La mirada del esparvel. Artículos (1982-2012)

IBIC: DQ ISBN: 978-84-8127-256-7

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ÚLTIMOS NÚMEROS DE LA COLECCIÓN

28. M.ª Celia Fontana Calvo, La iglesia de San Pedro el Viejo y su entorno. Historia de las actuaciones y propuestas del siglo XIX en el marco de la restauración monumental (2003).

29. Ignacio Almudévar Zamora, Retablo del Alto Aragón en el último tercio del siglo XX (artículos, charlas y conferencias) (2005).

30. M.ª Dolores Barrios Martínez y Pilar Alcalde Arántegui (eds.), Antonio Durán Gudiol y la prensa escrita (artículos) (2005).

31. Ramón Lasaosa Susín (ed.), Enrique Capella.

Folclore y tradición (2006).

34. Pablo Martín de Santa Olalla Saludes, Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio (2007).

35. María José Navarro Bometón, Nueve siglos frente al cierzo: la iglesia de Santa María la Blanca de Berbegal (2008).

36. Encarnación Visús Pardo, La villa de Berdún, entre la naturaleza y el arte: un hermoso contrapunto (2009).

37. Francisco Bruballa Angusto, Vocabulario del habla de La Puebla de Castro (Baja Ribagorza) (2009).

38. Cristino Gasós, Líneas cortas y otros poemas (ed. a cargo de Fidel Sebastián Mediavilla) (2011).

Este libro es el resultado de una cuidadosa selección de artículos de prensa de entre los muchos que la autora publicó en los medios escritos aragoneses entre 1982 y 2012, tiempo en que estuvo plenamente dedicada a la vida pública de nuestra comunidad. Ángela Abós, que fue profesora de Lengua y Literatura durante más de veinte años, sostiene que quien escribe habitualmente lo hace por la ineludible necesidad de comunicarse con el otro y respondiendo a un impulso del espíritu: escribe lo que piensa, lo que ve, lo que imagina, lo que siente, y lo fija en el papel porque en la lengua escrita va descubriendo las posibilidades de matizar hasta el infinito su pensamiento. Esta obra, que se nutre de atención, curiosidad y observación, cual esparvel sobrevolando nuestro paisaje aragonés, alude así a una realidad territorial muy cercana y a una temática variada y extendida en el tiempo, y pretende compartir con los lectores de hoy su reflexión y contrastar la vigencia de lo que en ella se aborda.

La mirada del esparvel

32. Ángel Huguet Canalís, Plurilingüismo y escuela en Aragón. Un estudio sobre las actitudes ante las lenguas aragonesas (aragonés, castellano y catalán) y las lenguas extranjeras (2006).

33. José Mª Ferrer Salillas, Bespén: recuerdos del pasado y una mirada al presente (2007).

COSAS NUESTRAS

La mirada del esparvel Artículos (1982-2012)

Ángela Abós Ballarín

ÁNGELA ABÓS BALLARÍN nació en Benasque, de familia benasquesa por parte de madre y tensina por parte de padre. Mantiene en sus escritos que estos orígenes marcadamente pirenaicos y la relación fronteriza con Francia, tan arraigada, condicionaron su vida y la de sus dos hermanos para siempre. A los diez años se traslada con su familia a Jaca y comienza el bachillerato en el Centro Politécnico de Estudios, recién creado allí por el catedrático de Lengua y Literatura Javier Ferraz, también benasqués y muy amigo de su madre. En el pueblo había sido alumna de Carmen Sánchez Sarto, perteneciente a una conocida saga de pedagogos aragoneses en los años inmediatos a 1936, y en Jaca lo fue de Tomás Buesa Oliver, jacetano y, más tarde, catedrático de nuestra universidad. Estudió los dos primeros años de Filosofía y Letras en Zaragoza con profesores como Ynduráin, Gastón, Frutos, Blecua, Gil y Torralba, y la especialidad de Filología Románica en la Universidad de Salamanca, donde profesaban Lázaro Carreter, Zamora Vicente, Gómez Egido y otros estudiosos de la palabra como concepto. Fue miembro del primer grupo fundador de El Día de Aragón, donde comenzó a escribir con cierta frecuencia.

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LA MIRADA DEL ESPARVEL ARTร CULOS (1982-2012)

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LA MIRADA DEL ESPARVEL ARTÍCULOS (1982-2012)

ÁNGELA ABÓS BALLARÍN

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Abós Ballarín, Ángela (1934-) La mirada del esparvel: artículos (1982-2012) / Ángela Abós Ballarín ; [prólogo de Antón Castro]. — Huesca : Instituto de Estudios Altoaragoneses, 2014. — 261 p. : il. bl. y n. ; 21 cm (Cosas Nuestras; 39) DL HU-82/2014. — ISBN 978-84-8127-256-7 081 Abós Ballarín, Ángela

© Ángela Abós Ballarín © Antón Castro © De la presente edición, Instituto de Estudios Altoaragoneses 1.ª edición, 2014 Colección: Cosas Nuestras, n.º 39 Director de la colección: Carlos Garcés Manau Diseño: José Luis Jiménez Cerezo Comité editorial: Julio Alvira Banzo, M.ª Pilar Benítez Marco, Ramón Lasaosa Susín, Antonio Turmo Arnal y Eduardo Viñuales Cobos Coordinación editorial: Teresa Sas Bernad Corrección: Ana Bescós García Imagen de cubierta: Esteban Anía

Instituto de Estudios Altoaragoneses (Diputación Provincial de Huesca) Parque, 10. E-22002 Huesca Tel.: 974 294 120. Fax: 974 294 122 www.iea.es / publicaciones@iea.es Impreso en España Imprime: Gráficas Alós. Huesca ISBN: 978-84-8127-256-7 IBIC: DQ DL: HU-82/2014

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Este libro va dedicado a El Pirineo Aragonés, Andalán, El Día de Aragón, Diario del Alto Aragón, Heraldo de Aragón y El Periódico de Aragón, que durante treinta años acogieron amablemente mis reflexiones y las reprodujeron con el rigor que los caracteriza.

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PRÓLOGO

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El viaje hacia la libertad Ángela Abós es una mujer entusiasta y laboriosa. Por muchas razones: por su intensa biografía, por la asimilación de una cultura rica y matizada, por su pasión por la política y la democracia, por su sentido de la amistad y porque exhibe, casi por igual, entusiasmo, lucidez y sinceridad. La mirada del esparvel es un libro emocionante: el de una mujer de la montaña que conoció el trasiego de mercancías entre Benasque y Francia bajo la nieve, y que se alimentó de las paradojas de la existencia, que empiezan en su propia familia.

Este es un libro de alguien con raíces: en la cultura, en los libros, en la educación, en el debate ciudadano. Hace algún tiempo, en una entrevista para Heraldo de Aragón, me decía: «Mi vida ha sido completamente insólita desde pequeña. Es la verdad. Y yo he intentado responderle siempre con un imperativo ético. La ética es un impulso individual, es una tendencia, y es una forma de estar en el mundo.

Nos pasamos la vida intentando conjugar nuestros sentimientos y nuestras inclinaciones con lo colectivo, con la vocación de servicio.

Y eso me ha pasado siempre».

Reconoce el magisterio de los otros —desde Lázaro Carreter, Zamora Vicente o Laín Entralgo, pongamos por caso, a Tomás Buesa o Pablo Neruda, tan lejano y tan suyo a la vez— y, al mismo tiempo, despaciosamente, con un verbo matizado y hermoso, nos da una lección tras otra. La primera, ese texto dedicado a la revista Triunfo en la hora del adiós, es una vindicación de la memoria y de un viaje convulso y

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esperanzador que ha hecho con mucha gente. El libro es la crónica de una travesía hacia la libertad, y a veces reaparecen, como fantasmas olvidados, nombres que fueron decisivos en la aventura.

Firma más adelante un artículo que se titula «Aragón exporta sentido común»: es fácil y ajustado decir que Ángela Abós también exporta sensatez, contagia convicción y atrevimiento. Hace un elogio del Parlamento de Aragón —«también del de Aragón», escribía entonces con alguna ironía— e invita a conocerlo porque solo se ama de veras lo que se conoce. Y la vida parlamentaria, en la Aljafería, en Madrid o en cualquier comunidad española, es un estandarte de pluralidad y de imprescindible debate. Sabe muy bien de lo que habla: a su condición de profesora con leyenda, en palabras de algunos de sus alumnos, como el periodista Jesús Frago, suma la de novelista y mujer que ha asumido importantes y variadas responsabilidades en Madrid, en el Ministerio de Educación, y en Aragón, en el Gobierno de Aragón, entre otras instituciones.

Mientras se zambulle en libros que lee —y de los que extrae algunas enseñanzas, como le sucede con El bucle melancólico de Jon Juaristi—, mientras contempla con esperanza las elecciones vascas, pongamos por caso, va dejando aquí y allá huellas de su biografía, cantos rodados que sedimentan en el fondo del río y a la par siguen su curso hacia el porvenir más vibrante. La mirada del esparvel es una apología de la convivencia, de la diversidad, de la tolerancia, de la sensibilidad y de la complejidad. No hay nada más burdo y estéril que la ausencia de matices. Así, igual que glosa la biografía de Pilar Miró que elaboró Diego Galán, puede hablar de «El camino de Francia», una historia coral de calado familiar e íntimo, una pieza que se complementa con «Francia en el corazón». Alguien recuerda: «¡Qué bien se vive allí! Van más adelantados en todo. Se nota en las casas, en el comercio, en las escuelas y en lo educados que son, aunque para el dinero sean tan suyos».

Eso sí, partidaria de los placeres esenciales y de las urgencias del cuerpo, recuerda que el sexo existe y que de su laberinto de incitaciones nacemos todos. Esta reflexión alude de manera explícita a la primera parte del volumen, «Cultura y sociedad», la más importante quizá porque encierra dos términos en los que cree ciegamente. Ángela también habla de «Deporte» y de deportistas, y recuerda que fue nadadora y que hubo un equipo local, jacetano, en el que

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PRÓLOGO

hacía sus pinitos esta mujer a la que algunos alumnos veían como si fuera Juliette Gréco. Cultivaba el misterio del conocimiento y entendía que el mundo es un hontanar de caminos hacia la sensibilidad.

Aborda asimismo cuestiones sobre «Educación» y «Mujer», claro, pero hay otra sección —que se anticipa a la de cierre, «Política»— que resulta realmente emocionante: «Nombres propios». Es un autorretrato oblicuo de Ángela Abós: su colección de amigos, de figuras más o menos famosas que han moldeado su personalidad. Por ejemplo, en un conjunto de afectos, de recuentos y de análisis, confiesa sus debilidades. Dice: «Soy de los pocos que le aguantan a Federico Jiménez Losantos, como hacía José Antonio Labordeta, casi todo. Casi, pero no todo; a veces se pasa un huevo y otras veces los dos, y cuando eso sucede nos hiere de verdad. Nos conocimos hace tiempo en Zaragoza, en una cafetería del paseo Sagasta que ya no existe. Me lo presentaron como compañero militante del PSA y alguien me comentó que andaba medio enamorado de aquella chica navarra que no sé si también militaba con nosotros y que luego se nos fue con Alberto Moravia. ¡Qué años aquellos!». Por lo que aquí se cuenta, también Federico Jiménez Losantos sucumbió al hechizo de Carmen Llera.

Ahí, en «Nombres propios», habla de Antonio Saura, con el que coincidió en varias ocasiones (declara, ya de paso, su amor por los calvos), de Gabriel Celaya, del político Carlos Piquer, que tuvo un final extraño y doloroso y a Ángela le produjo una desazón muy amarga, de Tomás Buesa, de Fernando Lázaro Carreter o de Miguel Hernández, entre otros. Y al hacerlo deja correr otra certidumbre, que se impone en este volumen: ella, Ángela Abós, lectora de poesía, enamorada de la copla y de la gastronomía, soñadora entre cuentos hasta el fin de la noche, es, ha sido y será una humanista metida en las pequeñas y las grandes cosas de la vida.

Antón Castro Escritor y periodista

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INTRODUCCIÓN

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He reunido en este libro una selección de los numerosos artículos que publiqué en la prensa aragonesa —El Pirineo Aragonés, Andalán, Diario del Alto Aragón, El Día de Aragón, Heraldo de Aragón, El Periódico de Aragón y numerosas revistas— a lo largo de treinta años, prácticamente los que dediqué a la vida pública de nuestra comunidad autónoma.

Los textos han sido escogidos de entre casi doscientos atendiendo al criterio primordial de que su contenido pueda, a través de la comprensión de la otredad, decir algo al lector de hoy. Están ordenados por bloques temáticos para facilitar la búsqueda a los posibles lectores, habida cuenta de que, al tratarse en su origen de prensa escrita en medios y épocas muy variados, la estructura compilatoria del texto les permitirá tener acceso a artículos que en su día no conocieron.

Por otra parte, con el fin de que los interesados puedan situar su contenido en un contexto cronológico determinado, en todos los casos se indica el año en el que fueron publicados y, cuando ha sido posible localizarlos, se especifican la fecha concreta y el medio en el que aparecieron. Además, los artículos han sido revisados y actualizados según las normas y convenciones de escritura hoy vigentes.

Me cuento entre los autores que afirman que solo se escribe con honestidad sobre aquello que se conoce, se ama, se imagina, se sueña o se inventa del todo, porque el impulso creativo nos conduce a un nuevo ámbito de conocimiento, que en principio puede sernos ajeno, por vía de lo que llamamos inspiración, no fácilmente identificable.

Así, todos los apartados temáticos de la obra —«Cultura y sociedad», «Educación», «Deporte», «Mujer», «Nombres propios» y «Política»—

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responden a una suma de preocupaciones individuales que, para que en el momento adecuado puedan resultar útiles a otros, se proyectan sobre lo colectivo con intención inequívocamente dialogante, dialéctica si ello es posible y, sobre todo, vocacionalmente constructiva.

Agradecimientos Al Instituto de Estudios Altoaragoneses por su labor continuada y a su equipo editorial por su trabajo impecable.

A Antón Castro por su prólogo, luminoso como todo lo que escribe.

A Pilar Sanmartín, que me transcribe desde hace años con mucha paciencia.

A los directores de los medios escritos de cada momento y a sus equipos completos.

A quienes compran periódicos y los leen, e incluso a los que los recorren en diagonal, porque contribuyen a su mantenimiento.

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Reproducimos aquí una serie de artículos que se publicaron entre 1982 y 2012 y cuyo contenido, muy variado, va desde la referencia a las conexiones entre Cataluña y Aragón hasta los cambios en las instituciones, los valores de la frontera con Francia, la idiosincrasia aragonesa, la relación entre nuestros pequeños territorios, la costosa construcción de la democracia o el papel de los nacionalismos, así como otras cuestiones más personales, todo ello tratado no desde una posición política estricta, que ya tiene en otra parte del libro su propio espacio, sino desde una perspectiva social generalizada, es decir, a partir de aquellos valores básicos felizmente compartidos desde 1978.

Si por cultura entendemos el conjunto de los conocimientos adquiridos por un individuo o por un grupo humano, es de suponer que quien escribe pretende, al explicitar su posición sobre esto o aquello, demostrar que tiene una opinión elaborada sobre lo que expone; asimismo, al hacerla pública da testimonio de que quiere compartirla, contrastarla e incluso oponerla a la de sus posibles lectores.

Como no podía ser de otra forma, constituye este el más extenso de los seis apartados que contiene la obra, dada la voluntad de participación que he asumido al realizar una selección minuciosa de mis apariciones en la prensa aragonesa a lo largo de treinta años. Desde 1982 y hasta 2012 pretendí siempre, a través de estas publicaciones, poner en valor las virtudes de una sociedad fundada en el diálogo constructivo, tanto en las instituciones como entre la ciudadanía.

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Triunfo: un antes y un después1 «La izquierda no es un posicionamiento político, es una sensibilidad» (leído hace años en Triunfo, en una entrevista a Éric Rohmer, a Roland Barthes, a Leonardo Sciascia, a uno de tantos). Eduardo Haro Tecglen, una de las almas de Triunfo que ahora muere, publicó en 1974 un pequeño diccionario político con el que pretendía «revelar con la máxima pureza un vocabulario que, debido a los azares de la historia, está entrecruzado de ambigüedades y confusiones». El intento del diccionario fue demasiado modesto y no recoge, entre otros, el verbo politizar, una de las palabras más manipuladas, semánticamente hablando, de la lengua española en los últimos tiempos.

Un gran número de demócratas de los que hoy ejercen, de modo público o no, la actividad política en España han recorrido desde los primeros años sesenta una senda informativa y formativa común: Radio París, Le Monde algunas veces, Cuadernos para el Diálogo y la revista Triunfo, que ha resultado imprescindible. No es casualidad que al hilo de la muerte de esta gran publicación, a la que rendimos aquí nuestro homenaje, se hayan escrito estos días los editoriales, artículos y epitafios más sinceros que ha conocido la prensa de la transición española, que todavía dura. Muchos de los que deseábamos un cambio radical para nuestra vida política sabíamos que era necesario al menos dar los primeros pasos democráticos, politizarse, es decir —cito por el diccionario—, «adoptar actitudes y comportamientos que inciden

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y recaen sobre las estructuras generales, mentales o institucionales de toda la sociedad para lograr la interrelación entre los hombres».

Lograrlo, a medias, fue un proceso bastante costoso y, en ocasiones, algo angustioso. Salir al extranjero, comprar allí libros, ir al cine sin entender la lengua era obligatorio; buscar discos y revistas cuya posesión era ilegal pasada la frontera e interrogar ávidamente a las gentes que vivían fuera. Cuando, al poco tiempo de iniciarse su segunda época, se evidenció lo que pretendía la revista Triunfo, sus claves fueron asumidas por aquellas hermosas gentes que se agarraron a ella como a un clavo ardiendo y de la despolitización obligada pasaron a la politización absoluta. Ahora, cuando Triunfo muere, la democracia se consolida en España, y para que se consolide habrá llegado el momento en que los españoles, todos, y no solo aquellos a los que me vengo refiriendo, tendremos que cambiar nuestros hábitos de vida en común.

Los que vivieron traumatizados los últimos años de la dictadura y acogieron esperanzados la transición inacabada con la vibración política a flor de piel, dispuestos a dejarse el pellejo en el intento, aquellos, digo, tendrán que despolitizarse poco a poco y seguir ejerciendo.

Aun en los niveles más humildes, el ritmo que ha requerido la vida española de los últimos años puede constituir para ellos un serio peligro de alienación, que se caracteriza por el no dominio de la propia realidad y que puede llevar al distanciamiento progresivo de otras vivencias —familiares, culturales, lúdicas, profesionales— que les son vitalmente necesarias. Es muy corriente encontrar entre estas gentes personas que no van al cine desde hace mucho tiempo, que no acuden nunca al teatro, a un concierto, que no leen un libro de evasión, tal vez ni de los otros, y que no bailan desde que acudieron al último guateque. Sin embargo, la participación habitual en estas actividades es indispensable para poder imprimir a su quehacer el valor insustituible de la imaginación, la dimensión creadora de la que tan necesitado está siempre el ejercicio de la política, que, a falta de ello, tiende a convertirse en mera burocracia.

De la misma forma, pero en sentido contrario, los despolitizados, hombres y mujeres que, a pesar de tener responsabilidades de todo tipo, confiesan no entender de política, si son demócratas y quieren que la democracia no sea flor de un día como ocurrió otras veces, tendrán que politizarse, y como dice el diccionario tendrán que «adoptar

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actitudes» que incidan y recaigan «sobre las estructuras generales, mentales o institucionales de toda la sociedad».

El apoliticismo al que muchos españoles se acogen para librarse de no sé qué estigmas se ha revelado hace tiempo ya como una falacia.

Durante la transición, y antes, muchos de los que abogaban por la supremacía de lo colectivo sobre lo individual fueron criticados, a veces muy duramente, porque —se decía— lo politizaban todo. Quienes se erigían en acusadores querían decir, creo yo, que cualquier cuestión de la vida cotidiana, en apariencia neutral, era conducida, irremediable e interesadamente, por los otros al terreno de la política, que, en efecto, como ellos sospechaban, no es nunca neutral. Podía tratarse de la selección de los programas de Televisión Española, del contenido de los textos de la EGB o de la pésima calidad del jamón york; cuando a alguien se le ocurría aventurar que todo ello tiene mucho que ver con la idea que los gobernantes tengan sobre la libertad de expresión, sobre la planificación educativa o sobre los derechos del consumidor, surgía inmediatamente la terrible acusación: este tema se está politizando.

Curiosamente, algunos de los que más proclamas hacían de apoliticismo y más se desmelenaban no han tenido empacho en politizarse abiertamente cuando sus intereses, no los generales, se han visto en peligro. Aquí, y sin ánimo de polémica, el caso más escandaloso y más reciente lo constituirían los empresarios de la FERE en las elecciones andaluzas. Lo que sucede es que ellos también lo politizaban todo —su uniformidad de criterios y su beligerancia lo demostraban—, pero jamás han querido reconocerlo.

Establecida la democracia, aunque sea débil, o precisamente porque lo es, otras personas que sinceramente se llaman apolíticas tendrán que trabajarse la politización. Los demócratas tienen que aceptar que un sistema de libertades no puede funcionar si la ciudadanía se desentiende de lo público; solo en las dictaduras, en las que los poderes de decisión residen en unos pocos, no es necesaria la colaboración del ciudadano. ¿Cómo se politiza uno? A cualquiera se le alcanza que la solución no pasa por hacerse militante de un partido. Esto queda para los que sienten la necesidad de la acción directa y encuentran en los partidos las organizaciones en las que pueden inscribir sus esfuerzos. ¿Cómo puede aquí y ahora el común de las personas entender de política de

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cara a ejercer el derecho al voto en el otoño que se avecina? Los instrumentos que, a nivel individual, pueden llevar al conocimiento de la realidad política son los medios de comunicación: radio, prensa y libros de contenido político. La radio es el medio que requiere menos esfuerzo y menos gasto, pero los matices que una persona atenta necesita hay que buscarlos en la prensa diaria.

Esta es la que recoge cada día, además de la información, los estados de opinión ciudadana que deben constituir la base de la política.

El otro camino sería la participación en asociaciones nacidas al amparo de la democracia para defender intereses colectivos, que suelen coincidir con los del ciudadano de a pie. En un país en el que reunirse más de veinte personas era un delito no hace mucho tiempo —los más jóvenes no se lo acaban de creer cuando los más viejos lo cuentan con un atisbo de nostalgia perniciosa— no se pasa de la noche a la mañana a crear una infraestructura asociativa que dinamice la vida colectiva, pero tal vez la participación en una asamblea de barrio o en una asociación de padres de alumnos pueda ayudar a descubrir que son muy pocos los problemas que no precisan del ámbito colectivo —político— para su planteamiento y para su resolución.

Cuando los españoles abandonemos el individualismo, la presunción o el escepticismo que nos caracterizan —escribir estas palabras en Aragón es llorar, como dijo Larra refiriéndose al país— ya nadie tendrá que politizar nada, dicho así, en sentido peyorativo, que es como se ha venido diciendo por algunos. La acusación de estar politizado no será ya un latiguillo descalificador, producto de cuarenta años de dictadura regida por un sabio de inspiración divina y avalada por los que venían, unos y otros, de un baño de sangre. Menos mal que Triunfo nos politizó algo.

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Una justicia necesaria2 Los militares procesados por la cuestión de la UMD, y también los detenidos antes, como Busquets y Julve, e incluso alguno de sus defensores militares de oficio, constituían en 1975 un conjunto de brillantes profesionales no demasiado diferentes en sus planteamientos vitales de otros grupos —docentes, abogados, periodistas— que desde su estatus, y en la medida de lo posible, que era angustiosamente pequeña, arrimaban el hombro solidario a la causa democrática.

Ellos no conculcaron ninguna ley, no incitaron a la rebelión, no violentaron ni moral ni físicamente a nadie, no perjudicaron en ningún momento la marcha de la vida colectiva ni denigraron jamás a la institución a la cual pertenecían; después de haber sufrido y arriesgado mucho por propiciar para este país las libertades civiles que ahora todos consideramos irrenunciables, se autodisolvieron sin ostentaciones y en un alarde de coherencia en cuanto España, su gran amor, tuvo, a raíz de las elecciones de 1977, un régimen democrático.

Todos ellos, menos uno, habían cursado una carrera universitaria o más de una, añadiendo saberes, en general humanísticos, a la muy sólida preparación técnica que ya poseían. Ni una frase había en la redacción de su ideario ni en la de sus objetivos militares y nacionales que no pueda ser suscrita hoy por cualquier español bien nacido, civil o militar, que acate la Constitución; por el contrario, quedaban allí formulados de manera clarividente muchos de los principios que luego han informado la regulación legal de nuestra convivencia.

Con todo, no va a ser fácil que se les haga justicia, orillados tal vez para siempre los principios de la Ley de Jurisdicciones de 1905-1906, cuya legitimidad ha sido siempre cuestionada y que hizo decir a Unamuno en 1933: «lo grave de este problema no es el juzgar, sino el enjuiciar». Resulta significativo, por ejemplo, que la posibilidad de su vuelta al Ejército no cuente todavía con el respaldo total de sus compañeros de armas ni con el de todas las fuerzas políticas democráticas; lo es también, desde mi punto de vista y entre otros datos, que en el reciente y riguroso libro de Manuel Ballbé Orden público y militarismo 2

Publicado en 1984.

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en la España constitucional, prologado por García de Enterría, no aparezca la más leve referencia a la existencia de este colectivo, que explicitó siempre en sus postulados una profunda preocupación por la posible utilización de militares profesionales en las tareas reservadas en los países democráticos a las fuerzas de orden público.

Cuando el buen ministro de Defensa que fue Rodríguez Sahagún intentó con una proposición de ley en el Parlamento la vuelta al Ejército de los húmedos, su grupo de la UCD lo impidió argumentando que, si bien compartía los deseos de reconciliación que habían dado lugar a la propuesta, había otros valores en las Reales Ordenanzas que no se podían desconocer.

Voces autorizadas —Alejandro Lastres, Simón Sánchez Montero, Miguel Ángel Aguilar, José Luis Pitarch, Jaime Miralles, entre otros— formularon en la prensa a lo largo de aquellos meses los análisis más serios y a la vez más clarificadores que ha conocido el tema; el día 17 de diciembre se publicaba en El Alcázar el artículo «Análisis político del momento militar» y el 19 de enero de 1981 Enrique Múgica dictaba su modélica conferencia «Política y Fuerzas Armadas» en el club Siglo XXI. Días después…, todos los españoles sabemos lo que ocurrió.

Casi ningún lector conocerá tampoco, solo aquellos para los que los hechos se convirtieron en memoria amarga para siempre, los datos de los movimientos que tuvieron lugar durante aquel tiempo en el seno de los más oscuros reductos de la extrema derecha, la cual, temerosa de que el triunfo del texto de la proposición estuviera asegurado, toda vez que había sido presentado por el grupo mayoritario, se organizó para tratar de impedir por todos los medios su aprobación una vez que el debate hubiera finalizado.

El procedimiento, que enlazaba directamente con la campaña de desprestigio de las personas que ya había sufrido la UMD en 1975, estaba basado en la confección de unos dosieres personales en los que se acumulaban pruebas documentales previamente fabricadas pero verosímiles que debían servir para la descalificación moral y política de los encartados y de otras personas supuestamente relacionadas con ellos. Estos informes, que nunca se utilizaron, puestos oficiosamente en manos de algunos diputados de UCD, les suministrarían los datos precisos para que, si el texto prosperaba, pudieran votar en conciencia contra él. No hubo lugar, porque la proposición fue retirada por el propio grupo proponente.

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Yo he querido traer aquí la descripción de estos hechos, no por todos conocidos, en apoyo a mi argumentación primera en el sentido de que no va a ser fácil para el Gobierno el conseguir que se desarrolle en poco tiempo el marco legal que posibilite este acto de justicia necesaria. Y, sin embargo, es bien cierto que existen ahora otras condiciones —el afianzamiento de la democracia (dependiente en buena medida de la gestión gubernamental), la aceptación por parte de una gran mayoría de militares profesionales del espíritu y la letra del artículo 8.º de la Constitución, la superación del escollo de la reforma militar, la reducción de aquel golpe de Estado a sus propias cenizas— que pueden permitirnos pensar esperanzadamente que las cosas podrían cambiar.

Para finalizar estas reflexiones quisiera decir que costó cuatro años poder plantear el tema por primera vez y muy pocos días darle el carpetazo prudente y tal vez obligado. Ha costado otros cuatro años, bien que con varios intentos y un golpe de Estado bananero y la reforma militar por medio, que han impedido mayores premuras, plantearlo nuevamente, solo plantearlo, ni siquiera iniciar el proceso legal necesario, porque ya habría quien se rasgaría las vestiduras políticas e institucionales. ¿Quiénes y cuántos? Que lo expliquen claramente y expongan sus puntos de vista ahora que se puede, porque algunos creemos que ni desde la más estricta ortodoxia patriótica deben ponerse reparos a que se inicie un camino de reconciliación que nos conduzca a ese imprescindible lugar de encuentros llamado justicia.

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El papel de las instituciones3 Es un hecho comprobado que entre nosotros todavía se confunden, interesadamente o no, las instituciones con las personas o los partidos que las gobiernan en cada momento. Digo todavía porque esto sigue ocurriendo aquí, después de ocho años de vida democrática, y no ocurre en otros países, en los que, por ser estas el producto histórico de afanes más compartidos, nadie alienta dicha confusión.

Lo que quiero plantear es que su existencia, pero también su arraigo en el sentimiento ciudadano, es fundamental para la organización de la vida colectiva, y algunos, en Aragón y también fuera de aquí, parecen haberlo olvidado.

Si, como definición general, las instituciones representan el conjunto de ideas, creencias y normas que se imponen en un grupo para regular su desenvolvimiento, como realidad concreta se materializan en unas formas organizadas de actividad que preexisten al individuo, cumplen su papel instrumental en y por encima de las contingencias y, aunque sus acciones puedan cuestionarse en cada momento, sobreviven también al individuo. Constituyen, en resumen, un instrumento útil del que el propio grupo se ha dotado, organizativamente hablando.

Dicho esto, que hubiera querido exponer de forma aún más esquemática, querría argumentar que, como decía antes, la cultura política que han ido adquiriendo otros países democráticos a lo largo de los tiempos ha impuesto a sus ciudadanos la valoración positiva del papel de las instituciones, y rara vez ocurre allí que, al ser criticadas las actuaciones de las personas o los grupos que las rigen, quede también en entredicho la imagen de la institución como tal, y ello por un elemental sentido de lo colectivo que me parece imprescindible cultivar.

De la misma manera, frente a las ironías de listillos que aquí nos permitimos, en los referidos países nadie pone en tela de juicio que el funcionamiento ordinario y extraordinario de sus instituciones conlleva unas ciertas liturgias, que constituyen por sí mismas un código de comunicación con el ciudadano; por el contrario, los ritos formales se cultivan amorosamente, apoyando en ellos unas señas de identidad diferenciada. Entiendo que esto, que sucede por igual en el Parlamento 3

Publicado en El Día de Aragón el 7 de diciembre de 1986.

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británico, en cualquier academia disciplinar europea y en un pequeñísimo ayuntamiento del Mediodía francés, es porque el hombre de la calle, y mucho más los responsables sociales, está dispuesto a reforzar el aprecio colectivo a la institución en abstracto, conteniendo los modos de la expresión de la discrepancia puntual.

Entre nosotros sucede justamente lo contrario. Tal vez porque una sociedad de herencia dictatorial como la nuestra tarda tiempo en analizar y asumir estas cuestiones, en España se ha avanzado poco en este sentido, y en Aragón todavía menos.

Aquí, en los últimos meses se ha puesto en duda por alguna formación política el que una institución tan joven como es el Gobierno autónomo, que se está dibujando a sí misma con incontables esfuerzos desde su creación, dado el bajo índice de politización de los aragoneses, que todavía confunden, y no por su culpa, la Diputación General con las diputaciones provinciales, por ejemplo, tenga todo el derecho del mundo a realizar una campaña institucional de creación de imagen. En su análisis interesado la confunden con una campaña de propaganda partidista o personal; quien lo cuestiona parece no saber por dónde van los tiros de la modernidad política y tecnológica, a la luz de la cual, y según los teóricos, que se pueden y se deben consultar, la creación de imagen no es necesariamente propaganda, sino pedagogía.

Lo mismo podríamos decir de las críticas habidas a la carta institucional del presidente a los aragoneses sobre los riesgos de los desplantes partidistas a su oferta de diálogo, de la incomprensión política hacia la campaña emprendida por la Diputación Provincial de Huesca —y eso que se trata de dotar de una imagen sugestiva a la provincia en su conjunto— o hacia algunas iniciativas de las Cortes de Aragón y de algún ayuntamiento. En el mismo contexto habría que situar también el modo como se ha llevado el asunto de las dietas de los parlamentarios regionales, cuando irregularidades como las descritas, si es que las ha habido, son corregidas en otros lugares por mecanismos internos menos interesados, que no obligan a la institución a dedicar meses a recomponer una imagen que se ha proyectado a la opinión pública como globalmente sospechosa.

Resulta especialmente contradictorio, y desde esa perspectiva escribo, que este tipo de actuaciones venga preferentemente de formaciones políticas que no se manifiestan con la misma virulencia cuando

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otras instituciones, no políticas, pero que operan también fuertemente en el ámbito social, venden su imagen de la mejor manera posible, y ello es lícito, al mismo tiempo que quiebran principios colectivos que no se resumen en la procedencia o no de un gesto concreto acordado según las normas.

Puede que existan también otros componentes. Hace pocos años escuché al profesor Tierno Galván, en el discurso de apertura del XXIX Congreso del PSOE, una afirmación que ya le había oído antes en un ciclo de conferencias de la Universidad Menéndez Pelayo: la sociedad española, por su propio origen, es una sociedad cainita que no ha descubierto todavía —ni con la llegada de la democracia, porque la lucidez política es un proceso lento— que en el intento de destrucción del otro está el principio de la propia destrucción. O lo que es lo mismo, si las instituciones no logran calar ahora en los esquemas políticos de los ciudadanos, tampoco calarán después, cuando otros las ocupen; su prestigio constituye un diseño continuado, cuidadoso y frágil que no se debe comprometer en vano. Entre otras cosas, los partidos políticos existen para paliar en lo posible las tendencias sociales negativas a las que se refería el Viejo Profesor. Otra cosa no valdría la pena.

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Elogio del Parlamento4 De cualquier Parlamento, también del de Aragón.

Con mucha frecuencia se escuchan opiniones críticas de la ciudadanía, que se reflejan en los medios de comunicación, sobre el discurrir de la vida parlamentaria, tanto en lo referido al trabajo de los Grupos cuanto al papel individual de los diputados. Cuando se analizan los argumentos valorativos que se esgrimen —actitudes, ausencias, falta de actividad, son los más repetidos— se percibe la desinformación que los ciudadanos muestran sobre el quehacer y la estructura parlamentaria al emitir sus juicios, desinformación que, seguramente, no les es achacable.

Yo creo que existen razones de fondo y de forma que determinan esta realidad, y otras más triviales que contribuyen a distorsionar la imagen de los Parlamentos y sus componentes. Una de las principales razones de fondo es, a mi juicio, la vida hacia adentro que llevan los Parlamentos como institución pública. Esta percepción no la modifica el hecho de que cada día trabajen en las Cortes un buen número de periodistas que escriben o relatan lo que allí sucede, ni tampoco que la institución parlamentaria planifique un sinfín de actividades dirigidas al exterior. La carencia viene dada, creo, por la circunstancia de que casi nunca, y casi en ninguna parte, se cuenta al hombre de la calle cómo es y cómo funciona un Parlamento.

Lo primero que convendría aclarar a la ciudadanía es que, en general, los parlamentarios se llevan muy bien entre sí, independientemente de las posiciones de partido y grupo; la cortesía parlamentaria es una realidad cierta y cualquier diputado se siente dentro de la institución como en su casa, en su empresa, en su despacho, en el tajo, en su clase, y, a veces, mejor. Se siente también amigo y cómplice de sus compañeros de los otros grupos, sin el peligro de tener que caer en el corporativismo que caracteriza a otros colectivos, porque todo parlamentario es, sobre todo, consciente de la fragilidad y la contingencia de su condición.

Otra percepción que habría que matizar es la de que todos los parlamentarios tenemos que saber de todo y asistir con el mismo interés 4

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Publicado en 1993.

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a todas las sesiones de pleno o comisión, se trate en ellas lo que se trate. No es así, y no podría serlo aunque quisiéramos. Bien al contrario, cada parlamentario desarrolla su trabajo en uno o varios ámbitos, apoyado por la estructura de su grupo, que resulta determinante, obligado por las normas, por el reglamento y, solo a veces, por las preferencias iniciales de cada uno. Todos estamos en dos o tres comisiones y no en otras, y por lo tanto entendemos bastante de aquello que en nuestros ámbitos de trabajo se debate y poco de lo demás, a no ser que sean cuestiones generales de la política de la comunidad autónoma o del país.

Como por ley los diputados tenemos la obligación de hacer un seguimiento de la política del Gobierno —crítico en el caso de la oposición y de apoyo en el caso de los grupos que lo conforman, y también de impulso a la acción del mismo—, suelen constituirse tantas comisiones parlamentarias como departamentos hay en el Gobierno, y, a veces, alguna más. Cada una de estas áreas tiene un portavoz en cada grupo, que se ocupa directamente de todas las iniciativas —propias y ajenas— de su ámbito, con la colaboración de sus compañeros de grupo y de comisión.

En contra, pues, de lo que pueda parecer, el parlamentario suele trabajar de forma altamente especializada y, sin embargo, escucha con mucho respeto los debates de aquello que no le concierne directamente. Con respeto siempre, aunque, y esto es comprensible, no siempre con el mismo interés. Ello es el origen de uno de los elementos que más crítica suscitan: la falta de presencia continuada en los plenos, que es lo que más se ve desde fuera. Allí es donde se reúnen todos los asuntos previamente debatidos en comisión entre los portavoces directamente responsables o los diputados implicados, que son los que marcan a su grupo el sentido de las votaciones; por ello es normal, y pasa en todos los Parlamentos del mundo, que los debates de los plenos se vean, a veces, poco concurridos por los diputados, que pueden estar, mientras tanto, en otras tareas o iniciativas que les son propias y siempre urgentes, si bien atentos a las votaciones, a las que llama ahora, en la Aljafería, una campana cantarina que ha sustituido a los antiguos y duros timbrazos. Por ello, y en relación con las frecuentes alusiones de la ciudadanía a las actitudes y a las ausencias, hay que decir que el trabajo en los Parlamentos suele ser riguroso, abundante y, en algunos casos, frenético, siempre férreamente encuadrado en

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los acuerdos, los desacuerdos, la variedad de fórmulas efectivas y los plazos fijos, que es lo más duro.

En el Parlamento aragonés, que es el único que conozco por dentro, se trabaja mucho, muchísimo —compárese su actividad con la de otros Parlamentos autonómicos—, y bien, y creo que resulta ser el gran desconocido institucional de Aragón y también uno de los que más despego sufren por parte de los ciudadanos, y no por culpa de estos, sino porque tal vez la institución no se explica bastante a sí misma por pudor de que tal cosa pudiera tomarse como propaganda.

No debería ser así: los Parlamentos se configuran por la voluntad popular y constituyen la máxima expresión de la querencia que tienen las sociedades sanas a organizarse a través de las leyes. Tradicionalmente los aragoneses hemos sido muy buenos legisladores; sería bueno que entre todos pudiéramos conseguir también en esto la valoración de lo propio y que los ciudadanos, una vez informados, se sintieran orgullosos de su Parlamento, como lo estamos los que somos o hemos sido diputados.

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Desdramatizar y ocupar la cárcel5 En la primera parte de uno de los tres grandes informes que ha generado la construcción del centro penitenciario de Zuera se dice lo siguiente: «Todas las legislaciones penitenciarias de nuestro entorno y los Gobiernos, por medio de las recomendaciones del Consejo de Europa, se han comprometido, en la aplicación de sus sistemas, con dos ideas básicas del penitenciarismo moderno: la humanización de la pena privada de libertad y el tratamiento penitenciario. Estos dos conceptos, complementarios y omnicomprensivos de todo sistema de ejecución de penas de reclusión, han sido ampliamente recogidos por la legislación española».

Buen punto de partida para abordar directamente lo que en estas líneas, con el ánimo más constructivo posible, querría tratar.

Al hablar de la cárcel en el título me refiero, claro está, al nuevo centro penitenciario de Aragón, construido en el municipio de Zuera. ¡Ojalá, con el paso del tiempo y los avances técnicos y políticos en materia de cumplimiento de penas, pudiéramos un día desdramatizar también el hecho mismo de la privación de libertad y el modo de enfrentarlo colectivamente!

Mientras eso no suceda, quiero advertir que no debería seguir leyendo quien no esté convencido de que los presos —tanto penados como preventivos— son de todos, igual que lo son otros colectivos socialmente débiles, cuyas necesidades, sin embargo, son asumidas con mayor grado de tolerancia por el común de las personas. Parecería normal, pero no lo es, que en una sociedad avanzada como la nuestra las cargas que la misma genera, sobre todo las relacionadas con la vida de los seres humanos, se aceptaran y se repartieran, tanto institucional como individualmente, como la expresión del compromiso solidario a que el alto grado de bienestar alcanzado nos obliga. Desde esta y solo desde esta perspectiva me gustaría comentar aquí algunos datos y utilizar determinados argumentos desdramatizados, con la intención de ayudar en lo posible a la clarificación del sentido que tiene este centro penitenciario de Aragón, que, por razones de tipo técnico, se ha ubicado en el término municipal de Zuera.

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Publicado en 1996.

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Como no puedo en la extensión de un artículo comentar cada una de las conclusiones de los informes sobre legalidad, competencia, territorio y otros que ha suscitado la ubicación del centro, me referiré solamente a los tres aspectos más controvertidos en las múltiples opiniones públicas que se han manifestado en Aragón en los dos últimos años: tamaño, modelo y finalidad.

Antes de abordarlos quisiera, sin embargo, que el lector sensible y también los políticos responsables sentaran por sí mismos algunos principios que resultan ser previos a cualquier otra argumentación: Aragón, cómo otros territorios, genera presos, ¿sí o no? Debemos sentirlos como parte de nuestra sociedad, ¿sí o no? Según uno de los tres informes aludidos, con el pequeño cupo de plazas que puede reservar la Administración para fines de viabilidad técnica y política —agrupamientos, traslados y otros— nuestra comunidad precisaría unas ochocientas cincuenta plazas para otros tantos presos aragoneses de muy heterogéneo perfil. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Es razonable y humanitario que estén en su tierra, cerca de sus familias, en un lugar geográficamente equidistante y bien comunicado, habida cuenta de que para un interno lo más importante del mundo exterior son los lazos familiares?

Hablemos ahora del propio centro. Una cuestión muy debatida entre nosotros ha sido la del tamaño: ¿muchos pequeños centros tipificados —modelo sueco— o grandes complejos muy diseminados, que contengan varios centros, totalmente aislados entre sí, que es el modelo elegido por la planificación española? Inmediatamente me pregunto: en caso de optar por el primero, ¿dónde y cómo? ¿Apostaríamos sincera y serenamente por repartir por Aragón seis pequeñas cárceles? ¿Dónde la de jóvenes, la de mujeres, la de varones adultos y otras, resultantes de la obligada clasificación? ¿Dónde la de preventivos y dónde la de condenados? ¿No suscitaríamos seis batallas iguales o peores que la de Zuera? Aquí no caben demagogias partidistas como la del Partido Popular —impuestos, terrorismo, convergencia— que luego se vuelven contra uno.

El quid de la cuestión está en la interpretación de dos palabras que utilizan, pero que no clarifican del todo, los textos legales: unidad y módulo. El número 2 del artículo 12 de la LOGP dice: «los establecimientos penitenciarios no deberán acoger a más de 350 internos por unidad». ¿Debemos entender por unidad todo un centro o cada una

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de las partes de un todo, totalmente autosuficiente y con sistema de seguridad propio, que constituirá un módulo? Respóndase el lector.

En Zuera habría catorce unidades, pequeñas cárceles o módulos de aproximadamente setenta internos, técnica, legal y humanitariamente clasificados. Para profundizar en todo ello debemos saber también que la legislación dice que el sistema penitenciario tiene como fin primordial la reeducación y la reinserción social, así como la labor asistencial para internos y liberados, y que el artículo 59 de la LOGP pretende, aplicando el correspondiente tratamiento, hacer del interno una persona con intención de respetar la ley penal. Si pensamos responsablemente en el cumplimiento de la ley, convengamos en que el mejorar definitivamente las condiciones de vida de los presos —cosa que, si se abre al fin, probablemente se consiga en Zuera— constituye una obligación legal para la Administración y una obligación moral para todos los demás.

Para terminar quisiera decir que creo que todos los aragoneses apreciaríamos en lo que vale que Zuera y su zona realizaran el gran esfuerzo social de acoger esta cárcel de Aragón, por fin, con muestras de buena voluntad, incluidos aquellos que más la han criticado.

Digamos finalmente que el centro de Zuera no constituye una ocurrencia gubernamental: es el resultado de un plan nacional para la racionalización y la mejora penitenciaria, que incluye el cierre de cuarenta centros y la creación de dieciocho nuevos complejos penitenciarios de estructura modular, realizado después de estudiar los sistemas occidentales.

Todos los aragoneses, como españoles de buena voluntad, deseamos muy sinceramente que nuestros presos puedan progresar en su integración social casi tanto como deseamos que, progresivamente, Zuera deje de protagonizar titulares más o menos interesados.

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Lo político: un toque de convicción6 Y también de distinción, aunque no social, sino real. En efecto: el fondo de la reflexión que planteo radica en la necesidad de distinguir entre la política y lo político y en la dificultad que entraña el definir este segundo concepto, el cual, sin embargo, a juzgar por la frecuencia y la intensidad con que se le invoca, está en la mente de todos como uno de los pilares del ejercicio de la vida democrática. Precisamente en razón de mi deseo de contribuir a la profundización del análisis de los valores de la democracia, quisiera extremar en estas líneas la claridad del planteamiento, el peso de los argumentos y la actitud humilde de aceptar de antemano que alguien pueda considerar oportunista el hablar de ello en el Aragón de hoy.

Recurriendo a los contenidos habituales del lenguaje democrático que, por fortuna —porque no siempre fue así—, se utiliza ahora en España, la política —de un país, de un partido, de cualquier institución pública o privada— vendría a ser, simplificando mucho, la suma del enunciado de una idea o un proyecto, de raíz teórica, y la gestión que en relación con este enunciado teórico tienden a poner en práctica los emisores del mismo. Hablamos así de la política económica de un gobierno, de un partido, de un banco y hasta de un individuo.

Lo político es otra cosa; es menos concreto y más indefinible. Para empezar constatamos que se trata de un nombre abstracto al que acompaña un artículo neutro, lo cual, gramatical y significativamente hablando, tiene un valor determinado. A fin de acompañar al lector en su propia reflexión, confesaré que la idea de dedicar un tiempo a este comentario me la sugirió la dificultad que para definir lo político se desprendería de las intervenciones de once periodistas políticos españoles convocados a la televisión para analizar el primer año de gobierno del señor Aznar. Según los contertulios, el presidente quedaba más bien bien en economía, regular en la cuestión de la pacificación de la vida política española y muy mal en lo político. Ninguno de ellos, ni los más cercanos, le quisieron salvar en ese aspecto, y para ello se hicieron infinitas apreciaciones, sin que nadie pudiera explicar —tal vez Raúl del Pozo— en qué se materializaban concretamente las carencias.

