Consagrar la distinción, producir la diferencia

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Juan Mainer Baqué

Consagrar la distinción, producir la diferencia

Una historia del Instituto de Huesca a través de sus catedráticos ENUQRJNVPNF

SU COLECCIÓN
ESTUDIOS ALTOARAGONESES
DE

CONSAGRAR LA DISTINCIÓN, PRODUCIR LA DIFERENCIA

UNA HISTORIA DEL INSTITUTO DE HUESCA A TRAVÉS DE SUS CATEDRÁTICOS (NUQRJNVPN)

CONSAGRAR

LA

DISTINCIÓN, PRODUCIR LA DIFERENCIA

UNA HISTORIA DEL INSTITUTO DE HUESCA A TRAVÉS DE SUS CATEDRÁTICOS (NUQRJNVPN)

Juan Mainer Baqué

Mainer Baqué, Juan (1958-)

Consagrar la distinción, producir la diferencia: una historia del Instituto de Huesca a través de sus catedráticos (1845-1931) / Juan Mainer Baqué. – Huesca : Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2020

445 p. : il. ; 24 cm. – (Colección de Estudios Altoaragoneses ; 68)

Bibliografía: p. 423-435. – Índice

ISBN 978-84-8127-305-2

Instituto de Educación Secundaria Ramón y Cajal (Huesca) – Historia

Catedráticos y profesores de segunda enseñanza – Huesca – 1845-1931 – Biografías

373.5.011.3-051 (460.222 Hu) (091)

© Juan Mainer Baqué

© De esta edición: Instituto de Estudios Altoaragoneses (Diputación Provincial de Huesca)

1.ª edición, 2020

Colección de Estudios Altoaragoneses, 68

Director de la colección: José Domingo Dueñas Lorente

Comité editorial: Irene Abad Buil, Fernando Alvira Banzo, Juan Carlos Ara Torralba, Luis Marquina Murlanch, Víctor Pardo Lancina, Teresa Sas Bernad y Enrique Satué Oliván

Diseño de la colección: Blanca Otal

Coordinación editorial: Teresa Sas

Corrección: Ana Bescós García

ISBN: 978-84-8127-305-2

DL: HU-153/2020

IBIC: HBTB, HBLL-HBLW, 1DSEC, 4GC, BK, JNKH

Thema: JNB, 3MN-ES-A, 1DSE-ES-C, 4CL-4CN, DNBZ, JNKH

Preimpresión: Harmony Veyron, S. L.

Imprime: INO Reproducciones

Instituto de Estudios Altoaragoneses (Diputación Provincial de Huesca)

Calle del Parque, 10. E-22002 Huesca • Tel. 974 294 120 www.iea.es • publicaciones@iea.es

Portada del edificio del Instituto de Huesca, situado en la plaza de la Universidad, en los años veinte. (Foto: Ricardo Compairé. Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca)

A quienes quedaron fuera

EL INSTITUTO DE HUESCA EN EL MODO DE EDUCACIÓN TRADICIONAL ELITISTA (1845-1931) 21

Acerca de la segunda enseñanza y de la Revolución Liberal 23

El ocaso de la Universidad de Huesca y el nacimiento del Instituto ........... 29

El nuevo Instituto Provincial: los difíciles primeros años 51

El bachillerato tradicional elitista entre los muros del vetusto octógono sertoriano .............................................................................. 61

LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS, FUNDADORES DE LA PROFESIÓN 95

Bartolomé Beato Sánchez: fugaz espejismo liberal en el Instituto postsertoriano 105

Saturnino Fernández Fernández: un erudito riojano ligado al Instituto oscense 106

Martín Puértolas Sesé: presbítero y fiel escudero de Ventura 108

Antonio Aquilué Galán: el peso de la (ominosa) herencia sertoriana 111

Julián Pérez Muro: el primer director stricto sensu del claustro oscense 116 Vicente Ventura Solana: el director del clientelismo isabelino 120

Mauricio María Martínez Herrero: alargada (y longeva) sombra sertoriana en la cátedra de Matemáticas 141

José Julio de la Fuente Condón-Bueno: historia erudita al servicio de la nación católica .............................................................................. 146

Francisco Antonio Calero Vizcaíno: las tribulaciones de un forano en el claustro de Ventura 149

Ramón Sans Rives: una breve dirección, eficaz y pacificadora .................... 153

Mariano Cándido Campo Micas: escolapio, apóstata y fugaz director en la Gloriosa 157

Carlos Soler Arqués: hábil secretario, erudito y ateneísta desde la cátedra de Francés 160

Manuel Labajo Pérez: el primer catedrático de Matemáticas por oposición 163

Serafín Casas Abad: un antidarwinista al frente de la cátedra de Historia Natural 164

León Abadías de Santolaria: controvertido y singular catedrático de Dibujo174

Antonio Vidal Domingo: el canon de la historia escolar isabelina en Huesca178

José María Villafañe y Viñals: un criollo cubano, catedrático de Matemáticas en el Instituto oscense 181

Cosme Blasco y Val: un erudito zaragozano en la cátedra de Latín y Castellano durante el Sexenio Democrático 185

Víctor Kolly Blanco: un francés (catedrático de Francés) en la depresión del Ebro ........................................................................................... 189

Presentación 11
ÍNDICE

LOS

CATEDRÁTICOS

Joaquín López Correa: ráfagas de temprana modernidad 203

Manuel López Bastarán: el director de la normalidad restauracionista 208

Pedro Romeo García: los límites de la modernidad y el peso de la tradición 238

Miguel Eyaralar Elía: una tardía vocación humanista .................................... 246

Ángel Fernández Enciso: un cronopio en la corte camista 250

Canuto Ortiz de Zárate y Aguirre: los inicios del regeneracionismo científico en el Instituto ............................................................................................ 261

Gregorio Castejón Ainoza: ultramontanismo y erudición, vino viejo en odres nuevos 266

Mariano Martínez Jarabo: un periodista (y diarista) en el Instituto ........... 278

LOS

Juan Placer Escario: clérigo adaptable o Garibay en pena 298

Eugenio Aulet Soler: efímera rara avis en el claustro oscense 310

Gabriel Llabrés Quintana: límites y proyección del regeneracionismo erudito en el Instituto oscense

Juan Pablo Soler Carceller: el director pedagogo y el regeneracionismo desde la cátedra

Narciso Puig Soler: un farmacéutico en el Instituto

Ignacio Puig Aliés: las Matemáticas entre Fernández Enciso y don Paco .....

Francisco Cebrián Fernández de Villegas: el institucionista que pasó dos veces por el Instituto

José Gaspar Vicente: gestión cultural y exhibiciones de historiografía erudita

Benigno Baratech Montes: la derecha católica y autoritaria oscense en la dirección

I. Catedráticos del Instituto de Huesca entre 1845 y 1990 ............................

II. Directores del Instituto de Huesca desde 1845

III. Analfabetismo en la provincia de Huesca en 1930 por partidos judiciales421

DE LA RESTAURACIÓN: LA CONSOLIDACIÓN DE UN CANON SOCIOPROFESIONAL 193
CANON:
MODERNIZACIÓN
CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO, GARANTES DEL
TRADICIÓN Y
289
320
335
361
367
369
377
386 ANEXOS 411
413
419
Bibliografía
fuentes 423 Índice onomástico 437 ÍNDICE
y

PRESENTACIÓN

Este libro es, a partes iguales, fruto de un antiguo interés intelectual y de un compromiso personal adquirido hace más de diez años: interés por desarrollar una investigación histórica acerca de una singular institución escolar a través de quienes fueron sus profesores durante sus primeros ochenta y cinco años de existencia; compromiso, repetidamente postergado, de poner por escrito lo que en su origen fue motor de una actividad pedagógica llevada a cabo en el propio Instituto Ramón y Cajal durante el curso 2007-2008 que concitó la complicidad y la participación de muchas personas.

Reconstruir la vida de un centro docente, aunque sea sobre un pasado tan distante como el que nos ocupa (1845-1931), máxime si se ha pertenecido a la institución de que se trata, como es mi caso, suele ser motivo para la práctica de una literatura apologética, asaz indigesta, que navega entre la nostalgia panegírica y el insulso anecdotario sobre la escuela que ya fue, a mayor gloria de la que ahora es —que acostumbra además a ser referido en clave de culminación de una secuencia de progreso y mejora sostenida e indubitable—. Conviene dejar bien sentado que ni el tipo de historiografía que aquí se defiende y practica ni la mirada crítica —y autocrítica— que se proyecta sobre el pasado y sobre el presente son en modo alguno compatibles con la forma y el fondo de esa banal autocomplacencia. Ni mi interés en el tema ni mi compromiso con la memoria de la educación y con la educación de la memoria1 tienen nada que ver con esos géneros literarios. Así pues, ni idealización del pasado (siempre he defendido que conviene no confundir el poder transformador de la memoria con el peso inmovilizador de la tradición) ni el menor atisbo de panglosianismo o de conmiseración con el presente.

El actual Instituto de Educación Secundaria Ramón y Cajal lleva a sus espaldas un legado singular y poco conocido todavía: es heredero de algo

1. Véase al respecto Cuesta y Mainer (2012).

NN
ÍNDICE

más de siglo y medio de historia.2 Fue el único de su especie existente en la provincia hasta que en octubre de 1931 el Gobierno provisional de la Segunda República concedió al Ayuntamiento de Jaca un Instituto Nacional de Segunda Enseñanza, que entró en funcionamiento en los locales de la Universidad de Zaragoza destinados a los cursos de verano en el curso 1932-1933. Un año después, en noviembre de 1933, comenzó a funcionar en Barbastro, en los locales del antiguo Seminario, un instituto elemental —según la nueva denominación adoptada para los centros de segunda enseñanza que no superaran los noventa alumnos con matrícula oficial—. Ambos fueron clausurados, como otros ciento veintitrés en toda España, por Orden de 5 de agosto de 1939, ya en plena dictadura.3 Jaca no recuperó su Instituto hasta 1962 y Barbastro volvió a tener el suyo, convertido en instituto laboral, en 1954.

En efecto, el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Huesca fue creado, en virtud de la aplicación del Plan General de Estudios —más conocido como Plan Pidal—, en 1845 junto a medio centenar escaso de instituciones educativas de esta naturaleza, una por provincia, que dieron vida a los estudios medios en España, un tipo particular de estudios, como se verá, que nunca ocultó su carácter propedéutico para servir de acceso a la educación superior o universitaria, a cuyo amparo y administración quedaron estrechamente vinculados los nuevos establecimientos. Corrían los años en los que el recién nacido Estado liberal ultimaba los cimientos y el andamiaje de su sistema de instrucción pública, una estructura que, como es sabido, estrenaría su primera ley general en 1857 con serias limitaciones financieras, evidentes hipotecas, intromisiones eclesiásticas y bastante retraso

2. Contamos, empero, con un documentado estudio sobre la Escuela Normal de Magisterio oscense (Nasarre, 2000), la otra institución señera del proyecto educativo que el Estado liberal decimonónico puso en marcha en la provincia. La vida de la Normal transcurrió con frecuencia en paralelo a la del Instituto, sin llegar nunca a encontrarse del todo, pese a que, ironías del destino, durante algún tiempo ambas instituciones hubieron de compartir los mismos muros. Esa ignorancia mutua entre la fábrica de honradas medianías que habrían de dedicarse al ingrato y esforzado magisterio primario y la pequeña universidad, empeñada en la educación de las elites provinciales, no fue ajena en modo alguno a la profunda escisión que el sistema educativo liberal trazó entre la primera y la segunda enseñanza hasta bien entrado el siglo XX. 3. Véase Canales (2011). Los doscientos institutos de segunda enseñanza que llegó a haber en España antes del golpe militar de 1936 quedaron reducidos a setenta y siete, el 82% de los que había incluso antes de la proclamación de la Segunda República. El Gobierno del primer bienio y el del Frente Popular trataron de corregir la precariedad en la que se encontraba la segunda enseñanza oficial en la España de los años veinte, sobre todo en comparación con los países de su entorno, aun con los de mayoría católica. Mientras que en la dictadura de Primo de Rivera había 94 institutos oficiales en España, Francia disponía de 564, Italia de 330 y Austria y Portugal, con mucha menos población, de 93 y 36 respectivamente (Canales, 2013).

PRESENTACIÓN NO

respecto a la vecina Francia —referencia inexcusable para los próceres del liberalismo hispano—.4

Más allá de la mera curiosidad erudita y anticuaria, cabría preguntarse sobre el sentido o la utilidad que hoy podría tener empeñarse en reconstruir la historia de un establecimiento educativo tan vetusto como el Instituto oscense —el actual Instituto de Enseñanza Secundaria Ramón y Cajal—, que además ha sufrido tantas y tan profundas modificaciones, no solo en lo que respecta a su localización o a su estructura física, sino también y muy primordialmente en lo que atañe a su funcionamiento, sus atribuciones y sus cometidos sociales.

Huyendo de manera deliberada de la memoria fetichista del pasado, se ofrece aquí un ejercicio de historia social y crítica, teóricamente informada, que, tomando el Instituto como objeto de estudio, se ocupará de indagar sobre la cuestión de la educación en el marco de la conflictiva realidad social y política de nuestros siglos XIX y XX. Así pues, el primer y principalísimo propósito de este libro es contribuir a pensar la educación como un problema social y a problematizar sus instituciones como sujetos históricos: escenarios contingentes en los que se desarrollan confrontaciones y luchas por el poder.

La creación de los institutos de segunda enseñanza ni es casual ni es el fruto naturalizado de una necesidad objetiva: es el producto histórico de la acción de unos grupos de poder que controlan la administración de un Estado que se halla en plena expansión. Desde este punto de vista, adquiere, a nuestro juicio, pleno sentido abordar la intrahistoria de un establecimiento educativo de una pequeña ciudad española del interior cuyo desarrollo como capital de provincia discurre y se explica en gran medida en virtud de la existencia y la andadura de su propio Instituto. Huesca no se concibe históricamente sin su Instituto, un establecimiento docente, en fin, que debe ser visto en su doble funcionalidad: como agente activo, estructurador y reproductor de realidad social, pues en él se formaron y se modelaron las elites que rigieron —social, económica y políticamente— la ciudad y la provincia hasta tiempos bien recientes, y también como realidad pensada y organizada desde el poder para legitimar y distinguir a los hijos de las nuevas clases medias emergentes de la sociedad liberal. Entendemos que este punto de partida, que considera al Ramón y Cajal como una institución imprescindible para el sostenimiento y la reproducción del

4. Pese a que el auténtico padre e ideólogo del sistema educativo nacional fue quien durante años ocupara el cargo de director general de Instrucción Pública con el ministro Pedro José Pidal y Carniado, el liberal doctrinario, émulo de François Guizot y Victor Coussin, Antonio Gil y Zárate (Cuesta, 2008), la Ley General de Instrucción Pública de 1857 es más conocida por el nombre del que fue su principal ponente parlamentario, el también moderado Claudio Moyano. En efecto, la Ley Moyano fue la base del ordenamiento legislativo del sistema educativo español durante más de cien años, pues, en lo sustancial, pervivió hasta la Ley General de Educación de 1970, que articuló las bases para el desarrollo de la educación de masas en España.

NP
PRESENTACIÓN

orden social y cultural desde la creación del Estado liberal, es clave para practicar esa mirada histórica y crítica a su pasado, pero también a su presente. En España hasta bien entrados los años setenta ser bachiller suponía estar en posesión de un título que confería prestigio, cierta posición y posibilidades: significaba pertenecer por derecho propio a una cierta elite social. Con el título de bachiller se adquiría el trato de don, algo más que un detalle en el juego simbólico de la distinción, que expresaba la traslación de las formas propias de la vieja aristocracia de sangre a las de una suerte de renovado elitismo adquirido mediante el esfuerzo y el estudio. Reconociéndose como miembro de esa elite, solía decir Max Aub que «uno es de donde ha cursadosu bachillerato». Posiblemente el genial escritor era consciente de que afirmar esto en la primera mitad del siglo XX equivalía a convertir en apátridas a más del 90% de la población española, y muy particularmente de la femenina, que por lo general no había llegado a cursar el bachillerato en partealguna ni llegaría a hacerlo en condiciones de plena paridad hasta muy entrados los años setenta de la pasada centuria. Al margen de la oportunidad de la cita, los institutos, sin duda, fueron, acaso mucho más que hoy en día, instrumentos modeladores —o sancionadores— de precisas y distinguidas identidades sociales. Consagraron la distinción, produjeron la diferencia y, en consecuencia, contribuyeron a multiplicar la división. No obstante, si importante es conocer y aquilatar la continuidad de las funciones que el primer instituto de la provincia desempeñó y en parte desempeña aún, esta labor debe verse complementada por otra, asimismo relevante, consistente en explicar el sentido de los cambios y la evolución que el establecimiento ha venido experimentando hasta la actualidad. Esta evolución y esta mudanza es preciso entenderlas en el contexto de la evolución misma del sistema educativo nacional, inextricablemente ligado, a su vez, al desarrollo del capitalismo español y a las diversas formas de dominación social y política que este adoptó a lo largo de los siglos XIX y XX. La educación tiene su historia y cada tiempo tiene —no nos quepa duda— su modo de educación. Conviene, pues, reparar, siquiera sea de manera sucinta, en el sentido y el uso que otorgaremos de ahora en adelante a este concepto, en el buen entendimiento de que la explicación histórica precisa, ineludiblemente, de categorías teórico-metodológicas que la informen y permitan dialogar de un modo crítico con las fuentes disponibles.5

5. El concepto de modo de educación tal y como aquí se utiliza fue acuñado por Raimundo Cuesta (1997) y con posterioridad pasó a formar parte del bagaje teórico-analítico de las investigaciones histórico-educativas del Proyecto Nebraska de la Federación Icaria (Fedicaria), una plataforma de pensamiento crítico surgida a mediados de los años noventa que lleva a cabo diversas actividades, entre ellas la publicación de la revista ConCiencia Social

PRESENTACIÓN NQ

Los modos de educación constituyen una categoría heurística, una especie de gran armazón conceptual o, si se prefiere, de prismáticos de alcance, que nos permite estudiar y problematizar la evolución del sistema educativo español en sus relaciones con el sistema de producción y la organización social capitalista, en la seguridad de que la historia de la escuela es inseparable de la historia social de la burguesía. En cierta forma los modos de educación tratarían de conjugar las posibilidades de una mirada sinóptica —atenta a la morfología específica que adquiere el hecho educativo en sus relaciones con la economía, la política y la cultura en un tempo preciso— con las derivadas de otra dinámica —preocupada por explicar la dialéctica cambio/continuidad y los momentos de crisis, cuando lo viejo no acaba de morir ni lo nuevo de nacer, entre sus distintos componentes— en el desenvolvimiento de los sistemas educativos. Podríamos decir, en definitiva, que los modos de educación proporcionan al mismo tiempo una herramienta de análisis y un mecanismo de periodización para abordar el estudio de esos sistemas educativos.

Así, desde la erección del sistema nacional de enseñanza, en la primera mitad del siglo XIX, se perciben, grosso modo, dos grandes fases modélicas —modos de educación— de desarrollo histórico-educativo: la tradicional elitista y la tecnocrática de masas. La primera, cuya horma jurídica quedó fijada con la Ley General de Instrucción Pública de 1857 (Ley Moyano), se correspondería con las necesidades y las características de un capitalismo nacional de fuerte base agraria y formas de dominación esencialmente oligárquicas que se prolonga, merced a la ominosa dictadura franquista, hasta el final de los años cincuenta del siglo XX. La segunda se afianza en los años sesenta, amoldándose a la naturaleza del capitalismo monopolista y transnacional, volcado al mercado externo, cuyo desarrollo legislativo llegaría, en primer lugar, de la mano de la Ley General de Educación de 1970 (Ley Villar Palasí)6 (véase el «Ensayo de periodización» con que se acompañan estos párrafos). Ahora bien, como hemos anunciado, los modos de educación no presentan correspondencias y paralelismos únicamente —ni

(https://ojs.uv.es/index.php/con-cienciasocial/index). Pueden verse distintos usos y desarrollos teóricos del concepto que permiten comprobar sus posibilidades explicativas en Cuesta (2005), Juan Mainer (2009), Mateos (2011) y Cuesta, Mainer y Mateos (2009 y 2011).

6. Los inicios de la escolarización de masas en España tuvieron lugar en pleno franquismo, dentro de los corsés fiscales —y de otros tipos— que la dictadura puso al desarrollo de un welfare state consistente y parangonable al de los países del Occidente europeo. Así pues, hubo que esperar al tracto 1970-1990, sobre todo a la aprobación de la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE), para ver completamente desarrollada la versión española de la educación de masas en el marco de un sui géneris estado de bienestar que se consolidaría durante los años de la gobernación social-liberal (PSOE). Para un estudio en profundidad, Cuesta, Mainer y Mateos (2009: 19-81).

PRESENTACIÓN NR

siquiera principalmente— con las formas de producción, sino también con otros componentes de la realidad social más complejos que requieren un análisis minucioso y un considerable manejo de fuentes empíricas, en especial con las herramientas de poder y sometimiento —propias de las sociedades disciplinarias, por un lado, y de control, por otro—, con los diferentes sistemas de dominación y violencia simbólica propios del campo educativo y, por último, con las diversas técnicas de subjetivación que se originan en relación con la producción y la distribución —desigual— del conocimiento y la cultura en el espacio escolar.

La cuestión cardinal, como se ha dicho, estriba en explicar, determinar y verificar el tránsito de un modo de educación a otro. Es evidente que entre ambos modos no obró una ruptura radical de la noche a la mañana, sino más bien un complejo y crítico proceso histórico en el que fueron solapándose la crisis de lo antiguo y la paulatina imposición de lo nuevo —retomando el ya clásico dictum gramsciano—. De hecho, gran parte del siglo XX, entre 1900 y 1959, puede muy bien concebirse en términos de lo que hemos dado en considerar una suerte de transición larga que acompaña la lenta pero irremediable caducidad del modo de educación tradicional, cuyos efectoscomienzan a apreciarse en los años de la crisis del Estado oligárquico restauracionista (1898-1917) y se agravan enormemente en la coyuntura posterior a la Primera Guerra Mundial (1918-1939). Este lapso de tiempo que transcurre entre la crisis finisecular y el final de la Segunda República, periodo en el que los historiadores de la educación sitúan la edadde oro de la renovación pedagógica hispana, coincide con el despegue de un nuevo capitalismo industrial y financiero en el cuadrante nordeste de la Península y con los atisbos de las primeras políticas sociales, y es también el momento en el que se produce la reformulación discursiva de la escuela, la pedagogía y el tratamiento penal y laboral de la infancia.7

ENSAYO DE PERIODIZACIÓN DE LOS MODOS DE EDUCACIÓN EN ESPAÑA

Fase constituyente: creación del sistema educativo (1836-1857)

Pervivencia (1857-1900)

Modo de educaciónReformulación discursiva y reformas: comienzo de la transición larga tradicional elitista(1900-1939)

Ruptura ideológica y continuidades estructurales: continuación de la transición larga (1939-1959)

Transición Cambios sociales y económicos (años sesenta)

Modo de educación Fase constituyente (1970-1990) tecnocrático de masas Generalización de la escolarización de masas y sociedad educadora (años noventa – actualidad)

Fuente: Cuesta, Mainer y Mateos (2009: 32).

7. Sobre la reinvención de la infancia escolarizada véase Cuesta (2005: 187-246) y Mateos (2011).

PRESENTACIÓN NS

Sin duda fue en aquel primer tercio del siglo cuando se anunciaron y se prefiguraron formulaciones teóricas y principiaron algunas mutaciones cuantitativas y cualitativas propias de lo que sería la racionalidad del modo de educación tecnocrático de masas. Estas y otras muchas fueron las líneas de ruptura con el modo de educación tradicional elitista que fueron abriéndose desde entonces y hasta 1959: paulatino crecimiento de la escolarización y —de su mano— feminización de los contingentes escolarizados, discretos pasos hacia la unificación sistemática de los niveles educativos, surgimiento de nuevas formas de segmentación de las enseñanzas y los centros, aparición de formatos curriculares menos disciplinares para la enseñanza obligatoria, introducción de las pedagogías psicológicas y de las ciencias psicopedagógicas en el gobierno del campo educativo, progresiva feminización de los cuerpos docentes, transmutación del pedagogo orgánico en experto universitario, transformación de la educación en una carrera meritocrática regida por la rendición de cuentas mediante la práctica permanente del examen, afirmación de los postulados del tecnicismo eficientista en la educación, etcétera. Lo cierto es que el devenir de los modos de educación presentó tiempos y formulaciones muy distintos según los países. En Francia, Alemania y Gran Bretaña, por ejemplo, la expansión del capitalismo a partir de la segunda fase de la industrialización ocasionó procesos de escolarización muchísimo más amplios y el desarrollo de formas diversas de Estado social que redundaron en que se dieran sólidos pasos hacia la educación de masas incluso antes de la Segunda Guerra Mundial.8 En España todo ello fue cocinándose lentamentey permeando como la lluvia fina en los intersticios del raquítico sistema educativo del liberalismo decimonónico al calor de políticas reformistas en las que fueron configurándose, con no pocas dificultades y resistencias, el lugar y las funciones de un nuevo Estado docente y de una escuela nacional —estatal— para todos, al menos sobre el papel, unas políticas que arrancaron con los impulsos regeneracionistas —liberales o autoritarios— y que, hasta cierto punto, encontraron su cenit en las promovidas durante la Segunda República, de neta impronta social-liberal, laica y coeducadora. Tras el triunfo de la dictadura fascista del general Franco al final de la guerra, aquel proyecto republicano modernizador, democrático y hasta cierto límite interclasista quedó violentamente interrumpido. La larga anomalía franquista supuso, entre otras muchas cosas, que lo que en otros países formó parte de la reconstrucción posbélica —el desarrollo de la educación de masas— en España

8. Con todo, el auténtico tránsito al modo de educación tecnocrático de masas no se llevó a cabo hasta los años cincuenta, como consecuencia de la expansión económica y del pacto social keynesiano y en el marco del triunfo de los llamados estados de bienestar

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PRESENTACIÓN

fuera un proceso que se realizó de forma harto sui generis con dos décadas de retraso; de ahí que, como consecuencia de la grave fractura ideológica y política producida, aunque dentro de una clara continuidad estructural, la transición larga entre los modos de educación alumbrada a comienzos del siglo XX se prolongara hasta finales de los años cincuenta.

El franquismo dio alas a la enseñanza privada religiosa y trató de convertir los centros estatales en altavoces de la pseudociencia nacionalcatólica. La ciudad de Huesca no se sustrajo ni a lo uno ni a lo otro y conoció una expansión sin precedentes de la enseñanza media católica.9 Pese a todo, una vez superadas las posguerras civil y mundial, la propia dinámica social y productiva del desarrollo capitalista volvió a mostrar las vivas carencias y las contradicciones de un sistema educativo nacional obsoleto, apenas adaptado a las necesidades de las nuevas clases y grupos emergentes y netamente insuficiente para servir a la reproducción de los procesos de industrialización, urbanización e internacionalización de capitales en marcha. El traslado del Ramón y Cajal en 1951 de su provisional instalación en la Normal a la actual, en edificación de nueva planta y en el entonces ensanche de la ciudad, y la posterior ampliación de sus instalaciones, que incluyeron la construcción del pabellón de alumnos en 1965 y del pabellón polideportivo en 1971, no son sino inequívocas evidencias de la acelerada transición entre los modos de educación.

En efecto, en los años sesenta el desarrollo del capitalismo transnacional y los acelerados cambios socioeconómicos consolidaron el definitivo desvanecimiento de las condiciones sociales y pedagógicas del modo de educación tradicional elitista. Fue entonces —y no antes— cuando se produjo la quiebra total e irremisible de la legitimidad de un sistema de escolarización dual —con una primera y una segunda enseñanza absolutamente escindidas— y de su mano se pudo asistir a una profunda reconfiguración de la segunda enseñanza y de las funciones que hasta entonces aún había seguido desempeñando el bachillerato tradicional: la aproximación curricular y de clientela entre la primera enseñanza y la secundaria elemental10 fue la espoleta de

9. En realidad el sistema educativo español afianzó, en aquellas aciagas décadas y hasta hoy, la presencia —amplia, diversificada, bien articulada y, para colmo, muy bien subvencionada con dinero público— de un auténtico subsistema educativo (Viñao, 2004) en manos de la Iglesia católica sin parangón en el resto de las naciones civilizadas europeas. 10. Los primeros cimientos jurídicos de esta revolución silenciosa, como denominó a este tránsito un alto funcionario de la época, tuvieron lugar con la Ley de Ordenación de la Enseñanza Media (1953) del ministro Joaquín Ruiz Giménez (Cuesta, 2013). De la mano de unas emergentes clases medias urbanas, masivamente proletarizadas y anhelantes de asegurar y acreditar un mejor futuro para sus vástagos, la demanda de escolarización, seducida por los embelecos de la igualdad de oportunidades, experimentó cotas desconocidas hasta entonces.

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todos los cambios y un punto de no retorno para la vetusta, elitista y predominantemente masculina corporación de catedráticos de bachillerato. Los institutos —ya en plural— dejaron de ser aquellos templos de saber oficiados y gobernados por los catedráticos —guardianes de la tradición y esclavos de la rutina— donde se consagraba la distinción y se producía la diferencia; de ahora en adelante se limitarían a multiplicar la división.

Empero, el estudio histórico que aquí presentamos sobre el bachillerato tradicional elitista en el Instituto de Huesca se centrará, por el momento, en el tracto que separa el colapso de la Universidad Sertoriana y la proclamación de la Segunda República: desde la fundación del centro, que tuvo lugar en 1845, hasta el despliegue de los primeros síntomas de crisis del modo de educación tradicional elitista, que en el establecimiento oscense comenzaron a ser netamente perceptibles durante la dictadura de Primo de Rivera. Como hace el fotógrafo, que escoge su encuadre antes de disparar, la historia del Instituto que ofrecemos es inseparable de la biografía de sus docentes y de la ciudad que lo acogió. En alguna medida podríamos decir que el lector va a encontrar tres historias en una: la del Instituto, la de sus profesores y la de Huesca como escenario de la evolución del bachillerato tradicional. Los catedráticos son aquí un objeto de conocimiento en sí mismos, pero también un medio para hablar de educación y de relaciones sociales y de poder. Casi noventa años de historia contada a través de la trayectoria bioprofesional de cerca de medio centenar de catedráticos que desarrollaron al menos una parte de su carrera en el Instituto Provincial ponen claramente de manifiesto que en estas páginas se aloja también la intención de realizar una aportación sustantiva al estudio de una profesión y de un campo profesional.

Este libro, como decíamos al inicio de esta presentación, nació con la vocación de ser, por encima de todo, una historia del presente, una explicación sociogenética de los problemas de la institución escolar en la actualidad. En ellos reside la auténtica motivación de esta prospección histórica en el pasado y en ellos encuentra pleno sentido que este libro se haya dedicado a los donnadies, a quienes quedaron fuera de los muros del vetusto palacete de la Sertoriana. Solo evocándolos y trayendo su presencia a estas páginas estaremos en condiciones de problematizar y completar esa imagen complaciente y progresista del Instituto que la Huesca eterna y victoriosa de la gente de orden ha nutrido y ha hecho formar parte de un imaginario común y colectivo ocultando su lado más oscuro, que es, en suma, la cara siempre ocultada de la escuela del capitalismo. Un punto de vista crítico se caracteriza por su empeño en mostrar el haz y el envés de las cosas, el paño y los costurones de la realidad que analizamos. Ese ha sido nuestro legítimo propósito; ahora está en manos de los lectores juzgar si se ha conseguido.

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PRESENTACIÓN

AGRADECIMIENTOS

En el remoto origen de esta publicación se halla la confección de la exposición El IES Ramón y Cajal: un centro con mucha historia (1845-1936), que se llevó a cabo durante el curso 2007-2008 dentro de un proyecto pedagógico dedicado a la Memoria de la educación y la educación de la memoria que aquel año se sustanció en la celebración de unas jornadas culturales tituladas Hoy como ayer: ciencia, arte e historia, en cuyo contexto se inauguró la muestra. Aquella exposición fue fruto de un trabajo colectivo en el que se concitaron numerosas voluntades, complicidades y participaciones: alumnos, profesores y personal de administración, limpieza, conserjería, bibliotecas y archivos, amigas y amigos a quienes creo preciso recordar en estas páginas, pues fue en esa colaboración donde se forjó el primer impulso de este libro.

Lamento —y en todo caso pido disculpas por ello— que el paso del tiempo haya traspapelado algunos de sus nombres. Helos aquí los que recuerdo: Maite Abaurre, Pilar Alcalde, Clara Alcubierre, Begoña Alonso, María Pilar Aspiroz, Montse Azón, José María Azpíroz, Vicente Baldellou, Pilar Banzo, Rosa Boned, Lucía Borruel, Aurora Callau, Mari Paz Cantero, Cristina Carcavilla, Miguel Castrillo, Mau Cavero, María Costa, Teresa Crespo, Juan Fernández-Santarén, María Jesús Gabarre, Ana García-Bragado, Juan José Generelo, Santas Giménez, José Luis Giménez, María González, María Gracia, Heriberto Hernández, José Antonio Hernández, Rosa Jordana, Emilio Lahoz, Jara Lascorz, Virginia Lezaún, Elisa López, Ángela Martín, Marta Mastral, Eugenio Monesma, Diana Moréu, Eduardo Mur, Ana Oliva, Rosa Oliva, Pedro Oliván, Pilar Olivera, Laura Olivares, Ambrosio Palacín, Diego Paraíso, Valle Piedrafita, Vicente Plana, María Ramón, Angelines Rey, María Rivas, Elvira Rocha, Olinda Sanagustín, Fina Sauras, Ana Torrecilla, José Antonio Valle, Abdón Víñez… Cumple dar las gracias al Instituto de Estudios Altoaragoneses por el apoyo y la acogida incondicionales que desde el primer momento dispensó al proyecto de publicar este libro. Y, por supuesto, a Ana Bescós y Teresa Sas por su trabajo, su aliento y su paciencia infinita. Gracias igualmente a mis invariables colegas de la Federación Icaria (Fedicaria), especialmente a Raimundo Cuesta y Julio Mateos, compañeros de una larga trayectoria de intensa amistad y de aprendizaje compartido. A Marién Martín por sus atentas lecturas y sus juiciosas y siempre estimulantes apreciaciones. Y a Gavarnie Ensemble por poner música a la vida.

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EL INSTITUTO DE HUESCA

EN EL MODO DE EDUCACIÓN TRADICIONAL ELITISTA (NUQRJNVPN)

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ACERCA DE LA SEGUNDA ENSEÑANZA Y DE LA REVOLUCIÓN LIBERAL

Las primeras referencias a la estructura, el sentido y las funciones de la segunda enseñanza en la legislación española las encontramos en el Informe Quintana, de 1813, auténtica matriz del pensamiento educativo liberal, directamente inspirado en el Informe Condorcet y escrito en el Cádiz revolucionario y constitucional.11 En efecto, allí quedaron establecidas las líneas maestras de estos nuevos estudios independientes, situados entre la primera enseñanza —de carácter universal— y la superior —de carácter particular—, destinados a dotar a los alumnos de una formación general y al mismo tiempo prepararlos para los estudios superiores: «la segunda enseñanza comprende aquellos conocimientos que […] constituyen la civilización general de una Nación». Allí también quedaba escrito el proyecto de crear un establecimiento de segunda enseñanza por provincia siguiendo el modelo francés.12 La voluntad de los legisladores era «formar hombres cultos y completos preparados para la vida pública».

El retorno al trono en 1814 del Borbón Fernando VII, que reestableció el absolutismo regio declarando la Constitución de 1812 «nula y de ningún valor y efecto» y considerando los decretos y las disposiciones emanados de

11. La denominación original era Informe para proponer los medios de proceder al arreglo de las diversas ramas de la instrucción pública. Los diputados de las Cortes gaditanas y los miembros de la Junta de Instrucción Pública encargados de su redacción, entre ellos el poeta Manuel José Quintana, trataban con él de establecer las bases para la aprobación de la primera Ley General de Instrucción Pública. Para su elaboración se inspiraron en el Rapport sur l’instruction publique de Nicolás de Condorcet, presentado a la Asamblea Nacional francesa en 1792. 12. Tanto el informe de 1813 como el posterior Reglamento General de Instrucción Pública, inspirado en el anterior y aprobado en 1821 en pleno Trienio Liberal fernandino (18201823), bautizaron estos centros provinciales con el nombre de universidades de provincias. A partir de 1835 se empezarían a poner en funcionamiento en algunas capitales de provincia y se abandonaría esa nomenclatura para generalizarse la de institutos provinciales de segunda enseñanza

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ella «como si no hubiesen pasado jamás […] y se quitasen de en medio del tiempo», unido a la posterior bancarrota de la Hacienda, el estallido de la guerra carlista y otros tantos avatares que jalonaron ese infausto reinado, impidió que el programa educativo del liberalismo lograra tomar cuerpo hasta bien entrada la década de los años treinta del siglo XIX

Así pues, el edificio educativo español no se articuló plenamente hasta el reinado de Isabel II (1833-1868), y en concreto hasta el periodo comprendido entre 1836 y 1857. Conviene, como se ha dicho ya, tener muy presente que el nacimiento de la segunda enseñanza no puede entenderse fuera del marco más amplio de la sociogénesis del sistema educativo nacional, sin olvidar que este, a su vez, no deja de ser una faceta de la vía adoptada por cada país hacia la formación de la sociedad burguesa.

En este sentido, no es difícil encontrar historiadores de la educación que hablen de las dilaciones y las insuficiencias que estos procesos experimentaron en España como consecuencia de la debilidad de la burguesía y del emergente Estado liberal a la hora de neutralizar el poder de la Iglesia católica (Puelles, 2004). Fracaso, atraso son calificativos que se han empleado para dar cuenta de una frustración general de expectativas, aunque actualmente la visión dominante entre los contemporaneístas tiende a subrayar más los parecidos con otras vías u otros modelos europeos de tránsito hacia la sociedad industrial moderna que las diferencias; ninguna de las dos, ni la tesis del fracaso ni el panglosianismo de la normalidad española, nos satisfacen demasiado.

La vía española de transición del Antiguo Régimen a la sociedad liberal —del feudalismo al capitalismo, como se decía en los años setenta— estuvo marcada por una fórmula lampedusiana y pactista entre las viejas aristocracias y las nuevas burguesías, unas elites, en definitiva, que harían todo lo posible para que la caducidad de un régimen posibilitara que la sociedad que surgiera de su final fuera lo suficientemente deudora de la antigua como para procurarse espacios de supervivencia y perdurabilidad a partir de nuevas formas de dominación. La traducción de esta persistencia del Antiguo Régimen —cabría decir con Arno J. Mayer (1984)—13 en el campo educativo significó el triunfo del programa del doctrinarismo político, una suerte de liberalismo morigerado de inspiración guizotiana y portador de un esquema legitimador del poder de clase sobre la base de la soberanía de la inteligencia —el gobierno de las aristocracias legítimas, esto es, inteligentes, frente a

13. La obra seminal del historiador marxista Arno J. Mayer, The Persistence of the Old Regime, aparecida en 1981 y traducida al español en 1984, sigue siendo un extraordinario marco interpretativo desde el que analizar el complejo devenir de las sociedades liberales decimonónicas europeas.

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la soberanía popular (Juan Donoso Cortés dixit)—. En ese marco cobraba pleno sentido el tipo de bachillerato que finalmente triunfó y el papel social que desde sus orígenes se atribuyó a la segunda enseñanza, la «de las clases medias». En efecto, en el Real Decreto de 17 de septiembre de 1845 (Gazeta de Madrid del 25 de septiembre) con el que se aprobaba el Plan General de Estudios se define la segunda enseñanza como «aquella que es propia especialmente de las clases medias, ora pretendan solo adquirir los elementos del saber indispensable en la sociedad a toda persona educada, ora intenten allanarse el camino para estudios mayores y de adquisición más difícil».

Aunque las instituciones escolares decimonónicas quedaron inscritas en un marco uniformizador y centralista bajo la dirección del Estado, en no pocas ocasiones deberían doblegarse ante los imperativos de la Iglesia católica, omnipresente en el campo de la educación durante el Antiguo Régimen. El Plan Duque de Rivas, de 1836, ajustó la horma en el sentido más moderado, y ese arreglo (así se llamarían las reformas educativas durante tiempo) se convirtió en el arranque de las leyes educativas fundamentales —el Plan Pidal de 1845 y la subsiguiente Ley Moyano de 1857—. Precisamente el Plan Pidal fue la norma que marcó la obligatoriedad de la erección de los nuevos centros de segunda enseñanza —los institutos provinciales—, uno en cada capital, de acuerdo con una planta curricular uniforme —planes de estudio y libros de textos aprobados por el Estado central—, un débil sistema de financiación —a expensas de las matrículas y de las aportaciones de las diputaciones provinciales— y cuerpos docentes estatales, los beneméritos catedráticos de instituto, reclutados mediante oposiciones.

Por una parte, se trataba de nacionalizar, centralizar y uniformizar la enseñanza media y la superior al objeto de acabar con la preeminencia que la Iglesia había ostentado en la formación de los hijos de las clases altas a lo largo del Antiguo Régimen. El liberal moderado Antonio Gil y Zárate, principal redactor del Plan Pidal, así como cerebro y factótum, junto a Pablo Montesino, de la puesta en marcha del sistema educativo nacional del liberalismo, escribió en 1855 De la instrucción pública en España, obra imprescindible para entender los proyectos y las realizaciones del liberalismo español en materia educativa.14 Allí se pronunciaba con rotundidad y clarividencia:

Porque, digámoslo de una vez, la cuestión de enseñanza es cuestión de poder: el que enseña domina; puesto que enseñar es formar hombres, y hombres

14. En sus páginas, además, se mencionan con detalle y pormenor las circunstancias que rodearonla creación y los primeros años de funcionamiento del Instituto oscense y de todos los demás creados a la sazón. Véase Gil y Zárate (1855), en especial la sección 3.ª, capítulos III-V Sobre Gil y Zárate y la huella francesa en la educación española, Cuesta (2011).

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amoldados a las miras del que los adoctrina. Entregar la enseñanza al clero es querer que se formen hombres para el clero y no para el Estado…; es trastornar los fines de la sociedad humana; es trasladar el poder de donde debe estar a quien por su misión misma tiene que ser ajeno a todo poder, a todo dominio; es, en suma, hacer soberano a quien no debe serlo.

Lo cierto es que, en la práctica, las necesidades de pacto con la Iglesia, materializadas en el Concordato de 1851, amortiguaron muchísimo la carga secularizadora y dejaron expedita una vía de penetración e intervencionismo de la Iglesia en las instituciones educativas del Estado que, como se verá, se iría ensanchando en las décadas posteriores, especialmente a partir de la restauración alfonsina. Con todo, los institutos, auténticas terminales del poder central del Estado por mantener la facultad de otorgar títulos y grados, nunca fueron bien vistos por la burocracia eclesiástica.

Por otra parte, se buscaba asegurar la correcta formación de las futuras elites políticas, sociales y económicas en centros medios y superiores dependientes del Estado. Los próceres del liberalismo consideraron urgente poner en pie una estructura uniforme y centralizada donde se reconociera, se distinguiera y —en menor medida— se modelara a las nuevas clases propietarias emergentes y a los hijos de las elites gobernantes de las estructuras políticas provinciales. La segunda enseñanza no era en modo alguno un asunto que incumbiera a toda la población. Los institutos fueron instrumentos que contribuyeron a crear distinguidas identidades sociales: ser bachiller supuso durante mucho tiempo formar parte de un club exclusivo. La enseñanza secundaria no se constituyó como una prolongación natural y encadenada de la primaria, sino como una alternativa al mundo del trabajo. La carrera escolar de los bachilleres principiaba a los nueve o diez años con un examen de ingreso y con el abandono de la primera enseñanza —que a menudo cursaban en centros diferentes de aquellos donde estudiaban quienes no iban a seguir el bachillerato o con ayuda de preceptores privados—. En sí misma, la enseñanza primaria no era un grado, sino más bien una vía muerta o una sala de espera para el ingreso en la vida laboral; ello en el mejor de los casos, porque para una inmensa mayoría la primera enseñanza fue simplemente una ausencia o, como mucho, una presencia esporádica y discontinua hasta bien entrado el siglo XX. La segunda enseñanza era cosa de estudiantes, mientras que la primera era privativa de quienes ni lo eran ni podían serlo (Lerena, 1986).

Con la enseñanza media se trataba de modelar ciudadanos, varones, seleccionados entre los hijos de las clases dominantes e influyentes; lógicamente,

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la instrucción primaria era otra cosa muy distinta. A mediados del siglo XIX, apenas el 5% de la población masculina española de entre diez y dieciséis años cursaba estudios en los institutos. Consultando los listados y los expedientes de antiguos alumnos del Instituto oscense puede comprobarse que desde la época isabelina hasta bien mediado el siglo XX tanto el personal político de la ciudad y de la provincia como los hijos de la burguesía y la oligarquía locales se formaron en sus aulas. El Instituto fue sin duda el lugar del poder del Estado donde se obtenía la titulación oficial que marcaba la diferencia entre los vástagos de la minoría y los de la masa. Una de las características del modo de educación tradicional elitista, tal como se ha dicho, consistía precisamente en la absoluta escisión entre la primera y la segunda enseñanza. Esta dualidad estructural y estructurante supuso el mantenimiento de dos subsistemas educativos autónomos, dos enseñanzas sin conexión y encerradas en sus particulares culturas a las que la ciudadanía se adscribía en función de su origen y su destino social:

Si prescinde de las masas populares, se dirige a las clases altas y medias, esto es, a las más activas y emprendedoras; a las que se hallan apoderadas de los principales puestos del Estado y de las profesiones que más capacidad requieren; a las que legislan y gobiernan. (Gil y Zárate, 1855)

El propio empaque monumental de los edificios en los que se ubicaron los primeros institutos provinciales de segunda enseñanza, como aconteció en Huesca con el palacete barroco de la suprimida Universidad Sertoriana, nos habla por sí mismo de las intenciones nada ocultas de sus creadores: los nuevos templos del saber y de la ciencia, las pequeñas universidades de provincias no solo debían serlo, sino además parecerlo. Pero antes de seguir con el relato de lo que fueron los primeros casi cien años de historia del Instituto de Huesca en aquel conventual y severo edificio conviene que reparemos con el detenimiento que se merece en la supresión de la institución universitaria que había ocupado previamente su lugar. La creación de la segunda enseñanza fue inseparable del enterramiento de la universidad escolástica y de la erección del nuevo modelo tradicional elitista, un proceso histórico, conflictivo y dialéctico, no exento de tensiones y desequilibrios, que terminó por sustanciarse en una nueva articulacióndel Antiguo y el Nuevo Régimen; un asunto, en definitiva, que se torna fundamental no solo para alcanzar a comprender el proceso de configuración material y simbólica del Instituto oscense, sino también para comprobar el peso de su herencia —la persistencia del Antiguo Régimen— y la gestión

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que de ella llevarán a cabo las elites sociales y políticas de la ciudad. No en vano el edulcorado recuerdo de la Sertoriana y la invención de una tradición —que tuvo lugar, ya con el alborear del siglo XX, de la mano de cierta erudición historiográfica— fueron motivos recurrentes de identificación colectiva para la oligarquía hegemónica y poderosos nexos de unión con el pasado, como mínimo, hasta el desplome del Estado liberal en los amenes del primer tercio del siglo XX EL INSTITUTO

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EL OCASO DE LA UNIVERSIDAD DE HUESCA Y EL NACIMIENTO DEL INSTITUTO

La aparición del Instituto Provincial de Huesca supuso, irremediablemente, la automática supresión del vetusto Estudio General, que había sido fundado por el rey Pedro IV en 1354 y reconocido por el papa Pablo II en 1464. En octubre de 1845 una institución sustituyó y sucedió a la otra, pero entre ambas, al margen de la naturalidad burocrática del lenguaje oficial,15 se interpuso nada más y nada menos que una revolución: la Revolución Liberal.Y este es el contexto en el que conviene a un historiador, más allá de nostalgias y melancólicas novelerías, explicar el ocaso de una institución del Antiguo Régimen sostenida por rentas señoriales y entregada al servicio dela reproducción de un saber escolástico y de una sociedad estamental.

Así pues, la ocupación física del antiguo edificio de la Sertoriana por el nuevo Instituto significó la materialización del expreso deseo de las nuevas autoridades liberales de reorganizar y controlar los estudios superiores y secundarios en España.

CRÍTICA Y CRISIS DE LA UNIVERSIDAD ESCOLÁSTICA

Las universidades fundadas a finales de la Edad Media surgieron en el marco y como fruto, por un lado, de una determinada organización de la producción —los gremios— y, por otro, de una precisa organización de la cultura ligada a la clerecía y a su aparato de autorreproducción: las escuelas catedralicias. La palabra universitas, lejos de remitir a la universalidad del conocimiento, como se reitera de manera errónea, etimológicamente se refiere a la particularidad de un grupo, es decir, a una asociación o una comunidad orientada a un propósito común —en este caso, universitas magistrorum et scholarium, profesores y escolares—; en suma, a un régimen privativo y particular de privilegios estamentales (Lerena, 1985;

15. Boletín Oficial de la Provincia de Huesca, 119, 6 de octubre de 1845.

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Sacristán, 1977). Así pues, la universidad medieval no fue otra cosa que el instrumento reproductor del aparato eclesiástico y representó la respuesta a la necesidad del estamento dominante, la nobleza, de legitimar y propagar la ideología o la cultura que hacían posible su dominación. A tales efectos, en España, desde mediados del siglo XIII, las instituciones universitarias dispusieron de un cuerpo de especialistas permanente que detentaba el monopolio de la inculcación y la sanción de la cultura legítima a través de los dispositivos del examen y el diploma.

Con el tiempo, de la mano del desarrollo del Estado autoritario y absolutista, entre los siglos XVI y XVIII el creciente peso de las burocracias civiles hizo que la universidad fuera ya no solo el aparato reproductor de la Iglesia, sino también el instrumento encargado de la formación de la cada vez más amplia burocracia estatal (eso explicaría, entre otras cosas, el incremento de la demanda de los estudios en las facultades de Leyes), así como de aquellas categorías sociales que podemos considerar un antecedente de las llamadas profesiones liberales (escribanos, jueces, contables, abogados, médicos). Pretender otorgar otro sentido y otra función a las universidades del Antiguo Régimen constituye un vano y arriesgado propósito de proyectar en el pasado lo que sin duda pueden ser legítimos intereses del presente, es decir, un huero presentismo.

En 1800 la influencia y el poder de la Iglesia en la totalidad de las universidades españolas del Antiguo Régimen seguían siendo abrumadores y determinantes. De hecho, muchas de ellas habían sido en su origen fundaciones pontificias, pero incluso en las de origen regio, como era el caso de la Sertoriana oscense, los eclesiásticos predominaban de forma indiscutible en claustros y cargos rectores, la financiación dependía en notoria medida de la exacción de rentas eclesiásticas provenientes de la producción agraria (diezmos), de la propiedad rústica o urbana o del capital mobiliario, y el patronazgo de los cabildos catedralicios seguía pesando como una auténtica losa al tiempo que entorpecía cualquier reforma que supusiera una modernización real de los estudios y de la propia institución. La veintena de universidades existentes en la España de finales del siglo XVIII —muchas de ellas, englobadas dentro del espectro de las universidades menores, poco más que simples seminarios conciliares—16 no solo se enfrentabana

16. El Censo de Godoy, de 1797, registraba en España 21 universidades con 12538 estudiantes. Con el advenimiento del Estado moderno de los Austrias las universidades peninsulares proliferaron de un modo notable (de ocho en 1475, entre ellas las tres mayores, Salamanca, Alcalá y Valladolid, pasaron a treinta y dos en 1625) y se convirtieron en universidades de la monarquía hispánica en expansión: fueron un vivero para cubrir las necesidades de la

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una decadencia y una descomposición seculares, sino que además se hallaban seriamente cuestionadas por los ilustrados, para quienes estos vetustos espacios escolares aparecían como un obstáculo en el camino del progreso y de la racionalización de la sociedad (son elocuentes al respecto las críticas que el benedictino padre Feijóo desarrolló en sus Cartas eruditas). En opinión de algunos reformistas, se trataba de establecimientos sobre los que descansaban la legitimidad y la lógica de un orden social que rechazaban. Es de notar, empero, que en general la crítica ilustrada no iba encaminada a destruir o cambiar la lógica que gobernaba el sistema de enseñanza, sino más bien a «potenciar el conjunto de reglas de juego» que le eran «inherentes desde su constitución, […] adaptando y ampliando aquel a una situación» que se percibe como «distinta, dinámica» (Lerena, 1985: 39).

Para los ilustrados, centrados sobre todo en la crítica ideológica,17 las facultades y las escuelas de aquellas universidades autofinanciadas y autorreguladas eran contrarias a toda novedad (proverbiales eran las críticas al rechazo de la «filosofía moderna») y se encontraban ancladas en «saberes inútiles»: no eran sino «teatros para conferir grados». Se encontraban encerradas dentro del círculo del escolasticismo aristotélico-tomista, círculo en el que, como decía Olavide, todo empeño se reducía «a proponer un asunto absurdo, paradójico e improbable, para persuadirlo escolásticamente con textos violentados» (Lerena, 1983: 99). Los testimonios y los juicios acerca de la ineficacia, la inutilidad y el perjuicio de los estudios universitarios

administración y la política en el inmenso territorio que quedó bajo su dominio al mismo tiempo que se transformaron en bastiones del catolicismo militante en la lucha contra la Reforma (Rodríguez – San Pedro, 2008). Sobre la crisis de la universidad española del Antiguo Régimen y las limitaciones del reformismo ilustrado, Peset (1974) y Álvarez de Morales (1988). 17. Con todo, los discursos y las prácticas de los ilustrados fueron, con frecuencia, algo más allá. Es bien conocido que el desarrollo de nuevos estudios y la difusión de conocimientos prácticos se realizaron más fuera que dentro de los muros universitarios, en instituciones extrauniversitarias impulsadas por iniciativa no solo del poder monárquico, sino también de individuos del clero y la nobleza contaminados de las corrientes ilustradas y filantrópicas de la época. Fiel a su origen y a su función, durante toda la Edad Moderna el papel de la universidad fue reaccionario y oscurantista. La ciencia y la filosofía modernas, desde Galileo hasta Descartes, se gestaron fuera de ella; como es sabido, el propio Kant enseñaba en la universidad una filosofía muy distinta de la que él mismo escribía. Con todo, no es este el lugar para referir con detalle la labor que los ilustrados españoles realizaron, a partir de la expulsión de los jesuitas y hasta 1813, en relación con el surgimiento de las reales sociedades de amigos del país o la creación de nuevos establecimientos de enseñanza más adaptados a las necesidades y los requerimientos de la sociedad (los Reales Estudios de San Isidro, el Seminario de Nobles, el Real Instituto Militar Pestalozziano y el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, entre otros). Lo interesante, a nuestros fines, es que en ellos cabría significar un cierto precedente de aquella enseñanza secundaria que entonces aún estaba por nacer.

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en la España de finales del XVIII constituyen casi un lugar común en la literatura ilustrada, desde Campomanes, que dice que en la de Salamanca «ni se enseña ni se aprende ninguna ciencia», hasta Yzuriaga, que emite semejantes juicios de la Complutense, pasando por Jovellanos, Olavide o el propio Leandro Fernández de Moratín, quien en una carta que escribió desde Montpellier a Ceán Bermúdez, en la que ponderaba las excelencias de la Universidad de aquella ciudad francesa, confesó resueltamente a su amigo:

Y cuando usted quiera que la de Alcalá de Henares valga otro tanto, no hay más que destruir lo que hay en ella, empezando por los colegios y acabando por las ridículas borlas, la cabalgata, el paraninfo y los atabalillos; y si en lugar de esto pone usted excelentes profesores que enseñen cosas útiles con buen método, en vez de llenar a la juventud la cabeza de disparates conseguirá usted que haya buenos médicos y cirujanos, buenos físicos y excelentes boticarios; habrá química y con ella habrá industria, fábricas, artes, y todo lo que nos falta, que no es poco; pero para esto, no hay más remedio, es menester deshacernos de todo lo que nos sobra y nos perjudica. (Fernández de Moratín, 1973: 593)

Por su parte, el liberal, poeta, dramaturgo y periodista oscense —de Monzón— José Mor de Fuentes (1762-1848) recordaba así en su célebre autobiografía y desde su exilio en París sus años adolescentes de formación universitaria:

Como a los once años, […] se empeñaron mis deudos y allegados en que había de ir a helarme por la lobreguez de la tristísima y barbarísima Universidad de Zaragoza, a decorar a viva fuerza las irracionalidades de la rancia filosofía peripatética.

Por mi instinto, más poderoso y atinado que la piara de los catedráticos y demás escolares, miré siempre con asco mortal aquellas insensateces, y mi cerebro, de continuo doliente y voluntarioso, desechó la ponzoña y salió en tres años absolutamente virgen de los asaltos de la barbarie. (Mor de Fuentes, 1981: 44)

De todos modos, aunque las universidades del Antiguo Régimen fueran más un lastre que un estímulo para la producción y la amplificación de los nuevos conocimientos científicos, no es menos cierto que la institución universitaria también fue, durante el periodo intersecular, un campo intelectual de lucha entre lo viejo y lo nuevo, un espacio en el que actuaron fuerzas, saberes y poderes en contraposición y en conflicto. Así lo revela en su estudio sobre la Universidad de Salamanca Ricardo Robledo (2014) cuando analiza en profundidad el pensamiento y la obra de dos relevantes claustrales y apóstoles de la moderna ciencia social española, Ramón de Salas y Cortés y Toribio Núñez. Por lo que se refiere a la ciudad de Huesca, los trabajos

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de José Antonio Gracia Guillén (1992) sobre las reformas borbónicas, de Laura Alins (1991) sobre la Universidad en el siglo XIX y de José María Lahoz (1995) sobre las facultades de Leyes y Cánones permiten imaginar un escenario no muy distinto al salmantino, habida cuenta del marcado carácter levítico que exhibieron tanto la ciudad como su alma mater

En efecto, la relevante figura de Ramón de Salas (1754-1827), ilustrado y profesor de la salmantina y representante de la llamada escuela moderna de Salamanca, tuvo su correspondiente alma gemela en la persona del jurisconsulto zaragozano Victorián de Villava y Aibar (†1802), miembro del claustro de la Universidad de Huesca, introductor, como el anterior, de la economía civil o política en España, defensor de los derechos de los indígenas, precursor de las ideas emancipadoras en América y paradigma de un pensamiento liberal que trataba de hacer compatibles modernidad y cultura católica (Lahoz, 1995; Portillo, 2009). Como tantos otros ilustrados, Villava, socio de mérito de la Sociedad Económica Aragonesa, defendió la urgente necesidad de modernizar los estudios superiores en España, pero su crítica a la institución universitaria estaba avalada por su propia experiencia en la Sertoriana, que le había mostrado la imposibilidad de impulsar estudios útiles —Física, Matemáticas, Economía, Historia, Geografía o Derecho Natural— en un marco institucional que permanecía anclado en la jerga escolástica. 18

En resumidas cuentas, el pensamiento ilustrado del último tercio del XVIII planteaba la conveniencia de un saber dinámico —para una sociedad dinámica— frente a un saber estático, contemplativo y especulativo —para una sociedad estática—; del conocimiento empírico frente a la agudeza verbal; de la investigación frente a la exégesis; de una enseñanza de verdades útiles, activa e impartida en castellano frente a una enseñanza de palabras inútiles, pasiva y desarrollada en latín… Heraldos de la crítica, pero también del mecanicismo inherente a la racionalidad ilustrada, más allá del regalismo y del humanismo filantrópico que defendieron, esos ilustrados nos revelan las primeras

18. Al igual que Ramón de Salas, el esforzado catedrático de Código y rector entre 1785 y 1788 de la Sertoriana oscense había intentado, sin éxito, introducir estudios específicos de Economía Política en la Universidad de Huesca. La primera cátedra de Economía Civil y Comercio había surgido en Zaragoza, al amparo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, siguiendo el modelo napolitano que regentaba el abate Antonio Genovesi. Su primer titular fue el joven Lorenzo Normante, que había sido alumno de Villava, activo miembro de la Sociedad Económica Aragonesa y traductor al español del célebre manual de Genovesi. Normante, Salas y Villava hubieron de enfrentarse con quienes veían en la economía civil una ciencia disolvente del orden social, que no dudaron en orquestar una campaña de acoso y derribo que contó con la intervención de fray Diego José de Cádiz en Zaragoza y Huesca y la de José Pando en Salamanca.

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expresiones de la razón burguesa, que encontrará renovados intérpretes y defensores entre los próceres del primer liberalismo educativo español —los Quintana, de Tapia, Gil y Zárate, Montesinos, etcétera—.19 Tras su crítica latía, como se ha anunciado, una cuestión medular: en el futuro, el sistema educativo tenía que dejar de ser una prolongación del brazo eclesiástico para ponerse a disposición de las necesidades del Estado, tal y como se estaba haciendo en la Francia revolucionaria o en la Prusia de Federico II; ni más ni menos. En suma, había que pugnar por poner en marcha un vasto movimiento de reforma que redundara en la uniformización, la secularización, la centralización y la nacionalización del sistema de enseñanza. Esos serían, en suma, la brega que —con no pocos obstáculos— libraría el liberalismo español particularmente entre 1836 y 1857 y el contexto en el que se materializaría el cierre de la Sertoriana. Así lo resume Carlos Lerena (1985: 45):

En definitiva, lo que se cuestiona y se va a cuestionar es no el propio sistema de enseñanza, sino de quién es y para qué sirve. […] Realmente, solo se trata de la agudización de un planteamiento que está presente en la propia época de constitución del sistema de enseñanza. Clérigos frente a laicos, civilistas frente a canonistas, teólogos frente a sabios; burocracia eclesiástica frente a burocracia estatal, ideología religiosa tradicional frente a ideología laicizante moderna, sociedad estamental frente a sociedad de clases.

Progresivamente las bases estructurales de las universidades tradicionales fueron deteriorándose hasta hacer inviable su continuidad. La Revolución Liberal, desatada de forma ya inapelable a partir del deceso del infausto Borbón Fernando en 1833, supuso el colapso definitivo para aquellos establecimientos: en 1836 se desamortizaron los bienes del clero y en 1837 fueron abolidos los diezmos eclesiásticos, que constituían su fuente básica de financiación. Desaparecieron también los privilegios

19. Esta ambivalente racionalidad moderna y progresista, que concebía la sociedad como una gran máquina movida y controlada por la diosa razón y se abrió paso frente a la escolástica, contenía un horizonte utópico de esperanza, pero también la semilla de la amenaza distópica que se deriva del instrumentalismo y la omnipotencia de la razón: «las Luces, que han descubierto las libertades, inventaron también las disciplinas» (Foucault, 1996: 225). Tampoco conviene, en todo caso, presentar a los ilustrados (piénsese por ejemplo en Jovellanos) como precursores de una estela de reformadores de la educación que irían desde los liberales como Quintana o Gil y Zárate hasta los krausopositivistas y los regeneracionistas como Giner de los Ríos o Costa, como en ocasiones se hace. El movimiento ilustrado no es el regeneracionismo: el hombre polivalente de Jovellanos no es el hombre universal gineriano, la ciencia útil no es la ciencia neutral y desinteresada, y, por supuesto, la escuela del trabajo destinada a criar mineros, como quería el ilustrado asturiano, no es la escuela nueva soñada por el elitismo esteticista de los intelectuales de fin del siglo XIX (Lerena, 1986).

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jurisdiccionales y se fue imponiendo de manera paulatina una política educativa liberal, según normas emanadas y difundidas desde Madrid. Ese fue el marco en el que tuvo lugar el tránsito entre la universidad del Antiguo Régimen, autónoma en lo financiero y en lo organizativo, y la universidad liberal tradicional elitista, uniforme, jerarquizada y controlada por el Estado. Los estudios eclesiásticos se diluyeron y el alumno pasó del manteo a la levita. En ese proceso, como decía don Leandro, era menester deshacerse de aquello que «nos sobra y perjudica».

LA SUPRESIÓN DE LA SERTORIANA EN SU CONTEXTO HISTÓRICO: MAQUINACIÓN O COLAPSO

No es infrecuente que los análisis acerca de la supresión de la Universidad oscense en 1845 se hayan visto contaminados por una suerte de erudición victimista que gusta de presentar ese acontecimiento en relación directa con la deriva aldeana de Huesca durante los siglos XIX y XX. Se ha querido ver en aquel malhadado suceso un síntoma relevante del inicio de una dinámica social y cultural de postergación de la capital y la provincia altoaragonesas, así como el origen de un agravio, aún no suficientemente reparado hoy, que continúa negando a Huesca su natural —que no histórica y contingente— condición de ciudad universitaria. La broma llega a veces al delirio de presentar al «rector enterrador» —discutible apelativo para referirse al catedrático de Leyes altoaragonés (de Estada) y último mandatario de la Sertoriana Jorge Sichar y Salas (†1877)— como artífice de una perversa maniobra conspiratoria de «venta cobarde» y lesa traición contra la Universidad oscense a cambio de acomodo en una cátedra de la zaragozana.20

A título de muestra de lo que estamos diciendo, es significativo que alguien no especialista en el tema pero tan representativo de una cierta manera de ser y estar en la ciudad como Joaquín Sánchez Tovar, que ocupó

20. Aunque así fuera, la afirmación (declaraciones de Macario Olivera en el Diario del Alto Aragón del 5 de mayo de 2015; puede verse también Olivera, 2000: 176-178, o incluso Benito, 1998), además de acientífica e intempestiva, ignora que, como ocurrió en otras universidades suprimidas, no pocos miembros de su claustro hubieron de trasladarse a otros centros para poder proseguir sus carreras profesionales (véase la tabla 1). Así, la lista de supuestos felones sería mucho más nutrida… Se da la circunstancia de que Mariano Ena, antes de iniciar su éxodo a la tierra baja, por encargo expreso del claustro de la Sertoriana, aún presidido por Sichar, formó parte, junto a Mariano Lasala, Pablo Pérez y Vicente Ventura, de una comisión de claustrales creada para exigir la revocación de la supresión ante el Gobierno de Su Majestad. Fue un gesto de alta significación simbólica que, empero, no pudo frenar el cumplimiento de la orden, que se materializó inexorablemente al mediodía del 9 de octubre en el acto de entrega del edificio de la ya desaparecida Universidad, de la mano del citado rector Sichar, y la posterior toma de posesión en la persona del jefe político de la provincia Eugenio de Ochoa y Montel como primer director del Instituto Provincial —representado para la ocasión por Felipe Nasarre—.

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durante más de veinte años la dirección del Instituto y durante bastantes más su cátedra de Geografía e Historia, se refiriera en estos términos a la supresión de la Sertoriana en un artículo escrito con motivo del 150.º aniversario de la fundación del Instituto:

Fue el 9 de octubre de 1845. En uno de esos cambios frecuentes que sufre la cultura española (y no siempre para bien), el ministro de entonces cerró de un plumazo varias universidades, las más conocidas las de Toledo y nuestra veterana e ilustre Sertoriana. No parece que las autoridades oscenses y aragonesas, tanto las políticas como las académicas, hicieran una defensa numantina de la Universidad y se podrían citar actitudes que indignan a pesar de los años transcurridos.

En su lugar se creó un Instituto de Segunda Enseñanza con parte del profesorado de la Universidad, que prefirió quedarse aquí, aun rebajando su categoría administrativa […].

De su famosa madre, la Sertoriana, heredó el nuevo Centro de Enseñanza el edificio de la Universidad, hoy Museo Provincial, y donde impartieron clases durante casi cien años, hasta la guerra de 1936 y las naturales consiguientes obligaron a abandonar definitivamente aquel lugar histórico y a construir de planta el edificio de la calle Ricardo del Arco. (Diario del Altoaragón, 21 de noviembre de 1995, p. 26)

Más allá de los errores de bulto que contiene el fragmento y del ejercicio de insana desmemoria que supone afirmar que las «naturales consiguientes» de la guerra obligaron al abandono del edificio, el texto enlaza perfectamente con el relato de una decisión equivocada e inopinada que únicamente pudo responder a intereses bastardos y cuyo solo recuerdo resulta irritante para los oscenses. Tamaña exhibición de desaliño historiográfico y de querencia por las explicaciones conspirativas del pasado no deja de ser la tosca expresión de un discurso hegemónico que, con los matices que se quiera, ha calado hondo en los estudios históricos sobre el particular.21

Una historiografía de neta estirpe empírico-historicista ha contribuido a reforzar esta visión edulcorada, autocompasiva, nostálgica y casi martirial de la institución universitaria oscense y de su ocaso argumentando que

21. El asunto viene de lejos y, desde luego, no es ajeno, como tendremos ocasión de analizar con detalle a lo largo de las páginas de este libro, al laboreo erudito del que fuera catedrático de Geografía e Historia del Instituto Gabriel Llabrés (1858-1928), y menos al de sus epígonos Ricardo del Arco y Federico Balaguer, auténticos muñidores de la memoria oficial de la ciudad, cuya duradera impronta es hoy todavía bien visible en sus marcos sociales, sus espacios simbólicos y sus celebraciones colectivas, si bien tenuemente maquillada de modernidad neoliberal. La historia de la Sertoriana, y en particular la de sus últimos años, ha sido abordada por Gracia (1986 y 1992), Alins (1991 y 1999) y Lahoz (2007 y 2014).

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las razones objetivas que se esgrimieron en su momento para justificar su supresión —el descenso de alumnado, el notorio inmovilismo ideológico del establecimiento y, por encima de todo, su pésima situación financiera— no se ajustaban totalmente a la realidad y en buena medida funcionaron como meros subterfugios de una decisión política. El mensaje es nítido: la universidad de Huesca fue víctima de una lamentable e incomprensible injusticia histórica, pues, aunque estaba en condiciones semejantes a las de otras, y obviando el activo de la tradición y de su impecable trayectoria histórica, le fue negada la oportunidad de sostenerse en el tiempo. La supresión es presentada como la culminación de un malévolo proceso con varios intentos fallidos, consecuencia de un conjunto de decisiones previas, estrictamente políticas, que, derivadas de la «mentalidad liberal» (sic) e inspiradas en un proyecto «centralista, uniformizador y despersonalizador» a imitación del modelo napoleónico, daban por sentado que las universidades debían ubicarse únicamente en ciudades populosas (Alins, 1999).22 Un proceso que, al laminar la capacidad de reacción y resistencia tanto en el claustro como en la autoridad civil y eclesiástica, terminó por provocar una especie de desbandada y dio pábulo a la defensa de intereses personales y espurios hasta cierto punto inconfesables. En la tabla 1 se muestra sinópticamente la trayectoria seguida por algunos del profesores del claustro sertoriano tras la supresión de la institución.23 Por lo demás,

22. Laura Alins refiere cuatro momentos en los que la Universidad oscense estuvo a punto de desaparecer como consecuencia de la aplicación de una legislación de mentalidad liberal (sic): en 1807, en 1813-1814, en 1820 y en 1829. Sostener, sin mayores matices, que el plan de José Antonio Caballero —arquetipo del regalismo ilustrado—, la legislación doceañista y la del Trienio —de un liberalismo morigerado— o las políticas de Calomarde —infausto ministro, por cierto exalumno sertoriano, que decretó el cierre de la Facultad de Medicina oscense en 1824 y fue autor de un minucioso proyecto de centralización académica y política de corte netamente ultramontano y reaccionario— obedecieron a un mismo plan y un mismo propósito es,como mínimo, discutible. Lo es más aún si, como parece defender la autora, se trataba únicamente de imponer el modelo francés frente a su opuesto anglosajón, que aconsejaba ubicar las universidades en localidades no demasiado pobladas ni bulliciosas y que hasta entonces se había adoptado en España, como si ese engorroso proceso de reordenación territorial —diríamos ahora— hubiera sido ajeno a las profundas mutaciones sociales y políticas que experimentó toda Europa entre 1789 y 1833. A la vista de este estudio uno tiene la impresión de que, en el fondo, la supresión de las universidades del Antiguo Régimen en España no fue sino el fruto del capricho de un grupo de cortesanos capitalinos más o menos seducidos por los credos volterianos del día, cuando no por la grandeur napoleónica. 23. La tabla recoge una relación de profesores que ejercieron en la Universidad de Huesca durante los dos cursos anteriores a su supresión. Por otras fuentes (Blasco, 1877) tenemos noticias de la existencia de más docentes, como Joaquín Fanlo, Pedro Diago, Mariano Lasala, Nicolás Lasala, Lorenzo Carcavilla, Hermenegildo Gorría o Manuel Villanova. Síntoma evidente de su decadencia, en los últimos años de vida de la institución hubo un gran número de profesores interinos y sustitutos —a veces sin titulación adecuada—.

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TABLA 1. PROFESORES DEL CLAUSTRO DE LA SERTORIANA, SU GRADO Y SU DOCENCIA (1844-1845)

Jorge Sichar y Salas († 1877)

Jaime Claver Falces (n. 1797)

Francisco Falces Azara (1806-1853)

Francisco Escudero Azara (1806-1872)

Tomás Satué (1786-1853)

Mariano García Castillón (1748-1848)

Ramón Fernández y Lafita (presbítero)

Manuel Yanguas Irigaray

Mariano Ena Villaba (1813-1889)

Pascual Gonzalvo (presbítero) († 1857)

Mariano Mirallas Acín (presbítero) († 1858)

Vicente Ventura Solana (1821-1892)

Mauricio María Martínez Herrero (1820-1912)

Vicente Domingo Andijón (presbítero) († 1878)

Martín Palacín († 1859)

Antonio Aquilué Galán (presbítero) (1814-1885)

Vicente Polo Anzano

Pablo Pérez († 1882)

Tomás Pérez

Pedro María Escudero Azara

Bruno Casas y Abad (presbítero) (1818-1887)

Doctor

Doctor

Doctor

Doctor

Doctor

Doctor

Doctor

Doctor

Doctor

Licenciado

Doctor

Doctor

Doctor

Doctor

Bachiller24

Licenciado

Licenciado

Doctor

Doctor

Doctor

Bachiller

Rector. Cátedra de la Facultad de Leyes

Cátedra de la Facultad de Leyes

Cátedra de la Facultad de Leyes

Cátedra de la Facultad de Teología

Cátedra de la Facultad de Leyes (declarado impuro en 1823)

Cátedra de la Facultad de Leyes

Cátedra de la Facultad de Teología

Cátedra de la Facultad de Teología

Vicerrector. Cátedra de la Facultad de Filosofía

Cátedra de la Facultad de Filosofía (sustituto)

Cátedra de la Facultad de Filosofía (sustituto)

Cátedra de la Facultad de Filosofía (sustituto)

Cátedra de la Facultad de Filosofía (sustituto)

Cátedra de la Facultad de Teología (sustituto sin titulación)

Cátedra de la Facultad de Filosofía (sustituto)

Cátedra de la Facultad de Filosofía (sustituto)

Cátedra de la Facultad de Filosofía (sustituto)

Cátedra de la Facultad de Leyes (sustituto)

Cátedra de la Facultad de Leyes (sustituto)

Cátedra de la Facultad de Leyes

Cátedra de la Facultad de Teología (sustituto)

24. Según Lahoz (2014: 40), «se doctoró en Medicina y fue un conocido periodista local».

PU

TABLA 1 (cont.). DOCENCIA Y ESTATUS O ACTIVIDADES POSTERIORES TRAS LA SUPRESIÓN DE LA SERTORIANA

Catedrático de Derecho Civil, Universidad de Zaragoza

Catedrático de Prolegómenos, Universidad de Barcelona

Catedrático de Derecho Romano, Universidad de Barcelona

Catedrático de Disciplina General de la Iglesia, Universidad de Barcelona

Catedrático de Práctica Forense, Universidad de Zaragoza

Catedrático de Práctica Forense, Universidad de Valencia

Catedrático de Fundamentos de Religión, Universidad de Zaragoza

Catedrático de Teología Dogmática, Universidad de Zaragoza

Catedrático de Psicología, Lógica y Ética, Instituto de Zaragoza

Catedrático de Moral y Religión, Instituto de Barcelona

Catedrático de Retórica y Poética, Instituto Universitario de Zaragoza

Catedrático de Psicología, Lógica y Ética, Instituto de Huesca

Catedrático de Matemáticas, Instituto de Huesca

Catedrático de Moral y Religión, Instituto de Huesca

Profesor de Física y Química, Instituto de Huesca

Catedrático de Latín y Castellano, Instituto de Huesca

Profesor de Latín, Instituto de Huesca

Profesor de Historia Natural, Instituto de Huesca

Abogado. Decano de la Facultad de Jurisprudencia, Universidad de Zaragoza, 1853

Miembro de la nobleza. Abogado

Miembro de la nobleza. Abogado

Miembro de la nobleza. Abogado. Diputado y senador. Consejero de Estado y de Instrucción Pública

Miembro de la nobleza. Abogado

Abogado

Obispo de Jaca (1847-1890)

Miembro de la nobleza

Director del Instituto de Zaragoza (1857-1889)

Catedrático de Religión y director del Instituto Universitario de Zaragoza (1847-1857)

Terrateniente. Abogado. Director del Instituto de Huesca (1846-1847, 1851-1862, 1884-1885)

De familia terrateniente. Abogado. Director del Instituto de Huesca (1866-1868)

Catedrático del Seminario Conciliar. Párroco de la iglesia de San Martín

Ocupó el cargo de secretario del Instituto con Vicente Ventura

Catedrático de Latín y Castellano desde 1859, Instituto de Valladolid

Abogado. Hacendado y promotor de Crédito y Fomento del Alto Aragón

Abogado, aristócrata y terrateniente

Juez de Primera Instancia de Barbastro a partir de 1844. Magistrado en Barcelona Canónigo de la catedral

Fuentes: Soler (1864), Blasco (1877), Alins (1991), Lahoz (2014), Domínguez (2011), Palomeque (1979), escalafón general de los catedráticos de Instituto de Segunda Enseñanza de 1861, expedientes de profesores conservados en el AHPHu y los sitios web Los 222 catedráticos de la universidad española en 1846 (http://www.filosofia.org/ave/001/a176.htm) y Diccionario de catedráticos españoles de Derecho (http://portal.uc3m.es/portal/page/portal/instituto_figuerola/programas/phu/diccionariodecatedraticos).

PV

tras el ocaso de su Universidad, la ciudad se vio sumida en el declive, la grisura y el provincianismo, situación que a duras penas pudo compensar la mediocre existencia de su Instituto Provincial de Segunda Enseñanza (Cuevas, 2012; Lahoz, 2014).

En los párrafos que siguen trataré de realizar una lectura histórica diferente —teóricamente informada— de los hechos que de forma tan abnegada como exhaustiva han ido sacando a la luz en los últimos veinte años los estudios de algunos de los especialistas citados hasta aquí. Se trata, en definitiva, de superar la mera descripción y la singularidad del problema de la Universidad de Huesca, de combinar enfoques micro y macro que permitan vislumbrar el contexto conflictivo y dialéctico que impregnó la crisis y la largaagonía del Antiguo Régimen en España y el marco, particularmente complejo y contradictorio, en el que se produjo el proceso de desplazamiento y sustitución de la Iglesia por el Estado liberal. Y es que en ese haz de mutaciones que tanto afectaron a saberes, formas y modos de inculcación centenarios se gestaron nada más y nada menos que los dispositivos de institucionalización de la nueva hegemonía burguesa, y uno de los más relevantes fue precisamente la erección de un nuevo sistema de educación nacional. Parece, pues, de sentido común comenzar por aceptar, como primera providencia, que la supresión de la Sertoriana fue producto mucho más de su propio colapso —trasunto del sufrido por la formación socioeconómica que le dio vida en pleno feudalismo— que de la voluntariosa actuación —omisión u ofuscación— de una serie de personajes mal aconsejados.

Menos alumnos y mayoritariamente aspirantes a bachiller de Artes Veamos. Frente a los argumentos del inmovilismo y el descenso del alumnado,se ha llegado a defender que desde las reformas carolinas del siglo XVIII la Sertoriana se encontraba inmersa en un proceso de modernización, renovación e innovación académicas y que, en todo caso, el peso de la tradición escolástica de sus enseñanzas no era, en el momento de su supresión, mayor que en otras universidades españolas de la época. Estos asertos se nos antojan como mínimo aventurados si tenemos en cuenta que más de las dos terceras partes de los matriculados en la Sertoriana entre 1810 y 1845 lo fueron en la facultad menor de Filosofía y Artes (cerca del 50%) o en las anacrónicas y trasnochadas facultades de Teología y Cánones25 (el 21% entre las dos), que un alto porcentaje, cercano al 50%, de esas matrículas no culminaban en graduación (Lahoz, 2007)

25. La Facultad de Cánones fue suprimida en toda España en 1842, lo que posiblemente contribuyó también al incremento de matrícula en la de Leyes o Jurisprudencia.

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y que la Facultad de Medicina había sido clausurada por Calomarde en 1824. Apenas un tercio de la población estudiantil asistió a la Facultad de Leyes (Jurisprudencia), la única que podría reputarse como propiamente universitaria en un sentido moderno y que experimentó cierto crecimiento, menor que el de otras universidades españolas, en un momento en que se precisaban titulados para nutrir los puestos de una rampante burocracia estatal. En conjunto, el descenso del alumnado entre 1800 y 1845 constituyó una realidad innegable.26 Por otra parte, el personal docente de los Estudios Generales oscenses en sus últimos años de vida adoleció de una palmaria endogamia institucional y, en algunos casos, de una inestabilidad, una precariedad y una falta de acreditación bastante sintomáticas.27 No parece, pues, un escenario muy apropiado para ejercitar procesos de modernización académica. Por consiguiente, todo apunta a que los estudios universitarios en Huesca se encontraban, en aquella crítica coyuntura del tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen, ante un retroceso y una decadencia que el factor financiero no hizo sino agravar. En efecto, es muy significativo el hecho de que casi la mitad del alumnado de la Sertoriana durante los años que nos ocupan lo fuera de las facultades menores, es decir, se encontrara cursando estudios de tres años de duración que conducían exclusivamente a la titulación de bachiller. El titulo de bachiller consistía en un primer grado académico que se otorgaba en las universidades del Antiguo Régimen tras aprobar unos estudios preparatorios cuya obtención era requisito indispensable para entrar en las facultades mayores.28 Si tenemos en cuenta que fueron precisamente

26. Entre 1810 y 1845 la matrícula experimentó fuertes oscilaciones en el marco de una tendencia general a la baja: en 1803 había poco más de medio millar de matriculados (517), lo que contrasta con los 309 del curso 1844-1845. Los momentos más críticos vinieron de la mano de las coyunturas bélicas de la primera mitad del siglo y de los graves problemas financieros que la institución padecía (entre 1808 y 1814 los inscritos quedaron muy por debajo del medio centenar, y a partir de 1837 la matrícula, más o menos estabilizada en torno a los 400 alumnos desde 1823, descendió bruscamente a la mitad, para repuntar tímidamente hasta 308 a partir del curso 1843-1844). Por el contrario, la Universidad de Zaragoza disponía en 1844 de más de 700 alumnos matriculados. Los datos, en Alins (1993).

27. La endogamia académica y el localismo fueron dos rasgos muy acusados del microcosmos universitario oscense, especialmente en las últimas décadas de existencia de la institución. Todos los profesores que se recogen en la tabla 1 se formaron y se acreditaron en la Universidad Sertoriana, y la inmensa mayoría eran oriundos de la provincia y provenían de familias nobles y propietarias. Obsérvese que al menos la mitad de los incluidos en esa relación eran profesores sustitutos, prueba inequívoca de la improvisación y las urgencias que guiaron la cooptación.

28. Esta acepción del término bachiller figuraba ya en el Tesoro de Covarrubias, de 1611, y en el Diccionario de autoridades, publicado entre 1726 y 1739: «se llama [bachiller] al que ha recibido el grado de Bachiller en cualquiera de las facultades que se enseñan en las Universidades

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esos estudios los que dieron origen a lo que a partir de 1845 se denominó segunda enseñanza, cabría afirmar que, a efectos prácticos y más allá de otras consideraciones, la institución suprimida encontró en el recién creado Instituto Provincial su natural continuidad, un nicho adecuado y, como veremos, bastante reforzado, para seguir satisfaciendo, al menos durante un tiempo, las necesidades de reproducción de la elite local y provincial.29 De suyo, haber realizado algunos cursos de Artes ya permitía acceder a ciertos cargos eclesiásticos en la docencia de primera enseñanza o en la burocracia militar y municipal —notarías o escribanías— (Lahoz, 2007). Tampoco es casual que la Ley Moyano, de 1857, hito jurídico fundacional del sistema educativo nacional, siguiera llamando bachiller en Artes a la titulación final de la segunda enseñanza, denominación que permaneció oficialmente hasta que en 1870 fue sustituida por

o Estudios Generales»; «primer grado que se da en las Universidades a los que han oído y estudiado alguna facultad: como Artes, Theología, Leyes, Cánones, Medicina, después de haver cursado en ellas el tiempo determinado para recibirle. Viene del Latino Baccalaureus, que es lo mismo que laureado con bacas, porque a los que recibían estos grados en lo antiguo los coronaban con laurel con las frutillas o bacas que lleva» (cit. en Viñao, 2011b). La palabra castellana bachiller proviene del francés bachelier (de bas chevalier ‘joven que aspira a ser caballero’), y en las universidades del Antiguo Régimen el titulado bachiller lo era en Artes, o sea, en los saberes propios de los hombres libres, inicialmente las siete artes liberales del mundo clásico, que integraban el trivium y el quadrivium de la escolástica cristiana. En vísperas del Plan Pidal «la facultad menor de Artes era una herencia escolástica, que versaba a sus beneficiarios en Trivium (gramática, dialéctica y retórica), aunque el progresivo peso de la dialéctica (un escolasticismo filosófico) hizo que se llegara a dar a estos estudios el nombre de Facultad de Filosofía» (Cuesta, 2013). Es curioso y demostrativo que esta calificación y la acepción de ‘bachiller en artes’ se siguieran manteniendo en los diccionarios de la RAE hasta 1956.

29. Los estudios de bachiller en Artes de la Sertoriana presentaron en los últimos lustros de su existencia una precariedad muy notoria: había un número muy limitado de profesores de Filosofía, casi siempre sustitutos, a menudo bisoños en exceso, encargados de varias materias inconexas cuya naturaleza desconocían por completo las más de las veces y que por lo general quedaban sin impartirse porque se carecía de docentes apropiados. Alberto Gil Novales (1992), en un documentado trabajo publicado con motivo de la celebración del 150.º aniversario de la fundación del Colegio de Abogados oscense en el que ofrece una erudita fotografía de la vida cultural en la ciudad en 1841, tras pasar revista, entre otras cosas, al tipo de pruebas examinatorias a las que se sometía a los futuros bachilleres de la Sertoriana, concluye con rotundidad que «se trataba de una enseñanza escolástica evolucionada, pero todavía no moderna», especialmente si por moderna debemos entender basada en conocimientos científicos (matemáticas, geometría, física, química, historia natural, geografía e historia, filosofía moral, literatura) destinados a «dar ensanche y lucidez al entendimiento, inspirar buen gusto y sano juicio» (Gil y Zárate, 1855: 37), y sobre todo orientada a desarrollar una educación general polivalente más que a servir a una suerte de rancia gimnasia intelectual escolástica dedicada en exclusiva a certificar el ingreso en las facultades mayores. Pese a todos los pesares, la situación de los estudios de bachillerato experimentó en unos pocos años, como se comprobará, una transformación importante a partir de la creación del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza.

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la de bachiller a secas.30 En efecto, la historia del bachillerato no puede desentenderse de su pasado universitario, toda vez que los procesos constituyentes de los sistemas educativos nacionales conllevaron la fusión y la reorganización de muy diversos establecimientos educativos que terminaron por dar forma a un nuevo organigrama institucional de centros especializados —entre ellos los institutos— sometidos al control, más o menos directo, del Estado liberal.

Irremediable colapso financiero

Pero sigamos con nuestra revisión crítica de la historiografía sobre la supresión de los estudios de la Sertoriana. En relación con la situación económica, admitiendo su deterioro desde la guerra de 1808, el impacto de las sucesivas desamortizaciones —la napoleónica de 1810, la del Trienio Liberal (1820-1823) y la de Álvarez Mendizábal (1836)— y su especial agravamiento desde la supresión del diezmo en 1837,31 Laura Alins ha defendido la existencia de un cambio de coyuntura desde principios de la década de los años cuarenta. Una cierta recuperación de la matrícula, que, como hemos visto, alcanzaba con dificultad los trescientos alumnos en 1843, y sobre todo un incremento de la financiación proveniente del Estado constituirían, en su opinión, síntomas de que la Sertoriana habría podido seguir manteniéndose de no haber sido por el mezquino afán uniformizador y despersonalizador del liberalismo en el poder, que, en connivencia con la Universidad zaragozana —una de las beneficiarias del insaciable y avasallador hostigamiento centralista—, optó por reducir el número de distritos

30. Casi medio siglo más tarde todavía Francisco Giner de los Ríos advertía con toda razón en «Grados naturales de la educación», artículo publicado en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza en 1897, que la segunda enseñanza tenía como función preparar a un grupo social restringido para las carreras universitarias, y añadía: «En el sistema reinante […] no solo se halla separada de la primera bruscamente, sino que, por su origen, como un desprendimiento de la antigua facultad de Artes (más tarde, de Filosofía), ha conservado su filiación esencialmente universitaria, en su sentido, su estructura, su organización pedagógica, sus métodos y hasta muchas veces en la formación de su profesorado». Eran huellas profundas de un pasado que siguió pesando, de facto y de iure, sobre los estudios de bachillerato en España al menos hasta los años sesenta del siglo pasado. 31. Sin duda el golpe definitivo a la pretendida autofinanciación de la Sertoriana —en puridad, una autonomía basada en la exacción de rentas feudales que pesaban de forma ominosa sobre el campesinado pobre de los pueblos de la provincia— se produjo con el Decreto de 16 de julio de 1837 por el que quedó suprimida la percepción de diezmos y primicias. «La situación se tornaba angustiosa para la hacienda de la universidad oscense, pues no en vano […] diezmos y primicias sustentaron secularmente la vida económica del Estudio altoaragonés […]. A partir de aquí se seccionaba buena parte del conductor financiero que había mantenido y sostenía a la hacienda universitaria» (Gracia, 1986: 206).

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universitarios a tan solo diez y concentrar las enseñanzas en macrouniversidades siguiendo un modelo de neta inspiración francesa. Una vez más los árboles parecen no dejar ver el bosque, y, como se podrá deducir fácilmente de los párrafos siguientes, las posibilidades de subsistencia de una universidad en Huesca en el marco del nuevo Estado liberal quedaron reducidas a la nada.

Frente a lo que suele pensarse, la estatalización de la enseñanza fue más un anhelo proclamado que una realidad contable (Robledo, 2005 y 2007). Otro tanto puede decirse del pretendido centralismo de estirpe jacobina. Con la Revolución Liberal el diezmo no fue sustituido por el presupuesto estatal, y tanto para los estudios superiores como para los de segunda enseñanza vino a aplicarse el principio, «justo y necesario» al decir de los nuevos legisladores, de que fueran sostenidos principalmente por quienes hubieran de recibirlos. Con la desaparición del diezmo, el pago de los derechos de matrícula del alumnado en universidades e institutos pronto se convirtió en el elemento clave para la financiación de esos estudios. Sirva como botón de muestra el hecho de que en 1850 una cuarta parte del presupuesto del Instituto oscense —poco más de 100000 reales— era cubierto por el pago de matrículas, otra cuarta parte por la percepción de rentas y bienes propios y alrededor de 50000 reales por las aportaciones de la Diputación Provincial.32 De suyo, el débil compromiso del Estado español en la financiación de la instrucción pública fue una constante durante todo el siglo XIX —y buena parte del XX—, una debilidad muy marcada para los niveles universitario y secundario, mientras que la primaria, único nivel gratuito, quedó a expensas de las arcas municipales y radicalmente escindida del presupuesto y de la administración centrales hasta la creación del Ministerio de Instrucción Pública, que tuvo lugar en 1900 (la segunda enseñanza fue incorporada a los presupuestos del Estado a partir de 1887). En la práctica, como aconteció con las demás reformas, triunfó, de un lado, la urgencia de enjugar la considerable deuda pública, agigantada por la guerra civil, y, de otro, la mentalidad más retrógrada de los moderados, capitaneados por

32. AHPHu, E-C, 6, Libro de actas de la Junta Inspectora del Instituto de Segunda Enseñanza de la provincia de Huesca, 1848 – diciembre de 1852. La matrícula venía a suponerle a cada alumno la nada desdeñable cantidad de unos 200 reales al año por curso completo (el cálculo se realizaba por cada asignatura), a lo que habría que añadir el coste de los libros de texto, no menos de 100 reales, y, en su caso, el del alojamiento y la manutención. Se comprenderá entonces que la segunda enseñanza se convirtió en un espacio formativo largo y costoso que requería un notable sacrificio personal únicamente al alcance de las familias acomodadas, tal como iremos viendo. De este asunto se ocupa con detalle Carlos Sirera (2011a: 51 y ss.).

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Bravo Murillo, para quienes la instrucción pública era concebida en España más como fuente de renta que como inversión productiva

Alguien tan poco sospechoso como el liberal moderado, centrista y guizotiano Antonio Gil y Zárate,33 principal mentor del Plan Pidal, denunció con valentía y claridad en algunos párrafos de su imprescindible De la instrucción pública en España no solo las penurias del presupuesto, sino también el escandaloso trasvase de numerario al mantenimiento de las instituciones educativas de la Iglesia católica como consecuencia de la aplicación del Concordato de 1851. La cita es larga pero enjundiosa y desvela con acierto la genealogía de un problema —también— de rabiosa actualidad:

Este resultado es lastimoso; porque la enseñanza no debe considerarse como un ramo productivo; y para que prospere es preciso que el Estado le dé, y no que ella sea la que contribuya para las demás cargas del Estado. Así es que hoy la enseñanza se halla sujeta a las mayores privaciones y la consignación de gastos concedida a cada establecimiento no basta para sus atenciones […]. Algo más [en referencia a la precaria partida presupuestaria que el Estado asignaba al mantenimiento del medio centenar de Institutos de Segunda Enseñanza] cuestan al Estado los Seminarios Conciliares, que, siendo cincuenta y seis, a razón de 90000 reales cada uno, producen un gasto de 5040000 reales, es decir, igual al déficit que el mismo Estado tiene que pagar para cubrir los gastos de toda la instrucción pública seglar […]. Sin embargo, el Estado, que tal preferencia da a los establecimientos públicos sobre los seglares, nada tiene que ver con aquellos, y no puede dirigir ni vigilar su enseñanza. Véase si este resultado, sobre el cual nadie ha dicho cosa alguna hasta ahora, es compatible con la ilustración y los adelantamientos científicos de una nación que, por su territorio, su población, su riqueza y sus antecedentes históricos, debiera ser contada entre los pueblos más cultos de la culta Europa. (Gil y Zárate, 1855: 232-234)

Por aquellas fechas el catedrático del Instituto de Cuenca Juan Miguel Sánchez de la Campa aún iba más allá en su demoledor diagnóstico sobre el estado de la instrucción pública en España al plantear la siguiente reflexión a la vista de los presupuestos del Estado en 1853:

Dígase si aparte de la buena o mala organización de la instrucción pública, una nación que en su presupuesto general se consignan 173844418 reales para el presupuesto del culto y clero y 278646248 reales para el presupuesto de la

33. Personalidad clave en la defensa de un proyecto liberal y laico de instrucción pública en España y sin embargo «insuficientemente valorada como paradigma y quintaesencia del intelectual público de la primera mitad del XIX» (Cuesta, 2011: 301).

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guerra, tiene sus fuerzas equilibradas, reúne condiciones de prosperidad, cuando su instrucción la paga con menos de seis millones. (Sánchez de la Campa, 1854: 103-104)34

La cifra es aún más sangrante si se toman en consideración los pingües presupuestos que el Estado español destinaba en 1851 al sostenimiento de algunas diócesis con sede universitaria (Zaragoza y Sevilla rondaban los 5 millones de reales) o con universidades recientemente clausuradas (la archidiócesis de Toledo disponía de 8 millones de reales y el obispado oscense superaba con creces el millón y medio de reales).35

Pese a ello, centrados en el control y la gestión de sus propios seminarios conciliares, independizados in extremis del ruinoso estado de las viejas universidades, como ocurrió en el caso de Huesca, y siempre recelosos de los nuevos institutos, a los que veían como la encarnación del demonio secularizador, nada hicieron cabildos y obispados por salvar las naves del naufragio o tratar de reflotar la institución que tanto poder les había conferido en el pasado.36

De la mano de los reformadores liberales, la alternativa al diezmo y a las demás rentas supresas fueron las tasas académicas pagadas por los propios alumnos y no las siempre raquíticas partidas presupuestarias del nuevo Estado; de hecho, entre la mitad y las dos terceras partes del gasto total de la universidad durante buena parte de los siglos XIX y XX fueron costeadas por las tasas de matrículas y titulaciones. Así, los universitarios españoles pasaron de la gratuidad a pagar, «en 1837, de 160 a 200 reales, según el tipo de facultad, es decir 8 o 10 veces más que en 1824, cuando ya se había roto

34. Podrían añadirse al memorial de agravios los más de 145 millones de reales del presupuesto de la Corona.

35. Los datos del presupuesto de culto y clero correspondientes al año 1851 pueden consultarse en el periódico madrileño El Católico, 3660, del 21 de febrero de 1851.

36. A este respecto no deja de ser un argumento interesado en unos casos y poco consistente en el resto el de que los seminarios y las casas de formación de las órdenes religiosas habían sido desde la «lejanía de los tiempos hasta casi nuestros días, la única puerta de la cultura abierta al pueblo», en contraste con el desmedido elitismo mostrado por la segunda enseñanza y la universidad del liberalismo hispano, que siempre «permanecieron material y moralmente lejos del pueblo y de los pueblos», un juicio que, con pocos matices, se reitera por doquier en la obra de eruditos e historiadores desde el ubicuo Ricardo del Arco hasta Antonio Durán Gudiol (1981) o José María Lahoz (2014). Al margen de los muchos reparos que podrían oponerse al oportunismo de tal razonamiento, la cuestión es que, aun siendo relativamente verdaderas las dos afirmaciones por separado, la oligárquica Iglesia española y sus instituciones educativas —que lograron edificar desde mediados del siglo XIX un auténtico subsistema educativo paralelo al estatal, anómalo y privativo— no solo fueron cómplices sino también colaboradoras necesarias del Estado liberal en el atraso cultural del país.

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la gratuidad» (Robledo, 2005).37 Sin lugar a dudas este —la imposibilidad de autofinanciarse— fue el factor decisivo que demostró la inviabilidad financiera de un pequeño establecimiento como el altoaragonés. Así, el nuevo modelo de universidad decimonónico, surgido de la Revolución Liberal burguesa, redundó en un llamativo descenso del alumnado —aunque, como hemos indicado, buena parte de este fue, en puridad, absorbido por la segunda enseñanza— y, sobre todo, en un rampante elitismo: si en 1797 uno de cada sesenta jóvenes entre veinte y veinticuatro años accedía a los estudios superiores, en 1857 tan solo lo hacía uno de cada ciento sesenta:

La Ley Moyano de 1857, que de algún modo cerraba el ciclo de la reforma universitaria liberal, consolidó el raquitismo del gasto público liberal al organizar una Universidad Central con todas las titulaciones y el doctorado y otras nueve «de provincias» que no dejaban de ser de segunda categoría. Los liberales habían optado por una política maltusiana consiguiéndose unos mínimos históricos hacia 1860 en la matrícula universitaria (menos de 8000 alumnos).

(Robledo, 2007: 552)

Tanto las nuevas universidades como los institutos de segunda enseñanza —financiados en gran medida por sus propias rentas, pero también por diputaciones provinciales y ayuntamientos— salieron muy baratos al Estado, pero caros a sus estudiantes. Además, tras la desaparición de colegios mayores y menores (en Huesca fueron clausurados de manera sucesiva el de Santa Orosia y los de Santiago y San Vicente), conventos y facultades de Teología por mor de los procesos desamortizadores, los estudios superiores quedaron accesibles únicamente para los vástagos de las oligarquías locales y provinciales, algo que, por otra parte, estaba en lógica correspondencia con los restringidísimos censos electorales del imperante régimen liberal. La supresión del diezmo llevó al colapso financiero a numerosas universidades españolas. El caso de la de Huesca no fue único: la de Salamanca, como ha referido Robledo (2005 y 2014), y en menor medida algunas facultades de la de Oviedo, Zaragoza o incluso Sevilla no anduvieron lejos de seguir los mismos pasos que la Sertoriana en los años cuarenta del siglo XIX. Al igual que la de la oscense, la financiación de la Universidad salmantina

37. El coste real de la matrícula se multiplicó por 2,3 entre 1838 y 1877. Obviamente, al precio de la matrícula había que añadir, en su caso, los gastos de desplazamiento, las lógicas pérdidas de ingresos por dejar de trabajar varios años y, por supuesto, el importe de la consecución del grado, que para los licenciados se fijó en el plan de 1845 en 3000 reales, cantidades todas ellas al alcance de muy pocas economías, pues en 1860 una persona adulta en España precisaba 300 reales al año para costear la compra de pan y que el sueldo anual de la mayoría de los catedráticos universitarios no superaba los 12000 reales (Martínez Neira, 2013; Robledo, 2014).

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dependía en un alto porcentaje —entre un 60 y un 70%— de una exacción feudal —la participación en los diezmos eclesiásticos— y en menor proporción de las rentas del capital mobiliario e inmobiliario. Suprimida la primera y mermadas considerablemente las segundas, es decir, abolidas las bases sociales y económicas que les insuflaron vida y las dotaron de sentido y función social, algunas universidades del Antiguo Régimen se fueron convirtiendo en ominosas fantasmagorías condenadas a la desaparición, tal como había ido ocurriendo con más de la mitad de las existentes a finales del setecientos. Como se ha demostrado para la Universidad de Salamanca, la historia agraria ofrece un buen marco interpretativo para entender hasta qué punto la subsistencia de esos vetustos establecimientos dependía de la evolución de las cosechas y, por lo tanto, de las disputas por el reparto del diezmo entre los distintos perceptores; desde comienzos del siglo XIX «el equilibrio Señores (donde cabe incluir a la universidad) – Iglesia – Hacienda, que sustentaba el consenso fiscal y social del Antiguo Régimen, no hizo más que resquebrajarse al juntarse el fraude de los labradores con la ofensiva fiscal de la Real Hacienda» (Robledo, 2005: 124).

Llegados a la difícil coyuntura de finales de los años treinta, careciendo de rentas propias, sin una implicación significativa —como se ha visto— del Estado y, sobre todo, con un marcado descenso de alumnado, el Estudio oscense y el salmantino disponían de pocos activos más que su propia historia para evitar su consunción. Además, en un contexto político marcado por la obsesión de contener el gasto público, la proximidad de las universidades zaragozana y vallisoletana respectivamente, con matrículas en ambos casos tres veces superiores y economías bastante más saneadas, convertía la apelación al pasado en poco más que un brindis al sol. Lo cierto es que la supervivencia de la Universidad de Salamanca, tras dos décadas de incertidumbre y declive incontestables, solo se consolidó gracias a que a partir del cambio político de la Revolución de 1868 el proceso de centralización financiera de los liberales isabelinos acabó corrigiéndose al facilitarse el establecimiento de facultades libres —de titularidad pública pero costeadas por las haciendas locales y provinciales—. Fue entonces cuando en Salamanca el compromiso financiero y de gestión de Ayuntamiento y Diputación Provincial hizo posible crear la Facultad de Medicina y Ciencias y garantizar el futuro de la Universidad. Procesos similares experimentaron otros distritos universitarios —como el zaragozano, cuya Facultad de Ciencias estuvo financiada por la Diputación desde su creación, que tuvo lugar en 1876, hasta 1902— que fortalecieron su existencia amparándose en los decretos liberalizadores de Ruiz Zorrilla. No fue este, obviamente, el caso de la Universidad Sertoriana, pese a los vanos intentos de las juntas revolucionarias de 1854 y 1868 de

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restablecer la institución. El análisis del significado y el alcance de esas tentativas de restitución universitaria para la ciudad, a la luz de la historiografía económica y educativa, permitiría situar en su auténtica dimensión unos hechos que también han sido utilizados para nutrir el imaginario de la trapisonda centralista y alimentar la paranoia del victimismo.38 En todo caso, no hubo centralismo sino darwinismo, y no se quiso realmente reabrir la Universidad porque con el Instituto bastaba y sobraba para los alcances y los intereses de la oligarquía provincial.

¿Por qué la Universidad de Huesca fue incapaz de superar el declive de su hacienda tradicional y desarrollar un sistema mixto de financiación con el Estado y las haciendas locales y provinciales que le habría permitido subsistir como ocurrió con la de Salamanca? ¿Hasta qué punto las oligarquías locales y provinciales lucharon por ello y estaban interesadas realmente en el mantenimiento y, tras su supresión, en la reinstauración de la Sertoriana? ¿Por qué no se movilizaron las elites altoaragonesas para sostener una renovación de los estudios superiores que incluyera la puesta en marcha de nuevas facultades de carácter experimental? ¿Había realmente demanda social y se daban condiciones de posibilidad para ello en la provincia, o por el contrario se consideró que la existencia del nuevo Instituto de Segunda Enseñanza y la proximidad de la Universidad zaragozana garantizaban por sí mismas sus necesidades de reproducción y ascenso social? ¿Qué responsabilidad cupo a la diócesis de Huesca en el hecho de que los hipotéticos esfuerzos por mantener o restablecer la Universidad no vieran fruto? Lo que está claro es que ni la pretendida estatalización ni el centralismo financiero de las autoridades del Estado liberal pueden —ni podían entonces— esgrimirse como causas para explicar la supresión de la Universidad oscense en 1845, entre otras cosas porque tales procesos, como hemos visto, quedaron muy lejos de ser una realidad completa. La estatalización no impidió, sino todo lo contrario, que fueran los propios estudiantes y sus familias quienes sufragaran en buenísima medida los costes de la nueva universidad tradicional elitista del liberalismo, y la supuesta centralización del presupuesto pronto se vio sobrepasada por la participación de las arcas locales y provinciales, que sin duda contribuyeron, y no poco, a fortalecer las posiciones

38. Se trata de procesos sobre los que todavía se ignoran muchos detalles, aunque a menudo se recurra a su memoria a modo de estribillo quejumbroso y como prueba del lacerante oprobio sufrido por la ciudad y su naturaleza universitaria. Sobre ellos escribió Federico Balaguer una breve nota periodística, «El restablecimiento de la Universidad de Huesca en 1854», que se publicó en Diario del Alto Aragón el 10 de agosto de 1983. Por su parte, el historiador Alberto Gil Novales (1990: 352 y 357) refirió las circunstancias en que se produjeron ambos intentos y los posibles motivos de su fracaso.

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de aquellas universidades que, localizadas en las grandes ciudades, dispusieron de una clientela en número suficiente para mantenerlas.

Vistas así las cosas, lo cierto y verdad es que el proceso de supresión de la Universidad oscense solo puede explicarse en el marco de la larga agonía del Antiguo Régimen, del que forma parte inseparable un no menos peculiar, contradictorio y complejo proceso de desplazamiento y sustitución de la Iglesia católica por el Estado liberal burgués —una de cuyas facetas fue la erección de una hacienda estatal, en un contexto de grave y profunda crisis de deuda pública, al mismo tiempo que se ponía en marcha un sistema educativo nacional y secularizado—. Ahora bien, nada más lejos de nuestra intención que abogar aquí por una suerte de historicismo de nuevo cuño defendiendo aquello de que en 1845 sucedió lo único que podía y debía suceder porque, además, era lo más racional. La pérdida de la Universidad no fue el precio inexorable que Huesca hubo de pagar para entrar en la senda del progreso y de la inescrutable realización del proyecto moderno dirigido por el Estado liberal, pero tampoco fue el resultado de un crisol de decisiones intencionadas, maquinadas al albur del rampante centralismo de los detentadores del poder en el nuevo Estado surgido de la Revolución Liberal y de sus comparsas zaragozanas. La Sertoriana no fue víctima del centralismo ni de un complot, sino, ante todo, del colapso de su propia estructura y de sus funciones como institución feudal. En todo caso, fue víctima de sí misma y de su probada incapacidad para autofinanciarse y adaptarse a los nuevos tiempos alumbrados por la Revolución Liberal.39

39. Sabemos que la ciencia —la histórica también— produce la verdad, pero ni la desvela ni mucho menos la revela. En el fondo, el conocimiento científico no deja de ser —nada más y nada menos— una suerte de creencia racional justificada y sometida a consideración pública. Con todo, estoy convencido de que una verdad, seguramente defectuosa, como la que aquí se ha ensayado, siempre será mejor que una supuesta maquinación o una conspiración explicalotodo

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EL NUEVO INSTITUTO PROVINCIAL:

LOS DIFÍCILES PRIMEROS AÑOS

El Instituto recibió un legado muy decadente aunque nada despreciable de la antigua Universidad. Además del monumental palacete barroco de Francisco José de Artiga y Orús (1645-1711), anexado al antiguo palacio real del siglo XII, que sería sede del Instituto hasta julio de 1936, heredó el Colegio de Santiago, edificio anejo al actual ayuntamiento que hasta 1873 fue residencia de unos treinta alumnos internos procedentes de diversos pueblos de la provincia y enseguida vivienda del director y lugar donde se impartirían algunas materias del plan de estudios. También dispuso de abundantes fondos bibliográficos procedentes de la Sertoriana y de iglesias y conventos desamortizados, fondos que pasarían a constituir el germen de la importante Biblioteca Provincial —ubicada en la sala de Doña Petronila hasta mediados del siglo XX—, que ya en 1872 sobrepasaba los veinte mil volúmenes. Por último, se hizo cargo de fincas rústicas, inmuebles en la propia ciudad y en pueblos de la provincia, mobiliario y diversos objetos suntuarios, algunos de los cuales se han ido deteriorando y perdiendo con el paso del tiempo.40

Así pues, desde 1845, y durante casi cien años ininterrumpidos, el Instituto habitó un espacio deteriorado aunque de gran valor simbólico —un lugar distinguido y único en la ciudad— y extraordinariamente evocador de su pasado universitario, a tal punto que podemos llegar a imaginar sin demasiado esfuerzo que a los ojos de la ciudad y de la

40. Hasta la desamortización de Madoz (1855) algunos de esos bienes inmuebles proporcionaron al establecimiento unas rentas más bien magras y en no pocos casos de dificultosa percepción. La venta progresiva de ese patrimonio, como se verá, terminó redundando en el saneamiento de los presupuestos. Puede conocerse con cierta exactitud esa herencia a través de un completo inventario de la Sertoriana que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Huesca y que contribuyó a reconstruir el catedrático de Geografía e Historia Gabriel Llabrés a primeros del siglo pasado.

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ÍNDICE

inmensa mayoría de sus habitantes —absolutamente ajenos a lo que pudiera acontecer al otro lado de aquellos robustos muros de piedra— aquel inaccesible templo de saber y poder no había dejado de ser una oficina expendedora de grados de bachillerato, acaso adaptada a los nuevos tiempos. Esta vinculación universitaria —algo más que simbólica, como tendremos ocasión de comprobar— marcó de forma indeleble, para bien y para mal, las formas de enseñar y aprender en el bachillerato durante todo el tracto de lo que hemos venido denominando modo de educación tradicional elitista

Más allá de las apariencias, los primeros diez años de vida de la nueva institución no fueron precisamente fáciles. En ello influyeron circunstancias y factores diversos, internos pero también externos, a los que, por supuesto, el Instituto oscense no fue ajeno. No en vano se trataba de poner en marcha un nuevo marco administrativo y de gestión, un nuevo plan de estudios, la provisión de profesorado, etcétera. Había que crearlo todo, y además concurrían muchas dinámicas y muchos intereses preexistentes, no siempre coincidentes y a menudo enfrentados, que era menester armonizar y acomodar para asegurar el éxito de la nueva empresa. Los institutos nacían bajo el paraguas de la Administración central del Estado —en concreto, de la Dirección General de Instrucción Pública— y su más alta representación territorial —el gobernador o jefe político provincial—, pero al mismo tiempo dependían, a efectos de organización y control académico, de la máxima autoridad del distrito universitario en el que se ubicaban —la Universidad de Zaragoza en el caso que nos ocupa—. A esta bipolar estructura de poder —si se me permite la expresión— hubo enseguida que añadir un tercer vector para componer el trípode: las llamadas juntas inspectoras de los institutos, que acertaron a canalizar los intereses de los poderes fácticos —las oligarquías locales y provinciales, civiles y eclesiásticas—, que no estaban dispuestos a permanecer al margen de aquel espacio de supremacía secular en el que, en cierto modo, se dirimía la reproducción social y cultural de sus vástagos. Subrepticiamente las juntas inspectoras influyeron mucho en el nombramiento de los primeros profesores de los institutos, algo que resulta muy evidente en el caso oscense, donde la endogamia y el localismo, así como, por supuesto, la primigenia adscripción al claustro de la Sertoriana, fueron muy marcados, sobre todo en los dos primeros años de funcionamiento (puede verse en la tabla 2 el profesorado del claustro del Instituto oscense entre 1845 y 1849). Hacia 1847 comenzó a incorporarse personal de fuera; en la misma medida la Junta Inspectora empezó a ejercer un control discreto del comportamiento y la altura moral de los claustrales foráneos que en algunos casos llegó a

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Fachada principal y paramento sur del edificio del Instituto de Huesca en los años veinte. En la imagen inferior, a la derecha, puede verse uno de los lados del octógono y, alzado, el paralelepípedo, rematado con terraza abalaustrada, del observatorio meteorológico; a la izquierda se aprecia el muro lateral del palacio real que corresponde a la capilla y, adosada a este, la pequeña sacristía.

(Fotos: Ricardo Compairé. Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca)

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TABLA 2. PROFESORADO DEL INSTITUTO PROVINCIAL DE HUESCA ENTRE 1845 Y 1849.

Asignatura de ingresoen 1845Lugar de nacimientoAños de servicio

Curso Edad año de obtención de la cátedra (en su caso)

Nombre, título, rango profesional inicial,

Vicente Ventura Solana, doctor * , regente de cátedra, 1851Psicología, Lógica y Ética1845-184624Hecho (Huesca)1845-1892 (47)

Matemáticas 1845-184625Huesca 1845-1892 (47) regente de cátedra, 1851 Antonio Aquilué Galán (presbítero), licenciado * , Lengua y Castellano1845-184631Huesca

Mauricio María Martínez Herrero, doctor * ,

1845-1860, 1862-1885 (38) regente de cátedra, 1860 Julián Pérez Muro, licenciado, regente de cátedra, 1850Retórica y Poética1845-184627Burgos 1845-1851 (6)

Mariano Lasala y Larruga, doctor * , sustituto de cátedraHistoria y Mitología1845-184628Huesca 1845-1846 (1)

Vicente Domingo Andijón (presbítero), doctor * , Moral y Religión1845-1846?Huesca 1845-1846 (1) sustituto de cátedra Martín Palacín, bachiller * , sustituto de cátedra

Química y Física1845-184640Huesca

1845-1855 (10) Pablo Pérez, doctor * , auxiliar

Historia Natural1845-1846?Huesca 1845-1846 (1) Bartolomé Martínez Herrero, doctor * , auxiliar

Retórica y Poética1845-184627Huesca 1845-1846 (1)

Latín 1845-1846?Huesca 1845-1846 (1)

Vicente Polo, bachiller * , auxiliar

Ramón Gasol, ?, auxiliar

Francés 1845-1846?? 1845-1846 (1) Manuel Larrosa y Ascaso, ?, auxiliar

Geografía 1845-1846?? 1845-1846 (1) Saturnino Fernández Fernández, doctor,

Latín y Castellano1846-1847?Munilla (Logroño)1846-1856 (10) catedrático, 1846 José Julio de la Fuente Condón, licenciado,

Geografía e Historia1846-184723Calatayud (Zaragoza)1846-1861 (15) regente de cátedra, 1851

Latín y Castellano1846-184732Puyarruego (Huesca)1846-1862, 1878-1883 (21)

Latín y Castellano1846-1847?Ledesma (Salamanca)1846-1849 (3) regente de cátedra, 1845 ** Martín Puértolas Sesé, bachiller * , sustituto, 1865

Historia Natural1847-184825Huesca 1847-1853 (6)

Bartolomé Beato Sánchez, licenciado,

Carlos Camo Nogués, licenciado, sustituto

* * Obtenido en la Universidad Sertoriana. ** Acceso a cátedra de universidad.

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materializarse en denuncias ante el jefe político y a constituir un motivo de incoación de expedientes gubernativos.41

Hasta la aprobación de la Ley Moyano, de 1857, y sobre todo del Reglamento de 1859, que entre otras cosas normalizó las funciones de la dirección de los institutos, los directores fueron en buena parte rehenes de las juntas inspectoras.42 Ese peculiar y difícil equilibrio de poderes que fue gestándose entre aquellas, el rector y el jefe político fue el complejo escenario en el que se desarrollaron los primeros catorce o quince años de los recién erigidos institutos provinciales.

Sin embargo, hubo otros motivos que llegaron incluso a poner en serio riesgo la viabilidad del proyecto. Conseguido el objetivo de al menos un instituto en cada provincia, se produjo un cierto agotamiento del entusiasmo inicial; a ello se añadió el hecho de que la orientación gubernamental, cada vez más conservadora, era proclive a desarrollar estudios especiales utilitarios, comerciales e industriales y, por ende, a reducir en la medida de lo posible el número de institutos centrados en estudios humanísticos de corte clásico. Paralelamente a todo ello fue abriéndose paso un progresivo acercamiento a la Iglesia —iniciado con la reapertura de relaciones diplomáticas con la Santa Sede a partir del verano de 1848 y culminado con la firma Concordato de 1851— que acabó por traducirse en un frenazo radical al proceso secularizador de la segunda enseñanza.43 Antonio Viñao (1982) observa que a partir de 1848 la educación secundaria experimentó en todo el país no solo un retroceso de carácter legal, sino otro mucho más trascendente y duradero de naturaleza ambiental que se tradujo en un clima de indisimulada desconfianza de las elites hacia unos establecimientos docentes como los institutos, aún de corta vida, sometidos a las acerbas críticas del influyente estamento clerical y que, paradójicamente, no parecían contar

41. De los procedimientos seguidos para dotar de docentes a los institutos y de la constitución de la corporación de catedráticos de segunda enseñanza durante el periodo isabelino nos ocuparemos detenidamente en el capítulo siguiente.

42. La Junta Inspectora del Instituto de Segunda Enseñanza de la Provincia de Huesca se constituyó en 1848, se reforzó con el Reglamento de 1852 y desapareció a finales de 1857, al crearse las juntas provinciales de instrucción pública. Compuesta por individuos no docentes, a excepción del director, tuvo funciones de fiscalización de la administración económica del establecimiento.

43. Los cambios más importantes acontecieron a partir del giro político que inauguró la llegada a la presidencia del Consejo de Ministros, en enero de 1851, de Juan Bravo Murillo, que supuso la alianza definitiva del régimen isabelino con la Iglesia (el Concordato es de octubre de 1851). La salida de Gil y Zárate de la Dirección General de Instrucción Pública, el traspaso temporal de los asuntos educativos del Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas (Fomento) al de Gracia y Justicia, la vertiginosa aprobación del citado Concordato y el retorno de los jesuitas no fueron sino síntomas muy expresivos de ese giro político.

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con un apoyo decidido del poder político que los había creado, siempre dispuesto a reducir su número en función de criterios técnicos, abierta y resueltamente económicos.

En efecto, por Orden de 19 de noviembre de 1849 —publicada en la Gaceta del 22 de noviembre—, el ministro de Fomento, el ultramoderado granadino Manuel Seijas Lozano, exigía a los gobernadores provinciales que estudiaran la posible supresión de los institutos cuya existencia obedeciera, más que a la utilidad pública, a torticeras ínfulas provincianas o localistas. Con tal motivo, el gobernador oscense Manuel Estremera recabó de la Junta Inspectora del Instituto44 un extenso informe que incluía la contestación a un amplio y exhaustivo formulario de doce cuestiones cuya finalidad última es cristalina:

1.º Qué número de Institutos y Colegios de segunda enseñanza hay en esta provincia.

2.º A cuánto asciende el coste de cada uno y fondos con que se cubren sus atenciones.

3.º En qué estado se encuentra la enseñanza de los mismos.

4.º Qué número de alumnos tiene cada uno de estos establecimientos, pidiendo lista nominal a sus directores que responderán de su exactitud.

5.º Qué distancia media hay entre cada Instituto y el inmediato sea de esta o de otra provincia

6.º Qué distancia hay entre esa capital y el Instituto más inmediato de las provincias limítrofes.

7.º Razones que inclinan a la conservación o supresión del Instituto o Institutos de esa provincia y opinión de esta sobre este particular.

8.º Posibilidad de refundir el Institutos o Institutos de esa provincia y el de otra u otras inmediatas en uno solo, costeándose entre las mismas y en justa proporción de las ventajas que reporten e inconvenientes que ofrezca esta medida.

9.º Punto en que debería situarse el Instituto refundido, ventajas que presente y medios que tenga de edificios cómodos y demás necesario a su incremento y desarrollo.

10.º Qué enseñanza pudiera suprimirse sin inconveniente en los Institutos y si hay necesidad o utilidad en el aumento de alguna por circunstancias especiales de la localidad.

44. El asunto fue objeto de atención en dos sesiones de la Junta Inspectora, celebradas los días 21 y 28 de diciembre de 1849 y presididas por el jefe político de la provincia, a las que asistieron los vocales Antonio Naya y Azara (barón de Alcalá), Mariano Abadías y Manuel Allué —todos ellos grandes contribuyentes y propietarios— en representación de los padres de familia, el presbítero y antiguo catedrático de la Sertoriana José Biec en representación del obispado, Juan Arcas en calidad de secretario y Julián Pérez Muro, catedrático y a la sazón director del Instituto. Véase AHPHu, E-C, 6, Libro de actas de la Junta Inspectora del Instituto de Segunda Enseñanza de la provincia de Huesca, 1848 – diciembre de 1852.

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11.º Qué otras economías podrían hacerse en otros establecimientos, sin perjuicio de la enseñanza y buen régimen de la misma.

12.º Cuál sea el estado de las atenciones del Instituto o Institutos de esa provincia y en qué descubierto se halla la consignación provincial.

Como cabía suponer, la respuesta para el caso oscense fue inequívoca: «el Instituto provincial de Huesca es bajo todos los aspectos digno de conservarse». Con todo, el texto completo del informe que remitió la Junta Inspectora a la superioridad de Madrid tiene interés por sí mismo no solo por los argumentos que aporta en defensa de la continuidad del establecimiento, sino también porque ofrece una singular fotografía —en alguna medida retocada para la ocasión— del establecimiento en sus primeros tres años de existencia:

A la primera pregunta, que son tres los establecimientos de segunda enseñanza que hay en la provincia: el instituto de la capital y dos colegios regidos por padres Escolapios, uno en Barbastro y otro en Jaca. A la segunda, que el costedel Instituto atendiendo el presupuesto de 1850, incluyendo los gastos de administración de los bienes, contribuciones, obras y compras extraordinarias, asciende a la cantidad de cien mil ciento ochenta reales, cuyas atenciones se cubren con los fondos siguientes: producto de los bienes y rentas propias del establecimiento, 25200; producto de matrículas y grados, 25000; total de ambas partidas, 50200 reales. Déficit que cubrirá la provincia 49980.

Los colegios, limitados a la enseñanza de los primeros años, se mantienen con las rentas propias de los padres Escolapios y algunos auxilios de los Ayuntamientos de Barbastro y Jaca. A la tercera, que la enseñanza se da en este Instituto con resultados brillantes, y en los colegios se da con más esmero la enseñanza del latín que la de las demás asignaturas. A la cuarta, el número de alumnos que hay en el Instituto y en los demás colegios, según aparecen en los datos oficiales pedidos al Director del Instituto, es el siguiente: curso de 1848 a 1849, en el Instituto 71, en los Colegios 50; total 121. Curso de 1849 a 1850, en el Instituto 87, en los Colegios 74; total 161. Aumento en el presente curso: en el Instituto 16, en los Colegios 24. Total: 40. A la quinta, la distancia media que existe entre los Institutos más cercanos que son los de Lérida, Pamplona y Zaragoza es la de 22 leguas. A la sexta, el más próximo es el de la Universidad de Zaragoza, que dista 12 leguas. A la séptima, entre las muchas razones que aconsejan y apoyan la subsistencia de este Instituto, las más notables son las siguientes: 1.ª, El Instituto heredero de la Universidad Sertoriana cuenta con rentas propias cuyos productos pueden aumentarse, según ha probado el Director en un minucioso expediente que pondrá a la resolución del Gobierno: posee otros bienes investigables por valor de 8000 reales anuales; asciende a 25000 reales el producto de las matrículas y grados y con tales productos y las reducciones que se han hecho y se han de hacer en los presupuestos, es posible que

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el déficit de la Provincia para el año 1851 no llegue a 34000 reales. Réstale además una renta de 50000 reales anuales por el importe de la indemnización de diezmos para cuya consecución tiene instruido expediente y si se verifica su favorable resolución no costará nada a la Provincia, y aún podrán costearse gratuitamente las otras enseñanzas que el Gobierno se propone establecer en cada provincia. 2.ª, No favorece menos al Instituto la situación que ocupa; situado entre otros muy distantes y en el centro de una provincia fronteriza a otra nación, compuesta de 700 pueblos y cuatro ciudades; está perfectamente colocado para comodidad de los escolares. Además, Lérida, provincia comarcana a esta, ocupa una superficie de 346 leguas cuadradas y tiene un Instituto; Navarra, que ocupa 205, posee dos, el de Tudela y el de Pamplona, siendo por consecuencia necesario que Huesca, que se extiende en una superficie de 424, esto es, el doble de la segunda y casi la cuarta parte que la primera, tenga Instituto oportunamente colocado, como lo está en efecto en la capital de la Provincia, haciéndose más urgente su conservación si se compara con el número de almas a las citadas provincias y su situación topográfica. 3.ª, El local de la antigua Universidad donde está establecido es suntuoso y digno: obras modernas, cátedras en anfiteatro a tenor de lo que el Reglamento prescribe, contribuyen a dar más precio al elegante edificio; un gabinete de Historia Natural con más de mil objetos, otro de Física con el catálogo completo de máquinas y aparatos; laboratorio químico con las oficinas necesarias: todos capaces, cómodos y modelados en cuanto a figura y dimensiones por los de Zaragoza; el pequeño jardín botánico y por último el Colegio de internos, digna y necesaria mansión para mantener un foco y ejemplo de rígida disciplina y esmerada conducta escolástica para todos los estudiantes, el cual se ha establecido en el suntuoso edificio llamado Imperial de Santiago. Todas son cosas que difícilmente podrían procurarse en otra parte y lástima grande fuera que hubiera de inutilizarse lo que tanto ha costado hacer y lo que ni construirse puede en otra parte.

A la octava, que sería perjudicial a los intereses de la Provincia el que este Instituto se refundiese en otro, porque pudiendo sostener sin dispendio alguno el Instituto, el más mínimo reparto que se le exigiese para sostener el de otra provincia, le sería doblemente gravoso, dando las razones convenientes al efecto. A la novena, que no hallando de modo alguno posible ni conveniente la supresión de este Instituto, mejor fuera, si esto entrase en la mente del Gobierno, que se agregase al de esta Provincia cualquiera de las provincias limítrofes. A la décima, que habiéndose suprimido la cátedra de Francés y reuniéndose en un solo catedrático la cátedra de Historia y Geografía, y en la persona del Director la cátedra de Retórica, no se halla que otra supresión sería conveniente, sino la definitiva refundición de las cátedras de Historia Natural y la de Física que en cumplimiento de la Real Orden, tendrá lugar cuando el Gobierno así lo determine. A la once, que una rigurosa economía ha presidido siempre la administración de este Instituto, y además de las que se mencionan anteriormente, nunca han figurado en el presupuesto los sueldos de un portero y mozos que

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según reglamento pudieran ponerse, confiando de que el presupuesto de 1851 presentará un déficit tan corto que comparado con el de 1850, ofrecerá el notable ahorro de 18550 reales. Con respecto a los sueldos de los catedráticos, pareciendo un poco altos, se hará la conveniente observación. A la doce, que las atenciones del Instituto están cubiertas hasta fin de diciembre de 1849, merced al buen celo desplegado por el señor Jefe Político, D. Manuel Estremera y Muñiz; si bien antes de su administración el establecimiento no había recibido cantidad alguna, de suerte que la caja provincial adeuda al Instituto la correspondiente a los tres últimos meses de 1845, todo el año 1846 y la correspondiente al déficit de 1847, a excepción de 20000 reales que para el pago del catálogo de máquinas y aparatos de Química y Física facilitó el mismo señor Estremera; y por último, que a pesar de este retraso el edificio alcanza un estado brillante en cuanto a los elementos materiales de enseñanza, que los tiene completos y no necesita nada de lo que el moderno plan exige, estando en todo al nivel de los más adelantados de España.

Pese a su notable extensión, el texto, redactado a los tres años de la definitiva supresión de la Universidad oscense, evidencia el contexto de profundas mutaciones y de inseguridades que rodeó el proceso de construcción del nuevo edificio de la educación nacional en el marco de la Revolución Liberal. Teniendo en cuenta, además, el clima político de progresivo rearme conservador y de estrecheces presupuestarias, se comprenderá que el primer lustro de vida del Instituto oscense no fuera en absoluto fácil. Posiblemente el eco amenazante de la revolución democrática europea de 1848, que en Huesca tuvo su particular y episódico reflejo, no fuera ajeno tampoco a este cierto retroceso del impulso reformador. La indiferencia y la falta de apoyo financiero de la máxima autoridad provincial que la institución padeció, en especial durante sus tres primeros años de vida, no pasaron desapercibidas para nadie; todavía en 1859 el entonces director y catedrático de Psicología Vicente Ventura recordaba con amargura unos primeros años de incuria, desaliento, indiferencia y desatenciones en los que el Instituto carecía prácticamente de todo. 45

La situación no fue muy diferente en la mayoría de los demás institutos españoles, ni siquiera en los que, disfrutando de la categoría de agregados por hallarse en capitales de distrito, estaban bajo el cercano manto protector de la universidad. En todo caso, hubo voces más radicales que no dudaron en expresar su desengaño de manera áspera y desesperanzada: «La instrucción secundaria en España es una mentira,

45. Véase AHPHu, I/01038, Memoria[…] leída en la apertura del curso 1859-1860

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es una decepción, es una parodia» (Sánchez de la Campa, 1854: 81). De cualquier forma, y mirado el asunto con cierta perspectiva, las elites capitalinas oscenses habían perdido un establecimiento universitario, caduco y premoderno, pero a cambio habían logrado formar parte de esa red de pequeñas universidades de provincias que con el tiempo habrían de satisfacer plenamente las necesidades de reproducción social y cultural de sus vástagos. No se trataba de otra cosa.

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EL BACHILLERATO TRADICIONAL ELITISTA

ENTRE LOS MUROS DEL VETUSTO OCTÓGONO SERTORIANO

El proceso de consolidación y maduración del Instituto supuso un lento y progresivo desprendimiento tanto de la Junta Inspectora como de los dictados de la universidad madre, en este caso la zaragozana, desprendimiento que en el caso de esta última no llegó a completarse, al menos durante el periodo que nos ocupa en estas páginas. En este proceso de reforzamiento y autonomía institucional tuvo muchísimo que ver el amparo jurídico que supuso la promulgación de la Ley Moyano, de 1857, y la subsecuente entrada en vigor del Reglamento de Segunda Enseñanza de 1859. En paralelo, podemos afirmar que a partir de la primera mitad de los años cincuenta el Instituto de Huesca alcanzó una cierta estabilidad presupuestaria que redundó en una subsistencia, aunque sobria, muy decorosa para el establecimiento. De la mano de esa relativa autonomía financiera y de una gestión minuciosamente reglamentada desde la Dirección General de Instrucción Pública fue abriéndose paso una autonomía funcional y administrativa constitutiva de una suerte de microfísica del poder disciplinario cuyas claves y a cuyos actores tendremos ocasión de ir conociendo en capítulos posteriores.

En los párrafos que siguen presentaremos una fotografía de lo que fue la vida en el interior del Instituto de Huesca, paradigma del bachillerato tradicional elitista, a lo largo de los ochenta primeros años de su historia. En ella trataremos de integrar el marco físico (arquitecturas, espacios, ajuar didáctico) y normativo (horario, plan de estudios, exámenes) y el paisaje humano, las rutinas y los protocolos académicos que fueron constituyendo la identidad de la institución y marcando su trayectoria en el contexto de una pequeña capital de provincia de la España interior.

EL ESPACIO ARQUITECTÓNICO COMO METÁFORA DE UN MODO DE EDUCACIÓN

Durante mucho tiempo la escuela no fue un lugar, sino una actividad (Rodríguez Méndez, 2004: IX): así fue tanto en la Grecia clásica como en la

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tradición medieval cristiana y en la islámica. Las cosas no cambiaron mucho con los albores de la modernidad. Las primeras construcciones que alojaron centros escolares, colegios escolapios o jesuíticos, por ejemplo, se acogieron a esquemas de tipo conventual u hospitalario. De suyo, hasta bien entrado el siglo XIX conventos, seminarios, universidades, cárceles, hospitales e institutos de segunda enseñanza respondieron a una hechura arquitectónica muy semejante y, en especial tras los procesos desamortizadores, fue relativamente frecuente que un mismo edificio pasara a desempeñar a lo largo del tiempo varias de las funciones citadas. La construcción, en los primeros años del XX, de institutos de nueva planta como los de Palencia, Valladolid, Santander u otras capitales de provincia españolas corrió pareja al lento proceso de nacimiento de las tipologías específicas del edificio escolar; evidentemente, este no fue el caso del Instituto oscense.

Así describió la situación del Instituto de Huesca el ya citado político y pedagogo Antonio Gil y Zárate (1855: 101):

Debió su origen este Instituto al Plan de 1845 por el cual se convertía en establecimiento de esta clase a la antigua universidad sertoriana. En aquella época hallábase enteramente destituido de vida; pues si bien se le adjudicaron las rentas que dicha universidad poseía, eran harto escasas desde la supresión de los diezmos; careciendo además la escuela de toda clase de medios materiales.

El edificio, aunque claro, cómodo y espacioso en el claustro, el cual forma un octógono de elegante arquitectura, […] no tenía más que aulas lóbregas, desmanteladas y hasta insalubres, sin ninguna condición en lo restante para su nuevo destino. Merced a los recursos que ha suministrado la Diputación, se han hecho en él las obras necesarias; y habiéndose adquirido además todos los efectos que exige la enseñanza, se halla hoy el establecimiento en situación brillante. Entre las mejoras conseguidas […] llama muy particularmente la atención, la hermosa cátedra de física, química e historia natural […]. Al [gabinete] de físicano le falta nada para la enseñanza tal cual se da en los institutos; y el de historia natural contiene gran número de ejemplares de toda clase, custodiados en sus diferentes estanterías. No existe jardín botánico, pero hay un buen herbario. El laboratorio de química, construido por el modelo del de la universidad de Zaragoza, es vasto y ofrece disposición para toda clase de operaciones.

La fiel descripción del político liberal pone de manifiesto que el Instituto, mediado el siglo y tras unos difíciles primeros años, seguía casi al pie de la letra lo dictado en el Reglamento oficial de 1859, en el que se disponía la dotación y el funcionamiento interno de los centros de segunda enseñanza provinciales. Una carencia significativa, que no llegó a subsanarse nunca, del Instituto oscense era la ausencia de jardín botánico —sintomáticamente ocultada en el informe de la Junta Inspectora de 1849—, un concepto de

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neta estirpe ilustrada —ciencia botánica para los hijos de la burguesía— que existió en algunos institutos provinciales y cuya genealogía se alejaba bastante de los posteriores huertos escolares de las escuelas primarias que habían de servir de campo de experimentación y adquisición de conocimientosagrícolas prácticos para los hijos de las clases populares (Mateos, 2011).

En parte para paliar esa deficiencia, el claustro de profesores decidió ajardinar el patio interior del edificio llevando a cabo unas obras que terminaron en 1869 y que incluyeron la construcción de un pozo en la parte central y el vallado con una elegante verja de hierro. Tanto el jardín, bastante espeso y con especies arbóreas de altura, como la elegante galería octogonal cubierta que lo circunda fueron un lugar muy frecuentado y retratado por la burguesía local y escogido para la obtención de instantáneas fotográficas de grupos escolares, agrupaciones artísticas, etcétera.

