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B – ESCRITOR

B – ESTEBAN SÁNCHEZ, ESCRITOR

Son muchos los ejemplos que se podrían poner para comprobar la gran calidad literaria del insigne orellanense. Nos remitimos a algunos, presentándolos en su integridad, y enumerando los once artículos que pueden ser consultados con facilidad.

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No obstante, conviene recordar las palabras de Enrique Molina Senra en el capítulo 1 cuando habla de la “indiscutible vena de escritor de Esteban Sánchez”. Igualmente nos remitimos al comentario sobre el Cuaderno 2, del capítulo 2, en el que se incluyen cuatro párrafos del prólogo del libro El Folklore de Orellana.

1 – ESCRITOS QUE APARECEN EN SU INTEGRIDAD

1. Reflexiones sobre dos compositores españoles (Capítulo 7 - B de este libro) 2. Discurso de ingreso en la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes

Joaquin jose Sanchez Ruiz en su casa de Orellana la Vieja. Mediados de los 50.

3. Colaboración en la revista de la Feria de Orellana la Vieja, agosto de 1977

4. Colaboración en la revista de la Feria de Orellana la Vieja, agosto de 1985

5. Pregón de la Feria de Orellana la Vieja, agosto de 1993

6. Prólogo del Cancionero Popular Extremeño de Emilio González Barroso, 1980

7. El “accidentado” XXXVI Festival

8. Protagonista de la historia musical española

Una de las curiosidades a destacar de la entrañable amistad que unió a Esteban Sánchez y Miguel del Barco fue la publicación, en la prensa extremeña, de una serie de artículos que mutuamente se dedicaron. Incluimos a continuación, en su integridad, el que el genio orellanense dedicó al genio llerenense, con motivo de su nombramiento como Hijo Predilecto de Llerena, su localidad natal, y el homenaje que con tal motivo se le tributó.

Parecería inútil y hasta ocioso hablar aquí y ahora de Miguel del Barco. Aquí, porque naturalmente hemos de considerar que está en su propia casa; ahora, porque tengo la impresión de que Miguel del Barco, nacido en Llerena, esa ciudad, la más blanca y llana de la Extremadura sureña, no es lo suficientemente conocido.

Sin embargo, quizá encaje aquí y ahora una muy breve semblanza de Miguel del Barco; un tanto subjetiva por ser mía, humilde porque él sabe que soy –al menos creo serlo- el más humilde de sus amigos, y por ser mía, desde luego no todo lo atinada y brillante que él merece.

Recordando algunos datos biográficos, Miguel del Barco inicia sus estudios musicales en Llerena. Discípulo del maestro Urteaga en San Sebastián, pasa más tarde al Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, donde cursa estudios de órgano y composición. Realiza cursos especiales de canto gregoriano, dirección coral, metodología y pedagogía musical. Luego, tras varios años de intensa actividad concertística y pedagógica, en contacto con las más relevantes figuras nacionales y extranjeras, obtiene en concurso-oposición celebrado en Madrid las cátedras de órgano y armonía, la de repentización musical, transposición instrumental y acompañamiento al piano del Conservatoria Superior de Música de Sevilla. Es inminente, si aún no se produjo, la aparición de un espléndido disco microsurco.

Esta es a grandes pasos y a grandes rasgos la andadura de Miguel del Barco en el amplísimo espectro musical; pasos que culminan siendo actualmente y desde hace algunos años catedrático de órgano y director del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, sitial que otrora ocuparon músicos tan relevantes como Emilio Arrieta, Tomás Bretón y Jesús Guridi.

Este es Miguel del Barco, el gran amigo, el gran paisano, y el gran músico, uno de los extremeños y uno de los españoles más amantes de su tierra grande y chica, e incontrovertiblemente, uno de los intelectuales más conspicuos y sobresalientes que haya producido Extremadura en el presente siglo. Y siendo esto tanto, aún no lo es todo; Miguel del Barco es además –lo he dicho muchas veces y me ratifico en ellouna persona absolutamente providencial en el devenir de la historia de la música española. Pero no me detendré en este punto, ya que sólo enumerar los resultados más importantes colmaría un espacio del que no disponemos.

Inevitable destacar en esta circunstancia la creación de dos nuevos conservatorios en

la región extremeña, dentro de la provincia de Badajoz, concretamente en Mérida y Don Benito, y el decisivo impulso dado a los otros dos ya existentes en Badajoz y Cáceres. Se dice pronto, pero la creación y transformación experimentadas por los conservatorios de la región extremeña implican una problemática que él sólo podía concebir y acometer…

Desde estas columnas de HOY que tantas veces acogieron mis escritos, emplazo a todos los extremeños responsables y sensibles a la cultura (entre los cuales siempre me he contado), para que ayudemos en esta tarea y magna labor a Miguel del Barco en todo lo que esté a nuestro alcance, pues es la única forma de pagar tantos afanes, tantos desvelos, tantas ilusiones que Miguel del Barco ha puesto y siempre ha tenido para que todos los músicos extremeños y el resto de los españoles logren la dignidad que les corresponde, lo mismo artísticamente que en sus respectivas actividades y medios de vida.

Podemos comprobar que no hay en la existencia de Miguel del Barco ninguna clase de afectaciones o estridencias; sí, en cambio, una ejecutoria y trayectoria tan diáfanas y transparentes que honrarían no solo a cualquiera de los más grandes músicos, sino que le honran a él directamente, a todos nosotros en razón del paisanaje y por supuesto a toda Extremadura, porque Miguel del Barco es músico por vocación, amigo del alma y antes que nada y después de todo, extremeño por predestinación.

Esteban Sánchez

2 – ARTÍCULOS QUE PUEDEN SER CONSULTADOS

Alminar: Revista de estudios de Extremadura de la Institución “Pedro de Valencia”, distribuida semanalmente de manera gratuita por el Diario Hoy. Se publicaron 52,,números entre enero de 1979 y marzo de 1984. El Autor coleccionó todos los ejemplares de Alminar que llegaron a los quioscos.

Se incluyen a continuación diez artículos de Esteban Sánchez publicados en la revista Alminar, que dan sobrada justificación de este apartado del presente capítulo. No estaría de más señalar que el maestro extremeño colaboró en más ocasiones con la citada revista. “Joaquín Turina” o “Músicos no extremeños en Extremadura”, son otras colaboraciones, por citar solo algunas.

Once artículos en la Revista Alminar (febrero 1979 – junio 1983) 1. I Semana musical de intérpretes extremeños en Cáceres (Febrero 1979) 2. 250 años después: Antonio Soler y su obra (1729-1785) (Junio 1979) 3. El alumno, frente a la elección de instrumento (Octubre 1979) 4. El piano, esa necesidad (Octubre 1979) 5. Música clásica y música moderna (Noviembre 1979) 6. La música y la información (Enero 1980) 7. El Conservatorio de Mérida (Marzo 1983) 8. El disco, una nueva dimensión (Abril 1983) 9. Un disco de Miguel del Barco (Mayo1983) 10. Esteban Berzosa, músico segoviano en Cáceres (Junio 1983)

1 – I SEMANA MUSICAL DE INTÉRPRETES EXTREMEÑOS EN CÁCERES (Febrero 1979)

Pocos hechos van a quedar tan grabados en mi conciencia de extremeño y músico como la celebración de la 1ª Semana Musical de Intérpretes Extremeños en Cáceres el pasado Diciembre de 1978. No voy a hablar de las actuaciones de los intérpretes, entre los cuales tengo el honor de contarme; ya lo hizo oportunamente Prensa, Radio e incluso Televisión Española; más bien quiero hablar de Cáceres, ante todo de tres grandes amigos, aunque todos lo sean, de la Asociación Musical Cacereña. Sin ellos tampoco hubiera sido realizable dicha Semana Musical.