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Publicado en 1997.

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¿En qué consiste, pues, esa condición tan indefinible y que tanto se echa de menos en ejercientes de todos los colores? Arriesgándome a emitir una opinión estrictamente personal, diría que se trata de una capacidad adquirida que reuniría en sí la percepción intuitiva de las necesidades colectivas, la habilidad de ponerles nombre y de situarlas en un tiempo y en un espacio político adecuados, el sentirlas como propias hasta la emoción y el tener mucha mucha paciencia y poco, muy poco, temor a confrontarlas con aquel que no las percibe de la misma manera.

La intuición de lo colectivo como problema se tiene o no, la comprensión se adquiere y se amplía si se la ejercita, las habilidades espaciotemporales las proporciona la práctica y el gusto por la confrontación dialéctica viene de la formación política que cada uno adquiere por muy distintos medios.

Un político, pues, aunque tenga cualidades innatas, no se improvisa; se forma y se forja, como el rebelde de la trilogía de Eduardo Mallea, con muchos fracasos personales, muchas dudas, pocas pero muy firmes seguridades y algunos momentos de satisfacción, que tienen más que ver con el progreso de las ideas que con el de las personas.

Creo que, en contra de lo que pudiera pensarse, los fracasos forman más, porque al político de raza, en general, superada la primera fase de desencanto, le sirven de estímulo y le van creando la esforzada moral del corredor de fondo.

El político no se forma en mil batallas, como el soldado, pero se curte en mil debates, casi siempre con los más cercanos, que son los que más paciencia, más convicción, más inteligencia política y más compromiso personal requieren. ¿Cómo se logra ese fondo, que en las democracias más consolidadas es tan apreciado, en un país en el que tan poco se ha podido ejercitar el debate, dentro y fuera de los partidos políticos? Más difícil todavía es adquirirlo en tiempos en que se imponen la tecnocracia, el relativismo ideológico y formal y la cultura mediática, a través de la cual también en lo político afloran modas y modos de hacer. ¿Alguien recuerda todavía lo que supuso la transición democrática en el sentido de tener que demostrar a propios y extraños que la política no conduce inexorablemente a la corrupción o al paredón? ¿Cómo resumir, para terminar, que a todo ello mueve o debe mover solo el imperativo ético y que poco o nada tiene que ver con el que se

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consiga o no plasmar la vocación de lo público en un cargo determinado, porque, el que lo es, es político a todas horas?

Una intuición, una ideología, una convicción, un compromiso siempre emocionante, una total dedicación jamás, jamás, profesionalizada, una batalla continua por las ideas y un cierto despego por las cosas: he ahí el político que todos envidiamos, cuyo origen, condición, edad o situación suelen ser irrelevantes y cuyas dotes pocos, muy pocos en cada generación, poseen en medida apreciable.

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Febrero del 97: Eloy habla de las dictaduras7 Hacía tiempo que no disfrutaba de una buena lección de historia.

Tal vez desde que acudía en calidad de oyente privilegiada a las clases que Juan José Carreras impartía en los Cursos de Verano de Jaca sobre la España contemporánea.

Unos días atrás, en la presentación del primer tomo del trabajo de Eloy Fernández Clemente sobre la dictadura de Primo de Rivera, editado por Ibercaja, los asistentes que llenábamos la sala de la institución asistíamos encantados a un amigable duelo entre tres historiadores aragoneses de gran prestigio: Juan José Carreras, Carlos Forcadell y el propio autor.

Con ese estilo que le es tan querido, en el que la valoración de los hechos históricos y las abundantes citas pasan siempre por el riguroso tamiz y por la brillantez de la apreciación personal, científica y doctrinal, contaba Carreras que en los primeros años veinte los tratadistas no hacían gran distinción entre los dictadores que regían los destinos de Italia, Polonia, España, Turquía o Rusia, y que en ese momento no se les identificaba rigurosamente, como sucedió poco después, con el fascismo. Todavía tendrían que pasar algunos años para que los partidarios de Lenin reclamasen su no inclusión en el término convencional de dictador.

Así debió ser, porque al escucharle recordaba yo con qué insistencia defendió mi padre hasta los últimos días de su vida, en los que todavía veía el parte y lo comentaba, la figura de don Miguel Primo de Rivera y sus sacrificios por España. Él había nacido con el siglo y, a pesar de haber tenido una instrucción muy limitada, era un apasionado de la política; en los años de la transición, cuando le asaltaban los temores por nuestro futuro, comentaba que en la preguerra, trabajando en las carreteras forestales, en el Canfranc, en los grandes muros de defensa de Ip, se veía muchísima miseria, y que la llegada del general al poder supuso, al estilo de Italia, un gran avance para el país.

Nunca, a pesar de su confesa admiración por Mussolini, escuché de su boca la palabra fascismo cuando rememoraba pormenorizadamente los episodios de su vida antes, durante y después de la Guerra 7

Publicado en 1997.

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Civil. Yo creo que, al igual que muchos de los jóvenes de su tiempo, no consideraba al Duce ni a Primo de Rivera verdaderos dictadores, como si el primero no hubiese disuelto los partidos políticos en 1925 y proclamado la dictadura militar sin rubor histórico alguno y el segundo fuese un benefactor que se vio obligado a gobernar un país de insurrectos. Como dice Tuñón, el general jerezano, que fue un hombre de notoria incontinencia verbal, afirmó taxativamente: «No soy un dictador. Nadie podrá, en justicia, aplicarme ese calificativo. Soy un hombre a quien sus compañeros de armas, acaso equivocados, han honrado con la difícil misión de encauzar la reconstitución de la patria».

En el 53 y el 54 conocí y escuché, respectivamente, en Salamanca, a Tovar y a Dionisio Ridruejo, y también a Tierno Galván. Jóvenes como éramos, queríamos en nuestros debates mantener el respeto por los primeros, que confesaban, a su vez, haber admirado en su momento a Largo Caballero y a Besteiro, y, al mismo tiempo, demostrar nuestra devoción por el segundo, en una aspiración poco documentada pero muy apasionada de síntesis de contrarios, como creo que, salvando las distancias, le ocurría a mi padre. De hecho, ni él ni los aludidos supieron nunca qué decir, y creo que tampoco qué pensar, del Franco dictador. Hace dos años tuve la suerte de hablar de ello larga y abiertamente con Laín Entralgo, el cual, sin reticencia alguna, reconocía que, tal como explica en Descargo de conciencia, él y otros muchos se habían equivocado, pero que la mayoría de los análisis y de los analistas de entonces sugerían que, partiendo de aquellos movimientos y regímenes, se podía luchar por un nuevo orden social.

En este febrero, gobernando en España sin traumas la derecha democrática, se ha cumplido el 16.º aniversario del infamante 23-F. Aquel día de 1981, a las seis y media de la tarde, llegaba a Jaca la antorcha olímpica de la Universiada. Junto con algunos compañeros, habíamos salido del instituto a la carretera para contemplar el paso de la comitiva. Mientras esperábamos, una profesora que había quedado de guardia en el centro me hizo una seña para darme un recado.

Acababa de llamar desde Zaragoza nuestra hija mayor para decir que nos pusiéramos a salvo porque la Guardia Civil había entrado a tiros en el Congreso y tenía retenidos a los diputados en espera de que se formase un Gobierno militar en el exterior. Renuncio a describir aquí —lo he escrito en otra parte— los acontecimientos que vivimos en

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aquella ciudad en las dos horas siguientes. Solo diré que hacia las ocho estábamos reunidos en nuestra casa un grupo de militantes del PSOE para analizar la situación.

Yo tenía una clase de Literatura de COU en el nocturno a las nueve menos cuarto y el grupo —desde aquí mi recuerdo a Adolfo Palacios, padre, y a Demetrio Viñas, que ya no están— decidió que debía dar la clase como si nada pasase, porque un puñado de fascistas no podían arrebatarnos la normalidad que tanto había costado conseguir.

Cuando llegué al instituto supe que más de la mitad de los alumnos, por su condición de soldados y suboficiales, habían sido reclamados por sus respectivos cuarteles, lo cual no ayudaba a mi intención de mantener la calma académica. Con todo, entramos en clase y, ante mi decisión de seguir el programa previsto, un alumno llamado Fernando, que afortunadamente habrá olvidado los pormenores de aquella situación insólita, propuso que habláramos de lo que estaba pasando en España. Como la programación se refería al 98, le envié a la biblioteca para que trajera todos los ejemplares disponibles de Martes de carnaval de Valle-Inclán. Abrimos el libro de la colección «Austral» por el esperpento de «La hija del capitán», en el que un generalito glorioso decide dar un golpe de Estado para ocultar que al liquidar a su compadre, el Pollo de Cartagena, se ha equivocado de hombre y, por lo tanto, de cadáver. El general: «¿Un proceso ahora, cuando medito la salvación de España?… Hay que acallar esta campaña insidiosa.

Ponte al habla con el director de El Constitucional. Invítale a que conferencie conmigo». El silencio en el aula era significativo, mientras seguía la lectura de los diversos papeles: (pregones en la calle) «¡El Constitucional, con los misterios del Madrid moderno!». El general: «Sinibaldo, saldremos al paso de esta acción deletérea. Las Cámaras y la Prensa son los dos focos de donde parte toda la insubordinación que aqueja, engañándole, al pueblo español».

Como digo, el aire se cortaba y un nudo en la garganta de todos nos anunciaba la percepción de que sobre nuestras vidas estaba cayendo una repetida y fatal maldición. Cuando terminamos la lectura y, antes de que nadie dijera nada, les conté a mis alumnos que el libro se había publicado en 1926 y que al día siguiente de aparecer en las librerías fueron retirados por la Dirección General de Seguridad todos los ejemplares, incluso aquellos que estaban almacenados. El general Primo de Rivera y su dictablanda sabían muy bien lo que hacían.

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Por suerte para todos, en este febrero de 1997 nada hay que impida leer y ver representados los esperpentos de Valle, pero el clima de algunas de sus escenas —«Una rinconada en el café Universal: espejos, mesas de mármol, rojos divanes. Parejas amarteladas. […] Una señora pensionista y un capellán castrense se saludan de mesa en mesa. Un señorito y un pirante se recriminan bajo la mirada comprensiva del mozo…»— parece ser eterno.

Como demostraron allí Eloy Fernández, que en la presentación se refirió a aquellos años en España, y Carlos Forcadell, que los glosó en Aragón, aquella era gente de orden, un orden dramáticamente divorciado de la justicia y de la libertad que los demócratas españoles de fin de siglo no echaremos nunca de menos. Para afirmarnos en ello, nada mejor que conocer la historia.

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Mayo del 68: Francia en el corazón8 El que más ha cambiado físicamente es Jacques Sauvageot, figura estudiantil en el 68, con pelo largo, bufanda y chaqueta de pana, que aparece hoy, después de treinta años, con una noble calva y un rostro maduro, sereno y sonriente con el que dirige ahora la Escuela de Bellas Artes de Rennes. Esta transformación normal del líder revolucionario nos reconforta cuando nos miramos, pero es, de entre muchas otras, su valoración de aquel movimiento la que nos parece más acertada: «En ese momento no lo analizamos… Solo al final nos dimos cuenta de su dimensión histórica… Mayo del 68 forma parte de esos movimientos históricos que hacen resurgir el mito de la libertad, de un mundo mejor…. Es algo inscrito en la historia de Francia».

De cómo llegábamos nosotros a aquel 68 quisiera yo dar cuenta en tres secuencias. «Se’n van anar ta França fa molts anys i s’hi troben molt bé». La repetición de esta frase, escuchada mil veces durante mi niñez, condicionó definitivamente mi percepción de las virtudes de nuestros vecinos, que, para mí, poblaban un país particularmente risueño y acogedor. En los años cuarenta y cincuenta todos los ausentes del valle de Benasque estaban en Francia y se encontraban muy bien allí.

Solo en la primera adolescencia pude comprobar que aquello parecía cierto. En los frecuentes viajes familiares a Burdeos conocí por primera vez a los dos hermanos de mi abuela materna y a los dos de mi abuelo, que habían llegado allí en el año 16, con otra mucha gente del valle, cuando Francia, sumida en la guerra del 14, necesitaba mano de obra. Vivían casi todos los benasqueses emigrados entre los años 15 y 18 y también los refugiados republicanos de nuestra entonces reciente Guerra Civil, en la parte antigua e histórica de la ciudad, cerca de la Universidad, de la ría y de la catedral, en las calles de Cours de la Marne y Cours de l’Yser, y el trabajo de casi todos ellos tenía que ver con la existencia en la zona del maravilloso mercado de los Capuchinos.

Como si constituyeran una gran familia, se reunían a menudo en la campaña y los que más habían progresado, como mi tío abuelo, Félix Ballarín (cuyas bodegas son hoy Château Balaren), daban trabajo y apoyo paternalista a los menos situados, al estilo de los grupos 8

Publicado en Heraldo de Aragón el 31 de mayo de 1988.

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de emigrantes que nos ha mostrado desde siempre el cine americano.

Hace poco tiempo, aprovechando una visita a la feria de Burdeos, he vuelto a pasear por aquel barrio, que está igual, aunque deliciosamente peatonalizado. Por aquella época, cuando más libros y más cine devoraba, yo interpretaba muy románticamente aquella realidad, sin adivinar el sufrimiento del desarraigo que todos ellos seguramente acumulaban. En mi percepción ello se unía, como decía antes, a la recreación cinematográfica idealista de la emigración europea a América que se llevaba entonces, a la lectura de los grandes novelistas franceses y, muy poco más tarde, a los estudios de teatro en la facultad, donde la lectora de francés en mi especialidad, Madame Cortés, cultivaba y dirigía un magnífico grupo de teatro del que se nutría el TEU de la propia Universidad; también operaban fuertemente entonces en nuestra formación el debate ideológico sobre el nuevo concepto de cristianismo/catolicismo que ponían encima de la mesa Montherlant, Anouilh o Bernanos y los planteamientos existencialistas, tan queridos y cultivados en mi unamuniana facultad, de Camus, Sartre y otros.

Lo he escrito en alguna ocasión: la primera vez que tuve conciencia personal de que, en general, es bueno que el ejercicio de los derechos individuales se someta a la prioridad del bien común, me sucedió de muy joven, profundizando en el diálogo Creonte-Antígona, en la recreación que hace Anouilh de la tragedia de Sófocles. Y no tanto por el ejemplo macabro que el rey —un intelectual que ha tenido que sustituir forzadamente a su hermano Edipo, muerto por sus hijos, en el gobierno de Tebas— utiliza cuanto por los argumentos políticos que tiene que emplear para disuadir a su sobrina Antígona del empeño de enterrar a su hermano Polinices, empeño que el nuevo rey tiene que penar con la muerte. Como ejemplo le cuenta que sus hermanos, los dos, el héroe Eteocles y el traidor Polinices, han sido igual de canallas, pactando la muerte y la usurpación del trono de su padre. «Vas a escuchar la mezquina historia que quieres firmar ahora con tu nombrecillo ensangrentado…». Para argumentar su decisión de gobernante le explica el compromiso personal del intelectual que debe justificar la razón de Estado, en un bellísimo parlamento que reinterpreta muy a la francesa el antiguo texto griego.

En los primeros días de mayo de 1968 estábamos nosotros en Bagnères-de-Bigorre, con cuyo instituto realizaba el de Jaca desde siempre un intercambio anual. Durante todo el año trabajábamos con

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los profesores más comprometidos con el español: el dialéctico y brillante Mayou, que era comunista, y Ramón Liarçou, en cuya casa rodeada de narcisos compartíamos las reuniones nocturnas para el reparto de octavillas justo en los días anteriores a las revueltas parisinas más graves. Yo tenía ya más de treinta años y cuatro hijos. Nunca como entonces había sentido que la situación de nuestro país y también las ataduras familiares y profesionales, tan voluntariamente asumidas y disfrutadas, por otra parte, me estrechaban el horizonte.

Francia era una vez más un lugar donde mi espíritu y mi cuerpo se encontraban bien, como le había sucedido siempre a la gente de mi familia y de mi valle pirenaico; los espacios físicos, los políticos, los artísticos, los económicos, la lengua, el laicismo nos resultaban una vez más atractivos, modernos, estimulantes y particularmente habitables. Luego, todo lo ha invadido la industria de la lengua inglesa, y con ella, con la industria, que no con la lengua, ha venido la sajonización de la vida española, que no me motiva de la misma manera, aunque disfrute de la literatura victoriana y del cine que la recrea. Será por eso por lo que en las guerras de normandos y sajones de la tradición literaria británica yo iba siempre con los normandos.

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Chiapas, Zapata y Esmeralda9 Si algún lector sigue atentamente la telenovela mexicana de la sobremesa de estos días en el primer canal de TVE, seguro que lo que allí sucede le ayuda a comprender los tortuosos orígenes de la última matanza de Chiapas y, aún mejor, los del moderno levantamiento llamado zapatista, que, por desgracia, son todavía los mismos que produjeron el antiguo en 1911.

Emiliano Zapata, caudillo agrarista de Morelos, se alzó entonces en apoyo de Madero contra Porfirio Díaz mediante la promesa formal de reconocimiento y reparto de tierras a los campesinos. Como antes a Díaz, nunca le perdonó a Madero, cuando fue presidente, el incumplimiento de sus compromisos con los indígenas del sur. No por casualidad los alzados se llaman de nuevo zapatistas; en la segunda fase de la revolución, y en alianza con Orozco y Villa, Zapata luchó contra Huerta y contra Carranza y, aunque mitigó su ardor agrarista, siempre se mantuvo fiel, hasta su asesinato por Jesús Guajardo en Chanameca en abril de 1919, por orden del general Pablo González, a las reformas sociales. ¿Alguien recuerda la magnífica secuencia de la traición y la emboscada, en el centro de un espacio vacío, rodeado —no por casualidad— de ruinas coloniales, y la espalda de Marlon Brando reventada a balazos en la película del director de origen turco Elia Kazan?

Todo ello se explicaba punto por punto en los hermosísimos corridos que en los años sesenta conformaban el disco francés de Le Chant du Monde titulado Chants de la Révolution mexicaine, que fue premio del Disco en Francia en su año, y también en los dos volúmenes de CBS La Revolución y sus cantares. Igual que sucediera con una buena parte de los romances españoles de la Reconquista, llamados a noticia de los que los corridos mexicanos heredaron la estructura y muchos de sus recursos poéticos y narrativos, las canciones revolucionarias contaban acciones de guerra —«En la estación de Irapuato / cantaban los horizontes: / allí combatió formal / la brigada Bracamontes»—, ensalzaban a sus héroes —Lucio Vázquez, Heraclio Bernal— o sacralizaban los instrumentos materiales de la lucha —Carabina 30-30, Siete Leguas (el caballo blanco de Pancho Villa, cuya 9

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Publicado en 1998.

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imagen fantasmagórica invocan ahora los nuevos zapatistas) o Máquina 501, «la que corría por Sonora», locomotora legendaria que ardió en un sabotaje en el que perdieron la vida, por la decisión de no apiarse, el valiente Joaquín García y su gente.

En una grabación reciente y clandestina que un amigo me ha traído de México, sin tener ya que esconderla en la frontera española como tuvimos que hacer con el disco francés de los sesenta —conviene no olvidar ciertas cosas—, se escucha al subcomandante Marcos en una desgarrada alocución introductoria que bien podría haber suscrito Emiliano Zapata en cualquier momento entre 1911 y 1919. Todo el dolor histórico acumulado por esos campesinos, humana, social y políticamente irredentos, que viven en el estado sureño y abandonado de Chiapas, que dicen que pertenece a un país ya próspero, republicano y moderno, estalla en su discurso incontenible, del que emerge una sola verdad que sea incuestionable: ellos no han avanzado nada desde principios del siglo en sus condiciones de vida ni, lo que es peor, en el ejercicio de sus derechos humanos y políticos. Por eso, a continuación vuelven a sonar en la cinta los mismos corridos de la revolución, con las letras que apenas han precisado actualización alguna, tal vez porque los alzados piensan que ahora Salinas y Zedillo no deberían ser ya como Díaz y Huerta. Lo que nos conmueve es que suenan más amargos, si cabe, con menos grandeza y menor esperanza que en el decenio revolucionario.

A todo ello viene a sumarse la imagen del México oficial —rural y urbano— que descubren los culebrones mexicanos en la televisión, que son muy diferentes de los venezolanos, más arrabaleros; de los argentinos, más sociales y avanzados, y de los colombianos, muy norteamericanizados. A lo que se ve allí, el México de hoy es fuertemente clasista, cristero —tal como se llamaron algunas de las facciones de los años veinte—, desigual, caciquil, castizo y tradicional, en el sentido oscuro de las dos últimas palabras, que admiten otros más positivos, pero no en este caso. En estas series, los chicos son siempre arquitectos, médicos o ingenieros, como en las novelas de amor de la posguerra española; las chicas son solo enamoradas, los padres son todos hacendados y las madres son muy rezadoras, tanto las egoístas como las entregadas. Los criados son siempre felices por serlo, y todos todos los demás, son peones, siempre y para siempre pobres peones, como los de Chiapas.

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¿Tendrá algo que ver en ello el PRI, que marca la oficialidad en el país desde hace más de setenta años? ¿Quién se atreve, a pesar de todo, a votar a Cárdenas? ¿Quién ampararía allí a la hambrienta carne de fusil gubernamental de Chiapas?

No es extraño, pues, que en esa desesperada búsqueda de la justicia durante tantos años revivan en los límites nebulosos de la selva Lancadona los relinchos legendarios de Siete Leguas y el grito agónico de Juan Sin Tierra y Juana Gallo, sin que nadie más que los alzados, aunque también los oiga, los escuche.

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Demasiado para el alma10 En el término de unos pocos días hemos escuchado al profesor Fernando Vallespín hablar sobre la globalización; al consejero Bandrés y a Manuel Teruel, sobre la visión institucional de la economía aragonesa; a Javier Marías, de corazón tan blanco, sobre las duras condiciones de la creatividad o de la creación, o de las dos; a la ministra de Educación, sobre el apoyo legal a los más desfavorecidos, y a Rodríguez Zapatero, sobre el presente y el pasado como categorías y, como traspuestos, hemos oído, sobre todo, las confesiones de Woody Allen y Arthur Miller en Asturias. Demasiado en una misma semana para el cuerpo y para el alma.

Afirmaba el profesor Vallespín en una conferencia en el Paraninfo que los componentes de que lo que llamamos globalización no son, ni mucho menos, globales. Los únicos intereses de la globalización son pura y duramente económicos, y se ventilan solo en tres centros de poder de los Estados Unidos, Europa y Oriente, sin precisar en el último caso. Que, en el movimiento de capitales y en el de los mercados, los Estados como tales tienen muy poca capacidad de intervención.

Describía la teoría de los expertos llamados socialdemócratas cosmopolitas según la cual los centros de decisión de los vértices de la globalización deberían politizarse mucho más para bien de todos, porque resulta peligroso que funcionen tan al margen de la política. Coincide en ello con las posiciones de Joaquín Estefanía, el cual manifiesta que, ya que la globalización es imparable, al mismo tiempo que se la combate esforzadamente con acciones en la calle, las organizaciones anti deberían forzar a los Gobiernos a entrar en ella decididamente para reorientarla y combatir sus vicios desde dentro.

Nuestro consejero de Economía y el presidente de la Cámara de Comercio de Zaragoza, que también aludieron a la globalización como marco, aparecieron en sus apreciaciones técnicas y políticas bastante optimistas ante los desafíos económicos que Aragón tiene por delante: la situación estratégica, las comunicaciones, la atracción de empresas y una cierta recuperación de la imagen de Aragón hacia el exterior, que ya se está dando, serán cuestiones a rentabilizar en el futuro inmediato.

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Publicado en 2002.

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Javier Marías no quiere aclarar —creo que prefiere vivir y crear así— si es cierta la máxima de que «la creatividad es el resultado de un conflicto interno resuelto con éxito», que leo en P. D. James. La ministra, en cambio, aclara por la vía rápida, como es su costumbre, que separando a los chicos en edad temprana según las capacidades demostradas hasta el momento se apoya a los más desfavorecidos.

Rodríguez Zapatero, que no ha caído del cielo, porque yo le conocí muy batallador en la Escuela de Verano del PSOE, en el 82, en el colegio San Juan Evangelista de Madrid —tenía él veintidós años y montaba cada noche la escuela paralela en la que criticaba severamente la blandura del planteamiento de los programas electorales con los que se ganaron las elecciones del 82, que se debatían durante el día— se ha quedado feliz y exitosamente en el punto medio entre el pasado y el presente, entre la utopía y la praxis, y Woody Allen y Miller son caso aparte por lo emocionante de sus respectivos mensajes.

Resulta delicioso para los españoles —lo digo en serio— que la belleza y el ambiente de Asturias hayan hecho abdicar a Allen por un momento —no hay que hacerse ilusiones— de su nihilismo radical, tan insano a veces como doctrina social, desde mi punto de vista, que reconozco no compartido por muchos. Sus declaraciones nos permiten apreciar hasta qué punto él y Jessica Lange hace poco y Miller y otros muchos americanos, sin duda, están hasta el trigémino de que la cara y la inteligencia de su país ante el mundo sean solo las de Bush.

Por fin, Miller. No es solo lo que dice, sino cómo lo dice: hace más de cuarenta años que su teatro nos ayudó a tomar conciencia de lo que es la injusticia y también a descubrir que a menudo se esconde una gran hipocresía en las actitudes morales de los que más justos se creen. Muerte de un viajante fue obra de culto mucho tiempo y también lo fue y mucho, la simbología del personaje de Proctor de Las brujas de Salem. Un recuerdo aquí para mis amigos de andanzas teatrales de los años sesenta. Ahora, hablando de la denuncia de Murrow contra McCarthy en su día, sentencia que resulta imprescindible «la persistencia de los escrúpulos como principio vital»; nada menos, para estos tiempos de relativismo rampante. Alude con ello, coincidiendo con Marías, a lo que uno no debe consentirse a sí mismo, incluso cuando lo exijan y lo aplaudan los demás.

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Por un momento y durante unos días hemos vivido alborozados en la prevalencia y la brillantez del pensamiento. ¿Podría durar este disfrute si todos, todos, nos esforzáramos un poco en añadir al esfuerzo del trabajo diario y a su formulación y cumplimiento el reconocimiento al valor de las ideas, y no solo al de las propias, sino, y sobre todo, al de las que son ajenas?

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El bucle melancólico11 Afirma Juaristi en su libro El bucle melancólico, referido a la historia del nacionalismo en el País Vasco, que existe allí el hecho paradójico de que se siente nostalgia de algo que nunca se tuvo. Si la nostalgia constituye un sentimiento de tristeza por el extrañamiento de lugares, personas, ideas o afectos, y si, en rigor, estos no han existido, el vacío conduce a una mixtificación que desemboca inevitablemente en la melancolía. Algo así pasa con el centro, que no constituye una ideología ni una doctrina y más en los periodos electorales, en los que todos nos reclamamos de centro, sea este el centro izquierda o el centro derecha. Para no caer en la melancolía, sepamos que el centro no es una ideología, pero aceptemos que, al menos, supone un posicionamiento, un situarse claramente en un espacio cuyas características proceden, como casi todo en el ámbito colectivo, del noble afán de los clásicos por la síntesis de contrarios, por el equilibrio, por la armonía y por el decoro. Situarse en el centro o aspirar a él implica teóricamente, pues, serenidad para pensar, objetividad para juzgar y templanza para decidir. Por ello consideramos la aspiración al centro como un valor político real y no nostálgico.

Existen numerosos ejemplos en la pequeña historia de la democracia española de los que se puede deducir que el centro atrae a la mayoría de los ciudadanos a la hora de votar. No otras fueron las razones del triunfo arrollador de Adolfo Suárez en su momento, el cual, habiendo abjurado con nobleza y gran visión de futuro de su pasado político totalitario, y no adoptando ninguna doctrina inserta en las grandes corrientes de pensamiento disponibles, convenció a un buen número de españoles de que un posicionamiento puede ser, en un momento dado, un buen sucedáneo de la doctrina, dicho sea sin sentido peyorativo. Avanzada la democracia, y con ella la percepción política de los votantes españoles, sería ya muy difícil que aquellos hechos pudieran repetirse; en parte porque la masa es siempre inteligente y opera históricamente en el sentido de su propio progreso e intuye que un mero posicionamiento coyuntural, sin el apoyo de una ideología, es frágil y vulnerable por definición, y en parte porque 11

Publicado en Heraldo de Aragón el 2 de junio de 2003.

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las sociedades avanzadas se fían más de las corrientes políticas consolidadas y tendentes, eso sí, al centro.

Dicho todo lo cual, y aceptado que la aspiración al centro atrae, ¿qué es lo que diferencia los conceptos políticos y programáticos de centro izquierda y centro derecha? Puesto que ambos dicen aspirar al equilibrio y a la moderación, fundamentalmente se diferencian en que el matiz que aporta el centro izquierda es una preocupación prioritaria por lo social y, por lo tanto, el impulso al desarrollo se aplica a lograr mayores cotas de igualdad y solidaridad de las que puedan beneficiarse todos los ciudadanos, y que el centro derecha, también moderado, también equilibrado, pone el acento en gestionar el desarrollo de tal manera que los mecanismos del mismo los marque la demanda de los que, en general, ya disfrutan de los beneficios de ese mismo desarrollo.

De ello se deduce que el voto debería mantenerse fielmente repartido una elección tras otra entre conservadores y progresistas, y, sin embargo, no sucede así. Y es que a todo ello hay que añadir que en la decisión del votante europeo juegan mucho el perfil de los políticos que encarnan dichos posicionamientos y, sobre todo, la credibilidad personal que transmiten. Este intangible electoral resulta ser tan determinante como poco aireado, tan decisivo que quita y pone responsables, sin que la masa de votantes tenga que ser aleccionada ni el individuo tampoco. Esta constatación constituye la esencia misma de la democracia y estimula el acto glorioso de participar en ella.

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Esta foto, aquellos días12 Guardamos en casa, siempre visiblemente apoyada en los libros de contenido oscense, una bella fotografía del verano del 87 realizada en San Juan de la Peña.

Estuvimos allí con Antonio Saura y Mercedes, Ramón Sanabria y Ramón Artigues y sus mujeres y Jean Bescós, el fotógrafo que inmortalizaría gráficamente en el libro Elegía la obra de Saura en el techo de la nueva Diputación Provincial de Huesca. Era la culminación de una amistad que se tornó familiar, por suerte, como consecuencia del contacto institucional. Una amistad entrañable que se inició entonces y dura todavía, como si el tiempo se hubiera detenido hace veinte años, aunque con la nostalgia de la ausencia irremplazable de Antonio Saura.

Artigues y Sanabria eran los arquitectos barceloneses de la escuela de Oriol Bohigas, cuyo proyecto para construir la nueva sede de la Diputación Provincial había resultado elegido años atrás en un concurso de ideas, sin que, una vez reconocido como el mejor, hubiera podido desarrollarse. La mujer de Sanabria, Pepita —que también era y es arquitecta y trabajaba por entonces para el Ayuntamiento de Barcelona—, la mujer de Artigues y Mercedes aportaban el toque familiar y también sus experiencias añadidas e impagables a los trabajos de sus compañeros. ¿Qué extraño secreto relacional es el que conecta y propicia el entendimiento inmediato entre las personas? En general es un tipo de atracción y reconocimiento mutuo que no tiene que ver con el carácter de cada uno, ni con la edad, ni con la formación, ni con el origen geográfico o social; se produce de golpe y ya está listo para disfrute por ambas partes. Es ese fenómeno que ahora llamamos la química entre gentes diversas. Suele discurrir por caminos inesperados por los que transita una especie de intuitivo e instintivo reconocimiento, una cercanía inmediata que va más allá de la simpatía, de la educación, de las buenas formas y de las buenas voluntades. Algo no fácilmente racionalizable produce ese milagro de identificación que impropiamente llamamos el encuentro entre almas gemelas.

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Publicado en Diario del Alto Aragón el 10 de agosto de 2004.

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Pues todo eso es lo que sucedió entre aquellos profesionales y nosotros, artistas y arquitectos ellos, que desde el primer día del conocimiento familiar, independientemente de las relaciones institucionales, decían que entre nosotros, los oscenses, se sentían como en su propia casa, tal como nos pasaba a nosotros en Barcelona cuando viajábamos allí.

Sobre el conocimiento y la amistad con Saura ya escribí yo cuando lo perdimos, pero Artigues y Sanabria merecen también nuestra consideración. Eran hombres técnicamente muy rigurosos, de pocas palabras, en los que el seny catalán operaba siempre discretamente cuando de arquitectura o arte no se trataba; inmersos hasta el fondo en la cultura mediterránea más que catalana, circunspectos, formales y formalistas en la relación, sin atisbo alguno del catalanismo interesado que algunos de nuestros vecinos exhiben en público, se decían fascinados por nuestra ciudad y nuestra provincia y se maravillaban sinceramente ante los rincones secretos que les mostrábamos en cada viaje.

También ellos presumían de aquella Barcelona cuando, compartiendo la valoración del modernismo arquitectónico pero también el goce de lo más pequeño, recorríamos los escaparates de los anticuarios modernistas —art nouveau y art déco, estilos de los que éramos todos unos enamorados— y curioseábamos en las tiendas de diseño y en los talleres que reproducían las piezas de los grandes arquitectos internacionales de los años treinta. Aquellos paseos constituían siempre un gran estímulo cultural, pero sobre todo un disfrute amistoso, desarrollado sin énfasis, sin pretensiones, con la naturalidad de la verdadera amistad, con el gozo del reconocimiento de lo identitario como una dimensión más de la vida de cada día. Aunque fue una relación casual, propiciada por un proyecto que se volvió compartido, la vivimos de forma intensa y enriquecedora, y el tiempo y la distancia la han espaciado, pero no marchitado, ni mucho menos debilitado.

Ellos, por encima de algunas dificultades que conoció el arranque del proyecto —¡quién lo diría ahora!—, se identificaron enseguida con la necesidad de la revisión de su primera propuesta, con los Porches de Galicia, con los tesoros del subsuelo del solar, con la luz de nuestro cielo, con el racionalismo sorprendente que informó la producción arquitectónica del entorno de los Porches en los años treinta y cuarenta, ante cuyas muestras se detenían a cada paso, sin despreciar tampoco las fachadas novecentistas que todavía subsisten. Tuvimos

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suerte todos, ellos y nosotros, con aquellas capacidades técnicas y artísticas y con aquella relación que, como no podía ser de otra forma, fue de amistad, de admiración por nuestra parte y de complicidad; a lo largo del tiempo que duró la construcción del edificio de la Diputación y la intervención de Saura con su pintura cenital en ella, disfrutábamos todos de todos, ilusionados por los avances del proyecto institucional, pero también prendidos en los lazos de una relación muy íntima y particular.

De vez en cuando escriben, envían artículos, fotografías, revistas donde aparecen premiadas sus realizaciones, y siempre, siempre, acaban diciendo implícita o explícitamente: «nunca como entonces», «nunca como en Huesca», «nunca ya nada tan mágico como aquello».

Por nuestra parte, aquel tiempo representa una profundización en la vivencia oscense que con el paso de los años se agranda y se profundiza, aunque ahora paremos menos en Huesca y nos veamos poco con ellos.

El San Juan de la Peña de la foto, en una mañana fresca de verano primerizo, todavía sin gente y bien explicado, era el espacio sugerente y apropiado para la última trabazón de unos sentimientos que, a través del tiempo y de sus obras, perduran en los rincones del alma de los que los conocimos, los apreciamos y disfrutamos de la vieja sabiduría mediterránea de los arquitectos y de la talla intelectual y artística, total, globalizadora, universal, de Saura, en cuyo dramatismo-historicismo-posibilismo, tan aragonés, nos reconocíamos y nos reconocemos todos.

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Anarquistas de centro13 En el alma política de cada aragonés duerme plácidamente un anarquista de centro que solo se despierta cuando las cosas se ponen serias. Todo mi respeto para los que propugnan el no al Tratado para la Constitución Europea, pero ninguno para afirmaciones sesgadas como que esta Constitución no la han hecho las mujeres, que confunden al personal. Pareciera que una parte de las fuerzas políticas españolas, y no solo las que propugnan el voto negativo, hubieran entrado en el debate y en la campaña del referéndum como si el texto del Tratado fuera el proyecto de ley que un Gobierno determinado presenta en la cámara correspondiente para su discusión y, como es habitual en el funcionamiento parlamentario, la oposición tuviera la obligación de estudiarlo, criticarlo y presentar un texto alternativo o las enmiendas parciales que se derivaran de su posición política discrepante. Trataré de argumentar, sin sesgos, que no se trata en absoluto de eso en este momento, sino de todo lo contrario.

Cuando con motivo de la muerte de Vázquez Montalbán telefoneé a Gabriel Oliver —amigo íntimo, condiscípulo y vecino del escritor, exdecano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona y especialista en Balzac y en el análisis de la vida en general— para darle el pésame, me contó, en su desconsuelo, que Manolo le había llamado hacía solo unos días para que comprara su recién editada novela Erec y Enide, advirtiéndole que él —Oliver— salía en ella; le había contado, de paso, y con aquel humor suyo, que venía de una reunión con políticos en la cual se había producido la siguiente conversación: «Y usted, si es posible saberlo, doctor, ¿de qué ideología es?». «Anarquista radical, pero de centro». «¿De centro izquierda o de centro derecha?». «De centro centro».

A muchos aragoneses, anarquistas de centro en origen, la vida nos ha llevado por muy diversos caminos políticos, pero entre nosotros se sabe lo agradable que resulta sentirse cómodo políticamente flotando en la indefinición, e incluso en la paradoja, hasta que llega el momento de mojarse. Entonces, unos nos hacemos el muerto, otros metemos la cabeza debajo del agua, otros chapoteamos…, pero todos aspiramos, 13

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Publicado en 2005.

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sin excepción, a llegar a la tabla a la que al fin nos sujetamos y donde nos reconocemos todos. Yo, que hice la campaña de la OTAN en el 86 por toda la provincia de Huesca con el 60% de la militancia del PSOE en contra, pienso lo que Juan A. Belloch decía el otro día en un acto público: que algunos de los que ahora propugnan el no se llevarían un buen susto si sus alegatos prosperaran. Por todo ello estoy, como Miquel Roca se reconocía en el mismo acto, no solo contenta, sino entusiasmada con que Europa tenga una Constitución. Creo que es porque viví tiempos en los que los jóvenes pensábamos que nunca podríamos votar, ni ser europeos del todo, ni tener una constitución democrática.

Seguramente no es el mejor de los tratados, no es la mejor de las constituciones, pero sabemos que aquí y ahora es la única posible. Y es que, como decía antes, el Tratado no es un proyecto de ley que emana de las posiciones políticas de un determinado Gobierno para ser debatido; es, precisamente, todo lo contrario. Es el resultado más o menos satisfactorio que se alcanza cuando el texto en cuestión ha sido ya trabajado, desmenuzado, criticado, enmendado, negociado y votado por mayoría. Es justamente la consecuencia de las cesiones de todos, que cuaja en una propuesta política en la que, democráticamente, todo ha sido medido y discutido previamente, en un proceso inverso al procedimiento parlamentario usual al que me refería; es la consecución de un acuerdo de mejora compartido por todos en lo básico, y eso me basta por ahora.

Podría ser mejor, sin duda. Más social, seguro, pero no muy diferente con una mayoría parlamentaria conservadora en Europa. He leído el texto solo en lo reproducido en los medios y no pienso estudiarlo concienzudamente; no me hace falta. Sé que con él en vigor soy más europea, más aragonesa anarquista radical de centro, más pirenaica, más francesa y más húngara también. A ver si así se me pasa el resentimiento acumulado por el miedo de tantos años viajando a Francia a comprar libros, a ver películas y a comprar Duralex.

Ahora, por fin, diré, como el obrero de Atenas al que un transeúnte compadecía: «No soy un pobre hombre que sufre al sol; soy un griego que está construyendo la Acrópolis». Ya no soy una española acongojada en la frontera con Francia; soy una europea que está construyendo un espacio de convivencia que, como la Acrópolis, llegará a ser con el tiempo un ejemplo de armonía para la humanidad.

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El camino de Francia14 Los caminos, las sendas y las trochas los dibujaban en tiempos pretéritos los individuos, obligados a trasladarse por el instinto de supervivencia; ponían en el empeño su voluntad, sus pies descalzos y sus pertenencias al hombro. Esos mismos caminos los consolidaron luego los grupos, nómadas y tribales en un principio, y asentados en poblamientos fijos después.

En Aragón existen desde los orígenes dos grandes caminos, constituidos cada uno por varias vías, que antes, sin duda, fueron sendas o atajos, descubiertos y transitados por caminantes con rumbo a la vida: uno, vertical, llega desde las brumas del norte, y el otro, casi horizontal, viene desde el mar. El del norte lo encontraron ya muy practicable los romanos, cuando pudieron recorrerlo con todos los pertrechos necesarios para una guerra larga, según cuenta pormenorizadamente M.ª Ángeles Magallón en su libro La red viaria romana en Aragón (DGA, 1987). Carlomagno lo practicó también en estrategias de conquista, de sometimiento y de derrota en Roncesvalles —¿o en el puerto del Palo?—, donde muere Roldán, al que doña Alda esperará en vano en París. También los peregrinos europeos, seducidos por el finis terrae y guiados por la Vía Láctea, arrostraron las penalidades de un camino largo que, salvados los Pirineos, les conduciría a Compostela.

Así como el camino que venía de Oriente era llano —la Vía Augusta y sus numerosas vías secundarias—, el recorrido del norte conllevaba para los caminantes grandes dificultades por la existencia en el mismo de un gran accidente: una cordillera verde y blanca, amable u hostil, franca o peligrosa, según el tiempo, pero siempre atractiva y desafiante, como todo aquello que es desconocido e induce a los hombres a desentrañar su misterio.

Así pues, desde tiempos inmemoriales y hasta hace poco el Pirineo aragonés no fue una barrera, sino la senda por la que los pueblos, cuando los caminos los hacían los hombres, transitaron con asiduidad, aunque con enorme esfuerzo. La dificultad mayor para ambas vertientes no era entonces coronar las cumbres, sino llegar al pie del puerto, 14

Publicado en Diario del Alto Aragón el 10 de agosto de 2005.

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de los distintos puertos que de mayo a septiembre permitían el paso.

Ahora, terminados felizmente los tiempos de conquista, los grandes caminos los hacen, mediante acuerdos, los Gobiernos, lo cual es un signo inequívoco de avance y de civilización, aunque ello entrañe, por la lícita defensa de intereses propios, que se alarguen los tiempos y se dilaten los logros.

Yo crecí bajo la gran montaña entre sucesos asombrosos y leyendas de frontera, y tal vez por ello, fascinada por el color rosado con el que retenían los últimos rayos de sol de la tarde la peña Ixeia y el Gallinero, nunca sentí la cordillera como un muro, como una barrera, como una dificultad añadida, sino como una presencia estimulante en nuestras vidas, cuya penetración constituía un elemento de convivencia con aquel otro lado, con aquel otro paisaje, con aquel otro país y aquellas otras gentes, todo ello tan atractivo y admirable en muchos sentidos.

De niña oía contar en Benasque cómo antes de la guerra —así la llamaban todos, con artículo determinado y sin adjetivos, como si nunca hubiera habido otra— mi abuelo Ballarín y sus hermanos pasaban a Francia remontando el Salvaguardia, después de respostar en el Hospital, y caían a Superbagnères y a Bagnères-de-Luchon después.

Transportaban, con una recua de grandes caballerías, personas en sillas especiales para ello, y, con otro tipo de carga, vino, aceite, alpargatas, cuchillos, simientes, mantas y licores, y traían telas, relojes, vajillas, aperos y pequeñas máquinas y muebles, que para nuestro valle constituían un lujo. «Todo aquello acabó con la guerra», comentaban en tono nostálgico mis tíos abuelos en las veladas de la enorme cocina en los cuarenta. «¡Que bien se vive allí! Van más adelantados en todo.

Se nota en las casas, en el comercio, en las escuelas y en lo educados que son, aunque para el dinero sean tan suyos». Por los mismos años, y desde antes, los pirineístas franceses eran muy admirados en el valle por su coraje montañero y porque adjudicaban a la alta montaña valores románticos que aquí todavía no se cultivaban.

Mi otro abuelo, originario de Tramacastilla de Tena pero establecido en Biescas, fue durante el primer cuarto de siglo subcontratista habitual en el Canfranc, hecho este que ocupó y condicionó toda su vida, ya que murió en el año 29. Él y su gente construyeron las defensas de contención de encima de la estación internacional que todavía pueden verse y gran parte de la piedra trabajada de los muros de la

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vía. Traían los canteros de Galicia y los dinamiteros de Asturias y, según contaban mis tíos, que trabajaron con él desde adolescentes, a los españoles les enseñó mucho la parte francesa de la obra, y con frecuencia se hacían compromisos personales de intercambio de trabajadores, dentro de la más absoluta ilegalidad y discreción, y se compartían también experiencias de oficio, materiales, alimentos, ropas y otras menudencias. El año 28, ellos, cuyas edades iban más o menos con el siglo, tuvieron la satisfacción de estar en la inauguración del ferrocarril, y se referían con frecuencia a la presencia del rey por la parte de España y, en el mismo orden de cosas, a la elegancia de las mujeres en la representación francesa.

Durante y después de la guerra ya nada sería igual, pero el cruce de la cordillera se mantendría de muy diversas maneras. Mi padre, falangista de primera hora, y sus dos hermanos pequeños, con la toma del valle de Benasque por el ejército republicano, habían ayudado a pasar la frontera a mucha gente, y ellos mismos tuvieron que huir a Francia por el puerto de Claravida en octubre de 1937. Los acogieron en Burdeos —Cours de la Marne, Cours de l’Yser, en el entorno de la imponente catedral gótica y del mercado de los Capuchinos— los españoles que se habían trasladado y establecido desde el año 16, durante la Gran Guerra. Los mismos españoles abrazarían después a los derrotados en el 39. Se gestó allí, mientras vivieron las dos primeras generaciones, una lengua propia sorprendente que mezclaba el francés, el español y el patués del valle de Benasque: «No viendra pas; tiene a la fama molt malada».

Si uno recorre ahora las carreteras francesas paralelas al Pirineo, desde Tarbes a Capbreton, va leyendo, emocionado por los sacrificios y las nostalgias que sugieren, anuncios continuos de pequeños oficios y negocios con apellido español. Hasta después del 49 no pudimos viajar en el Canfranc para seguir desde Pau el camino fascinante hacia las Landas. Mi madre visitaba allí en unos pocos días a numerosos republicanos benasqueses —Ferraz, Ballarín Cornel y otros— que se reunían, paradójicamente o no, en el católico Hogar Español del padre Larramendi, un cura vasco que no preguntaba a nadie por su origen o sus creencias.

Sorprendentemente pues, ahora, cuando los medios son infinitamente mayores, los contactos más continuos y las técnicas más avanzadas, las posturas de países y Gobiernos retardan y condicionan tanto

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las decisiones que hasta los encuentros de familias y personas se resienten y crece en nuestra tierra el escepticismo sobre la voluntad política de los dirigentes franceses de abrir nuevos caminos. Sin embargo, Aragón y el Pirineo francés no pueden ni deben distanciarse, y no solo porque romperían con ello una ligazón de siglos, sino porque en el marco de la Unión Europea los intereses de los pueblos vecinos son cada vez más compartidos. Bien es cierto que, como decían los abuelos, los franceses, negociando, son muy suyos, y la derecha francesa que gobierna ahora, mucho más, pero seguro que dentro de un tiempo, con la alternancia de poderes, pueden abrirse allí y en Europa en general nuevas perspectivas y nuevas actitudes. En relación con los caminos pirenaicos, viejos y nuevos, debemos mantener y aprovechar al máximo los contactos, en los que, sin desánimo alguno a pesar de las circunstancias, hay que seguir trabajando. La tradición y la modernidad, aunadas en esto, así lo demandan.