Lo cierto es que aquel pétreo y conventual caserón de sobrio porte barroco, situado en la parte más alta de la ciudad y bien expuesto al inclemente viento del noroeste —el cierzo—, dominante en toda la región, no debía de ser un lugar precisamente acogedor durante los gélidos y largos inviernos oscenses. El claustro octogonal funcionaba como un auténtico espacio panóptico y central alrededor del cual se organizaban seis espaciosasaulas-anfiteatro bien iluminadas y ventiladas, con techos inalcanzables y dotadas de sendas estufas que apenas si lograban templar el ambiente una vez transcurrida buena parte de la mañana; nada que ver con las celulares aulas de nuestros días. En su interior, y en grandes bancos corridos, inmóviles y convenientemente anclados al suelo, se desperdigaban los alumnos,46 de edades comprendidas entre los diez y los veintitantos años, ubicados por riguroso orden alfabético. Todos quedaban dentro del campo de visión del profesor, cuya cátedra, distanciada y elevada por una tarima y circundada por el escueto ajuar pedagógico propio de cada asignatura, ocupaba un lugar matricial al que instintivamente, según lo previsto, acudían todas las miradas. En este sentido, de nuevo salta a la vista la adaptación del establecimiento a los preceptos del Reglamento vigente, el de 1859:

Artículo 102. Los alumnos presentarán al Profesor el primer día que asistan a clase la cédula de matrícula, y ocuparán el número que en dicha cédula se designe; a este efecto estarán numerados los asientos de las aulas.

46. Las aulas podían llegar a albergar hasta sesenta estudiantes, aunque hasta mediados de los años veinte lo habitual fue que el número de alumnos asistentes oscilara, según cursos y asignaturas, entre quince y treinta.

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Artículo 117. Habrá en cada instituto el suficiente número de aulas claras, bien ventiladas y bastante capaces para que en ellas estén cómodamente los alumnos que se calcule habrán de asistir. Los asientos se hallarán dispuestos en forma de anfiteatro y numerados y la cátedra del Profesor con alguna elevación para que pueda descubrir a todos sus discípulos y ser oído con claridad.

[…] Siempre que lo permita la distribución del edificio, el profesorado entrará en el aula por distinta puerta que los alumnos.

En las inmediaciones de ese auténtico centro neurálgico de la actividad académica se ubicaban las oficinas, el despacho del director, la sala de reuniones del claustro, la sala de profesores y una pequeña biblioteca, así como la capilla universitaria, posteriormente utilizada como aula de Gimnasia,47 y otras dependencias. Ya en el contiguo palacio real de construcción medieval se encontraban el magnífico paraninfo o salón de actos y los depósitos de la gran Biblioteca Provincial. La minuciosa descripción realizada por el catedrático de Latín Miguel Eyaralar en 190148 y las fotografías que reproducimos en estas páginas permiten reconstruir con bastante aproximación la organización espacial del Instituto:

El Instituto General y Técnico de Huesca tiene sus escuelas en el mismo edificio en que estuvo instalada la antigua Universidad Sertoriana. Se halla situado en el extremo norte de la población y en el punto más elevado de la misma, ocupando una superficie de 3432 metros y 20 centímetros cuadrados. En el centro de la fachada principal hay una elevada puerta que da acceso a un amplio vestíbulo que comienza con un claustro de 713 metros y 72 centímetros cuadrados, el cual se halla cerrado con 32 columnas de piedra de cuatro metros y medio de altura. En el centro del edificio hay un patio descubierto de forma octogonal con área de 604 metros y 80 centímetros cuadrados, destinado a jardín y rodeado por elegante verja de hierro. En el citado claustro se hallan las puertas de todos los locales destinados a la enseñanza, por contar el edificio de un solo cuerpo.

Estos locales son seis Cátedras de forma semicircular con galería y abundante luz y ventilación, pudiendo acomodarse en ellas, en la que menos, entre 60 y 70 alumnos. En la Cátedra número 1 reciben la enseñanza los alumnos de Latín y Lengua Castellana; en la segunda, los de Geografía e Historia; en la tercera, se aplican las diferentes asignaturas de Matemáticas; en la cuarta, la Preceptiva literaria y los dos cursos de Francés; en la quinta, la Física, las Nociones de Química,

47. Ciertamente fue este el único espacio de la antigua Sertoriana que en los años noventa del XIX, bajo la dirección de Manuel López Bastarán y debido a la implantación de la asignatura de Gimnasia, experimentó una radical mutación en su uso. Hasta ese momento había permanecido prestando servicios religiosos a los que asistían alumnos, profesores y personal allegado al establecimiento.

48. Se trata de un texto manuscrito redactado por Eyaralar, a la sazón secretario del centro, que se utilizó como borrador para la memoria del curso 1901-1902 (AHPHu, I/800).

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Las cátedras de Matemáticas y de Geografía e Historia del Instituto de Huesca en los años treinta, con la mesa del profesor, los bancos donde se sentaban los alumnos y diferente ajuar didáctico para el desarrollo de ambas materias.

(Archivo del IES Ramón y Cajal)

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la Historia Natural y la Agricultura, por estar próximos a ella los gabinetes de estas tres asignaturas; y en la sexta, la Psicología, Lógica y Filosofía Moral y Religión e Historia Sagrada. Para la enseñanza de la Gimnasia hay, en el mismo claustro, un amplio salón de 267,26 metros cuadrados de superficie. La Caligrafía la ha explicado el profesor de la Escuela Normal de Maestros por no haber en el Instituto material apropiado para la enseñanza de la asignatura. Además de las seis Cátedras y el Gimnasio, se encuentra en el mencionado claustro la Biblioteca Provincial y del Instituto, compuesta de tres salas que contienen 29000 volúmenes. Contigua a esta Biblioteca hay una gran sala destinada a Gabinete de Historia Natural y comunicada con la Cátedra quinta; hay otra sala de grandes dimensiones que contiene abundante material científico para la explicación de las asignaturas de Física, Química y Agricultura y un pequeño local destinado a laboratorio.

En el vestíbulo se encuentra la Conserjería y próxima a este local la Secretaría. Entre la Cátedra señalada con el número Seis y la Biblioteca hay un amplio local destinado a Sala de los Sres. Profesores. Junto a la Secretaría hay una escalera que conduce a una espaciosa y elegante sala destinada a despacho del Director, en donde el Claustro celebra sus sesiones.

Frente a la puerta principal y en el lado del Claustro opuesto a la misma, está el espacioso y magnífico Salón de Actos de 550 metros y 63 centímetros cuadrados de superficie, rodeado de barandillas, altos y bajos asientos y cubiertas las paredes de grandes cuadros de los personajes más esclarecidos de la antigua Universidad Sertoriana. En el testero principal de este salón hay una puerta que facilita la subida a una preciosa galería elevada donde se admiran las bellezas de la arquitectura bizantina en sus graciosos arcos con molduras que se apoyan en columnitas de elegantes capiteles. Debajo de esta galería y en el subterráneo, al cual da también entrada estrecha escalera a que da acceso pequeña puerta colocada en el lado opuesto a la anterior, se encuentra la bóveda que la tradición designa con el nombre de la Campana del «Rey-Monje». Esta bóveda y la sala bizantina que hay encima de ella es lo único que se conserva del antiguo Palacio de los Reyes de Aragón, cedido por Felipe III en 1611 a la Universidad de Huesca para que construyera el edificio que hoy existe y alberga el Instituto. Además, dispone el Instituto de un espacioso edificio, sito frente a la Catedral, designado con el nombre de Colegio de Santiago, por ser de los Colegios mayores incorporados a la Universidad, y que fue cedido al Instituto al suprimirse aquella Universidad. En este Colegio se halla instalada la enseñanza de Dibujo para los alumnos matriculados oficialmente en esa asignatura y para la clase obrera, que asiste en gran número a recibirla.

Aquella arquitectura de traza monacal y ascética, aislada de mundo exterior, cuyo horizonte de expectativa quedaba circunscrito a la proporcionada simetría de su patio central, era en sí misma un compendio de pedagogía disciplinaria jesuítica, un escenario que había sido pensado para la práctica de enseñanzas propias de la universidad escolástica y que se revelaría pintiparado para los modos de instruir y aprender propios del

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La biblioteca del Instituto de Huesca, situada en la sala de Doña Petronila, en los años veinte. (Foto: Ricardo Compairé. Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca)

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bachillerato tradicional elitista. Inaccesible para los alumnos y cerrado al uso cotidiano permanecía el imponente salón de actos o paraninfo en el anexo edificio del palacio de los reyes aragoneses. Ese magnífico salón, espacio reservado para el ceremonial, la exhibición y el boato de la institución, era el escenario indicado para los actos de inauguración de curso y otras celebraciones académicas y cívicas; solo con el paso del tiempo, a partir de los años ochenta y noventa del XIX, comenzó a ser utilizado para veladas literarias, teatro leído, conferencias públicas y otro tipo de actividades a las que se incorporaban alumnos y público selecto de la ciudad.

Muy pronto, además de con las instalaciones citadas el Instituto contó con un observatorio o estación meteorológica que, como ocurriera en otros muchos centros, constituyó un centro de referencia para la toma de datos diarios y la confección de estadísticas del clima de la ciudad hasta 1936, algo que no resulta extraño si tenemos en cuenta la importancia que comenzaban a adquirir la cuantificación de la realidad y el uso político y económico de la información en un momento en que se estaba consolidando la potente Administración central del naciente Estado liberal español. Dadas las características del edificio, su instalación requirió una costosa obra que se sustanció en un airoso paralelepípedo elevado sobre uno de los lados del octógono, el situado frente a la puerta principal.49 Con tosca grandilocuencia lo refería Vicente Ventura, catedrático de Psicología, Ideología, Lógica y Ética y a la sazón director del Instituto, en el discurso de inauguración del curso 1858-1859 (AHPHu, I/01038) (p. 18):

Réstanos hablar de la más notable y reciente mejora que en el último curso hemos tenido la grande satisfacción de introducir en nuestro Instituto, cuya obra verdaderamente extraordinaria y colosal, atendidos los escasos recursos con que contamos, se presenta a los ojos del público como uno de esos vivos y elocuentes testimonios del progreso de las luces que caracterizan la época presente y transmiten a las venideras la fama del glorioso reinado de Isabel II y del acierto con que la aconseja su ilustrado Gobierno. Hablo, Señores, de la elegante construcción del Observatorio Meteorológico, que bien podrá llegar a ser astronómico, si tenemos la suerte de encontrar la protección debida en las Autoridades.

A mayor abundamiento, en la memoria anual del Instituto correspondiente al curso 1877-1878 (AHPHu, I/800/2) (pp. 16-17) encontramos una completa descripción de esa construcción:

49. Un óleo de Félix Lafuente fechado en 1896 que puede verse actualmente en el Museo de Huesca recrea el recinto ajardinado y vallado del patio octogonal y, en segundo plano, el cuerpo elevado del observatorio, en cuya terraza se distinguen algunos de los instrumentos de medición con que contaba la instalación.

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Constituye la Estación un cuerpo alzado del edificio a manera de torre prismática rectangular de veinte metros de altura basada sobre uno de los lados del octógono que forma el patio del Instituto, el que viene frente a la puerta de entrada, presentando una fachada bastante regular desde el punto de vista arquitectónico, consistente en amplio balcón flanqueado de cuatro columnas apilastradas de orden corintio, esfera de reloj o cuadrante y balaustrada con jarrones o florones a intervalos, por remate o coronación de la obra, que es toda de ladrillo desnudo al frente y revocado con yeso y pintura por detrás y los costados. Cubre el edificio particular un terrado con vuelo de madera, elevándose desde el centro un mástil que sirve de sostén a una barra de hierro en la que se sitúa el anemómetro desde el que desciende, hasta una habitación interior que hace oficio de despacho, un alambre enlazado con el dinamómetro colocado en un armario […]. Sobre el mismo pavimento del terrado está el vaso que sirve para apreciar la evaporación y no muy distante el termómetro relector o de irradiación terrestre colocado sobre un reflector parabólico de metal.

La estación meteorológica —que no «astronómica», como fabulaba Ventura— fue una de las instalaciones más importantes, en razón de su utilidad pública, con que contó el Instituto de Huesca. Iniciadas las obras en 1859, no se terminaron hasta 1861. El observatorio comenzó a funcionar de manera oficial en 1862 (Garcés, 2013); desde entonces y hasta 1936 se estuvieron realizando de modo sistemático dos recogidas de datos diarias —una a las nueve de la mañana y otra a las tres de la tarde— para cumplimentar las estadísticas del tiempo atmosférico de la capital provincial, que se fueron publicando puntualmente en el Boletín Oficial de la Provincia y en muchas ocasiones en la propia prensa local. En lo funcional, todo el complejo gabinete dependió primero de la cátedra de Historia Natural del Instituto, después de la de Agricultura y finalmente de la de Física y Química. Durante mucho tiempo, entre 1862 y 1895, el responsable de la puesta en marcha de la estación, de la recogida de mediciones y del funcionamiento, la reparación y la mejora de los aparatos fue el catedrático de Historia Natural Serafín Casas Abad. La labor de este esforzado profesor fue continuada por su sucesor en la cátedra, Eugenio Aulet Soler, y posteriormente, a partir de 1905, por el catedrático de Agricultura Juan Pablo Soler Carceller.50 Con este último

50. Estos eran algunos de los instrumentos de medición que contenía la estación a finales de la década de los años ochenta: un pluviómetro rectangular con llave inferior y probeta graduada de nueve pulgadas de diámetro, un pluviómetro cilíndrico de ocho pulgadas de altura por cuatro de diámetro con tubo graduado, un reflector parabólico, dos termómetros tipo sobre porcelana en estuches de cobre, un termómetro de máxima sobre porcelana, otro de máxima solar sobre metal, un termómetro de máxima al aire sobre metal, otro de mínima al aire sobre metal, otro de máxima al aire en estuche de vidrio sobre montante metálico, un psicrómetro (o higrómetro) de August, un psicrómetro de Masson y un anemómetro con dinamómetro.

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se llevaron a cabo reformas muy importantes en la estación y se modernizó todo el material. La instalación contaba con un cuadrante solar dispuesto de tal forma que todos los días a las doce del mediodía, cuando el sol alcanzaba el cenit, un sistema de lentes disparaba un pequeño cañón cuyo sonido servía a los habitantes de Huesca para poner sus relojes en hora.

En todo caso, y pese a lo que pudiera pensarse, este pequeño oasis de modernidad científica en modo alguno constituyó un centro de atención o de interés para la instrucción de los alumnos del centro. Durante mucho tiempo aquel torreón fue un apéndice extraño y esotérico para quienes pulularon por aquellos levíticos espacios sertorianos. La hegemonía de una enseñanza libresca y memorística fue sin duda una de las marcas más duraderas e indelebles del código disciplinar, también de las materias científicas, en el bachillerato tradicional elitista. Las cosas cambiaron un poco tras la llegada de, entre otros, Juan Pablo Soler, catedrático de Agricultura zaragozano que en el tiempo en que estuvo destinado en el Instituto (1905-1921), y en el marco de lo que hemos denominado regeneracionismo desde la cátedra, de fuerte sabor costista, no solo desarrolló una sistemática labor pedagógica con sus alumnos en el gabinete-laboratorio de su asignatura —dotado, por cierto, de un excelente ajuar pedagógico, todavía hoy muy bien conservado— y en el propio observatorio, sino que laboró en el campo de la divulgación científica, especialmente a través de la prensa local, y consiguió que la estación meteorológica dejara de ser para los oscenses letrados una oscura y desconocida dependencia del Estado con terminal en el Instituto. Aquellas cátedras fueron dotadas de un ajuar pedagógico relativamente importante, en particular la de Historia Natural, la de Física y Química, la ya citada de Agricultura y, en menor medida, las de Matemáticas y Geografía e Historia. El aula-gabinete de Historia Natural dispuso desde muy pronto (se recordará que Gil y Zárate aludía a ello en 1855) de un completo elenco de muestras de los tres reinos de la naturaleza (animal, vegetal y mineral).51 Todas esas colecciones fueron incrementándose con el paso del tiempo, bien por compra, o bien por donaciones de particulares;52 así se incorporaron nuevas especies autóctonas y otras más exóticas procedentes

51. En 1858 el gabinete de Historia Natural del Instituto oscense se componía de 412 ejemplares de zoología entre vertebrados (mamíferos, aves, reptiles y peces), anillados, moluscos y zoofitos; 224 piezas de mineralogía, 76 de geología y 2 herbarios, uno de Huesca y otro del Pirineo (AHPHu, I/01038, Memoria[…] leída en la apertura del curso 1859-1860).

52. Sabemos, por ejemplo, que el catedrático Serafín Casas y Abad adquirió una buena colección de maderas, conchas y minerales, así como un pulpo, en 1864, y que Lucas Mallada donó una buena colección de minerales. En 1904 se incorporaron nuevas piezas a los fondos zoológicos (un halcón de presa, dos corderitos unidos por una sola cabeza y una gaviota), todas ellas donadas por Sebastián Bescós.

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La terraza de la estación meteorológica del Instituto de Huesca en 1916.

En primer plano, Mariano Palacín Martínez, conserje y ayudante del observatorio, dirigido a la sazón por Juan Pablo Soler Carceller, catedrático de Agricultura y director del Instituto. (Foto: Hermanos Viñuales.Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca)

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casi siempre de Cuba o Filipinas. También existió un completo equipamiento para el estudio de la anatomía humana. Los modelos clásticos realizados en cartón piedra por el doctor Auzoux en Francia fueron adquiridos por los institutos a partir de 1845. Estos modelos se podían desmontar en centenares de piezas. El prototipo databa de 1822 y la demanda fue tal que tanto el hombre clástico como las maquetas a escala de diversas partes del organismo humano fabricadas por las casas comerciales Auzoux y Deyrolle se comercializaron hasta bien entrado el siglo XX.53

El uso pedagógico que de todos esos materiales se hacía en las clases diarias fue, como se ha comentado, bastante anecdótico hasta comienzos del XX; otro tanto podríamos decir que ocurría en la asignatura de Física y Química, y no digamos en las de Matemáticas y Geografía e Historia, en las que predominaba la explicación de doctrina seguida de la rutinaria toma de lección. La lenta pero progresiva incorporación de otros dispositivos didácticos —singularmente visuales y, ya en los años veinte, audiovisuales—54 y sobre todo la paulatina generalización de las actividades excursionistas y las prácticas de laboratorio contribuyeron de forma decisiva a que aquellas inertes colecciones entraran en franco desuso y su presencia en los anaqueles y estanterías de los gabinetes de Historia Natural quedara como una mera exhibición visual de ciencia cosificada, una suerte de decorativo y vistoso gabinete de curiosidades.55 Aquella subyacente concepción coleccionista, museística, artificiosa y falsamente realista de la enseñanza de la naturaleza, característica del bachillerato tradicional, fue sustituyéndose —por supuesto, sin abandonar las rutinas librescas y memorísticas— por otras de apariencia más moderna y adaptadas a los postulados de la psicología y la pedagogía, que empezaron a desarrollarse en esa época.

Todo ello constituye el mudo testigo de unos anhelos de ilustración científica que, aunque muy modestos si pensamos en términos de los coetáneos

53. El hombre clástico que se expone actualmente en el vestíbulo del IES Ramón y Cajal, procedente de la casa parisina de Louis Auzoux (1797-1880), fue adquirido durante el curso 18751876, cuando Casas era catedrático de Historia Natural y López Bastarán director del Instituto.

54. A partir de las últimas décadas del siglo XIX se adquirieron en gran número láminas y mapas murales producidos por editoriales españolas, francesas o centroeuropeas; ya en los años veinte y treinta se hizo accesible el uso de placas de cristal —y de manera más ocasional el de medios audiovisuales como el cinematógrafo— para proyectar.

55. La utilización museística de las colecciones del gabinete de Historia Natural fue temprana, pues ya en 1879 el director López Bastarán daba cuenta del «ensanche del local» en que estaba situado. Decía que se había habilitado «la sala inmediata para gabinete mineralógico» y que sería posible exhibir al público «las magníficas colecciones» que poseía el Instituto y colocar «en el centro del salón ejemplares de gran tamaño […] cerrados por una bonita verja de madera» que se estaba construyendo (AHPHu, I/01038, Discurso leído en la inauguración del curso 1878-1879).

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liceos franceses o de los Gymnasien alemanes, en su momento debieron de ser un auténtico revulsivo para las mentes de aquellos jóvenes oscenses, habitantes de un país donde durante mucho tiempo se les hizo creer que Darwin era el anticristo y que la historia de España comenzaba con Túbal, hijo de Jafet y nieto de Noé. Aquella seguramente extraordinaria —aunque, insistimos, nada singular— acumulación de objetos naturalizados que obró en los gabinetes de Agricultura, Física y Química e Historia Natural del Instituto fue perdiéndose y deteriorándose por el paso del tiempo, los traslados de edificio —primero en 1937 y después en 1951—, la incuria y el desinterés. El actual estado de abandono de todo ese ajuar didáctico y pedagógico no deja de ser una metáfora de la historia de nuestra (in)cultura patria y de la profunda inepcia de sus oligarquías dominantes.56

LA VIDA REGLAMENTADA DEL INSTITUTO

Dado el comentado afán uniformizador y centralizador del Estado en materia de segunda enseñanza, el Reglamento de 1859 constituyó la normativa básica que rigió hasta en los más mínimos detalles el funcionamiento de todos los institutos españoles. Pese a que fue reformado —muy parcialmente— en 1867 y sustituido en 1901 a raíz de las reformas introducidas por el Gobierno regeneracionista, que estableció la creación del Ministerio de Instrucción Pública, puede afirmarse que bajo su poderoso influjo se fijaron las normas de conducta de los agentes educativos, las formas de enseñar, las artes de examinar y las maneras de premiar y castigar propias del modo de educación tradicional elitista.

El Instituto oscense, como otros de igual o similar tipología y entorno demográfico, mantuvo hasta los años veinte un perfil de matrícula que, sumando todos los cursos, osciló entre los ochenta y los ciento veinte alumnos oficiales inscritos y por tanto con derecho a asistir a las clases de forma presencial.57 Los libros y las estadísticas de matrícula distinguieron entre

56. Nos consta que en el momento de escribir estas páginas en el IES Ramón y Cajal se encuentra muy avanzado un proyecto expositivo —el segundo en menos de diez años— cuyo fin es exhibir las piezas del desaparecido gabinete de Historia Natural. La ausencia de políticas culturales públicas congruentes, contextualizadas y rigurosas, con personal competente y dotación presupuestaria, para la preservación y la gestión del patrimonio histórico-educativo —tanto para la primera como para la segunda enseñanza— en España o en las comunidades autónomas constituye un serio problema a la hora de valorar adecuadamente unas colecciones que presentan un indudable interés desde muchos puntos de vista.

57. Las memorias que los institutos habían de confeccionar según disponía el Reglamento de 1859 hasta 1936 constituyen una fuente de indudable interés para conocer aspectos de la vida y la evolución de los centros (profesorado, alumnos matriculados, inventarios de bienes muebles, nuevos materiales y ajuares pedagógicos adquiridos, estados de cuentas, obras realizadas, estadísticas de exámenes y grados, libros de texto utilizados para cada asignatura, alumnos

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alumnos oficiales —los que, como hemos dicho, tenían derecho a acudir diariamente a las aulas y a examinarse—, colegiados o privados —los de los centros privados religiosos ubicados en Barbastro y Jaca— y libres o domésticos —denominaciones que englobaban a aquellos que iban al centro para examinarse pero se preparaban en su casa con preceptores o profesores particulares o, con el tiempo, en las academias y los colegios privados que fueron surgiendo en la capital desde finales de siglo—. Esta última fórmula fue la utilizada por el escasísimo alumnado femenino que entre los ochenta y la tercera década del siglo XX se planteó obtener el grado de bachillerato. Es significativo que hasta 1911 —tras la importante Real Orden de 8 de marzo de 1910— en las estadísticas oficiales ni siquiera se hiciera distinción entre los alumnos en razón de su sexo.58 La suma de los tres conceptos, oficiales, colegiados y libres —que rara vez llegó a superar los doscientos entre 1845 y 1931—, constituía, en puridad, el número total de personas cuyo control administrativo, a efectos de la obtención del título de bachiller, dependía del Instituto, el único establecimiento de segunda enseñanza de toda la provincia capacitado para expedir oficialmente esa titulación.

La marcada condición de clase y de sexo masculino del alumnado asistente al Instituto —inequívoco reflejo de una sociedad oligárquica y patriarcal que restringió el derecho a voto a poco más del 3% de la población masculina entre 1845 y 1890, excepción hecha del periodo 1869-1873—, se mantuvo inalterable hasta mediada la década de los años veinte, en la

premiados y distinguidos, etcétera). Editadas con decoro, aunque sin lujos, incluían además el discurso que el director leía en el solemne acto de apertura del curso escolar ante las máximas autoridades locales y provinciales. En suma, se trata de una fuente primaria indispensable a la que es preciso aproximarse con ciertas cautelas, pues, como es obvio, responde fielmente a la imagen que la propia institución deseaba proyectar de sí misma. Entre el AHUZ y el AHPHu puede disponerse de la práctica totalidad de las memorias publicadas entre 1846 y 1936. Una labor de rastreo y reproducción realizada en bibliotecas y archivos de diversas provincias españolas nos permitió en su día completar la colección que ya existía en el citado archivo oscense.

58. La legislación escolar del siglo XIX no prohibió explícitamente las matrículas de mujeres en los niveles medios del sistema escolar; ni siquiera entraba en los cálculos del legislador que esta circunstancia pudiera producirse. En 1888, cuando tímidamente comenzaron a incrementarse las solicitudes, se prohibió la asistencia presencial, normativa que quedó derogada con el citado decreto de 1910, que, entre otras cosas, legalizó el acceso de las mujeres a la matrícula oficial en los institutos. Fue en el Instituto de Huelva, en 1871, donde se matriculó la primera mujer, Antonia Arrobas. Ya empezado ese curso, María Maseras y Rivera formalizaba la matrícula en el de Barcelona. En Huesca, Dolores Frago y Julia Gardeta ingresaron en el Instituto en el curso 1884-1885. El porcentaje de alumnas inscritas en toda España en el curso 1914-1915 era del 3%, en el 1920-1921 del 10% y en el 1932-1933 del 35%. La paridad entre alumnas y alumnos en los institutos de bachillerato españoles no se obtuvo hasta 1976. Sobre los primeros bachilleratos femeninos, Fernández et alii (2012).

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que se produjo un primer impulso cuantitativo que, por otro lado, se experimentó en todo el país. En efecto, a partir del curso 1925-1926 no solo se superó de modo inequívoco el umbral de los ciento veinte alumnos matriculados,sino que además pareció afianzarse la presencia de un porcentaje de alumnado femenino que oscilaría entre el 10 y el 30% hasta la guerra (véase la tabla 3). Estas significativas mudanzas, que, como ya anunciamos, es preciso interpretar como signos todavía muy balbucientes de una cierta crisis del modo de educación tradicional elitista, tendieron a consolidarse todavía con mayor rotundidad en los años de la Segunda República; de hecho, durante el curso 1935-1936 llegó a haber trescientos veintiséis alumnos oficiales —una cifra, por cierto, que, tras el paréntesis de la guerra, no se volvió a recuperar hasta el curso 1956-1957—.

TABLA 3. ALUMNADO OFICIAL

DEL INSTITUTO DE HUESCA ENTRE 1921 Y 1936

CursoHombresMujeresTotal

1920-1921 097 09 106

1921-1922 087 19 106

1922-1923 091 20

1928-1929Sin datosSin datos133 1929-1930Sin datos Sin datosSin datos 1930-1931Sin datosSin datos184 1931-1932176 28

1933-1934Sin datos Sin datosSin datos 1934-1935Sin datosSin datosSin datos 1935-1936Sin datosSin datos 326 Fuente: Memorias anuales de diferentes cursos (AHPHu, I-1037).

Por lo general, aunque siempre hubo excepciones, la carrera estudiantil de estos alumnos comenzaba a edad temprana —con un mínimo de nueve años cumplidos y habitualmente entre los diez y once—, tras la superación del renombrado —y temido— examen de ingreso, realizado oralmente y por escrito ante un tribunal compuesto por tres catedráticos.59 No era nada

59. Este auténtico ritual de paso, accesible para una exigua minoría, consistía en un dictado —a partir de 1901 de un fragmento del Quijote—, unas preguntas de Moral y Religión Católica y unas operaciones aritméticas, toda una declaración de lo que se consideraba valioso en el humus donde habría de germinar el futuro don. La instancia para solicitar la admisión a la prueba —manuscrita y firmada por el aspirante con pulquérrima caligrafía—, la hoja del examen de ingreso corregida y calificada, la partida de bautismo y, en su caso, el certificado de grado en papel timbrado son los documentos presentes en todos y cada uno de los cerca de seis mil quinientos expedientes personales de alumnos que el AHPHu conserva del periodo 1845-1931.

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111
124 14 138
17 149
22 162
33 176
36 186
1923-1924
1924-1925132
1925-1926140
1926-1927143
1927-1928150
204
1932-1933187 88 275

extraño, pues, que en las aulas convivieran niños de diez años con jóvenes de hasta veinte o más primaveras. Las referencias a los alumnos en las fuentes manejadas son más bien escasas,60 y ello pese a su permanente presencia tras las impersonales cifras y las largas series de datos —contabilizados por curso y por asignaturas, por haber sufrido el examen de ingreso o el de final, por haber aprobado o suspendido, por ser merecedores de matrícula gratuita, etcétera—, que con recurrencia inasequible eran publicadas en las memorias anuales por mor del obsesivo celo estadístico que el Estado liberal imprimió a todas sus realizaciones. Ocasionalmente, sobre todo cuando obtenían premios y distinciones, se les concedía matrícula de honor o accedían a la graduación como bachilleres, aparecían sus nombres, e incluso, ya en el siglo XX, la propia prensa local los reprodujo en portada de forma más o menos sistemática a finales de mayo, coincidiendo con la celebración de los exámenes. Los discursos pronunciados por los directores en los solemnes actos de apertura de curso, que en Huesca llegaban a concentrar en el paraninfo a alrededor de doscientas personas entre autoridades, profesores, alumnos y familiares, siempre contenían una extensa alusión al colectivo de alumnos, normalmente buscando enardecer su ánimo alentándolos para que cultivasen el esfuerzo y la disciplina como valores supremos en su formación, otras veces apelando a su condición de futura elite activa y laboriosa y subrayando la enorme responsabilidad que habían contraído al iniciar su carrera como estudiantes y futuros universitarios, y con frecuencia también recurriendo a un tono admonitorio para alertárlos sobre los riesgos de la indisciplina, la inasistencia a las clases o la excesiva proclividad a tomarse vacaciones anticipadas —práctica que era bastante habitual en las cercanías de las fiestas de Navidad o de Carnaval—. Como muestra puede leerse este fragmento del discurso que pronunció el exescolapio, director y catedrático de Latines Mariano Cándido Campo Micas en pleno Sexenio Democrático:

Aquí en este sagrado recinto, templo secular consagrado a las ciencias, cuna gloriosa de tantas eminencias, […] en este templo de la verdad, se encierra en misterioso depósito el horóscopo de vuestro porvenir […]. Estáis en la edad más peligrosa: empiezan a acecharos cautelosamente vuestras pasiones en embrión y las pasiones ya formadas de los demás. Vais a entrar en un mundo de opiniones

60. Existe un libro de actas del Consejo de Disciplina de entre 1845 y 1862 (AHPHu, I/ 871) que da cuenta de algunos conflictos protagonizados por el alumnado en los primeros años. Las actas del claustro de profesores proporcionan informaciones sobre estos temas solo ocasionalmente y deben complementarse con documentación dispersa que puede encontrarse en el AHPHu, en el AHUZ y, por supuesto, en la prensa local.

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encontradas: en él hallaréis quien os empuje descaradamente por el camino del mal; quien os conduzca por la senda placentera de la virtud, y no pocos malvados que tratarán de arrastraros por el aprovechado y repugnante sendero de la hipocresía. Los primeros son enemigos francos, los segundos amigos sinceros y leales […]. Pero, ¡ay de vosotros si llegáis a caer en las garras de los terceros! Cubriéndose con el manto de la religión, de la moral y de la virtud, os enseñarán a falsificarlas […]. Si tenéis creencias, ¡y ojalá no las perdáis jamás!, tened presente que lo habéis de demostrar no con alarde de publicidad, sino con la hermosura de vuestro corazón, con la pureza de vuestras costumbres, con la sencillez de vuestra vida, con vuestra dulzura social, con la inflexible rectitud de vuestras funciones públicas y privadas, en una palabra, con la mayor suma de moralidad y de virtud. Esta es la religión; y si alguno pretende enseñaros otra cosa, os engaña y pertenece, no lo dudéis, al tercer grupo de los arriba nombrados. (AHPHu, I/01038, Memoria […] leída en la apertura del curso 1869-1870, pp. 16-17)

La observación por parte del alumno de una estricta disciplina, el decoro en el vestir y el respeto a la autoridad y a las normas establecidas tanto en el interior como en el exterior del establecimiento fueron cuestiones asimismo recurrentes en el articulado de los reglamentos:

Artículo 149. Se prohíbe a los alumnos dirigirse colectivamente, de palabra o por escrito a sus superiores; los que infrinjan este precepto serán juzgados como culpables de insubordinación. (Reglamento 1859)

Artículo 58. Queda terminantemente prohibido a los alumnos de los Institutos el fumar dentro del Establecimiento […].

Artículo 59. Cuando, con objeto de anticipar las vacaciones, o por cualquier otro motivo, los alumnos se nieguen colectivamente a entrar en clase, se abrirá una información sumaria para castigar a los promovedores del alboroto. (Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1901b)

Inicialmente, el plan de estudios fijado en el Programa General de Estudios de Segunda Enseñanza de 185861 establecía la duración del bachillerato en un mínimo de cinco años, a pesar de que, según afirmaba el legislador en la exposición inicial, posiblemente era un periodo demasiado breve: «tal vez no sea bastante para que en él acaben su tarea la mayoría de los alumnos; pero que se ha señalado a fin de que los sobresalientes no se vean obligados a permanecer en el Instituto más tiempo del necesario». El plan establecía un marco bastante flexible que incluso favorecía la matrícula por asignaturas independientes buscando que los alumnos, en especial los

61. Real Decreto de 26 de agosto de 1858, publicado en la Gaceta de Madrid del 31 de agosto.

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colegiados y los libres, cursaran las materias —y abonaran los correspondientes derechos de matrícula— en función de sus posibilidades, sus capacidades y sus intereses, tal como se indica en la citada exposición de motivos:

En lugar de sujetar los estudios a determinada sucesión, como hasta ahora se ha hecho, cada alumno podrá en adelante matricularse en las asignaturas que prefiera, con tal que no se oponga a ello el orden lógico de los estudios, bien que fijándose el número máximo de lecciones diarias para evitar que los niños se empeñen imprudentemente en trabajos superiores a su tierna inteligencia y peligrosos para su salud.

Como puede verse en la tabla 4, en este primer plan de estudios habilitado tras la Ley Moyano se establecía una diferencia entre unos llamados estudios generales —una suerte de core currículo compuesto por trece asignaturas que se cursaban a un ritmo de tres o cuatro por curso— y tres asignaturas de estirpe más utilitaria denominadas estudios de aplicación que podían cursarse a demanda del estudiante. Estas enseñanzas, destinadas a proveer a la sociedad de peritos agrónomos y tasadores de tierras titulados, y que con el tiempo se integraron en el corpus general de estudios, fueron durante mucho tiempo las parientes pobres de la segunda enseñanza, y desde luego Huesca no fue una excepción en esye sentido.62 La cosa venía de lejos:

Si desdeñados fueron los estudios de las ciencias de aplicación en el anterior sistema, desdeñados continuaron de hecho posteriormente. Se aspiró a formar una nación de eruditos, de empleados y de abogados y no a inculcar en la juventud y en la niñez el pensamiento de que el hombre debe contar con recursos que encuentre en sí mismo, y que el Estado no debe ser el padre de la sociedad, sino el administrador puro y económico de los bienes e intereses de una gran familia. (Sánchez de la Campa, 1854: 39)

En el fondo, las ideas de este catedrático enlazaban con el discurso crítico de la Ilustración española (el novator valenciano Tosca y Mascó, a comienzos del XVIII, ya consideraba que las matemáticas eran en España una ciencia forastera), que se proyectaría de modo evidente en el regeneracionismo posterior. Los argumentos que Santiago Alba (1899) exponía en el célebre

62. Pese a los esfuerzos presupuestarios de la Diputación, las materias de Dibujo y Agricultura se impartieron de forma guadianesca y precaria en el Instituto de Huesca hasta bien entrados los años sesenta. La primera cátedra de Dibujo fue obtenida por León Abadías en 1866. En cuanto a Agricultura, todavía en el escalafón de catedráticos de 1876 se consignan únicamente cuatro cátedras ocupadas en toda España. Lo cierto es que en el Instituto oscense habría que esperar nada menos que hasta 1882 para que la cátedra de Agricultura fuera provista en propiedad (lo fue en la persona de Pedro Romeo García).

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y extenso prólogo a la obra de Edmond Demolins sobre la superioridad de los anglosajones no planteaban nada sustancialmente diferente a lo afirmado por Sánchez de la Campa: la Revolución Liberal había rescatado en cierta medida la instrucción pública del poder teocrático, pero la perversa influencia de la burocracia y el clientelismo se había adueñado de la juventud estudiosa hasta el punto de alejarla de las actividades productivas y hacer que se empecinara en luchar por ocupar oficinas, bufetes y tribunales como único medio de obtener poder, influencia y posición social.

los que antes acudían en tropel a las escuelas para instruirse exclusivamente en los conocimientos que debían conducirles al altar, corrieron en tropel a institutos y universidades en busca de aquellas ideas y aquellos estudios que pudieran darles el derecho de hacer pedimentos, de administrar la justicia o de colocarse detrás del pupitre de las dependencias del estado. […]

Pretender que la segunda enseñanza dé resultados, cuando las dos terceras partes del tiempo consagrado a ella se dedican casi exclusivamente al estudio de la latinidad, […] pretender que esta enseñanza sea fructífera y que las asignaturas de ciencias que comprenden su segundo periodo se vean concurridas por aquellos que no aspiran a seguir las facultades, cuando se encuentran enlazadas y sujetas por un programa invariable, formado para un objeto especial, es un delirio. (Ibidem, pp. 39 y 79)

Cierto es que aquel plan de estudios de 1858, como puede verse en la tabla 4, contenía una fuerte dosis de descarnada gramática grecolatina —amén de otras gabelas mucho más infames, por cierto—; sin embargo, con el paso de los años el peso de las materias científicas y la normalización de las asignaturas de aplicación fue contribuyendo, siempre sobre el papel, a la modernización del currículo. Y es que, en efecto, no fue la estabilidad del plan de estudios una de las características que adornaron la segunda enseñanza en España durante el periodo que aquí nos ocupa: solo entre 1845 y 1901 se contabilizaron hasta diecinueve reformas —la mayoría de las cuales supusieron poco más que meras mudanzas en la denominación de las materias de estudio (véanse las tablas 5 y 6)—, lo que supone una vigencia media de menos de tres años para cada plan. Las materias se impartirían en horario de mañana y tarde, de lunes a sábado inclusive, y el periodo lectivo iría del primero de octubre al mes de junio. A partir de las reformas implantadas a principios de siglo de la mano del regeneracionismo restauracionista (Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1901a y 1901b), el bachillerato constaría de seis cursos —circunstancia que ya no se modificaría hasta 1938, de la mano de la infausta ley del ministro Pedro Sainz Rodríguez— y las clases serían de una hora, ocasionalmente de hasta hora

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y media (hasta entonces había existido flexibilidad para que los directores fijaran su duración entre una hora y una hora y media). El número máximo de alumnos por clase quedó establecido en ciento cincuenta, circunstancia que, por lo que hemos comentado, estuvo muy lejos de producirse en el Instituto de Huesca.

Como quedó dicho, la erección de los institutos fue inescindible de la creación de los cuerpos docentes que en ellos sirvieron, singularmente el de catedráticos de segunda enseñanza, un cuerpo docente que no se improvisó

TABLA 4. PLAN DE ESTUDIOS, ASIGNATURAS Y PROFESORES PARA EL CURSO 1864-1865

Asignaturas

Estudios generales

Gramática Castellana y Latina

Principios de Aritmética

Doctrina Cristiana, Historia Sagrada

Nociones de Geografía

Principios de Geometría

Latín y Griego

Elementos de Historia

Aritmética y Álgebra

Griego

Retórica y Poética

Geometría y Trigonometría

Psicología, Lógica y Ética

Historia Natural Física y Química

Lengua Francesa

Estudios de aplicación

Agricultura Teórico-Práctica

Topografía y su Dibujo

Dibujo Lineal, de Adorno y de Figura

CursosDíasProfesores

Todos

L, X, V

M, J, S

L, X, V

M, J, S

Todos

M, J, S

Todos

L, X, V

Todos

Todos

Todos

M, J, S Todos

Todos

Todos

Todos

Todos

Mariano Cándido Campo Micas, Antonio Aquilué Galán

Un profesor de la Escuela Normal

José Blasco (presbítero)

Antonio Vidal Domingo

Un profesor de la Escuela Normal

José María Sancho

Antonio Vidal Domingo

Mauricio María Martínez Herrero

José María Sancho

Ramón Sans Rives

Mauricio María Martínez Herrero

Vicente Ventura Solana

Serafín Casas y Abad

Serafín Casas y Abad

Carlos Soler Arqués

José Bragat (sustituto)

Carlos Soler Arqués (sustituto)

León Abadías de Santolaria (sustituto)

Fuente: AHPHu, I-1038, Memoria del curso 1864-1865

TABLA 5. ASIGNATURAS Y PROFESORES PARA EL CURSO 1879-1880

Asignaturas

Latín y Castellano (1.º y 2.º)

Retórica y Poética

Geografía

Historia de España

Profesores

Martín Puértolas, Antonio Aquilué Galán

Manuel López Bastarán

Antonio Vidal Domingo

Antonio Vidal Domingo

Historia Universal Antonio Vidal Domingo

Psicología, Lógica y Ética

Aritmética y Álgebra

Geometría y Trigonometría

Física y Química

Historia Natural

Fisiología e Higiene

Agricultura Elemental

Lengua Francesa

Vicente Ventura Solana

Mauricio María Martínez Herrero

José María Villafañe y Viñals

Serafín Casas y Abad

Serafín Casas y Abad

Serafín Casas y Abad

León Laguna Fumanal (interino)

Víctor Kolly Blanco

Dibujo Lineal, de Adorno y de FiguraJosé María Sesé Sola (sustituto)

Religión y Moral

Ramón Santafé López (presbítero)

Fuente: AHPHu, I-1038, Memoria del curso 1879-1880

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1.º, 2.º 1.º 1.º 2.º 2.º 3.º 3.º 3.º 4.º 4.º 4.º 5.º 5.º 5.º 5.º

EL

TABLA 6. PLAN DE ESTUDIOS, ASIGNATURAS Y PROFESORES PARA EL CURSO 1907-1908

Asignaturas

Lengua Castellana

Geografía General y de Europa

Nociones de Aritmética y Geometría

Caligrafía

Religión

Lengua Latina

Geografía Especial de España

Aritmética

Religión

Gimnasia

Lengua Latina

Historia de España

Geometría

Lengua Francesa

Religión

Gimnasia

Preceptiva Literaria y Composición

Historia Universal Álgebra y Trigonometría

Lengua Francesa

Dibujo

Psicología y Ética

Elementos de Historia General de la Literatura Física

Fisiología e Higiene

Dibujo

Ética y Rudimentos del Derecho

Historia Natural

Agricultura y Técnica Agrícola e Industrial

Química General

Dibujo para Obreros

CursosDíasProfesores

L,X, V

M, J, S

M, J, S

L, X, V

M, J

M, J, S

L, X, V

M, J, S

M, J

M, J, S

L, X, V

M, J, S Todos

M, J, S

Sábado

L, X, V

M, J, S

M, J, S Todos

L, X, V

M, J, S

L, X, V

L, X, V Todos

L, X, V

L, X, V

L, X, V

Todos

Todos

M, J, S Todos

Miguel Eyaralar Elía

Juan Placer Escario

Ángel Fernández Enciso

Joaquín Monrás Casanova

Ramón Santafé López (presbítero)

Miguel Eyaralar Elía

Juan Placer Escario

Manuel Rus Martínez

Ramón Santafé López (presbítero)

Joaquín Monrás Casanova

Miguel Eyaralar Elía

Juan Placer Escario

Ángel Fernández Enciso

Eumenio Rodríguez Rodríguez

Ramón Santafé (presbítero)

Joaquín Monrás Casanova

Mariano Martínez Jarabo

Juan Placer Escario

Manuel Rus Martínez

Eumenio Rodríguez Rodríguez

Anselmo Gascón de Gotor

Gregorio Castejón Ainoza

Mariano Martínez Jarabo

Narciso Puig Soler

Pedro Romeo García

Anselmo Gascón de Gotor

Gregorio Castejón Ainoza

Pedro Romeo García

Juan Pablo Soler Carceller

Narciso Puig Soler

Anselmo Gascón de Gotor

Fuente: AHPHu, I-1038, Memoria del curso 1907-1808

de la noche a la mañana y cuyo canon profesional tendremos ocasión de analizar y estudiar en detalle a lo largo de los próximos capítulos; no en vano a su desarrollo en el marco del Instituto de Huesca dedicaremos buena parte de las páginas que componen este libro. Esta exclusiva y elitista corporación profesional y administrativa, reclutada por oposición y modelada a imagen y semejanza de su homónima universitaria, fue un genuino producto del modo de educación tradicional elitista. Su primer escalafón data de 1861. El establecimiento oscense mantuvo durante sus primeros ochenta años de vida un claustro de profesores de dimensiones reducidas en el que muy rara vez se superó la decena de catedráticos con plaza en propiedad y en el que de modo creciente fue necesario contar con profesoresno permanentes que fueron adoptando diferentes denominaciones a lo largo del tiempo: regentes, sustitutos, auxiliares, ayudantes, especiales, etcétera.

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INSTITUTO EN EL MODO DE EDUCACIÓN TRADICIONAL ELITISTA
1.º 1.º 1.º 1.º 1.º 2.º 2.º 2.º 2.º 2.º 3.º 3.º 3.º 3.º 3.º 3.º 4.º 4.º 4.º 4.º 4.º 5.º 5.º 5.º 5.º 5.º 6.º 6.º 6.º 6.º 6.º

En el bachillerato tradicional elitista ser catedrático era todo un grado en la función pública; constituía un modo de ser y de estar —un habitus— en la ciudad donde se residía y, por supuesto, en el establecimiento donde se obtenía la cátedra en propiedad (el lenguaje es en este caso ciertamente performativo). Poseer una cátedra suponía un estatus reconocido y reconocible y conllevaba unos signos externos consistentes en toga, birrete, medalla de plata y cordón —escrupulosamente regulados en un decreto de la Gaceta de 1850 y revisados en el Reglamento de 1859— y una autoridad indiscutible e indiscutida dentro y fuera del aula, así como una notoria influencia que los catedráticos ejercieron de muy diversas maneras merced a su proyección ciudadana:

Artículo 8. Los directores usarán en los ejercicios literarios y en la clase […] toga, birrete y medalla de oro pendiente de un cordel negro; todo en la misma forma que en la actualidad les está señalado. En las solemnidades académicas llevarán también guantes blancos; vuelos de encaje sobre fondo negro sujetos con botones de plata, y las insignias correspondientes al grado académico que tengan. […]

Artículo 28. Los catedráticos de instituto usarán, para la cátedra, exámenes y demás ejercicios literarios toga, birrete medalla y cordón iguales a los directores; con la diferencia de que la medalla será de plata. (Reglamento 1859)

En términos generales, los catedráticos de instituto (el caso oscense no fue una excepción) exhibieron una ideología liberal conservadora y de acendradasconvicciones católicas. Eso fue así, con excepciones contadas, al menos hasta las primeras décadas del XX. Este selecto cuerpo profesional, exclusivamente masculino hasta 1910, encabezó y dirigió los modos de instruir y aprender de la segunda enseñanza en España hasta muy entrado el siglo. Notarios del poder académico y de los saberes científicos propios de su disciplina, guardianes de la tradición —y esclavos de la rutina—, fueron los creadores de una deontología profesional y de unas formas de decir y hacer en el aula cuyos ecos, cada vez más lejanos e inaudibles, todavía son reconocibles en los estratos más profundos sobre los que se alza la actual educación secundaria. De todo ello quedó clara constancia tanto en el Reglamento de 1859 como en el de 1901, puesto que en buena medida «los reglamentos son concreciones calcáreas de las ideologías profesionales y expresión por antonomasia de la microfísica del poder disciplinario» (Cuesta y Mainer, 2015: 361).

En efecto, los artífices fundamentales del método de enseñanza en los institutos fueron los catedráticos, dueños y señores de la materia que impartían y supremos jueces en el ceremonial examinatorio, inventores de

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esa suerte de asignaturización del conocimiento que se ha dado en conceptualizar como código disciplinar (Cuesta, 1997), un método sustentado en el primado de una enseñanza verbalista y en la disposición de entrega cuasi religiosa que del discente se esperaba. Esta fórmula, en definitiva y no por casualidad, tenía un origen eclesiástico evidente, pues se había forjado lentamente ya en la Ratio Studiorum de los colegios de la Compañía de Jesús, que el Estado liberal adoptó en razón de su probada eficacia para domesticar los cuerpos jóvenes y civilizar sus dóciles almas.63

Artículo 108. Los Profesores cuidarán muy particularmente de acomodar su enseñanza a la capacidad de los alumnos, no remontándose a teorías superiores a su alcance, y procurando que alternen la explicación y la conferencia, a fin de mantener viva su atención.

[…]

Artículo 110. Ningún alumno podrá tomar la palabra ni levantarse de su asiento sin la licencia del Profesor; las dudas que se le ofrezcan las consultarán después de terminada la clase. (Reglamento 1859)

Este acusado logocentrismo de la iluminadora y clarividente acción magisterial, inseparable de la escucha atenta e incondicional aportada por el discente, constituye y encierra en sí mismo toda una pedagogía de la palabra de larguísima data. Es curioso observar que en este sentido el Reglamento de 1901 incorporó algunas sintomáticas novedades inspiradas en la pedagogía moderna que constituyen una temprana y atemperada injerencia, hasta ahora no vista, del lenguaje propio de la ciencia de la educación en el discurso legislativo referido a la instrucción pública. En el citado Reglamento no solo se hablaba abiertamente de que los institutos necesitaban disponer de aulas bien ventiladas, amplios patios y jardines, gabinetes para llevar a cabo manualidades, gimnasios y espaciosas salas de estudio para los alumnos, sino que, en referencia al método de enseñanza, se establecía:

Artículo 62. En todas las clases ha de procurarse que la enseñanza sea de carácter práctico y que los alumnos trabajen por sí mismos, resolviendo problemas, haciendo traducciones, analizando textos, practicando ejercicios de Laboratorio y de Gabinete, realizando excursiones a Museos y monumentos, haciendo visitas a fábricas y talleres, Escuelas y Bibliotecas. (Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1901b).

Ya imaginará el lector que, en términos generales, hoy como ayer, una cosa eran las ensoñaciones y las exhortaciones de los pedagogos y los burócratas

63. Véase al respecto Lerena (1983 y 1986), Varela (1983) y Cuesta (2005).

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del Estado —dos mundos cada vez más próximos que consolidarían su alianza justamente en el modo de educación tecnocrático de masas de la actualidad— y otra muy distinta la vida de los institutos. Aun así, este desfase entre realidad y anhelos reformadores que puede apreciarse en el espíritu de la letra del Reglamento para el gobierno de los institutos generales y técnicos del ministro Romanones, que en absoluto se percibe en su predecesor de 1859, centrado en el régimen disciplinario de la organización escolar realmente existente, constituye un cambio significativo, heraldo de las nuevas fórmulas tecnocráticas que se iban abriendo camino. Con todo, la dialéctica entre cambio y continuidad es inherente a cualquier tradición social, y, aunque se tiende a pensar lo contrario, en el campo de la educación los cambios no siguen las pautas de lo legislado por la sucesión de regímenes políticos. Los elementos del código disciplinar, así como las reglas y los cánones de los campos profesionales, en cuanto componentes de tradiciones sociales fuertemente arraigadas, sobreviven en gran medida al devenir de las instancias político-institucionales; en todo caso, solo se ven realmente afectados por mutaciones estructurales de otra naturaleza y, por supuesto, de más extensa duración temporal.

En este sentido hablábamos antes de la persistencia de ciertas ideologías y prácticas profesionales alojadas en los estratos profundos de nuestros sistemas escolares. Sin duda los dos dispositivos64 que mejor han superado y sobrevivido al paso del tiempo desde el bachillerato tradicional han sido los libros de texto y los exámenes. Ambos se impusieron de manera natural e inapelable ab initio formando parte del núcleo y de la médula del código disciplinar de las distintas materias del currículo y continúan siendo aún hoy, en el cénit de la escolarización de masas y de la sociedad educadora, aunque sometidos a lógicas profundas mutaciones, herramientas insustituibles para garantizar el orden y el correcto gobierno de las cosas.

En el bachillerato tradicional elitista los libros de texto, en su inmensa mayoría, fueron concebidos como epítomes concentrados del saber valioso, divididos en lecciones y escritos fundamentalmente para ser memorizados y ser utilizados en la práctica catequística. Los propios catedráticos imponían para sus asignaturas manuales de los que con bastante frecuencia eran autores, y como tales se los recomendaban y se los hacían adquirir a sus alumnos (como se verá, este fue un método muy generalizado para allegar

64. En el sentido foucaultiano del término dispositivo, entendido como un mecanismo o un artificio dentro de un todo más amplio, dotado de una función estratégica concreta que se inscribe en una relación de poder, más precisamente en un cruce de relaciones entre poder y saber (Foucault, 1999).

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algún sobresueldo a los nunca excesivos, aunque sí muy decorosos, estipendios de aquellos funcionarios públicos). Por supuesto, aquellos textos habían de ser aprobados antes por el Estado. Por lo que hace a los rituales examinatorios —muy precisamente pautados y reglamentados en la Gaceta—, se reducían a la prueba final de curso para cada asignatura y la de grado para la obtención del certificado de bachiller, que se celebraban a lo largo del mes de mayo ante tribunal y con un marcado componente oral:65

Art. 157. El examen consistirá en responder a las preguntas que por espacio de 10 minutos, por lo menos, hagan los jueces sobre tres lecciones de la asignatura, sacadas por suerte.

[…]

Art. 161. Terminados los exámenes de cada día, los jueces, reunidos en secreto, y con vista de las notas que deberán haber tomado durante los ejercicios, harán calificación de los alumnos examinados. Esta será de: sobresaliente, notablemente aprobado, bueno, mediano o suspenso. (Reglamento 1859)

Nada que ver con el auténtico frenesí examinatorio y la infame cultura de la evaluación, de neta estirpe neoliberal, que ha invadido los institutos de hoy.

HUESCA Y SU INSTITUTO: UNA RELACIÓN ACOMODATICIA

En fin, podemos decir que el Instituto, pese a no haber disfrutado de un nacimiento excesivamente brillante,66 poco a poco fue ocupando un lugar preeminente en la construcción de la sociedad liberal oscense, asentada en una estructura sólidamente oligárquica y caciquil y en el marco de una ciudad levítica, tradicional y «enervantemente inerte», tal como acertadamente la

65. A partir de la reforma de 1901 el alumno estaba obligado a desarrollar por escrito una de las dos lecciones del temario que le tocaran en suerte para después proceder a su lectura pública y responder a las preguntas que se le hicieran (Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1901b, arts. 63-65).

66. Sobre las circunstancias precisas que atravesaba la ciudad de Huesca en los años inmediatamente anteriores a la creación del Instituto —en especial sobre los gravísimos hechos vividos durante la primera guerra carlista, en 1837— ha escrito recientemente Daniel Aquilué (2017). En su día Gil Novales (1992) hizo un retrato muy ajustado de la situación de la ciudad en 1841-1842 que, más allá de las lamentaciones habituales por la pérdida de la Sertoriana o el incendio del castillo de Montearagón, nos recuerda, de la mano de las investigaciones llevadas a cabo por Aurelio Biarge en 1979, la aceleración que justo en aquellos años experimentó la venta de bienes nacionales desamortizados en 1836 y los pingües negocios y las copiosas fortunas que hicieron algunos (los Naya, Azara, Abadías, Satué, Español, Villanova…) a costa de clarisas, dominicas, miguelas y carmelitas, que propiciaron el cambio urbanístico que iría llegando, sobre todo de la mano del ferrocarril, en la década de los sesenta.La sociedad Crédito y Fomento del Alto Aragón, la primera banca comercial oscense, fundada en 1861, no surgió por ensalmo.

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definiera Pascual Queral y Formigales en 1897 en su demoledora novela de tesis La ley del embudo 67 —«catecismo doctrinal» al decir de su mentor, Joaquín Costa—. Entre 1845 y 1930 el Instituto estableció una relación muy acomodaticia con la ciudad que lo acogió y en puridad nunca llegó a ser un revulsivo que alterase en exceso su monótona y mortecina existencia; de suyo, muy pronto fue asumido y fagocitado por las elites dirigentes y convertido en el espejo en el que Huesca gustaba de proyectarse. El Instituto surgió en una etapa de expansión agraria iniciada en la década de 1830 que se prolongó hasta la gran depresión de los ochenta. Fue un periodo en el que la economía aragonesa y la oscense en particular se articularon como economías rurales de base orgánica con una creciente especialización (cereales, harinas y vino) orientada hacia los mercados barcelonés y levantino (Germán, 2012). Ahora bien, el surgimiento de un núcleo comercial e industrial fabril harinero alrededor de Zaragoza, amparado en las posibilidades que le ofreció su temprana conversión en la clave del nudo ferroviario del nordeste español, hizo que esa ciudad fuera la que mejor aprovechara esa expansiva coyuntura. Así, durante el mismo periodo, Huesca capital experimentó un crecimiento económico no vertiginoso pero sí sostenido, circunstancia que fue unida a su incorporación, desde el ramal de Tardienta y en 1864 (Sabio, 2014),68 a la citada red ferroviaria del cuadrante noreste (Madrid–Zaragoza – Alicante,con ramales a Barcelona y Pamplona), en la que Zaragoza jugó un papel geoestratégico primordial. La situación de relativa expansión que se vivió entre los años cincuenta y los ochenta y los efectos de las dos desamortizaciones tuvieron su inequívoco reflejo en las profundas transformaciones que experimentaron el urbanismo y la sociología de la ciudad, que de manera paulatina fue abandonando su marcada impronta conventual para mudar lentamente en algo parecido a una capital de provincia de la era liberal. Aquellos años de prosperidad para los negocios también tuvieron su plasmación en la evolución demográfica de los cinco principales municipios aragoneses, como podemos observar en la tabla 7. No es casual que fueran Zaragoza, Calatayud y Huesca, que contaron con ferrocarril, los que tuvieran un crecimiento poblacional más importante —en el caso de Huesca, de alrededor de un 60%— entre 1842 y 1887.

67. Hemos utilizado la edición introducida y anotada por Juan Carlos Ara (Queral, 1994).

68. Mucho más tarde llegarían la incorporación de Barbastro (1880) a la línea Zaragoza –Barcelona a través de Selgua —el tren conocido popularmente como la Burreta—, la prolongación del ferrocarril hasta Jaca (1893), las largas obras del túnel del Somport (1908-1915) y de la estación internacional de Canfranc (1921-1928) y, finalmente, la inauguración de la línea transfronteriza en 1928.

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TABLA 7. EVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA DE LOS CINCO PRINCIPALES MUNICIPIOS ARAGONESES ENTRE 1842 Y 1930

18421860187718871900191019201930

ZaragozaZaragozaZaragozaZaragozaZaragozaZaragozaZaragozaZaragoza 3000067428845759240799118111704141350174000

Huesca CalatayudCalatayud HuescaHuescaHuescaHuesca Calatayud 761612306115121304112600124191392115168

CaspeTeruel Huesca CalatayudCalatayudTeruelTeruel Huesca 760010432114161105511500119351201014632

Teruel Huesca TeruelTeruelTeruelCalatayudCalatayudTeruel 7165101609486942310797115261200113584

CalatayudCaspeCaspeTarazonaTarazonaCaspeCaspeCaspe 71259951915785388790887892029900

Fuente: Elaboración propia a partir de Germán (2012) y el fondo documental del Instituto Nacional de Estadística (series estadísticas y censos: para 1842, datos de población de derecho; para los siguientes años, datos de población de hecho).

De todos modos, la situación de Huesca capital siempre contrastó con la del resto del Alto Aragón, que muy pronto se vio inmerso en un proceso de éxodo rural y emigración hacia Francia, Barcelona y, en menor escala, Zaragoza, un proceso que afectó especialmente, aunque no en exclusiva, a los valles pirenaicos y que anunció el postrer derrumbe demográfico de la montaña y el inicio del ocaso de sus sistemas de vida tradicionales, que se conocieron ya bien entrado el siglo XX. Empero, el hecho de que en la provincia de Huesca el éxodo rural comenzara ya con considerable intensidad en los años sesenta y setenta del XIX nos obliga a reconsiderar el alcance de la mencionada expansión agraria en su territorio, toda vez que fue incapaz de enraizar en él a la población; no solo nos habla del carácter oligárquico de las reformas liberales emprendidas en las décadas anteriores, reforzadas porlas sucesivas transformaciones hacendísticas desde 1845 hasta final de siglo, sino también de las enormes dificultades que encontraron los pequeños propietarios y los jornaleros para sobrevivir (Erdozáin y Mikelarena, 2003).

Sin duda estos hechos no fueron ajenos al estancamiento que la matrícula del Instituto oscense, a diferencia de lo ocurrido en otras provincias españolas, experimentó durante sus primeros setenta años de vida.

Pero hubo más. El estallido de la primera gran depresión del capitalismo, cuyos efectos fueron visibles en España en la década de los años ochenta, cambió la tendencia expansiva provocando un rápido estancamiento de la economía y agravando la situación de la población rural. La propia ciudad de Huesca vivió de forma dramática los efectos de la crisis agraria que se desencadenó a partir de 1885. El profundo descenso de los precios del cereal y de las tierras comenzó a notarse ya a partir de 1880-1882 y sobrevino como consecuencia de la progresiva llegada a los puertos de Barcelona y Valencia de mercancías de ultramar y sobre todo de trigos procedentes del este

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europeo, bastante más baratos que los de origen nacional. En estas condiciones, la oferta masiva de cereal a bajo coste en los mercados catalanes y levantinos produjo un inmediato efecto de sobreproducción, con el consiguiente hundimiento de los precios, en las zonas de la España interior que tradicionalmente habían sido sus proveedores. Huesca no se libró de la debacle. Con todo, la ciudad, a pesar de la crisis agraria, que incluso llegó a provocar ocasionales brotes de conflictividad —por ejemplo, el motín de subsistencias de 1885—, continuó, dada su privilegiada condición capitalina, su lenta transformación urbana dotándose de servicios básicos como la red de agua potable (1883) —que permitió a la ciudad disponer de las primeras fuentes públicas—, el alumbrado eléctrico (1893), la recogida de basuras (1907) o la construcción de un nuevo macelo municipal (1900), un hospicio, un hospital y algunas residencias de ancianos, convenientemente distanciadas del centro urbano. Estas y otras medidas, como la plantación de árboles, el arreglo de pavimentos, la alineación de viales o la aprobación de regulaciones sanitarias municipales acordes con la biopolítica higienista en boga —en cuya defensa se destacaron algunos catedráticos del Instituto, entre ellos el naturalista Serafín Casas y el galeno Pedro Romeo—, redundaron en la progresiva mejora de la imagen de la ciudad burguesa,69 que ganó espacio alrededor del eje formado por la plaza de Manuel Camo —antes de Zaragoza y luego de la República y de Navarra—, los porches de Vega Armijo, la Diputación y el magnífico edificio modernista del Círculo Oscense —emblema de la nueva ciudad y lugar para la socialización y la ostentación de la oligarquía—,pero sin perjuicio de que todavía, y hasta bien entrado el siglo XX, amplias zonas de la capital ofrecieran un aspecto ajado, aldeano, menestral y premoderno. Inserta en esa marcada dualidad, social y urbanística, no cabe duda de que en aquellos años del pernio de siglo, a la sombra del cacicato estable —con diputado fijo y permanente— de Manuel Camo y de un regeneracionismo de medio pelo, la ciudad burguesa y liberal, con su elite y su mesocracia circundante, cinceló su imagen y su identidad de capital provinciana. El Instituto tuvo mucho que ver en todo ello, en la medida en que contribuyó decisivamente a consolidar lazos y construir experiencias e identidades sociales compartidas entre las viejas y las nuevas burguesías locales (grandes contribuyentes y propietarios agrarios, vástagos de funcionarios y profesionales liberales, comerciantes y fabricantes regentes de pequeños negocios, etcétera).

69. Tanto Sabio (2004) como Turmo (2004) han llevado a cabo análisis y retratos certeros y precisos de las transformaciones de la ciudad liberal a lo largo del siglo XIX y su reflejo en el urbanismo y en la sociología de la capital. También puede verse al respecto Calvo (1990).

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De todos modos, el relativo estancamiento económico de la capital a lo largo del periodo 1887-1920 también tuvo su claro reflejo en la negativa evolución demográfica del municipio (véase la tabla 7, supra), paralela a la de la provincia en su conjunto.70 Huesca capital, que había llegado a frisar los trece mil habitantes en el censo de 1887, no volvió a recuperar esa cifra hasta 1920, mientras que Zaragoza casi duplicó su población en ese mismo periodo. Los efectos sociales de todo ello fueron gravísimos y se manifestaron pronto en el implacable proceso de proletarización de importantes sectores, sobre todo el de los pequeños propietarios y el de los arrendatarios, así como en el permanente fantasma de la emigración, en especial a Barcelona, válvula de escape para una población que no disponía de tejido industrial alternativo donde recolocarse. En este mismo sentido, si convenimos en que la tasa de analfabetismo es un indicador elocuente para medir el desamparo y la incuria en que se encuentra una comunidad, el caso de la provincia de Huesca era ciertamente paradigmático, aun situándose algo por debajo de la media nacional. Sin ir más lejos, el propio partido judicial de la capital tenía en 1920 un 44,2% de población analfabeta —con una tasa del 39% para los varones y del 49,53% para las mujeres—.

Las cifras del analfabetismo experimentaron en la provincia altoaragonesa un primer descenso relativamente importante a lo largo de la década de 1920, en el marco de la dictadura primorriverista y de la implementación de políticas económicas de marcado cariz extractivista. Tal descenso queda reflejado en los datos registrados por el censo de 1930 en los distintos partidos judiciales, que presentamos de manera exhaustiva en el anexo III, al final de este libro. Si se analizan con atención esos datos, puede comprobarse en primer término que el incremento de la alfabetización no se produjo de forma equivalente y armoniosa en todo el territorio provincial, sino que presentó una llamativa diferencia entre unas zonas que incluso seguían superando el 50% de población analfabeta y otras que bajaron a tasas inferiores al 20%.71 En líneas generales, el descenso del analfabetismo fue

70. Entre 1887 y 1920 se produjo un llamativo estancamiento de la población en una gran parte de las provincias españolas del interior. Sufrieron un crecimiento negativo, además de la de Huesca, las de Burgos, Guadalajara y Zamora. La de Huesca alcanzó los 250508 habitantes en 1920; a partir de entonces, y hasta hoy, no ha hecho sino perder pobladores.

71. Este contraste entre lo urbano y lo rural no es el único observable en los datos que ofrece el citado anexo: las tasas se mantuvieron muy altas en los partidos judiciales de la zona oriental —Fraga, la Litera y Benabarre—, donde la presencia de población jornalera y obrera había ido en aumento. Los datos, en todo caso, son extraordinariamente reveladores de las profundas desigualdades que el sistema capitalista provoca sobre las poblaciones y territorios allá donde se expande y se desarrolla.

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bastante notable en las áreas urbanas de Huesca, Jaca y Barbastro, curiosamente las tres ciudades que habían sido beneficiadas por la llegada del ferrocarril y que, por distintas razones, fueron consolidando su condición de centros comarcales y comerciales de referencia y de lugares centrales para la articulación de obras públicas (el ferrocarril de Canfranc, obras hidráulicas, mejoras en el trazado viario) y actividades económicas de carácter industrial tanto en el sector agrario, con las harineras y las azucareras tradicionales, como en la incipiente industria química localizada en las áreas de Sabiñánigo y Monzón.

Estas mudanzas operadas en las estructuras económicas y sociales del hinterland de ambas ciudades contribuyeron a gestar las condiciones que hicieron posible que a comienzos de los años treinta el Gobierno de la Segunda República tomara la decisión de crear dos nuevos institutos de segunda enseñanza en la provincia —justamente en Jaca y Barbastro—, terminando así con el monopolio que de la oferta de estos estudios había ostentado hasta entonces el Instituto de Huesca.72 Ya entre 1928 y 1930se llegaron a crear en España veintidós nuevos institutos locales, con lo que se rompióla míticacifra de los sesenta establecimientos de segunda enseñanza existentes desdemediados del siglo precedente. Y es que ya dijimos que los años veinte constituyeron, por muchos motivos, un periodo importante en el devenir de nuestrosistema educativo, precisamente por su naturaleza anfibológica: no tanto por las transformaciones que se llevaron a cabo en él—que también— cuanto por lo que en ellas quedaba anunciado. Cambiaron los tiempos, las condiciones y los problemas, pero en esencia permaneció estable e inalterada la arquitectura del edificio. En definitiva, fueron años que marcaron el comienzo del fin de un modo de educación —tradicional y elitista— propio y casi privativo del Estado liberal y oligárquico de la Restauración en un momento en que su colapso se presentaba inexorable. Nada sería ya lo mismo desde 1930. Estaba comenzando lo que hemos denominado transición larga al modo de educación de masas (Cuesta, Mainer y Mateos, 2011). Los cambios tuvieron dimensiones cuantitativas y cualitativas y en la explicación de su lógica existen factores estructurales de alcance socioeconómico que van más allá de las políticas educativas o de los

72. Como acertadamente pone de manifiesto José María Azpíroz, los partidos judiciales mejor vertebrados desde el punto de vista comercial a comienzos de los años treinta fueron los de Barbastro, Jaca y Huesca: «de los 71 grandes contribuyentes que tenía la provincia, 50 correspondían a estos partidos. Igual sucedía con la burguesía media, más representativa también allí. […] Afortunadamente esa buena vertebración canalizó en parte la emigración rural, evitando la hecatombe demográfica de otras zonas aragonesas de Zaragoza y Teruel» (Azpíroz, 1993: 44).

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regímenes políticos. El resultado fue que empezó a romperse el fuerte componente elitista del bachillerato propio del modo de educación tradicional. Si en 1920 estudiaban bachillerato 52288 personas en toda España, en 1935-1936 se alcanzaba la cifra de 124707. La tasa de escolarización secundaria había pasado de 272 por cada 100000 en 1927 a 500 en 1933, y la tasa de feminización del alumnado de segunda enseñanza pasó del 9,7% en el curso 1920-1921 al 35,6% en el 1935-1936.

A mayor abundamiento, volviendo a nuestro establecimiento de segunda enseñanza, hasta los años veinte una diferencia importante había distinguido Huesca de otras provincias españolas de más entidad demográfica y más vitalidad industrial: los centros de segunda enseñanza privada llegaron de manera tardía y relativamente precaria a la capital, lo que reportó al Instituto el monopolio casi indiscutible de la demanda de escolarización como mínimo hasta 1926.73 En esta fecha comenzó su actividad el colegio de San Viator, ubicado, tras fracasar el intento de instalarse en Tardienta, en la casa palacio de los duques de Villahermosa, que fue cedida graciosamente por su titular a la congregación durante veinticinco años. En realidad, poca competencia supuso la creación de ese colegio hasta después de la guerra, pese a su clara determinación de poner en marcha las enseñanzas de grado medio en la ciudad para satisfacer la demanda de las familias católicas.74 Sin entrar ahora a considerar otras cuestiones de índole política

73. Desde los inicios de la Restauración, y con especial intensidad a partir de finales de siglo, el número de colegios privados católicos que impartían la segunda enseñanza se multiplicó rápidamente en España: el porcentaje de alumnos oficiales de centros públicos de bachillerato pasó del 65,8% en 1867-1868 al 28,8% en 1900-1901 y al 24,8 en 1931-1932, mientras que el de los matriculados en colegios privados experimentó una evolución inversa: el 22,3% en 1867-1868, el 52,7% en 1900-1901 y el 65,7% en 1931-1932 (Viñao, 2004: 195). En Huesca, como veremos, desde finales de los años noventa del XIX proliferaron academias y colegios privados en régimen de minifundio —seglares pero, a excepción de la Academia Sertoriana y alguna academia de Dibujo, de marcada ideología católica— donde se impartían materias sueltas de segunda enseñanza, se preparaban exámenes de grado de bachillerato y temarios de oposiciones a cuerpos básicos de la Administración y se cursaban estudios de Comercio. 74. A pesar de su éxito inicial (en 1930 los viatorianos ampliaron sus instalaciones con un inmueble de la calle de las Cortes), una vez proclamada la República los alumnos del colegio fueron obligados a cursar los estudios de segunda enseñanza en el Instituto, y ya a partir de 1933 el centro fue clausurado hasta 1938, año en que las autoridades locales franquistas decidieron reabrirlo en su sede de Villahermosa. Lo cierto es que, burlando la prohibición legal, entre 1933 y 1938 los viatorianos habían conseguido abrir en la plaza del Conde de Guara la Academia Oscense, en la que llegaron a matricularse más de cien alumnos de primaria cada año. En 1948 el Colegio de San Viator contaba ya con quinientos alumnos de primera y segunda enseñanza entre sus dos sedes oscenses —el palacio y el edificio de la calle de las Cortes, ya en propiedad—. Por lo que hace a los colegios religiosos femeninos, los de Santa Rosa y Santa Ana, íntegramente dedicados a la enseñanza primaria y a la formación de maestras (el primero alojó la Normal de Maestras entre 1885 y 1912), su presencia tampoco supuso

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—por ejemplo, la larga hegemonía del republicanismo liberal-posibilista, desde los años noventa, en el cacicato de la provincia—, esta peculiaridad de la vida del Instituto posiblemente podría explicarse por sí misma, sobre todo si se tiene en cuenta la atonía económica, en buena medida causada por la crisis agraria finisecular, en la que la ciudad estuvo sumida desde los años ochenta hasta bien entrado el nuevo siglo. Sencillamente, las órdenes religiosas prefirieron expandirse en ciudades donde la demanda de segunda enseñanza fuera más segura y floreciente y las autoridades provinciales más afectas. En Huesca y provincia el nicho de negocio no daba para tanto. Como recuerda José María Azpíroz (1990: 385), hacia 1930

Huesca, ante todo, era una ciudad de funcionarios, pequeños hortelanos, con muchos comercios detallistas y algunos talleres artesanales diseminados por todas partes. Durante la República, el crecimiento (demográfico) se debió, más que al desarrollo de las infraestructuras económicas, a la concentración de trabajadores temporales y de parados procedentes de las obras de los Riegos del Alto Aragón.

En gran medida por su condición capitalina, Huesca se convirtió en los años veinte, aquella década clave del siglo, en motor de campañas y proyectos y en referencia provincial de un férvido regeneracionismo que siempre tuvo a Costa como protagonista y paradigma indiscutible —para los hunos y para los hotros—. Frisando los años treinta, a pesar de su tamaño y de su condición de urbe provinciana de fuerte base agraria, era una ciudad que disponía de un influyente y activo grupo de profesionales e intelectuales de clase media (abogados, médicos, catedráticos, novelistas y artistas plásticos), formados en el magisterio costista, que estaban en permanente relación con la cosmopolita Barcelona y, en algunos casos, con el institucionismo madrileño. Todos habían pasado por el Instituto y algunos de ellos habían ido situándose políticamente en posiciones de un renovado republicanismo o en las filas del socialismo y el anarquismo. Muchos de ellos formarían parte del personal político de la Segunda República (los Sender,

competencia alguna para el Instituto hasta después de la guerra. El Colegio de Santa Rosa fue autorizado por el Ministerio para impartir el bachillerato elemental en 1940 y el superior en 1958; el de Santa Ana impartió el elemental a partir de 1941. Por su parte, los salesianos estaban asentados en Huesca desde 1906 para gestionar, bajo el patrocinio del obispo Mariano Supervía, una supuesta escuela de artes y oficios construida merced al evergetismo de Bernardo Monreal, propósito baldío que quedó reducido a la apertura de un nuevo negociado eclesiástico para la ciudad con parroquia incluida. Dedicada fundamentalmente a la primera enseñanza desde 1911, la congregación salesiana no incorporó alumnos de bachillerato hasta entrados los años cincuenta.

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Coll, Bescós, Carderera, Acín, Abad, Alaiz, Gazo, Viñuales, Gascón de Gotor…) y en el Instituto habían llegado a compartir pupitre, por cierto, con quienes pocos años más tarde llevarían a cabo su exterminio —o, como mínimo, su ostracismo civil— o colaborarían en él por acción o por omisión. Esa circunstancia —el Instituto como lugar de socialización adolescente y juvenil de los hijos de las clases medias sin distinción de credo o tendencia política—, paradojas del destino, no habría sido posible si, como en la vecina Zaragoza, en San Sebastián, en Pamplona o en otras muchas ciudades españolas del norte cultivado, se hubiera desarrollado una red y una oferta privada y católica de centros de bachillerato para las gentes de orden. Ese fue el precio que las buenas gentes de Huesca hubieron de pagar por ser tan acomodadizas con aquel establecimiento secular, aunque, visto lo visto, no tardarían mucho en cobrárselo muy, pero que muy caro…

CODA FINAL

Estos fueron el contexto y las condiciones de posibilidad en los que se desarrolló el bachillerato tradicional elitista en una pequeña ciudad y capital de provincia de la España interior durante el largo tracto que va desde mediados del siglo XIX hasta el final del primer tercio del XX, unas condiciones que comenzaron a experimentar cambios muy sintomáticos en el Instituto a lo largo de la década de los años veinte. El incremento —leve pero sostenido— de la matrícula, la paulatina presencia de alumnado femenino e incluso —aunque en mucha menor medida— de algunas profesoras auxiliares, junto a otras mudanzas acaso menos llamativas y más difíciles de cuantificar, pero no por ello menos relevantes, de las que nos ocuparemos con detalle en el último capítulo de este libro, habían ido socavando la inercia en la que hasta entonces había discurrido la vida en el interior del claustro sertoriano. Prueba irrefutable de ello fue que incluso aquel solemne y apreciado contenedor conventual empezaba a ser abiertamente cuestionado en la ciudad —también por su siempre influyente prensa— como sede del Instituto de segunda enseñanza que Huesca necesitaba; y es que aquel gélido y pétreo caserón se estaba quedando pequeño, precisaba reformas de adaptación costosísimas (instalación de calefacción, mejora integral de los sanitarios, ampliación del espacio de aulas y creación de salas de estar y de estudio…) y otras que en modo alguno permitía la propia tipología del edificio. En el claustro de profesores no solo se propuso la posibilidad de levantar una segunda planta —idea que afortunadamente fue desechada, pese a que se llegó a contar con el proyecto de un afamado arquitecto zaragozano—, sino que se habló ya sin reservas de construir un nuevo edificio en el futuro ensanche de la ciudad.

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DE EDUCACIÓN TRADICIONAL ELITISTA VP
EL INSTITUTO EN
MODO

Algo estaba cambiando dentro, pero también fuera del Instituto. Se estaban produciendo cambios sociales y políticos de importancia y magnitud extraordinarias que, si se me permite la pirueta final, no eran ajenos a la percepción de auténtica crisis civilizatoria que supusieron para toda Europa el estallido de la Gran Guerra y el triunfo de la Revolución soviética en Rusia, un marco que en España contribuyó a agudizar decisivamente y hasta límites insospechados la crisis del Estado liberal oligárquico de la Restauración, en la que se pusieron en entredicho y bajo sospecha muchas de las seguridades y las legitimidades que habían constituido los fundamentos sobre los que se había forjado la sociedad liberal a lo largo de la centuria anterior.

EL
EN EL MODO DE EDUCACIÓN TRADICIONAL ELITISTA VQ
INSTITUTO

LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS

, FUNDADORES DE LA PROFESIÓN

ÍNDICE

Como hemos visto, ni la historia del bachillerato ni la de los catedráticos pueden desgajarse y entenderse al margen de los procesos constituyentes de los sistemas nacionales de educación, que conllevan la integración de múltiples instituciones dentro de un todo compuesto por partes dotadas de especialización funcional bajo la férula, más o menos directa, del Estado liberal-burgués. Lo cierto es que los sistemas educativos nacionales y los cuerpos docentes que en ellos se despliegan no fundan sus méritos de manera primordial en razones estrictamente pedagógicas, sino en su capacidad de contribuir a la distribución de capital económico, cultural y social dentro de la estructura de clases y de género que dominó la sociedad surgida de los procesos de transición del Antiguo Régimen a las sociedades liberales decimonónicas. El genuino proyecto de Antonio Gil y Zárate, autor y cabeza pensante del llamado Plan Pidal, de 1845, fraguó en un modelo de enseñanza media elitista, reservada de facto a los varones de las clases medias y altas de la sociedad y dirigida a la inculcación de una identidad nacional unitaria destinada a la formación de los grupos llamados a servir, dirigir y gobernar los nuevos aparatos del Estado pergeñados por el naciente liberalismo de la oligarquía triunfante. Durante todo el siglo XIX (y más) el modo de educación tradicional elitista tuvo su expresión más acabada en el bachillerato, que se convirtió en un subsistema que acertó a reproducir los valores sociales y culturales propios de las clases desvinculadas del trabajo manual. Tal bachillerato demandaba un sujeto docente capaz de ponerlo en marcha. El cuerpo de catedráticos, en efecto, se erigió en el actor colectivo de ese empeño durante la vigencia del modo de educación tradicional elitista. Maestros de primera enseñanza —una suerte de precariado docente semifuncionario a cargo de las entidades municipales—, catedráticos de instituto —inicialmente no muy discernibles de sus homónimos universitarios, aunque retribuidos por las diputaciones provinciales— y catedráticos de universidad —pagados directamente por el Gobierno central— constituyeron la

VT

pirámide funcional y docente sobre la que se levantó el sistema nacional de educación en el siglo XIX. Sea como fuere, las nuevas profesiones docentes se inscribieron en el ambicioso proyecto político de erigir una Administración moderna fundada sobre las bases teóricas de la eficacia, la neutralidad y la racionalidad, aunque, como se verá también en el caso que nos ocupa, se cumplió esa especie de ley histórica según la cual la burocracia es un racimo de paradojas y de ambigüedades, pues a menudo la eficacia deviene en rutina, la neutralidad convive con la parcialidad descarada y la finalidad de servicio público con el uso privativo del poder administrativo… Y de todo ello tendremos ocasión de hablar en los capítulos que siguen, ya que esos docentes, lejos de constituir el lado oscuro —e indeseable— de impolutas corporaciones destinadas a hacer el bien merced al ejercicio del laico ministerio sacerdotal de sus miembros, regentes de los nuevos templos del saber, forman parte intrínseca de su configuración histórica: un ejemplo claro de «la rebelión de los instrumentos», al decir del brillante jurista y estudioso administrativista Alejandro Nieto (2002).

En nuestro caso la creación de los catedráticos de instituto se verificó merced a un procedimiento de ensayo y error.75 Lo cierto es que entre 1836, momento de creación de los primeros institutos, y 1845, fecha de su generalización, se puso de manifiesto la dificultad de encontrar personal docente adecuado. La dotación de profesores fue una empresa tan compleja como la confección de los primeros programas y textos, porque, como se decía en el dictamen de la comisión de las Cortes en 1838, era muy reducido el número de sujetos que se hallaban en disposición de poder enseñar y el Gobierno se veía seriamente limitado para encontrarlos. La improvisación y las urgencias derivadas de la puesta en marcha de los nuevos centros educativos creados por la Ley Pidal marcaron los primeros lustros de la construcción del cuerpo de catedráticos de instituto: ese fue el origen de la figura de los regentes, que pasados unos años podían aspirar a ser catedráticos interinos como requisito previo para la obtención de la cátedra en propiedad. De estas regencias salieron la mayor parte de los primeros catedráticos de instituto —y así fue también en el Instituto de Huesca—. Con todo, el amiguismo y

75. En buena medida reproducimos aquí el análisis que realizamos en otro lugar (Cuesta y Mainer, 2015). Un estudio seminal sobre el cuerpo de catedráticos de bachillerato en España, referido de manera específica a los de Geografía e Historia, pero perfectamente transferible a la totalidad de la corporación, sigue siendo el de Cuesta (1997). Hay que destacar también el trabajo de Yanes (2004a) sobre el Instituto sevillano y el de Sirera (2011a) acerca del valenciano. Para la fase de invención del profesorado, antes de la Ley Moyano, sigue siendo imprescindible el de Viñao (1982), así como los de Díaz de la Guardia (1988a), Benso (2003a) y Yanes (2001 y 2004b).

LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS VU

los poderes locales dieron la condición de regentes a personas totalmente desvinculadas de la educación, y eso tiñó a esta primera generación de catedráticos de sospechas sobre su idoneidad, su capacidad y su mérito. Por lo demás, en 1845 el término catedrático todavía no discriminaba entre universidades e institutos. Habrá que esperar a 1857 para que la jerarquización económica y la separación jurídica de cuerpos quede férreamente establecida en la Ley Moyano.

Como veremos, la formación inicial de este gelatinoso y embrionario primer colectivo docente era tan heteróclita como su procedencia profesional. Además, hasta 1843 no se creó una facultad mayor de Filosofía, y hasta 1857 esta no se desdobló en Filosofía y Letras, por un lado, y Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, por otro, ambas facultades-cantera del futuro cuerpo de catedráticos. Por lo tanto, se comprenderá perfectamente que en los años anteriores a la Ley Moyano, sin facultades de Letras y Ciencias, hubo que inventar, por ensayo y error, a los profesores con arreglo a las propias asignaturas de los institutos. De suyo, los primeros docentes fueron en su mayoría hijos de la universidad del Antiguo Régimen —en nuestro caso de la Sertoriana— y tuvieron que acomodarse a una tarea absolutamente ignota para muchos de ellos que con frecuencia les sobrepasaba. Tan penosa situación animó a poner en marcha entre 1846 y 1852 la Escuela Normal de Filosofía, encargada de formar a los futuros profesores de la Facultad de Filosofía —donde había secciones de Ciencias y Letras— y de los institutos de segunda enseñanza. Este singular y efímero modelo formativo para la docencia, de neta inspiración napoleónica, establecía una exigente prueba de ingreso al tiempo que garantizaba el ejercicio profesional al terminar la carrera, de cuatro años.76 Finalmente su fracaso precipitó el asentamiento perdurable de un sistema de formación inespecífico y muy poco profesionalizador vinculado a las facultades de Letras y Ciencias, como dijimos, una fórmula —el requisito de tener un título de licenciado de estas facultades, que se hizo efectivo a partir del Real Decreto de 28 de enero de 1867— que permanecería inmutable mientras estuvo vigente el modo de educación tradicional elitista y terminaría por erigirse en una de las señas de identidad del cuerpo. Pues bien, el momento auténticamente constituyente del cuerpo de catedráticos de instituto tuvo lugar entre la Ley Moyano de 1857 y la Orden de 22 de enero de 1867, que estableció la exigencia del título de licenciado —en Ciencias o Letras— y el acceso por oposición a partir de la edad de

76. Como han apreciado todos sus estudiosos (Lorenzo, 1983; Peiró, 1993a; Yanes, 2006), este experimento intentó romper con lo que luego se convertiría en norma: la separación entre formación y acceso.

LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS VV

veinticuatro años. Entre esas dos fechas hito, además de publicarse el relevante Reglamento de los Institutos (1859), al que ya nos hemos referido en el capítulo precedente y que reproduce inequívocamente la ideología y las razones prácticas —en el sentido que Bourdieu (1997) confiere al término— de la corporación profesional, se configura y se publica el primer «escalafón general de todos los Catedráticos de Instituto del Reino», que fue decisivo para deshacer la confusa maraña de situaciones personales precedentes.77 También se aprobó el Reglamento de 1 de mayo de 1864, que fijó la norma de la provisión de cátedras —establecida ya en buena parte desde 1862— y dispuso minuciosamente todos los detalles de la gran ceremonia examinadora intracorporativa: la oposición. En efecto, la oposición se convertiría desde ese momento en una suerte de inasequible corazón de la corporación que bombearía chorros de legitimidad a todo el organismo del campo profesional, en la máxima expresión de una autoridad basada en el mérito y la capacidad. La gran mayoría de los catedráticos que nos ocuparán en las páginas de este capítulo, ingresados con anterioridad al año 1862, recibieron desde la Dirección General, mediante nombramiento más o menos graciable, la legitimidad de la propiedad de su cátedra, una circunstancia que en ocasiones se les recordaría como muestra palpable de minusvalía profesional. Desde su nacimiento, el cuerpo de catedráticos de instituto acreditó, por su formación y sus ocupaciones, un alto capital cultural y un elevado capital social, refrendado por sus conexiones con los poderes locales de su lugar de residencia, que, en todo caso, no se compadecían, dadas sus ajustadas retribuciones, con su capital económico, que se movía en los límites de una decorosa mediocridad. Naturalmente, las formas de capital dentro de un campo profesional no son estáticas. Del mismo modo que no era igual la posición de un catedrático de entrada que la de otro con años de ejercicio, tampoco lo era la de un miembro del cuerpo a mediados de siglo XIX, en el marco de una depauperada sociedad rural con altísimos niveles de analfabetismo —como era el caso de Huesca—, que la de otro a finales de siglo en una gran capital de provincia. Había una evidente segmentación intracorporativa en relación con tipos de centros y retribuciones que tenía un claro reflejo en el escalafón. El molde de un sueldo base con complementos por derechos de examen, etcétera, a los que se sumaban las percepciones

77. El primer escalafón de 1861 contabilizó 412 plazas disponibles —el de 1900 llegaría a 512—. En realidad, durante mucho tiempo, prácticamente hasta la etapa final de la dictadura de Primo de Rivera, la red de institutos se fundó en el primitivo plan de 1845, que, como ya es bien conocido, establecía uno por provincia y dos en Madrid, lo que explicaría el muy exiguo crecimiento de la corporación.

CATEDRÁTICOS ISABELINOS NMM
LOS

por antigüedad y clase de centro, consagró una estructura retributiva muy duradera. Los emolumentos corporativos fueron regulados de forma oficial y centralizada como una faceta más de la gestión estatal de los bienes públicos, lo que se ratificó en 1887, año en que las diputaciones provinciales cedieron ese cometido a los presupuestos del Estado. La jubilación y los derechos pasivos destacaron como preocupación siempre viva: las monografías que estudian los institutos provinciales —y el oscense no fue una excepción— han subrayado la tendencia generalizada a llevar la jubilación más allá de los setenta años y, sobre todo, la frecuencia de los decesos en ejercicio —muy habitual en el claustro que nos ocupa para todo el siglo XIX—.

Lo cierto es que en una sociedad como la oscense, aunque la remuneración no fuera inicialmente muy elevada, una parte importante de los catedráticos fundadores, que además en muchos casos eran vástagos de familias bien situadas o directamente emparentadas con la oligarquía provincial, alcanzaron un estatus relevante en los estratos medio-altos de la burguesía local. A ello contribuyeron, sin duda, variadas formas de complementar los magros ingresos de la función pública con otros provenientes de actividades privadas. La dedicación horaria, por lo general muy liviana, permitía simultanear con holgura la cátedra con otros negocios no necesariamente vinculados a la enseñanza —terreno que sufría algunas exclusiones por incompatibilidad, aunque su aplicación adoleció en muchas ocasiones de una enorme laxitud, como tendremos ocasión de comprobar en la Huesca de los años finales de siglo—. Una gran parte de los catedráticos que estudiamos ejercieron profesiones liberales como la abogacía, la medicina, la farmacopea o, directamente, la empresa privada. Asimismo, la confección y la comercialización de libros de textos fueron desde muy pronto una fuente de ingresos fundamental, a tal punto que llegó a convertirseen otra seña de identidad corporativa muy duradera. No hubo, con todo, en el Instituto de Huesca muchos autores de manuales escolares de éxito y proyección nacional, pero sí una mayoría de casos que hicieron uso de las tipografías locales para publicar prontuarios, programas u otros recursos cuya adquisición recomendaban convenientemente a sus alumnos. El espacio de oportunidades de ampliación del capital económico y social que ofrecía Huesca a sus catedráticos, limitado frente a lo que ocurría en los institutos situados en capitales donde existía universidad,78 solía

78. Solo había diez establecimientos de educación superior en la España del siglo XIX, pero la proximidad a la de Zaragoza, importante cantera, además, de aspirantes a la corporación de catedráticos de segunda enseñanza durante todo el periodo que nos ocupa, convertía Huesca en un destino con más atractivo que otros.

LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS NMN

estar vedado, salvo muy contados casos, a los catedráticos foranos. Pese a todo, ofrecía cierto margen de maniobra para acrecentar las posibilidades de practicar otras actividades lucrativas, así como de tomar parte en ámbitos de socialización potencialmente productiva, que solían ir asociados a frecuentación de casinos, salones y teatros, acceso a foros académicos, colaboraciones en prensa, participación en juntas y organismos de gestión local y provincial e incluso efímeras carreras políticas, habitualmente de corto alcance.

Este primer ramillete de catedráticos del Instituto de Huesca, pertenecientes a la generación del primer tercio del siglo —la nacida y formada en pleno desbaratamiento del Antiguo Régimen—, constituye un claro reflejo de lo dicho hasta aquí, de la imprevisión, el nomadismo y la injerencia de poderes fácticos y menos fácticos que acompañaron la cooptación del primer personal docente de los institutos provinciales. Las dificultades para la puesta en marcha de las nuevas instituciones docentes fueron muy semejantes en todos los lugares. La vida del Instituto entre los años cuarenta y los setenta del siglo XIX estuvo marcada por una latente conflictividad reflejo de un inestable equilibrio de poderes y de unas carencias materiales y humanas muy considerables en ocasiones. Quizá el crónico estado de precariedad al que estuvieron sometidas durante largo tiempo las enseñanzas científicas, en especial la Física, la Química y la Historia Natural, a cargo de docentes muy poco capacitados para impartirlas, fue uno de los problemas más graves, a tal punto que llegaron a poner seriamente en entredicho el crédito del establecimiento. Como corresponde al caso de un instituto de una pequeña y periférica ciudad provinciana, hubo también una gran precariedad entre el profesorado, con gran número de docentes sustitutos y cátedras vacantes o cubiertas por periodos cortos y discontinuos. Todo ello provocaba notables diferencias de estatus, trato y sueldo entre los claustrales, que no eran ajenos a los enfrentamientos ni a la falta de concordia en el seno de la institución y de su claustro. Hasta mediados los años sesenta no se produjo realmente una provisión más o menos normalizada de cátedras en propiedad en el Instituto de Huesca.

En concreto, en este capítulo se podrá encontrar una nómina con las biografías desarrolladas de diecinueve catedráticos de esta fundacional generación isabelina, nacidos antes de 1840 y cuyo acceso a la cátedra en propiedad se produjo entre 1846 y 1867. Todos ellos desempeñaron la cátedra en el Instituto de Huesca durante los treinta primeros años de existencia del establecimiento, entre 1845 y 1875 —desde su creación hasta el inicio de la Restauración borbónica—, algunos incluso más allá. Evidentemente LOS

CATEDRÁTICOS ISABELINOS NMO

no se ha biografiado a la totalidad de los catedráticos que pasaron por el Instituto en aquellos años centrales del siglo XIX, pero sí a los que permanecieron en él durante más tiempo y contribuyeron con su ejercicio profesional a forjar su idiosincrasia.

Las biografías se han construido de manera minuciosa, haciendo uso de la documentación disponible, pero sin perder de vista que en cada una de ellas tan importante es la presentación del personaje, su contexto y su proyección en sí mismo como la exposición de sus relaciones con el resto de los biografiados y su ubicación y su comparecencia en el marco de ese otro personaje colectivo, permanentemente presente, que es el Instituto, como reflejo y espejo de la ciudad y de las gentes que la habitaron. Las biografías no tienen sentido por sí mismas ni tampoco como mera suma yuxtapuesta de perfiles profesionales; por eso mismo consideramos las trayectorias docentes a modo de estructuras estructurantes de una trama y de un devenir colectivos. En consecuencia, tampoco es casual ni aleatorio el orden que hemos utilizado para presentar a nuestros catedráticos, respetando en cierta medida la secuencia cronológica de los acontecimientos y los procesos que se relatan, más allá de las inevitables coincidencias y los solapamientos que las vidas de sus protagonistas experimentaron. Tampoco es fortuito que las biografías presenten notables diferencias en cuanto a su extensión: esto no depende de la importancia del biografiado per se ni remite siempre a condicionantes referidos a la información disponible, sino que tiene que ver con esa voluntad, ya proclamada, de priorizar la construcción del relato histórico a través del testimonio vital de una parte significativa de sus actores. Desde esta perspectiva se entenderá, por ejemplo, que el catedrático Vicente Ventura ocupe un lugar y una atención centrales en esta nómina, así como que, por distintas razones, también se haya intensificado la mirada sobre otros como Ramón Sans, Serafín Casas, Antonio Calero, José María Villafañe o incluso alguno, como Bartolomé Beato, que apenas permaneció un curso en el claustro oscense.

En la tabla siguiente ofrecemos la relación de catedráticos que serán objeto de nuestra atención en este capítulo, con los datos básicos que permiten una primera aproximación a sus vidas. Hemos de advertir que en la columna Disciplina (cátedra) se ha consignado únicamente aquella que el catedrático ocupó durante su estancia en el Instituto oscense, que no siempre coincidió con la titularidad que en algún caso pudo llegar a ejercer en otro destino (este baile, cambio o incluso acumulación de especialidades no fue infrecuente entre los catedráticos de bachillerato —caso de Cosme Blasco o de Serafín Casas— hasta casi finalizado el siglo).

CATEDRÁTICOS ISABELINOS NMP
LOS

Disciplina(cátedra)Año de ingresoOposiciónAños en Huesca Cargos

1849No1847-1849 (2)

1846No1846-1856 (10)

Latín y Castellano

Bartolomé Beato Sánchez († 1884)

1865Sí1846-1862, 1878-1886 (24)Secretario

1860No1847-1860, 1862-1885 (36)Secretario

Director (1847-1851)

Director (1846-1847, 1851-1862, 1884-1885)

1850No1846-1851 (5)

Saturnino Fernández Fernández († 1892) Latín y Castellano

Latín y Castellano

Secretario Martín Puértolas Sesé (1813-1895)

Latín y Castellano

Retórica y Poética

Antonio Aquilué Galán (1814-1885)

Julián Pérez Muro (n. 1818)

Vicente Ventura Solana (1821-1892) Psicología, Lógica y Ética1851No1845-1892 (47)

1851No1845-1892 (47)

Secretario

Director (1863-1866)

Director (1868-1870)

Secretario

Vicedirector

1849No1851-1856 (5)

1862No1863-1866 (3)

1865Sí1858-1870 (12)

1862No1862-1870 (8)

1865Sí1866-1871 (5)

1862Sí1855-1896 (41)

1865Sí1860-1870 (10)

Secretario

Mauricio María Martínez Herrero (1819-1912)Matemáticas

Director (1866-1868) José Julio de la Fuente Condón-Bueno (1823-1895)Geografía e Historia1851No1846-1861 (15)

Francisco Antonio Calero Vizcaíno (1822-1876)Retórica y Poética

Retórica y Poética

Ramón Sans Rives (1824-1870)

Mariano Cándido Campo Micas (1829-1870)Latín y Castellano

Francés

Matemáticas

Historia Natural

Carlos Soler Arqués (1836-1896)

Manuel Labajo Pérez (n. 1840)

Serafín Casas y Abad (1829-1903)

León Abadías de Santolaria (1836-1894) Dibujo

Geografía e Historia1862Sí1862-1891 (29)

1862Sí1871-1874 (3)

1867Sí1868-1877 (9)

1862No1872-1884 (12)

Antonio Vidal Domingo (1838-1900)

José María Villafañe y Viñals (1832-1915)Matemáticas

Latín y Castellano

Francés

Cosme Blasco y Val (1838-1900)

Víctor Kolly Blanco (1830-1903)

NMQ

BARTOLOMÉ BEATO SÁNCHEZ:

FUGAZ ESPEJISMO LIBERAL EN EL INSTITUTO POSTSERTORIANO

(Ledesma, Salamanca, ? – Salamanca, NUUQ)

Poco más de un curso permaneció este culto catedrático y humanista salmantino en el Instituto oscense. En abril de 1847 llegó a Huesca para hacerse cargo de la cátedra de Latín y Castellano durante dos años escasos. En 1849 fue ascendido a cátedra universitaria y destinado a la Universidad de Santiago, donde desempeñaría la de Metafísica. El ministro Orovio decretó su traslado forzoso a la Universidad de Sevilla en 1867; de ahí pasó finalmente a la de Salamanca, donde ejercería como decano de Filosofía y Letras y después como vicerrector. Fue autor de unos Elementos de psicología, lógica y ética muy utilizados en los institutos como texto escolar y que llegaron a contar con seis ediciones. En Sevilla frecuentó la amistad de Federico de Castro, a la sazón decano de la Facultad de Filosofía, y coqueteó con el krausismo desde posiciones escoláticas y católicas.

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UN ERUDITO RIOJANO LIGADO AL INSTITUTO OSCENSE

(Munilla, Logroño, ? – Madrid, NUVO)

Don Saturnino pertenecía a una familia riojana de terratenientes bien acomodada. Formado en la Universidad de Zaragoza era licenciado y doctor en Filosofía y Letras. En 1846, por Real Orden de 26 de octubre, fue nombrado catedrático de Latín y Castellano del Instituto oscense,79 y en 1856 pasó al de Zaragoza. Desde esta última ciudad se trasladó en 1876 al Instituto San Isidro de Madrid, donde enseñó principalmente la asignatura de Historia de España. Cesó en la cátedra por fallecimiento el 18 de septiembre de 1892. En los últimos años de su vida donó una gran cantidad de libros a la Biblioteca Provincial de Huesca, que estaba ubicada en el Instituto.

La labor profesional de este catedrático gozó de notable crédito y de bastantessimpatías en el Instituto. De hecho, ocupó durante algunos años, hasta su traslado a Zaragoza, el puesto de secretario a las órdenes del director Vicente Ventura, de modo que debió hacerse cargo de las tareas de actualización del inventario y las rentas provenientes de los numerosos bienes inmuebles que el Instituto poseía, heredados de la extinta Universidad, con motivo de la promulgación de la ley desamortizadora de 1855.

En la sustanciosa memoria del curso 1852-1853 Vicente Ventura se refiere ampliamente a su activa participación en la profunda reforma y la considerable mejora que experimentaron las enseñanzas de los cursos de Latinidad y Humanidades —dotando a las clases de un método sencillo y claro, realizando frecuentes repasos con los alumnos, etcétera—. La óptima situación, a juicio de Ventura, de estas enseñanzas en el Instituto no fue ajena

79. Ocupaba el número 50 en el primer escalafón de catedráticos, de 1861.

NMS
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a la laboriosidad e infatigable celo del profesor D. Saturnino Fernández, que como antiguo y diestro preceptor está muy familiarizado con la enseñanza y tiene un tacto especial para ejercitar con fruto las facultades de sus alumnos, aunque es preciso convenir en que la reforma de la enseñanza ha mejorado considerablemente el estudio del latín, como así lo han acreditado los otros dos profesores, aunque no con tan conocidas ventajas como el primero, que reúne esas particulares y recomendables circunstancias que le hacen descollar entre sus compañeros. (AGA, 32/08037, Memoria del curso 1852-1853, manuscrita por Vicente Ventura)

Su hijo Saturnino Fernández Velasco (1838-1895) llegó a ser catedrático de Estudios de Autores Griegos y Lenguas Hebrea y Árabe de la Universidad deSevilla.80 Tenemos noticia, fundamentalmente a través de algunas memorias del Instituto, de que el catedrático riojano no dejó nunca de mantener relación con este y con la ciudad; de hecho, realizó esporádicos viajes a Huesca que le permitieron, entre otras cosas, donar sus publicaciones a la biblioteca del centro. Su sobrino Ángel Fernández Enciso (1851-1909), también natural de Munilla y estudiante de Ciencias en la Universidad de Sevilla, fue destinado al Instituto oscense como catedrático de Matemáticas y llegó a ser, como veremos más adelante, director del establecimiento casi medio siglo después.

80. Padre e hijo publicaron una obra didáctica muy divulgada: Novísima colección de piezas escogidas de los clásicos latinos, para uso de los jóvenes que se dedican al estudio del latín, ordenadas y comentadas por don Saturnino Fernández y don Saturnino Fernández de Velasco, Madrid, Imp. de Enrique de la Riva, 1868 (se publicaron siete ediciones hasta 1892).

LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS NMT

MARTÍN PUÉRTOLAS SESÉ:

PRESBÍTERO Y FIEL ESCUDERO DE VENTURA

(Puyarruego, Huesca, NUNP – Huesca, NUVR)

Quien desde su cargo de secretario se llegaría a convertir en el más fiel escudero del director Vicente Ventura, incluso en los momentos más complicados de su trayectoria profesional, se formó fundamentalmente en Barbastro. Primero cursó tres años de Gramática Latina y Castellana y uno de Humanidades, Retórica y Poética en el colegio de los escolapios de aquella ciudad y posteriormente otros tres de Filosofía y uno de Teología en el convento de San Francisco, al final de los cuales se ordenó sacerdote. A principios de los años cuarenta se graduó como maestro primario en la Escuela Normal de Huesca y en 1848 como bachiller en Filosofía en la Universidad de Barcelona.

Su incorporación al claustro del Instituto de Huesca como catedrático interino de Latín y Castellano se produjo dos años antes, en septiembre de 1846, cuando tenía treinta y cuatro años de edad. En su expediente (AGA, 32/08448) aparece como regente de segunda clase de la cátedra de Latín y Castellano desde 1847 y como profesor sustituto de Retórica y Poética y de Latinidad y Humanidades desde 1848, tras aprobar los ejercicios correspondientes, hasta la llegada del catedrático titular Antonio Aquilué, que tuvo lugar en 1862. Durante el periodo 1848-1860 se encargó de la dirección de la casa-pensión de internos y actuó como secretario del Instituto entre 1860 y 1862 bajo la dirección de Vicente Ventura.81 La obtención de

81. El eterno interino del Instituto oscense fue brazo derecho del director Ventura, en especial como encargado de la residencia de internos. Tanto fue así que al final del curso de 1853 Ventura, en reconocimiento a su «ejemplarísima conducta», lo recomendó al Ministerio para que se le confiriera la cátedra de Latín y Castellano interinamente (AGA, 32/08037). La citada residencia agregada al Instituto pasó a denominarse oficialmente casa-pensión y se ubicaba

NMU
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la cátedra de Latín y Castellano por Antonio Aquilué y la llegada de Ramón Sans Rives en 1863 para hacerse cargo de la dirección lo apartaron del servicio como profesor sustituto durante unos años —circunstancia que lamentó públicamente el propio Sans en el discurso inaugural del curso 18631864—. Tras unos años fuera de Huesca, en 1878, y ya como catedrático de Latín y Castellano, se reincorporaría al claustro del Instituto oscense, donde permanecería hasta su jubilación. En total fueron veintiún años de ejercicio profesional en el centro.

Puértolas obtuvo la cátedra de Latín y Castellano del Instituto de Tortosa (Castellón) a los cincuenta y tres años de edad, en 1865, al mismo tiempo que otro peculiar escolapio, Mariano Cándido Campo Micas. A los efectos de aquella oposición, presentó una breve memoria manuscrita titulada Comparación entre la sintaxis castellana y la latina acompañada de una lección magistral de doce páginas de extensión en la que desarrollaba el tema De la oratoria: aplicación de sus reglas a las diferentes composiciones de este género. 82 En esta última se da por descontado que el arte de la oratoria o de la persuasión mediante la palabra hablada tuvo su origen en los más antiguos libros de los profetas pertenecientes a las Sagradas Escrituras, frente a quienes defienden su origen pagano, «y por añadidura democrático», relacionándolo con el establecimiento de las polis griegas. Se trata de un texto bastante enteco, de poca enjundia y trufado de latinismos de Catón y Quintiliano que se limita a reproducir en gran parte la doctrina existente sobre el tema en la manualística escolar de su época.83 Llegó a publicar también en Huesca un Ramillete compuesto de varias e importantes observaciones para leer correctamente el latín que utilizó como texto para sus alumnos a partir de 1878.

Como se ha dicho, Martín Puértolas residió y ejerció la docencia en Castellón durante algo más de veinte años, hasta su retorno a Huesca para sustituir al catedrático zaragozano Cosme Blasco y Val. A partir de entonces

en el antiguo Colegio de Santiago, contiguo al ayuntamiento. La tal casa quedó constituida de manera formal en 1851, año en el que fue dotada de un detallado reglamento por el que se creaba una junta inspectora presidida por el alcalde e integrada por dos regidores y dos catedráticos del Instituto —el director, Ventura, y el secretario, Julio de la Lafuente—. La rectoría del colegio recayó en la persona de Martín Puértolas, un clérigo «semiimbécil» (sic), según afirmó el gobernador Camilo Alonso Valdespino en el marco de una denuncia que cursó contra Ventura en marzo de 1860 en la que lo acusaba, sin demasiado fundamento, de haber convertidola gestión de la casa en un negocio privado (AGA, 32/08580).

82. Ambas piezas manuscritas se custodian en su expediente del AGA (32/08448).

83. Por ejemplo, en el archiconocido librito del profesor vallisoletano Ricardo Díaz Rueda La escuela de instrucción primaria o colección de todas las materias que comprende la primera enseñanza conforme al plan vigente, que se editó por primera vez en 1843.

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desempeñó la cátedra oscense hasta su jubilación, que tuvo lugar en 1886 —a los setenta y tres años—. El último año, durante el atrabiliario segundo mandato de Ventura, volvió a ocupar la secretaría del Instituto. Lo sustituyó en la cátedra el culto y liberal jurista navarro Víctor Ozcáriz Lasaga. Puértolas, a diferencia de su sucesor, fue un caso bastante prototípico del profesorado interino del periodo isabelino —intelectualmente bastante tosco, pero muy eficaz en el control de la fontanería y el orden público del establecimiento—, elevado muy tardíamente a la categoría de catedrático en pago por los servicios prestados. En lo ideológico fue afín al conservadurismo neo de los Aquilué, Ventura, Casas y compañía. En 1892 todavía consta presidiendo junto a López Bastarán, Ortiz de Zárate y Fernández Enciso el tribunal de examen de ingreso de futuros bachilleres,84 lo que da cuenta de su estrecha y extensa en el tiempo vinculación a la institución. LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS

84. Dato tomado de Baso (1966-1967: 41). No lo hemos podido documentar, pero probablemente Martín Puértolas fuera jubilado, reintegrado y declarado en situación de excedencia, una situación que no era infrecuente y que permitía a algunos profesores el desempeño de algunas tareas menores.

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ANTONIO AQUILUÉ GALÁN:

EL PESO DE LA (OMINOSA) HERENCIA SERTORIANA (Huesca, NUNQJNUUR)

El oscense Antonio Aquilué fue alumno de la Universidad Sertoriana, donde obtuvo los grados de bachiller en Filosofía (1830) y en Teología (1837) e incluso llegó a ejercer como docente sustituto de la cátedra de Rudimentos de Gramática a partir de 1838. Clausurada aquella fue automáticamente nombrado profesor auxiliar del recién nacido Instituto de Huesca, primero interino de Geografía para el curso 1847-1848 y después catedrático interino de Latín y Castellano entre 1849 y 1860. Fue precisamente en esta última fecha cuando pasó a ser numerario y propietario de la cátedra (Real Orden de 5 de julio), a los cuarenta y seis años de edad, entrando así, con todos los derechos, en el primer escalafón de la corporación, que se publicó en 1861. El inopinado ascenso a la cumbre docente de la segunda enseñanza de don Antonio, con su parvo bachiller sertoriano como todo bagaje intelectual, constituye un notable ejemplo de la improvisación con la que se gestó la primera generación del cuerpo de catedráticos.

Entre 1860 y 1862 trabajó en el Instituto de Cuenca para regresar después a Huesca, donde ocupó la cátedra citada hasta su jubilación y su fallecimiento, que tuvo lugar en 1885. Su trayectoria profesional corrió una suerte muy semejante a la de Martín Puértolas. Ejerció como secretario del Instituto varios años bajo la dirección de Ventura y después con López Bastarán. Políticamente se situó en el carlismo y sus filias ideológicas se movieron siempre en el espacio del oscurantismo neocatólico.

De Aquilué cuenta Santiago Ramón y Cajal (1923): «Don Antonio Aquilué era laborioso pero muy anciano,85 bondadoso y casi ciego, carecía de la

85. Cuando Ramón y Cajal llegó a Huesca, en 1863, para cursar 2.º de bachiller desde los escolapios de Jaca, Aquilué contaba cincuenta años de edad y, en efecto, era uno de los profesores más ancianos del claustro.

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indispensable entereza para luchar con aquellos diablillos de doce años». En otro momento afirma que «sus clases eran un completo carnaval; allí se fumaba, se jugaba a las cartas…, se hacía de todo». Cajal, fiel a su propia imagen de niño travieso, curioso e inadaptado, que cultivó con esmero hasta el punto de convertir su niñez y su juventud en arquetipo explicativo de su posterior excepcionalidad, mantuvo siempre en sus memorias un juicio compasivo acerca de este atrabiliario catedrático al que llegó a definir como «un santo varón, todo bondad y candidez».

No obstante, este profesor de Latín y Castellano, de no muchas luces, semblante adusto y ademanes rudos, más próximo a la estampa literaria del dómine de palmeta que al ethos de un miembro de la corporación de catedráticos que por entonces se estaba gestando, había cosechado merecida fama de irascible e iracundo y protagonizado no pocos conflictos en el claustro y en la cátedra.86

Sin ir más lejos, en el mismo curso en que impartió clases a Ramón y Cajal, Aquilué hubo de enfrentarse a un expediente gubernativo por propinar un sonoro bofetón a un discípulo. Es de notar que el vigente Reglamento de los Institutos de 1859 prohibía los castigos físicos a los alumnos, pero no el encierro, penalidad que había de cumplirse en un recinto habilitado en el centro para ese uso. Aquilué justificó por escrito y con vehemencia su actuación, lo que le costó un serio apercibimiento escrito del Consejo Universitario, que lo acusó de violentar los artículos 184 y 185 del Reglamento de Segunda Enseñanza. En la requisitoria se le conminaba a ser «más respetuoso y comedido en los escritos» y a hacerse «respetar por sus alumnos suprimiendo sus malos hábitos y modificando su carácter», así como a «adquirir las formas decorosas de fina educación que debe adornar a un profesor». En este clima, tanto el rector como el entonces director del Instituto, Ramón Sans Rives, dieron curso a la incoacióndel expediente.87

86. Sobre Antonio Aquilué escribe el rector Pablo González Huebra en 1865: «Si tiene conocimientos, no da resultados, la cátedra está en muy mal estado, maltrata a los chicos que a pesar de esto se burlan de él. Yo no sé cómo habrá vestido su expediente para ser catedrático propietario pues en mi humilde juicio no tiene actitud legal para obtener ese destino. Es un religioso profeso que no está ni exclaustrado ni secularizado según mis noticias, se encuentra ligado con los votos de pobreza y obediencia que hacen incompatible el cargo que ha admitido y aunque así no fuera, un Religioso que abandona un convento y debe ser tratado tanquam apostata como dice el Concilio de Trento, no parece que debe ser la persona de buena conducta moral y religiosa que se exige para el profesorado. Por su interés propio le convenía alejarse de Huesca y de la vista de sus superiores y el Sr. Obispo se lo agradecería mucho» (AHUZ, 4228[4]).

87. Conservado íntegramente en el AHUZ (4228[4]).

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Aquel penoso incidente fue aprovechado por su amigo personal y protector, el catedrático Vicente Ventura, que, como tendremos ocasión de conocer con detalle, un año antes había tenido que dimitir como director tras sufrir un aparatoso y escandaloso expediente que le granjeó no pocas enemistades dentro y fuera del octógono sertoriano. Ventura quiso aprovechar el caso para dañar a sus enemigos y no dudó en aconsejar al expedientado Aquilué que utilizara en su defensa una suerte de estrategia de calamar expandiendo a diestro y siniestro inquinas, acusaciones e imputaciones cruzadas, algunas muy graves, contra el director, Ramón Sans Rives, y el secretario, Carlos Soler Arqués, pero también contra su colega de cátedra Mariano Cándido Campo Micas.88

Todo ello dio lugar a un interesante y revelador cruce de informes, correspondencia y comentarios más o menos informales, muy expresivos del frágil equilibrio de poderes trenzado alrededor de estas pequeñas universidades de provincias. La cartografía de esos poderes queda claramente reflejada en las firmas de aquellos escritos cruzados: por un lado, el rector, a la sazón el civilista Pablo González Huebra (1802-1872), máxima representación, junto al director, del poder académico; por otro, el poder político gubernativo, empezando por Eugenio de Ochoa y Montel (1815-1872), por entonces director general de Instrucción Pública, y siguiendo por el oficial del Ministerio de Fomento y académico de la Historia encargado de la inspección del Instituto José Godoy Alcántara (1825-1875);89 y en un nada desdeñable tercer plano, algunos representantes de la oligarquía local, como el canónigo Vicente Carderera.90

88. Un documento firmado por Aquilué el 14 de mayo de 1865 acusaba explícitamente a varios profesores, entre ellos Ramón Sans —el entonces director—, Carlos Soler —secretario— y Mariano Cándido Campo, de llegar tarde a clase, ausentarse sin permiso del Instituto, llevar a cabo sospechosos manejos de presupuesto y otras lindezas. En otro, fechado el día 11 y firmado también de su puño y letra, se referían hasta trece cargos numerados contra el director, cargos que incluían hechos de todo tipo: tratos de favor a alumnos, pendencias a navaja entre ellos por esta causa fuera del centro, maniobras para poner a profesores y familias en su contra, comisión de ilegalidades con las cuentas y los presupuestos en beneficio propio (por ejemplo, la venta de su propio libro de texto sin que estuviera en la lista oficial) o de otros profesores (asignación de pagos a Soler o a Campo por encargos de asignaturas que no llegaron a realizarse), etcétera (AHUZ, 4228[4]).

89. Sobre José Godoy Alcántara véase Pasamar y Peiró (2002: 303-304).

90. Vicente Carderera y Potó (1830-1910) era hermano menor del pedagogo e inspector general Mariano Carderera (1815-1893) y sobrino del influyente erudito y pintor de cámara de la reina gobernadora Valentín Carderera (1796-1880). Vicente obtuvo el título de bachiller en el Instituto, realizó la carrera sacerdotal y después ejerció como profesor de Religión y tutor espiritual del centro. Canónigo doctoral de la catedral y mano derecha del obispo Alda —y anteriormente de Onaindía (1875-1886)—, fue un personaje clave en el rearme católico e integrista de la ciudad antes y después del Sexenio Democrático.

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Lo cierto es que la estrategia ideada por Ventura y seguida por su protegido proporcionó el resultado esperado y el expediente quedó en nada: Antonio Aquilué únicamente fue amonestado por el rector y Sans no tardó en dejar la dirección y el centro para tomar posesión de su cátedra en el Instituto de Murcia a principio del curso 1865-1866. Por lo demás, no extrañará que, con Manuel Orovio al frente del Ministerio de Fomento, la dirección del establecimiento oscense pasara a manos de uno de los fieles amigos de Ventura: el catedrático de Matemáticas Mauricio María Martínez Herrero, quien la ostentó hasta el triunfo de la Gloriosa, en 1868. La prueba de fuerza a la que Ventura, auténtico protagonista encubierto del sobredimensionado incidente, sometió al poder académico y gubernativo operó con éxito a la sombra de la torpeza de un claustral indeseable. Así lo supo ver el citado inspector José Godoy en su detallado informe tras la visita que giró al centro el 22 de abril de 1865: «este catedrático díscolo —refiriéndose a Ventura— se ha empeñado en lanzar al actual Director, que parece un pobre hombre, y valiéndose de otro catedrático llamado Aquilué ha levantado una polvareda de chismes, más propios de un convento que de un claustro de profesores».

Cuatro años más tarde, en agosto de 1869, el nuevo contexto político, el peso de aquella primera y pública amonestación, su reconocida filiación carlista y, con toda probabilidad, la animadversión que le profesaba su compañero en la cátedra el exescolapio y también catedrático de Latín y Castellano Mariano Cándido Campo Micas, a la sazón director del Instituto, no fueron ajenos al hecho de que la Dirección General incoara, a instancias del director,91 un expediente de jubilación a causa de su mal estado

91. En el expediente personal de Aquilué (AHPHu, I/797/6) hemos documentado que en marzo de 1869 el entonces director, Mariano Cándido Campo, informó al rector de su mal estado de salud y recomendó su jubilación anticipada (Aquilué contaba entonces cincuenta y cinco años). El rector zaragozano, a la sazón Gerónimo Borao, aceptó la incoación del expediente de jubilación y la Dirección General decidió activarlo. Lo singular del caso es que fuera precisamente el inesperado y repentino fallecimiento de Campo, a comienzos del año 1870, lo que motivara que el nuevo director del Instituto, Manuel López Bastarán, tomara conocimiento de los hechos, cuando abrió, «con la llave que facilitó su familia y en presencia del claustro de profesores, un pupitre que tenía cerrado en su despacho el difunto» y allí encontró «una comunicación del Rectorado, con fecha de 5 de septiembre, en el que se ordenaba la incoación de expediente, por el mal estado físico, a D. Antonio Aquilué, según lo dispuesto en los artículos 55 y 56 del Reglamento para la provisión de Cátedras de 1 de mayo de 1864». Es más que probable que el inesperado óbito de Campo y la prudencia del recién incorporado López Bastarán influyeran en el sobreseimiento de un expediente que llegó en un momento social y políticamente complicado y que puso a prueba, una vez más, las menguadas y maltrechas solidaridades corporativas del claustro de profesores oscense. Recuérdese que tan solo unos meses más tarde llegaría también la separación de León Abadías de su cátedra por negarse a jurar la Constitución vigente.

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físico. En un prolijo pliego de cargos y descargos que se acompañaba de certificados médicos y de testimonios escritos favorables de sus colegas y amigos Vicente Ventura o Mauricio María Martínez, Aquilué reconocía padecer desde su nacimiento una severa miopía —aunque siempre se negó a usar «anteojos, lentes ni otros instrumentos ópticos»—, que, sin embargo, no le impedía cumplir con su trabajo docente.

El repentino deceso del director Mariano Campo, en enero de 1870, facilitó que el nuevo expediente para apartar a Aquilué de la docencia fuera finalmente sobreseído y sin efectos para el susodicho. De hecho, dos meses más tarde, el nuevo director, Manuel López Bastarán, resolvió a favor de los intereses del exalumno de la Sertoriana, quien pudo permanecer al frente de su cátedra de Latín y Castellano hasta su fallecimiento, a los setenta y un años de edad, en 1885, tras treinta y seis años de servicios en el Instituto oscense.

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JULIÁN PÉREZ MURO: EL PRIMER DIRECTOR STRICTO SENSU DEL CLAUSTRO OSCENSE

(Burgos, NUNU – Jerez de la Frontera, Cádiz, ?)

Este culto e inteligente filólogo burgalés estudió en la Sertoriana bachillerato y licenciatura en Jurisprudencia y se graduó en 1840 y 1843 respectivamente. Posteriormente, en 1845 obtuvo en el mismo establecimiento el grado de bachiller en Filosofía. Cosechó una fama de alumno brillante y respetado que le valió el nombramiento de regente de segunda clase de la cátedra de Retórica y Poética y de Historia General y de España en la Universidad de Zaragoza en 1846. En abril de 1846 pasó a ser profesor sustituto de la cátedra de Retórica y Poética del Instituto oscense, del que el 1 de marzo de 1847, con apenas treinta y un años, fue designado director, cargo que ocupó hasta 1851.

Se le puede considerar la pieza clave del ordenamiento y la puesta a punto del centro tras dos primeros años de existencia un tanto accidentados y polémicos. Obtuvo la cátedra en propiedad en 1850, sin oposición. En 1851, en contra de su voluntad, fue trasladado al Instituto de Orense, y desde esa ciudad gallega, en 1854, al de Jerez de la Frontera, donde permaneció hasta su renuncia, que tuvo lugar en 1869. En ambos establecimientos docentes ejerció asimismo como director. Su posicionamiento político, netamente moderado, y su eficaz trabajo al frente del Instituto oscense le granjearon simpatías y crédito suficientes en la corte para conseguir el título de director en propiedad, junto a la cátedra, en 1850. Incluso fue propuesto por el ministro de Gracia y Justicia para la obtención de la Cruz de Caballero de la Orden de Carlos III por los servicios prestados durante su carrera el 23 de abril de 1854.

En Huesca estuvo también ligado al Liceo Artístico y Literario Oscense (1839-1845), junto a los hermanos Bartolomé y Mauricio María Martínez, Pedro María Escudero, Mariano Lasala y otros. Cosechó fama de

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humanista y hombre de letras en la veta del romanticismo liberal entonces en boga.

Su nombramiento como director, en marzo de 1847, se produjo en un contexto de máxima tensión y enfrentamiento entre la Junta Inspectora y el jefe político de la provincia, a la sazón Eugenio de Ochoa y Montel, y como consecuencia de una intervención directa de Antonio Gil y Zárate y José de la Revilla desde la Dirección General de Instrucción Pública para desbloquear el conflicto originado entre Martín Palacín y Vicente Ventura, en pugnaabierta por la dirección del Instituto.92 Los hechos se iniciaron en febrero de 1846, cuando Eugenio de Ochoa, que hasta entonces había actuado como director provisional, designó director, en contra del criterio mayoritario de la Junta Inspectora, al jovencísimo catedrático sustituto de Psicología, Teología y Lógica Vicente Ventura, relegando a Martín Palacín, sustituto de Física Experimental y Nociones de Química y profesor decano de las mismas materias en el claustro de la extinta Sertoriana. 93 El caso se agravó a partir de diciembre, cuando las desavenencias y los enfrentamientos entre Palacín y Ventura salieron a la luz: el primero acusó públicamente a Ventura de haber concitado en su contra al resto de los profesores, faltando así a los artículos 130 y 131 del Reglamento, y reputó estos hechos de escandalosos. Lo cierto es que el bachiller Palacín, personaje de escasas luces y temperamento colérico, terminó siendo una herencia indeseable para el establecimiento y un referente poco recomendable para una materia, la Física y Química, que junto con la Historia Natural —a cargo del farmacéutico local Carlos Camo— había de constituir el faro de la modernidad del recién estrenado plan de estudios de la segunda enseñanza.

La fama de hombre juicioso y la posición de Julián Pérez Muro —bien relacionado en Madrid y Zaragoza—, que, «según testimonio de varios diputados a Cortes», gozaba de «prestigio y buen nombre» en la provincia de Huesca, permitió su elección como director a fin de restituir el «crédito del establecimiento y de sus profesores», así como también la «más severa disciplina en el Instituto, exponiendo las causas» que motivaron «las referidas

92. Los informes y la variada documentación que el conflicto generó se encuentran en el expediente personal de Julián Pérez Muro custodiado en el AGA ([5]17 32/08425).

93. En realidad ambos habían sido miembros del último claustro de la Sertoriana, aunque Ventura únicamente había ejercido como sustituto en alguna clase de Retórica durante el último curso y Palacín, de mayor edad, llevaba varios años impartiendo clases en la cátedra de Fundamentos de Filosofía. Ellos dos y Mariano Lasala —de Historia y Mitología— fueron los tres claustrales de la Sertoriana que quedaron en calidad de catedráticos sustitutos en el Instituto recién creado (Blasco, 1877).

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desavenencias y proponiendo las medidas» que juzgase «más acertadas para cortarlas definitivamente».94 Pérez Muro, acaso sin pretenderlo, se convirtió en el hombre de Gil y Zárate en el Instituto de Huesca.

La salomónica elección de Pérez Muro para la dirección del establecimiento fue la salida a un más que evidente tour de force entre los poderes locales y provinciales, por un lado, y la Dirección General de Instrucción Pública, por otro. La imposición de una tercera vía terminó siendo posiblemente la única salida posible para pacificar la tensión desatada de la mano de dos personalidades ambiciosas y bien habituadas a los usos conventuales sertorianos, que en nada hubieran facilitado la andadura del nuevo establecimiento educativo nacido de la Revolución Liberal.

Años después, en una comunicación dirigida a la reina —fechada el 18 de diciembre de 1851— en la que suplicaba que se evitara el traslado al Instituto de Orense, para lo cual aducía cargas familiares, don Julián recordaba así sus años en el Instituto de Huesca, entonando un balance bastante autocomplaciente de los servicios prestados:

Considerando entonces el mal estado en que se hallaba aquel establecimiento, trató de renunciar a este cargo [se refiere al de director, que le llegó sin solicitarlo], pero hombre de pundonor y actividad hubo de hacer honor a la confianza que depositaran en su persona: sus servicios desde aquella fecha fueron notables, arregló la disciplina escolar y la administración de los bienes, investigó y agregó rentas por valor de más de 7000 reales y dio el principal impulso al expediente de indemnización de partícipes de la extinguida universidad sertoriana, se construyeron cátedras y otras oficinas necesarias según las prescripciones modernas, creáronse los gabinetes de Física con los instrumentos prevenidos y el de Historia Natural con miles de objetos muchos de los cuales se han conseguido sin coste para el Instituto. […] no solo se ha adquirido lo necesario conforme a reglamento sino que se proveyó de otros muchos instrumentos y objetos que le colocan por su estado y celebridad entre los primeros de su clase en la Nación. De todo esto y de otras cosas más que omite por no ser difuso, hay abundantes e inexcusables pruebas en el Gobierno: hablan por él las Memorias de cada curso, los partes mensuales, los informes de los inspectores universitarios, los de la Junta Inspectora y por fin, uno a uno, los informes de sus compañeros los profesores y también, uno a uno, los habitantes de la ciudad, testigos todos de su ardiente celo y actividad a favor de la enseñanza: estos servicios merecieron que V. M. le concediera la propiedad de la Cátedra y la Dirección.

(AGA, [5]17 32/8425)

94. AGA, 32/08425, carta rubricada por Antonio Gil y Zárate, fechada el 1 de marzo de 1847 y dirigida al propio Julián Pérez Muro.

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En Madrid de nada sirvieron en esta ocasión las buenas razones del catedrático: finalmente se produjo el traslado al Instituto de Orense, aunque no en los diez días estipulados oficialmente, pues el Ministerio de Gracia y Justicia tuvo a bien concederle una prórroga de dos meses para realizarlo con mayor comodidad. Magra compensación parece para quien había conseguido poner un poco de orden y concierto en la gestión del recién nacido instituto; evidentemente, haber sido el hombre de Gil y Zárate en Huesca había dejado de ser una buena carta de presentación en la corte —o el cortijo— de Bravo Murillo y los suyos.

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(Hecho, Huesca, NUON – Huesca, NUVO)

Perteneciente a una de las ramas de una familia infanzona, proveniente de la villa de Longás (Zaragoza) y asentada en la localidad pirenaica de Hecho, Ventura Solana se formó en la Universidad de Huesca: bachiller en Filosofía en 1833 y en Jurisprudencia en 1840, se licenció y se doctoró en Jurisprudencia en 1842.95 Desde 1845 ejerció como regente de la cátedra de Psicología y catedrático interino en el Instituto de Segunda Enseñanza. El entonces jefe político de la provincia, Eugenio de Ochoa, lo nombró director interino del establecimiento, cargo que ostentó poco más de un año —entre el 16 de febrero de 1846 y el 1 de marzo de 1847—. En 1851 a Ventura se le proveyó, sin oposición, de la cátedra en propiedad de Psicología, Ideología, Lógica y Ética (Real Orden de 19 de abril), y en ese mismo curso se convirtió en director en sustitución de Julián Pérez Muro. Aparece en el escalafón de 1861 con el número 206. Por variadas razones, don Vicente fue uno de los personajes clave para conocer y entender la historia del Instituto a lo largo de sus dos primeras

95. Un artículo de su nieto Luis Mur Ventura, notorio terrateniente y con los años profesor auxiliar del Instituto, publicado en la revista quincenal Linajes de Aragón ( VII /9, 1916, pp. 163-169) y titulado «Más del apellido Ventura», transcribe minuciosamente del latín y traduce al castellano los tres diplomas académicos oficiales obtenidos por el futuro catedrático en la extinta Universidad Sertoriana. Los textos de aquellos valetudinarios documentos escritos sobre pergamino, rollados con una cinta azul de seda adherida con un sello de lacre rojo bermellón y repletos de fraseología sacramental y anacrónica remitían a un tiempo —el Antiguo Régimen— y a un concepto de cultura y de organización social que en nada se compadecerían con los de los títulos que pocos años después comenzarían a emitir los institutos provinciales, convertidos en oficinas autorizadas en exclusiva por la Administración del Estado para otorgar grados de bachillerato normalizados y equiparables a efectos legales en cualquier parte del territorio nacional.

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décadas de existencia, incluso más si tenemos en cuenta su larga trayectoria profesional en el centro —cuarenta y seis años en compañía de su colega Mauricio María Martínez Herrero—, así como su probada capacidad de influencia y liderazgo en el sector más conservador del claustro, especialmente en los comienzos de la Restauración canovista.

Tras un par de años al frente de la dirección del Instituto, al final del curso 1852-1853 Ventura escribió una memoria manuscrita, un extenso documento de más de veinte páginas en folio, con letra pequeña y extraordinaria caligrafía, firmado y rubricado en Huesca el 31 de julio de 1853,96 sobre el que merece la pena que detengamos nuestra atención, pues constituye una buena radiografía de los problemas y las incertidumbres que aquejaban a este establecimiento educativo, vistos bajo el prisma de un todavía joven catedráticoy prestigioso abogado oscense muy bien relacionado en la ciudad. El Instituto, con tan solo ocho años de existencia y en un momento político particularmente complejo —la etapa del ultraconservador y autoritario Juan Bravo Murillo en la presidencia del Consejo de Ministros—, estaba todavía lejos de su maduración como institución cultural medular de la modernidad burguesa: inmerso en las inercias de su aún reciente pasado levítico y universitario, tan solo había comenzado a desarrollar, bajo la dirección de Pérez Muro, su propia idiosincrasia secular al dictado de una maquinaria administrativa centralizada, en el fondo mucho más titubeante, defectuosa y lenta en la práctica de lo que la Gaceta decretaba y ordenaba. Todo ello ocurría además en el marco de una diminuta ciudad amurallada, llena de iglesias y conventos que conservaba prácticamente intacto su tejido urbanístico bajomedieval y que, poco a poco, comenzaba a ser consciente de su inclusión, un tanto forzada y artificial, en la era de la modernidad merced a una suerte de sanción codificadora (Ara, 2004b) —su conversión en capital de provincia— que actuó a modo de dispositivo performativo de una remozada identidad para la que el Instituto Provincial, amén de otras consideraciones, estaba llamado a desempeñar una importante función simbólica.

El catedrático Vicente Ventura fue un personaje paradigmático de ese tiempo de mudanza y crisis orgánica, dicho en el sentido que Gramsci atribuyó a este concepto cuando indicaba que «la crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede terminar de nacer»; en definitiva, un tiempo de vivas contradicciones entre la racionalidad histórico-política dominante y el surgimiento de nuevos sujetos históricos portadores de inéditos comportamientos colectivos.