Juan Manuel Romo, Presidente de la Asociación, leonés jocoso y jocundo, de temperamento abierto e ideas resolutivas; el día 30 de octubre de 1978, después de un concierto a dúo que hicimos en Cáceres Miguel del Barco y yo, en el curso de una animada charla, a él se le ocurrió que Cáceres debía ser el escenario de la 1ª Semana Musical de Intérpretes Extremeños antes de las Fiestas Navideñas, manifestando imperativa y noblemente, que dejaría de ser presidente le la Asociación si no lo conseguía. Esteban Berzosa, tesorero de la Asociación, segoviano, luchador infatigable, victorioso contra todos los vientos y mareas, paladín incuestionable y justamente receptor durante muchos años de toda la música y músicos dignos de llamarse así que por Cáceres desfilaron. Carlos Solano, Secretario de la Asociación, cacereño, extremeño auténtico y cabal, de difícil sencillez y moderador en tantas tramas que sin duda él ayudó a superar. Sin embargo, esta relación aún pecaría de incompleta si no citáramos el muy positivo y sereno quehacer del madrileño Ramón Morales o el contagioso y ferviente optimismo del cacereño Vicente Plasencia.

No quiero ser tachado de parcial y por ello diré que hombres como éstos son los que necesitamos para cuidar y defender el bello arte de la música, pero otros iguales hacen falta para mantener la llama viva de las demás bellas artes en cualquier menester u oficio, en Extremadura, en todas partes. Entonces ¿Qué hemos hecho los intérpretes musicales extremeños? Sencillamente, reconocer la abnegación y sacrificio de estas personas en pro de la música y de una ciudad extremeña y por encima de todo sentir la encendida llamada que a través de ellos nos hacía Cáceres, la ciudad hermana, paisana y querida. Desde muy diversos puntos de la geografía española, allí fuimos a encontrarnos y darnos la mano varios músicos pacenses: Carmelo Solís, María Coronada, Miguel del Barco, La Escolanía Frexnense que conduce Ángel Vinagre; el que suscribe personalmente lo hizo con el Orfeón Provincial de Cáceres, dirigido por Trini León, que las circunstancias me depararon oír, magnífica y meritísima agrupación. ¿Por qué no vienen o los traemos a Badajoz? Les tenemos tan cerca que no debiera pasar más tiempo sin invitarles a cantar en esta tierra que también lo es suya. ¡Extremadura Una!

He dejado a propósito para el final al público, a partes iguales puntual, multitudinario, enardecido, orgulloso y estupefacto, de que en Cáceres pudiera haber una semana seguida de conciertos, por si fuera poco, exclusivamente con material extremeño. También gracias a ese, su público, Cáceres, enhiesto poema de piedra, escrito sobre ondulantes y suaves colinas pletóricas de recuerdos, ya guarda uno más. El de la 1ª Semana Musical de Intérpretes Extremeños.

2 – 250 AÑOS DESPUÉS: ANTONIO SOLER Y SU OBRA (1729-1783) (Junio 1979)

El próximo 3 de diciembre se cumplirá el 250 aniversario del nacimiento de Antonio Soler en la ciudad de Olot (Gerona), el que más tarde sería monje jerónimo y uno de los más significativos músicos españoles de todos los tiempos. Es natural que sepamos poco de su vida, consagrada por entero a la religión y a la música. Sí sabemos que fue maestro de clave del infante D. Gabriel, para quien, por encargo de éste, compuso numerosas obras. Como quiera que sea, más nos interesa en esta efeméride el resultado de su obra integral, sin duda, compendio y resumen de esa existencia sencilla e inmersa en la doble vertiente ya indicada.

Lejos de relacionar géneros y títulos de su vasta producción, coincidentes con los de otros autores de la época, es decir, piezas para clave, órgano, sonatas, música instrumental, religiosa, teatral, vocal, etc., además de una considerable parte que fue destruida o se perdió durante la ocupación de las tropas francesas, lo que en realidad pretendo es señalar algunas de mis impresiones sobre la música del Padre Antonio Soler a modo de humilde homenaje en la conmemoración de este 250 aniversario.

La música del P. Soler, escrita en pleno siglo XVIII es aún muy joven, inédita prácticamente entre la mayoría de nosotros; así es, en nuestro país casi todo lo esencial está por descubrir, a pesar del previsto destape… liberador, que hasta ahora se reduce a exclusivamente a una liberalización dérmica y poco más. No es frivolidad lo que acabo de decir: es que aquello que depende de la belleza y en definitiva de la sensibilidad, todavía no nos ha llegado con las debidas formas de captación. Parece que solo importa lo que es visto, sentido y oído de la misma manera por todos, vulgarmente, sin profundizar en el alma, en el espíritu y en el mensaje que todas las cosas revelan si se entienden con fines elevados.

No, no he perdido el hilo, estas disquisiciones quizás me ayuden a manifestar algo de todo lo que me sugiere la deliciosa e impagable música del P. Soler. Antepongo que de ningún modo se trata de un compositor desconocido en el gran mundo de la música, esotérico o gris, muy al contrario, urge destacar que el P. Soler siempre representará una estética avanzada dentro de un Clasicismo despejado y sin inhibiciones.

Pues bien, lo sorprendente en la obra del P. Soler es precisamente ese Clasicismo, originalidad y vigencia, comunes en la realización de todo artista nato, que no se gastan, que cada vez esplenden e irradian nueva luz, con idéntica fuerza que el día se ilumina cada vez que aparece el Sol. La impronta del P. Soler radica en una natural facilidad creativa y en un planteamiento constantemente abierto a las modulaciones más insospechadas, que nos transportan sin apenas notarlo a las más alejadas tonalidades produciendo cambios e inflexiones múltiples de ambiente y colorido dentro de un contexto que nunca deja de ser homogéneo y fiel a un estilo propio, de tan altos vuelos, que nos llevaría a situar su copiosa obra en un plano que arranque desde Haydn y Mozart y termine reposando en lindes románticas, fronteras que muy pronto salvaría Beethoven. (Beethoven contaba trece años al morir el P. Soler)

Y sin embargo nada obsta para que la música del P. Soler resulte inconfundible: en ella trasciende la fronda y místico verdor de los claustros monacales, el incesante trinar de las pequeñas aves, poniendo una nota de optimismo en los espacios más recónditos, la plenitud rebosante de incontenible felicidad de aquel que tiene todas las cartas en regla con lo terrenal y el más allá… Su música es alegre, encantadora y risueña, no hay en ella rasgos adustos, no se perfilan severas meditaciones, ni asoma la sombra del oscurantismo que se aprecia en ciertos compositores de su entorno, por lo demás muy estimables.

Soy refractario a cualquier tipo de compulsaciones, pero sí deseo hacer observar un fenómeno que por vez primera, espontáneamente, toma cuerpo en la música a través de la música del P. Soler: el reflejo del españolismo. Por citar tan solo dos de los más sobresalientes autores del siglo XVIII, ni el veneciano Antonio Vivaldi con sus descriptivas y preciosistas “Cuatro Estaciones”, o el afiligranado y canoro concierto “Il Cardellino”, ni Doménico Scarlatti, napolitano, y madrileño de adopción, con quien se supone estudiara el novicio Antonio Soler, logran en sus más fluidas, jugosas y magistrales composiciones, esa gracia, esa chispa, esa “picardía” que emanan de la inspirada y genuina españolidad del P. Soler. En esta dimensión, el P. Soler es auténticamente excepcional, un adelantado y profeta en su tierra de esa escuela nacionalista española que surgiría dos siglos más tarde; también dato curioso en Cataluña.

Pero no habría hecho falta llegar hasta Albéniz, Granados, Falla o Turina para escuchar ese increíble “Fandango” del monje olitino, plagado y rezumante, como tantas obras suyas, de acentos y cadencias hispanas si no fuese por esa ironía del destino que mantuvo oculta e inédita la partitura hasta hace poquísimos años, igual que ha estado la casi totalidad de su música. Actualmente siguen apareciendo manuscritos en los monasterios de Montserrat y El Escorial, lugares donde el P. Soler pasaría la mayor parte de su vida. Musicólogos e investigadores de la talla del religioso español el P. Samuel Rubio o del estadounidense Frederic Marvin, entre otros, continúan la búsqueda impenitente por los más escondidos rincones de estos cenobios; piensan quizá, que bastantes partituras pudieran quedar aún cautivas e ignoradas entre los imponentes y seculares legajos de sus archivos.

El P. Soler escribió un importantísimo tratado que causó enorme impacto y controversia en la música y músicos de su tiempo: “La llave de la modulación”, el cual confieso y lamento no conocer, pues aunque el texto se conserva en El Escorial, esa obra teórica no ha sido editada. Lo que sí podemos afirmar es que la verdadera “llave”, la que daba paso al mágico secreto de su música, se fue para siempre aquel 20 de diciembre del año 1783, acompañando al P. Antonio Soler en el silencio de su tumba escurialense.