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Un lugar en el mundo15 El agua, el desarrollo sostenible y el debate científico, técnico y político que se va a desarrollar en la Expo de Zaragoza van a situar Aragón en una creciente actualidad mediática de tinte social, y también, físicamente, en el mapa de un mundo que, por fin, ha tomado conciencia de su responsabilidad en la existencia de abundantes dramas humanos no compartidos.

Desde un punto de vista más pragmático, desde hace años vengo defendiendo en mi Ayuntamiento, en la tribuna de las Cortes, en el Gobierno y en escritos varios un proyecto autonómico para la organización de los Juegos Olímpicos de Invierno en el Pirineo aragonés en los primeros veinticinco años del siglo, dado que, siendo nuestra cordillera un territorio inédito para la Carta Olímpica, si no lo hace Aragón lo harán Cataluña y Andorra. Uno de los argumentos que a mí me ha parecido siempre más contundente es el de que un acontecimiento semejante contribuye y casi determina la aparición de su sede en el mapa de ese mundo mundial, con lo que ello conlleva de avances positivos y negociaciones de lo negativo que no está en nuestras manos detener.

Aragón es tierra de interior, con valores naturales y culturales muy propios, y sorprendentemente hermosa para el que, en alguna medida, es capaz de intelectualizar esos valores; pero, a pesar de las bellezas que encierra, es conocida todavía, desde los romanos, como cruce de caminos y lugar de paso, y no constituye por el momento un territorio de referencia que retenga al viajero medio nacional, ni al extranjero, tal como sucede, por ejemplo, con las zonas costeras o con las ciudades monumentales de España.

La sociedad del bienestar que hemos conquistado algunos países privilegiados incluye el disfrute del tiempo de ocio como un valor social de primer orden, y, como decía, Aragón posee suficientes atractivos naturales —la alta montaña, los ríos y su huella, la estepa, los glaciares— y también culturales —las vías de penetración de distintos pueblos desde la antigüedad, la condición de tierra fronteriza, los monumentos, el folclore, la gastronomía—, pero hasta las últimas 15

Publicado en El Periódico de Aragón el 29 de junio de 2008.

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décadas no encontró el modo eficaz de darlos a conocer adecuadamente. Creo firmemente que a este respecto no hay que olvidar que hasta hace poco hemos sido una región particularmente pobre y dura que ha sufrido como pocas el desastre humano de la emigración, y que en los tiempos difíciles que hemos vivido durante generaciones parece contradictorio presumir de algo. Existen muy pocos acontecimientos que, por singulares, puedan situar un territorio en el planeta de tal manera que encandile la mirada lejana de sus pobladores: una exposición universal o internacional significativa —Tokio—, un mundial de fútbol, una conferencia de paz, unos juegos olímpicos y poco más.

Todo ello sucedió, sorprendentemente para muchos, en la España de 1992, y ello contribuyó, sin duda, a la consolidación de la imagen de nuestra tierra como país que emergía de sus cenizas históricas, atrayente y desarrollado, aunque nuestro acceso a Europa y a sus fondos haya sido, en realidad, lo que lo ha hecho posible; ello se debe a que, en la sociedad de la información horizontal y simultánea y el conocimiento sustentados en las nuevas tecnologías en la que vivimos inmersos, lo que no se publicita no existe.

Todo este largo exordio viene a cuento de lo que aquí y ahora quisiera expresar después de visitar el día 10 pasado, por primera vez, junto con los miembros del Consejo Económico y Social de Aragón, el recinto Expo.

Lo que allí se ve, y lo que uno se imagina de lo que no se ve, constituye un milagro de gestión que solo una sociedad sólida, culta y segura de sí misma puede producir. Ya pueden decir misas grises los agoreros y criticar lo criticable, pero lo que resulta innegable es que, para que partiendo de la nada se haya podido levantar en peso en aquellas riberas lo que hoy vemos, ha hecho falta por parte de todos mucha visión de futuro, mucho convencimiento en relación con las posibilidades de nuestra tierra, mucha gestión política y técnica, mucha fuerza institucional y muchos esfuerzos para dejar de lado el característico escepticismo aragonés. Los barceloneses, que lucharon por su nominación olímpica sesenta y dos años, publicaron después de los Juegos un libro titulado Las claves del éxito. En él se describen los escollos que hubo que salvar, los crudos enfrentamientos institucionales, las dificultades de organización en el tiempo y el éxito final basado en la superación de las dificultades por parte de todos. Hay

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que decir con orgullo que aquí ha sido más llevadero, aunque no más fácil.

La primera vez que oí hablar, generalizando, de un acontecimiento que pudiera volver a conmemorar en Zaragoza el año ocho de cada siglo fue en una cena del alcalde Belloch con profesores universitarios en La Matilde hace más de diez años. Allí se le explicó lo que para Zaragoza y Aragón había supuesto el año 1908, y él fue el que, como candidato que era a las elecciones municipales que perdió, habló de intentar algo semejante en 2008. Luego, la formulación formal ha sido tarea de otros, tal como él mismo se encargó de resaltar en el exquisito contenido de su discurso en la ceremonia de la inauguración, y lo conseguido ha sido el resultado del esfuerzo y la capacidad de resolución de muchos en concreto y de todos en general.

A esta tierra nuestra, de golpe, en forma de red de comunicaciones, de descubrimiento general de su privilegiada situación geoestratégica, pero también del ejercicio de distintas capacidades para la puesta en valor de lo existente, hasta hace poco tan desdibujado, le ha tocado la lotería, y la Expo es el décimo. Quien así no lo reconozca será un aragonés de los de siempre, es decir, escéptico de por vida y algo triste. La particularidad de esta situación es que la suerte no ha venido de un sorteo de azar, sino del ejercicio por parte todos del sentido de la historia. ¡Lo que hemos crecido en poco tiempo! A esta tierra le ha tocado la lotería, y la Expo es el décimo.

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Sentido de la historia16 El mismo día en que se reunía por primera vez la cumbre de Londres con los objetivos prioritarios de conjurar el peligro de un desastre económico mundializado y prevenir el futuro en ese mismo ámbito, asistíamos en La Rioja a uno de los encuentros anuales de los consejos económicos y sociales de todo el país, incluido el del Reino de España.

De todas las sesiones habidas, una mañana entera de trabajo estuvo dedicada a analizar el papel de los consejos ante la actual crisis económica mundial y la española en particular.

En algunas conferencias de tipo económico, cuyas claves no domino, suelo tomar notas, y, como las guardo en una carpeta propia, su repaso me ha permitido aportar a las Jornadas con algo de rigor la posición dialéctica que nuestro Consejo mantiene sobre la crisis: hablar con los datos sobre la mesa, trabajarlos mucho, no hacer catastrofismo gratuito y, a la vista del contenido del informe anual que entregaremos pronto a los aragoneses, recomendar lo mismo a las instituciones públicas y privadas. Algunas de mis anotaciones eran ya viejas, pero algo apuntaban, y las más recientes corresponden a las conferencias de Sami Naïr, Fernández Ordóñez, Emilio Ontiveros, Felipe González y otros en sus últimas comparecencias en Zaragoza.

En relación con el peligro al que nos referíamos al principio, algunos venían advirtiendo mucho antes de 2008, y no precisamente los economistas, de las amenazas que planteaba la marcha financiera del mundo. He releído lo que decía Fernando Vallespín, por ejemplo, en nuestra Facultad de Económicas hace más de cinco años, y también lo que apuntaba Joaquín Estefanía en una conferencia en el Paraninfo. Ambos aludían ya entonces a la peligrosa ausencia de los Estados en el proceso de la globalización, controlada solo por los mercados y criticada solamente también por los antisistema de cada país. De las notas de las conferencias recientes solo quiero extraer aquello que afecta a todos por igual, porque esta situación, percibido el dramatismo que supone la quiebra del capital y del trabajo al mismo tiempo, tiene que resultar aleccionadora para muchos, y ocasión para repensar algunas posiciones de desafección ciudadana de lo político.

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En las exposiciones de todos los citados se alude a una constante: la perentoria necesidad de la implicación de los Estados, los más posibles, sin distinción de territorios, colores, credos o ideologías, en la regulación pactada de los grandes temas económicos y, sobre todo, financieros, que mueven el mundo mundial, ya que este desastre no ha sido solo el producto de naturalezas humanas perversas, sino que desde los años setenta era el sistema el que venía aconsejando los procedimientos en el juego del dinero, juego de unos pocos que ha terminado volviéndose perverso para toda la humanidad.

El no saber de economía no impide percibir las tendencias políticas que los avatares de la misma desencadenan; no soy nada fetichista, pero no me asusta en este momento el corte humanista y más bien idealista de los discursos de Obama que, poco o mucho, contagia el posibilismo de Merkel, que ya fue capaz en su día de formar en su país un Gobierno con el SPD, inimaginable en otros momentos. A Sarkozy no hace falta animarle porque sus políticas, a fuer de conservadoras, tienen una vena individualista de corte romántico. A Lula y a Calderón tampoco les suena mal que sea toda la humanidad la que necesita un aliento nuevo, e incluso esta tendencia puede tener repercusiones en China y, sobre todo, en India. Así que el encuentro superpolítico de Londres ha supuesto la vuelta de la política y, con ella, el reverdecer de la esperanza. Asia, África y Oceanía estaban allí, haciendo valer su significación tanto en lo territorial como en los negocios. Por primera vez todos los políticos del mundo reunidos hablan de los problemas que esta crisis inédita ha creado en todas partes por igual; creo que no apreciar lo excepcional y beneficioso de dicho acontecimiento demuestra no tener sentido de la historia.

En relación con España, que ha hecho un buen papel en la cumbre, hay que pensar que los hábitos del comportamiento social de un país entero no se cambian en una generación; tantos años de dictadura militar contando a los españoles que los partidos políticos eran nefastos —y, como consecuencia, la democracia que los hacía imprescindibles también— acabaron por calar hasta en aquellos —mi propia generación— que no los habían conocido: la política, cuanto más lejos, mejor.

Lo que sí se puede afirmar es que sin política democrática la justicia social retrocede y que la participación abierta hace que los partidos resulten ser la imagen en el espejo de la sociedad que los produce; los

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nuestros, que están en la treintena —en el 76 estábamos en la clandestinidad—, sufren las veleidades de esa edad tan crucial para el individuo, como les pasa a unos padres que ven con preocupación que su chico no acaba de madurar, pero no por ello lo quieren menos.

Con todo, la esperanza, la única esperanza, nace del diálogo, que hoy afortunadamente fluye sin parar, y si las mejoras no vienen de ese diálogo no las habrá. El humanismo que transmiten las diversas posiciones, la humildad y la falta de dogmatismos con que se están abordando las relaciones son la mejor garantía.

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Euskadi en el corazón17 Los que no somos vascos ni estamos allí, pero amamos aquellas tierras y a sus gentes, vamos a vivir el resultado de las elecciones vascas con el alma social y sociológica en un hilo, en razón de las peculiaridades políticas que ese territorio presenta. Vaya por delante que me cuento entre los muchísimos habitantes del resto de España que quieren y admiran lo vasco; si así no fuera, no me decidiría yo a escribir de aquello sobre lo que ya se ha dicho casi todo.

Allí pasé unos años muy felices de mi vida, estrenando compañero y vida en común en un apartamento mínimo, situado en el jardín de un caserío de San Sebastián junto al Urumea, en cuyo fondo las adelfas y los magnolios —todavía existen— saltaban por encima de las tapias que daban al río. También viví unos meses en Irún, con Fuenterrabía como referente y los acantilados del cabo Higuer, amarillos de retama, a donde llegábamos en una moto Sanglas muy ruidosa.

Guardo tan buenos recuerdos que vuelvo siempre que puedo, y me reencuentro con sus gentes, a las que veo sufrir, arrastrando penosamente, en muchos casos sin comprenderlo, la cruz que la historia ha colgado cruelmente a sus espaldas.

Digo la historia porque, aunque la hacen los hombres, siempre, pero sobre todo en el último siglo y medio, ha sido la acumulación de los hechos de la misma la que ha pesado sobre los vascos, sin distinción de colores políticos, como una losa, incluidos esos pocos, cada vez menos, a los que los mismos hechos les hacen soñar cada noche con la gloria. Un profundo aislamiento, determinado por su geografía desde tiempos remotos, ha sido el orgullo de unos y la preocupación de otros. No se romanizaron, no fueron invadidos por los centroeuropeos, no se arabizaron como todos los demás y, aunque en la Edad Media se unieron temporalmente a Castilla, a Navarra o a Francia, siempre cultivaron su mismidad, que venía de costumbres ancestrales nunca confrontadas.

Así de diferentes han terminado siendo en el último siglo, porque distintos a las demás gentes de su época y condición fueron ya en sus actitudes los líderes vascos de las guerras carlistas en el siglo XIX y los 17

Publicado en El Periódico de Aragón el 27 de febrero de 2009.

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paradigmáticos hermanos Arana y su grupo de románticos rezagados.

También los de los diferentes bandos en la Guerra Civil, entre los que habían crecido Unamuno, Baroja y Maeztu, siempre tan suyos, y finalmente el franquismo, que tan torpemente acentuó los desencuentros.

Lo cuenta Juaristi —que, obviamente, es diferente de los lingüistas y académicos de su época— en El bucle melancólico. Esta ha resultado ser una obra clave para entender lo que pasó y lo que pasa allí.

La melancolía es un sentimiento contradictorio, no una postura, que resulta de sentir nostalgia de lo que nunca se tuvo; si algo caracteriza a los vascos de la vida pública de hoy como de ayer, a los que el resto de España mira con respeto pero también con preocupación como epígonos de colectivos, dedicaciones varias, posturas políticas, sindicales o, incluso, deportivas, es que sus diferentes discursos públicos resultan ser cada vez más contradictorios, aunque normalmente brillantes y expresivos, incluidos los de los abertzales.

El mismo Juaristi, tan admirado por mí por razones de oficio, lo es, políticamente hablando, pero lo es también Savater en sus seducciones, Anasagasti en sus exabruptos, Rosa Díez en su laberinto, Garaicoetxea en el suyo, Arzalluz en su brabuconería, San Gil en su mística, Otegi en sus sueños, Espido Freire en su arte y hasta Javier Clemente en su destemplanza. También los escultores Chillida, Oteiza e Ibarrola batallan contra el mundo en sus creaciones, y los cineastas vascos, tan atrayentes siempre, pretenden desentrañar las señales de unas raíces tiránicas que insisten en las diferencias.

Un hijo de Gallestegi, líder de la Guerra Civil refugiado en Irlanda, se unió a los fanáticos de allí y volvió a finales de los sesenta aquí para adoctrinar en el mismo sentido de las diferencias, unido a un ingeniero alemán que había colaborado con los nazis. Son los hechos históricos los que les han hecho y les hacen padecer social y políticamente a todos por igual, y unos pocos, seguidos por otros no tan pocos, creen poderlo solventar con la violencia extrema, que justifican —sobre todo los más de dos mil jóvenes que han sido criados en ella y viven de ella sin casi alternativas laborales— como un mal necesario. ¿Qué reconversión, no tanto ideológica, sino tal vez humanista, civilizada, filosófica, hace falta? ¿Cómo demostrarles a los violentos que no les despreciamos humanamente, aunque nos horroricen su visión y sus métodos? Solo propiciando cambios de contenido social y sociológico, aunando sentimientos, pensamiento y política, y, desde

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luego, no demonizando, desde fuera y por principio, todo lo vasco.

Hasta el abominable De Juana es, desde esa perspectiva histórica y melancólica que ellos usan, víctima de un fanatismo que otros, también alienados por la historia, dibujaron, inscritos en la nebulosa de etnia, raza, lengua y religión. Estos llamados valores, en el devenir del mundo, siempre acaban profundizando y justificando el fanatismo, que desdichadamente es lo más contrario a la fraternidad, que sí es un valor universal.

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De muebles, inmuebles y trajes18 Preparaba yo hace días este artículo cuando el fino olfato periodístico de Trasobares se me ha adelantado. Él es un periodista de raza y yo una aficionada; por eso no lo siento nada, sino todo lo contrario.

Sé muy bien que tanto los jueces como los políticos son las primeras víctimas de las circunstancias que estamos viviendo, y que la inmensa mayoría de ellos son impecables en su acción, pero hay algunos sueltos —pocos en cada caso—, que no acaban de medir bien lo que pueden perjudicar la imagen de los poderes del Estado según cómo operen. De entrada, ya es pernicioso para la democracia que se banalice el debate político teniendo que descender unos y otros a analizar y a juzgar cuestiones personales, a no ser que de ellas se desprendan perjuicios públicos demostrables o demostrados.

Me ha pillado este agosto con el ventilador de los regalos políticos —grandes o pequeños, normales o desorbitados— leyendo ávidamente la magnífica biografía que Diego Galán le hizo a Pilar Miró, que más que biografía es un rendido homenaje a su persona, a su cine y al cine en general, aunque no omite ni una sola de las aristas del carácter de la biografiada. Dibuja también el mundillo político-artístico del momento, algo viciado, haciendo continuas alusiones a la delgada línea roja que rodeaba, abrazaba y oprimía al mismo tiempo la política del momento, entre el idealismo y la praxis, es decir, el dilema del ser o no ser.

Pilar Miró, en medio de lo que política y judicialmente le cayó con su película El crimen de Cuenca, fue cesada por emplear un dinero público en comprar trajes caros para estar a la altura de las circunstancias en Venecia o en Cannes, y porque se empeñó en que dichos gastos figuraran como tales y para esos fines en su correspondiente rendimiento de cuentas, a pesar de las recomendaciones que sus asesores le hicieron de situarlos en un capítulo no específico, como se había hecho siempre.

En casi treinta años de vida pública ininterrumpida, siempre me han regalado plumas estilográficas, bolígrafos elegantes, bandejitas de alpaca y alguna reproducción, y nunca, nunca, me han entregado 18

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Publicado en El Periódico de Aragón el 4 de octubre de 2009.

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o prometido nada grande, ni caro, ni diferente; mi compañero en la vida y en la política tuvo una sola vez un regalo esplendoroso de un grupo holandés o belga que quería instalar algo en el pueblo de Bárcabo. Un día apareció en nuestra casa de Huesca un paquete muy grande que contenía una cubertería enorme de plata bañada en oro —¡qué ojo!—; al día siguiente lo llevó a su institución para que se decidiera lo pertinente.

En política nada pasa porque sí. El que se encuentra con un regalo que se sale de lo normal, que son la pluma o la bandejita, es que lo ha buscado afanosamente y lo ha gestionado con astucia, porque lucrarse abiertamente dentro de una administración, sobre todo si uno opera en solitario y no en una trama, no es nada fácil; por ello yo creo que los porcentajes de corruptos individuales, que los hay, y no solo en lo material, aunque estos escandalizan mucho, son, en proporción, muy pocos, y las manipulaciones en red, muchas.

Búsquese un acuerdo general sobre lo que en política es decente y lo que no, y que lo que es punible y lo que no que lo determinen los jueces, porque ni con ataques personales ni con acusaciones sobre hechos supuestos o imaginados se busca ejemplificar al conjunto, como con Pilar Miró. Poco o nada hemos avanzado en el contexto en el que estamos viviendo. ¿Dónde quedan ahora algunos empeños partidistas, políticos y —con todo respeto— judiciales impropios? En unos corazones y unos honores dolidos para siempre, como los de Demetrio Madrid o los del alcalde de Utebo, por citar casos de mi organización, o los de otras personas de otros grupos que también lo han sufrido.

Como decía al principio, la política es o debería ser otra cosa que el vulgar ejercicio de rastreo de las debilidades personales para la masacre del adversario; y aquí, cuando estas cuestiones llegan a lo judicial, sí que les cabe a los responsables medir previamente los daños colaterales. Difícil tarea esta de la regeneración de la vida colectiva cuando vemos a un Berlusconi, que creo que es un político nefasto por delirante, en el sentido científico de esta palabra y no por sus chicas, cada vez más votado en Italia, una de las cunas de la civilidad.

Habrá que luchar mucho ahora para que el lado oscuro de las cosas, que siempre se mantuvo con un cierto pudor, no se ponga de ultimísima moda. La desfachatez sonriente, lo dislocado, lo perverso, lo excéntrico, lo cínico e incluso lo cruel parecen avalarlo las urnas, así que tanto en las condenas como en los perdones todo rigor es poco.

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Los espacios deliberantes19 Un Parlamento, una asociación, una comunidad de vecinos, un grupo investigador, un comité de empresa, una redacción son, en esencia, espacios deliberantes.

Los consejos económicos y sociales de toda España, que también lo son, suelen reunirse dos veces al año para intercambiar información, comentar y valorar la eficacia de las actividades de cada uno y sopesar la utilidad de su trabajo, que debe facilitar la tarea de los distintos entes a los que se deben por ley —sociedad civil, Parlamentos y Gobiernos— en un Estado complejo como es el nuestro, donde cada comunidad autónoma tiene sus singularidades.

En la penúltima reunión en Galicia ya se argumentó por algunos que con las comunicaciones rápidas, horizontales y simultáneas que han facilitado las TIC no era imprescindible tanta dedicación a contar lo nuestro, y que el cambio de orientación debía ir en el sentido de analizar en profundidad la realidad socioeconómica circundante desde los planteamientos más novedosos e imaginativos que se pudieran encontrar en el mundo académico, de la empresa, sindical, asociativo, artístico, etcétera, sobre todo en este tiempo, caracterizado por una crisis global que no es solo económica y financiera.

Ello dio como resultado que en el reciente encuentro en La Rioja predicaran tres ponentes que, con formaciones y orígenes muy diferentes —un economista, un filósofo y un político—, y sin ponerse de acuerdo, vinieron a coincidir en algo que, haciendo de la necesidad virtud, se ha puesto de moda en el mundo del pensamiento, es decir, en la política, en la ciencia, en el arte, en el ámbito del trabajo y en los medios de comunicación, y es que en estos espacios operan también las modas, como en la calle. Tesis: siempre, pero más en tiempos de crisis, las soluciones del verdadero progreso emergen de los grupos creativos que las sociedades avanzadas producen; todo ello sistematizado en las aportaciones del norteamericano Richard Florida en 2002, que es el crack del momento (La clase creativa, Paidós, Barcelona, 2010), en las que se defienden las tres tes: tecnología, talento y tolerancia.

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Publicado en El Periódico de Aragón el 2 de febrero de 2010.

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Estos grupos, que no son solo las universidades, los investigadores, los artistas o los empresarios de éxito, tienen en común su composición fuertemente diversificada, la tolerancia y el aprecio del que es diferente, el no individualismo, aunque están compuestos por individuos más o menos creativos defensores de la actitud social compartida, el aprovechamiento de la tecnología, la percepción del futuro y la aceptación del riesgo, entre otras características. Los logros vendrán después de ejercer aptitudes y actitudes profundamente deliberantes y la aceptación de que los espacios locales se han transformado en glocales. Se advierte que el índice de creatividad coincide al 89% con el crecimiento económico y que hay antecedentes históricos —Estados Unidos y Japón— que así lo atestiguan; los procesos de certificación de la calidad, hoy generalizados, fueron el primer paso.

Por último, se asegura que el crecimiento —no solo el económico— se basa en la innovación, que únicamente se produce como consecuencia de todo lo anterior, y que los valores, la autoexpresión y los logros que ello conlleva se transmiten fundamentalmente a través de los sistemas educativos en todos los tramos de su composición. Cerraba las exposiciones el presidente del Consejo Económico y Social del Reino de España, Marcos Peña, asegurando de forma muy gráfica que el sistema educativo español, que tiene forma de reloj de arena, debería tener forma de pepino, porque su parte media va a ser la más requerida por el empleo en el futuro europeo inmediato.

Pongámonos, pues, a la tarea y articulemos espacios dialogantes para despertar en nuestros niños y jóvenes la creatividad y la deliberación, y exijámoslo a los académicos, a los políticos, a los empresarios, a los trabajadores. Nuestro país, nuestra comunidad autónoma, nuestro pueblo, nuestra fábrica, nuestro huerto, nuestra casa lo necesitan más que nunca.

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La herencia20 No puedo recordar cuánto tiempo ha pasado desde que Peridis —el afilado sintetizador de las más crudas realidades políticas de nuestro país— sacara por última vez a Franco en su viñeta diaria de El País, pero la del viernes 26 de marzo conlleva uno de esos mensajes definitivos: Franco en la nube azul con una caña de pescar y Garzón, en el pozo, sobreviviendo con el anzuelo ya mordido; la segunda frase del dictador es la que resulta hoy verdaderamente estremecedora: «¿En qué país se cree usted que vive?». ¿Alguien pensó inocentemente que los condicionantes de la larga dictadura franquista se salvaban en una generación o en dos? Una dictadura militar, la nuestra, que procedía de un golpe de Estado en el que, después de muchos tiras y aflojas en las negociaciones de posguerra, los sables se impusieron a las pistolas, entre otras razones porque las pistolas estaban prácticamente descargadas por las divisiones en el seno de la Falange, y los sables, que venían de la reciente guerra de África y de la incivil —que para los sublevados supuso una continuidad para hacer carrera—, formaban, menos alguna disidencia puntual pronto acallada, una piña enardecida.

A mi padre, que militó en la Falange desde primera hora, como a otros muchos falangistas le molestaba la figura de Franco como jefe de Estado, precisamente por ser un militar. Él verbalizaba su disidencia de forma lapidaria, a pesar de su admiración musoliniana, de la que nunca se apeó: «Los militares y los curas son como los postes de telégrafo, que solo valen para sostener los hilos». Es decir, a ambos colectivos les negaba la legitimidad para gobernar nada con capacidad y eficacia.

Por razones de especialidad tuve que abandonar la Universidad de Zaragoza a mediados de los cincuenta y en la de Salamanca conocí y traté algo al rector Antonio Tovar, que era amigo del historiador aragonés don José M.ª Ramos Loscertales, ya muy enfermo, en cuya casa coincidimos alguna vez de la mano de Conchita Giner, catedrática de Griego, también aragonesa y ayudante en nuestra facultad. Ya rector, Tovar comía un día al mes en cada uno de los colegios mayores 20

Publicado en El Periódico de Aragón el 2 de abril de 2010.

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y charlaba sin ambages sobre la realidad política española, de la que disentía abiertamente, sobre todo en materia de educación. Amigo de Dionisio Ridruejo, él organizó una visita secreta del mismo a la ciudad a la que asistimos un grupo pequeño de estudiantes y otras pocas personas. Era, como digo, mediados los cincuenta y se iniciaban los primeros procesos al régimen desde dentro, precisamente por parte de aquellos que en otros momentos les habían acompañado. ¿Se acuerdan ya los mayores y saben los jóvenes que no podíamos reunirnos veinte personas sin permiso del gobernador civil, o que las obras de teatro que se representaban, aunque fuera dentro de la Universidad, requerían un permiso expreso del Ministerio de Información y Turismo? El gobernador civil de Salamanca, José Luis Taboada, bastante civilizado, por cierto, en la entrevista que al efecto mantuvimos con él una comisión de protesta, expulsó de nuestro colegio mayor sin despeinarse a una colegiala bilbaína, buenísima estudiante de quinto de Medicina, por negarse a estar en la recepción de Franco en la plaza Mayor. Se llamaba Merche Jacob, y muchos de los que conspirábamos dentro del SEU pensamos que algo tuvo que ver el remoto origen judío de su familia.

Era todo tan asfixiante que siempre pienso que hasta algunos de mi generación situados en la izquierda hemos quedado tocados por aquellos modos, a pesar de haber tenido el privilegio de vivir y gestionar el cambio democrático; incluso los que, como yo misma, pensábamos que el franquismo moriría con Franco. Con el cambio murió, en efecto, formalmente, en casi todas las instituciones —en el Ejército, de forma ejemplar y bastante rápida—, pero en otros ámbitos como la universidad o la judicatura la transformación ha sido más lenta, y en esta última no sabemos siquiera si se ha institucionalizado, aunque existan numerosos jueces demócratas convencidos. ¿Por qué tenemos muchos la impresión de que todavía los nostálgicos proyectan en el ejercicio de su profesión lo que votan cada cuatro años, cosa impensable en cualquier servidor público, y mucho más en el que imparte justicia en conciencia, pero también en el marco inviolable de la legalidad? Los partidos mayoritarios, a fuer de buscar una cierta conciliación en el ámbito judicial con su propia tendencia ideológica, aunque respetando su independencia y tal vez de buena fe, parecen no saber a lo que se enfrentan. Como dice el inefable Peridis en su viñeta, ¿en qué país se creen que viven?

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Una vez, en el 95, tuve el privilegio de cenar con Pedro Laín Entralgo y Rosario de Parada, solos los tres. Al saber que yo había conocido a Tovar y había sido amiga de su mujer, Chelo, a la que él apreciaba particularmente, se explayó en las razones que llevaron a personas como él a sus compromisos con la Falange y en cómo no contaron con que después de la guerra se harían con el poder los militares africanistas, con la ayuda de lo más reaccionario de sus compañeros del Movimiento. Al oírle quejarse de cómo pensaba él que gravitarían los modos de la dictadura en España durante muchos años como una losa se me saltaban las lágrimas; aquel admirable nonagenario estaba confesando allí por qué había sentido, en su día, la necesidad de publicar su libro Descargo de conciencia.

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Gracias a todos21 Rara vez ocurre que un logro cultural público pueda concitar tantas satisfacciones que sienta uno la necesidad de dar las gracias a la gente que lo ha hecho posible, haya o no participado en ello directamente. Hablo del IAACC, el Museo Pablo Serrano.

Gracias a Pablo Serrano, con el que hablé solo en dos ocasiones.

Era un artista nada grandilocuente, a medio camino entre el idealista irremediable y el pragmático despistado, cuestión de fondo que se refleja en su obra y en su fundación —amigos íntimos, Ayuntamiento y bancos—, a cuya heterogénea composición confió su legado.

Gracias al Gobierno de entonces, que aceptó la propuesta y le dio acogida física en la antigua fábrica reconvertida en museo, con el acierto de siempre de Pérez Latorre. Gracias a la familia, que, tal y como procedieron en 1995, por encima de sus legítimas aspiraciones de control y seguimiento que el autor les encomendó, por encima de desencuentros puntuales sobre los que siempre se puede dialogar, deberían reconocer ahora que los sucesivos responsables políticos han llevado la figura y la obra del artista a lo más alto. Gracias a los técnicos que lo han gestionado, mantenido y mejorado a lo largo de los años, a pesar de las continuas inquietudes que han tenido que sufrir en cada época.

Gracias a los últimos Gobiernos, que decidieron reconvertir el modesto —aunque con personalidad propia— edificio inicial para hacernos sentir al escultor, a la comunidad y a Zaragoza con este nuevo edificio inconfundible, que es y será una más de nuestras señas de identidad; con el paso del tiempo, este museo y otros van a ir conformando una referencia y un conocimiento de Aragón en el mundo que hasta hace poco no existían.

Siempre me han sorprendido las posiciones políticas y también las individuales que minimizan el valor intangible de los edificios emblemáticos o de los grandes eventos. ¿Será que la construcción en la época moderna —pública o privada, da igual— del Empire Estate, de la Ópera de Sydney, del Centro Pompidou, del Guggenheim o del Museo Van Gogh en Ámsterdam, que modificaron el carácter físico y el atractivo cultural de otras tantas poblaciones, eran obra de megalómanos, 21

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Publicado en El Periódico de Aragón el 10 de abril de 2011.

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visionarios o derrochadores? También me extraña que los que minimizan su valor o su oportunidad suelen argumentar que todo ello no redunda en beneficio del hombre de la calle. Más que nunca, en este mundo globalizado con acceso a la información y al conocimiento horizontal y simultáneo en el tiempo por la vía tecnológica, lo que no es insólito y no se publicita no existe y, por lo tanto, no atrae. ¿Es que en la vida económica y social del ciudadano de cualquier nivel no influyen la existencia y el tirón de elementos diferenciadores e identitarios, en una sociedad donde se ha instalado sin vuelta atrás la cultura de la movilidad como elemento de curiosidad, de ocio y de disfrute?

Aragón y Zaragoza, hasta la existencia de la Expo y las infraestructuras que vinieron con ella desde tres o cuatro años antes, era en su realidad y en su esencia ciudadana poco más que un pueblo grande.

Ahora que la capital es una ciudad modernizada, como sucedió en 1908, necesita afianzar lo conseguido recientemente y dedicar a ello tiempo, dinero e imaginación, sin descuidar los valores más o menos históricos y ocultos que la historia dejó, con una idea de complementariedad que va a cumplir el nuevo IAACC. ¿Para cuándo la visión completa de los tapices de la Seo, que serán el asombro de Europa, el acceso libre a la Cartuja o el proyecto de Antonio López para el Pilar? ¿Constituirán también derroches o, por el contrario, habrá que dar las gracias a los que lo propongan y lo gestionen?

Gracias, por fin, a los miembros de la Fundación Pablo Serrano —querría que nos reuniéramos todos allí en algún momento para felicitarnos—, que, con un enorme sentido de la historia y de su responsabilidad en ella, se avinieron con un solo voto en contra a la disolución sin paliativos de la misma, así, como suena; también a Ibercaja, que aceptó entonces que, solo por ciento treinta millones de la deuda que había acumulado el museo, el edificio y la obra artística pasaran a ser propiedad del Gobierno de Aragón.

Como no pude asistir al acto de inauguración, recorro en soledad los espacios interiores que Pérez Latorre ha delimitado con esa carcasa deslumbrante cuya foto sirvió hace unos meses, no por casualidad, de portada novedosa a la publicación del Consejo Económico y Social de Aragón (CESA) sobre la actividad cultural y su repercusión social en Aragón. ¿Beneficia o no todo ello directa o indirectamente a los hombres y mujeres de la calle? Por suerte, en este caso, esos hombres y mujeres ya han hablado y sentenciado.

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Mejor no confundir22 Quiero afirmar desde un principio que creo que, además de que estamos ante una crisis económica sin precedentes en sus matices, en este país sufrimos una profunda crisis de la deliberación entre todos para hablar de ello; creo también que, si queremos mejorar nuestro vivir, los exabruptos sobran.

Soy de los pocos que le aguantan a Federico Jiménez Losantos, como hacía José Antonio Labordeta, casi todo. Casi, pero no todo; a veces se pasa un huevo y otras veces los dos, y cuando eso sucede nos hiere de verdad. Nos conocimos hace tiempo en Zaragoza, en una cafetería del paseo Sagasta que ya no existe. Me lo presentaron como compañero militante del PSA y alguien me comentó que andaba medio enamorado de aquella chica navarra que no sé si también militaba con nosotros y que luego se nos fue con Alberto Moravia. ¡Qué años aquellos!

Dejando de lado que no acabo de comprender cómo una persona de su talla intelectual y comunicativa puede defender con tanto ahínco las posiciones de la derecha española más enriscada, de la que no ignora en absoluto su doble moral política, económica y religiosa, no conozco comunicador que escriba mejor y que sea más ingenioso, más irónico, más agudo —en el sentido gracianesco con el que lo decimos en Aragón—, más incisivo, más ocurrente, pero también más ácido y más hiriente y, en conjunto, más de todo aquello que solo procura una gran inteligencia. Pero, como decía, a veces hace afirmaciones que, a fuerza de querer epatar a los burgueses y a todo bicho viviente, rozan la animalada.

Me refiero ahora a su columna en El Mundo del lunes 13 de junio, en la que afirma taxativamente, como hace siempre, porque con lo exacerbado de él y de otros cuenta su periódico para vender, que el 15-M ha derivado en un aquelarre que se parece mucho a la kale borroka —que es la cantera de los matadores— y, lo que es peor, no solo anuncia que los indignasunos, que él llama, volverán a ejercer de matones contra las libertades cuando el PP llegue al poder —la venda antes de la herida—, sino que afirma también que todo ello lo ha ideado 22

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Publicado en El Periódico de Aragón el 23 de junio de 2011.

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Rubalcaba, al que políticamente parece odiar; querría yo saber si también lo odia personalmente. Todo lo afirmado sí que es confundir el culo con las témporas, que diría él mismo, y en esta barbaridad le ha acompañado también ahora un muy poco fino Artur Mas. Sé que en su día nuestro periodista fue objeto de un ataque personal por un grupo de locos y afirmo que el que ha pasado por algo así sabe lo que ello representa, pero quedar dolido para siempre es una cosa y proyectarlo es otra. Solo en una cuestión estoy de acuerdo con él: el 15-M —democracia real— no ha sabido, no ha querido o no ha podido concretar en un documento sólido su alternativa y tampoco ha resuelto liberarse de su minoría más antisistema, cuestiones que lo van a hacer todo difícil.

Por lo demás, a mí también me revuelven el estómago las posiciones del nacionalismo vasco radical, y también las del que dice que no lo es, y casi en la misma medida, tanto que hemos dejado de acudir a Donosti, ciudad que guarda algunos de los mejores recuerdos de mi vida; no puedo olvidar que ciertas cuadrillas que chiquitean en la Parte Vieja, tan simpáticas y amigables, pudieron tener algo que ver en su día con los asesinatos de nuestros amigos Carlos Díaz Arcocha, Fernando Múgica, Ernest Lluch y tantos otros, conocidos o no. Sin embargo, como demócrata ejerciente, procuro racionalizar la impresión de susto que produce la incorporación de muchos de ellos a la vida institucional. Pienso que no va a ser lo mismo para algunos sentarse en Txoko para decidir a quién se podría matar que en un salón de plenos, cuando se ha dicho públicamente por activa y por pasiva que la violencia está desterrada en los planes políticos proclamados; un pequeño recorrido sí que han hecho los institucionalizados. Puede que alguien transite en sentido contrario el camino del odio político y, a tenor de que recomponga mínimamente su discurso, nos obligue a todos los demás a no machacarnos tanto políticamente. Desde el punto de vista de la pacificación y desde el otro lado son de preocupar las palabras de María San Gil en El País: «No soy mujer de grises». Será blanca o negra, digo yo, cuando todos sabemos que lo colectivo, y lo político más todavía, es siempre aproximadamente entreverado.

A Rubalcaba lo conozco algo; trabajé cuatro años con él y otros cuatro junto a él; también es inteligente, ocurrente, incisivo, a veces corrosivo y buen estratega político y mejor táctico, pero jamás, jamás, suscribiría intenciones de grupo dolosas para alguien, porque le he

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visto actuar en situaciones muy graves, como la huelga salvaje de los jóvenes que se llevó por delante al ministro Maravall, y creo saber que es de los que íntimamente se miran en el espejo de su yo y saben, por respeto de sí mismos, marcar límites morales a lo políticamente posible; y, ya poniéndonos un poco cínicos, con el 15-M nada en absoluto ha podido tener que ver, porque desde un principio supo, como todos nosotros, que el rendimiento electoral de las acampadas sería para otros. Toda esta regañina con la mejor de las intenciones para incitar a la ciudadanía a buscar su propio espejo personal público y político.

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Aragón exporta sentido común23 Aunque no lo parezca, es más fácil conseguir el liderazgo en un ámbito profesional especializado que en una organización plural, en la que los avances se basan no solo en el esfuerzo individual, sino en el reconocimiento explícito de los demás a ciertas cualidades necesarias para operar eficaz y beneficiosamente en el ámbito de lo colectivo.

Hace muchos años escuché a Jean Daniel en persona defender en un seminario sobre La filosofía de los sentimientos políticos en el palacio de Maricel de Sitges, organizado por la Universidad Menéndez Pelayo, que, tanto en lo público como en lo privado, en los dirigentes debe primar el sentido común. Estaban allí también Miguel Roca, Tierno Galván, Rubert de Ventós y nuestro Emilio Gastón, que no sé sí lo recordará. La semana pasada leo a Daniel en El País y en los mismos días se produce una curiosa coincidencia: TV5 Monde proyecta a las siete de la tarde del jueves un montaje sobre la figura de Mitterrand que incluye tanto tomas cinematográficas con buenos actores como reportajes de la acción política real del presidente francés. En una de las secuencias creativas se reproduce el momento en que un médico amigo le comunica al presidente que padece un cáncer de próstata y que le quedan seis meses de vida, predicción que, por suerte, en cuanto al tiempo, no se cumplió. Después de oírlo, el actor se dirige al balcón y, contemplando el atardecer parisino dice algo así: «Si tengo que partir, he de rogar a los nuestros que, desde la sensatez, nunca separen la igualdad de la libertad». Curiosamente Jean Daniel en el aludido artículo de El País dice exactamente lo mismo y casi con las mismas palabras, dictadas, creo, por ese sentido común al que se refería hace años.

En muy poco espacio de tiempo varios dirigentes aragoneses han saltado por méritos propios a las cúpulas de las direcciones nacionales de sus respectivas entidades. Ya teníamos a Carlos Carnicer y Juan José Badiola en los más altos niveles, pero ahora aparecen Fernando Marcén en las Cooperativas Agrarias, Amado Franco en las Cajas, Marcelino Iglesias en el PSOE, Jesús Morte y Aurelio López de Hita en la 23

Publicado en El Periódico de Aragón el 31 de mayo de 2011.

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CEOE, Manuel Teruel en las Cámaras y seguramente algunos más cuyos escenarios me son menos familiares. A todos ellos los he conocido en directo, y si tuviera que destacar solo dos de sus cualidades sobresalientes aludiría al sentido común y a la capacidad conciliadora de todos y cada uno de ellos.

Sé que muchos pensarán que ha sido la casualidad la que ha marcado tanta coincidencia, pero a mí me parece que se dan en esta circunstancia otros componentes, además de las reconocidas virtudes individuales de cada uno para el ejercicio de lo público; en Aragón, de un tiempo a esta parte, tanto en lo social como en lo político, en lo económico, en las relaciones territoriales, en el desarrollo equilibrado y sostenido, en lo académico, incluso en lo informativo y en lo artístico, se ha trabajado con rigor, seriedad y mucho sentido común hasta conseguir un lugar apreciable en el contexto nacional que otros territorios ven como ejemplarizante.

Los dirigentes a los que me he referido son solo algunas de las cabezas visibles de esa forma sensata que tenemos aquí de estar en el mundo, que es también conciliadora, reflexiva y equilibrada y que hemos conseguido entre todos. Ahora todo el país sabe o cree saber que somos gente de fiar, bastante sagaz y muy aprovechable, y algunos sabemos también que no siempre fue así; se pensaba que, aunque nobles, éramos algo brutos.

Si damos por socialmente beneficiosos esas ciertas cualidades, sean doctrinales o no para quien las ejerce, ¿cómo piensan los agresivos neoliberales de esta tierra, tan seguros de sí mismos y del sentido del progreso que invocan sus líderes, aunar en su política real las dos abstracciones de Daniel y Mitterrand, tan fáciles de verbalizar —libertad, liberalismo y poco más, porque si se avanza caeremos, para ellos, en lo libertario, e igualdad, equidad, redistribución—, tan difíciles de practicar cuando se gobierna? Pues muy sencillamente: desde mi punto de vista actuarán con el desparpajo que les caracteriza, con actitudes desenfadadas, con casticismo, con agresividad controlada, con un «Aquí estoy yo. ¿Qué pasa?».

Por ello se ven algunos de los más arriscados triunfando políticamente en otros territorios donde las mayorías, si se produjera el triunfo, no parecerían responder a la moral social que el mensaje del progreso conlleva. Creo y celebro que estas singulares actitudes serían impensables en el Aragón de hoy, donde, aunque palpamos las

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mismas contradicciones, la sociedad no consentiría dichos desplantes. ¿Será que el análisis profundo y comprometido, la sensatez, la reflexión, la serenidad para la toma de decisiones, el cumplimiento de la palabra dada a un socio, el sentido común, en fin, no se llevan, para ellos, en lo público? ¿Han pasado también de moda en el mundo, en Europa y en España? Tal vez, pero, como digo, no sucedería así en Aragón, donde el reconocimiento nacional obtenido por los líderes aludidos demuestra que, social y sociológicamente, dentro del país representamos lo contrario.

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¿Saldremos los europeos de la crisis?24 Dice Daniel Innerarity que vivir en un mundo sin mediadores, fiados en la tecnología, nos hace más vulnerables. Preparaba yo este artículo la semana pasada, antes de las últimas manifestaciones de Merkel y Sarkozy. La alegría de una y el empeño del otro me ratifican en mi apreciación de que, aunque mediante las nuevas tecnologías vivimos un cambio de época, el factor humano cuenta y las esperanzas son mayores porque son compartidas. Nadie en Europa, desde que existe el euro, concibe ya salvarse solo.

No manejo con rigor conceptos y datos estrictamente económicos, pero leo todo lo que cae en mis manos de lo que escriben los expertos.

Muchos economistas, que, por cierto, no previeron la crisis y mucho menos sus dimensiones, se aferran solo a los datos numéricos y rara vez entran a analizar los mecanismos sociales que esta difícil coyuntura exige. La forma de comunicar las cosas afecta mucho a la psicología de los ciudadanos y de los colectivos, y como lectora de varios periódicos diarios agradezco mucho los artículos que, con datos e interpretaciones plausibles en mano, no lo pintan todo negro, sino aproximadamente gris. Y ello porque he vivido otras crisis económicas que afectaron con dureza a mi vida política y también familiar.

Por cercanía en el tiempo, recuerdo los primeros años noventa, en los que en nuestra zona vital, muy turística y de expansión constructiva por excelencia, la situación de todos los sectores productivos era catastrófica o así la veíamos: inflación muy alta, intereses a más del 20%, promotores arruinados por la escasez de ventas, constructores en quiebra por impagos, despidos radicales y todas las empresas auxiliares en apuros muy serios. Se decía entonces que entre Jaca, Castiello, Villanúa y Canfranc había más de tres mil apartamentos terminados sin vender, y que no se venderían ya nunca. Unos años más tarde —aunque no muy pocos— se vendieron todos, con moneda nacional todavía, y en los años siguientes se construyeron y ocuparon tres veces más.

Ahora vivo en la misma zona, y con esta crisis más mundializada parecen existir parecidos problemas, pero mi instinto político socializante 24

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Publicado en El Periódico de Aragón el 23 de septiembre de 2011.

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me dice que no es exactamente así; estamos amparados —a la vez que comprometidos— por Europa y el euro, la inflación es moderada, los intereses están relativamente controlados y si todos cumplimos nuestras tareas las deudas se irán pagando. Lo que está descontrolado en algunos lugares del mundo y sin mediadores son los movimientos interesados de las redes financieras y las agencias que, estudiando las debilidades crediticias, presupuestarias y políticas de las víctimas de su avaricia, presionan a continentes, zonas y países.

Dentro de Europa la llave la tiene una Alemania que tendría que llevar setenta años haciéndose perdonar. A Merkel se la ve incómoda porque vive prisionera de los durísimos liberales que son sus socios y, por ello y porque el horizonte electoral se le muestra esquivo, se comporta en lo europeo de forma muy diferente a como lo hacía cuando, en la anterior legislatura, estuvo gobernando con el SPD. La CDU alemana, menos la de Baviera, siempre fue más flexible de lo que es ahora su líder, a la que vemos haciendo de mala, actitud que le reprochan sus propios padres históricos con razón, porque ellos conocieron el apoyo de toda Europa a Alemania durante la crisis que le produjo su dificultosa reunificación.