96. Vicente Ventura Solana, Memoria del curso 1852-1853 (AGA, 32/08037).

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EN EL ESTADO CONFESIONAL ISABELINO

Volvamos a la citada memoria del curso 1852-1853. El texto es muy elocuente por varios motivos. En primer lugar, constituye un documentado análisis de la situación en que se hallaba el Instituto a mediados de siglo (instalaciones, enseñanzas, profesorado),97 pero además aporta juicios relevantes acerca de los problemas que afrontaba el recién erigido sistema público de segunda enseñanza, en un momento, cabe recordarlo, en que el Gobierno de Bravo Murillo, jefe de filas del sector más reaccionario del moderantismo, acababa de rubricar el Concordato con la Santa Sede (1851) y la intromisión de los custodios de la fe católica ponía en grave riesgo el proyecto netamente secularizador que había informado el Plan Pidal. En este sentido, la promulgación del Real Decreto de 10 de septiembre de 1852 que impuso un nuevo reglamento de estudios para institutos y universidades, de la mano del neocatólico ministro de Gracia y Justicia Ventura González Romero, fue visto como una amenaza para la supervivencia de muchos institutos provinciales acosados por la invasiva presencia de centros de enseñanza privada de propiedad eclesiástica.98 LOS

97. Ventura se conducía siempre en tono respetuoso pero sin eludir usos retóricos y persuasivos: «tratándose de intereses públicos […] y de tanta trascendencia para el Instituto, la juventud estudiosa y aun para el gobierno mismo de S. M., me es forzoso hacer callar las afecciones del corazón, para que hable únicamente la imperiosa voz del deber». Era claro y contundente al exponer los problemas y las deficiencias que presentaba el claustro de profesores, por ejemplo cuando aludía al lamentable estado en que se encontraban las enseñanzas de Física y Química e Historia Natural, desempeñadas por personas que carecían «de los conocimientos más indispensables para la enseñanza de esas importantísimas ciencias» que tanto llamaban «la atención pública». Sobre el profesor de la primera de ellas, el envejecido claustral de la Sertoriana Martín Palacín, con quien mantenía una pésima relación personal, escribía que era «una completa nulidad para la enseñanza […] incompatible con el buen orden de la escuela y la disciplina», y además «incorregible». La situación debía de ser tan mala que Ventura no dudaba en «reclamar con urgencia» su cese. Otro tanto ocurría con el farmacéutico y encargado de Historia Natural Carlos Camo Nogués (1820-1896) —hermano mayor de Manuel (1841-1911), heredero de la farmacia familiar que fundara en Aínsa su padre, José Camo Oto, y que años más tarde se convertiría en notorio paradigma del caciquismo liberal—. La solución propuesta por Ventura incluía la unificación de ambas enseñanzas en una sola cátedra, tal como permitía el Reglamento vigente, a cargo de «un profesor adornado de los conocimientos necesarios», algo que no se produjo hasta el curso 1855-1856, en el que Rafael Panzano Palacio, licenciado en Farmacia y boticario de Angüés, fue nombrado catedrático sustituto de Física y Química y Serafín Casas y Abad, licenciado en Ciencias, de Historia Natural. Aunque por motivos muy diferentes, como veremos, Ventura también cargó las tintas en su memoria contra Antonio María Calero, catedrático ovetense de Retórica y Poética, presagiando ya el expediente administrativo que le incoaría tres años después y que se resolvió con su traslado al Instituto de Bilbao (para más detalles, véase la biografía de Calero).

98. La aprobación de la Ley Moyano de 1857 contribuyó, hasta cierto punto, a pacificar el conflicto de fondo fijando competencias y otorgando seguridad jurídica a los establecimientos

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El memorándum de don Vicente se dirigió al ministro de Fomento, a la sazón Claudio Moyano —el presidente del Consejo era ya Francisco Lersundi y la Instrucción Pública había vuelto a ser competencia de Fomento— y permite captar rasgos muy significativos del ethos de este joven catedrático isabelino. El cheso aparece como un paladín de la causa liberal, de un liberalismo doctrinario, timorato y partidario de mantener el statu quo, pero identificado con el espíritu y la letra del Plan Pidal. Defensor del progreso, de la prosperidad pública merced al fomento de la instrucción, proclamaría reiteradamente en el documento su alto sentido de la responsabilidad pública y su vocación de servicio, siempre a las órdenes del Gobierno y de la monarquía isabelina. Así pues, en varios lugares de esta memoria no oculta su orgullo de pertenecer a la novísima corporación de catedráticos de segunda enseñanza, de la que se manifiesta un denodado valedor, así como de la autonomía y la jurisdicción de los institutos provinciales. Son muy reveladores, por ejemplo, los términos en los que se refiere al estado de la enseñanza en los colegios escolapios adscritos al Instituto oscense en Jaca y Barbastro. Respecto a este último escribe:

el comisionado que mandé a Barbastro me ha informado por escrito que según las detenidas observaciones que hizo, aquellos padres escolapios continúan su sistema rutinario en la enseñanza, sin haber entrado en los métodos filosóficos, que tan buenos resultados producen en los establecimientos públicos, no aprecian para nada los principios de la gramática general y siguen usando para el estudio de los niños el arte escolapio en lugar de cualquier otro de los que están aprobados por el gobierno de S. M. como libros de texto.

En ese contexto se enmarcaba la denuncia que Ventura realizaba en su informe sobre el desamparo con que el Instituto vivía la amenaza de la competencia eclesiástica, más en una provincia como la oscense donde la ya de por sí abultada presencia de la Orden de las Escuelas Pías podía producir «tantos perjuicios al Instituto […] por la circunstancia de haber nacido allí su santo fundador». En concreto, la crítica se refería a la Real Orden de 16 de agosto de 1852 que permitió a los colegios religiosos adscritos a los

oficiales. Sin embargo, todo el periodo isabelino estuvo marcado por las presiones del neocatolicismo y sus secuaces instalados en el Partido Moderado y sus intentonas de socavar jurídicamente —y, si hubieran podido, de extinguir—, en beneficio de los seminarios conciliares y los colegios de las órdenes religiosas, la exclusividad de los institutos en relación con el control de las matrículas, los exámenes y la concesión de grados. El Real Decreto de 9 de octubre de 1866 conocido como Plan Orovio, pese a su corta vigencia, no fue más que una muestra fehaciente de las pretensiones, nunca suficientemente colmadas, de la Iglesia y de su brazo político, los neos, en el suculento negociado de la cura de almas.

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institutos aprovecharse íntegramente del producto de las matrículas de sus alumnos, una decisión que, a juicio de Ventura, además de «desvirtuar la naturaleza de tan piadosa institución, cuyo carácter distintivo, según el espíritu de su santo fundador, es el de dar la enseñanza gratuita», estaba privando de una fuente de ingresos al Instituto y podía animar a que los escolapios, movidos por el «aliciente del interés», abrieran otros colegios «en localidades como Fraga, Tamarite, Benabarre y Peralta», donde hasta entonces, y «desde que se publicó el Plan de Estudios de 17 de septiembre de 1845», no habían implantado las enseñanzas de Latín y Filosofía.

Otro de los espinosos asuntos que mencionó nuestro catedrático en su memorial de agravios fue el de la abierta, ufana y desleal competencia practicada por los seminarios conciliares en contra de la enseñanza oficial, un tema que ponía el foco en el meollo de lo que realmente se estaba dirimiendo en esos momentos alrededor de la instrucción pública: una cuestión de poder entre Iglesia y Estado.99 Vicente Ventura calificaba a los seminarios de «mortífero cáncer que amenaza devorar la existencia de los Institutos» e «invadir otros ramos de la enseñanza», un verdadero «atentado contra las instituciones civiles» orientado a alejar de los institutos a la juventud estudiosa.100 No le costaba admitir que en Huesca alternaban «frecuentemente en el trato social» tanto con el obispo como con los profesores del seminario, pero tampoco escondía que los seminaristas se conducían «ocultamente», porque conocía «todas sus cabalísticas operaciones». El tono de la crítica de Ventura es más el de una disputa entre el regalismo y el ultramontanismo eclesiástico que el de una defensa radical de la separación Iglesia-Estado como la que llevó a cabo Juan Miguel Sánchez de la Campa. Por ello resulta muy significativo que el joven catedrático no manifieste con claridad el claro desamparo jurídico —la competencia desleal y en cierto modo anómica— con que el Instituto Provincial vivía el amenazante poder de la

99. Desde las filas del liberalismo progresista radical, otro catedrático de segunda enseñanza, este de Matemáticas y licenciado por la Universidad de Zaragoza, el gaditano Juan Miguel Sánchez de la Campa (1820-1885), se hacía eco del problema en una obra fundamental —lectura cuasi obligada— para conocer el pulso de la instrucción pública española a mediados del siglo: «Devuelta al clero su anterior influencia —escribía en 1854—, acude la juventud a los seminarios conciliares […] porque en el corazón de la multitud está hondamente grabado el pensamiento y el recuerdo de qué fuera la carrera eclesiástica […]. Si aciertan en esto […], habrá mañana que lamentar tristes resultados» (Sánchez de la Campa, 1854: 40).

100. Vicente Ventura alertaba con razón de que en la provincia de Huesca, además del capitalino, los seminarios de Jaca, Barbastro, pero también de Lérida y Seo de Urgel «presentan de común acuerdo, al parecer, una actitud hostil, temible y de mala ley. Se afanan de consuno y a porfía, por lo visto, con un ardentísimo celo digno de mejor causa en llenar sus claustros de alumnos por todos cuantos medios les sugiere el pensamiento de sus ya conocidas tendencias» (AGA, 32/08037).

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jerarquía eclesiástica,101 así como los abusos y los evidentes fraudes de ley cometidos por curas y profesores de los seminarios conciliares de la provincia. Se trataba, en suma, de una crítica que se movía en el marco de una suerte de tardío regalismo —confesionalismo— propio de la ideología dominante del liberalismo español como mínimo hasta mediados del siglo XIX,una cultura política que aceptaba el catolicismo como parte esencial de su construcción y su cosmovisión y que, en lógica correspondencia, pasaba de puntillas sobre el problema de fondo: la existencia de una omnipotente burocracia eclesiástica que no dudó en ocupar el notable espacio de influencia que tanto la Constitución de 1845 como el Concordato de 1851 le habían otorgado en el marco de un Estado liberal que, especialmente en materia de instrucción pública, se caracterizó por practicar una política de constante claudicación ante sus funciones secularizadoras —no tanto por debilidad o tibieza cuanto por puro convencimiento (Ramón Solans, 2012)—. Hoy como ayer.

Digamos que en este como en otros terrenos nuestro personaje, miembro destacado de la oligarquía local, se alineaba con el pragmatismo doctrinario que de forma magistral Pérez Galdós ponía en boca de su personaje Rafael del Horro en Gloria:

Si la religión desapareciera, los demagogos y los petroleros nos declararían una guerra a muerte. Es cosa que espanta. […]

Por eso yo soy de opinión de que sigan las misas, los sermones, las novenas, las procesiones, las colectas y todos los demás usos y ritos que se han creado para coadyuvar a la gran obra del Estado, y rodear de garantías y seguridades a las clases pudientes e ilustradas. (Pérez Galdós, 1972: 118)

UNA DIRECCIÓN MUY (DE)PENDIENTE DE LAS AMISTADES POLÍTICAS

Vicente Ventura se mantuvo al frente de la dirección del Instituto durante la década de los años cincuenta y principios de los sesenta (1851-1862), un periodo que estuvo marcado por la crisis del moderantismo y el efímero bienio progresista, pero también por la consolidación de una poderosa oligarquía terrateniente y financiera local y provincial que, especialmente bajo la égida de la Unión Liberal y de la mano del nuevo proceso desamortizador iniciado en 1855 y otros pingües negocios especulativos —relacionados

101. Dos tímidas soluciones administrativas propone el autor de la memoria para paliar tan graves males: reducir los derechos de matrícula para los alumnos de Latinidad y Humanidades «a una suma que pudieran satisfacer los padres de mediana fortuna, que en el día llevan sus hijos al seminario por la imposibilidad de hacer en el Instituto tan crecido desembolso», y devolver a los institutos provinciales la facultad de conferir el grado de bachiller.

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con la construcción del ferrocarril y la inversión urbanística—, permitió la forja de una tupida red clientelar cuya proyección en el tiempo sobrevivió con creces a la caída del régimen isabelino en 1868.

Hasta la aprobación de la Ley Moyano de 1857, y sobre todo la del Reglamentode 1859, que reguló las funciones de la dirección de los institutos otorgándoles un poder casi omnímodo, eso sí, a cambio de incrementar considerablemente los controles burocráticos y de aumentar su dependencia administrativa del poder central, los directores eran rehenes de las juntas inspectoras,102 dominadas por las oligarquías locales, y para cualquier menester, en especial para los de índole presupuestaria —pues los asuntos académicos fueron siempre competencia exclusiva del rector—, estaban obligados a entenderse con la figura del jefe político provincial. Una mala relación personal con uno de los dos poderes fácticos locales —o con los dos— podía devenir en grave problema. Ventura se manejaba con ciertas dificultades, dado su carácter tosco y enérgico, en esa tesitura. Habitualmente primó el entendimiento; no en vano mantenía excelente sintonía ideológica e intereses más o menos comunes con los vocales que fueron sucediéndose en la Junta, todos conspicuos varones representantes del moderantismo local —después del canovismo, como él mismo—, poderosos terratenientes, hombres de negocios, doctores de la Iglesia y omnipresentes liceístas y prohombres de la emergente cultura burguesa local: una mixtura muy isabelina.103 Empezando por el propio Antonio Naya y Azara, barón de Alcalá —cacique oscense indiscutible de la facción más conservadora, principal promotor de la sociedad Crédito y Fomento del Alto Aragón—, y siguiendo con Mariano Lasala —jurista, concejal y diputado provincial—, Faustino Español —artífice de la construcción del Teatro Principal—, Ambrosio Voto Nasarre —uno de los mayores contribuyentes, administrador de fincas rústicas y urbanas y secretario del Liceo—, José Biec y Belío —canónigo y obispo de Jaca desde 1852—…, todos fueron miembros natos de la oligarquía oscense.

Por lo que se refiere a los gobernadores o jefes políticos de la provincia, Ventura mantuvo buenas y malas relaciones con los que fueron sucediéndose durante su mandato al frente del Instituto. Por lo general obtuvo una consideración favorable que redundó en beneficio de las arcas de la institución que dirigía, que, por cierto, no se vieron particularmente desfavorecidas como

102. Los libros de actas de la Junta Inspectora del Instituto, organismo creado en 1848 que desempeñó funciones de fiscalización económica y control político del establecimiento hasta la aprobación de la Ley Moyano, se encuentran en el AHPHu (EC-6 y EC-7).

103. Resultan imprescindibles los trabajos de Alberto Gil Novales (1990 y 1992) y Juan Carlos Ara (1999 y 2004b) para obtener un rico marco contextual del periodo que nos ocupa.

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consecuencia del proceso desamortizador abierto por la ley de 1855.104 Fueron particularmente cordiales las relaciones con los moderados Manuel Estremera Muñiz y Eusebio Donoso Cortés, a quienes Ventura consideró los grandes benefactores del Instituto. Del primero, que fue gobernador de la provincia en dos ocasiones entre 1848 y 1952, escribió: «ilustrado y celoso Gobernador, hombre probo, administrador entendido y digno jefe de gobierno de esta provincia, cuyo nombre no puede pronunciarse en este Instituto sin que en sus bóvedas resuenen los ecos de una imperecedera gratitud». Lo cierto es que fue en la etapa de Estremera cuando se llevaron a cabo las inversiones básicas para poner en funcionamiento el gabinete de Física y Química e Historia Natural. De Eusebio Donoso, «eminente publicista, escritor esclarecido por su talento y patriotismo», hermano del conspicuo filósofo ultraconservador y neocatólico Juan Donoso Cortés, que fue gobernador en los años inmediatamente posteriores a la finalización del bienio progresista (1857-1858), recordaba Ventura que fue, entre otras cosas, el impulsor de las obras del esbelto torreón que, erigido sobre uno de los lados del octógono sertoriano, acogió la importante estación meteorológica (Garcés, 2013).105

En la inauguración del curso 1861-1862, y en la que fue su última intervención como director antes de su renuncia, volvió a referirse in extenso al «brillante estado en que se encuentra el Instituto»; sin embargo, lamentó que distaba mucho de «satisfacer las necesidades de una completa y esmerada educación» y declaró urgentes dos transformaciones de enjundia. Por un lado dice:

104. En la relación de fincas, censos y demás derechos que pertenecían al Instituto que elaboró el secretario Saturnino Fernández —documento fechado en Huesca el 11 de agosto de 1855 y custodiado en el AHUZ (4228[1])— se hacían constar trece casas en la ciudad de Huesca —todas arrendadas a particulares— y los colegios de Santiago y San Vicente —el primero arrendado al Ayuntamiento y el segundo al Hospital—, además de casas, graneros, bodegas y huertos situados en diversos pueblos de la provincia, fincas de cultivo —entre las que destacan por las rentas devengadas La Granja, en Los Molinos, y la Pardina de Orlato, en Nocito—, así como numerosos censos, treudos, títulos de deuda y vales no consolidados. Todo ello sumaba un valor total de 85779,10 reales. Los impagos y los retrasos en el cobro de muchas de las rentas fueron una constante que gravó de forma inmisericorde las arcas del Instituto, de modo que la venta de la práctica totalidad de aquellos bienes supuso a medio plazo un alivio y un auténtico saneamiento de sus finanzas. Con todo, como se ha dicho, los presupuestos siguieron adoleciendo de un importante déficit que hubo de ser cubierto gracias al arribo de fondos provinciales; por ejemplo, el presupuesto ordinario aprobado en septiembre de 1860 para el ejercicio del año 1861 preveía unos ingresos de 77559,62 reales —24000 provenientes de las matrículas y grados y 43559,62 de los bienes vendidos, según abono que debía hacer el tesoro público— y unos gastos de 144680 reales —la partida mayor, de 124000, para gastos de personal docente y no docente, y el resto para obras de reforma y mantenimiento, adquisición de libros y materiales para los diferentes gabinetes y cátedras—. 105. Las noticias y los juicios sobre los gobernadores pueden leerse en AHPHu, I/01038, Memoria[…] leída en la apertura del curso 1859-1860

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dado el extraordinario número de alumnos en la clase de dibujo lineal y de adorno, no es bastante capaz el local en que se da esta enseñanza, concebimos el proyecto de habilitar para este objeto la parte alta del edificio que mira al norte en donde antiguamente estaba la biblioteca de la suprimida Universidad. (AHPHu, I/01038, Memoria […] leída en la apertura del curso 1861-1862, p. 7)

Por otro lado señala también:

es preciso indispensable, de todo punto necesario, completar el levantamiento de un segundo cuerpo a la altura en que se encuentra el observatorio, que fue ya el pensamiento que presidió a la formación del plano presentado a Quinto Sertorio para construir este esbelto edificio, como lo atestigua el cuadro histórico que ahora mismo deja verse en el lienzo de este salón que ocupa la presidencia. (Ibidem, p. 9)

Y más adelante añade:

si tuviéramos la dicha de que el proyecto que me ocupa llegara a realizarse, se establecería en el mismo edificio de la enseñanza, el colegio de alumnos internos capaz de contener ciento y más colegiales, sin perjuicio de las oficinas consiguientes y habitaciones para los empleados, lo mismo que para el Director y sirvientes del Instituto. (Ibidem, p. 10)

Ventura, que había sido alumno de la Sertoriana, era perfectamente conocedor y consciente de los serios problemas estructurales que presentaba un edificio pensado y planificado en otro tiempo y para «una enseñanza únicamente especulativa». Las quejas, más o menos explícitas y argumentadas, acerca del déficit de las instalaciones, la falta de espacios o la ausencia de «jardín botánico» y de aulas apropiadas para impartir materias como el Dibujo o la Gimnasia fueron moneda corriente en las alocuciones de los directores en los actos académicos. El ambicioso proyecto de levantar una segunda planta para el edificio, que Ventura planteaba ya en 1861, resurgiría —para espanto de no pocos oscenses, con toda razón— a partir de los años diez del siglo siguiente, primero bajo la dirección de Juan Pablo Soler, que llegó a encargar un proyecto al arquitecto zaragozano Félix Navarro, y después durante la del catedrático de Matemáticas Benigno Baratech, cuando la presión demográfica del alumnado y los problemas de conservación del edificio (deplorable estado de los servicios y del saneamiento y la ventilación del centro, hundimiento de la cubierta del observatorio, filtraciones de agua en algunas cátedras, ruinosa situación de la casa de los porteros…) comenzaron a reconocerse como insoportables; sin embargo, poco a poco iría ganando terreno la demanda de la construcción de un edificio de nueva planta, dotado de instalaciones modernas y adecuadas para los fines del establecimiento y para la economía y la organización de los espacios que aconsejaba la nueva pedagogía. LOS

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De todos modos, más allá de las cuestiones de espacio, arquitectura y patrimonio, el gran problema que lastraba las enseñanzas que en el Instituto se impartían tenía su origen en las deficiencias que aquejaban a su claustro profesoral, marcado por la precariedad, la interinidad y el localismo endogámico de sus componentes. El corto número de catedráticos numerarios, la mayoría sin oposición, la importante presencia de auxiliares y supernumerarios mal preparados y peor remunerados, el eventual trasiego de catedráticos foranos y nómadas106 que rara vez permanecían en el claustro más allá de un curso escolar y el peso de la ominosa y conventual herencia, en fin, que todavía dominaba formas y contenidos de todo cuanto ocurría dentro del palacete sertoriano formaron parte de la gris cotidianidad de la dirección de Ventura y no comenzaron a disiparse hasta los años sesenta, cuando, además del ferrocarril, empezaron a llegar a la ciudad y al claustro de su Instituto algunos catedráticos como Soler Arqués, Ramón Sans, Blasco y Val, etcétera.

TENSIONES POLÍTICAS DESATADAS, EXPEDIENTE GUBERNATIVO Y RENUNCIA A LA DIRECCIÓN

Este peculiar y difícil equilibrio de poderes entre la Junta, el rectorado y el gobernador, que permitió a Ventura dirigir el Instituto sin demasiados sobresaltos, se quebró irremisiblemente a partir del verano de 1859 con la llegada a Huesca de un nuevo jefe político, el unionista Camilo Alonso Valdespino.107 Las relaciones entre gobernador y director del Instituto fueron difíciles desde un principio: Alonso estaba decidido a vigilar escrupulosamente el cumplimiento del nuevo Reglamento de Segunda Enseñanza (1859), emanado de la Ley Moyano, algo que seguramente incomodaba al catedrático oscense, acostumbrado a un modus operandi diferente y a unas requisitorias burocráticas mucho menos exigentes. El enfrentamiento tomó cuerpo a raíz de una visita al Instituto que Alonso realizó a mediados de diciembre de 1859 y que dio lugar a un durísimo oficio —fechado el 11 deenero de 1860— en contra de la gestión de Ventura que Alonso dirigió al presidente de la Junta Provincial del Instrucción Pública y al rector zaragozano. En el oficio, que sirvió a los efectos de formar el correspondiente «expediente de

106. La lista de los catedráticos nómadas de diversas materias que pasaron por el claustro oscense en aquellos diez o quince primeros años de funcionamiento del Instituto y que, dada su provisionalidad, no han podido ser objeto de inclusión en nuestra nómina es ciertamente larga: Godofredo Latorre, Bruno Alonso, Jacinto Montells, Vicente Calvo, José María Rodríguez Segarra, Pedro Novellas, Julián Bosque Aniento, José Orfois, etcétera.

107. Militar, importante teórico del constitucionalismo español, abogado y periodista, en Madrid trabajó en La Iberia y dirigió el periódico Las Cortes desde 1854. Fue autor de uno de los tratados de teoría política más importantes de la primera mitad del XIX, La ciencia constitucional y política, editado en Madrid en 1843, entre otras publicaciones.

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averiguación»,108 se señalaban hasta cuatro incumplimientos e irregularidades graves en relación con control y rendición de las cuentas del establecimiento, oscuridad en ejercicios económicos y desórdenes en la administración.109 Sea como fuere, los hechos se precipitaron, Ventura fue perdiendo la confianzade la mayoría de los miembros de la Junta, incluso la de algunos miembros del claustro —casos de Mauricio María Martínez, José Julio de la Fuente y Antonio Aquilué—,110 y el 29 de marzo Alonso no solo decretó el cese irrevocable de Ventura como director, sino que al día siguiente ordenó su detención —hecho escandaloso que se produjo a plena luz del día y en su propio despacho— y su traslado ante la autoridad judicial. En realidad la suspensión en el cargo duró solo un par de días gracias a la intervención del rector interino, a la sazón Jorge Sichar, que sintomáticamente llegó a convertir la manifiesta extralimitación de Alonso con Ventura en una afrenta a su propia autoridad académica. Así, en un despacho urgente dirigido al ministro de Fomento el 3 de abril, Sichar afirmaba con contundencia:

Se observa, en efecto, en los Gobernadores civiles [tendencia] a decidir con caracteres de superioridad [en] las cuestiones de instrucción pública […] o más bien se advierte en dichos señores una persuasión de que los encargados de ellas son dependientes suyos, y que el Rectorado mismo no es más que la jefatura de uno de los diferentes ramos subordinados a su gobierno. […] Y no vacilo en citar como una prueba de ello […] la misma comunicación del Gobernador de Huesca, que más que un parte a una autoridad se parece a un mandato al Rector para que cumpla lo decretado en la parte que le corresponda. (AGA, 32/08580)

La reposición de Ventura en el cargo —a la que Alonso se resistió alegando la existencia de delito, lo que provocó la intervención del propio ministro de Fomento en apoyo de la decisión del rector— no impidió que la apertura del expediente gubernativo siguiera su curso (Real Orden de 31 de marzo de 1860). En el marco de un ambiente realmente irrespirable, que trascendió más allá del centro docente —incluso se hizo eco de ello la prensa de Madrid—, se

108. A partir de diciembre de 1859 y hasta enero de 1861 estas averiguaciones, que devinieron enseguida en «expediente gubernativo», dieron lugar a una copiosa e intrincada documentación —entre comunicaciones, oficios, pliegos de cargos y descargos, informes, visitas de inspección, etcétera— que ha sido preciso rastrear en tres archivos: AHPHu (I/798/126), AHUZ (4228[1]) y AGA (32/08580). El citado oficio del 11 de enero de 1860 se encuentra en el AHUZ (4228[1]).

109. Al respecto pueden consultarse los oficios acusatorios del jefe político de 18 de enero (AHUZ 4228[1]) y 23 de junio de 1860 (AGA, 32/08580).

110. Los tres catedráticos numerarios del Instituto retiraron su apoyo a Ventura, según este, tal como le confesaba al rector en una carta del 17 de enero de 1861, cuando las aguas al fin parecían haberse apaciguado, «porque las influencias de aquella autoridad se dejaron sentir en el seno de parte de los profesores, en donde nunca debieron penetrar» (AHUZ, 4228[1]).

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sucedieron dos visitas especiales de inspección al Instituto, la del contador de la Hacienda provincial y la del consejero de Instrucción Pública y delegado regio Francisco Escudero y Azara.111 El largo informe manuscrito por este último112 tras llevar a cabo una exhaustiva inspección de tres días de duración no dejaba lugar a la duda: la gestión de Ventura no era merecedora de tacha ni había lugar a aceptar cargos de ocultación, ni mucho menos de fraude, en la administración económica; sin embargo, aun reconociendo que su gestión era responsable directa de las muchas mejoras que se habían realizado en el establecimiento desde su creación, se veía oportuna su sustitución:

considerando que su carácter fuerte y acaso hasta duro le ha proporcionado muchos de los disgustos de que ha sido víctima y que, con razón o sin ella, se ha ganado las simpatías de la mayoría inmensa de la población y puesto en desacuerdo con la Diputación Provincial hace ya mucho tiempo, considerando tambiénque contra su administración resultan cargos de negligencia en perjuicio del Instituto […], creo que será conveniente su cesación en el cargo de Director del Instituto, debiendo ser nombrado otro en su lugar, que reúna las circunstancias de ser catedrático propietario y extraño a la población y aun a la provincia, teniéndose en cuenta que en los sucesos ocurridos han entrado por mucho la envidia y los chismes de vecindad.

La juiciosa recomendación del auditor tardó casi un par de años en hacerse realmente efectiva. En el discurso inaugural del curso académico 1862-1863, el último de su mandato, Ventura, con la solemnidad y la abultada retórica al uso, anunció su irrevocable decisión:

[Esta es] la última vez que pienso hablar desde la tribuna que ocupo con el carácter de Jefe del establecimiento que indignamente vengo dirigiendo once

111. Francisco Escudero y Azara (Azara, Huesca, 1805 – Madrid, 1872), perteneciente a una de las familias más opulentas de la provincia, era catedrático de Historia de la Iglesia en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid e inspector general de primera enseñanza. Escudero conocía perfectamente aquel paño: había sido estudiante de bachiller, licenciado y doctor en cánones en la Universidad de Huesca y desde 1834 hasta 1845 había desempeñado en dicha institución la cátedra de Instituciones Canónicas y Decretales y después la de Teología; tras la clausura de la Sertoriana había pasado a la Universidad de Madrid, donde desarrolló una brillante carrera académica que compaginó con otra no menos larga y fecunda en la política, primero como diputado en el Congreso y después como senador vitalicio. En los años cincuenta, este inteligente jurista y parlamentario liberal jugó un papel relevante frente al ultramontanismo como representante de la «mejor tradición regalista, erudita e ilustrada», que buscó la reconciliación entre Iglesia y Estado —una visión, por cierto, que tendría su reflejo en la Ley Moyano de 1857—, todo ello, evidentemente, antes de que llegara a producirse la ruptura definitiva de una parte del liberalismo español con la Iglesia católica (Ramón Solans, 2012). Sobre la historia de los primeros pasos de la Inspección General tras la publicación de la Ley Moyano y el papel del patricio oscense en ella puede consultarse con provecho López del Castillo (2013). 112. Fechado el 23 de junio de 1860 y custodiado en el AGA (32/08580).

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años consecutivos, por haber elevado reverentemente a los pies del trono, la dimisión del espinoso destino con que me honrara S. M. la Reina q. D. g. Me cumple el deber de significar, por término de las penosas tareas de Director, el vivo sentimiento de la más imperecedera gratitud a cuantos de buena fe me han prestado sus servicios o auxiliado con sus consejos, a engrandecer este Instituto y elevarlo a la altura del crédito en que se encuentra, a despecho de ruines pasiones con que siempre tiene que luchar el celo de los honrados funcionarios públicos. […] Por lo demás, aquellos miserables que han visto con grima los progresos morales y materiales de su Director, no esperen jamás de mi boca palabras duras, ni censuras acres. (AHPHu, I/01038, Memoria […] leída en la apertura del curso 1862-1863, pp. 20-21)

En definitiva, el conflicto entre Ventura y Alonso Valdespino fue producto expresivo de un tiempo convulso de acomodación de equilibrios entre poderes locales y central en el marco de la consolidación de una institución de naturaleza estatal pero financiada desde la administración provincial, todo ello en un contexto cerrado, asfixiante y endogámico como era el de la capital oscense. Parece evidente que hubo cierta negligencia y manifiestos descuidos y opacidades en la gestión de las rentas del Instituto113 por parte de Vicente Ventura, pero nada que justificara ni su arresto ni su destitución fulminantes. Contribuyeron —y no poco— al enconamiento contra el director la chismografía local y las malas relaciones que el personaje, Ventura, arisco y poco dado a la lisonja, había ido cosechando con sectores importantes e influyentes de la política local con mando en la Diputación. Es evidente, también, que por parte de Alonso Valdespino hubo precipitación, exceso de celo, imprudencia y poca sindéresis. En suma, hubo mucho de choque de caracteres, prepotencias y arrogancias masculinas en el marco de un conflicto de poderes y atribuciones.

En el fondo estamos ante la manifestación de una pugna subyacente por el control de la administración de los institutos: el celo centralizador y fiscalizador de la Dirección General de Instrucción Pública y de los jefes políticos o gobernadores provinciales —especialmente de los vinculados al progresismo durante el Gobierno largo de O’Donnell, Camilo Alonso Valdespino (1859-1860) y su sucesor en el cargo Juan Alonso Colmenares (18601863)— versus la autonomía y el fuero universitarios. De ahí que Ventura

113. Del análisis de la documentación se deducen las dificultades que encontraron el Instituto y la Junta Provincial para gestionar, entre 1855 y 1859, el proceso de desamortización y venta de los bienes, los derechos y las propiedades del centro. A la dificultad del proceso, derivada de una errónea descripción de los bienes o de errores en los nombres y la vecindad de muchos de los adquirientes, se sumaron deficiencias en la gestión. El propio Ventura, reconoció en su descargo, el 15 de noviembre de 1860, que había demasiados asuntos que atender en la administración del Instituto para una sola persona: «el cargo de Secretario en el centro intimida a todos los profesores, nadie quiere serlo y las dimisiones se suceden» (AHUZ, 4228[1]).

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reaccionara airado ante la intromisión y recabara el apoyo del rector. Posiblemente este conflicto de fueros pesó más que las propias desavenencias personales, políticas o incluso ideológicas… Sin duda el tono acre que mantuvo el intercambio de informes y providencias entre el poder académico y el político se convirtió en el mejor de los subterfugios para terminar sobreseyendo los cargos que, basados en indicios sin pruebas, llegaron a recaer en la persona del director del Instituto.

El 5 de noviembre de 1862 Vicente Ventura presentó finalmente su dimisión como director del Instituto. Fue sustituido por Ramón Sans Rives. Lo cierto y verdad es que, más allá de la inevitabilidad de su renuncia, pues su posición en el cargo se hacía insostenible, el abogado y catedrático Ventura siguió siendo un poder fáctico y sumamente activo en el claustro del Instituto oscense. De hecho, durante el mandato de Sans (1863-1865), y también en el de su amigo Mauricio María Martínez Herrero (1866-1868), su presencia y su capacidad de influencia se hicieron notar a tal punto que el propio rector González Huerba escribía en 1865 al por entonces director general del ramo Eugenio de Ochoa sobre las intrigas y los manejos del exdirector en los siguientes términos:

Don Vicente […] no mira ni mirará nunca con indiferencia que ocupe su antiguo puesto y le mande otro que no sea obediente a sus consejos y se someta a su dirección. […] Ahora que le es desfavorable el Sr. Gobernador civil ha creído por otra parte que podría contar con el apoyo de usted [Eugenio de Ochoa] para deshacerse del director y tener otro de su devoción, conociendo que no puede verlo al mismo a causa del expediente que se le formó, y ha compilado ese cúmulo de cargos rebuscados que contiene la exposición que ha firmado Aquilué, menos previsor y resentido y se ha llevado a su lado a don Antonio Vidal con la esperanza de sucederle mediante su influencia y amistad con usted.

[…] Si no fuera por don Vicente Ventura todo iría bien, según la opinión generalizada entre las gentes imparciales, pero estando al ni mandando ni sin mandar, será difícil conseguir buena armonía entre todos.114 (AHUZ, 4228[4])

LA ALARGADA SOMBRA DE VENTURA Y LOS SUYOS

Ventura se casó con Teresa Nasarre, de familia bien posicionada en Ayerbe, que murió en 1863 dejando los cinco hijos del matrimonio, Rómulo,

114. El rector hacía referencia directa a la actitud abiertamente hostil e intrigante que, como se recordará, Ventura adoptó con ocasión del expediente incoado a su conmilitón Antonio Aquilué durante la dirección de Sans Rives. Con ocasión del primero de aquellos expedientes, el rector había solicitado también la opinión del taimado canónigo Vicente Carderera, quien se refirió a Ventura en términos muy desaprobatorios: «cualquiera que sea el jefe se encontrará siempre con una oposición que puede considerarse invencible, porque no vacila en prescindir de la moral, de la ley y hasta del sentido común para conseguir sus fines. El hombre autor de todos estos males […] nunca carecerá de dóciles instrumentos como los dos que ahora explota» (AHUZ, 4228[4]).

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Rosario, Manuel —fallecidos prematuramente—, Delfina y María. Delfina casó con el terrateniente Anselmo Mur Mateo —y fueron padres del conocido publicista conservador Luis Mur Ventura (1878-1939), que llegó a ser profesor auxiliar de Letras del Instituto y personaje influyente, en las bambalinas del establecimiento, durante el primer tercio del siglo XX—. La más pequeña, María, casó con el abogado y banquero Mariano Sánchez Gastón, jacetano afincado en Zaragoza que sería regidor de la ciudad del Ebro y fundador de la afamada casa de banca Sánchez y Compañía. Uno de los hijos de este matrimonio, José María Sánchez-Ventura,115 mantuvo una estrecha relación con su primo Luis Mur que los llevó a compartir militancias en defensa de la causa de la propiedad agraria —entre otras lides— desde posiciones ideológicas derechistas con un sesgo crecientemente autoritario (Sanz, 2005). De este modo, los Ventura Nasarre se convirtieron en los fundadores de una estirpe familiar influyente que supo sacar partido de la acumulación de capital agrario y financiero, contribuyendo de forma sustantiva, ante el fracaso del régimen restauracionista, a la articulación de una alternativa política de derecha radical autoritaria frente a la democratización del Estado.

En las antípodas de su hermano José María estaba el otro vástago de la familia y también nieto de don Vicente, el doctor en Filosofía y Letras RafaelSánchez Ventura, intelectual relevante, historiador del arte, museógrafo, diplomático republicano y militante anarcocomunista. Catedrático auxiliar de la Universidad de Zaragoza y convenientemente depurado por el férvido rector franquista Gonzalo Calamita Álvarez, hubo de tomar el camino del exilio en 1939.116

115. Elocuente la fusión en uno de los dos apellidos mediante un discreto guion, todo un símbolo del poder de la rancia oligarquía agrofinanciera aragonesa. José María Sánchez-Ventura y Gastón (1890-1961), abogado y periodista (fue muchos años director del órgano más representativo de la buena prensa zaragozana, El Noticiero), se convertiría en uno de los más destacados exponentes del potente catolicismo social zaragozano y llegaría a desempeñar cargos significativos en la dictadura primorriverista y después como diputado de la CEDA en las Cortes de la República. Más tarde, integrado en el núcleo de FET y de las JONS, inicialmente de la mano del propio Serrano Suñer, en los años cuarenta fue nombrado primero gobernador civil de Teruel y después alcalde de Zaragoza, además de ocupar otros muchos puestos de responsabilidad durante el franquismo. Su hijo, el también zaragozano José María Sánchez-Ventura Pascual (1922-2017), jurista, financiero y notorio político franquista, ejerció asimismo importantes cargos, entre ellos el de ministro de Justicia del último Gobierno del infausto Arias Navarro, el Carnicerito de Málaga, hasta diciembre de 1975.

116. Rafael Sánchez Ventura (1897-1984) —sin guion entre los dos apellidos—, amigo del normalista y celebrado artista plástico comprometido con el anarcosindicalismo Ramón Acín, fue, entre otras cosas, el descubridor del singular conjunto de iglesias mozárabes-románicas de la comarca del Serrablo (Huesca), además de colaborador necesario de la llamada Sublevación de Jaca (1930). Amigo de Neruda, Altolaguirre y de otros muchos poetas e intelectuales con los que coincidió en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, fue también compañero

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El de Hecho fue un hombre ambicioso, de temperamento fuerte117 y genio muy vivo —recuérdese su enfrentamiento personal, siendo todavía muy joven, con Martín Palacín para hacerse con la dirección del Instituto en el primer año de su creación— con una activa vida pública en Huesca y provincia. Ideológicamente se situaba en el moderantismo en los años cuarenta y, aunque eventualmente y por conveniencia, como tantos, abrazara el unionismo en el 54, rápidamente fue evolucionando hacia un conservadurismo cada vez más intransigente (no fueron ajenos a ello los problemas con su expediente disciplinario) y ya tras la Gloriosa se identificó abiertamente con el canovismo y con el conservadurismo católico más rancio, que cultivó al lado del sector más ultramontano del claustro del Instituto, integrado por Aquilué, León Abadías, Serafín Casas y Antonio Vidal, entre otros, como tendremos ocasión de analizar por menudo. En los ochenta pasó a convertirse, junto a Anselmo Sopena, en el brazo derecho del cacique canovista Antonio Naya, barón de Alcalá, en el partido de Huesca. Ejerció como abogado y fue decano de su colegio profesional en 1855 y 1872. Desempeñó numerosos cargos públicos: en varias ocasiones fue vocal de las juntas de Instrucción Pública, de Estadística, de Monumentos Históricos y Artísticos y de Agricultura, Industria y Comercio; durante cinco años, entre 1877 y 1882 (Frías, 1992), fue diputado provincial en las filas del conservadurismo canovista por los partidos de Jaca y Huesca, además de presidente de la Diputación Provincial, consejero del Banco de España e, interinamente, gobernador de la provincia.

VENTURA COMO CATEDRÁTICO DE LÓGICA, PSICOLOGÍA Y ÉTICA

Al decir de Ramón y Cajal en Recuerdos de mi vida (cit. en Dolç, 1952: 114), Ventura era «maestro docto y celoso, cuya voz ronca y nasal deslucía un tanto la brillantez de su oratoria». Profundamente religioso, Cajal recuerda

de Lorca y Buñuel en la Residencia de Estudiantes y colaboró estrechamente con este último en la realización del documental Las Hurdes: tierra sin pan (1933), que ayudó a costear Acín. Durante la guerra fue miembro de la Junta Nacional de Protección del Tesoro Artístico Español, representó al Gobierno de República española en el entierro de Antonio Machado en Colliure (Francia) y antes de partir a su exilio mexicano, cuando la ciudad aún no había caído bajo el III Reich, logró rescatar en París parte del valioso material fotográfico de sus amigos Robert Capa, David Seymour y Gerda Taro —la famosa maleta mexicana—. El mentado rector Calamita, concejal cedista además de catedrático de Química, era presidente de la empresa Talleres Mercier de Zaragoza, y junto con los Claramunt, los Baselga, los Yarza, los Mompeón y otras familias de la oligarquía agraria, industrial y financiera zaragozana constituyó un apoyo social estratégico para el triunfo de la sublevación militar en la Zaragoza de 1936 (Alcalde, 2010).

117. «Carácter fuerte y casi duro», reitera en tres ocasiones el delegado regio Francisco Escudero y Azara en la prolija memoria manuscrita, ya citada, firmada en junio de 1860 con ocasión del expediente incoado a Ventura por su gestión como director (AGA, 32/08580).

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haberlo visto postrado «horas enteras en la catedral con los brazos en cruz y el alma en éxtasis» y revela con no poca sorna que sus palabras «traducían la robusta fe del creyente más que la crítica razonada del filósofo». Ventura era «panegirista de la religión y orador pomposo, de apóstrofes vibrantes de apostólica indignación contra el error materialista y la impiedad protestante». Recalcitrante escolástico, de cuando en cuando, «arrastrado por su fogosidad tribunicia, se exaltaba, poniendo de chupa de dómine a Locke, a Condillac y, sobre todo, a Rousseau y a Voltaire». Cajal reconoce que a fuerza de escucharle escarnios contra los racionalistas terminaron por resultarles «simpáticos». En efecto, el concepto de educación que esgrimía nuestro catedrático de Psicología, Ideología y Lógica se nutría aún en buena medida en las fuentes de la más rancia escolástica que había adquirido con sumo provecho como discípulo de la levítica Universidad oscense, si bien este escolasticismo tradicional terminaría en la práctica por diluirse para nutrir y devenir en una suerte de espiritualismo ecléctico —en línea con la obra de Victor Cousin y de la mano del ubicuo manual del catedrático del San Isidro madrileño Pedro Felipe Monlau—118 que adoptó el individualismo burgués liberal como ideología dominante y que precisamente tuvo en la asignatura de la que fue titular Vicente Ventura uno de sus canales de difusión más importantes y eficaces en la construcción social y en las estructuras del sentir de las emergentes clases medias; eso sí, en el marco de la aceptación de los dogmas tradicionales.119

A menudo, en sus alocuciones como director en los actos académicos de inauguración de curso, solía dirigirse en estos inequívocos términos a los profesores del claustro:

nuestra misión es tan noble como difícil, porque nosotros dirigimos el árbol de la vida y debemos cultivarlo con incansable esmero. Demos a nuestros queridos alumnos, a la par que instrucción científica y literaria, la más precisa en Moral y Religión, que será el aroma que impida la corrupción de su ciencia.

118. Texto escolar utilizado en el Instituto cuya esforzada lectura evoca el propio Ramón y Cajal en Recuerdos de mi vida, donde más adelante reconoce hasta qué punto contribuyó a hacer de él un «ferviente y exagerado espiritualista».

119. Sobre la gestación y la regulación de la disciplina de Psicología, Ideología, Lógica y Ética —precedente inmediato de la actual asignatura de Filosofía— para la segunda enseñanza en el marco de las reformas educativas liberales de los años cuarenta y su significación no solo desde el punto de vista de la historia de las ideas, sino también desde una perspectiva social y cultural más amplia, pueden verse con sumo provecho los trabajos de Heredia (1982) y Novella (2010). Para un conocimiento del Sattelzeit que en el plano conceptual experimenta el periodo que nos ocupa —verbi gratia, conceptos como los de individualismo, ciudadanía, clase media, propiedad…— es de consulta obligada el diccionario dirigido por Fernández Sebastián y Fuentes (2002).

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Su credo pedagógico era simple, pero reproducía al dictado el régimen de verdad consagrado a partir de la tradición de la Ratio Studiorum jesuítica, que se adaptaba perfectamente a la secular lógica de la selección natural de los talentos al gusto del liberalismo doctrinario: «Haced agradables las sólidas doctrinas que enseñáis: contad con la diversidad de talentos, para elevar a unos, acomodaros a otros; haceros útiles y propicios a todos». Y ello, por supuesto, en el marco de un credo ideológico cada vez más escorado a un inequívoco integrismo católico:

Tened muy presente, en fin, que el elemento religioso debe entrar por mucho en todo sistema de instrucción, porque la Religión, sin oponerse a los progresos de las Ciencias y las Artes, es la que puede más eficazmente prevenir las transformaciones sociales que nos amenazan.120

Lo cierto es que estas expresiones de Ventura se comprenden mejor si recordamos que a partir de los años sesenta, y muy particularmente con posterioridad al Sexenio Democrático, dos corrientes de pensamiento comienzan a disputarse la hegemonía ideológica en el campo de la educaciónfilosófica: la neoescolástica católica y el idealismo krausista. Sin embargo, y admitiendo las evidentes diferencias y divergencias doctrinales entre ambas tendencias y su plasmación en opuestas culturas políticas, puede decirse que los docentes formados o alineados en las filas del eclecticismo, la neoescolástica o el krausismo participaron durante décadas —al menos hasta el pernio del siglo— de un mismo programa pedagógico, un programa que, articulado por el nuevo Estado liberal, los llevó a transmitir a los estudiantes una serie muy semejante de axiomas sobre el psiquismo y la naturaleza humana, que conformaban el numen sobre el que se construyó la subjetividad triunfante del Homo oeconomicus del individualismo liberal.

LA DERIVA FINAL DE VENTURA HACIA EL INTEGRISMO CATÓLICO

Ya casi en la recta final de su carrera profesional, Ventura volvió a ser designado director del Instituto, cargo que esta vez ocupó por un periodo escasamente superior a un año: entre julio de 1884 y diciembre de 1885, fecha en que presentó su renuncia. El cese de Manuel López Bastarán como director del Instituto y el consiguiente nombramiento de Ventura al final del curso 1883-1884 se produjo por decisión del nuevo gobernador, el conservador Nicolás de Castro, en el marco del retorno del canovismo al Gobierno de la nación —con la facción pidalista al frente de Fomento—, entre enero de

120. Los textos transcritos pertenecen a la Memoria […] leída en la apertura del curso 18621863, pp. 21 y 22 (AHPHu, I/01038).

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1884 y noviembre de 1885. Durante su nuevo mandato en la más importante institución académica de la provincia podríamos decir que su actividad pública se radicalizó del lado de lo más granado del ultramontanismo oscense, bien representado en el claustro del Instituto de la mano de antiguos colegas como Aquilué o Martín Puértolas y de otros algo más jóvenes, como Serafín Casas o Antonio Vidal. El esperpéntico episodio en el que participaron de manera activa —y por escrito— en la condena del discurso del rector madrileño Miguel Morayta y Sagrario (1834-1917), alineándose con las posiciones más retrógradas del episcopado hispano y yendo incluso más allá de lo que el jefe de filas del integrismo y a la sazón ministro de Fomento, Alejandro Pidal y Mon, estaba en disposición de defender, convirtió a los cinco catedráticos oscenses, con Vicente Ventura y Serafín Casas a la cabeza,121 en motivo de chanza y argumento fácil para infinidad de sueltos de la prensa liberal. Como una errada intempestiva, más papista que el propio papa, lo presentó desde el primer momento El Diario de Huesca:

al dirigir su carta-protesta a La Unión, creyeron sin duda agradar a su patrono el ministro de Fomento, y resulta que la algarada protestante está urdida por los verdaderos integristas de El Siglo Futuro, en daño del señor Pidal y sus huestes mestizas.

Plancha se llama esta figura, pero plancha fenomenal y de fatales consecuencias para la conservación de su cómodo y aprovechado equilibrio de actualidad en lo porvenir.

Inconvenientes de alumbrar con dos velas, una a San Miguel y otra al diablo. (El Diario de Huesca, 20 de noviembre de 1884, p. 13)

¿no sería mejor que esos profesores cumpliesen el deber que invocan de renunciar a la razón y a la actividad propias, enseñando desde el púlpito o desde el confesionario? (El Diario de Huesca, 21 de noviembre, p. 15]

El Diario de Huesca, órgano oficialísimo del posibilismo republicano y propiedad del cacique oscense por antonomasia, Manuel Camo, no perdió ocasión para presentar la gestión de Vicente Ventura a lo largo de aquel aciago año al frente del Instituto y de la Junta Provincial de Instrucción Pública como un cúmulo de excentricidades y desafueros perpetrados por él, por sus amigos políticos y, de fondo, por la figura del odiado gobernador autócrata Nicolás de Castro. La guinda del pastel llegó en noviembre de 1885, tras la filtración de los tendenciosos comentarios y las actitudes de Ventura y Puértolas, presidente y vocal respectivamente del tribunal de las oposiciones para cubrir la dirección de la escuela de párvulos municipal, contra uno de los dos

121. Véase con detalle el caso en la biografía de este último.

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candidatos: el significado maestro José Fatás Bailo.122 De conocida inclinación republicana y democrática, Fatás, que al parecer disponía de méritos acreditados frente a su contrincante y además había realizado un brillante ejercicio práctico, se quedó sin plaza contra el criterio del director de la Normal y del propio inspector de escuelas, ambos también jueces en aquella lid. El asunto provocó una gran polvareda en la prensa regional, desde el Diario de Avisos de Zaragoza hasta El Norte de Aragón o El Ramo, donde la pluma de Fatás asomó con frecuencia. Incluso algún diario de la prensa madrileña no dudó en afirmar que la postergación de Fatás se había producido por motivos políticos, «solo porque es demócrata», a lo que el gacetillero de El Diario de Huesca, que transcribía la nota, no dudaba añadir:

Es verdad, y porque presidió el tribunal un ex-miliciano del 54 de similor y ojalatero durante la última guerra civil, que oficia ahora de mestizo y recibe gracias y empleos de la situación, y que es por temperamento y por hábito el más propicio para ayudar a la satisfacción de las mayores arbitrariedades y pequeñeces de bandería.

Confiesa y comulga tres o cuatro veces por semana, aunque las gentes, hasta las timoratas y beatas se sonríen maliciosamente al comparar los actos del hombre con los alardes y exhibiciones del católico. (El Diario de Huesca, 11 de noviembre de 1885, p. 9)

La pronta dimisión de Ventura a primeros del mes de diciembre de 1885 evitó un cese que había de ser fulminante de la mano del retorno de Sagasta al poder y del consiguiente cambio de gobernador provincial. La dirección del Instituto volvió a las manos del añorado por muchos Manuel López Bastarán; a los efectos, el director por antonomasia de la normalidad restauracionista, como tendremos ocasión de mostrar.

No cabe duda de que el abogado y catedrático de Psicología, Lógica y Filosofía Vicente Ventura Solana, con sus cuarenta y siete años ininterrumpidos de servicio en la casa (1845-1892) —trece como guadianesco director— y su influyente posición en la vida política de la ciudad y la provincia

122. Nacido en la localidad oscense de Bernués en 1839 y fallecido en Huesca en 1912. Formado en la Normal oscense y en la Central de Madrid, fue durante muchos años maestro en Sariñena. Llegó a ser profesor auxiliar de la sección de Letras de la Escuela Normal de Huesca y secretario de la Junta Provincial de Instrucción. También impartió clases como auxiliar de Derecho y Legislación Escolar en el Instituto Provincial a partir de 1902 (AHPHu, I/797/38). Ferviente camista y amigo personal del cacique posibilista, además fundó y dirigió a partir de 1879 el semanario «de propaganda pedagógica y en defensa de los intereses de maestros y escuelas» El Ramo y fue colaborador habitual de El Diario de Huesca, del que llegó a ser director. Se le ha considerado, junto a su hermano Guillermo, miembro de una saga de relevantes educadores y pedagogos aragoneses.

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durante el periodo isabelino y los primeros años de la Restauración canovista, fue un personaje clave en el devenir del Instituto durante su primer medio siglo de existencia. Ventura formó parte de una generación de varones ejemplares y selectos, hijos de la Revolución Liberal, que hubo de tejer nuevas y viejas solidaridades reforzadas por el vínculo de la propiedad privada y el disfrute de un exclusivo y privativo derecho al sufragio. El Instituto Provincial de Segunda Enseñanza fue en buenísima medida uno de los frutos más logrados e importantes de ese proyecto social y civilizatorio a cuya erección Ventura y otros muchos, como vamos viendo, contribuyeron de forma descollante. Como miembro destacado de tan elitista fratría, su peso específico en la construcción de la forma de ser y sentir de la oligarquía política local fue significativo, y podría decirse que su herencia simbólica —su habitus, su forma de estar y ocupar el espacio público, ese capital familiar, relacional y social del que habla Pierre Bourdieu (1998 y 2000)— se proyectó y se reprodujo en el rancio provincianismo y en el conservadurismo de la derecha católica que caracterizó el ethos de las clases neutras oscenses al menos hasta bien entrado el siglo XX. Esas nuevas generaciones de oscenses, gentes de orden, buenas gentes de Huesca, encarnaron con orgullo indisimulado la defensa del statu quo, protagonizaron el cambio de siglo y encararon con determinación —y también, cuando hizo falta, con manifiesta osadía y crueldad— la irrupción de las masas en la vida en la vida política y social —ese turbador y desafiante problema que alguien bautizó como cuestión social y que, de forma mucho más abierta y connotada, identificaremos como lucha de clases—.

En ese contexto, el Instituto fue un espacio perfectamente diseñado y pensado para propiciar el encuentro intergeneracional, para reproducir valores, experiencias y relaciones sociales inveteradas y para facilitar coartadas (léase títulos y reconocimientos oficiales) que legitimaran el ascenso social de los retoños de las elites locales y provinciales, pero al mismo tiempo, no lo olvidemos, el Instituto no pudo nunca evitar ser también, y cada vez más, campo de batalla y lugar de confrontación de ideologías, creencias y proyectos con frecuencia discrepantes entre sí, hasta un punto que posiblemente Vicente Ventura Solana no llegó siquiera a imaginar.

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MAURICIO MARÍA MARTÍNEZ HERRERO:

ALARGADA (Y LONGEVA) SOMBRA SERTORIANA EN LA CÁTEDRA DE MATEMÁTICAS

(Huesca, NUNVJNVNN)

Miembro de la oligarquía propietaria de la Huesca de la primera mitad del siglo, don Mauricio fue, junto a Puértolas, Pérez Muro, Aquilué o el propio Ventura, uno de los profesores más longevos y de más dilatada trayectoria profesional de la casa. Compañero de estudios en la Sertoriana y posteriormente de escalafón, permaneció como miembro del claustro del Instituto, junto a Vicente Ventura, durante cuarenta y seis años ininterrumpidos. Martínez Herrero obtuvo el grado de bachiller en Filosofía y Leyes en la Universidad de Huesca en 1836; posteriormente, entre 1836 y 1842, la licenciatura y el doctorado en Jurisprudencia. Por otro lado, en la Sociedad de Amigos del País zaragozana cursó también un año de Matemáticas y Geografía Astronómica, Física y Política. Comenzó su carrera docente ejerciendo entre 1842 y 1845 como catedrático sustituto de Matemáticas Elementales en la propia Sertoriana. Un certificado de su último rector, Jorge Sichar, fechado el 5 de febrero de 1845, lo reputó como persona con buena aptitud para la enseñanza («podrá llegar a ser superior si continúa enseñando, porque tiene talento y aplicación»), asiduidad y celo y buena conducta moral (AGA, 32/08322).

Con la creación del Instituto, la Junta Inspectora lo nombró profesor sustituto de Matemáticas Elementales el 15 de octubre de 1845. Ejerció como regente de esta asignatura y de la de Geografía desde 1846 hasta el 19 de abril de 1851, cuando fue nombrado catedrático de Matemáticas en propiedad y sin oposición.123 Durante la década de los años cincuenta actuó en varias ocasiones como director en ausencia del titular, Vicente Ventura. Fue

123. En el escalafón de 1861 figura con el número 207, justo detrás de Vicente Ventura.

NQN
ÍNDICE

nombrado vicedirector desde 1862 y director entre 1866 y octubre de 1868. Permaneció al frente de la cátedra hasta su jubilación, en 1892. El expediente de Martínez Herrero es interesante para comprobar el control público y político que existía a la hora de garantizar la profesionalidad de los primeros regentes de las cátedras de instituto. El entonces jefe político de la provincia, Manuel Estremera Muñiz, se despachaba así en su informe del 13 de julio de 1849, tras una visita de inspección girada al centro en marzo del mismo año, sobre el celo de los docentes oscenses del recién creado Instituto:

los profesores, en general, gozan en el público y entre los alumnos el concepto de personas muy entendidas bajo el aspecto literario, de buena moral y de modales decorosos, salvo algunas excepciones, entre las cuales, por supuesto, no se comprende a Martínez. (AGA, 32/08323)

Como Julián Pérez Muro, Vicente Ventura y otros profesores y exalumnos de la Sertoriana,124 estuvo vinculado al Liceo Artístico y Literario de Huesca, la primera iniciativa secular de carácter cultural y recreativo de cierta entidad —aunque de exigua vida— que se gestó en la ciudad liberal. Ubicado en el Coso, el Liceo evidenció en cierto modo, tras centurias de hegemonía catedralicia y universitaria, un paulatino desplazamiento del «eje topográfico-cultural» (Ara, 2004b). Martínez, como Ventura, ejerció desde 1844 la abogacía, actividad profesional que en alguna medida devino principal en el caso del catedrático que nos ocupa, que llegó a ser decano de su colegio profesional en tres ocasiones: 1867, 1876 y 1893. Fue miembro correspondiente de varias academias (Arqueología, Bellas Artes de San Fernando y de la Historia) y vocal de la Junta de Instrucción Pública de la provincia, de la de Agricultura, Industria y Comercio y de la de Estadística, entre otras actividades públicas. Su presencia y su intervención en la Junta Inspectora fueron relevantes e influyentes en los primeros veinte años de existencia del establecimiento, aunque fueron declinando hasta apagarse por completo a partir del Sexenio Democrático.

Martínez Herrero fue un hombre profundamente conservador, como corresponde a un conspicuo representante de la oligarquía moderada, y católico, posiciones que fue radicalizando, como ocurrió con otros colegas, a partir del Bienio Progresista. En el discurso de inauguración del curso 1866-1867, a dos años de la Gloriosa, dirigió unas palabras al alumnado

124. Caso de Pascual Gonzalvo, Pedro María Escudero, Mariano Lasala, Pedro Perena o el propio Jorge Sichar y, por supuesto, su hermano el abogado y literato Bartolomé Martínez Herrero.

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Examen de ingreso realizado por Basilio Paraíso Lasús (Laluenga, Huesca, 1849 –Madrid, 1930), alumno del Instituto de Huesca entre 1864 y 1869. Se licenció en Medicina, pero no ejerció. Afincado en Zaragoza, fue un reputado industrial, así como un importante político regeneracionista, junto a Joaquín Costa Martínez y Santiago Alba Bonifaz; con el vallisoletano fundó el partido Unión Nacional.

(Archivo Histórico Provincial de Huesca)

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que revelan el talante reaccionario de su pensamiento en modo alguno extraño al sentir de un buen número de sus colegas de claustro:

asistid con asiduidad a las Cátedras, llegando a ellas con la preparación debida. Nunca os dejéis llevar de ideas perniciosas. La religión católica, única verdadera, con los grandes destellos de luz que difunde, os hará conocer qué ideas os precipitan en insondable abismo y os presentará las que os guían a la felicidad eterna. (AHPHu, I/01037, Memoria […] leída en la apertura del curso 18661867, p. 4)

Su segundo discurso como director, al comienzo del curso siguiente (1867-1868), fue, si cabe, mucho más explícito e incisivo. En él, el exprofesor de la Sertoriana, exhibiendo una considerable ignorancia en el campo del pensamiento filosófico, arremetió sin concesiones contra el racionalismo germánico, que plagado de paradojas y revestido de seductora fraseología, ha producido consecuencias tan lamentables tanto en la ciencia como en la sociedad humana; racionalismo a quien es debida la funesta reaparición del positivismo franco-británico, que tan perjudicial es a la ciencia como a la virtud. (AHPHu, I/01038, Memoria […] leída en la apertura del curso 1867-1868,p. 4)

Rehén del estricto protocolo académico a que el Reglamento de 1867 había sometido los otrora retóricos e interminables discursos de inauguración de curso, Mauricio María Martínez se lamentaba de no poder explayarse como quisiera en sus críticas, sin por ello dejar algunas perlas que no nos resistimos a transcribir:

disertaría también con sumo placer contra las excentricidades proudhonianas […] o contra los delirios de Krause, originados precisamente de la absurdidad de gran magnitud en la apreciación errónea de los más importantes fenómenos psicológicos. (Ibidem, p. 5)

Desde los setenta hasta su jubilación, su dedicación profesional a la abogacía desplazó claramente su atención a la cátedra y el Instituto pasó a un segundo plano: su presencia en el claustro tendió a pasar inadvertida. Gran parte de sus clases fueron impartidas, especialmente a partir de 1866, por profesores sustitutos como Benjamín Riego y Fernández Vallín (1844-1911)125 y más adelante por otros catedráticos propietarios como

125. Este asturiano llegó al Insituto de Huesca en calidad de profesor auxiliar en 1866 y permaneció en su claustro hasta 1869, primero en la cátedra de Matemáticas y durante el curso

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Manuel Labajo Pérez (1866-1871), José María Villafañe y Viñals (18711881) o Ángel Fernández Enciso (1881-1908). Con todo, su condición de decano de los catedráticos vivos del claustro oscense durante casi veinte años —desde el deceso de Ventura— le granjeó el homenaje y el recuerdo de los claustrales en el momento de su fallecimiento.126

1868-1869 en la de Agricultura. Paradigma del nomadismo profesoral, este docente culto, librepensador, apasionado de la fotografía, poco amigo de los chismorreos claustrales y provincianos y preocupado por la docencia pasó después por varios institutos de Andalucía hasta que en 1881 regresó a su Asturias natal, ya como catedrático de Matemáticas por oposición. Durante su estancia en el Instituto oscense, en los sesenta, escribió con frecuencia en el periódico liberal El Alto Aragón y fue profesor de Joaquín Costa, con quien mantuvo una relación amistosa y larga en el tiempo que no ha mucho fue dada a conocer por el llorado historiador Alberto Gil Novales (2010). En una de sus misivas, escrita en la Navidad de 1894, el asturiano se dirigía en estos términos a Costa: «si mi posición no es brillante, me doy por contento, ya porque nunca he tenido grandes ambiciones, ya porque mis necesidades son modestas, ya también porque no me ocupo más que de mi cátedra, de mi casa, de libros que ni de cerca ni de lejos se relacionan con la abominable política, y de la fotografía, que es ahora mi “chifladura”, como en Andalucía lo fueron los caballos: así, con modestas aspiraciones, con la paz y tranquilidad del hogar propio, y con ocupaciones que ni pongan en tensión los nervios ni aumenten o exacerben la secreción biliosa, se pasa relativamente bien esta corta vida». La carta está depositada en el Fondo Joaquín Costa del AHPHu. 126. Véase el acta de la sesión de claustro del 28 de marzo de 1911 (AHPHu, I/599), así como la breve nota necrológica que le dedicó Juan Pablo Soler, a la sazón director del centro, en la memoria correspondiente al curso 1910-1911 (AHPHu, I/01037).

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JOSÉ JULIO DE LA FUENTE CONDÓN-BUENO:

HISTORIA ERUDITA AL SERVICIO DE LA NACIÓN CATÓLICA

(Calatayud, Zaragoza, NUOP – Guadalajara, NUVR)

El bilbilitano José Julio de la Fuente, nacido en el seno de una familia católica y carlistona de pequeños comerciantes, realizó su formación entre Madrid y Zaragoza. Con el bachillerato, la licenciatura y el doctorado en Jurisprudencia por la Universidad Central (1844), fue habilitado para ejercer como abogado en los tribunales del reino. Posteriormente obtuvo el bachillerato en Filosofía y la regencia de segunda clase de Historia y Geografía, tras examinarse para ello, en la Universidad de Zaragoza (1846). A partir de septiembre de ese 1846 trabajó como catedrático interino de Geografía e Historia en el recién creado Instituto de Huesca. El 30 de abril de 1851 consiguió la cátedra de Historia y Geografía en propiedad y pasó a formar parte del escalafón de 1861 con el número 209.

Su hermano mayor fue el canonista, historiador académico y jurisconsulto Vicente de la Fuente (1817-1889), sacerdote y catedrático de Derecho Canónico en la Universidad de Salamanca y en la Central madrileña, además de férvido ideólogo y militante del integrismo católico. Su figura, protectora y bien relacionada en la corte, fue decisiva para el desarrollo de su carrera profesional.127

Al año escaso de su llegada a la ciudad de Huesca remitió a la dirección general de Instrucción Pública una carta —fechada el 13 de junio de 1847— en la que pedía que le fuera concedida la cátedra en propiedad, y pertrechaba su solicitud con un buen número de recomendaciones autógrafas: del párroco de la iglesia de Santa María de Calatayud, de los directores del Colegio Municipal de Segunda Enseñanza bilbilitano y el Instituto oscense —a la

127. Circunstancia que puede comprobarse sin dificultad consultando su expediente como catedrático de segunda enseñanza, custodiado en el AGA (32/08159).

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sazón Julián Pérez Muro— y de su hermano Vicente, ya por entonces profesor y bibliotecario de la Universidad Central. Tres años más tarde, el 8 de septiembre de 1850, volvió a intentarlo dirigiendo al ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas una extensa instancia acompañada de un elogioso oficio del director del Instituto, que lo calificaba como «celoso y digno de los mayores encomios», en la que solicitaba ser nombrado propietario de la cátedra de Geografía e Historia aduciendo llevar cuatro años sustituyéndola con «puntual asistencia». En esta ocasión el postulante disponía holgadamente de los tres años preceptivos de docencia para consolidar la propiedad de la cátedra. No obstante, el texto de su puño y letra es muy revelador, por un lado, de las precarias condiciones en que se producía el ejercicio de la profesión docente en la segunda enseñanza, y muy particularmente en los institutos de las pequeñas capitales de provincia de la España interior, y, por otro, de las tribulaciones personales que había de atravesar un joven aspirante para alcanzar, ex novo , cierta estabilidad en la función pública:

además, V. E. conoce muy bien cuán precaria es la suerte de los profesores interinos de los Institutos, los cuales ni ven fijo su porvenir ni menos librada su subsistencia en la carrera que con tanto ardor han emprendido, siendo en esto de peor condición que los antiguos preceptores de Latinidad, los cuales en virtud de la R. O. de 16 de febrero de 1846, fueron declarados catedráticos propietarios de las Universidades e Institutos con solo probar que habían desempeñado cátedra en propiedad y sin oposición por espacio de tres años.

Desde 1851, al convertirse en uno de los tres únicos profesores con cátedra en propiedad del Instituto, su trayectoria quedó ligada a la dirección de su colega Vicente Ventura. Entre 1852 y 1857 actuó como vicedirector y como vocal de la Junta Inspectora de la casa-pensión de Santiago y presidió en numerosas ocasiones los exámenes de los alumnos procedentes de las Escuelas Pías de Jaca y Barbastro; posteriormente asumió la secretaría del Instituto hasta su traslado a Guadalajara. Fue también desde su llegada al establecimiento el responsable de organizar la biblioteca del Instituto, con cerca de diez mil volúmenes, hasta 1857, fecha en la que se incorporó como director el miembro del cuerpo de archivos y bibliotecas Mateo de Lasala Villanova.128 Durante su estancia en Huesca ocupó

128. Mateo de Lasala se hizo cargo de la biblioteca hasta 1878, cuando pasó a prestar sus servicios a la Universidad de Santiago durante un año. Fue sustituido de forma interina por el joven médico, profesor auxiliar de Ciencias y brillante exalumno del Instituto Pedro Romeo García. Romeo, como tendremos ocasión de conocer con detalle, fue nombrado auxiliar de Ciencias en 1873, se ocupó de la cátedra de Agricultura en 1892 y pasó a la de Historia Natural en 1905.

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algunos cargos de responsabilidad en la ciudad como miembro de la Junta Provincial de Beneficencia y de la Municipal del Censo, y además ejerció como abogado y como juez de paz. En 1858 alcanzó el doctorado en Jurisprudencia con una tesis titulada Paralelo histórico-jurídico entre el Fuero Real y el libro de los Fueros de Aragón de don Jaime I , que defendió en la Universidad Central apadrinado por su hermano Vicente.

Tras los desagradables sucesos del expediente contra Ventura, que él vivió en primera línea cuando actuaba como secretario del Instituto oscense, en 1861 fue trasladado por petición propia al de Guadalajara, donde ejercería la cátedra de Geografía e Historia y ocuparía la dirección durante más de dos décadas, con una interrupción de algunos años en los que estuvo destinado, asimismo por petición propia, en el de Bilbao, donde también ejerció como director. Fue un liberal moderado y un ferviente católico. Para ambos traslados consta también en su expediente la mediación de su influyente hermano Vicente.

José Julio de la Fuente encarna bien al grupo de catedráticos de instituto que iniciaron la construcción de la Geografía y la Historia como disciplina académica. No fue autor de libros escolares, aunque sí de algunas páginas de historiografía erudita que publicó durante sus largos años de ejercicio en el Instituto alcarreño, textos sobre la imprenta en el Bilbao del siglo XVI o sobre establecimientos colegiales de la provincia de Guadalajara durante la Edad Moderna, a veces escritos en colaboración con su hermano y como parte de proyectos que este llevó a cabo. Fue académico y profesor de la Matritense de Jurisprudencia y Legislación y correspondiente de la Real Academia de la Historia.129

129. Sobre este catedrático —especialmente sobre su etapa en el Instituto de Guadalajara—, así como sobre su hermano Vicente, véase Peiró y Pasamar (2002: 263-265).

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FRANCISCO ANTONIO CALERO VIZCAÍNO: LAS TRIBULACIONES DE UN FORANO EN EL CLAUSTRO DE VENTURA (Oviedo, NUOO – Bilbao, NUTS)

Francisco Antonio Calero, catedrático sin oposición desde 1849 (ocupaba el número 236 en el escalafón de 1861), llegó a Huesca procedente de Orense y se hizo cargo de la cátedra de Retórica y Poética entre 1851 y 1856, algo excepcional en un claustro muy endogámico que en sus primeras décadas se nutrió de profesores procedentes principalmente de las provincias de Huesca, Zaragoza y Teruel y en algún caso de la vecina Cataluña. Sin duda esta circunstancia anómala fue la causa de fondo de los problemas que padeció durante su estancia oscense, como enseguida veremos.130 Tras la marcha de Calero la cátedra de Retórica fue cubierta por el soriano Bruno Alonso Ruiz y poco después quedó vacante de nuevo hasta la llegada de Ramón Sans Rives, procedente del Instituto de Teruel, en 1863. A partir de entonces se estabilizó la provisión de personal para esa cátedra.

Calero, junto al publicista, historiador diletante y autor de manuales escolares Manuel Ibo Alfaro (1828-1885), fue una de las plumas más frecuentes en las páginas del efímero periódico madrileño Círculo Científico y

130. Los enfrentamientos de los poderes locales y provinciales con las decisiones adoptadas desde Madrid tuvieron inevitablemente su reflejo en las micropolíticas y las redes caciquiles que se desplegaron y nutrieron la vida de los institutos provinciales durante gran parte del siglo XIX y sobre todo durante los primeros treinta años de su existencia. Todavía en 1873 el catedrático oscense de Geografía e Historia Joaquín López Correa hubo de padecer en el Instituto de Logroño, dependiente como el oscense del distrito zaragozano, el rechazo del claustro y las torticeras maniobras del poder provincial (Baltar, 2012). López Correa, bachiller en Artes por el Instituto de Huesca en 1858 y licenciado y doctor en Teología y Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza, ejerció en Logroño tras obtener la cátedra de Geografía e Historia por oposición en 1868. En 1891, por permuta con Antonio Vidal Domingo, pasó al Instituto de Huesca, donde permaneció hasta 1901.

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Literario, creado en Madrid en 1854, que llegó a ver veintidós entregas en algo menos del primer semestre del año. El periódico estaba dirigido por El Autor de los Viajes, pseudónimo tras el que se ocultaba el prolífico literato, periodista y político revolucionario, Roque Barcia y Ferraces (1823-1885) (Ossorio y Bernad, 1903). Fue una curiosa y malograda tentativa de dotar al profesorado de un «órgano doctrinal» publicando los discursos inaugurales, así de universidades como de institutos […]. Insertará con preferencia las observaciones de los señores catedráticos, tanto acerca de las respectivas asignaturas, cuanto sobre la enseñanza en general, previo el examen de una junta revisora compuesta de profesores competentes. (Prospecto, Madrid, Imp. Díaz y Compañía, 1854)

Entre otras firmas, destacaron también las colaboraciones del ya citado catedrático de Matemáticas Juan Miguel Sánchez de la Campa. Como anunciamos, la presencia de Calero en el Instituto no pasó precisamente inadvertida, y sabemos que no gozó de las simpatías del claustro ni por supuesto del apoyo del director, Vicente Ventura. Las primeras quejas sobre su conducta tanto dentro como fuera del Instituto fueron denunciadas detalladamente por este último en el texto de la sustanciosa memoria del curso 1852-1853, que fue remitida a la Dirección General del Ministerio.131 En ella pueden leerse juicios que hacen referencia al sistemático desprecio que exhibía en el trato con el resto de los claustrales o a su nulo espíritu de servicio y colaboración, además de afirmaciones del siguiente cariz:

si bien no le faltan conocimientos en su asignatura adolece en cambio de capitales defectos que le hacen indigno de pertenecer al profesorado, al menos en esta capital donde todos saben y advierten las faltas de los que nos hallamos consagrados a la educación e instrucción de la juventud.

Con todo, resulta muy sintomático y revelador —tanto de la posición ideológica del director denunciante como del espeso ambiente que reinaba y circundaba el Instituto— que lo que realmente catalogaba Ventura como «más lamentable» del profesor Antonio Calero, lo que lo hacía «despreciable a los ojos de sus compañeros» y de cuantos habían llegado a conocerlo, era «su falta de religión y cristiandad».

En un oficio del subsecretario del Ministerio de Fomento fechado en Madrid el 10 de abril de 1854 y dirigido a Vicente Ventura se lee:

131. Véase la biografía de Vicente Ventura. LOS

Resultando ciertos cargos contra el Catedrático e Instituto Francisco Antonio Calero, se está instruyendo en este Ministerio el oportuno expediente a fin de

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completarlo y adoptar conforme a Reglamento la resolución pertinente conviene oír al interesado para que pueda contestar los siguientes cargos.

Se le imputaron cuatro cargos principales: el primero, «que manifiesta poco celo en la enseñanza y hace alarde en la clase de desacreditar y deprimir a los demás compañeros del profesorado»; el segundo, «que no cumple con los preceptos religiosos, que ni asiste al Santo sacrificio de la misa, ni se somete al cumplimiento de la Iglesia, como consta por los libros de Parroquia»; el tercero, «que su conducta moral no es la que corresponde a un profesor dedicado a la enseñanza pública»; el cuarto, «que en los primeros días de febrero promovió una ruidosa cuestión con la Señora de la casa donde habita, causándola lesiones». Todos ellos se consideraban «hechos lamentables por los cuales el aludido profesor goza de concepto muy desfavorable en la ciudad de Huesca».

El expediente original, firmado por el entonces director, Vicente Ventura, el 30 de abril de 1854 y custodiado en el AGA, revela de forma clara y prolija no solo las auténticas razones por las que Calero no acabó de encajar en la ciudad y en el claustro heredero de la extinta Sertoriana, sino la férrea vigilancia moral a la que esta pequeña y asfixiante sociedad disciplinaria sometía a sus integrantes, y más si eran ajenos a la fratría primigenia. Ventura, en su comunicación, dirigida al Subsecretario de Gracia y Justicia, en la que aconsejaba la conveniencia de trasladar al acusado confeso a otro Instituto, no mostraba dudas sobre la lección aprendida por Calero:

tan luego como el Sr. D. F. Antonio Calero recibió el oficio de los cargos, se me presentó tan humilde y sumiso cual nunca se le había visto, ofreciendo formal y solemnemente que en lo sucesivo sería muy diferente su conducta moral y escolar, amoldándose en su género de vida al ejemplar comportamiento que corresponde a un delicado y pundonoroso profesor [y procurando dirigirse en su nuevo destino] por distinto camino del que había seguido en el de Huesca.

Y añadía poco más adelante la prueba más esperada de su arrepentimiento y su enmienda: «a los pocos días de habérsele comunicado los cargos, ha concurrido al cumplimiento pascual, por primera vez que lo hace, desde que se halla en Huesca». Eso sí, dejaba meridianamente claro que en Huesca, pese a todo, ya no había lugar para él: «si bien en esta ciudad considero muy difícil que pueda recuperar la reputación que le falta».

Lo cierto y verdad es que el catedrático ovetense padeció en la ciudad una auténtica persecución moral en la que según hemos documentado tomaron parte activa, además del propio Ventura, los miembros de la Junta Inspectora Provincial, en particular su presidente, a la sazón el hacendado

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Mariano Lasala, y su secretario, Juan Arcas, párroco de la basílica de San Lorenzo, así como el poderoso y ubicuo canónigo de la catedral oscense Vicente Carderera, por entonces profesor de Religión y Moral y tutor espiritual del Instituto. Es de notar que el pliego de descargos del profesor Calero, que ocupaba escasamente tres cuartillas, a excepción de unas líneasen las que defendía su profesionalidad y su buena relación con el resto de los claustrales,132 centrara toda su artillería exculpatoria en demostrar el cumplimiento escrupuloso y público de sus obligaciones religiosas tanto en la capilla del Instituto como en la catedral y en otras iglesias de la ciudad, que decía frecuentar más allá incluso de las estrictas obligaciones canónicas, además de aclarar: «ni tuve ni tengo relaciones ilícitas, ni conozco el juego, ni se me oyen expresiones obscenas». En cuanto a los problemas con la casera, Calero es concluyente: «La altivez y mal comportamiento del ama de la casa en que me hospedaba, dieron lugar en febrero último a un juicio celebrado ante el Sr. Alcalde, Antonio Aísa, en el cual se pronunció en mi favor un fallo absolutorio como puedo probar».

Tras un proceso de largo expediente gubernativo incoado en el curso 1853-1854, cuyo fallo no nos es conocido documentalmente, el 26 de febrero de 1856 fue finalmente trasladado «por petición propia»133 al Instituto de Bilbao, cuya cátedra de Retórica y Poética había estado vacante por fallecimiento de su titular hasta ese momento.134

132. En los papeles sobre el caso firmados por Ventura se alude a que el imputado únicamente mantenía relación cordial con un catedrático del claustro. Sin duda se trataba del bilbilitano, y por tanto también forano como él, José Julio de la Fuente.

133. En su escrito dirigido al Ministerio de Fomento del 10 de diciembre de 1855 aduce como causas «el mal estado de salud y ciertas atenciones de familia» (AGA, 32/08037).

134. En Bilbao, Antonio María Calero llegó a ser director durante los años del Sexenio y tribuno ocasional en el acto de inauguración de curso de 1875, en el que exhortó a sus pupilos al «trabajo y la aplicación como únicos medios para combatir y resistir el desaliento y la vanidad, enemigos de la inteligencia y del corazón». Entre el público se encontraba, en su primer año de bachillerato, un jovencísimo Miguel de Unamuno (Rabaté y Rabaté, 2009).

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RAMÓN SANS RIVES:

UNA BREVE DIRECCIÓN, EFICAZ Y PACIFICADORA (Lérida, NUOQ – Murcia, NUTM)

Este culto catedrático catalán obtuvo su formación como jurista y bachiller en Filosofía en la Universidades de Zaragoza y en la Central. En esta última consiguió el título de doctor en Derecho en 1862.135

Sans comenzó su trayectoria profesional en el Instituto de Lérida para posteriormente, en 1852, pasar al de Teruel, donde permaneció durante diez años. En ambos centros se encargó de muy diversas asignaturas, desde Historia Natural a Psicología y Lógica pasando por Geografía e Historia, además de ejercer su ocupación principal, que había sido la interinidad de Retórica y Poética. Fue un claro ejemplo de sempiterno catedrático interino.136 La interinidad —que, ante la ausencia de numerarios suficientes y de planes de estudio definitivos, consistía en proveer las vacantes con profesores sustitutos encargados de las asignaturas de forma provisional— fue una estrategia muy habitual en los institutos provinciales, con la anuencia y la complicidad de los directores y sobre todo de las omnipotentes juntas inspectoras provinciales y de las propias universidades, para proteger el acceso a las cátedras del profesorado autóctono o local, a menudo proveniente del estamento tonsurado o de profesiones liberales (médicos, abogados, farmacéuticos…). Esta situación fue frecuente al

135. La tesis doctoral, titulada Juicio crítico sobre Las Siete Partidas, fue defendida mediante un discurso leído en el paraninfo de la Universidad Central que se publicó en Madrid, en la Imprenta de J. López, en 1862. Existe un ejemplar de treinta páginas en el expediente de Ramón Sans que custodia el AGA (32/08525).

136. En 1852, al quedar vacante la cátedra de Retórica y Poética del Instituto de Teruel por traslado de Inocencio Carvajo, la Dirección General de Instrucción Pública convocó un concurso al que se presentó formando parte de una lista de ocho aspirantes, entre los que se reconocen algunos nombres relacionados con el Instituto oscense, como los de Martín Puértolas Sesé, Bruno Alonso Ruiz o Vicente Polo Anzano. La designación de la Dirección General recayó en el leridano Ramón Sans.

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menos hasta 1867, fecha en la que fueron definitivamente regulados los requisitos y el sistema de acceso a las cátedras mediante oposición. En el fondo se trataba de una forma de caciquismo local (Baltar, 2012). Sea como fuere, en 1861, tras llevar más de los siete años prescritos por Ley Moyano en el ejercicio interino de la cátedra, Rives solicitó su nombramiento como catedrático numerario de Retórica y Poética, que le fue otorgado en 1862. Al respecto cabe recordar aquí las palabras del catedrático Sánchez de la Campa, referidas en particular al habitus de los catedráticos que además llegaban a ejercer como directores de los institutos de las capitales de provincia:

Un director de Instituto es hoy el amigo íntimo de los Diputados de la provincia —alguna otra excepción hay— y es el catedrático más a propósito para doblegarse a las exigencias de los mandarines de la parroquia. Tiene que andar con el sombrero en la mano saludando a derecha e izquierda, y teniendo especialísimo cuidado de no chocar ni con la autoridad ni con las notabilidades de campanario. Debe decir amén a cuanto le ordene la ilustrísima junta inspectora, y si algún profesor es del país y tiene influencia directa o indirecta con los magnates, mimarlo. […] También debe, para ser director de instituto tener especial cuidado en aplaudir y ensalzar el sistema que el gobierno establezca; de lo contrario estará expuesto a averías. (Sánchez de la Campa, 1854: 150-151)137

En el Instituto de Huesca, al que llegó en abril de 1863 procedente de Teruel, solo permaneció tres años. Ocupó la cátedra de Retórica y Poética y se hizo cargo de la dirección tras la dimisión de Vicente Ventura. Lo precedía su fama de persona de razón, probada «ilustración y celo» y carácter «simpático, noble y bondadoso»,138 virtudes que tan necesarias y convenientes parecían tras los convulsos últimos años del mandato de Ventura. Así, no es extraño que el recién llegado catedrático apelara a la unidad y la discreción corporativas en su discurso de apertura del curso 1863-1864, en unos momentos difíciles para el Instituto:

Hartos disgustos produce la enseñanza, hartos sinsabores la carrera que hemos escogido: no añadamos pues amarguras nacidas de nuestros resentimientos a los disgustos y sinsabores que proporcionan los extraños. Una corporación unida y compacta, una corporación de cuyos actos nadie puede hacerse eco porque no se da lugar a que nada pueda traslucirse: una corpora-

137. Un incisivo diagnóstico de este agudo y madrugador fiscal de los males de la instrucción pública española, cuyos juicios y cuyas propuestas a menudo nos recuerdan a los que bastantes años después se elaborarían en los laboratorios de la ILE o se defenderían en el marco del regeneracionismo de primeros del siglo XX

138. Así lo califica el ubicuo canónigo Vicente Carderera en una carta dirigida al rector de la Universidad zaragozana con motivo de la resolución del expediente incoado a Aquilué en 1865 (AHUZ, 4228[4]).

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Vista del patio octogonal del Instituto de Huesca tomada desde el interior de la galería en los años veinte. Al fondo se alza el pequeño torreón, erigido en el siglo XIX, en cuya terraza se encontraban los instrumentos del observatorio meteorológico.

(Foto: Rodolfo Albasini. Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca)

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ción que se respeta a sí misma, porque sus miembros se manifiestan consideración mutua y respectivamente es tomada como modelo y es por todos donde quiera respetada. (AHPHu, I/01038, Memoria […] leída en la apertura del curso 1863-1864, p. 16)

De todos modos, no iba a ser especialmente agradable ni sosegada su ejecutoria en la dirección del Instituto oscense. Como recordarán bien quienes hayan leído hasta aquí, hubo de lidiar en primera línea con el controvertido expediente incoado al claustral de Latines Antonio Aquilué en un episodio que, además de poner a prueba sus capacidades empáticas, volvió a desplegar con toda su crudeza las singulares redes de la micropolítica que regían en el establecimiento desde su fundación.

Durante su estancia en Huesca desarrolló sus dotes literarias, que combinó con sus trabajos como historiador diletante y erudito. Amigo personal de su colega y secretario en las labores directivas el catedrático Carlos Soler Arqués, prologó brevemente su Huesca monumental (Soler, 1864: V-VIII). En el corpus de esta obra se incluyeron un par de romances improvisados por Sans (pp. 181-183 y 185-187) relacionados con el origen del nombre de la ciudad y con la Osca sertoriana.

Con Sans como director se llevaron a cabo varias reformas importantes en el edificio y se acometió la reordenación de la documentación del archivo de secretaría (comunicaciones, correspondencia, expedientes, etcétera), que se ordenó y se indexó por legajos temáticamente y por fechas desde 1845 (Memoria […] leída en la apertura del curso 1863-1864). Entre las reformas realizadas en el edificio destacan el aislamiento de tres departamentos, dirección, sala de catedráticos y secretaría, que hasta entonces permanecían comunicados entre sí y carecían de la imprescindible independencia. Asimismo se habilitó un nuevo cuarto de corrección para los alumnos castigados entre las cátedras 2 y 3. El anterior estaba situado fuera del edificio, en la casa-habitación de los bedeles. Además se proveyó al edificio de varios pararrayos y una campana que avisaba del final y el comienzo de las clases, se colocó una verja de hierro alrededor del patio para convertirlo en jardín, se hicieron mejoras en los colegios de internos y en los gabinetes de Física e Historia Natural y en la cátedra de Geografía. En esta última se colocaron los mapas de Meissas y Michelot pendientes del techo y movibles por medio de garruchas que podían ser accionadas desde la mesa del profesor con una cinta colocada a su alcance. En todos estos trabajos fue notable la colaboración prestada por los titulares de las respectivas cátedras.

Sans permaneció en Huesca hasta enero de 1866, fecha en la que, nombrado catedrático de Geografía e Historia, se trasladó al Instituto de Murcia. En esa ciudad falleció prematuramente cuatro años después.

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Del periplo formativo de Campo sabemos que obtuvo el título de bachiller y de licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza y que previamente profesó en la Orden de las Escuelas Pías entre 1845 y 1852, año en que se separó de ella e incluso realizó apostasía. Su relación con el Instituto comenzó en el curso 1858-1859, en el que entró a formar parte de su profesorado como sustituto de la cátedra de Retórica y Poética, pero sabemos que durante seis años actuó además como profesor suplente de otras muchas y variadas materias, como Matemáticas, Latín, Geografía e Historia, así como Religión y Moral, «conduciéndose, al decir del entonces director, Vicente Ventura, con delicadeza, pundonor y subordinación», que es todo lo que de bueno se puede decir de un profesor sustituto…, categoría ínfima en los institutos de segunda enseñanza. El caso que nos ocupa es vivo ejemplo de la indefinición profesional que regía las labores de esta suerte de subproletariado educativo al servicio de los directores que los contrataban y de las necesidades docentes de las cátedras que hubiera que suplir. El barbastrense fue profesor de Joaquín Costa, como recuerda Juan Carlos Ara en la edición de las Memorias de este (Costa, 2011). En mayo de 1865139 obtuvo por oposición la cátedra de Latín y Castellano, donde compartió la enseñanza con Antonio Aquilué, con quien siempre

139. En el expediente de este profesor, custodiado en el AGA (32/08044), se conserva un documento manuscrito y firmado —fechado en Huesca el 17 de agosto de 1864— de cuarenta y una páginas que contiene el texto del discurso del que se sirvió en las oposiciones a la cátedra de Latín y Castellano. Allí, tras una extensa defensa, netamente ilustrada, de la utilidad y la importancia de los estudios «simultáneos» de ambas lenguas en la instrucción pública, el autor desarrolla en las más de treinta cuartillas restantes, sin concesiones y con abundantes ejemplos prácticos, «el tema propuesto por la Dirección General para las próximas oposiciones, o de la Comparación entre la sintaxis castellana y la latina».

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mantuvo una relación muy poco cordial. Acerca de su cualificación y su trabajo en el Instituto, decía el rector Pablo González Huebra en 1865:

Don Mariano Cándido Campo tendrá también conocimientos cuando un tribunal de oposición ha aprobado sus ejercicios y le ha dado un primer lugar, pero en sus discípulos se conocen pocos adelantos, y presumo que se ocupa más de asuntos que no le convienen que de la enseñanza, y que no ayudan tampoco el mejor elemento para una paz y unión duradera en el instituto.

Tras el triunfo de la Gloriosa, el 31 de octubre de 1868 fue nombrado director del Instituto por la Junta Revolucionaria de Huesca, lo que dio fin al mandato del catedrático de Matemáticas Mauricio María Martínez Herrero. No deja de ser sintomático que un exescolapio y apóstata sustituya a un mestizo al mando de la institución escolar más importante de la ciudad en un momento tan crucial para el liberalismo antiborbónico. Lo cierto es que en su alocución como director en la inauguración del curso 1869-1870 mantuvo un tono mesurado, pero acorde con los tiempos, que contrasta absolutamente con el utilizado en los cursos anteriores por su predecesor en el cargo. En la memoria correspondiente escribía:

Por todas partes se levantan, como apariciones inesperadas que vienen a anunciarnos la feliz nueva, casas de enseñanza, establecimientos de instrucción, profesores libres aventajados y hasta hoy desconocidos, centros de civilización y cultura, que vienen a derramar torrentes de luz vivísima sobre las tinieblas de este pueblo, de este querido pueblo, donde al amparo de la ignorancia fermentan las malas pasiones, donde la industria está limitada a un pequeño rincón de la península, teniendo que ser forzosamente para vergüenza nuestra mendigos de las demás naciones en casi todo lo que algo vale: la agricultura, origen primordial de nuestra riqueza, está todavía en mantillas, la ilustración reducida a un estrecho círculo social y la educación desconocida a una inmensa y desconsoladora mayoría.

Todo el texto es una loa al principio de la libertad de enseñanza consagrado en la Constitución de 1869, que, en opinión del ponente, abría una esperanza a la regeneración material y moral del país. Leyendo los argumentos que esgrimía y la forma de encadenarlos, no cuesta imaginar el variopinto público, clases neutras y oligarquía local principalmente, que se agolpaba en el viejo salón de actos sertoriano en aquella jornada, promisoria para algunos de los presentes, amenazante para la mayoría:

el Gobierno admite a este magnífico concierto a todos […] porque el saber no está vinculado a nadie, ni en individuos ni en instituciones y porque es forzoso LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS

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y necesario indispensable que el mundo entero se postre de hinojos donde la encuentre, delante de la sabiduría, que es la garantía mejor y más robusta de la moral, que es el camino invulnerable de la religión, que es la prenda pretoria de la virtud.

En aquellos años de convulsión política tanto en la ciudad y la provincia como en el propio Instituto, Campo tramitó la apertura de un expediente de jubilación a su colega Antonio Aquilué, hecho que, como ya aconteciera con ocasión del precedente de 1865, tornó a producir serios enfrentamientos personales entre las distintas facciones que se daban cita en el claustro. Con todo, por paradójico que pueda parecer, el repentino fallecimiento del barbastrense (Campo era persona de salud quebradiza, según cuenta en su pliego de descargos Aquilué, que hubo de sustituirlo con frecuencia) contribuyó a pacificar las cosas: el expediente incoado quedó sobreseído de nuevo y hubo de designarse nuevo director del establecimiento, cargo que recayó en el catedrático de Retórica y Poética y liberal progresista zaragozano Manuel López Bastarán, del que nos ocuparemos por extenso en el capítulo siguiente. LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS

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CARLOS SOLER ARQUÉS: HÁBIL SECRETARIO, ERUDITO Y ATENEÍSTA DESDE LA CÁTEDRA DE FRANCÉS (Viladrau, Gerona, NUPS – Madrid, NUVS)

Formado primero en el Seminario Conciliar de Vic, posteriormente obtuvoel título de bachiller en Artes en el Instituto de Huesca en 1856 y la licenciaturaen Letras en la Universidad de Zaragoza en 1869. Ejerció la docencia en el Instituto oscense entre 1862 —año en el que obtuvo la cátedra de Francés por Real Orden de 6 de diciembre— y 1870.140 Trabajó también como profesor sustituto de diferentes materias, como Retórica, Aritmética, Latín, Física y Química o Topografía, según las necesidades del centro. Actuó como secretario durante los ocho cursos en los que ejerció la docencia, años convulsos en los que hubo de trabajar con cuatro directores muy distintos: Ramón Sans Rives, Mauricio María Martínez Herrero, Mariano Cándido Campo Micas y Manuel López Bastarán. En 1870 pasó al Instituto de Badajoz. Posteriormente, en 1888, se trasladaría hasta su jubilación al Cardenal Cisneros de Madrid, ciudad en la que residiría hasta su fallecimiento.

Soler fue un característico profesor multifuncional, condición habitual entre los catedráticos de Francés —profesores especiales— durante el periodo isabelino y más allá,141 pero su trayectoria profesional fue normativizándose progresivamente, con lo que contribuyó, como veremos, a la consolidación de la enseñanza del idioma francés como disciplina escolar y a la

140. En el escalafón de 1876 figura con el número 286. 141. En puridad, hasta 1875 no se reguló el ingreso por oposición de los catedráticos de Francés. Carlos Soler, en calidad de director del establecimiento, hizo constar en una certificación del 1 de mayo de 1863 que «en aquel curso sustituyó la cátedra de Latín, Castellano, Matemáticas, Física y Química e Historia Natural» y que «en el desempeño de esas enseñanzas dio pruebas inequívocas de puntualidad y celo en el servicio y de poseer esas ciencias cuya enseñanza se le encomendó de una manera propia de un entendido en ellas» (AGA, 32/08350).

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fijación canónica de la corporación. El gerundense era un hombre culto, ávido lector y en buena medida autodidacta. Durante su estancia en Huesca ofició como una suerte de cronista oficioso: su obra Huesca monumental 142 constituye un más que notable ensayo de historiografía local erudita. Por aquellos años, además de participar activamente en la vida cultural de la ciudad, cuestión de la que nos ocuparemos más adelante, fue miembro de la Junta Provincial de Primera Enseñanza y vocal secretario de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos143 —cargos que ostentó también con posterioridad en Badajoz—, así como académico correspondiente de la Real Academia de la Historia desde 1866 y más tarde socio honorario del Fomento de las Artes de Madrid y de su Ateneo Científico y Literario. Ya fuera de Huesca, quedó constancia de su sobresaliente conocimiento de la provincia oscense en su esmerado trabajo De Madrid a Panticosa: viaje pintoresco a los pueblos históricos, monumentos y sitios legendarios del Alto Aragón (Madrid, Imp. Minuesa, 1878).

Durante el curso 1865-1866 fue profesor de Santiago Ramón y Cajal, y de Joaquín Costa a partir de 1863. De este último dice el estudioso Juan Carlos Ara que «aprendió su historicismo arqueologista, romántico y monumental, plasmado por entonces en su ya citada Huesca monumental» (Ara, 1997: 7), obra que prologó su amigo, colega y a la sazón director Ramón Sans Rives. Fueron Costa, Soler, Casas, Abadías y el director de la Normal, Julián Ochoa, quienes idearon la puesta en marcha, en las postrimerías del año 1865, del Ateneo Oscense, que funcionó a partir de 1866 en los locales del Instituto a modo de escuela popular de extensión cultural, con sesiones diarias ordinarias y extraordinarias, con cátedras y cursos más o menos reglados que comenzaban el 1 de octubre y terminaban el 15 de mayo.

El Ateneo Oscense se convirtió en una suerte de alborada de la vida literaria de una nueva generación de jóvenes, muchos alumnos o exalumnos,144 bajo el paraguas protector del Instituto. Su órgano de expresión fue inicialmente

142. Huesca monumental: ojeada sobre su historia gloriosa, apuntes biográficos de sus santos y personajes célebres, noticias de los preciosos restos de sus antigüedades y reseña de la celebérrima Universidad Sertoriana y de los distinguidos varones que en ella resplandecieron, Huesca, Imp. de Jacobo María Pérez, 1864.

143. Federico Madrazo, director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, felicitó expresamente a Carlos Soler por su «laudable y patriótico celo manifestado en muchos escritos históricos» y por sus «esfuerzos para evitar varias demoliciones decretadas por la Junta Revolucionaria de Huesca en 1868» (AGA, 32/08350).

144. Además de Costa, allí estuvieron Antonio Gasós, Rafael Salillas —futuro padre de la criminología española, sobrino del farmacéutico de Angüés y profesor Rafael Panzano y amigo y compañero de Costa—, Pedro Laín Sorrosal —médico republicano y abuelo paterno de Pedro Laín Entralgo—, Jorge Navarro Almansa, etcétera.

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la Revista de Primera Enseñanza, y después el periódico El Oscense (1868). Este renacimiento o amanecer de la vida literaria y cultural en la ciudad coincidió con un resurgimiento de las imprentas locales (Castanera, Iglesias, Pérez) y con la primera edad de oro de la prensa local y provincial, y desde luego no fue ajeno a la llegada al Instituto, a principios de los años sesenta, de una serie de inquietos catedráticos entre los que cabe situar a los catalanesCarlos Soler, Ramón Sans y Antonio Vidal y al zaragozano Cosme Blasco (Ara, 1999). Está por estudiar a fondo en qué medida aquella iniciativa y otras que se sucedieron, en las que los miembros del claustro tuvieron una notable presencia, contribuyeron a forjar algunas de las biografías intelectuales más relevantes del primer regeneracionismo español.

Como catedrático de Francés, Soler se preocupó por la vertiente pedagógica y didáctica de su profesión. Fue autor de una esplendida gramática titulada Curso de lengua francesa (1863), a la que Costa dedicó algún elogio en sus Memorias, 145 y de numerosos manuales escolares que publicó ya en Madrid a finales de la década de 1880 y que llegaron a tener una importante difusión.146 En este sentido, puede considerársele uno de los padres fundadores de la enseñanza de idiomas modernos en España y un madrugador valedor de la corporación por su defensa de las tesis que daban prioridad a los profesores nacionales sobre los nativos para encargarse de la enseñanza oficial de todos los idiomas extranjeros en España, argumentando que la profesionalidad era algo que debía demostrarse en una oposición en la que se midiera algo más que el mero dominio de un idioma.147

De ideología próxima al ultramontanismo, colaboró con frecuencia en la prensa local oscense, especialmente en El Alto Aragón y La Verdad, y fundó el periódico La Provincia, ligado al carlismo, en 1869. También destacó su labor como traductor de Los lusiadas de Luís de Camões y de obras del jesuita y exégeta flamenco del siglo XVI Cornelio a Lapide, así como del abate Prévost, historiador y eclesiástico francés del XVII. Escribió además varias novelas históricas contemporáneas, como El talismán de bienandanza, de 1861. LOS

145. Costa mantuvo una fecunda relación con Soler en su etapa de estudiante. En sus Memorias refiere un anecdótico viaje en tren a Zaragoza que hicieron juntos a finales de 1866 (Costa, 2011: 28).

146. Por ejemplo, Lecciones de lengua francesa bajo un plan pedagógico sencillo y agradable, Madrid, Vda. de Hernando, 1889.

147. Las ideas pedagógicas de Carlos Soler pueden verse en un opúsculo muy interesante de algo más de cien páginas titulado Las reformas y la segunda enseñanza: consideraciones sobre problemas, necesidades y desaciertos que se publicó en Madrid, en la Tipografía de Manuel Ginés Hernández, en 1891. También fue autor de un folleto de sesenta y ocho páginas, El idioma francés al alcance de todos: demostración del mecanismo de la gramática francesa, editado en Vic por Soler y Hermanos en 1862.

ISABELINOS NSO
CATEDRÁTICOS

MANUEL LABAJO PÉREZ:

EL PRIMER CATEDRÁTICO DE MATEMÁTICAS POR OPOSICIÓN

(Valladolid, NUQM-?)

Manuel Labajo obtuvo el título de bachiller en Filosofía en 1857 y se licenció en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Valladolid en 1861. Catedrático numerario de Elementos de Matemáticas por oposición en el Instituto Local de La Coruña —creado en 1862— por Real Orden de 27 de junio de 1865, el 1 de septiembre de 1866 fue designado para ocupar la cátedra de Matemáticas del Instituto oscense.148 Permaneció en Huesca hasta septiembre de 1871, fecha en la que fue trasladado al Instituto de Ávila, del que fue nombrado director en febrero de 1874. De allí pasó al de Salamanca en 1902. Terminó su vida profesional en el Instituto de Valladolid, donde se jubiló en 1918 con setenta y ocho años de edad.

Durante su estancia en Huesca, además de ejercer las labores propias de la cátedra, fue nombrado director de la casa-pensión por el director Manuel López Bastarán y estuvo ligado al Ateneo oscense como profesor de clases gratuitas de Matemáticas entre 1868 y 1871. El expediente personal de este profesor localizado en el AGA custodia su memoria de oposiciones a cátedra, que versa específicamente sobre los logaritmos. Se trata de un cuidado y extenso trabajo que permite pensar en la seriedad y la profesionalidad del joven docente.

148. Figura en el escalafón de 1876 con el número 406.

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SERAFÍN CASAS ABAD: UN ANTIDARWINISTA AL FRENTE DE LA CÁTEDRA DE HISTORIA NATURAL (Huesca, NUOV-NVMP)

Don Serafín perteneció a una conocida y acomodada familia oscense bien radicada en la ciudad. Su hermano Bruno fue un influyente canónigo de la seo oscense. Inició su formación en la Universidad Sertoriana, donde obtuvo el título de bachiller en Filosofía en 1844. Continuó sus estudios en la Universidad de Barcelona y allí se licenció en Medicina y Cirugía en 1851 y en Ciencias en 1853. Años después, siendo ya catedrático del Instituto oscense, en 1869, se doctoró en Ciencias Naturales en el alma mater barcelonesa. Comenzó su carrera profesional como regente de Lengua Griega en el Instituto de Barcelona en 1852, y ya posteriormente, en 1855, fue designado catedrático sustituto de Historia Natural en el claustro del de Huesca, en buena medida merced a los afanes de su director, Vicente Ventura. Con este carácter estuvo desempeñando la cátedra durante dos años hasta que en 1857 llegó el nombramiento de la Dirección General, al mismo tiempo que se cubría, también con carácter de sustitución, la de Física y Química, que recayó en el farmacéutico de Angüés (Huesca) Rafael Panzano.149 Por oposición

149. Puede afirmarse que por primera vez desde la creación del Instituto estas materias, destacadas y significativas dentro plan de estudios de la segunda enseñanza, quedaban cubiertas por profesionales acreditados para ello. La asignatura de Historia Natural había sido impartida inicialmente, como se ha dicho, por el farmacéutico Carlos Camo Nogués. Después pasaron por encargos ocasionales realizados a docentes titulares de otras materias e incluso por dos intentos sucesivos, ambos malogrados, de incorporar a sendos catedráticos numerarios: a Godofredo Latorre —fallecido de manera prematura— en 1854 y a Jacinto Montells y Nadal —quien, inopinada y sospechosamente, no llegó siquiera a incorporarse a su puesto y ocupó la cátedra del Instituto de Sevilla, lo que dejó el camino expedito al por entonces sustituto, y oscense de buena cuna, Serafín Casas y Abad— en 1856. En cuanto a las enseñanzas de Física y Química, durante largo tiempo en manos del ignaro en esas lides Martín Palacín, tardaron algo más en normalizarse, pues, tras el fugaz paso de Panzano, fue el propio Serafín Casas quien acumuló la docencia de las dos cátedras a partir de 1862.

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obtuvo en 1862 (Real Orden de 2 de julio) la cátedra de Historia Natural del Instituto Huesca, que ocupó hasta 1896. Impartió además las materias de Física y Química en calidad de catedrático interino desde 1862 hasta 1889, fecha en la que finalmente fue cubierta esta plaza, vacante hasta entonces, por el catedrático alavés Canuto Ortiz de Zárate. Casas se hizo cargo, además, de la dirección de la entonces recién inaugurada estación meteorológica del Instituto entre 1863 y 1891, año en que pasó a ocuparse de este negociado el nuevo titular de la cátedra de Física y Química.

Llegó a la cátedra con treinta y tres años y permaneció treinta y cuatro en ella. Desempeñó, entre otros, el cargo de vicedirector del Instituto durante la dirección de Manuel López Bastarán. En numerosas ocasiones actuó como vocal del tribunal de oposiciones de escuelas de instrucción primaria y al menos en dos como vocal de tribunales a cátedras de segunda enseñanza. Fue también vocal y secretario de la Junta Provincial de Agricultura. Su prestigio profesional fue más allá de la ciudad en la que desarrolló la casi totalidad de su trayectoria; prueba de ello es que fue académico de la de Medicina de Barcelona y miembro de la reputada Sociedad Española de Historia Natural. En 1881 llegó incluso a obtener la cátedra de Historia Natural de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza, aunque tuvo que renunciar a ella por motivos familiares «transcendentales» sobrevenidos que «no aconsejaban en modo alguno su traslado a esa ciudad». El fallecimiento de su esposa, Leonisa Soler, en 1886, el de su hermano Bruno tan solo un año después y finalmente los de su hija Concepción, en 1893,150 y su amigo León Abadías, en 1894, junto a una serie de relativos reveses y decepciones en el ámbito de la acción política y social local —que Casas practicó con pasión y vehemencia de férvido creyente, como veremos—, seguramente estuvieron tras su decisión de aceptar en 1896 el traslado, por permuta, a la cátedra del prestigioso Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, en el que pasó sus últimos años de actividad profesional. Después regresó a su ciudad natal, donde residió, retirado de la vida pública, hasta su fallecimiento, que tuvo lugar en 1903.151

150. Su hija Conchita fue el amor imposible de Joaquín Costa en los años 1877-1879, cuando este residió en Huesca (Ara, 2004a).

151. Mariano Casas Soler, su hijo mayor, formado en el establecimiento oscense, quiso seguir los pasos de su señor padre y obtuvo la licenciatura en Ciencias por la Universidad de Barcelona. Tras una corta estancia como auxiliar en el Instituto de Guadalajara, en 1893 fue designado por López Bastarán auxiliar de Ciencias del Instituto. Se hizo cargo además de las clases de Gimnasia, que hubieron de impartirse en la antigua capilla de la Sertoriana, debidamente acondicionada y con todas las venias del obispo Alda. De recias convicciones carlistas —como su progenitor—, carácter inestable y muy difícil trato, se caracterizó por un anómalo comportamiento en las clases que fue objeto de atención en numerosas sesiones de claustro, según reflejan las actas del órgano colegiado al menos entre 1902 y 1921 (AHPHu, I/867, I/598 e

LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS NSR

En Barcelona se editó su Curso de nociones de historia natural, seguido de un vocabulario de las voces técnicas más notables derivadas inmediatamente de la lengua griega (Lib. de J. Oliveres, 1860). Ya en Huesca, publicó una Memoria de la estación meteorológica de Huesca en el curso 1871-1872 y dos curiosas guías de la ciudad: Huesca, su topografía médica o Reseña demográfica y sanitaria, seguida de un resumen histórico-descriptivo (Imp. de J. Iglesias, 1883), y Guía de Huesca: civil, judicial, militar y eclesiástica (Imp. de J. Iglesias, 1886), ilustrada con magníficos dibujos del también profesor del Instituto Manuel Ros y plano urbano de Vicente Filló.152 También en Huesca dio a la imprenta una curiosa Memoria sobre la importancia terapéutica de las aguas y baños minerales de España en el tratamiento de las enfermedades secretas o sífilis (Imp. de José Iglesias, 1881). En Madrid vio la luz una obra específicamente concebida como manual escolar, Nociones de fisiología e higiene para uso de los alumnos de segunda enseñanza (Imp. de Hernando y Cía., 1897), completada con el Programa de elementos de historia natural y el Programa de fisiología e higiene (ambos editados en la misma imprenta y el mismo año). Además escribió un folleto de título un tanto insólito, El maestro de antaño y el profesor de instrucción primaria de hogaño. 153

Su actuación cotidiana en la cátedra se amoldó de forma sobresaliente a las reglas no escritas de un canon profesional que, una vez más, uno de

I/600). Pese a sus excentricidades y sus incumplimientos del Reglamento, siempre contó con el apoyo de algunos claustrales, como el señalado conservador y anticamista Gregorio Castejón Ainoza. Finalmente hubo de ser sometido a consejo de disciplina en 1921 y se le incoó un expediente de jubilación por incapacidad física (en el informe se afirma que «la falta de condiciones pedagógicas tienen por origen algo ajeno a su voluntad»), de modo que fue apartado del servicio de manera definitiva (Gaceta del 23 de julio de 1923). Toda la información del consejo de disciplina puede seguirse al detalle en la extensa acta del claustro extraordinario del 8 de marzo de 1921, que incluye el acta de constitución del consejo, los cargos, las comparecencias de testigos, los descargos y el fallo con todas las firmas (AHPHu, I/600, libro de actas de claustro, 1921-1932).

152. Noticia de este singularísimo trabajo, que entronca con la moda decimonónica de las guías de forasteros y viajes, subgénero de una literatura burguesa destinada a retratar y elogiar las nuevas formas de vida urbana y sus progresos locales y en la que con frecuencia se filtraba un cierto élan regionalista de vuelo bajo, se puede encontrar en Ara (1995b). La Guía de Casas y Abad siguió el camino inaugurado por su amigo, conmilitón y colega profesional Carlos Soler y constituye un verdadero prontuario para estudiosos y un who is who de la Huesca restauracionista del filo de 1886. Fue reeditada más de cien años después de su publicación, en 1996, por iniciativa de José María Pisa y con introducción de Juan Carlos Ara, en la añorada editorial La Val de Onsera. Posteriormente otros profesores del Instituto —Ricardo del Arco en 1910 y Juan Tormo Cervino en 1935— llevarían a cabo empeños semejantes.

153. Véase su hoja de servicios de 1895, conservada en el AHPHu (I/797/28). El último de los títulos citados fue publicado en 1887, en la imprenta oscense de Jacobo María Pérez, como El maestro de escuela de ayer y el profesor de instrucción primaria de hoy

LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS NSS

sus alumnos, Santiago Ramón y Cajal (1923), relató de forma muy precisa en sus memorias de mocedad (hay que notar que Casas fue amigo personal y condiscípulo del padre del ilustre histólogo):

Gustábame su manera sencilla y clara de exponer en Física. Y recuerdo que, por adaptación a nuestra inopia matemática, deshuesaba las lecciones de ecuaciones e integrales. Cada ley o propiedad esencial era comprobada mediante experimentos concluyentes, que venían a ser para nuestra ingenua curiosidad juegos de manos de sublime taumaturgo. Con embeleso y atención cada vez más despierta, mirábamos colocar sobre la mesa los imponentes y extraños aparatos, muy especialmente las formidables máquinas eléctricas de tensión, entonces a la moda.

Sin embargo, cuando expone la opinión que le merecía como profesor de Historia Natural su juicio es algo más distanciado y revela de forma sintomática el carácter fundamentalmente libresco y enciclopédico de la enseñanza que se practicaba en el Instituto:

no sació sino muy imperfectamente mis apetitos intelectuales. Yo, que me embelesaba al contemplar un nido, que me extasiaba ante las rutilantes libreas de los coleópteros y la policromía de las mariposas y de los pájaros, sentí verdadero terror al oír la extraña e inacabable nomenclatura de animales y plantas y el chaparrón abrumador de las clasificaciones.

Pese a lo que pudiera parecer a primera vista, no existe contradicción alguna en los juicios contrapuestos que sobre Casas obraban en la memoria de Santiago Ramón y Cajal: la explicación sin duda habría que buscarla en la idiosincrasia de las prácticas y las rutinas escolares derivadas de los códigos disciplinares que se forjaron precisamente en aquellos años en los que fue preciso inventarlo todo.

CASAS Y SUS CONMILITONES OSCENSES EN EL CLAUSTRO

Desde el punto de vista político Serafín Casas fue un significado carlista y, lógicamente, un furibundo anticamista en la Huesca de la primera Restauración. Formaba parte del núcleo duro del sector más reaccionario e integrista del claustro del Instituto, con notorias simpatías neocatólicas. Así, en 1884 se sumó, junto a cuatro conmilitones y colegas del claustro, a las mencionadas denuncias del episcopado español —en especial del obispo de Ávila y el cardenal de Toledo— contra el discurso en favor de la libertad de cátedra pronunciado por el entonces rector de la Central, el republicano —y masón— Miguel Morayta. Aquella estentórea condena eclesiástica desencadenó sonadas algaradas y protestas estudiantiles en toda Europa —que en

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España fueron conocidos como sucesos de santa Isabel— a lo largo del mes de noviembre de 1884.154

La misiva contra Morayta y su discurso fue firmada por Serafín Casas, Antonio Aquilué, Martín Puértolas, Vicente Ventura, como ya se dijo, y Antonio Vidal. Fue publicada en el órgano oficial del partido de la Unión Católica de Alejandro Pidal y Mon —a la sazón ministro de Fomento— y vertía afirmaciones de este jaez: «en los momentos presentes, cuando tanto se enaltece la libertad de cátedra, creen de su deber los profesores que suscriben, declarar que su criterio en la enseñanza es el de la Iglesia Católica, apostólica y romana, madre de la única y verdadera civilización».

En las mismas fechas, un por entonces joven estudiante de Ciencias

Naturales en Madrid, el zufariense Odón de Buen y del Cos (1863-1945), quiso terciar también en aquel dislate y publicó en el periódico madrileño Las Dominicales del Librepensamiento un artículo titulado «¡¡Pruebas!! ¡¡Pruebas!!», con su habitual pseudónimo de Polemófilo. Al tiempo que caricaturizaba al esperpéntico grupo de los cinco profesores mestizos del Instituto, retaba a su cuasicolega Serafín Casas a demostrar la compatibilidad de los dogmas católicos con la ciencia naturalista —o, por decirlo con sus palabras, a conciliar «las nuevas adquisiciones de la ciencia con los carcomidos volúmenes del Pentateuco»—:

sin duda mi Ignorancia me hace prever que ha de verse en muy grandes apuros el doctor Casas, catedrático de Historia Natural, para inculcar a sus alumnos los principios de las ciencias naturales que echan por tierra cuantas afirmaciones hace en El Génesis la respetable pluma del post-diluviano Moisés. […] Debo ante todo participar, que tengo profundamente arraigada la creencia de que ser naturalista y católico es como ser monárquico y republicano, blanco y negro, fraile y sultán de Marruecos; pero no en balde espero que el doctor Casas me saque del error. (Las Dominicales del Librepensamiento, 7 de diciembre de 1884, p. 4)

154. La nueva cuestión universitaria —la tercera, tras las de 1865 y 1875— provocó disturbios que se extendieron a Valladolid, Zaragoza, Salamanca, Granada, Oviedo, Sevilla, Cádiz, Santiago, Valencia…, pero también a Roma, Parma, Pisa, París, Oxford, Bruselas, Leipzig y Budapest. Fueron los primeros en los que participó alumnado no solo de universidades, sino también de institutos y conservatorios. Con todo, en España la incorporación de los estudiantes, en especial de los de segunda enseñanza, como nuevo sujeto político organizado fue un hecho ocasional —casi siempre relacionado con reivindicaciones de orden académico o en el marco de episodios de anticlericalismo o recrudecimiento de tensiones entre republicanismo, ultramontanismo y librepensamiento— hasta la segunda década del siglo XX, y más en particular hasta la dictadura de Primo de Rivera (González Calleja, 2005). El caso oscense no escapó a esta norma general y la primera movilización estudiantil documentada como tal se produjo, tras el fin de la Gran Guerra, en el marco de las protestas que en 1919 desarrollaron tanto los alumnos de la Normal como los del Instituto por la muerte en Granada de un estudiante ligado al movimiento Juventud Rebelde.

LOS CATEDRÁTICOS ISABELINOS NSU

En Huesca el asunto tampoco pasó desapercibido para El Iris de Paz (18831885), órgano quincenal de la espiritista Sociedad Sertoriana de Estudios Psicológicos,155 en la que participaban exalumnos del Instituto156 y a la que, por cierto, llegó a asomarse el catedrático de Latín y Castellano y destacado jurista de origen navarro Víctor Ozcáriz Lasaga (n. 1831),157 republicano, librepensador y espiritista, muy vinculado a Antonio Torres-Solanot, que ejerció en el Instituto oscense durante un curso tras la jubilación de Martín Puértolas. Así pues, en un largo suelto titulado «Los mestizos del Instituto» se transcribía casi literalmente el escrito de Odón de Buen, futuro fundador de la oceanografía española, que culminaba con una coda que merece la pena rescatar:

Los nombres de esos cinco protestantes que encanecieron regentando aulas pero que entre los cinco no han valido lo que ya vale nuestro paisano Odón de Buen, quedarán para siempre oscurecidos, pues pronto se borrará hasta el recuerdo de su anacrónica y mal aconsejada protesta, mientras que el del joven naturalista se ha de conservar en los anales de la ciencia que cultiva con incansable afán, prodigiosa actividad y celo del verdadero sacerdote del saber, para ilustrarla con sus investigaciones y sus profundos conocimientos. (El Iris de Paz, 31 de diciembre de 1884, p. 7)

155. Espiritismo, republicanismo, anticlericalismo y librepensamiento fueron a menudo de la mano y adquirieron no poca influencia en los medios pedagógicos —en buena medida investigada por los historiadores de la masonería, entre otros—. La del vizconde Antonio TorresSolanot, introductor del espiritismo en España —y espléndidamente estudiado por Alberto Gil Novales—, no fue ajena a la consolidación de este núcleo de librepensadores oscenses que mantuvo una permanente polémica, en especial a través de su periódico, con el clero de la ciudad, con sus acólitos seglares y, en particular, con la personalidad del ubicuo canónigo Vicente Carderera y Potoc. El Iris de Paz, dirigido por el sastre oscense Domingo Monreal, que llegó a cosechar en su haber hasta tres excomuniones —de la mano de los prelados de Huesca, Barbastro y Jaca—, fue suspendido en 1885, coincidiendo con la irrupción del cólera en la ciudad, tras haber publicado sesenta y cinco números desde 1883 en abierta y permanente polémica con los periódicos neocatólicos y carlistas de la localidad y de la provincia. De estos temas se ha ocupado recientemente Rodríguez Bonfill (2013).

156. Entre ellos el profesor auxiliar de Ciencias de la Escuela Normal —y padre de la futura alumna del Instituto Encarnación Fuyola— Lorenzo Fuyola, Ramón Alamán y Mariano Labata. 157. Aunque su presencia en Huesca se limitó a un solo curso, 1886-1887, en los amenes de su nómada e intrincada trayectoria profesional, la personalidad de este erudito y prolífico catedrático de Latín y Castellano, titulado como bachiller en Artes en Zaragoza en 1848 y después licenciado en Jurisprudencia y doctor en Derecho Civil y Canónico en la Universidad Central y en la de Valladolid respectivamente, merecería una monografía. Antes de su llegada a Huesca había desempeñado la cátedra en Barcelona, Pamplona, Santander, Huelva, Guadalajara, Gerona y Teruel. Sobre su estancia en el Instituto turolense, entre 1876 y 1880, tenemos noticia de que llegó a fundar una interesante revista pedagógica titulada La Emulación (Checa, 2002: 155). Su último destino fue el Instituto de Ávila, y sabemos que en 1900, a los sesenta y nueve años de edad, el recién creado Ministerio de Instrucción Pública abrió una investigación sobre su jubilación que le supuso no pocos quebrantos personales (de esta noticia se hizo eco la revista espiritista Luz y Unión, de Barcelona, de la que él era asiduo colaborador, en su número 24, del 31 de octubre de 1900).

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Un vaticinio, por cierto, doblemente fatal para la ciencia y la educación españolas, pues sabido es que Odón de Buen, gran naturalista y divulgador de la ciencia cuyos libros fueron prohibidos por el papa León XIII por defender las teorías de Darwin, llegó a ser suspendido en su cátedra de la Universidad de Barcelona en 1895 —aunque logró recuperarla después— y falleció, como tantos otros, en el exilio mexicano (su hijo Sadí, médico, corrió peor suerte en la Córdoba ocupada por las tropas del infausto general Queipo de Llano).158

A finales de siglo las disputas entre darwinistas e integristas católicos —empeñados en supeditar la ciencia empírica a la fe católica— alcanzaron a menudo gran resonancia en la prensa periódica, aunque rara vez salpicaron la rutinaria y reglamentada estabilidad de los claustros de los institutos. En el oscense, como en el valenciano, estudiado por Carles Sirera (2011b), las solidaridades corporativas actuaron como parapeto frente a los hostigamientos externos. Cierto es que en ambos casos el antidarwinismo y las posiciones integristas encontraron un bastión casi inexpugnable en la cátedra de Psicología y Lógica,159 pero el Instituto oscense exhibió una peculiaridad nada baladí, pues, mientras que en el de Valencia, por ejemplo, la cátedra de Historia Natural fue ocupada por brillantes evolucionistas pragmáticos, como Emilio Ribera —que podía explicar a Darwin sin negar a Dios—, en el de Huesca Serafín Casas y Abad mantuvo tanto en sus clases como en sus opúsculos la defensa a ultranza de la argucia creacionista. Casas fue muy amigo también del pintor y profesor del Instituto León Abadías de Santolaria (1836-1894) y del influyente hacendado Tomás Lalaguna. Su participación en la vida política local y provincial fue constanteen los años ochenta desde su posición ultramontana y destacó en dos facetas asaz complementarias: la denuncia del caciquismo camista y la infatigable lucha en pro de la catolización de la vida social y cultural de la ya de por sí muy levítica ciudad de sus amores.160 Llegó a ser elegido concejal del

158. Y es que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ese esperpéntico remedo de la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE) surgido del magín de dos reputados catedráticos de segunda enseñanza aragoneses —el turolense José Ibáñez Martín y el caspolino José María Albareda Herrera—, nació en 1939, entre otras cosas, para promover «la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII». Lo cierto es que bajo la férula franquista Darwin volvió a ser un autor prohibido en España y el ministro Ibáñez Martín obligó a incluir pasajes del Génesis en los textos escolares…

159. En Valencia, con la presencia de los catedráticos Miguel Vicente Almazán y Manuel Polo y Peyrolón; en Huesca, con Vicente Ventura Solana y Gegorio Castejón Ainoza.

160. No es casual que el 13 de abril de 1878 se constituyese en Huesca una liga para combatir la blasfemia y la profanación de los días festivos, que dos años más tarde fuera noticia que cerca de mil personas se trasladaran en tren a Zaragoza para participar en la peregrinación a la Virgen del Pilar o que en 1882 un grupo de prohombres oscenses, encabezado por los obispos de Huesca y Jaca y el canónigo doctoral Carderera, secundara la iniciativa de

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Ayuntamiento en las elecciones municipales de 1887, cuando formaba parte de la candidatura coalicionista —una peculiar coalición electoral de gris denominación, Coalición Administrativa, orquestada en contra del posibilismo camista, de amplísimo espectro, integrada por republicanos no posibilistas (incluso federalistas), fusionistas, conservadores y hasta carlistas—, en la que Casas apareció, junto a Francisco Bescós y Sixto Vilas, representando a la facción carlista. Fiel a su posicionamiento político, en 1889 volvió a formar parte de la candidatura coalicionista, sin que en esta ocasión obtuviera acta de concejal (Frías, 1992). Según cuenta Julio Brioso (2000), en 1891 fue también uno de los firmantes —junto a otros catedráticos anticamistas y conservadores recalcitrantes, como Vicente Ventura, Antonio Vidal o Gregorio Castejón— del manifiesto A los electores del distrito de Huesca defendiendo la candidatura del carlista duque de Solferino, presentada por la Junta Católica del distrito electoral oscense. Esta candidatura fue impulsada por el canónigo y activo ultramontano Vicente Carderera161 y provocó como reacción cierto clima de anticlericalismo en la ciudad al que tampoco fueron ajenos algunos miembros del Instituto. En la noche del 3 de febrero de 1891, al regreso a la ciudad del obispo Vicente Alda y Sancho —uno de los voceros del catolicismo social y futuro arzobispo de Zaragoza— tras una visita pastoral, se produjo la famosa silba (Lucea, 2009: 203-204) que fue recogida en la prensa nacional conservadora. Al año siguiente, un emblemático 5 de marzo, tendría lugar otro concierto de abucheos y silbidos contra Alda, orquestado asimismo por el posibilismo y sus partidarios, y esta vez con el alcalde de la ciudad al frente.

De otra parte, Casas fue un entregado activista de la lucha cultural —la Kulturkampf— en pos de la catolicidad de las clases populares. Junto a León Abadías fue promotor y miembro activo del Círculo Católico de Obreros,162

Cándido Nocedal para acudir a la capital de Italia en una peregrinación de apoyo a la causa del papa rey. Una mirada superficial a la prensa local proporciona numerosos datos de semejante tenor que por sí mismos revelan la presión ambiental existente en la ciudad.

161. Tertuliano habitual y publicista, fue un prematuro vocero del catolicismo social, que blandió desde su periódico, La Provincia de Huesca, surgido en 1878 coincidiendo en el tiempo con la fundación del Círculo de Obreros Católicos de Huesca. Desde esa tribuna, en la que intervino Casas y Abad en más de una ocasión, se orquestaron numerosas campañas contra las ideas liberales y otros errores del siglo. Noticias de su relación con el Instituto, en AHPHu, I/797/26.

162. Esos círculos fueron promovidos desde 1865, fecha en que fue fundado el primero en la localidad de Manresa por el jesuita valenciano Antonio Vicent (1837-1912), quien se hizo eco del movimiento social católico europeo, que llegó a conocer de primera mano (Delgado, 1994; Estarán, 2001). La agresiva cruzada clerical contra las ideas disolventes y los males del siglo —el liberalismo democrático y sobre todo el socialismo y el anarquismo— fue orquestada desde el papado de Pío IX (1846-1878) —el que declaró el dogma de la Inmaculada Concepción (1854), promulgó el Syllabus de errores (1864) y desarrolló, en fin, el Concilio

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una institución cultural y recreativa de prolongada andadura en la ciudad, controlada por el obispado y por la alargada sombra del canónigo Carderera, que constituyó un vehículo muy principal del propagandismo católico y de los afanes recatolizadores de la Restauración. Presidida inicialmente en 1878 por su amigo y conmilitón León Abadías, fue frecuentada por una amplia nómina de personalidades oscenses, entre las que encontramos a conspicuos miembros del claustro del Instituto como Pedro Claver, Luis G. Azara, el médico Manuel Millaruelo, Francisco Bescós —padre de Manuel Bescós Almudévar—, Raimundo Vilas, Valero Palacín, Antonio Vidal, Gregorio Castejón, los hermanos Domingo y Mariano de Pano, Félix Puzo o los presbíteros José Banzo Lizana y Juan Placer Escario. Como se verá con cierto detalle, el Instituto jugó un papel institucional y simbólico muy relevante en la urdimbre de esta trama levítica y retrógrada, de raíces —no se olvide— profundamente autoritarias, patriarcales y clasistas, mediante el recurso a desempolvar y resucitar las más rancias tradiciones de su supuesta herencia universitaria. La revitalización del ritual simbólico del Tota Pulchra a finales del siglo XIX como fasto académico-religioso constituye una de las pruebas más elocuentes del importante rol desempeñado por la más alta institución académica de la ciudad en la estrategia de recatolización de las masas.

Vaticano I, que estableció el dogma de la infalibilidad pontificia (1870)—. Por su parte, León XIII (1878-1903) reforzó la ofensiva, merced al despliegue de la llamada acción social de la Iglesia, dando pábulo a la gestación de múltiples formas de asociacionismo católico orientadas a frenar, con un discurso netamente antiliberal y contrarrevolucionario, el imparable proceso de secularización y laicización de las clases populares que experimentaban las sociedades capitalistas, así como fomentando la enseñanza cristiana y la creación de espacios de sana sociabilidad para las clases obreras. En nuestro país, tras el relativo menoscabo sufrido por la Iglesia durante el Sexenio, la consigna del Estado confesional, rehabilitado por la Constitución de 1876, fue muy clara: había que recatolizar España (Ramón Solans, 2016). A lo largo de las últimas tres décadas del siglo el número de misiones populares, catequesis, peregrinaciones y romerías a santuarios, concentraciones piadosas, congresos marianos y otras manifestaciones sociales de propaganda pastoral, devoción y superstición religiosa fue in crescendo, toda una estrategia de movilización católica urdida desde los propios obispados que culminaría en los años ochenta-noventa y que utilizaría todos los medios a su alcance —la fundación de escuelas de adultos y asociaciones confesionales y la masiva publicación de libros, folletos y cabeceras de periódicos autocalificados como buena prensa—. En Huesca los prelados Vicente Alda y Sancho y, sobre todo, su sucesor, Mariano Supervía Lostalé —en el cargo entre 1895 y 1918—, popularmente conocido como el Obispé por su campechanía y su baja estatura, se emplearon a fondo para impulsar todo tipo de prácticas, privilegios y dispositivos simbólicos destinados a revitalizar y reforzar la presencia y la intromisión de la Iglesia en la vida social de la ciudad como eficaz instrumento de control social, para satisfacción de la oligarquía y de las gentes de orden. Así pues, en ese contexto, la trayectoria del Círculo Católico de Obreros oscense, que contó siempre con entusiastas colaboradores en el claustro de profesores del Instituto, tuvo una especial relevancia en toda esa estrategia de recatolización a la que nos referíamos.

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Casas, socio protector, médico oficioso y asiduo ponente de las conferencias dominicales, fue el segundo presidente del Círculo. En 1890 él y su amigo Millaruelo —a la sazón secretario de la institución— fueron elegidos por la Junta Diocesana Oscense representantes seglares para acudir al Congreso Católico de Zaragoza. Allí nuestro catedrático leyó un discurso que, según Juan Carlos Ara (1996), fue el origen de su obra más comprometida políticamente, Catecismo político para uso del pueblo, publicado por la Revista Popular en 1891.163 Este folleto se convirtió en ruda apoyatura intelectual a la estrambótica y ya mentada candidatura del duque de Solferino a las elecciones de 1891. Su pluma se asomó con asiduidad a la prensa local, en la que practicó, como muchos de los citados, una prosa eficaz, pulida y moralizante muy habitual en los años centrales de la Restauración. Junto a Carderera y al catedrático Vidal frecuentó las páginas de La Provincia de Huesca y las del diario El Norte de Aragón. Al final de sus días colaboró ocasionalmente con algún artículo en La Campana de Huesca (1893-1895), empresa dirigida por quien fuera su alumno Gregorio Gota Hernández, una personalidad clave de la cultura oscense de los ochenta-noventa muy bien estudiada por Ara (1995a).

Aunque Casas desarrolló buena parte de su actividad profesional en los años del Sexenio Democrático y la primera Restauración borbónica, es menester analizar, interpretar y comprender la ejecutoria de este catedrático oscense, como la de muchos de quienes fueron sus colegas en el claustro, en términos paradigmáticos de lo que fue y significó esta fundacional generación de catedráticos surgida en la Huesca isabelina. La secularización propiciada por la propia erección de un sistema nacional de segunda enseñanza bajo el control del Estado difícilmente pudo llegar a quebrar los sólidos marcos y los inveterados anclajes de la visión religiosa, católica, de la educación y del mundo que de manera indefectible siguió impregnando el universo mental en el que estos catedráticos se formaron, se nutrieron y siguieron dotándose de sentido incluso, como hemos visto, bien sobrepasado el ecuador del siglo.

163. En esa misma revista, órgano oficioso del integrismo restauracionista y del propagandismo católico catalán desde los años setenta, el presbítero y destacado apologista y desvelador de los males del siglo Félix Sardá y Salvany recomendaba la lectura del opúsculo del catedrático oscense. El que había sido autor del conocido libelo El liberalismo es pecado (1887), donde se trataba de mostrar la íntima contradicción in terminis entre liberalismo y catolicismo (Fernández Sebastián, 2011: 258), se vio sin duda reconocido en el texto del oscense. En la citada Revista Popular no era infrecuente hallar firmas de otros catedráticos carlistas y ultramontanos, como la del conquense —aunque afincado en Valencia— Manuel Polo y Peyrolón, autor de varios manuales de su asignatura, Psicología, Lógica y Ética, para la segunda enseñanza que sirvieron de libros de texto en muchos institutos, o la del oscense León Abadías de Santolaria.

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LEÓN ABADÍAS DE SANTOLARIA:

CONTROVERTIDO Y SINGULAR CATEDRÁTICO DE DIBUJO

(Huesca, NUPS – Córdoba, NUVQ)

Procedente de noble y católica familia oscense, entre 1845 y 1851 cursó el bachillerato de Artes en el Instituto de Segunda Enseñanza de Huesca y formó parte de su primera promoción de estudiantes. Continuó sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, donde coincidió con su influyente paisano el artista y profesor Valentín Carderera. A partir de 1856 prosiguió su formación en la de San Luis de Zaragoza. Como pintor y dibujante de cierto mérito, dentro de los parámetros del romanticismo en boga en la época, se le considera discípulo de Federico Madrazo, de Carlos Múgica y fundamentalmente del zaragozano Bernardino Montañés. Destacó como muralista y restaurador, aunque también como retratista y paisajista. A su regreso a Huesca, hacia 1860, el Instituto habilitó en el antiguo Colegio de Santiago un aula de Dibujo en la que empezó a impartir enseñanzas regladas por encargo del entonces director, Vicente Ventura. Desde el curso 1864-1865 se hizo cargo de la cátedra de Dibujo de manera interina como profesor sustituto. En 1865 la obtuvo por oposición y comenzó a desempeñarla en enero de 1866. Llegó a ser profesor de Santiago Ramón y Cajal y de Joaquín Costa, con quien además mantuvo una amistosa relación epistolar durante algún tiempo. Su faceta de docente de Dibujo, Técnico y de Adorno, es muy destacable, así como su permanente preocupación por el reconocimiento y la adecuada financiación de esas enseñanzas en todos los niveles de la instrucción pública, loable empeño que, como es sabido, distaba mucho de la precaria y preterida existencia en que se encontraron los llamados estudios de aplicación en la gran mayoría de los institutos provinciales de segunda enseñanza —y

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el de Huesca no fue en absoluto una excepción a la regla— hasta bien entrado el siglo XX 164

Con todo, su trayectoria profesional en el Instituto oscense fue relativamente breve, guadianesca y atípica, pues no solo estuvo muy condicionada por las dificultades financieras que padeció la cátedra que ostentaba, sino también por las convulsas circunstancias políticas envolventes, que Abadías, movido por su extremadamente congruente militancia, llevó al extremo de alterar lo que de otro modo habría sido una trayectoria profesional normal

En efecto, León Abadías fue un consecuente y férvido ultramontano y militante de la causa carlista, a tal extremo que el 28 de abril de 1870 (por Orden del Regente del Reino) fue separado de su cátedra como consecuencia de negarse a jurar la Constitución de 1869, la primera carta magna española que habilitó el derecho a voto de todos los varones mayores de edad sin distinción de clase. El 27 de junio, ante el gobernador de la provincia, «León Abadías, catedrático de dibujo, manifestó que por hallarse en la situación especial de no cobrar sus haberes por negarse a pagarlos la Diputación, creía en sus sentimientos de delicadeza no hallarse obligado por ahora a prestar el expresado juramento».165 Lo cierto y verdad es que en el presupuesto de la Diputación para 1869 se había suprimido la partida de 800 escudos consignada para la cátedra de Dibujo (no era la primera vez que ello ocurría con estas enseñanzas y con las de agricultura, estudios de

164. En coherencia con estas preocupaciones educativas, en 1867 publicó Importancia y necesidad del dibujo aplicado a las artes (Huesca, Imp. de Jacobo María Pérez), texto de un discurso leído en la sociedad Centro Literario de Huesca. Años más tarde, en 1882, ya desde su cátedra del Instituto cordobés, publicó otro pequeño opúsculo, Importancia del dibujo y necesidad de reformar su enseñanza haciéndola obligatoria en los institutos provinciales (Córdoba, Tip. La Actividad). Asimismo ejerció de editor de unas Nociones de geometría aplicada al dibujo lineal, que publicó en Huesca, en la Imprenta de la Viuda e Hijos de Castanera, en 1881. Sobre la vida y la obra del controvertido y singular catedrático oscense puede consultarse Alvira (2014) y Ramón Salinas (2014 y 2018).