3 – EL ALUMNO, FRENTE A LA ELECCIÓN DE INSTRUMENTO (Octubre 1979)

En este tiempo, en que todo el mundo de todo se queja y hasta es posible que muchos reivindiquen algo más de lo que les pertenece, no estará fuera de lugar exponer aquí y aunque sólo sea un poco someramente, algunos de los problemas con que ha de enfrentarse el intérprete musical antes y después de serlo, si es que sus deseos llegan a fructificar. Y digo someramente a sabiendas de que sus problemas son todos y no cabe en este momento un planteamiento general en un espacio tan limitado como el que disponemos.

Dentro del pasado curso se celebró en el conservatorio Profesional de Música de Badajoz un “ciclo de conferencias de Información musical” del que deberían hacerse sucesivas ediciones, para tratar los temas con más amplitud, más en profundidad, ya que sólo hubo ocasión de ofrecer una visión esquemática de los instrumentos que se estudian con más frecuencia, y sin duda se empezó por donde se debía, pero a causa, principalmente, de inconvenientes de horario, las intervenciones de los profesores resultaron apuradas, con recortes y sin posibilidad las más de las veces de dar paso al coloquio previsto entre alumnos, profesores y público asistente, aspecto que estimamos del máximo interés, pues si bien las orientaciones suministradas por los profesores se basaron en los argumentos más necesarios y por ello las desarrollaron, no es menos atendible aquello que el alumno o el público aficionado quiera saber en concreto.

Sin embargo, estas charlas-monólogos esclarecieron bastantes puntos oscuros relacionados con la interpretación musical y lo que es más, con sus intérpretes, señalando el camino a seguir por el alumno según el instrumento que hubiera elegido o estuviera en trance de elegir. Y aquí surge el primer problema: ¿Qué instrumento estudiar? Porque el alumno principiante jamás se plantea esta cuestión de una manera razonada, ni siquiera lo piensa, y tendría que hacerlo, al menos con fines de orden práctico, como estoy seguro lo hace cuando va a iniciar cualquier otra carrera que al igual que la música contenga múltiples facetas.

Me explicaré. No es lo mismo sobresalir o simplemente abrirse paso en el piano o la guitarra, instrumentos en los que profesionales y aspirantes a serlo constituyen legión, que en el arpa, flauta, órgano o violoncello, pongo por caso, instrumentos deficitarios en profesores y alumnado, igualmente difíciles, de gran belleza y proyección, cada cual en su ámbito, y que junto a otros no menos interesantes y significativos, tales como el violín, viola, contrabajo, clarinete, oboe, saxofón, trompa, trompeta, trombón, tuba, etc., pueden procurar un halagüeño porvenir si se practican con relativa atención.

No harán falta demasiadas dotes imaginativas para llegar a la conclusión de que no existirán buenas ni suficientes orquestas en nuestro país mientras no se disponga de un numeroso plantel de músicos profesionales en las familias o ramas de los instrumentos de cuerda, viento-madera y viento-metal, formaciones absolutamente imprescindibles para nutrir tanto las grandes centurias sinfónicas como las reducidas agrupaciones de cámara, tríos, cuartetos y otras combinaciones instrumentales. ¿Que cómo se garantiza un puesto estable en una orquesta sinfónica o de cámara, después que el alumno termina de estudiar su carrera

con aprovechamiento? Este es otro asunto; habrá que esforzarse tanto o de una forma parecida como si se quiere ejercer de abogado, profesor de EGB, médico, etc., exactamente como ha de luchar todo aquel que pretende ser algo o alguien en la vida.

Pero, ciertos instrumentos, repito, la mayoría, tienen infinitamente más salida que el piano e incluso que la guitarra. Por ejemplo, en nuestro conservatorio de Badajoz, los alumnos matriculados en piano, 165 (hablo siempre del curso pasado), duplican con creces a los de guitarra, 75, y los de ambos instrumentos, sextuplican en número exacto al resto de los que cursan otras enseñanzas; proporciones harto reveladoras no sólo en Extremadura, sino equivalentes para los demás conservatorios españoles y perfectamente válidas a escala mundial. En esta sucinta relación comparativa no incluimos los alumnos de solfeo, armonía, transposición, música de cámara y otras asignaturas accesorias, que forzosamente han de estudiar todos.

Por si estas consideraciones no bastaran, téngase en cuenta que el piano, si excluimos el órgano, es el instrumento de más costosa adquisición en correspondencia a su calidad-precio; actualmente muy por encima de las 100.000 pesetas si aspiramos a un instrumento de óptimo rendimiento. En cambio existe en idénticas condiciones una variadísima gama de instrumentos para estudio, ya citados anteriormente, cuyos precios pueden estar comprendidos entre las 5.000 y 50.000 pesetas.

Así que piénsese un poco antes de decidirse por el instrumento que se vaya a estudiar, porque tendremos bastantes problemas que solventar dentro de la música, para comenzar dificultando nuestra andadura en un arte tan bello y sugestivo como ingrato, pero que a nadie engaña. Por supuesto sólo me he limitado a hacer unas breves observaciones sobre la elección del Instrumento, eso sí, lo más objetivamente posible; no es misión mía coaccionar o influenciar a los músicos del futuro instándoles a que tomen partido por uno u otro Instrumento, conociendo sobradamente que en estos casos lo único que cuenta es lo subjetivo y la voluntad personal.

Lo que sí pudiera resultar chocante es que, siendo yo pianista (el que suscribe este comentario), también haya tenido que ser el primero en ocuparme de un tema tan problemático y utópico, tendente a “descargar” el piano, ese “no va más” de los instrumentos domésticos y multitudinarios por antonomasia y tradición: pero lo contrario sería falsear la realidad en materias del máximo alcance y trascendencia. A lo que añadiré que mi deber, igual que el de cualquier profesor, es evitar a toda costa que tantos y tantísimos alumnos con nobles ambiciones, enormemente ilusionados, ignoren que el instrumento por ellos elegido será el principal determinante y factor en su trayectoria artístico-musical. Y termino haciendo hincapié en que éste es solamente un problema, primero y único que depende en absoluto de nosotros mismos.

4 – EL PIANO, ESA NECESIDAD (Octubre 1979)

Aunque los importantísimos medios de difusión que son la Radio y TVE (deberían y podrían serlo mucho más) cuentan con un auditorio fiel e incondicional en cuanto se refiere a la música culta, que en ellos se sirve con bastante exigüidad, nadie duda que en todas partes el gran público, incluidos esos aficionados a los cuales acabo de aludir, prefieren ir a las salas de conciertos a ver, oír y conocer a los intérpretes musicales al natural, directamente. Tengamos siempre presente que la música además de ofrecer distintos modos de ser escuchada, es sobre todo un espectáculo socializante y audiovisual por excelencia.

En Extremadura, sólo en cuatro ciudades es posible asistir a conciertos en directo de una manera normal y hasta con frecuencia: Badajoz, mediante la enorme labor cultural que desarrolla la Excelentísima Diputación Provincial y su Conservatorio Profesional de Música, aparte de algunos recitales esporádicos que organiza Juventudes Musicales: Cáceres, merced a la encomiable actividad de la Asociación Musical Cacereña, apoyada por la buena disposición de la Caja de Ahorros de esa ciudad; Mérida, donde se aúnan el Liceo y Juventudes Musicales para mantener y superar desde hace muchos años un más que alto y dignísimo nivel musical; y Plasencia que, a través de su Caja de Ahorros, se esfuerza en sustentar la vital inquietud de una exquisita y refinada concurrencia a los actos musicales.

Salvo el Conservatorio Profesional de Música de Badajoz y las Juventudes Musicales ya mencionadas, que son organismos con específicos cometidos en pro de la Música, hay que decir en seguida a favor de la Diputación Provincial de Badajoz, del Liceo de Mérida, y de ambas Cajas de Ahorro, tanto la de Cáceres como la de Plasencia, que no solamente se limitan a favorecer la música sino que abarcan todas las Bellas Artes en general, y un amplio espectro de necesidades dentro de sus respectivos ámbitos provinciales y comarcales.

