Ésta es la novedad más grande e importante de la misión de Jesús; él trae un nuevo conocimiento de Dios, que va incisivamente más allá del que fue concedido en el Antiguo Testamento. Se conocía a Dios, Creador del cielo y de la tierra, que tiene frente a sí solamente a sus criaturas, las cuales, aunque sean buenas y maravillosas, no son iguales a él, sino diferentes de él de un modo incomparable. Jesús, el Hijo de Dios, con su presencia y su actividad, hace conocer al Dios Creador del cielo y de la tierra, que no está sólo consigo mismo, sino que es comunión en sí mismo, comunión a nivel divino, comunión de iguales, comunión del Padre con el Hijo en el Espíritu Santo. Comunión significa amor, conocimiento, compartir todo de modo perfecto. No somos capaces de comprender el misterio de Dios con nuestra mente limitada o expresarlo con nuestras palabras. Sólo podemos intentar acercarnos a este maravilloso misterio de la más perfecta comunión con nuestra comprensión y con una vida que, real y sinceramente, no se caracterice por el egoísmo que nos vuelve aislados y solitarios, sino por el amor, por el amor de Dios y por el amor de las personas humanas. En el centro de la revelación aportada por Jesús está el misterio de Dios que es amor y comunión. En consecuencia, la evangelización tiene que tener este centro. La primera carta de Juan señala: «Queridísimos, amémonos los unos a los otros, porque el amor es de Dios: quienquiera que ama ha sido engendrado por Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1Jn 4,7-8). Y repite: «Dios es amor; quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él» (4,16). Una relectura de esta carta puede ofrecer mucha inspiración para el espíritu y la praxis de la evangelización. También una relectura de la primera encíclica del Papa Benedicto XVI Deus caritas est, que comienza con la cita de 1Jn 4,16. Podemos añadir aquí y arriesgar esta afirmación: Es una especie de evangelización todo lo que hace salir a los hombres del aislamiento y del egoísmo, y los abre al amor y al servicio, y todo lo que crea y favorece comunión, comprensión, cooperación -en todo sitio y a todos los niveles- en la Iglesia o fuera de la Iglesia, hecho por instituciones de la Iglesia o hecho por otros.Vemos que la evangelización recomienda y requiere también la cooperación con todos los hombres de buena voluntad. El Dios revelado por Jesús, el Dios del bautismo cristiano es el Dios de la comunión y del amor, a nivel divino y en perfección divina. El bautismo en su nombre, que fue administrado originariamente con la inmersión en el agua, tiene un doble sentido. El agua significa purificación, pero también vida; la inmersión significa muerte, pero

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también resurrección. La purificación concierne a los pecados de la vida pasada y subraya esa conversión de los ídolos al Dios vivo y verdadero de la que habla Pablo (1Ts 1,9). La inmersión y la siguiente emersión significan la participación en la muerte de Cristo (muerto al pecado por nosotros), y en la resurrección de Cristo y en su vida nueva (Pablo en Rm 6,3.5). Su vida está en la gloria de Dios, en la perfecta comunión con el Padre en el Espíritu Santo. El bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo nos une con este Dios, nos sumerge en su vida, nos pone bajo su protección, nos hace entrar en la familia de Dios, nos vuelve hijos e hijas del Padre, hermanos y hermanas del Hijo y templos del Espíritu Santo (cfr. 1Cor 3,16), nos hace participar en la verdadera y plena vida de Dios. Los apóstoles enviados por el Señor resucitado tienen que hacer discípulos a todos los pueblos, discípulos tales que son caracterizados por la íntima comunión de vida con Dios. Al mismo tiempo tienen que enseñarles «a custodiar todo lo que os he mandado» (Mt 28,20). Lo que ellos, como discípulos de Jesús, han aprendido de Jesús tienen que transmitir a los nuevos discípulos. No todos los modos de vivir son compatibles con la comunión de vida con el Dios que es amor. La enseñanza que Jesús les imparte a sus discípulos tiene justamente este objetivo de hacerles saber qué modo de vivir es justo y corresponde a la comunión de vida con Dios. Empezando por el Sermón de la Montaña (Mt 5-7), Jesús les ha enseñado la justicia, el actuar justo. Él mismo ha formulado también una síntesis de la enseñanza que citamos. En el Sermón de la Montaña dice: «Todo cuanto queréis que los hombres os hagan, hacédselo también vosotros a ellos: esto, en efecto, es la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Toda persona humana sabe instintivamente qué es bueno para ella y cómo quiere ser tratada por los demás. Este saber tiene que ser la ley natural, el punto de orientación para el propio comportamiento hacia los otros. Más tarde Jesús dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el gran y primer mandamiento. El segundo es parecido a aquél: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22,37-40). Solamente un comportamiento guiado y determinado por el amor está en conformidad con la comunión de vida que nos ha sido regalada en el bautismo por el Dios que es amor. Para concluir, el Señor resucitado les dice a los misioneros que envía a la evangelización de todos los pueblos: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Les ha confiado una maravillosa, pero también inmensa y ardua tarea. No los deja solos con la difícil tarea sino que les asegura su presencia permanente y su asistencia. Cuando Jesús envió a los doce apóstoles a su primera misión, limitada «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10,6), les dijo antes

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que todas las demás instrucciones: «La mies es abundante, pero son pocos los obreros. Rogad al Señor de la mies, para que envíe obreros a su mies» (Mt 9,37-38). Esta palabra de Jesús es aún más válida referida a la misión universal a todos los pueblos. Los misioneros, también los de la nueva evangelización de hoy, tienen que ser conscientes ante todo de que Dios es el Dios de la evangelización. Tienen que saber también que su primera tarea no es la actividad misionera, sino la oración, dirigida al Señor de la mies. Tienen que recordar de nuevo el hecho de que son enviados por Jesús resucitado, que vive para siempre en la gloria de Dios, que tiene «todo poder en el cielo y sobre la tierra», y que está con ellos «todos los días, hasta el fin del mundo» (cfr. Mt 28,18-20).

2.4. El apostolado y la formación de Pablo En lo que respecta a la formación de los apóstoles, nos hemos ocupado hasta ahora de los evangelios. Pero también queremos dirigir una breve mirada al apóstol Pablo. No participó en el seguimiento de Jesús, no recibió la misma formación que los doce apóstoles. Pero afirma con mucha insistencia que Dios lo llamó y lo envió como apóstol, y que Dios lo instruyó para dicha tarea. Al comienzo de cada carta Pablo se presenta a sí mismo ante sus destinatarios. Dice, por ejemplo, en Rm 1,1: «Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por llamada, elegido para anunciar el evangelio de Dios», y precisa luego el evangelio de Dios como «el evangelio de su Hijo» (Rm 1,9). Su tarea es la evangelización («para anunciar el evangelio»). Subraya y repite el hecho de que nada proviene de él, que él depende de Dios según todos los puntos de vista: ha sido llamado como apóstol, ha sido elegido para el anuncio del Evangelio, que es el evangelio de Dios, se encuentra al servicio de Cristo Jesús. Se manifiesta de nuevo que «el Señor de la mies» es Dios, que la evangelización no es una empresa de nosotros los hombres, sino que tiene que ser ejecutada en el espíritu de servicio fiel, bajo la guía de Jesús. En Gal 1,15-17 Pablo describe de modo muy claro cómo Dios lo ha instruido para la evangelización. Después de haber señalado su anterior actividad de feroz perseguidor de la Iglesia de Dios, Pablo dice: «Pero cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó con su gracia, se complació en revelarme en mí a su Hijo para que lo anunciara [como evangelio: ‘‘hina euaggelizomai auton’’] entre los gentiles, de inmediato me fui a Arabia…». Éste es el cambio decisivo y radical en la vida de Pablo. Consideraba que Jesús había sido crucificado como blasfemo de Dios y perseguía a los cristianos como blasfemos, dignos de muerte. Ahora, de modo singular, Dios mismo revela a Pablo que el Jesús crucificado es su Hijo. Éste es el hecho

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decisivo, el núcleo de la revelación; todo lo que está implicado en este hecho es desplegado en la siguiente y continua reflexión asistida por el Espíritu Santo. Pablo añade enseguida que con esta revelación ha recibido el encargo de anunciar el Evangelio a los pueblos paganos y que el contenido de la revelación es también el contenido del Evangelio, es decir: Jesús crucificado es el Hijo de Dios. Pablo, el apóstol de los gentiles, el apóstol de la evangelización entre los paganos, habla del Evangelio en diversas expresiones. Lo llama: «el evangelio de Dios» (Rm 1,1; 15,16), «el evangelio de su Hijo» (Rm 1,9; cfr. 15,19), «mi evangelio» (Rm 2,16; 16,25), o dice sólo «el evangelio» (Rm 1,16; 10,16; 11,28); hemos indicado solamente las recurrencias de términos en la carta a los Romanos. El término «euaggelion» se encuentra en los escritos paulinos 60 veces, mientras que en el resto del NT sólo 16 veces. Cuando Pablo habla del «evangelio de Dios» pone de relieve que proviene de Dios. Cuando lo llama «evangelio de su Hijo» entiende que su contenido es ante todo este hecho: «Jesús es el Hijo de Dios». Cuando dice «mi evangelio» debemos recordar el paso en el que Pablo afirma: «Dios… se complació en revelarme en mí a su Hijo» (Gal 1,15-16). Pablo considera el Evangelio como regalo de Dios a su persona, lo ha integrado en su persona y su vida. Ha aceptado la invitación a la comunión de vida con el Hijo de Dios, a ser hijo con el Hijo (cfr. Gal 4,4-7). Dice de sí mismo: «He sido crucificado con Cristo y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.Y esta vida, que yo vivo en el cuerpo, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,19-20). Pablo puede decir «mi evangelio» porque lo comunica, no como una afirmación impersonal o abstracta, sino del interior de su comunión de vida global con Jesús, el Hijo de Dios. El Evangelio que Pablo anuncia es «su evangelio» porque invade y determina su persona y su vida de modo total y completo. Pablo es considerado como el mayor de los apóstoles y sus escritos constituyen una parte esencial del N.T. Pablo aparece como un modelo de evangelización. Estamos llamados a seguirlo. En su intensa actividad Pablo reconoce haber recibido todo de Dios, reconoce a Jesús, el Hijo de Dios, como centro del Evangelio, anuncia el Evangelio como su evangelio, empeñando su persona y su vida, desde lo íntimo de su corazón.