165. El Real Decreto de 17 de junio de 1869 prescribía la obligatoriedad de que todo el personal, docente y no docente, del Ministerio de Fomento jurase la Constitución del Estado en las condiciones que allí se establecían y en acto solemne presidido por el gobernador provincial o por el director del establecimiento. El proceso dio lugar a una abundante y curiosa documentación que para el caso del Instituto oscense se custodia en el AHUZ (4175[3]). El 27 de junio de 1869 prestaron juramento ante el gobernador los catedráticos Manuel Labajo, Manuel López Bastarán y Cosme Blasco, el bibliotecario Mateo de Lasala y el portero Mariano Lazo. Meses más tarde, el 15 de enero de 1870, lo hicieron los catedráticos Mauricio María Martínez, Vicente Ventura, Serafín Casas, Antonio Aquilué, Carlos Soler y Antonio Vidal. En el distrito universitario zaragozano solo dos profesores más se negaron al juramento —Julio Navarro (Pamplona) y Buenaventura Álvarez (Soria)— y fueron separados del servicio. Otros hubo que lo prestaron «con salvedades» y a los que se les ofreció por dos veces la posibilidad de enmendar su «actitud asustadiza» (la expresión es del rector Borao), y finalmente no recibieron sanción.

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aplicación). Abadías había recurrido defendiendo su derecho a percibir su salario como catedrático por oposición y se resolvió que, con arreglo a la ley vigente, el recurrente podía percibir, como excedente, dos terceras partes de su sueldo, situación que se prolongó desde el 1 de julio de 1869 hasta el 1 de abril de 1870, fecha en la que quedó definitivamente separado de la cátedra por no haber prestado el juramento solicitado. Otro conocido oscense, algo mayor y también de recias convicciones, formado en la Sertoriana, Bernardo Monreal y Ascaso (1824-1894),166 que por entonces ejercía su cátedra de Geografía e Historia en Ávila, mantuvo la misma actitud que Abadías e incluso se negó a reconocer la monarquía del usurpador Amadeo de Saboya, por lo que igualmente llegó a ser dado de baja en el escalafón. En 1877 reingresó para hacerse cargo de la apreciada cátedra del Cisneros de Madrid.

Abadías, que con permiso del claustro y de la dirección prosiguió oficiosamente su labor como profesor particular, fue formalmente repuesto en su cátedra por Decreto del Gobierno de la República de 14 de mayo de 1873, aunque declarado en situación de excedencia por Orden de 1 de julio del mismo año, con todos los derechos que le correspondían. La excedencia se produjo, ya que entre 1872 y 1876 el destacado partidario de don Carlos abandonó la ciudad de Huesca para enrolarse en las filas del ejército faccioso con el grado de capitán y combatir, con sus pinceles y su paleta, en la guerra en curso. Fue el Gobierno canovista el que lo reintegró definitivamente a la cátedra de Dibujo en el Instituto de Córdoba, plaza que ocupó desde 1879 hasta su fallecimiento, acaecido en 1894.167

166. Abogado, académico de la de Historia y de la de Jurisprudencia, numerario de las Sociedad Geográfica de Madrid y de la de París y prolífico autor de más de una docena de libros de texto, atlas y compendios para su asignatura, comendador de la Real y Americana Orden de Isabel la Católica…, como es bien sabido, al final de sus días legaría sus bienes al patrocinio del obispo Mariano Supervía (el catedrático Gabriel Llabrés, como veremos, actuaría como albacea testamentario) para dotar la fundación de la Escuela de Artes y Oficios de San Bernardo en Huesca, a mayor gloria de la institución salesiana y de la catolización de la juventud laboriosa de la ciudad y la provincia sin distinción de clase, aunque con discriminación de género. Lo cierto es que la monumental Escuela de Artes y Oficios, regentada por los padres salesianos e inaugurada pomposamente en 1906, nunca llegó a suplir las enseñanzas de Dibujo y otras materias que se impartían en el Instituto y en la Escuela Normal, así como en varias academias privadas diseminadas por la ciudad.

167. Durante este periodo nunca perdió la relación con Huesca y sus gentes. Incluso presentó una solicitud a la Diputación (El Diario de Huesca, 10 de noviembre de 1884, pp. 8-9) para que volviera a consignarse un presupuesto que permitiera el reestablecimiento de la cátedra de Dibujo y su reincorporación a ella. Lo cierto es que, desde que la dejara Abadías en 1869, la cátedra oscense no fue cubierta en propiedad hasta 1903, cuando llegó el catedrático Ramiro Ros Ráfales. Con anterioridad, a partir de 1882, en el Instituto las enseñanzas de Dibujo

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Entre finales del verano de 1876, fecha de su retorno a Huesca, y el inicio de su etapa cordobesa en 1879 reabrió estudio y academia de pintura en la ciudad, al tiempo que participó de manera activa en su vida política y cultural, siempre en el entorno de ultramontanismo. En ese contexto colaboró estrechamente con su antiguo amigo Serafín Casas y Abad y otros en la fundación del Círculo Católico de Obreros (1878), del que fue, como vimos, el primer presidente. También cultivó su faceta, nada desdeñable por cierto, de autor literario y publicista. Incrementó sus colaboraciones en la prensa ultramontana y en los órganos más significados del propagandismo católico restauracionista, singularmente en la Revista Popular de Barcelona, para la que escribió con asiduidad entre 1877 y 1889, exhibiendo una prosa clerical y moralizante y explorando diferentes subgéneros, como la narración costumbrista o el cuento.

estuvieron a cargo, de forma interina, del caspolino Manuel Ros Pons —padre del anterior—, discreto dibujante que, como ya dijimos, colaboró estrechamente con Serafín Casas en la ilustración de su guía civil, judicial, militar y eclesiástica de Huesca.

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ANTONIO VIDAL DOMINGO:

EL CANON DE LA HISTORIA ESCOLAR ISABELINA EN HUESCA (Igualada, Barcelona, NUPU – Gerona, NVMM)

Procedente de una familia muy bien posicionada originaria de la Cataluña interior y afincada en Huesca, de reconocido abolengo y militancia conservadora, Antonio Vidal tuvo tres hermanos: Emilia, Luis y Mariano —los dos últimos, abogados— (Mariano contrajo matrimonio con Luisa Tolosana, uniendo así dos apellidos señeros de la elite política de la derecha local). Su formación se inició en 1848 en el Colegio de Igualada y continuó en el Instituto de Barcelona y en el de Zaragoza, donde obtuvo el título de bachiller en Filosofía en 1855. Entre 1859 y 1862 cursó estudios incompletos de Derecho en la Universidad de Barcelona. Obtuvo el título de licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla en 1865. En Barcelona mantuvo relación de discipulazgo con significados personajes de la esfera más conservadora del movimiento cultural de la Renaixença, como Mariano Aguiló i Fuster, poeta y lingüista; Francisco Miquel y Badía, crítico literario e historiador, o Francisco Javier Llorens, filósofo, catedrático de la Universidad de Barcelona y considerado el fundador de la escuela de filosofía de Barcelona.

Catedrático de Geografía e Historia por oposición desde 1862 (Real Orden de 2 de julio), fue su primer destino el Instituto de León. Ese mismo año, trasladado a instancia suya, llegó a Huesca y sustituyó en la cátedra a José Julio de la Fuente. Permaneció en ella hasta 1891, casi treinta años, para pasar después por traslado al Instituto de Gerona, donde trabajó hasta su fallecimiento, ocurrido nueve años después.

Se le puede considerar uno de los catedráticos precursores de la construcción del código disciplinar 168 de la Historia y la Geografía, cuyas características

168. Esa primera generación de catedráticos desempeñaron un papel fundamental como inventores de los códigos disciplinares de sus propias materias de enseñanza, cuyas fronteras y cuyas formas estaban por construir. Esa labor de auténtica «asignaturización del conocimiento» y de elaboración de toda una tradición de discursos y prácticas disciplinares y pedagógicas de larguísima

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más sobresalientes —arcaísmo, nacionalismo, elitismo y memorismo— han marcado su devenir como asignatura hasta tiempos muy recientes (Cuesta, 1997). Su obra publicada se limitó a algunos manuales escolares, habitualmente en octavo menor, que fueron textos obligatorios para los alumnos oscenses al tiempo que lucrativo negocio para su autor. Totalmente ayunos de recurso pedagógico o ilustración, llegaron a tener cierto éxito editorial y de ventas, y algunos cosecharon hasta tres y cuatro ediciones. Estos manuales fueron concebidos como un desarrollo catequético del programa de la asignatura, dividido en lecciones y epígrafes de enunciado preciso, muy adecuado para las prácticas mnemotécnicas.169

Ramón y Cajal (1923) rememora en Recuerdos de mi vida (cit. en Dolç, 1952: 107) algunas anécdotas de su personalidad y su hacer en el aula:

en la cátedra del profesor de Geografía no chistaba nadie. Era este un señor rubio, joven, de complexión recia, perspicaz de sentidos, austero y grave en sus palabras y severísimo y justiciero en los exámenes. Inspirábanos veneración y temor. El alumno que enredaba y se distraía cuchicheando con sus camaradas era arrojado inmediatamente del aula. Explicaba con llaneza, claridad y método y sus lecciones acabaron por interesarnos.

Por lo demás, para el futuro premio Nobel, la Historia Universal y la de España consistían «en retahíla insoportable de fechas y abrumadora letanía de nombres de reyes y batallas ganadas o perdidas», sin atractivo posible. Monárquico y de ideología católica y conservadora, coqueteó con el carlismo y se alineó, aunque de forma menos vocinglera y pública que otros, con el sector más retrógrado del claustro, liderado por Ventura y Casas y secundado por Aquilué y Puértolas. Fue uno de los firmantes, en 1890, de la candidatura del duque de Solferino, y años antes, en noviembre de 1884, de la polémica carta en contra del mencionado discurso del rector de la Central Miguel Morayta, que fue remitida a los periódicos La Unión170

data fue lo que nuestro compañero Raimundo Cuesta denominó código disciplinar y analizó minuciosamentepara el caso de la Historia escolar. La elaboración de esos códigos disciplinares fue sin duda un proceso inseparable de la forja del campo profesional de los catedráticos de instituto.

169. Destacan su Geografía astronómica, física y política para texto de los institutos, seminarios y escuelas normales (Huesca, Imp. de José Iglesias, 1875 y 1877; reed. en Barcelona, Tip. de Luis Tasso, 1893), sus Nociones de historia de España (Huesca, Imp. de José Iglesias, 1869), su Historia de España para texto de los institutos, seminarios y escuelas normales (Huesca, Imp. de José Iglesias, 1877 y 1882; reed. en Barcelona, Tip. de Luis Tasso, 1893) y su Historia universal para texto de los institutos, seminarios y escuelas normales (Huesca, Imp. de José Iglesias, 1871, 1879 y 1885; reed. en Barcelona, Tip. La Hormiga de Oro, 1897).

170. Aparece en 1882 vinculado al proyecto político del partido Unión Católica, impulsado por el neocatólico asturiano Alejandro Pidal y Mon. El diario fue presidido por el arzobispo y cardenal primado de Toledo. La Unión Católica constituyó el banderín de enganche del

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y El Siglo Futuro 171 ycuyo contenido fue transcrito en El Diario de Huesca y provocó el mayúsculo escándalo que ya ha sido referido con detalle. Por cierto, el comentario que a este lamentable episodio le dedicó el editor de El Diario de Huesca fue tan interesante o más que la propia transcripción de la carta. En primer lugar porque acertaba a calificar su contenido como producto de la intransigencia y el fanatismo, impropios de unos catedráticos que debían manifestar, en todo caso, su respeto por la ciencia. En segundo lugar porque subrayó, atinadamente, que la desdichada misiva únicamente podía contribuir a ensanchar la división y el enfrentamiento ideológico entre el profesorado del claustro, y al respecto recordaba que «la mayoría del claustro es ajeno a la imprudente manifestación a que nos referimos» y que «tres de los individuos que la suscriben carecen de títulos para desempeñar sus cátedras, las cuales obtuvieron por gracia y no por oposición» —en referencia a Ventura, Aquilué y Puértolas—. Es cierto que fue una iniciativa innecesaria e intempestiva, sobre todo si tenemos en cuenta que personajes del claustro muy próximos ideológicamente a los firmantes, como Mauricio María Martínez Herrero o Félix Puzo, rehusaron hacerlo, por no nombrar a otros reconocidos católicos de opuesta significación política, como Manuel López Bastarán o Pedro Romeo García, a los que, como es lógico, tampoco se les pasó por la cabeza estampar su firma en aquel libelo.

En efecto, aquel pronunciamiento constituyó, al filo del fin de siglo, una muestra palpable de dos hechos incontrovertibles: por una parte, el lento y muy limitado proceso de secularización de la vida escolar que el Instituto experimentó a lo largo del siglo XIX; por otra, la presencia, más o menos hegemónica pero siempre influyente, que siempre tuvo el tradicionalismo católico en el espectro ideológico, predominantemente conservador, del claustro de profesores del Instituto, una presencia que, aunque algo atenuada tras la progresiva desaparición de los catedráticos fundadores, algunos herederos directos de la levítica Sertoriana como hemos visto, nunca llegaría a disiparse del todo.

neocatolicismo y del ultratradicionalismo posibilista tras el fin de la tercera guerra carlista y fue utilizado por la jerarquía eclesiástica para difundir su doctrina oficial. Por indicación de León XIII, en 1884 terminó por incorporarse al Partido Conservador de Cánovas. El diario perduraría hasta 1887 y en torno a él confluirían un buen número de intelectuales católicos, como el historiador Vicente de la Fuente —hermano de José Julio, otrora catedrático del Instituto oscense—, Juan Menéndez Pidal —hermano de Ramón, historiador y durante muchos años director del Archivo Histórico Nacional—, Juan Manuel Ortí y Lara, José María Quadrado y otros.

171. Publicado entre 1875 y 1936, dirigido por Cándido y Ramón Nocedal y vinculado al carlismo y al integrismo para finalmente convertirse en el órgano oficial de la Comunión Tradicionalista.

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JOSÉ MARÍA VILLAFAÑE Y VIÑALS: UN CRIOLLO CUBANO, CATEDRÁTICO DE MATEMÁTICAS EN EL INSTITUTO OSCENSE

(Santiago de Cuba, NUPO – Madrid, NVNR)

Nacido en el seno de una familia criolla, Villafañe estudió en el Colegio de San Cristóbal de Santiago de Cuba, donde obtuvo el título de agrimensor en 1849 con una excelente formación matemática. Al parecer, la enseñanza de las Matemáticas en ese colegio era mejor que en la propia Universidad, pues en aquellos años se impartía en él Álgebra Elemental y Superior, Geometría e incluso Cálculo Diferencial e Integral. En 1858 comenzó su andadura profesional como profesor de clases prácticas de Matemáticas en la Escuela General Preparatoria de la misma ciudad. En 1862 ganó por oposición la cátedra de Matemáticas y fue nombrado director del centro hasta su supresión, que tuvo lugar dos años más tarde. A partir de ese mismo año de 1864 Villafañe ocupó la cátedra de Topografía, Agricultura Teórico-Práctica y Dibujo en la Escuela Profesional de Santiago de Cuba. Al desaparecer también esta, el 31 de julio de 1869 el joven catedrático pasó a la situación de excedencia (Llombart y Vicente, 2001).

Villafañe era un ardiente partidario de la reforma autonomista. Debido a sus ideas, y movido por su precaria situación laboral, se vio obligado a salir de Cuba, en plena guerra colonial, a principios de 1871. Ya en la Península, pudo regresar al servicio activo al ser nombrado, por Real Orden de 16 de noviembre de ese mismo año, catedrático de Matemáticas del Instituto de Segunda Enseñanza de Huesca. El criollo aprovechó su estancia en Huesca y la proximidad de Zaragoza para obtener y homologar su título de bachiller y la licenciatura y el doctorado en Ciencias entre 1872 y 1873.

En marzo de 1874 fue seleccionado por el Gobierno para ampliar estudios e impartir docencia en América Central, concretamente en Nicaragua, para lo que se le concedió una licencia de ocho meses. Entre la documentación de su expediente de profesor del Instituto (AHPHu, I/798/828), junto

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a la hoja de servicios —fechada en Huesca el 8 de marzo de 1874— que hubo de presentar para la obtención de la mencionada licencia se halla una nota manuscrita y firmada por su colega, y a la sazón secretario del centro, Cosme Blasco y Val en la que puede leerse:

En el tiempo que ha permanecido en este Instituto ha demostrado que apenas tiene conocimiento en la asignatura que desempeñaba, por lo cual creo que sería muy conveniente que si dicho profesor no vuelve a encargarse de la enseñanza de Matemáticas después de transcurrido el término de la licencia que disfruta se declare vacante la cátedra, con cuya medida resultaría un gran beneficio para la instrucción.

Lo curioso del caso es que la desabrida nota, que lleva el visto bueno del director López Bastarán, conserva las correcciones, asimismo manuscritas, que este realizó al intempestivo texto de Blasco; así, se sustituye apenas tiene conocimiento por posee escaso conocimiento, y el final queda redactado de esta guisa: «el que suscribe cree que sería muy conveniente para la instrucción provincial se declarase vacante su cátedra si no se presenta a desempeñarla al término de la licencia». Es difícil encontrar las razones que pudieron mover a la dirección del Instituto a escribir una invectiva tan inelegante como inopinada contra este colega de claustro. ¿Pudo influir en ello el inusual periplo formativo del criollo, obligado a obtener los títulos de bachiller, licenciatura y doctorado con más de cuarenta años de edad al tiempo que ejercía las tareas propias de su cátedra? ¿Se produciría alguna denuncia en su contra o la evidencia de alguna falla en su desempeño que pudiera explicar un juicio tan adverso? ¿Acaso hubo motivos de naturaleza política? La sospecha de que estamos ante un caso semejante al de la persecución practicada años antes contra el catedrático ovetense Francisco Antonio Calero Vizcaíno se abre camino. La ausencia de documentación complementaria, por ejemplo la del libro de actas de las sesiones de claustro de esos años, no facilita precisamente la pesquisa. Tampoco tenemos constancia de que aquel poco amistoso escrito fuera tramitado por ninguna instancia superior ni tuviera consecuencias de ningún tipo; de hecho, Villafañe volvió a incorporarse a su cátedra con toda normalidad una vez transcurrida su licencia.

En todo caso, parece claro que el catedrático hispanocubano no exhibía el perfil del catedrático de Matemáticas al uso: buen orador, con amplia formación humanística y reconocida habilidad literaria (en Cuba había sido director de la Revista Cubana con solo veintidós años), es de suponer que su personalidad cosmopolita contrastaría con el aldeanismo provinciano y la endogamia localista que exhalaba el claustro oscense. En

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este sentido, a los pocos meses de su llegada a Huesca Villafañe fue designado para pronunciar el discurso del acto solemne de inauguración del curso académico 1872-1873 en el Instituto,172 hecho poco habitual, pues en aquellos años solía ser el propio director (en ese momento lo era Manuel López Bastarán) quien dirigiera a los presentes una corta alocución seguida de la consabida lectura de la memoria del curso anterior. El discurso del catedrático llama la atención por su inusual extensión, pero sobre todo por la hechura intelectual, el contenido, las ideas y las fuentes que manejaba su autor, muy alejados de la habitual retórica hueca, entreverada siempre de referencias domésticas más o menos explícitas a la política nacional o provincial, de quienes en ocasiones anteriores habían pasado por aquella tribuna. La ponencia de Villafañe es un alegato a favor de la educación pública y popular —sin distinciones de clase, rabiosamente nacional y ayuna de alusiones a su dimensión religiosa—173 realizado en el marco de un proyecto civilizatorio de progreso y prosperidad públicos que entiende la educación escolar desde el punto de vista de la economía política smithiana. Villafañe muestra en el texto su conocimiento de la obra de Nicolas de Condorcet —y quizá de Horace Mann y del pedagogo argentino Domingo Faustino Sarmiento— y, por supuesto, de los doctrinarios franceses François Guizot y Victor Cousin, a quienes alude en no pocas ocasiones sin nombrarlos. Aunque es muy difícil valorar el eco que sus palabras pudieron tener en el claustro y en la ciudad, lo cierto es que no cuesta mucho aventurar que el tono y ciertas afirmaciones del discurso no serian bien recibidos por el sector integrista del profesorado, mayoritario entonces en el claustro. El propio autor parece advertirlo en alguno de sus párrafos finales:

172. Huesca, Imp. de la Viuda e Hijos de Castanera, 1873, pp. 9-28 (AHPHu, I/01037).

173. Algunas afirmaciones reiteradas a lo largo de todo el discurso son muy nítidas a este respecto: «La civilización no marcharía por la senda por la cual va encauzada, sin el imperio de la educación escolar y la inteligencia permanecería monopolizada entre ciertas clases privilegiadas sin esa fuente de instrucción, que tantos bienes mana para el pueblo. […] Ella [la educación escolar] abraza todas las clases sociales y no hay una sola inteligencia que no le merezca atención ni un solo corazón que no le interese. […] Mientras la educación no vaya a la masa social, no puede haber verdadera civilización, ni nada sólido puede esperarse. […] El fabricante, el industrial, el maestro de taller, el artista, el labrador han menester de más amplios conocimientos de los que se reciben en las escuelas elementales: no les basta saber leer, escribir y algo de aritmética, porque estos rudimentos son insuficientes en la actualidad para los usos de la vida social. […] La educación debe generalizarse en todas las clases de la sociedad para mejorarlas y hacerlas partícipes de sus ventajas: no debe monopolizarse en ciertas y determinadas clases, sino irradiar como el sol que a todos alumbra indistintamente. Ella debe ser el patrimonio de la humanidad y con ella decidirá del porvenir de las naciones» (ibidem, pp. 24-27).

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¿Habéis escuchado ya, señores, lo que pienso de la educación? Siento haber molestado vuestra atención por tanto tiempo, tratando quizás asuntos que no os sean gratos. Nuestras sociedades modernas parece que no viven más que de discusiones políticas y religiosas, y no obstante fuera de estas existen cuestiones interesantísimas que pueden venir bien a la humanidad y su progreso.

Villafañe se reincorporó al Instituto de Huesca en el curso 1875-1876 y permaneció en su cátedra hasta 1881, fecha en la que fue destinado por traslado al de Ciudad Real. De ahí pasó al de Toledo y enseguida comenzó a explicar Análisis Matemático en universidades españolas (Valencia y Barcelona).En 1891 obtuvo la cátedra de Análisis Matemático en la Universidad Central de Madrid, que desempeñó hasta su jubilación en 1912. Murió en 1915 a los ochenta y cuatro años.

Entre 1879 y 1906 Villafañe desarrolló una intensa actividad publicística que de suyo había iniciado ya en sus años de residencia en Cuba.174 A su retorno de Nicaragua publicó en Huesca su único libro de texto para segunda enseñanza, Elementos de matemáticas (1879), y el ensayo El influjo del orador en la moralidad y civilización de los pueblos (1879). Los últimos años de su vida profesional, ligada a la Universidad, los consagró, entre otras cosas, a la edición de su Tratado de análisis matemático: álgebra superior, que vio su primera edición en Barcelona en 1892 (Tip. de la Casa Provincial de Caridad) y que fue revisando y engrosando en sucesivos años hasta construir un grueso compendio de más de dos mil páginas en tres volúmenes que publicó en la misma casa editorial de Barcelona entre 1898 y 1903. Los tratados de matemáticas que escribió Villafañe alcanzaron una difusión más que notable en su época, ya que fueron utilizados como libros de texto en la enseñanza universitaria. Al parecer, no puede afirmarse que su obra fuera enteramente original, aunque de su examen se deduce que Villafañe estaba en posesión de una vasta cultura matemática que lo convirtió en uno de los más importantes divulgadores de esta disciplina (Sánchez y Valdés, 2003). Se le ha considerado, junto a Octavio Zapater Carceller —que en la década de 1930 fue por unos años auxiliar de la sección de Ciencias del Instituto oscense—, uno de los introductores en España de los estudios de topología que desarrolló posteriormente Julio Rey Pastor (Español, 2013).

174. Allí publicó su primera novela, Catalina (1852), y obras como La mujer y su educación literaria (1853), Miscelánea de artículos morales y literarios críticos y de costumbres o La Virgen del Bosque: leyenda pastoril. Durante su primera estancia oscense vio la luz el folleto Consideraciones sobre la educación escolar (1872), que constituyó la base del citado discurso para la inauguración del curso 1872-1873.

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COSME BLASCO Y VAL: UN ERUDITO ZARAGOZANO

EN LA CÁTEDRA DE LATÍN Y CASTELLANO

DURANTE EL SEXENIO DEMOCRÁTICO

(Zaragoza, NUPUJNVMM)

Don Cosme obtuvo en el Instituto y Universidad de Zaragoza los grados de bachillerato en Filosofía (1856), en Filosofía y Letras (1861) y en Derecho Civil y Canónico (1862). En 1863 se licenció en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid y dos años más tarde, en 1865, consiguió la licenciatura en Derecho Civil y Canónico.175

Profesionalmente se inició como auxiliar encargado de Geografía Histórica en la Universidad de Zaragoza desde septiembre de 1863 hasta mayo de 1867 —aunque durante esos años ejerció como una suerte de sustituto para todo en materias diversas tanto en el Instituto zaragozano como en la Facultad de Filosofía y Letras e incluso en la de Derecho—. Desde Zaragoza partió a Teruel para tomar posesión de la cátedra de Perfeccionamiento del Latín y Principios Generales de Literatura, que obtuvo por oposición (Real Orden de 16 de abril de 1867). Llegó a Huesca en marzo de 1868, procedente del Instituto de Teruel, por motivos de salud —literalmente, según se expresa en la hoja de servicios del 23 de octubre de 1876, «por probarle mal el clima»— para ocuparse de la cátedra de Latín y Castellano, creada como consecuencia de la reforma del plan de estudios de 1868. Ejerció en Huesca hasta 1877 y en los primeros años de estancia en la ciudad culminó su formación académica y obtuvo los grados de doctor en Filosofía y Letras (1869) y en Derecho Civil y Canónico (1871), ambos con

175. Acerca de este catedrático zaragozano existe una tesis doctoral defendida en 2017 en el Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Zaragoza y dirigida por Ignacio Peiró Martín cuyo autor es José Luis Flores Pomar, Biografía del catedrático Cosme Blasco y Val

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nota de aprobado y en la Universidad de Zaragoza. A partir de 1877, y tras un concurso-oposición, continuó su carrera docente primero como catedrático de Historia Crítica de España en la Universidad de Barcelona y a partir de 1881 como catedrático de Historia Universal en el alma mater cesaraugustana, donde ejerció hasta su fallecimiento. Durante su estancia de nueve años en Huesca su actividad fue muy intensa, no solo en el Instituto, en el que actuó además como secretario al lado de su amigo, colega y director Manuel López Bastarán entre 1872 y 1876, sino también en el ámbito de las responsabilidades públicas y en los cenáculos literarios y periodísticos propios de su condición y su estatuto profesional, a los que acudía con asiduidad. En cuanto a las primeras, fue vocal de la Junta Provincial de Instrucción Pública, que llegó a presidir durante el año 1874, actuó como presidente de tribunales de oposición de escuelas y como vocal y secretario de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos y fue nombrado cronista oficial de la provincia y de las ciudades de Huesca, Jaca y Zaragoza. Cosme Blasco fue, además de académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y académico de la Filosófico-Literaria de Zaragoza, miembro de la Sociedad Arqueológica Valenciana, de la Real Sociedad Arqueológica Tarraconense, de la Academia de las Buenas Letras de Barcelona, etcétera. Fue condecorado con las encomiendas de las órdenes de Carlos III e Isabel la Católica.

Su labor como polígrafo y publicista fue extraordinariamente fecunda, así como su presencia en la prensa local y provincial tanto en Huesca (El Eco de la Provincia, El Diario de Huesca, El Oscense, El Magisterio Unido y la Revista de Instrucción Pública, que llegó a dirigir entre 1875 y 1876) como en Zaragoza (El Diario de Zaragoza, El Saldubense, La Derecha…). Cultivó el género costumbrista, a menudo con pseudónimos como Crispín Botana, Pedro Ciruelo o Doroteo. Fue uno de los autores clave de la literatura romántica localista de mediados de siglo, un romanticismo de guardarropía «al estilo de Cánovas», como bien lo define Ara (1999: 164), reinventor de tipos, chascarrillos y tradiciones que contribuyeron a fijar la inefable fantasmagoría baturrista.176 Fue precisamente en Huesca donde empezó a escribir y publicar su célebre Aragón: artículos humorísticos de costumbres del país, donde firmaba como Crispín Batanero. Fue autor también de numerosos artículos y libros de carácter científico y literario, a tal LOS CATEDRÁTICOS

176. Sobre este asunto y su relación con la práctica de la historia local, en el marco de una aproximación biográfica bien documentada a la figura de Blasco y Val, puede leerse con provecho Flores (2017).

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punto que llegó a adquirir la fama de ser el catedrático con mayor número de publicaciones de España.177

Perteneció a un grupo de jóvenes e inquietos profesores que se incorporaron al Instituto oscense en los años sesenta y que constituyeron la primera generación de catedráticos de instituto propiamente dichos —junto a Ramón Sans, Carlos Soler, Antonio Vidal y Serafín Casas, entre otros—. Con relación a sus clases de Latín y Castellano en el Instituto, el juicio de su alumno Ramón y Cajal es bastante significativo y, a la par, elocuente:

Joven maestro de palabra suave y atildada, bajo la cual ocultaba carácter enérgico y entero, poseía el arte exquisito de hacer agradable la asignatura y el no menos recomendable de estimular la aplicación en sus discípulos. Preguntábanos la lección a todos; tomaba nota diaria de las contestaciones y con arreglo a ellas nos ordenaba en los bancos. Yo salía casi siempre airoso de las conferencias; sin embargo, a despecho de mis deseos, no conseguí pasar nunca del segundo o tercer lugar. (Ramón y Cajal, 1923: 171)

Posiblemente la aportación más significativa y perdurable de esta generación de jóvenes eruditos que alojó el Instituto como centro superior de la cultura culta de aquella provinciana ciudad, además de la preceptiva doma y la legitimación escolar de los herederos, fue la de cobijar y estimular a una cohorte de alumnos entre los que se encontraban los ya citados Joaquín Costa, Rafael Salillas, Antonio Gasós, Pedro Laín, etcétera. Sobre todos ellos y sobre la fundación y las andanzas del Ateneo oscense ha investigado y escrito con inteligencia Ara (1999).

Cosme Blasco se mantuvo en los principios propios de una ideología liberal y conservadora con simpatías canovistas: era un hombre de orden.

177. En la hoja de servicios que cumplimentó y firmó un año antes de abandonar el Instituto de Huesca (AGA, 32/08015), a los treinta y siete años de edad, de redacción abultada y esmerada —algo poco común en este tipo de productos burocráticos—, hacía constar, «además de un gran número de artículos literarios y científicos», treinta y un libros publicados entre 1862 y 1874 en diversos establecimientos tipográficos de las tres capitales aragonesas, aunque sobresalen los impresos en el oscense de Jacobo María Pérez. Entre ellos encontramos siete que podrían entrar en la categoría de manuales o libros de uso escolar —textos de geografía histórica, geografía aplicada a la historia, gramática latina y retórica y poética, e incluso dos diccionarios, uno de geografía física y otro de latín-español y español-latín—. El resto son lecturas ejemplares —algunas específicas para uso escolar—, historias locales de distintas ciudades aragonesas (Daroca, Huesca, Jaca, Teruel), galerías de escritores y personajes notables, biografías de personajes históricos como el Tío Jorge y alguna novela sentimental y de costumbres, como Magdalena o Juanito: las tardes de abril Al final de la extensa y detallada relación anunciaba que tenía preparadas para la imprenta varias obras: una Historia de la ciudad de Zaragoza en trece tomos manuscritos en folio, un Diccionario etimológico griego para alumnos de instituto, una Reseña descriptiva de los monumentos de la provincia de Huesca y un Libro de los escritores aragoneses. Su grafomanía queda fuera de duda.

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Ejerció una historiografía erudita de vuelo bajo, sometida a la lógica de los grandes sucesos y de los personajes ilustres, como lo fue la de su compañero de claustro Carlos Soler Arqués. A ambos se les ha incluido entre los historiadores de primera hornada (Peiró y Pasamar, 2002: 130). Como cronista de Huesca fue autor de, entre otras obras, Huesca biográfica: galería de hombres notables de esta ciudad desde sus orígenes hasta nuestros días (Huesca, 1870), Historia biográfica de las ciudades, villas y pueblos de la provincia de Huesca (Huesca, 1874) y una Historia de la Universidad de Huesca (Huesca 1877-1878) que publicó en varias entregas en El Diario de Huesca, una práctica que fue habitual en él, por otra parte. Por lo que respecta a su faceta de autor de manuales escolares de geografía e historia y libros de divulgación para niños, su aportación ha sido sobrevalorada. Blasco está muy lejos, en mi opinión, de poder ser considerado uno de los precursores del código disciplinar de estas asignaturas, a diferencia de su colega de claustro y a la sazón catedrático de esas materias Antonio Vidal Domingo. Entre los textos escolares que escribió sobre ellas pueden citarse Curso de geografía histórica antigua, con los periplos de Hannón e Himilcón y otros viajes de los antiguos (Zaragoza, 1866), Curso de geografía universal y moderna, con un compendio de geografía antigua y noticia de los hijos más notables de cada provincia (Zaragoza, 1867), Estudio elemental de geografía aplicada a la historia (Huesca, 1871) y Curso de historia universal (Zaragoza, 1883).

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VÍCTOR KOLLY BLANCO: UN FRANCÉS (CATEDRÁTICO DE FRANCÉS) EN LA DEPRESIÓN DEL EBRO

(Rochefort, NUPM – Fuentes de Ebro, Zaragoza, NVMP)

Víctor Kolly Blanco fue el quinto de los seis vástagos del matrimonio formado por un inspector de aduanas francés, Francisco Teodoro Kolly, y María Dolores Blanco Romero, natural de Puerto Real (Cádiz).178 Estudió bachillerato en el liceo de la ciudad francesa de Saintes, próxima a Rochefort, entre 1842 y 1850. Al parecer, en la década de los años cincuenta Víctor, posiblemente acompañado de su hermano menor, Julio, se trasladó a España y recaló, por circunstancias que se desconocen, en la localidad de Fuentes de Ebro, próxima a Zaragoza. Allí conoció a María Diarte Boltor (1829-1913), de Quinto de Ebro, con quien se uniría en matrimonio, y allí nacieron sus cuatro hijos y mantuvo casa y residencia hasta su fallecimiento, lo que, lógicamente, hubo de compatibilizar con largas ausencias, sobre todo durante los años de actividad profesional.

Inició su carrera profesional como catedrático de Francés en el Instituto de Castellón en 1862, tras tomar posesión de la plaza en propiedad el 26 de julio. En aquella ciudad mediterránea permaneció diez cursos consecutivos.

Llegó a Huesca en 1872 por permuta con el catedrático turolense Julián Bosque Aniento, quien había trabajado en el Instituto durante dos años después de reemplazar a Carlos Soler Arqués en 1870. El de Rochefort se convirtió en el cuarto catedrático de Francés del Instituto oscense desde su creación.179

178. Es bastante probable que la relación entre los dos progenitores surgiera en el marco de alguna misión comercial que obligara al funcionario francés a trasladarse al puerto de Cádiz. Estas y otras valiosas noticias sobre el catedrático que nos ocupa hemos podido obtenerlas gracias a las informaciones aportadas amablemente por su biznieta María Pilar Kolly Pueyo. 179. Durante sus primeros cuarenta años de existencia, y a diferencia de lo ocurrido con asignaturas como Física, Historia Natural o incluso Matemáticas, las enseñanzas de Lengua Francesa —que formaban parte de los estudios de aplicación—, estuvieron atendidas en Huesca

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Kolly estuvo en el claustro de Huesca durante algo más de doce años, hasta su jubilación, que se produjo, de forma inusualmente temprana, a finales de 1884. Al respecto El Diario de Huesca ofreció una escueta noticia en su edición del 10 de noviembre (p. 8). De su paso por la ciudad y el Instituto poco sabemos. Hombre de talante cosmopolita y liberal, sin estridencias, parece que tuvo buen trato con las distintas tribus y las diversas facciones presentes en la ciudad y en el claustro, incluso en momentos en los que no debió de ser sencillo mantener una cierta independencia de criterio —singularmente en el turbulento año 1884—.180 Da cuenta de ello la nota que le dedicó el decano de la prensa oscense con motivo de su muerte:

Ha fallecido en su casa de Fuentes de Ebro el que fue ilustrado profesor del Instituto de Huesca don Víctor Kolly. El acto de enterramiento del señor Kolly, fue una solemne manifestación de duelo, concurriendo sus muchos amigos, entre ellos el exdiputado a Cortes Sr. Monterde. El Sr. Kolly durante su larga permanencia en nuestra ciudad, logró captarse grandes simpatías no solo entre el vecindario sino especialmente entre sus alumnos por su ilustración, su caballerosidad y su honradez ejemplares. Descanse en paz y reciba su distinguida familia la manifestación de nuestro sentido pésame. (El Diario de Huesca, 3 de febrero de 1903, p. 2)

Su fallecimiento tuvo lugar el 30 de enero de 1903, cuando contaba setenta y tres años de edad. En el acta de la sesión de claustro del 17 de febrero consta que el director, a la sazón Manuel López Bastarán, informó del óbito del catedrático jubilado y que se aprobó la provisión de la cátedra de Francés con carácter interino, hasta que se cubriera en propiedad, en la persona del oscense y licenciado en Filosofía y Letras Mariano Martínez Jarabo, quien en realidad venía impartiendo ya esas enseñanzas con

por cuatro catedráticos —profesores especiales, tal como se les denominaba en la Ley Moyano— cuyos perfiles respondían a dos modalidades profesionales diferentes que convivieron hasta bien entrado el siglo XX: la de los profesores nativos, con o sin estudios especializados, y la de los filólogos, poseedores de una formación lingüística clásica que habían trasvasado a la enseñanza del francés o de otras lenguas vivas (Fernández Fraile y Suso, 1999). A la segunda correspondían Carlos Soler Arqués y Julián Bosque Aniento; a la primera, José Orfois —que desempeñó la cátedra entre 1859 y 1862— y el que nos ocupa aquí, Víctor Kolly. En relación con José Orfois existe un interesante estudio (Bruña, 2005) sobre su posterior destino en Huelva que vuelve a poner el foco en los problemas de aceptación social con que podía llegar a enfrentarse el profesorado foráneo de los institutos en los asfixiantes y endogámicos ambientes que reinaron en los claustros de las pequeñas capitales de provincia (recuérdese a este respecto el caso de Antonio Calero), una situación que, como fácilmente se entiende, debía de ser todavía más difícil para el profesorado de origen extranjero.

180. Al respecto pueden verse las biografías de Vicente Ventura Solana, Serafín Casas y Abad y Manuel López Bastarán.

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carácter de sustituto desde agosto de 1887. La cátedra no se volvió a ocupar hasta 1907, cuando pasó a desempeñarla el lucense Eumenio Rodríguez

Rodríguez, integrante de una generación de catedráticos con formación e intereses muy diferentes a los de este ciudadano francés que eligió cambiar, quién sabe por qué razones, las plácidas y verdes llanuras aluviales de su Charente natal por el ocre de las aireadas tierras de la depresión del Ebro.

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LOS CATEDRÁTICOS

LOS CATEDRÁTICOS DE LA RESTAURACIÓN:

LA CONSOLIDACIÓN DE UN CANON SOCIOPROFESIONAL

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Como se explicó en el capítulo anterior, el cuerpo de catedráticos de instituto fue constituyéndose de forma un tanto azarosa a lo largo de una primigenia etapa de reglamentación y normalización. Y fue a partir de finales de la década de los años sesenta del siglo XIX —recuérdese la importancia de la normativa desarrollada entre 1857 y 1867— cuando quedó definitivamente acuñado el canon del campo profesional cuya existencia se prolongó durante más de un siglo —hasta los años sesenta del XX— en el periodo del modo de educación tradicional elitista. Conviene recordar aquí de forma sintética los rasgos característicos y duraderos de ese canon socioprofesional, cuya encarnadura en el claustro del Instituto de Huesca tendremos ocasión de conocer en las páginas que siguen. Sin obviar que los rasgos seleccionados de esta tradición corporativa canónica no son del todo privativos y se integran en las funciones atribuidas por el Estado liberal a los intelectuales y estratos profesionales del enteco capitalismo español decimonónico, nos referiremos a cuatro marcas constitutivas intangibles y fundamentales (Cuesta y Mainer, 2015).

La primera de ellas haría referencia a su exclusividad: el cuerpo de catedráticos nació y pervivió como un colectivo numéricamente exiguo y con un fuerte diferencial de género, lo que se correspondía con la esencia elitista de los cuerpos superiores de la Administración. Normalmente, a pesar de los cambios de denominación y dedicación de algunas asignaturas en los planes de estudio, hubo un core curriculum prácticamente invariable, de modo que el número de cátedras por materias de cada instituto se situó entre ocho y diez a lo largo de toda la centuria. Ya se ha dicho que la cifra total de centros —no más de sesenta en toda España— y catedráticos estuvo muy estabilizada en torno a los quinientos efectivos hasta finales de los años veinte, momento en que se produjo un ocasional incremento —algo mayor durante la Segunda República—. Además de ser reducido, el campo profesional tuvo un privativo sesgo masculino (también eran de ese sexo todos los alumnos),

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situación extrema y característica de las elites funcionariales que en nuestro caso duró sesenta y dos años, hasta 1923, cuando en España ingresó la primera mujer catedrática de segunda enseñanza.181 En Huesca la primera catedrática fue Blanca González Escandón, que ocupó la plaza de Lengua y Literatura entre 1942 y 1945. Hasta la Segunda República no se producirían cambios algo significativos en el proceso de feminización de la docencia en los institutos. En consonancia con la lógica dominante de las sociedades patriarcales, las mutaciones fueron mayores en la incorporación de las mujeres como profesoras auxiliares y, desde luego, como alumnas oficiales, como veremos en el capítulo siguiente. Según nuestros cálculos, en el escalafón de 1935 había un 3,1% de catedráticas, y todavía en el de 1959 la aportación femenina, estimada en el 13,7%, era muy baja. Por tanto, tal como venimos afirmando, la dominación masculina en el capítulo docente fue determinante mientras duró el modo de educación tradicional elitista, y, por supuesto, lo fue no solo en las magnitudes, sino muy fundamentalmente en las actitudes, las razones prácticas y el pensamiento implícito y explícito de la corporación.

El segundo rasgo remite a su jerarquía funcional, inherente al orden de la cadena de mando que es propia de los empleados públicos, de donde arranca su secular proclividad a mirar hacia arriba con pretensiones de ascenso y hacia abajo con voluntad de diferenciación. En efecto, una de las señas fundamentales del ethos del catedrático fue la diferenciación jerárquica dentro de su nivel de enseñanza, en particular respecto a los profesores auxiliares y a los de centros privados. Con respecto a estos últimos, los catedráticos de instituto ejercieron de agentes examinadores que obraban en nombre del Estado acreditando el logro educativo del alumnado de los centros que se encontraban bajo su jurisdicción —un asunto que, como vimos y seguiremos viendo, especialmente desde finales de siglo, constituyó un conflicto latente, pocas veces abierto y explícito en el caso oscense, con los colegios de la Iglesia católica—.

Por su parte, la pronta creación de nuevos rangos de profesorado inferior en los institutos —auxiliares, ayudantes, gratuitos, especiales…— reportó al catedrático ese otro que las identidades precisan para reforzarse, al tiempo que abrieron la espita de no pocos problemas derivados de la selección y el acceso de ese nuevo subproletariado profesoral, la regulación de sus

181. Se trataba de la catedrática salmantina de Latín María Luisa García-Dorado y Seirullo, que había pertenecido desde 1918 al grupo de profesores aspirantes del Instituto-Escuela. Tras ganar la oposición, en 1922, a los veintiséis años, tomó posesión en el Instituto de Castellón y a partir de 1932 ejerció en el Instituto-Escuela de Valencia.

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condiciones laborales, la provisión de mecanismos de mantenimiento, el ascenso y la promoción interna, etcétera. Los conflictos en el claustro oscense durante la dirección de López Bastarán, la de Fernández Enciso o la de Soler Carceller dan buena cuenta de ello. Tendremos ocasión de comprobar en qué medida los sistemas de selección, mantenimiento y promoción de este tipo de profesorado, que evidentemente fueron evolucionando y racionalizándose en los últimos años del siglo,182 concederían a los catedráticos —y en particular a los directores de los centros— un poder de decisión casi omímodo y se convertirían en dispositivos clave para entender la micropolítica de los claustros, cuyo funcionamiento obedecía a la misma lógica endogámico-localista, clientelar y caciquil que rigió el conjunto de las instituciones del Estado durante la Restauración. A la postre, todo ello no hizo sino reforzar y consolidar la figura del catedrático como superior jerárquico indiscutible en las plantillas de los institutos, legitimado merced a los méritos de un proceso selectivo basado en una dura oposición y, por consiguiente, dotado de un sueldo que, duplicando el de los profesores auxiliares, le procuraba un estatus económico netamente distintivo.183

El tercer rasgo —el espíritu meritocrático— resultaba de la combinación de los ideales humanísticos tradicionales y la incipiente racionalidad burocrática que configuraron el ethos de los catedráticos, intelectuales especializados en el ámbito de la educación escolar. El punto de apoyo medular de su pensamiento corporativo, un consenso implícito, se sostenía en torno al ideal meritocrático y a la neutralidad. Y a tales efectos el examen en las aulas y la oposición en el acceso a la cátedra constituían el alfa y la omega de la vida profesional: el paradigma de la mortificación ascética y el tributo del logro de poder y prestigio social. Con la nueva planta decimonónica

182. En 1901, cuando se creó el cuerpo de auxiliares de instituto, había 200 profesores auxiliares al servicio de 494 catedráticos (en 1919 el número había ascendido a 288, frente a 557 catedráticos) y los sueldos de estos eran casi tres veces superiores a los de aquellos. Poco después, en 1903, se abriría la espita de las oposiciones restringidas a cátedra (Villacorta, 1989 y 2012). En el Instituto oscense, como tendremos ocasión de comprobar, algunos miembros del profesorado auxiliar y especial llegaron a tener un peso y una influencia considerables, por diferentes razones, en la vida del centro a lo largo del primer tercio del siglo XX. Fue el caso de Joaquín Monrás, Anselmo Gascón de Gotor, Luis Mur Ventura, Juan Placer, Mariano Casas y Ricardo del Arco.

183. Comparando el cuerpo de catedráticos de instituto con catorce cuerpos estatales facultativos, se observa que aquellos gozaban de una posición intermedia, por detrás de las carreras clásicas del Estado, y que solo los abogados del Estado y los catedráticos de universidad se beneficiaron de una subida porcentual más relevante de sus salarios hasta 1935 (Villacorta, 2012). Así pues, se consolidó para el cuerpo una disposición de capital económico mediocre, pero en términos comparativos la situación se mantuvo y el prestigio y el capital social siguieron siendo elevados.

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de la segunda enseñanza, la práctica examinadora se convirtió en la actividad normalizadora por excelencia, delegada por el Estado en los cuerpos docentes, para la selección, el control y el ejercicio de la violencia simbólica. Basta pasar revista a los reglamentos posteriores al Plan Pidal de 1845 para comprobar la centralidad del examen en toda la pedagogía secundaria del siglo XIX: examen de ingreso, examen por materias a fin de curso y examen de grado de bachiller.184 Para entrar, para estar y para salir era preciso superar unas pruebas, principalmente orales y ante un tribunal monopolizado por los catedráticos del Estado, que realzaban la liturgia de la ceremonia con un riguroso protocolo teatralizado en la indumentaria y en la disposición forense del espacio.

Ahora bien, si el examen escolar era importante, no lo era menos la gran ceremonia examinadora intracorporativa: la oposición como centro de la vida corporativa y principal fuerza de su legitimación social. La normativa reguladora del sistema de acceso de 1864 se mantuvo prácticamente intacta hasta la nueva reglamentación de 1901.185 En ambos casos

184. Este tipo de exámenes, empero, estaban empapados de un componente ritual y honorífico más que propiamente inspirados en el ideal de una selección eficaz, propio de épocas más actuales. Frente a lo que ocurre hoy, eran poco frecuentes, se realizaban en momentos de especial trascendencia, eran principalmente orales y constituían una fuente de legitimidad —y de ingresos complementarios merced a la venta de manuales y programas de la asignatura— para los catedráticos. El examen era —y siguió siendo hasta el ocaso del cuerpo, que tuvo lugar a mediados del siglo XX—una seña de identidad corporativa y, como tal, un motivo de controversia con las instituciones, especialmente con la Iglesia católica, que se oponía a que los catedráticos examinaran a los alumnos de sus centros utilizando programas y textos elaborados por los miembros de tan benemérita corporación. La batalla por el control de los exámenes con los colegios privados confesionales fue uno de los empeños del campo profesional, remiso a soltar una presa que le proporcionaba poder y prestigio social, especialmente en los años de la dictadura franquista. Este tema ha sido abordado por Díaz de la Guardia (1988b). Para el tema de la guerra de los exámenes y el declive definitivo de la prerrogativa examinadora en el franquismo puede verse, entre otros, el estudio de Antonio Canales (2012).

185. En puridad, en la normativa decimonónica el armazón básico está ya trazado, y también la jerarquía corporativa y la intervención gubernamental —primero a través del Consejo de Instrucción Pública, luego del Ministerio en la selección de los tribunales—. En cierto modo, la evolución se dirigió hacia una mayor profesionalización, algo menos de retórica y más intervención y control intragremiales —supervisión de la propia corporación coincidente con la sintomática presencia de los colegios profesionales de doctores y licenciados y otras formas de asociacionismo corporativo que emergieron en la década de los años noventa del XIX—. La valoración de los trabajos doctrinales y de investigación en el proceso selectivo denotó también un mayor peso de la especialización científica, que empezó a ser un fenómeno lento pero evidente en la universidad de la denominada edad de plata de la cultura española. El tema de las oposiciones ha sido abordado por prácticamente todos los estudiosos de los catedráticos de segunda enseñanza; más allá, para conocer las variaciones del sistema hasta los años veinte, es imprescindible la consulta de Castro (1923).

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se trataba de un procedimiento de estilo mandarinesco, claramente universitario, casi indistinguible del seguido por los catedráticos de Universidad, extremadamente prolijo y centralizado, que tenía lugar en Madrid, lo que convertía el desplazamiento del opositor a la capital en una suerte de inolvidable viaje iniciático. La oposición en sí era un acto público sujeto a un complejo ritual de ejercicios —hasta cinco o seis— que sometían al aspirante a acrobacias de diverso jaez: sorteo de cuestionario, entrega del discurso, memoria o programa de la asignatura, exposición de temas, disputas con la trinca de rivales, contestaciones al tribunal, encierro para preparar la defensa de temas (en 1864, durante veinticuatro horas, con derecho a cama), etcétera. Un ritual laberíntico, evocador de los sistemas de acceso al mandarinato chino, que ocupaba mucho tiempo y que produjo, como veremos, conforme el escalafón se fue envejeciendo en la Restauración, grandes probabilidades de convertir a más de un joven licenciado en opositor de por vida. Ello por no hablar de las prácticas corruptas y clientelares que lo circundaron ab origine.

Por consiguiente, el catedrático fue un ser imbuido en la sacralización de la meritocracia: un auténtico hombre de examen. La profesión docente, durante la vigencia del modo de educación tradicional elitista, estuvo enclaustrada dentro de esa concepción humanística-tradicional según la cual la práctica de la enseñanza impregnaba todo un estilo de vida —y un arquetipo, el del hombre de cultura— al que se accedía merced a la familiarización con rituales y dispositivos, muy particularmente los ligados a las prácticas examinatorias.

El cuarto y último rasgo del canon profesional se refiere a la relación de propiedad que establecían los catedráticos con las materias que enseñaban y con las plazas que ocupaban. Estas materias se mantuvieron en un plano cuasiinvariable —eso sí, con periódicos cambios en las denominaciones— en el marco de un sólido tronco curricular: Latín, Lengua y Literatura, Geografía e Historia, Filosofía, Matemáticas, Agricultura, Física y Química y Ciencias Naturales. Quedaban en un espacio intermedio o inseguro otras disciplinas adjudicadas a profesores especiales: Dibujo, Religión, Caligrafía, Gimnasia, Francés, etcétera. Lo cierto es que, lograda la oposición, la plaza se ocupaba cual fortaleza inexpugnable e inamovible, a no ser que el propio catedrático aceptara aumentar sus estipendios cubriendo o acumulando otra cátedra por algún motivo, situación que se prolongó hasta principios del siglo XX, como veremos en el caso de Gregorio Castejón o en el de Juan Placer. A diferencia del profesor auxiliar, que lo era para todas las enseñanzas de letras o de ciencias, cultivaba su asignatura y en ella oficiaba de sumo sacerdote del saber y de omnipotente hacedor pedagógico.

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Todavía en los amenes del franquismo y de la propia corporación, la impartición de las arteramente denominadas materias afines en los institutos era cosa del profesorado interino

Esta relación de propiedad cuasifeudal con la plaza y la asignatura tuvo una repercusión excepcionalmente importante en los primeros tiempos porque convirtió a los catedráticos de instituto en inventores de los códigos disciplinares de las materias de enseñanza (Cuesta, 1997), como hemos señalado ya. Precisamente por ello, una de las marcas más relevantes del canon profesional de los catedráticos fue la de erigirse en guardianes del código de su disciplina y actuar como sujetos ancilares de las añejas rutinas troqueladas por el habitus profesional: guardianes de la tradición y esclavos de la rutina.

Ahora bien, un catedrático no lo era únicamente por el mero hecho administrativo de haber salido airoso de una oposición y haber tomado posesión de su cátedra. Ser catedrático de segunda enseñanza en una capital de provincia implicaba todo un modo de ser y de estar en el espacio público que se manifestaba en pequeños detalles y rituales cotidianos que se producían y —lo más importante— eran percibidos socialmente de forma natural pero distintiva: la cultura como estilo de vida, como una manera de vivir, de entender el mundo y de estar en él: «culture is a whole way of life» (Raymond Williams). El catedrático decimonónico se convirtió en algo más que un cultivador de su disciplina. Su talante humanista genérico lo llevó a participar en otras aventuras académicas, eruditas, publicísticas o incluso políticas de carácter local, de modo que se convirtió en miembro destacado de las elites cultas de provincias (tendremos también ocasión de comprobarlo en el desarrollo de las páginas que siguen). Esta significativa faceta del canon profesional únicamente se iría difuminando conforme los espacios públicos de cultura se fueran expandiendo, a partir del primer tercio del siglo XX

En el empeño de reconstruir mejor el retrato colectivo del catedrático decimonónico, emblema de la vida cultural de provincias, juegan un papel muy importante las fuentes hemerográficas y también las iconográficas, aunque lamentablemente estas no son muy abundantes para el caso oscense. Con todo, la espléndida galería de imágenes incluida en las páginas centrales de este volumen, en la que se puede ver a los siete primeros directores del Instituto, representaen el terreno de la percepción visual la corporeización del habitus, la manera en que la función pública se exterioriza en aspecto o figura personal. Estas fotografías de estudio y gran formato colgaron, lujosamenteenmarcadas, de las regias paredes de la sala de claustros del palacio

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sertoriano desde el año 1907 por decisión unánime de una corporación que, con tan fausto motivo y sin ningún género de duda, se autoproclamaba sujeto de la historia y objeto de admiración para la posteridad. No era poca cosa para unos simples hombres mortales…

A lo largo del presente capítulo y del próximo quien esto lea encontrará una nómina de diecisiete catedráticos del periodo de la Restauración —fijadores y garantes del canon socioprofesional— que de manera deliberada hemos divido en dos generaciones. La primera, de la que nos ocuparemos en las páginas inmediatamente siguientes, la componen ocho catedráticos. Es la generación de los hijos de la Revolución Liberal, los nacidos entre 1840 y 1860, que se jubilaron en el lapso de las dos primeras décadas del siglo XX y que vivieron su trayectoria profesional a caballo entre el Sexenio Democrático y la crisis finisecular. La segunda, que podríamos denominar generación del regeneracionismo, se situó entre la tradición y la modernidad. Las biografías profesionales de sus integrantes, nacidos entre 1860 y 1890 y formados en los años finales del Sexenio o ya en plena Restauración, penetran de lleno en la magmática realidad social y política de la España del primer tercio del siglo XX y en algunos casos incluso trascienden los convulsos años treinta. Ambas generaciones constituyen los arquetipos de una corporación en pleno proceso de maduración y profesionalización. La división está justificada en la medida en que sus componentes, al desarrollar sus carreras en contextos políticos y sociales muy distintos, hubieron de mantener posiciones asimismo diferenciadas en relación con la propia profesión y con la función social que desempeñaban en una sociedad que comenzó a experimentar mutaciones profundas con el cambio de siglo.

En las páginas que siguen trataremos de realizar una disección del devenir del Instituto y de la ciudad a lo largo de la Restauración y hasta la crisis finisecular (se entenderá por ello el lugar central que en esta ocasión ocupa Manuel López Bastarán) en compañía de ocho catedráticos que fueron prácticamente todo en la casa y mucho en la ciudad del cacique Manuel Camo. A partir de sus biografías trataremos de reconstruir lo que significó y lo que supuso la llamada pax camista —la reconstrucción de solidaridades yrivalidades, afectos y desafectos— en el seno de un universo tan masculino, reglamentado, jerarquizado y sometido a mudanza permanente como el claustro del Instituto en cuanto —no se olvide— institución prototípica del modo de educación tradicional elitista en la provincia. He aquí la información básica acerca de quienes nos acompañarán, desde el presente, en este viaje por el tiempo:

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Año de Disciplina (cátedra)ingresoAños en HuescaCargos

Joaquín López Correa Geografía e Historia18701891-1901 (10)Vicedirector (1839-1929)

Manuel López Bastarán Retórica y Poética18671867-1907 (40)Director (1870-1884, (1840-1907) 1885-1907)

Pedro Romeo García Historia Natural18881874-1888, Secretario (1847-1917) Agricultura 1892-1917 (39)

Miguel Eyaralar Elía Lengua Latina18971901-1912 (11)Secretario (1841-1915)

Ángel Fernández Enciso Matemáticas18771881-1908 (27)Director (1907-1908) (1850-1909)

Canuto Ortiz de Zárate Física y Química18831889-1902 (13) y Aguirre (1856-1902)

Gregorio Castejón Latín y Castellano18871889-1922 (33)Director (1921-1922) Ainoza (1847-1939)Psicología, Lógica y Ética

Mariano Martínez Francés 19091887-1909, Director (1919-1921) Jarabo (1852-1925) 1915-1922 (29)

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JOAQUÍN LÓPEZ CORREA: RÁFAGAS DE TEMPRANA MODERNIDAD

(Selgua, Huesca, NUPV – Alagón, Zaragoza, NVOV)

Originario de una población de la zona oriental de la provincia oscense cercana a Monzón, Joaquín López Correa se formó primero con los escolapios de Barbastro y después pasó al Instituto Provincial, donde en 1858, cuando frisaba los veinte años, obtuvo el grado de bachiller en Artes, Teología y Filosofía y Letras. Realizó estudios superiores en la Universidad de Zaragoza y se licenció en Filosofía y Letras en 1866 y en Teología en 1867. Un año más tarde alcanzó el grado de doctor en ambos estudios por la Universidad de Madrid, con calificación de sobresaliente en los dos casos.

El 28 de enero de 1870, en virtud de oposición, ganó la cátedra de Geografía e Historia de institutos de segunda enseñanza. En su expediente personal, custodiado en el AGA, se conserva su memoria de oposiciones, titulada Geografía física, política e histórica de la Confederación Alemana Septentrional y fechada en Madrid el 15 de mayo de 1868. Llama poderosamente la atención la temática escogida por el aspirante a la hora de confeccionar este documentado ensayo, de infrecuente calidad y sin duda innovador en su planteamiento, que se desarrolla a caballo entre la geografía descriptiva y la historia moderna para culminar en una suerte historia del tiempo presente, avant la lettre, acerca de los territorios de la Confederación Germánica en el marco del intrincado y decisivo proceso de construcción del Estado alemán.186

186. Habitualmente este tipo de memorias de oposición, subgénero ensayístico que fue moldeándose a partir de las reformas introducidas en el sistema de oposiciones a cátedras de institutos en los años sesenta, constituían el cuerpo de una pieza oratoria —destinada a ser defendida oralmente ante un tribunal— organizada bien a partir de temas clásicos de la historia nacional, bien a partir de asentadas consideraciones acerca del programa de la asignatura. Un notable ejemplo del primer caso sería el del catedrático abulense, de la misma generación que el oscense, Alfonso Moreno Espinosa (1840-1905), que dedicó su memoria

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Las seis últimas páginas —de un total de cuarenta y seis de apretada letra y en tamaño holandesa— se dedican de manera íntegra a exponer de forma casi periodística los acontecimientos políticos ocurridos poco antes en la Alemania septentrional, inteligentemente enmarcados en el proceso de construcción de la hegemonía prusiana desde la constitución del Zollverein (la Unión Aduanera). La memoria finaliza con estas atinadas frases:

Siendo tal la situación presente de la Confederación alemana septentrional y la actitud de Prusia para con los pequeños estados que la acompañan, suspenderemos nuestras desautorizadas palabras, no ser que erremos por anticipar doctrina; siendo por el contrario muy loable y prudente esperar a que el día de mañana nos digan qué es lo que verdaderamente se está operando en la región central de la civilizada Europa. He dicho.

Las fuentes referenciadas en el trabajo incluyen atlas y bibliografía francesa, italiana y española (Marie-Nicolas Bouillet, Cesare Cantù, Fernando de Castro…), así como prensa periódica (La América de Madrid, años 1866 y 1867). El desusado documento del aspirante a cátedra del Instituto riojano se cierra además con cuatro primorosas láminas cartográficas realizadas a plumilla por su autor: un mapa físico de la Alemania septentrional, otro de la evolución del reino de Prusia entre 1226 y 1866, un tercero de la Confederación Germánica en 1815 y finalmente el de la Confederación Alemana Septentrional en 1866.

METODÓLOGO SIN SIQUIERA PRETENDERLO

López Correa desarrolló una dilatada carrera profesional de cuarenta y seis años de duración como catedrático de Geografía e Historia en tres institutos del distrito universitario zaragozano. En su primer destino, el Instituto Provincial de Logroño, ejerció durante veintidós años, entre 1869 y 1891. Allí actuó como secretario del establecimiento y compaginó la docencia en él con la que impartió en la Escuela de Comercio de aquella ciudad a partir de 1884. En el marco de sus frecuentes colaboraciones en el Ateneo logroñés, en aquellos años escribió un par de curiosos y eruditos ensayos

—en las oposiciones de 1866— al estudio de la decadencia española en el siglo XVII. Este catedrático, castelarista y con una importante ejecutoria pública, fue, entre otras cosas, uno de los más prolíficos e influyentes autores de manuales escolares de Geografía e Historia durante la Restauración y más allá (Cuesta, 1997). Rafael Valls (2007) sitúa la presencia porcentual de sus manuales en los institutos españoles en un destacado primer lugar: un 13,7% entre 1875 y 1887 y un 16,6% entre 1888 y 1900. Piénsese que Antonio Vidal Domingo —que, como se dijo, puede ser considerado un autor de relativo éxito— comparece en esas clasificaciones con un 0,2% y un 3,2% respectivamente.

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titulados Estado social de la humanidad en las variadas edades de su historia y unas Nociones de cronología técnica y su aplicación a la cronología histórica. Ambos textos surgieron de las conferencias impartidas por el catedrático en aquella institución y fueron editados por Federico Sanz (del primero únicamente llegó a ver la luz el tomo referido a la Edad Antigua) en 1882 y 1888 respectivamente. También dio a la imprenta una obra titulada Geografía histórica: método razonado y fuentes de conocimiento para redactarun tratado de dicha asignatura, hoy suprimida de la Facultad de Filosofía y Letras y que debiera restablecerse para complemento de los estudios geográficos e históricos (Logroño, Imp. y Lib. de El Riojano, 1888). Tenemos noticia de que años después, en 1902, publicó en Madrid, en la imprenta de Góngora Álvarez, un breve Programa de historia universal acomodado a las explicaciones de […] (García Puchol, 1993; Valls, 2007).

El citado método razonado de 1888 es un original ensayo de ciento veinte páginas pensado para uso y orientación de estudiantes de licenciatura y futuros aspirantes al profesorado de segunda enseñanza187 y surgido en el marco de la postergación de los estudios de Geografía Histórica en las facultades de Filosofía y Letras tras las reformas introducidas en el plan de estudios mediante el Real Decreto de 13 de agosto de 1880. López Correa deploró la decisión desde la perspectiva particular de un catedrático de segunda enseñanza, utilizando argumentos que inevitablemente traen a la memoria los que algunos años más tarde, y en plena eclosión del regeneracionismo, esgrimirán geógrafos como Ricardo Beltrán y Rózpide o historiadores como Rafael Altamira y su más destacado discípulo, José Deleito y Piñuela:

Resulta que hoy día los jóvenes que se dedican a la carrera del Profesorado en la sección de Filosofía y Letras, tienen sí dos cursos, en vez de uno, y de lección diaria de Historia Universal: pero en cambio, una vez suprimida la asignatura de Geografía Histórica, dichos jóvenes no hacen más estudios para aspirar a desempeñar cátedras de Geografía e Historia en los institutos, que los muy elementales de Geografía hechos en el Bachillerato y a la edad de diez u once años; edad poco a propósito para prepararse a desempeñar dicha asignatura. (Joaquín López Correa, Geografía histórica…, ed. cit., pp. 6-7)

Mutatis mutandis, este libro, de factura original y, por lo que nos es conocido(Juan Mainer, 2009), sin parangón en la producción de los miembros

187. El propio López Correa afirma al final del prólogo (p. 7): «de restablecerse, como deseamos,la asignatura de Geografía Histórica, quizá nos animásemos a redactar un texto de la misma bajo el Método razonado que ponemos a continuación, en el caso de que personas más competentes por su ilustración aprobaran nuestros propósitos». Ignoramos si el deseo del catedrático llegó a materializarse.

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de la corporación profesional que nos ocupa, podría considerarse un raro y madrugador tratado de metodología de la enseñanza de una nodisciplina —la Geografía Histórica— para la segunda enseñanza. El texto, escrito desde una concepción netamente providencialista de la historia y de la geografía,188 refleja al mismo tiempo la influencia del krausopositivismo, así como las preocupaciones pedagógicas de su autor, que además exhibe una vasta erudición a lo largo las más de treinta páginas dedicadas al estudio de fuentes y bibliografía disponibles y aconsejadas para la preparación de la asignatura. No en vano afirma el catedrático oscense:

Puede asegurarse que la ciencia de que hablamos, a pesar de la altura de perfección a que ha llegado en nuestros días, está todavía en mantillas. Según esto, se comprende que el Profesor de Geografía Histórica esté obligado de continuo, y como consecuencia de su misión, a seguir la reconstrucción, desenvolvimiento y perfección de esta ciencia. Debe, por tanto, poner a contribución los manantiales de donde se originaron esos conocimientos, que él transmite a sus alumnos, y para ello, clasificar y estudiar con método las llamadas fuentes de la ciencia que cultiva. (Joaquín López Correa, Geografía histórica…, ed. cit., p. 91)

A los cincuenta y dos años de edad, en 1891, habiendo quedado vacante la cátedra del Instituto oscense tras el traslado de Antonio Vidal Domingo, Joaquín López Correa regresó a Huesca. Formó parte del claustro durante diez años, hasta 1901, fecha en la que obtuvo el traslado, a petición propia (Real Orden de 18 de octubre), al Instituto de Zaragoza, donde permaneció ya hasta que se jubiló, a la avanzada edad de setenta y seis años, en 1915 (Real Decreto de 9 de abril de 1915) (en 1913 había solicitado una ampliación de servicio de dos años que le fue concedida). Su paso por el apaciguado claustro oscense —tras la desaparición de los catedráticos más abiertamente ultramontanos— discurrió bastante desapercibida y consta que desde su muy templado liberalismo católico mantuvo una excelente

188. La visión de la historia universal que prevalecía en las obras de López Correa, en especial cuando se refería a la Edad Antigua y más aún a la Prehistoria, cuya narración se identificaba casi literalmente con el relato del Génesis bíblico, no era ni mucho menos infrecuente en los manuales de bachillerato y de escuelas normales de finales del siglo XIX. Sirvan como ejemplo los textos del mentado Antonio Vidal o los del catedrático también oriundo de Huesca Bernardo Monreal. Aunque en el siglo XX el cultivo de una historiografía profesional, modernizadora y de tonalidad liberal conservadora, en línea con lo que ya anunciaba la obra del citado Moreno Espinosa, se fue abriendo paso en la enseñanza oficial de la mano de nuevas cohortes de catedráticos, lo cierto es que ese tipo de literatura de divulgación histórica que en mayor o menor medida confundía el conocimiento con los dogmas religiosos permaneció en el mercado editorial de los manuales escolares, si bien con un uso cada vez más restringido a los centros de enseñanza privada eclesiástica.

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relación con el entonces director, Manuel López Bastarán, quien contó con su confianza y lo nombró vicedirector desde 1896 hasta su traslado a Zaragoza. A su partida, que como era costumbre fue lamentada en un suelto de El Diario de Huesca, cubrió la cátedra vacante el mallorquín Gabriel Llabrés Quintana, prototipo, como veremos, de una nueva generación de catedráticos de la Restauración.

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EL DIRECTOR DE LA NORMALIDAD RESTAURACIONISTA

(Zaragoza, NUQM – Huesca, NVMT)

Nacido en el seno de una acomodada familia zaragozana, estudió Latinidad y Humanidades en las Escuelas Pías de Zaragoza entre 1849 y 1852. Tras cursar dos años en el Seminario Conciliar se matriculó en el Instituto de la ciudad del Ebro, donde finalmente obtuvo el grado de bachiller en Filosofía en 1855. A la edad de veinte años, en 1860, consiguió el grado de bachiller con la calificación de sobresaliente en la Facultad de Derecho Civil y Canónico de la Universidad de Zaragoza, donde un año después se licenció con premio extraordinario. En 1863 lo hizo, también con sobresaliente, en la de Filosofía y Letras, en la que se doctoró en 1876, cuando ejercía ya como catedrático en Huesca.

En 1875, muy poco tiempo después de su llegada a Huesca, se produjo el fallecimiento de su primer hijo con menos de dos años, y meses después el de su primera mujer, Eufemia Póvez. De su segundo matrimonio, contraído con Teodora Calleja Guallart, hija de una muy bien posicionada familia oscense, nacieron tres hijos: Pilar, Manuel —profesor auxiliar de Letras en el Instituto entre 1903 y 1907 y posteriormente dedicado a la abogacía— y una tercera que falleció en 1880 a muy corta edad. La temprana muerte de su todavía muy joven segunda compañera, en junio de 1884, le llegó, como veremos, en un momento especialmente complicado, coincidiendo con su cese como director del Instituto.

López Bastarán tuvo una activa presencia en la vida social de la ciudad, tal como correspondía a su estatus de catedrático, y sobre todo, como explicaremos detalladamente, de director del Instituto. Ya en 1877 aparece en la nómina de la comisión encargada de promover la concurrencia en Huesca y su provincia a la Exposición Universal de París de 1878 y en la de la Comisión de Agricultura, Industria y Comercio, junto al médico, profesor

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delInstituto y estrecho colaborador suyo Pedro Romeo García (en la de Arte Antiguo figuraban Antonio Gasós, León Abadías, Valentín Carderera y Justo Formigales). Aunque su firma se prodigó muy poco en la abundante prensa escrita de la época, sabemos que fue un melómano confeso y un habitual espectador de los conciertos organizados por el Casino Sertoriano y el Círculo Oscense (Ramón, 2014). Su participación en la vida política activa fue ocasional a lo largo de su carrera profesional (en puridad, únicamente se lanzó al ruedo político en las elecciones municipales de 1887). Desde un muy temperado liberalismo en el Sexenio, posiblemente más próximo al unionismo que al progresismo de Prim, fue paulatinamente alineándose, sin estridencias, con el posibilismo castelarista oscense —es decir, con la facción hegemónica del turnismo, liderada en la provincia por Manuel Camo, «una gloria nacional de Huesca», al decir del vitriólico genio valleinclanesco—.189 En lo tocante a todo tipo de ideologías y creencias, López Bastarán, «un catedrático muy taimado»,190 fue mucho más un posibilista, en el sentido literal y prístino del término, que un convencido republicano o incluso un obcecado camista.

Aunque su ejercicio profesional tuvo en la segunda enseñanza su foco principal de atención y de ingresos, sabemos que ejerció también como abogado en la ciudad y que en 1885 fue nombrado magistrado suplente de

189. Como es bien conocido, Valle-Inclán, en Luces de bohemia, obra publicada por entregas en la revista España durante el verano de 1920, el tabernero Pica Lagartos se refiere en esos términos a Camo cuando revela que su padre había sido el barbero del marrullero político oscense. Sobre Manuel Camo existe una aproximación biográfica escrita por el periodista García Mongay (1988).

190. El apelativo se lo otorga Pascual Queral y Formigales (1994: 312), escribiente afincado en Huesca desde 1882 y reconocido combatiente del caciquismo camista, en su novela La ley del embudo, publicada en Madrid en 1897, dedicada a Gumersindo de Azcárate y precedida de un sintomático prólogo de Joaquín Costa. La ley del embudo es un notable, aunque olvidado, texto del regneracionismo literario, «una sátira política y un catecismo doctrinal», al decir de Costa. El estudioso Juan Carlos Ara ha explicado que se trata de una «novela en clave»en la que hechos, personajes y espacios son alegorías de la realidad oscense que los —pocos— lectores de la época pudieron identificar sin dificultad. Huesca es Infundia en la novela de Queral —que utiliza el mismo artificio que años antes, en 1876, ya usara Benito Pérez Galdós con la Orbejosa de Doña Perfecta—, y el Instituto es poco más que un telón de fondo, pues el personaje clave de Gonzalo Espartaco —encarnación del propio Costa, quizá de Azcárate, en la novela— es un apuesto catedrático de Filosofía de segunda enseñanza, dechado de rectitud, moralidad y buen hacer pedagógico —un pedagogo que invoca los textos krausistas y los referentes ginerianos—, que contrasta con el clima de rampante corrupción, parasitismo y falsedad pública en que transcurren los días de infundiosos e infundianos. En todo caso, el conjunto de imágenes y sucedidos que la novela va yuxtaponiendo —el episodio de los caldos de gallina que se servían en la residencia de niños acogidos a la beneficencia pública, la red de trata de mujeres al servicio del apetito del cacique y sus próximos y tantos otros— quizá le reste fuerza y coherencia dramática al argumento, pero no deja lugar al sosiego y ofrece una imagen tan mezquina y perturbadora como verosímil de la Urbs Victrix.

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la Audiencia de lo Criminal de Huesca. En el campo de la docencia su actividad se inició a finales de 1864, cuando que fue nombrado por la Dirección General de Instrucción Pública regente del colegio de internos del Instituto de Segunda Enseñanza de Ciudad Real, cargo que ocupó solo por unos meses, ya que a mediados de febrero de 1865, y a instancia suya, fue trasladado al mismo puesto en la casa-pensión del Instituto de Huesca, ubicada, como se ha dicho ya, en el antiguo Colegio de Santiago. A partir de entonces su vida profesional quedó ya ligada para siempre a la ciudad del Isuela. En 1867, cuando contaba veintisiete años de edad, obtuvo mediante oposición (Real Orden de 16 de abril)191 la cátedra de Perfección de Latín y Principios Generales de Literatura del Instituto, cuya denominación se cambió un año más tarde por la de Retórica y Poética a consecuencia de la modificación realizada en el plan de estudios. López Bastarán desempeñó la cátedra en el Instituto oscense durante cuarenta años consecutivos, exactamente hasta el mismo día de su fallecimiento, que tuvo lugar en 1907.

Ya hemos advertido de la escasa producción periodística del catedrático oscense. Del mismo modo, su producción manualística se reduce a dos volúmenes, que, sin embargo, dentro del género de los textos sin pedagogía propios del bachillerato tradicional elitista (Cuesta, 1997), no pasaron inadvertidos para la construcción del código disciplinar de la asignatura de Lengua y Literatura. En 1879 publicó en Hijos de Castanera Elementos de retórica y poética o literatura preceptiva, obra que sirvió de texto para sus propios alumnos y para otros establecimientos españoles de segunda enseñanza. A partir de ese primer trabajo construyó en 1890 su segundo manual escolar, Retórica y poética. Puede leerse una amplia y elogiosa reseña de este último en El Diario de Huesca del 15 de marzo de 1890. En ella se valora esencialmente su carácter didáctico (sic) y su «tono natural y espontáneo sin necesidad de recurrir a dogmatismos que en otro tiempo informaban casi la totalidad de las producciones dedicadas a la enseñanza», y se añade: «Nada de convencional y artificioso encontrarán los jóvenes alumnos ni los viejos profesores en las páginas del nuevo libro». Lo cierto es que López Bastarán recurría con frecuencia a sus conocimientos de música y de ritmo, tanto en sus clases como en sus manuales, para reflexionar sobre la prosa y el verso, sus usos y sus diferencias (Domínguez Caparrós, 1975).

191. En su expediente de catedrático (AGA, 32/08280) se conservan dos memorias de oposiciones: una, titulada Del estilo, de sus diversas clases y de la aplicación de cada una a los varios géneros de composición, está fechada en 1865 y se compone de sesenta y seis páginas manuscritas; la otra, De la oratoria: aplicación de sus reglas a las diferentes composiciones de este género, con fecha de 1866, consta de cuarenta y dos páginas.

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LA RESTAURACIÓN
LOS CATEDRÁTICOS DE
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Grupo de alumnos de quinto curso del Instituto de Huesca. Año académico 1891-1892. (Colección Pedro Moliner. Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca)

PRIMEROS AÑOS COMO DIRECTOR: ÉXITOS Y HABILIDADES DE MANUEL LÓPEZ BASTARÁN

López Bastarán fue en Huesca, por encima de todo, el director del Instituto, con todo lo que eso comportaba. En consecuencia, merece la pena prestar atención minuciosa a su andadura profesional como regente del establecimiento de enseñanza, en la seguridad de que a través de ella tendremos ocasión de proyectar nuestra mirada sobre la ciudad y sus gentes, y acaso más allá. El 17 de enero de 1870, a los tres años de su incorporación a la cátedra y como consecuencia del repentino fallecimiento de su predecesor en el cargo, Mariano Cándido Campo Micas, fue nombrado director del Instituto por Orden del Regente del Reino. Ocupó el cargo hasta su muerte, con un breve intervalo entre junio de 1884 y diciembre de 1885 en el que fue cesado y en su lugar se nombró a Vicente Ventura Solana, como ya se dijo. Más de treinta y cinco años al frente del establecimiento provincial de segunda enseñanza lo convirtieron en el catedrático que más tiempo ocupó ese cargo y en una personalidad relevante a la hora de entender el juego de los equilibrios políticos de los convulsos años —los setenta y, sobre todo, los ochenta— que precedieron a la etapa de la llamada pax camista (Frías y Trisán, 1987; Frías, 1992 y 1995), que se impuso de manera incontestable entre 1893 y 1911.192 Si Ventura fue el director carismático del periodo isabelino, podemos afirmar que López Bastarán lo fue, de manera todavía si cabe más clara, del restauracionista. Su pragmático alineamiento con el posibilismo, ese republicanismo de orden que tanto hizo por la consolidación de la monarquía alfonsina, no dejaba espacio para

192. Tras años de vivos enfrentamientos, especialmente en la ciudad, entre camistas y anticamistas, de cuyos más o menos lejanos ecos no se vio libre el Instituto, como hemos visto, por ejemplo, en las biografías de Ventura, Abadías y Casas, el definitivo asentamiento del cacicato del boticario Manuel Camo Nogués (1841-1911) y su liderazgo indiscutible al frente de la llamada izquierda liberal dinástica en la provincia no se produjeron hasta 1893, todo ello tras la estratégica apertura del derecho a sufragio para la totalidad de la población masculina en 1891 y cuando se consolidó la táctica aproximación del posibilismo castelarista al fusionismo sagastino con la consiguiente neutralización del republicanismo zorrillista y federal y la desorientación y el relativo abatimiento de las posiciones conservadoras e integristas. El dominio del cacicato de Camo, que ocupó durante casi veinte años (1893-1911) sin apenas rivalidad los espacios de decisión política de la ciudad y la provincia, generó una suerte de «tutelado sosiego social —la pax camista— […]. En el caso oscense, el camismo se sustentaba en la pequeña burguesía local de comerciantes y artesanos y en un funcionariado fiel y animoso; arrinconados los terratenientes y los restos de la aristocracia comarcana, de aquellos estratos sociales nacerían los avances necesarios para reconocer la Huesca moderna (progreso material, asociacionismo comerciante, regeneracionismo asumido en sus aspectos más superficiales…) del periodo comprendido entre 1893 y 1912, cuando un triunvirato de notables liberales y conmilitones cercanos a Manuel Camo (Mairal, Batalla, Del Cacho) se hicieron cargo de la herencia del cacique» (Ara, 2004a: 88).

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la duda, sobre todo a partir de 1885. Ventura y López Bastarán fueron, cada uno en su estilo, los dos personajes clave de la proyección pública del Instituto durante sus sesenta primeros años de existencia, y sus trayectorias profesionales personificaron el ethos corporativo de dos cohortes de catedráticos distintas: la isabelina y la restauracionista.

La figura dialogante pero al mismo tiempo firme de Manuel López Bastarán, muy escrupuloso en el trato y en la gestión de los asuntos del claustro, al frente de la dirección del Instituto no tardó en contrastar con las de sus predecesores en el cargo. Desde el primer momento el nuevo director despuntó como un administrador pragmático y eficaz. En el discurso inaugural del curso 1870-1871 se propuso conseguir un objetivo que venía siendo un anhelo permanentemente postergado e inalcanzable durante el decenio anterior: la elevación del Instituto a la categoría de primera clase. Su pronta consecución fue su primer éxito: a mediados de febrero de 1871 la corporación provincial resolvió ascender de categoría al establecimiento, situación que quedó refrendada por Orden de la Dirección General de Instrucción Pública de 21 de febrero. El asunto no era en modo alguno baladí, y así lo comprendía y lo explicaba con claridad el catedrático zaragozano. Entre otras cosas, de ello dependía la igualación del sueldo de los profesores del claustro oscense con el de sus colegas de Zaragoza, Oviedo o Madrid, lo que habría de redundar en una paulatina estabilización de la plantilla de catedráticos y evitaría el nomadismo que se producía al considerarse el Instituto de Huesca como una especie de centro de tránsito o purgatorio para la obtención de mejor destino.

En justa correspondencia, y como muestra de agradecimiento a las autoridades provinciales, en la alocución inaugural del curso siguiente López Bastarán daba cuenta ante el numeroso público asistente, en el que se encontraba lo más granado de la ciudad, de que los profesores habían resuelto «aumentar la enseñanza con las asignaturas de Agricultura, Topografía y Dibujo aplicado a las Artes, encargándose los mismos de desempeñarlas sin retribución alguna».193 Al mismo tiempo anunciaba la cesión y el acondicionamiento de los locales del antiguo Colegio de Santiago para estos y otros menesteres,194 así como la clausura de la obsoleta y ominosa casa-pensión,

193. Tanto la cátedra de Agricultura como la de Dibujo, la primera ocupada de manera interina por el asturiano Benjamín del Riego y la segunda en propiedad por León Abadías, aunque en circunstancias diferentes, habían dejado de existir de facto a finales del curso 1868-1869. Véanse al respecto las biografías de Mauricio María Martínez Herrero y León Abadías de Santolaria. 194. Desde su creación, que tuvo lugar en 1844, la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Huesca contempló la creación de un museo o gabinete de pinturas de la ciudad en los locales del antiguo Colegio de San Vicente, que, de hecho, fue muy pronto habilitado como almacén de obras de arte. El asunto se retomó en 1864 y en 1869, pero la

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que tanto había dado que hablar en años anteriores. Recuérdese a este respecto que en 1860 el gobernador Camilo Alonso Valdespino había denunciado supuestas corruptelas llevadas a cabo en su administración por Martín Puértolas y Vicente Ventura.

El gesto, elocuente y revelador, del director, y por extensión del claustro, no pasó desapercibido. Y es que, en principio, este sustantivo cambio de estatus que acababa de experimentar el Instituto tampoco era ajeno a la definitiva y ya urgente implantación y dignificación de los llamados estudios de aplicación (léase Dibujo, Técnico, Topográfico y de Adorno, y Agricultura), unas enseñanzas que, al ser de dotación graciable por parte de la Diputación, venían padeciendo una existencia guadianesca desde finales de los cincuenta al albur de las disponibilidades presupuestarias que la corporación provincial quisiera o pudiera destinar al pago de su profesorado.195

En el concepto que el catedrático zaragozano poseía de la segunda enseñanza se trataba de unas materias útiles y prácticas que se mostraban fundamentales, entre otras cosas, para proveer a la sociedad de peritos agrónomos y tasadores de tierras. Así, López Bastarán consideraba el Dibujo «absolutamente necesario para el gran número de artesanos que a ella concurren, los cuales por medio del dibujo lineal y de adorno, adquieren la exactitud matemática y el gusto artístico que deben reemplazar a la rutina y al depravado gusto que generalmente se observa en las obras que salen

llegada de López Bastarán a la dirección del Instituto supuso un giro significativo en la gestión al proponerse como sede del futuro Museo Artístico y Arqueológico de Huesca el antiguo Colegio de Santiago y asegurarse el acondicionamiento de varios departamentos necesarios para la impartición de las enseñanzas de Dibujo y de otros estudios de aplicación. El 29 de junio de 1873 se celebraba una solemne reunión en el ya ex Colegio de Santiago, bajo la presidencia del gobernador civil, con objeto de declarar formalmente creado e instalado el Museo provincial. Es bien conocida la decisiva intervención que desde Madrid tuvo en todo el proceso el célebre e influyente erudito, pintor y coleccionista Valentín Carderera y Solano, que además realizó una importante donación personal a la colección oscense (Arco, 1923).

195. La creación de los llamados estudios de aplicación fue una de las novedades del Reglamento de 1858 que rigió para los institutos provinciales, en particular para los conceptuados como de primera clase. La Diputación de Huesca facilitó y financió su creación en septiembre de 1858 a solicitud de la Junta de Instrucción Primaria y con el apoyo del director Ventura. Tan solo dos años más tarde el estallido de los conflictos entre Ventura y la autoridad provincial frustraron las buenas intenciones iniciales y dejaron al Instituto sin estas enseñanzas hasta 1864, cuando se retomaron bajo la dirección de Sans Rives. La cátedra de Agricultura siempre se impartió de forma extraordinariamente precaria debido a las dificultades que había para encontrar profesorado idóneo y a «la inexistencia de campos de prácticas, máquinas y aperos para ello» —problemas que el propio Sans Rives comunicó al rector en un informe sobre la cuestión fechado el 26 de febrero de 1864 (AHUZ, 4224[3])—. La de Dibujo tuvo mejor apaño, en especial a partir de la incorporación de su primer titular, León Abadías, en 1866.

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de nuestros talleres». Por otra parte, la Agricultura era de primera «importancia en una provincia cuya principal riqueza estriba en los productos de su suelo».196

Se suponía, y López Bastarán lo sabía bien, que el paso a instituto de primera clase podía contribuir a corregir la situación, a pesar de que no lo garantizase automáticamente. De hecho, la estrategia del director funcionó: el presupuesto provincial se consolidó y ni las enseñanzas de Dibujo ni las de Agricultura volvieron a desaparecer del Instituto, aunque también es cierto que hubo que esperar a 1892 para que la cátedra de Agricultura fuera ocupada en propiedad por su primer titular, el oscense, y amigo personal de López Bastarán, Pedro Romeo García,197 y que la de Dibujo quedó sin cubrir durante treinta y tres años, hasta la llegada, en 1903, del catedrático caspolino Ramiro Ros Ráfales (1871-1927), quien únicamente la desempeñó hasta 1905.198 Con gran probabilidad, la hábil maniobra del filólogo zaragozano contribuyó a labrar su figura como director por antonomasia de la normalidad restauracionista.

LAS TRANSFORMACIONES EN EL CLAUSTRO Y LA GESTIÓN DE MANUEL LÓPEZ BASTARÁN

En suma, el talante negociador del nuevo director empezó garantizando una relación cordial y fluida con los poderes locales y provinciales y con la

196. Las citas textuales, en las memorias de 1870-1871, p. 7, y 1871-1872, p. 10 (AHPHu, I/800/2). Sustancialmente, su predecesor en el cargo, Vicente Ventura, mantenía un criterio muy semejante, aunque las circunstancias de su ejercicio profesional fueran, como se recordará, bastante distintas. Al respecto conviene recordar lo que escribía Ventura en el intercambio de correspondencia con el rector y la Diputación que el caso de la suspensión de estos estudios provocó en 1861: «La provincia de Huesca no saldrá del marasmo en que se halla, y, como eminentemente agricultora, la enseñanza de esta ciencia [la agricultura] es la más conveniente para desterrar la rutina que la tiene en estado de postración, y ciertas artes auxiliares promotoras del cultivo de los campos también se encuentran atrasadas, y por esta causa los adelantos que todos los días se hacen no pueden difundirse porque los artesanos no entienden un diseño ni aun saben copiarlo, por carecer de nociones de dibujo lineal, de adorno y topográfico» (AHUZ, 4228[3]). 197. Hasta 1876 las enseñanzas de Agricultura no pasaron a considerarse obligatorias en todos los institutos del reino, y sus cátedras fueron dotadas con una proverbial parsimonia. En el escalafón de 1876 se consignan en toda España cuatro cátedras en propiedad, las de los institutos de Córdoba (otorgada en 1862), Granada, Jaén y Sevilla (en 1863). 198. La cátedra de Dibujo del Instituto oscense únicamente contó con cuatro titulares a lo largo de toda su historia: León Abadías (1866-1869), Ramiro Ros (1903-1905), Ángel Maseda (1926-1930) y Vicente Vallés (1954-1988). Un estudio exhaustivo de la evolución de estas enseñanzas en el bachillerato español, en Bermúdez (2005). Los demás profesores de esta materia en el Instituto oscense, sin excepción, lo fueron en calidad de profesores especiales, profesores auxiliares sustitutos o profesores auxiliares numerarios, como fue el caso de Anselmo Gascón de Gotor —a quien con demasiada frecuencia se le ha venido atribuyendo erróneamente la posesión de la cátedra— tras ganar las oposiciones correspondientes en 1908.

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Universidad,199 sobre todo como factor de equilibrio, ponderación y cierto contrapeso —es preciso decirlo— en un claustro que, ya desde los años setenta, fue despojándose del levítico lastre sertoriano mudando de manera paulatina su monocromo perfil ideológico como consecuencia de la ocupación de sus cátedras vacantes por un profesorado más joven y, también, un poco más cosmopolita. El proceso —muy alejado de postulados netamente secularizadores y en las antípodas del anticlericalismo— fue lento pero perceptible e inevitable: a la llegada en los años sesenta y setenta de los Soler Arqués, Blasco y Val, Villafañe, Kolly o el propio López Bastarán hubo que sumar la nueva hornada de los Romeo García, Fernández Enciso, Martínez Jarabo, Ozcáriz u Ortiz de Zárate, incorporada en los ochenta. Los cambios eran evidentes y hubo cierta conciencia pública de que se estaba cerrando un ciclo. Sin ir más lejos, todavía en 1912, con motivo de la jubilación del catedrático y sólido latinista Miguel Eyaralar Elía, un suelto de El Diario de Huesca ofrecía la siguiente reflexión:

Formó parte de aquel claustro en el que figuraron nombres de imperecedera memoria como don Manuel López Bastarán, don Ángel Fernández Enciso, don Canuto Ortiz de Zárate y el actual director don Juan Pablo Soler, pedagogos insignes además de sabios profesores, quienes cerrando el ciclo a los viejos domines, convirtieron nuestras aulas en plantel de una juventud estudiosa e inteligente, a la que desviaron de la rutinaria senda de los leguleyos para dedicarla, con fruto y aprovechamiento, a las ciencias y a las carreras especiales. (El Diario de Huesca, 7 de julio de 1912, p. 1)

Además de los textos vivos, los catedráticos, hubo algunas tímidas mudanzas simbólicas en los espacios y en las costumbres del Instituto que no conviene exagerar pero tampoco dejar pasar de largo y que en algunos casos se remontan a los momentos finales del Sexenio Democrático. Si llamativo y comentado fue el acondicionamiento de la antigua capilla de la Sertoriana como gimnasio y aula de Dibujo desde principios de los noventa

199. La Universidad de Zaragoza hubo de ser, sobre todo durante los años setenta y ochenta, un interlocutor receptivo y cordial para nuestro joven director. López Bastarán encontró en la que había sido su alma mater, regentada desde 1868 hasta 1878 por el carismático filólogo progresista Jerónimo Borao y Clemente (1821-1878) y durante los ochenta por el también filólogo y reconocido especialista en estudios grecolatinos Martín Villar García, los apoyos que necesitaba. Villar, autor de un importantísimo manual de literatura latina, fue un destacado protector de la segunda enseñanza y se convirtió en uno de los baluartes de la filología clásica y antigua en la Universidad de Zaragoza, junto con el turolense Andrés Cabañero y Temprado (Lomba y Rújula, 2016). Este último, por cierto, antes de ocupar la cátedra de Griego de la Universidad zaragozana había trabajado como profesor auxiliar en el Instituto de Huesca en 1863 y como catedrático en el de Teruel desde 1864.

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—por supuesto, con el plácet de Mariano Supervía, el Obispé—, no lo fue menos el cierto relajamiento que experimentó la participación del claustro de catedráticos y de su director en los actos festivos del día de la Purísima Concepción,200 un hecho que es fácilmente constatable en la documentación disponible (memorias anuales, actas y prensa local) y que se hizo patente en comentarios y comunicaciones realizadas en algunas sesiones de claustro. Así, por ejemplo, el 25 de noviembre de 1907 el catedrático de Agricultura y secretario Pedro Romeo García agradecía al claustro que lo secundara con eficacia en «la restauración de la olvidada costumbre de asistir en corporación a los oficios divinos el día de la Purísima» (AHPHu, I-598, libro de actas de claustro), y algunos años más tarde, en 1921, en el acta de la sesión de claustro del 6 de diciembre se hacía constar que el señor del Arco [Ricardo del Arco y Garay], partiendo de la tradición secundada por este Claustro, de acudir en corporación a la festividad de la Purísima en la Catedral, dio lectura a una brillante moción proponiendo se asista también en corporación y en la misma forma a la solemne Salve que tiene lugar en la tarde y después de vísperas del día siete, como antes se hacía en tiempo de la Ilustre Universidad oscense. (Ibidem, I-600)

El combate por la ocupación y la definición, religiosa o secular, de la opinión y del espacio públicos en la España de la Restauración y de la dictadura de Primo de Rivera fue contumaz pero discontinuo, con momentos de mayor y de menor enconamiento. En el Instituto oscense, con el cambio de siglo no dejaron de aflorar iniciativas encaminadas a remozar y recuperar tradiciones y lugares para la práctica religiosa que parecían preteridos u olvidados, sugerencias y propuestas que cabría tildar de preventivas, porque López Bastarán, católico y respetuoso con el statu quo, siempre mantuvo

200. Se trataba de la vetusta ceremonia del rezo de la salve y el tota pulchra en la seo oscense en la víspera de la festividad de la Inmaculada y la solemne pontifical del día siguiente, que incluía asistencia corporativa bajo mazas, togas y borlas y pago del sermón previa designación del orador sagrado por parte del director del Instituto, una tradición que se remontaba al año 1619, cuando cabildo, municipio y claustro de la Sertoriana se juramentaron en el misterio de la Concepción. La celebración religiosa que proclama la creencia en que María fue concebida sin mácula ni pecado ya por sus propios padres fue instaurada como tal por el papa Sixto IV en 1476, pero fue Pío IX quien en 1854 estableció el dogma con su constitución Ineffabilis Deus. Sobre los fastos inmaculísticos y sus orígenes en la Huesca postridentina se ha ocupado recientemente Cuevas (2012), en el marco de una renovada fascinación por el tema de neta inspiración posmoderna, mercantil y turístico-memorialista. A título anecdótico, sobre las vicisitudes del inmaculismo decimonónico puede verse Vilar (2005). Para una visión histórica y de conjunto del catolicismo como campo de batalla entre 1868 y 1936 desde el enfoque de la historiografía cultural, Ramón Solans (2014 y 2016).

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relaciones correctas con el clero oscense y no esquivó las tradiciones religiosas que venían incorporadas al cargo que ostentaba. Además de la mentada reafirmación de la ritualidad inmaculista y de los intentos, que los hubo, de liberar la capilla de los usos gimnásticos, la cuidadosa exhumación y catalogación del archivo histórico de la Sertoriana, la localización de un retrato del preboste oscense Bernardo Monreal Ascaso en el paraninfo y el desencadenamiento del largo contencioso surgido en torno a la llave de la capilla de San Úrbez, como se verá, constituyen rasgos significativos, vistos en conjunto y en relación, de lo que estamos diciendo. De algunos de ellos nos iremos ocupando en este y en el próximo capítulo.

Es difícil valorar hasta qué punto tuvo que ver en ello la desaparición, en 1907, de López Bastarán.201 Lo cierto es que la presencia de un nuevo perfil de catedrático erudito y la incorporación al claustro de nuevos vástagos del propagandismo católico de derechas, fueran de cosecha propia o venidos de fuera, contribuyeron a dar impulso y nuevos bríos a esta, de momento incruenta, guerra cultural y de significados que nos ocupa. De todos modos, nada de todo esto puede comprenderse sin prestar atención a un marco mucho más amplio que nos recuerda cómo, en plena crisis del modelo de Estado restauracionista, se iban tejiendo los mimbres de una cultura política nacionalcatólica que en relativamente poco tiempo iba a permitir, también en la ciudad de Huesca, la reconfiguración, no exenta de tropiezos, de la derecha autoritaria como alternativa política.

LA LARGA SOMBRA DEL ULTRAMONTANISMO

Y EL CONTEXTO DE LA PAX CAMISTA

Pero volvamos al claustro de los años ochenta y noventa y a los días del catedrático y director que nos ocupa en estas líneas. Como hemos referido ya con cierto detalle al ocuparnos de los más longevos catedráticos de la primera hornada, el peso específico del sector integrista y ultracatólico, bien pertrechado aún por Ventura, Casas, Puértolas, Vidal y el anciano Aquilué, no fue en absoluto desdeñable, sobre todo durante la conflictiva década de los ochenta. Ya hemos mencionado las difíciles circunstancias personales en

201. En ocasiones se ha exagerado la atribución al posibilismo castelarista oscense de una actitud radicalmente secularizadora e incluso anticlerical. En este sentido eran significativos, por ejemplo, los laudatorios y hasta empalagosos sueltos que periódicamente la redacción de El Diario de Huesca dedicaba a la pomposa celebración de la fiesta de la Inmaculada y a otras tradiciones —como la Fiesta del Voto o las completas laurentinas— en las que la presencia de las autoridades civiles de la ciudad se suponía y se consideraba obligada y natural, al mismo tiempo que sintomática de que la ciudad seguía disponiendo de su confortable y sólida muralla interior, como referiría el escritor y periodista anarquista Felipe Alaiz, exalumno del Instituto, algunos años más tarde.

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las que se produjo el forzado cese del director López Bastarán a finales de junio de 1884, en pleno gobierno canovista y con Pidal y Mon al frente del Ministerio de Fomento, así como el consiguiente retorno a la dirección del abogado y destacado mestizo Ventura Solana. El cambio de director supuso la inmediata y sintomática renuncia de Pedro Romeo como secretario del Instituto y el nombramiento para el cargo de Martín Puértolas. A nadie le debió de extrañar que El Diario de Huesca cerrara filas con el zaragozano en una amplia nota editorial que merece la pena rescatar:

El señor López Bastarán ha sido una víctima política a quien han sacrificado las conveniencias del caciquismo y las presunciones de haber favorecido con su voto al señor Castelar en Huesca y al señor Calleja en la elección de senador por la Universidad de Zaragoza. El señor López Bastarán en los muchos años que ha desempeñado la dirección del Instituto se ha dedicado con el más perseverante celo a mejorar las condiciones del establecimiento, consiguiendo colocarlo a la altura de los mejores de España. Huyó siempre de toda intervención política en la enseñanza y en el régimen interior del claustro, y a sus esfuerzos y a su temperamento conciliador e hidalgo se debe en que en más de una ocasión se haya respetado el Instituto por todos los partidos y por todas las situaciones como punto neutral, a pesar de señalársele como informado por lo general en pensamientos de todo en todo contrarios a las escuelas liberales. De hoy en adelante, gracias a la desdichada labor de los conservadores que maltrata e infecciona cuanto toca, las cosas pasarán de otra manera. El señor Pidal puede envanecerse de su obra: la lástima es que las consecuencias las sufrirán otros que aunque adictos suyos reconocen el verdadero error de remover a funcionarios a quienes si bien las leyes no declararon inamovibles, se consideraban ya como tales ante el respeto de los gobiernos para cuantos en la enseñanza desempeñaban cargos con la idoneidad, la rectitud y el notable celo de que ha dado tantas pruebas el señor Bastarán en su gestión de la directiva del Instituto de Segunda Enseñanza de esta provincia. (El Diario de Huesca, 28 de junio de 1884, p. 1)

El caso, como ocurrirá en otras ocasiones, saltó a la prensa madrileña y, por supuesto, a la zaragozana. El Liberal de Madrid llegó a incluir un suelto en el que se afirmaba, no sin razón:

Han pasado por el gobierno todos los partidos monárquicos y republicanos, respetando a aquel dignísimo profesor: era necesario que la instrucción pública cayera en poder de los mestizos para que la dirección del Instituto de Huesca se convirtiera en puesto político. (Recogido en El Diario de Huesca, 1 de julio de 1884, p. 11)

Tras la muerte de Alfonso XII, ocurrida en noviembre de 1885, llegó el turno al Gobierno largo del liberalismo fusionista de Sagasta. La reposición

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en el cargo de López Bastarán en diciembre de ese mismo año, tras algo más de un curso de gobierno del atrabiliario Ventura, 202 fue una de las primeras decisiones que adoptó el senador por la Universidad de Zaragoza y reconocido anatomista de la Central Julián Calleja y Sánchez tras su toma de posesión como director general de Instrucción Pública. Sabemos que en general fue bien vista y aplaudida por la inmensa mayoría de los poderes fácticos —muy en especial por El Diario y por el camismo, que se deshizo en elogios ante el retorno del dignísimo director a su puesto—, así como por un amplio sector del claustro, en el que se incluían algunos jóvenes profesores como Ángel Fernández Enciso o Pedro Romeo García y otros menos jóvenes como Víctor Kolly Blanco, Mauricio María Martínez Herrero o incluso el ultramontano Félix Puzo Marcellán.

Quizá por aquello de que nadie es insensible a una lisonja, la dura experiencia del curso 1884-1885 y también el apoyo explícito que el catedrático integrista Casas y Abad y su entorno prestaron a la Coalición Administrativa llevaron a López Bastarán a estrechar su relación —notoria y conocida desde antes— con Manuel Camo en aquellos años decisivos para la consolidación de su cacicato. El momento culminante de su compromiso político con el posibilismo oscense se produjo al presentarse como candidato a las elecciones municipales de mayo de 1887 compartiendo cartel con Luis López Allué y otros destacados miembros del partido en la ciudad. La andadura del director del Instituto en la política municipal duró poco. El triunfo de la anticamista candidatura coalicionista, que llegó a agrupar posiciones ideológicas absolutamente irreconciliables para desbancar al cacique Manuel Camo, no impidió que López Bastarán obtuviera el acta de concejal del Ayuntamiento oscense; sin embargo, al declararse incompatible el ejercicio de la dirección del Instituto con el de edil de la corporación municipal (Real Orden de 29 de diciembre de 1887, publicada en la Gaceta del 1 de enero de 1888), se vio obligado a elegir entre los dos cargos. Y eligió el de director.

En la Huesca y provincia de aquellas dos décadas finiseculares la vida de las clases obreras y populares se debatía al filo de la subsistencia, situación agravada por los efectos de la gran depresión. El hundimiento de los mercados agrarios, la escasez de trabajo, el empobrecimiento y la proletarización del campesinado, la insoportable carestía y la presión fiscal, unidos al galopante proceso de privatización de los bienes y los

202. De cuyos detalles ya nos ocupamos al referir la trayectoria de este catedrático de Psicología y Lógica y las de sus conmilitones Casas, Aquilué, Puértolas y Vidal.

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espacios comunales, dejaban pocas alternativas más que el éxodo rural y la emigración forzada a Francia, Barcelona y Zaragoza. Al mismo tiempo se desarrollaban formas cotidianas de protesta y resistencia popular y campesina que en ocasiones alcanzaron cierta capacidad de movilización colectiva.203 Mientras tanto, como si de otra ciudad se tratara, las elites políticas y económicas, ocupadas en la exclusiva defensa de sus intereses mediante la articulación de un sistema de dominación y corrupción caciquil basado en el intercambio de favores y prebendas, cifraban sus diferencias políticas en términos precisos: o con Camo o contra él. En ese contexto se gestaron la victoria pírrica de la coalición anticamista primero, su demoledor fracaso después y, a modo de grotesca culminación, los grises años de la pax camista

Por su lado, el claustro, como corporación académica ensimismada en sus propias dinámicas y en sus conflictos internos, permaneció bastante al margen de ambas realidades sociales, y por supuesto mucho más de la primera, que, por razones obvias y casi ontológicas, siempre le fue absolutamente ajena; no en vano, y durante al menos los setenta primeros años de su existencia, el Instituto oscense fue, invariablemente —a falta de un estudio minucioso de la procedencia del alumnado oficial y doméstico que llegó realmente a graduarse—, una opción casi exclusiva para hijos de las elites y las clases medias propietarias de la capital y, en menor medida, de la provincia. Pero tampoco fue el Instituto un espacio totalmente abducido por las lides políticas. Sería un tanto reduccionista analizar bajo el rubro del esquematismo político —camistas versus anticamistas— el ambiente que se respiraba en el claustro que dirigía López Bastarán. Por más que, como hemos dicho, la Coalición u otras candidaturas menos ecuménicas (recuérdese también la fracasada de 1891, orquestada alrededor del duque de Solferino) pudieron llegar a contar con apoyos más o menos numerosos en el claustro, hubo también notorias indiferencias y retraimientos políticos.204 La simpatía o la desafección por el cacique posibilista

203. Acaso el motín de subsistencias de julio de 1885, que mantuvo a la ciudad en estado de sitio durante algunas semanas, fue el caso más notorio. Sobre la crisis agraria finisecular y sus efectos en Huesca y provincia hasta los años de la Gran Guerra pueden consultarse, entre otros, Frías (2000), Germán (2012) y Erdozáin y Mikelarena (2003). El motín de julio es relatado en la prensa local, en especial en El Diario de Huesca. Asimismo Queral (1994: 252264) le dedica en La ley del embudo un interesante y detallado capítulo en el que defiende sin tapujos —y muy posiblemente con toda razón, al decir de Juan Carlos Ara— la implicación en los hechos de Camo y los suyos como instigadores de la protesta contra el cobro del impuesto de consumos.

204. El ambiente cultural, y en concreto el literario, del anticamismo en la ciudad ha sido muy bien estudiado por Ara (1994, 1995a, 1999 y 2004a). Gracias a sus investigaciones hemos

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no fueron, por sí mismas, los elementos de polarización definitorios en el seno de la corporación claustral, y cuando pudieron llegar a serlo lo fueron siempre en relación con otros factores —significativamente la cuestión religiosa, que, sobre todo durante los últimos años de López Bastarán al frente del Instituto, pasó al primer plano de los conflictos que tuvieron lugar en el seno del claustro oscense—.205

Manuel López Bastarán vivió en sus últimos años como director, los del pernio entre los dos siglos, una paulatina pero profunda renovación y un notable rejuvenecimiento de sus miembros. A diferencia de los que habían ido llegando en los setenta y los ochenta, esta nueva generación anunciaba unos tiempos que empezaban a dejar de ser los del zaragozano. No faltaron en aquel claustro remozado las voces y los ecos del reaccionarismo político y de la intransigencia católica, en la estela de los Ventura, Casas, Vidal y compañía y en sus variadas modalidades y modulaciones: desde los catedráticos Gregorio Castejón Ainoza o Eugenio Aulet Soler hasta el profesor

podido conocer la importancia del ya citado Pascual Queral Formigales —que además de autor de La ley del embudo fue fundador, director y autor, junto con Antonio Gasós, Vicente Vilas, Arturo Franco y Gregorio Gota, entre otros, del periódico La Brújula (1886-1890), originariamente fusionista y convertido después en el órgano de la Coalición—, pero también la relevancia intelectual de otro joven e incansable denunciador del caciquismo, antiguo alumno del Instituto y después funcionario de Hacienda, Gregorio Gota Hernández (1863-1945), un personaje postergado y sin embargo clave en la historia de la cultura altoaragonesade fin de siglo que terminó exiliándose en Madrid y al que Ricardo del Arco contribuyó a oscurecer a mayor gloria de sí mismo. Gota fue el impulsor de La Campana de Huesca (1893-1895), una significativa revista de cultura, «abigarrada y miscelánea» (Ara, 1995a: 21), a mitad de camino entre el regionalismo provinciano y el regeneracionismo de vuelo bajo que concitó en sus páginas firmas variopintas que fueron desde Costa, Queral, Morera, Placer, Ros Ráfales o —incluso y ocasionalmente— Julio Pellicer hasta Casas, Castejón, Abadías o Puzo Jordán, por citar únicamente las más relacionadas con el claustro del Instituto oscense.

205. Aparte de López Bastarán hubo un par de camistas netos que pasaron, casi literalmente, por el claustro: el vicepresidente del partido y del Círculo Oscense Julio Pellicer Nogués, que fue alumno del Instituto, maestro normal y durante un solo año académico (1894-1895) profesor auxiliar interino de Caligrafía, y el maestro normal José Fatás Bailo, que también trabajó un curso (1902) como auxiliar interino de Letras. Podríamos considerar muy próximo al camismo al catedrático Ángel Fernández Enciso, cuñado de Luis López Allué y de Luis de Fuentes Mallafré. Caso distinto, como veremos, fue el del también auxiliar y luego catedrático de Francés y director Mariano Martínez Jarabo, cuya vinculación con el camismo lo llevó en 1897 a ocupar la dirección de El Diario de Huesca hasta 1907 y posteriormente a ser concejal e incluso alcalde accidental por la candidatura del Directorio Liberal a partir de 1911. Anticamistas hubo muchos más, sobre todo en el sector de los ultramontanos —declarados enemigos de Camo—. Fuera del claustro, cabría citar también a un brillante antiguo alumno e histórico empleado en la administración del establecimiento, el sagastino Arturo Franco Cortiles (1865-1934), que incluso llegó a intervenir como ocasional profesor suplente de Joaquín Monrás para la materia de Caligrafía a partir de 1910.

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Los catedráticos Vicente Ventura Solana, Julián Pérez Muro y Ramón Sans Rives, directores del Instituto de Huesca en diversas etapas entre 1846 y 1865, según los retratos originales de Enrique Capella de 1907 conservados en el IES Ramón y Cajal (fotos: Javier Blasco). Abajo, a la derecha, el catedrático Cosme Blasco y Val.

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Los catedráticos Mauricio María Martínez Herrero, Mariano Cándido Campo Micas y Manuel López Bastarán, directores del Instituto de Huesca en diversas etapas entre 1866 y 1907, y un catedrático sin identificar, muy probablemente Miguel Eyaralar Elía, según los retratos originales de Enrique Capella de 1907 conservados en el IES Ramón y Cajal (fotos: Javier Blasco).

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Arriba, los catedráticos Rafael Blanco Juste y Ángel Fernández Enciso, director del Instituto de Huesca en 1907-1908, según los retratos originales de Enrique Capella de 1907 y 1908 conservados en el IES Ramón y Cajal (fotos: Javier Blasco). Abajo, los catedráticos Eugenio Aulet Soler (óleo de 1893 de Marià Vayreda i Villa) y Gabriel Llabrés Quintana.

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Los catedráticos Juan Pablo Soler Carceller, director del Instituto de Huesca entre 1908 y 1918, según el retrato original de Enrique Capella de 1907 conservado en el IES Ramón y Cajal (foto: Javier Blasco); Francisco Cebrián Fernández de Villegas; Benigno Baratech Montes, director entre 1922 y 1932 (imagen aparecida en El Diario de Huesca), y Victoriano Rivera Gallo, gobernador civil de la provincia en 1931 (foto: Ildefonso San Agustín, Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca).

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auxiliar Félix Puzo Marcellán206 o los presbíteros y también auxiliares Juan Placer Escario y Ramón Santafé López, estos últimos dignos émulos del legado, convenientemente actualizado en las formas, del canónigo Vicente Carderera. Todos ellos fueron arquetipos y voceros, en definitiva, de un sector de la opinión y de la sociabilidad oscenses que contó siempre con el altavoz del Círculo Católico de Obreros, con una tupida red de publicaciones de buena prensa —de la que dan cuenta titulares como el conservador La Voz de la Provincia (1896-1912), fundado por Puzo Marcellán, o El Alcoraz (1889), semanario dirigido por Placer Escario, en cuyas páginas se prodigaron— y con una discreta pero creciente y lucrativa presencia en el negocio educativo privado, que fue tomando cuerpo en los años finales del siglo, siempre con la bendición y la protección episcopales.

En 1900, coincidiendo con la celebración en Roma del año jubilar del papado de León XIII, el catedrático de Psicología y Lógica Gregorio Castejón Ainoza (1847-1939) y el de Historia Natural Eugenio Aulet Soler (1867-1929) solicitaron sendas licencias de treinta días al final y al comienzo del curso. El primero pretextó su intención de asistir a un congreso contra la tuberculosis que se celebraba en Nápoles en los meses de mayo y junio —circunstanciaque no deja de resultar peregrina, dada su condición de reputado latinista—; el segundo solicitó abiertamente acudir a Roma para ganar el jubileo en el mes de octubre. López Bastarán informó desfavorablemente las dos instancias, en el caso de Castejón aduciendo que en el último mes del curso la presencia del profesor en su cátedra era imprescindible. Por el contrario, el rector, a la sazón el catedrático Antonio Hernández Fajarnés,207 lo hizo de manera favorable, y Castejón decidió marcharse y no regresar a España hasta el 29 de mayo. El conflicto estaba servido: la intervención del recién nombrado ministro Antonio García Alix fue decisiva y fulminante,

206. Félix Puzo Marcellán (1834-1906), natural de Abiego y doctor en Filosofía por la Universidad de Zaragoza en 1874, ultramontano confeso, fue propietario del colegio El Ángel de las Escuelas, centro privado inicialmente abierto en Zaragoza y trasladado a Huesca en 1883. Los vástagos de las elites católicas de la ciudad acudían allí para preparar el acceso al Instituto y las asignaturas y los exámenes de grado, en especial los alumnos libres. Puzo compaginó de forma harto ventajosa la gestión de su establecimiento con su posición de profesor auxiliar numerario de Latín y Castellano en el Instituto desde 1883. Fue secretario del Instituto con López Bastarán entre 1890 y 1897. Su hijo Félix Puzo Jordán, nacido en 1874, brillante alumno del Instituto, fue el fundador del diario conservador oscense La Voz de la Provincia (1896-1912) y en 1902 ingresó en la carrera judicial.

207. El zaragozano Antonio Hernández Fajarnés (1851-1909), catedrático de Metafísica, ferviente militante del integrismo y el propagandismo católicos, fue uno de los padres del neotomismo en la filosofía española y un destacado combatiente en aquellos años, junto con su amigo y conmilitón Marcelino Menéndez Pelayo, del krausopositivismo. Fue rector durante casi toda la década de los noventa, entre 1892 y 1900.

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decretando la separación del catedrático viajero por abandono de destino —cuya comunicación al Instituto se hizo efectiva el 15 de mayo— y la incoaciónde un expediente al susodicho. Finalmente la cuestión quedó sobreseída y Castejón, convenientemente contrariado, fue reincorporado a su cátedra a comienzo del curso siguiente. Con semejante precedente, la obtención de la indulgencia plenaria para el docto naturalista Eugenio Aulet Soler quedó abortada casi en primera instancia. López Bastarán se negó a informar la licencia con un oficio al rector redactado en términos así de concluyentes: «sería más digno de aplauso todavía que este Catedrático hubiera procurado conciliar los deberes que considera como propios de su ministerio sagrado con los que tiene que cumplir como profesor oficial».

No es baladí recordar que en septiembre el rector Hernández había dado por terminado su mandato para trasladarse a Madrid y que el recién nombrado jurista conservador Mariano Ripollés Baranda seguramente dejó hacer a López Bastarán en una cuestión tan doméstica.208

Tras estos sucesos, como puede fácilmente suponerse, la posición en el claustro de los dos catedráticos, probados ultramontanos y muy ligados a la figura del maestro confitero Raimundo Vilas —el dulce leader de los carlistas y los integristas oscenses, como lo denominaba El Diario—, siguió manifestándose, a veces de modo desafiante y bronco, frente a un director firme pero ya añoso y una corporación cada vez más profesionalizada y celosa de su neutralidad que, salvo excepciones, desaprobaba el escándalo y eludía el enfrentamiento ideológico explícito. Ocasiones hubo, sin embargo, en las que López Bastarán no pudo evitar que la tensión política estallara en el claustro y de ahí saltara a la prensa. Para muestra sirva el acre episodio provocado por una carta publicada en El Noticiero zaragozano —diario católico de larga trayectoria fundado el año anterior— en la que los citados Castejón y Aulet recusaban el discurso que el gobernador civil oscense, a la sazón el madrileño y erudito filipinista Wenceslao Retana y Gamboa (1862-1924),209

208. Las noticias sobre el caso de Castejón Ainoza pudieron leerse detalladamente en El Liberal (15 de junio de 1900). La posición de López Bastarán ante la instancia de Aulet, en el expediente de este último (AHPHu, I/797/11).

209. Wenceslao Emilio Retana fue periodista, bibliógrafo, historiador y ante todo uno de los más reputados filipinistas de su tiempo, tras haber residido seis años en Filipinas en calidad de funcionario de Hacienda de la Administración colonial española. Llegó incluso a ser diputado a Cortes por el Partido Conservador en aquella circunscripción entre 1896 y 1898. El proceso de independencia filipino, la actitud española y sobre todo el asesinato de Rizal operaron un cambio radical en su militancia política que lo llevó a pasar del pidalismo casi ultramontano al socialismo, tal y como él mismo proclamó en alguna ocasión (Cano, 2008). Fue en dos ocasiones, ambas por poco tiempo, gobernador civil de la provincia: en 1902 y entre marzo de 1906 y enero de 1907. Buen amigo de Camo y conocedor de los entresijos de la pax

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había pronunciado en septiembre de 1902 en el marco del protocolario acto de inauguración de curso en el salón del Instituto. La dura misiva acusaba a Retana de emitir ideas, conceptos y manifestaciones que habían ofendido las convicciones profundamente católicas del claustro y de otras muchas personas asistentes. En la alocución de Retana hubo una defensa cristalina de la democracia y un vivo ensalzamiento de la figura histórica y política del conde de Aranda, muy en sintonía, por otra parte, con los aires regeneracionistas que soplaban en el Ministerio de Instrucción Pública —al frente del cual se hallaba Álvaro de Figueroa, conde de Romanones—, asertos que, por lo visto, no sentaron nada bien a la bancada neo

Previamente al envío de la misiva —que tuvo, por cierto, amplísimo eco y contestación a tres columnas, como no podía ser de otro modo, en el posibilista El Diario de Huesca (9 de octubre de 1902, p. 2)— los citados catedráticos habían tomado la palabra en sesión de claustro para significar su protesta por el discurso del gobernador y exigir que en lo sucesivo se impidiera que se repitiera una situación semejante, bien evitando cualquier intervención de una autoridad que no fuera la académica, bien reprimiendo el tratamiento de asuntos que pudieran «molestar a una parte cualquiera del auditorio». Aulet, en un alarde de radicalismo juvenil digno de mejor causa, llegó incluso a proponer que en adelante los gobernadores sometieran previamente a juicio del claustro el contenido de sus intervenciones en los actos académicos.210 La posición de López Bastarán como director fue nítida y juiciosa desde un principio:

Respondioles el Sr. Director no ser esto posible en manera alguna por atentatorio a la libertad de acción y de pensamiento de cualquier futuro presidente, el cual, bajo su responsabilidad, dirá lo que juzgue conveniente y además porque se pondría en ridículo el director de un Instituto que aconsejara lo que debía hacer o decir al Representante del Gobierno en una solemnidad académica.

Finalmente las iniciativas de Castejón y Aulet fueron sometidas a votación de los catedráticos presentes en la sesión y fueron derrotadas por abrumadora

camista y sus consecuencias en la vida de la vieja ciudad provinciana, «indiferente y resignada», escribió en la revista madrileña Por Esos Mundos (Retana, 1907), meses después de su segunda estancia, un inteligente retrato de la capital y de sus gentes (véase Barreiro, 2009), una fotografía de la elite y para la elite —no se olvide— por la que desfilan algunos de los personajes que nos vienen ocupando en estas páginas. Su hijo Álvaro Retana (1890-1970), artista inclasificable, excelente novelista, modisto, músico y cupletista, dio sus primeros pasos literarios en El Diario de Huesca firmando como César Maroto. 210. Al respecto puede verse el acta de la sesión de claustro celebrada el 2 de octubre de 1902 con asistencia del director y de los profesores Fernández Enciso, Castejón, Romeo, Llabrés, Buil, Aulet, Santafé, Placer, Casas y Eyaralar —secretario— (AHPHu, I/867).

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mayoría: todos votaron en contra de las atrabiliarias propuestas de los catedráticos ultramontanos. No obstante, en el transcurso de la discusión hubo dos intervenciones muy significativas que revelan mucho mejor que un recuento de votos las muy matizadas posiciones de los claustrales, así como las relaciones de poder existentes en la corporación. Fueron las de dos catedráticos recién llegados, más jóvenes que López Bastarán y que sus incondicionales apoyos Romeo y Fernández Enciso, y que el propio Castejón, pero no tanto como para no ser conscientes, primero, del terreno de juego que pisaban; segundo, de su ventajosa posición como miembros noveles —y no oscenses— del claustro, y tercero, de su superior ilustración.211 Es importante saber quién habla y desde dónde. Por una parte, el catedrático y químico zaragozano Luis Buil Bayod (1865-1921) quiso distanciarse de la refriega parapetándose tras el discurso de la neutralidad académica y elevándolo casi a la categoría de axioma irrefutable: «no deben ponerse a discusión en un claustro de catedráticos asuntos que directa o indirectamente se relacionen con la política, de la cual debía estar alejada toda la corporación docente como colectividad»; por otra, el catedrático y erudito historiador mallorquín Gabriel Llabrés (1858-1928), cuñado del anterior e ideológicamente muy cercano a las posiciones de los proponentes, manifestó que, «aunque creía que el Sr. Gobernador había estado poco oportuno al exponer sus ideas y ensalzar nombres que habían de molestar a algunas personas que asistimos al acto de apertura de curso, creía también que estos asuntos no deben tratarse en la reunión que se estaba celebrando». Viejos problemas,

211. Los dos jóvenes catedráticos eran Luis Buil Bayod y Gabriel Llabrés. Tanto Buil como Aulet y Llabrés —el último unos diez años mayor que los otros dos— pertenecían a esa suerte de segunda generación de catedráticos restauracionistas —a la que ya hemos aludido— que entrarían perfectamente en la categoría de eruditos profesionales y encajarían bien en el concepto de regeneracionismo de cátedra acuñado por Gonzalo Pasamar e Ignacio Peiró, pues, aunque se refiere en particular al proceso de profesionalización del historiador y de la historiografía española, creo que es transferible a otras disciplinas en la medida en que resulta útil para definir la percepción de un nuevo estatus y un sentido y una función social del servicio en la cátedra renovados. La elevada opinión que tenían de su propia erudición —en campos tan diversos como la química, la geología o la historia— fue una disposición que a lo largo de su vida profesional se tradujo en un permanente anhelo —no cumplido en ninguno de los tres casos— de acceder a la cumbre universitaria y alimentó una íntima insatisfacción ante la segunda enseñanza en particular y ante el estado de la cultura y la instrucción pública en general. Con todo, y estando estas percepciones bastante generalizadas en el habitus de los catedráticos restauracionistas, lo cierto es que también hubo otras formas de sublimar el celo profesionalizador, entre ellas las preocupaciones específicamente pedagógicas que fueron desarrollándose de la mano de la influencia ejercida por esa amplia plataforma de pensamiento y acción que fue la Institución Libre de Enseñanza (ILE) —la institución difusa—. Ejemplos de ello, como veremos, también los hubo en el claustro oscense del primer tercio del siglo.

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pero sobre todo nuevas actitudes que, en mi opinión, ponían de manifiesto algunas mudanzas significativas tanto en el interior del claustro como, especialmente, en el despliegue de renovadas formas de entender y dar sentido a la profesionalización y a los comportamientos públicos de los docentes.

ÚLTIMOS AÑOS DE LA DIRECCIÓN BASTARANISTA:

ECOS Y VOCES DEL REGENERACIONISMO EN EL INSTITUTO OSCENSE

De la mano del nuevo siglo, los últimos cinco años de López Bastarán en la cátedra y al frente de la dirección del Instituto, entre 1902 y 1907, significaron la consolidación de los cambios anunciados, la apertura del espacio del Instituto al regeneracionismo de cátedra y la introducción de un clima de modernización conservadora que marcaría la deriva del establecimiento de segunda enseñanza a lo largo de todo el primer tercio del siglo. Aulet Soler dejó el Instituto en 1903, pero la llegada de Gabriel Llabrés, Luis Buil y Joaquín Monrás en 1902 y las de Juan Pablo Soler y Narciso Puig en 1905 y 1906 respectivamente, así como el progresivo protagonismo que fueron adquiriendo en el claustro personalidades como las de Juan Placer (Félix Puzo abandonó la nao hacia 1900) o Luis Mur Ventura —nieto de don Vicente, designado por el claustro profesor auxiliar de Letras en 1904—,212 este último muy ligado al entorno de Gregorio Castejón, no solo constituyeron el sustento de un decisivo cambio generacional, sino que nutrieron esas nuevas formas de profesionalidad docente a las que aludimos en párrafos anteriores.

Además, bajo el paraguas del regeneracionismo ambiental, la estratégica alianza o coalición práctico-discursiva entre los jóvenes eruditos y el conservadurismo ultramontano en el claustro contribuyó a la estabilidad académica, proporcionó al Instituto el reencuentro con su glorioso pasado levítico y universitario y, de su mano, el remozamiento de su proyección en la ciudad como foco irradiador de cultura y superior institución académica y docente. Aquí, el papel de Gabriel Llabrés —apoyado por su secretario y fiel discípulo el futuro catedrático Pedro Aguado Bleye— y el de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, donde coincidió con Castejón Ainoza y con el joven Mur Ventura, fueron decisivos. Se trataba de una sabia hibridación de conservadurismo, tradición y modernidad que permitía también a los catedráticos con inquietudes pedagógicas—singularmente los

212. Véase el acta de la sesión de claustro del 20 de febrero de 1904 (AHPHu, I/867). Junto a la propuesta de Luis Mur Ventura se presentó —y también fue admitida— la de Manuel López Calleja, hijo mayor, como se ha dicho, de Manuel López Bastarán, quien prudentemente se ausentó de la reunión cuando se abordó la discusión de ese punto del orden del día. Todo quedaba en la casa…

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vinculados a las cátedras de Agricultura (Soler Carceller) y Física y Química (Puig Soler)— ejercer su misión regeneradora desde sus cátedras. El regeneracionismo de cátedra fue hallando poco a poco su lugar en el claustro e incluso fue perceptible en los usos de lenguaje de los claustrales en aquellos años de principio de siglo. Llabrés invocó la necesidad de poner en práctica en la ciudad y en la provincia, «una de las más atrasadas e ignorantes de España, lo que se llama extensión universitaria», y añadió: «bien pudiera comprometerse este Claustro a dar por la noche conferencias a los obreros al objeto de mejorar su estado intelectual».213

El relevante protagonismo del Instituto en los actos públicos celebrados en la ciudad con motivo del tricentésimo aniversario de la publicación del Quijote, 214 que podríamos considerar el colofón de la carrera profesional de López Bastarán como director, no fue ajeno —lo mismo que otras iniciativas que iremos conociendo de la mano de sus protagonistas— a ese anhelo mesiánico de acercar la alta cultura nacional a la ciudad. En puridad, aquel festival literario tuvo más de solemne exhibición académica para gusto y disfrute de la buena sociedad oscense que de actividad propia de la extensión universitaria. Se desarrolló en dos jornadas consecutivas, la primera en el paraninfo del Instituto y la segunda en el Teatro Principal —espacios en sí mismos vedados a la inmensa mayoría de la población—, ambas con gran éxito de público, tal como recogió con generosidad de detalles El Diario de Huesca. En el paraninfo, López Bastarán ofreció una conferencia titulada Juicio crítico del Quijote, Gregorio Castejón disertó sobre la filosofía del Quijote y Llabrés habló sobre «el ideal en la vida» a propósito de don Quijote. Varios alumnos de último curso dieron lectura a algunos fragmentos de la novela y dos exalumnos, «el insigne autor de Capuletos y Montescos», Luis López Allué, y el «joven abogado Cristino Gasós Samitier», leyeron

213. Acta de la sesión de claustro del 15 de febrero de 1905 (AHPHu, I/867). En realidad, la presuntuosa declaración del catedrático mallorquín no dejaba de ser un brindis al sol; de suyo, el Instituto venía organizando, de la mano del catedrático de Física y Química Canuto Ortiz de Zárate, desde el curso 1900-1901, unas clases gratuitas nocturnas para obreros a las que, dicho sea de paso, ni Llabrés ni Aulet ni por supuesto Castejón prestaron un solo minuto de su soberbia erudición.

214. En el Instituto se constituyó una comisión integrada por los catedráticos Castejón, Romeo y Llabrés para preparar un solemne «festival académico» en el paraninfo. A propuesta del tercero se diseñó un «estandarte» para los alumnos «de seda de color azul, con el escudo del Instituto, pintado por el profesor de Dibujo con el lema los escolares del Instituto de Huesca» que serviría «de enseña en todos los actos académicos» que se celebrasen en el Instituto y fuera de él y cuyos gastos se sufragarían «mediante una suscripción entre todos los alumnos». Se trataba de un distintivo escolar en apariencia intrascendente pero que contenía un inequívoco valor simbólico en orden a reubicar al Instituto ante la ciudad como actor singular de una suerte de palingenésico proceso de nacionalización cultural.

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respectivamente un discurso titulado Cervantes y Shakespeare y «una inspirada poesía A Cervantes».215 En el Principal, los alumnos del Instituto, en colaboración con algunas alumnas de la Normal, pusieron en escena un par de entremeses cervantinos —Los habladores y El juez de los divorcios—, que fueron acompañados al final con varias intervenciones musicales a cargo del conocido sexteto dirigido por Vicente Arbizu y de la soprano Carmen Cosculluela Miravé, cuya presencia era habitual en las veladas musicales que ocasionalmente se organizaban en el domicilio de Manuel López Bastarán o en el del editor y melómano Leandro Pérez.

Sintomáticamente, en las sesiones de claustro, en las memorias anuales y en los discursos de inauguración de curso de aquellos años empezaron a tomar protagonismo asuntos como la necesidad de una sala de estudio adecuada y acogedora para los alumnos o la urgencia de dignificar y sanear los espacios donde se impartían las materias de Dibujo, Gimnasia y Caligrafía, a todas luces inadecuados por su falta de luminosidad, ventilación, etcétera.216

215. Los entrecomillados proceden de El Diario de Huesca (9 de mayo de 1905), que a la sazón dirigía el profesor auxiliar del Instituto Mariano Martínez Jarabo. Como era habitual en el órgano oficial del posibilismo, el redactor de la crónica no solo ofrecía detalles curiosos, por ejemplo los nombres de todos los alumnos participantes —entre ellos hijos y familiares de reconocidos personajes locales como José María Eyaralar Almazán o Luis de Fuentes López—, sino que se prodigaba en loas a los amigos de Camo, muy en particular a López Allué —cuyo discurso, «aplaudido con delirio», era reproducido íntegramente en portada y a cinco columnas— y al «docto catedrático» y «dignísimo Director de aquel importante centro de enseñanza, D. Manuel López Bastarán», quien, pese a «su penosa labor» de esos días, «pudo dar brillante comienzo a la velada con la lectura de un magnífico trabajo, correctísimamente escrito». También hubo elogios, pero mucho menos encomiásticos, para los otros dos conferenciantes: Gabriel Llabrés, «ilustrado profesor» que pronunció «un buen discurso lleno de curiosas citas», y el «otro Catedrático», Gregorio Castejón, cuyo nombre es omitido de forma deliberada. Cosas de El Chiflete, o del Spoliarium, nombres en clave con los que Queral se refiere en su novela al periódico y a la redacción del Tabernáculo de Gustito —Manuel Camo—. Significativamente, el conservador La Voz de la Provincia, de Félix Puzo, publicó la intervención completa de Llabrés, en sendos artículos titulados «Desagravio a Cervantes» y «La caballería y el ideal de la vida», en sus ediciones del 8 y el 11 de mayo de 1905. 216. Un asunto antiguo y controvertido que exigía una costosa rehabilitación y un complejo acondicionamiento del antiguo Colegio de Santiago y que López Bastarán trató de gestionar con escasos resultados. Los problemas de espacio empezaron a ser percibidos como importantes a finales del siglo, no tanto por un incremento de la matrícula de alumnos oficiales, que ciertamente no se produjo, cuanto por las propias necesidades de las reformas introducidas en los planes de estudios, la diversificación de las actividades docentes y la progresiva aparición de esos nuevos modelos de profesionalidad a los que nos venimos refiriendo. La rehabilitación del Colegio de Santiago siempre fue vista como una solución adecuada por tratarse de un edificio espacioso y no demasiado distante del antiguo octógono sertoriano, pero su acometimiento exigía en primer lugar que el Ministerio de Instrucción Pública recuperase la titularidad del edificio, uno de los mayores empeños de la dirección de López Bastarán durante sus últimos años, lo que no se consiguió de manera plena hasta mayo de 1907, meses después de su fallecimiento.