Antes de preguntármelo a mí mismo, me es absolutamente doloroso reconocer que las demás entidades o sociedades musicales existentes en nuestra región (y otras muchas diseminadas por el resto de España) son realmente nominales, debido a una sinrazón o anomalía difícil de explicar: no poseen piano propio. Entonces no hay forma de tener un concierto en dichas sociedades nada más que muy de tarde en tarde, si surge la circunstancia de que pueda actuar un arpista, un guitarrista o un organista, si hubiera órgano en alguna iglesia o lugar de esas poblaciones.

En resumen, una sociedad musical sin piano es algo acéfalo y con un sentido muy restringido y poco realista de lo que debe ser una “sociedad de conciertos”. Motivos: Es un hecho apodíctico que en el piano se dan los conciertos de piano, pero a cualquier otro instrumentista que no tenga la especialidad de los antes citados le es imprescindible el piano y el pianista, no como errónea y vulgarmente se cree, para “acompañamiento”, sino como instrumento concertante y colaborador insustituible, igual que lo es para los cantantes y a “grosso modo” en el noventa por ciento de la “música de cámara”. Entonces, se comprenderá que la vida de una entidad de conciertos sin piano es verdaderamente insostenible.

A quien corresponda: Hay que ayudar a esas admirables, entusiastas y numerosas Sociedades Filarmónicas, Amigos de la Música, Juventudes Musicales, etc., huérfanas de lo más fundamental: el piano. Que nadie se llame amante ni benefactor de la música si antes no trata de resolver este problema de alguna manera eficaz y definitiva. Terminamos lanzando este acuciante y único ruego a la Dirección General de Música, a los Ministerios de Educación y de Cultura, Diputaciones Provinciales, Ayuntamientos, socios en general y aficionados a la música. Si todos diéramos tan sólo un poco de lo que pedimos nada sería inasequible, quizá empezaríamos a entender aquella frase de Beethoven: “Si queremos creer en los milagros, hagámoslos nosotros mismos”.

5 – MÚSICA CLÁSICA Y MÚSICA MODERNA (Noviembre 1979)

La Música, por ser una de las Bellas Artes, es del pasado, del presente y del futuro; y las tres cosas vienen a ser la misma en esencia, porque siempre que hablamos de la Música como el Arte consagrado y dedicado a las Musas (de ahí creemos toma el nombre), nos estamos refiriendo a la Música eterna.

¿Qué se entiende por música clásica? La música clásica, como todo lo clásico, tan sólo va unida al pasado cronológicamente, es decir, lo clásico, además de perdurar, es modelo y pauta en cada faceta o género, no porque fuera hecho antes o después de J. C., sea hecho antes o después de nuestro siglo XX: Lo que ocurre es que, realmente, es difícil que algo o alguien contemporáneo se haga clásico en vida, durante su existencia, ya que lo clásico, axiomática y habitualmente, es decantado por la posteridad. Más fácil, casi sin margen para el error, es saber cuánta música, pintura, literatura, etc., nacen muertas, simplemente porque nada aportan o añaden a lo y existente.

En música, reparemos aunque sólo sea como ejemplo, en tanta epidemia de soniquetes, muchos de ellos verdaderamente depravados, con que se pretende calentar las orejas de las masas, pues ni siquiera es necesario utilizar los oídos para su audición, y que pasan de moda todo lo más en una breve temporada. En lo concerniente a la pintura, véanse esos chafarrinones que chocan al ojo humano, que “descubren”, sin duda, lo que no habían conseguido imaginar ni por asomo los “clásicos” que se hallan representados en las clásicas pinacotecas, y que tampoco lograrán “ver” otros pintores de hoy, clásicos del futuro. En literatura, fijémonos, si somos capaces, en las inefables revistas del “chismorreo”, con sus especiales papeleos, argumentos o devaneos tontorrones y ahítos de estulticie… Y así podríamos ir observando cantidad de casos paralelos en el resto de las Bellas Artes.

Ello explica que las activísimas “garrapatas” o elementos parasitarios de las Bellas Artes no sean solamente de ahora, a pesar de que nadie recuerde sus nombres, igual que nadie recordará el de los actuales dentro de unos años. Pruebas contundentes y definitivas son, que en tiempos de Mozart, Beethoven, Chopin o Albéniz, Velázquez, Goya o Picasso, Cervantes, Shakespeare o Unamuno, hubieron centenares, miles de musicastros “ensucialienzos” y caballeretes de pluma en ristre, pero, ¿quiénes quedaron, cuántos pasaron a la Historia del Arte Universal? Los que tenían que quedar: sólo unos pocos de cada generación. Perol, bueno, estarán arguyendo ya los sabihondos de turno: “En el mundo tiene que haber de todo”. Absolutamente de acuerdo; en lo que no se puede estar de acuerdo es en que quiera mezclarse el mensaje, la excelsitud del Arte con aquello que le es espurio, para exclusivo beneficio y medro de esto último.

Ahora mismo está produciéndose muy buena música clásica, de muchos quilates, y los que saben apreciarla conocen muy bien la identidad de sus autores: no cabe dar la más mínima relación, sin embargo citemos algunos compositores que afortunadamente viven, jóvenes varios de ellos, y españoles para más señas, como Moreno Torroba, Federico Mompou, Joaquín Rodrigo, Muñoz Molleda, Antón García Abril, Manuel Castillo, Carmelo Bernaola, Ángel Arteaga, Román Alís… demostrándonos incuestionablemente que su mundo no es

el de esa bulla incontrolada que la mayoría de los adolescentes y no pocos adultos llaman “música moderna”.

¿Qué entendemos por música moderna; y qué es la música de vanguardia? Porque la música, toda obra artística siempre fue moderna, o de vanguardia, al menos tuvo que serlo en el momento de ser creada; aquí y ahora lo único que se trata es de confundir a la gente con términos equívocos o maneras de justificarse dando “apellidos” y calificaciones a “pejigueras” incalificables. ¿Por qué no se puede decir en contraposición “música antigua” en lugar de “música clásica”? Sencillamente, porque la música clásica es de ayer, de hoy y de mañana, da lo mismo el momento en que vea la luz, las auténticas obras de arte perdurarán, se harán clásicas y, por paradójico que sea, cada día que pasa serán más vigentes, en contraste, repito, con esos mal bautizados “modernismos” que duran lo que tardan en ser reemplazados por otros de parecida estofa, y así sucesivamente.

Es cierto que la música, las Artes todas, han evolucionado constantemente a la búsqueda de una estética que abra nuevos caminos a unas formas de belleza acordes con sus respectivas épocas, pero esto nunca quiso decir que pudiera prescindirse de un canon, el que sea, del ritmo, la melodía o la armonía, y mucho menos que éstos vayan a ser suplantados por lo amorfo, la cacofonía o la destemplanza de esos estruendosos decibelios que a tanta gala tienen los duros e irrecuperables de oído, y que resultarían irracionales en una selva e inconsentibles en cualquier manicomio. Pues eso y no otra cosa es la tan cacareada y mal llamada “música moderna” por los que ignoran totalmente las leyes más elementales que rigen la música.

La necesidad que en el fondo siente por la belleza todo individuo normalmente constituido, los conocimientos suficientes que también necesita para saber valorar el desarrollo de la inspiración que da origen a esa belleza y, en fin, la educación de su sensibilidad no los va a encontrar precisamente en ambientes enrarecidos, en los cuales, si lo visual es vago y paupérrimo, lo que se oye lo es tanto y más, por mucho equipo megafónico que le echen al apoteósico guirigay, o a esos sermones de urgencia que se largan con los amplificadores a tope.

¿Qué harían o dirían si no tuvieran un micrófono que llevarse a la boca los que de un tiempo a esta parte se dedican a ser acólitos de una politiquilla barata, oportunista y barriobajera? ¿De verdad, será posible que algunos crean, incluidos los que les escuchan, que se trata de músicos compositores dignos de encuadrarse en la música tal que si fuesen un Bach, un Beethoven o un Brahms, o de intérpretes músicos que pueden figurar al lado de un Rubinstein, un Andrés Segovia, un Iturbi o una Montserrat Caballé? ¿O se creen aún mejores? ¿Dónde tienen ganados los títulos más elementales para considerarse músicos?