En España, tan complicada de gestionar y que también ha precisado reunificarse, se ha producido ahora, después de tres años y por primera vez, un hecho político esperanzador, aunque matizado por luces y sombras: los dos grandes partidos y su Gobierno —el 85% del país votante— se han dado la mano para avanzar juntos, haciendo de la necesidad virtud. Hasta este momento no había sido posible, y ese ha sido, en la opinión de muchos, el gran error político, porque los mercados no solo siguen las acciones económicas de los Gobiernos, sino que con el mismo rigor calibran las posturas de la oposición en cada caso, porque es esa suma imperfecta la que constituye el todo políticamente responsable de un país. Los laboristas ingleses, en la oposición, lo entendieron bien cuando apoyaron las últimas medidas durísimas del Gobierno, aun a costa de sus convicciones; claro que ellos son ciudadanos educados en la participación y que nunca conocieron una dictadura.

Ahora, todos —partidos, Gobiernos y oposición— deben dimensionar bien los escenarios de actuación y poner en marcha una imagen política y eficaz de Parlamentos, Gobiernos, fuerzas sociales y figuras que las personifiquen, para afrontar las infinitas dificultades que

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todavía tendremos que arrostrar. Cuando en el horizonte comience a clarear sería mortal que, si salimos de esta, volviéramos a gestionar mal el crecimiento. Menos mal que, si separamos la situación angustiosa de los parados absolutos y de bastantes de los relativos, porque también los hay, todo el mundo parece en disposición de arrimar el hombro. Tal vez esta crisis es más dura, más difícil de digerir que otras, pero es menos incivil, menos oscura y más solidaria que las anteriores, o al menos así lo veo yo, con perdón de los agoreros.

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Los maestros25 No es fácil encontrar ahora reunidos en algún lugar a gente como Ildefonso, Tello, Félix Monge, Blecua padre, Buesa, Carreras, Gullón, Nora, Alarcos, Álvarez Buylla, Lapesa y otros, que coincidían en Jaca cuando los Cursos de Verano de la Universidad de Zaragoza llevaban el título de Lengua y cultura españolas.

No era solo lo que sabían y explicaban: era, sobre todo, cómo lo hacían. Siempre afables, siempre disponibles, siempre atentos al interlocutor, siempre sonrientes. Todos ellos eran sabios en lo suyo, pero no lo parecían, porque nunca fuera de la clase lo evidenciaban. Ildefonso, con todo, el más rocero, el más tierno, el más cercano de todos ellos; la cara afilada, el bigote entrecano, la mirada de tristeza antigua, hablaba con voz pausada y cariñosa. ¿Era la educación recibida en casa y en las aulas la que mandaba o era el talante que adquiere el humanista que ha pasado por todo y al que, según la frase acuñada, nada de lo humano le es ajeno?

En los primeros cincuenta, cuando don Paco Ynduráin —¡tan displicente con las alumnas!— tenía que ausentarse de la facultad, le sustituían en unas ocasiones don José Manuel y otras Ildefonso, antes de que uno marchara a Barcelona y el otro a Norteamérica. Cuando tantas veces afirmo que fue un privilegio escucharlos en las clases, añado siempre que lo fue también tratarlos fuera de ellas. Aunque los conocíamos de la facultad, en los cursos de Jaca se daba la concurrencia en el tiempo y también en los espacios: la residencia, el instituto, el Somport, el paseo de Franco, el camino a Banagúas acompañando a don José Manuel, las excursiones en autobús a San Juan de la Peña, a Hecho y Oza, a Ansó y Zuriza, las migas compartidas y las instrucciones meticulosamente impartidas por Serafín Agud.

Seguro que nos enseñaron mucho de las materias correspondientes —algunos hemos vivido profesionalmente rentabilizando básicamente sus enseñanzas—, pero su magisterio fue mucho más allá: nos ejemplarizaron con su forma inolvidable de estar en el mundo, constructivos, mediadores, asertivos, resilientes como eran. Los rememoramos ahora con estos adjetivos nuevos, cuya utilización algo pedante les 25

Publicado en 2012.

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hubiera hecho sonreír un poco irónicamente, sin que trascendiera, por supuesto, un punto de escepticismo.

Ante cualquier papel, periódico, libro o pantalla los recuerdo cada día, recupero sus voces: casi silenciosa la de Félix, cansada la de Ildefonso, sonora a su modo la de Blecua. Los añoro, en el sentido más nostálgico de la añoranza, y les agradezco infinitamente lo que hicieron por nosotros y de nosotros.

Los veranos de Jaca no son, sin ellos, lo que eran, y los cursos tampoco, aunque hayan cobrado nueva vida diversificada y moderna abriéndose a la ciencia y a las tecnologías. En todo caso, no sé si con el auge que, ¡por fin!, ha tomado el español en el mundo no deberíamos volver al modelo especializado de lengua y cultura, que ahora ha quedado restringido a profesores de español.

A los maestros los sabemos a casi todos ausentes, y en cada ausencia concreta me he sentido en la obligación de escribir la elegía en prosa correspondiente. Los tengo en el recuerdo uno por uno, pero el gran valor de la memoria selectiva es que permite rehacer la realidad a conveniencia, y ella nos lleva a la idea de un grupo irrepetible.

Cierto que les sigue una larga lista de académicos y escritores brillantísimos en la que Aragón reluce. En la crítica, en la literatura comparada, en las ferias literarias, en la filología y también en la historia; tanto que la creatividad española no sería lo que es sin esta nueva generación. No los nombro por no olvidar a nadie, pero las claves de su brillantez provienen, como tantas veces, del friso que los enmarca.

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Después de tantos años estudiando, los mismos o más enseñando, y algunos otros con responsabilidades directas en distintos ámbitos del sistema educativo español, reproduzco aquí solo diez de los muchos artículos que he publicado. Constituyen en su conjunto el resumen de una reflexión continuada y casi cronológica de los cambios que han tenido lugar en dicho sistema desde 1985. Inevitablemente, este bloque está desarrollado desde una sensibilidad ideológica determinada, pero espero que a los lectores no les suene estrictamente partidista.

Siempre he mantenido que, en cuestiones que son esenciales para el progreso social, como la educación, y en una convivencia parlamentaria habitual y civilizada como es la nuestra, habría que incidir más decisivamente en lo que une a las distintas fuerzas políticas —que es mucho más de lo que se supone— que en lo que las separa; algo así como lo que hizo posible el acuerdo constitucional, hoy tal vez peligrosamente desdibujado.

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Los cambios en el sistema educativo26 No es lo mismo el cambio que los cambios. Acostumbrados como estamos los españoles a escuchar en los últimos años la palabra cambio, no creo que resulte ocioso ir concretando ante la ciudadanía el contenido de la misma, la más polisémica, seguramente, de cuantas aparecen frecuentemente en el lenguaje político. Para ello, nada más clarificador que acotar sectorialmente el alcance del término y tratar de llenar de contenido ese cambio global sumando los parciales que estamos viviendo, algunos de ellos, como el educativo, de enorme trascendencia para el futuro de la sociedad española. En este principio de curso yo me siento legitimada para realizar esa sectorialización sin mayor sonrojo, porque muchas veces me he pronunciado públicamente, con el optimismo generacional e ideológico que vengo ejerciendo desde hace años, sobre la dimensión histórica del cambio democrático, no capitalizable por ninguna fuerza política en particular y sí posible por voluntad inequívoca de todas ellas.

Cuando en educación hablamos de la reforma, parece, en algunas interpretaciones que se nos hacen, que todo vaya a ser removido de golpe, cuando lo cierto es que ya durante los primeros tiempos de la transición se produjeron avances importantes y cuando, a partir de la aprobación de la LODE, sobre todo, se han materializado modificaciones muy significativas para la vida de los centros escolares, cuales son, por ejemplo, el control democrático de los procedimientos de

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Publicado en 1989.

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escolarización, el fortalecimiento de los consejos escolares, el desarrollo de los conciertos educativos, la reciente autonomía de gestión, la regulación de los derechos y deberes de los alumnos, el incremento de las posibilidades de asociación de los distintos sectores, los nuevos planes para la formación del profesorado, la ordenación de las modalidades de enseñanza, distintas o no de las del sistema reglado, etcétera.

A fin de no glosar lo que todo ello ha supuesto de positivo para la mejora de la enseñanza, ruego a los lectores que analicen responsablemente una por una las modificaciones aludidas y valoren, a pesar de las dificultades que suponen todas las innovaciones, la contribución de las mismas al progreso de la educación española. En concreto, la envergadura que han adquirido las enseñanzas a que se refiere el último concepto de la enumeración —educación permanente, educación especial, educación compensatoria, educación en el exterior, etcétera—, amén de otros programas como el de alumnos o la formación del profesorado, junto con las decisiones de aumento de inversión en infraestructura y en becas, gastos de funcionamiento de los centros, etcétera, permite afirmar sin triunfalismo alguno, porque todavía queda mucho por hacer, que la escuela ha constituido en este tiempo uno de los grandes centros de atención para el conjunto de la sociedad y también para los gobernantes.

Lo que queda por hacer, sin embargo, es, como decíamos, mucho, y de gran trascendencia para que los progresos habidos se consoliden y constituyan un estímulo para cualquier Gobierno futuro. Nos referimos, claro está, al proyecto de reforma que el ministro de Educación ha presentado recientemente en su forma definitiva. Sometida la propuesta de 1987 a debate público en su aspecto fundamental de modificación de la estructura del sistema, y conseguido el consenso general en sus tres aspectos fundamentales —la extensión de la escolaridad obligatoria hasta los dieciséis años, la atención a la educación infantil y la reforma de la formación profesional—, llega ahora el momento de rellenar de contenido, con el debate que se abre este curso sobre el currículo, el esquema que la anterior propuesta había trazado.

Los cambios que la reforma comporta son tan profundos como necesarios. La existencia de una etapa de educación infantil con características específicas, la ordenación de la educación primaria en

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EDUCACIÓN

tres ciclos, la extensión de la enseñanza obligatoria y comprensiva hasta los dieciséis años, los nuevos diseños del bachillerato y la formación profesional, el fortalecimiento de la optatividad, los currículos abiertos y las adaptaciones curriculares constituyen los elementos fundamentales de un nuevo modo de hacer que irá arraigando poco a poco y dando sus frutos en un futuro no lejano.

En lo que ahora nos ocupa, al final del curso que ahora comienza sabremos en qué medida la propuesta global era apropiada, muy técnica, nada coyuntural y nada partidista y en qué medida la sociedad española ha querido participar abiertamente en la discusión y contribuir a mejorar la educación, que es lo mismo que mejorar el país.

La provincia de Huesca ha sido, en relación con su tamaño, una de las más activas en el debate del documento de reforma de 1987.

Por mi conocimiento de la misma y de los sectores educativos que la conforman estoy convencida de que en esta nueva etapa aportará argumentos racionales, progresistas y comprometidos que, junto con los que formulen otros territorios desde la percepción de las realidades que los distinguen, contribuirán a hacer tangible, real, medible y concreto el cambio trascendental al que aspiramos y para el que estamos trabajando todos los sectores sin exclusión.

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Sin tu permiso, querido maestro27 No le he pedido permiso porque, dada su discreción y su autoexigencia profesional y política, creo que no me lo hubiera dado.

Abusando, pues, de una amistad antigua y, sobre todo, de la cercanía ideológica en materia de educación, cernida y amasada —como a él le gustaría decir, porque es un buen antropólogo— en muchas horas de trabajo común, saco a la luz una carta que es a la vez descripción crítica y grito desgarrado de impotencia de un verdadero educador.

Lo hago sin rubor, porque el pequeñísimo halago personal que pueda representar no me consuela de la dura crítica que debo asumir como enseñante —yo también— y como política.

Apreciada Ángela: Te escribo unas líneas desde la familiaridad que puede dar oír unas frases en las que coincidimos plenamente y que yo ya daba por perdidas en todos los antiguos responsables educativos.

Escuché Café con pólvora en Radio Zaragoza y respiré un poco…

Nuestra ministra no sabe por dónde le viene el aire, como cabía esperar de una mera gestora neoliberal.

Habla, efectivamente, de cargar tintas en los contenidos de la secundaria obligatoria, cuando, estoy de acuerdo, en Europa, y en ese tramo educativo, se incide en actitudes y en procedimientos… Habla de reconvertir la enseñanza de la Historia, de volver a hablar de Felipe II […], cuando por las actuaciones de su partido —a este paso— se tendría que introducir para todos los escolares la de Jaume Primé. ¡Madre mía, cuánto despropósito…!

Y lo más triste es que aquí no se mueve nadie… ¿Dónde están aquellas legiones de arcángeles alados que, al parecer, sin vivirlo, nos vendían la LOGSE? ¿Dónde están?… ¿Agazapados, encogidos, rendidos, mimetizados o simplemente —en algunas direcciones provinciales— gestionando los recortes de mi querida LOGSE? ¡Qué pena!… ¿Tendremos que ser ahora los parias de siempre, los espaldas mojadas, los que tenemos un mínimo de vergüenza, los que sigamos con la tiza en la mano defendiendo la LOGSE? Para algunos y algunas, Ángela, la LOGSE ya existía antes de parirla.

El constructivismo, Freinet, Piaget, la escuela activa, la tolerancia…, eso para muchos y muchas no fue nada nuevo; ya lo hacían o hacíamos.

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Publicado en Heraldo de Aragón el 27 de noviembre de 1996.

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Los sindicatos —yo estoy en FETE simplemente porque es el anagrama más humanista de todos los de los sindicatos de la enseñanza— solo hablan de sexenios, amortizaciones y del garbanzo. ¡Qué triste! ¿Dónde esta un frente común militante de la tiza? ¿Ante qué? Ante el neoliberalismo salvaje, ante el gran encefalograma plano que se está constituyendo, ante una Europa mercantilista, insolidaria y vulgar…

Y todo eso se destruye sabiendo coger la tiza, sintiendo gozo de ser maestro aunque se sea catedrático… Siendo maestro, en suma, dentro y fuera, implicándose y complicándose con el entorno…

Por circunstancias de la vida, a pesar de tener las oposiciones de secundaria, este año he pasado al primer ciclo de ESO. Estoy contento, pero el panorama envolvente me da tristeza: garbancerismo, egocentrismo, insolidaridad, apedagogía; en resumen: cada uno, su rollo.

Es terrible cómo se ve que, a pesar de haber sido favorecidos por el sistema —véase accesos a cátedra— y de haber hecho las respectivas memorias, poca gente sabe, practica y defiende la LOGSE… El panorama es desolador; si en los claustros no se practica la tolerancia, ¿cómo se va a inculcar en las aulas? Se habla peyorativamente de egebeización, de los maestros, de quitar mocos a los críos, pero cuando peligra una plaza se sienten ungidos de la noche a la mañana (la lucha por ocupar el primer ciclo…). ¡Qué tristeza!…

Me da pena que el PSOE no haya aprovechado estos años. Se burocratizó todo mucho, se apuntó al carro vencedor mucha gente…

No se consiguió un movimiento neohistórico —adaptado— similar al que trajo en educación la República. Yo no creo que la escuela pública vaya a desaparecer por el PP: veo, con amargura, que va a desaparecer por la mezquindad de muchos enseñantes, malos funcionarios antes que nada.

Hacer análisis sociológicos, aunque sean baratos, es duro: ¿dónde está el compromiso de miles de universitarios/as que viven de la educación? Boicotearon la LOGSE unos —la mayoría—, la promocionaron otros, y ahora ¿dónde están?…

Por eso este otoño, amarillo con rabia, a punto de pedir una unitaria en el concurso de traslados para lograr la salvación pedagógica personal, ya que la colectiva la veo muy lejana, me alegró oírte en Café con pólvora y pensé en escribirte —ahora que se puede hacer, ahora que no estás con el poder—.

Un abrazo, Enrique

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Como se ve, constituye una reflexión extremadamente lúcida, a fuerza de desesperada, que tal vez nos ayude tanto a docentes como a políticos de cualquier color y condición.

Querido amigo: En primer lugar quiero decirte que yo me veo mucho con FETE y te aseguro que no todos nuestros compañeros hablan solo de sexenios; en realidad, cada vez menos, dadas las amenazas circundantes.

Y, por favor, no pidas una unitaria —otro lo hará por ti— para lograr la salvación pedagógica personal; cualquier salvación o es colectiva, o no es.

Perdóname, finalmente, por exhibir tu angustia, buscando que sea revulsiva y compartida colectivamente, igual que esa salvación a la que aspiras.

Un abrazo.

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¿Desconocimiento, imprevisión o mera arrogancia?28 Llevamos un mes en el que los conflictos educativos de Aragón ocupan a diario páginas enteras en los periódicos y buena parte de la información en el resto de medios regionales, sin que se perciba ningún avance significativo en lo que demandan los sectores afectados, sean estos ayuntamientos, sindicatos de enseñanza, asociaciones de padres o colectivos de estudiantes.

No soy proclive a tratar en mis colaboraciones de prensa problemas que, en el momento mismo de abordarlos, están sobre el tablero de la actualidad para el debate en las instituciones. Como he dicho otras veces, no me parece bueno trasladar a la opinión pública, por lealtad política, cuestiones no suficientemente analizadas y debatidas por los grupos institucionales.

Sin embargo, la actual cuestión educativa en Aragón se revela tan grave, y sus responsables políticos —Ministerio de Educación, Gobierno de Aragón y Parlamento regional— tan sorprendentemente descomprometidos con esa realidad, que, a falta de debate institucional, considero necesario contribuir en lo posible a clarificar la situación en una polémica que se agrava por momentos. Así suele suceder cuando, existiendo un conflicto como este, y mostrándose poco sensibles sus responsables directos —el secretario general de Educación, la directora, el director provincial, el Ministerio, el consejero de Educación y presidente de la Comisión de Educación de las Cortes—, el debate político tiene que producirse en la calle.

El lunes vino por segunda vez a Aragón el secretario general de Educación, el señor Nasarre, y se reunió con las autoridades autonómicas. ¿Conocen los aragoneses sus manifestaciones posteriores? «No hay grandes problemas; lo que está sucediendo son problemillas». Asimismo, el consejero, el señor Bielza, dice para respaldarlo, que no ve tampoco mayor conflicto en este principio de curso. ¿De verdad no perciben las consecuencias del caos que se ha organizado, o es que no las quieren ver? Malo sería lo primero, pero peor lo segundo, pues comportaría una actitud bastante cínica, lo que no es mi tesis. Yo creo que, sencillamente, no las ven, y esto, que les salva más como personas, les compromete e incapacita más como políticos.

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Publicado en 1996.

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Para no cargar las tintas, que no es mi intención, solo quiero, dando una voz de alarma —una más—, hacer alusión a los temas sin resolver, por el momento: la implantación de la LOGSE —que ya de por sí y solamente con ella se hubiera complicado seriamente el arranque del curso en Aragón—, el transporte escolar, los recortes de cupos, los desplazamientos imprevistos, la supresión de apoyos y servicios educativos, el incremento de las ratios a través de una circular, la desaparición o el enorme incremento del coste de las plazas de comedor, la supresión radical de cursos de formación del profesorado y otras cuestiones, cuyo reflejo económico a la baja pesará significativamente en la próxima negociación de las transferencias y ahora están dificultando la normalidad escolar. «¿Cómo es posible?», se preguntan la comunidad educativa y la sociedad aragonesa en general.

Pues ha sido posible por varias razones, que creo que van desde lo que parece un absoluto desconocimiento por parte de los nuevos responsables ministeriales de lo que significa, administrativa y políticamente, un principio de curso hasta los problemas objetivos derivados de la implantación de la LOGSE, a los que ya he aludido, y, sobre todo, la escandalosa falta de previsión al haber hecho coincidir los drásticos recortes económicos en educación acordados por el Gobierno de Aznar con el momento más álgido de la implantación de una reforma educativa en profundidad en un territorio como el nuestro.

Como decía, porque quiero ser muy concreta en mi crítica, reconozco que también al PSOE le hubiera suscitado problemas la implantación de la LOGSE en Aragón por dos cuestiones: por las características de la nueva geografía, que dificulta la centralización comarcal de los alumnos desde los doce años, y porque también hubiéramos tenido que recortar los gastos en relación con la convergencia europea. Lo tremendo es que, conociendo lo primero y estando obligados por lo segundo, nunca, jamás, se debería haber permitido que coincidieran las dos en el mismo tiempo y en el mismo espacio, con los brutales recortes presupuestarios.

La escuela pública es gasto social, y ya sabemos por dónde van los tiros de la fría política económica del Gobierno Aznar. También sabemos que el PP no votó la LOGSE en el Congreso. Pues ante esto más hubiera valido afrontar valientemente su no generalización, o, en caso contrario, llevar este año los recortes a otros ministerios o a otros territorios menos afectados, y no se hubieran comprometido

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tanto los intereses de Aragón y puesto en evidencia a unos gestores poco avezados que toman las indicaciones de sus superiores como dogma de fe y a unos políticos autonómicos demasiado dóciles.

Con todo, lo más escandaloso es que, a día de hoy, después de que desde hace dos meses no remiten los conflictos en la educación aragonesa, sino que se agravan con el paso de las horas, porque ya todo el mundo entiende que son los intereses de Aragón los que están en juego, se diga frívolamente «aquí no pasa nada». ¿Recuerdan los lectores aquella canción de la posguerra —que entonces, como aquí esta cita, tenía también intención política— en la que una baronesa interrogaba desde lejos a su mayordomo sobre sus intereses y este le respondía: «¡No hay novedad, señora baronesa! / No hay novedad, no hay novedad. / Solo pasó que anoche cayó un rayo / y del palacio hizo un solar. / […] / Por lo demás, esto es un paraíso. / No hay novedad, no hay novedad»?

Aquí, el rayo ha destrozado el buen nivel que se había conseguido en el servicio público que era la educación en Aragón, y tal vez el no verlo así sea mera arrogancia.

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Un curso aciago29 Este viernes pasado se ha votado en las Cortes regionales una proposición no de ley presentada por Izquierda Unida para reprobar la política educativa en Aragón del Ministerio de Educación y de su titular, doña Esperanza Aguirre.

La propia propuesta, más que el resultado de la votación —veinticinco votos a favor de IU, CHA y PSOE, veinticinco en contra del PP y la abstención del PAR, cuya cuerda parlamentaria se estira y se encoge a conveniencia, pero que, en general, mantiene el tipo en materia de educación, aunque esta vez no haya sucedido—, revela hasta qué punto ha llegado la paciencia de la mayoría del sector educativo y hasta qué punto los grupos que apoyan al Gobierno autónomo y el propio Gobierno, como si de una historia sagrada y no política se tratara, se lavan las manos antes de pedir que pase de ellos este cáliz.

La simple enumeración de las propuestas y demandas habidas, sin interpretación añadida alguna, vendría por sí sola a ratificar la rotunda afirmación que contiene el título de estas líneas, y si el sector aparece en estos días apaciguado es porque en numerosos foros y jornadas se está evaluando la más que preocupante situación. Es decir, sin que hubieran mediado reflexiones públicas que a lo largo del año hemos venido haciendo los responsables políticos y atendiendo solo a la voz de la calle, que encarnan alumnos, padres, profesores, personal no docente, Ayuntamiento, sindicatos, colectivos, asociaciones y ciudadanos de a pie, llegaríamos a la misma conclusión.

Y si tan abundantes y tan graves han sido las protestas, recogidas en todos los medios de comunicación de la comunidad autónoma, que, por cierto, han mostrado para los temas educativos una sensibilidad especial y han realizado un trabajo informativo impresionante en más de 1100 páginas solo de prensa escrita, más dramático es todavía que tantos esfuerzos no hayan logrado modificar ni un ápice las condiciones negativas existentes.

También hay que advertir que en este curso se han incrementado abrumadoramente las iniciativas particulares, fueran estas individuales 29

Publicado en 1997.

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o colectivas, institucionalizadas o no. Parece que, en la percepción de los demandantes, toda aspiración propia vale, aunque ello debilite el sistema en su conjunto, y por ello asoman más que nunca los planteamientos localistas, egoístas y partidistas entre el conjunto de las legítimas demandas que se plantean con racionalidad y teniendo en cuenta el bien común y los intereses generales.

Y es que, cuando los propios poderes públicos hacen dejación de mostrarse como los primeros defensores de la ley y se adivina en sus actitudes la falta de convencimiento y la tentación de burlar la norma en lugar de cambiarla por la vía parlamentaria, se trastoca para todos el referente de las responsabilidades. Es entonces cuando los debates y las aspiraciones que deberían ir por el cauce de la decisión política razonada operan como los ríos revueltos y buscan sus propios derroteros, una vez rota la uniformidad del caudal en brazos, riachuelos y regatos. Esto es lo que, desde nuestro punto de vista, ha pasado con los marcos políticos y sociales existentes, que eran comunes y aceptados —la LOGSE— y que todos los ciudadanos, menos, al parecer, el PP, habían asumido.

Por la presión social se derivaron a los comedores escolares en Aragón algunos fondos de los dos servicios educativos, que van en una sola partida presupuestaria con el transporte; ello dificultó la racionalización de este último, cuyos problemas se han mantenido todo el curso. Por la presión local se accedió a la proliferación de secciones y centros habilitados de primaria para la implantación de la ESO, engrosando de forma populista un problema que no tiene ni va a tener solución a corto ni a medio plazo.

Por la presión social y política, alguna perfectamente justificada y otras no tanto, se están enturbiando, más de lo que estaban antes de la LOGSE, las decisiones sobre las enseñanzas musicales. Por la presión de la enseñanza privada concertada y de la privada privada esta ve incrementado el apoyo económico y moral del Ministerio —selección de alumnos, conciertos y aumento de unidades—, en detrimento, obligadamente, del gasto en la enseñanza pública, más necesitada, en general, de recursos, como servicio público que es. Claro que todo ello ha sucedido en todo el territorio MEC, y que, según dicen los responsables ministeriales, Aragón no debería tener queja. Pues bien, Aragón la tiene, y grande, legítima, fuerte y sonora; nadie se la inventa: todos la sentimos y la exteriorizamos.

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¿Qué hacer cuando se cierran las vías de diálogo o se hacen oídos sordos y las actitudes se vuelven frías y prepotentes? Crisparse, protestar y reprobar. Con todo, si queremos ser rigurosos en el planteamiento, todo lo que hasta ahora hemos manifestado en tono crítico concierne a las decisiones del MEC y a la ministra del ramo, que, en plan displicente y castizo, dice que los aragoneses también somos majetes. Por lealtad política, nunca correspondida, aceptamos que no se puede culpar de ello directamente a nuestros responsables políticos, pero que nadie se engañe: el destrozo ha sido tan grande —más del 63% de los centros de educación secundaria de la comunidad autónoma han quedado negativamente afectados por los recortes presupuestarios de una u otra manera— que nadie en Aragón entiende que el Gobierno autónomo, que cuenta con un mandato explícito y unánime del Parlamento regional, no haya logrado, con gestiones propias en Madrid, la más mínima mejora. ¿Impotencia, falta de mentalización, seguidismo, complicidad, docilidad, sometimiento, mansedumbre? «Aquí estamos: utilízanos», que dijo Lanzuela.

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Diagnóstico frágil y carencia de propuestas30 En beneficio de los lectores querría ser en estas líneas particularmente rigurosa al opinar sobre el documento titulado modelo educativo aragonés que el consejero de Educación entregó a los grupos parlamentarios en una comisión de Educación convocada al efecto hace meses. Lo presentó entonces como Borrador e indicó que se trataba de un documento inicial, abierto a las sugerencias de las fuerzas sociales y políticas interesadas en la educación en el ámbito de la comunidad autónoma.

Ni entonces ni después, aunque ha pasado tiempo, se ha concretado por parte del consejero y del Gobierno el escenario final en el que se debatiría y cerraría el borrador. Es decir, se convoca a las fuerzas sociales —sindicatos, asociaciones y otros— para que realicen las aportaciones que consideren oportunas, tal como ha venido sucediendo, pero no se ha dicho todavía cómo y dónde tenemos que opinar y sugerir las fuerzas políticas de Aragón, representadas, según la voluntad de los votantes, en el Parlamento regional.

Desde mi condición de parlamentaria, muy pendiente por exigencia política e intelectual de la voz de la calle, me pregunto muchas veces si los ciudadanos son bastante conscientes de que gran parte de la raíz de las condiciones que marcan su vida diaria proceden de los acuerdos o desacuerdos de lo que se tramita en las Cortes de Aragón. Pidiendo perdón por esta digresión, debo explicar en primer lugar que nuestro grupo ha solicitado la comparecencia en la Cámara del presidente de la comunidad para que analice cómo ve su Gobierno la educación en Aragón, análisis que se va a plasmar en ese llamado Modelo; no se lo preguntamos esta vez al consejero, que viene respondiendo con lugares comunes y evasivas desde hace más de un año, sino al presidente, porque consideramos que el futuro de la educación aragonesa pasa por un fortísimo compromiso del Gobierno en el que tan implicados como el consejero del ramo deben estar los de Presidencia, Economía y Hacienda y Ordenación Territorial e Industria, cuando menos, y por supuesto y más que nadie, el presidente.

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También hemos preguntado formalmente al Ejecutivo qué tramite parlamentario va a seguir el documento definitivo después de que se hayan incorporado, o no, las sugerencias de las fuerzas sociales; así sabremos en qué terreno debemos plantar nuestro consenso o nuestras alternativas. Hasta ahora varios colectivos han opinado ya, y entre ellos la UGT, que ha desmenuzado concienzuda, rigurosa y públicamente el llamado Modelo, y bien es verdad que, como titulara un periódico en su día, lo dinamitaba en un documento propio muy crítico.

Como hemos adelantado en debates parciales, nuestra posición sobre lo existente hasta la fecha es esta: el Modelo no constituye, en puridad, un modelo, porque lo que se trasluce es precisamente que el Modelo como tal lo definen las tres grandes leyes estatales y que las otras acepciones de la palabra —esquema o representación de una realidad y arquetipo o referencia ejemplar a la que se aspira— están invocadas con cambios de perspectiva —de la descripción a lo deseable—, sin que se aclares, finalmente, lo que se pretende construir.

No describe tampoco con rigor el sistema educativo en Aragón, y, como consecuencia, el diagnóstico es muy frágil y las propuestas, que más bien constituyen un recuento de deseos, no son tales, porque no van acompañadas en ningún caso de la cuantificación de los medios necesarios para materializarlas y no aportan novedades asumibles por todos.

Por lo tanto, hoy por hoy, y utilizando un símil taurino, en cuyo ámbito cuentan mucho los gestos, el llamado Modelo es el espacio de un brindis al sol que, como en la plaza, define solo la voluntad inicial del torero y no avanza la enjundia de la faena posterior. En el ruedo, las dos condiciones para el éxito son que el toro sea noble y el torero valiente y artista; aquí, el llamado Modelo es la plaza, el torero es el Gobierno de Aragón, al que el valor educativo se le supone, y el toro astifino se llama Rodrigo, como el Cid Campeador, que, después de conquistar Castejón de Navarra, pasó por Aragón hacia Valencia como un huracán.

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Leer a Goleman31 La ministra de Educación —¡qué agobio, háblenme ustedes de cultura!— tendría que leer a Goleman, si es que no lo ha hecho ya, impelida por tantas opiniones que le consideran un descubridor. Lo digo porque lo que parece que se está planteando o replanteando en educación es, además de cómo abaratar el funcionamiento del sistema, para qué educar y también cómo hacerlo.

Hace poco más de un mes había yo ojeado en la librería la obra de José Antonio Marina Teoría de la inteligencia creadora, sin decidirme a comprarla, cuando lo vi citado junto con Goleman por Vicente Verdú en El País, y también a los pocos días por Miguel Ángel Aguilar al glosar la edición de Alianza de Los principios de la moral de Hume.

Tanta coincidencia animó mi interés por ambos y, aunque compré los dos libros, cuyo contenido considero complementario, comencé por leer al autor americano.

Bien que teñido por esa aparente simplicidad con que cuentan sus cosas los estadounidenses y referido exclusivamente a investigadores —psicólogos, pedagogos, neurólogos y sociólogos americanos— y a niños y jóvenes, que también lo son, su recogida de datos, su propia profundización en los componentes de lo que convencionalmente llamamos inteligencia y su compromiso con una nueva idea de la escuela invitan a una apasionante reflexión a padres, profesores, alumnos y, sobre todo, a los que tienen que tomar decisiones políticas que forzosamente van a resultar trascendentes.

Como la experiencia nos demuestra que en materia de actitudes y modas juveniles los Estados Unidos marcan la pauta a Europa y al mundo, por lo que allí se explica habría que tentarse mucho la ropa educativa y política antes de hacer afirmaciones como las que sigue haciendo la responsable de Educación con total convencimiento, diciendo que hay que estudiar más historia y de otra manera o que hay que aumentar los contenidos en la secundaria obligatoria. Sépase que antes de leer a Goleman ya decíamos que quienes así hablan están refiriéndose a instruir, no a educar, cuestión esta fundamental si aludimos, como parece, a los niveles obligatorios, cuyos contenidos deben ser compartidos por todos los alumnos sin distinción.

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La inteligencia emocional, que así se llama el libro de Daniel Goleman, se ha convertido en un best seller mundial sin ser una novela de espías, sino el producto resumido de muchas investigaciones, escrito, a modo de ensayo, en tono divulgativo. Dice el autor, y lo demuestra aportando datos de muchos y muy diversos trabajos, pero sobre todo citando a Howard Gardner y su proyecto Spectrum, que existen al menos cinco inteligencias diferentes, además de la que demuestra la capacidad verbal y la lógica matemática, que son las que se vienen midiendo con los test más utilizados en las escuelas (CI y SAT).

Existen también la capacidad espacial —escultores, albañiles—, el talento cinestésico —la gracia corporal de Magic Johnson—, las dotes audiomusicales y otras dos inteligencias más, a las que llama personales: la interpersonal, que, a su vez, se divide en cuatro habilidades —a saber: el liderazgo, la capacidad para establecer relaciones y mantenerlas, la aptitud para solucionar conflictos y la percepción de lo social—, y la intrapsíquica, que analiza e intuye eficazmente hacia adentro.

Si tenemos en cuenta que cada una de las inteligencias nombradas puede subdividirse en varias, igual que la citada interpersonal, estaríamos, según Gardner, ante unos veinte componentes esenciales de la inteligencia, de los cuales los test generalizados solo mostrarían algunos pálidos reflejos. Todo ello está tan contrastado que no permite ya afirmar que se educa más y mejor si se enseña quiénes fueron Felipe II, Julio César o don Pelayo, dando un salto atrás, según Goleman, y evidenciando un sentido de la historia nominalista, descontextualizado y asocial.

Como además de ser muy esclarecedor sobre para qué educamos y cómo lo hacemos, el libro se compromete abiertamente con los valores de la democracia: solo hay que leer el índice para entender de qué escuela estamos hablando. En uno de los primeros apartados, titulado «Los listos tontos», demuestra con datos que las mejores calificaciones no se corresponden en muchísimos casos con el éxito social posterior, y mucho menos con las capacidades para buscar la felicidad personal.

Algunos otros capítulos de la última parte, que estudia diagnósticos y métodos, se titulan así: «La escolarización de las emociones», «Repensar la escuela», «El carácter, la moral y las artes de la democracia» —dentro del cual encontramos el párrafo siguiente: «La capacidad

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para dejar de tener en cuenta exclusivamente nuestros propios intereses e impulsos tiene considerables beneficios sociales, puesto que abre el camino a la empatía, a la auténtica escucha y a asumir el punto de vista de los demás; ello conduce al altruismo, al respeto y a la compasión»—. ¿Qué tal si al hilo de estas sugerencias nos sentamos con padres, alumnos, profesores y responsables políticos, como la ministra y otros, en los cinturones urbanos, en las zonas donde operan los grupos radicales del País Vasco o en las escuelas de la Ruta del Bakalao y afines?

De todo ello habla la LOGSE —con perdón— cuando en el primero de los artículos de la sección 1.ª, dedicado a la educación secundaria obligatoria, dice «La educación secundaria obligatoria tendrá como finalidad transmitir a todos los alumnos los elementos básicos de la cultura, formarles para asumir sus deberes y ejercer sus derechos y prepararles para la incorporación a la vida activa».

Cuando hace diez años se estudiaba en educación la reforma necesaria y posible, casi todos habíamos leído a Zubiri, a Freinet, a Piaget y a otros y habíamos oído hablar de Hume, aunque reconozco que nos hubiera sido muy revelador disponer de libros de Goleman y Marina. Por favor, que los que tengan que gestionar los lean bien. Son, para todos, los deberes de esta legislatura.

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En la encrucijada32 Confluyen en este momento en las universidades públicas españolas una serie de circunstancias que les hacen vivir momentos delicados.

Por un lado, están inmersas en las consecuencias del pleno desarrollo de una Ley de Universidades que fue contestada en su momento por la mayoría de sus componentes; por otro, y paralelamente, se están sentando en ellas las bases para la convergencia en el Espacio Europeo de la Educación Superior.

Como todo demócrata sabe, el espíritu y la letra de las leyes vienen determinados por la legítima voluntad política de un Gobierno que se ha configurado con la expresión mayoritaria de la voluntad popular en unas elecciones. Tanto en la aplicación de la normativa ya publicada cuanto en la colaboración para aquella que se encuentra en fase de consulta, las universidades españolas están conduciéndose de forma ejemplar, aprestándose, desde el momento en que la LOU apareció en el BOE, a cumplirla con el mayor rigor y diligencia, como no podía ser de otra manera.

Ello las ha llevado ya desde hace un año a la redacción de nuevos estatutos y a la elección obligada de claustros y rectores y, en la parte normativa todavía por desarrollar, a la espera, ya demasiado larga, de los decretos y órdenes ministeriales —tramos, titulaciones y otros— que estabilicen de una vez el sistema. Si a ello añadimos que la aplicación de algunas de las directrices ya vigentes —requerimientos para la promoción del profesorado— se está poniendo en cuestión por la mayoría de los afectados, se entenderá hasta qué punto la institución universitaria vive en un permanente esfuerzo para que este ambiente no afecte negativamente a las tareas habituales de docencia e investigación.

Además de todo ello, como decíamos, en un proceso paralelo pero interconectado, hay que sentar las bases para la convergencia con Europa. Algunas directrices de la integración en el Espacio Europeo vendrán impuestas, pero para que resulten eficaces y de verdad estimulen la calidad y la mejora tendría que producirse en nuestras universidades un verdadero replanteamiento en la cultura del proceso 32

Publicado en 2004.

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enseñanza-aprendizaje que implicaría un cambio de mentalidad en el profesorado, en los alumnos, en el personal de administración y servicios y en los propios poderes públicos en cuanto a la asignación de recursos, porque, además de dirigir, deben estos prevenir, asesorar, controlar y proveer en consecuencia.

Sin embargo, no hay que dramatizar. Nadie se asuste, y el profesorado menos que nadie. Ya pasó lo mismo en las enseñanzas medias con la LOGSE, que se asentaba en principios muy parecidos a los que ahora se nos proponen para la universidad, y, en contra de lo que se temía, los problemas de su aplicación vinieron por otros frentes, que no por el de la adecuación del profesorado a nuevos métodos. Aquellos frentes —falta de recursos y dificultades para la integración en la enseñanza obligatoria— se han agravado ahora con el refuerzo indiscriminado de los contenidos, el nominalismo, la reválida, las suficiencias, etcétera, y, en general, con el retroceso brutal que, en sentido estrictamente educativo y no solo instructivo, ha supuesto la LOCE. A pesar de ello, los profesores siguen en su esfuerzo de paliar las consecuencias de los vaivenes políticos con eficacia y dedicación. Por cierto, y citando a un consejero social de nuestra universidad procedente de la parte académica, ¿cómo se concilia la filosofía del aprendizaje en la convergencia europea y el uso de las nuevas tecnologías con este acentuar en enseñanzas medias los contenidos, la mera instrucción y el nominalismo rampante? Una cierta dosis de memorización es imprescindible, pero la memoria representa solo una parte pequeña de los componentes de la inteligencia. Para memoria, que además resiste el olvido, la de los ordenadores.

Aquí están, pues, los desafíos. Si la universidad, tal como pensamos muchos, debe ser el crisol del pensamiento, y aspira en consecuencia a proyectar y planificar la gestión que de sus propias ideas se desprendan, debe demostrar que sabe salir airosa de este duro trance; así los responsables públicos y la sociedad en general entenderán cada vez mejor la necesidad de una mayor consideración y de mayores recursos para nuevas fórmulas. Por cierto, nuestra universidad, creo, está afrontando particularmente bien esta especie de vía crucis.

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Quince años de progreso33 Hace unos quince años, los mismos que cumple El Periódico en Aragón, al sistema educativo español todavía se le planteaban grandes desafíos —escolarización universal de los más pequeños, no coincidencia entre la edad de abandono de los estudios obligatorios y el acceso al mundo laboral, dignificación de la formación profesional, igualdad de oportunidades educativas para el mundo rural, etcétera—, felizmente superados hoy y que poco tenían que ver con los resultados en matemáticas que tanto preocupan ahora cuando aparecen España en un tipo de encuestas que comparan elementos no comparables. A los que en este momento se rasgan las vestiduras con los datos del Informe PISA habría que recordarles que la primera condición para el análisis correcto de la situación actual es el reconocimiento de los condicionantes de aquel punto de partida en comparación con Europa. Ahora es cuando podemos pensar en modificar los procedimientos de la enseñanza de las matemáticas y de las lenguas, incluida la española, pero hace quince años los problemas eran de otra naturaleza.

En los noventa, por estos mismos días del año andaba yo supervisando por encargo directo del secretario general del Ministerio, Pérez Rubalcaba, el proceso de escolarización obligatoria de los párvulos de Melilla, con los colegios públicos desbordados, donde padres, profesores e inspectores técnicos demandaban más medios sin parar porque los niños en edad escolar crecían desmesuradamente. Me recibió allí el delegado del Gobierno de entonces, Manuel Céspedes, el mismo personaje singular al que alude de forma novelesca Pérez Reverte en La reina del sur. Con la flema y el pragmatismo que le caracterizaban, sin explicaciones previas y antes de iniciar pesquisa escolar alguna, me condujo a la frontera con Marruecos, que aparecía más o menos como hoy la vemos en la televisión, aunque con los elementos disuasorios menos sólidos, creo recordar.

Enseguida comprendí la razón de que el número de niños aumentara sin parar y que su aparición espontánea en el colegio impidiera cualquier planificación. Cada noche, y de mil maneras distintas —descolgándolos con cuerdas, saltando las vallas, en barcas o a nado por 33

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el mar, incluso arrojándolos a los brazos de alguien—, los padres marroquíes entregaban sus niños a familiares, amigos y vecinos que vivían ya en territorio español; estos los escondían en sus casas algún tiempo —también visitamos el barrio— y en un momento determinado los hacían aflorar llevándolos como propios a la puerta de los colegios.

De aquel viaje nació un programa escolar específico de acogida, que luego se ha generalizado, otro de inmersión en el español y uno más de contratación de profesores melillenses especializados. El problema pudo abordarse de inmediato porque existía el Real Decreto de Educación Compensatoria, que además de una norma representaba un espíritu y que permitía realizar inversiones singulares con el criterio no convencional de la discriminación positiva. Así nacieron también los CEP, los CRIET, los centros de recursos y las unidades educativas de base y sus derivados actuales, que han consolidado una educación digna para todos. Así pudieron desaparecer también las llamadas escuelas puente.

Con aquel espíritu, aquel aliento, aquella querencia tan sinceramente sentida y planteada por el ministro Maravall en el 83 para que la tan cacareada igualdad de oportunidades fuera una realidad, hoy, quince años después de aquellos apuros de Melilla, todos los niños de España, sin distinción de edad, origen, raza, religión, cultura o etnia, están escolarizados; los pequeños marroquíes clandestinos estarán terminando el bachillerato o la formación profesional y alguno habrá llegado a la universidad. Lo dicho sobre Melilla constituye solo una pincelada del paisaje educativo de entonces.

El satisfacer el derecho universal a la educación es antes que nada para un gobernante un deber moral y político de progreso, y mientras la igualdad entre las personas se mantenga como un compromiso ineludible se progresará hacia la justicia social, y, si no es así, no habrá progreso real, aunque las matemáticas se enseñen de otra manera, que es imprescindible.

El sistema educativo español en estos quince años se ha hecho cada vez más sólido, más justo y más solidario; ahora ya se puede profundizar en aquellos aspectos pedagógicos y didácticos en los que, como decía, las socialdemocracias europeas nos sacaban y nos sacan puntos en el Informe PISA, pero es que muchas de ellas, en el 90, nos llevaban cincuenta años de adelanto en el reconocimiento de los derechos sociales de toda la población. Primero comer y luego filosofar.

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Las universidades: materia sensible34 Tal como escribieron en la declaración conjunta los ministros europeos de Educación en Bolonia el 19 de junio de 1999, «la Europa del conocimiento está ampliamente reconocida como un factor irreemplazable para el crecimiento social y humano». En el mismo texto se alude explícitamente al papel central que deben jugar las universidades para que dicho factor opere cuanto antes y de forma determinante en nuestro continente, con el esfuerzo de todos los países y de sus centros de pensamiento científico y humanístico.

Así pues, y antes que nada, la declaración y el proceso de Bolonia, tan denostados últimamente entre los reducidos sectores universitarios españoles antisistema, vienen a plasmar la voluntad inequívoca y contrastada del pueblo español de pertenecer, a través de una de sus más profundas dimensiones, que es la del conocimiento, a un continente que ha sido cuna de las civilizaciones que más han aportado, con su luz todavía inextinguida, a la mejora de las condiciones de vida de la humanidad.

Por ello, a algunos que siempre hemos mantenido que el tándem Europa-España es indisoluble nos resulta escandalosa la trivialidad con que se reduce a cuestiones tan concretas el amplio proceso de la creación de un Espacio Europeo de Educación Superior. De la mercantilización o la privatización de la universidad española o de otros males irreparables atribuidos a la necesaria conexión de las universidades con el mundo empresarial es de lo único que se habla. En boca de los estudiantes suena a desconocimiento profundo —bien comprobado en las declaraciones públicas de sus agitadores—, y en boca de los pocos profesores contrarios suena a aquello de «con estos cambios, ¿cómo va a ir lo mío?». ¿Han pensado unos y otros lo que supone ampliar a toda Europa su ámbito de estudio y de trabajo sin que sean necesarias las homologaciones interminables?

Es cierto que hasta hace dos décadas y media las universidades españolas —eran dieciséis y ahora son cuarenta y nueve— habían vivido muy hacia adentro y que los hábitos no se cambian en una generación, pero, si hay alguna característica que debería definir la acción de una 34

Publicado en El Periódico de Aragón el 2 de abril de 2009.

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universidad, esta tendría que ser el análisis de cualquier realidad desde una perspectiva universal. Las universidades deberían ser, de entre todos los ámbitos públicos compartidos, aquellos en los que menos comprensible fuera una visión propia teñida de altivez culturalista o la soberbia del monopolio de todos los mecanismos del pensamiento.

Sabemos que en las universidades se forman las élites, pero ello no puede conllevar el secuestro de los mecanismos de la sabiduría, porque la búsqueda de lo universal a la que nos referíamos debe ser el resultado de la inspiración de todos los componentes sociales. Es un compromiso nada fácil en nuestro modelo continental y estatalizado de universidad, de origen mixto napoleónico-humboltdiano, muy diferente del modelo anglosajón, en el que siempre ha tenido mucha voz la sociedad que la amparaba y lo promovía y poca los poderes públicos.

Todo análisis interesado es pernicioso cuando de universidades se trata. Se es injusto cuando se acusa al profesorado —por ser la parte más potente de la organización— de tener la sartén por el mango. En realidad, el sistema hasta ahora casi no permitía otra cosa; procesos demasiados largos de acceso y sacrificios económicos e intelectuales sin cuento hasta conseguir un puesto estable en la misma han hecho que cuando un profesor llega a serlo —no todos, afortunadamente— considere que los alumnos, si quieren lograrlo y por su bien, deben pasar por el mismo calvario que ellos recorrieron. Incluso en la legislación vigente, en la modificada LRU, pesan sobremanera, creo que atávicamente, las dificultades de dicho recorrido.