3. El lugar primario de la evangelización Hay muchas ocasiones y contextos para la evangelización; no queremos enumerarlos ahora. Podemos indicar como lugar primario la Liturgia de la Palabra que, junto a la Liturgia Eucarística, constituye la más alta celebración de la Iglesia. Las dos partes de la celebración, y la celebración entera, tienen una gran meta para todos los fieles 44


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que participan en ella. El Concilio Vaticano Segundo, en su Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, dice así: «Aprendan a ofrecerse a sí mismos, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos» (SC 48). La gran meta es «la unidad con Dios y entre sí» y toda la celebración, sea la Liturgia de la Palabra, sea la Liturgia Eucarística, tiene que hacer avanzar a los participantes hacia esta meta. La Liturgia Eucarística hace presente a Cristo en su cuerpo y en su sangre, e invita a los fieles a comer su cuerpo y a beber su sangre, a entrar en comunión con Cristo y llegar a ser «un solo cuerpo», participando en el único pan que es el cuerpo de Cristo (cfr. 1Cor 10,14-17). La unión con Cristo se presenta como el auténtico y sólido fundamento de la unión de los cristianos entre sí. La unión con Cristo no debe ser una relación que conduce a una separación individualista, que excluye a los otros. Exactamente lo contrario. Cristo quiere ser el vínculo de unión. La unión con él está por sí misma abierta y orientada a la unión entre los hombres, anima al amor, hace superar los obstáculos y los contrastes que separan y enfrentan a los hombres unos contra otros. En el famoso paso en que Pablo refiere la institución de la Eucaristía por parte del «Señor Jesús en la noche en que fue traicionado» (1Cor 11,23), critica las divisiones entre los cristianos, el comportamiento egoísta, las humillaciones y el desprecio que unos muestran a otros. Les dice: «El vuestro no es ya un comer la cena del Dios» (1Cor 11,20). La comunión eucarística con Cristo no es verdadera y sincera si no conduce a un comportamiento recíproco que es empeñado por el amor de Cristo. El contexto eucarístico manifiesta y confirma la orientación de la Liturgia de la Palabra. También ella hace presente a Cristo y conduce a la comunión con Cristo y a un comportamiento conforme a tal comunión. En los escritos del NT está presente el Espíritu que determinó la obra y el comportamiento de Jesús. En la lectura y en la interpretación de las Escrituras tiene que manifestarse, tiene que hacerse vivo y presente, este Espíritu de Jesús, para que inspire a los fieles a testimoniar en su actuar el amor de Dios, en unión con Jesús y según su ejemplo. La orientación según el contexto eucarístico es esencial para una adecuada lectura de los escritos del N.T. En la Eucaristía Jesús está presente en su cuerpo que es ofrecido por nosotros, y en su sangre que es vertida por nosotros, está presente en su más alto y perfecto amor hacia Dios Padre y hacia nosotros los hombres. En esta actitud Jesús se une a nosotros cuando comemos su cuerpo y bebemos su sangre. Este Jesús tiene que guiar también la lectura del N.T., y debe llegar a hacerse presente mediante esta lectura.

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Y aún mencionamos otra característica de la Liturgia Eucarística. Somos invitados, como San Pablo dice, a «comer la cena del Señor» (1Cor 11,20). La Eucaristía es un banquete, una cena, pero no un banquete nuestro, sino «la cena del Señor». Nosotros los hombres celebramos banquetes para reunir a la familia, a un grupo de amigos, para celebrar nuestros cumpleaños, etcétera…, para expresar nuestra familiaridad, amistad y comunión. Estos banquetes están organizados y nosotros decidimos los participantes, los alimentos, los detalles de la celebración. La Eucaristía es un banquete, pero no un banquete de este género. Nosotros no somos los que preparan e invitan, sino que nosotros somos invitados. La Eucaristía es la cena del Señor, que él prepara y determina y a la que él nos invita. Podemos aceptar o rechazar la invitación, pero sería una absurda arrogancia querer determinar por nuestra parte el carácter de esta cena, la composición de los participantes y otros detalles. Todo eso no corresponde a los invitados, sino al Señor que invita. Esta cena y la invitación a ella es el gran regalo que el Señor nos da. A nosotros nos corresponde aceptar el regalo tal como el Señor nos lo ofrece y participar en él con profunda gratitud. Se precisa la misma actitud en la Liturgia de la Palabra. La Palabra de Dios, que es en primera línea el Hijo de Dios presente en la Eucaristía y que nos es comunicada en la Sagrada Escritura, es su regalo para nosotros. Nos toca escucharla, no cambiarla o modificarla según nuestros deseos e ideas. De otro modo no encontraríamos ya al Señor en su Palabra, sino que nos quedaríamos con nosotros mismos y con nuestra humana limitación y miseria. Nos toca acogerla con la mayor apertura y atención, con el deseo más vivo de oír y comprender lo que el Señor quiere comunicarnos. De otro modo no escucharíamos la voz del Señor, sino el eco vacío y sin valor de nuestra propia voz. La evangelización tiene que comunicar la Palabra del Señor, no las palabras de las personas humanas que se empeñan en ella, lo que manifiesta la calidad y la intensidad de la escucha y de la atención que deben preceder y acompañar a la evangelización, y que son capaces de hacerla auténtica y válida.

4. Algunas orientaciones para la nueva evangelización Buscando orientaciones para la nueva evangelización, nos hemos dirigido a los escritos del N.T., especialmente a los evangelios y a San Pablo, en los que tenemos los auténticos testimonios del primer y originario anuncio del Evangelio. Indagando en estos escritos, el tema central de la evangelización y la preparación de los apóstoles, y considerando el lugar primario de la evangelización en la vida de la Iglesia, hemos apuntado una serie de características que son fundamentales para la comunicación del Evangelio, tal como está certificada en el N.T. Partiendo del hecho de que la nueva

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evangelización no quiere comunicar otro Evangelio, sino el Evangelio que Jesús ha traído y que sus apóstoles han anunciado, está claro que la nueva evangelización tiene que tener las características de la antigua, y que una lectura del N.T. en vista de la nueva evangelización tiene que estar atenta a estas características. No quiero presentar una lista exhaustiva de las características que hemos descubierto en nuestra lectura de algunos pasos del N.T. Hago el intento de mencionar algunas de ellas y de formular alguna orientación para la lectura del N.T. Concluyo, después, con alguna consideración ulterior. 1. El Evangelio comunica como Buena Noticia: Jesús (de Nazaret) es el Cristo, el Hijo de Dios. Cuando leo los pasos del N.T. para preparar su anuncio, dirijo mi atención sobre estos puntos: ¿Cómo aparece aquí Jesús como el Cristo, en su significado para la humanidad? ¿Cómo aparece aquí como Hijo de Dios, en su relación con Dios? ¿Cuáles son las posibles aplicaciones para mí y para mis oyentes? De un modo parecido, los puntos que siguen pueden dar orientación a la lectura y al anuncio. 2. El fruto de la fe en el Evangelio es la vida (Jn 20,31). Jesús dice sobre su misión: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). 3. Jesús instruye a sus discípulos y, en la oración al Padre, desea para sus discípulos: «que tengan en sí mismos la plenitud de mi alegría» (Jn 17,13). La presencia y el anuncio de Jesús quieren conducir a la vida y a la alegría. 4. El que lleva consigo el Evangelio es apóstol, enviado; no viene ni habla en nombre propio. ¿Es consciente de ser enviado por el que tiene «todo poder en el cielo y sobre la tierra» y que siempre está con él «hasta el fin del mundo» (Mt 28,1820)? ¿Lo reconoce como «el Señor de la mies»? 5. El discipulado es la preparación indispensable para el apostolado (Mc 1,17; 3,14). El anuncio del Evangelio presupone una viva e intensa relación personal con Jesús, que crece en el seguimiento, en la comunión de vida con él. 6. El discipulado es modelo para la misión. Jesús dice a sus misioneros: «Haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19). La evangelización quiere conducir a una viva e intensa relación personal con Jesús. 7. La evangelización lleva al bautismo «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19), hace conocer al Dios que Jesús, Hijo de Dios, ha revelado; al Dios que, en sí mismo, es comunión personal, conocimiento y amor con la perfección y plenitud divinas; invita a la comunión de vida con este Dios, sellada por el bautismo. Para el evangelio de Jesús son esenciales las relaciones

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personales y la comunión amorosa con Dios y entre las personas humanas. Por consiguiente, la evangelización tiene que tener un efecto «personalizador» y favorecer la comunión. 8. Jesús ha enseñado la «justicia» a sus discípulos (Mt 5-7; 28,20), los ha instruido sobre los modos justos de vivir. Esta enseñanza forma parte de la evangelización. Pero no en forma de un moralismo abstracto y estéril, sino como consecuencia y en consonancia con esta comunión de vida entre el Dios que es comunión y los hombres, que constituye el centro del Evangelio. 9. San Pablo llama al Evangelio: «evangelio de Dios», «evangelio del Hijo de Dios», «mi evangelio». La evangelización tiene que ser hecha en profunda gratitud hacia Dios, debe concentrarse en la persona del Hijo de Dios y su obra, debe provenir de la vida y del corazón del que anuncia. 10. Jesús, la Palabra de Dios en persona, está presente en la Eucaristía, expresión de todo su amor. La evangelización como anuncio de la Palabra de Dios debe acoger la inspiración que viene de la Eucaristía. Hemos indicado diez características de la evangelización que se certifica en el N.T. Nuestra lectura del N.T. debería estar atenta a estas características, para que la nueva evangelización, el anuncio del Evangelio en la situación actual, también esté determinada por estas características.

4.1. Consideración ulterior: Tres vías hacia la fe en Dios El objetivo de la evangelización es transmitir la fe, la fe en Dios, la fe en el Dios que Jesús, el Hijo de Dios, nos ha dado a conocer. Nuestra gran deficiencia y miseria es haber perdido el sentido de Dios. Vivimos en un mundo, nos hemos hecho un mundo en el que Dios ya no se encuentra. Estamos rodeados por ello, utilizamos lo que los hombres han hecho y producido. No experimentamos ya el contacto inmediato con la creación de Dios. Vemos en el mundo, en las cosas creadas, sólo lo que debe ser transformado, lo que tiene que ser mejorado por nosotros los hombres, para que corresponda mejor a lo que nosotros consideramos como nuestros objetivos y necesidades. ¡Y cómo hemos cambiado y «mejorado» el mundo, el entorno de nuestra vida! Crece hoy la conciencia del peligro de que la naturaleza ya no soporte nuestros cambios, que estos últimos no mejoran sino que destruyen las bases de nuestra vida. Crece la conciencia de nuestra dependencia del entorno, de la naturaleza que tiene que ser respetada.