Entonces, se preguntarán bastantes personas, ¿qué música vamos a escuchar, sólo aquella que nos ponga serios o nos haga fruncir el ceño? Justamente todo lo contrario. Desde la música barroca o preclásica, pasando por la clásico-romántica, el expresionismo, el impresionismo, las escuelas nacionalistas, la ópera, la zarzuela, el flamenco, el jazz, el folklore o música costumbrista, hasta inclusive toda la música ligera (que indudablemente posee un encanto propio, y es muy grata y recreativa cuando no se comercializa y es adulterada con

la chabacano y populachero); es de suponer que haya música para satisfacer cualquiera que sea nuestro estado de ánimo.

A propósito de la música ligera será conveniente insistir en que no está exenta de una tangible calidad y que sin ella no sería viable completar el retrato, la circunstancia histórica de la época a la que esta música pertenezca. Y es que asimismo hay una música ligera que ya es “clásica” en su género, al superar con reconocimiento merecido el paso del tiempo. ¿Quién no recordará o no habrá oído, por ejemplo, los valses de Johann Strauss, que tan magníficamente describen la brillante y fastuosa vida de la Viena imperial; o las canciones italo-napolitanas, “Santa Lucía” o “Torna a Surriento”; y las españolas “El Relicario” de Padilla, o “Suspiros de España” de Álvarez? Escasísimas, pero imprescindibles muestras de una lista que se haría interminable.

De la música ligera más cercana a la actualidad, algunas canciones de los “Beatles” son aceptadas ya como “clásicas”, con más de una melodía a la vez que quizá, se me antoja no le hubiese importado firmar al mismo Schubert, de haber vivido ahora. Los “Beatles”, éstos, aún muy jóvenes ingleses de Liverpool, un poco díscolos, un tanto excéntricos, fueron los verdaderos creadores e impulsores de la música ligera de “grupo”; lástima que a raíz de su aparición proliferasen imitadores por doquier, los que salvo raras excepciones han sido sólo eso: grotescos imitadores.

Y es que, inevitablemente, llegamos siempre a la misma conclusión: Música clásica, de mayor o menor entidad, es toda aquella que escriben o interpretan músicos que saben responder a sus bien ganadas credenciales. Sí está probado y comprobado de modo incontrovertible que lo clásico no sólo se conjuga idealmente con las más diversas épocas y estilos, sino que queda como lo más característico de cada uno de ellos. Sigo pensando que sería mucho más propio hablar de “música culta”, cuando debamos referirnos a la música cuyos conocimientos no pueden ser adquiridos por generación espontánea. De la “demás” es preferible no decir nada, pues, aun sin querer, haríamos un favor llamando por su nombre a tanta charanga que jamás será música. Ni clásica, ni moderna.

6 – LA MÚSICA Y LA INFORMACIÓN (Enero 1980)

Hasta ahora la más desatendida de las Bellas Artes por las publicaciones más o menos periódicas ha sido la música. Ciertamente, existen ya magníficos tratados musicales en castellano, la mayoría publicados en Argentina, y otros no menos interesantes fueron vertidos a nuestro idioma en estos últimos años; en cuanto a España se refiere es en Barcelona donde se condensa casi toda la actividad editorial, pero estos libros, lo mismo que aquellos producidos en el exterior no gozan al menos de una regular distribución, por lo cual no se sabe qué sea más problemático.

La prensa cotidiana de nuestro país tiene, sin excepción, una manera muy peculiar de tratar las noticias musicales. Las críticas, artículos o crónicas que cada día aparecen en numerosísimos rotativos del ámbito nacional merecen capítulo aparte. Por lo que vemos la música no pertenece a ninguna sección fija, “bailando” constantemente entre las páginas de información local, de espectáculos indiferenciados u otras más pintorescas, quedando descolgada de los grupos que realmente les son propios por derecho, tales como los de “Artes” y “Cultura”; pues ni una cosa ni otra, sino todo lo contrario. Las secciones de “Artes” sólo encuadran las artes plásticas; la Literatura y la Música no lo son. ¿Y entonces, qué significan para la composición o redacción de un periódico? La solución parece demasiado sencilla para esperarla mañana ni pasado.

En la sección de “Cultura” cabrían y de hecho caben por turno todas las ramas del saber, menos las de la música claro: eso ya lo “sabían” hasta los intelectuales de la “Generación del 98” que eran completamente analfabetos e indocumentados en música, lo que no tuvieron el menor pudor en ocultar (aún se nota esa nefasta herencia, abstracción hecha de García Lorca y Gerardo Diego); tan solo Unamuno, ya en su vejez, asiste a algunos conciertos junto a Emilia Pardo Bazán, y en su “Diario íntimo” confiesa y se arrepiente de tamaña ignorancia.

En fecha reciente las revistas especializadas en música han aumentado cuantitativa y cualitativamente; “Ritmo” y “Música en España” son publicaciones mensuales que deben consultarse siempre que se desee obtener una visión de conjunto relacionada con la música en nuestro país y allende fronteras. Podemos deducir que el balance todavía no es muy positivo, pero estamos seguros que el tiempo acabará fijando cada cosa en su lugar, y que la música y las demás Bellas Artes irán escalando puestos continuamente, ya que aun siendo hoy día incomprendidas en muchos estratos sociales, la esperanza de sensibilizarles, más que fundada es absolutamente justa y necesaria, debido a que la cultura está dejando de ser privativa de unas “afortunadas” minorías, puesto que la cultura no es un lujo; tampoco es ninguna profesión que puedan ejercer unos sí y otros no, ni siquiera un deber; es un derecho consustancial a la dignidad y naturaleza de todo ser humano.

Hemos hablado de prensa, revistas y libros y de su incidencia en la música y viceversa, pero no queremos terminar sin manifestar nuestro más sentido pésame a la Fundación March por ese tomo que acaba de ver la luz sobre Extremadura, de tan atractivo continente como escaso, insuficiente y parcial contenido en bastantes aspectos. Ni una sola palabra que haga

referencia a la música y músicos de Extremadura; sólo con ésta más que cojera grave mutilación de conocimientos, el citado volumen no se tiene en pie; nosotros estamos en la certeza (no solamente yo) de que músicos de la magnitud de Juan Vázquez e incluso Cristóbal Oudrid tienen su puesto en el árbol genealógico del Arte y la Cultura. Actualmente, Extremadura tiene músicos que han representado y siguen representando a España y su región en circunstancias de verdadero compromiso, responsabilidad y trascendencia, y que valen algo más que el espacio que no ha podido, querido ni sabido concederles la Fundación March en su deficiente interpretación de esa realidad que es Extremadura.

7 –JOAQUÍN TURINA (Junio 1982)

Es verdad que su “Sinfonía sevillana” gozó de un éxito sin reparos desde el momento de su estreno, no es menos cierto que las “Danzas fantásticas”, en sus respectivas versiones de piano y de orquesta, disfrutan del frecuente y manifiesto favor de intérpretes y público, e igualmente el “Canto a Sevilla”, monólogo y diálogo de inefable belleza; es harto sabido el reconocimiento unánime cuando se trata de admirar y sentir “La oración del torero”, sin duda la más hermosa página musical inspirada en esa lucha cruenta, desigual e incomprensible, a la que pone único contrapunto racional la plegaria que eleva el diestro antes de salir al coso para celebrar tan desdichado trance.

Ahí quedan el espléndido retrato de “La andaluza sentimental”, que difícilmente algún pincel podría siquiera igualar, o aquella estampa del “Jueves Santo a medianoche” en que la “saeta” enmarcada por los redobles de los tambores, sirve a Turina para que una vez más nos muestre que en el microuniverso del piano pueda estar encerrado todo el mundo de la música y de los sentimientos.

Sabemos también que el relativo interés de muchas de las obras de Turina está involucrado en otras suyas, las más importantes, pero esto ocurre en la producción total de la mayoría de los compositores; sin embargo hemos tenido que llegar a este primer centenario de su nacimiento para conciliarnos con su inmensa obra, o para que al menos estemos procurando desempolvar y descubrir gran parte de ella.

Ahora, y en consecuencia de lo anteriormente expuesto, podemos darnos cuenta hasta qué punto Turina es un compositor escasamente conocido y valorado; resultado de ello, y no sin ciertas reticencias peyorativas, ha sido acusar a Turina de un “sevillanismo” inevitable, lo cual vendría a demostrarse en una cuarta parte de su obra aproximadamente, quizá la más habitual: por tanto, fácil argumento de rebatir si no fuera porque la prolijidad de ejemplos se haría interminable. Lo que sí parece verdaderamente lamentable error es que un amplio sector de compositores e intérpretes hayan atacado a Turina por algo que, en otros casos, y si se hace como lo hizo Turina, bastaría para honrar a cualquier músico que estime su naturaleza de origen.