Para consuelo de los que lo consiguen, hay que reconocer que un profesor de universidad tiene en España una consideración pública muy relevante, aunque con un salario relativamente bajo en relación con el esfuerzo necesario para llegar; también es cierto que su trabajo soporta muy pocos controles internos, lo cual permite libertad de horarios y dedicaciones menos mediatizadas que casi ninguna dedicación profesional socialmente reconocida. En cuanto a los alumnos, nunca estuvieron legal y formalmente tan considerados como lo van a estar con lo que prescribe Bolonia, si se aplica con recta intención institucional y con generosidad por parte del profesorado, de lo que no hay que dudar.

Europa, como decía en un curso de El Escorial José Borrell, no puede convertirse en la Venecia del mundo —tan culta, tan bella y

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siempre tan deseada, pero que se hunde lentamente—; el continente europeo, entero y unido, tiene que reafirmar su ser y sus valores frente a otros continentes con gran poder y personalidad como son las Américas y otros más lejanos, con grandes países emergentes. Un Occidente bien avenido y con visión de futuro debe aspirar a constituirse en referente de que la convivencia democrática, aunque diversa, es la forma de organización colectiva más civilizada. Las universidades tienen que asumir responsabilidades que van bastante más allá de una buena organización académica, que también hay que gestionar, pero que va de suyo en las organizaciones, crisol del conocimiento.

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Los rigores de la adolescencia35 Llevamos días y días hablando públicamente de los adolescentes como si no supiéramos qué hacer con ellos. Padres, profesores, periodistas, políticos, tertulianos varios se preguntan a cada rato, a raíz de varios sucesos desdichados protagonizados, en general, por varones entre los doce y los dieciséis años, cómo hay que actuar, si convendría revisar la legislación y, sobre todo, dónde radican las responsabilidades: ¿en la familia, en la escuela, en otras instancias?

He pasado toda mi vida profesional entre adolescentes y siempre he percibido que es un periodo de la vida difícil de transitar, en contra de lo que parece, porque es en el que afloran de golpe todas las contradicciones que luego, en el adulto, van a ser el pan de cada día. Yo creo que es la sorpresa que supone aterrizar en la pubertad desde una niñez en la que todo se daba suavemente y por añadidura. El propio cuerpo, como escribía Laín Entralgo, es el origen de los primeros conflictos, sobre todo si el sexo se les ha venido enfocando por una parte como naturalmente imprescindible —sin él la humanidad no existiría— y por otra como una práctica que a esas edades es simplemente culpable, sin más explicaciones. Si nadie les ha contado que el deseo existe, que la tendencia a su satisfacción es normal, pero que su uso con el otro sexo demasiado pronto tiene consecuencias, casi siempre no deseadas, ¿cómo les pedimos que se sitúen?, ¿cómo conciliar lo prematuro de las evidencias sexuales con unas prácticas razonables, maduras y responsables? Solo con mucha información y muchos razonamientos previos para que, al menos en ese ámbito, no se sientan sorprendidos, desamparados y temerosos del juicio ajeno.

La otra gran contradicción es la que viven en esos momentos en los que por imperativo biológico buscan diferenciarse, definirse, tener su espacio propio, y se topan con la tendencia a uniformizar de todos cuantos les rodean: la familia, en primerísimo lugar, que, a pesar de los besos y los abrazos, no habla y no puede disimular la aprensión y el miedo al peligro, y la escuela, que cree que no puede enseñar si no usa métodos generalizadores. Así, sin diálogo profundo y sin reconocimiento de la individualidad, los casi niños aún se hacen desconfiados 35

Publicado en El Periódico de Aragón el 2 de agosto de 2009.

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con sus mayores, inseguros y finalmente resentidos, y el resentimiento, luego, lo justifica casi todo. Hablar, hablar y hablar mucho con ellos, buscando las ocasiones, y no evidenciar en el día a día prácticas contrarias a aquello que predicamos. En este sentido es muy conveniente la autocrítica.

En los noventa, cuando en el Ministerio debatíamos en profundidad el contenido del Libro blanco de la LOGSE —soy responsable del capítulo XIV— creo que nos equivocamos sacralizando la biología al considerar el ciclo 12-16 intocable como tal, lo cual nos llevó a enviar, de entrada, a los chicos de 12 años a la educación secundaria, en la que el profesorado, en general muy bien formado en sus propias materias y su didáctica, no había profundizado en los principios de la pedagogía general porque el sistema así lo determinaba.

A todo ello ha venido a añadirse el uso indiscriminado de las nuevas tecnologías, en el que ellos son maestros y los mayores no; a los adultos se nos han cambiado sin avisar los tiempos y los modos de la comunicación, es decir, nuestro modo de vida. Se ha disparado la rapidez frenética de los contactos y ello deviene en una cierta levedad y relativismo en los contenidos —todo vale—, casi siempre controlables para el adulto, pero no para alguien que está empezando a vivir.

El uso indiscriminado de las tecnologías —móvil, ordenador y otros— ha agravado también el problema de la comunicación intergeneracional e intensificado fuertemente, por el contrario, la burbuja generacional, y ello tiene peor remedio porque los padres, los profesores y la sociedad en general saben menos cómo influir educativamente en un proceso que se muestra irreversible.

El adolescente, pues, no esconde un peligro social, como algunos pretenden, y porcentualmente los casos de barbaridades son irrelevantes; es un ser más bien desvalido al que no hay que denostar sino preparar desde muchísimo antes para un tiempo difícil. Si es cierto, como dice Marina, que educa la tribu, y, si es cada vez más necesario aceptar la teoría de la escuela inclusiva —la escuela es todo el entorno—, el adolescente será el producto de lo que somos los que le rodeamos; tomemos conciencia y actuemos con rigor, porque, aunque no lo parezca, ellos también sufren.

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De mi afición juvenil por el deporte, sobre todo por el esquí y la natación, cuando a las chicas nos estaba casi vedado, y conociendo los beneficios que reporta a la salud física y anímica del individuo cuando no está basado solo en la competitividad, conservo un interés personal por ese ámbito. Tras mi dedicación política de los últimos años, mis reflexiones ahora, dada la dimensión que el deporte ha adquirido en nuestra sociedad, se han vuelto casi solamente institucionales. ¿Hay que dedicar a ello dinero público? ¿En qué medida? ¿Es lo mismo el deporte que la educación física? ¿Todo sirve igualmente al que lo practica y a su entorno? ¿El deporte de competición es saludable en los primeros tramos de la educación? Y así muchas otras preguntas que rara vez afloran en la abundante información que el sector produce.

Este bloque de artículos es muy reducido y en él me reconozco reflexiva pero muy poco experta. El haber aplicado a este apartado y al que le sigue, dedicado a la mujer, un criterio tan restrictivo en su extensión se debe a que el tratamiento de ambas cuestiones está presente cada día en todos los medios de comunicación; por ello hemos considerado que era suficiente en cada uno de los casos, y atendiendo a las fechas, mostrar solamente algunas pinceladas que pudieran fijar las posiciones que he mantenido a lo largo de estos años.

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Las variadas lecciones de Birmingham36 Antes de partir para Birmingham el pasado mes de junio, en calidad de observadora —se supone—, invitada por el alcalde-presidente de la asociación Jaca Olímpica, un concejal electo del Ayuntamiento de la ciudad me decía que, desde su punto de vista, el viaje no se justificaba y que se convertiría en una excursión para un grupo de amigos.

Yo argumentaba entonces que los tres nuevos concejales socialistas que viajábamos, de los seis que habíamos sido invitados, pensábamos acudir con espíritu analítico, observando y juzgando con mayor conocimiento de causa la pertinencia y las posibilidades reales de la candidatura y, sobre todo, aprendiendo para el futuro, toda vez que ya sabíamos que, si no éramos nominados, cabía la posibilidad de que Jaca lo intentara en 2002, como parece que va a suceder.

Y claro que hemos observado y aprendido muchas cosas en Birmingham, cosas que nos serán útiles para opinar en su día como concejales de Jaca, si es que nos dejan, y, en todo caso, como aragoneses y como españoles.

Hemos observado en primer lugar que, en la forma, la presencia española no ha desmerecido de las de los otros países aspirantes. Los candidatos han acudido con proyectos aparentemente sólidos, técnicamente bien presentados, no muy diferentes entre sí en cuanto a los procedimientos de exposición, y todo ello aparentemente, y lo repito porque no encuentro otra palabra que resuma mejor las claves de lo

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que allí hemos creído percibir, de nuestra posición de personas muy interesadas pero no expertas.

En efecto: cuando en los días anteriores a la nominación leíamos y oíamos las quejas de los promotores sobre la falta de presencias políticas, nos extrañó observar que ningún otro país, además de España, había desplazado a un vicepresidente del Gobierno, ni mucho menos.

Queremos decir con esto que tal vez haya que administrar con más finura las presencias que en cada momento se reclamen, sobre todo si, como ya intuían los propios organizadores hace meses, no era previsible la nominación. En este sentido percibimos, sin embargo, que la decidida intervención del vicepresidente en la presentación y en la rueda de prensa fue determinante para el refuerzo de la candidatura de cara al futuro.

Creo de todas formas que para los jacetanos allí presentes las cosas que pasaban, buenas y malas, tenían lecturas diferentes según la óptica de cada uno, y también diferentes de las que pudieran tener para los que no son de aquí, aunque nos visiten a menudo, porque lo duro en relación con las cosas de Jaca es ser jacetanos y amar esta ciudad y cuanto la rodea. Quiero decir que, en contra de lo que pudiera parecer, este municipio vive maltratado en muchos aspectos —físicos, económicos y sociológicos— que, con tanta alharaca, se le ocultan al amateur. Ello tiene mucho que ver con los sucesos de Birmingham.

Este Ayuntamiento, con su alcalde a la cabeza, se esfuerza desde hace años en acuñar con la organización de eventos importantes —ahora mismo, el Tour— un estilo propio, muy jacetano, de hacer las cosas. Algo así como lo que pretendiera don Manuel Fraga hace años con el «España es diferente». Todos, hasta Fraga, sabemos en este momento lo caro que ha costado a todo gobernante, aunque sea municipal. Pero el desdichado eslogan tuvo su éxito momentáneo e hizo felices a sus inventores. Pues lo mismo ocurre aquí: este estilo de gobierno municipal tan particular, que ha conocido aciertos puntuales indudables, analizado globalmente y en sus resultados, ha generado perjuicios muy significativos para la ciudad y su entorno y también para sus habitantes que son, además, irreversibles. Solo cuando podamos comparar nuestro progreso engañoso con el de otras poblaciones cercanas que han apostado por un desarrollo más equilibrado, más medido y mejor gestionado, sabremos hasta qué punto se han equivocado, si no ha sido intencional, como se equivocaron al crear

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unas expectativas tan fuertes con la nominación olímpica, cuando allí se ha visto que la aspiración olímpica constituye una larga marcha sin garantía previa en ningún caso.

Al hilo de lo que decimos sobre el estilo propio, en Jaca todo se mide y se decide desde la óptica de los intereses privados, con una falta de sentido de la importancia de lo público, de lo colectivo, que asusta al más templado: «Es que… Jaca es Jaca». Pues bien, por una vez, y sin que sirva de precedente, en Birmingham vimos que no era suficiente el bagaje y aquí vemos que la no nominación ha hundido al municipio en una recesión socioeconómica cuyas consecuencias son todavía imprevisibles porque pueden pesar sobre futuras decisiones. Aquí hay mucha gente que ha quedado resentida al palpar que los resultados reales de cada iniciativa son menos rentables, menos brillantes y menos inocentes de lo que parecieron en su día.

Lo que hemos aprendido en Birmingham, sin ningún género de dudas, es que la materialización de la aspiración olímpica requiere unos planteamientos políticos bien distintos, admitiendo como admitimos que el trabajo técnico de la candidatura consiguió un éxito indudable en el intento de vender una luna que otros decían tener en sus manos.

Con todo, hubo allí informaciones muy positivas: hemos palpado lo que representaría la nominación para la promoción en el mundo de una imagen distinta y complementaria de España y también para nuestro territorio. Hemos visto que los juegos no pueden ser el proyecto de un ayuntamiento ni de una región: o son el proyecto de todo un país o no son.

Es cierto que las exportaciones de Corea, por poner un ejemplo, crecieron en un 26% en los seis meses siguientes a los Juegos de Seúl, y es cierto también que hemos entrevisto que las olimpiadas representan un empujón formidable para el conocimiento y el aprecio de un país en todo el mundo, pero no es menos cierto que el aumento de la movilidad de público que ha conocido la historia olímpica y el efecto multiplicador que producen actualmente los medios de comunicación —datos estos que tan bien oíamos valorar en Birmingham— podrían tener consecuencias no deseadas si no se toman todas las precauciones con muchísimo tiempo y con muchísimo rigor.

Allí mismo, visto lo visto, nos preguntábamos algunos: ¿qué pasaría si ganáramos? El propio alcalde de Jaca decía al día siguiente, cuando

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ya conocíamos el resultado, que era preferible no haber sido nominados esta vez. ¿Y si, por carambola, como parece que ha sucedido en alguna ocasión, nos hubiera tocado? Pues, como siempre, ya hubiéramos salido adelante. Algunos creemos que no hubiéramos salido, aun contando con los proyectos de infraestructura que están en marcha y con la comprensión de cuantos en este momento ven el proyecto como un peligro y, en el mejor de los casos, como algo ajeno.

Posiblemente no era el momento todavía y la decisión de acudir en 2002 debiera ir precedida de un debate profundo en los foros adecuados, que parta de la experiencia inapreciable que seguramente ha supuesto Birmingham para los expertos.

Pensamos también, y hay que decirlo, que hay mucho camino recorrido y que si este primer esfuerzo ha cubierto los mínimos con dignidad, como en efecto ha sucedido, la nominación puede platearse para el futuro como una meta alcanzable que, bien explicada, sin zonas de sombra y sin silencios impuestos, suscite el apoyo y, tal vez, como en otros países, el entusiasmo popular.

El COI constituye un ente muy sólido, por lo que pudimos intuir, con muchísimo poder político, en el sentido más riguroso del término, que guarda las formas al estilo de la diplomacia, pero que no se deja impresionar fácilmente. Da la sensación de que cuando en el vídeo los profanos, como yo misma, vemos el fundido perfecto de una torre románica con una cumbre nevada ellos están leyendo y anotando con el rostro impasible solamente la radiografía, solo lo esencial de aquello que con tanto arte se les presenta.

Por lo que hemos podido apreciar, siempre desde la perspectiva única del observador interesado y nada más, nos faltan todavía algunas seguridades que para ellos son innegociables: la garantía de las superficies esquiables, las comunicaciones y la infraestructura hotelera de gran calidad. Parece que tenemos bastantes cosas a nuestro favor: España está muy bien vista en el mundo, los Pirineos constituyen un paraje inédito, los americanos y los suecos, que otra vez estarán en Budapest, tendrán sendas olimpiadas próximas y nuestra candidatura dejó un buen sabor apelando muy acertadamente, desde el rey al alcalde de Jaca, a los valores humanistas del olimpismo, tan controvertidos en otros momentos y tan valorados en la actualidad por sus responsables.

Para seguir en la brecha con garantías de éxito tendremos que ser pacientes y humildes, como lo han sido los suecos estos veinte años;

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fuertes como los americanos, que volverán a optar; primorosos y fiables como han sido los japoneses, y tendremos que garantizar que la nieve y nosotros somos una misma cosa, como los italianos.

Para terminar, una anécdota que podría no serlo. Tuve la suerte de asistir a la presentación en directo y tuve como compañero de asiento a Manolo Gómez Valenzuela, que es diplomático, tensino de origen y muy agudo en sus observaciones. Él llamó mi atención sobre la presencia, justo delante de nosotros, del rey Constantino de Grecia, de la princesa Ana de Inglaterra y del príncipe Alberto de Mónaco, que están allí no en razón de su estirpe, sino en razón de haber sido en su día olímpicos. Como el vídeo se proyectaba en una gran pantalla situada a la izquierda, todos teníamos que volver el rostro; ello nos dio ocasión de estudiar sus caras cuando comenzó nuestro vídeo y apareció el rey, sintetizando admirablemente lo institucional, lo deportivo y la hombría de bien que le caracteriza. Creo poder afirmar que ni un solo gesto traicionó en sus semblantes al pariente, al amigo o al colega. La neutralidad imponía allí su ley como una parte fundamental de la ceremonia, y el rigor e incluso la rigidez que se respiraban eran tales que impresionaban a todos los presentes, incluso a los de Jaca.

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Deporte y dinero público37 Intencionadamente no he escrito en el título «Deporte profesional y dinero público». No es mi idea principal poner de manifiesto en estas líneas las incoherencias e incluso las posiciones erráticas que en relación con esta cuestión han exhibido algunos partidos políticos en Aragón. Por el contrario, pretendo con esta reflexión ayudar a evitar que los apoyos económicos que periódicamente destinan las instituciones al llamado deporte de élite se conviertan en cada momento en arma política, sin que ello aporte ningún esclarecimiento a la cuestión fundamental, cual es si el dedicar recursos públicos al deporte profesionalizado favorece o no al bien común.

Para empezar a discurrir con los lectores sobre ello tendría que afirmar en primer lugar que la práctica generalizada del deporte, tan querida por las sociedades avanzadas, tiene que ser, más que un producto de la acción institucional, el resultado del aprecio de la propia sociedad por los valores de la salud, del conocimiento y el aprecio del propio cuerpo y de la preocupación por el logro de la armonía físico-química del individuo. Por ello habría que insistir mucho en que el verdadero valor de la práctica deportiva no debería ser, en ningún caso, el estimulo de la competición, sino el del fomento de la verdadera educación física, individual o colectiva. Estos, y no otros, son filosófica y políticamente los puntos de partida de nuestro debate interno sobre la cuestión y, como consecuencia, de nuestro apoyo a instancias que nos son públicas, cuando nos ha correspondido la decisión.

Sentadas estas bases, que no sabemos si otros partidos comparten, a tenor de la ambigüedad demostrada, hay que admitir que, al menos en Aragón, existe desde hace tiempo un debate abierto sobre la legitimidad de apoyar con dinero público el deporte de élite, sea este profesional —clubes o deportistas individuales— o se trate de los Juegos Olímpicos. Las posiciones hasta ahora han sido muy diversas y van desde un puritanismo duro y sin argumentos de peso, siempre respetable en su coherencia, pero que aporta muy poco a la discusión, hasta el oportunismo más radical.

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Por fin, dicho sea sin ironía alguna, los ayuntamientos de Zaragoza y Huesca y la Diputación altoaragonesa han cerrado recientemente acuerdos para ayudar económicamente a los equipos aragoneses de baloncesto, el Amway y el Peñas, con prestigio nacional e internacional, y nadie se ha rasgado las vestiduras. Algo hemos avanzado. El Partido Popular y el PAR parece que han revisado, pues, su discurso del despilfarro que suponía el apoyo a la supervivencia de estos mismos clubes en otros momentos. Bienvenida sea esta revisión, no solo porque salva de momento a las dos formaciones deportivas, sino porque tal vez en el futuro no haga falta hacerles sufrir tanto si hay mayor acuerdo y claridad de ideas.

Ya hace años que nuestro partido comenzó a debatir internamente estos temas, y de estos debates salieron las primeras posiciones políticas útiles, que no han variado en lo esencial hasta hoy. Cuando a mediados de los años ochenta se planteó en Huesca el apoyo institucional al Peñas de entonces —en la misma agonía que ahora— a través de la firma de un acuerdo publicitario para la promoción de la provincia —la Magia de Huesca—, ya construimos nuestro discurso sobre la base del claro estímulo social que supone el estrellato deportivo de los profesionales y la del aprovechamiento publicitario de sus éxitos, perfectamente legítimo desde nuestro punto de vista, en una región que tiene que vender imagen. Pensamos que, algunas veces, y siempre profundizando en los matices, los aires pragmáticos e imaginativos de la empresa no les van mal a las tendencias funcionales de la política.

Nos preguntamos entonces y nos preguntamos ahora: ¿es que todavía hay quien pueda discutir que, viviendo el mundo en la era de la imagen audiovisual y siendo Aragón una tierra de valores y atractivos tan diversos y rentables, haya que buscar soportes publicitarios que, por su propia significación, tengan la mitad del camino —el reconocimiento general— ya recorrido? Este pragmatismo lo dicta la misma ciencia de la comunicación, y no se olvide tampoco que en Aragón el turismo, cuyas pisadas les producen a algunos tanto escalofrío, representa progreso económico, social y cultural, y que supone promoción y empleo en zonas geográficas muy bellas pero claramente deprimidas que existen en las tres provincias, siempre que, por encima de todo, en su desarrollo se preserve el medio natural.

El mismo debate se reprodujo en su día con la propuesta de los Juegos Olímpicos de Invierno en el Pirineo aragonés. También entonces

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valoramos los pros y los contras y llegamos a conclusiones muy parecidas que nos han llevado a apoyar siempre, aunque con matices, el proyecto y a organizar con ilusión y con rigor los acontecimientos que nos ha correspondido gestionar en las instituciones.

Sin embargo, con ser claros los beneficios de la promoción, no es, como decía antes, lo único significativo, política y deportivamente hablando. Lo importante es que aquí, y en cualquier parte del mundo, el deporte de élite —de élite deportiva, no de élite social— tira fuertemente del deporte de base, lo estimula y crea referentes a imitar, sobre todo para niños y jóvenes. Esto es tan obvio que produce rubor tener que repetirlo una vez y otra, en respuesta a tantas opiniones políticas, interesadas y oportunistas por un lado o falsamente idealistas por otro. En razón de nuestra apuesta por el deporte de base apoyamos en su día los servicios comarcales de deportes y también las infraestructuras necesarias, que han permitido el enorme crecimiento de la actividad física en todo el territorio y para todas las edades y cuyo gasto guardaba aproximadamente la proporción del 100 a 1 con el dinero dedicado a los clubes en 1994.

Estos han sido los principios dialécticos de nuestro discurso y esta es nuestra convicción, que puede ser discutible, pero que se diferencia claramente de las actitudes confusas, ambiguas o contrarias de otras fuerzas políticas. Sépase, pues, que cuando en las distintas instituciones hemos apoyado con dinero público el deporte profesional u olímpico, a cambio de determinadas prestaciones de sus beneficiarios para los intereses generales de Aragón, no ha sido por oportunismo, sino por oportunidad, que no es lo mismo, y partiendo con toda claridad de un debate y un posicionamiento previos sobre tan controvertido tema.

Por eso, cuando, como ahora, parece que lo asumen otros partidos como principio general, sin falsos rubores ni complejos de culpa, independientemente de que pueda disentirse radicalmente en cada caso de la forma de hacerlo, como ha sucedido recientemente con la posición de nuestro grupo en la Diputación de Huesca, lo vemos bien y no nos duelen prendas, porque lo cortés no quita lo valiente, ni en la política.

Solo desearíamos que las mismas instituciones que han dado un paso adelante por el deporte, y otras que no lo han dado, como el Gobierno de la comunidad, apoyasen también tan decididamente

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la cultura, el patrimonio, la educación y la política juvenil. El gasto generoso en estos ámbitos define una cierta percepción del mundo, un modelo de progreso integral que nosotros hemos defendido históricamente y que nada tiene que ver con que, a veces y por extensión, se aborde la relación entre el deporte —de base y de élite— y el dinero que cuesta a las instituciones y, por lo tanto, a los contribuyentes.

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El equipo que deseamos38 Muchas cosas han cambiado a mejor en el deporte aragonés en los últimos treinta años, tal como explicaba con la objetividad que le caracteriza Alejandro Lucea en un excelente artículo. Lo que no ha cambiado ni a mejor ni a peor es la tendencia a los altibajos tremendos que sufre el Real Zaragoza.

No hago deporte ahora, pero lo he hecho de niña y de joven, lo cual no era corriente en mi época. Fui nadadora de braza y llegué a competir con el club Venga Horizonte de Jaca, formé parte del equipo femenino de gimnasia de la Universidad de Zaragoza y fui regular esquiadora hasta que una enfermedad que precisaba reposo me obligó a dejarlo. Mantengo el convencimiento profundo, y lo he defendido en muy diversos foros, de que el deporte, incluido el de competición, y sobre todo la educación física, que no es exactamente lo mismo, contribuyen decisivamente a la conformación integral de la persona.

Esta cuestión, que en España no ha tenido hasta muy recientemente proyección educativa y social, porque venimos de una cultura en la que el cuerpo es el enemigo y su cultivo siempre puede degenerar en vicio, ha dado lugar a una profunda reflexión filosófica, sanitaria y estética que ha plasmado de forma deslumbrante Laín Entralgo en sus escritos últimos.

Desde hace años vivo rodeada de deportistas aficionados y técnicos que al mismo tiempo son forofos de uno u otro deporte. Viene este largo preámbulo a justificar el que siga con interés las manifestaciones deportivas en general y la marcha del Zaragoza en particular. Lo mío con el Real Zaragoza viene de muy lejos. Cuando era estudiante, el equipo femenino de gimnasia de la Universidad, que competía a nivel nacional y del que formaba parte, se entrenaba en el antiguo campo de Torrero, y allí compartíamos vestuario con los futbolistas, a los que a veces veíamos entrenar. Yo, con curiosidad ya solo educativa y sociológica, los observaba y constataba que, en grupo o en soledad, los competidores de alto nivel parecen taciturnos y casi tristes, y es que, contra lo que pueda parecer, la vida del deportista de élite, mientras está en la cumbre del éxito y es joven, es muy sacrificada, está cargada de 38

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renuncias y amenazas de tipo psicológico y emocional que no arreglan, sino lo contrario, los sueldos millonarios.

Luego me correspondió la responsabilidad de dirigir la política deportiva de la DGA. Firmamos acuerdos con el Zaragoza —100 millones de pesetas entonces—, con el Peñas de Huesca y con el Anway de baloncesto —25 millones cada uno— a cambio de que lucieran un eslogan publicitario de Aragón en sus prendas deportivas. Si alguien tuviera la curiosidad de repasar el diario de sesiones de las Cortes, comprobaría hasta qué punto se nos descalificó políticamente por aquello. ¿Cuánto daríamos hoy por recuperar la vida de nuestro baloncesto con la calidad de entonces? ¿Cuánto vale para Aragón la presencia televisiva? ¿Cuánto lo que el deporte de élite, bien llevado, tira del deporte de base? ¿Cuánto que el Zaragoza aparezca en primera y lleve su buen hacer por España y el mundo?

También es cierto que viví en esa época con intensidad las grandes satisfacciones del triunfo de Conchita en Wimbledon, el éxito de la Universiada 95 y la Recopa en París con el asombro gozoso del gol imposible de Nayim, pero siempre, siempre, con la crítica política acerba de la izquierda y de la derecha: la izquierda irredenta porque, casi sin excepción, considera que el deporte de élite y profesional es un lujo contaminante, y la derecha porque el apoyo a los clubes no se les había ocurrido a ellos, sino al PSOE, ya en los ochenta, en Huesca, con el Peñas / La Magia. Soy, pues, partidaria de los apoyos institucionales al deporte porque producen una rentabilidad social muy apreciable políticamente. Por ello he sufrido este año hasta el final con el Zaragoza en segunda y me ha satisfecho el merecido ascenso. Ahora estamos, junto con el rector y Agustín Ubieto, muy ilusionados con el Universidad y con la relación establecida entre ambas formaciones. Hemos dejado atrás la mala racha y se abre una nueva etapa en la que el Zaragoza, que sufre la problemática de todos los grupos humanos en situaciones límite, debería conformar, antes que nada, un modo de estar interno que se adivina en otros equipos. Gentes como Víctor —que me contaba en París la noche del triunfo que los partidos se ganan o se pierden en el vestuario—, Cedrún, Belsué y otros aportan ese plus de convivencia, pero, de no existir per se, está demostrado que puede favorecerse con los recursos humanos y económicos adecuados, que deben ser, además de generosos, bien utilizados.

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Finalmente, los deportistas que compiten a alto nivel son más que otros hombres y mujeres seres humanos en situación perpetua de riesgo emocional. Téngase, por favor, en cuenta —añadido a lo que plantea Pardeza— para conseguir el Zaragoza con el que nos identifiquemos, gane o pierda, que es el que necesitamos. No es casualidad, creo, que el entrenador Queiroz hable, antes que nada, de arte y armonía, aunque sepa que luego a él, como a los jugadores, se le exigirá el triunfo de forma inmisericorde, exigencia, esa sí, que va en el sueldo.

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El valor de una cita con el mundo39 Todavía hay que defender ante ciertos detractores o escépticos del olimpismo el valor que tiene para un país el poder protagonizar una gran cita internacional, deportiva o no, olímpica o no. He subido tantas veces a la tribuna parlamentaria para defender la conveniencia para Aragón de unos Juegos Olímpicos de Invierno en nuestro Pirineo, y escuché allí tantos argumentos contrarios, sensatos los menos, oportunistas y hasta falaces los más, que pensaba que había agotado mi capacidad de lucha política por esa idea y que ya no insistiría ni escribiría más sobre la cuestión; sin embargo, al contemplar estos días por televisión la ceremonia de apertura de los Juegos de Atenas se me ha removido la raíz histórica y estética del pensamiento y vuelvo por mis fueros políticos de siempre. Tanta belleza —griega, europea, mediterránea— compartida con todo el mundo y proyectada al mismo de una vez invocando los valores de una cultura milenaria y única, la insistencia en los efectos de la fraternidad universal y también la consideración del valor añadido que para Grecia va a representar este acontecimiento me empujan una vez más a plantear públicamente algunas consideraciones.

La organización ha hecho un extraordinario trabajo de síntesis temática desgranando en deslumbrantes imágenes la historia de Grecia por riguroso orden cronológico; la belleza de su plasmación visual y el mensaje de hermandad entre los pueblos, tan explícito, tienen que haber producido en los espectadores una emoción y un placer estéticos difícilmente olvidables. Además de todo ello, los griegos han demostrado que, pese a las desconfianzas, a las dificultades, a su economía precaria, a ser un país de segunda en Europa, como España, han tenido en esta ocasión la misma capacidad de organización que los grandes y tanta o más que las últimas ciudades olímpicas norteamericanas. ¿Cuánto podría dar de sí la historia de España y de Aragón, que es casi la misma, traducida por las actuales posibilidades tecnológicas a la belleza de las formas y a la esencia de los contenidos?

Reconozcamos que la proyección de un país hacia el exterior a través del testimonio directo de unos Juegos o de un evento similar aporta beneficios de todo tipo que serían muy difíciles de lograr por otros medios. ¿Mejoraron la imagen de nuestro país y su conocimiento 39

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internacional después del 92? Pues sin la Conferencia de paz, los Juegos de Barcelona y la Expo de Sevilla, nuestra tierra seguiría siendo, sobre todo para Europa, pero también para los otros continentes, un viejo, oscurecido y folclórico país del remoto y atrasado Sur, saliente todavía de una vergonzante guerra incivil y de una dictadura contraria a todo intento de internacionalismo. También entonces se escucharon voces contrarias desde todos los ángulos, que, como en el caso de los Juegos de Invierno, nunca aportaron alternativa alguna que pudiera conjurar el maleficio de los años oscuros.

Como se ha visto en Atenas, historia y progreso no están reñidos, sino todo lo contrario, y tradición y modernidad pueden aliarse, con imaginación y arte, como ha sucedido allí, para producir imágenes y mensajes espectaculares. He dicho muchas veces que, reconociendo que el deporte tiene atractivos propios, todo lo que sociológica y culturalmente se mueve a su alrededor aporta enormes posibilidades de proyección, nada despreciable para un país como el nuestro, que vive en buena parte del turismo extranjero.

Grecia, con la organización de estos Juegos, se ha autoayudado para salir de un agujero sociopolítico y económico muy parecido al nuestro; el golpe de Estado de los coroneles que sucedió allí nos salvó aquí de muchas cosas. Una familia real curada para siempre de veleidades, sabiamente popular, querida y respetada como la nuestra, con relaciones europeas, islámicas y latinoamericanas meticulosamente cuidadas, conoce bien el valor político de estos encuentros y por ello sus miembros no faltan nunca a estas citas, representando a España con el rigor y la disciplina que requiere su condición.

Hace años llegué a Atenas para asistir en nombre del Ministerio de Educación a un encuentro de la red IRIS de Bruselas sobre la formación de las mujeres en el mundo rural. Eran las nueve de la noche y la recepcionista del hotel, al tiempo que me entregaba la llave de la habitación, me recomendó en español que nada más entrar en ella saliera al balcón; allí estaba, delante de mí, casi al alcance de la mano, la Acrópolis, iluminada y blanca, casi irreal, tan bella que su contemplación me hizo enmudecer. Pensé entonces que el resto de la ciudad, que una vez fue aragonesa, sería toda igual, y no era así: tenía pocos atractivos, y los existentes estaban casi abandonados. ¿Serán Atenas y Grecia las mismas después de 2004? Respondan sinceramente los escépticos y aplíquense afanosamente en España y en Aragón los políticos.

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La Roja es la punta del iceberg40 Invoca Ana Pastor —mi periodista preferida para el despertar desde que perdimos a Montserrat Domínguez—, en un artículo sobre la Roja, una frase del histórico documento de voluntades plasmado por la Comisión de la Verdad que logró la convivencia en Sudáfrica en su momento: «Soy, porque somos nosotros». Uno de mis dos ministros preferidos, Ángel Gabilondo, suele comenzar sus exposiciones en torno a la búsqueda de acuerdos políticos y sociales para la educación española con el mismo pensamiento: somos lo que somos en función del otro, en función de que sintamos al otro como parte de nosotros mismos. A él no se lo ha susurrado Richard Florida, sino que le viene de ser el gran metafísico que es y de su recta y solidaria intención, como en el caso de Mandela; en estos tiempos de la mundialización irreversible es bueno para todos que retomemos una y otra vez los pensamientos de la otredad para fortalecer así los intereses comunes y compartidos.

Ana Pastor titula el artículo referido al triunfo de España en el Mundial, no por casualidad, como un logro cicatrizante, y desarrolla en su escrito el porqué del título. En otros momentos recientes me he referido a las teorías del sociólogo norteamericano Richard Florida en relación con la acuciante necesidad que el mundo tiene de la existencia de grupos deliberantes y creativos y que él simplifica en la conveniencia de que reúnan tres condiciones: talento, tecnología y tolerancia. Obama, por lo que parece, piensa a menudo en Mandela y opera con las recomendaciones de Florida.

Creo que el grupo de futbolistas, técnicos y dirigentes que nos ha dado la victoria tan ansiada en el deporte constituye un paradigma de lo que vengo comentando. El talento viene determinado por las aptitudes y las capacidades de cada uno, regidas por la inteligencia; la tecnología, en el momento actual de su desarrollo, ha superado ampliamente los procedimientos mecánicos e industriales que eran sus componentes básicos para, aplicada a la comunicación, al juego y a la vida en general, diseñar estrategias de movimientos nunca imaginados; por fin, la tolerancia, olvidando el sentido de condescendencia 40

Publicado en El Periódico de Aragón el 25 de julio de 2010.

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que muchas veces le damos, sobre todo cuando el otro es un diferente, hay que tomarla en el sentido más integrador de los posibles, es decir, aprovechando lo distinto, lo experimental, lo rebelde, incluso lo extravagante, componentes todos ellos en alguna medida de las artes que crean y de las ciencias que investigan sin descanso.

El ejercicio consciente y reiterado de la deliberación, la creatividad, la comunicación simultánea y horizontal y el talante inclusivo que debe tener todo grupo en pro de un objetivo permite resultados brillantes en cualquier ámbito de la actividad humana. Así parece que ha sucedido con la selección, que no lo tuvo fácil. Al hilo del éxito, he recordado que tuve la suerte de asistir en París, en el 95, al partido en el que el Real Zaragoza ganó la Recopa con el gol de Nayim, al que ahora me alegra ver aquí. Después del triunfo nos reunimos en un hotel con el equipo y Víctor Fernández —¡ay!— me explicaba cómo las posibilidades de avance deportivo de toda clase se gestan en el vestuario. Es un hecho que en el deporte estas prácticas obtienen mayor visibilidad, pero tienen la misma trascendencia en la empresa, en el aula, en una comunidad de vecinos o en un grupo investigador.

Hablamos de fútbol, pero cuando Ana Pastor llama a estos jugadores la generación cicatrizante se refiere también, supongo, a Alonso y a Lorenzo, a Contador, a los Gasol, al Juli, a los Rivera Ordóñez, a Nadal y Verdasco, a Guardiola, a los Bardem y Amenábar, a los Bisbal, Bustamante y Poveda, y a tantos otros jóvenes españoles, y también llegados de fuera, chicos y chicas entre los veinticinco y los treinta y cinco años que cada día nos sorprenden con su prudencia, su sensatez, su contención extrema cuando hablan de sus triunfos y también de sus fracasos.

España se ha educado mucho en los últimos decenios. Son nuestros hijos, nuestros sobrinos, nuestros nietos. Amantes de la naturaleza, de sus orígenes familiares, de los lugares en los que nacieron, de los niños, de las causas justas en las onegés…, son la cara seria de la moneda que, hay que reconocerlo, esconde otra no tan valorable que algunos, pocos, jalean sin gracia. Tiene que ver esta segunda, como sabemos, con que a la cultura, a la educación, a la discreción y a las actitudes constructivas se les buscan sucedáneos en pro del morbo, de lo falsamente exótico, del feísmo, de lo vulgar —no confundir con lo popular— y de lo epatante para quien se deje. Todavía queda camino por recorrer.

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Si nos fijamos, hablamos aquí solo de chicos, de varones, que son los más vistos y los más vistosos, pero no olvidemos que en todos los casos, y así lo expresan ellos, además de las chicas que por su propia dedicación también aparecen en los medios, pero menos, a todos ellos les acompaña, sin duda, una joven mujer sensata y firme que, en pie de igualdad, les ayuda a ser como son. Ellos las nombran siempre en sus intervenciones públicas, y todos juntos van a construir un país más avanzado y tolerante, porque han crecido sin que padres, maestros, jefes, abuelos, entrenadores de todas las disciplinas de la vida, como Del Bosque, les trasladaran sus heridas, sino solamente la necesidad de cerrarlas.

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La mujer es, en la totalidad de un mundo dirigido por hombres, un individuo de segunda fila. La gran pregunta es la siguiente: si la existencia diferenciada de la mujer en razón de su sexo no fuera considerada imprescindible solo para la perpetuación de la especie y la práctica sexual que esta conlleva no se viera únicamente como una fuente de placer y dominio masculinos, lo que hace que las mujeres sean utilizadas como objetos de uso doméstico en gran parte del mundo, ¿serían estas tan socialmente transparentes, tan poco consideradas, tan mal reconocidas en su trabajo, tan poco valoradas?

No hablo, naturalmente, del pequeño grupo de mujeres occidentales que, a fuerza de valía y de lucha heroica desde las sufragistas, se ha ganado un reconocimiento mínimo después de muchísimos años: hablo de que el varón, por el hecho de serlo, nace reconocido para dirigir, y la mujer, solo por el hecho de serlo, nace para servir a algo o a alguien. Sé bien que en Occidente se progresa cada día, aunque demasiado despacio, pero la proporción de mujeres y niñas abandonadas a la voluntad ajena en el mundo global es infinita, e incluso entre nosotros, tan avanzados, las mujeres tienen que luchar a brazo partido para lograr el reconocimiento de la total igualdad de trato entre los componentes del género humano.

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Nunca es el momento41 ¿Cuándo es la ocasión? ¿Qué momento es el bueno para que una mujer tome la decisión de dedicarse a algo diferente de lo que hayan sido sus tareas habituales, domésticas, profesionales, políticas, artísticas, etcétera? En uno de esos preciosos separadores de lectura con los que nos obsequian periódicamente Ángela López y el Consejo Económico y Social que preside, se lee: «Sin la ocasión, el talento y la virtud son inútiles».

Mis preguntas, retóricas, por supuesto, me vienen a la mente en un momento en el que vuelven a aparecer opiniones públicas y publicadas que reflejan tics de desconfianza en las capacidades de la mujer que creíamos ya olvidados. Me refiero, entre otros casos, a las reticencias que despierta el que una mujer opte a un puesto político si este conlleva una cierta relevancia. En los partidos políticos, en las asociaciones ciudadanas, en las universidades…, en todos los ámbitos abunda el componente femenino como elemento constituido bien considerado, pero a medida que el grado de responsabilidad avanza esta realidad se va disolviendo y solo aparecen mujeres en puestos significados de tercera o cuarta fila. Sus compañeros hombres, y solo los más concienciados, suelen reconocer, con todo, que cuando llegan lo hacen muy bien, siempre que no aspiren a dirigir, a dirigirles.

De mi larga vida en la política activa guardo muy pocos recuerdos verdaderamente amargos; creo que solo dos. Uno de ellos se reaviva

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Publicado en Heraldo de Aragón el 28 de enero de 2003.

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cuando percibo que alguna mujer lucha por un puesto que requiere un compromiso político tan fuerte que la saca del anonimato y de la fila. Cuando en 1995 la mayoría del PSOE de Aragón de entonces decidió que yo fuera la candidata en el relevo a la presidencia de la Comunidad Autónoma, un zaragozano de pro, un buen profesional, periodista de ocasión, se tomó la molestia de escribir en uno de los diarios aragoneses un largo artículo cuya tesis era: Abós es una buena mujer, una buena madre —esto lo apreciaba mucho—, una buena profesora, seguramente una buena esposa y, seguramente también, una buena ama de casa, pero… no era la persona indicada para semejante responsabilidad. Yo venía entonces de dirigir la inspección técnica de todo el territorio MEC y la inspección central del Ministerio, donde cristalizaban los conflictos educativos más envenenados de España y de los centros exteriores. No sé si era la persona indicada o no, pero sí sé que, a falta de apoyos varios, redacté con la ayuda de solo tres personas un programa de gobierno completo para terminar la legislatura, que lo defendí en el Parlamento durante tres días y que, con los votos de IU, lo hubiera cumplido sin más problemas que los que hubiera afrontado cualquier hombre.

Escribo este testimonio porque creo que estamos retrocediendo.

Ya ha corrido demasiada tinta para incitar a la opinión pública a que piense que Trinidad Jiménez es demasiado moderna, demasiado guapa, demasiado hija de su padre y demasiado esclava de la moda para ser una buena alcaldesa de Madrid. Será mejor, digo yo, ser huérfana, antigua y ñoña. Igual ha sucedido con Ana Botella, por ser mujer de, por ser conservadora, por irrumpir de pronto, por acompañar a Gallardón, por ir la tercera, etcétera. Hasta gente de mucho fuste como Manuel Vicent o Vázquez Montalbán, cuyos agudos flashes sobre la actualidad aprecio yo mucho, se han pasado en sus descalificaciones irónicas sobre ella aludiendo a cuestiones que no tienen que ver con la política ni con la sociología. La gran pregunta, que sí que tiene que ver, y mucho, es: ¿se hubieran suscitado tantas opiniones malévolas de ser hombres? Cierto es que todavía somos prisioneros del concepto poco riguroso, y además incierto, de que las mujeres valemos mucho para lo menudo, para aquellas cosas al frente de las cuales nos ha situado la historia, pero no para otras, como cambiar su rumbo. Y eso que todos los días tocamos los datos con la mano; recientemente hemos tenido constancia editorial del papel de las mujeres en

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la investigación científica y en su capacidad artística para contar historias, y no hay más que ver quién lee más literatura de creación o quién obtiene en el sistema educativo mejores resultados. ¿Habrá que disfrazarse de varón, como hiciera la muchacha del romancero, para poder gobernar algo más que el mundo de las pequeñas cosas? ¿Piensan alguna vez los varones que opinan y deciden en las capacidades de sus abuelas, de sus madres, de sus mujeres, de sus hijas… para resolver conflictos, que es uno de los aspectos fundamentales de la inteligencia interpersonal, esa que, según Daniel Goleman, hace más habitable este mundo nuestro?

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También las no maltratadas42 El maltrato continuo y la muerte a veces de mujeres normales a manos de sus compañeros se asienta firmemente en un sustrato ancestral de falta de reflexión sobre el papel de la mujer en la sociedad; no es, pues, una cuestión coyuntural sino estructural, y así debería enfocarse para legislar y hacer política. Se aprecia más la viciada invisibilidad de las mujeres en determinados tramos de su edad y en espacios sociales concretos, en los que, aparentemente, la normalidad convivencial es tan absoluta que ni ellas le piden más a la vida.

Tienen entre cuarenta y cinco y sesenta y cinco años. Llevan el pelo corto, de un rubio medio y uniforme, maquillaje suave, labios y ojos pintados levemente. No llevan colorete porque cuando eran jóvenes les enseñaron que el rojo en las mejillas era cosa poco seria. Talla 46 y chaquetón o parka discretos; generalmente, falda de lanilla oscura o pantalón, porque a esa revolución sí pudieron apuntarse, jersey fino a tono, con algún adorno, y zapatos cómodos de ancho especial, medias siempre, bolso negro; en caso de ser marrón, el color no es el mismo que el del calzado, porque un bolso dura, al menos, lo que dos pares de zapatos. La visión de conjunto es sumamente armoniosa y limpia, repulida, como decimos aquí, aunque la figura acumula un poco de sobrepeso que acusan, sobre todo, las rodillas. Eficacísimas amas de casa, eternas hijas, pacientes esposas y compañeras, abuelas recientes a pie de obra; sea cual sea la guerra, allí están ellas. No siguen ya en la fábrica, ni en la empresa, ni en la huerta porque al casarse alguien las declaró incompatibles, pero están junto al cañón, como estaba Agustina Zaragoza, para cuando llega el momento.

Las encuentro en las tiendas del pueblo o del barrio ciudadano, donde al comentario sobre la compra diaria se añade el análisis agudo sobre los problemas de los mismos, la pregunta amable sobre la familia, la subida de los precios y lo poco que cunden los euros.

En la ciudad, donde los usuarios habituales del autobús urbano proceden casi siempre de los espacios periféricos, e igualmente los recorridos, las veo también en sus asientos con el rostro apacible y la mirada seria, pero activa, entre hombres que parecen malhumorados 42

Publicado en Heraldo de Aragón el 30 de abril de 2004.

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y jóvenes desentendidos; en Zaragoza conversan a veces con la vecina de asiento: «He dejado la comida hecha, a los abuelos arreglados y me bajo a Las Fuentes porque la chica tiene que llevar al crío mayor al médico y a saber cuánto tardará. Mientras, le haré el primer plato y me quedaré con el pequeño y con su suegra, que estos meses está con ellos porque se la reparten los hermanos, y menos mal; ahora los abuelos viven tanto con las hijas como con los hijos. En eso la gente joven lo hace mejor. Antes, solo las hijas, como en mi casa». Después de comer acompañan a los mayores al centro de día y aún tienen ánimo para acudir a la Casa de la Mujer, a la Cruz Roja, a un voluntariado o a hacer gimnasia de mantenimiento. Así, por la tarde, es frecuente encontrarlas en chándal y zapatillas y con una bolsa desechada por su nieto mayor.