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En este contexto, la nueva evangelización también debería ser una nueva concientización sobre todo lo que nosotros no hemos hecho, que está antes de nosotros, que nosotros deberíamos reconocer y acoger como regalo maravilloso con profunda gratitud. Tal concientización tiene que empezar desde la propia persona y existencia. En efecto, yo no existo porque yo he querido, o porque me he dado a mí mismo la existencia, o porque otros hombres me han hecho. Mis padres están implicados en la transmisión de la vida, pero tampoco ellos me han construido, sino que me han acogido tal como he crecido y llegado a ser en el vientre de mi madre. Todos nosotros en nuestra vida y existencia, con todos nuestros órganos y capacidades, con todo lo que es necesario para poder vivir…, una cosa es clara y absolutamente segura: no venimos de nosotros mismos y no somos una construcción humana. Pero ¿de dónde venimos? ¿Quién nos ha hecho el regalo fundamental de nuestra existencia? ¿A quién es debida nuestra profunda gratitud? El primer paso es llegar a ser conscientes de estos hechos y hacerse estas preguntas. La simple reflexión sobre la propia existencia abre el camino hacia Dios, mi Creador, y hacia la gratitud que le debo a él. La creación da acceso al Creador. Dice San Pablo en Rm 1,20: «En efecto, sus perfecciones invisibles, o sea, su eterna potencia y divinidad, son contempladas y comprendidas por la creación del mundo a través de las obras por él realizadas». Y el apóstol ve en la falta de agradecimiento a Dios la falta principal de los hombres. La nueva evangelización debería abrir este mundo en el que se han encerrado los hombres, abrirlo hacia el Creador y hacia el agradecimiento. Otro mundo cerrado es el del egoísmo, cuando me ocupo solamente de mis intereses, necesidades y ventajas, cuando sólo vivo para mí. Este mundo es abierto por Jesús cuando enseña el amor al prójimo (Mc 12,31), y cuando llama al servicio y dice: «Quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor y quien quiera ser el primero entre vosotros, sea el esclavo de todos. Porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para ser servido, sino para servir y dar la propia vida en rescate por muchos» (Mc 10,43-45). Jesús mismo es el gran ejemplo del servir (cfr. Jn 13,3-17). Aunque sin saberlo y sin pensarlo, el amor practicado, el servicio efectivo son la vía que conduce a Jesús y a Dios. En efecto, dice Jesús: «En verdad yo os digo: todo lo que hicisteis a uno solo de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis». Les llama «benditos de mi Padre» y les invita a entrar en el reino de su Padre (Mt 25,3146; cfr. Mc 9,35-37). Finalmente, desde el punto de vista meramente humano, nuestro mundo está cerrado definitivamente por la muerte. Nuestros deseos que buscan la perdurabilidad, la perfección y la plenitud, que se expresan, de manera equivocada, en el consumo

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desenfrenado, ¿acaban en la nada, no son satisfechos nunca? Y la pregunta aún más importante, inmensamente dolorosa y urgente: las innumerables víctimas, torturadas y asesinadas por la crueldad de los hombres, sustraídos a cualquier tipo de justicia y recompensa humana, ¿no tienen ninguna esperanza de recompensa y salvación? Este cierre de nuestro mundo, el más fuerte y definitivo, es abierto por la resurrección de Jesús, es abierto por la primera palabra que Dios dice en el Apocalipsis: «He aquí que yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). Inmediatamente antes se decía de Dios: «Secará toda lágrima de sus ojos y no habrá más muerte, ni luto, ni lamento, ni preocupación, porque las cosas de antes han pasado» (Ap 21,4). Nosotros los hombres somos absolutamente incapaces de abrir nuestro mundo cerrado por la muerte. Pero estamos invitados a acoger el regalo de Dios. El Creador que ha hecho todo se revela como el autor de la nueva creación y dice: «He aquí que yo hago nuevas todas las cosas». Las vías que nos conducen hacia Dios son las vías que nos llevan fuera de nuestras cárceles: de la cárcel de una percepción del mundo que es reducida a los productos humanos; de la cárcel del egoísmo; de la cárcel de la vida sin futuro y cerrada por la muerte. Ésta es la tarea de la nueva evangelización: abrir nuestros horizontes, liberarnos de nuestras cárceles, conducirnos a Dios, que es amor y fuente de la vida. Klemens Stock, S.J. Secretario de la Pontificia Comisión Bíblica Profesor emérito del Pontificio Instituto Bíblico (Roma)

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Liberar la fuerza del Evangelio Introducción. 1. La crisis de la pastoral de transmisión. 2. La búsqueda de nuevas formas de acción pastoral. 2.1. Pastoral de acogida. 2.2. Pastoral de propuesta de la fe. 2.3. Pastoral de diálogo. 3. Recuperar la fuerza salvadora del Evangelio. 3.1. El Evangelio atrapado por la crisis religiosa. 3.2. La fuerza del Evangelio en las primeras comunidades. 3.3. Liberar la fuerza del Evangelio. 4. El Evangelio como comienzo de una nueva identidad cristiana. 4.1. Acoger juntos la fuerza transformadora del Evangelio. 4.2. Entrar por el Camino abierto por Jesús. 4.3. El cristianismo como estilo de vida. 4.4. Renacer juntos a una nueva identidad eclesial.

Al comenzar el siglo veintiuno, Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Novo Millenio Ineunte, decía que «nos espera una apasionante tarea de renacimiento pastoral»1. Según el Papa, hemos de volver a las fuentes de la primera evangelización para «reavivar en nosotros el impulso de los orígenes»2. El Papa espera que esta pasión por una nueva evangelización «suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera que no podrá ser delegada a unos pocos ‘especialistas’, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios»3. En estos tiempos en que se está produciendo un cambio socio-cultural sin precedentes, hemos de recordar con Pablo VI que la tarea de la evangelización «constituye la misión esencial de la Iglesia… Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar»4. Sin embargo, los cambios son tan profundos y acelerados que ya no podemos evangelizar con esquemas y planteamientos propios de un contexto cultural que está desapareciendo definitivamente. Lo que hemos de hacer es buscar con humildad y confianza. Aprender a evangelizar en esta situación inédita que vive hoy la Iglesia en esta nueva sociedad emergente. Nadie tiene una receta mágica. Nadie sabe exactamente lo que hay que hacer. Se necesitarán muchos años de búsqueda y de tanteos. En este contexto de búsqueda se ha de entender mi modesta contribución.

1 Juan Pablo II, Novo Millenio Ineunte, n. 29. 2 Idem, n. 40. 3 Ibidem. 4 Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n. 14.

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Mi objetivo no es proponer un camino concreto de evangelización, junto a otros modelos de acción evangelizadora que se están ensayando hoy. Lo que trato de plantear es la necesidad de un nuevo «estatus» del Evangelio en el interior de la Iglesia y un nuevo paradigma de acción evangelizadora cuyas líneas de fuerza serían: recuperar a Jesús, el Señor, como «autor de nuestra fe»5, el único capaz de engendrar fe en la sociedad actual; liberar la fuerza liberadora y humanizadora que encierra el Evangelio; poner a los hombres y mujeres de hoy en contacto inmediato y directo con los relatos evangélicos; promover la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios en la tarea de suscitar y desarrollar pequeños grupos reunidos en torno al Evangelio de Jesús.

1. La crisis de la pastoral de transmisión Se puede decir que los principales modelos de acción pastoral que se promueven hoy entre nosotros se han ido desarrollando a partir de un modelo tradicional que se fue configurando hacia los siglos quinto y sexto y se consolidó a partir del IV Concilio de Letrán (1215). Ha sido un modelo de extraordinaria fecundidad, que ha alimentado y sostenido la fe de los cristianos en la sociedad premoderna hasta que ha llegado la crisis de la modernidad6. Durante muchos siglos la tarea principal de la Iglesia ha sido transmitir la fe como una herencia recibida del pasado. Esta pastoral estaba perfectamente integrada en esa sociedad pues se vive en una cultura donde las creencias, valores y comportamientos se transmiten de una generación a otra de manera espontánea y casi automática. Una persona se hacía cristiana adoptando la manera de pensar, los comportamientos y las prácticas de sus antepasados cristianos. En este contexto socio-cultural la acción principal de la Iglesia consiste en transmitir fielmente la doctrina, la moral, la práctica de los sacramentos, las devociones, la oración y la disciplina de la Iglesia. Esta pastoral de transmisión es una «pastoral de encuadramiento» pues encuadra al cristiano en el territorio concreto de la parroquia, fijando la trayectoria de su vida religiosa desde su nacimiento (bautismo) hasta su muerte (extremaunción). Los pilares de esta pastoral son el cura, la parroquia y los sacramentos. El ritmo de la vida cristiana gira en torno a la misa dominical y, eventualmente, el sacramento de la confesión. El cura, que vive junto a la Iglesia parroquial, asegura con su autoridad la unidad de la parroquia: convoca a los fieles; celebra para ellos la misa y los sacramentos; predica y enseña la doctrina cristiana y vigila para que se cumpla la disciplina eclesiástica. 5 Hebreos 12,2. 6 P. Bacq – C. Theobald (Eds.), Una nueva oportunidad para el Evangelio. Hacia una pastoral de engendramiento, Desclée de Brouwer, Bilbao 2011, 11-14.

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Esta pastoral, desarrollada durante más de ocho siglos sin grandes cambios, ha logrado dar gran estabilidad y homogeneidad al movimiento de Jesús, convirtiéndolo en una religión, vivida territorialmente en torno a un lugar de culto donde los cristianos, registrados oficialmente como bautizados, forman una «sociedad de cristiandad». Esta pastoral no sólo es legítima sino que ha sido, de hecho, la que ha guardado y transmitido hasta nosotros la memoria de Jesús, promoviendo en el pueblo cristiano grandes valores evangélicos. Hoy, sin embargo, esta pastoral de transmisión se va haciendo cada vez más imposible. Y lo mejor es que, en la Iglesia, tomemos conciencia cuanto antes de que este modo concreto de transmitir la fe no funcionará en el futuro. Hemos dejado atrás la sociedad estática, tradicional y homogénea, y hemos entrado en una sociedad dinámica y en continua evolución. Las nuevas generaciones no viven mirando al pasado sino al porvenir, a lo nuevo, lo emergente. Los jóvenes no aprenden a vivir mirando a sus antepasados, sino alimentándose de las nuevas experiencias que les ofrece la cultura actual en continua evolución. El hecho es de consecuencias graves. La transmisión de la fe no se puede concebir ya como una simple reproducción de la identidad cristiana de los antepasados; las nuevas generaciones no aprenderán a ser cristianas imitando a sus padres ni a sus sacerdotes o catequistas. Tendrán que descubrir la originalidad y la fuerza salvadora de Jesucristo por otros caminos; su manera de pensar, decir, expresar o celebrar la fe no podrá ser la de sus padres o abuelos. Es decir, la pastoral de transmisión no puede seguir funcionando como modelo perpetuo que inspire la acción evangelizadora en la sociedad del futuro.

2. La búsqueda de nuevas formas de acción pastoral En pocos años factores de diverso género nos han conducido rápidamente hacia una sociedad cada vez más secularizada y plural donde es fácil advertir una profunda crisis de fe, alejamiento de la práctica dominical, disminución de bautismos, escasez de presbíteros, envejecimiento de las comunidades cristianas y un debilitamiento grande de la capacidad pastoral de la parroquia. Por eso, durante estos últimos años, se está produciendo una búsqueda de nuevas formas de acción pastoral y evangelizadora7. Señalaré solamente tres líneas de fuerza que están orientando los principales esfuerzos de esta búsqueda. 7 Idem, pp. 14-23.