En cambio, Joaquín Turina logró su plenitud haciendo lema de aquel consejo que conjuntamente recibiera con Manuel de Falla al ser presentado a Isaac Albéniz en París: “Escribir música española con acento universal”, idea que ya había hecho impacto tiempo antes en Enrique Granados por razones simplemente cronológicas. Albéniz y Granados, el tándem catalán, primero; más tarde el binomio andaluz, Falla y Turina serán esas columnas que sustenten nuestra “Escuela nacionalista”. Es así como Albéniz, al iniciar la impresionante “Suite Iberia” sobre el año 1900, pasando por Granados y Falla, hasta el fallecimiento de Turina, acaecido en 1949, son ya hechos para la historia que constituye ese medio siglo de oro de la más auténtica “música española”.

8 – EL CONSERVATORIO DE MÉRIDA (Marzo 1983)

Sin alharacas de ningún género ni manifestaciones trasnochadas, surge el Conservatorio Municipal de Música de Mérida, sin duda una de las realizaciones más transcendentes de estos últimos tiempos para la cultura regional. Nace el Conservatorio de Mérida sin el problema tan recientemente cacareado, casi endémico en España, de cumplir menesteres de guardería infantil; sin tampoco parecerse en excesos o defectos, pretensiones o carencias, a otros centros musicales más o menos próximos. El Conservatorio de Mérida (del cual me honro en ser fiel colaborador), es acogedor, confortable, funcional y produce enseguida la inequívoca sensación de que profesores y alumnos se hallan en ese agradable recinto que aisladamente necesitan para enseñar y aprender a hacer música de la manera más grata y placentera.

Consecuentemente, ello ha venido a traducirse en el magno y magnífico empeño de Miguel del Barco, que desde su gestión como consejero nacional del Ministerio de Educación, sin escatimar esfuerzos, consiguió que Mérida contase con el Conservatorio que le pertenece por derecho propio; queda asimismo plasmada la impronta y el abierto entusiasmo del eficaz y resolutivo alcalde emeritense, Antonio Vélez, quien no oculta la satisfacción de que éste suponga uno de sus más queridos y esperanzados logros.

Pero el Conservatorio de Mérida es algo más, sobre todo el fidelísimo reflejo de su director, Antonio Ruiz Berjano, extremeño de Jerez de los Caballeros, caballero extremeño de Jerez, músico de muy cimentados conocimientos, excelente guitarrista y persona de rara sencillez y prodigiosa naturalidad, de contraste chocante en este época, abundosa en estiramientos, poses y sensacionalismos de toda índole; sin temor a errar podemos calificar de acierto decisivo que le haya sido encomendada la égida del Conservatorio emérito hasta obtener las brillantes cosas que pronto deberá alcanzar.

Con nuevas calendas soplan distintos aires y, sin necesidad de hacer tabla rasa de lo anterior, se pretende que nuestras instituciones sufran un proceso evolutivamente favorable; más que nada es deseable que todo aquello de nuevo cuño nazca con firme andadura, que procure un devenir sin desigualdades y languideces, pero también eliminando propósitos huecos o triunfalismo anacrónicos y fachendosos. Buena muestra tenemos en el Conservatorio de Mérida, que sin haber sido hecho para alimento y fácil asombro de vulgares apetencias, nada tiene que codiciar, sencillamente porque su razón de ser estriba absoluta e incontrovertiblemente en la de servir a Mérida Extremadura.

Sería injusto emitir aquí la disposición y buenos oficios que en un principio llevó a cabo Juan Díaz Sánchez, de lo cual fui testigo, y que a mi juicio iban a ser beneficiosos y útiles en la sucesivo, aún cuando el Conservatorio era poco más que un proyecto embrionario; cabe lo mismo decir del invaluable apoyo prestado por el Conservatorio Superior de Música de Badajoz, que a instancias de la persona antes dicha y en gesto de admirable, fraternal y auténtico paisanaje, facilitó cuanta información y material pertinente fue preciso para la confección del dossier que Mérida presentaría al solicitar reconocimiento y validez académica para su conservatorio, cerca del correspondiente Ministerio.

Abstracción hecha de criterios personales, en unos conceptos tan difíciles de matizar que se han de resumir globalmente, quiero resaltar el sincero entusiasmo demostrado por la Escuela de Música de su Coral “Emérita Augusta”, sensibilizada hasta el total convencimiento de que fueran cuales fuesen los resultados, un trienio de dura labor y larga espera, “metamorfosis” que va a terminar cuando al fin el Conservatorio irrumpa con fuerza y plenitud impensables. También se debe el más cordial y profundo de los reconocimientos al Liceo de Mérida y a su presidente, Fermín Ramos, que siempre dieron incondicional cobijo a la Escuela de Música, a la Coral “Augusta Emérita”, a Juventudes Musicales, a tantos y tantos conciertos que tuvieron lugar en su espléndido salón de actos, propiciando, en fin, una serie verdaderamente inmensa de actividades culturales…

La ciudad de Mérida puede felicitarse y sentirse ufana de poseer un centro de formación musical, donde interpretando el ejemplo de su director, profesores, alumnado y personal administrativo incluido, han captado que lo realmente importante de puertas adentro es la música, igual que daba serlo en los conservatorios españoles y extranjeros de más solera y raigambre. Estoy seguro que Mérida sabrá responder en justa reciprocidad, ya que con su flamante Conservatorio no solo se pone a la altura de otras ciudades extremeñas, sino que entra de lleno a formar parte de ese capítulo tan apremiante y vital en el contexto de la Cultura y las Bellas Artes, como es la atención a la música, siempre portadora de espiritual gozo y disfrute para actuales y futuras generaciones.

9 – EL DISCO, UNA NUEVA DIMENSIÓN (Abril 1983)

Nunca estaré conforme con quienes despectivamente consideran la registración discográfica sinónimo de “música en conserva”. La grabación de un disco supone un verdadero mensaje artístico musical del que son muy conscientes en todo momento los más grandes y fieles intérpretes a través de esa “nueva dimensión” de la música que es el disco, condensación y resumen de las que han ido quedando establecidas en un orden cronológico y natural.

En principio, el hombre crea, produce el ritmo, después la melodía, siempre al aire libre; más tarde, al surgir un tercer elemento, la armonía, la música, que antes se esparcía, dispersábase por los ámbitos y espacios infinitos e insondables de la naturaleza, toma corporeidad, adquiere volúmenes precisos, se recoge para hacerse más íntima, aparecen los primeros instrumentos, necesarios vehículos de expresión; así, el lenguaje sonoro, debidamente combinado en el espacio y en el tiempo, pasará a la liturgia, a la cámara cortesana, hasta alcanzar en el “concierto” ese auténtico carácter disciplinado de ciencia e intelecto con que hoy se nos muestra.

Beethoven, incuestionable vínculo, nexo inexorable, permanente equilibrio entre Clasicismo y Romanticismo, en un esfuerzo increíble, socializante y titánico, elevaría la música a niveles casi imposibles de superar e incluso de mantener en nuestros días, convirtiéndola en esa manifestación audiovisual por excelencia que es el “concierto”, rescatándola para un público distinto e indistinto, sin distinciones. Con Edison ve la luz el fonógrafo en el año 1876, origen y partida del tema que da título a este comentario: la registración discográfica, perpetuación de un quehacer temporal, a veces cotidiano del artista e intérprete musical, mediante un testimonio invaluable e insustituible, del que ya no sabríamos prescindir.

Muy cierto que la grabación utiliza procedimientos y recursos, pero no menos cierto que éstos no van en demérito o detrimento de las partituras; muy al contrario, refleja aspectos y posibilidades que deben llevar a un mayor perfeccionismo por parte de intérpretes y equipos técnicos. Puedo asegurar con bastante certeza que la grabación es, si cabe, de un modo diferente, más difícil que la actuación en directo (sin hablar de los conciertos que se “filman”), porque los micrófonos cohíben, restan espontaneidad, imponen el respeto del más duro examen, trances que no soporta el instrumentista pacato, bisoño o poco avezado; en contra de lo que habitualmente se cree, conviene evitar repeticiones de pasajes o verificar empalmes a ultranza, ya que la línea interpretativa, la cuadratura, el movimiento o la dinámica ya fijados y el discurso de la obra se resienten.