En general no las maltratan, pero nadie les dice nunca lo que valen y lo que socialmente representa que llenen tan eficazmente un gran hueco de humanidad y de trabajo en esta sociedad ensimismada. Los maridos o compañeros las aprecian, pero, con pocas excepciones, no se lo dicen jamás porque piensan que no hace ninguna falta. Tal vez lo reconocen en una conversación de amigos, y no siempre, porque el ajetreo en que sus mujeres se debaten les parece de lo más natural y, por lo tanto, no perciben la necesidad de un reconocimiento explícito. A sus hijos varones y nietos y nietas les sucede lo mismo: la madre y la abuela están para eso, claro, porque, si no, ¿qué iban a hacer con su tiempo? Solo las hijas, que saben que deberán peregrinar, tal vez, por el mismo camino, aprecian el verdadero valor de su existencia y de su cercanía, siempre disponible.

En estos mismos espacios de aparente normalidad se mueve también otro grupo de trabajadoras, más jóvenes, menos visibles, menos comunicativas, cuyos rostros traducen, sin embargo, la vida en la trinchera interior y exterior. También para ellas, hijas de las anteriores, va mi recuerdo en este año del aumento insufrible de las mujeres maltratadas, esas que ni siquiera pueden ejercer su derecho a esta normalidad aparente que para ellas sería un sueño, y a todas las mujeres que arrastran cargas añadidas solo por el mero hecho de serlo. Por lo que las admiro y me conmueven, porque en el día a día de la convivencia, siempre difícil, irradian serenidad como si el sacrificio no tuviera precio, tengo que decírselo a ellas y a todos los que las tratan sin un beso o un adiós. Como consecuencia de esta

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percepción mía, querría alertar también a los que legislan y hacen políticas responsables en este ámbito de que el fallo no está solo en cada caso de maltrato, ni siquiera en las estadísticas sonrojantes, sino que se asienta en ese estado previo de la cuestión, que debería modificarse con acciones muy contundentes en educación y cultura, acciones que precisan, además de voluntad política, medios económicos muy significativos.

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¿Avanzamos en igualdad?43 Recientemente se ha celebrado en Zaragoza un encuentro de mujeres —1600— que viven en el mundo rural y que reclaman algo tan obvio como ser titulares o partícipes en las decisiones de las explotaciones agrarias en las que trabajan. En julio de 2006 el Gobierno de Aragón, a través del Instituto Aragonés de Estadística, publicaba un trabajo riguroso sobre los datos básicos de las mujeres en nuestra comunidad autónoma referidos a ese mismo año. Para quien esté interesado en conocer cuestiones como la educación, la renta y el salario, las actividades profesionales y otros aspectos relacionados con la situación presente de la mujer en nuestra tierra, esta es una obra de obligada consulta.

No voy a referirme, pues, al análisis que se desprende de dichos datos, sino a tratar de explicar por qué, siendo la situación de las mujeres una preocupación social generalizada y siendo también prioritaria para los poderes públicos, venimos avanzando tan despacio en la práctica de la igualdad, aunque no en la legislación; en esta última hay que reconocer que el logro de la significación social de la mujer ha dado pasos de gigante, pero en el día a día, y en el cumplimiento real de lo que las leyes prevén, estamos muy lejos todavía de la igualdad de oportunidades.

Es cierto que los planteamientos políticos avanzan más rápidamente cuando los grupos sociales afectados se movilizan, y una de las cuestiones que retardan estos avances imprescindibles en nuestro país consiste en que el conjunto de la población femenina no es consciente todavía de la trascendencia que para la sociedad en general tiene el que la mujer esté en la vida familiar, social, política y laboral en pie de igualdad con el hombre.

En 1989, el 9 de noviembre, el mismo día que caía el muro de Berlín, asistía yo en Atenas a un encuentro sobre el empleo de la mujer en el mundo rural propiciado por la red IRIS de Bruselas, en la que yo representaba por entonces al Ministerio de Educación. Estrenábamos, casi, los españoles democracia y Constitución, y parecía que Europa ponía el acento, a través de las instituciones allí representadas, 43

Publicado en 2007.

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en que la incorporación de la mujer a los círculos de toma de decisiones —en la familia, en los negocios, en la política— era cuestión acordada y prioritaria. Allí estaba también la pirenaica Josefina Loste, alcaldesa a la sazón de San Juan de Plan, luchadora histórica por el reconocimiento de la mujer en el mundo rural. ¿Cómo es que después de más de veinte años tenemos que seguir las mujeres y los hombres concienciados luchando por lo mismo y casi con los mismos argumentos? La biología, que nos ha hecho posibles como seres humanos, adjudicó a la mujer la pesada carga de ser la reproductora y conservadora de la especie, y al hombre, la tarea de alimentar y cuidar, aunque de otra manera, a la hembra y a sus crías. Ello conlleva actitudes y desarrollos diferentes para uno y otro sexo, pero parece que en tiempos tan avanzados como los nuestros esta circunstancia no tendría que seguir condicionando y dificultando nuestras vidas.

En la misma línea sorprendente de que en la práctica avancemos tan despacio quiero referirme a que en el año 88, en un seminario desarrollado en Madrid por el Instituto de la Mujer, presentaba yo una ponencia titulada «La formación profesional de la mujer en el marco de la reforma educativa», porque creía entonces y creo ahora que, al hablar de igualdad, hay que comenzar todavía por hablar de los sistemas educativos de cada país.

Escribía yo entonces —¡hace veinte años!— en aquella ponencia lo siguiente: Profundizando algo más en este ámbito de reflexión general, sabemos, desde una perspectiva histórica y sociológica, que las prácticas educativas que genera toda sociedad tienden a asegurar la tradición y la continuidad social y cultural; por ello se genera una fuerte contradicción cuando desde unos planteamientos de progreso —entiendo por progreso no solamente la posibilidad de alcanzar cotas de bienestar, sino los avances para conseguir mayores cotas de justicia— se aspira al mismo tiempo a que la escuela sea un instrumento de transformación social que sirva para paliar las desigualdades y no para perpetuarlas.

Analizando igualmente cómo el sistema educativo opera en el concepto de la igualdad hombre-mujer, hay que añadir todavía otras dificultades; si parece demostrado que el acceso a los bienes de la cultura simbólica solo se produce cuando el grupo receptor es capaz de obtenerlo por sí mismo, porque la escuela no es lo bastante explícita en la entrega de los códigos de dicha apropiación, y los individuos del

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grupo general no son conscientes de sus facultades —los que las tienen— ni de la falta de ellas —los que no las poseen—, la mujer en la escuela no es consciente, como grupo, de su falta de instrumentos para adquirir la igualdad.

¿Cómo es que desde entonces hemos conseguido casi todo en legislación y tan poco en la práctica real de la vida? ¿Cómo es que, habiéndose incorporado la mujer masivamente al mundo laboral, todavía en un porcentaje muy elevado es la única en la familia que cuida mayoritaria y directamente de los hijos, de los mayores, de las labores del hogar, de las provisiones, de la alimentación, de la higiene, de la sanidad, de los procesos escolares, de las iniciativas de su entorno? ¿Dónde están, qué hacen sus compañeros, sus maridos, sus padres en el mismo sentido? Los hábitos sociales son más difíciles de cambiar que las leyes, que por ignorancia, por desidia o por oposición no se cumplen. Por ello hay que actuar, como decía, sobre todo, en la escuela.

La mujer en el Pirineo, en nuestros valles, que además de todo lo enumerado ha atendido tradicionalmente a los animales y al huerto casero, ha padecido históricamente una marginación material y moral añadida, habida cuenta de que con la tradición de la casa como unidad social y la herencia del hijo mayor, varón, por supuesto, la joven no tuvo hasta tiempos recientes capacidad alguna de decisión. El avance, todavía tímido, se va produciendo ahora, cuando los hombres jóvenes se han decidido a tratar a sus mujeres como iguales, y también a sus madres, a sus hermanas y a sus hijas, aunque solo sea porque, por fin, han descubierto que una cualquiera de ellas, puesta a una tarea, la desempeña igual o mejor que un hombre.

A pesar de esos progresos, algunos atavismos persisten y solo la cultura y la educación pueden combatirlos. La mujer montañesa es fuerte y resuelta, y las acciones institucionales que la apoyan van encaminadas a mantenerla en su lugar de origen, porque sin mujeres en edad fértil no hay continuidad en la población. Por una vez, el papel de reproductora favorece a la mujer y no pesa como una losa sobre su condición. Con todo, la emancipación solo se produce en las sociedades avanzadas, y el desafío del progreso del planeta pasa por que todas las niñas del mundo, todas sin excepción, puedan un día ser dueñas únicas de su destino.

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Las machadas44 «Te lo voy a explicar en corto, chaval. Sin irnos por las ramas. Esa maestra, profesora, docente o como quieras llamarla es imbécil, tonta del culo, vaya. En el mejor de los casos —suponiendo que no prevarique a sabiendas, prisionera del qué dirán—, une a su ignorancia el triste afán de lo políticamente correcto» (Arturo Pérez Reverte —el mismo que llama mierda por llorar a otro hombre, tan digno como él o más—, en XL Semanal de la última semana de octubre). Todo ello, para aconsejar al personal en el sentido de que a cualquier persona relacionada con el islam hay que llamarla moro y no de otra manera —magrebí, musulmán, etcétera—. No cabe interpretar que está sacado de contexto, porque lo que sigue es todavía peor. Él, que es académico de la Real Academia de la Lengua, sabe muy bien lo de sistema, lengua, habla, norma, nivel, registro, etcétera, y sabe que hasta lo cheli tiene sus límites, porque la ironía en las expresiones, en este caso y en otros, no se utiliza como figura literaria, sino con la primera acepción del diccionario de la propia RAE: burla fina.

Afortunadamente quedan cada vez menos hombres machistas y menos todavía que se atrevan mostrar en público sus burdas convicciones, sobre todo entre los jóvenes. Digo convicciones porque no se trata, en los casos que nos repugnan en cada momento, de un calentón, de un enfado, de una situación de tensión o violencia, en las cuales todos somos menos dueños de nuestra actitud y de nuestra lengua; se trata de creencias profundas, casi filosóficas, en hombres que le adjudican a la mujer un papel determinado en la sociedad, del que no debe desmarcase sin pasar por ser, en su lenguaje de taberna, una zorra, una Lolita, una putita o una arrimada, que diría un mexicano.

Ya sé que subyace en ello una parte que es telúrica, ancestral, atávica y hasta biológica. En la vida de los primeros hombres sobre la tierra, el macho era el conseguidor; salía al horizonte infinito, corría o deambulaba, arma en ristre, para obtener los alimentos, que eran la única base de la supervivencia. La hembra quedaba quieta en la caverna, incubando, pariendo y cuidando de la vida de la cría. Ella se movía en un espacio controlado, en el que iba descubriendo y depositando 44

Publicado en El Periódico de Aragón el 7 de noviembre de 2010.

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MUJER

pequeños instrumentos para resistir y aliviar los embates de la naturaleza hostil. Todo ello pesa tanto todavía en el animal hombre/mujer que una prueba en ese sentido forma parte de los estudios antropológicos: parece ser que, si uno entrega un objeto a cada individuo de un grupo para que lo arroje hacia delante, estadísticamente se demuestra que el varón para hacerlo eleva el brazo por encima de su cabeza y la mujer lo impulsa igualmente pero situando la mano, vuelta hacia el frente, por debajo de su cintura.

Con el paso de los siglos, aunque la evolución ha sido tan espectacular como todos sabemos, en el campo de los instintos un hombre y una mujer vienen, pues, marcados por el papel que la naturaleza de la especie le adjudicó a cada uno; no es una casualidad que, según ha escrito Juan Luis Arsuaga, la que descubrió el valor alimenticio del tuétano de los huesos ya roídos, que los hombres abandonaban, fue una jovencita curiosa que, intuyendo que el hueso estaba hueco, lo machacó con una piedra y encontró sin saberlo las proteínas que harían crecer exponencialmente el cerebro de los humanos.

Dicho todo lo cual, claro que en origen mujeres y hombres somos diferentes, pero la inteligencia y las capacidades de ambas partes han progresado en la misma medida y, a estas alturas de la vida, la civilización nos ha llevado no a ser iguales, sino a considerarnos unos a otros iguales; es un matiz muy importante, porque el resultado no es lo determinado e impuesto por la evolución, sino lo aprendido, lo cultivado, lo conseguido sobre el principio de que si menosprecias al otro, por la razón que sea, te estás menospreciando a ti mismo y al progreso de la especie en un reparto equilibrado de bienes y males.

Por lo tanto, si el hombre de ayer —la monja casquivana de Berceo, la parlera del Arcipreste de Talavera—, que representa las oscuras, misóginas y eclesiales sombras medievales, trata a la mujer como inferior, actitud que aunque rota en parte por el Renacimiento se recupera en el Barroco, el hombre de hoy que hace lo mismo es, desde el Siglo de las Luces, no solo machista, sino que no ha hecho un recorrido inteligente por la historia —¡con lo que les gusta a casi todos ellos!—, y, aunque lo disimule, resulta torpe, interesado, violento y desfasado en relación con su tiempo, es decir, también inculto y antiguo.

Así que las chorvas, las tordas, las tías, las iletradas de Pérez Reverte —para iletrado él, en sentido irónico, que entre tantísimas antinovelas escritas, todas muy históricas, eso sí, solo una me gusta de verdad—,

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como decíamos, son sustantivos y adjetivos que no son chelis en el sentido de Umbral, sino que parecen más bien producidos por algún resentimiento, por un elitismo de tiempos caballerescos —que habría mucho que hablar de lo que es y fue un caballero— o por un ombliguismo intelectual, lo cual constituye una verdadera contradicción que, seguramente, no ha podido resolver dialécticamente.

No hablemos —para qué— del vómito caliente, como todos los vómitos, del alcalde de Valladolid, de las ironías de Alfonso Guerra, del pene durmiente de Sánchez Dragó o de los abundantes y rijosos comentarios de Berlusconi, también muy caballero. Hablemos, sí, y sin ironías fáciles, del papel que la mujer tiene que jugar en esta sociedad mundializada, internacionalizada, globalizada y tecnologizada. Digamos también en serio que las iniciativas de progreso para avanzar en todos los órdenes, empezando por la justicia social, tienen que tomar en cuenta a esa más de la mitad de la humanidad que somos las mujeres, y que, o el progreso es eso, o no será.

Nota: Voy a escribir a tres amigos que tengo en la Real Academia, uno de ellos mujer, para que lo planteen, desde el punto de vista del habla, en una sesión.

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ร NDICE

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¿Qué fue lo que me impulsó en su día a escribir públicamente sobre cada una de estas personas? En unos casos su desaparición dolorosa, en otros la admiración, en muchos la circunstancia, en alguno la crítica benévola y en todos el respeto.

Creo que la sola lectura de los nombres lo explicaría todo: Neruda, Hernández, Celaya y Labordeta entre los poetas; Lázaro y Buesa entre los maestros; Tomás y Valiente, Fernando Múgica, Sarkozy, Piquer, Zapatero, Giménez Abad y Lluch entre los políticos; Saura, el artista. Y los añadidos: Lola Flores y Picabea (Ortega Monasterio), que son versos sueltos. Ahora, al revisar lo escrito, sé que fue la comprensión de lo que cada quien representó para mí en su día lo que me llevó a ello, y también el valor propio que todos ellos han aportado a la consecución, después de una trayectoria histórica reciente tan compleja, de una nueva conciencia de identidad compartida.

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Saura, Aragón y Huesca, desde mi terraza45 Domingo, 29 de noviembre, doce y media de la mañana. En Madrid hace un día frío y azul como los de Jaca. A primera hora he bajado a comprar la prensa y el pan. Es una buena conquista esta de poder comer pan tierno los domingos. En mi barrio —una isla de quietud entre la modernidad de Orense y el aire castizo de la plaza de Chamberí— todo el mundo sale temprano los días de fiesta a la panadería y al quiosco.

Al subir, me siento al sol en la terraza y, mientras como un trozo pellizcado a un tipo de pan oscuro y oloroso que aquí llaman zapata, ojeo, distraídamente todavía, el suplemento dominical de El País. Al volver una página, me encuentro inesperadamente con el hermoso perfil de Antonio Saura, con un lado solo de ese rostro pensante y de ese cuerpo sometido por su dueño que en el último año me he afanado en interpretar. A mí me gustan los calvos, y él posee una hermosa cabeza, muy regular en su morfología, donde el equilibrio lo marca la nariz, el gusto por la vida, la boca, y la inteligencia emerge en la mirada.

La terraza de mi minúscula casa madrileña no tiene más paisaje que la severa racionalidad arquitectónica del edificio de los Nuevos Ministerios, y, casualmente, estos días está colgada en el Círculo de Bellas Artes una exposición sobre la obra del arquitecto Zuazo. La visita a la misma me ha reconciliado definitivamente con el edificio

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Publicado en Diario del Alto Aragón el 15 de diciembre de 1987.

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y con el encargo que en su día le hiciera a Zuazo Indalecio Prieto.

La mole, gris y rosa, posee la neutralidad formal que lo administrativo requiere, matizada sabiamente por las servidumbres ambientales —arcos y porches, jardines interiores, patio de columnas— que su situación en la Castellana le impone; un poco, y salvando las distancias, como la nueva Diputación de Huesca, que también encuentro retratada en El País.

Lo que a mí se me antojan coincidencias desencadena un ramalazo de nostalgia, muy típico del que se siente ausente, aunque la ausencia sea voluntaria. Decido, sin embargo, escribir las siguientes reflexiones despojadas del intimismo que la lectura del magnífico artículo sobre Saura y sobre la importancia de la obra que deja en Huesca me ha suscitado. Leo con deleite y disfruto particularmente de la lucidez que se desprende de los párrafos entrecomillados. «Siempre me he sentido muy aragonés», dice, y sin embargo confiesa haber mezclado Roda de Isábena con Tiépolo y Miró y haber pintado sus obras murales en Cuba, en Ámsterdam y en Nueva York. Se refiere, en un discurso muy intelectualizado y muy simple a la vez, a la duda como estímulo fundamental de su inspiración, a la plasmación de sus fantasmas personales, que son los de toda nuestra generación, y a las etapas de su trayectoria artística. Universalidad necesaria para el artista, la valoración positiva del cambio español y la alusión firme y un poco amarga a la tendencia a perseguir lo ajeno como un espejismo, sin reparar en lo que tenemos dentro.

Mientras leo, pienso que el deslumbramiento que produce no es solo por lo que dice, sino por la perfección radical con que lo expresa.

También le reconozco en el rapapolvo al trabajo, no siempre acertado, de las instituciones. Yo voy ahora con frecuencia al Prado y, como Saura, añoro su organización anterior. Creo saber que las obras se realizaron, fundamentalmente, por motivos de conservación, pero ha quedado demasiado evidente la estructura.

Pienso de nuevo en Huesca. Yo sé que fue un convencimiento institucional el que motivó el encargo a Saura, por acuerdo casi unánime, para que dejara su impronta en la ciudad y la provincia que le ayudaron a configurar su peculiar sentido de la belleza. Lo he dicho públicamente otras veces: las instituciones son el resultado de la voluntad que la sociedad tiene de organizarse; son previas a los individuos y les sobreviven y, en democracia, tienen una trascendencia en

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sí mismas que está por encima de los partidos y las personas que las rigen en cada momento histórico de concordia civil. Quien gobierna debe tener sentido de la historia, aunque solo sea para librarse de su peso, como hace Saura cuando se disfraza de Felipe II y lo pinta negro, gris, sepia y negro, como debió ser.

Observo en la fotografía de la revista los Porches y pienso en la primera controversia que suscitaron. Veo con la imaginación el museo del sótano, que albergará el arte moderno entre los bloques de lo que fueron los muros de una casa de campo de un oscense romano acomodado; mis ojos van de la fotografía al edificio de Zuazo alternativamente. Son obras que sintetizan la historia y la modernidad para rendir un servicio público, pero que serán seculares y tendrán su propio sentido al margen de la utilidad, y, en el caso del de Huesca, la presencia de Saura será, sin duda, determinante. Como ciudadana, he compartido la voluntad firme de los que lo han hecho posible, que han sido muchos, y concluyo que Saura, Huesca y el edificio son un buen mensaje para los aragoneses del futuro: Ámsterdam, Nueva York, Cuba y Huesca. No fue mala idea.

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Alfa y omega del compromiso intelectual46 Toda la nostalgia del hermoso oficio literario abandonado momentáneamente se me anuda de golpe en la garganta escuchando las voces del poeta. Gabriel Celaya, Rafael Múgica, el poeta, habla de sí mismo, de su poesía, a un grupo de personas que llenan hasta abarrotarlo el pequeño salón del Instituto de Cooperación Iberoamericana. Con ese prosaísmo aparente que le caracteriza, el poeta-ingeniero va analizando, como si de algo analizable se tratara, su trayectoria personal y poética, que es una sola.

Describe tres estados de conciencia que se suceden en su vivir. El primero es el de la conciencia mágica, que aflora, según él, cuando de joven, en su San Sebastián querido, descubre los dulces nombres de las cosas. Son los días en los que conoce a su mujer: «Estoy solo», dice que le dijo cuando la vio, en una librería, por primera vez. «Soy ingeniero y de buena familia, pero no me gusta ninguna de las dos cosas…». Se casan pronto y después del casamiento viene la editorial Norte, para que él pueda publicar sus poemas, y otros, como Leopoldo de Luis y Miguel Labordeta… El segundo es el que él llama de la conciencia colectiva. Si la conciencia mágica recogía la historia compartida de la humanidad —el amor, la muerte, el destino—, la segunda etapa de su vida poética representa una mirada horizontal sobre el presente; va unida a su militancia en el Partido Comunista, y él hace entonces de su poesía un instrumento, «un arma cargada de futuro».

La usa como un apero con el que laborar por la consecución de la igualdad. Su vehemencia nos lleva a una digresión sobre el compromiso de los intelectuales. Celaya se compromete con el progreso de la sociedad a la que pertenece, entendido el progreso como la tensión hacia la justicia y no como la aspiración al bienestar.

Hay escritores que se mantienen al margen de dicho compromiso, y están en su derecho, pero que no se reclamen intelectuales. El que no se compromete con el progreso se compromete con la reacción.

Por poner un ejemplo, Arrabal sería el caso extremo. Por la vía de un aparente anarquismo radical se compromete, aunque él no lo quiera, con la reacción española más sonrojante; se compromete con el catolicismo más integrista que todavía ejerce y sus componentes, aunque 46

Publicado en 1988.

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la ficción poética creada por él responda, como es evidente, a una notable capacidad literaria.

Si desde el punto de vista de la invención, de la capacidad imaginativa y fabuladora, merece nuestra admiración incondicional, desde el punto de vista de la repercusión de su aparición en la vida colectiva de los españoles nos parece peligroso, y ello no porque pensemos que las sociedades no pueden permitirse estos y otros lujos de extravagancia, que creemos que deben existir para espolear el mundo de la creación; es, más bien, porque la sociedad española está haciendo un esfuerzo colectivo —y de este esfuerzo no excluyo a casi nadie— por encontrar la viabilidad de un proyecto común que está muy por encima de las posiciones sectarias, que abundan más de lo que parece, porque es un hecho objetivo que aquí, por ahora, no sucede como en otras sociedades occidentales en las que, al margen de la dialéctica conservadurismo/progresismo, el proyecto de vida común no peligra desde hace siglos. Aquí existe todavía la amenaza constante de ruptura irreconciliable, y cuando digo irreconciliable me refiero tanto a la sangre que se enfría en las aceras del País Vasco como a la sangre cierta que hubieran producido las piezas de artillería para las que en los planos estratégicos del 27 de octubre —tan cercanos— alguien había calculado minuciosamente el alcance y los objetivos.

El artista que quiera ser solo un artista, lo cual colmaría las aspiraciones de cualquier hombre desde cualquier punto de vista, que lo sea en libertad absoluta, pero que no se deje condecorar por Pinochet, contratar por Batista o inspirar por la Virgen María; parece que puede lo mismo soplar al oído de un español errante las palabras de La torre herida por el rayo que a la oreja de un cubano la conveniencia de cortarse los genitales para ser más puro.

Pero volvamos al Celaya presente, que se halla ahora, confiesa sin melancolía, en una tercera etapa: la de la conciencia órfica. Describe el desencanto de muchas cosas y la necesidad que siente de sumergirse en el cosmos, en el mundo físico del que se siente parte. «No soy un místico —aclara—; odio la mística. Estoy hablando de un mundo material cuyo latido siento e intento transmitir en el poema. Soy ahora un poeta puro, solo eso».

Un aplauso cerrado y algún grito recogen las palabras de este hombre que se desnuda sincero y solidario, siendo útil hasta el fin a sus contemporáneos.

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Que le pongan un crespón a la Giralda47 Que le pongan un crespón a la Giralda, a la torre y sus campanas, a la reja y a la cruz. Ha muerto Lola Flores un 16 de mayo, como murió Joselito, el Gallo, en la plaza de Talavera de la Reina en 1920. Como él, ha sido primera figura, no sin peleárselo, como también hiciera el torero, con sus Belmontes particulares. En este caso no han cuajado, por el momento, como entonces, aunque opten a ello Rocío Jurado y en un futuro, si no me falla el instinto, María Vidal. A las dos, tan enteras ellas, les falta todavía para ser únicas, el sentido del riesgo y un cierto sentimiento trágico de la vida que a Lola le salía por los poros del alma.

Creo que fue Vázquez Montalbán el primero que, hace más de veinte años, en su Crónica sentimental de España, reinterpretó el mundo de la canción ligera —incluida la copla—, despojándolo, dentro de lo posible, del oficialismo rampante y tratando de analizar y dignificar un ámbito singular de la vida española, jaleado por unos y convertido en maldito por otros. A partir de entonces se puede decir en algunos pocos lugares que canciones como Ojos verdes —«“Serrana, me das candela / y te doy este clavel”. / “Ven y tómala en mis labios, / que yo fuego te daré”»— o La bien pagá —«te llaman la bien pagá, / porque tus besos compré/ y a mí te quisiste dar / por un puñao de parné», etcétera— son dos buenos poemas populares, de contenido altamente sentimental y erótico; en ellos, como ha sucedido siempre en las canciones y los romances procedentes de la tradición oral, se describe un argumento de pequeños o grandes dramas pasionales, magistralmente condensados por medio de recursos artísticos, tanto literarios —estilo directo, nominalismo, expectación frustrada o final abierto— como musicales.

Otro tanto podríamos decir de muchas canciones —La Niña de Fuego, La Salvaora o La Lirio— que Lola Flores interpretó cantando, bailando, diciendo, gesticulando de forma extrañamente armónica y particular, hasta sentirse o hacernos sentir que era la protagonista dramática indiscutible y eterna de las vivencias que en ellas se cuentan.

Yo, que como profesora de literatura he analizado los logros formales de la literatura popular, anónima o no, que nace unida al canto 47

Publicado en 1995.

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—«por las calles de mi alma / van los toros en manada», dice en un rosario de hermosas metáforas una canción popular andaluza—, soy muy aficionada al cante y al baile flamencos y también a la copla —sobre todo a las letras de las canciones—, aunque admito que son categorías diferentes, pero no tan alejadas entre sí como algunos puristas pretenden.

Por todo ello me ha gustado escuchar estos días, al hilo de la muerte de la irrepetible Lola, cuyo arte interpretativo he defendido cuando no se llevaba, que alguien separaba categóricamente su capacidad dramática de su vinculación al régimen mientras existió la dictadura.

Algunos, no todos, de los que nos hemos dedicado a la docencia, explicamos en clase que, desde el punto de vista del análisis sociológico de la literatura, la obra literaria es el producto de la sociedad en la que se produce y que las formas que triunfan son las que propugna la clase dominante de cada época. Viene ello a cuento ahora porque quisiera aportar algo, en un pequeño homenaje a su figura a veces incomprendida, que nos permita afirmar que Lola, si los criterios del análisis sociológico no están equivocados —y yo creo que no—, fue víctima de una época y no su paladín. ¿Quién puede asegurar que su sentimiento religioso, patriótico y familiar son de corte franquista?

Por no entrar en otras confesiones más comprometidas, alguien que, como ella, decía que no practicaba, pero que hablaba «a su modo» con Dios, que sentía su España de forma visceral y no interesada, y a la familia del modo nada convencional con que afrontó ciertos problemas, poco tiene que ver con el patriotismo armado y el catolicismo de cartón piedra de la época.

Quisiera decir también que estos días he oído contar a uno de sus amigos íntimos que ella lamentó toda su vida no haber podido conocer a García Lorca. Federico reconocía, como expresa muy bien en las conferencias que impartió sobre el flamenco, el supremo valor del cante como expresión de un pueblo. Este valor era la autenticidad, lo auténtico, lo que nos hace conectar instintivamente con lo real, con el origen, con la tierra que somos, con lo telúrico. Por eso le fascinaban algunas figuras como Ignacio Sánchez Mejías y, como a toda la generación del 27, por debajo de tanto arte puro le corría una vena casticista de la que formalmente abominaba. A la muerte del torero, Lorca escribió uno de los plantos más significativos de la literatura

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española: «Por las gradas sube Ignacio / con toda su muerte a cuestas. / Buscaba el amanecer, / y el amanecer no era. / Busca su perfil seguro / y el aire lo desorienta. / Buscaba su hermoso cuerpo / y encontró su sangre abierta». ¿Alguien que haya oído recitar a Lola poemas de Federico ha podido dudar de un principio de identificación? Yo afirmo sin reparo que algo la distinguía de los demás, de las demás; afirmo también que tenía un sentido auténtico de la vida que le impidió ser una mujer banal; tal como la hemos conocido, sabemos que se le paraban los pulsos por cualquier cosa que para ella mereciera la pena. Y parece que, sobre todo, le merecían la pena los problemas de los demás. El pueblo español, que para la selección de los grandes tiene un instinto especial, ha demostrado con su forma de decirle adiós que, sin tantas explicaciones, siempre la entendió.

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Desde la serenidad48 Hace ya bastantes años que los militantes de los partidos de izquierdas, en general, hemos olvidado la sensación de inseguridad con la que vivimos desde 1969, y antes, hasta 1977, con algún susto posterior, que nos trajo otra vez, episódicamente, el escalofrío de la violencia autoritaria. Recuerdo haber pasado personalmente mucha angustia por la detención de nuestra hija mayor en la Universidad y por el registro exhaustivo del domicilio de Jaca por tres miembros del Ejército y dos de la Guardia Civil, durante horas, en el 75. Los recuerdo como hechos más significativos, pero hubo otras situaciones más generalizadas que están en la memoria colectiva.

Desaparecidas venturosamente con la democracia y el compromiso de todos las actuaciones del Estado en relación con el enemigo interior, no pensamos ahora con demasiada frecuencia en que hay en España compañeros y demócratas en general que viven todos los días bajo el peso de la amenaza neofascista. Solo cuando sucede una aberración en forma de asesinato —cualquiera que sea— la angustia vuelve y el escalofrío se reproduce, como en esta mañana con el atentado contra Francisco Tomás y Valiente en Madrid o hace dos semanas contra Fernando Múgica en San Sebastián.

Hablé con Fernando, casi de paso, en dos ocasiones; sin embargo, sabía de él a través de mi marido y compañero, Carlos García, con el que solía sentarse a charlar en las mañanas transparentes de sus vacaciones jacetanas. Él lo consideraba un hombre entero, apasionado y cabal que se sobreponía a la amenaza diaria con una mezcla de firmeza y dolorido desprecio por la violencia asesina. Igualmente he seguido desde hace años con un alto grado de identificación la trayectoria de lucha activa por los valores democráticos de Francisco Tomás y Valiente. No quiero inventar, para llorar hoy sus muertes violentas, palabras nuevas; en la literatura española existen tres grandes llantos, por la muerte del padre, del amigo, del compañero, que servirán muy bien a este pequeño recuerdo a todas las víctimas del terrorismo.

De ellos, el que exprime mejor la amargura del sentimiento es el de Miguel Hernández ante la desaparición de su amigo del alma 48

Publicado en 1996.

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Ramón Sijé; sus versos podrían haber servido también para llorar su propia muerte en la cárcel de Alicante, propiciada por la indiferencia cruel del dictador: «Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, / un empujón brutal te ha derribado. / No hay extensión más grande que mi herida, / lloro mi desventura y sus conjuntos / y siento más tu muerte que mi vida».

Federico García Lorca, víctima él también del fanatismo militante, había manifestado pocos años antes su dolorido sentir por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, paradigma, según él, de esa serenidad patricia y varonil que caracteriza la actitud de algunos hombres ante el peligro cierto; son unos versos que podían haber cobrado todo su sentido el miércoles pasado en el cementerio de Polloe o mañana en el del Pardo. «Yo canto para luego tu perfil y tu gracia. / La madurez insigne de tu conocimiento. / Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca. / La tristeza que tuvo tu valiente alegría».

El otro gran llanto en español, más antiguo y convencional, nos llega de la tradición clásica y medieval. Constituye una queja familiar, filial y fraternal —Carmen, Enrique, José María, Rubén, Francisco Tomás—; en él se describe cómo el maestro Rodrigo Manrique llenó de sentido con sus actitudes vitales las tres vidas que al hombre le son dadas: la vida terrenal, la espiritual y —esta es la novedad— la vida de la fama; siendo la tercera la consecuencia de las otras dos, es la que hace perdurar la memoria de los muertos para siempre en el recuerdo de los vivos: «Aquel de buenos abrigo, / amado, por virtuoso, / de la gente, / el maestre don Rodrigo / Manrique, tanto famoso / e tan valiente; / sus hechos grandes e claros / non cumple que los alabe, / pues lo vieron; / ni los quiero hazer caros, / pues qu’el mundo todo sabe / cuáles fueron».

Ya no está de moda relatar las hazañas de nadie, pero ¿constituye o no una hazaña vivir el día a día personal y familiar en el País Vasco —Jáuregui, Eguiguren, Redondo, Atutxa, Mayor, Aldaya y muchos otros demócratas anónimos—, bajo la amenaza real, como si de un vivir normal se tratara? ¿Constituye o no una hazaña atreverse a defender en público y de forma valiente los valores democráticos y el duro camino seguido por España para llegar a su consecución, como hacía casi cada día Tomás y Valiente? Mis compañeros me han oído decir muchas veces que nuestros sacrificios, cuando los hacemos, no son ni la sombra de los de aquellos compañeros que hace solo sesenta

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años pusieron sus vidas en el tablero en defensa de sus ideas, que son las nuestras.

Contra todo pronóstico, en la España democrática, como también diría Lorca en su Llanto, la muerte ha puesto huevos en la herida y, ante el dolor tremendo de todo el país, la intolerancia crea cada día mártires de las libertades. Pero, aunque el tiempo lo vuelve todo opaco, queremos decir aquí, en homenaje a todos ellos, que nadie ya nunca les podrá arrebatar a Fernando Múgica, a Tomás y Valiente, y a tantas otras víctimas del terrorismo y a los suyos, la tercera vida, la vida de la fama, es decir, el recuerdo para la historia dolorida de España de que sus ideales, socialistas en el caso de Múgica o Casas y comprometidamente democráticos para todos los demás, valían para ellos sus propias vidas, si este es el precio que sus asesinos le han puesto a la paz para esta tierra y para todos nosotros.

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Confidencial49 Créanme los lectores cuando digo que no quería yo hablar públicamente de la muerte del senador y diputado socialista Carlos Piquer Jiménez. Ha sido la tierna alusión que le dedica en El País del viernes Haro Tecglen, cuyo hijo, el gran periodista de Triunfo Haro Ibars, se suicidó también siendo joven, lo que me ha impulsado a intentar esclarecer, en la medida de lo posible, la figura de mi compañero: «Aunque a veces un hombre demasiado honrado, demasiado sensible y con sentido de culpabilidad se castigue a sí mismo con el suicidio», se lamenta Haro. ¿Qué escribir sobre Carlos Piquer que en Aragón no se haya escrito ya con variada justeza, que huya tanto del sentimiento elegíaco como del reproche, a los que tan aficionados somos en esta tierra? Los profesores de literatura solemos explicar a nuestros alumnos que los poetas, para poder transmitir mejor su pensamiento, intentan reforzar la expresividad y la belleza del lenguaje con recursos que únicamente su arte podría exprimir de la lengua común; los que no somos poetas utilizamos a veces esas expresiones geniales para consolarnos cuando nuestro ánimo está especialmente conmovido.

Miguel Hernández, en la elegía a la muerte de su amigo Ramón Sijé, escribe, buscando consuelo, en los versos 35 y 36: «Por los altos andamios de las flores / pajareará tu alma colmenera». Aunque cualquiera de las deslumbrantes estrofas del poema me hubiera servido mejor para explicar lo que quiero decir aquí, opto conscientemente por estos versos, casi anodinos, porque creo que, antes que nada, Carlos Piquer, el amigo, el compañero, el político sagaz, seguramente el amante, el sastaguino ribereño, era un alma colmenera. Dejo a los lectores el privilegio intocable de hacer su propia interpretación, pero en su memoria añadiré la mía para despedir al hombre que, en un arranque dolorido, se ha ido para no molestar más.

Un alma colmenera. La colmena representa simbólicamente lo colectivo, la organización, la disciplina, el trabajar por objetivos, el cumplir cada uno su papel, el elaborar codo con codo el producto, pero es también el contacto apretado, el calor, el murmullo, el dulzor, la 49

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promiscuidad organizada, la laboriosidad imparable, arropada siempre por el susurro confortable de la presencia de los compañeros. Las abejas constituyen el grupo animal vivo del cual se han conocido hace años por los científicos los modos de comunicación interna más sofisticados, como lo es el que revoloteen en forma de 8 tantas veces como medidas de distancia alejan el panal de un campo de flores, por ejemplo.

Así era Piquer, para bien y para mal: comunicativo a instancia propia, evasivo a veces, laborioso, inteligente y solidario, intuitivo y personal y, solo cuando él quería, tierno y rocero hasta la exageración.

Era el clásico hombre de grupo…, siempre que este le permitiera ejercer su libérrima y personalísima interpretación de lo que eran los intereses comunes que le gustaba liderar sin aparentarlo.

Tenía el convencimiento de que la vida privada, si en sus modos no afectaba al trabajo público, era de cada uno, y en ese punto manteníamos él y yo una radical discrepancia beligerante que nunca nos separó, sino todo lo contrario. Precisamente en esos escarceos aludía él siempre con ironía a mi puritanismo de corte anglosajón, contraponiéndolo a su moral íntima, propia de la cultura mediterránea de sus no muy lejanos antepasados gitanos de Valencia por parte de madre; concluía él que vivía en un desarreglo muy arreglado que no precisaba de mis recomendaciones.

Lo cierto es que era un ser humano cautivador, y no solo para las mujeres, que eran su objetivo de seductor masculino consumado, sino que también lo era para los hombres y para los grupos. Convincente y persuasivo en su discurso, no resultaba, sin embargo, muy hablador ni extrovertido, como es corriente en el juerguista conspicuo que siempre aceptó que era. Mantenía largos silencios atentos, miraba a los ojos y hablaba siempre en un tono cauto, analítico, cadencioso, dulce y reflexivo, explorador, no obstante, como un halcón peregrino, del movimiento dialéctico del contrario. Últimamente ha sido, también antes que nada, un ser humano enfermo que sufría en la medida en que su tremenda lucidez le llevaba a constatar su impotencia ante los acontecimientos, y que las gentes, sin huirle, preferían no verlo para no sentir alterada su serenidad de bienpensantes. Asombrado por tanta actitud esquiva, su muerte anunciada ha sido su último y desgarrador ejercicio de libertad personal y, tal vez, de lucha y sacrificio por los suyos y por los demás. En el fondo,

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ha demostrado ser un romántico, a medio camino entre Calderón y Lord Byron, que se jugó la vida en una aldea griega por la libertad, ayuno de toda grandeza.

No quiero pensarlo en su ataúd, que no he querido ver; quiero pensarlo, sí, libre por siempre y para siempre de sus pesares más íntimos, de la intolerancia, del exceso de culpa, e incluso libre de la comprensión de ahora, que ya a nada compromete. Él era un hombre de honor, y, como tal, puesta en tela de juicio dicha condición, la severidad del análisis de sí mismo en aquella circunstancia no le permitió el relativismo necesario para seguir viviendo.

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En carne propia50 Solemos decir que todas las muertes son iguales, sobre todo las perpetradas por la sinrazón de los terroristas. Creo que lo que queremos decir es que todas ellas nos duelen por igual desde la perspectiva democrática y humana, que consagra el derecho a la vida como el más fundamental de todos. Sin embargo, para cada uno de nosotros no todas las muertes son iguales. Yo no conocía a los dos guardias civiles muertos en el valle de Tena durante el verano, pero los lloré en aquella tarde sallentina más que a otra pareja de guardias cuya muerte haya sucedido lejos de aquí.

Aceptando que nada de lo humano nos sea ajeno, es humano, y por lo tanto defendible, que el modo y la cercanía imprimen a los acontecimientos tintes especiales. No vivimos en su día de la misma manera la muerte de Miguel Ángel Blanco, cuando todos pensábamos que teniéndolo delante, y con él a todo el país, no llegarían —ingenuos de nosotros— a matarlo, que la muerte de tantos y tantos concejales de tantos ayuntamientos, hijos, igualmente, de tantas familias a las que querríamos consolar.

En Aragón, las acciones de ETA resultan particularmente crueles, cuando desde siempre hemos sido y somos tierra de acogida, de brazos abiertos para los vascos; desde la montaña hasta la universidad, pasando por la industria y otros sectores, hemos sido el vecino leal y admirador de sus muchos valores. No pueden señalar en nosotros nacionalismo español alguno, puesto que desde siempre Aragón ha estado a la cabeza, sin caer en el nacionalismo regional exacerbado, de la defensa y del reconocimiento de la diversidad de los componentes del Estado español, que cuajaron en el primer proyecto de estatuto aragonés de los años treinta. Claro que estas consideraciones resultan ridículas en relación con la complejidad moral y política que determina, como es el caso de ETA, que para seguir viviendo la vida colectiva como uno cree que es hay que matar a todos los demás, o al menos despacharlos, excluirlos, sin consideración alguna al ejercicio de sus derechos más elementales, como si semejante aberración fuera no solo posible sino conveniente y deseable.

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Decía que la muerte cobra otro sentido cuando se produce en carne propia. Tiene que ver con aquella indiferencia que invocaba Casona en una de sus ingenuas tesis revolucionarias: «un día se entera uno de que en China han muerto diez mil hombres…». Todos los muertos y los secuestrados y los torturados son nuestros y en la misma medida, pero también es verdad que la reacción es distinta cuando toca tan cerca.

En tres ocasiones han muerto a manos de ETA hombres inocentes a los que yo conocía bastante y apreciaba mucho. El primero fue el coronel Carlos Díaz Arcocha, jefe de la Policía Vasca, en los últimos ochenta. Bilbaíno, rara avis militar en una familia de médicos, enamorado de su tierra y del Pirineo, íntimo amigo de juventud, gran lector, que escribía novelas y dirigiría luego una revista militar. No he conocido a nadie más vasco, más empeñado en transmitir los valores auténticos de su tierra, que describía con pasión poética, partiendo de lo universal. Una bomba lapa de alguno de sus paisanos, a los que amaba, le partió el cuerpo en dos cuando iba a trabajar en una institución policial cuya creación había colmado las aspiraciones políticas más ambiciosas de los vascos de entonces. Su hija, Teresa Díaz, que lidera el dolor de las víctimas, me lo recuerda mucho.

El otro ha sido Ernest Lluch, con el que tuve relación directa siendo yo consejera y él rector de la Universidad Menéndez Pelayo.

Los dos idealizábamos en nuestras conversaciones la ciudad de San Sebastián. Yo había vivido mis años de recién casada en un rincón paradisíaco, al lado del Urumea, en el barrio de Loyola. La familia de mi marido vivía y vive aún frente a la playa de Gros, y por ello atravesaba casi cada tarde con el cochecito de nuestra primera hija la ciudad por distintos caminos, descubriendo rincones, ambientes y gentes muy distintos y más dulces que nuestros duros entornos aragoneses. Él quería comprarse —así lo hizo— una casa frente al mar, en la zona entre la avenida, el paseo Nuevo y Gros, para pasar allí lo mejor de su tiempo, materializando su amor por todo lo vasco.

Ahora, y aquí, ha sido Manolo Giménez Abad, y todos los aragoneses hemos quedado, en parte, heridos de muerte por la eficacia cruel y sangrienta de la sinrazón que ha caído sobre él, que era el gran defensor de la razón como primer instrumento de análisis; él, que se distinguía, junto con otros tres o cuatro políticos aragoneses —no más—, por creer que en política solo el diálogo es la base de lo posible.

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¿Será verdad, como decimos cuando las palabras no bastan, que vienen cayendo los mejores? Al menos es verdad que caen más aquellos que nunca pensaron que eran tan importantes como para merecer que se fijaran en ellos, ni siquiera los terroristas, y que no por casualidad coincidían en presentar perfiles especiales, nada sectarios, muy conciliadores, partidarios siempre del acercamiento, como eran Manolo, Lluch y Carlos, es decir, los mejores entre nosotros.

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In memoriam 51 Los sentimientos, lo que podríamos llamar el corazón, suelen guardar en los archivos de la memoria aquello que amamos y no queremos perder porque intuimos que forma parte sustancial de nuestro propio ser. Ese acervo personal e intransferible, que va conformando lo mejor de nosotros, emerge cuando menos se espera y, a veces, algunos de sus indicios salen al exterior mostrando a los demás cómo somos de verdad.

En los días siguientes al atroz asesinato de Manolo Giménez Abad, alguien me comentó que en unas declaraciones televisivas suyas se había referido a su etapa de adolescente, cuando estudiaba el bachillerato en el instituto de Jaca, valorando aquella formación y citando a algunos de los que fuimos sus profesores. No me sorprendió porque se lo había oído decir públicamente en otras ocasiones, pero en ese momento me llevó a la consideración dolorosa de cómo era Manolo y de cómo solía repartir generosamente los méritos que solo a él le correspondían. Lo hacía ya de chico, siempre discreto pero firme dentro del grupo; lo hacía en su profesión y también en la tribuna. Pensé también que tenía razón al referirse a ello, porque aquel instituto de las primeras promociones, a las que él pertenecía, fue un estupendo invento educativo avant la lettre. Reabierto en el año 61 —existió también en un corto periodo de la República— por la voluntad más que firme del entonces alcalde, Benigno Fanlo, echó a andar contra todo pronóstico con las dificultades de todo lo recién nacido.

Tuvimos, sin embargo, muchas cosas a favor: la existencia del magnífico edificio de los años treinta que todavía es emblemático para la ciudad, el apoyo incondicional del Ayuntamiento —al que acudíamos para todo—, un director general que había inventado aquello de «todos los españoles bachilleres», una directora —Rafaela Cámara— con el tesón que caracteriza a los sorianos y un grupo de personas que desarrollaron el proyecto como si en él les fuera la vida. Enseguida se nos unieron por destino ministerial algunos profesionales que venían de muy distintos lugares y de muy distintas formaciones y que dieron al centro un carácter especial. Por eso creo honestamente que cuando 51

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Manolo se refería a Marisa Bailo y a mí misma se estaba refiriendo a Sara Abella, Lupe Miquel, Gabriel Oliver, José M.ª Laso, Maribel Falcón, Fermín Sánchez, Ángeles y Lidia, por citar solo algunos de la lista interminable de personas que contribuyeron a hacer de aquel centro el lugar que el alma de Manolo nunca olvidó. Aquel modelo educativo, que atendía no solo ni principalmente a la instrucción, se explicitó después en la LOGSE en lo que se llamaría educación en valores y actitudes. A ello creo que se refería en concreto Manolo y de ello hablábamos muchas veces él y yo cuando nos encontrábamos por los pasillos de la Aljafería, donde siempre le sitúo. Ni una sola vez, creo, en ocho años, pasamos uno junto al otro sin pararnos un momento.

