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Francisco Etxeberria
PALEOPATOLOGÍA DE LAS POBLACIONES DEL PIRINEO VASCO-NAVARRO
Francisco Etxeberria *
Introducción Resulta lógico presentar en esta I Reunión para el Estudio Antropológico de las Poblaciones del Pirineo aquellas observaciones sobre la patología que pudieron presentar los grupos humanos que habitaron este territorio en sus dos extremos: el oriental o región de Cataluña y el occidental o región vasca. La primera de estas regiones ha sido ampliamente investigada por el Dr. Campillo Valero, cuya trayectoria en los estudios de Paleopatología es reconocida con carácter internacional. De la segunda se ocupa el firmante de este escrito, que debe comenzar señalando su modestia y reconocimiento ante el profesor Domingo Campillo, en quien se reúne la circunstancia de ser maestro y amigo. Por ello, mi intervención en estas jornadas dedicadas al estudio de las poblaciones del Pirineo, organizadas por el Colegio Universitario de Huesca bajo la coordinación de los Dres. Nieto y Simón, exige mi agradecimiento sincero a estos últimos.
Antecedentes históricos en los estudios de Paleopatología En el País Vasco podemos establecer tres etapas sucesivas. Entre los ejemplos de la primera de ellas, dentro de estudios concretos sobre Antropología Física, destaca el fragmento de una tiba procedente del dolmen navarro de Sokillete, que estudiaron Telesforo de Aranzadi y José Miguel de Barandiarán en 1926. No obstante estos mismos autores no establecen el diag-
Departamento de Medicina Legal. Universidad del País Vasco (San Sebastián).
Actas de la I Reunión para el Estudio Antropológico de las Poblaciones del Pirineo (Huesca, 14-15 de diciembre de 1990), Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, 1992.
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ESTUDIO ANTROPOLÓGICO DE LAS POBLACIONES DEL PIRINEO
nóstico de la llamativa exóstosis que presenta la tibia y que nosotros estimamos corresponde a un osteocondroma o tumor benigno osteocartilaginoso relacionado con un desorden del crecimiento de la placa metafisaria del hueso durante el crecimiento del individuo, sin que llegara a ocasionar mayores problemas al sujeto. En una segunda etapa, a comienzos de los años setenta, Juan María Apellániz publica varios trabajos en los que presenta algunos problemas concretos de patología descritos en restos esqueléticos de la cueva sepulcral de Ereñuko Arizti, en Vizcaya. Basado en las opiniones de algunos especialistas del momento, como los profesores Moller-Cristensen y Gerhardt, discute el diagnóstico diferencial entre la lepra y la intoxicación crónica por cornezuelo del centeno (ergotismo), sin dejar el asunto definitivamente aclarado, ante la evidencia de unas constantes perforaciones y pérdidas de sustancia ósea en la diáfisis de los huesos cortos de varios individuos, algunos de ellos infantiles, de este yacimiento (APELLÁNIZ, 1971a y 1971b). El comienzo de la tercera etapa puede situarse en el año 1980. En concreto, tuvimos la oportunidad de estudiar las lesiones que presentaba un carnívoro de gran valor paleontológico a solicitud del profesor Jesús Altuna. Tres años más tarde dábamos comienzo a los estudios sistemáticos de Paleopatología que se fueron aplicando a todas las colecciones disponibles del País Vasco (Sociedad de Ciencias Aranzadi, Museo Arqueológico de Álava y Museo de Arqueología y Etnografía de Bilbao).