Para realizar una grabación con garantías de éxito se impone poseer un gran margen de seguridad ante lo que se va a hacer y, ante todo, descartar el peor enemigo de una buena grabación, cual es depositar confianzas absurdas en imprevistos enganches, reiteradas pruebas o tomas asaz peligrosas, cuando se producen sin descanso, porque en definitiva la grabación debe ser preparada concienzudamente, jamás ensayada sobre la marcha.

Relevantes documentos

Pero lo realmente formidable es que la grabación no altera el contenido intrínseco ni extrínseco de la música, en cualquiera de sus dimensiones o manifestaciones, más bien es capaz de captarlas en sus innumerables relieves y detalles, y en cada uno de los más diversos ambientes y escenarios. El paso del tiempo va decantando memorables registraciones que ya son verdaderos monumentos sonoros, relevantes documentos históricos de primera magnitud. Ahí quedan para confirmarlo las más importantes obras para piano de Rachmaninoff interpretadas por él mismo y que por ello ha pasado a la historia de la música quizá como más sólido pianista que compositor: el “Fandango del Candil” y “El Pelele”, ambos de Goyescas, también vertidas al disco por su autor, Enrique Granados; Federico García Lorca sublimó “sus” Canciones Populares, en su mayoría andaluzas, que él recogió y armonizó, grabando algunas de ellas al piano, con Antonia Mercé “La Argentinita”, para quien suscribe uno de los hallazgos más impresionantes que la música pudo deparar.

Alfred Cortot, ilustre pianista suizo-francés con “Los Preludios”, de Chopin; Dinu Lipatti, genial pianista rumano, fallecido ya hace unas décadas a los treinta y un años, que dejó una inalcanzable versión de los conciertos de Schumann y Grieg; Walter Gieseking, pianista dogmático, nacido en Lyon, que tradujo como nadie los dos libros que integran los 24 Preludios de Debussy… De estos tres últimos trascendentales y reveladores músicos pocos se acordarían, a no ser por las grabaciones, puesto que no dejaron composiciones propias de especial consideración. Y tan sólo nos limitamos a citar unas pocas grabaciones antológicas de música pianística, a veces con el contorno de la orquesta o voz humana, pero la lista de discos que los profesionales, entendidos y buenos aficionados, se apresuraron a tener en sus fonotecas antes de que fuera o vaya a ser demasiado tarde para obtenerlas, es muy nutrida y, sobre todo, impagable.

Entonces, habremos de ir comprendiendo que el disco es en nuestra época un objeto tan precioso, obviamente tan directo y más emotivo que pueda serlo el libro, aunque sin suplencia posible; e insistimos que aquí se trata de grabaciones raras irrepetibles, pues las más abundantes en este campo ofrecen otros trabajos más o menos afortunados; a lo que hay que añadir y precisar que hemos hecho referencia exclusivamente al disco que reproduce los sonidos, la voz o traducción de determinaos textos musicales. Ya es mucho, sin embargo, pero el disco es y sirve para mucho más. Unos nos ayudan a aprender idiomas, otros cuentan cuentos a los niños, los más, simplemente nos recrean; y dejo a propósito, para finalizar, las cintas, ya pasadas al disco en las que de cuando en vez tenemos la inmensa suerte de oír un trozo de aquella disertación de Unamuno o de Ortega y Gasset, o de tantos poemas que en la voz de sus poetas nos seguirán hablando, porque así, ahí siguen viviendo en nosotros, en el disco…

Y es que esa rueda, la horizontal rueda-cita del disco con sus estrías, revoluciones y surcos infinitesimales, posiblemente sea, va a ser tan importante y necesaria en el desarrollo de la civilización como lo sea y siga siendo esa otra rueda revolucionaria de tracción vertical, con la incomparable diferencia de que la escueta rueda del microsurco moviéndose sin desplazarse logrará transportarnos en un instante mucho más lejos, porque sin darnos cuenta tenemos presente, muy cerca de nosotros, algo que de otra manera ni siquiera hubiéramos podido imaginar.

10 – UN DISCO DE MIGUEL DEL BARCO (Mayo 1983)

Hace tan solo un mes que desde estas mismas columnas me refería al disco como elemento necesario e insustituible para difundir y perpetuar el mensaje de un intérprete. Simultáneamente, casi, viene a corroborarlo el primer y magistral microsurco de Miguel del Barco sobre la obra de Sebastián Aguilera de Heredia, compositor y organista zaragozano del siglo XVII, disco que ha merecido el premio que anualmente concede el Ministerio de Cultura.

No es mi propósito entrar en tecnicismos que abrumarían a un amplio número de lectores, a los que sin embargo remito al enjundioso texto, profusamente documentado, de Andrés Ruiz Tarazona, que se inserta en la contraportada. Asimismo una sugerente e incomparable estampa velazqueña de la Zaragoza de la época, completa el espléndido anverso de la cubierta.

En todas las facetas y expresiones de la vida humana, sin excepción, siempre permanecerán valores ignorados, oquedades inescrutables, tesoros ocultos: sin duda, uno de ellos, al menos para muchos, lo habría sido esta encantadora serie de piezas para órgano del interesantísimo, olvidado autor aragonés Aguilera de Heredia, que Miguel del Barco ha desempolvado y expuesto a la luz en esa impenitente búsqueda, seguida de continuos logros, al descubrirnos músicas que creíamos arcanas por desconocidas.

Siendo el contenido de este disco inestimable, no lo sería tanto, de una manera tan absoluta, a no ser por la seductora, perfecta traducción que de él nos ofrece Miguel del Barco. No solo el órgano está presente, trasciende aún más la figura, la total fusión del intérprete con el instrumento: por la calibrada intención, la sobriedad expresiva, la registración inequívoca, cuidada al máximo, por ese, a veces, entrecortado hálito que nos trae al recuerdo algunas grabaciones ejemplares del universal violoncellista Pau Casals.

Para mí es el realismo más sincero lo que confiere a la presente versión de Miguel del Barco un relieve más que musical, palpable, verdaderamente humano, donde nada es pretendido ni evitado: así, el resultado emana de la propia naturaleza de las cosas y los medios de que se dispone coadyuvan a que la virtud brille sin asepsias. Todo ello es lo que hace llegarnos un intérprete vivo, todavía más cuando ese cálido aliento, insisto, esa respiración envuelta, contenida, escapa en algún instante a través de la textura sonora, de entre las monocordes cantinelas del órgano.

Quiero remarcar, en fin, que Miguel del Barco ha elegido el más difícil camino, no por ello menos grato, para su bautismo discográfico. Con Bach, César Franck, por ejemplo, el esfuerzo comparativo se nos antoja más agradecido, más pleno en compensaciones: también una grabación de tal índole, comprendiendo esos autores que representan lo más elevado del órgano clásico-romántico, la excelsitud del instrumento en sí, pudiera satisfacer, significar la más conveniente y esperada réplica. Ahora ya, ahí queda esa inevitable primera muestra que recoge la grandeza, la humildad, el orden y la serenidad de esta música de Aguilera de Heredia, que parece reflejar fielmente las más acusadas características de nuestro insigne músico y paisano Miguel del Barco.

11 – ESTEBAN BERZOSA, MÚSICO SEGOVIANO EN CÁCERES (Junio 1983)

Quien no conociese de cerca a Esteban Berzosa no sabe de las vicisitudes por las que discurrió el largo, tortuoso camino, de esos dilatados y penosos capítulos, cuales fueron los que se relacionan con la música en Cáceres durante los últimos cincuenta años. Si como yo pienso en la desaparición de un semejante vemos reflejarse la Parca que un día nos retirará con la muerte de los seres más queridos, allegados o próximos, en este caso con la ausencia de Esteban Berzosa, por encima de cualquier consideración objetiva o subjetiva, se va también algo de nosotros mismos, de todos aquellos que le tratamos y de verdad fuimos sus amigos. Se fue con él el cariño que nos tuvo, la alegría de muchas horas transcurridas en compañía, su indeclinable entusiasmo por sernos útil y no pocas ilusiones compartidas… Se queda con nosotros el recuerdo, la estima, el aprecio al ser humano que, a falta de su presencia física, seguirá acrecentándose como si a partir de entonces viviera más adentro de los que tuvimos la inmensa satisfacción de conocerle.