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2.1. Pastoral de acogida Dentro del clima renovador creado por el Concilio Vaticano II, pronto se plantearon diversas cuestiones de fondo: ¿Qué es en realidad transmitir la fe? ¿Lo que estamos transmitiendo es una adhesión viva a Jesucristo o una costumbre social que se está diluyendo a medida que crece la secularización de la sociedad? ¿No hay que pasar de una fe sociológica a una fe más personalizada y responsable? ¿No es necesaria una participación más existencial y comprometida por parte de las personas en la gestación de su propia fe? De estos planteamientos ha nacido una pastoral de la acogida, más atenta a las diversas necesidades y situaciones, y más diversificada para responder de manera más adecuada a las personas en medio de una sociedad donde crece la descristianización. Así hemos visto cómo se han impulsado estos últimos años diferentes procesos de iniciación cristiana, catequesis de adultos, catequesis familiar, diversas iniciativas de preparación a la confirmación de los jóvenes. Esta actitud de acogida ha significado una transformación muy positiva del modelo tradicional de transmisión de la fe. Señalo algunos rasgos más notables: acercamiento mucho mayor de los presbíteros a los laicos en actitud de reciprocidad, intercambio y colaboración; atención más adecuada a las demandas de los diversos grupos; mayor respeto al pluralismo religioso; acogida más cuidada a las personas según su situación de fe… Sin embargo, apenas se ha logrado el objetivo de fondo que se pretendía: la transformación progresiva de las parroquias en verdaderas comunidades cristianas, capaces de acoger e iniciar en la fe a personas procedentes de diversos ámbitos más o menos secularizados. Gilles Routhier, conocido pastoralista canadiense, observa que todos los esfuerzos realizados en Quebec en esta línea desde la década de los setenta han sido casi vanos. Entre nosotros, el resultado más positivo es tal vez el nacimiento de diversos grupos cristianos de estilos y trayectorias diferentes, con poca irradiación evangelizadora.

2.2. Pastoral de propuesta de la fe Mientras tanto, en la vida real de las parroquias han ido apareciendo nuevas dificultades y problemas, a medida que se ha ido erosionando el cristianismo tradicional: el abandono de la práctica religiosa se ha generalizado en las nuevas generaciones; cada vez son menos los que se acercan a recibir los sacramentos (bautismo, confirmación, matrimonio…); los presbíteros y los colaboradores en las tareas pastorales han ido envejeciendo…

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Todo ello está obligando a hacernos nuevas preguntas. ¿Es suficiente acoger a los que se acercan a la parroquia demandando algún servicio? ¿No es ésta una actitud excesivamente pasiva en unos tiempos en que vemos cómo se va apagando la fe en la sociedad, en los hogares y en las conciencias? ¿Basta esto para cumplir la tarea que Jesús confía a sus discípulos cuando les envía a anunciar la Buena Noticia de Dios y abrir caminos a su reinado? ¿Es suficiente una pastoral inspirada en «sobrevivir» o «morir con dignidad»? Estos años ha tenido bastante eco en Europa el planteamiento hecho por la Conferencia Episcopal de Francia en noviembre de 1994 con este significativo título: «Proponer la fe en la nueva sociedad»8. Según los obispos franceses, comunicar la fe en la sociedad secularizada y plural de nuestros días exige aprender un estilo diferente de acción pastoral. Hemos de pasar de una actitud, marcada inconscientemente por la nostalgia del pasado o por un deseo proselitista ingenuo, a otro modo de impulsar la comunicación de la fe. Ésta es la opción básica del Episcopado francés: «Nosotros hemos de acoger el don de Dios en condiciones nuevas y, al mismo tiempo, volver a encontrar el gesto inicial de la evangelización: el de la proposición simple y resuelta del Evangelio de Cristo»9. Este cambio de actitud es muy importante. «Proponer la fe» no es sólo responder a las demandas religiosas de quienes se acercan a la Iglesia. Significa, además, tomar la iniciativa y atrevernos a presentar la fe cristiana en el interior de una sociedad que se desliza hacia la indiferencia y el olvido de Dios. Pero, por otra parte, proponer la fe no es volver al modelo tradicional de transmisión. Jean Rigal, teólogo y pastoralista del Instituto de Estudios Religiosos de Toulouse, describe así la «propuesta de la fe»: «Se trata de proponer sin imponer, despertar las conciencias sin buscar dominarlas, dar testimonio de un sentido sin esperar que será reconocido por todos, anunciar la fe cristiana en medio de múltiples mensajes: “Si tú quieres”, repetía Jesús. Lo mismo la Iglesia: su misión es hacer una llamada a la libertad de las personas y a su conciencia»10. El documento del Episcopado francés significa, sin duda, un cambio muy positivo en la actitud evangelizadora. La Iglesia no debe ser percibida en ningún lugar como una institución que impone, juzga o amenaza desde su autoridad sagrada indiscutible, sino como un lugar de libertad y de invitación desde el que se propone la fe cristiana.

8 Proposer la foi dans la société nouvelle. Lettre aux catholiques de France, Ed. du Cerf, Paris 1997. 9 o.c., p. 37. 10 J. Rigal, L’Eglise en chantier, Ed. du Cerf, Paris 1997, 76-77.

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En esta línea se han impulsado en Francia y en otros lugares diversas iniciativas con personas alejadas, algunos catecumenados de adultos y, sobre todo, el importante trabajo de los «recommençants» impulsado, sobre todo en sus inicios, por Henry Bourgeois en Lyon, para acompañar a quienes buscan de nuevo la adhesión a la fe cristiana11.

2.3. Pastoral de diálogo Pero la búsqueda no cesa. Constantemente se suscitan nuevas cuestiones y planteamientos. Sin duda, es necesario proponer la fe en esta nueva sociedad, pero ¿no exige esto dialogar con los hombres y mujeres de hoy? ¿Es posible proponer la Buena Noticia de Jesucristo sin escuchar antes los interrogantes del mundo actual? ¿Qué ha de ser la Iglesia? ¿Una institución llamada sólo a proponer a otros su verdad? ¿No tiene ella nada que escuchar de los demás? Por otra parte, ¿no estamos todos llamados a escuchar la Buena Noticia de Jesucristo desde esta nueva situación sociocultural? Los que proponen la fe, ¿no necesitan escuchar también ellos la llamada a la conversión? ¿No ha de escuchar la Iglesia las llamadas de Dios, que nos llegan a todos desde esta sociedad donde él sigue actuando en las conciencias de todos sus hijos e hijas? Durante estos últimos años se ha ido tomando conciencia de que la Iglesia ha de actuar siempre con espíritu de diálogo con todos, pero en la práctica, apenas se logra abrir nuevos caminos. Ya Pablo VI había intentado impulsar el diálogo en su importante Encíclica Ecclesiam suam, pero con poco éxito. Después de tantos siglos promoviendo una acción pastoral ignorando el diálogo, no es fácil ahora aprender a dialogar de un día para otro. ¿Cómo promover el diálogo sin caer en estrategias convencionales o interesadas? ¿Con quiénes podemos dialogar? ¿En qué espacios humanos de esta sociedad es posible dialogar? ¿En torno a qué? ¿Sobre qué bases? En lo que yo puedo conocer, los pasos más importantes se han dado de manera callada pero práctica en la pastoral de preparación a los sacramentos (padres de bautizados, preparación de matrimonios…) donde algunos presbíteros y colaboradores pastorales logran crear un clima fraterno y dialogante, en actitud abierta de mutua escucha con los que se acercan a la parroquia. A pesar de las iniciativas que se vienen ensayando, en la Iglesia seguimos pensando en buena parte según el esquema de la oferta y la demanda: en la Iglesia tenemos una «oferta» que responde a las «demandas» más profundas del ser humano. Este esquema conduce a planteamientos y preguntas de este

11 H. Bourgeois, Los que vuelven a la fe, Mensajero, Bilbao 1995; «Á l’appel des recommençants. Evaluations et propositions», L’Atelier, Paris 2001; J. A. Pagola, Creer, ¿para qué? Conversaciones con alejados, PPC, Madrid 2008; Escuchar a los alejados, Idatz, San Sebastián 2005.

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género: ¿Por qué al hombre o a la mujer de hoy no le interesa la oferta de la Iglesia? ¿Cómo puede hoy la Iglesia mejorar su oferta y hacerla más atractiva? La cuestión de fondo, sin embargo, es otra: ¿Es este planteamiento el más adecuado para suscitar la fe?

3. Recuperar la fuerza salvadora del Evangelio El síntoma más grave y visible de la crisis del cristianismo entre nosotros es el descenso imparable de la práctica religiosa. Se pueden analizar los diversos factores que están en la raíz de este hecho. Una cosa es clara: la Iglesia ha perdido su poder de atracción. Este dato obliga a hacernos una pregunta clave: ¿Nos hemos de limitar a seguir buscando caminos para transmitir la fe desde esta Iglesia que, desbordada por la evolución acelerada de la cultura secular, va perdiendo atractivo y credibilidad, o hemos de recuperar cuanto antes el Evangelio de Jesús como la única fuerza capaz de engendrar fe en medio de la sociedad moderna?12.

3.1. El Evangelio atrapado por la crisis religiosa Quienes se acercan hoy a una comunidad cristiana no se encuentran directamente con el Evangelio de Jesús. Lo que perciben es el funcionamiento de una religión multisecular con signos claros de crisis y decadencia. El Evangelio queda ocultado por un conjunto de prácticas, costumbres, devociones y fórmulas religiosas que a muchos les resulta hoy difícil de comprender y aceptar. No pueden identificar con claridad en el interior de esa religión el Evangelio como una Buena Noticia, proveniente del impacto provocado por Jesús en la historia humana. Si nos adentramos en esas comunidades, descubriremos que muchos cristianos viven buscando espontáneamente una respuesta a sus necesidades religiosas. No parecen necesitar nada más. Tal como es vivido, ese cristianismo no suscita «discípulos» que están aprendiendo a vivir desde el Evangelio de Jesús, sino adeptos a una religión. No genera «seguidores» de Jesús que, identificados con su proyecto, se entregan a abrir caminos al reino de Dios, sino miembros de una institución religiosa que cumplen más o menos lo establecido. En muchos de ellos es fácil observar la ausencia de contacto vital con el Evangelio y con la persona de Jesús. No sospechan la transformación que se produciría en ellos si Jesús y su Evangelio ocuparan el centro de su vida. Durante siglos, el trabajo pastoral se viene desarrollando de tal forma que casi siempre se termina

12 P. Tihon, Pour libérer l’Evangile, Ed. du Cerf, Paris 2009.

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estructurando la fe de los cristianos, no desde la experiencia de un encuentro personal con Jesucristo, sino desde la iniciación doctrinal, moral y sacramental a una religión. Sin embargo, como ha dicho Benedicto XVI, «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»13. Sin duda, también hoy está Jesús en el interior de esa religión dando sentido y aliento al culto y al comportamiento de esos cristianos. Se sigue hablando de Jesús y de su Evangelio. Se proclama su Mensaje como Palabra de Dios aunque la atención se centre luego en las palabras del predicador. Se continúa hablando de «seguir el ejemplo de Jesús», de «imitarlo», de «recibirlo» en la comunión. Pero, de ordinario, no se logra despertar en el pueblo de Dios la adhesión viva a Jesucristo ni la vinculación propia de discípulos y seguidores. Muchos cristianos buenos sólo conocen el Evangelio «de segunda mano». Todo lo que saben de Jesús y de su mensaje proviene de lo que pueden reconstruir, de manera parcial y fragmentaria, de las palabras de predicadores y catequistas. Viven su religión, privados de la experiencia de un contacto directo e inmediato con las «palabras de Jesús» que para los primeros cristianos eran «espíritu y vida»14. Éste es el dato básico. Confinada en el interior de una religión en crisis, la energía vital del Evangelio queda bloqueada, sin caminos ni espacios para entrar en contacto con los hombres y mujeres de hoy. Predicado desde el interior de una tradición cultural y religiosa que ha perdido poder de atracción, el Evangelio no puede desplegar su fuerza humanizadora y salvadora.