Enfermedades reumáticas
Las evidencias de reumatismo son los hallazgos más frecuentes en los restos esqueléticos de todas las épocas, aun cuando el condicionamiento de la menor esperanza de vida en las poblaciones prehistóricas sea uno de los factores principales determinantes. Si bien la mayoría de las observaciones que hemos realizado pueden ser descritas como simples espondilosis, caracterizadas por el desarrollo más o menos importante de osteofitos, no dejan de existir lesiones de artropatía degenerativa muy avanzada en vértebras cervicales de muchos de los individuos de época prehistórica. En efecto, en nuestra investigación resulta más frecuente encontrar estas lesiones en el segmento cervical que en el lumbar. Ello coincide plenamente con la opinión de DASTUGUE y LUMLEY (1976: 158), basada en los trabajos de COMODE (1975), que establece la siguiente frecuencia de afectación: 72% cervical, 4% dorsal y 24% lumbar para una población calcolítica de 160 individuos. El ejemplo más llamativo de artropatía degenerativa en extremidades superiores corresponde a dos determinaciones efectuadas en el yacimiento de la Edad del Bronce de Gobaederra (Álava). Se trata de dos individuos masculinos que presentan similares alteraciones consistentes en la presencia de un tejido ebúrneo sobre la superficie articular de la cabeza humeral, así como osteofitosis intensa marginal. Del mismo modo, la articulación del codo está afectada hasta el punto de que la presencia de osteofitos en la fosa olecraniana impide la extensión completa del miembro. Esta limitación se situaría en los 150-160 grados de extensión del antebrazo. A su vez, el desgaste preferente de la cabeza radial en el contacto con el cóndilo humeral se produce de forma muy localizada en la cara anterior de éste, es decir, en un punto de flexión del antebrazo que se sitúa a los 90 grados. La artropatía, en este caso secundaria, estaría relacionada probablemente con la intensidad y repetición de ejercicios con empuje de la extremidad cuando
ésta se encontraba flexionada en ángulo recto, esto es, tal y como se requiere en labores manuales de manufactura del cuero y cestería. Por otra parte son frecuentes las entesopatías, que afectan con mayor preferencia a la rótula. En ellas es más frecuente la osificación de la inserción del tendón del músculo recto anterior frente a la osificación del ligamento rotuliano. El proceso culmina con la osificación de la inserción del ligamento rotuliano en la espina tibial anterior. Resulta evidente la bilateralidad del proceso cuando asienta sobre las extremidades inferiores, rótula y calcáneo, y no necesariamente cuando se manifiesta en las superiores, en las que predominará sobre el lado derecho. Existe una relación predominante en el sexo masculino y no parece necesario que las entesopatías se desarrollen obligatoriamente en los individuos de mayor edad.
Traumatismos, fracturas Todas las descritas pueden ser consideradas como fracturas menores y afectan con mayor incidencia a las extremidades superiores. Un ejemplo de ello lo constituye la fractura diafisaria, con excelente callo de consolidación, encontrada en un metacarpiano del yacimiento neolítico de Fuente Hoz (Álava). Salvo en una fractura diafisaria de fémur localizada en el dolmen de El Sotillo (Álava), que consolidó sin reducción y por ello muestra un cabalgamiento significativo que supondría el acortamiento de la extremidad y la cojera consiguiente, el resto de las fracturas no son complicadas y ello favorecería su buena resolución. Merecen atención especial las fracturas diafisarias de cúbito, que supondrían en nuestra investigación el 40% de las descritas. Se trata de una fractura corriente cuando se produce un traumatismo en el dorso del antebrazo al tratar de exponerlo como defensa y protección del rostro. Mientras que en época prehistórica predominan este tipo de fracturas del antebrazo (similar a la de Monteggia), durante la Edad Media son más frecuentes las fracturas del extremo distal del radio (fractura de Colles), cuyo mecanismo de producción se debe al impacto de la extremidad en extensión contra el suelo en caídas accidentales. Por otra parte, los traumatismos craneales con resultado de fractura no son hallazgos frecuentes. El caso más interesante que hemos descrito corresponde a un cráneo perteneciente a la cueva sepulcral de Kobazar (Gipuzkoa), que muestra una fractura perpendicular al arco supraorbitario izquierdo, con evidentes signos de cicatrización del hueso. En este mismo grupo pueden incluirse las erosiones craneales que presentan remodelación activa del tejido. De este modo las lesiones traumáticas del cráneo suponen el 23% respecto del total. De todas las lesiones de carácter violento destacan con preferencia los hallazgos del enterramiento colectivo neolítico de San Juan ante Portam Latinam (Álava). Por el momento se han identificado trescientos individuos, de los cuales seis presentan puntas de flecha de sílex clavadas en el hueso. Incluso en dos de estos casos se observan signos de cicatrización del hueso como demostración de la supervivencia de los individuos tras sufrir la herida por impacto de las flechas. Este tipo de evidencias no son frecuentes en el territorio peninsular, aunque algunas de las pinturas rupestres del arte levantino demuestren la existencia de conflictos guerreros en los que era empleado el arco como arma de ataque (CAMPILLO y VIÑAS, 1980).