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Junto a ello, empezaron a menudear noticias sobre visitas y actividades excursionistas con los alumnos, prácticas de laboratorio, veladas literarias, conferencias complementarias…, todos ellos temas inéditos hasta entonces y en buena medida pálidos reflejos de la nueva discursividad reformista que había ido introduciéndose de la mano del nuevo marco reglamentario que rigió en los institutos a partir de 1901.

Paralelamente, a propuesta de los nuevos catedráticos egresados se llegó a acordar la creación de una biblioteca científica y específica para los profesores, al mismo tiempo que algunas cátedras, haciendo alarde de su celo académico, daban cuenta en las sesiones de claustro de haber iniciado suscripciones a reputadas publicaciones periódicas, nacionales y extranjeras, propias de sus respectivas especialidades. En todo caso, huelga advertir a quien esto lee que tales novedades en modo alguno supusieron cambios de fuste ni en las formas de enseñanza ni en las valetudinarias formalidades que regían las relaciones de poder en los centros de segunda enseñanza.217

Por lo demás, López Bastarán hubo de enfrentarse en esos últimos años de mandato a un serio problema de índole administrativa que, aunque venía arrastrándose desde tiempo atrás, se agudizó de forma notable con la llegada de los nuevos tiempos: se trataba de las dificultades para encontrar catedráticos que aceptaran asumir las labores, pésimamente retribuidas por cierto, propias del cargo de secretario del Instituto. La situación se desencadenó con la renuncia presentada por el catedrático de Latín Miguel Eyaralar en febrero de 1905 por motivos de salud. La negativa de todos los catedráticos presentes en el claustro a sustituirlo en el cargo provocó que se designara con carácter interino, a propuesta de Luis Buil, al auxiliar más joven, casualmente López Calleja, pretextando además su formación jurídica como recién licenciado en Derecho. La renuncia colectiva de los catedráticos no sentó bien en Madrid. La Subsecretaría del Ministerio comunicó al rector en carta de 2 de marzo de 1905:

217. El cambio de denominación de los institutos provinciales, que pasaron a llamarse institutos generales y técnicos a partir de 1901, abrió la puerta, como suele ocurrir, a una modificación normativa (Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1901a, 1901b y 1901c; esp. 1901b, arts. 56 y 62) que, entre otras cosas, modernizó los aspectos más anticuados del Reglamento de 1859, e incluso llegaron a introducirse algunas recomendaciones inspiradas en los supuestos institucionistas de la enseñanza activa, el método socrático, el fomento del excursionismo y otros lugares comunes del reformismo pedagógico que contrastaban de manerallamativa con lo que real y cotidianamente venía aconteciendo en el interior de las frías estancias del palacete sertoriano. Y es que, hoy como ayer, las revoluciones educativas no suelen pasar de ser revoluciones de papel

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habiendo renunciado a la secretaría del mismo el catedrático Miguel Eyaralar, ninguno de los profesores que forman su claustro ha aceptado el cargo por el trabajo y responsabilidad que entrañan y por su mezquina retribución; esta Subsecretaría ha resuelto declarar que ha visto con disgusto la actitud de los citados profesores y que proceda aquel claustro a hacer la propuesta reglamentaria, que la subsecretaría resolverá.218

La interinidad se prolongó durante un año completo, tras el cual la renunciadel citado auxiliar llevó a la Subsecretaría a obligar a López Bastarán a constituir una terna de catedráticos para designar al agraciado, que resultó ser Pedro Romeo García. Lejos de solucionarse el asunto, todavía se enconó más: primero renunció al cargo Romeo, después el recién llegado Juan Pablo Soler, quien, ante la sorpresa de todos, se había postulado en un primer momento para sustituir a Romeo, y así llegaron las negativas, una tras otra, de todos los demás: lo más parecido a un plante, inédito, de los catedráticos ante el uso de atribuciones que tradicionalmente habían sido privativas de su condición corporativa. El intercambio de misivas entre López Bastarán y el Ministerio culminó con el ultimátum con el que este último conminaba al director a confeccionar una nueva terna. Tras muchos esfuerzos, el zaragozano consiguió los tres nombres: el del catedrático recién llegado Narciso Puig Soler y los de dos profesores especiales numerarios, el de Caligrafía y Gimnasia, Joaquín Monrás Casanovas (1868-1944), 219 y el

218. Toda la documentación referida al caso se encuentra en el expediente personal del catedrático Narciso Puig Soler (AGA, 32/08633). Finalmente, tras el fallecimiento de López Bastarán y el nombramiento de Ángel Fernández Enciso como director, el cargo de secretario recayó en este catedrático de Física y Química, que lo desempeñó durante tres cursos consecutivos.

219. Nacido en San Sadurní de Noya (Barcelona) en 1868, Monrás obtuvo el título de bachiller en el Instituto de Tarragona en 1885 y el de maestro por la Normal Superior de Madrid en 1897, años después de conseguir el de profesor titular de Gimnástica por la Escuela Central de Gimnástica madrileña (este centro, que únicamente llegó a funcionar entre 1887 y 1892, fue un malogrado intento de articular una formación oficial para el profesorado de la materia en la primera y la segunda enseñanza, formación que se restableció en España hasta la creación, en 1919, de la Escuela Central de Educación Física de Toledo, dependiente del Ejército de Tierra). A Huesca llegó en 1899 para hacerse cargo de las clases de Gimnasia de la Normal. En el Instituto entró como profesor numerario de Caligrafía en enero de 1902 (AHPHu, I/988). Permaneció en el claustro hasta 1936 —treinta y cuatro años— y ejerció una creciente influencia, además de ocupar en varias ocasiones el cargo de secretario. De su matrimonio con la oscense María Casas tuvo tres descendientes: su hija Conchita se casó con el normalista Ramón Acín y su hijo Joaquín con Amparo Sender, hermana de Ramón J. Sender, el célebre escritor, y de Manuel, que llegaría a ser alcalde de Huesca en la Segunda República y moriría asesinado tras el golpe de Estado de 1936. Monrás, su familia y su entorno próximo encarnaron el ethos de una emergente clase media cultivada de ideas progresistas en la Huesca del primer tercio del siglo.

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de Religión, Ramón Santafé López.220 López Bastarán defendió y consiguió imponer la candidatura de Monrás

por su predisposición, porque constituido en familia no tiene interés en salir de Huesca durante las vacaciones, evitando de este modo enojosas interinidades, lo que no sucedería con el catedrático de Física y Química que llevando muy poco tiempo en Huesca y no teniendo afecciones que le estimulen a vivir constantemente en esta capital aprovechará todas las vacaciones reglamentarias para pasarlas al lado de su familia.

Apenas unos meses más tarde, el fallecimiento del perdurable director supuso la designación de Puig. Se inauguraba así una práctica, no escrita pero eficaz, que en adelante haría recaer el odiado cargo en el catedrático recién llegado más joven o, en su defecto, en el auxiliar numerario más afín al director de turno —tal como ocurriría, ya en los años veinte, con Luis Mur Ventura durante el mandato de Benigno Baratech—.

En todo caso, más allá de los hechos narrados aquí, conviene analizar e interpretar estas anomalías en el funcionamiento de la maquinaria administrativa, ocasionadas por la resistencia de un cuerpo profesional en el marco de esas nuevas formas de entender la profesionalización que fueron ahormando a las nuevas generaciones de los catedráticos restauracionistas. Las contradicciones entre las crecientes necesidades de la racionalidad burocrática del Estado, sumida en un proceso de reforma y modernización —más nominal que real—, y el poder y los privilegios de una corporación profesional con una creciente conciencia de su especificidad como colectivo están sin duda en el origen del tour de force que hemos visto representar en el Instituto oscense.221

El 24 de enero de 1907 falleció Manuel López Bastarán. De su deceso daba cuenta ante el claustro el vicedirector y buen amigo suyo Ángel Fernández

220. El presbítero Santafé, natural de la localidad oscense de Apiés (1846-1912), fue durante mucho tiempo profesor de Religión de la Normal de Magisterio, hasta que en 1902, cuando frisaba los cincuenta y seis años, pasó a ejercer como profesor y capellán en el Instituto. 221. En el contexto de un movimiento profesional y corporativo más amplio de alcance internacional (en 1910 se puso en marcha el Bureau International de l’Enseignement Secondaire, que reunía asociaciones de profesorado de quince países) se constituyó en España la Asociación de Catedráticos Numerarios de Segunda Enseñanza. Se creó en 1892 aprovechando el aterrizaje del reformista Segismundo Moret en la cartera de Fomento. Un grupo de catedráticos encabezados por el matemático Manuel Salavera y Carrión convocaron la celebración de la primera junta general de la Asociación, que tuvo lugar en Madrid el 3 de abril de 1893. En 1907 el claustro oscense designó a los profesores Castejón y Santafé para que acudieran en representación del Instituto a un congreso de catedráticos de segunda enseñanza que se celebró en San Sebastián en el mes de julio. Véase el acta de la sesión de claustro del 16 de mayo de 1907 (AHPHu, I/598).

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Enciso en el transcurso de una sesión convocada ese mismo día con carácter extraordinario. Las palabras que el citado vicedirector dedicó a su recuerdo —que fueron recogidas en el acta— reflejaban bien, en mi opinión, y salvando la retórica inevitable del momento, la especificidad de su mandato, que, como hemos venido analizando, corrió prácticamente en paralelo con el ascenso y el apogeo del cacicato camista en la ciudad y en la provincia:

treinta años fue director de este establecimiento llegando a desempeñar este cargo en circunstancias difíciles por enemistades y luchas entre compañeros. Con tacto y acierto consiguió hacerlas desaparecer logrando que los que juntos dedican su actividad y esfuerzo a un mismo fin al objeto sintético de educar e instruir alumnos, se relacionaran como hermanos.

Se decretó la suspensión de las clases durante un día para que todo el claustro y los alumnos acudieran a las exequias. Tampoco debe pasar inadvertido, por su innegable poder simbólico, que se escogiera precisamente a los catedráticos Romeo y Eyaralar, en representación de las secciones de Ciencias y Letras, para llevar las cintas del féretro, ni que Llabrés propusiera que los alumnos acompañaran a la comitiva portando el estandarte del Instituto con crespón negro en señal de duelo.

El 4 de febrero el claustro, reunido de nuevo en sesión extraordinaria, procedió a designar una terna para la elección del nuevo director. Por unanimidad fue elegido Ángel Fernández Enciso. En segundo lugar quedó Narciso

Puig Soler y en tercero Juan Pablo Soler Carceller.

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PEDRO ROMEO GARCÍA:

LOS LÍMITES DE LA MODERNIDAD Y EL PESO DE LA TRADICIÓN

(Huesca, NUQTJNVNT)

Nacido en el seno de una familia acomodada e hijo del reputado médico oscense Manuel Romeo, fue el mayor de tres hermanos, Pedro, Gregorio y Pío, que estudiaron bachillerato en el Instituto oscense, y una hermana, Magdalena, que se formó en la Escuela Normal de Maestras. Contrajo matrimonio con María Concepción Aparicio y Servino, con quien tuvo cinco hijos: Luis, Manuel, Francisco, José (presbítero) y Gonzalo.222

Cursó el bachillerato entre 1858 y 1863 con brillantes calificaciones. Posteriormente, siguiendo la senda paterna, pasó a la Universidad Central, donde obtuvo se licenció y se doctoró en Medicina entre 1864 y 1870. Asimismo cursó la licenciatura en Ciencias, que comenzó en la Universidad madrileña y terminó en la de Zaragoza frisando el año 1874. Años más tarde, en 1882, obtuvo el grado de doctor en Ciencias por la Central.

Desde 1871 ejerció en Huesca la medicina, actividad que compaginó durante muchos años con la docencia como profesor auxiliar en el Instituto, hasta que optó por dedicarse exclusivamente a los menesteres de la cátedra a partir de 1888. Como médico fue muy popular en la ciudad por encargarse del reconocimiento de los mozos para el reclutamiento militar. Su actividad pública y política en la ciudad fue muy relevante desde mediados de los años setenta hasta finales de los ochenta. En 1876 lo encontramos ya

222. En 1908 Francisco Romeo Aparicio fue nombrado por el director en funciones, Juan Pablo Soler, profesor auxiliar de Ciencias, lo que el claustro aprobó por unanimidad. Durante ocho años padre e hijo, como pocos años atrás había ocurrido con los López Bastarán y López Calleja, compartieron claustro y labores docentes. Francisco obtuvo en 1916, mediante oposición (Real Orden de 17 de febrero), la cátedra de Matemáticas del Instituto de Mahón. Desde allí fue trasladado en octubre de 1917 al de Huesca, donde permaneció hasta 1920, fecha en la que pasó, por concurso de traslado, al de Vitoria.

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formando parte de la Junta Provincial de Sanidad junto a Pedro Laín Sorrosal—abuelo de otro Laín muy conocido—, el farmacéutico Manuel Camo y el también médico, y amigo muy cercano, Luciano Gardeta223 —personaje muy interesante cuya hija Julia fue, por cierto, junto a Dolores Frago, una de las dos primeras mujeres en obtener el grado de bachillerato en la ciudad de Huesca—.224

Romeo fue un liberal conservador, un consecuente católico y, por encima de todo, un anticamista que formó parte de una candidatura independiente junto a su amigo y colega de profesión, y a la sazón conspicuo carlista, Manuel Millaruelo Pano en las municipales de 1877, lo que lo llevó a ocupar el puesto de teniente de alcalde. Años más tarde, en 1883, volvió a alcanzar la banda de concejal durante dos años con la candidatura ministerial sagastina. Ejerció también como vocal de la Comisión Provincial de Instrucción Pública, de la de Industria y Comercio, de la dedicada a informar del estado de las necesidades de la clase obrera, de la constituida para la defensa contra la filoxera (con frecuencia se le ve impartiendo conferencias agrícolas públicas)…, y fue miembro, junto a otros notables de la ciudad, de las sucesivas comisiones provinciales creadas con motivo de la celebración de las exposiciones que tuvieron lugar en Zaragoza en 1885 y en París en 1889 y 1900.

223. Cirujano y miembro de una auténtica saga de músicos oscense en la que descollaron su hermano Valentín y sobre todo su sobrina —hija de este último— Fidela Gardeta, célebre mezzosoprano. Luciano y Valentín mantuvieron una estrecha amistad de juventud con Pedro Romeo, con quien compartieron a menudo veladas musicales, pues el futuro catedrático oscense, además de melómano, fue un aceptable intérprete de piano. Además se daba la circunstancia de que los hijos de Luciano, Julia y Luciano Gardeta Martín, cursaron estudios en el Instituto entre 1884 y 1889, al mismo tiempo que su primo carnal —y mucho mejor alumno, por cierto— José María Llanas Aguilaniedo (Broto, 1992). 224. Al respecto pueden consultarse el estudio de Rosa Domínguez (2003) y la documentada investigación, con informaciones específicas e inéditas sobre el caso, de Fernández Llamas et alii (2011). El Diario de Huesca refería así, en una breve gacetilla, la celebración del examen de ingreso en el Instituto de su primera alumna (matriculada libre): «Ayer sufrió el examen de ingreso para los estudios de 2.ª enseñanza en el Instituto provincial, mereciendo el calificativo de Bueno, la señorita Julia Gardeta. Celebramos el ejemplo que la nueva alumna ofrece a otras señoritas de la capital y de la provincia, para aprovechar los estudios que la ley brinda a la mujer, a quien no deben cerrarse las puertas de toda investigación y de toda cultura» (23 de septiembre de 1884). Lo que, evidentemente, no revelaba la gacetilla es que tanto Gardeta como Frago, precisamente por ser mujeres, no pisaron el recinto del Instituto más que para realizar los correspondientes exámenes oficiales, puesto que para prepararlos el espacio académico les estaba vedado (justo en el momento en que empezaron a aparecer algunos casos aislados de mujeres matriculadas en los institutos llegó la Real Orden de 11 de junio de 1888 que sancionaba legalmente la prohibición) y, como en tantos otros casos, hasta bien entrado el siglo XX habían de recurrir a las enseñanzas de preceptores domésticos o a academias y colegios privados.

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Romeo compaginó esta febril actividad pública en la ciudad con su participación en el claustro del Instituto de Huesca, que comenzó relativamente pronto como profesor auxiliar de la sección de Ciencias, designado por Manuel López Bastarán. Muy pronto el médico y profesor oscense se convirtió en un sólido apoyo para el director zaragozano. En 1878 su posición en el establecimiento de segunda enseñanza se consolidó y fue designado catedrático supernumerario —para encargarse de la cátedra vacante de Agricultura—, situación que se alargaría durante nueve años, hasta 1887. Durante ese tiempo se le vería actuando como vocal y presidente de tribunales a escuelas de niños, formando parte de comisiones de exámenes de enseñanza privada, ejerciendo como director encargado de la biblioteca del Instituto en ausencia de su titular, Mateo de Lasala, y participando de manera activa en la recolección y la clasificación del singular herbario que formaría parte del ajuar de la cátedra de Agricultura (Bueno, 2005). López Bastarán lo eligió secretario del Instituto entre 1881 y 1885, año en que presentó su dimisión al haberse producido el cese de López Bastarán y el nombramiento de Ventura, como se ha referido anteriormente. El retorno a la dirección de López Bastarán en diciembre de 1885 provocó, entre otras cosas, la publicación en El Diario de Huesca de un suelto en el que se decía: «se cree que pronto será nombrado secretario de aquel centro de enseñanza el celoso profesor Pedro Romeo quien, por motivos de delicadeza, presentó la dimisión del referido cargo a raíz del nombramiento de director del leguleyo y mestizo señor Ventura» (18 de diciembre de 1885). Así fue hasta 1888, y lo cierto es que, como se ha dicho, la relación entre director y secretario en aquellos momentos debió de estrecharse bastante. Valga como muestra el comentario que el primero incluyó, a modo de calificación, en la hoja de servicios que Romeo solicitó a finales de diciembre de 1885: «viene prestando excelentes servicios en la enseñanza de este establecimiento literario […] habiendo demostrado notable celo e inteligencia y verdadera vocación para el profesorado».

Con cuarenta y un años de edad y catorce de servicio en la docencia, y viendo bloqueada de momento la posibilidad de aspirar a la cátedra de Agricultura oscense en propiedad, Romeo posiblemente decidió no esperar más y concursar para la de Historia Natural, con su agregada de Agricultura, en el Instituto Jovellanos de Gijón, para la que fue propuesto por el Consejo de Instrucción Pública en primer lugar y nombrado por Real Orden de 27 de enero de 1888. Como consecuencia, Romeo estuvo alejado de Huesca durante cuatro años: entre 1888 y 1890 ejerció en el Instituto de Soria —establecimiento con el que permutó su inicial plaza de

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Gijón— y entre 1890 y 1892 en el de Córdoba, en cuyo claustro coincidió con el catedrático de Dibujo oscense León Abadías. Una nueva permuta lo devolvió al Instituto de Huesca en 1892 (Real Orden de 27 de junio) para hacerse cargo de la cátedra de Agricultura en calidad de numerario. En 1905, fecha en la que Rafael Blanco Juste dejó vacante por traslado la de Historia Natural, Fisiología e Higiene, Romeo solicitó —y obtuvo— traslado de cátedra, dejando así el camino expedito para que el zaragozano Juan Pablo Soler se hiciera cargo de la de Agricultura. Pedro Romeo falleció a los setenta años, con cuarenta y tres de servicio acumulados, en 1917.

No se le conoce obra escrita de relevancia ni tampoco colaboraciones en la prensa de la época, aunque en 1890 publicó un breve ensayo científico titulado Analogía entre las funciones de reproducción entre las plantas y los vegetales: apuntes biológicos (Huesca, Tip. de Jacobo María Pérez). Fue corresponsal del Museo de Ciencias Naturales de Madrid y participó con frecuencia a partir de los años noventa en tribunales de oposiciones a cátedras de su especialidad. En 1895 fue uno de las candidatos propuestos por el Consejo de Instrucción Pública para la cátedra de Historia Natural de la Universidad de Sevilla y en 1896 para la de Zaragoza. Con anterioridad había aprobado sin plaza los ejercicios de cátedras vacantes en facultades de Medicina de las universidades de Valencia, Santiago y Granada.

COLOFÓN LEVÍTICO PARA UN HOMBRE DE CIENCIA

En los últimos diez años de su larga trayectoria en el Instituto, tras el fallecimiento de López Bastarán, su entusiasmo confesional pareció incrementarse de la mano de su conservadurismo y de un progresivo retraimiento de la escena pública en la ciudad. En el claustro se mantuvo bastante alejado de las preocupaciones pedagógicas de sus activos colegas de la sección de Ciencias, aunque permaneció activo en la gestión de nuevas adquisiciones para la dotación del gabinete de Historia Natural.225 Sus intervenciones en las sesiones corporativas versaron con frecuencia sobre la recuperación de las tradiciones festivo-religiosas de la extinta Universidad Sertoriana, para lo que contó al menos con la aquiescencia de una mayoría

225. A título de ejemplo, en 1905 —como puede verse en el acta de la sesión de claustro del 18 de mayo (AHPHu, I/867)— Romeo propuso, en colaboración con el recién llegado catedrático de Agricultura Juan Pablo Soler, la conversión del jardín de adorno del patio del Instituto en jardín botánico. La idea, en principio bien acogida, no pudo ejecutarse porque se optó por preservar los árboles existentes, entre otras razones.

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de los claustrales. Además apoyó la presencia del claustro en los fastos inmaculísticos y, junto a López Bastarán, promovió, por ejemplo, la participación del presbítero y profesor auxiliar numerario de Letras Juan Placer Escario como predicador en representación del Instituto. En la festividad de la Inmaculada de 1908, con Juan Pablo Soler ejerciendo como director en ausencia del titular, Ángel Fernández Enciso, por enfermedad grave, se dio la anómala circunstancia de que el obispo, a la sazón Mariano Supervía, consideró «inconveniente» la propuesta de Placer para sermonear desde el púlpito e instó al claustro, mediante oficio, a designar a otro sacerdote para la ocasión.

El asunto fue interpretado como un desaire y un entrometimiento inamistoso de la parte episcopal en un tema que tradicionalmente solo competía al Instituto, que al fin y al cabo había de ser el que sufragara los emolumentos del pico de oro. Según el acta de la sesión de claustro donde se abordó el tema, el conflicto produjo dos posiciones enfrentadas. Por una parte estaba el sector más papista, que daba la razón a Supervía y consideraba que el Instituto tenía la obligación de acatar su dictamen. En ese lado se situaron tres catedráticos: Castejón, Eyaralar y el recién llegado Puig Soler. En la otra parte, y capitaneados por Romeo, que sintió como una afrenta personal el insólito veto episcopal al amigo Placer, probado primo uomo de la oratoria sagrada oscense, se posicionaron la mayoría de los claustrales —el propio Soler, los catedráticos Puig Aliés y Eumenio Rodríguez y el profesor especial Joaquín Monrás—, que vieron llegado el momento de hacer un plante al obispo y declinar en esa ocasión la participación del claustro en los eventos inmaculísticos. Aquel año no hubo togas ni birretes ni borlas en el Tota Pulcra; tampoco sermón ni remembranza sertoriana en la prensa local: el orgullo herido de una corporación profesional —y profesionalizada— se puso por encima de la obediencia y del ritual canónicos. Con todo, en modo alguno sería adecuado ver en aquel suceso y en su resolución una victoria del laicismo frente a esa suerte de confesionalismo regalista hegemónico en el claustro del Instituto oscense, entre otras razones, porque, aunque su voto fuera el mismo, las perspectivas ideológicas de Rodríguez no eran en absoluto coincidentes en materia religiosa con las de Soler ni, por supuesto, con las de Puig Aliés o las de Romeo. Precisamente fue este último, mentor principal de la propuesta del plante al Obispé, quien se apresuró a pedir que constara en acta una suerte de voto particular-colectivo que ninguno de los presentes, al parecer, discutió:

Al comunicar el acuerdo recaído al Sr. Obispo, se hagan protestas del más ferviente catolicismo y adhesión al principio de autoridad que representa el LOS

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Sr. Obispo. Se acuerda además que conste en acta y se transmita al Sr. Obispo que no renuncia para lo sucesivo este claustro al derecho de designación de orador que por costumbre se concede al Instituto en ese día aunque por este año se desentiende por completo de la función religiosa. (AHPHu, I/598, acta de la sesión del 14 noviembre de 1908)

Por si fuera poco, en la misma sesión se decidió que Romeo y Eyaralar acudieran al tedeum que se celebraría en la catedral con motivo del cincuenta aniversario sacerdotal de Pío X en representación del claustro del Instituto, que había sido formalmente invitado.

Alumbrado por el mismo celo corporativo y confesional (ya hemos visto que esta coincidencia discursiva operó con mucha frecuencia entre el profesorado del valetudinario Instituto), nuestro catedrático dedicó muchas energías al inaudito affaire de la recuperación de la llave de la capilla del santuario de San Úrbez —situado cerca del pueblo de Nocito, en pleno Prepirineo oscense y frente al majestuoso pico de Guara—, en poder del prior de aquel eremitorio desde 1877.226

La historia de este rocambolesco contencioso que enfrentó al claustro con el prior del convento y lo indispuso con el episcopado oscense comenzó en 1907 (casi seguro que este asunto obró como telón de fondo del rifirrafe a cuenta del veto al sermón inmaculista de Juan Placer que antes referimos). En la sesión de claustro celebrada el 2 de marzo, un mes después del fallecimiento de López Bastarán, Romeo señaló la conveniencia de pedir la llave, a lo que, según él, el Instituto tenía derecho porque el santuario conservaba «los privilegios y prestigios de la antigua Universidad

226. Úrbez, pastor y montañés, objeto de una devoción muy popular en el Alto Aragón, representa una advocación de origen mozárabe estrechamente ligada al proceso de expansión musulmana y asentamiento de núcleos de población cristiana (como tal ha venido jugando desde el siglo XIX un papel nada desdeñable en la construcción del mito de la Reconquista e indirectamente en el sesgo católico y centralizador de cierto nacionalismo español). La anhelada llave abría una cancela que daba acceso a la capilla donde se encontraba el arca con los supuestos restos mortales de Úrbez —o Urbicio—, un anacoreta que, según la tradición, ocupó aquellos agrestes lugares hacia el siglo VIII. El preciado tesoro había quedado bajo custodia y propiedad del Instituto desde que en 1842 la todavía Universidad Sertoriana se había adjudicado rentas, bienes y derechos del Colegio Mayor Imperial de Santiago, que desde 1535 era titular del señorío y la jurisdicción del valle de Nocito. Desde la desaparición de la Sertoriana, cada vez que el prior del cenobio precisaba los poderes mágicos de tan escatológico tesoro para ahuyentar la escasez de agua o conjurar los efectos de una sequía —con las inefables mojas de San Úrbez— el director del Instituto mandaba con un propio la preciada llave, que una vez llevado a cabo el hechizo era devuelta a su lugar. Todo había ido bien hasta que un día de 1877 un prior celoso y pragmático decidió que aquel trasiego constituía un engorro perfectamente prescindible y se la quedó, rompiendo así de manera inopinada tan inveterada tradición.

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Sertoriana». A tal efecto se decidió constituir una comisión, integrada por el propio Romeo y los presbíteros Juan Placer y Ramón Santafé, a fin de obtener una rápida solución para el tema en conversaciones directas con Mariano Supervía. Las negociaciones no fueron fáciles, pese a la intercesión del propio rector de la Universidad zaragozana, de modo que el claustro llegó a acordar en la sesión del 21 de enero la suspensión momentánea («por ahora») de las gestiones para la devolución de la llave. El acta de dicha sesión, inusualmente larga, que incluye la solemne exposición de los hechos y los motivos presentados por la citada comisión, no tiene desperdicio y constituye un ejemplo extremo del patológico ensimismamiento en el que con mucha frecuencia incurren las instituciones en defensa de su patrimonio como garante de una existencia que se considera amenazada.

Nos consta que los afanes de Romeo, siempre con el apoyo de los directores, primero el de Fernández Enciso y después el de Soler, no cejaron en el empeño durante los siguientes ocho años. Finalmente, la intervención del cardenal y arzobispo de Zaragoza Juan Soldevilla, a la sazón administrador apostólico de la diócesis oscense, fue decisiva para que el 10 de agosto de 1916 la llave volviera a sus legítimos dueños… Aquello se celebró como el triunfo de una prerrogativa y una dignidad corporativa mancillada (no será la última vez que esto ocurra en la historia del Instituto oscense, como se verá). El director, en nombre de todo el claustro, otorgó a Romeo un público voto de gracias por su encomiable trabajo. Romeo no estuvo solo en aquella absurda y anacrónica empresa: con él anduvo la alargada sombra de un granadino afincado en Huesca desde 1908, Ricardo del Arco Garay, funcionario de Museos e historiador diletante, que era miembro del claustro del Instituto oscense desde 1914 —y lo sería hasta su muerte, ocurrida en 1955— en calidad de auxiliar de Letras y turiferario de todas y cada una de las buenas causas de las gentes de orden de la ciudad, un personaje afamado e intrigante que, como acertadamente escribe Juan Carlos Ara (2000: 15), fue «siempre más amigo del poderoso que de Platón y de la verdad». No es casual que diez días más tarde del final de aquel combate, fútil e incruento, pero cargado de significado, Ricardo del Arco firmara —como profesor del Instituto— un artículo en El Diario de Huesca, a dos columnas y en portada, con el expresivo título «Defendiendo un derecho: el Instituto de Huesca y la llave de la capilla de San Úrbez». El texto, de lectura muy recomendable y sintomática, termina con un párrafo en tono admonitorio, una suerte de excusatio non petita , que deja meridianamente claras no solo las razones de nuestro catedrático —Romeo, claro, pues Del

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Arco nunca lo fue; sí su hermanastro Luis del Arco Muñoz (1879-1942), de Geografía e Historia—, sino además el núcleo y el trasfondo de la cuestión —que, en términos biológicos, si se me permite, también tuvo mucho que ver con el exceso de testosterona que rigió el funcionamiento neuronal de aquella elitista fratría—:

Algún espíritu materialista y adocenado acaso encontrará un tanto raro que en los decantados tiempos que corremos se defienda con ahínco un tal derecho. A ese habrá que contestarle que nobleza y gallardía acusa la defensa de los derechos y las preeminencias, tanto más cuanto más seculares sean. Y el Instituto general y técnico de Huesca ha cumplido bizarramente con su deber y ha honrado la memoria de los varones que nos precedieron, al procurar el restablecimiento de un estado que se basa en un derecho tradicional que denota su abolengo. (El Diario de Huesca, 20 de agosto de 1916, p. 1)

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EYARALAR ELÍA:

)

Miguel Eyaralar era hijo de María Lucas Elía y Vicente Eyaralar Urrutia, un capitán del ejército isabelino con residencia en Pamplona. De familia de acendrada ideología liberal, Miguel y su hermano mayor, Agapito, tras cursar el bachillerato en el Instituto pamplonés, hicieron la carrera militar y llegaron a obtener el grado teniente y capitán respectivamente. El primero terminó destinado en Guadalajara, en el Regimiento de Infantería 109, y el segundo en la misma arma pero en un acuartelamiento de Pamplona. La vida de ambos hermanos, Miguel y Agapito, discurrió por senderos tan paralelos, en ocasiones tan inusitadamente próximos, que se han producido no pocas confusiones entre sus biógrafos.

En efecto, cursaron tardíamente sendas carreras universitarias —Agapito la de Medicina en Salamanca, que culminó en 1889 para instalarse como médico en la localidad de Idocin, y Miguel la de Filosofía y Letras, que estudió en Madrid, donde llegó a doctorarse en 1875— y terminaron abandonando la milicia. Contrajeron matrimonio con dos hermanas pertenecientes a una conocida familia afincada en Guadalajara: Agapito casó con María Concepción Almazán García y Miguel con Carmen Almazán García. Las dos parejas tuvieron amplia descendencia. A mayor abundamiento, uno y otro finaron sus días en el invierno de 1915. Agapito y Miguel tuvieron una hermana, Juana, profesora de la Escuela Normal de Pamplona, de la que llegó a ser directora desde 1898.

Carmen y Miguel Eyaralar tuvieron cinco hijos durante los años de residencia en Guadalajara: tres varones, que cursaron el bachillerato en el Instituto oscense —Vicente, nacido en 1884 y fallecido en Huesca a la edad de dieciséis años; José María, nacido en 1890, brillante matemático, pedagogo

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y profesor de escuela normal,227 y Enrique, nacido en 1892, que seguiría la carrera militar—, y dos mujeres —Araceli, nacida en 1887, que ejercería como maestra en Pamplona, e Isabel, nacida en 1895, que falleció al poco tiempo de llegar a Huesca, el mismo año que su hermano Vicente—.

Durante su estancia en Guadalajara Miguel Eyaralar compaginó su dedicación a la milicia con la docencia ocasional en el Instituto Provincial hasta que, cuando frisaba los cincuenta y seis años de edad, obtuvo por oposición la cátedra de Latín y Castellano del Instituto de Huesca (Real Orden de 18 de junio de 1897).228 En la Imprenta y Encuadernación Provincial de Guadalajara llegó a publicar en 1897 un Programa del segundo curso de latín y castellano: comprende la sintaxis, prosodia, ortografía y arte métrica, muy posiblemente a partir del texto de su memoria de oposiciones a cátedra. En ese momento abandonó la carrera militar, quedó en la posición de supernumerario sin sueldo y se trasladó con su familia a la capitaloscense, donde fijó su residencia. Todo hace pensar que don Miguel, tras sus brillantes estudios en la Universidad Central, finalizados en 1875, había tomado la determinación de abandonar la estólida molicie de la vida de oficial en un acuartelamiento de provincias para dedicarse al cultivo y la docencia de la lengua de Cicerón, aunque fuera desde la cátedra de un pequeño instituto.229 Hay que suponer que, pese a su avanzada edad —a tan

227. José María Eyaralar Almazán (1890-1944) fue un brillantísimo estudiante tanto en el bachillerato como en la licenciatura de Ciencias, que cursó en Zaragoza. Joven de amplia cultura, en 1912, recién licenciado, publicó con su amigo y compañero Antonio de Caso un poemario modernista titulado Abril, ilustrado por Ramón Acín y prologado por el consagrado costumbrista Luis López Allué, que al decir de Ara (2004a) se convirtió en el «certificado de defunción del modernismo oscense». Orientado claramente hacia la docencia, destacó asimismo como alumno de la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio de Madrid, fue pensionado en Francia por la JAE y ganó en 1920 las oposiciones a la cátedra de Matemáticas del Instituto de Las Palmas, a la que renunció, y las de profesor de Matemáticas de la Normal de Barcelona. Ejerció también como profesor y director de la Normal de Baleares en los años de la República. Está considerado como uno de los autores fundamentales en el campo de la didáctica de las matemáticas. Tras el golpe de Estado de 1936 fue inhabilitado, sometido a consejo de guerra y condenado a prisión por tener simpatías socialistas y por su proximidad a la FETE-UGT. Poco antes de morir, en 1944, fue excarcelado. Su hermano Enrique y sus primos hermanos Antonio y Vicente siguieron la carrera militar y en 1936 los tres se alinearon con el bando sublevado de manera inequívoca. Vicente, africanista y exlegionario —como su hermano Arnaldo, muerto en combate en la guerra colonial del Rif en 1925—, obtuvo por méritos de guerra el grado de teniente coronel y fue designado ayudante de campo del general y dictador Franco en 1941 (Orden de 4 de febrero).

228. La oposición también sacaba a concurso la vacante del Instituto de La Coruña.

229. Tenemos constancia de que el aspirante a catedrático lo había intentado anteriormente al menos en dos ocasiones: la primera en 1888, en las oposiciones a cátedras de Latín para los institutos de Murcia, Tarragona, Canarias, Zamora y Figueras; la segunda en 1892, en las

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solo catorce años de la edad reglamentaria de jubilación—, la llegada y la adaptación a Huesca de este culto latinista, dotado de muy buen trato, de profundas convicciones religiosas pero de talante abierto y liberal, no serían muy costosas ni para él y su familia, que ingresaban en territorio conocido, próximo tanto a Pamplona como a Zaragoza, donde mantenían lazos y relaciones de amistad, ni para el claustro del Instituto, que bajo la dirección bastaranista se encontraba en pleno proceso de remozamiento y cambio generacional (el ciclo de los viejos dómines había tocado a su fin, como se recordará): en efecto, además de Pedro Romeo y Ángel Fernández Enciso, pocos años antes se habían incorporado Joaquín López Correa, Juan Placer, Canuto Ortiz de Zárate y Gregorio Castejón; al mismo tiempo que Eyaralar lo había hecho Eugenio Aulet, y en tan solo dos o tres años llegarían Gabriel Llabrés, Luis Buil y Juan Pablo Soler. El teniente y humanista Eyaralar, una extraña aunque netamente carpetovetónica mixtura quijotesca de fidelidad a las letras y a las armas, fue muy bien acogido en aquel selecto club de doctos varones. La presencia del latinista en las actividades de proyección pública del Instituto en aquellos años del pernio entre los dos siglos, así como en los espacios de sociabilidad de las clases ociosas oscenses, así lo atestiguan. También contribuyó a ello la más que notable ejecutoria como estudiantes de bachillerato de sus tres hijos varones —especialmente la de José María, como hemos dicho—. Lo cierto es que la familia Eyaralar Almazán consiguió en poco tiempo labrarse un espacio en el por demás endogámico y exclusivo campo de relaciones y afinidades colectivas de la mesocracia oscense, un espacio que trascendería incluso el quindenio escaso de ejercicio de la cátedra en el Instituto. En el claustro, sus vínculos, quizá en razón de proximidad generacional, fueron particularmente estrechos con el catedrático y médico Pedro Romeo, también con Ángel Fernández Enciso y por supuesto con Manuel López Bastarán, quien no dudó en nombrarlo secretario del establecimiento a los

convocadas para proveer las vacantes de los institutos de Canarias, Cuenca y Segovia. Se dio la circunstancia de que el tribunal de la convocatoria de 1888, a la que concurrieron casi noventa candidatos, estaba presidido por Marcelino Menéndez Pelayo. En el epistolario de este último, disponible en la web cervantesvirtual.com, hemos localizado una carta dirigida a don Marcelino por Sebastián Urra, que recomendaba a Miguel Eyaralar porque, según le habían dicho, había hecho «buenos ejercicios» (vol. 9, carta 385, fechada en León el 18 de noviembre de 1888), y otra más extensa del propio Eyaralar, escrita íntegramente en latín, en la que el opositor se quejaba amargamente ante el erudito santanderino del adverso fallo del tribunal (vol. 22, carta 477, fechada en Guadalajara el 18 de mayo de 1889, «15 Kal junias»). Por cierto, Sebastián Urra Jordán, presbítero carlista y amigo de la familia Eyaralar, había sido profesor de Filosofía en el Seminario de Pamplona en los años sesenta y desde la derrota de 1876 ejercía como canónigo y archivero de la Pulchra Leonina.

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dos años de su toma de posesión. El navarro desempeñó ese cargo entre 1900 y 1905 con extraordinaria eficacia, como se refleja en sus actas y sus memorias anuales, escritas con esmero, caligrafía precisa y fluida prosa, algo no tan frecuente como cabría pensar. Precisamente su dimisión por motivos de salud provocó un serio problema a López Bastarán para encontrar un sustituto entre los elementos más jóvenes de la corporación de catedráticos, bastante renuentes a ello, como se recordará.

Con la salud mermada, los últimos años de servicio en la cátedra hasta su jubilación, en 1912, estuvieron marcados por un progresivo retraimiento de la vida pública, así como de la participación activa en la vida académica y la proyección social del Instituto. En otro orden de cosas, los fallecimientos de López Bastarán y Fernández Enciso, en 1907 y 1909 respectivamente, no fueron ajenos al hecho de que tanto Eyaralar como Romeo aproximaran sus posiciones al sector más clerical del claustro, bien nutrido por Castejón y Placer, entre otros.

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UN CRONOPIO230 EN LA CORTE CAMISTA (Munilla, Logroño, NURMJNVMV)

Este profesor perteneció a una acomodada familia riojana con firmes y permanentes vínculos con la ciudad de Huesca, como se recordará, desde que su tío Saturnino Fernández Fernández († 1892) ejerciera como catedrático de Latín y Castellano en el Instituto entre 1846 y 1856. Su periplo académico ocupó diez intensos y aprovechados años de estudio que culminaron con la obtención del doctorado. Inició su formación en el Instituto de Valladolid, donde en 1865 obtuvo el grado de bachiller en Artes, que posteriormente complementó en el Cisneros de Madrid —en el que su tío Saturnino desempeñaba a la sazón su cátedra— con el de bachiller en Ciencias, logrado en 1869. De allí marchó a Sevilla, donde en 1874 obtuvo la licenciatura en Ciencias, en la sección de Exactas, y compaginó los cursos de la Facultad con los de la Escuela Especial de Caminos, Canales y Puertos, que no llegó a culminar. En 1876 consiguió el grado de doctor en Ciencias Exactas por la Universidad Central.

La trayectoria propiamente profesional de Fernández Enciso se inició en 1877 en el Instituto de Ponferrada, en el Bierzo leonés, tras haber superado las oposiciones a cátedra. En el archivo personal custodiado en el AGA se halla su memoria de oposiciones fechada el 6 de febrero de 1877 y dedicada al estudio de las matemáticas, un documento de ochenta y tres páginas que, como era frecuente en el género, se divide en una primera parte razonada y una segunda dedicada al desarrollo minucioso del programa de las asignaturas. Al final de la primera parte encontramos unas breves —e infrecuentes—

230. Julio Cortázar atribuía a sus cronopios, seres verdes y húmedos, las cualidades del idealismo, la sensibilidad y la ingenuidad, que los distinguían de otros seres, como los famas, pretenciosos y formales, o las esperanzas, aburridas e ignorantes.

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pinceladas metodológicas que, en todo caso, además de dar cuenta del magro bagaje pedagógico de esos primeros catedráticos restauracionistas, permiten vislumbrar un modus operandi propio de un depurado y arraigado código disciplinar que informaba un conjunto de prácticas pedagógicas y de poder en absoluto privativas de la enseñanza de las matemáticas. Veamos:

Respecto al procedimiento del que nos valdremos en clase, para comunicar nuestras ideas a los discípulos, creemos el más conveniente el que consiste en sacar los discípulos a la pizarra y preguntarles la lección, quedando a cargo del profesor el exponer todas las ideas que puedan aparecer confusas, con claridad haciendo que se fijen mucho los discípulos en distinguir las diversas partes, de que constan las proposiciones que tratamos de demostrar, así como el procedimiento que sigamos en la demostración, pues esto puede servirles de norma en todas las demás cuestiones que se presenten.

Las razones que nos hacen dar la preferencia a este procedimiento en la enseñanza de una ciencia, se pueden fundar en los grandes resultados que de su aplicación se obtienen sobre todo en la enseñanza de una cátedra elemental, donde, por la poca edad de los alumnos, el empleo de cualquier otro procedimiento no daría más que medianos resultados; también creo de mi deber añadir que el profesor debe señalar un libro de texto (el que juzguen más conforme con sus ideas) por el cual puedan estudiar los alumnos y cuando no lo encuentre conforme con sus ideas, bien en la exposición de una teoría, o en la extensión que él les dé, el profesor debe explicar lo que tenga por conveniente. (AGA, 32/08137, Memoria de oposiciones a cátedra de Ángel Fernández Enciso, 1877, pp. 27-28)

Desde el Instituto de Ponferrada, donde estuvo cuatro cursos completos (pocos años después de su marcha el establecimiento fue suprimido), Fernández Enciso se trasladó al oscense en 1881 (Real Orden de 10 de octubre), al quedar vacante una de las dos cátedras de Matemáticas existentes, la que estaba a cargo, como se recordará, del cubano José María Villafañe y Viñals. Ya en Huesca, nuestro flamante y joven catedrático de treinta y un años encajó muy bien en una sociedad que no le era, como se ha dicho, del todo desconocida. Su círculo de relaciones y amistades fue sin duda el más idóneo para labrarse desde el comienzo una muy acomodada posición en el seno de la oligarquía camista local. En 1883 contrajo matrimonio con Josefa López Allué, hermana del escritor, periodista, jurista y significado camista Luis María López Allué y de Carmen López Allué,231 esta última casada con

231. Hijos de Francisco López Loscertales y Joaquina Allué, familia de terratenientes con importante patrimonio en el Somontano. Luis López Allué (1861-1928) había sido discípulo de López Bastarán y destacado alumno del Instituto, donde empezó a despuntar su vocación literaria (firmaba como Juan del Triso, en El Diario de Huesca). Se le ha considerado el Pereda aragonés por su producción de corte regionalista y costumbrista, aunque, como se ha

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Luis de Fuentes Mallafré —tío de la célebre normalista Magdalena de Santiago-Fuentes—, otro destacado bastión del posibilismo oscense, oriundo de Guadalajara, que en Huesca fue jefe de la sección de Fomento, magistrado y alcalde camista entre 1890 y 1894. El matrimonio no tuvo descendencia. Su participación en la vida pública de la ciudad no fue tan activa como en otros casos (fue uno de los profesores que mayor carga lectiva acumularon en el Instituto), pero estuvo a la altura de su posición y en consonancia con las prácticas sociales que, según vamos viendo, eran usuales en los miembros de la corporación de catedráticos de los institutos provinciales. No solo lo vemos frecuentando los círculos de ocio y recreo —el Círculo Oscense y en particular La Peña, cuya junta directiva, formada por Hermenegildo Valero, Agustín Viñuales, Pedro Ayerbe y otros reputados varones oscenses, presidió en 1897—: su nombre también es inseparable de la Casa Amparo, pues durante diez años fue su presidente, y de la Conferencia de la Purísima y otras obras piadosas y caritativas.232 Con todo, esta vertiente de apostolado seglar que sin lugar a dudas Fernández Enciso practicó, acaso en ocasiones en los límites del decoro o de la prudencia que se le suponía a un hombre de su estatus social y económico, otorgan a nuestro catedrático una singularidad estimable que supieron apreciar significados autores de sendas necrológicas que fueron insertas en El Diario de Huesca los días posteriores a su fallecimiento. Nos referimos a su sobrina política Magdalena de Santiago-Fuentes,233 a su compañero de claustro el

dicho, su carrera política se desarrolló en las antípodas ideológicas del santanderino. Licenciado en Derecho y magistrado municipal, comenzó a participar en la vida política en 1889 como concejal (fue alcalde durante unos meses en 1894), pero sobre todo como pieza fundamental de la eficaz maquinaria camista, especialmente a través de su colaboración en la redacción de El Diario de Huesca. Su obra más relevante, Capuletos y Montescos: novela de costumbres aragonesas, publicada en 1900, podría verse, en cuanto novela en clave política, como el reverso de la ya citada de Pascual Queral, dicho esto sin extendernos aquí en detalles acerca de la probada y radical animadversión —duelo incluido— que presidió la relación entre los dos escritores.

232. Los sueltos sobre las idas y venidas de Fernández Enciso —como buen amigo de El Diario de Huesca— y su esposa menudean en sus páginas, lo que permite reconstruir con facilidad no solo algunos detalles de su vida privada sin aparente importancia (viajes, vacaciones, asistencia a fiestas, bailes sociales, veladas teatrales y musicales…) que definen bien los mimbres que estructuran el ethos de una clase social —la elitista mesocracia propietaria oscense—, sino también la imagen de acendrado varón cristiano, probo y caritativo, que interesaba proyectar del catedrático de Matemáticas en aquella microsociedad de lectores escasos pero muy proclives a practicar la autocomplacencia.

233. La maestra normal conquense Magdalena de Santiago-Fuentes (1873-1922), sobrina de Luis de Fuentes Mallafré, vivió en Huesca durante ocho años tras obtener en 1893 una plaza de maestra de párvulos que ocupó hasta 1901. Posteriormente obtuvo una de normalista en la Normal de Barcelona que pronto permutó por otra en la Normal Central madrileña. Discípula

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catedrático de Francés Eumenio Rodríguez —que, recién incorporado en 1907 desde su Lugo natal, apenas convivió con Fernández Enciso un curso escolar— y a sus exalumnos Ramón Mayor Biel234 y Benigno Baratech Montes, quien se convertirá en catedrático de Matemáticas y significativo director del Instituto durante los años de la dictadura primorriverista, tal como veremos en el capítulo siguiente.

En otro orden de cosas, Fernández Enciso no tuvo vida política activa. Sin embargo, su presencia y su concurso fueron requeridos en algunas empresas del regeneracionismo local, por ejemplo con ocasión de la celebración en Madrid, en noviembre de 1900, del Congreso Social y Económico Hispano-Americano, promovido por la conservadora Unión Iberoamericana en el marco de una balbuciente política hispanoamericanista española que aprovechó el tirón de la Exposición Universal desarrollada en París aquel mismo año. Con tan fausto motivo se constituyó en Huesca una junta y una comisión provincial presidida por Luis de Fuentes Mallafré de la que formaron parte, junto a conspicuos representantes de las elites locales y provinciales, un buen puñado de catedráticos y profesores del Instituto más o menos afectos, como el propio Ángel Fernández Enciso y Pedro Romeo —integrados en la sección de Ciencias, Economía, Jurisprudencia y Arbitrajes— o Manuel López Bastarán, Miguel Eyaralar

de Rafael Altamira en el Centro de Estudios Históricos, junto a José María Ots Capdequí y José Deleito y Piñuela, desarrolló su carrera como profesora de Historia de la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio en Madrid (Juan Mainer, 2009). Durante sus años oscenses mantuvo una relación muy estrecha con la familia Fernández Enciso López Allué, y muy en especial con Ángel, que, según ella misma relata, le prestaba ayuda de todo tipo para socorrer a las hijas de las familias más pobres de la ciudad, que acudían a la escuela de la calle Alfonso de Aragón (El Diario de Huesca, 26 de febrero de 1909).

234. Hijo del madrileño Ramón Mayor, secretario y cajero del Banco de España en Huesca, Ramón Mayor Biel (1872-1934) fue uno de los primeros alumnos que López Enciso tuvo en el Instituto oscense y compañero de curso de un hijo de Pedro Romeo —Manuel—, de José María Llanas Aguilaniedo y de Félix Puzo Jordán, entre otros. Mayor Biel obtuvo la licenciatura en Ciencias por la Universidad de Zaragoza, trabajó en dos centros privados de segunda enseñanza —el Colegio de San José, junto a Luis Mur y Orencio Pacareo, y la Academia Sertoriana, con Mariano Martínez Jarabo, Gaspar Mairal y Matías Chías—. En 1899 consiguió la plaza de profesor auxiliar de Ciencias en el Instituto y se hizo cargo de las clases de Gimnasia hasta la llegada de Joaquín Monrás. Con el nuevo siglo Mayor Biel saltó a la arena política en las candidaturas camistas y llegó a ser concejal, diputado provincial y vocal de la Comisión Provincial de Instrucción Pública, actividades que compaginó con sus clases de auxiliar en el Instituto, con colaboraciones en la cátedra de Agricultura de Soler y con una participación muy activa como columnista en El Diario de Huesca. En su faceta de historiador diletante dedicó un gran empeño al estudio de los héroes de la Huesca decimonónica y en particular al del guerrillero altoaragonés Felipe Perena con ocasión del centenario de los Sitios de Zaragoza (de hecho, escribió una monografía sobre el personaje de la que se publicaron miles de ejemplares).

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y Mariano Martínez Jarabo —representantes de la sección de Letras, Enseñanza y Prensa—.

En el Instituto fue siempre, al igual que Romeo, Kolly, Ortiz de Zárate y Eyaralar, un fiel y firme apoyo de la dirección bastaranista en los años en los que el sector de los mestizos todavía presentaban batalla. Después, también. Tras el fallecimiento de López Bastarán, que tuvo lugar a finales de enero de 1907, Fernández Enciso ocupó su puesto al frente del Instituto y contó con los servicios del recién llegado catedrático de Física y Química Narciso Puig Soler como secretario. Fue director del establecimiento únicamente durante un año y diez meses, ya que, aquejado de un grave carcinoma en la lengua, hubo de presentar su renuncia el 18 de noviembre de 1908 y anunció su retiro a su casa familiar en Munilla, donde fallecería, frisando los cincuenta y nueve años de edad, tan solo tres meses después: el 19 de febrero de 1909. Lo sustituyó en el cargo el que fue su vicedirector y buen amigo el catedrático de agricultura Juan Pablo Soler.

Durante el corto tiempo que duró su gestión al frente de la dirección del Instituto, en el marco del regeneracionismo ambiental, tuvieron lugar algunos cambios significativos que llegaron de la mano de un ramillete de jóvenes profesionales con ciertas inquietudes pedagógicas como Soler, Puig o Rodríguez, entre otros, en una línea que, como vimos, se había iniciado ya en los últimos años de López Bastarán.

Por otra parte, en mayo de 1907 pudo culminar el proceso de reincorporación del antiguo Colegio de Santiago al Ministerio, una aspiración, como ya referimos, largamente perseguida por López Bastarán que fue gestionada con habilidad y eficacia por el catedrático Gabriel Llabrés, secretario de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, merced a la intercesión realizada ante su amigo y protector Antonio Maura, a la sazón presidente del Consejo de Ministros. La operación permitió entre otras cosas desbloquear la puesta en marcha de unas obras de acondicionamiento imprescindibles en el singularísimo pero muy deteriorado edificio, unas obras que, sin embargo, no pudieron iniciarse hasta el mes de marzo del año siguiente, con Fernández Enciso como director, una vez conseguida la financiación. El proyecto se encomendó al prestigioso arquitecto zaragozano Ricardo Magdalena235 y fue continuado por su discípulo Félix Navarro. Las reformas hicieron posible habilitar una amplia sala para clases de Gimnasia, Dibujo y Caligrafía, así como un gabinete-laboratorio de

235. Uno de los catorce hijos de Dolores Gallifa y Ricardo Magdalena (1849-1910). Ricardo Magdalena Gallifa, reputado arquitecto —como su padre— que desarrolló su carrera en Sevilla, cursó sus estudios de bachillerato en el Instituto oscense.

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Química y Agricultura. De este modo se liberó finalmente el espacio de la antigua capilla de la Sertoriana, que fue convertido en sala de estudio y dejó de desempeñar las funciones de improvisado gimnasio.

En la necrológica que el todavía joven estudiante de doctorado Benigno Baratech dedicaba al que había sido su maestro también se refería a la remodelación del antiguo Colegio, recordando que la idea de organizar un laboratorio para la cátedra de Agricultura, al objeto de fomentar las enseñanzas prácticas agrícolas entre los labradores, había sido uno de los anhelos más sentidos y apreciados de su corta dirección. Baratech contaba que Fernández Enciso, al poco de ser nombrado director, le había hecho unos comentarios que el futuro catedrático transcribía de este modo:

Huesca es y debe ser eminentemente agrícola. Debemos procurar todos por el desarrollo de la agricultura en esta región. Obligación nuestra es enseñar a los labradores que deben salir del retraso en que se encuentran […].

Esta necesidad se podrá remediar en parte creando un laboratorio para la cátedra de Agricultura que, sin ser lo bueno que fuera de desear, satisfaga a los fines que se destine. Para conseguir esto podremos contar con el presupuesto destinado a las prácticas de enseñanza que, aunque algo mezquino, cuando no hay otra cosa… De personal estamos mejor. Cuento ya con D. Juan Pablo Soler y Ramón Mayor y creo que el resto del Claustro también estará de mi parte […].

También tú has de trabajar en el laboratorio las temporadas que estés en Huesca. (El Diario de Huesca, 28 de febrero de 1909, p. 2)

Respecto de las condiciones en las que se venía impartiendo las materia de Dibujo en la capilla, es oportuno traer a colación lo que Anselmo Gascón de Gotor (1865-1927) escribía meses antes de incorporarse a su plaza de auxiliar en un enjundioso artículo titulado «Paseando por Huesca», en el que valoraba con claridad meridiana el estado de las enseñanzas de Dibujo en el establecimiento tras la marcha del catedrático titular Ramiro Ros Ráfales:236

236. Ramiro Ros Ráfales (1871-1927), caspolino, hijo de Manuel Ros Pons y conspicuo anticamista desde el tradicionalismo católico, ocupó, como se ha indicado, la cátedra de Dibujo únicamente entre 1903 y 1905. Era doctor en Filosofía y Letras y pintor de historia graduado por la Escuela Especial de Madrid y puede considerársele, hasta cierto punto, representante del regeneracionismo de cátedra. Publicó varios folletos que refrendarían el aserto anterior, como Reforma de la enseñanza de dibujo en los estudios oficiales (Zaragoza, 1908), Nuevo método de dibujo de adorno aplicado a las labores femeniles (memoria presentada y premiada en la Exposición Nacional de Valencia de 1910) o Mnemotecnografía: arte gráfico del cultivo y desarrollo de la memoria (memoria premiada en los Juegos Florales celebrados en Guadalajara en 1911). Este último contiene una alambicada propuesta pedagógica con base en la psicofísica y en el estudio psicológico de las representaciones. Del estudio de su trayectoria y su obra se han ocupado, desde perspectivas muy distintas, Ara (1995a), Bermúdez (2005) y Ramón Salinas (2018).

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Si de los anteriores departamentos [las cátedras y los gabinetes a los que ya había aludido] tengo gratísima impresión, de este, por lo que se refiere al dibujo, siento tener que indicar, la inconveniencia del sitio que ocupa, porque está relegado a segundo término, y por la luz que desciende de altura asaz elevada es un medio de producir miopes. En cuanto al método de enseñanza del dibujo, lo encuentro anticuado; es el vulgar de estampas, que ya está mandado recoger por inútil; ahora, se busca el natural, se impresiona directamente de él, sin artificios de plumeados, sin receta […]; conviene que el dibujo, puesto que de él hablo, se enseñe para que tenga aplicación en las diferentes carreras de que es base el bachillerato […]. Pero conviene no olvidar que también es base principalísima el profesor; un mal maestro es peor que una epidemia; se parece a la planta del caballo de Atila. (El Diario de Huesca, 1 de agosto de 1905)

Con todo, la breve dirección de nuestro catedrático hubo de afrontar un sonado rifirrafe con el gobernador civil —el maurista José María Solano y González— en mayo de 1908, cuando el patricio dispuso de forma unilateral y sin consultar a Fernández Enciso la utilización del paraninfo del Instituto para una elección senatorial; en aquella ocasión se impuso el fuero académico y el Ministerio obligó al gobernador a recular en su pretensión. Una vez más fue la prensa, El Diario de Huesca, la que convirtió el caso en un episodio pintiparado para alimentar el enconamiento de la vida política local entre camistas y conservadores.237

EL POLÉMICO NOMBRAMIENTO DE LUIS MUR VENTURA COMO AUXILIAR

En el interior del claustro hubo asimismo algún episodio oscuro y conflictivo con la designación de profesores auxiliares, en particular con la de Luis Mur. No era la primera vez ni sería la última, como hemos visto y veremos —por ejemplo cuando nos ocupemos de Martínez Jarabo—. En 1906, por ejemplo, Manuel López Bastarán tuvo que enfrentarse a las airadas protestas de Gregorio Castejón y Gabriel Llabrés por la forma poco clara y el trasfondo de amiguismo detectados en la designación del profesor suplente de Dibujo Anselmo Gascón de Gotor238 tras quedar

237. En aquellos días estaba a punto de celebrarse la vista oral contra el director de El Diario de Huesca Salvador M. Martón por la denuncia interpuesta contra él por el arcediano, secretario y hermano del Obispé Miguel Supervía Lostalé, que lo acusaba de proferir injurias contra su persona. El ambiente era propicio y las espadas estaban en alto. El 29 de mayo de 1908 el periódico publicaba en primera página a dos columnas un artículo sin firma —seguramente escrito por Martón— titulado «Planchas a granel: ordeno y mando» y dedicado al caso del gobernador y el Instituto. 238. Acta de la sesión de claustro del 17 de octubre de 1906 (AHPHu, I/867). En este caso la protesta no tenía fundamento legal. Castejón y Llabrés acusaron a López Bastarán de haber realizado el nombramiento sin contar con el acuerdo del claustro. López Bastarán le recordó

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vacante la cátedra por traslado de su propietario, Ramiro Ros Ráfales, al Instituto de Guadalajara. En esta ocasión, sin embargo, la situación era diferente, pues se trataba de dotar una plaza de auxiliar interino para la sección de Letras a la que habían concurrido tres aspirantes, que fueron propuestos y ordenados en la sesión de claustro correspondiente, celebrada el 27 de marzo de 1908, en virtud de los servicios y los méritos acreditados (véase el acta en AHPHu, I/598).

Los concurrentes eran Emilio Parral Blesa, doctor en Filosofía y Letras y autor de un Compendio de gramática castellana, que había sido ayudante interino en los institutos de Teruel y Zaragoza; Isidoro Fernández Uribe, doctor en Filosofía y Letras, que había trabajado como ayudante interino en el de Albacete, y Luis Mur Ventura, licenciado en Letras y codirector de un colegio privado —el de San José—, que ya había desempeñado el cargo de auxiliar interino en el Instituto oscense durante ocho meses. Tal como consta en la citada acta, Fernández Enciso, tras dar lectura a la propuesta que había de elevarse al rector y al Ministerio para su resolución, añadió la siguiente reveladora coletilla:

Mas debe hacer constar este claustro con todos los respectos debidos, que vería con satisfacción fuese nombrado para el cargo D. Luis Mur Ventura por residir en esta localidad, condición de atender, pues no es verosímil que para servir un cargo puramente honorífico, desprovisto en absoluto de sueldo y gratificación pueda trasladarse a esta localidad para prestar servicios muy frecuentes (ya que raramente deja de haber dos vacantes en la sección correspondiente) persona que no tenga elementos de vida, escasos por desgracia en esta localidad. Por esta razón y para que no resulte nominal el nombramiento que se pretende y quede en realidad vacante el cargo, se permite este claustro exponer sus razones que por otra parte no tienen otro fin ni otra aspiración que el buen servicio de la enseñanza.

que la legalidad vigente exigía la comunicación al claustro en el caso de nombramientos de profesores auxiliares y ayudantes, no así en los de suplentes de Dibujo, Gimnasia, Religión y Caligrafía. En el Reglamento de 1867 (Real Decreto de 15 de junio) se adoptó para ellos el nombre de auxiliares y se fijó la obligatoriedad de que hubiera dos por centro, uno de letras y otro de ciencias, con título de licenciado, que percibirían la mitad de sueldo que el catedrático. Su labor era considerada de mérito para las oposiciones. A partir de ahí hubo continuos vaivenes en la legislación que reguló el papel y las atribuciones de ese profesorado, sometido a la autoridad del catedrático. Durante todo el modo de educación tradicional elitista surgieron distintas denominaciones con diferentes condiciones laborales —incluso plazas de auxiliares y ayudantes gratuitos—. A todo ello habría que añadir, a finales de XIX, la comparecencia de un nuevo tipo de profesores numerarios, los llamados especiales, que obedeció a la incorporación de nuevas disciplinas, como Dibujo, Gimnasia, Caligrafía o idiomas modernos, con su correspondiente subproletariado de profesores suplentes. Sobre este tema, entre otros, puede consultarse Villacorta (1989 y 2012).

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Sobre las afirmaciones de Fernández Enciso, que habla aquí por boca de claustro, habría mucho que decir, y diremos. Conviene recordar que una de las marcas fundacionales del ethos del catedrático fue la diferenciación jerárquica dentro de su nivel de enseñanza mediante la introducción de personal de bajo coste e inferior rango para mantener el privilegio corporativo: docentes subordinados al catedrático, no propietarios de una disciplina y obligados a trabajar en varias, sin horario fijo y en muchos casos, como el que nos ocupa, sin remuneración, una desventaja que trataba de compensarse con la acumulación de méritos profesionales y sociales y con diversas ocupaciones en la enseñanza privada o en otros negocios más o menos lucrativos. A la altura de 1908 las cosas habían ido mejorando, aunque solo fuera para un sector de esos estratos subordinados de la profesión docente: en 1897 los auxiliares habían conseguido su bautismo escalafonal y con Romanones, en 1901, se había creado oficialmente un cuerpo de auxiliares de instituto con una estructura burocrática clásica. Muy poco después, amén de la regulación del acceso por oposición al nuevo cuerpo, en 1903 se había abierto la espita de las oposiciones restringidas a cátedra. Así pues, por todo lo dicho, en 1908 el cargo de auxiliar interino gratuito de instituto no era, en absoluto, «puramente honorífico», como afirmó Fernández Enciso: era una neta y promisoria puerta de entrada (si se quiere, una forma de meter la cabeza) más que conveniente para el meritorio. Prueba de ello es que en aquellos años allá donde se produjeran vacantes de este tipo de plazas concurrían jóvenes licenciados y doctores procedentes de cualquier lugar de España. Hoy como ayer. En consecuencia, ¿qué cabe decir sobre la pública recomendación del amigo y joven terrateniente oscense, nieto del en otro tiempo todopoderoso y temido catedrático Vicente Ventura Solana? Leído hoy, el comentario de Fernández Enciso, emitido en alta voz por un director, refrendado por un claustro y reflejado en documento público, resulta, como poco, turbador y denota la naturalización de prácticas de clientelismo local éticamente reprobables y lindantes con la prevaricación. En efecto, así debieron de verlo al menos dos de los claustrales presentes, Anselmo Gascón de Gotor y Joaquín Monrás —profesor auxiliar numerario de Dibujo y especial de Caligrafía respectivamente—, quienes en la siguiente sesión de claustro, en el momento de dar lectura al acta de la anterior, hicieron constar su protesta al director «por favorecer a Mur Ventura públicamente, ya que, en todo caso», habría sido «mejor la realización de gestiones particulares». Es decir, para los dos claustrales protestantes todo se reducía a un problema de formas: este tipo de asuntos, mejor abordarlos en privado y con quien corresponda.

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Por desgracia, el asunto no terminó ahí. A comienzo del curso siguiente, en la sesión de claustro del 6 de noviembre de 1908, el director —en este caso Juan Pablo Soler, pues Fernández Enciso, gravemente enfermo, había presentado su renuncia, como se recordará— expuso el informe que iba a remitir al rector proponer candidatos a la plaza de ayudante numerario de Letras del Instituto. El dictamen era, aparentemente, intachable:

este claustro después de analizar detenidamente los referidos expedientes y oída la opinión de los Sres. Asistentes acordó por unanimidad proponer a los aspirantes a dicha plaza en el orden siguiente: Primero, D. Luis Mur Ventura; segundo D. Rafael Ballester Castell; tercero D. Eliseo González Negro; cuarto D. Diego Carbonell Alcoberro; quinto, D. Jesús Lázaro de Baena Varadí; sexto, D. Lorenzo Urbasas Arbeloa; séptimo, D.Ricardo Martín Pérez; y octavo D.Julio González Hernández. Este claustro ha tenido en cuenta para formular la propuesta las circunstancias de que D. Luis Mur Ventura es Ayudante interino del Instituto, tiene prestados servicios en el mismo como lo acredita su expediente y que en el cumplimiento de su deber ha demostrado celo, inteligencia y voluntad dignos de todo elogio, reconocidos por el claustro y por unanimidad en dicha sesión. (AHPHu, I/598, libro de actas de claustro)

Obviamente, lo que no decía el dictum de Soler era que quien había obtenido la segunda posición en aquella poco escrupulosa tenida era el mallorquín, doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Central con una tesis sobre la enseñanza de la Geografía que iba a ser publicada en Madrid (1908) y en Buenos Aires (1909), Rafael Ballester Castell (1872-1931).

Ballester era ya, a sus treinta y seis años, un solvente metodólogo y autor de excelentes manuales escolares, a tal punto que algunos de ellos fueron traducidos al francés e incluso al alemán a finales de los años veinte.239 En suma, Ballester disponía en 1908 de un brillantísimo expediente académico y profesional, incomparable a todas luces con el del, por entonces, ágrafo licenciado oscense Luis Mur Ventura.

De haber permanecido unos meses más en el claustro oscense Gabriel Llabrés, tan crítico en otros momentos con la designación de algunos auxiliares, ¿cuál habría sido su posición ante en este espinoso asunto?, ¿habría apoyado la candidatura del que había sido uno de sus más brillantes discípulos en el Instituto de Palma, Rafael Ballester?, ¿habría recurrido a su mentor y protector en Madrid para denunciar otro caso de

239. Sobre Rafael Ballester existe abundante bibliografía. Sus relevantes aportaciones a la manualística escolar han sido escrutadas exhaustivamente por el profesor Rafael Valls en dos recientes publicaciones (Valls, 2012 y 2018).

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flagrante favoritismo provinciano?240 En fin, sea como fuere, a partir de ese curso la presencia de Luis Mur Ventura como auxiliar numerario de Letras en el claustro del Instituto quedó definitivamente consolidada hasta su fallecimiento. Algo parecido ocurriría unos años después (a partir de 1914) con el mentado Ricardo del Arco Garay. Ambos, desde su discreta condición de auxiliares perpetuos, serían sólidos puntales de los intereses de la derecha oscense en la fontanería del establecimiento de segunda enseñanza, muy especialmente en los años veinte (en el caso de Del Arco, también en los treinta y los cuarenta) y se convertirían además en conspicuos quintacolumnistas de la libertad de enseñanza —o sea, de la enseñanza privada católica—; eso sí, con mando creciente en plaza y en la enseñanza oficial. Volviendo a Fernández Enciso, quédese quien esto lea con algún fragmento de la semblanza amable que de este carismático catedrático riojano realizó, en cumplida y pensada necrológica, su exalumno y ya por entonces auxiliar del claustro oscense Ramón Mayor Biel:

Sobrio de costumbres, sencillo en su trato y eminentemente demócrata por naturaleza, distinguía con la afectuosidad de sus bondades lo mismo a ricos que a pobres, dedicando durante muchísimos años parte de su brillante posición, al alivio de miserias y desgracias de los necesitados oscenses, ejerciendo su caridad en silencio, sin la pública ostentación, de quien solo hace el bien por el bien de hacerlo, convencido de que es un deber a cumplir y una inmensa satisfacción a experimentar. […] Nunca se olvidará el venerable nombre de don Ángel, en aquella casa de la ciencia de la que él fue ilustre mantenedor de las tradiciones gloriosas y grandes prestigios desde que fuera Sertoriana Universidad. (El Diario de Huesca, 22 de febrero de 1909, p. 2)

240. Al respecto de esta alusión véase en este mismo capítulo la biografía de Mariano Martínez Jarabo.

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CANUTO ORTIZ DE ZÁRATE Y AGUIRRE:

LOS INICIOS DEL REGENERACIONISMO CIENTÍFICO

EN EL INSTITUTO

(Villarreal, Álava, NURS – Huesca, NVMO)

El catedrático alavés Canuto Ortiz de Zárate se hizo bachiller en Artes en el Instituto Provincial de Vitoria en 1872. Posteriormente, en 1880, obtuvo la licenciatura en Ciencias Físico-Químicas por la Universidad de Salamanca. En 1883, con veintisiete años de edad, consiguió superar las oposiciones a la cátedra de Física y Química para el Instituto de Canarias (la memoria de oposiciones, manuscrita y fechada en 1882, ofrece una estructura muy convencional y está dedicada íntegramente al desarrollo del programa de la asignatura). En el establecimiento insular ejerció entre 1883 y 1886. De allí, mediante concurso de traslado, pasó al Instituto de Gijón, y en 1889 se trasladó al oscense (Real Orden de 14 de febrero). Entonces fijó su residencia en Huesca junto a su esposa y sus dos hijos. El varón, José Luis, cursaría el bachillerato en el Instituto a partir de 1898.

En puridad, Canuto Ortiz de Zárate fue el primer catedrático numerario de Física y Química del Instituto desde su creación, toda vez que, como se explicó en el capítulo anterior, dicha cátedra había venido siendo ocupada por numerosos profesores sustitutos antes de ser acumulada con la de Historia Natural por el catedrático Serafín Casas y Abad. De hecho, Ortiz de Zárate coincidió con Casas en el claustro durante siete años, hasta que el oscense obtuvo por permuta la cátedra en el Cisneros de la Villa y Corte.

El joven catedrático llegó al claustro en un momento clave en el que comenzaba a tener lugar el declive de la vieja guardia isabelina; como seguramente se recordará, en los años noventa se vivió un notable remozamiento del claustro dirigido por López Bastarán de la mano de Fernández Enciso, Romeo, López Correa, Eyaralar y otros. Ortiz de Zárate encajó bien en

OSN ÍNDICE

aquel claustro y desde el mismo año de su llegada a Huesca fue requerido por López Bastarán para formar parte, como vocal y en calidad de catedrático de Física y Química del Instituto, de la junta encargada de organizar una exposición o concurso agrícola, pecuario e industrial coincidiendo con la tradicional celebración de la feria anual de San Andrés. La iniciativa, impulsada por el entonces gobernador civil, el comerciante y político fusionista catalán Juan Fabra y Floreta, muy alejada tanto en sus pretensiones como en sus posibilidades de las ostentosas exposiciones zaragozanas de 1868 y 1885, obedecía al mismo prurito exhibidor y mercantil, tan propio de los tiempos, aunque se producía en un momento de franca recesión de la economía de la provincia. Los preparativos del certamen tuvieron un eco notable en la prensa local y regional, y aunque Fabra se esforzó por concitar en la mencionada junta a lo más granado de la elite política y económica de la provincia,241 la feria de San Andrés de aquel malhadado año de hambruna, cosechas raquíticas y mercados hundidos pasó a la historia sin pena ni gloria. Con independencia de ello, la vocalía del recién llegado en aquel foro de notables y laboriosos varones no deja de ser significativa y supuso una excelente carta de presentación ante la sociedad oscense para el catedrático vasco.

En el Instituto, Ortiz de Zárate se ocupó interinamente de la biblioteca a partir de 1890 y dos años después López Bastarán lo designó director de la estación meteorológica, que hasta ese momento había sido gestionada por Serafín Casas. Lo cierto es que entre el alavés y su atrabiliario predecesor medió un auténtico abismo que se tradujo no solo en la organización del gabinete de Física y Química —cuyo uso se incrementó, lo mismo que la adquisición de aparataje y productos para las clases prácticas—, sino también en el interior de la cátedra, si atendemos a los fugaces recuerdos de quienes pasaron por ella.242 Cabría afirmar que Canuto Ortiz de Zárate,

241. Canuto Ortiz de Zárate figura como vocal de una extensa junta directiva integrada por más de treinta varones en calidad de catedrático del Instituto junto a representantes políticos (el propio Fabra, además de Agustín Loscertales, presidente de la Diputación, e Ismael Molera, alcalde Huesca), el personal técnico provincial (jefes de obras públicas, montes y minas, así como comisarios de agricultura, el arquitecto provincial, delegados de farmacia y veterinaria…), una escogida representación de propietarios agrarios e industriales y los directores de media docena de diarios, los más leídos de la provincia (tres profesores auxiliares del Instituto aparecen por este concepto: Arturo Franco como director del anticamista La Brújula, Julio Pellicer como director de El Sistema y Juan Placer como editor del ultramontano El Alcoraz).

242. Entre ellos Luis Bermejo Vida (1880-1941), que llegó a ser catedrático de Química de las universidades de Santiago y Valencia y finalmente, ya en los años veinte, de la Central, además de presidente de la Real Sociedad Española de Física y Química, primer decano de la

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hombre de ciencia y del siglo, inauguró en el Instituto oscense una nueva generación de catedráticos de Física y Química que entroncó perfectamente con los parámetros del regeneracionismo y que encontraría en su sucesor en la cátedra, Luis Buil Bayod, y sobre todo en el gerundense Narciso Puig Soler a sus representantes más conspicuos.

Ortiz de Zárate fue también el profesor que, animado por López Bastarán, se encargó de elaborar el proyecto de poner en marcha clases nocturnas y gratuitas para obreros en el Instituto a partir de 1900. En el marco del tímido y precario regeneracionismo oficial emprendido por el gabinete conservador de Silvela, que tuvo en el primer ministro de Instrucción Pública, Antonio García Alix, su principal exponente, el 25 de mayo de 1900 se aprobó el Real Decreto que establecía la organización de ese tipo de clases en los centros de enseñanza. El preámbulo del citado decreto —un dechado de las medidas chapuceras y ramplonas con que las elites políticas del restauracionismo trataron de mitigar la llamada cuestión social y el profundo malestar de las clases obreras— reconocía arteramente que el estado del tesoro público no permitía la creación de centros de nueva planta «dedicados a toda clase de enseñanzas prácticas y de aplicación, dotados de profesorado especial y competente, y de material bastante para cumplir sus fines». En consecuencia, se establecía que en las capitales en las que no existiera «Escuela especial de Artes e Industrias» las clases se llevarían a cabo en los institutos de segunda enseñanza y «a cargo de los mismos Catedráticos numerarios, Auxiliares y Ayudantes» de cada centro.243

El proyecto de clases para obreros trazado por Canuto Ortiz de Zárate para el Instituto contemplaba un plan para tres cursos escolares (19001901, 1901-1902 y 1902-1903): para el primero de ellos establecía clases nocturnas en días alternos de lunes a sábado de Gramática Castellana, Nociones de Aritmética, de Geometría, Dibujo a Mano Alzada y «ligeras Nociones de Geografía»; en el segundo curso se continuaría con clases de Álgebra,

Facultad de Ciencias del Madrid liberado e infausto mentor científico de las supercherías autárquicas del franquismo de primera hora —verbi gratia, la obtención de combustibles líquidos a partir del carbón—. Bermejo, zaragozano de origen, regresó en varias ocasiones a Huesca en los años veinte, invitado por la Sociedad Oscense de Cultura, y en sus intervenciones públicas recordó con especial admiración las enseñanzas científicas de don Canuto y don Ángel (Fernández Enciso).

243. El Diario de Huesca editorializaba el 28 de mayo con un atinado artículo —muy posiblemente escrito por el auxiliar del Instituto, y a la sazón director del periódico, Mariano Martínez Jarabo— titulado «Reformas en la enseñanza» que, con evidentes ecos costistas, denunciaba: «hay algo mucho más urgente […] y es la situación verdaderamente bochornosa de la instrucción primaria, o mejor diríamos, la carencia en la mayor parte del país de la

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Geometría, Física, Fisiología e Higiene, Dibujo con Regla y Cartabón y Nociones de Geografía, y en el tercero se explicaría Mecánica, Química, Agricultura, Dibujo Lineal, de Adorno y Figura y Escritura al Dictado «de los documentos más útiles al obrero».244 Las clases fueron impartidas en las dependencias del Colegio de Santiago por «los Catedráticos de las Secciones de Letras y Ciencias y el Profesor de Dibujo». Por lo que sabemos, Ortiz de Zárate, Fernández Enciso y, algún tiempo después, Juan Pablo Soler fueron los únicos catedráticos que se asomaron ocasionalmente a aquellas aulas nocturnas. Uno de los fijos durante los primeros años fue el pintor y auxiliar de Dibujo Félix Lafuente (después tomarían el relevo Anselmo Gascón e incluso el que fuera discípulo del primero Ramón Acín); el resto de los profesores se fueron reclutando entre el personal auxiliar y sustituto.245

Ortiz de Zárate falleció prematuramente en Huesca, «víctima de rapidísima enfermedad», a comienzos del mes de febrero de 1902 y a la edad de cuarenta y siete años. La noticia sorprendió al claustro, a sus alumnos —especialmente los de 5.º de bachillerato, que le tributaron un

indispensable instrucción elemental, sin la que apenas se tiene derecho al nombre de país civilizado […]. Antes de reformar la instrucción, lo primero es que haya instrucción, y en España, el mal más grave en la enseñanza es que para la gran masa del país esta apenas existe».

244. Para el curso 1902-1903 las conferencias o clases prácticas se ampliaron a las materias de Francés, Técnica Industrial, Caligrafía, Contabilidad, Nociones de Moral Social y Rudimentos del Derecho. Sin duda fue la asignatura de Dibujo, que pasó a clase diaria, la que cosechó mayor demanda de matrícula.

245. Las clases nocturnas y gratuitas para obreros subsistieron al menos hasta el curso 19101911, según el plan trazado por don Canuto. Poco a poco aquel raquítico modelo de capacitación profesional murió de inanición: fue perdiendo fuelle y quedó prácticamente suplantado por las clases nocturnas para adultos, que terminaron por generalizarse en la mayor parte de las escuelas de primera enseñanza —de la capital y de la provincia—, a cargo del magisterio primario, y que, en puridad, no fueron más que un intento muy poco riguroso y nada eficaz de reducir la inaudita y vergonzosa tasa de analfabetismo que Huesca ostentó hasta la década de los años treinta —pues, según Vilanova y Moreno (1990), en 1900 la tasa media de analfabetismo provincial era del 58% (el 73% de las mujeres y el 44% de los varones), y en 1920 había descendido al 41% (el 33% de los varones y el 50% de las mujeres)—. Habría que ver en qué medida la puesta en funcionamiento del centro salesiano colaboró en la decadencia de aquellas clases nocturnas para obreros: creemos que muy poco. Lo cierto es que, entrados los años diez, y sobre todo en los veinte, la enseñanza nocturna para obreros y obreras (el Colegio de Santa Ana y Acción Católica de Mujeres las ofrecían desde 1922) comenzó a ser pasto apetitoso para el negocio educativo privado de la Iglesia católica, en especial en el marco del adoctrinamiento social y político que ejerció ya con toda impunidad bajo la dictadura primorriverista. Por su parte, en 1915, a la vuelta de sus años de estancia y fecundo trabajo en Zaragoza, el citado pintor Félix Lafuente Tobeñas siguió impartiendo clases nocturnas de Dibujo para obreros en su estudio de la calle del Coso Bajo hasta su fallecimiento, que tuvo lugar en 1927 (Alvira, 2002).

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homenaje costeando una misa de réquiem en la parroquia de San Lorenzo— y a la ciudad. El Diario de Huesca se hizo eco del «inopinado fallecimiento —pues anteayer asistió a clase—» con un suelto inusualmente largo en el que se ponderaba al catedrático como «hombre de vastísima y sólida ilustración aquilatada con una modestia excesiva y demostrada con su labor constante en la clase donde era admirado por la profundidad de sus conceptos y por la facilidad con que sabía inculcar sus enseñanzas en la inteligencia de los escolares» ( El Diario de Huesca , 8 de febrero de 1902). 246

246. No era usual, y de ahí su expresividad, que este tipo de necrológicas dedicadas a los catedráticos del Instituto prodigaran tantos elogios sobre el ejercicio específicamente docente del finado.

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GREGORIO CASTEJÓN AINOZA:

ULTRAMONTANISMO Y ERUDICIÓN, VINO VIEJO EN ODRES NUEVOS

(Castejón de Monegros, Huesca, NUQT – Huesca, NVPV)

Descendiente de dos linajes de infanzones de los Monegros oscenses, el único varón de la familia Castejón Ainoza se trasladó a la capital de la provincia en 1865, con dieciocho años de edad, para cursar el bachillerato. Inicialmente se matriculó en el Seminario Conciliar, donde aprobó las materias correspondientes a los dos primeros cursos, y a partir de 1868 prosiguió sus estudios en el Instituto y los culminó en 1871 con el grado de bachiller. Continuó su formación en la Universidad de Zaragoza, donde obtuvo el título de licenciado en Filosofía y Letras y Derecho. No tenemos pruebas documentales de que llegara a ordenarse sacerdote o realizara algún tipo de carrera eclesiástica, pese a que no pocos de sus biógrafos se han referido a él como presbítero, quizá como consecuencia de sus manifiestashabilidades como orador sagrado. Observante de estricto celibato, quizá prestó sus servicios en algún momento de su juventud como diácono, coadjutor o simplemente laico o seglar consagrado. En todo caso, su acendrada ideología católica y clerical, con claros ribetes ultramontanos, se hizo muy patente a lo largo de su longeva existencia, tanto en su trayectoria profesional como en su proyección pública y política, que, como veremos, tuvo una destacada importancia aunque sin salir de los ámbitos local y provincial. En efecto, Castejón, además de catedrático latinista, habitual orador sagrado y elemento clave del Círculo Católico —que llegó a presidir—, fue diputado provincial y alcalde de Huesca por unos meses y ofició como erudito local en cuestiones de arte, historia y patrimonio desde su preponderante posición de presidente durante muchos años de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, un peculiar e influyente espacio de poder que supo amasar y preservar con habilidad a partir de un sólido marco de relaciones sociales y políticas —seculares y sobre todo eclesiásticas—.

OSS ÍNDICE

Lo cierto es que la Comisión se convirtió en una buena plataforma para concitar conocimiento, erudición y unas determinadas prácticas de política cultural con las ambiciones personales de jóvenes y no tan jóvenes como Gabriel Llabrés (1858-1928), Higinio Lasala (1867-1928), Gregorio García Ciprés (1868-1937), Luis Mur Ventura (1878-1939), Pedro Aguado Bleye (18841954) y, por supuesto, Ricardo del Arco Garay (1888-1955).

En Huesca se relacionó desde su llegada con la flor y nata del Círculo Católico y entre sus amistades se contaron señalados ultramontanos de la ciudad como Serafín Casas, Manuel Millaruelo, Miguel Mingarro, Francisco Bescós —padre de Manuel—, el propietario Santos Naya Azara y, por supuesto,«el dulce leader del integrismo oscense y gran cerero local» —al decir de El Diario de Huesca—, Raimundo Vilas. Furibundo anticamista y antidiarista, prestó de manera muy ocasional su firma a La Voz de la Provincia e incluso a La Campana de Huesca, de Gregorio Gota. En la esfera política se movió siempre, sobre todo en los años noventa, en el entorno del conservadurismo, y así ocupó sillón como diputado provincial entre 1892 y 1900.247 En el verano de 1908 llegó a ejercer interinamente el cargo de gobernador civil, alineado con el maurismo, y en mayo de 1909 accedió incluso al de alcalde de la ciudad por unos meses —pues dejó de serlo en febrero de 1910— formando parte de una candidatura conservadora-maurista apoyada por integristas y carlistas —«conservadora-carlo-integrista» la llamó El Diario de Huesca—. Así refirió El Diario de Huesca la noticia de esa candidatura a la regiduría de la ciudad:

Mirada la cosa por el lado económico, el Sr. Castejón puede ser fuente de ingresos para las arcas municipales.

Supongamos que es alcalde don Gregorio. Y supongamos que el Ayuntamiento explota las excepcionales condiciones de su presidente. Pues con anunciar las sesiones y fijar precio de entrada, a 0,15 la general y a 0,30 la preferencia, ya tiene el Municipio dinero para muchos menesteres. Porque serían muy regocijadas las sesiones que presidiera el Sr. Castejón…, y muy concurridas. (El Diario de Huesca, 29 de abril de 1909, p. 1)

Llegada la época de la descomposición del caciquismo, como tantos conservadores estrechamente vinculados a la militancia del catolicismo social, terminó por abrazar la causa del agrarismo y el regionalismo de derechas, banderas en las que coincidió con el conde de la Menglana, Teótimo Cistué

247. En 1896 lo encontramos en la nómina de la primera Comisión Provincial de la Cruz Roja de Huesca, recién inaugurada, compartiendo el cargo de vicepresidente con el entonces alcalde José María Aísa. El contador era otro conocido claustral: el presbítero Juan Placer Escario.

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y Vicente Baselga Moner, entre otros. Su vinculación al conservadurismo agrario organizado lo llevó a presidir la junta directiva de la Federación Agraria del Alto Aragón en 1918, con Luis Mur Ventura como secretario (Sanz Lafuente, 2005: 303).

Descendiendo al estricto plano del claustro del Instituto, podemos considerar al catedrático monegrino como uno de los muñidores de esa alianza o coalición práctico-discursiva entre jóvenes eruditos y rancio ultramontanismo que dotó al centro de estabilidad académica, le permitió reencontrarse con su glorioso pasado levítico y universitario y, en el contexto del provinciano regeneracionismo ambiental, reforzó su proyección en la ciudad como foco irradiador de cultura, templo del saber y referente para las gentes de bien y de orden de toda la provincia. Pero hay más: ejecutorias profesionales e intelectuales como las de Castejón, Mur o Del Arco, por citar de hilo, contribuyeron, también en el interior del octógono sertoriano y de forma notoria y eficaz, a la construcción cultural y política de una salida airosa de la crisis del cacicato estable camista para la derecha católica y antidemocrática, haciendo posible que, a principio de los años veinte, carlistas, mauristas y católicos sociales alimentaran sin ambages un proyecto de regeneración nacional autoritario y corporativo de la mano del Ejército, la Iglesia y la monarquía.248

La trayectoria docente de don Gregorio dio comienzo en el Instituto de Guadalajara como profesor auxiliar interino de su sección de Letras en el curso 1880-1881. Según él mismo hizo constar en los méritos aportados para concurrir a las sucesivas oposiciones a cátedras a las que se presentó entre 1881 y 1887, fue profesor auxiliar de la sección de Letras por oposición (Real Orden de 21 junio de 1882), obtuvo mención honorífica en una oposición a cátedras de Latín y Castellano (sin concretar la fecha), fue propuesto en tercer lugar en una de Geografía e Historia (asimismo sin fecha) y en segundo lugar en una de Latín y Castellano para el Instituto de Puerto Rico en 1883. En el expediente personal que se custodia en el AGA se conservan hasta cuatro memorias manuscritas, de muy escaso interés, preparadas para tales menesteres. Finalmente, en 1887, cuando ejercía como profesor

248. Aunque Castejón no tuvo ya una participación activa en ello —sí Luis Mur Ventura—, sin duda uno de los aglutinantes de esta reforzada derecha católica, agraria y autoritaria fue la creación en 1920 de la Asociación de Labradores y Ganaderos del Alto Aragón y de su órgano de expresión oficial, el periódico La Tierra, que «supuso la reorganización de un conservadurismo más autoritario junto al maurismo, y sus nuevas versiones católicas como el PSP (Partido Social Popular), e incluso de un regionalismo aragonés conservador y con membretes agraristas» (Alcusón, 2012: 11). Véase también Alcusón (2011). Tendremos que seguir tirando de este hilo en otras trayectorias, singularmente en la del catedrático de Matemáticas y director del Instituto en los años de la dictadura Benigno Baratech Montes.

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auxiliar de la sección de Letras del Instituto de Zaragoza, obtuvo, en virtud de concurso, el nombramiento de catedrático numerario de Latín y Castellano del Instituto de Soria, para el que fue propuesto en primer lugar por el Consejo de Instrucción Pública (Real Orden de 1 de junio). Estuvo allí un año y después solicitó el traslado a la cátedra de Latín y Castellano que había quedado vacante en el Instituto de Huesca (Real Orden de 29 de diciembre de 1888) tras el fallecimiento del ya mentado Antonio Aquilué. Su llegada al Instituto de Huesca como flamante catedrático de Latín se produjo formalmente en enero de 1889, cuando contaba cuarenta y dos años de edad. Todavía llegó a coincidir en el centro con algunos significados catedráticos de la generación isabelina, como Serafín Casas, Antonio Vidal o el propio Vicente Ventura, con quienes compartía credo ideológico y que habían sido sus profesores en los conflictivos años del Sexenio Democrático. Por razones obvias, el reencuentro con aquella correosa generación de conmilitones no duraría mucho tiempo; sí el suficiente para que Castejón ocupara cómodamente su posición de heredero (podríamos hablar de una suerte de cuota ultramontana o círculocatolicista) en una corporación que, como se ha venido explicando, iría remozándose y rejuveneciendo de manera paulatina a lo largo de la década de los años noventa.

El traslado de Antonio Vidal y Serafín Casas había traído a Huesca a Joaquín López Correa en 1891, a Canuto Ortiz de Zárate en 1889 y poco tiempo después al joven presbítero Eugenio Aulet (1897), al igual que la jubilación de Víctor Kolly había facilitado en su día (1887) la incorporación al claustro de Mariano Martínez Jarabo como sustituto. Así, el fallecimiento en 1892 del hombre fuerte de la facción integrista del Instituto, el exdirector Vicente Ventura, fue a los efectos de este proceso proverbial, ya que posibilitó a Gregorio Castejón cambiar su cátedra de Latín por la mucho más sabrosa y estratégica de Psicología, Lógica y Filosofía Moral —que acababa de dejar vacante el cheso—, materias que se impartían en los dos últimos cursos del bachillerato y que, además, permitían ejercer un atractivo control doctrinal ante la difusión de discursos y teorías disolventes o moralmente repudiables a la luz de la ideología católica, singularmente el krausopositivismo, que se combatió con denuedo.

Como se recordará, el control de la cátedra de Psicología, Lógica y Ética —a la que en algún momento se le añadió el marbete de Filosofía Moral, y aun el de Rudimentos de Derecho— por el sector más ultramontano y reaccionario de los claustros de segunda enseñanza no fue, lamentablemente, algo privativo del oscense; a ello sin duda contribuyó la frecuente presencia en los tribunales de oposición de paladines del integrismo católico y del tomismo más recalcitrante como Menéndez Pelayo, Hernández Fajarnés LOS

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o Polo y Peyrolón, entre otros. Lo cierto y verdad es que las enseñanzas de Filosofía en el Instituto no escaparon a esta tendencia general, al menos hasta los años treinta. Si la cátedra pasó de Vicente Ventura a Gregorio Castejón de forma harto inopinada —aunque perfectamente legal y en absoluto inusual—, tras la jubilación de este, en 1922, quedó cubierta por el anciano catedrático y presbítero salmantino Guillermo Monzón González—que había sido auxiliar numerario de Letras en varios institutos hasta que consiguió la cátedra de Latín en oposición restringida en 1923— durante cuatro años, entre 1923 y 1927, fecha en la que falleció. Con posterioridad las clases de Filosofía fueron impartidas por personal auxiliar bien conocido: Luis Mur Ventura, Ricardo del Arco y el canónigo Basilio Laín. Nihil obstat Ya en los años treinta, la cátedra fue temporalmente ocupada primero por el catedrático y vicedirector Ramón Díaz-Delgado Viaña (1888-1988) —especialista en filosofía griega que fue separado del servicio en 1936— y después por el catedrático valenciano y efímero director Juan Bonet Bonell (18901970), quien después del golpe de Estado de 1936 tuvo que terminar sus días exiliado en México tras ser detenido por la Gestapo en Francia y padecer lo indecible en el campo de Mauthausen (Cruz, 1995).

Volviendo a Castejón, fue así como el humanista, experto latinista y conocedor del arte —como con frecuencia lo presentan quienes han escrito en Huesca sobre su persona—, mudó en profesor de Filosofía. La maniobra —nunca sabremos hasta qué punto azarosa— fue, en cualquier caso, extraordinariamente ventajosa para los intereses del remozamiento de la cuota ultramontana del claustro, toda vez que la cátedra de Latín que Castejón dejó vacante con su permuta facilitó la entrada en el claustro, como auxiliar interino de la sección de Letras, de un joven e inteligente presbítero, frecuente parroquiano del Círculo y pico de oro en eventos levíticos del que ya hemos venido hablando, Juan Placer Escario, que se haría cargo de las clases de Latín junto a Félix Puzo Marcellán —a la sazón auxiliar numerario de Letras y secretario del Instituto—. Corría el curso 1893-1894. En 1897 ganaría la cátedra oscense el latinista navarro Miguel Eyaralar, pero Placer, como se verá, había llegado al claustro para quedarse.

Más allá de los condicionantes de su ideología, si reparamos en su trayectoria y su habitus profesional, el perfil de Castejón concordaría más con el de un catedrático de la vieja generación isabelina que con el de quienes fueron sus contemporáneos en el claustro. Seguramente sus conceptos del Instituto y de la enseñanza se aproximaban más a los del dómine que a los del joven distanciado y el docto profesional erudito. El monegrino fue casi ágrafo, con un escaso nivel de especialización disciplinar, como fácilmente puede deducirse si analizamos el errático proceso seguido para acceder a la

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cátedra, y estuvo mucho más volcado en el cultivo de su proyección y su carrera política que en el del conocimiento y el trabajo intelectual riguroso. En este sentido —y en otros muchos—, las afinidades y las concomitancias entre Ventura y Castejón quedan, en mi opinión, muy patentes. Gregorio Castejón, empero, cambió el manual escolar que desde los años sesenta venía utilizando Vicente Ventura249 por el del catedrático de Psicología y Lógica, carlista y nocedalista vasco Luis María Elizalde e Izaguirre, un profesional culto y brillante de su misma generación que por aquellos años prestaba sus servicios en el Instituto de Zaragoza, ciudad en la que murió en 1897 víctima de un cáncer. El nuevo texto, con el que se formaron —preciso es recordarlo— varias cohortes de bachilleres oscenses hasta 1930, era un canónico manual de filosofía escolástica que ya en su introducción declaraba solemnemente la supeditación de la filosofía a la teología:

Pero por sublime que sea la Filosofía, es inferior a la Teología. Esta ciencia, como que está fundada en principios revelados al hombre por Dios, tiene inmensa superioridad sobre aquella, tanto por su contenido o fondo doctrinal, como por su certeza: por el fondo doctrinal, porque contiene verdades más altas, más sublimes que las del orden natural; por su certeza, porque la Filosofía recibe su certidumbre de la luz natural de la razón humana, que puede errar, pero la Teología la recibe de la luz de la ciencia divina, en la que no cabe error. Síguese de aquí que la Filosofía está, por su misma naturaleza, subordinada a la Teología; en lo cual nada hay repugnante a la recta razón, porque esta exige que la ciencia que es más elevada y cierta que las demás, tenga a estas bajo su dominio. (Luis María Elizalde e Izaguirre, Compendio de psicología, lógica y ética, Vergara, Tip. de El Santísimo Rosario, 1911, 4.ª ed., p. 2)

Asimismo puede ilustrar estas breves acotaciones acerca del ethos profesional de nuestro catedrático el vivo intercambio de pareceres que mantuvo con Juan Pablo Soler en la sesión de claustro del 21 de octubre de 1911 a propósito de ciertas modernidades pedagógicas y que el secretario, a la sazón el matemático Ignacio Puig Aliés, recogió en estos términos, que hablan por sí mismos:

El Sr. Director manifestó que estuvo en este centro el docto catedrático de Psicología, Lógica y Ética y secretario del Instituto de Zaragoza, D. Agustín

249. Las Lecciones de psicología, lógica y moral (1.ª ed., 1847) del presbítero Salvador Mestres, catedrático del Instituto de Barcelona. Nos consta que Ventura (el propio Santiago Ramón y Cajal lo revela en sus recuerdos de estudiante) utilizó también como texto complementario para los últimos cursos el célebre compendio del humanista catalán —que fue primer catedrático de Psicología del Cardenal Cisneros— Pedro Felipe Monlau y Roca (1808-1871) titulado Curso de psicología y lógica (1849), más conocido como el Monlau

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Catalán,250 y con ocasión de su visita pudimos enterarnos minuciosamente de la creación del gabinete de Psico-Física de dicho centro, así como de los notables trabajos que de esta importante rama de la ciencia psicológica en el mismo se hacen. Encareció su importancia el Sr. Director y dirigió a D. Gregorio Castejón un cariñoso ruego para que se decidiera a imitar y emular lo que en otros establecimientos de segunda enseñanza se hace, poniendo a este centro a la altura que debe estar dados los progresos actuales de la ciencia con lo cual merecerá el aplauso de todos y cumplirá con lo que está dispuesto.

Contestó el Sr. Castejón que ya entraba en sus propósitos el hacer lo que el Sr. Director indicaba, si bien no tiene gran entusiasmo por esta clase de estudios porque está comprobado que algún aparato de los que se utilizan es bastante deficiente por su precisión y que las leyes de las mencionadas experiencias no son tan exactas como las de Física y que ya pensaba pedir algún aparato el próximo trimestre si lo permitía la situación económica del establecimiento.

El Sr. Director dice que las deficiencias de algún aparato nada pueden probar en contra de las especulaciones de una ciencia y que por otra parte su enseñanza está prescrita.

D. Gregorio Castejón, replica que no es tan legal dicha enseñanza cuando la mayor parte de los catedráticos de Psicología nada han hecho para darla.

El Sr. Director contesta que es legal porque en el Reglamento para régimen y gobierno de los Institutos Generales y Técnicos, aprobado por Real Decreto de 29 de septiembre de 1901 y en su artículo veintiséis se prescribe que habrá un laboratorio de Psico-Física. Ruega al Sr. Castejón presente petición de aparatos para este objeto antes del primero de Noviembre para poderla remitir al instituto de material científico. (AHPHu, I/599)

Por lo que sabemos, aquellos taumatúrgicos aparatos de los que Soler hablaba con tanto embeleso como probable desconocimiento fueron adquiridos durante el curso 1914-1915, casi tres años después y sin excesiva pompa.251

250. Agustín Catalán Latorre (1869-1915), padre del reputado catedrático de Física y Química Miguel Catalán Sañudo (1894-1957), que trabajó como auxiliar de la sección de Ciencias del Instituto oscense antes de obtener la cátedra entre 1914 y 1919, fue un destacado catedrático de Filosofía especializado en Psicología y autor de manuales y diversos recursos escolares que llegó a solicitar en 1907 pensión a la JAE para visitar y estudiar los laboratorios psicofísicos que estaban en funcionamiento en los liceos de París.

251. Con estas compras de material científico-escolar, las únicas adquisiciones, por cierto, que constan a cargo de la cátedra de Psicología, Lógica y Ética en casi cien años de memorias anuales desde 1847, la moderna psicología de la percepción y la psicofísica, precedentes directos de la psicología de la Gestalt, parecían abrirse paso en el Instituto oscense. Las memorias correspondientes a los cursos 1914-1915 y 1915-1916 incluyen entre el material adquirido un armario de dos cuerpos con cristales para custodiar «19 aparatos silogísticos», «15 figuras de Müller Syer, dos figuras de ilusión de contraste, dos segmentos de corona, cuatro figuras ilusiones geométricas, cuatro discos demostración Ley Weber, una figura demostración radiaciones positivas, una pieza figura de Lippe» (AHPHu, I/01037).

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Sospechamos que nunca llegaron a ser utilizados en la cátedra del monegrino.

Su relación con Manuel López Bastarán, Ángel Fernández Enciso y Juan Pablo Soler, por citar a los tres directores con los que hubo de convivir más tiempo, nunca fue fácil, en especial a partir del desembarco en el claustro de tres jóvenes y activos presbíteros (además de los citados Juan Placer y el catedrático de Historia Natural Eugenio Aulet, el profesor de Religión Ramón Santafé) con quienes su posición de heredero se vio extraordinariamente reforzada. Recuérdense a este respecto el lamentable episodio de su expediente sancionador por abandono del servicio en 1900 y el escándalo por el discurso del gobernador Wenceslao Retana en 1902, ambos compartidos con Aulet, y tantos otros sucedidos que han ido refiriéndose o que se referirán.

Como ya se ha apuntado, en el Instituto vivió sus años de mayor protagonismo durante la primera década del siglo. La incorporación de Gabriel Llabrés a la cátedra de Geografía e Historia en 1902 le permitiría no solo participar activamente en eventos públicos importantes como el homenaje a Cervantes de 1905, sino también involucrarse en la puesta en marcha de la Revista de Huesca —publicación bimestral dedicada a la erudición histórica, relevante empeño personal del catedrático mallorquín—.252 Allí coincidiríacon su colega Luis Buil, con su exalumno e incondicional discípulo de Llabrés Pedro Aguado, con su amigo el joven presbítero Gregorio García Ciprés y con el montisonense Mariano de Pano y Ruata, erudito y académico de la Historia, conmilitón y a la sazón presidente de la Liga Católica de Aragón, entre otros.

Por lo demás, en el claustro oscense se destacó siempre por la defensa de posiciones claramente ultramontanas, en particular en todo lo referido a las diversas polémicas que se suscitaron con la autoridad episcopal alrededor de las celebraciones totapulchristas (recuérdense el episodio del veto a Juan Placer en 1908 y el largo y un tanto esperpéntico contencioso de la llave de la capilla de San Úrbez). En todas ellas Castejón se manifestó siempre de parte de la autoridad eclesiástica, matizando, aunque nunca contrariando seriamente, el celo corporativo de los Romeo, Fernández Enciso, Mur o Del

252. Gregorio Castejón Ainoza fue uno de los casi ochenta suscriptores de aquella efímera (1903-1905) pero significativa publicación del regeneracionismo oscense, en cuya nómina puede rastrearse una parte de lo que podríamos llamar clases medias ilustradas de la Huesca de principios de siglo. Su participación como autor se redujo a un artículo titulado «Noticias históricas sobre la villa de Castejón de Monegros», que apareció en dos entregas —en dos números consecutivos correspondientes a 1904 (t. I, n.os 4 y 5)— y que se limitaba a transcribir, sin mayor interés, el pleito que esta villa mantuvo con su vecina Sariñena en el siglo XVI

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Arco.253 De temperamento firme y modales ásperos y autoritarios (en esto también se parecía a su colega Ventura), el monegrino mantuvo una actitud muy intransigente cuando se trataba de censurar comportamientos inadecuados de alumnos, tanto individuales como colectivos (así ocurrió por ejemplo con motivo de la huelga de alumnos que se desencadenó en diciembre de 1913, tal como había sucedido en otras provincias, poco antes de las vacaciones de Navidad). La misma postura adoptaba con sus compañeros de claustro, en especial si se trataba de profesorado auxiliar poco afín a su manera de pensar (los fugaces pero ruidosos enfrentamientos con Anselmo Gascón de Gotor o con Mariano Martínez Jarabo, a la sazón director de El Diario de Huesca, en los últimos años de la dirección de López Bastarán fueron bien elocuentes). Por el contrario, se convirtió en el máximo defensor del atrabiliario auxiliar Mariano Casas, hijo del antiguo catedrático y conmilitón suyo Serafín Casas y Abad, durante la larga tramitación del expediente que le fue incoado, ello pese a las gravísimas acusaciones y a los problemas que su comportamiento en la cátedra vino ocasionando en el Instituto particularmente desde 1908.254 Como ya se dijo, la llegada a Huesca de Gabriel Llabrés y luego la de Ricardo del Arco fueron un acicate para que Castejón, un tanto alejado de la política activa, dedicara buena parte de su tiempo a labrarse un nuevo espacio de influencia en la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, a la que se incorporó en 1911, cuando ya era académico

253. Este último, auténtico urdidor en la sombra del resurgir de las levíticas tradiciones sertorianas, especialmente desde su temprano nombramiento, en 1912, como cronista oficial de Huesca. Del Arco llegó a la ciudad, destinado al archivo de Hacienda, en 1908 y no se incorporó a la plantilla de profesores auxiliares del Instituto hasta 1914.

254. Como ya referimos en el capítulo anterior, el caso desembocó en un consejo de disciplina convocado inicialmente para depurar las responsabilidades de cinco alumnos que habían sido denunciados por Casas por faltas de respecto y mal comportamiento en su clase de Agricultura. El consejo terminó por convertirse en el desencadenante definitivo de la incoación de un expediente de incapacidad para el propio Mariano Casas, al mismo tiempo que estableció diferentes correctivos para los alumnos encausados —castigos, por cierto, que fueron levantados meses después—. La reunión tuvo lugar durante una larga sesión extraordinaria de claustro, celebrada el 8 de marzo de 1921 (AHPHu, I/600) bajo la dirección de Martínez Jarabo, cuya acta fue detalladamente redactada por el secretario y catedrático de Historia José Gaspar. Los alumnos acusados, estudiantes de sexto curso, eran Manuel Sender Garcés, Paulino Negueruela Fernández, José María Mairal Aquilué, Fidel Lapetra Iruretagoyena y Cándido Calvo Ulluel. Fueron convocados a testificar, entre otros, Francisco Francoy Palacín, José March Amella, Eloy Martínez Velilla y Enrique Biarge Anoro, y, «trasladado el Consejo a otro local, fue llamada la alumna Srta. María Estropá Pueyo», así como «la Srta. Vicenta Negueruela Fernández». A la vista de esta nómina, seguro que al lector avisado no le faltarán razones para confirmar la idea de que el Instituto, en efecto, era el espacio donde se formaban las elites de la ciudad y la provincia.

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La banda de música del Regimiento Valladolid posando en los años veinte en el patio del Instituto de Huesca, frente a la cátedra número 1, dedicada a Latín y Lengua Castellana. (Foto: Ildefonso San Agustín. Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca)

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correspondiente de la Academia de la Historia, junto a Ricardo del Arco, que actuaría como secretario, y el joven abogado conservador Lorenzo Vidal Tolosana (1883-1948), que llegaría a ser diputado a Cortes por la CEDA en 1936 y antes, en 1933, por la candidatura oscense de Unión de Derechas (Azpíroz, 1993). En 1918 se constituyó una nueva junta con Castejón como presidente; el canónigo, archivero de la catedral y director del Seminario Higinio Lasala Borderas (1867-1928) como vicepresidente; el arcediano, y hermanísimo del obispo, Miguel Supervía como vocal conservador, y de nuevo Ricardo del Arco como vocal secretario. Un año más tarde se incorporaron a la comisión otros dos profesores del Instituto, Luis Mur Ventura y Anselmo Gascón de Gotor, además del arquitecto Francisco Lamolla.

El mandato de Castejón como presidente de esa junta se fue renovando hasta 1924. La presencia del catedrático en la gestión del patrimonio y de la cultura, esa particular esfera del regeneracionismo local que tuvieron bajo su control los elementos clericales y sus aliados eruditos del Instituto con el beneplácito de las elites políticas oscenses, se vio reforzada con la vicepresidencia de la comisión organizadora del II Congreso de Historia de la Corona de Aragón, celebrado en 1920 en los locales del Instituto oscense —una vez más, con la compañía del ubicuo Ricardo del Arco, que oficiaría de secretario general ejecutivo del acontecimiento, como tendremos ocasión de conocer con algún detalle en el capítulo siguiente—.

La renuncia y posterior traslado a Zaragoza del catedrático de Agricultura Juan Pablo Soler, que había sido director desde 1908, en junio de 1919 generó en el Instituto la sucesión de dos breves mandatos a cargo de dos claustrales que se encontraban frisando la edad reglamentaria de jubilación. El primero fue Mariano Martínez Jarabo, que ocupó la dirección entre el 2 de julio de 1919 y el 21 de noviembre de 1921; el segundo, Gregorio Castejón, que solo lo hizo por espacio de dos meses, pues, elegido director el 24 de diciembre de 1921, a sus setenta y cinco años y con la salud quebrada, fue finalmente jubilado el 24 de febrero del año siguiente, tras treinta y cinco años de servicio —treinta y tres en el Instituto oscense—.255 La elección de Castejón trajo consigo la dimisión del vicedirector Narciso Puig Soler, que fue sustituido por el catedrático de Geografía e Historia José Gaspar Vicente —muy bien relacionado con Castejón—, y el nombramiento del recién llegado catedrático de Latín Antonio Roca Várez como secretario. En

255. Con anterioridad su nombre había aparecido en la terna constituida para designar director en tres ocasiones: tanto a la muerte de López Bastarán, en 1907, como a la de Fernández Enciso, en 1909, había obtenido solo un voto, y dos con ocasión de la renuncia de Juan Pablo Soler.

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su último acto oficial en el Instituto, el propio Castejón «expuso su sentimiento por la jubilación forzosa, lo cual le había de privar del gusto de seguir frecuentando» el centro y «alternar con sus dignos compañeros a quienes consideraba como su segunda familia». En nombre de todos —solo consta esta intervención en el acta—, fue el neófito catedrático que oficiaba como secretario, Roca, quien propuso que, «para premiar los buenos servicios que por espacio de dilatados años» había venido prestando Gregorio Castejón a la enseñanza oficial, «se acordara solicitar del Gobierno el ingreso del catedrático en la Orden Civil de Alfonso XIII» y se colocara un retrato suyo en la «galería de directores» del Instituto. «Así se acordó por unanimidad».256 No tenemos noticia de que ninguno de los dos homenajes propuestos llegara a producirse; eso sí, Castejón, en calidad de catedrático jubilado, siguió siendo invitado a las sesiones de claustro con voz pero sin voto. Acaso, en el fondo, se trataba solo de «alternar».

256. Los entrecomillados están extraídos del acta de la sesión de claustro ordinario celebrada el 14 de marzo de 1922 (AHPHu, I/600).

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UN PERIODISTA (Y DIARISTA) EN EL INSTITUTO (Zaragoza, NURO – Huesca, NVOR)

Nacido en una familia de menestrales zaragozanos, Mariano Martínez Jarabo realizó el bachillerato en el Instituto de Zaragoza y cursó la licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de la misma ciudad, donde obtuvo el grado con calificación de sobresaliente y premio extraordinario en 1878. Dotado de una sólida formación filológica y latinista,257 que aplicó con rigor a la enseñanza racional del francés como lengua viva, y de una insaciable curiosidad que lo llevó a documentarse y escribir sobre materias muy diversas —científicas, políticas, artísticas—, Martínez Jarabo poseía el bagaje adecuado para dedicarse de manera excelente —y moderna— al periodismo, actividad en la que sin ninguna duda descolló con brillantez y que hubo de compaginar con la docencia tanto en la enseñanza oficial como en la privada, en la segunda enseñanza y en las escuelas normales de maestros primarios. Se casó en primeras nupcias con la zaragozana María Consolación Gil Moliner, fallecida en Huesca en 1898, con la que tuvo dos hijos, José María y Victoria. En 1901 contrajo matrimonio con la oscense Elvira Bara Echeto, hija de Mariano Bara, profesor y director de la Normal de Maestros oscense, con quien tuvo cuatro hijas, Asunción, Pilar, Elvira y Concepción, y un hijo, José Antonio. Asunción Martínez Bara (1904-1959) llegó a desarrollar una brillante carrera como bibliotecaria e investigadora, tristemente truncada por la dictadura, que la devolvió a su infausta e imperial Huesca natal, y por una muerte prematura. Obtuvo el bachiller con espléndidas calificaciones en el Instituto oscense en 1916 (fue una de las pioneras), se licenció en Letras por la Universidad zaragozana en 1923 y trabajó durante

257. Sabemos que llegó a publicar un Estudio crítico de las obras de Marco Fabio Quintiliano y un opúsculo titulado Origen del lenguaje

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cuatro años como profesora aspirante de Latín y bibliotecaria en el InstitutoEscuela madrileño, donde colaboró estrechamente con el catedrático de Lengua y Literatura Samuel Gili Gaya.258 Este último, que había sido destinado al Instituto de Huesca durante el curso 1919-1920, mantuvo desde entonces una relación muy cordial con la familia Martínez Bara. Más tarde Asunción ingresó en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos en 1930 y fue destinada a la Biblioteca Nacional de España antes del estallido de la guerra.259 Por su parte, José Antonio Martínez Bara (1916-2003) fue un notable medievalista y trabajó incansablemente como funcionario del Archivo Histórico Nacional, primero como jefe de la sección de Inquisición y a partir de 1969 como subdirector.260

Antes de recalar en Huesca, Mariano Martínez Jarabo hubo de buscar trabajo en colegios de enseñanza privada de diversas provincias españolas. Entre 1881 y 1883 lo encontramos en el Colegio Quintilianense de Calahorra —incorporado al Instituto Provincial riojano—, donde explicó diversas materias de Letras y llegó a ser director. De ahí pasó al Colegio de Segunda Enseñanza de Villafranca del Bierzo, asignado al Instituto de León, y en

258. Nacido en Lérida en 1892, estudió en la Universidad de Madrid. Fue alumno de Ramón Menéndez Pidal y trabajó desde 1916 en el Centro de Estudios Históricos, donde colaboró con Tomás Navarro Tomás en trabajos de fonética y lexicografía. Huesca fue su primer destino como catedrático, aunque muy pronto pasó al recién creado Instituto-Escuela de Madrid y allí ejerció la docencia hasta la guerra. Después sufrió suspensión de empleo y traslado forzoso al Instituto de Torrelavega. Fue reclamado por Dámaso Alonso para el Instituto Nebrija del CSIC y regresó a Madrid en 1946. Miembro de la Real Academia Española desde 1961, está considerado, además de como un gran lexicógrafo, como uno de los grandes renovadores de la enseñanza de la lengua y la literatura españolas. Falleció en 1976.

259. En 1938 la Gaceta publicó su nombramiento como bibliotecaria del Instituto Obrero de Valencia. Acabada la Guerra Civil, sufrió un proceso de depuración, quedó con la mitad de su sueldo y fue destinada como facultativa bibliotecaria en la Biblioteca Pública y el Museo Numantino de Soria. Finalmente, en 1949 regresó a su tierra en calidad de directora de la Biblioteca Pública, del Archivo Histórico Provincial y del Archivo de la Delegación de Hacienda de Huesca. A partir de ese momento su trayectoria quedó vinculada a su ciudad natal. Fundó el Centro Coordinador de Bibliotecas de la provincia y, entre otras cosas, fue autora de una obra sobre Archivo Histórico Provincial de Huesca, además de participar de manera activa en la creación y el desarrollo del Instituto de Estudios Oscenses (IEO) hasta su temprano fallecimiento. En el marco de esta institución franquista resulta expresiva la necrológica que le dedicó el erudito local Federico Balaguer (1959). Sobre la institución es imprescindible la obra de Domper (2010). 260. En Madrid, durante sus años de formación universitaria fue discípulo de Sánchez Albornoz y Millares Carlo. Fue miembro destacado de la Federación Universitaria Española (FUE) y tras la guerra, que lo sorprendió en Huesca, donde fue movilizado, combatió al lado del bando rebelde. Terminada la contienda, compatibilizó su trabajo en el Archivo Histórico Nacional con sus clases como profesor en el elitista Colegio Estudio, epígono emboscado —y tolerado— del institucionismo en el Madrid franquista. Allí coincidió con el citado catedrático zaragozano Miguel Catalán Sañudo —entre otros—, que estaba casado con Jimena Menéndez-Pidal, una de las directoras del colegio (las otras eran Ángeles Gasset y Carmen García del Diestro).

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el curso siguiente, 1884-1885, ejerció como profesor y secretario del Colegio Real de El Escorial —incorporado al Cisneros de Madrid—, en el que impartió clases de Latín y Castellano y de Psicología, Lógica y Ética. Finalmente, entre 1885 y 1887 fue director del Colegio de Segunda Enseñanza de Olivenza —dependiente del Instituto de Badajoz—, y allí enseñó Francés, Historia Universal y Psicología.

La temprana jubilación, en 1885, de Víctor Kolly motivó a Martínez Jarabo a concursar al puesto de catedrático sustituto de Francés en el Instituto oscense, que finalmente obtuvo por Orden de la Dirección General de Instrucción Pública de 25 de mayo de 1887. Así, tras seis años de itinerancia y trabajo precario, inició su carrera en la enseñanza oficial, se instaló de manera definitiva en la ciudad de Huesca y se incorporó al claustro de su Instituto, primero en calidad de sustituto y a partir de 1903 —tras el fallecimiento de Kolly— como profesor ayudante de la sección de Letras. Su continuidad en el establecimiento oscense hasta su jubilación —que tuvo lugar en 1922— únicamente se vio interrumpida durante los seis años, de 1909 a 1915, en los que hubo de trasladarse con toda su familia a su destino en Toledo tras superar las oposiciones a la cátedra de Francés en el Instituto de aquella ciudad castellana. En Toledo conjugó sus clases en el Instituto con la enseñanza de Francés en las dos escuelas normales de la ciudad, con lo que llegó a superar las veinticinco horas de clase a la semana, más del doble de lo que era usual en la dedicación lectiva de un catedrático de instituto.

Como en tantos casos, no le había sido nada fácil al zaragozano ganar las oposiciones a cátedra: opositó sin éxito —aunque en muchas ocasiones quedó entre los aprobados sin plaza— en las convocatorias de 1885, 1888, 1895, 1896, 1898 y 1906. En la de 1906 salió finalmente a concurso la cátedra vacante en el Instituto de Huesca, al parecer también apreciada por el aspirante Antonio Machado Martínez. Las circunstancias hicieron que la plaza oscense fuera ocupada en buena lid por un tercero, Eumenio Rodríguez, lo que llevó al joven sevillano a su cátedra soriana y dejó al ya más que maduro Martínez Jarabo con la miel en los labios.261 Así las cosas, fue

261. La consulta de la documentación relativa a las oposiciones incluida en el expediente de este catedrático de Francés custodiado en el AGA reviste gran interés y revela entre otras cosas el elaborado concepto que el aspirante tenía de la utilidad social y educativa de la disciplina y de su método de enseñanza (en línea con el criterio dominante en la enseñanza de las lenguas vivas a finales del siglo XIX, Martínez Jarabo era muy crítico con el uso de los tradicionales métodos de Johann Franz Ahn y Heinrich Gottfried Ollendorff). Así, escritas con caligrafía excelente, en español y en francés, se conservan hasta cinco memorias de oposición precedidas de los consabidos razonamientos en defensa del programa y, a modo de complemento para las oposiciones de 1909, dos cuadernos de tapas de hule que contienen respectivamente un «Trabajo de doctrina de Gramática Francesa» y un «Programa de lengua Francesa».

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en la convocatoria de 1909, con cincuenta y siete años cumplidos, en la que nuestro personaje accedió por fin a la condición de catedrático numerario de Francés del Instituto manchego (Real Orden de 26 de mayo).

Antes de su etapa toledana, durante casi veintidós años, desde 1887 hasta 1909, Martínez Jarabo fue profesor sustituto y ayudante en el Instituto de Huesca, responsabilidad que compatibilizó durante dos años, de 1899 a 1901, como profesor especial de Francés de la Escuela Normal oscense. Obligado por las circunstancias familiares y por unos sueldos que no superaban las 1500 pesetas anuales en el caso del Instituto y las 1000 en el de la Normal, se vio obligado a trabajar en la enseñanza privada. Entre 1897 y 1900 estuvo impartiendo clases, preparatorias y de ampliación de la segunda enseñanza, en la Academia Sertoriana —singular iniciativa, la única laica en su género, que pusieron en marcha sus jóvenes amigos Gaspar Mairal, Ramón Mayor y Matías Chías, entre otros, todos ellos antiguos alumnos del Instituto— y a partir de 1903 en el menos laico Colegio de San José, dirigido a la sazón por Luis Mur Ventura. Sin duda fueron años de trabajo docente extenuante.

Con todo, desde su llegada a Huesca, que —preciso es recordarlo— se produjo algunos años antes del arrollador triunfo del camismo, Martínez Jarabo hizo compatible su profesión docente con su vocación y pasión periodística, suponemos que a costa de no pocos sacrificios personales suyos y, sobre todo, de su compañera, madre de numerosa prole. Como hemos ido analizando, muchos catedráticos de segunda enseñanza sucumbieron a la tentación de poner su firma al servicio de la prensa escrita, incluso a la de promover de manera más o menos directa o efímera empresas periodísticas de variada naturaleza y alcance (los casos de Puzo, Placer y Llabrés son ilustrativos al respecto), a tal punto que podría afirmarse que este tipo de actividad constituyó una de las prácticas sociales —tomas de posición o esquemas de acción propios de un estilo de vida— a través de las cuales los catedráticos intervinieron activamente en el proceso de institucionalización de la cultura burguesa mientras estuvo vigente el modo de educación tradicional elitista. El caso de Mariano Martínez Jarabo fue, en mi opinión, diferente, por cuanto para él la prensa no fue solo un espacio donde proyectarse y hacerse visible socialmente, sino que se convirtió también en un medio de vida y, en la medida en que es posible afirmarlo, en una labor profesional, y ello por más que el clásico prontuario de Ossorio y Bernard (1903: 260) dedique al zaragozano una lacónica voz de apenas tres líneas de extensión.

Martínez Jarabo llegó a Huesca, al claustro del Instituto dirigido por el pragmático López Bastarán, en uno de los momentos de máxima tensión

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política local, en los que El Diario de Huesca, bastión del camismo, afrontaba en solitario batallas de papel —y otras menos nobles y más cruentas— contra El Norte de Aragón (primera época, 1882-1891), periódico monárquico y dinástico, liberal y conservador financiado por el pidalista Joaquín Sánchez de Toca y dirigido por el escritor oscense Ángel Quintana Lafita (1865-1954) —un vehemente católico, prócer de la buena prensa, que en 1902 fundaría en Santander El Diario Montañés—, y sobre todo contra La Brújula (1886-1990) —del ya mentado Pascual Queral Formigales—, órgano del liberalismo sagastino aunque muy pronto convertido en vocero y animador de la ya citada Coalición Administrativa, una especie de monstruo de Frankenstein político que tuvo el acierto de concitar todas las voluntades anticamistas de la ciudad. No debió de ser sencillo para nuestro recién llegado profesor, de netas convicciones liberales y católicas —seguramente próximo al fusionismo—, situarse en aquel fuego cruzado, máxime en un claustro que, como hemos referido con detalle, se hallaba sumido en un complejo proceso de cambio generacional. Es posible que la presencia en él de una aún influyente facción católica integrista —los Ventura, Vidal, Casas y compañía, reforzados con la llegada de Castejón— lo indujera en enero de 1891 a estampar su firma a favor de la candidatura de Manuel de Llanza y Pignatelli de Aragón, duque de Solferino, jefe regional del carlismo de Aragón y Cataluña, para el distrito electoral de Huesca. En todo caso, queda fuera de duda que bastantes de los firmantes —caso de Martínez Jarabo, aunque también de Anselmo Sopena— de aquella candidatura carlistona, pero sobre todo anticamista y anticaciquil, en modo alguno podían ser considerados siquiera simpatizantes del carlismo.

Sea como fuere, Martínez Jarabo asumió la dirección de El Norte de Aragón en noviembre de aquel mismo año y la mantuvo hasta su desaparición, que tuvo lugar en 1895. Se trataba de un diario que estrenaba cabecera de segunda época y abandonaba su filiación liberal-conservadora para convertirse en conservador a secas —con un cierto tinte regeneracionista, según apostilla Brioso (2000: 69)—. El periódico decía adiós a su primera etapa con un sintomático artículo de portada titulado «Nuestra despedida», seguramente escrito por Quintana, que en puridad era un ajuste de cuentas con el pasado y sobre todo una pública toma de conciencia de los nuevos tiempos que llegaban de la mano del indiscutible triunfo político del posibilismo camista en la provincia. Es posible que en estas líneas encontremos el significado del encargo que nuestro profesor y periodista aceptó complacido:

EL NORTEDE ARAGÓN, que desde el año 1882 venía siendo el paladín más esforzado de la monarquía en esta provincia, suspende hoy su publicación.

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La debilidad en unos, la deslealtad en otros […] han traído a nuestro partido a un grado tal de postración, del que difícilmente se levantará.

[…]

[…] EL NORTEDE ARAGÓN ha cumplido con su misión.

El éxito no ha correspondido a sus esfuerzos […].

Queríamos conservar esta provincia para la monarquía […]; sus gobiernos, lo mismo liberal que conservador, no lo quieren así, cegados por una gran alucinación.

De hoy más que nunca, la nave de la política provincial boga viento en popa hacia las costas republicanas.

[…]

Ha perdido la monarquía una de sus mejores provincias: acepte cada cual la responsabilidad que le quepa […].

Nosotros, muy tranquilos y satisfechos, nos retiramos al nuevo Covadonga, huyendo del moderno vandalismo que todo lo arrolla. (El Norte de Aragón, 3 de noviembre de 1891, p. 1)

El cierre de El Norte de Aragón animó a Martínez Jarabo a entablar contactos con El Diario de Huesca. Recordemos que en 1897 lo vemos formando parte del profesorado adscrito a la Academia Sertoriana, iniciativa del joven abogado camista Gaspar Mairal, y que ese mismo año el propio periódico, en un suelto titulado «Colaboración agradecida», se hacía eco del arribo a la redacción del periódico de algunos escritos suyos:

El Sr. D. Mariano Martínez Jarabo […] se ha dignado enviarnos varios artículos y sueltos sobre materias científicas e instructivas, de conocimientos muy útiles en agricultura, ciencias, artes e industria y de novedades y ensayos experimentales, que publicaremos con toda la frecuencia posible en esta misma sección. Nos favorece, y lo agradecemos muchísimo, la ilustrada, espontánea y deferente colaboración de profesor y periodista tan competente y apreciable. (El Diario de Huesca, 13 de febrero de 1897, pp. 12-13)

Así fue como en 1898 se convirtió en el director del periódico más importante de la provincia, un cargo que desempeñó hasta agosto de 1907, cuando los menesteres docentes y la preparación de oposiciones pasaron a ocupar el centro de su atención. Lo sustituiría Salvador M. Martón,262 otro

262. Como anticipamos al hablar de Ángel Fernández Enciso, Martón, prolífico escritor y periodista que dirigió El Diario de Huesca entre agosto de 1907 y junio de 1910, redactó un incisivo artículo —titulado «Compás corto de espera» y publicado en la edición del 28 de noviembre de 1907— con ocasión de la toma de posesión como canónigo de Miguel Supervía Lostalé, hermano del obispo, arcediano y secretario particular, en el que entre otras lindezas se explayaba glosando la ineptitud y la procacidad del presbítero, que, por otro lado, eran vox populi. Supervía denunció ante el juzgado a Martón por injurias y tras un largo proceso se le

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periodista «de raza», al decir del gobernador Wenceslao Retana (1907), que había sido brillante alumno del Instituto a mediados de los ochenta. En aquella Infundia resignada de los años centrales de la pax camista, llegar a ser director de El Diario por antonomasia —y sin rival, pues todos los demás noticieros fueron sencillamente fulminados o se eclipsaron uno tras otro frente al poder del gigante— no era un asunto baladí en absoluto, como analiza con perspicacia Juan Carlos Ara (2000: 15):

Lo que no se veía en la superficialidad del periódico […] era la intrincada red de relaciones de interés que confluía en la redacción de El Diario de Huesca. En su mesa se repartieron destinos, comisiones, fondos de reptiles, se muñeron alcaldías, se castigó con ceses, se urdieron conspiraciones […], cayeron diputados provinciales, fueron falsificadas actas de elección […], se señalaron gratos y non gratos

Hasta qué punto nuestro catedrático fue muñidor, partícipe o mero conocedorde tantas tropelías o se limitó a gestionar la redacción y a seleccionar y modelar los contenidos del periódico —esa característica mixtura de informaciones políticas, actualidades y chascarrillos banales que tanto contribuyeron a construir la imagen que las elites (lectoras) oscenses desearon tener de sí mismas y de la ordenada ciudad donde vivían— es una pregunta cuya contestación escapa, lógicamente, a los propósitos de estas líneas. Lo cierto es que en no pocas ocasiones las noticias, las gacetillas y los comentarios denigratorios contra los enemigos del camismo aparecidos en El Diario, en especial los referidos al sector ultramontano con representación en el profesorado del Instituto, estuvieron a punto de costarle un serio

consideró culpable de los cargos y fue condenado a un mes y once días de arresto mayor —que hubo de cumplir entre el 8 de marzo y el 28 de abril de 1910, pues tenía antecedentes penales por otra querella profesional anterior— y al pago de una indemnización de 500 pesetas más las costas. Ciertamente fue un episodio lamentable y elocuente de las relaciones de poder presentes en aquella Huesca tan levítica y ordenada. El Diario fue obligado a publicar en su edición del día 21 de marzo de 1910 la sentencia completa, un documento que merece la pena leer en el contexto en que fue producido, que no es otro que el del Gobierno liberal y reformista de José Canalejas, el mentor de aquella tibia legislación destinada a mitigar la abrumadora confesionalidad del Estado que ha pasado a la historia con el infame sobrenombre de Ley del Candado y que precisamente estaba empezando a tramitarse en aquellos meses. Salvador M. Martón dejó la dirección del periódico a principios de aquel tórrido verano de 1910 y lo sustituyó en el cargo otro profesor del Instituto, Anselmo Gascón de Gotor, flamante auxiliar numerario de Dibujo, célebre pintor de probada solvencia liberal y profundas convicciones católicas —muy unido a su hermano Pedro, conocido sacerdote y escritor zaragozano fallecido en 1907— y, además de amigo personal de Mariano Supervía, bien relacionado, a través de la Comisión Provincial de Monumentos, con los Castejón, Mur y Del Arco. Y es que El Diario de Huesca, no cabe duda, era mucho más que un diario.

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disgusto a nuestro por aquel entonces precario profesor sustituto de cátedra. En 1903, con ocasión de su designación como profesor auxiliar del Instituto tras el deceso de Víctor Kolly, el catedrático Luis Buil consideró públicamente que el nombramiento de Martínez Jarabo como auxiliar especial de Lenguas Vivas debía realizarse con una condición:

que en lo sucesivo se abstenga de molestar a ninguna personalidad de este Claustro en el periódico que dirige en esta población […], pues a la primera reincidencia en este punto, tomaría el dicente iniciativa para formarle un acta de honor y remitirla a la superioridad pidiendo la expulsión del Claustro de dicho individuo.

La andanada fue proferida en la sesión ordinaria de claustro del 17 de febrero de 1903,263 en la que no estaba presente el aludido, pero sí personas tan significadas como el por entonces profesor auxiliar del Instituto José Fatás Bailo.

Lo sorprendente —solo hasta cierto punto, pues la sombra de la solidaridad corporativa con frecuencia se convierte en la razón más poderosa— es que, tras las palabras de Buil, no solo su cuñado, Gabriel Llabrés, sino también Ángel Fernández Enciso manifestaran su total acuerdo con la propuesta del químico zaragozano. Le faltó tiempo a Gregorio Castejón —auténticoprotagonista del caso y receptor de las molestias— para tomar la palabra y opinar:

en su concepto debe desestimarse toda moción que tienda a que el señor Jarabo continúe perteneciendo a este Claustro bajo cualquier concepto que sea, por creerle indigno de pertenecer a él a causa de los conceptos malsonantes que en periodo de su dirección se han escrito contra el Sr. Rector y contra algunos compañeros muy dignos de este mismo Claustro.

El propio López Bastarán, apoyado por otros profesores presentes, hubo de zanjar el tema quitando toda importancia a las reyertas personales por cuestiones políticas, subrayando los dilatados y buenos servicios que Martínez Jarabo había prestado al Instituto y, en definitiva, rechazando la condición que Buil había propuesto para su nombramiento.264

263. Las citas están extraídas del acta (AHPHu, I/867). Gabriel Llabrés mantenía la misma actitud y, de hecho, no dudó en comunicar el caso a su valedor en Madrid, Antonio Maura, reproduciendo el típico proceder de las querellas caciquiles. En la Infundia camista y en la España maurista estos eran los usos y los procedimientos para dirimir los empleos públicos. 264. Otro episodio muy semejante, bajo la dirección de Fernández Enciso, fue protagonizado, esta vez directamente, por Castejón el 20 de abril de 1907 (véase el acta de la sesión de claustro en AHPHu, I/597). Don Gregorio enarboló el artículo 9 del Reglamento de Institutos,

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El traslado de Martínez Jarabo y su familia a Toledo en 1909 y su ausencia de Huesca durante casi seis años marcó el final de una etapa de la vida de nuestro ya añoso catedrático, en particular en lo que se refiere a su vocación periodística, que abandonaría para siempre. Aunque fueron frecuentes sus visitas a la ciudad del Isuela, sobre todo en las vacaciones navideñas y estivales, tal como recogieron puntualmente las gacetillas de El Diario, la Huesca que encontró en 1915, a su incorporación a la cátedra de Francés, si bien en muchos aspectos seguía siendo la misma Infundia que dejó, había conocido algunos cambios significativos —entre otros uno nada menor, la desaparición de Camo, fallecido en 1911, cuya herencia, no obstante, parecía ser gestionada con eficacia y mano firme, garante de la estabilidad del cacicato, por el autodenominado Directorio Liberal—. 265 Durante los siete años que transcurrieron entre su retorno a Huesca y su jubilación, don Mariano desarrolló una intensa actividad docente como catedrático en el Instituto y también, desde mayo de 1916, como profesor especial de Francés en la Escuela Normal oscense.

Tampoco disminuyó —ni desatendió— su actividad y su proyección públicas. En el plano político, fiel a sus ideas, a su antigua militancia y a su afinidad personal con los miembros del Directorio Liberal, en noviembre de 1917 aceptó formar parte de la candidatura municipal, en el contexto de la profunda crisis del bipartidismo —y del Estado liberal restauracionista en su conjunto—, que en la provincia oscense habría de traducirse en un lento ocaso del camismo y en un progresivo rearme de las derechas, como ya hemos comentado. Martínez Jarabo fue proclamado concejal e incluso llegó a ejercer de alcalde temporalmente, durante poco más de un mes —entre el 19 de septiembre y el 5 de noviembre de 1918—, coincidiendo con el momentoálgido de la epidemia de gripe que afectó a la ciudad. Por lo que se refiere al Instituto, en mayo de 1919, tras la renuncia a la dirección por enfermedad del carismático Juan Pablo Soler, aceptó formar parte de la terna constituida para reemplazarlo. Votada en claustro por mayoría su candidatura, el 17 de junio se hizo oficial su nombramiento como director del Instituto, cargo que, como ya se comentó, ocupó hasta el mismo día de su jubilación

referente al respeto y el compañerismo que deben regir el comportamiento entre catedráticos y profesores, para condenar los frecuentes ataques que en «sueltos sin firma» de «cierto diario» recibía de «un Ayudante del Centro». En esta ocasión fue Anselmo Gascón de Gotor quien salió en defensa de Martínez Jarabo argumentando que el director de un periódico no tiene por qué ser autor de todo lo que en él se publica.