Por costumbre no soy muy dado a entablar amistad con el primero que llega o el último que viene; puede ser arriesgado cuando no superfluo. La amistad: he aquí la palabra peor utilizada, el concepto más degradado que existir pueda; sin embargo, nada más estrechar la mano a Esteban Berzosa, hace ya tantos años, enseguida creí estar junto a un amigo que hubiese visto desde siempre. No me equivoqué.

Segoviano de Turégano, afincado en Cáceres hacía ya once lustros, de estatura baja y amplio contorno sin llegar a la robustez, tez cetrina un poco aceitunada, jovial, gran conversador, de envidiable humor casi contagioso. Esteban Berzosa era un prodigio de naturalidad, sin esas camándulas, trucos y vejeces tan en boga; pero detrás de esta semblanza amena, placentera, hasta un poco burlona si se quiere, de piel para dentro estaba el hombre consciente, responsable, escrupuloso, el luchador sin tregua. Aunque a sus sesenta y seis años podría adivinársele relativamente “gastado”, no lo sería más por las preocupaciones y ajetreo diario que por las incomprensiones sufridas; y a pesar de todo, de que sus mayores satisfacciones consistieran en ese batallar cotidiano pudo haberlas de distinta índole.

El repaso de su legado, forzosamente en breves trazos, a grandes rasgos, es aleccionador. Para la historia musical cacereña y de nuestra región queda esa larga década al frente de la Secretaría del Conservatorio de Cáceres en permanente contacto con su hermano Santiago, fundador y primer director del mismo; al cesar éste por jubilación, Esteban Berzosa ocuparía la regencia de dicho centro el 19 de septiembre de 1980 hasta el 26 de enero de 1982, fecha en que ocurrió su repentino fallecimiento.

Queda, como ejemplo de brillante y heroica ejecutoria, la Asociación Musical Cacereña, de la cual fue incuestionable cerebro y alma, creador y móvil; queda la inicial coordinación de las Semanas Musicales Extremeñas, inspiradas en una felicísima idea de Juan Manuel Romo, presidente de la Asociación Musical Cacereña, en las que Esteban Berzosa puso la mejor ilusión, el más positivo afán; queda como su gran obra póstuma el actual Conservatorio Profesional de Música de Cáceres, por el que todo lo dio y nada le cupo recibir… Tampoco, justo es decirlo, estuvo solo Esteban Berzosa; tuvo y “tiene” incondicionales

seguidores de su “opera omnia”, entre los que yo recuerdo y me cuento: el citado Juan Manuel Romo, Ramón Morales, Carlos Solano, Luis Canalejo, Juan Manuel Herreros, Camilo Fernández-Trejo, Vicente Plasencia…

No obstante es preciso señalar, cuando lo hubo, un relativo apoyo del expresidente de la Diputación Provincial de Cáceres, Jaime Velázquez, de todas formas, persona más permeable a diferencia de sus antecesores, con respecto a las más complejas manifestaciones de la cultura. Y en un orden absolutamente superior y trascendente. ¿Qué decir de la valiosísima ayuda unida a ese probado y sincero afecto mostrado y demostrado en innumerables ocasiones por Miguel del Barco hacia Esteban Berzosa, si además ello redundaba en beneficio de Extremadura? Cierto que Esteban Berzosa, su esfuerzo y abnegación lo merecían, esto y aquello que desafortunadamente no llegaría a realizarse en vida suya. Pero hay un hombre, un nombre que debe figurar ante y sobre todos, por derecho propio, al referirnos a Esteban Berzosa: Carlos Solano.

La estimación, el desinterés mutuo, el trabajo en común, lo malos ratos y sinsabores, las nobles ambiciones que ambos se repartieron en defensa de la Asociación Musical Cacereña, son algo de lo que pude, podría dar fe en incontables circunstancias, que en la presente, a falta de espacio para describirlo, he de renunciar, no sin contemplarlo quizá como el caso de predestinación más feliz entre personas dedicadas a sensibilizar, mediante sus fuerzas y posibilidades, el culto a la música en Extremadura. Aún más, Carlos Solano representa su único sustituto hasta el momento, no oficial, sino auténtico, real y valedero, siquiera en algunas gestiones que en pro de la música desempeñó Esteban Berzosa.

Y es que, seamos fieles a la verdad, dejémonos de eufemismos y no nos engañemos, hombres del talante de Esteban Berzosa no son fáciles de suplir, se pierden para siempre; eso sí, nos queda la esperanza, necesitamos la seguridad de que otros surjan, posiblemente con valores equivalentes, paraiguales si se prefiere, pero me temo que la fortuna nos sea más esquiva produciendo menos hombres notables que mediocres afortunados.

¡Qué ironía! ¡Esteban Berzosa, tesorero de la Asociación Musical Cacereña! ¿Con qué ingresos contaría para hacerla subsistir? ¿Con qué cuotas contribuirían los socios y cuántos habría? Es decir, ¿cuáles serían en un principio los medios para planificar conciertos, pagar intérpretes, imprimir programas, etc.? La respuesta igual está en aquel aforismo de Beethoven: “Si quieres creer en los milagros, hazlos tú mismo”. Esa cordialidad, el entusiasmo, la captación absoluta de los numerosísimos músicos con quienes trató, que constituyen legión, téngase en cuenta que por la Asociación Musical Cacereña habrán desfilado prácticamente casi la totalidad de los mejores instrumentistas españoles y muchos del exterior, sin necesidad de ostentaciones ni gestos aparatosos; ese era el verdadero tesoro de Esteban Berzosa, hacer desinteresada, calladamente, lo que otros no acertaron, o lo consiguieron muy parcialmente con un enorme despliegue propagandístico a su favor, con unas arcas rebosantes a su disposición: “En realidad lo más importante estaba ya hecho”. Esteban Berzosa había sido el pionero, él y su equipo formaron lo que hoy se traduce en la espléndida inquieta afición musical de Cáceres.

Podrá escribirse tanto sobre Esteban Berzosa que nunca llegaría a ser bastante. Y esta vez

tendrá que serlo; hay que dar paso al tiempo, para darnos cuenta, en la medida que ello ocurra, cómo su recuerdo nos acerca más y más a él; hay que dejar que la semilla por él esparcida siga decantándose. Jamás sembró para sí; sí sabía que los resultados no serían inmediatos ni tangibles, que los demás recogeríamos los frutos; justamente lo que él deseaba. Sólo tenía un anhelo, ver terminado el Conservatorio Profesional de Música de Cáceres; esa, su primera y última esperanzada ilusión de tantos años, quedó rota en un instante aquel día de invierno, ese fatídico día en que prevalecerán eternamente los planes de Dios sobre los nuestros.

El Conservatorio “Hermanos Berzosa” de Cáceres se honra a sí mismo, al honrar la memoria de Santiago y Esteban. Conocí a Santiago Berzosa tardíamente, nos vimos escasas veces, de manera inesperada, y conversamos sin fijar los temas; hablaba de Badajoz capital con manifiesta añoranza y gratitud y en cierta ocasión me dijo: “Estuve siete años en Badajoz, que pertenecen a los más felices que pasé en mi vida”; era suficiente para mí. Ya me referí a Santiago Berzosa en un trabajo que hice para ALMINAR acerca de los “Músicos no extremeños en Extremadura” y ahora esta conexión fraternal resultaba oportuna e inevitable. Pero estaba hablando de Esteban Berzosa y es posible que no haya dicho nada que de él no se supiera, es posible que no haya podido hacer otra cosa que confesar mi humilde admiración y reconocimiento por un hombre que me hizo sentir la alegría, la bondad de su compañía.

En el curso de este escrito he tenido muy presente a “Fely” Berzosa, su mujer; ella estuvo con nosotros frecuentemente, en conciertos, o si nos reuníamos para comer y charlar de música y músicos con otros conocidos y matrimonios amigos. “Fely” fue su compañera ideal, la dama y esposa digna y sencilla, merecedora de todo elogio. Yo quisiera que estas palabras mal hilvanadas que no ocultan mi profundo pesar, sirvieran para reconfortarla en medio de su natural aflicción, que comprendo y comparto; porque el dolor de perder a Esteban Berzosa fue para mí sólo comparable a la dicha de haberle conocido.

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