Paleoestomatología Todos los autores están de acuerdo en señalar que, analizando el proceso desde la Prehistoria, se observa un ligero descenso de la incidencia de la caries durante el Neolítico a la Edad del Bronce para comenzar el ascenso progresivo hasta nuestros días con un gran incremento en la Edad Media. De este modo, de la totalidad de las piezas dentarias revisadas por nosotros obtenemos unos porcentajes ralativamente bajos, aunque marcados con la misma tendencia señalada: Neolítico 3.3%, Calcolítico y Edad del Bronce 1.1%, Edad del Hierro 6.2%, Altomedieval 4.5% y Bajomedieval 16.1%. En todos los yacimientos se observa que la caries asienta con preferencia en el cuello dentario, y particularmente en los espacios interdentales, con predominio de las piezas molares. Para IGARTUA y LINAZA (1985) la distribución de la caries en la población calcolítica de las cuevas sepulcrales de Gipuzkoa es la siguiente: el 69.5% asientan en la región cervical, el 24% en la superficie oclusal y el 6.5% en la corona. Respecto a la brasión o desgaste dentario, aspecto de mayor interés en las poblaciones prehistóricas, observamos una extraordinaria incidencia del desgaste sobre los primeros molares desde las edades más tempranas en todos los individuos. El porcentaje de piezas dentarias expulsadas en vida supone el 13.2% durante el Neolítico y el 4.5% durante el Calcolítico y la Edad del Bronce (en la Alta Edad Media asciende al 20%). La determinación de lesiones propias de la enfermedad periodontal es una constante en todas las épocas y ello nos orienta a la identificación de la llamada "boca séptica". El resultado de la suma del número de caries, reabsorciones y abscesos se convierte en el mejor estimador de la salud dental. De este modo obtenemos una incidencia de 7.5% durante el Neolítico, 9.8% en el Calcolítico y Edad del Bronce, 23.7% en la Alta Edad Media y 51.5% en la Baja Edad Media.
Paleodemografía
La muestra investigada supera en poco el millar de individuos. La esperanza de vida al nacer durante el Calcolítico y la Edad del Bronce puede situarse en los 22 años (entre 20 y 25 años según el yacimiento). En la cueva sepulcral de Gobaederra (Álava), con 81 individuos representados, encontramos un 4.9% de infantiles, 6.2 de juveniles, 87.7 de adultos, entre jóvenes y maduros, y 1.2% de seniles. Frente a ello, en la cueva sepulcral de Iruaxpe (Gipuzkoa) los subadultos alcanzan el 53.3% (26.7% infantiles y 26.6% juveniles), con un 40% de adultos jóvenes y un 6.7% de maduros y ausencia de seniles. A modo de conclusión podemos resumir que la edad crítica de mayor mortalidad se sitúa en la infancia, especialmente en la etapa anterior a los tres años. A edad juvenil asciende la tasa de mortalidad. Es decir, una vez superada la primera etapa crítica resulta relativamente fácil sobrevivir hasta los 20 años. Sin embargo, es en la década de los 20 a los 30 años donde se localiza un importante aumento de la mortalidad. De hecho una minoría de la población calcolítica llega a la edad madura. En el límite entre la edad juvenil y la madura predomina la mortalidad femenina. Por ello están más representados los individuos adultos masculinos. Probablemente la prematura mortalidad de las mujeres se relacione con las dificultades propias de su capacidad reproductora.
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