265. El Directorio poscamista estaba constituido por cuatro destacados caciques históricos de la provincia: el senador Julio Sopena y los diputados provinciales Domingo del Cacho, Manuel Batalla —propietario— y Gaspar Mairal —abogado— (Trisán, 1983; Frías y Trisán, 1987).

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(21 de noviembre). Su designación fue considerada por El Provenir, el periódico de Manuel Bescós Almudévar, Silvio Kossti (1866-1928),266 como un triunfo indiscutible del llamado Directorio del Partido Liberal, un extremo que fue rechazado en claustro extraordinario por los catedráticos Pedro Romeo, Benigno Baratech y el propio Martínez Jarabo, que argumentaron que nada habían tenido que ver la política ni el Partido Liberal en esa elección.267 En el poco más de un curso escolar en que estuvo al frente del Instituto —con los catedráticos Narciso Puig como vicedirector y José Gaspar como secretario— hubo de afrontar un considerable aumento de las protestas de alumnos y familias contra el auxiliar de Ciencias Manuel Casas Soler, pues su comportamiento público, su aspecto desaseado y sus reacciones del todo inconvenientes, como se recordará, trascendieron abiertamente por toda la ciudad. Martínez Jarabo acabó tramitando un expediente de incapacidad por enajenación mental cuya resolución llegó al final de su mandato.

Al igual que su coetáneo y antagonista en tantos campos y sentidos Gregorio Castejón Ainoza, Mariano Martínez Jarabo fue director del Instituto oscense en sus últimos meses de servicio como catedrático. Ambos fueron filólogos de formación —uno especialista en lenguas muertas y el otro en lenguas vivas— y ambos también tuvieron en sus manos, por poco tiempo y desde atalayas contrarias, el bastón de mando de la ciudad. Se jubilaron

266. Manuel Bescós Almudévar, hijo de una acomodada familia carlista oscense, se dedicó a sus negocios empresariales pero también a la creación periodística y literaria (es muy notable su primera novela, Las tardes del sanatorio, de 1910, por la que fue excomulgado). Mantuvo una intensa amistad con Joaquín Costa, pese a ser veinte años más joven que él, que marcó su actividad pública y su círculo de relaciones. El epistolario de la correspondencia que intercambiaron fue estudiado y publicado por Cheyne (1979). Liberal, republicano, anticamista y anticlerical, Bescós fue por encima de todo un regeneracionista, o, mejor, un costista en el sentido amplio y completo de la palabra —como lo fue en buena medida Ramón Acín, de quien también fue amigo—. Tras morir Costa (1911) se convertiría en el mejor albacea de su testamento político y protagonizaría la llamada campaña canalista (1912-1914) a favor del proyecto costista de Grandes Riegos del Alto Aragón, en la que confluyeron tantos y tan variopintos intereses y donde empezaron a fraguarse palingenésicas políticas de muy diferente jaez. Fue en ese marco, en 1912, cuando Bescós fundó el diario El Porvenir, que se mantuvo hasta 1923 y que con La Tierra —creado en 1919 por el católico y agrarista Manuel Banzo Echenique— y El Pueblo —editado entre 1932 y 1936— fue uno de los únicos medios capaces de hacer sombra y restar suscriptores al periódicode Manuel Camo y sus sucesores. Manuel Bescós fue un germanófilo neto durante la Gran Guerra y abrazó con entusiasmo el golpe militar de Primo de Rivera, hasta el punto de aceptar su designación como alcalde la ciudad, cargo del que fue cesado apenas cuatro meses después. Sobre la vida, el contexto y la obra de Silvio Kossti véase José-Carlos Mainer (1981) y Nueno (1986); sobre el clima político de sus últimos años, Alcusón (2013) y Azpíroz (1990).

267. Véase el acta de la sesión de claustro del 21 de noviembre de 1921 (AHPHu, I/599).

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como directores en sendas sesiones extraordinarias de claustro con tan solo cuatro o cinco meses de diferencia —Martínez Jarabo en noviembre de 1921 y Castejón, como se recordará, en marzo de 1922—; sin embargo, las actas manuscritas que reflejaron lo ocurrido en aquellos momentos, el clima y las intervenciones de los presentes fueron tan diferentes entre sí como, posiblemente, la memoria colectiva de su paso por aquel establecimiento. Esto es lo que el catedrático de Geografía e Historia y secretario José Gaspar Vicente hizo constar el día en que se jubiló Martínez Jarabo:

D. José Gaspar propuso que a fin de dar una prueba de cariño al Sr. Martínez Jarabo, se solicitara de la Superioridad el nombramiento de Director Honorario de este Instituto, en idéntica forma que se hizo con los catedráticos jubilados Don Bonifacio Íñiguez Íñiguez, D. Eduardo Raboso de la Peña y D. Ernesto Caballero, directores de los Institutos de Mahón, Barcelona y Pontevedra respectivamente, y que por acuerdo del Claustro obtuvieron tal nombramiento después de su jubilación. Dicha proposición fue aprobada sin discusión. El Sr. Baratech, hablando como compañero y como alumno de este Instituto, que lo fue del Sr. Martínez Jarabo, propuso y fue aprobado, que se le despidiese como oscense. En el mismo sentido se expresó el Sr. Mur hablando en nombre de los auxiliares y como alumno que fue del Sr. Martínez Jarabo. El Sr. Monrás, como profesor más antiguo de la casa, abundó en las mismas ideas de homenaje oficial y extraoficial en honor del Sr. Martínez Jarabo […].

Seguidamente fueron leídas dos cartas de adhesión a los homenajes que se acuerden en honor del Sr. Director, de los dos claustrales ausentes: D. Samuel Gili Gaya y D. Enrique Álvarez López. El Sr. Director, emocionadísimo, dio las gracias a todos los presentes y en particular a los ausentes que han tenido un recuerdo tan afectuoso para con él y se levantó la sesión. (AHPHu, I/600, libro de actas de claustro, 21 de noviembre de 1921)

Tras su jubilación, Mariano Martínez Jarabo, uno de los dos únicos directores honorarios del Instituto (el otro fue Juan Pablo Soler), con la salud muy delicada, se retiró de la vida pública hasta su fallecimiento, ocurrido en 1925. LOS

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DEL REGENERACIONISMO, GARANTES DEL CANON: TRADICIÓN Y MODERNIZACIÓN

ÍNDICE

A lo largo los primeros treinta años del siglo XX el campo profesional de los catedráticos de instituto constituyó un gremio de intelectuales privativo del género masculino que mantenía casi intacto su ethos primigenio, quizás con una vida pública más notoria y más volcada, aunque minoritariamente, hacia la investigación especializada. A título de ejemplo expresivo cabe decir que de los escalafones del primer tercio de la centuria salieron dos ministros de Educación, uno de la República —Francisco Barnés Salinas (1877-1947)— y otro del franquismo —José Ibáñez Martín (1896-1969)—, pero también un buen número de diputados a Cortes y numerosos componentes de las corporaciones provinciales y locales. Todo ello confirma y refuerza la vinculación de la historia de estas elites cultas provinciales con la red de poderes de un régimen político liberal parlamentario que, sabiamente, Joaquín Costa definió como resultado de un binomioinherente e irreductible: oligarquía y caciquismo.

Su carácter de elite intelectual y de clase media de la cultura en la sociedad liberal se había ido afirmando a lo largo del siglo precedente, al mismo tiempo que su capital cultural crecía en relevancia respecto al económico,social y familiar heredado, tan importante para la primera generación isabelina. Podemos afirmar que los miembros de esta segunda generación de catedráticos restauracionistas que hemos bautizado del regeneracionismo fueron los auténticos garantes del canon profesional; no en vano buena parte de ellos habían nacido y se habían desarrollado en su seno, pues, más allá de que fueran hijos de bachilleres y licenciados, muchos siguieron la estela profesional de sus propios padres como catedráticos de instituto o de universidad. No faltaron ejemplos de miembros del claustro oscense de ese periodo que compartieron la condición de catedráticos de sus progenitores, como Francisco Cebrián, algunos con servicio en el propio Instituto, como Francisco Romeo Aparicio o Ramiro Ros Ráfales.

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La segunda enseñanza había logrado convertirse en una experiencia fundamental en la estructura del sentimiento de las clases medias y acomodadas españolas y en una de las piezas clave de la construcción de las burguesías nacionales. Aunque en buena medida la adquisición del título de bachillerato seguía siendo una formalidad que corroboraba, mediante papel firmado y oficial, una distinción social preexistente, su valor de cambio era muy elevado en la configuración de las elites de la sociedad liberal por cuanto consagraba la distinción de clase y no solo para los herederos. En consecuencia, el bachillerato era aún el emblema del modo de educación tradicional elitista, y los oficiantes de aquel ritual iniciático, los catedráticos, los indiscutibles guardianes y administradores de aquel carisma civil. Esto resultaba particularmente visible y claro en una sociedad como la de la provincia oscense y su capital, donde la herencia de estructuras y mentalidades agrarias y menestrales muy arraigadas y de larga data estaba todavía muy presente.

Ahora bien, aunque durante el primer tercio del siglo XX se estuviera aún muy lejos de dejar a un lado el carácter elitista del modo de educación, no es menos cierto que al final de ese periodo comenzaron a surgir fenómenos, indicios y desajustes que parecieron poner en cuestión la aparente solidez berroqueña del edificio escolar erigido con el Plan Pidal, unos procesos que resultan incomprensibles al margen de los profundos cambios que España y Europa, en el contexto mundial, experimentarían de la mano del desarrollo desbocado del capitalismo industrial, el imperialismo y la imparable irrupción de las masas obreras y campesinas en la vida social y política del envejecido Estado liberal oligárquico de la Restauración. La crisis finisecular española fue mucho más que la toma de conciencia de las elites acerca de la crisis sistema político canovista: constituyó el inicio de la paulatina y progresiva implosión de un modelo de Estado liberal y de unas formas de dominación tradicionales que naufragaban, desbordadas por graves desajustes económicos, sociales y territoriales, lastradas por un atraso secular y sometidas a la autoridad de instituciones y burocracias arcaicas y anquilosadas. El Estado se veía abocado, en fin, a buscar una salida regeneradora, ya fuera transitando la senda dictatorial, militar o fascista, o la vía democrática, en su versión liberal-burguesa o socialista, en el marco de un mundo en convulsión que empezaba a ser consciente del colapso de los rígidos consensos y de los pactos entre elites que habían alumbrado décadas de progreso, orden moral y concordia internacional en la vieja Europa, un mundo que iba a quedar marcado definitivamente por la Gran Guerra y las revoluciones rusas, heraldos inequívocos del hundimiento de las rancias estructuras decimonónicas, del fracaso de la utopía liberal y del alborear de

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un corto siglo XX que el historiador marxista británico Eric J. Hobsbawm, con toda razón, bautizó como era de las catástrofes

Hasta qué punto y de qué modo todo lo que ocurrió en España y fuera de ella entre 1898 y 1931 tuvo su reflejo y sus implicaciones profundas en la vida de la corporación profesional que nos viene ocupando en estas páginas y en el interior de las instituciones educativas donde desarrollaron su trabajo no es asunto que pueda despacharse de un modo sencillo, y menos todavía en un pequeño, aislado y endogámico establecimiento como el oscense. En todo caso, habría que tener en cuenta tres consideraciones que podrían ayudar a construir una respuesta, habida cuenta de la intrínseca complejidad de la institución escolar como construcción histórica. La primera es que los sistemas escolares de la modernidad liberal-burguesa fueron concebidos como espacios blindados y aislados del mundo, templos del saber valioso y lugares de encierro provistos de una cierta autonomía funcional, y, como tales, resistentes a la acción erosiva de agentes externos. No es menos cierto, empero, que ni los sistemas educativos ni los institutos de segunda enseñanza en particular pudieron quedar al margen o salir del todo indemnes de una crisis que no solo se cernía sobre ellos, sino que los interpelaba de forma sustantiva señalándolos como agentes de cambio y de todo tipo de ensoñaciones palingenésicas. Y, en tercer término, tampoco es menos verdad la probada capacidad de adaptación de la institución escolar de la era capitalista, su singular aptitud para reconciliar lo nuevo con lo viejo integrándolo, fagocitándolo, haciendo que aquello que pudiera amenazar su existencia terminase transformándose en argamasa con que robustecer su cimentación.

Algo de todo ello aconteció en los elitistas institutos de segunda enseñanza españoles entre 1898 y —como mínimo— 1931, más allá de las convulsiones sociales o de los profundos cambios de régimen político que se sucedieron durante el periodo. Pese a lo que muchas veces se afirma y se da por sentado, la dinámica de las instituciones educativas y de sus cuerpos docentes no obedece a la expresa voluntad que impera en los regímenes políticos, incluso en aquellos que, como ocurrió con la dictadura del general Franco, pretendieron arrasar con la tradición liberal dentro de la que se ahormó históricamente el canon corporativo de los catedráticos.

Ya en los amenes de la segunda década del siglo y de forma más clara en la tercera, fueron perceptibles algunos pequeños pero significativos cambios en la normalidad cotidiana y secular del Instituto. A título de inventario, cabría señalar tres tendencias reveladoras: un tímido pero sostenido incremento de la matrícula, especialmente en los cursos bajos, que trajo implícita una ligera diversificación del origen social del alumnado, así como el desencadenamiento de cierta conflictividad en las aulas; en segundo lugar,

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la incorporación al Instituto de las primeras alumnas con matrícula oficial, con derecho a asistencia presencial a las aulas,268 así como el nombramiento de las primeras profesoras para el rango más bajo de la escala docente;269 y en tercer lugar, el albor de una incipiente inquietud entre los catedráticos ante la periódica y errática acumulación de proyectos y reformas anunciados para la segunda enseñanza, así como la concurrencia, cada vez más agresiva, de la enseñanza privada católica, en detrimento de sus prerrogativas corporativas.En definitiva, en los años finales de la dictadura de Primo de Rivera todo daba a entender que estaba produciéndose una suerte de ampliación de la clientela y de la demanda de la segunda enseñanza por abajo, una paulatina feminización de discentes, y en mucha menor medida de docentes, y, como consecuencia de todo ello, comenzaba a abrirse la espita para afrontar una reformulación de su función social y educativa, de su estructura organizativa, docente, curricular y pedagógica.270

En el fondo se estaban empezando a poner en evidencia algunas insuficiencias de lo que hemos venido denominando modo de educación tradicional elitista, sin que hubiera motivos serios para pensar, todavía, en un fracaso o un cuestionamiento global de su viabilidad. Para ello habría que esperar

268. La progresiva feminización del alumnado —y el profesorado— de los institutos fue posible merced a la Real Orden de 8 de marzo de 1910 aprobada por el Gobierno de Canalejas. El asunto en el Instituto oscense no pasó de ser, como veremos, un goteo casi imperceptible hasta muy bien entrados los años veinte y no supuso contrariedad alguna en el sesgo profundamente patriarcal y androcéntrico que siguieron dominando la estructuración de los espacios y del currículo, así como la médula misma del sentido y la función social conferidos a los estudios de bachillerato.

269. Un proceso que se inició en Huesca en 1925 con el nombramiento de la licenciada en Ciencias Donaciana Cano Iriarte como ayudante interina, nombramiento al que hasta 1931 se sumaron los de tres mujeres más: Ana Viada Moraleda —interina de Mecanografía y Taquigrafía desde 1926—, María Sánchez Arbós —ayudante interina de Letras desde 1927— y Julia Barranquero Pérez —ayudante interina de Gimnasia desde 1927—. De las cuatro, únicamente la primera llegaría a desarrollar y culminar su carrera profesional en la segunda enseñanza.

270. Precisamente el denominado Plan Callejo, de 1926, trató de dar una respuesta, torpe e insuficiente, a alguna de esas nuevas situaciones parcelando el bachillerato en dos ciclos y creandoel bachillerato elemental —diferenciado del universitario— para satisfacer las nuevas demandasde segunda enseñanza. Significativamente, este fue el juicio que mereció la medida al claustro oscense, según se afirmaba con rotundidad en un informe elaborado por una comisión de catedráticos del centro y aprobado después por todo el claustro: «el Bachillerato debe ser único. Aparte de otras razones hay una esencialísima para combatir el Bachillerato Elemental, cual es, la de que por su brevedad es comenzado por muchos que de otro modo no estudiarían y luego les cuesta trabajo volver la vista a la fábrica, al comercio o a la agricultura, donde sus padres encontraron el medio de vida. La idea que ha inspirado el establecimiento de tal bachillerato es plausible; pero no como tal bachillerato, sino como una enseñanza primaria superior, independiente en absoluto de los estudios de Bachillerato». En definitiva, el bachillerato no es en modo alguno lugar para la juventud trabajadora. Como suele decirse, blanco y en botella. Véase el acta de la sesión de claustro del 3 de abril de 1930 (AHPHu, I/600).

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aún unos cuantos años, hasta la década de los sesenta del siglo XX, en la que se sucederían las mutaciones económicas y sociales de calado que desencadenaron la acelerada transición a la escolarización de masas y la consiguiente introducción de modelos de gestión tecnocrática del sistema, una transición que acarrearía de manera inexorable el canto de cisne de la añosa y elitista corporación de catedráticos de segunda enseñanza. De momento, no había razones para alarmarse. En este sentido, conviene entender que las políticas educativas de la Segunda República fueron en muchos aspectos, sobre todo en algunos de naturaleza estructural, un aldabonazo y una coyuntural aceleración de las contradicciones del sistema, que, como es bien conocido, fueron brutalmente yuguladas por la dictadura.

Volviendo a nuestros catedráticos del regeneracionismo y a la metáfora geomorfológica, tan plástica en ocasiones para dar cuenta de las realidades sociales, el cuerpo profesional de los catedráticos, cual resistente formación rocosa, miraba en el fondo con la seguridad y el desdén de quien se sabe parte de una elite escalafonada e intocable, aquellos pequeños cambios en la cotidianidad de sus institutos: «Despreocupados, felices y mundanos, estos funcionarios eran unos respetables burgueses que conjugaban sus cometidos pedagógicos con la política y la gestión de sus asuntos particulares» (Sirera, 2011a: 212).

Y es que, desde un punto de vista objetivo, las reglas arquetípicas del campo profesional pervivieron casi intactas reproduciéndose de manera invariable hasta los años treinta. En el aspecto meramente cuantitativo el colectivo seguía siendo un cuerpo de elite, aunque siempre en un escalón por debajo del que ocupaban sus primos hermanos los catedráticos de Universidad.271 La cantidad de catedráticos no dejaba de ser una variable muy dependiente del número de institutos; justamente fue esta pauta la que empezó a quebrarse como consecuencia de la creación de nuevos centros —institutos locales— iniciada a partir de 1928.272 Hasta entonces los viejos

271. El total de plazas realmente ocupadas por catedráticos de instituto —descontando vacantes y excedencias— en el escalafón era de 561 en 1878, de 520 en 1907 y de 481 en 1920. En 1919 los escalafones de los dos cuerpos de catedráticos se dividían en diez categorías retributivas. Los de clase inferior percibían 4000 pesetas anuales si eran de instituto y 5000 si eran de universidad; en la cúspide las cantidades eran 12500 y 15000 respectivamente. La retribución de entrada de un maestro nacional era de 2000 pesetas, y los efectivos del Cuerpo del Magisterio Nacional llegaban a las 28300 en 1920 (Cuesta y Mainer, 2015).

272. En efecto, al final de la dictadura primorriverista se llegó a un total de 80 institutos nacionales y 21 locales.Con la Segunda República se alcanzó la cifra total de 205 institutos de segunda enseñanza y paralelamente el número de plazas ocupadas en el escalafón de catedráticos en 1935 llegó a 699 —22 de ellas por mujeres—, superando con creces el simbólico umbral del medio millar.

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esquemas del canon profesional se repitieron: una misma formación universitaria, la ausencia de mujeres, un parecido sistema de acceso por oposición, una rígida jerarquía intracorporativa y una incontrovertible legitimidad meritocrática y el ritual opositor, que se mantuvo como signo distintivo de los estratos inferiores del profesorado. Cierto es que en el primer tercio del siglo podemos hablar de una profesionalización más conflictiva,273 pero la primera desestabilización real del orden corporativo no tuvo lugar hasta el periodo republicano, cuando se concitó la acción de los dos agentes erosivos externos más nocivos para una corporación elitista, ordenada y jerarquizada como la que nos ocupa: un rápido crecimiento de sus efectivos, acompañado de una reconfiguración —sociológica y de género— de sus componentes.

En las páginas siguientes podrá encontrarse una nómina de nueve catedráticos representativos, en el Instituto de Huesca, de esta segunda generación de catedráticos de la Restauración. Nacidos entre 1860 y 1890, formados en los años finales del Sexenio o ya en plena Restauración, sus biografías profesionales penetraron de lleno en la magmática realidad social y política de la España del primer tercio del siglo XX, y en algunos casos incluso más allá de los treintas. Sus trayectorias nos ayudarán a comprender algunas dimensiones que el dilema tradición versus modernidad proyectará en el Instituto y, por tanto, en la ciudad. Se trata de un grupo de intelectuales, marcados por las especiales circunstancias políticas de fin de siglo y socializados en la retórica ambiental del regeneracionismo, que se mostrarán proclives a desarrollar nuevas formas de profesionalidad: un profesionalismo de nuevo cuño. Cierto es que el regeneracionismo los interpeló a todos ellos, si bien de forma muy distinta, como tendremos ocasión de analizar con algún detalle: entre el regeneracionismo de cátedra, 274 ejercitado por Gabriel Llabrés, y el regeneracionismo desde la cátedra, profesado por Juan Pablo Soler, existió una considerable distancia que operó desde un entendimiento

273. La cada vez numerosa y exigente presencia del nuevo cuerpo de auxiliares —con sueldos tres veces inferiores a los de los catedráticos— y la permanente y reforzada amenaza del lobby católico de expropiar a los catedráticos su prerrogativa examinatoria, como se ha dicho, formaron parte de las razones que nutrieron el asociacionismo corporativo y dieron lugar a numerosos conflictos cuyos ecos se dejaron sentir también en el claustro oscense.

274. Esta categoría, inicialmente pensada para la elite de los catedráticos universitarios (Pasamar y Peiró, 1987), designa un conjunto de concepciones y actitudes dirigidas sobre todo a la crítica socioeducativa y a la impugnación de ciertas ideas —culturales y científicas—. Ese ejercicio crítico determina la aparición de nuevas formas de profesionalismo abiertas a ideas y modelos académicos europeos y dispuestas a convertir la cátedra en un instrumento al servicio de la regeneración nacional, siempre desde una concepción liberal, conservadora del orden y la jerarquía sociales, pero en última instancia modernizadora

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distinto de la naturaleza y la función del trabajo que un docente de segunda enseñanza debía desempeñar en el marco del sistema de educación nacional.

Dadas la notable inestabilidad y la variabilidad de los catedráticos que en este primer tercio del siglo pasaron por el claustro, se ha seleccionado a quienes ejercieron su cátedra en el Instituto al menos durante cinco años. Como ha ocurrido en los capítulos anteriores, se han incluido también amplias referencias a otros cuya presencia en el claustro, aun sin cumplir ese criterio, adquirió relevancia en algún momento (sirvan como ejemplo los catedráticos Eumenio Rodríguez, Pedro Aguado, José Balcázar, Samuel Gili Gaya, Antonio Roca, Eduardo Juliá, Emiliano Castaños, Victoriano Rivera, Guillermo Monzón, José María Albareda, Jaime Pastor y Eduardo Gómez). En todo caso, cabe también señalar que el arribo y permanencia más o menos prolongada en el tiempo de profesorado forastero tuvo gran importancia en un claustro como el oscense, cuya secular endogamia había sido hasta entonces una de sus características más definitorias. Asimismo, como en los capítulos precedentes, se realizará un especial hincapié en dos trayectorias profesionales clave: por un lado, la de Juan Pablo Soler Carceller, catedrático de Agricultura y director, fundamental para entender el devenir del establecimiento desde la desaparición de Manuel López Bastarán (1907), hasta el final de la segunda década del siglo; por otro, la del catedrático de Matemáticas Benigno Baratech Montes, que fue director del centro durante la dictadura militar y cuya ejecutoria se introdujo de lleno en el periodo republicano.

Año de Disciplina (cátedra)ingresoAños en HuescaCargos

Juan Placer Escario Psicología, Lógica 19131893-1913 (20)Secretario (1867-1932)y Ética (Pamplona)

Eugenio Aulet Soler Historia Natural18971897-1903 (6) (1867-1929)

Gabriel Llabrés Quintana Geografía e Historia18951902-1907 (5) (1858-1928)

Juan Pablo Soler Carceller Agricultura19051905-1921 (16)Director (1908-1918) (1871-1923)

Narciso Puig Soler Física y Química19061906-1931 (25)Vicedirector (1863-1937)

Ignacio Puig Aliés Matemáticas19061908-1913 (5)Secretario (1862-?)

Francisco Cebrián Matemáticas19111911-1917, Fernández de Villegas 1941-1947 (12) (1886-1958)

José Gaspar Vicente Geografía e Historia19111911-1924 (13)Secretario (1868-1924)

Benigno Baratech Montes Matemáticas19151911-1915, Director (1922-1932) (1888-1964)1918-1936 (22)

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JUAN PLACER ESCARIO: CLÉRIGO ADAPTABLE O GARIBAY275 EN PENA (Huesca, NUST – Pamplona, NVPO)

Este presbítero y profesor oscense de destacada proyección pública no llegó a desempeñar cátedra alguna en el Instituto de su ciudad (lo hizo fuera de ella en la segunda mitad de su trayectoria profesional). Sin embargo, los veinte años en que formó parte de su claustro como auxiliar de Letras, entre 1893 y 1913, justifican, como tendremos ocasión de comprobar, su inclusión en este conjunto de perfiles bioprofesionales destinados a forjar el retrato colectivo de la institución y de un campo laboral, pues, en efecto, tal como explicaremos, Juan Placer vino a encarnar otra forma de acceder al escalafón de catedráticos en los años del final de la Restauración, cuando, entre otras razones, la acuciante urgencia de cubrir algunas vacantes propició cierto abaratamiento del proceso de ingreso.

Hijo de Nazario Placer Pérez (1839-1896)276 y Antonia Escario Jubierre (1843-1929), Juan Placer Escario nació en el seno de una familia de

275. La locución castellana alma de Garibay hace referencia a una persona desubicada, inestable, que no encuentra con facilidad su lugar en el mundo en que vive. El Garibay del dicho podría ser un hidalgo vasco del siglo XVI, Esteban de Garibay, autor de una celebrada autobiografía titulada Discurso de mi vida que pasa por ser un lúcido retrato psicológico de la Contrarreforma en tiempos de Felipe II, entre otras obras.

276. Uno de los rasgos que definirían a buena parte de los miembros de esta segunda generación de catedráticos de la Restauración sería justamente la condición de bachilleres de sus padres —no así de sus madres— y de sus hermanos varones. Sus hermanas, en caso de seguir algún tipo de estudio oficial, cursaban el Magisterio Primario en las normales. Así, Nazario Placer fue alumno del Instituto oscense entre 1855 y 1861 y culminó sus estudios en el Instituto de Zaragoza (su expediente personal se conserva en el AHPHu, I/736/68). Trabajó como funcionario de la delegación del Banco de España en la ciudad y posteriormente como interventor del Ayuntamiento. Amigo personal de León Abadías, actuó como administrador de sus bienes durante su ausencia de Huesca. En 1878 creó una sociedad de seguros mutuos de quintas, La Beneficiosa, dedicada a socorrer y ayudar a los soldados de familias mínimamente

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raigambre carlista y bien asentada en Huesca, de profundas convicciones católicas y de orden en el sentido más neto de lo que esa expresión podía significar en la Huesca de la segunda mitad del siglo XIX. Tuvo dos hermanos varones, Mariano y Antonio, ambos alumnos del Instituto Provincial y dedicados inicialmente a la enseñanza, que ejercieron de forma privada en diferentes colegios y academias de la ciudad, algunas de las cuales regentaron. Tanto Mariano como Antonio —firma ocasional pero significativa en las páginas de El Diario de Huesca—, ambos beneficiados del camismo hegemónico, actuarían como escribientes y secretarios en diversos ayuntamientos de la provincia.

Juan Placer Escario estudió Teología en el Seminario Conciliar de Huesca y bachillerato en el Instituto; posteriormente obtuvo el grado de licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza en 1885 y el de Teologíaen 1890. Un año más tarde se ordenó sacerdote y fue profesor de Latín y Geografía en el Seminario durante el curso 1889-1890. Su vinculación con el Círculo Católico de Obreros, el primero de su especie creado en Aragón, fue muy estrecha desde sus comienzos, dada la relación que unía a su familia con Abadías, Casas, Millaruelo, Vilas y otros militantes del ultramontanismo oscense. De hecho, desde comienzos de la década de los años noventa nuestro protagonista formaba parte, como consiliario, de la junta directiva que a la sazón presidía el catedrático Serafín Casas y Abad. Desde muy pronto destacó por su facilidad para la oratoria y por sus dotes literarias, siempre dentro de un registro muy apropiado para el género doctrinal, sermonario y panegírico que cultivaba.

Placer, joven perspicaz e inteligente, de modales refinados y buen trato personal, fue empresario periodístico y también una de las plumas más prolíficas en las páginas de la buena prensa local durante la década de fin del siglo. Fundó y dirigió el semanario católico El Alcoraz (1889), que además de informar y enseñar a sus lectores las verdades de la fe se hacía eco de cuantas campañas se orquestasen en defensa de la moralidad católica frente al liberalismo. El semanario estaba ligado al lobby barcelonés de la Revista Popular, que ya tuvimos ocasión de mencionar, donde se ubicó la administración. Esto le aportó financiación, buena presencia (dieciséis páginas, cubiertas en color) y una red de colaboradores como el jesuita Luis Coloma o el propio Félix Sardá y Salvany, además de las inevitables firmas locales de los catedráticos Ramiro Ros Rafales y León Abadías, el hacendado Pedro Claver y el propio Placer, que se prodigaba tras el pseudónimo Alegrías

acomodadas que pudieran costear esos seguros pero no acceder al pago de la inalcanzable cuota que permitía obtener la exención del servicio militar.

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Más adelante fundó también la revista dedicada íntegramente a la publicación de sermones y panegíricos El Auxiliar del Párroco (1896) y asomó su pluma a la también oscense Revista Eclesiástica (1897), especializada en cuestiones de doctrina y derecho canónico. Además escribió para la publicación de Gregorio Gota La Campana de Huesca (1893-1895), y finalmente para el semanario satírico anticamista —en permanente gresca con El Diario de Huesca—, vinculado a los socios del Círculo (su director fue el confitero Raimundo Vilas), El Alma de Garibay (1908-1910), donde firmó como Plauto (Ara, 2002).

Su entrada en el claustro del Instituto oscense se produjo en 1893, al ser designado auxiliar supernumerario de la sección de Letras por la Dirección General de Instrucción Pública en virtud de concurso público. En 1900 pasó a la condición de numerario, y ya en el escalafón de auxiliares cerrado en 1902 consta con el número 51. También ejerció la docencia y la dirección espiritual, junto a sus hermanos, en varios colegios privados dedicados a la preparación de alumnos de primera y, sobre todo, segunda enseñanza; no en vano era en ese sector de la clientela donde residía el mayor nicho del negocio. Como ya hemos visto en otros muchos casos, la enseñanza privada —que hasta las reformas de Romanones requería poco más que un mero consentimiento de la dirección y el claustro del Instituto— fue una actividad laboral complementaria muy común entre el subproletariado docente de los profesores auxiliares.277 Da cuenta de la creciente presencia del negocio de la enseñanza privada en la ciudad el incesante deambular de Placer por las aulas de esos efímeros minifundios paraescolares dedicados en su mayor parte a ejercitar al cliente para la superación de exámenes: entre 1885 y 1899 fue profesor primero en la Academia del Pilar, fundada y dirigida por él mismo, y después en la Sertoriana; más tarde ejerció en el Colegio de San Vicente Mártir, cuyo director era su hermano Mariano, y aparecía en la nómina de uno de los más duraderos, el de San José, regido por dos futuros auxiliares del Instituto, Luis Mur y Ramón Mayor, en compañía del conocido maestro Orencio Pacareo y del profesor de Caligrafía del Instituto Joaquín Monrás. Asimismo tenemos constancia de que en 1910 impartía clases, junto a Mur, Baratech y otros jóvenes aspirantes, en el Colegio de la Santa Cruz, que fundó y dirigió su hermano Antonio.

277. En el caso específico de Juan Placer Escario, durante los seis años en los que trabajó ocasionalmente como auxiliar supernumerario, entre 1893 y 1900, conforme a lo establecido por ley en esos casos, no percibió ningún sueldo más allá de las gratificaciones habituales. Ya como auxiliar numerario, su salario de entrada sería de 1000 pesetas anuales y a los dos años ascendería hasta las 1500. En esa misma época la retribución de entrada de un catedrático superaba las 3000 pesetas al año.

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Placer fue durante muchos años, al igual que Mariano Casas en la sección de Ciencias, una suerte de profesor comodín que tan pronto impartía clases de Latín, hasta la llegada de Miguel Eyaralar, como de Lengua y Literatura, de Psicología y Lógica o, ya de forma un poco más estable, de Francés y de Geografía e Historia durante el periodo en que esta última cátedra quedó vacante entre el traslado de Gabriel Llabrés y la llegada de Pedro Aguado Bleye. Con todo, y desde muy pronto, no vaciló en firmar cuantas oposiciones pudo para proveerse de una cátedra en la segunda enseñanza. Tenemos constancia de que lo hizo al menos en siete ocasiones entre 1896 y 1911, desde 1902 concursando al turno restringido para profesores auxiliares.278 Sin duda esta y otras características de la ejecutoria profesional de Juan Placer nos muestran un género de preocupaciones y ambiciones académicas y seculares muy alejadas de las que se presuponía habían de ser propias y adecuadas, incluso para un mosén espabilado, inquieto y estudioso como él, en la corte de los Supervía.

Pese a todo, Juan Placer Escario vino a ocupar en el claustro de Manuel López Bastarán un lugar en algún punto semejante al que el canónigo Carderera ocupara en el de Vicente Ventura. Salvando las distancias, que las hubo, entre los talantes personales, los perfiles profesionales y los tiempos que marcaron la brega y los afanes de unos y otros, ambos fueron el caballo de Troya de la imposición católica y del antilaicismo en la instrucción pública y ambos jugaron sus cartas con celo, convicción, astucia y perseverancia sin desaprovechar las alianzas y los apoyos, que, como hemos ido viendo, nunca les faltaron entre la corporación de catedráticos. Juan Placer mantuvo en el claustro muy buenas relaciones con López Bastarán, también con Fernández Enciso y con Soler Carceller y Gascón de Gotor; por supuesto, también con Puzo Marcellán, los pocos años en los que coincidió con él en la corporación, aunque se mantuvo estratégica y convenientemente alejado del sector más bronco y ultramontano, bien representado por Gregorio Castejón o Eugenio Aulet. Tampoco se sintió particularmente atraído por la estirada erudición de Gabriel Llabrés y de su cuñado Luis Buil.

278. En 1896 concurrió a las oposiciones a cátedras de Latín vacantes en los institutos de La Coruña y Huesca; en 1899, a las de Retórica y Poética vacantes en Alicante y Baeza y también a las de Sevilla y Zaragoza de la misma disciplina. En 1906 intentó también acceder a la de Psicología y Lógica de Figueras, reservada a auxiliares. Asimismo, y en el mismo turno, en 1908 se presentó a las de Latín vacantes en Mahón, Murcia, Guadalajara y Zaragoza y a las de Psicología de Logroño y Figueras. En estas últimas coincidió con José Gaspar Vicente, con quien pocos años después compartiría claustro. En esta última convocatoria aprobó sin plaza; otro tanto le ocurrió en 1911 con la vacante de Lengua y Literatura de Baeza.

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López Bastarán contó con él para cubrir ocasional y temporalmente algunoscargos de confianza, como el de bibliotecario o el de secretario del Instituto. Durante los dos años en los que tuvo una dedicación más continuada como sustituto de la cátedra de Geografía e Historia realizó numerosas clase prácticas con sus alumnos y llegó a promover, junto al auxiliar de Dibujo Gascón de Gotor, una velada en el paraninfo sobre el centenario del 2 de mayo de 1808 que incluyó lecturas de trabajos en prosa y verso preparados ad hoc por los propios alumnos o seleccionadas de autores reconocidos y alusivos a la conmemoración.279

Ideológicamente, Placer —preciso es recordarlo— se situó siempre del lado de la fe y de la teología. Condenó la ciencia positiva en la medida en que se enfrentaba con la verdad católica, peroró en el Círculo en esa dirección y llegó a escribir, en el marco de esta lógica argumentativa, un largo prólogo para un no menos extenso libro (setecientas setenta páginas en cuarto) que el párroco de Sariñena Fernando Acín publicó en la Tipografía de Leandro Pérez en 1907 y que forma parte del género de la literatura escrita para convencer.280 El largo fragmento del prólogo que se reproduce a continuación no tiene desperdicio muy particularmente para el interés que aquí nos ocupa, ya que el profesor del Instituto oscense compone, con las habilidades retóricas propias de su grey, una lectura confesional y católica del por entonces vigente plan de estudios de la segunda enseñanza, una lectura que, a diferencia de las torpes e intempestivas condenas ultramontanas al uso en décadas anteriores (recuérdese a este respecto las polémicas sobre el darwinismo o las posiciones mantenidas por Serafín Casas frente a Odón de Buen), consigue decir lo mismo sin que lo parezca, incluso pareciendo rescatar lo que finalmente condena. El problema es que esa ciencia cristiana para el cristiano seguía ocupando, después de de tres cuestiones universitarias (1865, 1875 y 1884) nada menos, mal que nos pese, un espacio hegemónico en el habitus profesional de la enseñanza oficial española aún en el primer tercio del siglo XX 281 Vamos con el suculento y garibayesco preparado de Placer:

279. Una completa noticia del acontecimiento, en el acta de la sesión de claustro del 25 de abril de 1908 (AHPHu, I/598), así como en la memoria anual correspondiente al curso 19071908 (AHPHu, I/01037).

280. El libro La ciencia del cristiano fue amplia y elogiosamente reseñado en la edición del 11 de enero de 1908 de El Diario de Huesca, en portada y a dos columnas, en un artículo titulado «Nueva obra» firmado por A. P. C.

281. Así lo explicó Julio Caro Baroja (2008: 33 y 35), «El Marqués [de Orovio] [artífice de las dos primeras cuestiones universitarias] tenía que probar, por encima de todo, el Catolicismo firme del Gobierno. […] Dictó así una orden por la que los rectores de las Universidades debían exigir a los catedráticos […] que no explicaran nada contrario a la fe católica… […] Sin Sagasta no hay Cánovas que valga. Sagasta permitió a los profesores republicanos seguir profesando, y a los canónigos carlistas seguir predicando. ¡Qué más puede pedirse a un país como este!».

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La Ciencia, inquiriendo la verdad, encuentra siempre a Dios. La Historia desempolvará las bibliotecas, preguntará a la tradición, leerá en las huellas del tiempo, hará luz sobre sucesos que cambian la faz de la vida humana y derivan las corrientes de la paz hacia los despeñaderos de la agitada revolución; y encontrará a Dios como Providencia de la unidad de los actos libres. La astronomía lanzará su mirada a los espacios para sorprender las leyes de la vida de los luminares del firmamento y la constitución de los ingentes mundos solares; y al ver tanta maravilla de número, orden y grandeza, reconocerá la omnipotencia de Dios Creador. La Medicina sujetará a la lente el mundo microscópico, y al descubrir grandezas infinitas en la infinita pequeñez de células y neuronas, y sublime armonía de las partes con el todo, y disposición magnífica de los órganos a su objeto y utilidad asombrosamente aun de lo juzgado como despreciable, confesará la obra de Dios, suprema Sabiduría.

Las ciencias físico-naturales acoplarán a su marco de disciplina nuevas conquistas de inventos maravillosos; pero también al confesar misterios de la Naturaleza creerá en Dios y en los misterios de su religión sacrosanta. La moderna sociología investigará las fuentes del bien que hace grandes las naciones y nobles a sus individuos; mas se encontrará con Dios al estudiar la caída de la naturaleza humana solidaria de la culpa de nuestros primeros padres. Venga el estudio, venga la ciencia imparcial, justa, alta, verdadera, noble, profunda y hermosa para presentarnos visible el luctuoso cuadro de las aberraciones en que cayó la razón que se declaró independiente.282

Archifamoso en Huesca por su faceta de orador sagrado, fue asimismo un activo mentor del totapulchrismo en el Instituto justamente en los amenes de la dirección del zaragozano Manuel López Bastarán. De hecho, fue el predicador designado por este y sufragado por el claustro, con gran aceptación del público y muy buenas críticas en El Diario de Huesca, en las ediciones correspondientes a 1899, 1900, 1904 y 1906.283 De forma sorpresiva, en 1908, con Juan Pablo Soler como director, tuvo lugar el veto del Obispé al afamado pico de oro, un asunto del que ya dimos cuenta en el capítulo anterior y que provocó la ausencia oficial del Instituto en los fastos de la tarde del 7 de diciembre de aquel año en protesta por el agravio causado a la corporación académica. Las razones profundas —o no— de aquella censura se nos escapan y resultan difíciles de rastrear; motivos, factores y

282. Extracto del prólogo de La ciencia del cristiano según la reproducción que aparece en el artículo citado (El Diario de Huesca, 11 de enero de 1908).

283. Los sermones y las prédicas de Placer Escario quedaron compilados en sendos libritos que fueron publicados en 1901 y 1904 con el título Tota pulchra, gratia plena, Dominus tecum. La Inmaculada: sermones predicados en Huesca (Huesca, L. Pérez) e incluidos en la «Biblioteca predicable» de la revista semanal El Auxiliar del Párroco. Asimismo nos consta la publicación de unas conferencias «filosóficas» sobre la «cuestión social» que impartió en 1898 en el Círculo de Obreros Católicos y que tituló El hombre (AHPHu, I/797/11).

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circunstancias había: por un lado estaba el pleito que el Instituto mantenía con el prelado a propósito de la llave de la capilla del santuario de San Úrbez; por otro, el enfrentamiento abierto que la familia Supervía mantenía con El Diario a cuenta de un artículo de su director Salvador M. Martón y que acaso no situaba en la mejor estima a quien la mala prensa tildaba sistemáticamente de «buen amigo y muy culto profesor» —trato cordialísimo que también dispensaba, por cierto, a sus hermanos Mariano y Antonio—.284 En cualquier caso, aquel tropiezo no debió de ser ajeno al hecho de que a partir de entonces Juan Placer intensificara sus esfuerzos para la consecución de una cátedra, aunque ello hubiera de acarrear, entre otras cosas, el abandono de su querida Huesca. El gobernador Wenceslao Retana supo, a mi juicio, captar con sutileza la contradictoria existencia —oscense— de nuestro personaje en un breve párrafo de su ya mentado reportaje sobre la Huesca de 1907:

Con estos «azulinos» y su literatura «glauca» la emprende de vez en cuando, muy donosamente por cierto, Un glaucojoven, pseudónimo285 tras el cual se oculta Don Juan Placer, presbítero muy leído, escritor de enjundia y orador sagrado de poco comunes facultades. Mosén Placer es un cura a la moderna, de criterio flexible, que acredita con su trato afable y su talento profundo cómo se puede ser un sacerdote modelo sin necesidad de sentirse intransigente al estilo de los llamados integristas. (Retana, 1907: 524)

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Superados los cuarenta años, y seguramente atraído por el ejercicio de la docencia y bien dispuesto para él, todo parece indicar que el beneficiado de la parroquia de San Lorenzo no estaba dispuesto a cejar en su empeño de ganar la cátedra. Como hemos visto, Placer, que llegó a aprobar dos oposiciones sin plaza, fue un auténtico sufridor del laberíntico ritual en que se habían convertido las oposiciones a cátedras de instituto en la España de la Restauración. Evocador, como se ha dicho, de los sistemas de acceso al

284. A mayor abundamiento, y como muestra de esta mutua sintonía, con ocasión de la inauguración del monumento a Manuel Camo y el homenaje nacional que se celebró en Huesca en 1916, el ya catedrático Juan Placer, por entonces destinado en el Instituto de Cuenca, remitió un telegrama de adhesión al acto que El Diario de Huesca incluyó en su edición del 27 de noviembre de 1916 junto a otras muchas salutaciones procedentes de toda España que llegaron a ocupar casi dos páginas de letra menuda a cinco columnas. El texto del teletipo no podía ser más explícito: «Hoy completamente con amigos don Manuel y oscenses conscientes cumplidos deberes gratitud ciudadana.— Juan Placer».

285. Aquí Retana confunde, acaso deliberadamente, Plauto, el pseudónimo que Juan Placer utilizaba en El Alma de Garibay, con la cualidad de glauco, o tal vez con el enamoradizo y caprichoso hijo de Poseidón.

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mandarinato chino, se trataba de un proceloso ceremonial que ocupaba mucho tiempo y que terminaba por convertir a más de un joven licenciado en opositor de por vida.286 Así las cosas, nuestro auxiliar numerario debió de ver la luz cuando se publicó el Real Decreto de 26 de agosto de 1910 mediante el cual se reconoció a los auxiliares numerarios de segunda enseñanza que reunieran una serie de condiciones el derecho a obtener, por concurso de traslado, ciertas cátedras vacantes. Por entonces era ministro de Instrucción Pública Julio Burell Cuéllar (1859-1919).287 Placer fue reconocido merecedor de ese derecho, que le garantizaba disponer de una cátedra de la sección de Letras, sin pasar por oposición y presentándose al correspondiente concurso de traslado cuando este se convocara, por Real Orden de 24 de marzo de 1911.

La discutida medida de 1910 causó numerosas protestas en el cuerpo de catedráticos, como puede fácilmente suponerse, pues fue vista como un inaudito abaratamiento del acceso a la corporación. De suyo, ese decreto inauguró una situación transitoria, destinada a cubrir por la vía rápida algunas cátedras que permanecían vacantes, en el marco de un escalafón ya muy esclerotizado, de la que se beneficiaron única y exclusivamente aquellos profesores auxiliares que en su momento se acogieron a él y fueron admitidos y clasificados. De todos modos, la polémica se desató en toda la

286. Para una detallada exposición del sistema de oposición vigente en esos años puede verse Sirera (2011a) y Cuesta y Mainer (2015). En otra dimensión, resulta muy recomendable una ácida crítica del sistema novelada por el relevante médico y profesor de Gimnástica (lo fue en varios institutos, incluyendo el zaragozano a finales de siglo) José Esteban García Fraguas (1902), que firma con el alias de Doctor Esteban de Marchamalo y que dedica a Eduardo Vincenti. Para orientarse en la maraña de reglamentos, decretos y órdenes ministeriales sobre el caso durante la Restauración es de enorme utilidad el manual del puntilloso oficial del Ministerio de Instrucción Pública Miguel Castro Marcos (1923).

287. Su gestión en el Ministerio del gabinete presidido por Canalejas estuvo muy directamente inspirada por la ILE. Durante su breve paso por él, entre junio de 1910 y enero de 1911, legisló, contra viento y marea, a favor de abrir la posibilidad de ejercer la docencia universitaria a las mujeres (su predecesor en el cargo, Romanones, había aprobado la Real Orden de 8 de marzo de 1910 mediante la que se regulaba el acceso de las mujeres a la matrícula oficial tanto para la segunda enseñanza como para la superior). Este inteligente político liberal y demócrata, periodista de profesión y muy bien relacionado con destacados autores del 98, fue ministro de Instrucción Pública en dos ocasiones más, la segunda y más prolongada en un gabinete del propio Romanones entre 1915 y 1917 y la tercera durante apenas un mes con García Prieto en 1918. En 1916 firmó un decreto que autorizaba a las mujeres a ejercer todos los cargos del Ministerio y a continuación nombró catedrática de Lenguas Neolatinas de la Universidad Central a Emilia Pardo Bazán —la primera mujer que accedió a la cumbre de la profesión docente—, una decisión, por cierto, que fue protestada airadamente por la academia universitaria y llegó a provocar la convocatoria de una reunión de los miembros del claustro en la que se cuenta que el ministro les dijo: «No son ustedes dignos de desatar el cordón de su zapato» (Gómez-Ferrer, 2002: 382).

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prensa nacional con declaraciones del ministro, reuniones y amenazas de la Asociación de Catedráticos Numerarios de Instituto y muchos artículos de condena y de defensa del procedimiento puesto en marcha. La corporación de catedráticos no pudo dejar de ver en todo ello una amenaza y un torpedo dirigido a la línea de flotación de su principal fuente de legitimación meritocrática: el sistema de oposiciones.

Curiosamente, nuestro todavía profesor auxiliar supo terciar en aquel avispero con un acertado artículo que publicó La Correspondencia de España en Madrid y que firmó con nombre y apellidos seguidos de un «Auxiliar del Instituto de Huesca y opositor» que, en sí mismo, ya era toda una declaración de intenciones. El artículo era respuesta a otro de Florencio Moraga Sánchez, catedrático de Matemáticas del Instituto de Guadalajara, muy crítico con el Real Decreto, pues, entre otras cosas, consideraba «funesto para la enseñanza el inaudito aumento de catedráticos por tan cómodo y original procedimiento».

Merece la pena reproducir algunos fragmentos del texto de Placer. Sin duda nos va a ayudar a entender mejor no solo su particular circunstancia, y por extensión la del profesorado subalterno, sino también hasta qué punto comenzaban a resquebrajarse algunas certezas y seguridades sobre las que se asentaba la articulación de la profesión docente en la segunda enseñanza del modo de educación tradicional elitista. Eran grietas y desajustes a los que en modo alguno había sido ajena la callada pero eficaz influencia discursiva que el institucionismo, como agente difuso de modernización en el contexto del regeneracionismo ambiental, había ido desplegando en asuntos como el cuerpo único de docentes o la crítica al ritual examinatorio y a la erudición banal en contraste con el ethos del sacerdocio laico de la pedagogía.

Tengo el criterio de que son torcidos los exagerados pesimismos acerca de la enseñanza en España. Nuestro profesorado puede ponerse a la par en ciencia, vocación y trabajo con los mejores del extranjero. Falta la consideración social y el estímulo material para que todos y cada uno de los catedráticos pongan todas las energías de que son capaces al único servicio de la enseñanza. […] Falta que los hombres dedicados a la enseñanza no estimen que el ser ciudadanos de la República de las Letras les permite ser autónomos e independientes sin lazo alguno de compañerismo con aquellos otros más modestos que realizan la misma misión y con iguales buenos deseos.

[…] la historia de la pedagogía convence de que ni es «inaudito» ni «original» el procedimiento del concurso, ni es tan «cómodo» llegar al derecho de concursar cátedras después de muchos años de servicios, práctica de varios cursos de explicación y condición de retener alguna oposición aprobada con votos para plaza. […]

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¿Los auxiliares piden el concurso por no tener arrestos para la oposición?

Aunque modestos en nuestros cargos tenemos un título igual al de los catedráticos que son compañeros en el Claustro. […]

Los partidarios del único camino de la oposición trabajemos por ennoblecerlas, sacándolas de ese concepto en que van siendo tenidas por los intelectuales, según aumenta cada día el número de las que no tienen actuantes y el de aquellas de las que se retiran, quienes las firmaron en la creencia de que iban a presentarse a franca y honrada pelea y no a representación cómica y juegos de prestidigitación. Las oposiciones demuestran quizá la mayor suficiencia de uno; pero no la actitud pedagógica y ni aun aquella muchas veces, como hoy se recuerda en la biografía de mi comprovinciano D. Joaquín Costa, el aragonés ilustre, el genio eminente, que no alcanzó plaza en la oposición a que concurrió. Busquemos remedio para que las oposiciones no sean un examen más, con todas las agravantes, cuestionario, azar de temas, facilidad de palabra, erudición barata […], para que no se diga al empezarlas quién es predilecto, quién hijo de un elector, quién amigo de un juez, quién tiene un enemigo que pedirá informes innecesarios e impertinentes…288 […] Sea la oposición con garantía mediante la calificación pública por puntos, inmediata a cada ejercicio, a un solo turno, con tribunal de catedráticos de la asignatura y personas de verdadera competencia en la especialización de la misma.

[…]

El derecho de los auxiliares […] a concursar a cátedras no radica en la ley de equidad, sino en aquellas otras razones aducidas […], haciéndose eco de la justicia de la doctrina que sustenta que los auxiliares con oposiciones aprobadas, diez años de servicio y que han podido —o se les ha consentido— explicar varios cursos, tienen reconocidos y justos méritos para que su ascenso a catedráticos no sea funesto a la enseñanza. (La Correspondencia de España, 16 de febrero de 1911, p. 5)

Parece claro que, si el profesor auxiliar había servido para suplir al catedrático durante años y años y había sido considerado competente para la enseñanza, no resultaba sencillo argumentar de manera racional su incapacidad para ostentar la propiedad de su cátedra. De todos modos, aún hubieron de pasar dos años hasta que Juan Placer Escario accediera por

288. En efecto, no faltaron voces que clamaron contra la ineficacia de tal procedimiento selectivo, así como contra las prácticas corruptas que lo circundaron. En la citada novela de García Fraguas (1902) se dice que, una vez superados los dos primeros ejercicios, los aspirantes «hacían visitas domiciliarias a los jueces del tribunal al que fueron recomendados por fulánez o mengánez», aunque, al parecer, a menudo las plazas ya estaban «comprometidas». La disposición caciquil de la España contemporánea es una estructura de larga duración, como la del cuerpo de catedráticos, y por ello no ha de extrañar la intercomunicación entre ambas. El estudio detallado de las malogradas oposiciones de Joaquín Costa, analizadas por Ignacio Peiró (1996) —la historia de la «frustración universitaria» de quien compareció «desnudo de recomendaciones»—, arroja numerosas claves para explicar lo que estamos comentando.

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traslado a su primera cátedra, de Francés, en el Instituto de Soria (Real Orden de 31 de julio de 1913). A partir de ese momento, nuestro flamante —errático y nómada— catedrático haría uso de su nueva condición y, de acuerdo con sus legítimos intereses, ocuparía hasta cuatro cátedras en distintas capitales de provincia. De Soria pasó a Cuenca para desempeñar la cátedra de Psicología y Lógica (Real Orden de 11 de enero de 1914) y llegó a establecerse allí durante cinco años. De Cuenca se trasladó a Teruel y después se incorporó ya definitivamente a la cátedra de Psicología, Lógica y Ética del Instituto de Pamplona, donde ejercería desde 1920 hasta su fallecimiento, ocurrido meses antes de la fecha de su jubilación reglamentaria.

Placer dejó de residir en Huesca, aunque siguió visitándola en las vacaciones escolares de Navidad y verano al menos hasta los años veinte, según informaba mediante puntuales «ecos de sociedad» El Diario de Huesca. Incluso en ocasiones el decano de la prensa oscense le dedicaba alguna que otra entusiástica crónica en la que daba cuenta, de forma manifiestamente hiperbólica e inexacta —como se comprobará enseguida—, de los éxitos profesionales del catedrático y excapellán oscense. Para muestra, este botón, que coincide con su traslado a la cátedra conquense:

De nuestro querido colega El Porvenir Castellano, de Soria, transcribimos con mucho gusto las siguientes líneas, ya que son justo elogio de un distinguido hijo de esta ciudad, con el cual nos unen lazos de amistad cariñosa y que prueban que fuera de su tierra ha sabido conquistar los afectos que merecen sus méritos.

Dice así:

Don Juan Placer Escario

«Dijimos ya en otro número que este querido amigo nuestro, profesor dignísimo de Francés que ha sido hasta hace pocos días, y por breve tiempo, en el Instituto de nuestra provincia, había ganado por virtud de recientes oposiciones la cátedra de Psicología en el Instituto de Cuenca.

Lo hecho por el señor Placer en un país donde el ideal de muchos es adquirir algo seguro para después vivir con el menor trabajo posible, es muy acreedor de alabanzas.

El señor Placer era ya catedrático; con su cátedra pudo continuar tranquilamente y sin embargo, con una tenacidad aragonesa y con esfuerzo propio de su cultura, luchó hasta conseguir otra cátedra más de acuerdo con sus aficiones, como es la de Psicología.

El triunfo de nuestro amigo estimadísimo nos alegra por un lado y nos entristece por otro; nos alegra porque ha conseguido lo que apetecía y merecía, y nos apena porque Placer se va de nuestro lado. Decimos mal, no se va, porque en espíritu estaremos siempre juntos. Que le conste así al culto psicólogo y querido amigo». (El Diario de Huesca, 22 de enero de 1914, p. 2)

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En Pamplona vivió en compañía de su madre, que falleció en aquella ciudad, y fue vicedirector del Instituto durante los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera con Fernando Romero González, catedrático de Lengua y Literatura, en la dirección.

Casualmente, pasando el tiempo, otro Garibay en pena, Pedro Laín Entralgo, el intelectual franquista y trilero de la memoria que supo manejar con desfachatez la verdad y la mentira a su antojo para convertir la realidad en la mejor ficción pro domo sua, fue alumno suyo en el Instituto de Pamplona en el curso 1922-1923 y en su Descargo de conciencia, de 1976, escribió sobre él en estos términos:

De las materias filosóficas (Psicología y Lógica, Ética) era allí titular un sacerdote, don Juan Placer, amigo de mi familia por razones geográficas —procedía de Huesca—, bonísima persona, lamentable violinista de afición y sumiso juguete cotidiano de la mujer que en años muy anteriores le había movido a la gustosa infracción de ciertos deberes canónicos; pero el aprendizaje memorístico de los libros de texto de Dalmau y la práctica de unas Verificaciones dialécticas 289 de su personal invención, cuadrados y triángulos que había que recortar y combinar para tener a la vista los modos del silogismo, no invitaban ciertamente a seguir con gran entusiasmo la senda mental de Aristóteles, Descartes o Kant. (Laín, 1976: 28)

Las pistas de Juan Placer Escario en Huesca se pierden en el olvido desde los años veinte. En Pamplona, por lo que sabemos, debió de tener una existencia discreta y bastante anónima, más allá de alguna verdulería que, inopinadamente, el galeno de Urrea de Gaén recoge en su desvergonzado descargo. Como afirmara Juan Carlos Ara (2002: 139) al referirse a algunos parroquianos del Círculo Católico oscense y artífices del semanario El Alma de Garibay, Placer también fue una suerte de «Garibay en un mundo que le sobrepasaba con holgura».

289. Se refiere a alguno de los célebres manuales de los que fue autor el presbítero y catedrático de Psicología y Lógica del Instituto de Logroño —y después del de Gerona— Frederic Dalmau i Gratacòs (1874-1926), que llegó a ser capellán de la casa real. Fue pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios para estudiar Psicología y Ética en Bélgica —en Lovaina— y Alemania y está considerado, dentro del neoescolasticismo imperante, uno de los defensores en España de la conciliación entre los presupuestos de la sustancialidad del alma y la identidad del yo con los nuevos descubrimientos de la psicología experimental, la fisiología y la psicofísica. Desde luego, los textos de Dalmau no debían de encontrarse muy distantes de los que por aquellos mismos años venía utilizando en sus clases el ultramontano catedrático oscense Gregorio Castejón. Por su parte, el propio Juan Placer, atraído por la aplicación de la psicología de las formas a la enseñanza de la Lógica, llegó a publicar en 1920 un pequeño manualito escolar de poco más de setenta páginas titulado Verificaciones dialécticas: leyes, figuras y modos del silogismo (Huesca, Lib. e Imp. de Justo Martínez).

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EFÍMERA RARA AVIS EN EL CLAUSTRO OSCENSE

(Barcelona, NUST – Olot, Gerona, NVOV)

Eugenio Aulet nació en el seno de una familia pequeñoburguesa de recias raíces carlistas procedente de Olot, municipio de La Garrocha, un territorio donde el carlismo y su epígono, el nacionalismo catalán, encontraron un óptimo caldo de cultivo para su desarrollo. Eugenio (o Eugeni) fue lo que se podría llamar un estudiante ejemplar. Obtuvo el título de bachillerato en el Instituto barcelonés apenas cumplidos los dieciséis años de edad. En 1887 ya estaba en posesión de la licenciatura en Ciencias Físico-Químicas y Naturales, con premio extraordinario, por la Universidad de Barcelona, donde en 1889 se graduó como doctor en Ciencias Físico-Químicas. Tras esta vertiginosa carrera académica en la enseñanza oficial, cursó Teología en el Seminario barcelonés hasta 1892 y fue ordenado sacerdote.

Su carrera profesional principió asimismo muy pronto. Entre 1890 y 1894 lo encontramos ya impartiendo clases de Historia Natural y Agricultura en el propio Seminario Conciliar, y desde 1892 figuró como auxiliar gratuito de la sección de Ciencias del Instituto de Barcelona. En abril de 1894 fue nombrado auxiliar de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza y encargado de la estación meteorológica, trabajos que desempeñó durante dos años. Llegó a presentarse a oposiciones a la cátedra de Química Inorgánica y a la de Ampliación de Física de aquella facultad, aunque sin éxito. Allí coincidió y mantuvo cierta amistad con otro joven doctor, el químico Gonzalo Calamita, futuro rector y depurador de la zaragozana en 1936. A finales de 1895 se trasladó de nuevo a Barcelona para ocupar la plaza de auxiliar de Historia Natural de la Facultad de Ciencias, que había ganado por oposición. Durante los dos cursos que permaneció en Barcelona se enfrentó airadamente con el catedrático y defensor del darwinismo Odón de Buen, a quien sustituyó durante el tiempo en que este fue expulsado de

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su cátedra. También aprovechó para integrarse de manera activa en grupos excursionistas de estudiosos de las ciencias naturales. En ellos desarrolló un particular interés por la mineralogía y la cristalografía, campos en los que más adelante, casi al final de su carrera como catedrático, llevaría a cabo alguna publicación de carácter divulgativo y pedagógico de bastante éxito.290

Entre 1890 y 1897 el jovencísimo Aulet no dejó de firmar cuantas oposiciones a cátedra de universidad e instituto se convocaron, fueran de Historia Natural —la mayoría—, de Física y Química o incluso de Agricultura. Un recuento no exhaustivo arroja once convocatorias de oposición en las que aparece como aspirante: no está mal para siete años. La más exótica fue la cátedra de Química General de la Facultad de Ciencias de la Universidad de La Habana, a la que se presentó en 1891. También probó fortuna en 1890 con la plaza de ayudante del Museo de Ciencias Naturales de Madrid.

Lo cierto es que esta frenética actividad opositora —muy común en la época, tal como vamos viendo, para quienes se querían abrir paso en la carrera docente— denota en el caso de Aulet una determinación muy meditada, semejante a la del clérigo oscense Juan Placer pero expresada de forma mucho más temprana y decidida, de ganar una cátedra universitaria o, en su defecto, una en la segunda enseñanza. Fueron las oposiciones a las de Historia Natural vacantes en los institutos de Logroño, Canarias, Huesca y Linares, convocadas en 1895 y cuyos exámenes tuvieron lugar a lo largo de 1896 y 1897, las que finalmente le otorgaron la ansiada titularidad.291 Así fue como Eugenio Aulet tomó posesión de la cátedra de Historia Natural del

290. Nos referimos al opúsculo didáctico titulado Desarrollo sobre cartulina de los cuarenta y ocho sólidos cristalográficos más importantes (Barcelona, Talleres Gráficos Bobes, 1909), que llegó a ver varias reediciones hasta los años sesenta del siglo pasado. Una edición ampliada del mismo texto fue publicada post mortem, en 1939, en la casa Bosch de Barcelona, en la que también se realizaron ediciones en los años cincuenta y sesenta —la última, de 1966—. En 1909 publicó unas Orientaciones modernas en el estudio elemental de la fisiología (Tarragona, Tipografía Tarraconense) y en 1925 un Memorándum de mineralogía general (Barcelona, Ángel Ortega). Asimismo escribió una breve reseña biográfica sobre su amigo y conmilitón el naturalista y ornitólogo gerundense Estanislau Vayreda i Villa (1848-1901) que apareció en el Boletín de la Sociedad Aragonesa de Historia Natural. Un hermano de este, Marià Vayreda (1851-1903), pintor y escritor de la Renaixença y del nacionalismo catalán, cuñado de Aulet, realizó en 1893 un retrato de este que reproducimos en estas páginas. Finalmente, y sin relación alguna con los temas propios de su especialidad, en 1926 vio la luz una obra suya titulada Como a hermanos: narración inspirada en episodios del combate de Trafalgar (Gerona, Antonio Franquet). 291. El texto manuscrito de su memoria de oposición, firmada en Zaragoza el 4 de julio de 1894, contiene un «Razonamiento» seguido de un «Programa de Historia Natural», que, además de las lecciones correspondientes a las materias de Mineralogía, Botánica, Zoología, Geología, Antropología e Higiene —desarrolladas en este preciso orden—, incluye un detallado «Programa práctico» con treinta actividades o estudios aplicados para desarrollar en la clase (AGA, 32/07985 y 32/08599).

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Instituto oscense en mayo de 1897, convirtiéndose en el sucesor en ella de Serafín Casas y Abad, que, como se recordará, había sido trasladado al Cardenal Cisneros de la Villa y Corte en agosto del año anterior. En Huesca, Aulet, además de responsabilizarse como su antecesor en la cátedra de la estación meteorológica del Instituto, impartió clases en el Seminario Conciliar de la Santa Cruz, donde se encargó de la cátedra de Lengua Hebrea y Hermenéutica Sacra en el marco de los estudios de Teología que allí se dispensaban. El joven catedrático y presbítero catalán estuvo en Huesca cinco años, hasta 1903, cuando le fue concedido traslado al Instituto de Tarragona por permuta con el catedrático Rafael Blanco Juste.292 Es muy infrecuente encontrar una declaración argumentada, precisa y explícita sobre el concepto que los catedráticos de segunda enseñanza tenían del desempeño de su trabajo que fuera más allá de las vaguedades propias de la defensa de la disciplina y de su casi siempre inopinada importancia en el plan de estudios del bachillerato. Quizá por ello llama la atención que en el manuscrito de unas quince páginas de buena caligrafía y letra menuda titulado «Razonamiento» que inaugura la citada memoria de oposiciones el todavía joven aspirante a catedrático Eugenio Aulet presentase, en orden de importancia, los «tres principios» que guiaron la redacción de su programa para la asignatura: el «desprecio de la rutina», la necesidad de seguir un «método» lógico y razonado inspirado en el funcionamiento del entendimiento humano y la «preferencia del estudio de lo menos vulgar». Estos tres principios, así formulados, anunciaban una cierta impugnación de las formas tradicionales que había ido adoptando en los institutos la enseñanza de la asignatura: «tengo para mí que la rutina es perjudicial en todo; si el atenerse a la rutina es motivo de poco adelanto, no cabe duda de que tratándose de la enseñanza ha de ser altamente nocivo que el profesor se encierre en estrechos círculos fijándose límites con propósito de jamás traspasarlos».293 En realidad, estas inusuales y vehementes páginas, escritas

292. Rafael Blanco Juste (n. 1872), natural de Barbastro (Huesca), licenciado y doctor en Ciencias y en posesión de un certificado de aptitud pedagógica expedido por la Normal Central de Maestros madrileña, acababa de ganar la cátedra del Instituto tarraconense. Además en 1894 había sido pensionado por el Ministerio de Fomento en la Estación Biológica Marina de Santander. Blanco, ocupó su cátedra apenas durante un curso escolar, ya que se trasladó a Madrid en 1905, tras ganar una oposición a profesor numerario de la sección de Ciencias —grupo de Física y Química e Historia Natural— de la Escuela Normal de Maestros de la Villa y Corte (Real Orden 3 de abril de 1905). Ello permitió, tal como vimos, que el claustral Pedro Romeo García se ocupara de esa cátedra y que la de Agricultura quedara vacante, lo que facilitó la llegada al claustro oscense del catedrático zaragozano Juan Pablo Soler Carceller.

293. Cita extraída de la mencionada memoria localizada en el expediente de oposiciones a cátedra de Aulet (AGA, 32/08599).

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en 1894 por un opositor que ejercía como auxiliar de la Universidad de Zaragoza —es conveniente no olvidarlo—, al mismo tiempo que nos desvelan algunos rasgos de la peculiar psicosociología del personaje contienen una significativa declaración de intenciones, sin mayores consecuencias discursivas, pues termina por sustanciarse en el desarrollo de un programa para la asignatura bastante convencional.

En el terreno político e ideológico Aulet fue un convencido ultramontano que desde su inicial marchamo carlista fue evolucionando hacia el tradicionalismo integrista y convirtiéndose a partir de 1888 en un firme partidario de Nocedal y de El Siglo Futuro, atalaya ideológica que defendió con denuedo y que compartió con el sacerdote Félix Sardá y Salvany, con Juan Manuel Ortí y Lara y con otros conspicuos reaccionarios. Absolutamente adversario de cualquier intento de pacto o maridaje entre el catolicismo y el liberalismo, mostró una posición intransigente en todas cuantas campañas o polémicas se suscitaron en aquellos años en torno a los afanes recatolizadores de España. Cuando todavía era un jovencísimo estudiante de licenciatura, en marzo de 1885, y siguiendo una iniciativa de algunos compañeros de la Universidad de Santiago, firmó un manifiesto de protesta en el que se anatematizaba la celebración de actos encaminados a enaltecer la memoria de Giordano Bruno, «fraile apóstata, oscuro y ajeno a nuestra Patria».294 Su posición ideológica, dentro siempre de un pundonoroso celo papista y sin adoptar ningún compromiso político de manera directa, seguramente evolucionaría hacia un cierto catalanismo conservador: recordemos los lazos familiares que lo unieron a los Vayreda de Olot y a otros linajes del mismo sesgo. Ya durante la dictadura militar de Primo de Rivera y desde su último destino en el Instituto de Gerona, del que llegó a ser director, pareció encontrar su más neto acomodo y se mostró de forma abierta claro defensor, como veremos, del «proyecto católico y regenerador de la Patria» que el dictador encarnaba. Teniendo en cuenta algunos de estos antecedentes, podemos suponer que el encaje de Eugenio Aulet, joven

294. Según una circular publicada en el número 11 de La Universidad: periódico escolar libre-pensador (16 de abril de 1885, p. 4), una comisión de estudiantes de la Universidad Central presidida por el rector Miguel Morayta había propuesto «celebrar en España el 285.º aniversario del suplicio de Giordano Bruno a manos de la inquisición romana» llevando a cabo una solemne sesión pública y recogiendo fondos para engrosar una suscripción pública internacional con el fin de erigir un monumento dedicado a su persona en Roma. En el mismo número del periódico madrileño (pp. 1-2) se incluía un largo artículo titulado «Criterio histórico del libre pensamiento» escrito por el catedrático de Latín Víctor Ozcáriz todavía desde su destino de Gerona, poco antes de trasladarse al Instituto de Huesca, donde únicamente permaneció durante un curso escolar.

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de ademanes presuntuosos y refinados, culto y cosmopolita, en la pequeña Infundia camista y en el claustro bastaranista no fue fácil.

Existen múltiples indicios, rastreables tanto en la prensa como en las actas de claustro, que inducen a pensar que las relaciones entre López Bastarán, sus allegados en el claustro y Aulet no estuvieron precisamente presididas por el afecto, más allá del respeto a las normas de la básica cortesía corporativa. Dada su retrógrada manera de pensar, mantuvo desde el principio una posición próxima a la del atrabiliario catedrático de Psicología y Ética Gregorio Castejón Ainoza, pero no nos consta que fuera mucho más allá de las solidaridades ideológicas que tuvieron ocasión de hacer públicas, a veces muy sonoramente, en alguna sesión de claustro. Sin embargo, no parece que Aulet frecuentara el Círculo Católico, y mucho menos que participaraen sus actividades, en contraste con Casas, su predecesor en la cátedra. Otro tanto, como anunciamos, cabría decir acerca del encaje del afectado presbítero catalán en la buena sociedad oscense. Al poco de la llegada del presbítero al Instituto, López Bastarán quiso contar con su probada fama como orador sagrado y lo designó para predicar en la celebración del Tota Pulchra del año 1898 en representación del claustro. Aquella iniciativa, seguramente bienintencionada, resultó ser una ocasión única para que Aulet se presentara ante la atenta y siempre suspicaz mirada de lo mejor de la sociedad oscense. El espectáculo debió de ser muy comentado, puesto que, frente a las brevísimas gacetillas que El Diariode Huesca solía dedicar a esa celebración litúrgica en aquellos años, en esa ocasión el asunto dio pie al redactor para llenar casi una columna completa. Esto es parte de lo que pudo leerse en El Diario a los dos días de la prédica de Aulet Soler:

nosotros, y con nosotros muchas personas de la capital, notaron dos omisiones de bulto en el sermón de referencia; la primera al no hacer el Sr. Aulet alusión alguna al Instituto de segunda enseñanza, a cuyo Claustro pertenece y que le comisionó para predicar las glorias de María, continuando la piadosa costumbre de la antigua Universidad Sertoriana; la otra omisión, más importante para nosotros que la primera, se refiere a no haber escuchado al orador palabras encomiásticas sobre las tradiciones de la ciudad de Huesca, amante como la que más de sus glorias religiosas, entre las que cuenta la devoción al Misterio que ayer conmemoraba la Iglesia; por esto fue general la extrañeza, pero a nosotros no nos ha causado ninguna, porque es de público y generalmente sabido, ha ya largo tiempo, que los oscenses no tenemos la fortuna de poseer la consideración y el agrado del respetable catedrático y presbítero, sin tener en cuenta que Huesca es la ciudad en que voluntariamente vive, aunque sea pequeña y modesta para sus talentos y sus superiores facultades de cultura social que de buen grado le reconocemos. (El Diario de Huesca, 9 de diciembre de 1898, p. 3) LOS CATEDRÁTICOS

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Con todo, a Eugenio Aulet, antidarwinista militante, se le puede inscribir entre los naturalistas de campo —que no de gabinete y laboratorio—, y en ese sentido su paso por el Instituto no fue en absoluto anodino, pues fomentó una desconocida hasta entonces veta excursionista entre sus alumnos desarrollando salidas sistemáticas al campo todos los jueves hábiles en horario de tarde (El Diario de Huesca, 3 de febrero de 1898). Sus años de trabajo en Barcelona, integrado en la prestigiosa Institución Catalana de Historia Natural como socio de número prácticamente desde su fundación, le proporcionaron conocimientos y técnicas de observación que sin duda supo aprovechar con indudable acierto en su práctica pedagógica. También fue miembro de la Sociedad Aragonesa de Ciencias Naturales, fundada en 1902, y antes de la sección aragonesa de la Sociedad Española de Historia Natural.

Volviendo al claustro del Instituto, otro tipo de cordialidad, más académica y corporativa y algo más alejada de las pasiones ideológicas, fue la que Aulet mantuvo con otros dos catedráticos de su generación, foráneos como él, con los que coincidió: Gabriel Llabrés Quintana y Luis Buil Bayod. En un establecimiento tan pequeño y endogámico, la procedencia no oscense de los claustrales fue siempre un condicionante estratégico para explicar la idiosincrasia de las relaciones de poder presentes en el claustro. Como ya se comentó en el capítulo anterior, Llabrés, Buil y Aulet, al margen de las especificidades de cada uno de ellos, constituyeron buenos paradigmas de lo que hemos venido denominando regeneracionismo de cátedra, marbete que conviene a esta segunda generación de catedráticos restauracionistas que aquí nos ocupa y que dio lugar a ciertas formas de practicar la profesión que fueron incorporadas al habitus de los catedráticos de instituto sin dificultad. Los tres exhibieron un elevado concepto de su propia erudición que se tradujo no solo en el cultivo de un impúdico elitismo, sino también en un permanente estado de insatisfacción por no haber alcanzado las cumbres de la docencia universitaria, un resentimiento que con frecuencia se acompañaba de un acibarado desdén por la segunda enseñanza camuflado en el marco de una crítica inmisericorde, razonable de todo punto, al estado de la instrucción pública en España.

El menosprecio por la segunda enseñanza venía de lejos e iba más allá de las críticas y las resistencias gremiales a las tímidas reformas educativas planteadas por el regeneracionismo liberal —y conservador— de primeros de siglo, reformas que incomodaron al cuerpo de catedráticos más por lo que anunciaban que por lo que en realidad llegaron a reglamentar. El malestarsolía relacionarse en muchos casos con las precarias condiciones en las que se encontraban los institutos y las cátedras, con las magras retribuciones que se percibían, con la pésima disposición y la escasa preparación de los alumnos y, sobre todo, con la escasez de catedráticos verdaderamente

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cualificados y el número creciente de profesores auxiliares y ayudantes mal pagados, poco formados y «escandalosamente favorecidos» por el Ministerio. En este sentido, cuando ocupaba ya su cátedra del Instituto de Tarragona, el doctor Aulet tuvo un sonado encontronazo con los seis profesores especiales y auxiliares numerarios de aquel claustro al publicar en el semanario La Segunda Enseñanza —órgano oficial de la Asociación de Catedráticos Numerarios de Instituto— un breve artículo en el que, entre otras lindezas, expresaba la siguiente afirmación: «los Claustros de los Institutos están heridos de muerte por haberse introducido en ellos elementos subalternos. […] sin este lastre, los Claustros recuperarían su antigua importancia».La reacción no se hizo esperar y quienes en el claustro se sintieron aludidos por el desafortunado —pero sintomático— suelto dirigieron al Ministerio una carta colectiva de protesta en la que solicitaban que se procediera contra su autor «por los conceptos emitidos», que conceptuaban de «injuriosos y depresivos para su dignidad y reputación».295

Durante su largo destino en Tarragona fue nombrado capellán de honor de la Casa Real (Real Orden de 25 de enero de 1908), al igual que su conmilitón y convecino el catedrático de Psicología Frederic Dalmau i Gratacòs. En 1915 polemizó con el catedrático y naturalista Josep Fuset i Tubià (1871-1952)296 con motivo de las rocambolescas teorías que este había mantenido desde su cátedra de Barcelona: Fuset consideraba que el dogma de la Inmaculada Concepción podía tener una explicación partenogenética. En realidad, el naturalista, desde una insondable ignorancia de la dogmática católica, se estaba refiriendo al dogma de la maternidad virginal de María y no al otro arcano —misógino donde los haya— que la circunda: el de su concepción sin mácula ni pecado original. Sea como fuere, Aulet, como otros muchos militantes de la fe católica, desde su triple condición de científico naturalista, católico y presbítero, no quiso permanecer impasible

295. El artículo de Aulet apareció en La Segunda Enseñanza: semanario doctrinal y de información el 29 de junio de 1907. Tanto el oficio enviado a la Subsecretaría del Ministerio de Instrucción Pública (fechado en Tarragona el 26 de octubre de 1907) como la respuesta dirigida a los seis firmantes (José María Nogués —profesor de Francés—, Pedro Loperena —profesor numerario de Pedagogía— y otros cuatro profesores del Instituto, según la cual se consideraba que no había «motivo para seguir procedimiento», en el expediente personal de Aulet (AGA-32/08599).

296. Catedrático de Historia Natural del Instituto de Palma pensionado por la JAE para ampliar estudios sobre anatomía comparada y embriología en París (1910-1911), fue estrecho colaborador de Odón de Buen en el laboratorio oceanográfico de Palma de Mallorca. En 1913 ganó la cátedra de Zoología de la Universidad de Barcelona, que perdió tras la guerra, víctima de la depuración. Fue autor de numerosos libros de texto universitarios. Su ferviente lerrouxismo y su actitud librepensadora y abiertamente anticlerical le depararon no pocos conflictos, como el sucedido en 1915.

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ante tamaño y ofensivo disparate e incluso llegó a publicar el contenido de una beligerante conferencia que pronunció sobre el tema. En ella, como telón de fondo, reaparecía una vez más el viejo conflicto acerca de la libertad de cátedra o de enseñanza —una suerte de enésima cuestión universitaria—. 297 En todo caso, tanto los hechos referidos como la surrealista polémica suscitada dan cuenta de la pobreza intelectual que muchas veces presidió el debate público sobre la ciencia en la España de la edad de plata, así como, de paso, del torpe y alambicado abordaje que el problema de la libertad de enseñanza tuvo —y en parte sigue teniendo— en el marco de un Estado confesional católico como el de la Restauración borbónica. Lo cierto es que en el curso de las polémicas entre darwinistas y antidarwinistas en España cualquier relación con el debate científico era, con demasiada frecuencia, meramente tangencial.

Llegados a este punto, conviene ir más allá de los límites del terreno de juego acotado cuando se debate en el ámbito educativo, incluso en el presente, acerca de la superioridad racional del darwinismo frente a las posiciones creacionistas. En efecto, más allá de las disputas a cuenta de la orientación de los planes de estudio y de su contenido científico, hubo y hay otros asuntos que tienen que ver con la mayoría social ausente e invisible en toda esta historia de bachilleres, presbíteros y doctorales varones y que siempre quedaron y quedan postergados. Es evidente que Darwin conmovió y perturbó de forma flagrante las seguridades de la concepción religiosa y católica de la vida y el desarrollo humanos, pues con él Dios dejaba de ser el responsable de cualquier creación y era sustituido por la simple natura; sin embargo, sus teorías no dejaron de contribuir de forma muy significativa a otorgar estatuto de indiscutible cientificidad a la inferioridad del 51% de la especie humana, a la legitimación de su sometimiento y, en definitiva, a la legalización de la estructura de dominación patriarcal, absolutamente inseparable del núcleo de las relaciones de producción y explotación capitalistas:

297. El caso Fuset produjo un soberbio escándalo cuyos ecos llegaron más allá de Barcelona y Tarragona: en Valencia, por ejemplo, llegó a orquestarse un ostentoso «Homenaje de la Ciencia a María Inmaculada» en el que coincidieron viejos conocidos del Instituto valenciano, como el catedrático de Psicología y Lógica Polo y Peyrolón, y de la Universidad, como el catedrático de Derecho Natural Rodríguez Cepeda, aupados por la poderosa derecha regional valenciana. Todo ello permitió rearmar una vez más al amplio sector del profesorado católico y antidarwinista. El asunto ha sido estudiado por Catalá (2003) y Sirera (2011b). La publicación de Aulet, que fue editada en 1915 (Barcelona, Imp. Editorial Barcelonesa), y que no nos ha sido posible consultar, lleva por título Del sectarismo en la cátedra: el caso Fuste. Folleto enriquecido con una notable conferencia del Dr. […]. Sería interesante analizar este texto en aras de comprobar si en la contraargumentación del mosén naturalista acaso tuvieron más peso la reflexión y el razonamiento científico que la condena moral y dogmática, como claramente ocurrió en el curso de la exhibición valenciana.

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Y aunque nos hubiera gustado poder demostrar lo contrario, las teorías de Darwin sobre los orígenes humanos corroboraron las palabras del Génesis sobre lo que nos interesa. En efecto, la explicación sobre el origen del comportamiento humano que presenta, mantiene y argumenta Darwin, sobre todo en su obra La descendencia del hombre, escrita en su segunda versión en 1874, está basada principalmente en la asunción de la inferioridad psíquica y física de la mujer, inferioridad cuya explicación reside en el valor de la caza como actividad económica originaria. Darwin defendió que la caza, llevada a cabo exclusivamente por los varones, era tan difícil y compleja y obligaba a tanta coordinación y entendimiento, que provocó o causó el desarrollo de la inteligencia humana (del varón), mientras que las mujeres, esperando pasivas la llegada de los hombres con los alimentos cárnicos, no contribuyeron en nada a ese desarrollo. (Querol, 2005: 30)

Lógicamente, esto hubo de tener evidentes consecuencias cuando, a finales del XIX y comienzos del XX, en los foros académicos empezó a discutirse sobre la educabilidad de las mujeres. No extrañará que un apasionado defensor del darwinismo en España como el periodista y filósofo krausopositivista Manuel de la Revilla sentara cátedra afirmando que «no hay educación que pueda igualar cerebros que pesan 1262 gramos con otros que pesan 1410» (Manuel de la Revilla, «La emancipación de la mujer», Revista Contemporánea, 1878, p. 459: cit. en Querol, 2005: 32). Creacionistas y darwinistas no aparecían tan distantes en el fondo. Y es que la ampulosa —y muy viril— retórica del regeneracionismo y de la palingenesia de la raza española había delimitado con claridad que el papel de las mujeres no podía ser otro que el que natura o la divinidad —tanto da— les había otorgado. En educación, por científica que esta sea, nada es lo que parece, y en la segunda enseñanza, la de ayer y la de hoy, la exclusión de las mujeres tuvo y tiene, tanto en la epistemología como en la configuración profunda de las disciplinas que se enseñan y que constituyen el currículo, una de las estructuras más duraderas y berroqueñas que existen, un robusto material a prueba de reformas Terminemos. El ya añoso catedrático Eugenio Aulet se incorporó a comienzos de los años veinte al Instituto de Gerona, desde donde logró ser pensionado en 1926 por la JAE durante mes y medio, sin retribución, para visitar Italia, Palestina y Egipto con objeto de profundizar en sus estudios de mineralogía y geología. Por lo demás, en el retorno a la tierra de sus mayores, y en aquellos años de dictadura regeneradora, ya hemos dicho que Aulet encontró algún alivio en la dura brega en pos la recatolización de España. Con todo, nuestro mosén naturalista ni siquiera en esas condiciones optó por bajar la guardia; así, con motivo de la reforma de la segunda enseñanza emprendida en 1926 por el ministro Eduardo Callejo (1875-1950), elevó al Ministerio, con el apoyo de significativos miembros del claustro de

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profesores de Gerona, una larga y ampulosa exposición dirigida al presidente del Directorio Militar titulada «La enseñanza de la Religión», al final de la cual se expresaba una súplica: «que en los estudios de Bachillerato sea considerada la asignatura de Religión y Moral Católica, como fundamental y obligatoria, dándole al efecto toda la amplitud necesaria a fin de que la sublimidad de su contenido así como la eficacia del mismo produzca en el alma de nuestros educadores los frutos que son de desear».298 Entre los firmantes —trece profesores, todos los catedráticos y algunos auxiliares del Instituto de Gerona en ese momento— encontramos, además de a Aulet, al ya citado Frederic Dalmau i Gratacòs y a los gerundenses Antonio Roca Várez e Ignacio Puig Aliés, catedráticos de Latín y Matemáticas que también habían estado destinados en el Instituto de Huesca, el primero escasamente el curso escolar de 1920-1921 y el segundo, como veremos con mayor detenimiento, entre 1908 y 1913.

No sería la última vez que durante ese periodo dictatorial, heraldo de tantas solidaridades y laboratorio de no pocas palingenesias e infames experimentos posteriores, nuestro presbítero coincidiera sobre el papel como firmante y adherente de la causa filofascista en compañía de conspicuos representantes de las gentes de orden del claustro del Instituto oscense y aledaños como Benigno Baratech, Gregorio Castejón, Ricardo del Arco, Luis Mur, Vicente Campo o Miguel Mingarro. Los veremos a todos ellos en los momentos terminales de aquella dictadura coronada participando en el homenaje al marqués de Estella, don Miguel, orquestado por la plana mayor del upetismo nacional o firmando el Manifiesto, «viril y patriótico», de adhesión al dictador y de «franca gratitud nacional hacia el ilustre gobernante» que tanto contribuía «con su actuación al máximo engrandecimiento de la Patria». El encabezamiento con que el órgano oficial de la Unión Patriótica exhibía el citado manifiesto no deja un resquicio de duda acerca de quiénes eran y desde dónde hablaban sus firmantes, el docto doctor Eugenio Aulet Soler —Eugeni en la intimidad— entre ellos. Así rezaba el titular de La Nación: «Entidades, Empresas, Compañías, personalidades prestigiosas, la máxima representación de la riqueza y del trabajo, piden que la nación permanezca agrupada contra los difamadores y en torno al caudillo que la rige».299 Aviso para navegantes.

298. La exposición, firmada y fechada en Gerona el 7 de febrero de 1925, fue recogida en la primera página del nocedalista El Siglo Futuro el 24 de febrero de 1925.

299. El manifiesto, con todas las firmas de los adherentes (instituciones, entidades y personas particulares organizadas por ramas de actividad y producción), ocupa, a seis columnas, las dos primeras páginas de la edición del periódico madrileño La Nación correspondiente al martes 26 de marzo de 1929.

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GABRIEL

LLABRÉS QUINTANA: LÍMITES Y PROYECCIÓN

DEL REGENERACIONISMO ERUDITO EN EL INSTITUTO OSCENSE

(Binisalem, Mallorca, NURU – Palma de Mallorca, NVOU)

Nacido en el seno de una familia acomodada de propietarios agrarios y no especialmente cultivados, si hemos de hacer caso a sus biógrafos, que recuerdanque en su casa únicamente se disponía de los pocos libros religiosos de su madre,300 el futuro catedrático de Geografía e Historia Gabriel Llabrés Quintana obtuvo el grado de bachiller en el Instituto de Palma en 1873. Allí, como otros miembros de su generación, recibió el destacado magisterio del catedrático de Geografía e Historia Josep Lluís Pons i Gallarza (1823-1894), considerado, además de relevante historiador local, uno de los patriarcas de la Renaixença balear. El binisalemero se licenció en Letras y en Derecho en la Universidad de Barcelona y después pasó a la Central, donde en 1882 culminó los estudios correspondientes a la licenciatura de Filosofía y Letras, estudios que compatibilizó con los de la Escuela Superior de Diplomática. Allí consolidó notablemente su formación como historiador cursando materias

300. Acerca de la vida y la obra de Gabriel Llabrés existe numerosa literatura, desde aproximaciones biográficas y publicísticas (a partir de la semblanza escrita por Joan Pons i Marquès en 1935 —cit. en Marín Gelabert, 2008: 14—, que ha servido de base para todas las demás, pueden citarse la de Juan Domínguez Lasierra, de 1989, y una de Buesa de 2003 que, con otras pretensiones, forma parte de una suerte de galería de humanistas y apasionados de la historia en Huesca) hasta documentadas monografías que han situado al catedrático en su contexto y han valorado su relevancia en el marco de la construcción de la historiografía —o de la arqueología, faceta en la que destacó al lado de su coetáneo y gran amigo José Ramón Mélida— profesional española como las de Peiró (1992 y 1994), Peiró y Pasamar (2002: 355-357), Casado (2006) o Marín Gelabert (2008). Obviamente, para construir las páginas que siguen haremos un uso cuidadoso de todas ellas, aunque —preciso es advertirlo— nuestro interés por el personaje, centrado específicamente en el escrutinio de sus años oscenses, estriba en presentarlo como un influyente arquetipo del regeneracionismo de cátedra en el devenir del campo profesional que nos ocupa.

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ÍNDICE

como Bibliografía y Ordenación de Bibliotecas o Arqueología y Ordenación de Museos.301 En 1901, cuando ejercía ya como catedrático en el Instituto de Cáceres, defendió su tesis sobre Bernardo Dez-Coll, cronista del reinado de Pedro IV el Ceremonioso, con la que obtuvo el grado de doctor por la Universidad Central con la calificación de sobresaliente.

Inició su trayectoria profesional como miembro del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos en calidad de ayudante de tercer grado de la biblioteca provincial del Instituto de Teruel, mediante oposición ganada en 1881. Allí llegó a fundar la Revista del Turia, desplegó una importante actividad en relación con la historia local y estrechó relaciones con la erudición aragonesa de la época, así como con algunos profesores del Instituto: Pedro Andrés Catalán, Miguel Atrián, Severiano Doporto, Domingo Gascón y Guimbao —esforzado impulsor de Miscelánea Turolense— y otros. Posteriormente, en 1882, se trasladó a la universitaria de Barcelona, donde coincidió con el también erudito mallorquín Mariano Aguiló. En 1883, tras solicitar la correspondiente dispensa, se incorporó como profesor auxiliar numerario a la sección de Letras del Instituto de Palma, situación que mantuvo más de diez años. Durante su periodo como auxiliar del Instituto, codo a codo con su antiguo maestro Josep Lluís Pons i Gallarza, además de ejercer su labor docente302 cursó el doctorado al mismo tiempo que emprendió de lleno la procelosa e incierta carrera de las oposiciones a cátedra —o al generalato, en ocurrente expresión utilizada por un amigo del mallorquín al darle los parabienes por el triunfo— (Peiró, 1992: 38).

En Mallorca afianzaría amistades y relaciones dentro y fuera de España con el mundo de la erudición y de la historiografía y también consolidaría estrechas vinculaciones políticas y profesionales con Marcelino Menéndez Pelayo y con Antonio Maura, a quien lo uniría una duradera amistad. En aquellos fecundos años Llabrés participó en las actividades de la balear Sociedad Arqueológica Luliana —creada en 1880—, y especialmente en su

301. Los datos relativos a la formación de Llabrés están obtenidos de Peiró (1992) y de las hojas de servicio consultadas en el AGA y el AHPHu. El estudio más completo de la actividad —y el declive— de la Escuela Superior de Diplomática, y sobre todo de su extraordinaria relevancia en la profesionalización de la moderna historiografía española, sigue siendo el realizado por los profesores de la Universidad de Zaragoza Gonzalo Pasamar e Ignacio Peiró (1996). 302. Destacados discípulos suyos y de Pons fueron en aquellos años Gabriel Alomar Villalonga (1873-1941), Jaume Pomar i Fuster (1868-1910) —que sucedería a Llabrés en su cátedra del Instituto de Mahón en 1902— y, sobre todo, Rafael Ballester Castell (1872-1931), quien, al igual que Pedro Aguado Bleye, aunque desde una posición ideológica muy distanciada, se convertiría en un conspicuo miembro del campo profesional como investigador y como autor de manuales que serían referencia inexcusable hasta época republicana (en el caso del palentino lo serían hasta bien entrado el franquismo).

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Bolletí, una revista quincenal erudita que incluía estudios históricos, arqueológicos,artísticos y patrimoniales, amén de todo tipo de colaboraciones orientadas a glosar la figura del patrono, el beato Ramon Llull, que fue su fundador y su director (1885-1895) y firmó numerosas colaboraciones en ella.303 Se trató de un empeño erudito, posromántico y protorregionalista que, con un sesgo netamente integrista y amparado por la plana mayor del clero isleño, había sido impulsado por el filólogo y presbítero Antoni Maria Alcover (1862-1932) y por el periodista, historiador diletante y, como el anterior, conspicuo jefe de filas del integrismo pidalista en Baleares José María Quadrado Nieto (1819-1896), entre otros.

Como decíamos —y hemos podido comprobar en otros casos ya referidos—, la obtención de la cátedra no era una tarea en absoluto sencilla, y además era en sí misma muy incierta. Acceder al anhelado y colapsado escalafón en la España de los años ochenta era realmente complicado, toda vez que sus integrantes más jóvenes llevaban al menos treinta y un años de servicio y su edad media estaba cerca de los cincuenta y siete (Cuesta, 1997: 295); por otro lado, como es bien sabido, durante toda la Restauración no se creó ningún nuevo instituto y las plantillas de profesorado, así como la movilidad interna, permanecieron bloqueadas. Opositar era una carrera de fondo atestada de obstáculos que requería tiempo, paciencia y buenas dosis de capital económico y social para entrar en la procelosa y naturalizada espiral clientelar de favores y recomendaciones y afrontar con resignación alrededor de una decena de intentos fallidos. Ser catedrático se convirtió en muchos casos en el final de la carrera profesional más que en su arranque (lo vimos con Miguel Eyaralar y con Juan Placer, por ejemplo; el Llabrés no llegó a tanto, pero sí es cierto que alcanzó la ansiada meta muy cerca de la madurez de su producción intelectual e historiográfica).

Amén de las tentativas frustradas de hacerse con una plaza de profesor en la Escuela Superior de Diplomática en 1884 —pese a los funestos augurios que le transmitió su colega y amigo José Ramón Mélida (Marín Gelabert, 2006: 26)— o de lograr cátedras en diversas universidades españolas,304 nuestro aspirante llegó a concurrir en cuatro ocasiones a oposiciones a cátedras de

303. La primera época del mentado Bolletí puede consultarse íntegramente en la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura (https://cutt.ly/xjlqiGw). Sobre la Sociedad Arqueológica Luliana y su Bolletí, además de los trabajos de Marín Gelabert, puede consultarse una semblanza doméstica —y sintomática— escrita por Salvá (1985) con motivo del centenario de su fundación.

304. Lo intentó sucesivamente desde Cáceres y Huesca, e incluso desde su destino de Santander —y siempre sin éxito—, en las de Madrid, Barcelona, Valladolid, Sevilla, Valencia y, por supuesto, Zaragoza. Estos asuntos han sido analizados exhaustivamente por Peiró (1992 y 1994).

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Geografía e Historia entre 1885 y 1895 y dos veces a cátedras de Retórica y Poética. Una de ellas la ganó, en 1892, sin plaza. Se presentó incluso a una vacante de Teoría e Historia de las Bellas Artes para la Escuela Especial de Pintura Escultura y Grabado de Madrid, junto a Mélida. Finalmente, en 1895, con treinta y siete años cumplidos,305 ganó la oposición para la de Geografía e Historia del Instituto de Mahón (Real Orden de 4 de mayo), empezando así un larga itinerancia por varios institutos —Mahón, Cáceres, Huesca, San Sebastián y Santander— hasta que en 1913, con cincuenta y cinco años, obtuvo al fin el traslado por permuta al Instituto Balear de Palma de Mallorca.

En el Instituto de Mahón Gabriel Llabrés permanecería desempeñando su cátedra hasta 1898. Allí coincidiría con un joven químico zaragozano bien conocido por quienes hayan leído hasta aquí: Luis Buil Bayod. Buil tomó posesión de la cátedra de Historia Natural en enero de 1896 y entabló con Llabrés una estrecha relación que devendría en parentesco y que los abocaría a intentar compartir destino a partir de 1898, cuando ambos abandonaran la isla de Menorca para iniciar el trasiego por diversos institutos españoles al ritmo marcado por la impersonal e implacable maquinaria burocrático-administrativa: lo lograron en Huesca (entre 1902 y 1905) y en Santander (entre 1907 y 1913), aunque lo intentaron sin éxito en numerosas ocasiones.306 En muchos

305. Las noticias sobre las oposiciones firmadas por Llabrés pueden consultarse en su expediente de profesor y en la Gaceta de Instrucción Pública. La edad del acceso al mandarinato de la segunda enseñanza se había incrementado de forma escandalosa desde los 28 años, que era la edad normal de incorporación en la década de los setenta, hasta los casi 34 años en los ochenta y los noventa. Llabrés obtuvo la oposición a cátedra de segunda enseñanza a una edad ligeramente superior a la considerada media según la estadística de los noventa. El cómputo ascendió a los 39 años para la década posterior y descendió hasta los 34,4 en 1914, tendencia que se consolidó en 1934 con 32 y se estabilizó hasta los años sesenta (en 1963 la media era de 31,9 años). Véase Peiró (1992: 37) y Cuesta (1997: 296).

306. Luis Buil Bayod, licenciado en Ciencias Físico-Químicas por la Universidad de Zaragoza (1890) y doctor por la Central (1892), ejerció primero como auxiliar interino en el Instituto de Zaragoza. Inusualmente pronto, a los treinta años, ganó las oposiciones a la cátedra de Física y Química y su agregada de Historia Natural en 1895. Desde Mahón fue trasladado a la cátedra de Ávila, donde estuvo un solo curso impartiendo la materia de Historia Natural, y en 1899 consiguió el traslado al Instituto de Palencia, donde finalmente pudo dar clase de Física y Química (1899-1902). Sería durante alguno de los viajes que Llabrés debía de hacer desde Cáceres, acompañado de su mujer, para visitar a su ya cuñado en Palencia cuando conocería al jovencísimo Pedro Aguado Bleye, que se convertiría en su «secretario» (Peiró, 1994: XVI) y años después en alumno predilecto de aquel en Huesca. Tras su paso por Huesca, Buil se asentó en su cátedra del Instituto de Santander, donde llegó a ser vicesecretario y director. Fue presidente del Ateneo Montañés de la ciudad, llevó a cabo varias investigaciones, alguna de las cuales le valió la concesión de una patente de invención y publicó su Curso elemental de física moderna o energética física (Santander, Imp. de J. Martínez, 1914), que fue declarada de mérito por la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y por el Consejo de Instrucción Pública (López Martínez, 2009).

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sentidos, Llabrés y Buil desarrollaron una trayectoria profesional coincidente tanto en el terreno de la actitud personal como en el de la praxis corporativa: ambos entran holgadamente en la categoría de los regeneracionistas de cátedra. En Mahón Llabrés lograría poner en marcha la segunda época de la Revista de Menorca (1896)307 y, en estrecha colaboración con Luis Buil y el profesor de Dibujo Francisco Hernández Sanz, un museo arqueológico escolar que, en puridad, sería el fruto de un acuerdo entre el Instituto y el Ayuntamiento de Mahón para alojar en las instalaciones del primero las colecciones del Museo de Arqueología e Historia Natural. Este, que había sido inaugurado en 1889, se encontraba apenas un lustro más tarde en un estado de lamentable abandono y el claustro decidió acogerlo en el Instituto a propuesta de nuestro catedrático con la intención además de engrandecer las colecciones, darle un uso pedagógico e incluso establecer un horario de apertura al público durante dos horas por la mañana todos los domingos, horario de atención que sería cubierto «graciosamente» por los tres profesores citados.308 La práctica de esta suerte de regeneracionismo de cátedra erudito, profundamente conservador y elitista convivió en la pequeña isla con uno de los focos periféricos del institucionismo, el liderado por el maestro y pedagogo de Ciudadela Joan Benejam i Vives (1846-1922), que puede considerarse embrión del relevante desarrollo que llegó a alcanzar el escolanovismo en las islas durante los años veinte y treinta de la mano de la normalista —y discípula de Magdalena de Santiago-Fuentes— Rosa Roig Soler y del inspector de primera enseñanza Joan Capó i Valls. Ambos mundos sencillamente se ignoraron —por no hablar de la fecunda presencia en la isla de las escuelas laicas y racionalistas impulsadas por el anarquista mahonés Joan Mir i Mir (1871-1930)—.

De Mahón se trasladó por concurso al Instituto de Cáceres (Real Orden de 27 de enero de 1898), donde desempeñaría la cátedra hasta 1902; ello a pesar de que un año después de su llegada a Cáceres le fue concedido un traslado al de Ávila (Real Orden de 16 de marzo de 1899), al que finalmente

307. Revista de Menorca: colección de materiales y noticias sobre historia, literatura, ciencias y artes (2.ª época). Dirigida y editada por Gabriel Llabrés, publicó seis números entre 1896 y 1897. Había tenido una primera época entre 1888 y 1890, a partir de 1898 conoció una existencia guadianesca hasta 1934 y en 1943 se recuperó de forma más o menos sostenida hasta 1999. La revista está totalmente digitalizada y accesible en el portal de la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura. Un estudio ya clásico acerca de esta importante revista, el de Canut y Amorós (1989).

308. Precisamente en la Revista de Menorca,2.ª época, 5 (1896), pp. 241-243, se incluye una amplia noticia del acuerdo entre el claustro y el Ayuntamiento, de la creación del Museo e incluso del Reglamento, aprobado en la sesión de claustro del 16 de octubre de 1896.

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renunció.309 En Cáceres Llabrés impulsó desde el Instituto, como había hecho en Mahón, en compañía de otros profesores, la creación de una publicación, en este caso la Revista de Extremadura (1899), y un museo arqueológico escolar, que constituiría, mutatis mutandis, el embrión del posterior Museo Provincial de Cáceres. También promovió la puesta en marcha de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, de la que fue su primer secretario.310 Durante las vacaciones veraniegas de 1899 contrajo matrimonio con la oscense María Jesús Bernal y Cosculluela; al año siguiente, en Palencia, nacería Juan, el primer hijo de la pareja y el único que sobrevivió de los cuatro, al parecer, que tuvieron. Ante la incertidumbre de la resolución del concurso de traslado, en los primeros meses de 1902 llegó a firmar la oposición a cátedras vacantes en los institutos de Oviedo, Barcelona, Burgos y Albacete. No fue necesario concurrir, ya que finalmente le fue concedido el trasladado al de Huesca (Real Orden de 31 de mayo de 1902).311

309. Como ya indicamos, Luis Buil Bayod se había trasladado a Ávila, donde impartía, muy a su pesar, la materia de Historia Natural, agregada a la cátedra de Física y Química, asignatura que enseñaba otro catedrático de mayor antigüedad. Lo cierto es que los cuñados concursaron para obtener el traslado, Llabrés a Ávila y Buil a Palencia, con el ánimo de, al menos, conseguir una plaza de su especialidad. Los hados quisieron favorecer a Buil concediéndole el destino palentino y, en consecuencia, Llabrés optó por quedarse en su Cáceres. La noticia de ambos traslados, en Gaceta de Instrucción Pública, 23 de enero de 1899, p. 6.

310. Para conocer el papel del Instituto cacereño en la institucionalización de la cultura burguesa —especialmente en relación con la importante parcela del patrimonio arqueológico— en el Cáceres de fin de siglo son de utilidad las investigaciones de Carlos Marín Hernández (2017). Agradezco esta referencia al compañero extremeño José María Lama Hernández, investigador de la represión franquista en la región —también en los institutos de segunda enseñanza— que se encuentra ultimando un importante estudio sobre los institutos extremeños durante la Segunda República.

311. En el expediente del concurso de traslado para cubrir la vacante de la cátedra de Geografía e Historia del Instituto oscense (AGA, 32/07697, leg. 5508-8) se seleccionaron dos candidatos: Eduardo Velasco y Goñi, procedente de Soria, y Gabriel Llabrés, de Cáceres, ambos doctores y catedráticos (fueron excluidos a priori otros tres aspirantes, entre ellos Félix Puzo Marcellán, por no disponer de oposición ni de cátedra de la materia). La propuesta de resolución fue favorable inicialmente a Velasco en razón de su antigüedad (había ingresado en el cuerpo en 1884 y había sido auxiliar por oposición desde 1881, aunque sus publicaciones se reducían a dos manuales escolares). Sin embargo, dada la disparidad existente entre los currículums de ambos aspirantes el expediente fue remitido a la sección segunda del Consejo de Instrucción Pública (7 de abril de 1902), que dictaminó: «Reunida […] con asistencia de Zabala, Herrero, Viscasillas y el Conde López Muñiz, resuelven que entendiendo el criterio de mérito y no de antigüedad (no vinculante en la ley), Llabrés es autor de obras de investigación nada común y de erudición vasta y selecta […] y el haber sido fundador y mantenedor durante diez años del interesantísimo Boletín de la Sociedad Arqueológica Luliana, consideramos perfectamente acreditado que el candidato a cubrir la vacante […] sea el doctor Gabriel Llabrés».

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A Huesca Llabrés llegó frisando los cuarenta y cinco años, con siete de servicios como catedrático y habiendo conseguido una posición ya muy relevante en el mundo académico y en los espacios donde se socializaba la incipiente historiografía española. Un lustro después, cuando abandonara Huesca para trasladarse al Instituto de San Sebastián (Real Orden de 15 de marzo de 1907), habría consolidado un muy poco frecuente historial profesional, sobre todo si se tiene en cuenta su condición de catedrático de segunda enseñanza y la tipología y la variedad de sus destinos durante sus doce años de ejercicio profesional en la cátedra.

En sus hojas de servicios de 1901 y 1907 hacía constar este nada despreciable capital cultural y social sobrevenidos: archivero, bibliotecario y arqueólogo correspondiente de la Real Academia de la Historia (1894); académico correspondiente, asimismo, de la de Bellas Artes de San Fernando (1900) y de la de Buenas Letras de Barcelona (1892); miembro de la Société bibliographique de France (1884); socio de número del Instituto Arqueológico Alemán (desde 1880), así como de los ateneos de Madrid y Barcelona; comendador de la Orden de Alfonso XII; socio de la Económica de Teruel, etcétera. Por otra parte, era ya autor de algunas de sus más relevantes publicaciones —entre ellas su propia tesis, que vio la luz en Madrid en 1903—, algunos de cuyos títulos habían sido premiados o informados favorablemente por la Academia de la Historia, en concreto sus investigaciones originales acerca del cartógrafo mallorquín Jafudà Cresques, publicadas en 1891.312

Nuestro erudito no solo lo era, sino que además se percibía y era percibido como integrante de una selecta elite con la además que mantenía frecuente correspondencia: desde Rafael Altamira hasta Emil Hübner pasando por Julián Ribera, Eduardo Ibarra, Émile Cartailhac o Jordi Rubió. No cabe duda de que Llabrés estaba en aquellos primeros años del siglo en el cenit de lo que fue su carrera profesional. Como acertadamente afirma Marín

Gelabert (2008: 14), Llabrés ya era entonces un gigante entre los historiadores locales. Era uno de los difusores principales de la modernización

312. La producción escrita de Llabrés (es autor de no menos de trescientos cuarenta y seis títulos entre ediciones de documentos, artículos, opúsculos, libros, monografías y catálogos, la mayoría publicados en revistas) se encuentra parcialmente referenciada en Peiró y Pasamar (2002). Las obras más relevantes pueden encontrarse con facilidad en Biblioteca Digital Hispánica e incluso en Internet Archive —donde está accesible el Estudi histórich i literari sobre’l Cançoner dels comtes d’Urgell, Barcelona, Societat Catalana de Bibliòfils (1907)—. Ya en los años diez y veinte publicó algunos de sus más importantes trabajos historiográficos —sobre la crónica del reinado de Jaime I— y arqueológicos —como organizador de las excavaciones del importante yacimiento romano de Pollentia, iniciadas en 1923—.

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historiográfica desde el proyecto cultural nacional del canovismo en provinciasy uno más, entre iguales, de los que estaban contribuyendo a la profesionalización de la ciencia histórica en las décadas del cambio de siglo.

La gloria duró poco: tanto Marín Gelabert como Peiró sostienen con toda razón que a partir de la segunda década del siglo XX Llabrés fue experimentando un proceso de alejamiento gradual de los círculos donde se fueron configurando las nuevas formas de escribir e investigar historia —singularmente la JAE y el Centro de Estudios Históricos— en contacto con el espacio universitario y europeo. No fue una circunstancia privativa del catedrático mallorquín, ni siquiera del conjunto de los catedráticos de Geografía e Historia, sino que es menester interpretarlo en el marco de una progresiva readaptación que tanto los catedráticos de instituto como el resto de las corporaciones docentes que integraban el sistema educativo nacional habrían de experimentar en los amenes de la llamada edad de plata como consecuencia de la profunda crisis del Estado liberal de la Restauración.

Huesca y Aragón en su conjunto no eran un territorio ajeno en absoluto a la biografía y el bagaje afectivo e intelectual del catedrático mallorquín, en primer lugar por su matrimonio con María Jesús Bernal y Cosculluela, pero también porque desde su estancia en Teruel (1882) había conservado y abonado una relación muy estrecha con los prebostes de la erudición aragonesa (Peiró, 1992). Así pues, su incorporación al claustro del Instituto y a los ambientes cultivados de la ciudad hubo de ser fácil y en general bien recibida. El Diario de Huesca (1 de septiembre de 1902, p. 3) se hizo eco de ello en un suelto que dedicó a los dos nuevos catedráticos —Buil y Llabrés— con elogios propios de esas ocasiones: «La ilustración y competencia ya probadas de dichos Catedráticos, son prenda segura de que han de hacer honor al Establecimiento que hoy les cuenta como dignos individuos del Claustro». Sin embargo, su inequívoca adscripción ideológica, su alineamiento en el claustro con el significado integrista y catedrático de Psicología Gregorio Castejón —en particular a raíz de su enfrentamiento con el entonces director del diario camista y auxiliar de Francés en el Instituto Mariano Martínez Jarabo— y sus frecuentes requerimientos a su protector Antonio Maura le valieron un llamativo ninguneo en el periódico oscense por antonomasia, con todo lo que ello significaba en la Infundia de la pax camista. No es casual, por tanto, el hecho, ya referido, de que el discurso que pronunció en el acto de homenaje a Cervantes en abril de 1905 se publicara en La Voz de la Provincia , el periódico conservador de Puzo Jordán, y que fuera este el lugar elegido para dar a conocer, entre otras cosas, su —tardía— necrológica (1905) del catedrático isabelino Bernardo

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Monreal Ascaso (1824-1894), que se convertiría, por cierto, en una de sus particulares vindicaciones en la olvidadiza Huesca del cacique Camo, como veremos.

Visto con cierta perspectiva, el trabajo de Llabrés en la cátedra de Geografía e Historia del Instituto oscense supuso la puesta en marcha de un cierto modelo de intervención en la cultura provincial que obedeció a un guion que ya había sido ensayado previamente en los institutos de Mahón y Cáceres. La plantilla comprendía, por un lado, un trabajo específico de intervención en el patrimonio artístico y documental; por otro, el atento rescate y el reconocimiento de todo lo que pudiera ser constitutivo de una identidad local y provincial en el marco de un proyecto cultural nacional de hondas raíces católicas; y, finalmente, la fundación de lo que ahora llamaríamos un foro de intercambio y difusión pública de ideas y producciones escritas: la Revista de Huesca, a la que, por cierto, ya aludimos en el capítulo precedente. En todas y cada una de las áreas descritas el papel que el Instituto desarrolló, ora como lugar de intervención precisa, ora como plataforma de actuación, siempre como espacio de poder y legitimación, hubo de ser insustituible.

Por lo que respecta al primero de los empeños, habría que destacar los trabajos que llevó a cabo para catalogar y acondicionar el archivo catedralicio y, por lo que directamente nos atañe, el fondo documental de la extinta Universidad oscense, una tarea muy importante cuya significación fue mucho más allá de la estricta recuperación y acomodación de un rico patrimonio documental que, pese a todo y lamentablemente, no quedó a salvo de los embates del tiempo ni del latrocinio de algún ávido y postrer erudito local. Complemento esencial en esta brega fue su activa participación en la estratégica Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, presidida a la sazón por su colega y amigo en el claustro Gregorio Castejón, en la que se integró con presteza y de la que llegó a convertirse en uno de los más activos miembros desde su estratégico puesto de secretario ejecutivo. Como se recordará, desde allí fue posible la reincorporación del antiguo Colegio de Santiago al Ministerio, así como toda una serie de actuaciones patrimoniales de gran trascendencia posterior para la ciudad y la provincia.

Bajo el paraguas del regeneracionismo ambiental, y en el marco de la estratégica alianza o coalición práctico-discursiva entre la erudición y el conservadurismo ultramontano que se forjó en el claustro oscense de los primeros años del siglo, el papel de Gabriel Llabrés fue de una considerable importancia. Esa alianza, como vimos, contribuyó a la estabilidad académica, pero sobre todo proporcionó al Instituto evidencias científicas y

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documentales para cimentar, desde los parámetros de una supuesta racionalidad aggiornada, el reencuentro con su glorioso pasado levítico y universitario y, de paso, una suerte de renovado reconocimiento como foco irradiador de alta cultura y como superior institución académica y docente de la ciudad, un gustoso bebedizo apto para el consumo interno de las ilustradas elites capitalinas. En el fondo, la historia local y erudita que el catedrático practicó, y que algunos de sus epígonos han venido practicando después con singular contumacia, siempre fue una ancila al servicio de la historia nacional que cimentó sus mitos y sus valores políticos y religiosos.

En la brega de la restauración de las esencias identitarias del Instituto y de la ciudad burguesa, la aportación de Llabrés tuvo sin duda una dimensión prospectiva, pero también otra urgida por la inmediatez de las intervenciones concretas. En este último sentido fue relevante, a la par que sintomático, su empeño por resignificar —como diría un posmoderno— el espacio simbólico y principal —también el más público— del paraninfo del Instituto. Para ello propuso ante el claustro la ubicación en sus paredes de una serie de retratos de dos de los grandes próceres de la cultura oscense del siglo XIX —Bernardo Monreal y Ascaso y Valentín Carderera—,313 que a partir de entonces compartirían espacio y memoria junto a las efigies de Quinto Sertorio —ataviado con traje guerrero—, la Purísima Concepción y otras monumentales telas que, en variopinta y abigarrada mixtura, tenían al conde de Aranda, santo Tomás de Aquino y hasta siete reputados hijos ilustres de la Sertoriana como mudos testigos de provincianas jactancias.314

313. La propuesta se realizó en la sesión de claustro del 15 de febrero de 1905 (AHPHu, I/867), aunque el retrato de Carderera tardó un par de años en ubicarse en la galería. La elección de personalidades no es baladí (ambos constituían dos preclaros paradigmas del proyecto de cultura nacional, burguesa y católica, que el mallorquín defendía, pero además, Monreal había sido alumno de la Sertoriana), y no solo es explicable, sino también justificable. Tampoco nos parece del todo impertinente recordar a nuestros amables lectores que, sin ir más lejos, por aquellas mismas témporas un exalumno de ese Instituto, Santiago Ramón y Cajal, estaba a las puertas de obtener el Premio Nobel de Medicina (ni Ramón y Cajal ni Costa recibieron homenaje alguno ni en Huesca ni en su Instituto hasta 1922). Llabrés, como es sabido, se había convertido por encargo del director del Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, el célebre latinista y léxicografo zaragozano Francisco Commelerán Gómez (1848-1919), en albacea testamentario ante los herederos de Monreal, finado en 1894 (véanse las notas 74 y 166). 314. Existen al menos dos descripciones de las instalaciones del Instituto Provincial realizadas en los primeros años del siglo, ambas manuscritas. La primera se debe al catedrático de Latín Miguel Eyaralar y fue redactada en 1900 dentro de la memoria anual del curso 1901-1902 (AHPHu, I/800). La segunda, mucho más completa y detallada, forma parte de unas notas sobre la historia de la Universidad de Huesca y sus edificios escritas por Gabriel Llabrés (AHPHu, I/863/3). El estudio más completo y documentado hasta el momento de las pinturas que estaban colgadas en el teatro de la antigua Universidad de Huesca, algunas de las cuales se mantenían en la época que nos ocupa aquí, es el llevado a cabo por Cantero y Garcés (2013).

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El exgobernador oscense Wenceslao Retana aplaudió la incorporación de Valentín Carderera a la singular galería de retratos y curiosidades del paraninfo oscense:

El nombre de tan insigne patricio permanecía sin embargo punto menos que olvidado, hasta que el catedrático y distinguido arqueólogo Don Gabriel Llabrés tomó a pechos restaurarlo; y gracias a Llabrés, desde hace cosa de un año se ve en el salón de actos del Instituto, frente al retrato del gran Conde de Aranda (el mayor de los oscenses), el retrato del insigne Valentín Carderera. (Retana, 1907: 523)

En relación con el retrato del catedrático Bernardo Monreal, no fue de la misma opinión el pintor y a la sazón auxiliar de Dibujo Anselmo Gascón de Gotor, quien se despachó a gusto en El Diario de Huesca:

El paraninfo, severo y amplio, tiene en sus muros grandes retratos, aunque no grandes pinturas; sin embargo son muy recomendables la del Cardenal Bardaxí y el del Conde de Aranda; […]. El retrato del fundador de los talleres salesianos, por ser una fotografía, por el lugar que ocupa, porque nada hizo para el Instituto, no encaja; estaría mejor en la sala de profesores. (El Diario de Huesca, 1 de agosto de 1905, p. 3)

Como ocurriera en Cáceres y antes en Menorca, su empeño por sacar adelante la Revista de Huesca, significativamente subtitulada Historia, literatura, ciencias, artes, por más que sea dominante el sesgo histórico de la publicación, constituye el tercer componente de la particular cruzada por la cultura que Llabrés llevó a cabo desde su cátedra en el establecimiento oscense. Fue un proyecto laborioso que sacó adelante gracias a la incondicional ayuda de su cuñado Luis Buil y de su dilecto discípulo en el Instituto y fidelísimo ayudante Pedro Aguado Bleye (1884-1954), con quien mantuvo siempre una relación paternofilial.

En su corta y discreta vida —tan solo dos años (1903-1905) y siete números—la revista logró convertirse en «el efímero testimonio de una pasión por la historia regional, el necesario precedente de una forma de entender la historia local que sería seguida por otras publicaciones» (Peiró, 1994: XXVIII).

A diferencia de su casi contemporánea Revista de Aragón (1900-1905), que se configuró como un producto característico del regeneracionismo universitario zaragozano de la mano de lo que podría denominarse generación del Centenario de 1908 (José-Carlos Mainer, 1974), la oscense fue una empresa personal y solitaria de un erudito que a duras penas pudo rodearse de una reducidísima nómina de colaboradores: además de Pedro Aguado,

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Gregorio Castejón y Luis Buil,315 el presbítero Gregorio García Ciprés y el ingeniero agrónomo León Laguna, con alguna colaboración testimonial como las de Mariano de Pano o Mariano Supervía. Una nómina parva en la que, además, no deja de echarse en falta a los prebostes de la erudición aragonesa del momento —los Ribera, Ibarra, Asín, Valenzuela, Giménez Soler y otros—, empeñados en sacar adelante su propia aventura periodística zaragozana (Peiró, 1994). En este aspecto, la revista no fue tanto un espacio de socialización cuanto la efímera cristalización de un proyecto historiográfico netamente empírico-positivista e historicista y de marcadísimo carácter conservador. El conocimiento del pasado, casi siempre bajomedieval y analizado desde la óptica exclusiva de las elites masculinas, operaba como referente y como coartada moral para nutrir y orientar el patriotismo y la regeneración nacional, para consumo de una derecha regional ávida de mitos y relatos fundacionales en los que afianzarse como proyecto político. La historia siempre se escribe para alguien y para algo. Sirva de muestra el fragmento de un artículo del propio Llabrés en el que rememora la visita a Huesca del rey Jaime I al hilo de la breve estancia del jovencito Alfonso XIII en la Infundia camista de 1903:

Donde ayer se sentó el bienestar y la riqueza, hoy sienta sus dominios la ignorancia y el abandono; por todas partes ruinas que acreditan que el país se encuentra en el periodo de las vacas flacas de la leyenda bíblica. Y no son lo menos malo los vestigios de esta pobreza material que por todas partes asoman: en el bosque talado, en la caída tapia, en la arruinada ermita, en el despoblado, en el linaje desaparecido, en la familia extinguida; sino la carencia absoluta de caudillos, que tanto sobraron ayer y que hoy no asoman por parte alguna; de cabeza y de clases directoras, de apóstoles que prediquen la buena nueva e intenten levantar al país de la postración en que yace. Tristes tiempos los presentes en que hasta para su representación en Cortes necesita apelar esta provincia al préstamo de hombres extraños a la tierra e ignorantes del marasmo en que perece. Y ¿esto es Aragón? preguntarían los Jaimes, los Alfonsos y los Pedros, si volvieran a levantar la cabeza.316

En todo caso, el éxito de la Revista de Huesca no hay que medirlo en términos de producción intelectual ni por su limitada capacidad para aunar voluntades y consolidar grupo; mucho menos aún por su rentabilidad

315. La revista cosechó muy poco entusiasmo entre los miembros del claustro; los únicos suscriptores en el Instituto fueron Pedro Aguado, Eugenio Aulet —ya desde su destino en Tarragona—, Luis Buil, Gregorio Castejón y Ángel Fernández Enciso.

316. Fragmento extraído de «Dos viajes regios a Huesca: Jaime I y Alfonso XIII (1224-1903)», Revista de Huesca, I, 6 (1904), pp. 446-447; cit. por Peiró (1994: XXV).

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económica, ruinosa a todas luces. El balance de la publicación es inseparable del conjunto de las actuaciones que Llabrés y sus más cercanos colaboradores impulsaron en el marco del modelo de intervención cultural al que antes nos referimos. Desde este punto de vista, Llabrés contribuyó decisivamente a situar a Huesca y su provincia en la agenda de una cierta reconstrucción de la historiografía nacional llamando la atención sobre su patrimonio material y documental. Otro tanto cabría decir por lo que al Instituto se refiere: Llabrés fue el primer restaurador de las esencias sertorianas. De todo ello se deduce que el éxito de aquella aventura erudita personal, con vocación de auténtica cruzada cultural, se escruta mejor en sus epígonos, se refleja en pequeños acontecimientos317 y hay que valorarla en el medio y largo plazo, a partir de la llegada a Huesca de Ricardo del Arco en 1908 y sobre todo con la celebración en el paraninfo del Instituto del II Congreso de Historia la Corona de Aragón en 1920. En definitiva, debe entenderse e interpretarse como un precedente indiscernible de lo que vendrá después. En este sentido resulta muy evocador y sintomático el artículo de Domingo J. Buesa (2003) que referíamos al inicio de estas páginas y que nos propone recorrer los grandes hitos de la historiografía oscense del siglo XX de la mano de tres egregios varones: Gabriel Llabrés, Ricardo del Arco y Federico Balaguer. Amén.

En el Instituto el mallorquín fue ante todo un erudito profesional, y desde esa particular atalaya, como se ha dicho, un prototipo particular del regeneracionismo de cátedra en los años finales de la Restauración. Llabrés, como la mayoría de sus congéneres en la corporación, entendía la enseñanza casi como una prolongación natural de su saber, e incluso cabría decir que como un medio de subsistencia a menudo ingrato y oneroso. Es difícil hallar un resquicio para la mística del sacerdocio laico —como ocurre en la retórica institucionista— en las trayectorias profesionales de catedráticos como Llabrés o Buil, que estuvieron siempre deseando obtener una cátedra universitaria. Llabrés fue un catedrático a la antigua, pero con matices: reprodujo el ethos de un profesor mucho más preocupado por la investigación

317. En este sentido cabe citar, por ejemplo, la conferencia meeting que el catedrático zaragozano Eduardo Ibarra impartió en Huesca el 1 de noviembre de 1905 para anunciar la celebración del Primer Congreso de Historia de la Corona Aragón y la posterior creación, en enero de 1906, de una junta local con sede en el Instituto con el fin de contribuir a los preparativos de un evento que tras dos retrasos y un cambio de sede tendría finalmente lugar en Barcelona en 1908. La junta estuvo integrada por Gaspar Mairal —alcalde de Huesca— como presidente, Gabriel Llabrés, Rosendo Rull —director de la Normal—, Miguel Supervía —arcediano y secretario del obispo—, José María Aísa —abogado— y Gregorio Castejón como vocales y Manuel López Bastarán como secretario. Noticia de todo ello, en El Diario de Huesca, 28 de octubre de 1905 y 23 de enero de 1906 respectivamente.

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erudita y documental y por atender sus compromisos con revistas y sociedades académicas que por la enseñanza de la historia y los menesteres propios de un catedrático de su tiempo. No fue totalmente ajeno a ello su ausencia, tan comentada y elevada a la categoría mérito, en el lucrativo mercado de los libros de texto.318

Sin menoscabo de la actitud abiertamente regeneracionista que el mallorquín practicó y exhibió a lo largo de toda su trayectoria profesional, Llabrés, como tantos otros catedráticos de su generación y como la propia Asociación de Catedráticos Numerarios de Instituto, mantuvo un contacto muy epidérmico con los importantes debates que comenzaban a abrirse acerca de la necesidad de reformar la enseñanza de la asignatura de Historia o de la formación de los futuros profesores de esta materia: recuérdese al respecto que la primera edición de la seminal obra de Rafael Altamira y Crevea, Enseñanza de la historia, había visto la luz en 1891 (en 1895 lo haría la segunda, mucho más completa y decisiva), en vísperas del importante Congreso de Pedagogía de 1892.319 Y es que, finalmente, el regeneracionismo de cátedra, mucho más que una corriente crítica organizada —la institución sí lo fue—, habría que contemplarlo «como una efervescente

318. Domínguez (1989: 33) refiere que su hijo, el abogado e historiador erudito y local mallorquínJuan Llabrés Bernal (1900-1975), en una carta personal que le dirigió en 1974, le describió en estos términos a su padre: «Mi padre —catedrático a la antigua de los de bombín, ribete blanco en el chaleco y grueso aplazan— […] tiene el mérito de no haber escrito nunca ningún libro de texto». Tras la severa y distanciada apariencia de los estudiados retratos de época de estos mandarines de la cultura provinciana (puede verse el de Llabrés en la galería que incluimos en estas páginas), ataviados con los ropajes que les eran propios, afloran, a poco que uno se aproxime a las fuentes, historias y preocupaciones cotidianas que poco tienen que ver con épica y que remiten a estrecheces económicas, destinos indeseados, errores en el escalafón, reclamaciones horarias, cartas de recomendación, intercambios de favores, inquinas y solidaridades corporativas. Conocemos bien, gracias al trabajo de Peiró (1992), los temas que menudearon en la correspondencia que Llabrés mantuvo con otros miembros del campo: recomendaciones para oposiciones y para la elección de libros de texto. 319. No fue precisamente la de los catedráticos de segunda enseñanza una corporación permeable a este tipo de planteamientos, como reiteradamente se ha dicho. Francisco Giner, Adolfo Posada y otros venían advirtiendo desde hacía tiempo desde el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza de la necesidad de que las ideas de la reforma pedagógica fueran tomadas en consideración en la enseñanza media y contra la pedagogía de secano. Tampoco constituyeron estos asuntos un tema de debate en el seno de la Asociación Nacional de Catedráticos, cuya energía se canalizaba en aquellos años del cambio de siglo hacia la defensa de intereses gremiales y corporativos. La celebración del Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano de 1892 podría considerarse, hasta cierto punto, un momento de relativa inflexión, toda vez que en él se llegaron a debatir tres ponencias específicas sobre los problemas de la segunda enseñanza y se contabilizó la asistencia de noventa y ocho profesores de instituto. De las actitudes de los catedráticos de Geografía e Historia y de otros cuerpos profesionales docentes ante la gestación de la didáctica de su especialidad nos hemos ocupado en Juan Mainer (2009 y 2011b).

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actitud ética con rspecto a la política, la sociedad y la instrucción nacional» (Peiró, 1994: XIII).

Arquetipo, como hemos visto, de catedrático itinerante —o transeúnte—, tardó aún seis años en llegar a su añorado destino de Palma de Mallorca. Tras su salida de Huesca permaneció escasamente tres meses al frente de la cátedra del Instituto de Guipúzcoa pues el fallecimiento del catedrático del establecimiento de Santander hizo posible que se reuniera de nuevo, como se ha dicho, con su cuñado Luis Buil (Real Orden de 20 de agosto de 1907), con el que compartió claustro allí hasta 1913. El retorno al Instituto balear le permitió reincorporarse a su círculo más cercano de amistades y relaciones en la isla. Podríamos interpretar su postrer nombramiento como delegado regio de Bellas Artes de la provincia de Baleares, cargo para el que nombrado por el ministro Eduardo Callejo en 1926 (Real Decreto de 12 de marzo), como un significativo y elocuente reconocimiento al laboreo que Llabrés realizó a lo largo de toda su carrera profesional, y que no fue otro que el de la construcción de una cultura nacional concebida desde los mimbres de un Estado monárquico, católico, corporativo y centralista entendido como la suma integrada de patrimonios provinciales.

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JUAN PABLO SOLER CARCELLER: EL DIRECTOR PEDAGOGO Y EL REGENERACIONISMO DESDE LA CÁTEDRA (Zaragoza, NUTNJNVOP)

Soler Carceller, por su origen y sus relaciones familiares, es un descendiente prototípico de una emergente pequeña burguesía urbana decimonónica vinculada a los menesteres de la cultura desde la modesta posición que a la sazón ocupaban los integrantes del Cuerpo del Magisterio Nacional.

Hijo de Ángela Carceller Almela y el popular maestro primario y pedagogo Pedro Joaquín Soler y Nuez,320 ambos bajoaragoneses, fue el cuarto de cinco hijos de una familia rural emigrada a Zaragoza de modesta fortuna, acendradas raíces cristianas, en el sentido más humanista del término, y enteramente entregada al magisterio primario. Tío suyo, hermano de su

320. Pedro Joaquín Soler (1830-1903) —asimismo hijo de maestro— nació en La Mata de los Olmos (Teruel) y Ángela Carceller era originaria de Andorra (Teruel). Los cinco hijos del matrimonio fueron Tomás, Salvador, Mariano —estos tres nacidos mientras el padre ejercía en Calanda—, Juan Pablo y María Pilar —que nacieron ya en Zaragoza—. Tras pasar por varias escuelas de la provincia de Teruel, don Pedro, que tuvo una gran influencia en su hijo Juan Pablo, accedió a una plaza de inspector de primera enseñanza en Tarragona y finalmente se ubicó en Zaragoza, donde durante dos décadas (1870-1890) estuvo al frente de la primera escuela municipal de la ciudad. Pronto se convirtió en uno de los textos vivos de la pedagogía decimonónica, a tal punto que llegó a intervenir en el relevante Congreso Pedagógico Nacional celebrado en Madrid en 1882. Ferviente católico, tras enviudar quiso ordenarse sacerdote en 1888 y en 1891 fue trasladado a Madrid, donde permaneció como maestro de la Escuela Modelo municipal hasta 1900, fecha en la que se jubiló y regresó a su pueblo natal. En 1908 se le tributó un homenaje en Zaragoza coincidiendo con la celebración del Congreso Nacional Pedagógico que tuvo lugar en la ciudad (Sánchez Martín y Sánchez Martín, 2003-2005). Al homenaje a su persona, que fue recogido con cierta minuciosidad en la portada de El Diario de Huesca el 1 de diciembre de 1908, contó asistieron numerosas autoridades de la ciudad del Ebro —entre ellas el alcalde, el presidente de la Diputación y el rector de la Universidad— y una comisión representativa del Instituto oscense encabezada por su propio hijo, que en ese momento ejercía como vicedirector del establecimiento.

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ÍNDICE

padre, fue el célebre periodista y político republicano y obrerista, paradigma del revolucionario profesional antiborbónico isabelino —conspirador, perseguido, deportado, huido, exiliado…: un personaje muy galdosiano—, Juan Pablo Soler y Nuez (1837-1872),321 conmilitón del catedrático de instituto Eduardo Ruiz Pons, que llegó a ser alcalde de Zaragoza en 1868, diputado en las Cortes Constituyentes de 1869 e incluso en las de Amadeo I. En suma, una figura señera del republicanismo español cuya memoria no pudo ser ajena a la construcción de la personalidad y las actitudes políticas de nuestro, significativamente, homónimo catedrático.

Soler Carceller contrajo matrimonio con la navarra Pabla Bastero Lerga, hermana del eminente médico forense y catedrático de Medicina Legal y Toxicología de la Universidad de Zaragoza Juan Bastero Lerga (18611942), un enlace que contribuyó a robustecer la posición de partida, sobre todo en el ámbito del capital cultural y social, del futuro catedrático de segunda enseñanza. El matrimonio tuvo cuatro hijos: Pabla, Ambrosio, Ángela y Pilar. Como era habitual, las hermanas cursaron Magisterio y únicamente el varón accedió al bachillerato en el Instituto oscense, cuando su padre ya era director. Allí el joven Ambrosio, que más adelante ejercería como médico, fue compañero de pupitre de dos primos hermanos, Bruno y Joaquín, hijos de Mariano Soler Carceller, hermano de nuestro catedrático, que ejercía como notario en Calaceite y estaba casado con otra hermana de los Bastero.

Soler fue, como todos sus hermanos, un estudiante aplicado y en poco tiempo logró hacerse con un brillante currículum como científico, químico y naturalista. En 1887 obtuvo el título de bachillerato en el Instituto de su ciudad natal y en 1891 ya era licenciado en Ciencias Físico-Químicas por la Universidad de Zaragoza con premio extraordinario. En 1897 se doctoró en la misma especialidad y en 1901 se licenció en Ciencias Naturales con calificación de sobresaliente.

Su carrera profesional comenzó inusualmente pronto: al año siguiente de terminar el bachillerato, en el curso 1887-1888, con dieciséis años mal cumplidos, trabajó como profesor de Aritmética y Geometría en la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza. Durante casi ocho años desarrolló un largo periodo como meritorio y aspirante a canonjía profesoral en la Facultad de Ciencias de la zaragozana. Así, a partir de 1893 compatibilizó sus estudios de doctorado y de segunda licenciatura en Madrid con trabajos en aquella Facultad,

321. La atractiva figura del periodista y político Juan Pablo Soler y Nuez ha sido estudiada por el historiador aragonés José Ramón Villanueva Navarro (1993) y también por Gregorio de la Fuente Monge (2000).