3.2. La fuerza del Evangelio en las primeras comunidades El Evangelio de Jesús es el protagonista central del nacimiento, la vida y el crecimiento de las primeras comunidades cristianas. Éstas van emergiendo allí donde se escucha y se acoge la Buena Noticia de Jesús. Es el Evangelio el que engendra la fe. Es muy importante la actividad de Pablo, Pedro o Bernabé, pero sólo son «servidores del Evangelio». El hecho decisivo es la Buena Noticia de Jesús. Ese Evangelio no es una doctrina, tampoco una filosofía ni una religión. El Evangelio es Jesús, el Cristo, su mensaje, su vida, su muerte y resurrección. Él es el portador y el contenido de la Buena Noticia de Dios. Cuando los evangelizadores traen a un lugar el Evangelio, están introduciendo allí «la fuerza salvadora» de Dios. Ésta es la

13 Benedicto XVI, Deus Charitas est, n. 1. 14 Juan 6,63.

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convicción de Pablo: «No me averguenzo del Evangelio que es una fuerza de Dios (dynamis tou Zeou) para la salvación de todo el que cree»15. El hecho central en las primeras comunidades cristianas es la difusión de esa fuerza salvadora del Evangelio, el crecimiento de la Palabra, su penetración en las diversas regiones del Imperio. Así dice una carta escrita hacia el año 80 por algún discípulo de Pablo: «Habéis conocido la Palabra de la verdad, el Evangelio, que llegó hasta vosotros y fructifica y crece entre vosotros lo mismo que en todo el mundo»16. Las comunidades son lugares donde el Evangelio está creciendo y dando frutos. Es el Evangelio de Jesús el que está engendrando fe. Así dice, por la misma época, una carta que recoge la herencia de Pedro: «Habéis sido reengendrados, de un germen no corruptible sino incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente… Y ésta es la Palabra: el Evangelio anunciado a vosotros»17. En los inicios del cristianismo, el Evangelio circula lleno de vida entre los cristianos sosteniendo y haciendo crecer la fe en las comunidades. Los seguidores de Jesús acogen el Evangelio, obedecen a su llamada18, se esfuerzan por «llevar una vida digna del Evangelio de Cristo»19. El Evangelio es la gran fuerza que impulsa y dinamiza a las comunidades. Los evangelizadores pueden ser encarcelados, pero la Palabra de Dios sigue realizando su obra: «Estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor, pero la Palabra no está encadenada»20.

3.3. Liberar la fuerza del Evangelio ¿No ha llegado el momento de poner decididamente el Evangelio en el centro de la Iglesia y de las comunidades cristianas? El Concilio Vaticano II nos ha recordado que, a lo largo de los siglos, el Evangelio es en toda época el que hace vivir a la Iglesia: «El Evangelio es, en todo tiempo, el principio de toda su vida para la Iglesia»21. Ninguna transmisión de la fe es posible sin la presencia salvadora del Evangelio. En estos momentos tan críticos el Evangelio se ha de convertir en el principal instrumento de la renovación pastoral que necesitamos22.

15 Romanos 1,16. 16 Colosenses 1,16. 17 1 Pedro 1,23-25. 18 Ver Romanos 10,16. 19 Filipenses 1,27. 20 2 Timoteo 2,9. 21 Lumen Gentium, 20. 22 Ver en L. Bressan - G. Routhier, Le travail de la Parole, Lumen Vitae, Bruselas 2011, dos trabajos importantes: L. Bressan, Une pastorale à l’écoute de la Parole (57-80) y G. Routhier, L’Eglise naît de la Parole (123-138).

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Hemos de entender y configurar la comunidad cristiana como el lugar donde se acoge el Evangelio de Jesús. Un lugar humilde y frágil en estos momentos, pero un lugar donde se cuida, antes que nada, la acogida del Evangelio. Hemos de refundar las parroquias sobre la experiencia directa e inmediata del Evangelio. Reunir a los creyentes, a los menos creyentes, a los poco creyentes, e incluso a los increyentes en torno al Evangelio. Regenerar el tejido parroquial en crisis desde la fuerza del Evangelio de Jesús. Esto exige instaurar un nuevo espacio para escuchar juntos el Evangelio. Ofrecer al Evangelio la oportunidad de llegar directamente hasta los fieles. Crear las condiciones para poder vivir esta nueva experiencia: escuchar y compartir juntos el Evangelio de Jesús. Tener encuentros en los que el Evangelio sea accesible a todos, que su fuerza pueda penetrar en sus vidas, con sus problemas, crisis, miedos y esperanzas. Que el Evangelio irrumpa entre nosotros. Lo primero es creer en su fuerza regeneradora. El Evangelio enseña a vivir la fe, no por obligación sino por atracción; hace vivir la vida cristiana, no como un deber sino como irradiación y contagio. En contacto con el Evangelio recuperaremos nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús. Estoy convencido de que el secreto de la «nueva evangelización» consiste sencillamente en ponernos en contacto directo e inmediato con el Evangelio.

4. El Evangelio como comienzo de una nueva identidad cristiana Sin duda, es necesario liberar la fuerza del Evangelio en el interior de todas las actividades pastorales de la comunidad cristiana (celebración de la eucaristía, predicación homilética, diversos procesos catequéticos, diversos servicios de caridad…)23. Pero lo que quiero proponer aquí es una nueva dinámica pastoral para hacer del acceso al Evangelio el comienzo de una nueva identidad cristiana. No dedicarnos sólo a cuidar una fe cristiana que viene del pasado, sino aprender a escuchar juntos el Evangelio como Palabra que puede inaugurar un futuro más fiel a Jesucristo.

4.1. Acoger juntos la fuerza transformadora del Evangelio El Concilio Vaticano II afirma que «entre todas las escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente pues son el testimonio principal de la vida y la doctrina del Verbo encarnado, nuestro Salvador»24. Los

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23 Ver la Exhortación Apostólica postsinodal, Verbum Domini, sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. 24 Dei Verbum, 18.


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evangelios no son libros didácticos que exponen doctrina académica sobre Jesús. No son catecismos. No son tampoco biografías redactadas para informarnos con detalle de su trayectoria histórica. Lo que se recoge en estos escritos es el impacto causado por Jesús en los primeros que se sintieron atraídos por él y respondieron a su llamada. Por eso, los evangelios son para los cristianos una obra única que no hemos de equiparar con el resto de los libros bíblicos. En los evangelios hay algo que sólo en ellos podemos encontrar: la memoria de Jesús, tal como era recordado, creído y amado por sus primeros seguidores y seguidoras. Estos cuatro escritos nacidos de la experiencia directa con Jesús constituyen el camino más natural para ponernos en contacto con su fuerza salvadora. En estos momentos, la dinámica parroquial está centrada principalmente en la práctica litúrgica y sacramental. El principio desde el que se estructura prácticamente todo es la celebración de los sacramentos y la preparación adecuada a los mismos. ¿No es posible enriquecer esta manera multisecular de vivir la fe, introduciendo otra dinámica basada en la lectura de los relatos evangélicos en pequeños grupos eclesiales donde pueda tomar parte activa un sector amplio del pueblo de Dios? La escucha del Evangelio en estos pequeños grupos no sería una actividad más entre otras, sino la matriz desde la que se puede ir regenerando la fe de la comunidad cristiana. El rasgo más característico y original de estos grupos es que ofrecen la posibilidad de vivir un proceso de nacimiento a la fe, no por vía de «adoctrinamiento» o como «un proceso de aprendizaje», sino como una experiencia de transformación al contacto con Jesús, narrado en los evangelios. Lo que se escucha en estos grupos no es la instrucción de un catequista o la predicación de un presbítero, sino la Palabra de Dios encarnada en Jesús. El relato evangélico leído, escuchado, meditado y compartido por todos en actitud de búsqueda permite, de alguna manera, reactualizar la experiencia originaria de aquellos hombres y mujeres que se fueron encontrando con Jesús por los caminos de Galilea25.

25 La escucha del Evangelio para despertar la fe no nos ha de llevar a considerar superado el «género del catecismo» (J. Ratzinger, Catéchèse et transmision de la foi, Perpignan. Éditions Tempora, 2008), pero hemos de recordar que según, Juan Pablo II, el objetivo del Catecismo de la Iglesia Católica es ofrecer «una presentación completa e integra de la doctrina católica que permita a una persona conocer lo que la Iglesia profesa, celebra, vive y ora en la vida cotidiana» (Carta Apostólica Laetamur magnopere, 15 de agosto de 1997). Para despertar la fe es necesaria la acogida del Evangelio de Jesús.

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La pastoral de transmisión conduce fácilmente a centrar la atención en los contenidos de la fe transmitidos por la tradición. El encuentro con el Evangelio se centra, por el contrario, en la experiencia de escuchar juntos al «Maestro interior» que nos habla desde los relatos evangélicos despertando la fe en nuestro corazón: «Vosotros no os dejéis llamar instructores, porque uno solo es vuestro Instructor, Cristo»26. Ésta es la experiencia que vivían en sus pequeñas comunidades las primeras generaciones cristianas: «La Palabra de Dios sigue actuando en vosotros, los que creéis»27.

4.2. Entrar por el Camino abierto por Jesús Durante muchos siglos en las comunidades cristianas se ha propuesto la fe como deber u obligación. En la conciencia de no pocos cristianos, practicantes o alejados, persiste todavía la idea simplista y falsa de que ser cristiano es aceptar un sistema religioso que la Iglesia católica impone sin respetar la autonomía propia del ser humano. Sin embargo, en los inicios del cristianismo, los evangelizadores no proponen un sistema religioso sino que invitan a seguir un camino, atraídos por la persona y el mensaje de Jesús. Según Lucas, su tarea no es exponer una nueva religión sino enseñar el «Camino del Señor»28. Hacia el año 80, un escrito cristiano, conocido como Carta a los Hebreos, dice que es «un camino nuevo y vivo». No como los caminos viejos transitados en el pasado por el pueblo judío. Es un camino «inaugurado por Jesús para nosotros», un camino que hemos de recorrer «con los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe»29. Unos años más tarde, el evangelio de Juan pone en boca de Jesús unas palabras que resumen solemnemente el núcleo de esta fe cristiana: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí»30. Los evangelios están redactados para ofrecer a los cristianos la posibilidad de conocer ese camino abierto por Jesús. Es lo que sugiere el mensaje que reciben las mujeres junto al sepulcro la mañana de Pascua: «Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado. No está aquí». A Jesús no hay que buscarlo en el mundo de los muertos. No está ahí. ¿Dónde puede ser encontrado por sus seguidores? Hay que volver a Galilea: «Él irá delante de vosotros. Allí lo veréis»31. Hemos de volver al

26 Mateo 23,8.10. 27 1 Tesalonicenses 2,13. 28 Hechos de los Apóstoles 18,25-26; 19,9 (“hodos”). 29 Hebreos 10,30; 12,2. 30 Juan 14,6. 31 Marcos 16,6-7.