Yo seguía su trayectoria desde que le encontré, ya como profesional de talante democrático y con inclinación política, batallando por la autonomía plena en el edificio de la plaza de los Sitios con Santiago Marraco y Andrés Cuartero. Fue un reencuentro afectuoso, de cercanía mutua, que se ha mantenido y estimulado a lo largo del tiempo.

En nuestras frecuentes conversaciones hablábamos de todo, pero, en general, de Jaca. Él se interesaba por la vida de los profesores a los que antes me refería, siempre recordando el instituto y yo le contaba mis visitas de joven universitaria de primera generación a la librería de su abuelo, don Fausto, que siempre me preguntaba por la marcha de mis estudios. Con motivo de haber tenido ambos responsabilidades de gobierno —a él se las traspasó a Presidencia desde Educación Santiago Lanzuela— en las aspiraciones olímpicas de nuestro Pirineo, mantuvimos algunas entrevistas de trabajo en cuyo contenido casi siempre predominaba el acuerdo. Pensaba, como yo, que en los primeros veinte años del nuevo siglo el Pirineo albergaría unos Juegos de Invierno, por la propia lógica expansiva del espíritu olímpico, y que, si no los reclamaba y gestionaba Aragón, lo haría Cataluña con Andorra, tal y como deseó siempre algún responsable olímpico español hoy desaparecido. Con motivo de las negociaciones entre partidos para las leyes de parques culturales y de patrimonio, de cuyos textos opinaba con el olfato del buen jurista que era, también solicité su opinión y apoyo, y nunca, nunca, despreció el valor del encuentro, el consenso y el acuerdo final.

Como educadora me ratifica siempre en mi vocación el haber contribuido en alguna medida a formar a gentes como Manolo y como tantos alumnos y alumnas que ahora me encuentro en cualquier

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ámbito ejerciendo sus oficios con acierto y responsabilidad. Sin embargo, y como digo siempre, en la formación integral de las personas la escuela constituye solo uno de los ingredientes, y no el más importante: el más importante lo constituyen siempre y para siempre las familias, porque allí se inician los valores y los desvalores que luego aflorarán en la escuela.

A la familia de Manolo, antes que a nadie, va dedicado este recuerdo.

A la que lo crio y a la que él formó después. Angustiadas hoy por su pérdida, pero también reconfortadas por el eco de su memoria, les cabe el honor de haber formado y disfrutado de un hombre cabal donde los haya habido, que ha muerto en el ejercicio político de lo que él creyó humildemente que era solo un deber de ciudadanía.

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Don Fernando52 Nos vamos quedando sin los maestros y aún no se me alcanza qué vamos a hacer sin ellos. Las instituciones públicas aragonesas y zaragozanas, incluida la Universidad, han rendido hace pocos días un homenaje muy sentido a la figura de Fernando Lázaro Carreter, aragonés de Magallón y zaragozano ejerciente, lingüista, crítico literario, profesor irrepetible, autor teatral, batallador incansable por hacer de la lengua, de las lenguas, elemento de prestigio y cohesión social. La suma de todo ello da a su persona una dimensión inigualable en el contexto intelectual y académico de la España moderna.

Las impresiones que desgranaba emocionado en el acto José Antonio Pascual, alumno de Lázaro en Salamanca, profesor y académico también, me hacían revivir el calado que el magisterio, el ejemplo y la exigencia pedagógica de Lázaro tuvieron en nuestras vidas profesionales y personales. Los filólogos aragoneses, todos, incluso los que tuvimos que estudiar lejos de aquí, hemos sido unos privilegiados al tener como profesores a gentes como Ynduráin, Blecua, Lázaro, Monge o Buesa en los inicios, y como referentes añadidos a Gil, Lapesa, Alvar, Gullón, de Nora, Ayala, Alarcos y otros muchos, año tras año, en los Cursos de Verano de Jaca. Hasta que lleguen a mayores sus mejores alumnos —Blecuas, Maineres, Egido, Martín Zorraquino, Cachos, Blesa y otros muchos— no se hará visible lo compacto de otra generación que no solo enseñó lengua y literatura, sino que, como ellos, transmitió una forma intelectualmente honesta de estar en el mundo.

Al escuchar hace unas semanas las alabanzas con motivo de su muerte, no pude por menos que sonreír cuando en una televisión decían que Lázaro Carreter era un hombre bondadoso. Era muy buena persona, no me cabe duda, y es verdad que solía hablar en tono muy suave, casi dulce, concentrando en la voz y en la expresión el dardo del pensamiento, pero ello no le convertía en bondadoso, que suena como a viejecito, a complaciente, a estar ya de vuelta de todo.

Tesia Villanova, Ángela Aísa y yo misma nos trasladamos a Salamanca en 1953 para estudiar Filología acompañadas por una nota 52

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de don Paco Ynduráin para el decano, don Manuel García Blanco, que nos recibió en su despacho el primer día de curso. Fuimos allí durante tres años alumnas de don Fernando. Teniendo en cuenta que éramos catorce alumnos en Románicas y treinta y dos en Lenguas Modernas, se entenderá hasta qué punto Lázaro sobre todo, pero también Zamora Vicente, Tovar, Ruipérez, González Egido y otros influyeron en nuestra formación. Pero lo de don Fernando con nosotras tres era especial: «Bienvenidas a esta clase, aunque con retraso, las tres representantes del Viejo Reino de Oriente al que tanto apreciamos, aunque deberían tener en cuenta que el sol, que aparece en la península por sus tierras, acude siempre a su cita a la hora exacta». Ello, delante de toda la clase.

Una pequeña pincelada puede dar noticia de su exigencia académica: «Señorita X —no se refería, en este caso, a ninguna de nosotras—, no puedo admitir su cuaderno de recensiones en esta convocatoria porque, cuando comentábamos hace meses en clase los versos de Neruda “Pobres niñas de trenzas rubias, casadas con notarios”, apunté en mi lista que usted, suspirando impúdicamente, dijo: “¡Quién los pillara!”. Yo escribí entonces junto a su nombre la palabra prosaica. Vuelva en septiembre con este cuaderno de lecturas y otro dedicado a las recensiones de todas las obras de Neruda. Tal vez para entonces se haya curado».

Desde que hiciera sus tres estancias en Francia para profundizar en las técnicas del comentario de textos, oírle leer y comentar a los clásicos del teatro francés, con cuyo análisis e interpretación nos sobrecogía, constituía un espectáculo, pero era en la clase de Crítica Literaria donde se superaba, aunque nunca faltara —decía— algún espíritu mostrenco entre los alumnos que, como tal, bajara el comentario al nivel del suelo. De vez en cuando acudía a los Cursos de Jaca.

En el verano del 95, creo recordar, ya superado su accidente cerebral, vino a la apertura de los cursos acompañando a Vargas Llosa y me contaba, orgulloso: «¿Sabes que fui a ver a Felipe González para explicarle lo necesario que es que la Academia se informatice? Me entendió a la primera». «Claro, don Fernando». «Chica, cuando estábamos en Salamanca tú tenías dieciocho años y yo rondaba los treinta y tantos; deja ya el don, que ahora los dos somos unos viejos».

Puedo rememorar al instante el sonido de su voz, infinitamente controlada, sobre todo cuando el contenido de lo que decía resultaba

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mordaz, que era casi siempre, y para consolarme de su pérdida pienso que pocos días antes de que nos dejara compré Clásicos españoles (Alianza, 2003), en cuyo prólogo se pregunta Lázaro qué es un clásico. Él es ya, en rigor, un clásico, si no en la creación, sí en todo lo demás.

Los que disfrutamos de su magisterio, y tal vez de su amistad, hemos de procurar que sus enseñanzas no se pierdan, que no se desdibujen entre las luces de la gloria ya alcanzada, sino que sigan estimulando los elementos básicos de una vida en común cada vez más civilizada y culta, como él quería.

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El último romántico53 En estos días los periódicos nos han traído la triste noticia de la muerte de José Luis Ortega Monasterio, acompañada en cada caso de una breve semblanza. En este mismo diario, el exmilitar y profesor Gabriel Cardona desarrollaba el sábado 24 una nota biográfica muy extensa y documentada que pasaba, como las otras reseñas, de puntillas sobre los episodios más dolorosos de su vida, sucedidos precisamente en Aragón.

Al proponerme escribir sobre ello, no en una necrología, que a él no le hubiera gustado, sino en la reivindicación de sus impecables comportamientos civiles y militares, siento la tentación de afirmar que no era una persona, o no solo una persona, que lo era, y de las mejores, sino, en alguna medida, un personaje. Él novelaba su propia vida con especial ingenio y presumía de la doble condición de vasco y catalán. «De ahí que haya podido trabajar mi música con la doble inspiración de los ochotes vascos y de los marineros catalanes», comentaba orgulloso. Aristocrático, muy militar y algo clasista como era, no resistía el tirón de lo popular, tanto en su vertiente de compositor —la cual dio resultados artísticos admirables— como en su trato con la gente. Era un seductor incorregible y lo asumía explicando que uno de sus bisabuelos, oficial carlista, había realizado su primera conquista militar en el País Vasco en la persona de la chica más guapa de Motrico, con la que se casó.

Le conocimos mucho, y nos demostraba lo que nos quería cuando cada año nos encontrábamos en septiembre en la Costa Brava. Habíamos compartido alguna aventura de la lucha democrática, que tuvo para él fatales consecuencias y pudo tenerlas también para nosotros, cosa que no sucedió gracias a su valentía, a su temple y a su leal amistad.

El Ejército y sus propios compañeros nunca le comprendieron del todo y finalmente, coincidiendo con los años oscuros, alguien se encargó de pasarle factura a su talante liberal. Como se recoge en el libro reciente del profesor de la Universidad de Zaragoza Javier Fernández Militares contra Franco, fue en 1976 la cabeza de turco en Aragón 53

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—prisión máxima en el castillo de Santa Catalina— de las represalias contra los supuestos implicados en la UMD, y más tarde, ya en los ochenta, víctima de un denigrante montaje contra su honor que los tribunales ordinarios se encargaron felizmente de desenmascarar cuando al final de su carrera militar estaba destinado en Huesca.

Conocía bien nuestros contactos con el grupo de la UMD de Gerona, y en la primavera del 75, llevado de su sentimiento patrio, nutrido por mil matices contradictorios pero nobles, confeccionó un manifiesto democrático, apasionado y excesivo, como él era, que llegó a todos los militares de la guarnición jaquesa. Unas semanas después, estando enfermo de gripe, un oficial subordinado y amigo que lo visitaba en su casa de la calle de Echegaray, donde vivía solo, buscando por indicación suya el talonario de farmacia en su mesa de trabajo, encontró un paquete de ejemplares de la proclama.

Por el cariño y el respeto que se profesaban, según me contó dicho militar en su día, cuyo nombre callo por discreción, sufrió este un verdadero dilema de conciencia durante los tres o cuatro días del puente de San José, y al final su obediencia castrense le obligó a dar parte a sus superiores. Interrogaron a Ortega en la Escuela Militar de Montaña durante dos días con todo sigilo, según nos hizo saber su yerno, Mariano Izuel, y no consiguieron que implicara a nadie más; a pesar de ello, al día siguiente nuestra casa tuvo que sufrir un registro implacable por parte de dos miembros del SIM de la Guardia Civil, respaldados por la presencia física de un coronel —por suerte, antiguo profesor mío del bachillerato y nada fundamentalista— un capitán y un brigada del Ejército.

Aunque nunca perdonó José Luis la severidad del correctivo, reconocía que fue un proceso legal y comprendía hasta cierto punto a sus compañeros en el cumplimiento de lo que ellos consideraron su deber. Mucho mayor disgusto y un dolor no comparable, del que nunca se consoló, le produjo el proceso de extorsión y de ataque a su honor que le organizaron —otros, o los mismos, nunca se supo— al margen de la legalidad, tal como hicieron también con algunos de nosotros, intentando el desprestigio de las personas, desde que en el año 80 Rodríguez Sahagún, ministro de Defensa de la UCD, anunciara la presentación en el Congreso de una proposición no de ley para la rehabilitación de los militares de la UMD, que no prosperó entonces.

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Felizmente, Picabea —era su apodo militar— tenía otras compensaciones vitales: su familia, su música y su vida en la Costa Brava y en Cataluña, donde, como lo demuestran los numerosos premios y homenajes recibidos, todo el mundo le quería y le respetaba. La última vez que le he visto ha sido en la televisión, teorizando sobre la habanera como expresión de cultura popular de una época. Atrayente en su vejez como en su juventud —melena blanca, gorra marinera, camiseta a rayas y chaqueta de capitán de barco—, ha emprendido con total cualificación humana, profesional y artística su última singladura.

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El gran sacrificio54 La mayoría de las gentes del mundo, la esencial mayoría, como diría él, nunca le agradeceremos bastante a Pablo Neruda su sacrificio.

Siendo como era un poeta esencial, un poeta puro, según la concepción de Juan Ramón, sacrificó en algunas de sus obras esa vocación irrenunciable para poner sus versos al servicio de la idea de una mayor justicia para el hombre. Como a Miguel Hernández, como a Celaya, entre mis preferidos, le pudo más, a veces, el sentimiento humano que su avasalladora inspiración; de ahí la grandeza de su renuncia.

«No escribo para que otros libros me aprisionen / ni para encarnizados aprendices de lirio, / sino para sencillos habitantes que piden / agua y luna, elementos del orden inmutable, / escuelas, pan y vino, guitarras y herramientas».

Pablo Neruda no es el poeta, o no es solo el poeta, ni el hombre siempre enamorado, ni el patriota chileno trashumante, ni el americano del sur, ni el político entregado, ni el comunista tardío, ni el agitador contra la represión en España, ni el cantor más ilustre del marinero, del campesino, del minero; es todo eso, proyectado en el sentido más profundo de la poética de lo humano, y es mucho más porque él eligió cantar la vida de los otros y batallar por y para los otros, bien que con un punto de tentación narcisista de proyectar más profunda y extensamente el propio yo.

Nacido en 1904, a los trece años publica su primer artículo y a los catorce el primer poema. Desde entonces y hasta 1972, año en que, renunciando al cargo de embajador en Francia, vuelve a Chile y comienza la redacción final de sus memorias, con muchas obras esenciales ya publicadas y recibidas en todo el mundo con un clamor, escribe, antes de morir, a los doce días de la muerte de su amigo Salvador Allende, Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena: «La multitud humana ha sido para mí la lección de mi vida. Puedo llegar a ella con la inherente timidez del poeta, con el temor del tímido, pero, una vez en su seno, me siento transfigurado.

Soy parte de la esencial mayoría, soy una hoja más del gran árbol humano».

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Mi generación se afirmó en el valor de los sentimientos con el libro Veinte poemas de amor entre las manos —«Me gustas cuando callas / porque estás como ausente…», «Eras la boina gris / y el corazón en calma»—, sin hacer demasiado caso a la afirmación premonitoria —«Puedo escribir los versos más tristes esta noche»—; era un librito delgado y gris, como la boina de su amada, de la editorial Losada que se distribuía discretamente en la Casa del Libro de la Gran Vía madrileña.

Pasando siempre atentos por otras obras, siempre luminosas, al fin pudimos tener en las manos y en el corazón la edición del Canto general, también de la editorial Losada y publicado en 1963, que es la obra definitoria de su postura ideológica y que se había editado en Buenos Aires en el año 1955. En este poemario dedicado al Cono Sur, el chileno universal, defensor del progreso de toda Iberoamérica y de toda la humanidad, pierde el pudor de poeta divino y, conscientemente, hace la poesía menos poética de su vida en pro de los desheredados del mundo. Canta a América, a Chile, a la tierra, a la España represora, a la Norteamérica dormida, a los marineros —«va tu piragua por la sal salvaje / y la furiosa soledad buscando / la guarida del pan»—, a los mineros —«el sollozo en el carbón de Lota»—, al político —«Dejo a los sindicatos del cobre, del carbón y del salitre mi casa junto al mar en Isla Negra»—.

«El océano Pacífico se salía del mapa…». Él también se salía del mapa y de la rosa de los vientos, acompañado por un enjambre de mascarones de proa con cara de mujer, arrastrándonos a todos tras de sí, incluso a los «encarnizados aprendices de lirio», entre los que me cuento, traspasados por los adioses, como Rojas Jiménez, el trashumante, el palomero, el loco de la sombra que rondaba su casa oceánica. «Compañeros, enterradme en Isla Negra, frente al mar que conozco…».

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El soldado Tomás Buesa55 Tomás Buesa, querido profesor y admirado hombre de bien, nos ha dejado. Los días pasados se presentaba en Jaca el libro Maestras, que ha editado Prames por iniciativa del Centro Escolar de Biescas, su Ayuntamiento y el Gobierno de Aragón. En el acto público se nos preguntaba a algunos de los autores sobre el papel que los maestros habían jugado en nuestras vocaciones. Yo afirmaba allí que la mía —la de profesora de Lengua y Literatura— se la debía sin duda al magisterio de Tomás Buesa durante el bachillerato.

En todas las semblanzas y notas biográficas que se han publicado estos días, con ocasión de la muerte de nuestro querido amigo y profesor, no aparecen reseñados, por desconocimiento, supongo, los primeros pasos de su carrera docente, luego tan dilatada, tan fructífera y tan escrupulosamente cumplida. Casi todos los biógrafos desconocen que, recién terminada su carrera en Salamanca y mientras cumplía el servicio militar en Jaca como soldado sanitario en el Hospital Militar, impartía clases de Lengua y Literatura en el recién creado Centro Politécnico de Estudios jacetano.

Como he escrito en otros momentos, aquel centro sui generis fundado por Juan Manuel Ferraz, también profesor de Lengua, funcionario de la República en un instituto de Cádiz, represaliado y desterrado, con un grupo de amigos —Alfonso Borraz, José Azcón, García Darder y otros—, fue posible en 1945 porque en él fructificó un modelo también sui generis de consenso político impensable. Allí se reunieron para impartir las clases de Bachillerato oficiales y jefes del ejército vencedor, profesionales de tendencia republicana como los referidos, curas, frailes y algún profesor no adscrito, como Tomás Buesa, que, recién licenciado, muy joven, de familia jacetana, no era afín a ninguno de estos grupos, perfectamente equilibrados y bien vigilados en todo momento por las autoridades competentes. (Véase la carta que al alcalde Lacasa le envía el gobernador civil para que controle la disidencia, reproducida en el reciente libro de Pedro Juanín sobre los escolares jacetanos).

En algunas ocasiones Buesa venía al centro con el uniforme militar, y le he oído contar muchas veces con regocijo cómo en una clase, 55

Publicado en 2005.

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al amenazar a los alumnos con tenerles allí hasta el día siguiente si no terminaban su trabajo, una alumna, también profesora de Lengua hoy, formulaba el siguiente reparo: «Pues yo no me quedaré, porque en mi casa no me dejarían que pasara la noche con un soldado». Seguro que Blanca ha sentido en el alma su pérdida como todos nosotros.

Algo de nuestra vida de alumnos, de profesores y de jubilados de la docencia, que no de la vocación literaria que nos inculcó, se ha ido con él, con Lázaro, con Blecua, con Ildefonso, con estos maestros insustituibles que nos transmitieron su ciencia de una cierta manera.

Con una gran exigencia, nulo relativismo profesional y muchísimo trabajo, nos fueron encauzando no solo hacia un oficio, sino a un modo de ver la vida en el que la honestidad de pensamiento y de conducta era la característica definitoria. Conocerlos y tratarlos fue un privilegio del que su falta nos ha ido privando en poco tiempo.

No todos sus alumnos hemos desarrollado las mismas líneas profesionales, pero ellos fueron la imagen impecable de hombres de bien, además de sabios, que se reflejaba y nos influía desde los dos lados del espejo. Los libros de texto de la Librería General, las obras en papel casi gris de la colección «Ebro» y sus palabras nos hacían transitar, algo enajenados pero muy responsablemente, por los caminos de la ciencia, de la cultura, de la introspección juvenil, de los saberes que ellos representaban, pero también de los sentimientos, como debe ser, cuando ahora ya sabemos que el saber y el querer, el ser y el estar son elementos inseparables. Fue una forma de vivir la vida de la que todos ellos, junto con Félix Monge, Ricardo Gullón, don Paco Ynduráin, Eugenio de Nora, Emilio Alarcos, que coincidían año tras año en los Cursos de Verano de Jaca, eran y serán siempre referentes indiscutibles.

No solo es la nostalgia de su presencia la que nos invade cuando se van yendo: es un sentimiento de orfandad paterna, personal e intelectual que penetra hasta lo más profundo, porque la muerte de los padres deja sin techo y obliga a crecer de golpe. Sin embargo, como dijo Manrique, de cuya poesía aprendimos con ellos, en todos los casos, y, para mí, en el de la falta de Tomás Buesa particularmente, nos deja harto consuelo su memoria.

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Sarko no es un francés al uso56 Lo explicaba muy bien Lluís Bassets hace unos días en El País con un título efectista y dramatizado: «C’est fini». Según este periodista, el presidente francés asiste asombrado a una caída libre de su popularidad. No sabe qué está pasando, y seguramente no sabe tampoco que lo que le pasa es que él no es francés, o, al menos, no es un francés al uso, y mucho menos un presidente francés al uso. No ha percibido todavía, me parece a mí, que juventud y modernidad no son sinónimos, ni que la originalidad en los comportamientos no es un valor presidencial, sino más bien lo contrario. En mi opinión tampoco calibra bien que no es lo mismo ser presidente que alcalde, cuestión esta que ya desbarató la presidencia de Chirac. Un alcalde, tanto si es de una ciudad grande como de un pueblo pequeño, representa lo tangible, lo inmediato: la necesidad de pronunciarse sobre lo concreto mientras mira a los ojos al ciudadano.

Un presidente, sobre todo en Francia, y sobre todo desde De Gaulle, encarna antes que nada el papel de la República en el continente y en el mundo, los valores innegables de su historia y el triunfo de la razón por encima de la pasión, esquema este que no lo inventa la Revolución en el siglo XVIII, sino que venía ya del teatro clásico de Racine y de mucho más atrás, de los sonetos de Ronsard. Todo ello cuenta, y mucho, para el francés medio y no solo para el alto funcionario y el intelectual, porque todos ellos tienen un desmesurado sentido del ridículo político.

Y es que Sarkozy es mucho más húngaro que francés, y es, casi por naturaleza, un romántico, peyorativamente hablando. Es individualista, imaginativo, exhibicionista y nacionalista, dicho también peyorativamente. Su nación verdadera —habrá salido a sus abuelos o a sus bisabuelos— es la que constituyó el Imperio austrohúngaro, representado muy bien por las excentricidades de Sissi. Esta mujer, al sentirse en la cumbre del poder húngaro, dejó que los violines influyeran en su ser alemán, bien que bávaro, para transformarse como reina de Hungría en el ser romántico, carismático y crepuscular que conocemos. He deducido todo esto al hilo de que estaba volviendo a leer a 56

Publicado en El Periódico de Aragón el 24 de febrero de 2008.

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Lajos Zilahy en El crepúsculo de cobre. Zilahy, Stefan Zweig, Vicki Baum, Mika Waltari eran los novelistas que leíamos cuando Galdós, Unamuno y Baroja no se vendían. En esta novela río, como a mí me gustan las novelas, una aristócrata húngara, también personaje fascinante, se siente en la obligación de proyectar a la Europa de los años treinta —París, Grecia, Italia—, creyéndose rompedora, los valores románticos que finalmente priman en su familia, que fueron los valores del Imperio.

En los últimos ochenta pasé nueve días en Budapest presidiendo el tribunal de los exámenes de español para extranjeros, que se corregían en el sótano de la embajada española, regida, por cierto, por un embajador zaragozano de trato exquisito casado con una muniquesa también exquisita. Había que ver aquel palacete fantástico que se caía a pedazos y aquella magnificencia en las dos ciudades, sobre todo en Buda, pero también en Pest, entonces abandonadas a su suerte, para entender lo que fue aquel Imperio tan añorado por algunos. Por la noche, en el maravilloso comedor modernista del hotel Astoria, cenábamos unos platos pobrísimos y baratísimos; eso sí, acompañados por un cuarteto de violines: nobleza imperial obliga, como le sucede al presidente francés, al que los grandes escenarios le tiran demasiado.

Lo que pasa es que ya no estamos en el XIX, y que hasta las élites se han modernizado tanto que algo en las medidas de Sarkozy huele a antiguo y a clasista, a algo que choca con la tradición racional y republicana de la Francia moderna, cuyos valores se practican ya en toda Europa. Es cierto que la Galia está pasando un momento de desánimo colectivo, como cuando Asterix con los romanos, en cierta medida por la incapacidad de la izquierda para organizarse interiormente, pero llegar al poder con actitudes de cruzado a redimir al mundo y a salvar Jerusalén de los turcos, de los negros, de los jóvenes y de los descarriados de cualquier color no es lo que toca ahora. Tampoco toca mostrarse trivial con las cuestiones íntimas y familiares. Imitarle, como si de un taumaturgo se tratara, sería revelador de una cierta pobreza de ideas y de un seguro desconocimiento de la historia.

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Talante y talento57 Hay que tener cuajo —que diría un cheli— y algo más para arrostrar con tranquilidad las consecuencias nacionales, internacionales, locales y caseras de una foto como la de la ministra Chacón pasando revista a un Ejército acostumbrado a los aires marciales y las voces enfáticas de arenga. Hay que tener buena fe y arrestos políticos bien puestos para suponerles algunos valores humanistas a los asesinos de ETA y para arriesgarse a hablar, que no a negociar, con ellos como si fueran personas normales; también para sacar a los homosexuales, por ley, que es lo que marca el matiz, de su agujero negro e histórico.

Hay que tener cuajo y algo más para permanecer sentado y ostensiblemente solo durante varios minutos en una cumbre de jefes de Gobierno cuando a tres metros se encuentra el corrillo del mando mundial, al que nada te impide acercarte, seguro de que, aunque con cierta estrechez de espacio, de caras y de miras, te van a hacer un hueco. También hay que tenerlo para esperar con calma, por cálculo político bien medido, a la segunda vuelta para ser presidente, pudiendo conseguirlo en la primera; cuajo y convencimiento de lo que uno es, de lo que representa y de lo que defiende.

El talante es una determinada manera de hacer las cosas —dice el diccionario— que puede ser constructiva o lo contrario, y el talento —dice también la Academia— es el estar dotado para sobresalir positivamente en algún ámbito del conocimiento.

El presidente Zapatero ha demostrado, creo yo, tener, en general, buen talante, pero también un particular talento para defender y promover con firmeza algunas cuestiones políticas en relación con lo que son sus más íntimas convicciones ideológicas, que para quien, como él, las vive con arraigo acaban determinando una forma de ser.

Es cierto que su etopeya —retrato físico y moral— le acompaña bien en las escenificaciones, lo cual no es muy corriente: maduro sin haber llegado a la madurez, las expresivas cejas en acento circunflejo, la sonrisa amplia nunca regateada, los brazos como aspas siempre a medio abrir, la mirada clara y el movimiento mesurado del cuerpo.

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Publicado en El Periódico de Aragón el 2 de mayo de 2008.

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Capacidades sinestésicas llaman los de la inteligencia emocional a eso de situarse con aplomo en el espacio.

Hemos leído que el director de la campaña de Obama hace mucho hincapié en la narrativa personal de su candidato, y parece que eso les está dando a ambos buenos resultados. Se trata de aludir suavemente a la historia de todos inscribiendo en ella la propia historia personal sin falsos pudores. Este recurso hace creíbles a los aspirantes, sobre todo ante su generación, porque encarnan lo que muchos votantes de entre cuarenta y cincuenta y cinco años hubieran querido ser: para ser diputado o senador joven hay que haber sido militante joven, estudiante comprometido joven y con ambición legítima también joven; hay que haber querido participar desde muy pronto y activamente en el sueño de llevar a sus respectivos países a la modernidad bien dosificada, cuestión esta de la que el presidente español ha hecho bandera, con mucho riesgo electoral, en la Ley de la Memoria Histórica, por ejemplo, que el discurso del nuevo premio Cervantes ha venido a justificar con creces.

Yo le conocí muy joven, en un episodio que nunca he contado en público, aunque sí en privado; y no soy una fan, pero quiero reconocer que con el tiempo ha ido ganándose mi respeto y mi aprecio de antigua militante, siempre crítica y poco sectaria. En el verano de 1982 asistí por el PSOE de Aragón a la Escuela de Verano del partido, en Madrid, junto con Fernando Elboj, Bernardo Bayona, Alfonso Sáez y algunos otros compañeros; no sé si ellos lo recuerdan. El trabajo comenzó la misma noche de la llegada con una conferencia de José M.ª Maravall, que dirigía la escuela, sobre la situación de los grandes partidos socialdemócratas europeos; el análisis fue tan deslumbrante para nosotros, que nos tuvo allí, mediante coloquio final, hasta las dos de la madrugada.

Y allí estaba él: joven, alto, muy delgado, con media melena y el perfil afilado del que está a la que salta. Saltó a la primera de cambio, adelantando su nombre, su origen, su edad —veintidós años, creo—, su militancia leonesa, su carrera de Derecho terminada hacía un mes y su propia opinión sobre lo que se debatía.

La escuela duró toda una semana, y por las mañanas venían a impartir doctrina los grandes de entonces y de siempre —Felipe González, Alfonso Guerra, Gómez Llorente y otros— y por las tardes en los grupos de trabajo se analizaban concienzudamente los documentos

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sectoriales del programa con el que se ganaron las elecciones en octubre de ese mismo año. Pues bien, nuestro presidente, tan moderado y tan audaz al mismo tiempo, lideró allí con un grupo de jóvenes la puesta en marcha de una escuela crítica paralela a partir de las once de la noche, anunciada a bombo y platillo en un enorme papel de estraza colgado en el hall, donde se criticaba sin tapujos a Ciriaco de Vicente en Salud o a Victorino Mayoral en Educación y, en conjunto, al excesivo posibilismo de los planteamientos oficiales. Nuestro grupo, mayoritariamente docente, acudía algunas noches y pudo comprobar el rigor dialéctico de los debates.

Ese es nuestro hombre: nada conformista y nada radical en apariencia, pero siempre asumiendo riesgos; es el mismo que es capaz de jugársela para conseguir un futuro mejor para todos, como ahora ha sucedido en el caso de sumar Educación y Acción Social en un mismo ministerio que, sin perder de vistas las necesidades perentorias de los más necesitados, avance hacia las tendencias doctrinales más modernas en educación de la llamada escuela inclusiva, o reunir, para afrontar este mundo nuevo, universidad y mundo productivo sin que la primera pierda su fundamental esencia formativa.

No solo, pues, buen talante, sino algunos talentos, unos de la izquierda de siempre y otros de su propio currículum oculto, que lo hacen fiable para una buena parte de españoles que creo que, como yo, le comprarían sin dudar su coche usado, indicador que para andar por casa han inventado los sociólogos de café a fin de medir la credibilidad de un individuo.

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Un poeta que muere a destiempo58 Al revés de lo que sucede en la política —no lo critico—, en el mundo académico hay que citar siempre las fuentes. Yo manejo desde hace años para estudiar a Miguel Hernández la edición, ya amarillenta, Obra poética completa (Zero, Bilbao, 1976), con una introducción impagable de Leopoldo de Luis en la que mi compañero escribió una dedicatoria que dice: «A ella, como si fuera entonces». José Manuel Blecua, padre, en los Cursos de Poesía Española solía empezar, ante la muda expectación de la clase, escribiendo en la pizarra con su preciosa letra redondilla dos fechas —«Granada, 1526», «Sevilla, 1927»—, y mantenía a continuación unos segundos de silencio perfectamente calculado. Luego explicaba rápidamente que en 1526 coinciden en Granada, en las bodas del emperador con Isabel de Portugal, el embajador italiano Navaggiero y el catalán Juan Boscán, íntimo amigo de Garcilaso, y las consecuencias gloriosas que tal encuentro tuvo para la poesía española. La otra fecha se refiere al homenaje que le dedica a Góngora, en Sevilla, la generación del 27 cuatrocientos años después. «Todo y nada es casual en poesía, porque es la expresión de lo inefable», concluía.

En mis clases de Literatura algunas veces esperaba a mis alumnos con un cuarteto escrito en la pizarra: «Una querencia tengo por tu acento, / una apetencia por tu compañía / y una dolencia de melancolía / por la ausencia del aire de tu viento». Cuando ya se habían sentado y leído la estrofa en silencio, preguntaba inesperadamente: «¿Quiénes de vosotros estáis enamorados?». Con una vacilación inicial, levantaban la mano cinco o seis, más bien chicas, y ellos y ellas leían varias veces en voz alta los versos para profundizar en el desgarro poético-amoroso de Miguel Hernández. Trucos de profesores, muy alejados del entrañamiento real de su inigualable pasión vital. Otras veces escribía una estrofa contundente, sobre todo con los de COU, que emergía del perfil de soldado revolucionario del poeta: «Sentado sobre los muertos / que se han callado en dos meses, / beso zapatos vacíos / y empuño rabiosamente / la mano del corazón / y el alma que lo mantiene». Él ha sido siempre mi referente para las clases de 58

Publicado en El Periódico de Aragón el 13 de marzo de 2010.

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Literatura dentro del grupo del 27, del que nunca llegó a formar parte del todo.

En la izquierda no se está, se es, como explicaba precioso Trasobares hace unos días; se es de izquierdas cuando a uno ante las desigualdades le duele el corazón y no solo la cabeza. Miguel Hernández, el poeta católico de joven, clasicista, revolucionario después, moderno por excelencia, amoroso, terruñero y telúrico, muere por su causa pronto y a destiempo, pero, mientras, lucha estremecedoramente por la justicia con sus versos perfectos, con sus recitaciones en el frente, con su teatro, con sus lágrimas de sangre. Cumpliría ahora cien años y solo vivió treinta y uno. Casi como Garcilaso, al que admiraba. Dejó poca obra, pero de tal intensidad temática y tanta perfección formal, aprendida de los clásicos antes de los catorce años en la biblioteca del colegio de los jesuitas, que no nos extraña que sea el poeta que más se ha proyectado en España fuera de sus libros, más incluso que Federico, al que, en alguna medida, le faltó la dimensión épica que en Hernández es tan ingenua, pero tan definitivamente conmovedora.

Muchos han bebido de él, dado que en la capacidad poética, formalista o no, donde no hay mata no hay patata. Cuando Sabina dice que no quiere París con aguacero, está citando a César Vallejo, al que Miguel admiraba, y cuando Bosé titula un disco Por vos muero está estrujando la mitad de un endecasílabo de Garcilaso, «por vos he de morir y por vos muero», que cierra uno de sus sonetos a Isabel Freyre.

Serrat le dio y le da cauce musical nuevo a Hernández cada vez, porque lo considera tan unido a lo humano como la vida y la muerte.

A los que mantienen que la creación literaria se oscurece cuando la contamina la política les recomiendo que lean la obra completa de Miguel Hernández en este centenario de su nacimiento. Insisto en lo de la obra completa, porque en su extraordinaria creatividad cupieron numerosos registros poéticos y todas las vertientes temáticas —religiosas, revolucionarias, amorosas y fraternales—, y también todos los metros y los recursos literarios formales acuñados en España desde el siglo XII. En sus versos cuajaron todos los amores, todas las tierras, todos los compromisos y todos los dolores, unidos como la cara y la cruz de una moneda. Reconociendo los valores de los poetas modernistas y de los de la generación del 27, ámbitos en los que, como decía, él nunca se integró del todo, no hay entre ellos, desde mi experiencia de más de cuarenta años desentrañando textos

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poéticos con alumnos, ninguno que pueda dar más de sí didácticamente hablando, pero también emocionalmente, que el poeta de Orihuela.

Hasta para escribir en verso libre hay que ser antes un buen versificador, midiendo, rimando y acentuando; lo saben bien todos los artistas de la palabra, entre los que Hernández es, en la expresión poética antigua y moderna, una luz deslumbrante. Harían bien en estudiarlo a fondo los creadores que, con frecuencia, nos presentan canciones con muy buena música y letras deleznables, dada la trascendencia generacional e identitaria que ha alcanzado para los jóvenes la música.

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Todo menos sencillo59 No es la primera vez que la muerte de un amigo, como me ha pasado con la de Labordeta, me pilla lejos de Aragón. Por una parte nos ha supuesto un drama íntimo no estar presentes, acompañando a sus mujeres y otros familiares en el duelo, pero, por otra, me veía yo deambulando sobrecogida por los espacios de la Aljafería intentando recuperar su voz; no la voz de su canto, sino la voz de su habla. Su pérdida, tristemente esperada, junto a la presencia allí de su cuerpo, se me hubieran hecho casi insoportables. El domingo por la noche lloraba a solas, más calmada, con el estupendo memorándum de TV 2, y de vez en cuando zapeo con ZTV solo para oírle hablar.

Los andaluces, que son viejos como el mundo, popularizaron hace unas décadas en una sevillana rociera el concepto exacto del sentimiento de ausencia: «Algo se muere en el alma cuando un amigo se va»; sobre todo si se va para siempre, digo yo. La temprana y repentina muerte de mi madre, de la que todavía no me he consolado, y la reciente de mi hermano, también temprana y repentina, me han dejado a mí muy tocada para asumir lo irremediable. Compartíamos edad exacta, generación, formación y cariños familiares mutuos; no he llegado a verlo enfermo del todo porque no hubiera sido capaz de no emocionarme en su presencia; espero que Juana y las chicas —todas tan enteras como él quería— lo comprendan. La última vez que hablamos fue en la plaza de Salamero: «Lo único que me jode de verte es que, siendo quintos, tú siempre pareces más joven».

Así era él: con un exabrupto muy medido velaba su cercanía cariñosa, una cercanía de vuelta, cultivada pacientemente, y construida, como todas sus creaciones, a base de reflexión y esfuerzo. Por ello me ha sorprendido mucho que en la enorme cantidad de referencias a su persona que han aparecido en todos los medios aragoneses y nacionales se hiciera con tanta frecuencia alusión a que era un hombre sencillo, es decir, tal como lo define conceptualmente el diccionario, sin artificio ni composición alguna.

Después de más de cuarenta años de amistad verdadera —un tesoro irrepetible para toda nuestra familia— sé, o creo saber, que, al 59

Publicado en El Periódico de Aragón el 15 de octubre de 2010.

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contrario de lo que pretendía aparentar en su sencillez de trato, era un producto muy acabado y fino de toda una generación literaria, pero también musical, política y artística en general, radicada en Aragón, pero que podía ser trasladada en sus componentes a cualquier otro lugar de España o de Europa, sobre todo a Francia. Nunca nos engañamos con su aragonesismo, que, siendo profundo y sentido, era, como el de otras grandes figuras —salvando las distancias—, muy universal. Todo en él era simbólico, y, aunque aparezca paradójico, lo era más en sus expresiones más directas; en sus creaciones, en todos cuantos ámbitos se expresó, el resultado era un constructo laboriosa y sabiamente desarrollado.

Era heredero, como todos nosotros, del 27 y del 98, pero sobre todo de la generación de poetas que le antecedieron en el tiempo inmediato, su hermano Miguel —«a su lado, yo soy un aficionado»—, Ángel González, Otero, Celaya, Hierro, tal como los estudia José-Carlos Mainer en Tramas, libros, nombres (Anagrama, 2005), que remite a la literatura de los años 1944-2000. Como todos nosotros también, personalmente era el producto de un existencialismo difuso —hablándose a sí mismo, buscando la raíz de la existencia—, y formalmente, es decir, escribiendo, de un surrealismo muy expresivo en el sentido literal que le daba Ricardo Gullón a la palabra: «fusión de lo real en una realidad otra»; todo ello pasado por el cedazo, es decir, depurado, y al mismo tiempo teñido de una lluvia fina muy aragonesa que impregna los estereotipos con los que los de aquí cargamos desde siempre. Nuestro dolor heterogéneo, nuestra imaginación campaniforme (Emilio Gastón) y su obra nos ayudarán a todos a saber que no ha muerto.

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Es en este bloque de artículos en el que hay que rogar al lector que dedique particular atención a la fecha en la que cada uno se publicó, dadas las convulsiones políticas habidas en los casi treinta años de vida española y aragonesa que abarca el libro.

El ejercicio de la política, que en democracia tiene que buscar su origen en el compromiso ético personal, se reconozca o no, se vive como una pasión, con los añadidos algo morbosos de que conlleva siempre una fecha de caducidad y de que no siempre la opción que prevalece es la propia. Aquello de que la pasión esclaviza y la razón libera se cumple a rajatabla en este ámbito, tal vez solo como en el del enamoramiento, y en ambos como en ningún otro que yo haya vivido. ¿Para qué vale el poder?, preguntan los desengañados. Para poder hacer, diría yo; para poder cambiar, para poder mejorar lo que a todos atañe. De ahí en adelante, cada uno hará en política aquello que crea, deba y pueda desarrollar, dadas las limitaciones que cada realidad —¡siempre tan cambiante!— impone. Si es cierto que la praxis política, en democracia, es el arte de lo posible, lo que no es posible no es político. Esto no supone que se deba prescindir de lograr lo que a veces parece inalcanzable ni renunciar a la utopía como estímulo, porque ello significaría la muerte del pensamiento.

Por otra parte, no deberíamos confundir la política en abstracto ni la doctrina política de cada partido con la tarea de gobernar, que, sea cual sea el marco en el que cada uno opere, es siempre una trinchera.

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La clarificación política60 Durante el franquismo se dijo hasta la saciedad, sin duda por herencia de los fascismos, que los partidos políticos eran nefastos. Para una dictadura es siempre mortal la aparición de cualquier mecanismo democrático, y por ello no está muy lejos el tiempo en el que algunos de los hombres y mujeres que hoy representan, con legitimidad que nadie les niega, opciones políticas muy concretas decían que ellos no eran políticos. Poco a poco la sociedad española va superando las rémoras que atenazaban la vida colectiva en el pasado, y ya hoy, en esta campaña, todo el mundo asume con entereza, e incluso con cierta agresividad, su condición. No sucede lo mismo con el lenguaje electoral de algunos políticos, que, o bien describe realidades tan concretas y puntuales que su análisis resulta antidialéctico, o bien se despega tanto de la realidad que la pierde de vista.

Dice el diccionario que la política, en sentido amplio, comprende la serie de medidas tomadas por los dirigentes de cualquier sociedad en orden a conseguir los fines de la misma. En un sentido más restringido —continúa—, política es el conjunto de actividades humanas que se orientan hacia el gobierno y la administración de una agrupación suficientemente numerosa de personas organizadas soberanamente. Se infiere, pues, de estas definiciones que lo político requiere necesariamente la acción y que no es política la mera formulación de unos objetivos si no se explica al mismo tiempo el modo de alcanzarlos.

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Publicado en 1982.

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Estamos los españoles inmersos en una campaña electoral y recién salidos de un referéndum; bueno será reflexionar sobre la necesidad ineludible de que los planteamientos programáticos y quienes los expliquen utilicen un lenguaje estrictamente político, es decir, referido al grado de cumplimiento de los mismos que pueda verificar el electorado dentro de cuatro años. «¡A la calle!, que ya es hora de pasearnos a cuerpo», dijo el poeta militante. El poema se titula España en marcha, es de Gabriel Celaya y su contenido, verso a verso, viene que ni hecho a la medida para animar a todos a una campaña clarificadora: «Nosotros somos quien somos…».

La reciente experiencia del referéndum no fue muy alentadora en este sentido. La clarificación política brilló por su ausencia y a las dificultades que el PSOE tuvo para explicar su cambio de postura desde 1981, en razón del realismo obligado al que antes aludíamos, se sumó la confusión del lenguaje de otras formaciones o movimientos; habrá que convenir en que algunos partidos se condujeron como si de organizaciones sociales de otra índole se tratase y algunas de estas hablaban como si fueran partidos políticos. Hubiera sido muy útil el haber dejado sentado en cada caso algo tan obvio como que la razón de existir de los partidos pasa inevitablemente por la consecución y el ejercicio del poder. Lo dice la doctrina y es el primer compromiso que tiene que asumir cualquier militante para no caer en las intervenciones públicas en la tentación de disimularlo.

Esta evidencia, que limitó mucho a los socialistas entonces la posibilidad del lucimiento oratorio, tenía que haber impedido a comunistas, centristas, nacionalistas y populares el uso y el abuso de un lenguaje testimonial, audaz y angélico que no podrán mantener, como no lo mantienen sus homólogos europeos, cuando tengan que ejercer el poder político real. Ahora pasa igual: la derecha nos pasa por la izquierda y esta habla de temas de Estado con lenguaje de reivindicación sindical. Entonces y ahora, solo los grupos no políticos, y en la medida en que dejaron claro que no lo eran y lo han mantenido, constituyen una vanguardia del pensamiento a la que no obliga el compromiso concreto.

Así las cosas, nos queda aún por recorrer una parte del camino a golpe de mitin. Los socialistas, que empezamos explicando nuestro programa concreto, que es muy vendible, estamos teniendo que cambiar de registro para defendernos de valoraciones cuya validez no se

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constata en un mitin, sino en la lectura del Boletín Oficial, en cuyas páginas, que algunos, imperdonablemente, no leen, quedan las intenciones convertidas en voluntad política.

El electorado, que no es tan incauto como algunos piensan, ha demostrado en todas las consultas de la transición que sabe valorar los matices; maticemos, pues, nuestros programas, que eso es lo que demanda el personal, y vayamos cada uno a por la mayoría absoluta, que no es perversa en sí si no se abusa, sino todo lo contrario: más bien constituye una garantía para la gobernación, y la estabilidad democrática que no ha conocido este país en siglos.

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La moderación del PSOE61 Los adjetivos son las menos inocentes de todas las palabras. Los sustantivos —programa, gobierno, cambio— son términos neutrales, concretos, casi inocuos. Los adjetivos, por el contrario, al implicar necesariamente valoraciones en uno u otro sentido, son rebeldes, intencionados, hirientes.

Viene a cuento esta disquisición psicológico-lingüística porque quisiera analizar aquí brevemente el uso que se ha hecho estos días pasados del adjetivo moderado, que es el más corriente de cuantos se han empleado para etiquetar al nuevo Gobierno socialista.

Moderado es una palabra que se nos revela en el diccionario como un arma cargada de intenciones, que diría Celaya; no es un término que se sustituya fácilmente con el uso de otro equivalente; requiere para su definición una explicación completa y no sirve de buen grado, como veremos, a la intención de domesticidad que algún opinante le demanda, o, al menos, no sirve solo a esa intención. El concepto moderación forma parte por derecho propio de un grupo analógico en el que aparecen voces como mesura, templanza y ponderación, campando en el mismo espacio que otras como medianía, freno o atenuación. Sus antónimos más usuales, siempre según el diccionario, serían vehemencia, violencia y radicalidad. Apacibilidad, prudencia y comedimiento constituirían su familia más cercana.

Pasando del campo de la lingüística al de la política, me he preguntado a menudo estos días qué valoración real se ampara en la palabra que nos ocupa cuando se aplica interesadamente a la política inmediata de los socialistas. ¿La que le correspondería en el uso estrictamente político? «Actitud que busca el equilibrio evitando extremismos en la realización de una idea o en la aplicación de una norma; consiste fundamentalmente en no tener únicamente una norma, sino todas las circunstancias concretas y factores que entran en el juego de su realización», uso que la pondría en relación directa con los conceptos de mesura, ponderación, etcétera, que citábamos antes, o más bien cobija una intencionalidad que se correspondería mejor con medianía, freno y atenuación, que también aparecen como análogos, y yo 61

Publicado en 1983.