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LOS CATEDRÁTICOS
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primero como profesor ayudante de clases prácticas de Historia Natural322 e impartiendo también algunas clases como auxiliar de la sección de Ciencias en el Instituto de Zaragoza. Desde 1897, con el grado de doctor en su poder, ejerció como profesor auxiliar numerario de Ciencias Físico-Químicas. En esos años realizó alguna de sus publicaciones científicas más relevantes323 y en 1901 formó parte, como vocal suplente y junto al químico zaragozano Antonio de Gregorio Rocasolano, del tribunal encargado de juzgar los ejercicios de oposición a una plaza de ayudante de cátedra de Química para la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza.

Lo cierto es que Soler nunca debió de ver excesivamente claro su futuro en el seno del alma mater zaragozana, pese a la cercanía que mantuvo con su maestro el catedrático institucionista Félix Gila Fidalgo,324 a sus numerosos y meritorios trabajos y a que llegara a acumular hasta diez años

322. Una completa y reveladora explicación del contenido de esas clases prácticas y de las circunstancias en que se desarrollaron, en el artículo «Clases prácticas de Historia Natural en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza», publicado en Boletín de la Sociedad Española de Historia Natural, t. II (1902), pp.247-250. En él Juan Pablo Soler se declara admirador del catedrático Odón de Buen y émulo de la forma «tan brillante y tan digna de tenerse en consideración» en que el catedrático zufariense venía organizando sus clases en la Universidad de Barcelona.

323. Entre sus investigaciones destaca su Análisis microquímico, que, publicado en 1897, logró una medalla de oro en la Exposición Regional de Logroño de ese año y fue declarado de mérito por la Real Academia de Ciencias Exactas, Físico-Químicas y Naturales. Asimismo hay que mencionar El almidón bajo el punto de vista bioquímico, estudio fechado en Zaragoza en 1902 cuya copia manuscrita en veinticinco cuartillas se encuentra en el expediente de este profesor conservado en el AGA (32/08641) junto a la memoria para la oposición a cátedra de segunda enseñanza («Programa de Agricultura»). También publicó Manipulaciones de botánica (1901) y más tarde, en 1919, en el tomo III de la Revista de la Academia de Ciencias (Zaragoza), «La asfixia en las plantas» (pp. 70-76).

324. Merece la pena detenerse en la personalidad del mentor de Soler en la Universidad zaragozana. Félix Gila Fidalgo, nacido en Segovia en 1860, se doctoró en la Central y trabajó como ayudante en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, donde colaboró estrechamente con Ignacio Bolívar. Estuvo muy vinculado a los grupos institucionistas segoviano y madrileño y participó de manera activa en el movimiento excursionista descubridor de la sierra de Gredos, sobre todo durante su etapa de profesor auxiliar en el Instituto de Segovia. Fue un brillante naturalista y defensor del darwinismo y tuvo una marcada preocupación pedagógica que desarrolló tanto en los centros donde ejerció como en los ámbitos y las empresas de difusión y extensión cultural de las ciudades donde residió. En 1890 ganó la cátedra de Historia Natural de Tapia de Casariego (Asturias). Después pasó por los institutos de Santiago de Compostela y San Sebastián y en 1896 obtuvo la cátedra de Historia Natural de la Universidad de Zaragoza, que ocupó hasta 1902, año en que hubo de abandonar temporalmente la docencia a consecuencia de una brutal agresión que sufrió a manos del hermano de un alumno al que había suspendido. Gila abandonó Zaragoza y marchó a Segovia para más tarde reincorporarse, con la salud aún maltrecha, a la cátedra homónima de la Universidad de Sevilla. Falleció en 1912. Sobre Félix Gila Fidalgo puede verse Moreno Yuste (2008); sobre la polémica acerca del darwinismo y su reflejo en los manuales escolares de segunda enseñanza, Hernández (2014).

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como miembro efectivo de su «claustro extraordinario y electoral» con el reconocimiento del rectorado, «altamente satisfecho de comportamiento […] y del celo con que ha sabido cumplir los deberes de su cargo». Seguramente aquellas incertidumbres y las magras 1750 pesetas de retribución que percibía como numerario universitario a partir de 1897 (antes de esa fecha su sueldo era de 1500) lo condujeron a firmar varias oposiciones a cátedras de segunda enseñanza con objeto de garantizarse un porvenir algo más seguro y boyante pero también más acorde con sus intereses y sus inquietudes docentes, sin duda alimentados, como se ha dicho, por la tradición familiar. Así se expresaba Soler en un breve artículo, «La enseñanza de la agricultura», muy bien armado y elocuente de su acendrado credo regeneracionista —sobre el que volveremos más adelante—, publicado en el suplemento zaragozano Diario de Avisos Ilustrados el 15 de febrero de 1899:

Siempre que de la benéfica obra de la enseñanza pensamos, no podemos olvidar el amor rayano en frenesí de aquel maestro de escuela que Zaragoza contó durante más de veinte años, y que la modestia nos prohíbe nombrar, pero que veneramos con verdadero orgullo, maestro y sacerdote que no desperdiciaba ni un solo detalle en el niño, para ilustrarle su inteligencia y robustecer su corazón.

Un poco más adelante revelaba su concepción acerca de lo que debía ser la enseñanza:

Es una misión, la de la enseñanza, muy superior a como se entiende y se practica generalmente; pues entendemos que la labor del maestro no ha terminado cuando el reloj señala la salida de la escuela o de la cátedra, y que, por el contrario, debe enseñar a toda hora y en todo lugar a quien lo necesite, con el cariño y la abnegación del sacerdote que auxilia en todo lugar y a toda hora a quien lo reclama. Nada hay tan maravilloso y sublime como el despertar de una inteligencia y el sentir de un corazón; labor exclusiva del maestro con su enseñanza, con su experiencia y con su ejemplo; pues el maestro, para ser buen maestro, tiene que constituirse, además, en padre y sacerdote amantísimo de sus discípulos.

Sea como fuere, no resultó excesivamente largo el calvario de las oposiciones para el aspirante Soler. En 1902 firmó las oposiciones, en turno libre, a las cátedras de Agricultura y Técnica Agrícola e Industrial vacantes en los institutos de Baeza y Mahón, con tribunal presidido por Ignacio Bolívar.325

325. Expediente de oposición a cátedra de Juan Pablo Soler Carceller (AGA, 32/07715, leg. 5514-28).

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En 1903 (Real Orden de 24 de marzo), tras capear con éxito las trincas y las bincas de rigor, obtuvo la ansiada cátedra del de Mahón con el número uno. Tomó posesión de ella el 14 de abril y, en consecuencia, dejó la plaza de auxiliar universitario. El 27 de junio de ese mismo año, habiendo quedado vacante la cátedra homónima del Instituto de Soria, consiguió el correspondiente traslado. En la ciudad del Duero estuvo durante poco más de un curso escolar. El cambio de estatus era evidente: había ingresado en el escalafón a los treinta y dos años de edad, con un sólido expediente profesional y científico y un sueldo de 3000 pesetas.

Como ya se ha dicho, al asumir Pedro Romeo la cátedra de Historia Natural del establecimiento oscense y quedar vacante la de Agricultura que hasta entonces había venido ocupando, Soler pudo solicitar el traslado desde Soria y consiguió su objetivo de recalar en Huesca (Real Orden de 18 de abril de 1905). Así se convirtió en miembro del claustro del Instituto de la ciudad, en el que permaneció dieciséis años y ejerció como director entre 1908 y 1918.

SOLER Y EL REGENERACIONISMO ARAGONÉS

Antes de analizar su trayectoria tanto en el Instituto como en la ciudad de Huesca conviene tomar en consideración que Soler Carceller era ya en el pernio del siglo miembro de pleno derecho de la intelectualidad científiconaturalista zaragozana, absolutamente vinculada al clima envolvente del regeneracionismo y a su, digámosle, extensión universitaria. Además de estar adscrito como auxiliar a la cátedra de Gila Fidalgo, Soler fue miembro fundador de la sección aragonesa de la Sociedad Española de Historia Natural, creada en 1898, formó parte de su junta directiva —que estaba presidida por Hilarión Gimeno y contaba entre sus vocales al propio Félix Gila, a Pedro Ramón y Cajal y a Pedro Moyano— y ocupó el cargo de vicesecretario. En 1904 había sido designado asimismo corresponsal en Zaragoza del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Más adelante, su labor como director de la estación meteorológica —de la que se hizo cargo desde su llegada al Instituto, en 1905, hasta su marcha, en 1921— le granjeó varias menciones laudatorias del director del Instituto Central Meteorológico de Madrid. Y, por terminar con la nómina de actividades propias del élan regeneracionista, cabría citar su dedicación a la Exposición Provincial de Huesca de noviembre de 1906 y, sobre todo, su activa participación como vocal en la Exposición Hispano-Francesa de 1908, celebrada en Zaragoza en conmemoración del centenario de los Sitios, que lo hizo merecedor de diploma y medalla de oro.

Uno de los pesos pesados de la erudición aragonesa y del regeneracionismo zaragozano, el historiador, académico y catedrático de Historia

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Universal Eduardo Ibarra Rodríguez (1866-1944),326 escribía en la primavera de 1901 un amplio reportaje titulado «Crónica de Aragón» acerca del momento del «intelectualismo» (sic) aragonés, una especie de quién es quién de la producción científica y literaria aragonesa de primeros de siglo. El encargo procedía de la revista madrileña Nuestro Tiempo: ciencias y artes, política y hacienda, 327 para su sección «La vida intelectual en España» . El texto de Ibarra no deja de tener su interés por muchas razones: primero por su carácter diagnóstico y por su naturaleza enumeradora, más o menos puntillosa y complaciente, pero también por cuanto desvela una cierta conciencia generacional, es verdad que construida más a partir de ecos y retazos voluntariosos, tomados de aquí y de allá, que sobre realidades y proyectos ciertamente compartidos. El historiador aragonés no ocultaba su propósito de vincular su relato al «movimiento intelectual y nacional», síntoma «de un progreso no lejano, sino palpable y evidente» en el que «Aragón no desmaya ni decae; aporta a la obra de la regeneración patria el concurso de su labor incesante». A ello añadía un deseo: «¡quiera Dios que ni dentro ni fuera de España surjan acontecimientos que la detengan o paralicen, y que de esta suerte cumplamos todos nuestros deberes como españoles y como aragoneses!» ( Nuestro Tiempo, 6, junio de 1901, p. 1061). En su largo reportaje, al referirse al movimiento de la extensión universitaria considera «digna de elogio especial» por sus trabajos la sección aragonesa de la Sociedad Española de

Historia Natural:

Está formada por entusiastas cultivadores de las ciencias, naturales que en los Anales y Boletín de la Sociedad, que ven la luz pública en Madrid, han publicado el resultado de sus investigaciones. Un resumen de estos estudios ha hecho D. Juan Pablo Soler en la Revista de Aragón. Allí se citan trabajos del jesuita P. Navas y de los señores Gila, Moyano, Jimeno Vizarra, Pardina, Dosset, Aguilar, Vicioso y Ramón y Cajal (D. Pedro). Para comprender su importancia, baste decir que en dos años han estudiado próximamente 400 líquenes, 900 plantas superiores, 400 insectos y varios minerales, rocas y fósiles. La sección ha conseguido relacionarse con las Sociedades similares de España y del extranjero, y sus socios están dispuestos a proseguir con ahínco en las tareas tan brillantemente comenzadas. (Ibidem, p. 1058)

326. Fundador y director —junto a su colega el arabista Julián Ribera y Tarragó (18581934)— de la ya citada Revista de Aragón (1900-1905) y de su continuadora, la madrileña Cultura Española (1906-1909).

327. Relevante empresa cultural fundada y dirigida por el periodista y político conservador Salvador Canals Vilaró que se mantuvo con periodicidad mensual entre 1901 y 1926, fecha en la que fue clausurada por la dictadura militar.

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El artículo de Juan Pablo Soler 328 al que Eduardo Ibarra se refiere en el suyo también mereció la atención de la más emblemática y prestigiosa revista cultural del regeneracionismo, La Lectura: revista de ciencias y de artes (1901-1920).329 En su primer número, en la sección «Revista de Revistas», se incluyó una amplia y laudatoria reseña sobre el número 3 de la Revista de Aragón que justamente se centraba en glosar el citado artículo de nuestro catedrático oscense:

La Historia natural en Zaragoza, por el Dr. Juan Pablo Soler. En este interesante artículo se da cuenta de los muchos y muy fructíferos trabajos que ha llevado a cabo, en estos dos últimos años la Sección aragonesa de la Sociedad Española de Historia Natural. Pocas ciudades hay en España en las que el progreso total sea tan grande como en la capital de Aragón. […] aquella Universidad, que a mediados del siglo anterior aparecía un tanto aletargada, se ha convertido, merced al concurso de algunos de sus ilustres profesores, en un poderoso centro de actividad intelectual, singularmente en lo que se refiere al cultivo del derecho, de la historia de Aragón y de las ciencias naturales.

Alma y vida de esta buena obra es el Dr. Gila, Catedrático de Historia natural de la Universidad de Zaragoza, y su labor debe servir de estímulo y ejemplo a todos los que con su ilustración pueden y deben contribuir a la regeneración y engrandecimiento de nuestro país» (La Lectura, I, cuad. IV, 1901, p. 85)

Es evidente que el regeneracionismo no fue una teoría política ni una ideología sistemática, sino un conjunto de actitudes e ideas, con frecuencia contradictorias entre sí, que impregnaron en las décadas siguientes los análisis y los programas propiamente políticos. El catedrático de Agricultura recién llegado al Instituto oscense compartió y defendió muchas de esas ideas y esas actitudes vitales, pero su práctica profesional distó bastante del prototipo del erudito regeneracionista de cátedra que hemos conocido y comentado hasta ahora. Podríamos decir que el regeneracionismo de Soler se concibe y se practica únicamente desde la tribuna pública y, ante todo, como parte de una suerte de permanente misión pedagógica que se vive casi a modo de sacerdocio laico, sea desde la cátedra o desde el gabinete de prácticas del Instituto, en las páginas de un diario o en el transcurso de una excursión escolar.330 En la

328. «La historia natural en Zaragoza», Revista de Aragón, 3 (1901), pp. 74-76.

329. Fundada en Madrid y dirigida por el escritor y periodista Francisco López Acebal (18661933), estrechamente ligado a la ILE y pronto brazo derecho de José Castillejo en la JAE.

330. La vinculación de Soler con el Instituto no pudo ser más estrecha. En Huesca los Soler vivieron en las habitaciones dispuestas para alojar a los directores del establecimiento en el antiguo Colegio de Santiago, que en algún momento habían sido ocupadas también por Manuel López Bastarán. Sabemos que la residencia de Soler y su familia comunicaba directamente, a través de una puerta que él mismo demandó, con el gabinete-laboratorio de

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forja de este nuevo profesionalismo, más allá del ascendiente paterno, es palpable la influencia del institucionista Félix Gila.

En este sentido, podemos afirmar que Soler está en las antípodas del regeneracionismo erudito de Gabriel Llabrés y muy alejado por tanto de ese inframundo intelectual de la erudición local, tan rancio, fatuo y engolado; tan plañidero y quejicoso; tan pendiente del ascenso y del propio mérito como del reconocimiento del superior jerárquico, siquiera a costa de componendas y favores; tan deudor, en el fondo, del sistema que criticaba. Soler, hasta cierto punto, se condujo de otra forma, y en buena parte así se lo reconocieron, en vida y por escrito, algunos personajes de la intelligentsia oscense: desde Miguel Sánchez de Castro (1870-1936)331 hasta dos de sus antiguos alumnos, Luis de Fuentes López y Ramón Acín Aquilué.

Soler fue por encima de todo un pedagogo de la agricultura, un convencido del poder transformador de las ideas y de la instrucción popular como instrumento de regeneración nacional. Como naturalista avezado y catedrático de Agricultura, disciplina en la que adquirió una más que notable formación y un gran conocimiento, su regeneracionismo evidenció un claro parentesco con el pensamiento de Costa, con cuya personalidad se identificó y cuyos textos sin duda leyó y compartió. Su costismo informó su particular cruzada a favor de la instrucción de las clases populares agrarias, sumidas en un atraso y una ignorancia que debían corregirse a la mayor urgencia. El atraso de la agricultura, paradigma del atraso general de España, fue para Joaquín Costa el primer objetivo de un combate en el que la dimensión educativa —la modernización de los agricultores— se convirtió en un trasunto clave de su proyecto político desde los años setenta del siglo XIX. Para Costa la europeización de los agricultores no suponía una aceptación irreflexiva de las innovaciones, sino que debía partir de la tradición y de las costumbres seculares para confrontarlas y hacerlas compatibles con el conocimiento científico, tal y como ha puesto de manifiesto el sociólogo y estudioso del costismo Cristóbal Gómez Benito (2014). En este sentido, Costa, como Soler, recelaba de los «vuelos icáricos» de la ciencia y veía en el sentido común —en la sabiduría tradicional de los trabajadores del campo—, un antídoto contra «la agricultura lírico-bucólica de

Agricultura que organizara Fernández Enciso en su corta etapa como director del Instituto, justo antes de la llegada del catedrático zaragozano. Al dejar la dirección, solicitó al claustro que la mencionada puerta quedara condenada. 331. Este pedagogo institucionista de origen salmantino, discípulo de Manuel Bartolomé Cossío y director desde 1916 de la graduada aneja a la Escuela Normal oscense, dedicaría en 1920 un artículo a Juan Pablo Soler y al normalista Augusto Vidal titulado «Botones de muestra: los hombres que trabajan» (El Diario de Huesca, 27 de marzo de 1920).

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Grupo de alumnos en el jardín del patio del Instituto de Huesca hacia 1902. En la primera fila, a la izquierda, sentado y con canotier, Ramón Acín. (Foto: Pablo Cocñarc. Fundación Ramón y Katia Acín)

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gabinete». Así refería nuestro catedrático en 1899 sus ideas acerca de la enseñanza de la Agricultura en un artículo titulado «La enseñanza de la agricultura», en la línea del más prístino «extensionismo agrario» costista:

Así como disponemos en la localidad de Escuelas de Bellas Artes y Artes y Oficios, cuyo fin es ilustrar al obrero, mejorando notablemente sus trabajos, […] podríamos, además, disponer de mi Escuela de teórico-práctica de agricultura, en donde podrían recibir sus lecciones los jóvenes braceros […].

[…] aunque fuesen pocos los que anualmente coronasen con un franco éxito sus aspiraciones, por lo menos conseguiríamos sacar muchos hombres más inteligentes que los actuales, que se elevarían desde su fatal condición de braceros hasta la categoría de agricultores […]; reconociendo semillas, analizando tierras, rebuscando variedades nuevas de plantas, repoblando montes con los árboles que les sean propios y útiles, conservando y mejorando las razas de nuestros ganados, difundiendo y mejorando nuestras industrias, algunas de las cuales ya hemos perdido por abandono, negligencia y por nuestro poco saber.

Tenemos naciones a quienes imitar, hombres ilustres en nuestra Península a quienes pedir consejo, tierras fértiles que explotar, terrenos accidentados con variabilidad de climas que aprovechar. No falta más que querer estudiar, y para esto es preciso tener voluntad, pues inteligencia no escasea, afortunadamente.

Todo esto es obra primeramente del individuo en particular y después de todos juntos; del amparo de nuestros Ayuntamientos y Diputaciones, que proporcionen medios materiales, que estimulen al trabajo y protejan a los pobres ignorantes. […]

Enseñando la Agricultura con el debido detenimiento y hechas todas las experiencias que su complejo estudio requiere, ganaría nuestro cultivo notablemente, y es muy probable que después de algunos años de instrucción se sintiera la n ecesidad de implantación de nuevas industrias, propias hoy del extranjero, que darían vida más real a nuestra provincia.

No se daría el caso de dudar un momento de la existencia de la filoxera, por ejemplo, en una región, porque a estas fechas no debiera haber un aragonés mayor de edad que ignorase la generación, vida y reconocimiento probable de la misma, para prevenirse en su caso […]. Y lo que decimos de esa plaga, lo hacemos extensivo a la langosta, a la peronóspora o mildiu, y a tantas otras importantísimas que cada visita que nos hacen visten de luto multitud de hogares. (Diario de Avisos Ilustrados, 15 de febrero de 1899)

En el plano estrictamente político, Soler Carceller no entró nunca en el debate partidista. Cristiano y católico practicante, pero liberal demócrata convencido y crítico, sin estridencias, con el caciquismo, no se le conoce un posicionamiento nítido ni en contra del camismo ni de su epígono el Directorio Liberal, con los que supo convivir, desde la dirección del Instituto, con habilidad y sin gesticulaciones. En este sentido, puede adelantarse que su

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ejecutoria en la dirección mantuvo la estela iniciada en otro tiempo por López Bastarán. Sin duda este pragmatismo ante el statu quo le reportó unas excelentes relaciones con El Diario de Huesca y su entorno que le permitieron utilizar el periódico como tribuna privilegiada para la práctica de una suerte de extensionismo agrario para varones alfabetizados a través de un considerable conjunto de artículos de divulgación científica, de variada temática —desde la meteorología hasta la botánica, pasando por la química aplicada, la mineralogía o las técnicas de cultivo agrícola—, que fueron apareciendo de forma sistemática, casi todos los meses del año, a partir de 1905 y a lo largo de toda su trayectoria profesional en la ciudad.332

SOLER EN EL INSTITUTO: UNA OBSESIÓN PEDAGÓGICA

El claustro al que se incorporó Soler a final de curso 1904-1905, en las postrimerías de la larga dirección de López Bastarán, estaba aquellos días de mayo celebrando un homenaje al Quijote de Miguel de Cervantes. En el lapso de apenas un lustro aquel claustro compactado alrededor de una serie de carismáticos catedráticos —como el propio López Bastarán (fallecido en 1907), Llabrés (trasladado en 1907) o Fernández Enciso (finado en 1908)— iba a dar un cambio significativo al acoger paulatinamente la llegada de la que hemos dado en llamar segunda generación de catedráticos de la Restauración, nacidos entre finales de los sesenta y los ochenta del siglo XIX. De la primera generación únicamente iban a permanecer, en algún caso por poco tiempo, el latinista Eyaralar, el naturalista Pedro Romeo, el longevo catedrático de Lógica Gregorio Castejón y, tras unos años de itinerancia, el catedrático de Francés Mariano Martínez Jarabo. Así pues, además de Juan Pablo Soler se fueron incorporando al claustro una nueva remesa de profesores y, con ellos, hasta cierto punto, unas nuevas formas de entender la profesionalidad docente más o menos concernidas por el regeneracionismo ambiental: entre los catedráticos, Narciso Puig (destinado en 1906), Eumenio Rodríguez (en 1907), Ignacio Puig (en 1908), Pedro Aguado333 (en 1909),

332. Un recuento nada exhaustivo arroja cerca de un centenar de artículos firmados por Juan Pablo Soler y publicados en secciones de El Diario de Huesca entre 1905 y 1915 que adoptaron denominaciones como «Instrucción y recreo», «Meteorología agrícola», «Sección científica» o «Tierra laborable» y que, junto con las periódicas informaciones estadísticas sobre la estación meteorológica, de la que Soler fue director, constituyen un conjunto muy estimable de sueltos de divulgación científica. Esos artículos, como el resto de su dispersa obra, serían susceptibles de un estudio monográfico que complementaría la semblanza de este singular catedrático de Agricultura que aquí estamos esbozando.

333. El palentino Pedro Aguado Bleye (1884-1954), a quien nos hemos referido ya al glosar la figura de su maestro Gabriel Llabrés, pasó en muy poco tiempo de ocupar banco como alumno del Instituto (terminó el bachillerato en 1903) a tomar posesión de la cátedra de Geografía

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Francisco Cebrián, José Gaspar y José Balcázar334 (los tres en 1911); entre los profesores auxiliares, a los ya referidos Anselmo Gascón, Luis Mur, Joaquín Monrás, Juan Placer y Ramón Mayor Biel habría que añadir a dos significadas nuevas incorporaciones, Benigno Baratech (nombrado en 1911) y Ricardo del Arco (algo más tarde, en 1914). Estos fueron los colegas más destacados de nuestro zaragozano catedrático de Agricultura durante su permanencia en el claustro, que casi coincidió en el tiempo con los diez años en los que ejerció como director (1908-1918).

En el aspecto estrictamente profesional, el zaragozano encontró en un primer momento algunos colegas con los que compartir esas nuevas formas de profesionalidad a las que antes aludíamos y que incluían no solo una visible inquietud por el aggiornamiento científico,335 sino también una suerte de dedicación plena a la cátedra que iba más allá del tiempo de la clase y se prolongaba en excursiones, prácticas de laboratorio, salidas al campo y participación en certámenes y actividades de proyección pública con los alumnos. En este contexto, es comprensible que al principio del curso de 1907 el catedrático de Física y Química y farmacéutico Narciso Puig fuera portavoz ante el claustro para anunciar la creación de un «Ateneo Científico-Escolar» con fines eminentemente prácticos, es decir, «para fomentar la afición de los

e Historia con tan solo veinticinco años (el 22 de julio de 1909). En el plazo de seis años obtuvo la licenciatura y el doctorado y ganó la oposición. Su paso por el Instituto fue ciertamente fugaz, de poco más de un curso escolar, en el que colaboró de manera activa con Juan Pablo Soler en la dirección del centro. En 1911 fue pensionado por la JAE en la Escuela de Historia y Arqueología de España en Roma durante once meses. Sobre la trayectoria posterior de este importante catedrático ha escrito recientemente Moreno Burriel (2018).

334. José Balcázar Sabariegos (1872-1944), de origen manchego, licenciado y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Salamanca, fue alumno de Unamuno, como recuerda en sus célebres Memorias de un estudiante de Salamanca (Madrid, Prieto, 1935). También fue autor de numerosas publicaciones de historia local y literaria manchega, así como de varios manuales escolares y desarrollos de programas de las materias literarias del bachillerato, entre ellos Elementos de historia general de la literatura, obra informada favorablemente por la Real Academia Española que llegó a la quinta edición y fue texto obligatorio para sus alumnos oscenses. Catedrático desde 1904, en el Instituto oscense, al que llegó por permuta desde Ciudad Real, ocupó la cátedra de Lengua y Literatura apenas cuatro cursos completos, entre 1911 y 1915. Durante su estancia en la ciudad, muy salpicada de idas y venidas a Madrid, se inclinó claramente a favor del camismo, fue activo colaborador de diarios nacionales como Heraldo de Madrid y se incorporó también a la redacción de El Diario de Huesca, donde destacaron sus crónicas sobre política nacional y sobre la guerra colonial del Rif. 335. Una de las marcas distintivas del hasta cierto punto nuevo profesionalismo consistía en exhibir públicamente esa necesidad de être à la page proponiendo al claustro suscripciones a revistas científicas nacionales e internacionales. Como director, Soler fue poco condescendiente con quienes se mostraban remisos a ponerse al día en la actualización científica y didáctica de su disciplina: recuérdese al respecto el enfrentamiento que tuvo en el claustro con Gregorio Castejón en 1911 a cuenta del gabinete de Psicofísica.

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alumnos hacia los trabajos experimentales».336 La iniciativa fue recogida con entusiasmo en el claustro y enseguida se formó una junta directiva integrada por Juan Pablo Soler, Eumenio Rodríguez, Joaquín Monrás, Juan Placer y el propio Puig, además de seis alumnos —uno de cada uno de los cursos del bachillerato—, y se elaboró un reglamento que fue elevado al Ministerio de Instrucción Pública.

La prensa se hizo amplio eco de la noticia, así como del seguimiento puntual de las actividades llevadas a cabo por el Ateneo, especialmente de las conferencias públicas que los propios alumnos de los últimos cursos impartieron a lo largo de todo el año académico, unas conferencias que versaban sobre los temas más diversos y que los alumnos preparaban bajo la tutela de sus profesores: desde «el estudio práctico del corazón» o «frases célebres de la Historia» hasta una práctica de «análisis químico de una porción de tierra», pasando por una «solemne y concurrida» velada dedicada a conmemorar la guerra de la Independencia.337 De todas formas, aquel empuje inicial fue declinando paulatinamente a partir de 1911: la marcha de Aguado Bleye, Rodríguez Rodríguez, Martínez Jarabo y el propio Placer Escario no fue ajena a ello.

En su etapa como director, Soler contó con un compacto aunque reducido grupo de incondicionales como Narciso Puig Soler, que fue vicedirector durante todo su mandato, o Ignacio Puig Aliés, quien, pese a su marcado conservadurismo, cooperó bien y actuó como eficaz secretario hasta que en 1911 se incorporó el recién llegado catedrático de Geografía e Historia José Gaspar Vicente, que mantuvo el cargo hasta 1921, más allá incluso de la dirección de Soler. Destacada fue también la colaboración que le prestó en los cinco primeros años de mandato el culto catedrático de Francés Eumenio Rodríguez,338

336. Actas de las sesiones de claustro del 24 de octubre y el 2 de noviembre de 1907 (AHPHu, I/598).

337. Puede consultarse al respecto la portada de El Diario de Huesca del 4 de mayo de 1908. Allí, a cuatro columnas y con el título «1808-1908», se incluye una detalladísima crónica de todos los actos desarrollados por el Ateneo, y muy particularmente por los profesores Juan Placer Escario y Anselmo Gascón de Gotor, que fueron los encargados de preparar a todos los alumnos que intervinieron con conferencias, declamaciones, decoraciones o incluso actuaciones musicales. El comentario del cronista es elocuente: «La sesión conmemorativa […] superó nuestras esperanzas. […] Ansiamos regenerar España, levantar al pueblo de Huesca. […] vimos un cuerpo pequeño, sin que adornos superfluos mixtificaran su hermosa naturaleza de mucha substancia, mucho nervio, mucha sangre y mucha vida».

338. Eumenio Rodríguez Rodríguez (1872-1949), nacido en Lugo y fallecido en La Coruña, se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza en 1897. Político republicano federalista y galleguista, fue partícipe entre 1907 y 1912 del movimiento Solidaridad Gallega, creado a imagen de la exitosa Solidaridad Catalana. Aprobó la oposición a la cátedra de Lengua Francesa en 1907 —al mismo tiempo que Antonio Machado obtuvo la de Soria— y su primer destino fue el Instituto de Huesca, donde permaneció hasta 1913. En esa etapa

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entusiasta partidario de la extensión universitaria que en 1910 propuso llevar a cabo con algunos alumnos un ciclo de conferencias sobre «la influencia que han tenido las Cortes de Cádiz para nuestra Patria» que finalmente se celebró en los salones del Círculo Oscense.

A Soler se le recordó mucho tiempo en Huesca por ser uno de los impulsores más notorios del excursionismo escolar como estrategia de instrucción. Evidentemente, no fue el primero en desarrollar este tipo de actividades, pero sí el que supo dotarlas de una sistemática pedagógica: los alumnos preparaban minuciosamente la salida antes, en la clase y en el gabinete-laboratorio, y tras su realización estaban obligados a elaborar un informe siguiendo las indicaciones del catedrático. Tal vez la aportación más genuina e interesante de Soler desde el punto de vista que ahora nos ocupa —amén de las mejoras que introdujo en la estación meteorológica (Garcés, 2013)— fuera la puesta en funcionamiento del gabinete-laboratorio de Agricultura y Química, que había sido instalado previamente en el antiguo Colegio de Santiago durante la dirección de Ángel Fernández Enciso. Como recordaba este último, fue el catedrático zaragozano, con medios muy limitados y con la inestimable ayuda del auxiliar de Ciencias Ramón Mayor Biel y la colaboración ocasional del exalumno Benigno Baratech, entonces estudiante de doctorado en Madrid, quien logró acondicionar en aquel vetusto y laberíntico edificio un lugar idóneo para la práctica de la enseñanza activa y experimental.339 Un artículo sin firma titulado «Un Gabinete de Agricultura» que se insertó en la portada de El Diario de Huesca el 27 de agosto de 1912 describía así el laboratorio e invitaba a la población oscense a visitarlo:

Dos impresiones distintas recibí al entrar en el local que ocupa: la primera, de la tacañería del Estado en cosas necesarias, […] la segunda recuerda a esas

colaboró activamente en el ateneo escolar y compatibilizó su trabajo como catedrático con la actividad política y periodística en la prensa gallega (El Combate, La Voz de Galicia). En 1913 obtuvo traslado a su Galicia natal, donde desempeñó la cátedra en el Instituto de La Coruña, se licenció en Derecho por la Universidad de Santiago y ejerció de abogado. Siguió escribiendo regularmente en periódicos regionales, así como en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, y fue conferenciante habitual en el Casino Republicano coruñés. Durante la Segunda República se manifestó correligionario de Marcelino Domingo y militante del Partido Republicano Radical Socialista. Tras el golpe de Estado de 1936 fue separado del servicio y dado de baja en el escalafón. 339. Al respecto de la defensa razonada de este método, y en línea con la doctrina institucionista acerca de la perversidad del examen y de las reválidas de grado como expresión máxima de la antipedagogía memorística y libresca, Soler Carceller publicó un largo, documentado y bien escrito artículo titulado «La instrucción pública en España: grados y reválidas» en El Diario de Huesca el 20 de marzo de 1917. En él afirma con indudable acierto: «los conocimientos adquiridos con la práctica, en el Laboratorio y en el Museo, en la Biblioteca, en el campo, no se olvidan nunca».

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viviendas pobres en las que reina el orden, se respira la paz, se disfruta de holgura y aun de abundancia […].

En este caso quien realizó el milagro fue don Juan Pablo Soler, catedrático de Agricultura y Director de nuestro primer Centro docente. […]

Allí se ven distintos modelos de arados, sembradoras, gradas, etc. Aparatos, algunos de ellos muy ingeniosos y precisos, para estudiar las funciones principales de las plantas; para determinar principios colorantes y distintos compuestos; modelos de toda clase de abonos: especies del trigo, ejemplares de las vides americanas más comunes; colecciones de los insectos perjudiciales y beneficiosos a la agricultura; el proceso de la transformación de algunos productos, como el tabaco, la caña de azúcar, el papel, el cáñamo y el lino, ejemplares de las maderas de nuestra región, colecciones de plantas, etcétera.

No salgas, lector, de aquel local sin echar un vistazo a los trabajos realizados en el último curso, y que ponen de relieve la competencia del maestro y la labor práctica y real de los discípulos. […]

Con lo expuesto podrás darte cuenta, lector amable, de lo que significa una clase de Agricultura donde la enseñanza experimental y lógica prepara convenientemente a los hijos del país para la nueva cruzada de nuestra regeneración.

No sería la última vez que El Diario se hiciera eco del trabajo estrictamente docente de este singular catedrático y director. En los últimos cursos de su estancia en Huesca el propio Soler editó unas pequeñas «Memorias comprensivas» sobre la labor realizada con sus alumnos en la materia de Agricultura y Técnica Agrícola e Industrial (1917-1918 y 1918-1919) que fueron glosadas con generosidad en la prensa oscense.340 Por lo demás, fue un tardío autor de libros de texto.341

Esta obsesión pedagógica, rabiosamente idealista y que no podía ocultar sus profundas raíces cristianas y redentoristas, no escapó, como hemos anunciado, al amable recuerdo de un joven y brillante artista, exalumno del Instituto, rebelde y bohemio —practicante de la confortable radicalidad que otorga la seguridad de origen—: Ramón Acín Aquilué (1888-1936).

Acín hablaba de Soler en un suelto evocador y egotista, por supuesto en El Diario de Huesca, justamente en el momento en que se iba a incorporar a

340. Véase «Labor docente» y «Haciendo patria: los que trabajan», artículos publicados en El Diario de Huesca el 10 de julio de 1918 y el 1 de agosto de 1919 respectivamente.

341. Su Agricultura moderna teórico-práctica vio la luz en Huesca, en la Imprenta de Leandro Pérez, en 1912. Años más tarde también aparecieron unas Nociones elementales de química agrícola —con prólogo de un conocido suyo, a la sazón ya mandarín de la Química universitaria en Zaragoza, Antonio de Gregorio Rocasolano, conspicuo derechista y personaje de infausta memoria en su calidad de depurador del profesorado zaragozano en 1936—, obra de noventa y dos páginas publicada asimismo en Huesca, en la Librería de Modesto Aguarón, en 1919.

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la plaza de profesor de Dibujo de la Escuela Normal de Maestros, tarea que afrontaba desde unos supuestos palingenésicos absolutamente concomitantes con los de su antiguo, admirado y ya añoso catedrático de Agricultura:342

«El gran duque Nicolás, generalísimo ruso e inspector del ejército, pasa revista a las damas de la Cruz Roja y entre ellas a un centenar de enfermeras.

El gran duque habla y dice:

“Aquellas de estas señoras que prefieran cuidar a los oficiales, deben adelantar un paso”.

Sesenta señoras dan un paso al frente. El duque replica:

“Como necesito mujeres muy abnegadas para nuestros heridos y la caridad no admite distinciones, nombraré a las cuarenta más modestas. Podéis volver a la fila”».

Hace ya unos años el curso tocaba a su fin; ¡qué largo se había hecho! Como todos por supuesto, usted entró en la cátedra de Agricultura con cara de juez; las palmadas del bedel llamando a exámenes herían nuestros oídos como trompetazos apocalípticos. El fin del mundo no causará susto alguno a quien sufrió exámenes y tuvo la desgracia de caer en las garras de ustedes los catedráticos.

Entramos en clase y luego de unas sentidas y elevadas palabras suyas, nos invitó a calificarnos nosotros mismos. San educación y buena manera de templar conciencias.

Los sobresalientes se irguieron los primeros, respirando con una satisfacción que compensaba los suspiros de todo un curso. Los notables, luego, se levantaron mirando con orgullo a los pobretes que quedábamos sentados en lugar de mirar con timidez a los que se enderezaron antes que ellos. (Esto recuerda a Benavente, que conste, no quiero vestir más plumas que las mías).

Luego invitó usted a los suspensos a que hicieran lo propio y así quedaban no más sentados los aprobados.

Yo sudaba con frío; como sudaré unas horas antes de morir. Las posaderas se pegaban al banco; el estómago ¡oh cerebro de Sancho! se agarraba a las posaderas no dejándome levantar, pero la cabeza sentía la quijotada de levantarse y me levanté, no recuerdo si con flaqueo o sin flaqueo de piernas.

Parece que le estoy escuchando:

Hombre, hombre, me dijo: Es usted muy cruel. No está usted para suspender de ningún modo. Verdad es que tiene cuatro notas malas y bastantes faltas, pero también tiene cuatro notas buenas… siéntese, siéntese tranquilo.

342. El artículo, que reproducimos íntegro por su interés, se publicó en la habitual columna «Con cursiva del diez» con el título «Recuerdos amables: a don Juan Pablo Soler, con mucho cariño» (El Diario de Huesca, 23 de enero de 1916). Sobre Ramón Acín existen numerosas monografías que abordan las diferentes facetas y las múltiples aristas de una personalidad muy rica y poliédrica. Recientemente nos hemos ocupado de contextualizar su trayectoria profesional como normalista en Juan Mainer (2016). Un certero análisis crítico, realizado desde la sociología histórica, del rampante idealismo del reformismo pedagógico tanto en la vertiente liberalburguesa —la de la ILE— como en la ácrata-libertaria sigue siendo el de Carlos Lerena (1983).

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De quedarme sentado con los aprobados, punto menos que a las enfermeras del ejército del duque Nicolás me sucede, pues al seguro que esta o parecidas palabras hubiesen sido las de mi maestro y amigo Juan Pablo.

Hombre, hombre, es usted algo fresco: Bien podría usted levantarse: verdad es que tiene cuatro notas buenas, pero tiene también cuatro cosas malas y no pocas faltas por añadidura… Levántese el amigo.

Aquella lección hízome ver los buenos resultados de la modestia, aunque a decir verdad no creo en ella; para mí la modestia no pasa de ser una vanidad aristocrática…

Vea usted, maestro, cómo no olvido las clases de Agricultura y sus enseñanzas. No es para menos ello, pues cada mañana, su explicación era como una estrofa al poema del curso. Usted enseñaba deleitando; acontecía como en las Geórgicas de Virgilio en las que se narran las duras faenas del campo y se dan consejos agrícolas, adobado todo con la música de divinos versos.

Días más tarde, un emocionado y agradecido Soler contestaba a su exalumno en la misma columna y diario «con mucho reconocimiento». Inevitablemente, el Soler pedagogo no puede desperdiciar la oportunidad para aleccionar, acaso por última vez, al novel normalista:

Nuestro trabajo, amigo Acín, es penoso, ciertamente, porque hacemos algo más que enseñar la Ciencia […]. Modelamos también almas a nosotros encomendadas por el Estado y por la familia; y honradamente devolvemos a la Patria hombres, ciudadanos que defiendan la bandera, que respeten y cumplan leyes […]. Nuestro trabajo, amigo Acín, es productor de «Recuerdos amables», que, como los suyos, el aire no oxida, ni deshace la lluvia, y que, por ser inmateriales, son eternos.(El Diario de Huesca, 24 de enero de 1916)

CUANDO LO VIEJO NO TERMINA DE MORIR NI LO NUEVO DE NACER…

Juan Pablo Soler estuvo al frente del Instituto en una época de crisis sin precedentes en España, en Europa y, por extensión, en el mundo entero. El quindenio que transcurrió entre 1905 y 1921 —entre el comienzo de la guerra colonial en el Rif y la Semana Trágica (1909), el desastre de Annual (1921) y la primera posguerra mundial— constituyó un contexto crítico, convulso, devastador en muchos aspectos, atravesado por cambios sociales y políticos e incertidumbres de todo tipo que conmocionaron profundamente los pilares sobre los que sustentaba el orden social del capitalismo liberal erigido por las revoluciones burguesas de la primera mitad del siglo XIX . También en España fueron años decisivos para la maduración y la aceleración de procesos y tendencias —políticas, sociales y culturales— que tan solo se avizoraban en la bisagra del siglo y que no eran ajenos en absoluto al desarrollo de la crisis del modelo de Estado

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liberal restauracionista cuya implosión se produjo justamente durante el sexenio 1917-1923.

Inevitablemente, aquellos procesos no dejaron de tener su eco, su resonancia y, si se quiere, su pálido reflejo en la vida de una pequeña ciudad de provincias como Huesca y en su Instituto, territorio que Felipe Alaiz evocaba tan certeramente con estas palabras: «Aragón tenía una vieja ciudad de murallainterior. Huesca. Capital de provincia propiamente dicha. Nido de burócratas, clérigos y militares. Oficina de caciques y arbitristas. Instituto de Segunda Enseñanza. Allí estudiamos Ramón Acín y yo en años distraídos». De forma sintomática, fueron asomando lenta, silenciosa y casi subrepticiamente en la vida cotidiana de la institución escolar nuevos comportamientos y nuevas situaciones que contribuyeron a alterar la normalidad del viejo orden liberal sin llegar a conmoverlo radicalmente. Incluso, como veremos, lograron perturbar de manera sorpresiva alguna de las marcas más características y propias del modo de educación tradicional elitista. Lo cierto es que en quince años, sin ruido ni alharaca, el Instituto fue trastocandoaquella paz levítica secular y la sensación de que los tiempos mutaban encontró, quizá por primera vez desde los tiempos de la Gloriosa, algún motivo visible para la reflexión. Que alguno de los muchos proyectos de reforma de la segunda enseñanza de la época comenzaran a ser motivo de intensa discusión en las sesiones de claustro y que se abordaran con cierta frecuencia conflictos con —o entre— alumnos e incluso ciertos desplantes y faltas de respeto al profesorado son indicativos que no pasan desapercibidos.343 El nuevo reglamento de régimen interno, que se modificó en 1910, seguía proyectando la imagen de un instituto de mediados del siglo anterior, como si no hubiera pasado el tiempo; sin embargo, recogía un nuevo artículo de redacción significativa: «Los alumnos serán vigilados constantemente y se les prohibirá que fumen y pronuncien palabras de mal sentido y que levanten la voz exageradamente, exigiéndoles que se descubran al encuentro de cualquier Catedrático, auxiliar o ayudante del Claustro» (AHPHu, I/800/1). Y es que, aunque las tasas de matrícula no aumentaron de forma significativa, ni parece que se hubiera producido cambio alguno en la procedencia social de los alumnos, al menos en los últimos cursos, surgieron algunas formas de inconformismo y rebeldía, individual o colectiva,

343. El propio Juan Pablo Soler fue criticado con acritud en 1909 por un alumno de último curso que lo acusaba de ser incapaz de escribir una crónica científica en un suelto de la prensa conservadora oscense —posiblemente en El Alma de Garibay—, algo que era inaudito en la ciudad y que así fue presentado en un indignado suelto por El Diario de Huesca el 28 de febrero de 1909. El autor era un destacado vástago de la oligarquía local con prometedor futuro, como es sabido: Mariano Vidal Tolosana.

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en línea con los cambios que, más allá de Huesca, se estaban produciendo en la configuración del estudiantado (secundario y universitario) como nuevo sujeto social y político. Sin duda el alejamiento del hogar y la tutela familiares, la adquisición de un cierto caudal de conocimientos distintivos y la impunidad y la irresponsabilidad social que se derivan de un estatuto de minoría de edad legal confrontado con amplias dosis de libertad contribuyeron a modelar una especie de subcultura juvenil entre algunos de esos vástagos de las emergentes clases medias de la cultura, y los institutos fueron en este sentido un espacio acotado de adiestramiento para subjetividades rebeldes y libertarias.344 En España —y Huesca no fue una excepción— la creación de una esfera de autonomía para los menores estudiantes de bachillerato y su incorporación como nuevo sujeto político en actos de rebeldía más o menos organizada fueron hechos ocasionales y minoritarios, casi siempre relacionados con reivindicaciones de orden académico o con episodios de anticlericalismo o recrudecimiento de las tensiones siempre latentes entre republicanismo, ultramontanismo y librepensamiento. Lo cierto es que a partir de la segunda década del siglo XX,345 y con mayor intensidad durante la dictadura de Primo de Rivera y en la década de los treinta, fue tomando forma la movilización estudiantil, coincidiendo con un incremento considerable de la matrícula y con la aparición de elementos de liderazgo político e intelectual entre el profesorado. Por supuesto, el creciente descontento sociopolítico y los ecos de las protestas de obreros y estudiantes en capitales cercanas como Zaragoza o Barcelona sirvieron de acicate para los altercados

344. El arquetipo troyano de estudiante pendenciero y despreocupado, dispuesto siempre a cualquier forma de indisciplina académica, fue popularizado hasta la saciedad por la archiconocida novela de Alejandro Pérez Lugín (1870-1926) La Casa de la Troya, publicada precisamente en 1915, que recreaba la vida universitaria compostelana (González Calleja, 2005). El estudiantado es una construcción social pequeñoburguesa que se genera a partir de un colectivo masculino, minoritario, elitista, privilegiado, automarginado, fragmentario, efímero, estacional y, en todo caso, inextricablemente escindido del mundo del trabajo y de sus luchas (Lerena, 1983 y 1986).

345. En este marco interpretativo cabe perfectamente referirse al llamado grupo Talión —con todas las cautelas que el caso merece y que ha estudiado en profundidad Dueñas (2000)—, integrado por Ángel Samblancat, Felipe Alaiz, Ramón Acín, Joaquín Maurín…, un haz generacional de veinteañeros que compartieron rebeldías ideológicas, estéticas y vitales alrededor de algunos proyectos periodísticos (antibelicistas, anticoloniales, antitaurinos, etcétera) que acaso pudieron ser alumbrados en los últimos años del bachillerato, etapa en la que coincidieron Alaiz y Acín. A propósito de los miembros de este grupo, quizá convendría indagar su relación, si la hubo, con el periódico La Luz Roja —«el periódico de los obreros, portavoz de los humildes, de los que trabajan, de los que vienen siendo puntales necesarios de la sociedad moderna»—, cuyo número 1 apareció en Huesca en septiembre de 1913 y que el ya citado catedrático de Literatura José Balcázar saludó con respeto en un suelto de portada de El Diario de Huesca del 21 de septiembre de 1913.

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO PRP

que hubo en la ciudad, en casi todos los casos protagonizados solidariamente por alumnos de la Normal y del Instituto.

Los años de la dirección de Soler conocieron algunas movilizaciones estudiantiles de no demasiada trascendencia, singularmente el plante de alumnos en diciembre de 1913 y, muy poco después de la presentación de su renuncia al cargo, la huelga de 1919.346 El conflicto de 1913 estalló el 30 de noviembre al producirse una huelga de alumnos de la Normal y el Instituto en solidaridad con los estudiantes heridos en Barcelona en el transcurso de una protesta —causada originariamente por el atropello de un niño por un tranvía en las inmediaciones de la Universidad— que enseguida se extendió a Granada, Valencia, Madrid y Zaragoza. La huelga duró tres días. Hubo una agresión a un alumno que asistió a clase a manos de un huelguista —que luego se arrepintió ante el claustro de profesores «con lágrimas en los ojos»— y se amenazó con castigar a todos los estudiantes con tres días menos de vacaciones navideñas y sin días libres para la festividad de Carnaval. Finalmente, tras la fiesta de la Inmaculada, las aguas volvieron a tranquilizarse y la «efervescencia» (sic) de aquellos revoltosos días se apaciguó: ninguna de las dos medidas punitivas se llevaron a efecto, por decisión expresa del claustro a propuesta de su director y con la quiescencia del rector; eso sí, con la sonora protesta del catedrático Castejón Ainoza. De todos modos, estos episodios de rebeldía estudiantil, propios de una sociedad que empezaba a desbordar los dispositivos de encuadramiento elitista de que se había ido dotando a lo largo de la centuria anterior, no consiguieron horadar per se los pilares sobre los que se erguía el edificio de la segunda enseñanza del modo de educación tradicional elitista de la sociedad liberal.

Por otra parte, el paulatino crecimiento del número de alumnas matriculadas en los institutos y la contratación de las primeras profesoras auxiliares fueron sin duda otros síntomas de la crisis que se estaba fraguando y que comenzaba a alterar —muy tímidamente— el idiosincrásico carácter masculino de los actores, así como la propia naturaleza institucional de ese tipo de centros como espacios social y mentalmente vedados al sexo femenino. Fue una mutación lenta y silenciosa que dio comienzo durante el quindenio del que nos estamos ocupando, también en coincidencia temporal con la dirección de

346. Ambas movilizaciones han sido expuestas y contextualizadas para Aragón por Lucea (2010) en su estudio sobre los movimientos sociales de la región durante la Restauración. Véase también el trabajo de Perales (2009), específicamente referido al movimiento estudiantil de la Universidad de Valencia, que relaciona ambas protestas con el desarrollo de la Federación Nacional Escolar, surgida en los años diez, la primera organización política de ámbito estatal que agrupó a los escolares laicos frente a la Confederación Nacional de Estudiantes Católicos, creada bajo los auspicios del sacerdote Ángel Herrera Oria.

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Soler.347 Desde su creación, la exclusión del alumnado femenino de los institutos fue un sobreentendido, algo tan natural que no precisaba explicación ni justificación y, por tanto, tampoco regulación o prohibición alguna: ya hemos dicho en alguna ocasión que la escuela de la era del capitalismo está indisolublemente unida a las estructuras patriarcales que la informan. El hecho de que a partir del Sexenio Democrático algunas mujeres hubieran llegado a obtener el grado de bachiller apenas alteró la situación de partida.348

Durante años las cosas continuaron así.349 Fue el 8 marzo de 1910, con Canalejas en la presidencia del Consejo de Ministros, Romanones en el Ministerio del ramo y Emilia Pardo Bazán en el Consejo de Instrucción Pública, cuando se aprobó la orden que autorizaba a las mujeres a matricularse de manera oficial en institutos y universidades públicas. Paralelamente se les permitió presentarse a oposiciones para ejercer la docencia en estos establecimientos.350

Como puede observarse en la tabla 8, a partir de 1910 se produjo un leve goteo de matrículas femeninas oficiales en el Instituto oscense cuyo ritmo fue sosteniéndose durante toda la década que correspondió a la dirección de Soler. Lo cierto es que el proceso continuaría in crescendo en las décadas siguientes.351 Ahora bien, no conviene confundir las cosas: en la

347. El acceso de las mujeres a la educación secundaria y superior en España tiene facetas y dimensiones de enorme interés sobre las que aún queda mucho por conocer e investigar. Para un planteamiento general del tema en la segunda enseñanza siguen siendo útiles los estudios de Viñao (1990), Flecha (1998 y 2000), Benso (2003b y 2006). Puede también consultarse con provecho Araque (2010) y, para una perspectiva comparada con otros países (Gran Bretaña y Alemania), Rowold (2010).

348. En Huesca hubo seis graduadas entre 1884 y 1909, con matrícula libre o doméstica y enseñanza preceptoril, y más adelante en instituciones colegiales privadas con dispensa especial para la realización de los exámenes finales en el Instituto.

349. Solo ante el relativo incremento de las solicitudes femeninas de este tipo de matrícula en los institutos se llegó a aprobar una norma (Real Orden de 11 de junio de 1889) que se limitaba a sancionar jurídicamente lo que ya venía ocurriendo en la práctica social: acceso al grado de bachillerato para mujeres en condiciones de estricta separación física, académica e institucional mediante enseñanza privada, matrícula libre y superación de severos exámenes oficiales.

350. En Francia el acceso de las mujeres a la educación secundaria se autorizó en 1880, aunque en centros exclusivamente femeninos. Lo mismo ocurrió en Alemania, pero en 1893. En Gran Bretaña el proceso, según los lugares, se produjo entre 1869 y 1922. En la Universidad de Cambridge las mujeres no alcanzaron la condición de full membership hasta 1947 (Rowold, 2010).

351. De los 494 alumnos matriculados entre 1910 y 1920, 29 fueron mujeres (el 5,87%).

Solo en los cinco años posteriores (1920-1926) se matricularon 65 mujeres de un total de 438 estudiantes, lo cual arroja un 14,84% de presencia femenina en el centro a mitad de la década, que llega superar el 30% en los albores de la Segunda República. Estos datos no difieren mucho de la situación del resto de España: Carmen Benso (2003b) sitúa en algo más de un 3% la matrícula femenina en institutos hacia 1915, en un 10% en 1920 y en un 35%

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TABLA 8. MUJERES MATRICULADAS EN EL INSTITUTO ENTRE 1884 Y 1920

Año / matrículaExpediente AHPHu

Julia Gardeta Martín (Huesca)

Dolores Frago Pano (Barbastro, Huesca)

Araceli Hernández Irigaray (Peralta, Navarra)

Juana Mayor Benito (Burgo de Osma, Soria)

Josefa Ortiz Sabater (Portbou, Gerona)

Carmen Puig Pellón (Barcelona)

María Sánchez Arbós (Huesca)

Luisa Forniés Almaizar (Burgui, Navarra)

Serafina Javierre Mur (Zaragoza)

María Otín Grafiella (Bailo, Huesca)

Jacinta Martínez Carné (Bujaraloz, Zaragoza)

Vicenta Neguerela Fernández (Jaén)

Laura Nieto Fernández (Aranjuez, Madrid)

María Estropá Pueyo (Huesca)

Jesusa Rodríguez Tovar (Arbo, Pontevedra)

María Pilar Monrás Casas (Barcelona)

Luisa García Bailo (Jaca, Huesca)

Asunción Martínez Bara (Huesca)

Encarnación Fuyola Miret (Huesca)

Trinidad Fatás Pérez (Huesca)

Asunción Ramos Vilas (Sariñena, Huesca)

Julia Pellicer Escartín (Huesca)

María Pilar Valdés López (Barbastro, Huesca)

Catalina Palomar Palomar (Zaragoza)

Victoria Grau Sayol (Barcelona)

Adelaida Torrente Loscertales (Adahuesca, Huesca)

Asunción Torrente Loscertales (Adahuesca, Huesca)

Carmen Vizola Estropá (Huesca)

Dolores Atarés Torrente (Huesca)

Leonor Antonietti Salvans (Barcelona)

Corina Artigas Pascual (Zaragoza)

María Gil Puig (Castellón)

Dolores España Salanova (Viella, Lérida)

María Pilar Pellicer de la Orden (Zaragoza)

María Valero Castejón (Santa Cruz de Tenerife)

1884 / libre

1884 / libre 1893 / libre 1900 / libre 1904 / libre

1909 / libre

1911 / libre 1913 / oficial 1913 / libre 1913 / libre 1914 / oficial 1915 / oficial 1915 / oficial 1915 / oficial 1916 / oficial 1916 / oficial 1916 / oficial 1916 / oficial 1917 / oficial 1917 / oficial 1917 / oficial 1917 / oficial 1918 / oficial 1918 / oficial 1918 / oficial 1919 / oficial 1919 / oficial 1919 / oficial 1919 / oficial 1920 / oficial 1920 / oficial 1920 / oficial

1920 / oficial 1920 / oficial 1920 / oficial

I-705/229

I-701/162

I-712/15

I-728/403

I-735/107

I-740/420

I-754/459

I-703/263

I-714/62

I-735/111

I-729/481

I-733/92

I-733/93

I-699/140 I-747/248 I-729/489 I-708/418

I-729/482 I-703/276 I-703/278 I-747/240 I-741/465 I-764/215 I-741/471

I-708/433 I-759/149

I-759/148

I-761/31

I-671/524

I-671/526

I-671/531

I-708/441

I-699/143

I-742/483

I-764/220

práctica, la presencia de alumnas en el Instituto no supuso en absoluto un paso hacia la coeducación (en ocasiones ni siquiera hubo coinstrucción) y tampoco, de momento, un cuestionamiento de las reglas del juego y del significado profundo del bachillerato tradicional elitista.

Si se mira con detalle la nómina que reproducimos no es difícil identificar a algunas hijas o sobrinas de profesores del Instituto y a mujeres con apellidos de rancia estirpe local: entre las clases medias de la cultura y las herederas de la oligarquía ociosa sigue reproduciéndose el juego de la distinción y el reconocimiento. En cierto modo no pasan de ser excentricidades o modernidades de algunas familias de bien que habían optado por

en 1932. El acceso de mujeres al profesorado fue más tardío y paulatino. Como se recordará, la incorporación de la primera mujer —como profesora auxiliar de la sección de Ciencias— al Instituto de Huesca, la de Donaciana Cano Iriarte, se produjo en 1925, ya durante la dirección de Benigno Baratech.

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO PRS

desviar a sus hijas del más convencional destino del magisterio primario. Sin salir de las clases medias cultivadas, bien representadas por los catedráticos de la casa, podemos comprobar que las hijas de la familia Soler Bastero, como vimos, no entraron en ese juego, mientras que las de la familia Martínez Bara sí. Harina de otro costal fue la presencia de mujeres en el espacio del aula, así como su ubicación física en ella: este asunto, medular, quedaba a criterio del catedrático de la asignatura, lo que daba pábulo a nuevas formas de separación y segregación académica y física dentro del propio establecimiento. Lo más frecuente fue sentarlas en la primera fila o incluso junto a la cátedra profesoral; también hubo quien las relegó a la última fila para que su presencia pasara inadvertida y no perturbara el orden académico.352

En estrecha relación con las cuestiones jurídicas, el tema de la conveniencia de que las mujeres accedieran —o no— a la obtención de grados y, finalmente, a las profesiones y los estudios vinculados a esas titulaciones generó importantes controversias y debates en toda Europa en los que se concitaron opiniones —sobre todo masculinas— de médicos, naturalistas, higienistas, eugenistas, sexólogos, pedagogos… Entre ellas resulta muy difícil discernir lo que se hizo pasar por argumentación científica de lo que era ganga ideológica, cuando no mero prejuicio moral. Como muestra puede leerse este fragmento salido de la pluma de uno de los apóstoles españoles de la complementariedad entre los sexos frente a las tesis de la igualdad, cuyo autor se hace eco de ideas que, devenidas del darwinismo, venían manteniéndose en el campo de la medicina en Alemania y Gran Bretaña (Rowold, 2010):

La tendencia a la unificación de los sexos, notada por Azorín como consecuencia de la guerra europea, si honra a la plasticidad de adaptación y a los talentos latentes en la mujer moderna, resultaría, a poco que se acentuara, funesta para la raza. Es lugar común que el hombre y la mujer no son iguales, sino complementarios, como lo son la abeja y la flor. Y se corre el grave riesgo de que el trabajo de taller o de obrador, fatal a la belleza y a la salud femenil, produzca a la larga un tipo de hembra abortada, comparable a la obrera de los

352. A este respecto es casi imposible saber lo que ocurrió en el Instituto de Huesca en los años diez y veinte. Las fuentes escritas (actas de claustro, memorias anuales, etcétera) mantienen un elocuente silencio respecto al alumnado femenino: sencillamente no existe. Por ejemplo, la primera alusión a una alumna en un acta de sesión de claustro se produjo en 1919, cuando se agradecía a Encarnación Fuyola la donación al centro, por mediación de su padre, Lorenzo Fuyola Paraíso, de un «mapa de comunicación de España» realizado como «trabajo especial» para la cátedra de Geografía e Historia. Para la siguiente hay que esperar a una sesión de 1923 en la que se planteó la necesidad de habilitar una sala para que las alumnas pudieran estar «tranquilas y aisladas» cuando no tuvieran clase (AHPHu, I/599 e I/600).

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO PRT

himenópteros. Por indudable tengo que la divergencia física y moral de los sexos, obra milenaria de la naturaleza, constituye inestimable ventaja para la prosperidad de la especie. (Ramón y Cajal, 1944: 87)353

Desde luego, el mayor o menor desarrollo del movimiento feminista fue determinante a la hora de encauzar estos debates y también de regular el acceso. En España, la debilidad del feminismo, el menor desarrollo económico y educativo y el poder y la importante presencia de la Iglesia y sus opinadores no fueron precisamente acicates para el desarrollo de un debate sobre estos asuntos en términos de cultura política laica y democrática. No se olvide que la Iglesia católica se pronunció de manera oficial y doctrinaria, por razones morales, en contra de la coeducación, cuya existencia quedó condenada en la encíclica de Pío XI Divini illius Magistri, de 1929, como un sistema erróneo y pernicioso para una educación verdaderamente cristiana. Para la inmensa mayoría de los catedráticos y los profesores la presencia femenina en unas instituciones tradicionalmente masculinas suponía introducir lo que consideraban un potencial elemento perturbador para su ejercicio profesional; casi todos se resistieron de formas muy variadas a asumirlo (Benso, 2006). Así pues, en España la posición hegemónica en el campo profesional fue eminentemente contraria a la coeducación, y en cuanto fue posible, es decir, cuando la matrícula de mujeres creció lo suficiente para permitirlo, sobre todo en las grandes ciudades, se procedió a segregarlas a secciones femeninas específicas: fue el caso del Instituto de Barcelona en 1910 e incluso el de la «sección de bachillerato para señoritas» constituida en el mismísimo corazón de la renovación pedagógica hispana, el Instituto-Escuela de Madrid, en 1919.354 Hasta 1929 no se crearon los dos primeros institutos exclusivamente femeninos en España: en Madrid y en Barcelona. En el resto de los centros —por supuesto, el de Huesca entre ellos— la aplicación práctica de la coinstrucción se convirtió poco a poco en una situación de facto —otra más, tolerada a contrapelo—, o sea, en un nuevo factor de la crisis de un modo de educación que había nacido para una sociedad cuyos cimientos comenzaban a desestabilizarse.

353. Existe una primera edición de este texto en una obra compilada por Margarita Nelken de 1932. Tesis muy semejantes defendía Gregorio Marañón en Biología y feminismo, de 1920. 354. Los distinguidos, eruditos y progresistas varones seleccionados por la ILE para el elitista establecimiento, antes que ninguna otra cosa, eran —pensaban y actuaban como— conspicuos miembros de una corporación profesional —la de los catedráticos de segunda enseñanza— absolutamente masculina, ello por más que Manuel Bartolomé Cossío y otros pedagogos de la casa hubieran clamado y clamaran a favor de la coeducación desde finales del siglo XIX e incluso hubieran llegado a escribir que la creación de institutos especiales para las mujeres era de todo punto «indeseable».

CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO PRU
LOS

Título de bachiller de Dolores Frago Pano, una de las dos primeras alumnas —junto a Fidela Gardeta Martín— matriculadas (libres) en el Instituto de Huesca (1884).

En 1889 obtuvo el grado de bachiller con calificación de sobresaliente, tras atesorar numerosas menciones y premios por los brillantes exámenes realizados en varias asignaturas.

(Archivo Histórico Provincial de Huesca)

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Y en esta tesitura tan gramsciana en la que lo viejo no acababa de morir ni lo nuevo de nacer, en noviembre de 1918, en plena pandemia de gripe y con las clases suspendidas en el Instituto, enfermo y abrumado por el trabajo y los deberes familiares, Juan Pablo Soler presentó ante un claustro muy diezmado por ausencias su renuncia irrevocable al cargo de director.355 Su amigo y vicedirector Narciso Puig Soler, tras expresar su profundo sentimiento por su despedida, tomó las riendas del Instituto al tiempo que propuso, en representación de todos, que se le nombrara director honorario. Durante el año y algunos meses que todavía permaneció en el centro hasta su traslado a la cátedra de Agricultura del Instituto de Zaragoza, que tuvo lugar en enero de 1921, su actividad fue apagándose, no así sus intervenciones en la cátedra y en las sesiones de claustro.

Antes de las vacaciones de Navidad realizó una donación al claustro de sus publicaciones «científicas y pedagógicas», que fueron presentadas e informadas una a una con elogios por una comisión integrada por Puig Soler, Baratech y el joven catedrático de Historia Natural Emiliano Castaños Fernández. Fue el último homenaje que le dispensó el Instituto. Con motivo de su fallecimiento, en 1923, la ciudad volvió a recordarlo a través de la necrológica que el ingeniero Luis de Fuentes López, sobrino de Luis López Allué y exalumno suyo, le dedicó en El Diario de Huesca. No merecía menos.

355. La gripe había enfermado a varios profesores: Luis Mur Ventura, Eduardo Juliá Martínez —que fue catedrático de Literatura entre 1917 y 1919—, Joaquín Monrás y el propio Soler —con la salud quebrada además por un cáncer—. Las clases estuvieron suspendidas por orden del Gobierno Civil, el rector, la Junta de Sanidad y el propio alcalde —a la sazón Mariano Martínez Jarabo— desde el 2 de octubre y se reanudaron el 15 de noviembre (AHPHu, I/599).

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO PSM

NARCISO PUIG SOLER: UN FARMACÉUTICO EN EL INSTITUTO

(Figueras, Gerona, NUSP – Madrid, NVPT)

El catedrático gerundense de Física y Química que sustituyó en su cátedra al zaragozano Luis Buil Bayod en el claustro del Instituto oscense a partir de 1906 se había licenciado en 1882 en Farmacia y en 1888 en Ciencias Físico-Químicas en la Universidad de Barcelona. A continuación cursó algunas materias del doctorado en Químicas en la Universidad Central, pero no llegó a culminarlo.

Desde 1890 Narciso Puig Soler orientó su actividad a la profesión farmacéutica. Trabajó como regente de establecimientos de farmacia en varias ciudades españolas, fundamentalmente en Gijón, donde residió durante siete años, entre 1890 y 1898, pero también en Valladolid y Madrid. De forma complementaria, entre 1890 y 1898 fue profesor auxiliar supernumerario de la sección de Ciencias del Instituto de Gijón, donde impartió, según los cursos, materias propias de la cátedra de Matemáticas y de la de Física y Química. Aunque en 1891 llegó a ganar un concurso por el que fue nombrado auxiliar numerario del Instituto de Baeza, prefirió la situación de interinidad que mantuvo en Gijón.

Seguramente estimulado por las posibilidades de conseguir una mejor y más estable posición económica, y también por las dificultades para hacerse con su propio negocio farmacéutico, comenzó la carrera de opositor a cátedras de Física y Química de segunda enseñanza, algo muy común, puesto que más del 20% de quienes llegaron a ser catedráticos de Física y Química de instituto entre 1862 y 1936 poseían, además de la licenciatura de Ciencias, la de Farmacia, según ha estudiado López Martínez (1999). Entre 1897 y 1905 debió de comparecer a no menos de cinco oposiciones distintas convocadas para cubrir vacantes en los institutos de Huelva, Mahón, Tapia, Castellón, Reus, Soria, Cuenca, Gerona, Oviedo, Pamplona y Huesca. Se dio el caso, ciertamente extraño por lo que se nos alcanza, de

PSN ÍNDICE

que la oposición a la cátedra de Huesca salió a turno de auxiliares y solo fue firmada por nuestro personaje, por lo que se llevó a cabo en muy poco tiempo —apenas dos meses—. Las pruebas se realizaron en las instalaciones de la Facultad de Farmacia de la Central y el tribunal estuvo presidido por el catedrático de Química Orgánica José Rodríguez Carracido (1856-1928), considerado uno de los pioneros de la investigación bioquímica en España.356 Narciso Puig Soler llegó a Huesca y se incorporó al claustro del Instituto en marzo de 1906, a los cuarenta y cuatro años de edad. En poco tiempo iba a conocer el fallecimiento de Manuel López Bastarán, a quien escasamente tuvo tiempo de tratar, y el breve interregno de Ángel Fernández Enciso en la dirección antes de la asumiera Juan Pablo Soler. Fueron, como hemos ido viendo, años de cambio generacional y de significativas incorporaciones al claustro que abrieron paso al desarrollo de inquietudes y actividades pedagógicas de diversa naturaleza. En este sentido, podríamos afirmar que don Narciso fue, pese a su edad y sus numerosas ocupaciones profesionales más allá de la cátedra, un catedrático muy próximo al regeneracionismo en su vertiente más pedagógica, al estilo de Soler o de Rodríguez, y su ejecutoria en el Instituto fue la de un aliado necesario, muchas veces incluso cómplice, de esas nuevas formas de profesionalidad. Con todo, aunque en Huesca pudo ver realizadas sus dos aspiraciones más antiguas —la posesión de una cátedra y la de un establecimiento farmacéutico, ambas en propiedad—, en el fondo Puig nunca dejó de ser, por encima de todo, un profesional de la farmacopea y de la comercialización de sustancias químicas.

En Huesca emparentó con Josefina Bistué Allué, descendiente de un reconocido linaje oscense del Somontano, con la que formó un muy bien posicionado núcleo familiar. El matrimonio tuvo tres hijos varones, que, por supuesto, estudiaron en el Instituto: José María, Narciso y Acacio. A los dos años de llegar a la ciudad, en 1908, consiguió por traspaso de negocio una farmacia en el número 28 de la calle del Coso Alto. Un lustro después, en 1913, se convirtió en el primer presidente del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Huesca, una muy influyente corporación que reunía a los noventa profesionales que por entonces ejercían en la provincia y en cuya junta se

356. El expediente completo de estas atípicas oposiciones (la constitución del tribunal, las actas de todas las sesiones celebradas y de las correspondientes pruebas, los ejercicios manuscritos teóricos y prácticos que el opositor realizó y el acta final, la de la sesión en la que el tribunal votó por unanimidad al único candidato que consideró apto para la cátedra en liza) se encuentra en el AGA (32/07712). Del resto de las oposiciones a las que se presentó existen memorias escritas a mano con programas y pequeñas monografías en su expediente personal del AGA (32/08633).

PSO
LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO

concitaron destacados representantes del gremio y de la elite social y económica oscense como Arturo Susín, Feliciano Llanas, José María Arregui, Rafael Loste o Pedro Rallo.357 Ejerció ese cargo hasta 1926, entre 1912 y 1918 simultaneándolo con el de presidente de la Cruz Roja Española en Huesca y a partir de 1920 con el de jefe de la sección de Química Bacteriológica del Laboratorio Municipal.

Persona de trato cercano y accesible, elegante en sus formas y muy bien relacionado en la ciudad, era, como su esposa, un reconocido católico de talante liberal, sin partido, seguramente más cercano al conservadurismo y a las posiciones de orden, dado el círculo de amistades que frecuentaba, pero sin filias ni fobias destacadas, lo que le permitió alternar en los diferentes espacios de socialización elitista de la ciudad y estar por lo general bien considerado tanto entre los diaristas como en los cenáculos de El Porvenir o La Tierra. Más allá de su actitud personal, acaso el pragmatismo propio de su ocupación mercantil y el hecho de ser un forastero, aunque ligado a la elite oscense por profesión, cargo y vínculo matrimonial, le otorgaron el beneficio de una cierta independencia de criterio que de otro modo solía pagarse muy cara en sociedades tan endogámicas como la que nos ocupa.

Su integración en el claustro del Instituto obedeció a parámetros muy semejantes. No fue un compañero problemático y sí un muy colaborador y entusiasta aliado tanto en la dirección de Fernández Enciso como, sobre todo, en la de Soler Carceller. Nada más llegar aceptó el siempre ominoso cargo de secretario del Instituto, que ocupó entre 1906 y 1909, para a continuación convertirse en vicedirector y brazo derecho de Soler. Como se recordará, Puig respaldó las iniciativas pedagógicas impulsadas especialmente durante aquellos primeros años de la dirección del zaragozano: fue quien expuso ante el claustro la celebrada creación del Ateneo CientíficoEscolar de 1907, aunque su participación en él no llegó a ser muy intensa. También fue él quien diez años más tarde animó al joven catedrático de Historia Natural Emiliano Castaños358 y al de Lengua y Literatura

357. Los datos sobre su dedicación a la Farmacia en Huesca se han obtenido del número 100 del Boletín Informativo Farmacéutico de Aragón, publicado en Zaragoza por el Colegio de Farmacéuticos de Zaragoza, Huesca y Teruel en 2009 y dedicado a los veintinueve años de historia de la farmacia.

358. El toledano Emiliano Castaños Fernández (1888-1975), reputado naturalista y excelente dibujante y pintor formado en la Universidad Central, estuvo pensionado en la Estación Biológica Marítima de Santander y posteriormente por la JAE en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Desempeñó la cátedra de Historia Natural —que ganó en 1914— en el Instituto de Mahón durante muchos años antes de ser trasladado al de Huesca —donde permaneció escasamente un curso escolar, en el que coincidió con Eduardo Juliá— y después hasta el término de la guerra, cuando pasó al de Toledo (AHPHu, I/797/29).

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO PSP

Eduardo Juliá359 a publicar un pequeño opúsculo de quince páginas para dar cuenta de todas las actividades que, impulsadas por las tres cátedras (a las dos mencionadas hay que añadir, obviamente, la de Física y Química) y bajo la batuta de Soler, se habían llevado a cabo con los alumnos del Instituto dentro y fuera del horario lectivo. El folleto, que se editó en la tipografía oscense de Justo Martínez, más allá del valor que pueda tener una crónica detallada de las actividades de extensión cultural realizadas, es muy relevante por cuanto indica el interés por exhibir públicamente un determinado —y minoritario— ethos profesional, que se presenta como contribución a la regeneración cultural en curso.360 Don Narciso fue además socio protector de Anales de la Sociedad Española de Física y Química, revista científica fundada en 1903 que se convirtió en una de las de mayor difusión y número de suscriptores entre los institutos y a la que llegó a suscribir al de Huesca en 1921 (López Martínez, 1999).

Cosechó fama de ser un profesor culto, claro e inteligente en sus explicaciones pero extremadamente exigente y duro en sus calificaciones. Un cuarto de siglo ininterrumpido en la cátedra contribuyó a que su recuerdo en la ciudad no pasara desapercibido. Nada más llegar a Huesca tuvo entre sus discípulos a un sobrino del obispo Mariano Supervía, Julio Palacios Martínez (1891-1970), que con el tiempo se convertiría en uno de los físicos españoles más relevantes del siglo XX y que siempre recordó a los dos profesoresdel Instituto que «despertaron su vocación por los estudios científicos»:

359. El catedrático valenciano Eduardo Juliá Martínez (1887-1967), doctor en Filología, se especializó en teatro inglés, en particular en la obra de Shakespeare, y español (Guillén de Castro, Lope de Vega…). Tras ejercer en el Instituto de Huesca —su primer destino profesional— poco más de un curso escolar, pasó al de Castellón y luego al de Toledo, y en ambos destacó como activista de la extensión cultural . En Toledo fue director antes y después de la guerra. Durante la contienda estuvo refugiado en Salamanca y en 1939 fue nombrado inspector de enseñanza media y asignado al Instituto Lope de Vega de Madrid, donde se jubilaría. En los años del franquismo se convirtió en uno de los prohombres de la corporación de catedráticos de enseñanza media impulsando la Mutualidad Nacional del cuerpo.

360. La referencia concreta es Curso de 1917 a 1918: labor verificada en el Instituto General y Técnico de Huesca. Cátedras de Física y Química, Historia Natural y Lengua y Literatura Castellanas, desempeñadas por […], Huesca, Tall. Tip. de Justo Martínez, 1918. La obrita va precedida de una «Advertencia» en la que se mencionan iniciativas parecidas de otros institutos, como las desarrolladas por los de Cáceres y Cartagena o, muy singularmente, los notables Anales del Instituto de Valencia. Los trabajos de seminario llevados a cabo por Eduardo Juliá con sus alumnos, algunos publicados en el diario El Porvenir, en concreto los realizados durante la semana cervantina, llegaron a recibir una felicitación expresa del director de la Biblioteca Nacional, a la sazón Francisco Rodríguez Marín, cuyo texto se transcribe en el mencionado opúsculo, del que existe un ejemplar en la BNE y una copia en el AHPHu (I/01038/17).

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Ángel Fernández Enciso y Narciso Puig Soler.361 Lo cierto es que a lo largo de la primera mitad del siglo XX los estudios de Física y Química en el Instituto oscense estuvieron a cargo de cuatro notables profesionales —Luis Buil (1902-1905), Narciso Puig (1906-1931), Jesús Mendiola (19321936) y Ramón Martín Blesa (1944-1962)— que sin duda contribuirían a la forja de posteriores carreras científicas.362

Conocemos algunos detalles de la actividad pedagógica que don Narciso desarrolló desde su cátedra a través de las memorias, las actas las sesiones de claustro y el breve opúsculo colectivo que antes mencionamos. Además de organizar visitas periódicas a fábricas de electricidad, a la estación telegráfica, etcétera, dentro y fuera de la ciudad, sabemos que en el curso 1918-1919 incrementó en quince minutos el horario de sus clases para llevar a cabo demostraciones de cátedra363 que complementaran las enseñanzas teóricas. En la mentada publicación se enumeraban hasta catorce prácticas de Física y Química realizadas con diferentes aparatos y sustancias.

Puig se jubiló a primeros de diciembre de 1931, en vísperas de una festividad de la Inmaculada que, por primera vez en muchos años, no conocería el tradicional desfile procesional de los catedráticos del Instituto por las naves de la seo oscense. El sábado día 5 de diciembre a las diez de la mañana

361. El testimonio proviene de la Autobiografía manuscrita de Julio Palacios, accesible en https://cutt.ly/zjRABtQ. Sobre la importante trayectoria bioprofesional de Palacios, así como acerca de otro interesante personaje, José María Albareda —que también pasó algunos años, como catedrático de Agricultura, en el Instituto—, y sobre el papel de ambos en el proceso de desmantelamiento y remozamiento de la ciencia española tras la guerra, puede leerse con sumo provecho a Antonio Canales e Ismael Saz en Gómez y Canales (2009). También, específicamente para Palacios, es obligada la consulta de González Redondo (2010). 362. Cabe mencionar también el indudable prestigio que habían adquirido los estudios de Física y Química en la Universidad de Zaragoza desde su creación, que tuvo lugar en 1882. Al respecto llama la atención que la institución zaragozana, con su Facultad de Ciencias, fuera con diferencia la que mayor porcentaje de catedráticos de Física y Química proporcionara al escalafón durante el primer tercio del siglo XX (López Martínez, 1999). Por su parte, Carmen Magallón (1998) destacó en su día que el número total de licenciados en la Facultad de Ciencias de Zaragoza entre 1882 y 1936 ascendió a 739 personas, 39 de ellas mujeres, tres de las cuales alcanzarían el grado de doctoras y dos —Ángela García Puerta y Jenara Vicenta Arnal Yarza— llegarían a ejercer como catedráticas de Física y Química de instituto. 363. Estas demostraciones, como bien señala José Damián López Martínez (1999) citando a Rubén Landa, catedrático del Instituto salmantino y reputado institucionista, no dejaban de ser más que experimentos que realizaba el profesor ante sus alumnos para comprobar leyes previamente explicadas, lo que limitaba considerablemente su función didáctica. Al respecto, sin embargo, el propio Puig Soler, llevado de un entusiasmo y un idealismo dignos de mejor causa, escribía: «se trabaja y se hace que el alumno se ponga en contacto con la verdad por sí mismo, procurando que realicen experiencias en tanto lo permiten los medios de que dispone, y ampliando los conocimientos todo lo posible». En Curso 19171918… (AHPHu, I/1038/17).

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y en el paraninfo del Instituto don Narciso impartió su última lección de Química, en presencia de todo el claustro, de alumnos del Instituto y de cuantas personas desearon asistir. Así fue el homenaje que le tributaron sus alumnos y sus compañeros. En el curso de sus palabras, según cuenta el cronista de El Diario de Huesca (8 de diciembre de 1931), a sus alumnos «les rogó le perdonasen sí alguna vez fue duro con ellos, si bien esto fue bajo el propósito de hacerles cumplir con su deber de estudiantes». Al acto no acudieron, o al menos no se citan en el suelto, autoridades públicas más allá del entonces director del Instituto, Benigno Baratech Montes, y el de la Normal, a la sazón todavía Miguel Mingarro Echecoin.364

A partir de 1932 únicamente hemos podido reunir alguna noticia sueltay fragmentaria sobre la vida de Narciso Puig y su familia en Huesca: sabemos que el estallido de la guerra lo sorprendió en Madrid en compañía de dos de sus hijos. Falleció en esa ciudad en 1937.

364. Pocos años después, en noviembre de 1936, en plena barbarie fascista, Mingarro, a la sazón vicedirector de la Normal, y el canónigo de la catedral y catedrático de Latín del Instituto Basilio Laín García serían designados por el rector zaragozano Gonzalo Calamita para formar parte de la Comisión C, encargada de la depuración del personal de institutos e inspección primaria, labor que llevarían a cabo con singular celo y eficacia.

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IGNACIO PUIG ALIÉS:

LAS MATEMÁTICAS ENTRE FERNÁNDEZ ENCISO Y DON PACO (Lérida, NUSO – Gerona, ?)

El catedrático de Matemáticas que sustituyó al apreciado Ángel Fernández Enciso tras su muerte y compartió la enseñanza de la asignatura con el segundo catedrático (esta figura se generalizó en los institutos de la mano de las reformas del ministro Romanones) don Paco Cebrián fue el catalán, ilerdense de nacimiento, Ignacio Puig Aliés. Por motivos familiares pasó su infancia y su primera juventud en Zaragoza y en 1883 obtuvo el grado de bachiller en el Instituto de esa ciudad. En 1888 terminó la licenciatura en Ciencias Físicas y Químicas por la Universidad de Barcelona; después comenzó el doctorado, pero no llegó a terminarlo.

Inició su carrera profesional como profesor auxiliar interino de la sección de Ciencias del Instituto de Lérida en 1892. Luego pasó a ser a auxiliar numerario y, tras varios intentos fallidos, en 1906 consiguió mediante oposición, en turno de auxiliares, la cátedra de Matemáticas del Instituto de Logroño (Real Orden de 24 de abril). En 1894 aspiró a una cátedra de Física y Química vacante en el Instituto de Castellón, para lo que presentó una abultada memoria que tituló Programa dividido en lecciones […] precedido de un curso de un breve y sencillo razonamiento para dar a conocer las ventajas del plan y método de enseñanza que en el mismo se proponen. En 1899 haría lo propio para la materia de Matemáticas con el fin de optar a las oposiciones para las cátedras vacantes en Santander, Huelva y Mahón. Las dos memorias, que se encuentran custodiadas en su expediente personal (AGA, 32/08449), contienen un capítulo inusualmente extenso dedicado al «Método de enseñanza» en el que se exponen ideas que denotan un entendimiento muy convencional, libresco y logocéntrico del ejercicio de la instrucción, adobado con alguna dosis de mayéutica socrática, y nos recuerdan a algunos ensayos de otros colegas

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—Ángel Fernández Enciso o Eugenio Aulet, por ejemplo— que hemos venido glosando ya en estas páginas:

Dedúcese naturalmente que la enseñanza ha de seguir paso a paso en la exposición la marcha que le señale la obra de texto, pues que la disparidad entre el plan del libro y las explicaciones del profesor embrollarán la casi virgen inteligencia del alumno. […] el profesor ha de procurar en nuestra asignatura convencer al alumno de que es el protagonista en la investigación de la verdad y que él tan solo desempeña la función de experto lazarillo avisándole y explicándole las dificultades del camino […]. Adopte para ello el profesor los diálogos socráticos […], supla la debilidad intelectual del alumno y condúzcale inconscientemente como efecto del curso natural del pensamiento a la verdad, que podrá muchas veces alcanzar por sí, si se le facilitan los medios.

Ignacio Puig permaneció en la cátedra de Logroño hasta el final del curso 1906-1907. Luego fue trasladado al Instituto de Jaén y allí trabajó otro año académico completo antes de incorporarse, en julio de 1908, al claustro del oscense, al que llegó con cuarenta y seis años cumplidos por permuta con el catedrático jienense Manuel Rus Martínez, interesado en regresar a su tierra andaluza tras un curso escaso en Huesca. Puig aspiraba a un destino cerca de Lérida, ciudad en la que residían sus ya ancianos padres y su suegra. Estaba casado con una leridana de apellido Bayer con la que tuvo tres hijos varones. José María, nacido en Lérida, siguió los pasos de su progenitor y, tras licenciarse en Ciencias Físico-Químicas en la Universidad de Barcelona, ingresó en el cuerpo de catedráticos de instituto en 1915. Por su parte, los dos más pequeños, Ignacio y Joaquín, cursaron el bachillerato en el Instituto, y el primero de ellos ingresó también en el cuerpo de catedráticos, en la especialidad de Geografía e Historia en 1922.

Ferviente católico y de ideología más bien conservadora, colaboró con Juan Pablo Soler en la dirección del centro desempeñando la secretaría durante tres cursos completos, hasta 1912, cuando fue sustituido en el cargo por el recién llegado catedrático de Geografía e Historia José Gaspar Vicente. Tras cinco años en la ciudad, el 30 de abril de 1913 obtuvo una permuta para trasladarse al Instituto de Reus, del que llegaría a ser director. Finalmente pasaría al de Gerona, donde se atendería su solicitud de jubilación teniendo en cuenta su delicado estado de salud y su «imposibilidad física» para hacerse cargo de las clases (Real Orden de 24 de marzo de 1931). En el Instituto de Gerona, alineado con Eugenio Aulet, había sido uno de los firmantes, en febrero de 1925, de la exposición en la que se exhortaba al dictador Primo de Rivera a mantener por encima de todo la materia de Religión como obligatoria en la segunda enseñanza oficial.

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EL INSTITUCIONISTA QUE PASÓ DOS VECES POR EL INSTITUTO

(Salamanca, NUUS – Madrid, NVRU)

Hijo de Cristino Cebrián, médico militar y catedrático de Anatomía de la Universidad de Salamanca de origen aragonés, y Concepción Fernández de Villegas, de ascendencia murciana, nació en el seno de una familia acomodada arquetípica de la clase media cultivada salmantina de finales de siglo. Fue el único varón entre seis hermanas: Dolores, Amparo, Concha, María, Carmen y Mercedes. Francisco ocupaba el tercer lugar. Su madre enviudó en 1897 y pocos años después se trasladó a Madrid con toda la familia buscando la cercanía de su hermano Francisco, que era crítico de teatro y persona bien situada en la capital y relacionada con la ILE, donde se educaban sus hijos. Las hermanas mayores, Dolores y Amparo, que ya habían ejercido respectivamente como auxiliar en la Normal salmantina y como maestra primaria, comenzaron a trabajar como maestras en la Insti, de la que las pequeñas se convirtieron en alumnas. Francisco terminó el grado de bachillerato en Salamanca, donde se licenció en Ciencias Físico-Químicas con premio extraordinario en 1906. Posteriormente obtendría el doctorado en Química en la Universidad Central, así como la licenciatura en Ciencias Exactas, e incluso llegó a cursar algunas asignaturas en la Escuela de Ingenieros de Minas.

Francisco Cebrián inició su carrera docente en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Salamanca como profesor encargado de cursos prácticos de Análisis Matemático, Geometría Analítica, Química Inorgánica y Mecánica Química entre 1903 y 1908. Posteriormente, entre 1908 y 1911 fue profesor auxiliar interino de la sección técnica en la Escuela Superior de Artes Industriales de Toledo y trabajó como auxiliar del Cuerpo de Estadística, en virtud de concurso, con un sueldo de 1500 pesetas.365 En 1910

365. Los datos de su carrera profesional, sus méritos profesionales, etcétera, están obtenidos de la hoja de servicios fechada en Huesca el 16 de mayo de 1944 que forma parte de la documentación del expediente de depuración custodiado en el AGA (32/16745).

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se presentó, en turno libre, a las oposiciones a cátedra de segunda enseñanza de Matemáticas convocadas para los institutos de Huesca y Almería, en las que obtuvo el número uno. Como consecuencia, se incorporó a la cátedra del Instituto oscense el 10 de febrero de 1911 y fue declarado supernumerario en el Cuerpo de Estadística. Llegó al claustro cuando era muy joven, a los veinticinco años, y permaneció en él hasta 1917, cuando ganó, por oposición y también con el número uno, la cátedra vacante del Instituto de Zaragoza, de la que tomó posesión el 1 de julio. Conviene advertir que la relación del catedrático con Huesca y su Instituto, que constituye el auténtico interés de estas páginas, fue un tanto sui generis y estuvo absolutamente marcada por el golpe militar de 1936 y su infausta secuela: la larga dictadura fascista. Cebrián desempeñó su cátedra en el Instituto oscense un total de once años distribuidos en dos periodos distintos, distantes y muy significativos de su vida: en plena juventud, de 1911 a 1917, y en el momentode mayor esplendor y madurez de su carrera, que coincidió con el más humillante y amargo de su vida personal, entre 1941 y 1947, con toda su familia en el exilio y todas sus ilusiones perdidas tras sufrir el correspondiente proceso, ultrajante y bochornoso, de depuración y sanción.366 Contrajo matrimonio con la oscense Jacoba Pérez Barón —hija del tipógrafo, editor y melómano Leandro Pérez—, que había estudiado Magisterio en Madrid con Magdalena de Santiago-Fuentes y mantuvo con ella una duradera amistad. Cebrián formaba parte de una de las sagas familiares más relevantes del institucionismo madrileño, y desde su posición ideológica liberal-democrática367 estuvo íntimamente ligado por estrechos vínculos

366. En el AHUZ (4502[3]) se conserva un oficio firmado por el ministro de Educación Nacional Ibáñez Martín, dirigido al rector de la Universidad Gonzalo Calamita y fechado en Madrid, el 13 de agosto de 1941 en el que, con la impoluta asepsia del lenguaje burocrático, se ordena comunicar al claustro oscense la decisión de que Francisco Cebrián, «catedrático en el Instituto “Cardenal Cisneros” de Madrid, pase a prestar sus servicios en la misma disciplina y en el Instituto de Huesca», como si desde el 1 de abril de 1939 no hubiera pasado nada. Tras el expediente de depuración al que fue sometido (AGA, 32/16745), Cebrián fue castigado (Orden de 16 de noviembre de 1940, publicada en el BOE del 11 febrero de 1941) con traslado forzoso, prohibición de solicitar cargos vacantes durante un periodo de cinco años e inhabilitación perpetua para el ejercicio de cargos directivos y de confianza en instituciones culturales y de enseñanza. 367. Cebrián no tuvo militancia política partidista alguna a lo largo de su vida, pero sus afinidades con el reformismo político y con un republicanismo liberal y de corte democrático fueron evidentes desde sus años oscenses. En todo caso, no fue hombre de partido, y eso le permitió mantener buenas relaciones profesionales en Zaragoza con la derecha católica, monárquica y finalmente upetista, bien representada en el Instituto de esa ciudad por la figura del que fue su director durante los años veinte, Miguel Allué Salvador (1885-1962), quien incluso llegó a nombrarlo secretario del establecimiento. Sin embargo, recibió con entusiasmo la proclamación democrática de la Segunda República, convencido de que el cambio de régimen

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de parentesco con la tendencia liberal socialista del PSOE, desde la que en buena medida se fraguaría la alianza interclasista sobre la que se erigió el proyecto político —y, por supuesto, el reformismo educativo— de la Segunda República española.

Merece la pena dar breve cuenta de la excelente trayectoria intelectual y profesional de sus hermanas, así como de las relaciones familiares y sociales que fueron tejiéndose en el entorno más próximo de nuestro catedrático a lo largo de los años de la llamada edad de plata. Su hermana Dolores, alumna de la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio (EESM) y pensionada por la JAE, desarrolló una brillante carrera como profesora de Ciencias Naturales de escuela normal y contrajo matrimonio en 1913 con el destacado socialista Julián Besteiro, catedrático de Lógica de la Central. Por su parte, Amparo, acreditada pedagoga, pensionada también por la JAE —en Francia, Bélgica y Holanda— y profesora de la sección preparatoria del Instituto-Escuela de Madrid, se unió en matrimonio en 1908 con Luis de Zulueta, otra figura clave de la Institución, destacado catedrático de Pedagogía de la EESM y político azañista —ministro de Estado en el primer bienio y embajador en Alemania y Ciudad del Vaticano— durante la Segunda República. Concha casó en 1914 con Antonio de Zulueta, hermano de Luis, biólogo español y traductor de Darwin y Mendel considerado el padre de la investigación genetista en España. Carmen Cebrián contrajo matrimonio con Amadeo Ribó Simont, conocido militante del PSOE, ingeniero y profesor de la ILE. Su hermana María, notable normalista y directora de la Escuela Normal de Logroño, emparentó con Nicolás de Benito, normalista de Francés y destacado miembro de FETE-UGT. Por último, Mercedes fue una reputada bibliotecaria del Museo de Ciencias Naturales de Madrid y por tanto estrecha colaboradora de su cuñado Antonio de Zulueta,jefe del laboratorio de biología de ese mismo centro, y del eminente

político permitiría entre otras cosas acometer las profundas reformas que el sistema educativo y la segunda enseñanza precisaban. En mayo de 1931, tras la dimisión de Allué, fue elegido en el claustro «por aclamación» director del Instituto, cargo que ejerció con singularísima entrega hasta 1936. Cebrián se convirtió por derecho propio en el reformador de la segunda enseñanza más relevante de Aragón. De la importante labor profesional de Francisco Cebrián en el Instituto zaragozano en los años de la Segunda República, que lógicamente no podemos abordar en estas páginas, se ha ocupado con notable acierto el profesor Arturo Ansón (2011). La dedicación del catedrático al reformismo educativo republicano, también como vocal de la Junta Técnica de Inspección General de Segunda Enseñanza, cargo para el que fue nombrado en 1933, fue reconocida por el Ministerio de Instrucción Pública, que, a solicitud del propio claustro, acordó la creación en el Instituto zaragozano de un laboratorio de Matemáticas que llevara su nombre y que estuviera «dotado con los más modernos elementos de la especialidad apropiados al grado de enseñanza», para cuya instalación se concedieron 25000 pesetas (Orden de 3 de abril de 1936, publicada en la Gaceta del 7 de abril de 1936).

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naturalista y entomólogo Ignacio Bolívar y Urrutia, que, como es bien sabido, además de director del Museo fue presidente de la JAE desde el fallecimiento de Ramón y Cajal, que tuvo lugar en 1934, hasta el final de la guerra. La primera presencia de Francisco Cebrián en la ciudad y en el Instituto oscense tuvo lugar, como ya hemos advertido, en un momento muy temprano de su trayectoria profesional y, en cierto modo, cuando toda esa acumulación de capital simbólico y cultural —en el sentido que Bourdieu (2020) otorgó al término— que se estaba gestando en su entorno más próximo comenzaba a dar sus primeros pasos y sus primeros frutos. En efecto, el despliegue institucional de la ILE, esa potente maquinaria de ideas y proyectos, no había hecho sino comenzar su andadura; en buena medida aquello iba a ser el producto del trabajo de la segunda y la tercera promoción de institucionistas —«hijos y nietos», en palabras de Francisco Giner—, integrada por Luis de Zulueta, Julián Besteiro, María Goyri, los Barnés, Fernando de los Ríos, José Castillejo, María de Maeztu, María Luisa Navarro, Lorenzo Luzuriaga y, por supuesto, las hermanas Cebrián y Fernández de Villegas. En consecuencia, conviene tener presente que la llegada de Francisco Cebrián a Huesca se produjo solo cuatro años después de que la JAE iniciara su existencia como organismo rector de un ambicioso programa de producción, intercambio y difusión científica y cultural que se desarrolló a lo largo de las dos décadas siguientes merced a un haz de emblemáticas instituciones —como la Escuela Superior de Estudios del Magisterio (1909), el Centro de Estudios Históricos (1910), la Residencia de Estudiantes (1910), la Residencia de Señoritas (1915) o el Instituto-Escuela (1918)— y a otras entidades científicas, congresos, publicaciones periódicas, etcétera. Sea como fuere, durante el periodo que nos ocupa, la verdad es que Cebrián tuvo un pasar muy discreto por la vida del Instituto y permaneció siempre en su papel de joven profesional bien preparado y relacionado, muy competente y cumplidor en la cátedra. Su habitual silencio en las sesiones de claustro y el hecho de que firmara al menos tres convocatorias de oposiciones a cátedras de Matemáticas —en 1914 para Bilbao y para Valladolid y en 1917 para Zaragoza y para el San Isidro de Madrid— nos hacen pensar que don Francisco no debió de sentir demasiados estímulos pedagógicos en un claustro que, pese a los esfuerzos de Soler y algún otro colega, contaba entre sus huestes a venerables y valetudinarios personajes como Eyaralar, Castejón, Pedro Romeo —tan ocupado en la recuperación de la llave de San Úrbez— o el propio Ignacio Puig Aliés, el otro catedrático de Matemáticas, casi un cuarto de siglo mayor que él y poco proclive a las modernidades metodológicas. Posiblemente Cebrián no terminó de adaptarse a la vida de la pequeña ciudad provinciana y nunca consideró

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Huesca como un destino definitivo para su carrera profesional. Sí sabemos que durante aquellos años viajó a Madrid siempre que pudo, asistió a congresos, frecuentó y estrechó relaciones con Zaragoza y su ambiente universitario y aprovechó sus días oscenses para publicar algunos trabajos de corte científico368 y para realizar una pequeña —y seguramente no demasiado grata— incursión en el casi siempre agitado y turbulento campo del periodismo oscense como redactor y director de El Porvenir, el periódico costista y antidiarista que fundara Manuel Bescós en 1912.

El hecho de que el suegro de Cebrián, Leandro Pérez —en otro tiempo editor de El Diario, hasta que sus relaciones con Camo entraron en guerra abierta—, fuera el editor del proyecto periodístico de Bescós posiblemente explique el hecho de que nuestro catedrático aceptara integrarse como director y redactor, un tanto en la sombra, desde su aparición. La realidad es que las permanentes invectivas que sobre el papel —y al parecer de forma más civilizada que en cercanas épocas precedentes— se lanzaban entre El Diario, a la sazón dirigido por Luis López Allué, y El Porvenir salpicaron en más de una ocasión al matemático salmantino. La lectura de los artículos y los sueltos que, en tono bastante acre, se intercambiaron los dos periódicos, a cuenta sobre todo de las críticas que el de Bescós publicaba contra el Directorio Liberal poscamista por su fata de compromiso efectivo con los proyectos canalistas y de regadío de la provincia, no deja lugar a dudas:

Rechazamos con toda energía las injuriosas frases de ofensa que con irrisoria arrogancia, dedicó hace unos días a las dignísimas personas del Directorio del partido liberal, don Francisco Cebrián, director de una publicación que edita en esta ciudad su señor padre político don Leandro Pérez. (Luis López Allué, «Por primera y última vez», El Diario de Huesca, 21 de marzo de 1912, p. 1)

Un año más tarde se leía:

Efectivamente, el señor Cebrián —quien hasta la fecha me merece toda clase de respetos— es el Director de aquel periódico; pero no es menos cierto que fue ayer, como si dijéramos, cuando se encargó de la dirección del mismo, y que es,

368. «Consideraciones sobre las teorías de Gibbs», en varios números consecutivos de Anales de la Sociedad Española de Física y Química; «Disociación y electrólisis según las teorías de don José Echegaray», en Asociación Española para el Progreso de las Ciencias (ponencia presentada en el Congreso de Zaragoza); «Generalización de las funciones circulares e hiperbólicas al caso de una elipse y de una hipérbola no equilátera», en Asociación Española para el Progreso de las Ciencias (ponencia presentada en el Congreso de Granada), y «Notas de trigonometría esférica», en la Revista de la Sociedad de Matemática Española

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por lo tanto, completamente ajeno a las causas y al proceso de los hechos aquí narrados, y no puede ser, por lo tanto, el inspirador de esas campañas. Es muy posible —yo lo tengo por seguro— que cuando el señor Cebrián conozca esos hechos a fondo y con todos sus detalles, se llame a engaño y rectifique totalmente la conducta de los suyos. Sea de ello lo que quiera, y sea quien fuere el director del periódico de Pérez, mientras yo lo sea de EL DIARIO, me guardaré muy mucho de lanzar la primera piedra ni de oponerme a la censura de los actos de la vida pública, pero si ellos la lanzan, tengan en cuenta —como les juro que lo tendré yo— lo que no hace muchos días dije en estas columnas: «que no caben términos medios: en estos casos, hay que rematar la suerte». Acabemos como hombres, ya que tuvimos el mal gusto de empezar como mujerzuelas, y Cristo con todos. (Luis López Allué, «Las verdades del barquero», El Diario de Huesca, 25 de mayo de 1913, p. 1)

Y lo mismo acontecería con el sucesor de López Allué, Alejandro Bermúdez Cartagena, Alejandro Ber, quien en la portada de El Diario del 3 de enero de 1915 le dedicó una sonora filípica titulada «De forastero a forastero: a don Francisco Cebrián» que contestaba a otra de El Porvenir, «Quien siembra vientos…». Aquellas andanadas desencadenaron finalmente una reunión en la que los representantes de los dos directores debieron de llegar a un acuerdo, según parece deducirse de la lectura del «Acta» que ambos diarios incluyeron en su portada en la edición del 12 de enero. Podemos imaginar, dadas la discreta ponderación y la exquisita elegancia en las formas que adornaban la personalidad de Cebrián, las veces que se arrepentiría de haber aceptado el encargo de su suegro. Cosas de familia y de Huesca. En Zaragoza nuestro catedrático desarrolló, como hemos apuntado, una actividad profesional muy sobresaliente. Compatibilizó la cátedra del Instituto con sus clases como profesor auxiliar de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza (1921-1929), fundó una academia preparatoria para la Escuela de Ingenieros y para la Academia Militar e incluso trabajó como jefe de Estadística Matemática de la Confederación Hidrográfica del Ebro. En los años veinte llevó a cabo además algunas de sus más valiosas publicaciones científicas, entre ellas la traducción del alemán de un libro de Otto Knopp sobre cálculo de probabilidades que editó Labor en 1927. Más adelante tradujo también el clásico de David Hilbert Fundamentos de la Geometría, que fue publicado por el CSIC en 1953. Fue elegido miembro de la Academia de Ciencias de Zaragoza. Posteriormente, durante la Segunda República, sudedicación a la gestión del Instituto y a la reorganización de la segunda enseñanza en la ciudad de Zaragoza debió de ocupar todo su tiempo.

Depurado y castigado tras la Guerra Civil, volvió al Instituto de Huesca como profesor de Alemán y Matemáticas. De su retorno y su segundo paso

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por la ciudad de Huesca, convertida en «invicta y dos veces heroica», nos ocuparemos en otro lugar. Antes de marchar a Madrid, repuesto en su cátedra del Cardenal Cisneros de Madrid en 1947, donde había ejercido durante el periodo de la República en guerra tras los años zaragozanos, sus compañeros del claustro del ya denominado Ramón y Cajal le tributaron un sencillo y merecido homenaje que sonó, lejanamente, a reconocimiento ¿aragonés?

Algo se contó de ello en un suelto de la Nueva España:

Primeramente los alumnos […] leyeron sentidas dedicatorias y entregaron a su profesor artísticos álbumes […] y diversos obsequios y ramos de flores. A continuación, Don Emilio Martínez Torres leyó una poesía, titulada «la silueta de don Paco»; don Miguel Dolç leyó un dístico latino; don Ramón Martín Blesa trazó una animada semblanza de la vida de trabajo ininterrumpido del homenajeado. El catedrático del Instituto Goya, don José Manuel Blecua, recordó algunos episodios de su vida de estudiante relacionados con don Francisco. Seguidamente, el director del Centro, don Álvaro García Velázquez, puso de manifiesto el afecto de que se había hecho acreedor don Paco entre sus compañeros y alumnos […] y le hizo entrega de una valiosa bandeja de plata en la que están grabados los nombres de todos los profesores del Instituto. […]

Más tarde, el claustro de profesores obsequió a don Francisco y a su familia, que había participado en el acto, con una comida en una de las aulas del centro. (Nueva España, 3 de junio de 1947, p. 2)

CODA

Muchos años después, en 1998 —el 29 de noviembre—, en Huesca, el culto presbítero y profesor del Instituto Rafael Andolz Canela publicaría en el Diario del Alto Aragón un breve y oportuno recuerdo dedicado a «Don Paco Cebrián»:

Don Paco, a secas, como lo llamábamos sus alumnos en aquellos años de la postguerra, nunca tuvo apodo. Todo en él nos imponía respeto. Su figura estilizada, con el abrigo colgado de los hombros, la boina calada ocultando su calvicie total, su voz de bajo profundo y con muchos decibelios de potencia. Y su sabiduría.

[…]

Todos lo recordamos, en primer lugar, como un auténtico pozo de ciencia. Y un profundo humanista. Fue nuestro profesor de alemán y matemáticas pero nos admiró siempre con sus digresiones sobre filosofía, astronomía y creo que todos los ramos del saber. […]

Entrañable don Paco. Por la calle siempre se adelantaba él a saludar a sus alumnos con un gesto curioso, con el pulgar y el meñique recogidos y los otros dedos erectos, saludo que resultaba casi episcopal.

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REGENERACIONISMO

El año 47, por fin, fue repuesto a su cátedra de Madrid y las matemáticas en Huesca se quedaron huérfanas.

No deja de ser sintomático —y en algún sentido reparador— que tuvieran que pasar casi cuarenta años desde la muerte del dictador —sesenta y cuatro desde el homenaje en la Normal oscense— para que don Paco volviera a ser recordado en Zaragoza. En 2011 el Consejo Escolar del Instituto Goya decidió bautizar con su nombre una recoleta sala de exposiciones próxima al salón de actos, al mismo tiempo que una joven y por entonces no muy conocida novelista zaragozana, Irene Vallejo, lo convertía en personaje, perfectamente identificable, de su primera novela, La luz sepultada

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JOSÉ GASPAR VICENTE: GESTIÓN CULTURAL Y EXHIBICIONES DE HISTORIOGRAFÍA ERUDITA

(Épila, Zaragoza, NUSU – Huesca, NVOQ)

Lamentablemente, no disponemos de datos acerca del origen social y los primeros años de formación y trayectoria profesional de este catedrático zaragozano, de origen epilense,369 cuya vinculación a Huesca y a su Instituto, aunque intensa, fue tardía y bastante breve como consecuencia de su temprano fallecimiento. José Gaspar se graduó como bachiller en el Instituto de Zaragoza y más tarde obtuvo la licenciatura en Letras por la Universidad de aquella ciudad.370

Gaspar inició su carrera docente en 1903, con treinta y cinco años cumplidos, al incorporarse como profesor ayudante a la sección de Letras del Instituto de Zaragoza. Lo cierto es que entre 1892 y 1908 concurrió al menos en cinco ocasiones a oposiciones a cátedras de segunda enseñanza de diferentes disciplinas (Latín y Castellano, Psicología y Lógica y Geografía e Historia) sin ningún éxito. Cuando en 1908 le fue reconocida la condición de auxiliar numerario volvió a presentarse otras tres veces en el turno restringido para auxiliares. En el tercero de esos intentos obtuvo finalmente la

369. El apellido Gaspar es relativamente frecuente en esa localidad. Ignoramos si nuestro personaje tuvo algún parentesco con Mariano Gaspar Remiro (1868-1925) —cuya cronología vital, curiosamente, corrió pareja a la suya—, que llegó a ser un reputado orientalista, discípulo del gran arabista aragonés Francisco Codera, y que desde su cátedra de Lengua Árabe de la Universidad de Granada dedicó gran parte de su obra a historiar la Granada musulmana. Véase Fernández Clemente (1999) y Peiró y Pasamar (2002: 290-291).

370. En una hoja de servicios autógrafa que se conserva en su expediente personal (AGA, 32/08195) hace constar que antes de obtener la cátedra ejerció como abogado en Zaragoza. Lo cierto es que no tenemos pruebas documentales de ello ni de que estuviera en posesión del título de licenciado en Derecho. Al respecto únicamente podemos corroborar que trabajó como escribano y que hacia 1901 estuvo desempeñando ese puesto en la localidad oscense de Benabarre. También aparece en una larga lista de aspirantes a notarías de marzo de 1897.

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cátedra de Geografía e Historia del Instituto de Mahón en la primavera de 1911 (Real Orden de 6 de marzo).371 El zaragozano frisaba entonces los cuarenta y tres años de edad. A lo largo de esa etapa de penosos viajes a Madrid en pos de la ansiada cátedra tuvo ocasión de coincidir y conocer a algunos de los que en el futuro llegarían a ser compañeros suyos en el Instituto oscense, singularmente a Miguel Eyaralar, Juan Placer Escario y también Gregorio Castejón Ainoza, a quien trató primero en calidad de aspirante como él y más tarde, cuando ya era ya catedrático, como vocal del tribunal que hubo de calificarlo. Entre Castejón y Gaspar surgió una amistosa relación que se prolongaría en el tiempo.

La carrera profesional de José Gaspar fue tardía y premiosa, sobre todo si se tiene en cuenta que durante la primera y la segunda década del siglo XX el escalafón había empezado a descongestionarse y la edad media de acceso a la cátedra se situaba alrededor de los treinta y cinco años. De hecho, su perfil intelectual no era en modo alguno el de un especialista, sino más bien el de un diletante en el mundo de las letras. En este sentido, Gaspar está mucho más cerca de Gregorio Castejón o de Juan Placer —que, como se recordará, llegaron a permutar en varias ocasiones la titularidad disciplinar de su cátedra— que de Gabriel Llabrés, y no digamos de su discípulo Pedro Aguado, que fue su predecesor directo en la cátedra de Geografía e Historia del Instituto de Huesca.

El zaragozano apenas llegó a tomar posesión de la cátedra en el Instituto de Mahón, pues al salir a concurso de traslado la de Huesca, tras la marcha de Pedro Aguado, no dudó en solicitarla y le fue concedida automáticamente (Real Orden de 27 de julio de 1911). Fue así como a finales de julio de 1911 José Gaspar quedó incorporado al claustro oscense y afincado en la ciudad acompañado de su mujer, la epilense Encarnación Biel Estrada, y de su hija María Ángeles, quien pocos años más tarde se graduaría como maestra en la Normal. Habida cuenta de las relaciones que nuestro flamante catedrático venía manteniendo con varios claustrales de reconocida ascendencia conservadora, y de la neta militancia católica que la propia familia Gaspar Biel practicaba, enseguida estrechó el trato en el claustro con el sector más o menos afín a Gregorio Castejón y a los auxiliares Luis Mur, Mariano Casas y, en menor medida, Juan Placer, con quien únicamente llegó a coincidir durante dos cursos. Tampoco tardó en trabar amistad con Ricardo del Arco, cuya incorporación al claustro oscense se produciría tras la marcha de

371. El expediente de estas oposiciones (AGA, 32/08615) contiene un trabajo de José Gaspar de noventa y cuatro páginas, mecanografiado en octava, que acompaña al programa de las materias de Geografía e Historia y lleva por título «Introducción histórica al estudio de la época de la independencia de España, 1289-1808».

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Placer, a partir de 1914. Asimismo, en la ciudad se le vio muy pronto frecuentar el Círculo Católico, al mismo tiempo que su mujer, Encarnación, hermana de un ilustrado clérigo jesuita que visitaba Huesca y sus iglesias con asiduidad, se hacía habitual en los ambientes píos y caritativos de la ciudad reservados al género femenino con posibles y posición.

De todos modos, no fue Gaspar en absoluto, más allá de sus convicciones personales, un hombre de trato esquivo, ni mucho menos intolerante, ni en el claustro ni en la ciudad. Persona llana y sociable, mantuvo una excelente relación con gente de significación política muy diferente —desde los Gascón de Gotor hasta Miguel Sánchez de Castro o Augusto Vidal Parera—, y, por supuesto, con Juan Pablo Soler, en cuya dirección colaboró estrechamente desde el importante cargo de secretario, para el que fue designado en el momento de su llegada y que ejerció diez años consecutivos. Además de ser secretario de Soler, lo fue asimismo de Mariano Martínez Jarabo, y tras su jubilación, en 1921, ostentó el cargo de vicedirector, primero durante la brevísima dirección de su amigo Gregorio Castejón y después durante los primeros años del mandato de Benigno Baratech, hasta su fallecimiento, que tuvo lugar en 1924. José Gaspar pasó por ser un compañero voluntarioso y un administrador muy eficaz no solo al frente de la secretaría del centro, sino también actuando como una suerte de gestor cultural —si se nos permite el neologismo—, como se verá. Trece años de destino en el centro y trece de servicio ininterrumpido en cargos directivos, por lo general no muy codiciados y poco gratificantes, hablan sin duda de una disposición y de un tipo de profesionalidad singulares que, con el fin de contribuir a la proyección social de la institución, sin duda también se nutrían del regeneracionismo ambiental.

Una apreciación muy semejante merecería el relato de su activa y un tanto errática presencia en la vida social y cultural de la ciudad. Desde su llegada a Huesca, igual lo encontramos fundando y dirigiendo en 1912 un semanario sobre «deporte y turismo, cultura y arte» titulado El Gráfico372 que dando vida y presidiendo una rondalla —de nombre La Estudiantina— ligada al Círculo Católico, postulando por las calles de Huesca a beneficio de los heridos en la guerra colonial del Rif en 1914, formando parte del grupo excursionista Amigos de Aragón —junto a Del Arco y a

372. Una escueta noticia, en Arco (1952). El Diario de Huesca le dedicó el correspondiente suelto de bienvenida el 12 de abril de 1912. Gracias a él sabemos que el primer número contenía «bonitos fotograbados de Monte Aragón y del castillo de Loarre y de originales» que acreditaban «la cultura de sus autores».

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otros eruditos oscenses y zaragozanos redescubridores del patrimonio artístico— u organizando una sesión de teatro también en el Círculo.373

DE

LLABRÉS

A DEL ARCO Y LAS GESTIONES DE GASPAR

José Gaspar fue un profesor discreto y de laboreo rutinario en el aula y con sus alumnos. Por lo demás, aunque medianamente cultivado e inteligente, no fue un investigador erudito ni autor de obra escrita de fuste; tampoco de libros de texto. No obstante, supo hacer uso de su posición de catedrático de Historia en la institución académica más importante de la provincia para convertirse en colaborador indispensable de uno de los acontecimientos culturales —y por lo tanto políticos— más relevantes ocurridos en la ciudad oscense en el primer tercio del siglo XX. Nos referimos a la celebración del II Congreso de Historia de la Corona de Aragón, que reunió a más de quinientos congresistas venidos de las tres provincias aragonesas, así como de Cataluña, Valencia y Madrid.374 Y lo hizo cooperando codo a codo con el inefable Gregorio Castejón, presidente de la Comisión Provincial de Monumentos y hombre fuerte de la conexión levítico-erudita en la ciudad, y, sobre todo, con el que fuera auténtico padrino y muñidor del evento, el profesor auxiliar Ricardo del Arco.375 No se puede obviar el

373. En concreto, el melodrama en dos actos El machacante, de los dramaturgos de moda Ricardo Hernández Bermúdez y Julián Moyrón fue representado por alumnos y exalumnos del Instituto y la Normal. Las noticias sobre todas estas actividades sociales en las que intervenía Gaspar se encuentran en diversos sueltos publicados en El Diario de Huesca 374. Véase II Congreso de Historia de la Corona de Aragón: actas y memorias, vol. I, Huesca, Tall. Tip. de Justo Martínez, 1922. De la importancia del evento, que tuvo lugar en el paraninfo del Instituto oscense en abril de 1920 y estuvo dedicado al siglo XII, dio cuenta de forma notoria —amén de El Diario de Huesca, cuyo director, a la sazón Luis López Allué, se integró en la comisión organizadora— la prensa regional y nacional de la época. Una acertada valoración del contexto en que tuvo lugar y de su trascendencia como punto de inflexión para la gestación de la historiografía medieval aragonesa puede leerse en Fernández Clemente (1989). También Federico Balaguer (1956: 17 y ss.) se refirió al acontecimiento con todo detalle en el marco de la extensa semblanza que hizo de su maestro, Ricardo del Arco. 375. Tras una primera edición celebrada en Barcelona en 1908, la decisión de llevar a cabo la segunda en Huesca se dio a conocer oficialmente en el curso de una reunión que tuvo lugar en el Círculo Oscense a primeros de septiembre de 1917 y que contó con la asistencia del geógrafo y publicista catalán Francesc Carreras i Candi (1862-1937) y con la presencia de autoridades provinciales y locales, poderes económicos y directores de los periódicos más destacados y de los principales centros docentes —básicamente, el Instituto, las normales y el Seminario—, como era habitual en esos casos. Allí quedó nombrada una amplia comisión organizadora y un reducido triunvirato, el comité ejecutivo, integrado por Ricardo del Arco, José Gaspar y Augusto Vidal Parera, auténtico corazón del acontecimiento (El Diario de Huesca, 5 de septiembre de 1917). Meses después se incorporaría al comité el regente de la Normal, Miguel Sánchez de Castro (El Diario de Huesca, 22 de febrero de 1918). El II Congreso sufrió dos retrasos consecutivos —en 1918 y en 1919— a causa de la epidemia de gripe

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hecho de que los méritos y las buenas relaciones en el mundo de la historiografía erudita del funcionario tarraconense, a la sazón cronista de Huesca y vocal de la Comisión Provincial de Monumentos, encontraron en el voluntarioso catedrático Gaspar una suerte de indispensable legitimidad académica de la que por sí mismo el aún joven auxiliar carecía.

Y es que los primeros frutos de aquella personal aventura erudita del mallorquín Gabriel Llabrés destinada a situar Huesca y su provincia en la agenda de una cierta reconfiguración de la historiografía nacional comenzaban a brotar de la mano de sus epígonos. En este sentido, y en el ámbito del Instituto, Pedro Aguado y José Gaspar se convirtieron respectivamente en el heredero y el más eficaz gestor de ese legado. Llabrés, Aguado y Gaspar, al frente de la cátedra de Historia del regeneracionismo local entre 1902 y 1924, constituyeron una suerte de unidad de destino a cuya sombra iría descollando la controvertida figura de Ricardo del Arco.

El Congreso fue, como todos los de su especie, una exhibición de historiografía erudita a mayor gloria de los doctos varones desplazados a Huesca en este caso para debatir, en catalán y castellano, sobre reyes, reinados, crónicas, registros de cancillería y colecciones documentales que circundaron la gestación de la Corona de Aragón en el siglo XII. Hubo sesiones inopinadamente polémicas, como aquella en la que se debatió sobre la falsedad histórica («demostración documentada») de la leyenda de la Campana de Huesca a partir de la memoria presentada por Dámaso Sangorrín, deán de la catedral de Jaca, que fue apoyada con matices por Andrés Giménez Soler (1869-1938), arabista y catedrático de Historia de la Universidad de Zaragoza: «en Huesca no hubo campana, pero sí campanada», llegó a afirmar. Frente a estas tesis se alzó la voz de dos influyentes presbíteros oscenses, Gregorio García Ciprés y Lorenzo Navas, pero también la de nuestro docto catedrático José Gaspar, quien se manifestó partidario de la veracidad del relato e «insinuó la posibilidad del hecho aunque acaecido en tiempos de Pedro IV».376 También se desarrollaron otro tipo de polémicas de mucha mayor enjundia y significación: por ejemplo, la que desató el texto del alemán Ludwig Klüpfel (1843-1915) sobre la «confederación catalano-aragonesa», que tanto satisfizo a los historiadores catalanes presentes y

y finalmente se llevó a cabo entre el 26 y el 29 de abril de 1920. Tras el fallecimiento de Vidal, ocurrido en 1922, los tres miembros restantes del comité ejecutivo se convirtieron de manera oficial en la delegación oscense para organizar el III Congreso, que tuvo lugar en Valencia en 1923.

376. Además de en las citadas actas del Congreso, los debates pueden seguirse con detalle en «El II Congreso de la Corona de Aragón celebrado en Huesca», Nuestro Tiempo, 258 (junio de 1920), pp. 264-288. También Eloy Fernández Clemente (1989) hace referencia a ellos.

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que encontró en la ponencia de Andrés Giménez Soler sobre «La frontera catalano-aragonesa durante el siglo XII» una réplica inteligente y bien documentada. Y es que en aquel Congreso de Historia, como en todos los de su especie —valga la reiteración—, parecía que se hablaba del pasado cuando en realidad se estaba hablando del presente, un presente —no se olvide— muy marcado por la profunda crisis que atravesaba el Estado liberal surgido con la (primera) Restauración borbónica. Dos años más tarde, cuando los ecos de aquella pública ostentación de cultura erudita todavía no se habían apagado, el paraninfo del Instituto fue el espacio elegido para la puesta en escena de un homenaje a Santiago Ramón y Cajal con motivo de su jubilación de la cátedra madrileña. El acto había sido sugerido inicialmente desde el rectorado de la Universidad de Zaragoza, presidido por el célebre patólogo Ricardo Royo Villanova (18681943), quien, como su hermano Antonio, había cursado el bachillerato en el centro oscense en los años ochenta. Resulta curioso comprobar cómo lo que iba a ser un reconocimiento académico al «egregio exalumno» devenido premio Nobel terminó por convertirse, por mor de la intervención del sinérgico tándem Gaspar–Del Arco, en una nueva ocasión para exhibir el Instituto como lugar simbólico de la alta cultura en la ciudad y en la región. El acta de la sesión de claustro en la que tuvo lugar la metamorfosis permite conocer de primera mano la naturalidad con la que esta se urdió, pues en ella podemos leer lo que se dijo y, sobre todo, quién lo dijo y cómo se construyeron los acuerdos y las alianzas en aquella corporación claustral:377

El señor del Arco expuso la necesidad de que el claustro de este Instituto acuerde adherirse al homenaje que ha de celebrarse en breve con motivo de la jubilación del docto catedrático de Histología de la Universidad Central, D. Santiago Ramón y Cajal, puesto que cursó en estas aulas el Bachillerato. Propuso que lo más adecuado sería colocar una lápida en sitio ostensible al preclaro alumno y para subsanar una sensible omisión, colocar otra igual a la memoria del ilustre altoaragonés D. Joaquín Costa y Martínez.

El señor Monrás hizo notar que también son dignos de semejante honor D. Valentín Carderera y D. Bernardo Monreal continuando así una especie de Galería de Alumnos preclaros, como se hace en las Universidades. Se acordó en

377. Conviene tener presente que en esa misma sesión de claustro —la del 14 de marzo de 1922— se había producido la despedida por jubilación del catedrático de Psicología Gregorio Castejón Ainoza, que hasta entonces venía ejerciendo de director, y que por lo tanto era el vicedirector, José Gaspar Vicente, quien hacía las veces de director accidental y presidente de la sesión, una circunstancia que se prolongó algo más de dos meses, hasta que el 1 de junio se produjo el nombramiento de Benigno Baratech, entre otras cosas para que fuera él quien presidiera el citado homenaje. Como secretario actuaba el catedrático de Latín Antonio Roca.

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principio tener en cuenta la proposición del Sr. Monrás y poner en práctica la del Sr. del Arco, nombrándose al efecto una ponencia compuesta del Sr. Vicedirector, del Arco y el que suscribe. (AHPHu, I/600)378

La estrategia conjunta de Ricardo del Arco y José Gaspar, con la indirecta y acaso no del todo pertinente colaboración de Joaquín Monrás, que parecía hablar por boca del ausente Gabriel Llabrés, obró el prodigio de usurpar, con habilidad y sin que se notara, buena parte del protagonismo del asunto a la Universidad de Zaragoza. Al extender el festejo a la memoria de Joaquín Costa, quien, como se recordará, hubo de sufrir en sus propias carnes el rechazo de la entidad universitaria zaragozana, el homenaje ya no era para el catedrático universitario jubilado —que casualmente había pasado por el Instituto oscense—, sino que mutaba de manera clara en ceremonia autocomplaciente destinada a rendir honores a la propia institución oscense de segunda enseñanza en las personas de dos de sus alumnos más insignes. Aquella plástica coalición práctico-discursiva entre erudición conservadora y herencia levítico-sertoriana, fraguada lentamente desde la dirección de López Bastarán y fortalecida tras el paso de Llabrés por el claustro, había alcanzado ya plena madurez como una duradera seña de identidad del establecimiento, una marca distintiva que, dicho sea de paso, adquiriría una neta dimensión ideológica y política durante la dictadura de Primo de Rivera en manos de la nueva derecha autoritaria que había ido forjándose, también a la sombra del legado costista, extramuros de la Restauración. Es esta inevitable politización de la herencia sertoriana la que nos permitirá entender la trascendencia que en la Segunda República alcanzó la retirada del levítico —y ciertamente antiestético— sello sertoriano como símbolo379 y emblema de la institución, un hecho nimio en apariencia que terminó convirtiéndose en el macguffin de la tragedia española en el interior del octógono (ex)sertoriano.

En definitiva, el concurrido acto de homenaje a Ramón y Cajal y Costa tuvo lugar finalmente en la mañana del jueves 4 de mayo de 1922 en el

378. La organización del acto en sus más pequeños detalles (asistentes invitados, intervinientes, edición de un folleto que contenía los diferentes parlamentos, etcétera) corrió a cargo de Ricardo del Arco y José Gaspar, quienes fueron dando cuenta de todo ello en las sesiones de claustro del 28 de abril y el 11 de mayo.

379. Utilizamos aquí el término en su más prístina acepción: representación perceptible de una idea. En otro orden de cosas —aunque no tanto—, la recuperación y el uso del sello de la Sertoriana como emblema del Instituto en 1995, coincidiendo con la conmemoración del 150.º aniversario de la institución —una restitución que se ha venido prolongando, incomprensiblemente, hasta nuestros días—, constituye un episodio menor de la patológica amnesia sobre la que se asienta nuestra cultura política y cívica.

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paraninfo del Instituto, que lucía de respeto para la ocasión. Presidieron la mesa de honor el rector Royo Villanova, el director del Instituto en funciones, José Gaspar y el entonces presidente de la Diputación, Manuel Batalla. Asistieron en lugar preferente todas las autoridades civiles —Ayuntamiento en pleno, Diputación Provincial, Gobierno Civil…—, judiciales, militares y eclesiásticas, así como directores de centros docentes, presidentes de colegios profesionales, directores de los principales diarios… La Banda Municipal, presente en el exterior, interpretó la Marcha real al inicio y al final de los fastos. «El salón de actos del Instituto se hallaba asimismo lleno de un numeroso y selecto público, en el que destacaban distinguidas damas y bellísimas señoritas y una buena representación del elemento escolar oscense».380 Los parlamentos, iniciados por el rector, se sucedieron después por boca de Gaspar, del presidente de la Diputación Batalla, y del regidor municipal, Sopena. A continuación, tras descubrirse dos lápidas de mármol,381 dedicadas una a cada uno de los homenajeados, se pasó a las intervenciones más prolijas: la primera fue, significativamente, la de Ricardo del Arco, titulada «Costa, alumno del Instituto de Huesca y estudiante sempiterno»; la segunda fue la de Enrique Álvarez, a la sazón catedrático de Historia Natural del establecimiento, que llevaba por título «Breve elogio de Ramón y Cajal».382

380. La cortés galantería referida al género femenino constituía un connotado —y lamentable— formulismo que se reiteraba invariablemente cada vez que la prensa local daba cuenta de un lleno en el paraninfo con ocasión de algún acto de mucha pompa y poca circunstancia como este —verbi gratia, las inauguraciones de curso, las exhibiciones teatrales o musicales y otras fruslerías de parecido tenor—.

381. Las lápidas quedaron ubicadas en los muros de acceso al paraninfo; tras la debacle y el abandono que sufrió el antiguo edificio sertoriano en la dictadura, fueron desmontadas y custodiadas durante décadas en el almacén del Museo Provincial. Finalmente, en 2014 se acordó colocarlas en el vestíbulo del actual Instituto Ramón y Cajal. Con motivo de su instalación se realizó una pequeña edición facsímil, no venal, del folleto Homenaje dedicado por el Instituto General y Técnico de Huesca a sus preclaros exalumnos graduados D. Joaquín Costa y Martínez y D. Santiago Ramón y Cajal el día 4 de mayo de 1922 (Huesca, Tall. Tip. de la Viuda de Justo Martínez, 1922). Se trata de un opúsculo de treinta y cinco página, que fue costeado por el claustro con motivo del homenaje y que incluye, entre otras cosas, la reproducción íntegra de los parlamentos que se pronunciaron en el acto. En la BNE se conserva un ejemplar del original.

382. Una amplia crónica social con todos los detalles del acto de homenaje, a portada completa y a cinco columnas, puede leerse en la edición del 5 de mayo de 1922 de El Diario de Huesca. Enrique Álvarez López (1897-1961) fue catedrático del Instituto oscense, su primer destino, entre 1920 y 1923. Posteriormente pasó al de Cádiz —del que llegó a ser director—, ciudad donde fue elegido primer alcalde de la Segunda República, cargo del que dimitió en 1932 debido a su traslado a Madrid. Allí desempeñaría la cátedra primero en el Instituto Calderón de la Barca y tras la guerra en el Cervantes, compatibilizando sus labores docentes con otras llevadas a cabo en el CSIC. En 1953 fue nombrado presidente de la Real Sociedad Española de Historia Natural.

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José Gaspar murió de manera prematura en 1924, a los cincuenta y seis años de edad, como consecuencia de una grave enfermedad de rápido desenlace. Lo sustituyó en la cátedra el turolense Eduardo Gómez Ibáñez (n. 1895),383 que permaneció en Huesca tan solo dos años, entre 1926 y 1928. Acababa de obtener el grado de doctor con un importante trabajo sobre el célebre geógrafo, jurista y político también turolense Isidoro de Antillón y Marzo (1778-1814), exalumno de la Sertoriana, en el que la vetusta institución universitaria oscense, por su «repugnancia hacia la filosofía moderna» y por el elevadísimo precio de sus dos colegios mayores, no salía demasiado bien parada, sobre todo en comparación con las de Valencia y Zaragoza. El trabajo en la cátedra de Geografía e Historia del joven doctor

Gómez Ibáñez, formado en la Universidad de Zaragoza, profesor aspirante de Geografía e Historia durante tres cursos en el Instituto-Escuela de Madrid y de neta ideología republicana, constituyó un cierto revulsivo para esos estudios en el Instituto. Gómez, que mantuvo buena relación con Ramón Acín, con los catedráticos Victoriano Rivera y Benigno Baratech y con el periodista salmantino José Sánchez Rojas —desterrado en la ciudad por defender a su amigo Miguel de Unamuno—, introdujo el uso sistemático de cartografía, fuentes primarias y el cuaderno de clase en el aula y desarrolló el excursionismo escolar.384

383. De este catedrático se han ocupado en fechas recientes José María de Jaime Lorén (2018) —en un curioso estudio de la tesis que Gómez Ibáñez dedicó a la obra del gran geógrafo Isidoro de Antillón— y Eliseo Moreno Burriel (2018: 190-194), que analiza minuciosamente las peculiares circunstancias en que se produjeron su proceso de depuración y su posterior reincorporación al servicio, con traslado forzoso de Palma a Calahorra e inhabilitación para cargos directivos, en 1944. Para su vinculación con el Instituto-Escuela, Martínez Alfaro (2009). 384. Balaguer (1956), en su extenso panegírico sobre Ricardo del Arco, recuerda de sus años de alumno del Instituto el «entusiasmo» de Gómez Ibáñez, aunque manifiesta «el feliz azar» que supusieron para él y sus compañeros su pronto traslado a Madrid (en realidad fue trasladado a Palma de Mallorca) y el encuentro con las emotivas —y aragonesistas— clases magistrales del auxiliar. Lo cierto es que la estela del aggiornamento pedagógico iniciada por Eduardo Gómez sería continuada por otro joven catedrático de origen valenciano, Juan Tormo Cervino, claramente situado en la derecha católica, que arribó al claustro oscense en septiembre de 1930. Tormo introduciría en sus clases, entre otras cosas, el uso de los excelentes manuales de Juan Dantín Cereceda y Rafael Ballester Castell y los atlas geográficos de Joaquín Izquierdo Croselles.

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BENIGNO BARATECH MONTES: LA DERECHA CATÓLICA Y AUTORITARIA OSCENSE EN LA DIRECCIÓN

(Huesca, NUUU – Zaragoza, NVSQ)

El último y más joven de los catedráticos analizados en este capítulo, el doctor Benigno Baratech Montes, pertenece a una generación situada en los límites del periodo que nos hemos propuesto examinar en este libro. Nacidos en la bisagra intersecular (entre 1890 y 1910), situados al final de la generación del 14, y más propiamente en la del 27, constituyeron una promoción de docentes plenamente profesionalizada en la que se integraron algunos de los nombres más relevantes, atendiendo a su producción científica y sus cualidades intelectuales, que esta corporación reportó a lo largo de su historia.385 Sus componentes se encontraban consolidando su trayectoria profesional cuando se produjo el golpe militar de 1936, cuyo fracaso parcial, como es bien conocido, ocasionó la guerra que dio lugar al colapso del primer régimen democrático de la historia contemporánea española y al advenimiento de una infame dictadura de cuarenta años. Muchas de aquellas prometedoras carreras quedaron truncadas para siempre como consecuencia de la brutal «cirugía de cuerpos y almas» —en acertada expresión de Raimundo Cuesta (2014 y 2019)— sobrevenida de la mano del totalcatolicismo que subvirtió el sistema educativo durante el franquismo. Entre 1936 y 1943 —aunque las

385. Entre las catedráticas se reclutó a algunas de las primeras licenciadas y doctoras de la Universidad española. Además de a la latinista María Luisa García-Dorado (1897-1965), cabe citar a la historiadora Elena Gómez Moreno (1907-1998), la matemática Carmen Martínez Sancho (1901-1995), la naturalista Emilia Fustagueras Juan (n. 1898) y las físico-químicas Jenara Vicenta Arnal Yarza (1902-1960) y Ángeles García de la Puerta (1903-1992). Entre los catedráticos podríamos nombrar a Miguel Catalán Sañudo (1894-1957), Leonardo Martín Echevarría (1894-1958), Enrique Rioja Lo Bianco (1895-1963), Gerardo Diego Cendoya (1896-1987), Rafael Lapesa Melgar (1898-2001), José Gaos González Pla (1900-1969), José María Albareda Herrera (1902-1966) y Vicente Aleixandre Ferrandis (1908-1985) (datos obtenidos del escalafón de 1934).