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inicio. Hacer el recorrido que hicieron los primeros discípulos siguiendo la llamada de Jesús, escuchando su mensaje, aprendiendo su estilo de vida al servicio del reino de Dios y compartiendo su destino de muerte y resurrección32. Éste es precisamente el objetivo de estos grupos reunidos para compartir los evangelios: volver a Galilea. Experimentar que, gracias a los relatos evangélicos, la presencia invisible y silenciosa del Resucitado en su Iglesia adquiere rasgos humanos y voz concreta que nos llama también hoy a seguirle. Desde estos grupos comprometidos en compartir el Evangelio es posible introducir en las comunidades parroquiales una dinámica pastoral que nos ayude a entender y vivir la fe cristiana como un «camino de vida» inspirado por Jesús, y no simplemente como el cumplimiento de un sistema religioso. «Entrar por el camino abierto por Jesús» significa interesarnos por él, decidirnos a seguir su llamada, superar pruebas, dudas e interrogantes: todo es parte del camino. Por otra parte, no se puede forzar los ritmos: cada persona ha de hacer su propio recorrido. En el camino hay etapas: no todos están viviendo la misma situación. En estos momentos de crisis y desconcierto, la comunidad cristiana debería ser cada vez más, no un «ghetto», sino un espacio abierto, pedagógico, de búsqueda, discernimiento y acompañamiento mutuo en el camino de seguimiento a Jesús.

4.3. El cristianismo como estilo de vida Para entrar por el camino abierto por Jesús es necesario captar bien que los evangelios son relatos de conversión. Han sido escritos para engendrar fe en Jesucristo, para suscitar discípulos y seguidores. Son relatos que invitan a entrar en un proceso de cambio, de mutación de identidad, de seguimiento a Jesús, de identificación con su causa, de colaboración con su proyecto del reino de Dios33. En esa actitud de conversión han de ser leídos, meditados, compartidos, acogidos y contagiados por los grupos. Lo primero que se aprende de Jesús en los evangelios no es doctrina, sino un estilo de vida: una manera de estar en la vida, una forma de habitar el mundo, de interpretarlo y de construirlo; una manera de hacer la vida más humana. Lo característico de este estilo de vivir es que se inspira en Jesús, el Cristo. Nace de la relación

32 Algo de esto parece sugerir también Lucas cuando, en su relato del nacimiento de Jesús (2,1-20) insiste en la consigna de los pastores: «Vayamos a Belén. Volvamos al origen. Descubramos en el niño recostado en un pesebre al Salvador: el Mesías, el Señor». 33 C. Theobald, Lire les Ecritures dans un contexte de mutation eclésial en J. F. Bouthors (Ed.), La Bible sans avoir peur, Lethielleux, Paris 2005, 263-291.

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con él. Se nos contagia su Espíritu. Aprendemos su manera de pensar, sentir, amar, sufrir, crear, confiar y morir. Poco a poco nos vamos convirtiendo en sus «discípulos» y «discípulas»34. Desde estos grupos que hacen el recorrido de Jesús es posible introducir en la comunidad parroquial una dinámica que nos lleva a entender y vivir la fe, no como confesión de una determinada visión religiosa, sino sobre todo como un estilo de vida. La fe cristiana que nace desde el Evangelio no se reduce a una adhesión doctrinal formulada casi siempre en categorías premodernas, sino que es experimentada primeramente como un estilo de vida realizable en todas las culturas y en todas las épocas: el estilo de vivir del Hijo de Dios hecho humano por nuestra salvación. No se trata de minusvalorar el contenido doctrinal que la Iglesia ha desarrollado de su visión religiosa, durante veinte siglos, en el interior de la cultura occidental, sino de integrarlo y sobre todo vivirlo desde una percepción más básica y central de la fe cristiana como estilo de vida, forma de ser, de actuar y de vivir como Jesús. Reconocemos a Jesús como Cristo y Señor siguiendo sus pasos. El Evangelio se convierte así en la fuerza más poderosa que posee la comunidad cristiana para su transformación. Los evangelios hacen pensar, interpelan, nos obligan a releer nuestra vida a la luz de Jesús, y nos dan fuerza para reproducir hoy su estilo de vida, abriendo nuevos caminos al reino de Dios entre nosotros y recreando poco a poco la vida de la comunidad eclesial desde su Espíritu.

4.4. Renacer juntos a una nueva identidad eclesial La experiencia directa e inmediata con el Evangelio de Jesús va haciendo crecer los lazos de amistad y de comunión entre quienes se reúnen para compartirlo. Siempre que se reúnen, lo hacen en su nombre. Es el Resucitado quien los convoca y preside. Viven de la promesa de Jesús: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»35. Estos grupos no tienen padrino. No son de ningún movimiento ni institución. Pertenecen a Jesús y a su Iglesia. Crecen y se multiplican por contagio de su Espíritu y por atracción de su Evangelio.

34 C. Theobald, Le christianisme comme style. Une manière de faire la théologie en postmodernité, Ed. du Cerf, Paris 2008, I, 16-177. 35 Mateo 18,20.

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Liberar la fuerza del Evangelio • José Antonio Pagola

El Evangelio va creando un espacio de comunión fraterna y de libertad. Nadie está por encima de nadie. Nadie es superior a los demás.Todos se escuchan unos a otros para escuchar juntos a Jesús. Todos son hermanos y hermanas, Cristo el único Maestro y Señor. Varones y mujeres aprenden a convivir en relación amistosa de iguales. Lo mismo que en el primer grupo convocado por Jesús en Galilea, también aquí discípulos y discípulas se escuchan mutuamente, dialogan y comparten su experiencia de Jesús desde su propia condición y sensibilidad.Van descubriendo que en Cristo no hay varón y mujer, pues todos somos uno en Cristo Jesús36. El Evangelio de Jesús que circula libremente en estos grupos va creando relaciones evangélicas de mutua acogida, amistad, afecto, interés recíproco… Es sorprendente el clima que Pablo de Tarso deja traslucir en sus cartas. No faltan tensiones y dificultades en aquellas pequeñas comunidades y grupos nacidos del Evangelio, pero se busca una comunidad marcada por el estilo de Jesús: «Acogeos unos a otros como Cristo os acoge»37; «amaos de corazón unos a otros»38; «alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran»39; «vivid en armonía unos con otros y no seáis altivos; poneos al nivel de los sencillos, no os complazcáis en vuestra propia sabiduría»40; «soportaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros»41; «que la paz de Cristo reine en vuestros corazones»42; «que la Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza»43; «saludaos unos a otros con el beso santo»44. Sería un grave error pretender crear en torno al Evangelio un grupo cerrado de amigos y amigas que viven aislados de la comunidad parroquial y de la Iglesia diocesana. Un grupo que sólo piensa en sus intereses, siente sólo sus problemas y habla sólo de sus cosas. El mismo Pablo, para hablar de los numerosos seguidores de Jesús que viven en pequeños grupos, vinculados entre sí por múltiples relaciones, intercambios y servicios mutuos, emplea una imagen vigorosa y expresiva. «Nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo al quedar unidos a Cristo, y somos miembros los unos de los otros»45. 36 Gálatas 3,28. 37 Romanos 15,7. 38 Romanos 12,40. 39 Romanos 12,15. 40 Romanos 12,16. 41 Colosenses 3,13. 42 Colosenses 3,12. 43 Colosenses 3,16. 44 Romanos 16,16. 45 Romanos 12,5.

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Palabra y Misión • Claves para una Nueva Evangelización

Los miembros de estos grupos pertenecen a sus parroquias y a su Iglesia diocesana. Ahí se encuentran con otros seguidores de Jesús con los que viven una experiencia más abierta de comunión con la Iglesia universal. Estos grupos no nacen para vivir encerrados en sí mismos.Viven y crecen en el horizonte del reino de Dios y tratan de ser «fermento escondido» del Evangelio en la sociedad y en la Iglesia. Más en concreto, se esfuerzan por contribuir, en estos momentos críticos, a dinamizar en las comunidades parroquiales la conversión a Jesucristo. Éste puede ser su humilde servicio. Estos grupos no nacen para alimentar la rebelión, el enfrentamiento o la deconstrucción. No es esto lo que necesita la Iglesia para crecer en fidelidad a su Señor. Estos grupos trabajan antes que nada su propia conversión, sin voluntad de protagonismo, sin espíritu de enfrentamiento y sin responder con actitudes antievangélicas a lo que hay de antievangélico en la Iglesia. Pero no son grupos pasivos que contemplan con resignación la marcha de los acontecimientos. El Espíritu de Jesús los lleva a actuar cada vez con más libertad y más creatividad evangélica. La Iglesia no es una realidad acabada ya para siempre y que nosotros hemos de adaptar ahora a nuestros tiempos. Es un organismo vivo, en génesis permanente. Como Cuerpo de Cristo, está naciendo constantemente del Espíritu de Jesús resucitado y de la fuerza del Evangelio. Nuestra tarea hoy no es ser fieles a una figura de Iglesia y un estilo de cristianismo, pensado y desarrollado en otros tiempos y para otras épocas. Lo que nos ha de preocupar no es repetir el pasado, sino hacer posible hoy una Iglesia y unas comunidades cristianas capaces de reproducir con fidelidad la presencia de Jesucristo entre nosotros y de actualizar su proyecto del reino de Dios en la sociedad contemporánea. Nuestra tarea es vivir hoy el Evangelio como inicio de un nuevo nacimiento eclesial.Vivir la fe en Jesucristo en un estado generalizado de comienzo.Vivir regenerando la fe en nuestras comunidades parroquiales. Enraizarnos en el Evangelio de Jesús para suscitar y desarrollar formas más humanas y evangélicas de pensar, vivir, celebrar y contagiar la fe cristiana. La fuerza creadora del Evangelio no produce nunca un cristianismo que sea pura «imitación» o «clonación» del pasado. Del Evangelio nacerá una Iglesia de rostro más humano y de corazón más compasivo, una Iglesia más profética y dialogante, más identificada con los últimos y más servicial. Por eso, al celebrar los 150 años de la creación de esta diócesis de Vitoria, seguiremos caminando hacia el futuro, siguiendo la invitación de la Carta a los Hebreos, «con los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe»46. José Antonio Pagola 66

46 Hebreos 12,12.


La Palabra de Dios y la Nueva Evangelización Introducción. 1. Dei Verbum: originalidad incompleta. 2. Conclusión.