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últimas regulaciones del proceso depurador pervivieron hasta 1969— el 36,4% de los catedráticos de instituto fueron sancionados y el 18,47% expulsados definitivamente del cuerpo y dados de baja en el escalafón, datos que hablan por sí mismos de la extraordinaria vesania que desplegaron los depuradores contra ellos, superior incluso a la que ejercieron contra las categorías de funcionarios más penadas, como la de Correos y Telégrafos, que alcanzó el 34,7%, aunque inferior a la que manifestaron contra los inspectores de primera enseñanza, que llegaron a un 37,5% de sancionados.386

Cierto es que don Benigno perteneció al 60% largo de los que fueron considerados afectos al Nuevo Estado, pero, al igual que sus compañeros y sus compañeras del claustro oscense, hubo de asumir la demoledora profilaxis —todo un aviso para navegantes— que se cernió sobre todos y cada uno de los cuerpos profesorales.387 Incluso las más disparatadas y salvajes causas exterminadoras, como la que urdió el tándem gaditano Pemán–Pemartín, acabaron por desarrollar una sobrevenida economía política de la punición para evitar el colapso de la propia institución y su natural reproducción. Con todo, la purga arrasó con las y los mejores: esto no es mera opinión. Sin embargo, esa bestial cirugía y el profundo trauma causado por los procesos de depuración no acabaron con la pétrea estructura del cuerpo como institución.388 Le dieron, sin duda, un giro más conservador y alentaron un comportamiento colectivo más medroso, pero las reglas del campo profesional elitista y el modo

386. Cifras, por cierto, que, como ha demostrado recientemente Moreno Burriel (2018), llegaron al 41,3% de sancionados para el caso concreto de los catedráticos de Geografía e Historia. 387. En todo caso, Baratech fue más allá de la mera aceptación de la situación. Como director accidental del Instituto en los peores días del terror caliente de agosto y principios de septiembre del 36, junto con el profesor auxiliar Luis Mur Ventura, prestó abnegadamente sus servicios como delator e informante. Ambos dieron cuenta de manera sistemática al infausto rector Calamita del paradero de sus propios compañeros de claustro durante aquel verano y cumplimentaron escalofriantes oficios en los que se calificaba a todo el personal —docente y no docente— del establecimiento con los marbetes buen concepto, indeseable o indeseable en absoluto, señalando así el procedimiento que había de seguirse con cada uno. El único que no encajó en tan explícita clasificación fue el profesor auxiliar de Dibujo y vicesecretario Jesús Gascón de Gotor, cuyo nombre aparecía acompañado de un escueto calificativo: fusilado (AHUZ, 4809[4]). Uno de esos informes, referido al profesorado que formaba parte del claustro oscense en 1936, fue transcrito íntegramente en Juan Mainer (2011a: 130-131).

388. Al finalizar la guerra la dictadura acometió con celeridad la recomposición del vetusto cuerpo de catedráticos mediante la selección patriótica de una parte importante de los aspirantes, abriendo así la página más oscura y vergonzosa de la historia de la corporación. Si en el curso 1935-1936 el número de plazas ocupadas ascendía a 699, en el escalafón de 1940 el número de catedráticos se había reducido a 422. Las oposiciones de 1940 y 1941 mantuvieron sendos turnos restringidos a los que pudieron aspirar los encargados de curso, convenientemente depurados, que habían sido seleccionados en los cursillos realizados durante la República. Tanto en el turno libre como en el restringido se consideraron méritos preferentes los servicios prestados al Glorioso Movimiento Nacional

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de educación tradicional en cuyo marco se desarrollaron permanecieron vigentes hasta bien entrados los años sesenta,389 fechas, por cierto, en las que los invictos supervivientes de aquella promisoria generación de comienzos de siglo (los Baratech Montes, Tormo Cervino, Laín García…) alcanzaban plácidamente la edad reglamentaria de jubilación al tiempo que conmemoraban, seguros de su victoria, los veinticinco años de aquella paz venal e incivil

Pero volvamos al momento en que nuestro protagonista inició su carrera profesional y enseguida sus quehaceres como director del Instituto de Huesca durante una década (1922-1932) singularísima de la historia contemporánea española. Y hagámoslo además recordando que, más allá del profundo trauma que el cuerpo de catedráticos hubo de vivir al final de los años treinta, la primera desestabilización de alcance del orden corporativo había tenido lugar bastante antes, de forma mucho menos convulsa y acibarada, pero con unos efectos secundarios mucho más demoledores —si cabe—, propios de un mar de fondo que, a la larga, había de terminar por arruinar la naturaleza elitista del cuerpo cuestionando seriamente su propia existencia. En efecto, el disolvente más agresivo para un cuerpo de funcionarios de elite como el que estudiamos solo llegaría de la mano de una sostenida expansión de sus componentes y, al mismo tiempo, de la progresiva recomposición —sociológica y de género— de sus efectivos en el marco de un todavía tímido crecimiento de la demanda social de escolarización en la segunda enseñanza. Y todos esos cambios, como venimos anunciando y explicamos en el primer capítulo, habían empezado a ocurrir en la segunda década del siglo e iban a acelerarse de forma muy visible desde 1925 con la rápida creación de nuevos institutos locales a partir de 1928 y, mucho más aún, durante los años de la Segunda República. Así pues, fue en ese marco, en el que comenzaron a manifestarse los primeros síntomas de la crisis del modo de educación tradicional elitista, donde se desarrollaron los primeros años de la trayectoria profesional de Benigno Baratech.

389. Aun teniendo en cuenta el importante retroceso que supuso el plan de bachillerato de Pedro Sainz Rodríguez, de 1938, que restituyó a la Iglesia católica buena parte de la enseñanza media, lo que supuso un debilitamiento del poder de control de los catedráticos sobre el alumnado de los colegios privados mediante el examen, no se puede hablar de ruptura ni de quiebra de los arquetipos seculares del campo profesional (Cuesta y Mainer, 2015; Juan Mainer, 2009). El viejo ethos gremial se mantuvo y, en todo caso, fue reapropiado por los nuevos aspirantes, tanto por los falangistas de primera hora (Joaquín Sánchez Tovar) como por quienes se situaron en la zona oscura de un cierto criptoliberalismo —que lo hubo— (Ramón Martín Blesa). Sin salir del establecimiento oscense, otro caso elocuente de este criptoliberalismo que cuestiona la tesis de una ruptura radical y sin matices con la tradición liberal sería el del propio Francisco Cebrián, pero también el de Eduardo Vázquez Bordás o el de la primera catedrática destinada en el centro, Blanca González Escandón.

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UNO DE LOS NUESTROS

Don Benigno nació en el seno de una familia muy conocida y querida —expresivo sintagma particularmente connotado en una pequeña ciudad provinciana donde, según se dice, todo el mundo se conoce— en Huesca. Era hijo de Mariano Baratech Villacampa y Joaquina Montes Maza y tuvo seis hermanos. Su padre, industrial panadero, disponía de una cómoda posición económica como integrante de una emergente clase media empresarial local —progresivamente influyente— que no dudó en buscar en el campo de la cultura la consagración de su posición para sus hijos. Conmilitón y amigo de Manuel Bescós, su entusiasmo costista lo llevó a abrazar el primorriverismo en sus primeros meses y a actuar como primer teniente de alcalde en la efímera corporación presidida por el conocido almacenista de vinos, escritor, abogado y autor de Las tardes del sanatorio. 390

En el Instituto de oscense Baratech fue un alumno brillante y muy querido del catedrático de Matemáticas, Ángel Fernández Enciso, al que dedicó una sentida nota necrológica en El Diario de Huesca. Obtuvo la licenciatura en Ciencias Químicas por la Universidad de Zaragoza en 1908, con apenas veinte años cumplidos, y mientras preparaba el doctorado, con esporádicos viajes a Madrid, vivió durante un tiempo entre Huesca y Zaragoza impartiendo clases primero en el Colegio de Santa Cruz, dirigido por Antonio Placer Escario, junto a Luis Mur y Juan Placer, entre otros, y a partir de 1911 en el Instituto en calidad de profesor gratuito y auxiliar no numerario hasta el curso 1914-1915. Esos primeros escarceos con la profesión docente en su Instituto le abrirían algunas puertas. Allí conoció a Francisco Cebrián, cuyo magisterio no sería ajeno al hecho de que finalmente se afianzase su orientación hacia las Matemáticas. De todos modos, compaginó las clases con frecuentes colaboraciones sobre enseñanza agrícola en El Diario de Huesca, coincidiendo en el empeño con su admirado profesor —entonces ya compañero de claustro y director— Juan Pablo Soler. En uno de aquellos artículos, titulado «La enseñanza de la agricultura» (14 de marzo de 1912), se mostraba férvido defensor de la modernización y la regeneración del agro mediante la puesta en marcha de una suerte de escuelas de capacitación e instrucción agrícola que cubrieran el inmenso espacio vacío que existía entre los ingenieros y los braceros: «son necesarios los vulgarizadores de los estudios

390. Con anterioridad había sido concejal en varias ocasiones y hasta teniente de alcalde del camismo y del Directorio Liberal en el Ayuntamiento de Máximo Escuer a partir de 1909. Ese tránsito del liberalismo posibilista al republicanismo costista para dejarse seducir finalmente por los embelecos del cirujano de hierro no fue ajeno al proceso de gestación de las nuevas elites políticas surgidas de la crisis de la Restauración y, obviamente, constituyó el nutriente político e ideológico en el que crecieron y se formaron personajes como el propio Baratech o el normalista Vicente Campo.

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agrícolas que salgan de las escuelas de agricultura». Los ecos del costismo eran evidentes cuando escribía sobre la imperiosa necesidad de terminar con los «desertores de la agricultura y con los hijos de los labradores pudientes» que hacían carrera en las ciudades y abandonaban el agro para dedicarse a otras cosas: «hay que iniciar un movimiento que haga temblar España».

El curso 1914-1915 fue determinante en la carrera profesional del joven licenciado, profesor y prometedor articulista, pues durante él se decidió a firmar las oposiciones a cátedras de Matemáticas, a las que se presentó por el turno libre. Los esforzados viajes y las estancias en Madrid terminaron mereciendo la pena y con veintisiete años se hizo un hueco en el escalafón ocupando una vacante en el Instituto de Baeza (Real Orden de 20 de mayo de 1915). Allí permaneció entre 1915 y 1918 y, como recuerda Antonio Baso (1990: 202-203), coincidió con Antonio Machado, compañero de claustro y catedrático de Francés, con quien trabó cierta amistad,391 e incluso conoció a Federico García Lorca, que estaba de paso por Baeza cuando aún era estudiante de Derecho de la Universidad de Granada. Al parecer, Machado y Baratech «le animaron y valoraron su incipiente trayectoria poética». Desde su destino en la localidad jienense el oscense aprovechó para desplazarse a Madrid, donde consiguió finalizar los estudios del doctorado en Ciencias y obtuvo el correspondiente título en noviembre de 1917. Meses más tarde Baratech fue destinado a Huesca, a petición propia, para cubrir una de las dos cátedras de Matemáticas del Instituto, al que se incorporó en octubre de 1918, en plena expansión de la epidemia de gripe. Coincidiría durante los dos primeros cursos con el también joven catedrático de Matemáticas Francisco Romeo Aparicio, quien a su vez había sustituido a Francisco Cebrián, trasladado al centro zaragozano en 1917.

Reintegrado a su ciudad y al que siempre consideró su Instituto, contrajo matrimonio con la vallisoletana de nacimiento aunque aragonesa de adopción Carmen Zalama Miguel, profesora numeraria de Ciencias de la Normal de Huesca, a la que se había incorporado en abril de 1915 (Nasarre, 2000).392 Aquel enlace fue sin duda uno de los más notorios y sonados del año de la gripe. La amplia crónica que le dedicó El Diario de Huesca se convirtió en un auténtico retrato de la buena sociedad oscense y permite a quien lo lee

391. Ya en Huesca, en los primeros años de la República invitó al poeta a conocer la ciudad y a impartir alguna conferencia, aunque no lo consiguió.

392. Zalama, nacida en una muy buena familia e hija única, había sido alumna de la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio de Madrid y, aunque fue destinada como profesora de Física y Química e Historia Natural a la Normal de Teruel, logró cambiar esa plaza por una de profesora numeraria —inicialmente de Pedagogía y Rudimentos del Derecho y Legislación Escolar— en la Normal oscense.

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comprobar la franca incorporación de industriales, comerciantes y funcionarios cualificados al rango de las elites locales, además de conocer el nuevo marco de relaciones que la pareja contribuyó a consolidar entre las dos instituciones educativas más relevantes de la ciudad: las normales —la masculina y la femenina— y el Instituto.393 El matrimonio tuvo ocho descendientes, de los que sobrevivieron seis: cuatro hijas (Carmen, Concepción, María Teresa y Avelina) y dos hijos (Francisco y Mariano). Carmen, María Teresa Francisco y Mariano cursaron el bachillerato en el Instituto oscense. En todo caso, nos consta que los Baratech Zalama gozaron de una posición económica muy desahogada que incluso mejoró después de la guerra cuando se trasladaron a Zaragoza, donde eran propietarios de varios inmuebles (Ansón, 2011: 393). La venta de manuales escolares para bachilleres y normalistas, menester en el que tanto doña Carmen como don Benigno destacaron a lo largo de sus respectivas carreras profesionales, también debió reportarles importantes ingresos. Los manuales de matemáticas (aritmética, álgebra, geometría, trigonometría) de Baratech y Zalama, los de Baratech en solitario y, sobre todo, los de Benigno Baratech Montes y José Estevan Ciriquián (1899-1973) —amigo, compañero y conmilitón de Baratech y catedrático de Matemáticas del Instituto Goya a partir de 1940— fueron utilizados por muchas cohortes de estudiantes hasta bien entrados los años setenta en la enseñanza media española.394

393. La crónica de sociedad ocupa dos largas columnas en tercera página y no solo da cuenta de la lista completa de invitados, el oficio religioso celebrado en la basílica de San Lorenzo y el ágape ofrecido en el Círculo Oscense y servido por Vilas, sino que incluso detalla los regalos recibidos con expresión de los donantes. Reproducimos unas líneas tan cursis como atolondradas y mal resueltas: «Llevaban la cola [del traje de la novia] los encantadores nenes Pepita Susín y Ramoncito Sánchez Tovar, que parecían dos angelitos de los que rodean a los de Rafael, dando con la gentil figura de la señorita Zalama la sensación de uno de los cuadros del genial artista, que le daba el aspecto de una candorosa virgen de Murillo, tal es su belleza y elegante distinción» (El Diario de Huesca, 17 de diciembre de 1918). 394. Antes de abandonar Huesca, en 1936, tenía publicados numerosos libros escolares, algunos firmados con su mujer, Carmen Zalama, y la mayor parte de ellos publicados en Zaragoza: Nociones de aritmética (eds. de 1932 y 1935), Nociones de geometría (1931), Elementos de aritmética (eds. de 1930 y 1931), Elementos de álgebra (eds. de 1931 y 1933), Elementos de trigonometría (1936), Matemáticas —para los seis cursos del bachillerato— (1934-1936), etcétera. La producción se incrementó exponencialmente a partir de la relación con José Estevan Ciriquián, casi siempre en colaboración con la editorial de la Librería General zaragozana. El interés de Baratech en la edición de sus libros lo llevó a solicitar en 1938 al entonces director del Instituto oscense, su amigo Juan Tormo Cervino, que intercediera por él ante el omnipotente jefe nacional de Archivos y Bibliotecas de la España sublevada, Javier Lasso de la Vega, para que agilizara la aprobación de sus textos en la comisión dictaminadora creada al efecto (carta de Juan Tormo Cervino a Javier Lasso de la Vega fechada el 12 de septiembre de 1938, n.º 1255, localizada en el inventario de correspondencia de los años 1938 y 1939 del Fondo Lasso de la Vega del Archivo de la Biblioteca de la Universidad Complutense).

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En la Huesca del comienzo de los años veinte, Benigno Baratech y Carmen Zalama no solo eran, sino que además eran percibidoscomo jóvenes miembros de una elite profesoral y cultivada que estaba gestándose en el entorno de las escuelas normales y del Instituto y también en el más difuso del profesionalismo liberal. En cierta medida la celebración del Congreso de Historia de la Corona de Aragón supuso, en el ámbito de la alta cultura, la expresión política de un impulso regenerador y al mismo tiempo la apertura de un campo de posibilidades de encuentro y colaboración entre elites, amén deun espacio donde, como tuvimos ocasión de comprobar, se produjo una fértil colaboración entre destacados profesores de la Normal y su aneja (los Vidal, Sánchez de Castro, Acín…) y del Instituto (Gaspar, Castejón, Mur y, por supuesto, Del Arco). Aquel haz de relaciones y solidaridades en el que Benigno Baratech395 se ubicó de muy buen grado y con la seguridad de saberse uno de ellos prendió también de la mano de influyentes personalidades locales como Manuel Bescós Almudévar o el ya citado Miguel Sánchez de Castro y de otros jóvenes profesionales como Vicente Campo, Ramón Acín, Ramón J. Sender, José María Lacasa o el propio Manuel Banzo Echenique —futuro presidente provincial de la Unión Patriótica primorriverista—,396

395. Deliberadamente eludo citar en esta ocasión a Carmen Zalama, que, como la mayoría de las mujeres de, permaneció casi siempre muy alejada de la visibilidad de la actividad pública. En la Huesca burguesa de los años veinte seguía siendo casi impensable que las mujeres dictaran conferencias públicas (algún caso hubo, como veremos) u ocuparan cargos de relevancia en asociaciones que no fueran estrictamente femeninas o estuvieran adscritas a la Iglesia, y sin embargo empezaban a ser reclamadas, siempre bajo tutela masculina, para ciertas empresas culturales. En el marco de una sociedad profundamente patriarcal, el acceso de las mujeres a la universidad y al profesorado secundario o superior no supuso en absoluto su integración normalizada en la esfera pública, ni siquiera en el ámbito de sus propios campos profesionales. Además, las catedráticas de instituto, por ejemplo, como todo ente advenedizo, tendieron a exagerar hiperbólicamente los rasgos meritocráticos y de género propios del habitus corporativo al que habían accedido, de manera que, a la larga, la incorporación femenina al cuerpo acabó por convertirse en una demostración palpable de la realización del ideal del mérito y la capacidad por encima de las coerciones sociales, pero el mismo hecho de su cumplimiento terminó por significar la erosión definitiva de su carácter elitista y la consumación de ese invisible canon sexista según el cual las profesiones feminizadas pierden rápidamente su consideración social y su valor simbólico añadido en relación con las demás.

396. Este carismático abogado y escritor navarro fue el organizador de la Unión Patriótica en el Alto Aragón junto con el joven abogado José María Lacasa Coarasa —que ejerció de secretario provincial—, los normalistas Miguel Mingarro y Vicente Campo y los terratenientes Rafael Molera y Victoriano Coarasa. Ocupó varios cargos en la dictadura: fue presidente de la Diputación, miembro de la Asamblea Nacional Consultiva, director general de Registros y Notarías y presidente del Consejo de Cajas de Ahorro. En la República estuvo vinculado a Acción Agraria Altoaragonesa —integrada en la CEDA— y en 1936 creó una candidatura independiente de derechas que apoyaron José María Lacasa y Vicente Campo (Azpíroz, 1993). Sobre la trayectoria literaria de Banzo Echenique véase Ara (1998).

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Foto de grupo tomada en el patio de la Escuela Normal de Huesca en 1925 en la que aparecen profesores de la Normal y del Instituto. En el centro de la imagen, Gregorio Rocasolano, catedrático de la Facultad de Ciencias de Zaragoza. A su derecha está Donaciana Cano. El cuarto por la izquierda es Benigno Baratech, al que siguen Vicente Campo y Emilio Amor Rolán, a la sazón gobernador civil. El primero por la derecha es Ramón Acín; el quinto, Jesús Llanas, y el sexto, Manuel Ángel Ferrer. (Foto: Ricardo del Arco. Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca)

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en medio de una creciente politización de la vida social y cultural que fue conduciéndolos por derroteros a menudo divergentes —desde la derecha radicalizada, católica y autoritaria, hasta el socialismo o el anarcosindicalismo, pasando por un renovado republicanismo de izquierda—.

Fue en ese clima político en el que se llevó a cabo la consolidación de una nueva elite de poder local y provincial sustentada sobre una alianza de grandes y medianos propietarios agrarios que sustituyeron a los caciques liberales que desde el Sexenio Democrático y sin interrupción habían ostentado ese poder. Esa nueva elite política tuvo mucho que ver con la reorganización y el rearme del conservadurismo más autoritario, el de matriz maurista, aunado con nuevas versiones del catolicismo social y adobado con ciertas dosis de aragonesismo agrarista.397 Con mayor o menor grado de compromiso, lo cierto es que aquella derecha católica y autoritaria iba a presentar un poderoso atractivo para muchos profesores del Instituto398 y de las normales oscenses: desde Miguel Mingarro —directorde la Normal masculina entre 1919 y 1932— hasta los alcaldes Manuel Ángel Ferrer y Vicente Campo, pasando por José Mateos, Felisa Duch, Eulogia Gómez Lafuente y Avelina Tovar —directora de la Normal femenina entre 1919 y 1929—.399

397. El tema ha sido abordado por Azpíroz (1990 y 1993), Domper (2010 y 2016) y, sobre todo, Alcusón (2011 y 2013). Esta remozada derecha, católica y autoritaria (los Coarasa, Molera, Susín, Laguna y otros tantos grandes propietarios de la provincia) logró aglutinarse en torno a la Asociación de Labradores y Ganaderos del Alto Aragón y el periódico La Tierra y, pese a ser derrotada en las elecciones de 1923, alcanzó el poder con la llegada de la dictadura de Primo de Rivera, pues la mayoría de sus integrantes se incorporaron a la Unión Patriótica, donde permanecieron hasta que la proclamación de la Segunda República los volvió a alejar, solo por un tiempo, del gobierno local y provincial.

398. Desde Benigno Baratech hasta Luis Mur, pasando por Ricardo del Arco, Octavio Zapater, los canónigos Estanislao Tricas y Basilio Laín, Donaciana Cano, León Marquínez, Juan Tormo, José María Albareda y José Nieto, por citar oriundos y foranos que coincidieron en el claustro entre 1922 y 1932, los años en que don Benigno estuvo al frente de la dirección.

399. Muchos de estos personajes merecerían una atención bastante mayor de la que les podemos prestar en estas páginas. Por su estrecha relación con Baratech y su protagonismo en el proceso de radicalización de las derechas en Huesca, cabría destacar a uno que fue alcalde con Primo de Rivera y con Franco, Vicente Campo Palacio (1890-1957), cuya memoria pública —y oficial— de persona benefactora, honesta y desinteresada sigue siendo, a día de hoy y pese a todo, cuidadosamente protegida en la ciudad. Aproximaciones históricas a la figura de este normalista y político pueden obtenerse en Calvo (1990), Azpíroz (1993) y Domper (2016). También fue importante la relación que Baratech y Zalama mantuvieron con el matrimonio formado por Miguel Mingarro y Eulogia Gómez, con los Sánchez Tovar, con los Usón Duch y, más tarde, con Juan Tormo y la archivera Rosa Rodríguez Troncoso. Todos ellos —y algunos más— constituyeron un grupo de profesionales con mando y ascendiente en el mundo de la cultura y de la educación en la Huesca de los años veinte y treinta.

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BARATECH Y LA DICTADURA PRIMORRIVERISTA

Así pues, en esa atmósfera magmática y revuelta, en los estertores del régimen restauracionista, se formó y se nutrió una generación de oscenses de buena familia, viajados y cosmopolitas, hermanados por el bachillerato y dotados de formación superior, que empezarían a considerar la actividad política —la intervención en el espacio público— como una faceta ineludible —un compromiso patriótico de corte más o menos mesiánico— de su labor y su trayectoria profesionales. En este contexto resulta comprensible, hasta cierto punto, que muchos de esos cualificados profesionales burgueses, y singularmente un grupo muy significativo de profesores y profesoras de las normales y del Instituto oscense, entre ellos Baratech, recibieran de buen grado la salida autoritaria y profundamente antidemocrática que representó la dictadura primorriverista, incluso que la secundaran con entusiasmo y se apresuraran a colaborar con ella formando parte de la plana mayor de la Unión Patriótica en la provincia.400

Obviamente, no todos lo vieron de ese modo. Al respecto resulta esclarecedor el artículo que el catedrático Victoriano Rivera Gallo,401 recién llegado al Instituto, publicó en El Diario de Huesca el 28 de marzo de 1924 (p. 2), cuando se acababa de dar a conocer el manifiesto de constitución de

400. El Diario de Huesca del 9 de marzo de 1924 publica el manifiesto fundacional de la Unión Patriótica oscense y las firmas de los adherentes; el tercero de una larga lista que incluye muchos de los personajes citados hasta aquí es Benigno Baratech. Para algunos intelectuales que se habían enfrentado al régimen de la Restauración (el caso de Manuel Bescós es claro) el golpe del general Primo de Rivera pareció cumplir las expectativas del cirujano de hierro reclamado por cierto entendimiento del regeneracionismo costista. La instauración del Directorio Militar en el otoño de 1923 pudo crear la ilusión de un proceso de higiene política que el Ejército se encargaría de llevar adelante apartando los residuos de la vieja casta denunciada por los intelectuales. Algunos —y de nuevo Bescós viene al hilo— tardaron poco en caerse de aquel caballo; otros, como Baratech, tardaron algo más o incluso miraron para otro lado y aceptaron como inevitable la cruda realidad de la dictadura. 401. Este importante naturalista jienense, masón —de nombre simbólico Darwin— y destacado republicano, inicialmente lerrouxista, fue destinado a la cátedra de Historia Natural del Instituto de Huesca, donde permaneció durante cinco cursos, entre 1923 y 1928, y actuó como secretario de Baratech entre 1925 y 1927. De Huesca se trasladó a Murcia. Muy habitual en la prensa diarista y amigo de Ramón Acín, escribió varios atinados artículos contra la activa campaña de la Iglesia oscense en su torticera defensa de la libertad de enseñanza (véase El Diario de Huesca del 15 de abril de 1925). Fue autor de una celebrada guía del valle de Ordesa que se publicó en 1929. Durante la República fue gobernador civil de Huesca entre el 17 de abril y el 11 de julio de 1931 y director general de Montes, Pesca y Caza en el Gobierno del Frente Popular. Tras la guerra fue separado del servicio y encarcelado doce años. En 1958, revisado su expediente, se le reincorporó al servicio con destino forzoso en el Instituto de Osuna, sin posibilidad de pedir traslado durante cinco años y con pérdida de todos los haberes que había dejado de percibir en el tiempo transcurrido desde su condena. Sobre Rivera véase Gomis (2019).

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la Unión Patriótica, que llamaba a «todos los hombres de buena fe para la reconquista de la Patria»:

Una unión patriótica de hombres de izquierda y hombres de derechas no sería patriótica porque sería estéril y además dejaría pronto de ser unión […]. Por ello, lo patriótico en hombres de la izquierda no es agruparse en heterogénea amalgama con hombres de todas las facies políticas; agruparse sí, pero ello solos, formando un grupo homogéneo, compacto, que pueda recoger el poder de los que transitoriamente lo ejercen y sean capaces, con normas nuevas, de encauzar a España por el camino de su salvación.

Días más tarde, en otra columna, titulada «Ideas nuevas», su amigo Ramón Acín, desde otra perspectiva política, compartía el mensaje y reafirmaba con rotundidad los peligros autoritarios que se alojaban detrás de la retórica bienaventurada del upetismo:

las izquierdas y las derechas no deben ir unidas sino separadas y con los campos debidamente deslindados; encareciendo, a su vez, la necesidad y urgencia de la unión, aproximación o como quiera llamarse de los elementos izquierdistas. […] […] si todos los izquierdistas callamos, levantará la voz más que todos juntos, el primer pelafustán de las derechas que levante la voz. (El Diario de Huesca, 3 de abril de 1924, p. 2)

Los más habían optado ya por permanecer ajenos a la advertencia de Acín y Rivera y, emplazados por la defensa del orden, la autoridad, la religión y la dignificación de la patria, tomaron muy en serio su papel como impulsores y centinelas de la cultura y de la educación, fieles a la voz de mando del pelafustán de turno. Así, el 8 de febrero de 1924 habían acudido solícitos a la reunión convocada por el delegado gubernativo y comandante de infantería Ricardo Marzo y el alcalde y normalista Manuel Ángel Ferrer para atender la «necesidad cada vez más apremiante de constituir una Asociación cultural que, con su actuación levantada y generosa», fuera portavoz de todo aquello que contribuyera «a fomentar las Ciencias y las Artes, a difundir la enseñanza e ilustrar a la opinión» en las cuestiones que surgieran, «procurando siempre el engrandecimiento de la Patria y del Alto Aragón». Nacía así la Sociedad Oscense de Cultura. De nuevo aparecía el nombre de Baratech, esta vez como integrante de la comisión gestora encargada de poner en marcha la Cultural, codo a codo con gentes de la Normal y del propio Instituto: Miguel Mingarro, Ricardo del Arco, Avelina Tovar, José Mateos y Eulogia Gómez.

Sintomáticamente, la inauguración oficial se celebró, el 16 de marzo de 1924, en el paraninfo del Instituto. Presidió el acto el obispo Mateo Colom

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Donaciana Cano Iriarte (1894-1971), la primera mujer que obtuvo la licenciatura en Física y Química por la Universidad de Zaragoza (en 1919) y la primera profesora del Instituto de Huesca (desde 1924). Fue ayudante interina de Ciencias y pasó a ser numeraria en 1928. Plenamente alineada con la derecha católica autoritaria oscense, tras la guerra ejerció la docencia como profesora adjunta de Matemáticas hasta su jubilación, que tuvo lugar en 1964. (Archivo Universitario de Zaragoza)

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y pronunciaron discursos Ricardo Marzo y la joven licenciada Donaciana Cano,402 que acababa de incorporarse al establecimiento de Baratech como profesora ayudante gratuita de Ciencias: toda una puesta en escena —de inequívoco significado simbólico— de ciencia, catolicismo, juventud y feminidad al servicio de la regeneración de la cultura española. No sería la última vez que la Sociedad Oscense de Cultura utilizara el antiguo salón de actos sertoriano para llevar a cabo conferencias, veladas literarias, conciertos u otras actividades, del mismo modo que ni en las juntas directivas que se sucedieron ni en las secciones en que se estructuró el trabajo faltaron nunca destacados profesores del Instituto, como el ubicuo Del Arco, o de la Normal. La relación simbiótica de la Cultural con el establecimiento de segunda enseñanza no dejó de ser muy semejante, sobre todo en su primer año de existencia, a la que este mantendría con el Instituto de Estudios Oscenses a partir de los años cuarenta (Domper, 2010), a tal punto que no sería aventurado establecer ciertas correspondencias en los papeles que en una y otra empresa desempeñaron Benigno Baratech Montes y Virgilio Valenzuela Foved. Y, a mi entender, no terminan ahí las analogías entre ambas instituciones, que, aunque con trayectorias y evoluciones absolutamente diferentes,403 coincidieron en algo fundamental: la reafirmación de la cultura como espacio elitista de producción y reproducción simbólica de un patriotismo tradicional y católico.

402. La que fue la primera profesora del Instituto de Huesca, nacida en 1897, era santanderina y había estudiado el bachillerato, Magisterio y Ciencias Químicas en Zaragoza entre 1915 y 1919 (fue la única alumna de su promoción en la Universidad zaragozana). En el Instituto fue ayudante interina desde 1924 y ayudante numeraria desde 1928 y tras la guerra obtuvo la plaza de profesora adjunta de Matemáticas, que ocupó hasta su jubilación en 1964. Véase Fernández Llamas et alii (2012).

403. La Sociedad Oscense de Cultura, cuyo estudio está por realizar (aquí hemos reconstruido algunas notas fundamentalmente a través de fuentes hemerográficas), languideció apenas dos años después de su constitución y terminó por convertirse, con su tercer presidente, Mariano Lacasa, interventor de ferrocarriles y padre del abogado José María Lacasa Coarasa (los dos primeros fueron Ricardo Marzo y José Mateos García), en una suerte de sociedad recreativa y excursionista omnipresente hasta su desaparición, que tuvo lugar en 1928. Desde 1926 y bajo su manto protector se llevaron a cabo desde conciertos de música clásica, festivales de canto, jota y danza, actuaciones del Orfeón, partidos de fútbol y competiciones de ajedrez hasta homenajes a Goya y a Valentín Carderera y conferencias de intelectuales como Ramón Gómez de la Serna —organizada y presentada por Ramón Acín en mayo de 1927— o José Sánchez Rojas —esta última organizada por el propio Baratech en el Instituto—. El periodista y abogado salmantino no fue el único castigado por el régimen militar en Huesca: también sufrieron esas represalias la inspectora de primera enseñanza Leonor Serrano y el profesor del Instituto-Escuela Manuel Ontañón, esposo de la normalista María Sánchez Arbós.

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Don Benigno se hizo cargo de la dirección del Instituto desde el 1 de junio de 1922. Sustituyó en el cargo al catedrático José Gaspar, que lo había ocupado de forma interina desde la jubilación del anterior titular, Gregorio Castejón. El primer curso de Baratech al frente de la dirección del Instituto se abrió con un sonado conflicto estudiantil de morfología muy semejante a la de la ya comentada huelga de 1919 (los ecos de las protestas obreras y estudiantiles de ciudades cercanas como Zaragoza o Barcelona fueron siempre un acicate para las protestas estudiantiles que en Huesca protagonizaron solidariamente escolares de la Normal y del Instituto). De todos modos aquellas algaradas de noviembre de 1922, en un contexto de crisis abierta del Estado, tuvieron un marcado trasfondo político y constituyeron una vuelta de tuerca importante en el camino sin retorno del intervencionismo militar. Aquellos estudiantes derechistas, inicialmente en Madrid, luego en Salamanca, Cádiz, Oviedo y otras ciudades, fueron altavoz del malestar de los militares africanistas —capitaneados por el egregio Millán Astray, entre otros— indignados con la tibieza del Gobierno de José Sánchez Guerra, que representaba, dentro de la derecha conservadora, al grupo partidario de llevar a cabo la pacificación del protectorado y de depurar a fondo las responsabilidades del Ejército en el reciente desastre de Annual. Apenas diez meses más tarde se produciría el golpe de Estado del general Primo de Rivera. En Huesca hubo dos o tres días de huelga, reuniones de estudiantes en plena calle e incluso un intento de realizar una asamblea de alumnos de la Normal y el Instituto en el propio paraninfo, asamblea que no fue autorizada Baratech. En todo caso, la politización y la organización del alumnado, todavía muy incipientes, especialmente en el caso del estudiantado católico y de derechas, constituyó una tendencia que iría creciendo durante los años de la dictadura, aunque no llegaría a adquirir forma hasta la República, periodo en el que los sectores de izquierda también tomarían posiciones.

Por lo que respecta al alumnado del Instituto, sin duda los cambios más importantes durante la dirección de Baratech tuvieron que ver con el incremento de la presencia del alumnado femenino en las aulas (estamos hablando, por tanto, de alumnas con matrícula oficial, que les daba derecho a asistir diariamente a las clases). En línea con la situación que tuvimos ocasión de analizar cuando hablamos de la etapa en la dirección del zaragozano Juan Pablo Soler, la matriculación de mujeres en el Instituto se mantuvo con un crecimiento todavía muy discreto en los primeros cuatro años de la década de los veinte, una cadencia que osciló entre las siete y las once alumnas nuevas por curso. Sin embargo, en 1926 el ritmo se acelera

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO PVV

considerablemente y ese año se llega a superar la veintena de matriculadas (véase la tabla 9), aunque en los cursos posteriores, hasta la Segunda República, se aprecia una relativa desaceleración.404 La creación, en 1926, del bachillerato elemental de tres años —entendido como «perfeccionamiento de la cultura general»—, que supuso la entrada en vigor de la reforma de la segunda enseñanza impulsada por el ministro Eduardo Callejo de la Cuesta, tuvo con seguridad mucho que ver en ello, por cuanto abrió las puertas a un prebachillerato de baja intensidad y corta duración que se adecuaba a las «necesidades» de un sector de la población —verbi gratia, de un «gran número de señoritas que asisten a los institutos»— para el que el bachillerato completo se les antojaba «fuera de sus posibilidades».405

El siempre inclemente paso del tiempo y, sobre todo, el incremento de matrícula que experimentó el centro en la década de los años veinte pusieron en primer plano los problemas de la falta de espacio, la escasa funcionalidad del vetusto caserón sertoriano y, en general, las pésimas condiciones en que se encontraban las instalaciones, ayunas desde hacía años, pese a las numerosas reformas parciales realizadas aquí y allá, de una remodelación y un saneamiento integral del edificio. Los problemas más acuciantes eran al mismo tiempo muy antiguos: la ausencia de agua corriente —y, por consiguiente, de sanitarios y urinarios para sus moradores— y la falta de un sistema de calefacción centralizada —que en los gélidos inviernos oscenses obligaba a disponer de ineficientes e inasanas estufas de carbón en todas las

404. Los estudios de Araque (2001) y Redondo, Grana y Sanchidrián (2017) sobre los institutos madrileños y extremeños respectivamente desvelan una evolución de la matrícula oficial femenina muy semejante a la que aquí comentamos.

405. El llamado Plan Callejo tuvo una existencia breve (en 1930 ya era papel mojado), aunque mucho más tarde terminaría inspirando la Ley de Ordenación de la Enseñanza Media del falangista —y católico— Joaquín Ruiz-Giménez, de 1953. Aquella reforma tenía su enjundia (Cuesta, 2013): además de dibujar un bachillerato de seis años divido en dos ciclos de tres cada uno —elemental y superior o universitario—, estableció la novedad, sin precedentes, del texto único oficial, modificó escasamente el plan de estudios y revisó el sistema de exámenes. En puridad, este último aspecto era el nudo gordiano de la cuestión, pues abría las puertas de par en par a la vieja aspiración del lobby católico de expropiar la facultad examinadora a los institutos oficiales. Como se comprenderá, el plan mereció la antipatía y el rechazo de buena parte del cuerpo de catedráticos e incluso propició un claro alejamiento —o la decepción— de muchos entusiastas de primera hora del primoverrismo. Benigno Baratech y otros muchos catedráticos adscritos a la derecha católica y autoritaria, en razón de su ethos y sus intereses profesionales, no pudieron ocultar, en privado, en sus tenidas asociativas, ante sus claustros o incluso en la prensa, su descontento con la política educativa de la dictadura. Véase como ejemplo el artículo que Baratech publicó en El Diario de Huesca el 9 de julio de 1930 con el significativo título «La reforma del Bachillerato y la Ley del 57», en el que defendía la legalidad de la Ley Moyano, llamaba al Gobierno de Berenguer a cumplir su promesa de «reintegrar a España en su normalidad» y lo emplazaba no a emprender nuevas reformas educativas, sino a «deshacer los errores cometidos por el Gobierno que le precedió».

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO QMM

TABLA 9. MUJERES MATRICULADAS EN EL INSTITUTO ENTRE 1921 Y 1926

Mercedes Aínsa Font (Épila, Zaragoza)

Matilde Atarés Torrente (Torrente de Cinca, Huesca)

Ángeles Álvarez de Sotomayor (Madrid)

Juliana Aguilar Coscujuela (Barbastro, Huesca)

Josefina Fumanal Pintado (Saint-Lary, Francia)

Josefa Garcés Viñuales (Huesca)

Asunción Guillén Naval (Huesca)

Enedina Galino Bafaluy (Barbastro, Huesca)

Pilar Vicén Plana (Laluenga, Huesca)

Francisca Millaruelo Clemente (Cervera, Zaragoza)

Catalina Villacampa Buisán (Sariñena, Huesca)

Antonia Galiay Boix (Almacellas, Lérida)

Pilar Galisteo Guallart (Ochagavía, Navarra)

Teresa Solano Brunet (Madrid)

Victoria Ramón Inglán (Tierz, Huesca)

María Pardo García (Graus, Huesca)

Rosa Lacarte Garasa (Barcelona)

Margarita González García (Zaragoza)

Asunción Sender Garcés (Alcolea de Cinca, Huesca)

María Pilar Loscertales Bailín (Zaragoza)

Concepción Fernández Valero (Huesca)

María del Carmen Bazán Rodrigo (Ablitas, Navarra)

Isabel Abadías Salanova (Huesca)

Emilia Torrente Loscertales (Jaca, Huesca)

Elisa Ramos Lines (Barcelona)

Elisa López Puyuelo (Huesca)

Esperanza Garcés Viñuales (Huesca)

Victoria Usieto Castán (Huesca)

Pilar Puzo Espín (Pontevedra)

Cinta Sambola Arenes (Sudanell, Lérida)

Sacramento Riverola Pellicer (Huesca)

Magdalena Pueyo González (Córdoba)

Rosalía Gaspar Auría (Burgos)

María Gil Estopara (Pamplona)

María Redondo Gómez (Madrid)

María Dolores Pellicer de la Orden (Zaragoza)

María Torrente Loscertales (Jaca, Huesca)

María Luisa Borruey Ollo (Zaragoza)

Josefa Álvarez Nogués (Huesca)

Sofía Sibis Piedrafita (Sort, Lérida)

Amparo Redondo Gómez (Valencia)

Rafaela Murillo Arnal (Huesca)

Concesa Recaj del Pueyo (Huesca)

Concepción Elola Félez (Zaragoza)

María Pilar Chacón Ayerbe (Zaragoza)

Carmen Martín Rodríguez (Ceuta)

Dolores Zappino Maestre (Melilla)

Ángeles Solano Brunet (Madrid)

Daría Oliván Segura (Huesca)

Mercedes Miravé Díez (Huesca)

Herminia Lacruz Abadía (Huesca)

María Gil Navarro (Huesca)

Desideria Galán Bores (Huesca)

Pilar Cortiles Calderón (Zaragoza)

Consuelo Abbad Baudín (Huesca)

Carmen Arregui Fillo (Huesca)

Amparo Aguirre Iguácel (Almudévar, Huesca)

María Pilar Rodríguez Giménez (Huesca)

Blanca Ripa Gastón (Jaca, Huesca)

Clotilde Nogueras Cabezali (Barcelona)

María Pilar Oliet Gil (Don Benito, Badajoz)

Carmen Oliet Gil (Don Benito, Badajoz)

Concepción Martín Rodríguez (Madrid)

María Pilar Mateos Galindo (Huesca)

María Pilar Martí Sánchez (Valladolid)

I-671/542

I-671/545

I-671/534

I-671/538

I-703/290

I-709/445

I-709/449

I-709/452

I-764/224

I-729/511

I-764/226

I-709/464

I-709/462

I-755/504

I-748/356

I-742/489

I-720/513 I-709/460 I-755/507 I-720/502 I-703/293 I-682/561 I-671/559 I-760/154 I-748/353 I-720/520 I-709/459 I-761/035 I-742/499 I-755/510 I-748/354 I-742/512 I-709/474 I-709/479 I-747/266 I-709/479 I-760/159 I-682/567 I-672/577 I-708/433 I-747/267 I-729/546 I-748/355 I-699/158 I-695/022 I-729/550 I-766/036 I-755/526 I-735/127 I-730/562 I-721/549 I-709/475 I-709/481 I-693/687 I-672/588 I-672/590 I-672/591 I-747/274 I-747/269 I-733/097 I-735/128 I-735/129 I-729/551 I-730/566 I-730/622

QMN
Año AHPHu
1921 1921 1921 1921 1921 1921 1921 1921 1921 1921 1921 1922 1922 1922 1922 1922 1922 1922 1922 1922 1923 1923 1923 1923 1923 1923 1923 1923 1923 1924 1924 1924 1924 1924 1924 1924 1925 1925 1925 1925 1925 1925 1925 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926 1926

cátedras y todos los gabinetes— eran quizá los más llamativos. Al respecto de estos temas y de otros más íntimos, el alumno Francisco Ponz,406 estudiante entre 1929 y 1935, ha recordado en unas memorias que todos los inviernos le salían sabañones. A estas carencias se añadían la inexistencia de una sala de estudio para el alumnado, el mal estado de la cubierta del edificio —especialmente de la zona de la estación meteorológica—, la inexistencia de un campo de deportes, etcétera. Baratech escribía en 1925:

Y el Instituto seguiría sin retretes ni urinarios, pendiente siempre de la tolerancia del Inspector de Sanidad. Y tal vez no hubiera tardado mucho en desplomarse una gran parte de la fábrica, inutilizando un edificio, que además del gran servicio que presta, su brillante historia, la tradición que atesora […], tiene para todo oscense el indiscutible valor de recordarle los venturosos tiempos de su juventud.

[…]

Si no recuerdo mal, en 1919, estando encargado de la dirección don Narciso Puig, se formuló un proyecto de urinarios y retretes cuyo expediente estuvo paralizado a causa de no disponer de agua, ya que la de San Julián no llega con presión suficiente […] y como en 1920 don Mariano Martínez Jarabo inició una infructuosa gestión para que cedieran agua del vecino cuartel de Pedro I, en junio de 1923 solicité de nuevo la concesión y gracias al acierto con que siguieron la tramitación el ilustrísimo señor rector don Ricardo Royo, en Zaragoza, y don Mariano Lasala, en Madrid, por el ministerio de la Guerra se dictó una Real orden accediendo a lo solicitado.

[…]

Por la oportuna actuación del actual gobernador civil don Emilio Amor, y el interés en complacernos ha demostrado el subsecretario excelentísimo señor don Javier García de Leániz, fue encargado el señor Lamolla de acoplar los dos proyectos y preparar la subasta correspondiente.

[…] Y el expediente pasa por el ministerio de Hacienda y por el Consejo de Estado […], hasta que por fin, aparece la subasta de las obras por 109768,88 pesetas.

406. Francisco Ponz Piedrafita (Huesca, 1919–Pamplona, 2020), catedrático emérito de FisiologíaAnimal de la Universidad de Navarra y destacado miembro del Opus Dei, recuerda sus estudios oscenses de bachillerato en Ponz (2000): «A principios de los años treinta llegó a Huesca un nuevo obispo, don Lino Rodrigo Ruesca, que bajo el impulso de Pío XI se propuso establecer la Acción Católica en sus diferentes ramas. Con el canónigo don Estanislao Tricas, Consiliario, nos reunió a algunos de edades parecidas a la mía para comenzar la Juventud de Acción Católica. Yo debía de estudiar tercero o cuarto curso de Bachillerato y fui bastante asiduo a loscírculos de estudio de esa Juventud». También glosa la figura de «un profesor distinto», José María Albareda, catedrático de Agricultura que le dio clase en sexto y último curso de bachillerato (1934-1935): «Aunque en aquel Instituto las clases prácticas experimentales eran excelentes, las de Agricultura con Albareda fueron singulares, porque vinieron a ser como una colaboración en su investigación científica. El laboratorio estaba muy bien dotado de material […]. Había que verle exultante al descubrir por vitrinas y armarios nuevos instrumentos de trabajo, por ejemplo un juego muy completo de densímetros de precisión, que nos alababa con entusiasmo como de la mejor calidad existente entonces en el mundo».

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO QMO

Si a la subasta no acudiera, todo se habría perdido; pero cualquiera que sea la suerte que corra el proyecto, siempre tendremos que guardar gratitud a los bienhechores mencionados.(«Las obras de reparación y reforma del Instituto», El Diario de Huesca, 3 de julio de 1925)

Y en 1932 redactaba en estos términos la memoria del curso 1931-1932, el último completo de su dirección (presenta su dimisión en diciembre de 1932):

Este Instituto está instalado en un edificio en el que hasta el año 1845 estuvo la suprimida Universidad oscense. Las aulas, frías en invierno, son pequeñas, incapaces para el número de alumnos hoy matriculados, están mal ventiladas y la luz que entra en ellas es escasa debido a ser muy pequeñas y estar altas las ventanas. Aspiración del Claustro ha sido, hace mucho tiempo, poseer un campo de deportes. A este efecto se hicieron hace unos años gestiones y hasta se elevó un proyecto que obra en el Ministerio. Hoy se podría conseguir el deseo del Claustro con mucha facilidad: muy próximo al Instituto está el solar en el que un día estuvo la plaza de toros y actualmente pertenece al Ministerio de la Guerra y no se utiliza para nada. (AHPHu, I/800, memoria mecanografiada del primer trimestre del curso 1932-1933)

En definitiva, las cosas habían cambiado muy poco. Otro grave problema al que hubo de enfrentarse Baratech desde la dirección fue el del creciente número de cátedras que quedaban vacantes por tiempo indeterminado—en ocasiones superior a tres y cuatro años— sin que fueran cubiertas ni por oposición ni por traslado. En este sentido, el caso del catedrático de agricultura José María Albareda407 presentó unas características muy singulares que llevaron a Baratech a reclamar al Ministerio en más de una ocasión una solución al problema de sus largas ausencias de la cátedra. En general, el asunto de las vacantes se agravó especialmente a partir de la entrada en vigor del Plan Callejo y de la creación de nuevos institutos locales a partir

407. El caspolino José María Albareda Herrera (1902-1966), pieza clave de la articulación de la dictadura franquista a partir de 1939 junto con otros científicos y conocidos ingenieros (Camprubí, 2017), depurador de la ciencia española y primer secretario general del CSIC, era hijo de farmacéutico y militante del catolicismo social agrario. Se formó en las universidades de Madrid y Zaragoza, donde cursó Farmacia y Ciencias Químicas. Se doctoró en Farmacia en 1927 y en Ciencias Químicas en 1932. Ganó por oposición la cátedra de Agricultura del Instituto de Huesca en diciembre de 1928; sin embargo, no se incorporó hasta el curso 19301931 por hallarse disfrutando una pensión de la JAE en Alemania y Suiza que fue prorrogada gracias a los buenos oficios de su antiguo profesor del Instituto zaragozano, y a la sazón director general de Enseñanza Superior y Secundaria, el catedrático de Literatura Miguel Allué Salvador. Posteriormente, entre 1932 y 1934 le fue concedida una segunda pensión de la JAE, esta en el Reino Unido. En 1935 obtuvo traslado al Instituto Velázquez de Madrid. Su paso por el establecimiento oscense fue ciertamente guadianesco y se limitó a tres cursos: entre 1930 y 1932 y en 1934-1935. Ideológicamente militó siempre en el catolicismo social. Ingresó en Acción Española en 1931 y se vinculó a la secta del Opus Dei a partir de 1935 de la mano de su fundador, el barbastrense Josemaría Escrivá de Balaguer.

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO QMP

de 1928, y solo empezó a mitigarse en el curso 1930-1931, aunque la plantilla oficial, establecida en diez catedráticos —incluidos los dos de Matemáticas— no llegaría a cubrirse hasta el 1933-1934, con el catedrático de Lengua y Literatura Agustín del Saz en la dirección. Como puede verse en la tabla 10, los problemas de la plantilla obligaron a disponer de más profesorado auxiliar y ayudante, lo que, unido al aumento de la matrícula femenina, sin duda facilitó también la contratación de mujeres para la docencia.

TABLA 10. PERSONAL DOCENTE DEL INSTITUTO EN LOS CURSOS 1928-1929, 1930-1931 Y 1932-1933

Curso 1928-1929

Catedráticos numerarios

Ángel Maseda Madrid (Dibujo)

Narciso Puig Soler (Física y Química)

Benigno Baratech Montes (Matemáticas)

Emilio Aranda Toledo (Latín)

Juan Nogués Aragonés (Francés)

Curso 1930-1931

Catedráticos numerarios

Narciso Puig Soler (Física y Química)

Benigno Baratech Montes (Matemáticas)

Juan Nogués Aragonés (Francés)

José María Albareda Herrera (Agricultura)

Leoncio Gómez Vinuesa (Historia Natural)

Juan Tormo Cervino (Geografía e Historia)

Ramón Díaz-Delgado Viaña (Filosofía)

Curso 1932-1933

Catedráticos numerarios

Benigno Baratech Montes (Matemáticas)

Juan Nogués Aragonés (Francés)

Leoncio Gómez Vinuesa (Historia Natural)

Juan Tormo Cervino (Geografía e Historia)

Basilio Laín García, presbítero (Latín)

Agustín del Saz Sánchez (Lengua y Literatura)

Jesús Mendiola Ruiz (Física y Química)

Juan Bonet Bonell (Filosofía)

José Nieto Senosiáin (Matemáticas)

José María Albareda Herrera (Agricultura, pensionado)

Auxiliares

Luis Mur Ventura (Letras)

Trinidad Fernández Iglesias (Idiomas)

Octavio Zapater Carceller (Ciencias)

Profesores especiales

Joaquín Monrás Casanova (Caligrafía y Educación Física)

Jacinto Peré Vidaller, presbítero (Religión)

Profesores ayudantes numerarios

Ricardo del Arco Garay (Letras)

Donaciana Cano Iriarte (Ciencias)

Manuel Ontañón Valiente (Ciencias)

Mariano Burriel (Letras)

Basilio Laín García (Latras)

Profesores interinos

Ana Viada Moraleda (Mecanografía y Taquigrafía)

Agustín Martínez Olalla (Inglés)

Auxiliares

Luis Mur Ventura (Letras)

Trinidad Fernández Iglesias (Idiomas)

Octavio Zapater Carceller (Ciencias)

Ricardo del Arco Garay (Letras)

Jesús Gascón de Gotor (Dibujo)

Profesores especiales

Joaquín Monrás Casanova (Caligrafía y Educación Física)

Jacinto Peré Vidaller, presbítero (Religión)

Ana Viada Moraleda (Mecanografía y Taquigrafía)

Profesores ayudantes numerarios

Donaciana Cano Iriarte (Ciencias)

León Marquínez Isasi (Ciencias)

Estanislao Tricas Sipán, presbítero (Letras)

Basilio Laín García (Letras)

Profesores interinos

Agustín Martínez Olalla (Inglés)

Auxiliares

Luis Mur Ventura (Letras)

Trinidad Fernández Iglesias (Idiomas)

Octavio Zapater Carceller (Ciencias)

Ricardo del Arco Garay (Letras)

Jesús Gascón de Gotor (Dibujo)

Profesores especiales

Joaquín Monrás Casanova (Caligrafía y Educación Física)

Ana Viada Moraleda (Mecanografía y Taquigrafía)

Profesores ayudantes numerarios

Donaciana Cano Iriarte (Ciencias)

León Marquínez Isasi (Ciencias)

Estanislao Tricas Sipán, presbítero (Letras)

Profesores ayudantes interinos

Fidel Iguácel Berges (Educación Física)

Enriqueta Espín Acín (Dibujo)

Mariano Burriel (Letras)

CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO QMQ
LOS

El problema de las cátedras vacantes, evidentemente, tenía al menos dos lecturas. La primera, la que más preocupaba al catedrático y director, era la del descrédito y el desdoro que suponía para un centro de segunda enseñanza el constante ir y venir de los auténticos y legítimos propietarios del saber. Con motivo de las fiestas de San Lorenzo de 1929 El Diario de Huesca invitó al personal político más relevante de la ciudad en aquellos días408 a escribir una carta pública para dar cuenta de las cuestiones que, a juicio de aquellos doctos varones, podían considerarse más candentes o preocupantes en los ámbitos de sus respectivas responsabilidades. Baratech escribió:

¿Cómo impedir que haya tanta vacante? Dando estabilidad al profesorado y para esto, aparte de las disposiciones que pudiera adoptar la Superioridad con carácter general, haciendo que en Huesca encuentre el catedrático alguna ventaja económica que no halle en muchas de las ciudades en que están instalados otros institutos. Es la única solución, porque pensar que de otro modo se va a retener en Huesca a un catedrático que no posea aquí arraigados afectos o intereses, es ser demasiado optimista. Aun los que somos considerados fijos en Huesca, pudiera ser que algún día dejáramos de serlo.

Toda una declaración de intenciones que albergaba implícito un considerable hartazgo del campo profesional ante las políticas educativas desplegadas por el Directorio Civil que a Baratech, a esas alturas, le resultaba difícil disimular. Como decíamos, el problema de las vacantes tuvo una segunda lectura que —es de suponer— a Baratech le preocupó menos, aunque no dejaba de disgustarle. Y es que a lo largo de toda la década, pero especialmente a partir del curso 1924-1925, la incorporación de nuevo profesorado ayudante, especial y auxiliar acabó provocando un auténtico desembarco de elementos muy destacados del lobby católico en el Instituto.409 En particular, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNdP) contó con una significativa presencia en el claustro desde 1927,

408. Comparecen, con foto y firma, Fernando Rivas García, gobernador civil; Manuel Banzo Echenique, presidente de la Diputación; Vicente Campo Palacio, alcalde; Sebastián Gómez Velasco, jefe de Obras Públicas; Enrique de las Cuevas Rey, jefe forestal; Francisco Lluch Viada, delegado de Hacienda, y Benigno Baratech, director del Instituto (El Diario de Huesca, 10 de agosto de 1929).

409. Los inicios del combate católico en pos de la llamada libertad de enseñanza dieron comienzo de forma declarada durante la dictadura con un variopinto movimiento asociativo que acabó eclosionando en 1930 con la creación de la poderosa Federación de Amigos de la Enseñanza, fundación del jesuita Enrique Herrera Oria, el marianista Domingo Lázaro y el presidente de la Institución Teresiana, Pedro Poveda. Detrás del tsunami católico, como factótum local, se situó el entonces obispo, el agustino fray Mateo Colom Casals, asistido por su secretario y canciller Estanislao Tricas Sipán.

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO QMR

lo que le permitió desarrollar una labor de apostolado, discreta pero eficaz, entre el alumnado del centro. Uno de sus más notables adalides fue el presbítero Estanislao Tricas Sipán (1882-1950), doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza, que llegó a Huesca procedente de la diócesis de Jaca en 1925, tras obtener una canonjía en la catedral oscense, y se convirtió en la mano derecha del obispo Mateo Colom. Tricas fue director espiritual de la ACNdP e impulsor de Jóvenes de Acción Católica en la ciudad a partir de 1930. En el Instituto ejerció la docencia como auxiliar de Letras desde 1926 y colaboró estrechamente, en temas docentes y extradocentes, con los concuñados —y reputados auxiliares como él— Ricardo del Arco Garay y Luis Mur Ventura —este último también destacado propagandista, como su pariente zaragozano José María Sánchez-Ventura—.

Otro submarino del propagandismo católico oscense en el Instituto fue Octavio Zapater Carceller (1886-1957), doctor en Ciencias por la Universidad de Zaragoza que compaginó su trabajo en la Sección Provincial de Estadística —de la que fue máximo responsable desde 1925 hasta su traslado a la de Zaragoza, en 1941— con la docencia en la segunda enseñanza desde 1915, primero como profesor ayudante de Ciencias y a partir de 1923 con el rango de auxiliar numerario. Zapater, que se destacaría en 1936 como férvido miliciano de Acción Ciudadana en la ciudad, fue secretario de la ACNdP en Huesca y formó parte de su núcleo fundacional seglar junto con propagandistas como Ignacio Claver, José María Lacasa, Sixto Muzás, Félix Idoipe o León Marquínez Isasi (1902-1967).410 Este último se incorporó también como profesor ayudante interino de Ciencias al claustro del Instituto en 1927 y obtuvo la condición de auxiliar numerario después de la guerra. Tricas —apoyado por su fiel escudero Zapater— se convirtió en un auténtico quintacolumnista de los intereses de la enseñanza privada católica instigando todas las campañas desatadas desde el cabildo en defensa de la libertad de enseñanza y presentándose —o dejándose presentar— como el catedrático que no era. Esta confusión —consentida o pretendida— le valió varios

410. Estas informaciones, en el boletín A. C. N. de P., año V, 49 (5 de marzo de 1928). En él se incluye la memoria del primer año de funcionamiento de la asociación, que fue redactada por Octavio Zapater y leída en una asamblea regional del centro de Zaragoza que tuvo lugar el 22 de febrero de 1928 en Huesca, en la residencia de los jesuitas, bajo la presidencia del prelado oscense y presidente de la Asociación Ángel Herrera y con asistencia de representantes de los centros de Zaragoza, Huesca y Tarazona. Al final de esa memoria se dice textualmente: «¿Proyectos? Muchas son las necesidades que en nuestra población se dejan sentir relativas a la Acción Social Católica; pero me limitaré a señalar como más urgentes el fortalecimiento de la Juventud Católica y el renacimiento de estas dos Asociaciones: la de Estudiantes Católicos y la de Padres de Familia. Qué Dios nos dé acierto y alientos para que pronto se conviertan en realidad».

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO QMS

desencuentros con algunos catedráticos, especialmente con Victoriano Rivera y con el propio Benigno Baratech, que tuvieron su eco en la prensa local.

Con todo, el Instituto oscense de los años veinte estuvo muy lejos de ser únicamente una suerte de centro alentador de vocaciones eclesiásticas. El hecho de que el establecimiento se convirtiera en un escenario para la discusión y la confrontación abierta de ideologías y creencias no solo no constituía un hecho negativo en sí mismo, sino que en buena medida ponía de manifiesto la naturaleza esencialmente pública —y por tanto laica— del centro educativo. Aquellos años, como lo serían los de la República, fueron posiblemente los más vivos, creativos y tumultuosos —en el mejor sentido del término— de su historia, y todo ello tuvo mucho que ver, amén de con otras consideraciones estructurales o de más amplio contexto, con el rejuvenecimiento de su profesorado (la edad media de los claustrales no superaba los cuarenta años) y con la feminización de su alumnado (en menor escala de su profesorado), y se tradujo en un incremento considerable de las lecciones prácticas y del excursionismo y en el más que notable desempeño pedagógico que llevaron a cabo profesores como Victoriano Rivera Gallo, Eduardo Gómez Ibáñez, Juan Tormo Cervino o Leoncio Gómez Vinuesa.411

Lo dicho, empero, no debería ocultar ni maquillar el hecho de que, en aquella atmósfera ciertamente rica y compleja, la plástica coalición prácticodiscursiva entre erudición conservadora y herencia levítico-sertoriana, consolidada como seña de identidad del establecimiento, adquiriera también una neta dimensión política en los años de la dictadura y en el marco de ese ensayo general del nacionalcatolicismo que el periodo alumbró. Sin duda alguna esa remozada nueva derecha católica y autoritaria que nos ha venido ocupando en estas páginas no dudó en aprovechar los réditos que pudieran obtenerse dotando de sentido la llamada herencia sertoriana. En fin, si se analiza con cierto detenimiento y perspectiva el quién es quién del claustro del Instituto oscense —denominado Ramón y Cajal desde 1934— al final del curso 1935-1936, la verdad es que había pocas razones para temer por la integridad espiritual de los bachilleres o considerar que la segunda enseñanza oficial pudiera ser considerada un espacio abonado para la propaganda izquierdista, antirreligiosa o disolvente en la ciudad del Isuela. Evidentemente, otros no lo vieron así.

411. Gómez Vinuesa, nacido en Sevilla en 1896, llegó a Huesca en 1930 como catedrático de Historia Natural en sustitución de Rivera y fue secretario de Baratech en el curso 1930-1931. Había sido ayudante de laboratorio en el Instituto Cajal y durante dos años profesor aspirante de Ciencias Naturales en el Instituto-Escuela de Madrid. También fue becado por la JAE. Azañista y miembro de Acción Republicana desde 1932, hubo de exiliarse en México en 1941. Regresó al Instituto de Valladolid en 1960 (AGA, 32/16756).

CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO QMT
LOS

ZARAGOZA, EL INSTITUTO GOYA Y LOS AMENES DEL BACHILLERATO TRADICIONAL

Transcurridos los años de la República, Benigno Baratech fue nombrado catedrático de Matemáticas del Instituto Goya de Zaragoza en virtud de traslado y por Orden de 4 de marzo de 1936. Marchó a esa ciudad con su familia y se incorporó a su nuevo destino a comienzo del curso 1936-1937, en el mes de octubre, en plena guerra. Sustituyó en aquella cátedra a su admirado Francisco Cebrián, que había sido brillante director del establecimiento zaragozano desde 1931 y que, a su vez, había obtenido traslado al Cardenal Cisneros de Madrid meses antes de producirse el golpe militar. Terminada la guerra y con todos los Baratech Zalama residiendo en Zaragoza (Carmen trabajó desde 1938 en la Normal zaragozana), el oscense fue nombrado interventor del Instituto, dentro del equipo que dirigía el conocido catedrático de Lengua y Literatura Miguel Allué.412 La derecha católica autoritaria de procedencia cedista controló la dirección del Goya hasta los años sesenta. De hecho, tres personas de la misma generación y la misma procedencia ideológica dirigieron el centro hasta 1958: Miguel Allué Salvador, el catedrático de Agricultura y farmacéutico Félix García López y Benigno Baratech (Ansón, 2011). El último de los tres, Baratech, se jubiló en febrero de 1958 tras un corto periodo de apenas un año. El ministro de Educación Nacional, el falangista Jesús Rubio García-Mina, le otorgó la Encomienda de Alfonso X el Sabio.

Su despedida de la profesión coincidió con el abandono definitivo del viejo caserón de la antigua Universidad Literaria y la inauguración del nuevo Instituto, muy próximo a la Gran Vía zaragozana, emblema de la modernidad y el predesarrollismo franquista, en octubre de 1958. Era todo muy premonitorio, y es que nada iba a ser ya como antes: aquellas jubilaciones de la generación de los catedráticos nacidos con el siglo anunciaban a voces el fin del bachillerato tradicional y el canto del cisne de una corporación profesional.

Cuando a una vetusta institución como la más que centenaria tradición de los catedráticos de instituto le llega la hora de desaparecer su agonía suele ser lenta, contradictoria, y deja como legado un reguero de influencias contrapuestas inherentes a los que fueron guardianes de la tradición y esclavos

412. La trayectoria profesional y política del zaragozano Miguel Allué Salvador (1885-1962) tuvo no pocas concomitancias con la de Baratech: fue director del Instituto entre 1918 y 1931, pieza clave del upetismo aragonés y alcalde de Zaragoza entre 1927 y 1929, y después ocupó, como se ha dicho ya, una dirección general en el Ministerio de Instrucción Pública de Eduardo Callejo. En el franquismo presidió la comisión depuradora del magisterio zaragozano y, además de recuperar la dirección del Instituto, fue presidente de la Diputación entre 1936 y 1940. Como colofón, fue condecorado con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio.

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO
QMU

LOS CATEDRÁTICOS DEL REGENERACIONISMO

de la rutina. La quiebra del campo profesional, empero, vino precedida por una crisis, una situación irresoluta en la que lo viejo no acababa de morir y lo nuevo no terminaba de nacer, parafraseando una vez más a Gramsci. Tal crisis se mostró ya con toda claridad en los años sesenta. Fue en el contexto ineludible de la transición rápida entre los modos de educación cuando tuvo lugar un auténtico terremoto corporativo que se expresó inicialmente como una suerte de revolución silenciosa: 413 una vertiginosa expansión de la escolarización, los centros y las plantillas docentes y un consiguiente y progresivodeterioro de la función elitista asumida hasta entonces por la corporación. En plena dictadura franquista, la legitimación carismática o tradicional fue cediendo ante la razón burocrática y tecnocrática.

En definitiva, el bachillerato dejó atrás su pasado elitista para mutar en un modo de educación tecnocrático de masas en el que los centros, el alumnado, los planes de estudio y, obviamente, el profesorado han experimentado grandes transformaciones. Pero el pasado pasa y pesa, y no es difícil hallar tras ellas los ecos de la añeja segunda enseñanza, encarnada en el ethos de sus docentes y en los códigos disciplinares que siguen reproduciendo en los institutos actuales. No en vano la educación constituye un fenómeno cultural complejo situado en el tiempo largo, un fenómeno que no es inmune a los cambios sociales ni a las reformas inducidas desde el poder, pero que tampoco es capaz de hacer tabula rasa de su pasado.

413. El término fue acuñado por Manuel Utande Igualada (1956) para hacer referencia a los efectos de las reformas operadas en la enseñanza media a partir de la Ley de 1953. Un uso más amplio y con mayor perspectiva, en Utande (1982).

QMV

ANEXOS

ÍNDICE

I

CATEDRÁTICOS DEL INSTITUTO DE HUESCA ENTRE 1845 Y 1990

La lista que se ofrece a continuación, ordenada por materias y cronológicamente (entre paréntesis se indican los años de desempeño en el Instituto de Huesca), incluye únicamente a los catedráticos numerarios por oposición que ejercieron la docencia en el Instituto desde su origen hasta 1990, momento en el cual, como consecuencia de la aprobación de la LOGSE, se produjo la extinción del valetudinario cuerpo de catedráticos de instituto y la creación del nuevo cuerpo de profesores de secundaria. Obviamente, la lista completa de los profesores y las profesoras que pasaron por el Instituto tendría que incluir otras muchas categorías de docentes: el profesorado llamado especial, auxiliar y ayudante, así como las adjuntías y las agregadurías de épocas más recientes.

Las denominaciones de algunas materias y especialidades impartidas por los catedráticosexperimentaron numerosos cambios a lo largo de los casi ciento cincuenta años que aquí nos ocupan. Las disciplinas académicas se comportan históricamente como organismos vivos (nacen, evolucionan, se transforman, desaparecen, se fagocitan unas a otras, se desgajan, compiten, se aíslan, se emparejan o forman tríos e incluso comunas) (Viñao, 2012). Por ello no es infrecuente que muden de denominación y de apariencia a lo largo del tiempo. En ocasiones, aunque no necesariamente, estos cambios nominales acompañan procesos de depuración, reestructuración y jerarquización de conocimientos y prácticas escolares; así pues, cabría afirmar que existen procesos de disciplinarización —es decir, de progresiva conversión de materias, discursos y prácticas escolares en disciplinas académicas, como pudo ser el caso de Ciencias Naturales, Física y Química e incluso Lengua y Literatura Españolas— y de desdisciplinarización —como ocurrió con Latinidad y Humanidades, con Retórica y Poética o, más recientemente, con Geografía e Historia, diluida ahora en una suerte de protodisciplina llamada Ciencias Sociales—.

En todo caso, la propiedad de las materias de enseñanza en manos del cuerpo de catedráticos quedó bien definida en el pernio del siglo XIX al XX y ha pervivido de modo casi invariable por lo que se refiere a las disciplinas del tronco curricular (Latín, Griego, Lengua y Literatura Españolas, Geografía e Historia, Filosofía, Matemáticas, Física y Química y Ciencias Naturales), mientras que en un espacio intermedio y más inseguro estaban otras disciplinas adjudicadas a los llamados profesores especiales (Dibujo, Francés, Religión, Caligrafía, Gimnasia, etcétera),

QNP ÍNDICE

algunas de las cuales acabaron por convertirse en cátedras (singularmente las de Dibujo, Francés e Inglés). La figura del profesor especial desapareció definitivamente en 1958, año en el que se confeccionó también el primer escalafón del cuerpo de profesores adjuntos de instituto. La categoría docente de profesor adjunto numerario, surgida en 1942, terminó con el auténtico dédalo de las antiguas denominaciones de auxiliar, ayudante, encargado de curso y profesorde instituto local al englobarlas a todas ellas para los años cuarenta y cincuenta. A partir de 1967, fecha de la primera oposición, los adjuntos pasaron a llamarse agregados. Tras la LGE de 1970 el colectivo de agregados se multiplicó exponencialmente, de modo que se convirtió en un trampolín primero para el acceso restringido y directo por concurso a la cátedra y luego, tras la desaparición del cuerpo de catedráticos con la LOGSE, para la adquisición de la condición de catedrático. En la nómina que sigue no se incluyen estas últimas situaciones administrativas.

Nota final: Para facilitar la consulta se han dispuesto las diferentes especialidades agrupadas temáticamente —por áreas de conocimiento—, respetando en todo caso la sucesión cronológica.

ÁREA DE LENGUAS CLÁSICAS Y ESPAÑOLA

Catedráticos de Clásicos Latinos

José María Rodríguez Segarra (1856)

Catedráticos de Latinidad y Humanidades

Pedro Novellas (1856)

Vicente Calvo (1856-1862)

Catedráticos de Latín y Castellano

Saturnino Fernández (1846-1856)

Bartolomé Beato Sánchez (1847-1849)

Bruno Alonso Ruiz (1856-1858)

Ramón Belart (1862)

Javier de Rota (1862)

Antonio Aquilué Galán (1862-1885)

José María Sancho (1863-1866)

Mariano Cándido Campo Micas (1865-1870)

Cosme Blasco y Val (1868-1877)

Martín Puértolas Sesé (1878-1886)

Víctor Ozcáriz Lasaga (1886-1887)

Catedráticos de Lengua Latina

Emilio Aranda Toledo (1887-1888)

Gregorio Castejón Ainoza (1888-1892)

Miguel Eyaralar Elía (1897-1912)

Daniel Fraga Aguilar (1912-1913)

José Marchena Colombo (1914)

Francisco Giménez Lomas (1914-1917)

Luis Martínez Soler (1918)

Bartolomé Bosch Samsó (1919-1920)

Antonio Roca Várez (1921-1922)

Guillermo Monzón González (1923-1927)

ANEXOS QNQ

Basilio Laín García (1931-1942)

Miguel Dolç Dolç (1945-1955)

Montserrat Ortiz (1962-1964)

José Solans Serra (1967-1969)

José Rubio Fernández (1969-1970)

Fernando Mateos Martín (1977-1981)

Antonio Labajos Sánchez (1981-1982)

Joaquín Martínez Díez (1983-1984)

Catedráticos de Retórica y Poética

Julián Pérez Muro (1851)

Francisco Antonio Calero (1851-1856)

Manuel González Solana (1857)

Ramón Sans Rives (1863-1865)

Manuel López Bastarán (1867-1907)

Catedráticos de Lengua y Literatura Españolas

Aureliano García Serrano (1909-1911)

José Balcázar y Sabariegos (1911-1915)

Eduardo Juliá Martínez (1917-1919)

Samuel Gili Gaya (1919-1920)

Agustín del Saz Sánchez (1932-1935)

José Pérez Gómez (1935-1936)

Blanca González Escandón (1942-1945)

María Dolores Cabré Montserrat (1949-1959)

Ángela Martín Casabiel (1961-1988)

María Pilar Pueyo Casáus (1967-1970)

Antonio Sancho Hernández (1976-1979)

María Auxiliadora Jaime Sisó (1989-2019)

Catedráticos de Lengua Griega

Serafín Agud Querol (1944-1945)

Juan José Torres Esbarranch (1964-1970)

Marceliano Pérez Fernández (1971-1977)

Socorro Ramos Mariñas (1981-1986)

ÁREA DE LENGUAS EXTRANJERAS

Profesores especiales y catedráticos de Lengua Francesa

José Orfois (1859-1862)

Carlos Soler Arqués (1862-1870)

Julián Bosque Aniento (1870-1872)

Víctor Kolly Blanco (1872-1885)

Eduardo Palacio Fontán (1907)

Eumenio Rodríguez Rodríguez (1907-1913)

Francisco Sales Meilhon (1913-1916)

Mariano Martínez Jarabo (1915-1921)

Hilario Ducay Hidalgo (1922-1925)

Juan Nogués Aragonés (1928-1936)

Eduardo Vázquez Bordás (1943-1963)

Eduardo Fernández Montes (1965-1974)

Rosa Jordana Laguna (1983-2000)

ANEXOS QNR

Catedráticos de Inglés

María Paz Díez Sevillano (1970-1972)

José Antonio Gómez Peñuelas (1975-1979)

Ángeles Medina Puerta (1982-1983)

José Luis Martínez García (1983-1986)

Mariano Aísa Allué (1989-1992)

ÁREA DE FILOSOFÍA

Catedráticos de Psicología y Lógica

Manuel de la Rosa y Ascaso (1851-1852)

Catedráticos de Psicología, Lógica y Filosofía Moral

Vicente Ventura Solana (1851-1892)

Catedráticos de Psicología, Lógica, Ética y Rudimentos del Derecho

Gregorio Castejón Ainoza (1892-1922)

Francisco Martínez García (1922)

Antonio Álvarez de Linera Grund (1923)

Catedráticos de Filosofía

Honorato Pinedo Amigorena (1928-1929)

Ramón Díaz Delgado (1930-1932)

Juan Bonet Bonell (1932-1936)

Josefina García Gainza (1962-1965)

Jerónimo Fané (1967-1969)

Juan Tomás Pastor (1969-1970)

David Montero Bosch (1975-1978)

Diego Aísa Moréu (1979-2006)

ÁREA DE GEOGRAFÍA E HISTORIA

Catedráticos de Geografía e Historia

José Julio de la Fuente Condón-Bueno (1851-1861)

Antonio Vidal Domingo (1862-1891)

Joaquín López Correa (1891-1901)

Gabriel Llabrés Quintana (1902-1907)

Pedro Aguado Bleye (1909-1911)

Eloy Rico Rodríguez (1911)

José Gaspar Vicente (1911-1924)

Eduardo Gómez Ibáñez (1926-1928)

Juan Tormo Cervino (1931-1946)

Joaquín Sánchez Tovar (1946-1986)

Gregoria Latorre Perisé (1986-1987)

María Dolores Pérez (1987-1989)

Juan Mainer Baqué (1989-2018)

ÁREA DE CIENCIAS FÍSICO-QUÍMICAS Y NATURALES

Catedráticos de Física e Historia Natural

Godofredo Latorre (1854-1855)

Jacinto Montells y Nadal (1855-1856)

ANEXOS QNS

Catedráticos de Historia Natural

Serafín Casas y Abad (1862-1896)

Eugenio Aulet Soler (1897-1904)

Rafael Blanco Juste (1904-1905)

Pedro Romeo García (1905-1917)

Emiliano Castaños Fernández (1917-1919)

Enrique Álvarez López (1920-1923)

Victoriano Rivera Gallo (1923-1928)

Leoncio Gómez Vinuesa (1930-1932)

Emilio Español Acirón (1932-1936)

Catedráticos de Ciencias Naturales

Álvaro García Velázquez (1943-1949)

Luis Lafarga Castells (1953-1982)

Carlos Pérez-Íñigo Mora (1984-1986)

Catedráticos de Física y Química

Canuto Ortiz de Zárate y Aguirre (1889-1902)

Luis Buil Bayod (1902-1905)

Narciso Puig Soler (1906-1931)

Jesús Mendiola Ruiz (1932-1936)

Ramón Martín Blesa (1942-1961)

Rafaela Cámara Rodrigo (1967-1977)

Catedráticos de Agricultura

Manuel García García (1883-1891)

Joaquín Pío Diego Madrazo Racaj (1892)

Pedro Romeo García (1882-1917)

Juan Pablo Soler Carceller (1905-1921)

Jaime Gálvez Muñoz (1922-1923)

José María Albareda Herrera (1928-1934)

Ángel Gabetas Loshuertos (1934-1936)

ÁREA MATEMÁTICA

Catedráticos de Matemáticas

Mauricio María Martínez Herrero (1851-1892)

José Sanz Tarazona (1862-1863)

Manuel Labajo Pérez (1866-1871)

José María Villafañe y Viñals (1871-1881)

Ángel Fernández Enciso (1881-1908)

Manuel Rus Martínez (1906-1908)

Ignacio Puig Aliés (1908-1913)

Francisco Cebrián Fernández de Villegas (1911-1916)

Manuel García Molina Martel (1913-1916)

Francisco Romeo Aparicio (1917-1920)

Benigno Baratech Montes (1915-1936)

José Nieto Senosiáin (1932-1936)

Francisco Cebrián Fernández de Villegas (1941-1947)

Pedro Servera Avellanas (1964-1967)

Víctor Manuel Onieva Aleixandre (1967-1970)

Carlos García Gil (1971-1982)

María Teresa Callaved Riazuelo (1967-2009)

ANEXOS QNT

ÁREA

DE DIBUJO

Profesores especiales, auxiliares y catedráticos de Dibujo414

León Abadías de Santolaria* (1866-1869)

Félix Lafuente Tobeñas (1893-1903)

Ramiro Ros Ráfales* (1903-1905)

Ignacio Díaz Olano (1905-1906)

Anselmo Gascón de Gotor (1908-1924)

Ángel Maseda Madrid* (1926-1930)

Jesús Gascón de Gotor (1925-1936)

Vicente Vallés Valle* (1954-1988)

414. Estos últimos, señalados con asterisco.

ANEXOS QNU

DIRECTORES DEL INSTITUTO DE HUESCA DESDE 1845

Eugenio de Ochoa y Montel415 (1845-1846)

Vicente Ventura Solana (1846-1847)

Julián Pérez Muro (1847-1851)

Vicente Ventura Solana (1851-1862)

Ramón Sans Rives (1863-1865)

Mauricio María Martínez Herrero (1866-1868)

Mariano Cándido Campo Micas (1868-1870)

Manuel López Bastarán (1870-1884)

Vicente Ventura Solana (1884-1885)

Manuel López Bastarán (1885-1907)

Ángel Fernández Enciso (1907-1908)

Juan Pablo Soler Carceller (1908-1919)

Mariano Martínez Jarabo (1919-1921)

Gregorio Castejón Ainoza (1921-1922)

Benigno Baratech Montes (1922-1932)

Juan Bonet Bonell (1932-1933)

Agustín del Saz Sánchez (1933-1934)

José Nieto Senosiáin (1934-1936)

José Pérez Gómez (1936)

Juan Tormo Cervino (1937-1939)

Basilio Laín García (1939-1942)

Juan Tormo Cervino (1942-1946)

Álvaro García Velázquez (1946-1949)

Miguel Dolç Dolç (1950-1955)

Ramón Martín Blesa (1955-1962)

Joaquín Sánchez Tovar (1962-1977)

Antonio Sancho Hernández (1977-1979)

Luis Lafarga Castells (1979-1982)

María Teresa Callaved Riazuelo (1982-1985)

415. Jefe político de la provincia de Huesca desde el 9 de mayo de 1845. En su ausencia y en su representación, Felipe Nasarre recibió el 9 de septiembre de 1845, de la mano del último rector, Jorge Sichar y Salas, el edificio de la Universidad de Huesca, convertido ya en sede del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza.

II
QNV
ÍNDICE

Pedro Oliván Viota (1985-1988)

José Begué Arbej (1989-1992)

Natividad Mendiara Callén (1992-1996)

Eduardo Mur Pomar (1996-2000)

Cristina Boada Apilluelo (2000-2007)

Rosa Boned Benito (2007-2014)

Lorenzo Mur Sangrá (2014-2017)

Amparo Roig Guijarro (2017-)

ANEXOS QOM

III

ANALFABETISMO EN LA PROVINCIA DE HUESCA EN 1930

POR PARTIDOS JUDICIALES416

El porcentaje provincial de analfabetos en 1930 era extraordinariamente elevado: ascendía al 38,51%, que correspondía a 93579 individuos (40866 varones y 52713 mujeres). El analfabetismo tuvo sexo, dadas las diferencias existentes, unas diferencias que se acusaban más cuanto más ruralizadas estaban las comarcas. Analizados estos datos por partidos judiciales, se observan notables contrastes.

PARTIDO DE BARBASTRO

28679 habitantes: 14289 varones y 13689 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 36,36%

Analfabetismo masculino: 32,22%

Analfabetismo femenino: 40,68% (diferencial: +8,46%)

En la capital, Barbastro, los porcentajes se atenuaban bastante:

6601 habitantes: 3254 varones y 3347 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 22,087%

Analfabetismo masculino: 19,54%

Analfabetismo femenino: 24,55% (diferencial: +5%)

PARTIDO DE BENABARRE

23019 habitantes: 12148 varones y 10871 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 41,86%

Analfabetismo masculino: 34,68%

Analfabetismo femenino: 49,90% (diferencial: +15,22%)

PARTIDO DE BOLTAÑA

27403 habitantes: 14240 varones y 13163 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 37%

Analfabetismo masculino: 27,34%

Analfabetismo femenino: 47,54% (diferencial: +20,2%)

416. Datos recogidos en 2008 por el historiador —y entonces profesor de Historia del IES Ramón y Cajal— José María Azpíroz Pascual para la exposición El IES Ramón y Cajal: un centro con mucha historia (1845-1936)

QON
ÍNDICE

PARTIDO DE FRAGA

27015 habitantes: 14007 varones y 13008 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 50,67%

Analfabetismo masculino: 45,88%

Analfabetismo femenino: 55,82% (diferencial: +9,94%)

Estas cifras se debieron a la presencia constante de gran cantidad de jornaleros del campo. En el núcleo urbano de Fraga aún se agudizaban más los contrastes:

7307 habitantes: 3774 varones y 3623 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 56,41%

Analfabetismo masculino: 51,45%

Analfabetismo femenino: 61,57% (diferencial: +10,12%)

PARTIDO DE HUESCA

51950 habitantes: 27000 varones y 24950 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 33,94%

Analfabetismo masculino: 29,04%

Analfabetismo femenino: 39,22% (diferencial: +9,18%)

En Huesca capital:

14632 habitantes: 7145 varones y 7484 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 23,77%

Analfabetismo masculino: 20,10%

Analfabetismo femenino: 27,28% (diferencial: +7,18%)

PARTIDO DE JACA

36977 habitantes: 19608 varones y 17369 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 31,32%

Analfabetismo masculino: 22,81%

Analfabetismo femenino: 40,93% (diferencial: +18,12%)

En la ciudad de Jaca:

7056 habitantes: 4111 varones y 2945 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 21,03%

Analfabetismo masculino: 14,44%

Analfabetismo femenino: 30,22% (diferencial: +15,78%)

PARTIDO DE SARIÑENA

23178 habitantes: 12024 varones y 11154 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 41,69%

Analfabetismo masculino: 36,77%

Analfabetismo femenino: 46,97% (diferencial: +10,2%)

PARTIDO DE TAMARITE DE LITERA

24538 habitantes: 12867 varones y 11671 mujeres

Tasa general de analfabetismo: 43,21%

Analfabetismo masculino: 37,26 %

Analfabetismo femenino: 49,76% (diferencial: +12,50%)

ANEXOS QOO

ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

Archivo del Instituto Ramón y Cajal de Huesca

Archivo General de la Administración – Archivo Central del Ministerio de Educación (AGA)

Archivo Histórico Provincial de Huesca – Fondo del Instituto de Huesca (AHPHu)

Archivo Universitario de Zaragoza (AHUZ)

Biblioteca Nacional de España (Madrid) (BNE)

Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca

FUENTES HEMEROGRÁFICAS Y OTRAS

El Diario de Huesca (http://hemeroteca.diariodelaltoaragon.es)

Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España (http://www.bne.es/es/Catalogos/HemerotecaDigital)

Biblioteca digital Memoria de Madrid: publicaciones periódicas (http://www.memoriademadrid.es)

Gazeta de Madrid: colección histórica (1661-1959) (https://www.boe.es/buscar/gazeta.php)

Fondo documental del Instituto Nacional de Estadística: anuarios de España (https://www.ine.es/inebaseweb/25687.do)

Escalafones de catedráticos y profesores de segunda enseñanza (véase la bibliografía)

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ÍNDICE ONOMÁSTICO

Abadías de Santolaria, León, 78n, 80, 104, 114n, 135, 161, 165, 170-177, 209, 212215, 222n, 241, 298, 299, 418

Abarca de Bolea, Pedro Pablo, conde de Aranda, 229, 329, 330

Acín, Fernando, 302

Acín Aquilué, Ramón, 93, 134n, 235n, 247n, 264, 287n, 342, 343, 349-352, 353n, 385, 392, 393, 395n, 396, 398n

Aguado Bleye, Pedro, 231, 267, 273, 297, 301, 321n, 323n, 330, 331n, 345-347, 378, 381, 416

Aguiló i Fuster, Mariano, 178, 321

Ahn, Johann Franz, 280n

Aísa, Antonio, 152

Aísa, José María, 267, 332n

Alaiz, Felipe, 93, 218, 352, 353n

Alamán, Ramón, 169n

Alba Bonifaz, Santiago, 78, 143, 423

Albareda Herrera, José María, 170n, 297, 365n, 386n, 394n, 402-404, 417

Albasini Laucas, Rodolfo, 155

Alcalde Fernández, Ángel, 135n, 423

Alcover, Antoni Maria, 322

Alcusón Sarasa, Antonio, 268n, 287n, 394n, 423, 424

Alda y Sancho, Vicente, 113n, 165n, 171, 172n

Aleixandre Ferrandis, Vicente, 386

Alins Rami, Laura, 33, 36n, 37, 37n, 39, 41, 43, 424

Allué, Joaquina, 251n

Allué, Manuel, 56n

Allué Salvador, Miguel, 370n, 403n, 408, 408n

Almazán García, Carmen, 246

Almazán García, Concepción, 246

Alomar Villalonga, Gabriel, 321n

Alonso, Dámaso, 279n

Alonso Colmenares, Juan, 132

Alonso Ruiz, Bruno, 129n, 149, 153n, 414

Alonso Valdespino, Camilo, 109n, 129-130, 132, 214

Altamira y Crevea, Rafael, 205, 253n, 326, 333

Álvarez, Buenaventura, 175n

Álvarez de Morales, Antonio, 31n, 424

Álvarez López, Enrique, 288, 384, 384n, 417

Álvarez Mendizábal, Juan de Dios, 43

Alvira Banzo, Fernando, 175n, 264n, 424

Amadeo de Saboya, 176

Amor Rolán, Emilio, 393, 402

Amorós Portolés, José Luis, 324n, 426

Andolz Canela, Rafael, 375

Andrés Catalán, Pedro, 321

Ansón Navarro, Antonio, 371n, 391, 408, 424

Antillón y Marzo, Isidoro de, 385, 385n

Aparicio Servino, María Concepción, 238

Aquilué Domínguez, Daniel, 85n, 424

Aquilué Galán, Antonio, 38, 54, 80, 104, 108115, 130, 133, 133n, 135, 138, 141, 154n, 156, 157, 159, 168, 175, 179, 180, 218, 220n, 269, 414

Ara Torralba, Juan Carlos, 86n, 121, 126n, 142, 157, 161, 162, 165n, 166n, 173, 186, 187, 209, 212n, 221n, 222n, 244, 247n, 255n, 284, 300, 309, 392n, 424

Aranda Toledo, Emilio, 404, 414

Araque Hontangas, Natividad, 355n, 400n, 424

Arbizu, Vicente, 233

Arcas, Juan, 56n, 152

Arco Garay, Ricardo del, 36, 36n, 46n, 166n, 197n, 214n, 217, 222n, 244, 245, 260, 267, 268, 270, 274, 274n, 276, 284n, 319, 332, 346, 378-385, 392-394, 396, 398, 404, 406, 425

Arco Muñoz, Luis del, 245

Arias Navarro, Carlos, 134

Arnal Yarza, Jenara Vicenta, 365n, 386n

Arregui, José María, 363

Arrobas, Antonia, 74n

Artiga y Orús, Francisco José, 51

Atrián, Miguel, 321

Aulet Soler, Eugenio, 69, 222, 225, 227-232n, 248, 269, 273, 297, 301, 310-319, 331n, 368, 417

Auzoux, Louis, 72, 72n

Ayerbe, Pedro, 252

QPT
ÍNDICE

Azara, Luis G., 172

Azcárate y Menéndez, Gumersindo de, 209n

Azpíroz Pascual, José María, 90n, 92, 276, 287, 392n, 394n, 421n, 425

Baena Varadí, Jesús Lázaro de, 259

Balaguer Sánchez, Federico, 36n, 49n, 279n, 332, 380n, 385n, 425

Balcázar y Sabariegos, José, 297, 346, 346n, 353n, 415

Ballester Castell, Rafael, 259, 259n, 321n, 385n, 434

Baltar Rodríguez, Francisco, 149n, 154, 425

Banzo Echenique, Manuel, 287n, 392, 392n, 405n

Banzo Lizana, José, 172

Bara, Mariano, 278

Bara Echeto, Elvira, 278

Baratech Montes, Benigno, 128, 226, 236, 253, 255, 268-288, 297, 300, 319, 346, 348, 356n, 360, 366, 379, 382n, 385-409, 417, 419

Baratech Villacampa, Mariano, 389

Barcia y Ferraces, Roque, 150

Bardaxí (Bardají) y Azara, Dionisio, 330

Barnés Salinas, Francisco, 291, 372

Barranquero Pérez, Julia, 294n

Barreiro Bordonaba, Javier, 229n, 425

Baselga Moner, Vicente, 135, 268

Baso Andréu, Antonio, 110n, 390, 425

Bastero Lerga, Juan, 336

Bastero Lerga, Pabla, 336

Batalla, Manuel, 212n, 286n, 384

Beato Sánchez, Bartolomé, 54, 103-105, 414

Beltrán y Rózpide, Ricardo, 205

Benejam i Vives, Joan, 324

Benito, Nicolás de, 371

Benito Moliner, Manuel, 35n, 425

Benso Calvo, Carmen, 98n, 355n, 358, 425

Berenguer Fusté, Dámaso, 400

Bermejo Vida, Luis, 262n, 263n

Bermúdez Abellán, José, 215n, 255n, 425

Bermúdez Cartagena, Alejandro ( Alejandro Ber), 374

Bernal y Cosculluela, María Jesús, 325, 327

Bescós, Francisco, 171, 172, 267

Bescós, Sebastián, 70n

Bescós Almudévar, Manuel (Silvio Kossti), 172, 287, 287n, 373, 389, 392, 395n

Besteiro Fernández, Julián, 371, 372

Biarge López, Aurelio, 85n

Biarge Anoro, Enrique, 274n

Biec y Belío, José, 56n, 126

Biel Estrada, Encarnación, 378

Bistué Allué, Josefina, 362

Blanco Juste, Rafael, 225, 241, 312, 312n, 417

Blanco Romero, María Dolores, 189

Blasco, Javier, 223-226

Blasco y Val, Cosme, 37n, 39, 103, 104, 109, 117, 129, 162, 175n, 182, 185-188, 216, 223, 414, 425

Blecua Teijeiro, José Manuel, 375, 432

Bolívar Urrutia, Ignacio, 337n, 338, 372

Bonet Bonell, Juan, 270, 404, 416, 419

Borao Clemente, Jerónimo, 114n, 175n, 216n

Bosque Aniento, Julián, 129n, 189, 190n, 415 Bourdieu, Pierre, 100, 140, 372, 426

Bravo Murillo, Juan, 45, 55, 119, 121, 122

Brioso Mairal, Julio, 171, 282, 426

Broto Salanova, Justo, 239n, 426

Bruno, Giordano, 313, 313n

Bruña Cuevas, Manuel, 190n, 426

Buen y del Cos, Odón de, 168-170, 302, 310, 316n, 337n

Bueno González, Antonio, 240, 426

Buesa Conde, Domingo J., 320n, 332, 426

Buil Bayod, Luis, 229-231, 234, 248, 263, 273, 285, 301, 315, 323-325, 327, 330-334, 361, 365, 417

Buñuel Portolés, Luis, 135

Burell Cuéllar, Julio, 305

Burriel, Mariano, 404

Caballero, Ernesto, 288

Caballero y Campo Herrera, José Antonio, 37n

Cabañero y Temprado, Andrés, 216n

Cacho, Domingo del, 212n, 286n

Calamita Álvarez, Gonzalo, 134, 135, 310, 366n, 370, 387n

Calero Vizcaíno, Francisco Antonio, 103, 104, 122n, 149-152, 182, 190n, 415

Calleja Guallart, Teodora, 208

Calleja y Sánchez, Julián, 219, 220

Callejo de la Cuesta, Eduardo, 294n, 318, 334, 400, 400n, 403, 408

Calomarde y Arría, Francisco Tadeo, 37n, 41

Calvo, Vicente, 414

Calvo Salillas, María José, 88n, 394n, 426

Calvo Ulluel, Cándido, 274n

Camo Nogués, Carlos, 54, 117, 122n, 164n

Camo Nogués, Manuel, 88, 138, 201, 209, 209n, 212n, 220-222, 228n, 233n, 239, 286, 287n, 304n, 328, 373

Camo Oto, José, 122n

Camões, Luís de, 162

Campo Micas, Mariano Cándido, 76, 80, 104, 109, 113-115, 157-160, 212, 224, 414, 419

Campo Palacio, Vicente, 319, 389n, 392, 392n, 393, 394, 394n, 405n

Camprubí Bueno, Lino, 403n, 426

Canalejas Méndez, José, 284n, 294n, 305n, 355

Canales Serrano, Antonio Francisco, 12n, 198n, 365n, 426, 430

Canals Villaró, Salvador, 340n

Cano, Glòria, 228n, 426

Cano Iriarte, Donaciana, 294n, 356n, 393, 394n, 397, 398, 404

Cánovas del Castillo, Antonio, 180n, 186, 302n

Cantero Paños, María de la Paz, 329n, 426

Cantù, Cesare, 204

ÍNDICE ONOMÁSTICO QPU

Canut Ruiz, Maria Lluïsa, 324n, 426

Capa, Robert, 135n

Capella, Enrique, 223-226

Capó i Valls, Joan, 324

Carbonell Alcoberro, Diego, 259

Carceller Almela, Ángela, 335, 335n

Carderera Riva, Mariano Vicente, 93

Carderera y Potó, Mariano, 113n

Carderera y Potó, Vicente, 113, 113n, 133n, 152, 154, 169n, 170-173, 227, 301

Carderera y Solano, Valentín, 113n, 174, 209, 214, 329-330, 382, 398n

Caro Baroja, Julio, 302n, 426

Carreras i Candi, Francesc, 380n

Cartailhac, Émile, 326

Carvajo, Inocencio, 153n

Casado Rigalt, Daniel, 320n, 426

Casas, María, 235n

Casas y Abad, Bruno, 38, 164, 165

Casas y Abad, Serafín, 69, 70n, 72n, 80, 88, 103, 104, 110, 122n, 135, 138, 161, 164-173, 175n, 177n, 179, 187, 190n, 212n, 218, 220, 220n, 222, 222n, 261, 262, 267, 269, 274, 282, 299, 302, 312, 314, 417, 426

Casas Soler, Mariano, 197n, 229n, 274, 274n, 287, 301, 378

Castaños Fernández, Emiliano, 297, 360, 363, 363n, 417

Castejón Ainoza, Gregorio, 81, 166n, 170172, 199, 202, 222, 222n, 227-231, 232233, 236n, 242, 248, 249, 256, 256n, 266-277, 282, 284, 285, 285n, 287, 288, 301, 309n, 314, 319, 327, 328, 331-332, 345, 346n, 354, 372, 378-380, 382n, 392, 399, 414, 416

Castelar y Ripoll, Emilio, 219

Castillejo Duarte, José, 341, 372

Castro, Fernando de, 204

Castro, Nicolás de, 137, 138

Castro Fernández, Federico de, 105

Castro Marcos, Miguel, 198n, 305n, 426

Catalá Gorgues, Jesús, 317n, 426

Catalán Latorre, Agustín, 271-272, 272n

Catalán Sañudo, Miguel, 272n, 279n, 386n

Ceán Bermúdez, Juan Agustín, 32

Cebrián Fernández de Villegas, Amparo, 371

Cebrián Fernández de Villegas, Carmen, 371

Cebrián Fernández de Villegas, Concha, 371

Cebrián Fernández de Villegas, Dolores, 371

Cebrián Fernández de Villegas, Francisco, 226, 291, 297, 346, 367, 369-376, 417

Cebrián Fernández de Villegas, María, 371

Cebrián Fernández de Villegas, Mercedes, 371

Cebrián Villanova, Cristino, 369

Cervantes Saavedra, Miguel de, 233, 233n, 273, 327, 345

Checa Godoy, Antonio, 169n, 426

Cheyne, George J. G., 287n, 426

Chías, Matías, 253n, 281

Cistué, Teótimo, 267

Claver, Ignacio, 406 Claver, Pedro, 172, 299

Claver Falces, Jaime, 38 Coarasa, Victoriano, 392n

Cocñarc, Pablo, 343

Codera y Zaidín, Francisco, 377n Coll, Joaquín, 93 Colom Casals, Mateo, 405n, 406 Coloma Roldán, Luis, 299 Commelerán Gómez, Francisco, 329n

Compairé Escartín, Ricardo, 53, 67 Condillac, Étienne Bonnot de, 136 Condorcet, Nicolas de, 23, 23n, 183 Cortázar, Julio, 250n Cosculluela Miravé, Carmen, 233 Cossío, Manuel Bartolomé, 342n, 358n

Costa Martínez, Joaquín, 34n, 86, 92, 143, 145, 157, 161, 162, 165n, 174, 187, 209n, 222n, 287n, 291, 307, 307n, 329n, 342, 382-384

Cousin, Victor, 136, 183

Cruz Orozco, José Ignacio, 270, 427

Cuesta Fernández, Raimundo, 11n, 13-16, 18n, 25n, 42n, 45n, 82, 83, 90, 98n, 179, 179n, 195, 200, 204n, 210, 295n, 305n, 322, 323n, 386, 388n, 400, 400n, 427

Cuevas Rey, Enrique de las, 405

Cuevas Subías, Pablo, 40, 217, 427

Dalmau i Gratacòs, Frederic, 309, 309n, 316, 319

Dantín Cereceda, Juan, 73, 170, 170n, 385n

Darwin, Charles, 170, 170n, 317, 318, 371, 391n

Deleito y Piñuela, José, 205, 253n

Delgado Criado, Buenaventura, 171n, 427

Demolins, Edmond, 79, 423

Deyrolle, Émile, 72

Diago, Pedro, 37n

Diarte Boltor, María, 189

Díaz de la Guardia, Emilio, 98n, 198n, 427

Díaz Olano, Ignacio, 418

Díaz Rueda, Ricardo, 109n

Díaz-Delgado Viaña, Ramón, 270, 404, 416

Diego Cendoya, Gerardo, 386n

Diego José de Cádiz, beato, 33n

Dolç Dolç, Miguel, 135, 179, 375, 415, 419, 428

Domingo Andijón, Vicente, 38, 54

Domingo Sanjuán, Marcelino, 348n

Domínguez Cabrejas, María Rosa, 39, 239, 428

Domínguez Caparrós, José, 210, 428

Domínguez Lasierra, Juan, 320n, 333n, 428

Domper Lasús, Carlos, 279n, 394n, 398, 428

Donoso Cortés, Eusebio, 127

Donoso Cortés, Juan, 25, 127

Doporto y Uncilla, Severiano, 321

Duch Campaña, Felisa, 394

Dueñas Lorente, José Domingo, 353n, 428

Durán Gudiol, Antonio, 46n, 428

Elía, María Lucas, 246

ÍNDICE ONOMÁSTICO QPV

Elizalde e Izaguirre, Luis María, 271

Ena Villaba, Mariano, 35n, 38

Erdozáin Azpilicueta, Pilar, 87, 221n, 428

Escario Jubierre, Antonia, 298

Escrivá de Balaguer, Josemaría, 403n

Escudero y Azara, Francisco, 38, 131, 131n, 135n

Escudero y Azara, Pedro María, 38, 116, 142n

Escuer Velasco, Máximo, 389n

Español, Faustino, 85n, 126

Español González, Luis, 184, 428

Espín Acín, Enriqueta, 404

Estarán Molinero, José, 171n, 428

Estevan Ciriquián, José, 391, 391n

Estremera Muñiz, Manuel, 56, 59, 127, 142

Estropá Pueyo, María, 274n, 356

Eyaralar Almazán, José María, 233n, 247n

Eyaralar Elía, Agapito, 246

Eyaralar Elía, Miguel, 64, 64n, 81, 202, 216, 224, 229, 234, 235, 237, 242, 243, 246249, 253, 254, 261, 270, 301, 322, 329n, 345, 372, 378, 414

Eyaralar Urrutia, Vicente, 246

Fabra y Floreta, Juan, 262, 262n

Falces Azara, Francisco, 38

Fanlo, Joaquín, 37

Fatás Bailo, José, 139, 222n, 285

Feijoo, Benito Jerónimo, 31

Fernández Clemente, Eloy, 377n, 380n, 381n, 428

Fernández Enciso, Ángel, 81, 145, 197, 202, 216, 220, 222n, 225, 229n, 230, 235n, 236, 237, 242, 244, 248-261, 263n, 264, 273, 274n, 276n, 283, 285, 285n, 297, 301, 331n, 342n, 345, 348, 362, 363, 365, 367, 368, 389, 417, 419

Fernández Iglesias, Trinidad, 404

Fernández Fernández, Saturnino, 54, 104, 106107, 127n, 250, 414

Fernández Fraile, María Eugenia, 190n, 429

Fernández y Lafita, Ramón, 38

Fernández Llamas, Piluca, 74n, 239n, 398n, 429

Fernández de Moratín, Leandro, 32, 429

Fernández Sebastián, Javier, 136n, 173n, 429

Fernández Uribe, Isidoro, 257

Fernández Velasco, Saturnino, 107

Fernández de Villegas, Concepción, 369

Ferrer Navarro, Manuel Ángel, 393, 394, 396

Flecha García, Consuelo, 355n, 429

Flores Pomar, José Luis, 185n, 186n, 429

Figueroa y Torres, Álvaro de, conde de Romanones, 84, 229, 258, 300, 305n, 355, 367

Filló, Vicente, 166

Formigales Lucas, Justo, 209

Foucault, Michel, 34, 84, 429

Frago Pano, Dolores, 74, 239, 239n, 356, 359

Franco Bahamonde, Francisco, 17, 247n, 293, 394n, 426

Franco Cortiles, Arturo, 222n, 262n

Francoy Palacín, Francisco, 274n

Frías Corredor, Carmen, 135, 171, 212, 221n, 286n, 429

Fuente Condón-Bueno, José Julio de la, 54, 104, 109n, 130, 146-148, 152n, 178, 416

Fuente Condón-Bueno, Vicente de la, 146-148, 180n

Fuente Monge, Gregorio de la, 336n, 429

Fuentes López, Luis de, 233n, 342, 360

Fuentes Mallafré, Luis de, 222n, 252-253

Fustagueras Juan, Emilia, 386n

Fuset i Tubià, Josep, 316, 317n

Fuyola Miret, Encarnación, 169n, 356, 357n Fuyola Paraíso, Lorenzo, 169n, 357n Gallifa, Dolores, 254n

Gálvez Muñoz, Jaime, 417 Gaos González Pla, José, 386n Garcés Manau, Carlos, 69, 127, 329n, 348, 426, 429

García Alix, Antonio, 227, 263 García Castillón, Mariano, 38 García Ciprés, Gregorio, 267, 273, 331, 381

García del Diestro, Carmen, 379n

García Fraguas, José Esteban, 305n, 307n, 429

García López, Félix, 408

García Lorca, Federico, 135n, 390

García Mongay, Fernando, 209n, 429

García Prieto, Manuel, 305n

García de la Puerta, Ángeles, 386n

García Velázquez, Álvaro, 375, 417, 419

García-Dorado Seirullo, María Luisa, 196n

Gardeta y Cornel, Fidela, 239n

Gardeta Frago, Luciano, 239, 239n

Gardeta Martín, Julia, 74n, 239n, 356, 359

Gascón de Gotor, Anselmo, 81, 197n, 215n, 255, 256, 258, 264, 274, 276, 284n, 286n, 301, 302, 330, 346, 347n, 379, 418

Gascón de Gotor, Jesús, 93, 387n, 404, 418

Gascón y Guimbao, Domingo, 321

Gasós Espluga, Antonio, 161n, 187, 209, 222n

Gasós Samitier, Cristino, 232

Gaspar Remiro, Mariano, 377n

Gaspar Vicente, José, 274n, 276, 287, 288, 297, 301n, 346, 347, 368, 377-385, 392, 399, 416

Gasset, Ángeles, 279n

Gazo y Borruel, Saúl, 93

Genovesi, Antonio, 33n

Germán Zubero, Luis, 86, 87, 221, 429

Gil Moliner, María Consolación, 278

Gil Novales, Alberto, 42n, 49n, 85n, 126n, 145n, 169n, 429

Gil y Zárate, Antonio, 13n, 25, 25n, 27, 34, 34n, 42n, 45, 45n, 55n, 62, 70, 97, 117-119, 429

Gila Fidalgo, Félix, 337, 337n, 339, 340-342

Gili Gaya, Samuel, 279, 279n, 288, 297, 415

Giménez Soler, Eduardo, 331, 381, 382

Gimeno, Hilarión, 339

Giner de los Ríos, Francisco, 34n, 43n, 333n, 372

Godoy Alcántara, José, 113-114

ÍNDICE ONOMÁSTICO QQM

Godoy y Álvarez de Faria, Manuel José, 30n

Gómez Benito, Cristóbal, 342, 430

Gómez Ibáñez, Eduardo, 297, 385, 385,n, 407, 416

Gómez Lafuente, Eulogia, 394, 394n, 396

Gómez Moreno, Elena, 386n

Gómez Redondo, Amparo, 365n, 430

Gómez de la Serna, Ramón, 398n

Gómez Velasco, Sebastián, 405n

Gómez Vinuesa, Leoncio, 404, 407, 407n, 417

Gómez-Ferrer, Guadalupe, 430

Gomis Blanco, Alberto, 395n, 430

González Calleja, Eduardo, 168n, 353n, 430

González Escandón, Blanca, 196, 388n, 415

González Hernández, Julio, 259

González Huebra, Pablo, 112n, 113, 133, 158

González Negro, Eliseo, 259

González Redondo, Francisco A., 365n, 430

González Romero, Ventura, 122

Gonzalvo, Pascual, 38, 142n

Gorría, Hermenegildo, 37n

Gota Hernández, Gregorio, 173, 222n, 267, 300, 430

Goyri, María, 372

Gracia Guillén, José Antonio, 33, 36n, 43n, 430

Gramsci, Antonio, 121, 409

Grana Gil, Isabel, 400n, 433

Gregorio Rocasolano, Antonio de, 337, 349n, 393

Guizot, François, 13n, 183

Heredia Soriano, Antonio, 136n, 430

Hernández Bermúdez, Ricardo, 380n

Hernández Fajarnés, Antonio, 227-228, 269

Hernández Laille, Margarita, 337n, 430

Hernández Sanz, Francisco, 324

Herrera Oria, Ángel, 354n, 406n

Herrera Oria, Enrique, 405n Hilbert, David, 374

Hübner, Emil, 326

Ibáñez Martín, José, 170n, 291, 370n

Ibarra Rodríguez, Eduardo, 326, 331, 332n, 340341

Ibo Alfaro y Lafuente, Manuel, 149

Idoipe Gracia, Félix, 406

Íñiguez Íñiguez, Bonifacio, 288

Izquierdo Croselles, Joaquín, 385n

Jaime Lorén, José María de, 385n, 430 Jovellanos, Gaspar Melchor de, 32, 34n

Juliá Martínez, Eduardo, 297, 360n, 363-364, 415

Klüpfel, Ludwig, 381

Knopp, Otto, 374

Kolly, Francisco Teodoro, 189

Kolly Blanco, Víctor, 80, 104, 189-191, 216, 220, 254, 269, 280, 285, 415

Kolly Pueyo, María Pilar, 189n

Krause, Karl Christian Friedrich, 144

Labajo Pérez, Manuel, 104, 145, 163, 175n, 417

Labata, Mariano, 169n

Lacasa, Mariano, 398n

Lacasa Coarasa, José María, 392, 392n, 398n, 406

Lafuente Tobeñas, Félix, 68n, 264, 264n, 418, 424

Lahoz Finestres, José María, 33, 36, 38-40, 42, 46, 430

Laín Entralgo, Pedro, 161n, 239, 309, 430

Laín García, Basilio, 270, 366n, 388, 394, 404, 415, 419

Laín Sorrosal, Pedro, 161n, 187, 239

Lalaguna, Tomás, 170

Lama Hernández, José María, 325n

Lamolla Morante, Francisco, 276, 402

Landa Vaz, Rubén, 365n

Lapesa Melgar, Rafael, 386n

Lapetra Iruretagoyena, Fidel, 274n

Lasala, Nicolás, 37n

Lasala Borderas, Higinio, 267, 276

Lasala Larruga, Mariano, 35n, 37n, 54, 116, 117, 126, 142n, 152

Lasala Llanas, Mariano, 402

Lasala Villanova, Mateo de, 147, 147n, 175n, 240

Lasso de la Vega, Javier, 391n

Latorre, Godofredo, 129n, 164n, 416

Lázaro, Domingo, 405n

Lazo, Mariano, 175

León XIII, papa, 170, 172n, 180n, 227

Lerena Alesón, Carlos, 26, 29, 31, 34, 34n, 83n, 350n, 353n, 430

Llabrés Bernal, Juan, 333n

Llabrés Quintana, Gabriel, 176n, 207, 225, 229-233, 237, 248, 254, 256, 256n, 259, 267, 273, 274, 281, 285, 285n, 296, 297, 301, 315, 320-334, 342, 345, 345n, 378, 380, 381, 383, 416

Llanas Aguilaniedo, Feliciano, 363

Llanas Aguilaniedo, Jesús, 393

Llanas Aguilaniedo, José María, 239n, 253n, 426

Llanza y Pignatelli de Aragón, Manuel de, duque de Solferino, 171, 173, 179, 221, 282

Llombart Palet, José, 181, 430

Llorens y Barba, Francisco Javier, 178

Lluch Viada, Francisco, 405

Locke, John, 136

Lomba Serrano, Concha, 216n, 430

Loperena, Pedro, 316n

López Acebal, Francisco, 341n

López Allué, Carmen, 251, 251n

López Allué, Josefa, 251

López Allué, Luis, 220, 222n, 232, 233n, 247n, 251, 251n, 360, 373, 374, 380n

López Bastarán, Manuel, 64n, 72n, 80, 110, 111, 114n, 115, 137, 139, 159, 160, 163, 165, 165n, 175n, 180, 182, 183, 186, 190, 190n, 197, 201, 202, 207, 208-237, 238n, 240-243, 248, 249, 251n, 253, 254, 256, 256n, 261263, 273, 274, 276n, 281, 285, 297, 301-303, 314, 332n, 341n, 345, 362, 383, 415, 419

López Calleja, Manuel, 231n, 234, 238n

ÍNDICE ONOMÁSTICO QQN

López del Castillo, Teresa, 13n, 430

López Correa, Joaquín, 149n, 202-207, 248, 261, 269, 416

López Loscertales, Francisco, 251n

López Martínez, José Damián, 323n, 361, 364, 365n, 431

Lorenzo Vicente, Juan Antonio, 99n, 431

Loscertales y Nogueras, Agustín, 262n

Loste Bardají, Rafael, 363

Lucea Ayala, Víctor, 171, 354n, 431

Llull, Ramon, 322

Luzuriaga, Lorenzo, 372

Machado Ruiz, Antonio, 135n, 280, 347n, 390

Madoz e Ibáñez, Pascual, 51n

Madrazo y Kuntz, Federico, 161n, 174

Maeztu Whitney, María de, 372

Magallón Puértolas, Carmen, 365, 431

Magdalena Gallifa, Ricardo, 254, 254n

Magdalena Tabuenca, Ricardo, 254n

Mainer Baqué, José-Carlos, 287n, 330, 431

Mainer Baqué, Juan, 11n, 15n, 16, 82, 90, 98n, 195, 205, 253n, 295n, 305n, 333n, 350n, 387n, 388n, 416, 427, 431

Mairal Aquilué, José María, 274n

Mairal, Gaspar, 253, 281, 283, 286n, 332n

Mann, Horace, 183

Marañón Posadillo, Gregorio, 358n

March Amella, José, 274n

Marín Gelabert, Miquel Àngel, 320n, 322, 322n, 326, 327, 431

Marín Hernández, Carlos, 325n, 431

Marquínez Isasi, León, 394n, 404, 406

Martín Blesa, Ramón, 365, 375, 388, 417, 419

Martín Echevarría, Leonardo, 386n

Martín Pérez, Ricardo, 259

Martínez, Justo, 309n, 364, 364n, 380n, 384n

Martínez Alfaro, Encarnación, 385, 431

Martínez Bara, Asunción, 278, 279, 356, 425

Martínez Bara, José Antonio, 279, 279n

Martínez Herrero, Bartolomé, 54, 142n

Martínez Herrero, Mauricio María, 38, 54, 80, 104, 114, 121, 133, 141-145, 158, 160, 180, 213n, 220, 224, 417, 419

Martínez Jarabo, Mariano, 81, 190, 216, 222n, 233n, 253n, 254, 256, 263n, 269, 274, 274n, 276, 278-283, 285-288, 327, 345, 347, 360n, 379, 402, 415, 419

Martínez Neira, Manuel, 47n, 431

Martínez Olalla, Agustín, 404

Martínez Sancho, Carmen, 386n

Martínez Velilla, Eloy, 274n

Martón, Salvador M., 256n, 283, 283n, 284, 304

Marzo, Ricardo, 396, 398, 398n

Maseda Madrid, Ángel, 215n, 404, 418

Maseras y Rivera, María, 74n

Mateos García, José, 394, 396, 398

Mateos Montero, Julio, 15n, 16, 16n, 63, 90, 427, 431

Maura y Montaner, Antonio, 254, 285, 321, 327

Maurín Juliá, Joaquín, 353n, 428

Mayer, Arno J., 24, 24n, 431

Mayor Biel, Ramón, 253, 253n, 255, 260, 281, 300, 346, 348

Mélida Alinari, José Ramón, 320n, 322, 323

Mendiola Ruiz, Jesús, 365, 404, 417

Menéndez Pidal, Jimena, 279n

Menéndez Pidal, Juan, 180n

Menéndez Pidal, Ramón, 279n

Menéndez Pelayo, Marcelino, 227n, 248n, 269, 321

Mestres, Salvador, 271n

Mikelarena Peña, Fernando, 87, 221n, 428

Millán Astray, José, 399

Millares Carlo, Agustín, 279n

Millaruelo Pano, Manuel, 172, 173, 239, 267, 299

Mingarro Echecoin, Miguel, 267, 319, 366, 366n, 392n, 394, 394n, 396

Miquel y Badía, Francisco, 178

Mir i Mir, Joan, 324

Mirallas Acín, Mariano, 38

Molera Albert, Ismael, 262n

Molera Cebrián, Rafael, 392n, 394n

Moliner, Pedro, 211

Monlau y Roca, Pedro Felipe, 136, 271n

Monrás Casanova, Joaquín, 81, 197n, 222n, 231, 235-236, 242, 253n, 258, 288, 300, 346, 347, 360n, 382, 383, 404

Monreal Ascaso, Bernardo, 92n, 176, 206, 218, 328-330, 382

Montañés Pérez, Bernardino, 174

Montells y Nadal, Jacinto, 129n, 164n, 416

Monterde Vicén, Ricardo, 190

Montes Maza, Joaquina, 389 Monzón González, Guillermo, 270, 297, 414

Mor de Fuentes, José, 32, 432 Moraga Sánchez, Florencio, 306

Morayta y Sagrario, Miguel, 138, 167, 168, 179, 313n

Moreno Burriel, Eliseo, 346n, 385n, 387n, 432 Moreno Espinosa, Alfonso, 203n, 206n Moreno Julià, Xavier, 264n, 434

Moreno Yuste, Juan Manuel, 337n, 432 Moret Prendergast, Segismundo, 236n Moyano Moyano, Pedro, 339, 340 Moyano Samaniego, Claudio (Ley Moyano), 13n, 15, 25, 42, 47, 55, 61, 78, 98, 99, 122, 123, 126, 129, 131n, 154, 190n, 400 Moyrón Sánchez, Julián, 380n

Múgica Pérez, Carlos, 174

Mur Mateo, Anselmo, 134

Mur Ventura, Luis, 120n, 134, 197n, 231, 231n, 236, 253n, 256-260, 267, 268, 268n, 270, 273, 276, 281, 284n, 288, 300, 319, 346, 360n, 378, 387n, 389, 392, 394, 404, 406, 432

Muzás Aguayo, Sixto, 406 Nasarre, Felipe, 35n, 419n Nasarre, Teresa, 133

ÍNDICE ONOMÁSTICO QQO

Nasarre López, José María, 12n, 390, 432

Navarro, Julio, 175n

Navarro, María Luisa, 372

Navarro Almansa, Jorge, 161n

Navarro Pérez, Félix, 128, 254

Navarro Tomás, Tomás, 279n

Navas, Lorenzo, 381

Naya y Azara, Antonio, 56n, 85, 126, 135

Naya y Azara, Santos, 85, 267

Negueruela Fernández, Paulino, 274n

Negueruela Fernández, Vicenta, 274n

Nelken, Margarita, 358n

Nieto García, Alejandro, 98, 432

Nieto Senosiáin, José, 394n, 404, 417, 419

Nocedal y Rodríguez de la Flor, Cándido, 171n, 180

Nocedal Romea, Ramón, 180, 313

Nogués Aragonés, José María, 316n

Nogués Aragonés, Juan, 404, 415

Normante y Carcavilla, Lorenzo, 33n

Novella Gaya, Enric J., 136n, 432

Novellas, Pedro, 129n, 414

Nueno Carrera, Carmen, 287n, 432

Núñez Sessé, Toribio, 32

Ochoa y Montel, Eugenio de, 35n, 113, 117, 120, 133, 419

Ochoa Sánchez, Julián, 161

O’Donnell y Joris, Leopoldo, 132

Olavide y Jáuregui, Pablo de, 31, 32

Olivera Villacampa, Macario, 35n, 432

Ollendorff, Heinrich Gottfried, 280n

Onaindía López, Honorio María, 113n

Ontañón Valiente, Manuel, 398n, 404

Orfois, José, 129n, 190n, 415

Orovio Echagüe, Manuel, 105, 114, 123, 302

Ortí y Lara, Juan Manuel, 180n, 313

Ortiz de Zárate y Aguirre, Canuto, 110, 165, 202, 216, 232n, 248, 254, 261-265, 269, 417

Ossorio y Bernard, Manuel, 150, 281, 432

Ots Capdequí, José María, 253n

Ozcáriz Lasaga, Víctor, 110, 169, 169n, 216, 313n, 414

Pacareo Lasauca, Orencio, 253n, 300

Palacín, Martín, 38, 54, 117, 117n, 122n, 135, 164

Palacín Campo, Valero, 172

Palacín Martínez, Mariano, 71

Palacios Martínez, Julio, 364, 365n, 430

Palomeque Torres, Antonio, 39, 432

Pano y Ruata, Mariano de, 172, 273, 331

Panzano Palacio, Rafael, 122n, 161n, 164, 164n

Paraíso Lasús, Basilio, 143

Pardo Bazán, Emilia, 305n, 355

Parral Blesa, Emilio, 257

Pasamar Alzuria, Gonzalo, 113n, 148n, 188, 230n, 296n, 320n, 321n, 326n, 377n, 432

Peiró Martín, Ignacio, 99n, 113n, 148n, 185, 188, 230n, 296n, 307n, 320n-323n, 326n, 327, 330, 331, 331n, 333n, 334, 377n, 432

Pellicer Nogués, Julio, 222n, 262n

Pemán Pemartín, José María, 387

Pemartín Sanjuán, José, 387

Perales Birlanga, Germán, 354n, 432

Peré Vidaller, Jacinto, 404

Perena, Pedro, 142n

Perena Casayús, Felipe, 253n

Pérez, Jacobo María, 161n, 166n, 175n, 187n, 241, 434

Pérez, Leandro, 233, 302, 349, 370, 373, 425

Pérez, Pablo, 35n, 38, 54

Pérez, Tomás, 38

Pérez Barón, Jacoba, 370

Pérez Galdós, Benito, 125, 209n, 432

Pérez Lugín, Alejandro, 353n

Pérez Muro, Julián, 54, 56, 104, 116-118n, 120, 121, 141, 142, 147, 223, 415, 419

Peset Reig, José Luis, 31n, 432

Peset Reig, Mariano, 31n, 432

Pidal y Carniado, Pedro José (Plan o Ley Pidal), 12, 13n, 25, 42n, 45, 97, 98, 122, 123, 198, 292

Pidal y Mon, Alejandro, 138, 168, 179, 219

Pío IX, papa, 171n, 217n

Pío XI, papa, 358, 402n

Pisa Villarroya, José María, 166n

Placer Escario, Antonio, 299, 304, 389

Placer Escario, Juan, 81, 172, 197n, 199, 222n, 227, 229n, 231, 242-244, 248, 249, 262n, 267n, 270, 273, 281, 297, 298-309, 311, 322, 346, 347, 347n, 378, 379, 389

Placer Escario, Mariano, 299, 304

Placer Pérez, Nazario, 298, 298n

Polo Anzano, Vicente, 38, 153n

Polo y Peyrolón, Manuel, 170n, 173n, 270, 317

Polo Rodríguez, José Luis, 31n, 433

Pomar i Fuster, Jaume, 321n

Pons i Gallarza, Josep Lluís, 320, 321

Pons i Marquès, Joan, 320n

Ponz Piedrafita, Francisco, 402, 402n, 432

Portillo Valdés, José María, 33, 432

Posada, Adolfo, 333n

Poveda, Pedro, 405n

Póvez, Eufemia, 208

Primo de Rivera, Miguel, marqués de Estella, 12n, 19, 100n, 168n, 217, 287n, 294, 309, 313, 353, 368, 383, 394n, 395n, 399, 423-425

Puelles Benítez, Manuel, 24, 432

Puértolas Sesé, Martín, 54, 80, 104, 108-111, 138, 141, 153n, 168, 169, 179, 180, 214, 218-220, 414

Puig Aliés, Ignacio, 242, 271, 297, 319, 345, 347, 367-368, 372, 417

Puig Bayer, Ignacio, 368

Puig Bayer, José María, 368

Puig Soler, Narciso, 81, 231, 232, 235-237, 242, 254, 263, 276, 287, 297, 345-347, 360, 361-366, 402, 404, 417

ÍNDICE ONOMÁSTICO QQP

Puzo Jordán, Félix, 222n, 227n, 233n, 253n, 327

Puzo Marcellán, Félix, 172, 180, 220, 227, 227n, 231, 270, 281, 301, 325n

Quadrado Nieto, José María, 180n, 322

Queral y Formigales, Pascual, 86, 86n, 209n, 221n, 222n, 233n, 252n, 282, 432

Querol Fernández, María Ángeles, 318, 433

Quintana Lafita, Ángel, 282

Quintana y Lorenzo, Manuel José (Informe Quintana), 23, 23n, 34n

Rabaté, Colette, 152n, 433

Rabaté, Jean-Claude, 152n, 433

Raboso de la Peña, Eduardo, 288

Rallo Colandrea, Pedro, 363

Ramón Salinas, Jorge, 175n, 255n, 433

Ramón Solans, Francisco Javier, 125, 131n, 172n, 217n, 433

Ramón y Cajal, Pedro, 339, 340

Ramón y Cajal, Santiago, 111, 111n, 112, 112n, 135, 136n, 161, 167, 174, 179, 187, 271n, 329n, 358, 372, 375, 382-384, 407, 433

Redondo Castro, Cristina, 400n, 433

Retana y Gamboa, Wenceslao Emilio, 228-229, 273, 284, 304, 304n, 330, 433

Retana Ramírez de Arellano, Álvaro, 229n

Revilla Gironza, José de la, 117

Revilla Moreno, Manuel de la, 318

Rey Pastor, Julio, 184

Ribera Gómez, Emilio, 170

Ribera y Tarragó, Julián, 326, 331, 340n

Ribó Simont, Amadeo, 371

Riego y Fernández Vallín, Benjamín, 144, 144n, 213n

Rioja Lo Bianco, Enrique, 386n

Ríos Urruti, Fernando de los, 372

Ripollés Baranda, Mariano, 228

Rivas García, Fernando, 405n

Rivera Gallo, Victoriano, 226, 297, 385, 395, 395n, 396, 407, 407n, 417

Rizal Mercado, José Protasio, 228n

Robledo Hernández, Ricardo, 32, 44, 47, 47n, 48, 433

Roca Várez, Antonio, 276, 319, 414

Rodrigo Ruesca, Lino, 402n

Rodríguez Bonfill, José, 169n, 433

Rodríguez Carracido, José, 362

Rodríguez Cepeda, Rafael, 317n

Rodríguez Marín, Francisco, 364n

Rodríguez Méndez, Francisco Javier, 61, 433

Rodríguez Segarra, José María, 129n, 414

Rodríguez Troncoso, Rosa, 394n

Rodríguez Rodríguez, Eumenio, 81, 191, 242, 253, 280, 297, 345, 347, 347n, 415

Rodríguez de Campomanes y Pérez-Sorriba, Pedro, 32

Rodríguez – San Pedro Bezares, Luis Enrique, 31n, 433

Roig Soler, Rosa, 324 Romeo, Manuel, 238

Romeo Aparicio, Francisco, 238, 238n, 291, 390, 417

Romeo García, Pedro, 78n, 81, 88, 147n, 180, 202, 209, 215-217, 219, 220, 229n, 230, 232, 235, 237, 238-245, 248, 249, 253, 253n, 254, 261, 273, 287, 312n, 339, 345, 372, 417

Romero González, Fernando, 309

Ros Pons, Manuel, 166, 177n, 255n

Ros Ráfales, Ramiro, 176n, 215, 215n, 255, 255n, 257, 291, 299, 418

Rousseau, Jean-Jacques, 136 Rowold, Katharina, 355n, 357, 433

Royo Villanova, Ricardo, 382, 384, 402

Rubio García-Mina, Jesús, 408

Rubió i Balaguer, Jordi, 326

Ruiz Giménez, Joaquín, 18n, 400n

Ruiz Pons, Eduardo, 336

Ruiz Zorrilla, Manuel, 48

Rújula López, Pedro, 216n, 430

Rull Trilla, Rosendo, 332n

Rus Martínez, Manuel, 81, 368, 417

Sabio Alcutén, Alberto, 86, 88n, 433

Sacristán Luzón, Manuel, 30, 434

Sagasta, Práxedes Mateo, 139, 219, 302n

Sainz Rodríguez, Pedro, 79, 388n

Salas y Cortés, Ramón de, 32, 33, 33n

Salavera y Carrión, Manuel, 236n

Salillas Panzano, Rafael, 161n, 187

Salvá Riera, Jaime, 322n, 434

Samblancat Salanova, Ángel, 353n

San Agustín Mur, Ildefonso, 226, 275

Sánchez Albornoz, Claudio, 279n

Sánchez Arbós, María, 294n, 356, 398n

Sánchez de la Campa, Juan Manuel, 45, 46, 60, 78, 79, 124, 124n, 150, 154, 434

Sánchez de Castro, Miguel, 342, 342n, 379, 380n, 392

Sánchez Fernández, Carlos, 184, 434

Sánchez Gastón, Mariano, 134

Sánchez Guerra, José, 399

Sánchez Martín, Amparo, 335n, 434

Sánchez Martín, Fernando, 335n, 434

Sánchez Rojas, José, 385, 398

Sánchez de Toca, Joaquín, 282

Sánchez Tovar, Joaquín, 35, 388n, 416, 419

Sánchez Tovar, Ramón, 391n, 394

Sánchez Ventura, Rafael, 134, 134n

Sánchez-Ventura, José María, 134, 134n, 406

Sanchidrián Blanco, Carmen, 400n, 433

Sangorrín y Diest-Garcés, Dámaso, 381

Sans Rives, Ramón, 80, 103, 104, 109, 112-114, 129, 133, 133n, 149, 153-156, 160-162, 187, 214n, 223, 415, 419

Santafé López, Ramón, 80, 81, 227, 229n, 236, 236n, 244, 273

Santiago-Fuentes Soto, Magdalena de, 252, 252n, 324, 370

ÍNDICE ONOMÁSTICO QQQ

Sanz Lafuente, Gloria, 134, 268, 434

Sanz Tarazona, José, 417

Sardá y Salvany, Félix, 173n, 299, 313

Sarmiento, Domingo Faustino, 183

Satué, Tomás, 38, 85n

Saz Sánchez, Agustín del, 404, 415, 419

Sender Garcés, Amparo, 235n

Sender Garcés, Manuel, 92, 235n, 274n

Sender Garcés, Ramón J., 235n, 392

Serrano Pablo, Leonor, 398n

Serrano Suñer, Ramón, 134n

Seymour, David, 135n

Shakespeare, William, 233, 364n

Sichar y Salas, Jorge, 35, 35n, 38, 130, 141, 142n, 419n

Silvela y de Le Vielleuze, Francisco, 263

Sirera Miralles, Carles, 44n, 98n, 170, 295, 305n, 317n, 434

Sixto IV, papa, 217n

Solano y González, José María, 256

Soldevilla Romero, Juan, 244

Soler, Leonisa, 165

Soler Arqués, Carlos, 39, 80, 104, 113, 113n, 129, 156, 160-162, 166n, 175n, 187-190, 197, 216, 415, 434

Soler Carceller, Juan Pablo, 69-71, 128, 145n, 216, 226, 231, 232, 235, 237, 238n, 241, 241n, 242, 244, 248, 253-255, 259, 264, 271-273, 276, 276n, 286, 288, 296, 297, 301, 303, 312n, 335-360, 362-364, 368, 372, 379, 389, 399, 417, 419

Soler Carceller, Mariano, 336

Soler y Nuez, Juan Pablo, 336, 336n

Soler y Nuez, Pedro Joaquín, 335, 335n

Sopena, Anselmo, 135, 282, 384

Sopena, Julio, 286

Supervía Lostalé, Mariano, 92, 172n, 176n, 217, 242, 244, 283n, 284n, 301, 304, 331, 364

Supervía Lostalé, Miguel, 256n, 276, 332n

Susín, Arturo, 363, 394n

Susín, Josefa, 391n

Suso López, Javier, 190n, 429

Taro, Gerda, 135n

Tolosana, Luisa, 178

Tormo Cervino, Juan, 166n, 385n, 388, 391n, 394n, 404, 407, 416, 419, 434

Torres-Solanot y Casas, Antonio, 169, 169n

Tosca y Mascó, Tomás Vicente, 78

Tovar Andrade, Avelina, 394, 396

Tricas Sipán, Estanislao, 394n, 402n, 404-406

Trisán Casals, Miriam, 212, 286n, 429, 434

Turmo Arnal, Antonio, 88n, 434

Unamuno Jugo, Miguel de, 152n, 346n, 385

Urbasas Arbeloa, Lorenzo, 259

Urra Jordán, Sebastián, 248n

Usón Sesé, Paulino, 394n

Utande Igualada, Manuel, 409n, 434

Valdés Castro, Concepción, 184, 434

Valenzuela Foved, Virgilio, 398

Valenzuela La Rosa, José, 331

Valero, Hermenegildo, 252

Valle-Inclán, Ramón María del, 209n

Vallejo Moréu, Irene, 376

Vallés Valle, Vicente, 215n, 418

Valls Montés, Rafael, 204n, 205, 259, 434

Varela Fernández, Julia, 83n, 434

Vayreda i Villa, Estanislau, 311

Vayreda i Villa, Marià, 225, 311

Vázquez Bordás, Eduardo, 388n, 415

Velasco y Goñi, Eduardo, 325n

Ventura Solana, Vicente, 35n, 38, 54, 59, 68, 69, 80, 103-111, 113-117, 120-142, 145, 147-152, 154, 157, 164, 168, 170n, 171, 174, 175n, 179, 180, 190n, 212-215, 218220, 222, 223, 240, 258, 269-271, 274, 282, 301, 416, 419

Viada Moraleda, Ana, 294n, 404

Vicent Dolz, Antonio, 171n

Vicente, Jorge Lorenzo, 181, 430

Vicente Almazán, Miguel, 170n

Vidal Domingo, Antonio, 80, 104, 133, 135, 138, 149n, 162, 168, 171-173, 175n, 178180, 187, 188, 204n, 206, 206n, 218, 220n, 222, 269, 276, 282, 416

Vidal Parera, Augusto, 342n, 379, 380n, 381n, 392

Vidal Tolosana, Lorenzo, 276

Vidal Tolosana, Mariano, 352n

Vilanova Ribas, Mercedes, 264n, 434

Vilar, María José, 217n, 434

Vilas, Raimundo, 172, 228, 267, 299, 300

Vilas, Sixto, 171

Villacorta Baños, Francisco, 197n, 257n, 435

Villafañe y Viñals, José María, 80, 103, 104, 145, 181-184, 216, 251, 417

Villanova, Manuel, 37n, 85n

Villanueva Navarro, José Ramón, 336n, 435

Villar García, Martín, 216n

Villar Palasí, José Luis, 15

Villava y Aibar, Victorián de, 33, 33n

Vincenti Reguera, Eduardo, 305n

Viñao Frago, Antonio, 18n, 42n, 55, 91n, 98n, 355n, 413, 435

Viñuales Pardo, Agustín, 93

Viñuales Viñuales, Nicolás y Elías, 71

Voltaire (François-Marie Arouet), 136

Voto Nasarre, Ambrosio, 126

Williams, Raymond, 200

Yanes Cabrera, Cristina, 98n, 99n, 435

Yzuriaga y Ezpeleta, Francisco Xavier Fermín de, 32

Zalama Miguel, Carmen, 390-392n, 394n

Zapater Carceller, Octavio, 184, 394n, 404, 406, 406n

Zulueta y Escolano, Antonio de y Luis de, 371, 372

ÍNDICE ONOMÁSTICO QQR

Este libro se terminó de imprimir en 2020, cuando se cumplían ciento setenta y cinco años de la creación del Instituto Provincial de Huesca y ciento diez de la aprobación de la Real Orden por la que se autorizó a las mujeres a matricularse oficialmente en todos los establecimientos docentes.

Este libro es un estudio historiográfico acerca del devenir del bachillerato tradicional elitista en el Instituto de Huesca desde su fundación, en 1845, hasta 1931. La historia del Instituto que en él se ofrece resulta inseparable de la biografía de sus docentes y de la ciudad que lo acogió. Sus catedráticos son un objeto de conocimiento en sí mismo, pero también el medio para hablar de educación y de relaciones sociales y de poder. Casi noventa años de historia, contada a través de la trayectoria de cerca de medio centenar de catedráticos que desarrollaron al menos una parte de su carrera en el Instituto, ponen claramente de manifiesto que este volumen intenta ser asimismo una aportación sustantiva al estudio de una profesión y de un campo profesional.

INSTITUTO DE ESTUDIOS ALTOARAGONESES

Diputación de Huesca

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