«La Palabra de Dios no está encadenada» (2Tim 2,9). El apóstol Pablo en su segunda carta al discípulo Timoteo (a quien dejó como su sucesor en la Iglesia de Éfeso) le recuerda su situación personal: se encuentra encadenado a causa del Evangelio que predica. La perícopa entera, a la que pertenece el texto citado, está dominada por la imagen del sufrimiento del apóstol a causa de la predicación y del deber que su sucesor hereda de continuar la transmisión del Evangelio a pesar de todo. La profesión de fe en Jesús que el apóstol reafirma en el versículo anterior: «Acuérdate de Jesucristo, de la descendencia de David, resucitado de entre los muertos» (2,8) ha sido, en el curso de los siglos, causa de sufrimiento y persecución, llegando incluso a la cárcel y al martirio. Pablo, sin embargo, transmite a Timoteo la imagen de un apóstol que no puede detenerse ante nada con tal de anunciar el Evangelio; cada sucesor del apóstol, de hecho, con la imposición de las manos ha recibido «no un espíritu de timidez, sino de fuerza, de amor y de sabiduría» (1,7). Nadie, por ende, puede avergonzarse del «testimonio» que debe al Señor (1,8). Al final de su argumentación, Pablo parece afirmar algo paradójico, identificando la totalidad del anuncio con la expresión «mi evangelio», del que fue constituido «heraldo, apóstol y maestro» (1,11) El Evangelio de Jesucristo es percibido y vivido por el apóstol como una palabra revelada directamente a él (Gal 1,12; cf. Rom 1,1), al punto de indentificarse con el Evangelio. Este anuncio vivo y perenne que él ha realizado desde el día en que fue llamado al apostolado, ahora lo transmite a Timoteo y a la Iglesia que él preside para que continúe la misma predicación: «Tu, pues, hijo mío, toma siempre fuerza de la gracia que hay en Cristo Jesús, y las cosas que escuchaste de mí en presencia de muchos testigos, transmítelas a personas confiables, que sean capaces a su vez, de instruir a otros» (2,1-2). Como puede verse, mientras Pablo sufre, encarcelado y encadenado por el Evangelio, y se enfrenta a una muerte inminente, a pesar todo sigue anunciando el Evangelio y se preocupa de su transmisión viva y fiel; la Palabra de Dios sigue siendo libre y eficaz. El discípulo puede sufrir y morir, pero la Palabra de Dios permanece con 67


Palabra y Misión • Claves para una Nueva Evangelización

la fuerza y la eficacia que la hacen libre y operante, más allá de los límites o fronteras que los hombres puedan oponer. No puede ser detenida por nada ni nadie, no puede permanecer inactiva o ineficaz por la indolencia de los discípulos ni por la violencia de quienes quisieran contrarrestar su riqueza. El horizonte que marca la vida de los creyentes ante la Palabra de Dios, requiere sobre todo escucha y obediencia. Como se sabe, ambos términos en la teología paulina indican simplemente la «fe». Ante la Palabra de Dios, la primacia no puede otorgarse a una acción subjetiva del creyente, por muy meritoria que sea, sino que debe respetarse el valor objetivo que ella contiene en cuanto palabra dirigida por Dios a la humanidad. Se sigue una primera conclusión, que evidencia el primado de la gratuidad y de la trascendencia de Dios. Téngase en cuenta, pues, que todo creyente por el hecho de recibir en sí esta Palabra se convierte en signo de su presencia viva, porque experimenta su eficacia en primera persona. Con todo derecho escribe el apóstol: «Habiendo recibido de nosotros la palabra divina de la predicación, la recibisteis no como palabra de hombres, sino como verdaderamente es, como palabra de Dios que actúa en vosotros que creéis» (1Tes 2,13). En una palabra, la Iglesia sabe que su «descanso» sólo puede encontrarse en las praderas de la Palabra del Señor. Cada creyente que busca el «descanso» que remite al sentido de la propia existencia, se relaciona con esta misma Palabra; debe pasar por la «puerta» que es Jesús mismo; Él hace oír su voz, que es reconocida como portadora de sentido y por ello mismo acogida (cf. Jn 1,1-7). Frente a esta Palabra no puede esconderse nada, porque ella todo lo penetra y todo lo conoce. El creyente no puede olvidar nada, porque ella todo lo vuelve a traer a la mente; más aún, nada debe ser dejado de lado, porque todo está dirigido al encuentro definitivo con el Señor. En fin, tanto la vida de la Iglesia como la de cada creyente se colocan frente a esta Palabra que se transforma en criterio de verdad y de juicio de los movimientos del corazón, de la mente y de los secretos íntimos de cada uno, para que todo llegue a expresar el deseo de participar en la vida divina (cf. Jn 12,48; Ap 19,13). Del mismo modo, quienes están en la búsqueda de la verdad o simplemente del sentido de la propia vida, antes o después tendrán que confrontarse con esta Palabra; en ella se encuentra descrita también el ansia de la búsqueda y el esfuerzo por encontrar respuesta. La escucha de la Palabra, pues, impone atención al hoy de la fe y de la existencia personal, a la que nadie puede escapar; retorna el imperativo del Éxodo: «escuchad hoy su voz». A la luz de estas consideraciones, vale la pena releer un breve párrafo de Verbum Domini donde el Papa Benedicto escribe: «Al alba del tercer milenio, no sólo hay todavía muchos pueblos que no han conocido la Buena Nueva, sino también muchos cristianos necesitados de que se les vuelva a anunciar persuasivamente la Palabra de Dios, 68


La Palabra de Dios y la Nueva Evangelización • Rino Fisichella

de manera que puedan experimentar concretamente la fuerza del Evangelio. Tantos hermanos están «bautizados, pero no suficientemente evangelizados». Con frecuencia, naciones un tiempo ricas en fe y vocaciones van perdiendo su propia identidad, bajo la influencia de una cultura secularizada. La exigencia de una nueva evangelización, tan fuertemente sentida por mi venerado Predecesor, ha de ser confirmada sin temor, con la certeza de la eficacia de la Palabra divina. La Iglesia, segura de la fidelidad de su Señor, no se cansa de anunciar la Buena Nueva del Evangelio e invita a todos los cristianos a redescubrir el atractivo del seguimiento de Cristo» (Verbum Domini 96).

1. Dei Verbum: originalidad incompleta Este escenario permite realizar algunas reflexiones para verificar cuánto la enseñanza de la Dei Verbum puede ayudar y sostener a la nueva evangelización. Han pasado 50 años desde la publicación del más bello documento del Vaticano II y, hasta donde pueda valer mi opinión, creo que numerosos pasos han sido dados. Sin embargo, todavía queda un largo camino para sacar a plena luz la originalidad y riqueza de aquellas páginas. Ciertamente, la Biblia ha sido colocada otra vez en las manos de los fieles. El libro sagrado ha salido del cono de sombra al que estaba relegado. La investigación teológica ha reencontrado la relación privilegiada con la Palabra de Dios. Desde esta perspectiva, la urgente invitación de los Padres conciliares ha sido correspondida (cf. DV 24). Se han multiplicado los estudios exegéticos y un conocimiento más coherente de los textos permite una inteligencia más profunda. Lamentablemente, tampoco han faltado exageraciones y actitudes desproporcionadas, que han empujado a la Sagrada Escritura fuera del contexto eclesial, con el grave peligro de encadenarla a la sola interpretación, hija de métodos a menudo extraños al género literario «evangelio», y el riesgo de caer en un malentendido sobre sus contenidos. El carácter histórico de los evangelios debe ser reafirmado con fuerza, no sólo porque la Iglesia siempre sostuvo «sin vacilar» su origen apostólico, que aun conservando su carácter de «anuncio» siempre refiere a la vida y a la predicación de Jesús «con sinceridad y verdad» (DV 19), sino también porque la misma exégesis está en condiciones de evidenciar contra toda tendencia reduccionista, el profundo valor histórico que ellos tienen. En la vida de los cristianos, por otra parte, la Sagrada Escritura ha retomado lentamente su lugar fundamental. Acostumbrados en el pasado a tener un conocimiento memorístico de la fe y de las fórmulas del catecismo, hoy se nota una mayor pasión por la belleza del evangelio. Esto no quita, sin embargo, que sean alarmantes las diversas estadísticas que muestran cómo la Sagrada Escritura se ha convertido en uno de los textos más difundidos y menos leídos. Si es verdad, como transcribe la Dei Verbum

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Palabra y Misión • Claves para una Nueva Evangelización

citando a san Jerónimo, que ignorantia Scripturam ignorantia Christi est, entonces debemos concluir que es poco el conocimiento de Jesucristo. Con asombro y dolor debemos constatar que alcanza con una novela barata para debilitar la fe de muchos y quitar credibilidad histórica a los evangelios. Es necesario entonces que se cumpla cuanto el Vaticano II auspiciaba como camino para toda la Iglesia que «ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia» (DV 21). Desde esta perspectiva no será inútil un retorno a la Dei Verbum. Un texto clave, que no ha sido debidamente profundizado, es particularmente significativo e importante a tal efecto: «Así pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente divina, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la Palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la Palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad» (DV 9). En el Vaticano II la enseñanza es clara: la Palabra de Dios no puede identificarse sólo con la Sagrada Escritura. Si así sucediese, sería un injusto empobrecimiento del evento de la revelación y tendría consecuencias nocivas incluso en la pastoral, y por tanto, en la vida de la Iglesia. Lo que emerge del texto conciliar es en primer lugar el uso de los términos. Es paradójico, pero el Concilio usa dos términos que indican todo, menos que sea algo «escrito». Cuando habla de la Escritura dice que es «locutio»; es decir, algo que se pronuncia, no que se escribe; es claro que utilizando este término los Padres conciliares pensaban en la modalidad con la que Dios se revela; ésta corresponde al hablar, no al escribir. Cuando habla de la Tradición, y por ende de la trasmisión del Evangelio, dice: «verbum». Tanto en uno como en otro caso nos encontramos con una terminología que indica una realidad viva, en movimiento, como es típico de la palabra. Esto no quita el carácter normativo de la Escritura, que desde siempre, junto con la Tradición, es considerada por la Iglesia como «la regla suprema de su fe» (DV 21). Lo que se quiere indicar, sobre todo, es que esta Escritura vive en la vida misma de la Iglesia. Es la Iglesia la que la mantiene siempre actual con su anuncio y no se cansa jamás de reproponerla como inmutable palabra de revelación, mediante la cual Dios no cesa de hacer oír su voz, para introducir a los creyentes en toda la verdad. 70


La Palabra de Dios y la Nueva Evangelización • Rino Fisichella

En este contexto, lo que se recupera para la nueva evangelización es el tema de la inagotabilidad de la Palabra de Dios. El hecho de ser «no sólo escrita» abre de par en par las puertas de su insondable riqueza, que se actualiza en el «hoy» de la fe de cada creyente, superando las barreras espacio-temporales que podrían anular la fuerza de sentido que posee. Un párrafo particularmente significativo al respecto: «¿Quién es capaz, Señor, de comprender toda la riqueza de una sola de tus palabras? Es mucho más lo que se nos escapa que lo que logramos comprender. Somos como los sedientos que beben de la fuente. Tu palabra ofrece muchos aspectos diferentes, como numerosas son las perspectivas de quienes la estudian. El Señor ha coloreado su palabra con bellezas muy variadas, para que quienes la escrutan puedan elegir qué contemplar. Ha escondido en su palabra todos los tesoros, para que cada uno de nosotros encuentre una riqueza en aquello que contempla. Su palabra es un árbol de vida que, por todas partes, ofrece frutos benditos… Quien encuentra una de estas riquezas no piense que no hay más cosas todavía. Mas bien comprenda que no ha sido capaz de descubrir sino una cosa entre tantas otras. Después de haberse enriquecido con la palabra no piense que ésta resulta empobrecida. Incapaz de agotar su riqueza, agradezca la inmensidad de la misma. Alégrate porque fuiste saciado, pero no te entristezcas por el hecho de que la palabra te supera. El sediento se alegra de beber, pero no se entristece por no poder agotar la fuente. Es mejor que la fuente satisfaga tu sed, y no que la sed agote la fuente. Si tu sed es aplacada sin que la fuente se seque, podrás beber de nuevo cada vez que tengas necesidad. Si en cambio, saciándote secases la fuente, tu victoria sería tu desgracia. Agradece lo que has recibido sin murmurar por lo que permanece inutilizado. Lo que has tomado y te llevas contigo es tu propiedad, pero aquello que todavía queda es tu herencia. Lo que no has podido recibir inmediatamente a causa de tu debilidad, recíbelo en otros momentos con tu perseverancia. No tengas la imprudencia de querer tomar de una sola vez lo que no puede ser extraído sino paulatinamente, y no te alejes de aquello que sólo puedes recibir poco a poco». Quien escribe estas palabras de profunda sabiduría es el más grande de los padres siríacos y, probablemente, el máximo poeta de la edad patrística: Efrén el Sirio (306/7-372/3). Es un santo diácono que desde el día de su bautismo a los 18 años dedicó toda su vida a la catequesis y al estudio de la teología. Su memoria debería permanecer aunque sea sólo por las palabras que acabamos de citar. Lo que emerge de estas páginas es lo que la Iglesia siempre ha afirmado de su relación con la Palabra de Dios y con el anuncio vivo que está llamada a realizar. Cuanto más ella vive el misterio, tanto más se inserta en su riqueza. Es propiamente a causa de esta inagotabilidad que la Palabra de Dios puede ser anunciada en todas partes de la tierra, en todas las culturas con las que se encuentra, y puede revitalizar a cada creyente que la utiliza como alimento espiritual para su testimonio 71


Palabra y Misión • Claves para una Nueva Evangelización

de fe en el mundo. Esta característica no es otra cosa que la acción peculiar del Espíritu Santo que en el curso de los siglos reaviva la fuerza de esta Palabra, permitiendo una comprensión siempre nueva y más profunda, dejando cada vez más libre el camino de su «carrera» hacia todos los hombres (cf. DV 26). Aquí nos encontramos ante al gran desafío que debe enfrentar la Iglesia en este momento histórico. Hacer que los cristianos recuperen la propia identidad y el sentido de pertenencia a la Iglesia. Esto sucederá en la medida en que se comprenda la exigencia de insertarse en el camino de la Iglesia y su bimilenaria acción pastoral. Un elemento fundamental para la nueva evangelización -sobre el que insistimos mucho- es la formación. Es una necesidad para todos, sin excluir a nadie. La formación permite recuperar el patrimonio de fe y cultura que poseemos y que debemos transmitir a las futuras generaciones. Esto supone nuestra capacidad de entrar en la cultura, conocerla, comprenderla y también transformarla a la luz del Evangelio. La nuestra nunca podrá ser una presencia pasiva frente al desarrollo de la cultura en todas sus manifestaciones. La presencia del cristiano es «siembra» y «fermento»; esto significa una presencia activa en los ámbitos de la cultura sin ceder ante la presión de una fuerte tendencia que se manifiesta como «control del lenguaje» hasta el punto de impedir nuestras manifestaciones. La formación comprende el gran ámbito de la catequesis, alcanza también a la formación de los futuros presbíteros y de la predicación de los sacerdotes, y no se detiene ante un laicado que debe reencontrar su plena identidad para estar presente en el mundo y donde sólo ellos pueden ser «sal» y «luz». Verbum Domini dice de un modo explícito: «Al considerar la Iglesia como «casa de la Palabra», se ha de prestar atención ante todo a la sagrada liturgia. En efecto, éste es el ámbito privilegiado en el que Dios nos habla en nuestra vida, habla hoy a su pueblo, que escucha y responde. Todo acto litúrgico está por su naturaleza empapado de la Sagrada Escritura. Como afirma la Constitución Sacrosanctum Concilium, «la importancia de la Sagrada Escritura en la liturgia es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que se explican en la homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones y cantos litúrgicos están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las acciones y los signos». Más aún, hay que decir que Cristo mismo «está presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura». Por tanto, «la celebración litúrgica se convierte en una continua, plena y eficaz exposición de esta Palabra de Dios. Así, la Palabra de Dios, expuesta continuamente en la liturgia, es siempre viva y eficaz por el poder del Espíritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre, amor indeficiente en su eficacia para con los hombres». En efecto, la Iglesia siempre ha sido consciente de que, en el acto litúrgico,

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La Palabra de Dios y la Nueva Evangelización • Rino Fisichella

la Palabra de Dios va acompañada por la íntima acción del Espíritu Santo, que la hace operante en el corazón de los fieles. En realidad, gracias precisamente al Paráclito, «la Palabra de Dios se convierte en fundamento de la acción litúrgica, norma y ayuda de toda la vida. Por consiguiente, la acción del Espíritu… va recordando, en el corazón de cada uno, aquellas cosas que, en la proclamación de la Palabra de Dios, son leídas para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de carismas y proporciona la multiplicidad de actuaciones» (Verbum Domini 52). Un lazo sumamente particular relaciona la nueva evangelización con la liturgia, que es la acción principal mediante la cual la Iglesia expresa su misma vida. Desde los orígenes, ésta estuvo caracterizada por la acción litúrgica. Lo que la comunidad predicaba, anunciando el evangelio de la salvación, después lo hacía presente y vivo en la oración litúrgica. La salvación, por tanto, no era sólo un anuncio hecho por hombres voluntariosos, sino sobre todo acción que el mismo Espíritu realizaba por la presencia de Cristo en medio de la comunidad creyente. Separar estos dos momentos equivaldría a no comprender la Iglesia. La liturgia es linfa vital para su anuncio y éste, una vez realizado, retorna a la liturgia para su cumplimiento eficaz. La lex credendi y la lex orandi configuran una unidad total, donde es difícil encontrar la frontera entre una y otra. Por tanto, la nueva evangelización deberá hacer de la liturgia su espacio vital para que tenga pleno significado el anuncio realizado. Hay que pensar no sólo en la oportunidad pastoral, sino en el valor significativo que poseen algunas celebraciones. Del bautismo al funeral, todos advierten cuánta potencialidad tienen estos ritos para comunicar un mensaje que de otro modo no sería escuchado. ¡Cuántos «indiferentes» a la religión participan en estas celebraciones y cuántas personas a menudo en busca de una genuina espiritualidad están presentes! En estas circunstancias, la palabra del sacerdote debería ser capaz de provocar la pregunta por el sentido de la vida, a partir del sacramento y de los signos que lo expresan. La celebración no es un rito extraño a la vida cotidiana del hombre, sino que va dirigida a sus interrogantes, que esperan una respuesta a menudo buscada en vano en otra parte. En la celebración de la eucaristía, la predicación y los ritos se llenan de significados que van más allá de la persona del sacerdote. Aquí, de hecho, el vínculo con la acción del Espíritu permite verificar que los corazones se transforman y con su gracia son plasmados y se disponen a recibir el momento de la salvación. La importancia del vínculo entre la nueva evangelización y la liturgia, y entre ésta y la acción del Espíritu Santo, provoca en el creyente una reflexión sobre la propia responsabilidad y sobre el testimonio que estamos llamados a manifestar con nuestro estilo de vida. En particular, nosotros sacerdotes deberíamos

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Palabra y Misión • Claves para una Nueva Evangelización

reflexionar sobre una cuestión de extrema importancia, como es la de la homilía. El rol que ésta desempeña en el anuncio, la comprensión del misterio y la vida cotidiana es tan evidente que no deja escapatorias. Descuidar la preparación de la homilía, o peor aún, improvisarla, es una ofensa que en primer lugar se realiza a la Palabra de Dios, y además, una humillación a los fieles. El tiempo dedicado a la preparación de la homilía no es tiempo perdido, sino condición para ejercitar el ministerio de modo fiel, coherente y eficaz.

2. Conclusión «De esta forma, Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col 3,16)» (D V 8). El texto, que de alguna manera lleva a la conclusión de estas reflexiones, abre a una problemática a la que sólo se ha hecho una breve mención: la instancia veritativa de la Palabra de Dios. Se debería retomar con fuerza y convicción esta temática y extraer las debidas consecuencias. En un período como el nuestro, en el que se constata un deseo de verdad en medio de un confuso relativismo, no sería en absoluto obvio ni inútil dirigir la mirada a la Palabra de Dios como palabra de verdad. Sólo así se alcanza a percibir su esencial novedad y su valor insustituible para la vida personal. Sólo en la medida en que la Palabra de Dios es «verdadera», entonces puede reclamar la obediencia de la fe, porque resulta creíble y digna de ser acogida. Se toma conciencia de que cuando se está frente a la Palabra de Dios, se está como ante un coloquio perenne que supera el espacio y el tiempo, y se convierte en provocación para todo hombre que reclama y busca el sentido de su existencia. Aquí, cada uno se halla ante una presencia que le permite captar la verdad sobre la propia vida, y que abre espacios de libertad que sólo podía pensar, pero jamás alcanzar a partir de sí mismo. No será inútil, entonces, terminar con la misma conclusión de la Dei Verbum: «Así, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados «la palabra de Dios se difunda y resplandezca» y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más los corazones de los hombres. Como la vida de la Iglesia recibe su incremento de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso de la vida espiritual de la acrecida veneración de la palabra de Dios que “permanece para siempre” (Is 40,8; cf. 1 Pe 1, 23-25)» (DV 26). El texto original griego de 2Tes 3, 1 permite referirse a la Palabra de Dios en forma personificada, como si ésta estuviera en condiciones de correr una carrera. Es inmediata la referencia misionera que subyace al texto.

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La Palabra de Dios y la Nueva Evangelización • Rino Fisichella

La Palabra debe difundirse entre los pueblos, entre las calles de nuestras ciudades, debe entrar en nuestras casas y allí encontrar el espacio de escucha y acogida que trae salvación. Al final, sólo si logramos provocar un verdadero y coherente contacto con la Palabra de Dios, una asidua frecuentación, habremos ejercido nuestro ministerio; nosotros, de hecho, somos diáconos de esta Palabra y sus ministros llamados a brindar el servicio de la obediencia fiel y libre. Vitoria, 31 de mayo de 2012.

† Mons. Rino Fisichella Presidente del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización

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