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misma me respondo constatando que se utiliza en ambos sentidos, si bien por distintos sectores. En efecto, al que aspira a que nada cambie a pesar del cambio le produce el efecto tranquilizador de un guiño de complicidad que da por implícitas coincidencias inexistentes. El que pide que todo cambie desde ya la emplea en el sentido analógico que más descalificador resulte y sintoniza más con la idea de moderación frente a radicalismo, entendiendo el segundo término como la atención preferente a la raíz de las cosas. ¿Es el del PSOE un programa moderado? Lo es, desde luego, en sus planteamientos económicos. ¿Puede ello justificar que desde alguna parte se le llame moderado con intención desvalorizadora o con intención de convivencia?

Voy a contar aquí una experiencia que no me parece anecdótica respecto de lo que estamos diciendo. Durante la última semana de julio, más de cien militantes socialistas, dos por provincia, asistimos en la Escuela de Verano del partido a la discusión de las líneas generales del programa electoral. La mayoría de los asistentes ostentaban cargos públicos u orgánicos y en bastantes de aquellas personas se daban las dos circunstancias, así como la doble condición de militante del PSOE y de UGT. Durante varios días se produjeron allí debates agotadores sobre temas económicos tales como la reconversión industrial, la distribución de recursos, el paro, la política fiscal y otros, mantenidos con un apasionamiento general, aunque controlado, por parte de los alumnos y con una cierta severidad, también controlada, por parte de los técnicos que los dirigían. Florencio Ornia, Pedro Silva, Álvaro Espina, Enrique Barón, Carlos Romero y otros muchos aportaban una y otra vez a aquellas discusiones interminables el rigor aplastante de las cifras y de los hechos económicos. Cuando, ya al final, Joaquín Almunia, hoy ministro de Trabajo, hizo para los alumnos la valoración política de los datos técnicos acumulados en las sesiones anteriores, las pasiones más o menos iconoclastas del alumnado, entre ellas la mía propia, se iban disolviendo en el atardecer velazqueño de la ciudad universitaria como se disolvían los azucarillos de esponja de los cumpleaños, dejando en los alumnos un cierto desencanto atenuado por la aceptación realista de lo inevitable. La rebeldía contra la moderación del programa quedaba en tímidas protestas contra la realidad económica española y occidental y contra la profundidad de una crisis-era que

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afecta al mundo entero. Sabido esto, el intento de administrar mejor lo que tenemos no resultaba moderación ni convivencia peyorativamente hablando, sino realismo puro. Otra cuestión sería que los que han venido utilizando la palabra para mostrar su comprensible preocupación tengan todo el derecho a exigir al PSOE, y sobre todo en el terreno de la economía, una firme voluntad política que no esté sometida a ningún tipo de interés particular.

No quiero cansar al lector con la descripción de las discusiones en torno al cambio en materia de política social, en las que los asistentes recuperaban la idea de que el socialismo no es una pasión inútil que vaga por las galerías fantasmagóricas de la economía mundial. Allí escuché a José M.ª Maravall el siguiente razonamiento, que viene muy al caso y que propongo a la consideración del lector: moderado no es un adjetivo que comporte una idea cabal y completa: se es moderado con respecto a…, y, en materia política, se es si se va por detrás de la presión social. Lo moderado o no de un programa se mide por la resistencia que encuentra, y este programa económico y social va a ser difícil de cumplir porque va a encontrar muchas resistencias en la propia sociedad española, incluso en aquellos sectores que, previsiblemente, voten socialismo.

También el Gobierno que ha nombrado Felipe González ha recibido el mismo calificativo. Partiendo otra vez de las consideraciones lingüísticas que hacía al principio, quiero comentar algunas evidencias: dentro de la moderación, se ha dividido a los ministros en socialdemócratas y vaticanistas.

Ya están puestas las etiquetas, para descanso de unos e inquietud de otros. Desde mi punto de vista y por lo que sé de ellos —invito al lector a leer sus biografías en cualquier periódico o revista bien informados—, solo algunos de los responsables del área económica han hecho profesión explícita de socialdemocracia; los otros, creo yo y creemos muchos socialistas, aplicarán, muy concienzudamente, eso sí, medidas socialdemócratas, pero es seguro en casi todos los casos, será malgré lui. Es útil confesar aquí también que hay muchos socialistas que no han resuelto tampoco la disyuntiva que planteaba a los comunistas en un artículo perfecto José Luis Rodríguez en el Andalán de hace dos semanas (vid.).

Y en cuanto a los vaticanistas, ya veremos. A pesar de lo peyorativo del adjetivo —este sí que es inequívoco—, yo espero de algunos de

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ellos, creo que con cierto fundamento, muchas e importantes medidas que, por pertenecer al ámbito de las libertades y de los derechos de los ciudadanos de cada país, no están condicionadas desde el exterior y dependen más de la voluntad de cambio del que gobierna, sobre todo si gobierna con mayoría. En este ámbito, y después de ejercitar la sensibilidad política que ha demostrado tener, el Partido Socialista tendrá que llevar el cambio a la raíz de las cosas colectivas; en algunos casos tendrá que escuchar al Vaticano, pero deberá legislar sin pedirle permiso.

Y, en resumen, dentro de cuatro años los españoles podrán elegir de nuevo entre las distintas ofertas electorales, como hacen habitualmente los europeos —¡es un milagro!—; aquel será el momento de refrescar los conceptos y las palabras. Tal vez ni lo ahora llamado moderado habrá sido posible, y el PSOE y los ministros de ahora y de después tendrán que explicar por qué no lo fue, y tendrán que demostrar además que lo intentaron con todas sus fuerzas.

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UMD: una nueva ocasión política62 La prensa, al realizar el comentario obligado a las manifestaciones del vicepresidente del Gobierno sobre la necesidad de arbitrar el procedimiento oportuno para que puedan volver al Ejército los militares de la UMD, ha coincidido, casi sin excepción, en señalar que existen dificultades, tanto desde el punto de vista legal como desde el punto de vista político, para que este proceso necesario se inicie y se desarrolle sin mayores impedimentos. Y, sin embargo, somos muchos los españoles que pensamos que, si las dificultades existen realmente, deberían ser ahora mucho menores que hace cuatro años, cuando su existencia se evidenció dibujada con tan inquietantes perfiles.

A estas alturas democráticas, y aunque, las palabras de Alfonso Guerra hayan actualizado el tema, pocos lectores recordarán que tal vez una sensibilidad parecida a la que a él le caracteriza para captar los matices de la convivencia civil inspiró a algunos miembros de la UCD —no muchos, al parecer, y según se demostró después— durante la primavera de 1980. El grupo parlamentario de este partido firmó y presentó en el Congreso en junio de aquel año una proposición de ley que propugnaba la vuelta al Ejército de estos profesionales y la rehabilitación de los militares republicanos. Esta valiente propuesta, que fue suscrita por todas las fuerzas políticas menos Alianza Popular, nunca pudo ser aprobada y puesta en vigor porque nunca pudo ser debatida.

Ya mucho antes, la Ley de Amnistía, sancionada por las Cortes democráticas en 1977, no había podido recoger, por razones de oportunidad política fácilmente imaginables, semejantes planteamientos, y, paradójicamente, tampoco se aludía a ellos para nada en la Ley de Reforma del Código de Justicia Militar, que se discutía en la Cámara en el mismo verano del 80, coincidiendo exactamente en el tiempo con la entrada de la antedicha proposición.

Resultaban entonces tan poco justificables para la opinión pública los silencios oficiales sobre el camino parlamentario que podía seguir la propuesta y sobre las razones de la no inclusión del contenido de la misma en la Ley de Reforma que se estaba debatiendo que el ministro 62

Publicado en 1985.

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de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, se vio precisado a realizar unas declaraciones al periódico El País del día 23 de junio, en las que afirmaba rotundamente que no había existido presión alguna sobre las instituciones en relación con la posible alusión a la vuelta de los militares en el texto legal y que, si bien compartía los deseos de reconciliación que habían dado lugar a la propuesta de sus compañeros de grupo, había otros valores en las Reales Ordenanzas que no se podían desconocer.

Y no es un imperativo idealista el que nos lleva a muchos españoles a reclamar para esta asignatura pendiente, tal como ha nominado el tema algún periodista, una resolución legal y justa al mismo tiempo, porque hace tiempo que aprendimos que la praxis política no permite identificar en vano el pensamiento con la realidad, sino el convencimiento de que, como ha dicho el vicepresidente, ha llegado la hora política de abordarlo. Esta España nuestra y de los militares de la UMD, y también de aquellos que en su día los miraron con recelo y hasta con algo muy parecido al odio, no es la misma que era hace cinco años. Hoy, cuando el afianzamiento de la democracia, debido, en buena medida, a la acción de gobierno, es un hecho incuestionable, cuando lo es también que la gran mayoría de los mandos de nuestro Ejército ha asumido el espíritu y la letra del artículo 8.º de la Constitución, cuando está casi superado el escollo de la reforma militar, cuando se han producido avances sustanciales en el angustioso tema del terrorismo y cuando aquel golpe de Estado ha quedado reducido a sus propias cenizas, esta España nuestra tiene que poder asumir sin traumas el trámite de la reconciliación y hacer justicia con este grupo de buenos profesionales.

Nota: Anónimo recibido por un periodista (que me lo hizo llegar) a raíz de la publicación de este artículo el 18 de febrero de 1985.

Muy Sr. mío: Antes por obligación y ahora, aunque sin devoción, le sigo leyendo, y observo que se le quedan muchas cosas en el tintero, sobre todo de tiempo anterior. Yo conozco algunas, pero la que sabe, a pesar de que tampoco sea de mi devoción, es esta mujer. Para muestra le mando un escrito que guardé desde hace años junto con otros parecidos. Búsquela, que es su oficio, y pregúntele con habilidad.

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El precio de la coherencia63 El método de análisis de la acción política es bastante rígido. En una actividad tan sujeta a las contingencias, casi nada, a no ser el referente ideológico, tiene valor absoluto. Lo digo porque en la política aragonesa ya han aparecido las primeras dificultades para rentabilizar de forma inequívoca lo sucedido el 23 de abril. El señor Mur, del PAR, nos amenaza con la violencia; el presidente Eiroa le tiene que enmendar la plana a toda prisa; el propio presidente nos amenaza también con un referéndum que la fina sensibilidad constitucional e institucional del señor Cristóbal Montes, del PP, se apresura a calificar de jurídicamente inviable.

Durante estos días, en el PSOE hemos debatido con rigor las posturas que podíamos tomar en relación con la manifestación propiciada por el PAR y asumida luego por otras fuerzas políticas contra —ahora ya se reconoce— el contenido del recién firmado pacto autonómico. Nuestro debate se ha establecido, sobre todo, en torno a cómo podía resolverse la contradicción que suponía el hecho de respaldar el documento firmado por el presidente del Gobierno —que lo es de todos, y que es, al mismo tiempo, el secretario general de los socialistas— y acudir a una manifestación que se posicionaba en contra. Acertadamente o no —el tiempo lo dirá—, hemos optado por mantener la coherencia política, asumir el desgaste que pueda conllevar y no acudir si no se cumplían unas condiciones mínimas de clarificación, que, desde nuestro punto de vista, no se han cumplido.

Sabemos, eso sí, que las peculiaridades y los repartos de nuestro mapa político no facilitaban la expresión de alternativas claras, concretas y viables, constitucionalmente hablando. Sabíamos también que, como ha sucedido, el día después empezarían a aflorar los inconvenientes para darle a nuestra pretendida singularidad política un cauce racional, satisfactorio para los aragoneses y, a la vez, solidario con el resto de las autonomías del 143. Estos y no otros han constituido los elementos fundamentales de nuestro debate.

Al hilo de los acontecimientos se han formulado por parte de algunos políticos determinadas valoraciones que me han producido, 63

Publicado en El Periódico de Aragón el 7 de mayo de 1992.

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además de la consiguiente desazón como militante socialista desde el 76, un profundo rechazo como ciudadana que optó hace muchos más años por la implicación en la lucha por las libertades, que ahora parecen patrimonio de los que entonces, en momentos decisivos, no lo tenían tan claro. De ahí he sacado el coraje para escribir sobre algo de lo que ya parece haberse dicho casi todo.

Las dos mendacidades más flagrantes que hemos oído o leído son estas: que los socialistas aragoneses no nos hemos manifestado por obediencia a Madrid y que es sano para el sistema democrático el que los responsables políticos hagan prevalecer, en caso de conflicto, su propia percepción de las cosas.

En relación con nuestra obediencia a Madrid quiero decir que, afortunadamente, esta indudable dificultad política nos ha pillado a los socialistas de Aragón en nuestro mejor momento orgánico desde hace varios años. Por fin, hemos aprendido, no hace mucho, que los nombres pasan y los partidos permanecen, y por eso nunca tantas voluntades, en otros tiempos discrepantes y desunidas, abordaron en el PSOE una situación política compleja con tan alto grado de consenso orgánico. Si en toda esta agitación algo ha quedado claro para nosotros, y tal vez para otros, es que, en todo caso, los que supuestamente nos hemos equivocado hemos sido los más, muchos más, y los supuestamente avispados, los menos.

El respeto a la voz de la mayoría es lo que nos ha llevado también a analizar que el pacto autonómico afecta además de a Aragón a otro buen número de comunidades autónomas de distinto signo político.

En las más de ellas, muchas más, se ha entendido como muy positivo el contenido del acuerdo, y en las menos, tan menos que solo ha sucedido en la nuestra, se han buscado por parte de algunas fuerzas políticas singularidades que tienen más que ver con su propia supervivencia que con una idea seria del Estado. También las comunidades llamadas históricas, que son dos, han optado por profundizar en la política de diálogo y acuerdo con el Gobierno, y una reclama por boca de su presidente, en otro tiempo azote de autonomistas, una fórmula diferente.

Lo que más ha pesado en nuestro ánimo a la hora de decidir no responde a la convocatoria, a pesar de que intuíamos el éxito; es que manejábamos un texto escrito, firmado por los representantes de los dos partidos políticos que suman el 80% de los votos de los españoles

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y también por el presidente del Gobierno, que dice, entre otras cosas, lo siguiente: «Por ello, los partidos políticos firmantes en estos acuerdos, como instrumentos que articulan la voluntad de los ciudadanos, conscientes de que las decisiones para dar soluciones a este gran reto requieren un alto grado de acuerdo entre las partes, pretenden dar satisfacción a las aspiraciones de asunción de nuevas competencias desde el respeto a la identidad y peculiaridad de cada comunidad autónoma y cumpliendo, al mismo tiempo, con el principio de no discriminación entre los diversos territorios». (El subrayado es nuestro).

Ante un planteamiento tan democrático y constitucionalmente impecable, ¿qué se puede proponer ahora que satisfaga a todos, que respete la juricidad, que tenga sentido global para el Estado y que no diga lo mismo? Hablando de desconcierto, estoy viendo la magnífica fotografía de la manifestación del día 24. Entre la veintena de políticas y políticos que reconozco en las dos primeras filas, de los que han tenido responsabilidades institucionales, en cuestión de coherencia autonómica solo salvo a dos: uno de cada signo. A los demás querría preguntarles dónde estaban cuando entre todos pudimos haber conseguido para Aragón la vía rápida del 151. En el 78 estábamos allí, en una foto parecida, en el sitio y en el momento en el que era posible cambiar las cosas, y también en Caspe en el 76. ¿Hay alguien que, respetando la idea de Estado que se desprende de la Constitución, haya podido estar sin contradecirse en aquellas dos manifestaciones y en esta?

La coherencia política constituye un valor esencial, un aserto que no necesita demostración. Lo que sucede es que su ejercicio conlleva a veces un desgaste lógico a corto plazo que no todas las organizaciones afrontan con la misma convicción.

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El debate político y las acciones por la autonomía64 Menos mal que en los últimos días se han dejado oír en la prensa regional muchas voces sensatas —la de Ángel Cristóbal en Heraldo y la de Fernández Ordóñez en El Periódico, entre las más recientes— en relación con la necesidad de dar al debate y a las acciones por la autonomía su verdadera dimensión, huyendo de todo lo que pueda sonar a demagogia y a radicalismo interesados. Los políticos sabemos que las instituciones deben operar pedagógicamente con la sociedad, contribuyendo con sus gestos a clarificar en lo posible los ya de por sí complicados motivos que generan sus actuaciones y no al contrario.

Teniendo en cuenta que todos tenemos la tendencia a interpretar la realidad desde nuestra propia óptica, permítaseme adelantar que, desde mi perspectiva de aragonesa de a pie, desde la de socialista aragonesa y desde la de funcionaria que ha conocido muy de cerca la percepción que Madrid tiene de los afanes de la periferia, los acontecimientos que han rodeado en Aragón el debate sobre la autonomía no favorecen el entendimiento interno ni la imagen externa de los aragoneses.

Por tener casi todos los lamentables radicalismos habidos el mismo origen, es inevitable hacer referencia a la utilización partidista que de un tema tan serio han hecho algunos. Recuérdense sobre todo el efecto del episodio de los ataúdes o el de las monedas en las Cortes o la intención apocalíptica, maximalista y nada racional de Gómez de las Roces en el pleno de las Cortes del febrero pasado. Todo ello me recordó otros tiempos, en los que necesariamente había que recurrir a la demagogia y al radicalismo porque faltaban los cauces de la libertad que desde entonces hemos construido entre todos.

Cuando en los primeros años cincuenta estudiaba yo en Zaragoza, se produjo aquí una manifestación que, portando un ataúd con cinco rosas y un escudo, recorrió el camino entre la plaza de San Francisco y la plaza de España. Protestábamos por las pretendidas presiones de un profesor a una alumna de mi propio curso. Eran tiempos en los que una manifestación de estudiantes se podía tolerar solo como una travesura sin contenido. El gesto resultó inútil porque un pequeño 64

Publicado en 1992.

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grupo de compañeros, al margen del acuerdo general, se sintió más papista que el papa, esperó al profesor por la tarde a la salida de su departamento y, en el vestíbulo de la facultad, le dio una paliza.

Como, entre otras secuelas, le produjeron un desprendimiento de retina, dieron al traste con nuestro planteamiento reivindicativo convirtiendo al sujeto en un mártir del desafuero estudiantil. Algo más podría contar de ello un alto cargo regional, y no por casualidad, creo.

Y es que en esta tierra siempre ha habido, en la línea del aragonesismo racial, una tendencia a considerar valentía, majeza y orgullo de casta lo que solo es una históricamente mal resuelta necesidad de autoafirmación, que se ha concretado demasiadas veces en posiciones de agresividad cazurra que vienen siempre a reforzar esa imagen odiosa de lo aragonés.

Quiero hablar también aquí de los artistas, voceros y oráculos —nótese la gradación, que no es gratuita— a los que se empuja desde las instituciones a operar fuera de contexto. ¿Desde cuándo, en democracia, hay que recurrir a ellos para dirimir posturas políticas sobre la organización del territorio? El arte y los artistas son revolucionarios por definición, toda vez que su razón de ser está en el intento radical de transformación de la realidad. Dejémoslos, pues, en el ámbito del redoble de conciencia y resolvamos lo político, que es la prosa, en el marco de las instituciones, que para eso nos vota y nos paga el contribuyente. Es cierto que en dictadura, cerrados los foros, muerto el debate y amordazadas nuestras bocas, que no las de todos los que ahora hablan tan alto, hubo que recurrir a traducir por medio de los artistas los gritos ahogados de la libertad, y bien que se lo agradecemos, pero, por fortuna y con el trabajo de todos, los foros se han abierto, el diálogo está vivo y las bocas más idóneas las elige el pueblo cada cuatro años.

Yo afirmo categóricamente que los socialistas somos los que con mayor convencimiento hemos cantado en su día el Himno a la libertad, pero «como mejor proceda», decimos que Aragón, al mismo tiempo que autonomista, es universal y solidario y tiene sentido de Estado, aunque algunos hechos a los que nos hemos referido parecen ponerlo en cuestión, y eso es exactamente lo que rechazamos. Creo que fue Barthes quien dijo que todo desprecio político es fascista. Desprecio político reflejan, en democracia, los ataúdes, las monedas y los gritos estentóreos de «¡Aragón libre!» en las Cortes. Además es que, con respecto a los jóvenes, tenemos que prever que el que en situaciones de

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exaltación se aficiona a la violencia verbal, moral o física acaba utilizándola como elemento fundamental de la acción política.

Para terminar, aludiré, como ya apuntuaba, a cómo creo yo que se ve en Madrid lo que aquí está pasando. No me refiero, claro está, al Madrid del Gobierno ni al del PSOE, en los cuales, por cierto, casi todos sus componentes son periféricos: me refiero a ese Madrid que presume de capitalidad castiza y que está de vuelta de todo. En ese desplante capitalino, los colores políticos se diluyen, y también los administrativos, los sociológicos y los territoriales. A ese Madrid le encanta banalizar sobre las passadas de las gentes de provincias. Yo he vivido cuatro años sentada junto a una ventana del paseo del Prado, por donde pasan, antes o después, todas las manifestaciones. Durante ese tiempo he tomado el café de la mañana rodeada de gentes de la Administración central, que no es lo mismo que el Gobierno central, aunque algunos lo confundan. He oído allí las ironías altaneras y suficientes sobre lo que pasa fuera de Madrid, demostrando que para muchos de los que ironizan ese fuera no existe.

No me atrevo a opinar sobre cuál sería el tono de las conversaciones en la cafetería del Prado después de la manifestación aragonesa del 15-N, del radicalismo en las negativas a los trasvases o del episodio de las monedas en las Cortes que apareció en la prensa nacional, pero yo diría que dieron lugar a que más de uno luciera su ingenio, como pasó en la primavera del 91, cuando en una mañana casi dramática, los agricultores arrojaron hortalizas y animales vivos contra los coches en la glorieta de Atocha. La furia demostrada en la manifestación generó un chiste muy celebrado sobre la crianza de un híbrido de ovino y ave, dado lo bien que volaban las ovejas. Lo cuento porque, tal como se están desarrollando los acontecimientos políticos en Aragón, no sé yo qué mensaje se puede transmitir a los madrileños, al resto del país y a los propios aragoneses, a pesar de los titulares más elaborados.

Por mi costumbre de analizar sin prejuicios políticos ni personales lo que es del interés de todos, yo he percibido en los últimos acontecimientos un estilo anacrónico, muy años setenta, que no traduce ni de lejos el Aragón moderno, civilizado, democrático, culto y solidario que somos, al que alguien, al parecer, quiere volver abertzale o poner una barretina; tengámoslo en cuenta el nuevo 23-A.

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Gobernabilidad y política65 Quiero manifestar en primer lugar que esta reflexión me la ha sugerido la lectura atenta de los dos últimos números de El Pirineo Aragonés, que hablaban respectivamente de la crisis del Ayuntamiento, hoy agravada, y del Día de la Comarca, que se ha desarrollado con escasa presencia política.

Vayamos con lo primero. Al cabo de un año de legislatura, todo Jaca se pregunta qué va a pasar con la gobernabilidad del Ayuntamiento y todo Jaca exige a los grupos políticos presentes en la Corporación que realicen un esfuerzo, un plus sobre su trabajo diario de concejales, para que nuestro Ayuntamiento sobreviva y sus responsables puedan gestionar algo en pro de los intereses generales. ¿Será verdad el dicho político de que, en democracia, cada pueblo tiene los gestores que se merece? Seguramente la afirmación es exagerada, pero sí es cierto que cada pueblo tiene, en democracia, los gestores que quiere tener.

Haciendo un repaso de las elecciones municipales del período democrático en Jaca veremos que a partir de las efectuadas en 1991, a pesar de encabezar Armando Abadía (8 + 6 + 2 + 1 + 1), se quiebra la hegemonía que habían ostentado sucesivamente UCD, AP y PP y se produce, y se repite en el 95, un reparto electoral que dificulta la gobernabilidad, toda vez que el PAR, si bien constituyó un apoyo del PP, siempre ha resultado un socio incómodo. En la anterior legislatura, el PSOE reclamó insistentemente la apertura de la Comisión de Gobierno a todos los grupos políticos, sin que ello fuera posible, y hasta se llegó, al menos, a plantear seriamente una moción de censura con un programa pactado —¡de 13 folios!— que el PAR jacetano, al final, no suscribió por imperativo de Zaragoza y que tal vez hoy suscribiría.

Apartado del Ayuntamiento Abadía, que hizo siempre su política, Jaca, que no está recibiendo, al parecer, la más mínima atención por parte de las instituciones provinciales, regionales y nacionales, se debate en un grave problema de gobernabilidad, pero también está pagando, desde mi punto de vista, un modo muy jacetano y muy suyo de entender la vida democrática. No es una casualidad que sea la 65

Publicado en 1996.

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única cabecera de comarca de la provincia, y tal vez de la región, que no ha conocido la normal alternancia de gobierno, y ello sucede porque —lo expreso con todo el cariño, pero también con toda rotundidad— todavía la ciudadanía no acaba de aceptar que la dinamización de los grupos municipales pasa, primero, por la vitalidad de los partidos políticos locales, que es de donde emergen los nombres y los programas y la energía y la ilusión para liderarlos.

Hablemos ahora de lo segundo: por experiencia sé que en Jaca los partidos, todos, no solo en el PSOE, hemos llevado y llevamos una vida oscura y casi clandestina. En veinte años de militancia socialista que nunca he disimulado, he conocido muchas actitudes de miedo, de rechazo, de apoyo cálido, pero oculto, y de prudencia interesada en personas y organizaciones; todavía recuerdo cómo eran de alérgicas a todo lo que sonase a partido nuestras queridas asociaciones rurales o las asociaciones de padres o el CIT, en los que ser militante era todo un hándicap, por poner algunos ejemplos. En el resto de Aragón no he oído nunca decir que los partidos políticos tenían que ir detrás en una manifestación por temor a que la capitalizaran; cuando lo escuché dicho seriamente, pensé que era una exigencia de corte predemocrático que, en alguna medida y casi inconscientemente, todavía pervive entre nosotros, y conste que soy defensora de que no se pretenda hacer política de partido dentro de los colectivos.

No quiero culpar a nadie porque sé muy bien que en muchos casos el temor es histórico —que es el más respetable, teniendo en cuenta que en 1946 todavía se encarceló a algunos jacetanos representativos por cuestión de ideas—, sociológico, dada la composición conservadora de la sociedad jacetana —dicho sea con todo el respeto a los colectivos teóricamente conservadores, como el comercio, el Ejército, las cuatro órdenes religiosas y el Cabildo y las otras fuerzas de orden público—, y económico —«no hay que darse a entender, teniendo una puerta abierta o algo que vender»—, o simplemente pasota, de gente que no quiere salir del calor confortable de su privacidad.

Yo, como todo el mundo sabe, adoro Jaca y a sus gentes, pero tal vez más uno a uno que colectivamente; me gusta pasear por las calles, comprar en cada tienda y hablar con todos, como toda la vida; sufro con que a la casa amarilla de la calle del Carmen le hayan quitado, al pintar la fachada, los preciosos adornos modernistas que tenía; me enorgullezco de que en el casco ya no se hagan nuevas barbaridades;

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leo de cabo a rabo El Pirineo Aragonés, y sigo toda la información que nuestra vida genera, pero detecto que, colectivamente hablando, la percepción jacetana de la política está desfasada y es poco realista porque los ciudadanos no relacionan lo que está pasando en el Ayuntamiento con la vida lánguida de los partidos políticos locales. Por ello yo me siento en la obligación moral y política de manifestarlo, cuando ahora percibo tanta desesperación y tanta crítica. ¿Saben los jacetanos que más del 70% de los militantes socialistas de Jaca no son de origen jacetano? No conozco con precisión los datos de otros partidos, pero creo que podrían producir también alguna sorpresa. «Es que a mí no me gustan el PSOE o el PP o el PAR de Jaca», se oye decir con frecuencia. Pues, como diría un castizo, «que te lo pinten». Ningún partido es como uno querría que fuese, pero ese partido, ese grupo municipal, ese ayuntamiento y esa ciudad solo avanzan cuando lo hacen sus partidos políticos, entre otras razones porque las instancias de las que dependen buena parte de los avances están inspiradas y gobernadas por programas y por los partidos, siempre mayoritarios. Es decir, que lo que no nos gusta es preciso cambiarlo desde dentro, pero no desecharlo, sobre todo por personas que trabajan animosamente y con eficacia en otros ámbitos ciudadanos.

Quiero terminar diciendo, sin ironía ninguna, que también se puede elegir el ostracismo, en el sentido griego, es decir, el aislamiento; este puede ser elegante y agraviado, cabreado y numantino o intelectual y elitista, pero, por favor, que los que lo practiquen en Jaca no se quejen del Ayuntamiento, de la DPH, de la DGA, de los ministerios, del PP, del PSOE o del PAR y de que llueve demasiado o demasiado poco. Si llueve, y está lloviendo a chuzos, que salgan y se mojen, como decía Celaya, que esta ciudad —la realidad municipal lo demuestra— los necesita aunque sea empapados, o sobre todo si lo están.

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Decíamos ayer…66 Los días 31 de mayo, 1 y 2 de junio se celebra en la Universidad de Salamanca el encuentro anual de las distintas promociones. La mía cumple sus cuarenta años. Este mismo fin de semana se desarrolla en Zaragoza un congreso del PSOE. Ambos acontecimientos tiran de mí con igual fuerza y su coincidencia me hace rememorar aquellos primeros compromisos de lucha colectiva, de tan fuertes componentes ideológicos, que nos llevarían a algunos a la militancia socialista.

Para hacer un poco de historia, en 1953 Tierno Galván llega a la cátedra de Derecho Político de Salamanca. Ese mismo curso me había trasladado yo, después de cursar los dos años de estudios comunes en nuestra Facultad de Letras; estaba a punto de cumplir diecinueve años y el contacto en Zaragoza con Gastón, Torralba, Olaechea y otros me habían puesto en disposición de absorber cuanto de redoble de conciencia se moviese a mi alrededor. Como cuenta Elías Díaz en El socialismo en España, durante el 53, el 54 y el 55 se consolidó en Salamanca en torno a Tierno Galván un grupo intelectual y profesional de corte socialista, al que no llegué a pertenecer formalmente porque algunos de sus componentes, con los que mantuve una estrecha relación de amistad, siempre me consideraron demasiado joven y creo que también —el feminismo los perdone— demasiado mujer.

En aquellos mismos años se celebraron en la zona centro —como se decía entonces— el Congreso de Escritores Jóvenes y el Congreso de Estudiantes, nació el Boletín del Seminario de Derecho Político en la cátedra de Tierno, se creó la ASU en 1956 y se desarrollaron las Primeras Conversaciones Nacionales de Cine, en las que, como responsable del área de cultura de mi colegio mayor, pude participar activamente. Este era el caldo de cultivo en el que nos movíamos los universitarios progresistas y en el que la recién creada Agrupación Socialista Universitaria de Madrid aglutinó, al fin, a los jóvenes socialistas que habían tenido su protagonismo en los sucesos estudiantiles de febrero de 1956. Estos sucesos les costaron el cese a Ruiz Jiménez como ministro de Educación y a Antonio Tovar como rector de Salamanca cuando ambos habían iniciado una tímida apertura en el desarrollo de sus responsabilidades.

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Tendrían que pasar veinte años hasta que en 1976 pudiese yo hacer efectiva mi militancia de izquierdas, todavía en la clandestinidad.

1956, 1976, 1996: tres fechas para un compromiso socialista nunca debilitado. En contra de lo que algunos puedan pensar, no recuerdo haber pensado nunca antes de 1982 que la militancia en el PSOE me conduciría al ejercicio de los cargos públicos que he desempeñado desde 1983. Nunca he olvidado, sin embargo, desde entonces, las razones ideológicas que me llevaron al socialismo y nunca he cedido ni cederé en el convencimiento de que la militancia solo puede ejercerse desde el imperativo ético. Esta será la base de la postura que pienso mantener en el congreso, y es seguro que mientras participe en el debate en Zaragoza se mantendrán en mí igual de firmes y batalladoras aquellas vivencias apasionantes, estrenadas durante varios junios floridos, como este, en Salamanca. Mientras, mis compañeros de promoción pasearán por las orillas del Tormes, se encontrarán en el Patio Chico y se harán la foto en el Patio de Escuelas, a donde volvió Fray Luis después de que lo encarcelara la Inquisición durante cinco años por envidias entre agustinos y dominicos. Volviendo al congreso de Aragón, recuérdese que cuando impartió su primera clase, después de salir de la cárcel, fue capaz de olvidar las miserias cuasi partidarias que le llevaron a ella con una frase llena de grandeza y de generosidad hacia el adversario: «Decíamos ayer…».

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El desafío de las primarias67 El Partido Socialista ha introducido recientemente en sus procedimientos internos de designación de candidatos electorales una nueva modalidad de elección directa en la que podrán participar todos los militantes. La medida es de tal trascendencia para nuestra organización, y también para el debate siempre abierto del funcionamiento interno de todos los partidos políticos, que no me resisto a poner sobre la mesa de la opinión pública mi reflexión de antigua militante y de cargo público en diversos ámbitos desde hace años.

En primer lugar habría que distinguir entre cargos aspirantes a electos en sus distintos grados y cargos de designación interna, cuestión esta en la que normalmente no se entra y en la que, en el caso de los segundos, convendría debatir, porque también, obviando la necesaria transparencia, no se suele proceder igual con unos que con otros.

Para los electos, en el PSOE ha existido desde siempre una norma, actualizada cada cuatro años en un documento de directrices muy estrictas que para cada proceso electoral emite el Comité Federal del Partido en el marco de las resoluciones del último congreso habido.

En contra de lo que pueda apreciarse desde fuera, la selección de los cabezas de lista, aspirantes a dirigir cada institución, debía decidirse por las llamadas comisiones de listas —provinciales, regionales y federales— creadas al efecto, y a las que tenían que llegar los nombres libremente votados por los militantes de todas las agrupaciones locales y filtrados por las comisiones ejecutivas de cada nivel. Es decir, habitualmente los militantes han podido, a través de sus agrupaciones, proponer un nombre u otro o varios para cada puesto electo en primer nivel, por un procedimiento rígidamente establecido.

Sin embargo, es un hecho cierto que este sistema, que es parecido en todos los partidos, viene permitiendo, incluso propiciando, graves enfrentamientos entre personas y más graves todavía manipulaciones de la voluntad de la militancia. Para entenderlo, que no para comprenderlo ni disculparlo, hay que tener en cuenta que los partidos, por mandato de la Constitución, que les obliga explícitamente 67

Publicado en Heraldo de Aragón el 26 de marzo de 1998.

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a organizarse de forma democrática, se rigen por el principio de mayorías/minorías y que los responsables que han presidido los órganos de decisión han caído a veces en la tentación de forzar el crecimiento de sus mayorías a través de la gestión de los procesos electorales —lo que se conoce coloquialmente como la fuerza del aparato—, actuación esta que puede considerarse incluso legítima, siempre que en el proceso no se avasallen las directrices estatutarias a las que nos referíamos, que marcan la única e incuestionable legalidad interna.

Habiendo demostrado la costumbre que el apetito de crecimiento de los aparatos de todos los partidos es voraz, insaciable y compulsivo, un partido como el PSOE, grande, sólido y disciplinado, con una larga, dolorosa e innegable historia de contribución a la democratización de España, opta, detectada la enfermedad y medidos los pros y los contras, por una terapia fuerte, arriesgada políticamente y, desde luego, incómoda, en principio, para los órganos rectores y para sus candidatos in pectore. ¿Qué otro gran partido del espectro político español podría hacer, siquiera intentar, en estos momentos lo mismo? Creo personalmente que ninguno, y, para no aparentar soberbia partidista, voy a intentar explicar el porqué de mi creencia. Entiendo yo que en la vida partidaria española la larga y dura historia constituye un incalculable valor, que tiene, precisamente en las grandes decisiones, consecuencias muy reales; solo la existencia del Programa Máximo como referente, la tradición siempre respetada y admirada, la disciplina global garantizada han podido permitir que en un mismo congreso el PSOE sustituya con toda naturalidad a un líder histórico y por muchas razones irrepetible, plantee las incompatibilidades, cree un ente sólido de voces territoriales, entre otras innovaciones, y acuerde tan mayoritariamente una cirugía interna como las elecciones primarias.

Al lado de la importancia de estas decisiones, el cómo sucedan estas primeras primarias, que tanto nos preocupan, es anecdótico; ya aprenderemos. Téngase en cuenta que no se trata de que batallen los candidatos entre sí con distintos proyectos —que sería más fácil—, sino de que se promuevan como el mejor candidato sin ir contra los otros; ello implica explicar y convencer a la militancia de la propia percepción de la realidad política que nos rodea, de la propia trayectoria y de los propios méritos para modificarla, y del compromiso de cerrar filas en caso de perder. ¡Ahí es nada! Supone ello tal ejercicio

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de humildad personal y política, tal capacidad de disección en vivo, que el que logre el respeto y la voluntad de la mayoría será, sin ninguna duda, el mejor de los que opten.

Claro que, para respetar la grandeza de miras que esta verdadera revolución interna entraña, sería imprescindible que los aparatos no se extralimitasen y que los aspirantes, al promoverse, partiesen del hecho de que los militantes socialistas son todos políticamente mayores de edad y se dirigiesen a ellos con el máximo rigor y siempre en forma de debate y no de mitin, que no procedería, defendiendo el mismo proyecto; de no de hacerlo así, darían al traste con los efectos beneficiosos que las primarias pudieran tener en cuanto a democracia interna y, sobre todo, en cuanto a la sinceridad de las propuestas de apertura y transparencia aprobadas en el último congreso, que muchos españoles están deseando constatar.

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La responsabilidad constitucional: PSOE y PP68 En democracia, la gravedad de las situaciones políticas viene dada por el peligro que corren, según cómo avancen los acontecimientos, valores como las libertades colectivas, la igualdad de derechos y la antigua fraternidad, traducida hoy en solidaridad, valores que constituyeron el eje de la elaboración de la Constitución de 1978, que algunos abrazamos entonces con cuarenta años, cuando suspirábamos por ella desde los veinte.

Vaya por delante que soy una apasionada defensora de nuestra Carta Magna en su estricto contenido, tal vez porque cuando era joven y no tan joven pensaba seriamente que no era posible que un día disfrutáramos en España de un texto constitucional acordado y respetado por todos, y que el mismo fuera el amparo en todo lugar y circunstancias de los valores democráticos. No es que yo quiera dramatizar aquí la actual situación política, pero no viene nada mal, creo, al filo de este 20.º aniversario, reflexionar sobre el valor intrínseco de lo que, en lo tocante a convivencia colectiva, hemos conseguido entre todos y la necesidad de preservarlo como oro en paño.

En los cursos 54, 55 y 56 explicaba Tierno Galván Derecho Político en la Universidad de Salamanca. Independientemente de que yo tenía relación de amistad con algunos de los colaboradores de su cátedra y de la revista que editaba el departamento, sucedía allí que cada primavera corría por nuestra facultad del palacio de Anaya la noticia de que durante unas semanas Tierno explicaba constituciones en la vecina y flamante Facultad de Derecho. Muchos alumnos de Letras, pero también algunos de Ciencias, con los que compartíamos edificio, dejábamos nuestras aulas por una hora e íbamos a la clase del Viejo Profesor, que, a pesar de utilizar un tono monocorde y distante, llenaba esos días el aula hasta la bandera y nos trasmitía una especie de fascinación por las partes más atrayentes de los textos constitucionales de otros países.

Resulta obvio el decir hoy en España que para el ejercicio de la vida democrática todos los partidos políticos son igual de necesarios, pero también constituye un hecho objetivo el que a unos partidos, 68

Publicado en 1998.

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por razones de representatividad demostrada hasta ahora, les caben más responsabilidades que a otros en la obligación de cuidar que, en interés del bien común, los valores antedichos no se deterioren.

En nuestro país esta cuestión obliga a todos, pero más a PP y PSOE, porque son los que cada cuatro años vienen formando los distintos Gobiernos, solos o acompañados en acuerdos postelectorales por unos u otros grupos minoritarios. Es a estas fuerzas políticas, pues, a quienes concierne el mantener tal clima social de serenidad y de confianza entre los ciudadanos que resulte demasiado arriesgado políticamente que los principios de la Constitución puedan manosearse por descuido o por interés electoral o partidista. Dada su naturaleza esencial, ello podría marchitarlos, como pasaría con una flor, incluso algo silvestre, como esta democracia nuestra, a la que cualquier aliento ansioso puede comerle la frescura. Si yo fuera una ciudadana de a pie, exigiría igual a PSOE y a PP, en relación con los que nos ocupa, no solo que no cayeran en tentaciones interesadas, sino que huyeran del partidismo como de un peligro real y que yugularan de raíz en sus organizaciones cualquier veleidad en este sentido.

A la mía nunca le he conocido posiciones partidarias tan radicales que pudieran rozar siquiera el peligro constitucional, aunque sí la posibilidad de reformas necesarias y consensuadas. Lo digo como lo siento y confesando que a lo largo de 1980 y 1981 hube de sufrir lo mío. Sí le reprocho, en cambio, a nuestro partido el haberse ido entronizando paulatinamente con los sucesivos éxitos electorales, olvidando un poco en algunos momentos la exigencia y la finura de análisis para con ciertos compromisos constitucionales y territoriales que nos caracterizaron en los primeros años de gobierno. En un momento determinado creo que perdimos el miedo a morir y ello estuvo a punto de matarnos; pienso que lo hemos pagado sobrellevando la derrota con dignidad y sin dejar que se debilite el proyecto.

El PP, siempre bajo mi exclusivo punto de vista, corre mayor peligro de no poder controlar del todo algunas situaciones que pueden afectar a los principios básicos a los que nos referíamos. Objetivamente hablando, los sectores más conservadores de su militancia, a los que el lastre de la dictadura no les parece tal, se revuelven de vez en cuando y, aunque al final se imponga la cordura de los más demócratas, lo cierto es que, de tiempo en tiempo, unos se acuerdan demasiado de que no les gustaba alguno de los títulos de la Constitución

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y otros relativizan en demasía ciertos aspectos primordiales como la cuestión territorial, el reparto de cargas y fondos y otras. Sin duda hay muchos conservadores españoles que darían su vida por defender nuestra Carta Magna, pero siempre quedan unos pocos que sienten la nostalgia nunca disimulada de los tiempos de orden, de otro orden; por ello tenemos que exigirles todos un mayor esfuerzo de clarificación y de condena de actitudes equívocas, aunque los que las ejerzan sean socios políticos, compañeros cercanos o amigos de toda la vida.

El PSOE debe poner encima de la mesa, en materia constitucional, cómo entiende el futuro del Estado de las autonomías y si va a promover o no un Estado federal; cómo se conciliarán en un futuro los intereses económicos de cada comunidad autónoma con la fiscalidad y la igualdad en el reparto y ambos con el mantenimiento del estado del bienestar, en España y en el marco europeo; si va a haber un modo efectivo de que, como dice la ley de leyes, el Estado inspeccione y homologue el sistema educativo en todo el territorio sin excepción; si consideran que el empleo, los movimientos migratorios y étnicos y la protección del medio natural constituye el centro de sus preocupaciones, entre otras muchas cosas, pero nadie le pedirá responsabilidades, seguramente, por consentir en interés propio un déficit constitucional en España, porque en este ámbito no ha perdido credibilidad. En el PP, aunque la mayoría de sus militantes sean constitucionales sin tacha, tienen nostálgicos totalitarios y también corruptos económicos, como ha tenido el PSOE, confesos y en potencia. Todos, unos y otros, son, por definición, desleales, aprovechados y, sobre todo, malos patriotas. Más vale prevenir.

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Madrí es mucho Madrí 69 Menos caso a Madrid, piden en un clamor los aragoneses, reclamando a los partidos políticos mayoritarios y a sus dirigentes institucionales una mayor independencia de las decisiones centrales de sus respectivas formaciones. Hasta aquí hemos llegado, planteaba hace pocos días uno de nuestros periodistas, muy apreciado por la finura de sus análisis políticos y sociológicos.

No sé si la mayor parte de los que así reclaman y aconsejan conocen, en rigor, lo difícil que resulta que formaciones grandes, que operan en todo el territorio, tanto en su versión de partido político como de Gobierno, según las ocasiones, pero no siempre con el mismo nivel de responsabilidad en cada comunidad autónoma, respeten, y menos alienten, aspiraciones territoriales concretas que rocen o quiebren sus esquemas. Los responsables últimos se resisten a aflojar las riendas, toda vez que ceder —piensan— debilita el necesario control. Y no diría yo que, al menos, en estos partidos grandes y de obediencia estatal, no exista en este planteamiento un punto de razón. La defensa de la ideología, los programas que la concretan, la acción política de cada momento y las estrategias electorales precisan de planteamientos firmes y de un control homogeneizador que permita a los dirigentes ejercer internamente una cierta autoridad natural. Solo así se cierra el paso a cualquier rasgo de autoritarismo y se presenta ante la ciudadanía una imagen de coherencia y credibilidad.

Dicho lo cual, la situación más indeseable para un partido grande se produce cuando del obligado control se hace necesidad imperativa y de esta se pasa a la falta de sensibilidad política, orgánica y territorial.

Hay que anotar también la desventaja que supone el que las organizaciones más pequeñas, de ámbito solo local, no sufren este tipo de contradicciones.

Todos los partidos que en democracia han gobernado el país han visto cómo en uno u otro momento sus directrices chocaban con los intereses de su propia formación en determinados territorios y al contrario. En Aragón ha sido paradigmático: algunos socialistas aragoneses aún recordamos con amargura la primavera del 87, o la pugna que 69

Publicado en 2002.

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tuvimos que mantener, con éxito final, para arrancar a nuestro Gobierno de entonces la luz verde para la reforma del Estatuto de Autonomía. Si Aragón reformaba —se decía—, se abriría un mundo de aspiraciones reformistas en otros territorios que nos podía conducir a no se sabía qué desastres. En este caso nos mantuvimos dialogantes pero muy firmes, comprensivos pero determinados a no ceder en la lucha por conseguir una ampliación del autogobierno.

Ahora le ha tocado al Partido Popular, que en eso, al menos en Aragón, no ha tenido suerte. Varias circunstancias se han confabulado contra ellos, como en otro tiempo sucediera con nosotros. La primera es común y endémica: en Madrid, las comisiones ejecutivas de los partidos y los Gobiernos estatales, todos, recelan de las autonomías, y en el Partido Popular más, porque vienen no solo del recelo, sino de que Alianza Popular abominaba en su día de la nueva forma de Estado y no votó el título octavo de la Constitución. Tal vez alguien piense que son otros tiempos y que la renovación generacional ha desterrado los fantasmas, pero yo pienso que hay fantasmas biológicos, como los genes, que viven aletargados y afloran cuando menos se necesita.

Les perjudica también el resentimiento que, a mi entender, mantienen el presidente Aznar y su equipo, que todavía no han digerido la pérdida del Gobierno de la comunidad autónoma habiendo sido el partido más votado. No sé si les puede consolar el recordar que, con su ayuda, en el 87, el PSOE, con veintiocho diputados, a más distancia del grupo siguiente que ahora, tampoco gobernó. Bien es verdad que a la Ejecutiva o Comité Central del PP el sagaz acuerdo político de Aragón la pilló por sorpresa; tanto que no la han perdonado.

Asimismo han jugado en su contra los talantes, que en nuestra tierra se miden muchísimo. Si el castigo consistía en trasvasar agua del Ebro a Levante —también nosotros en su día sufrimos con el Plan Borrell, aunque no era lo mismo ni de lejos—, matando así dos pájaros de un tiro, la forma insensible y prepotente de desarrollar una acción política ya de por sí inexplicable ha sido uno de los elementos fundamentales de la reacción. Todo ello va a dibujar, junto con el abandono de sus principales líderes, y si las urnas no les son propicias en un futuro inmediato, que está por ver, un camino del calvario, una travesía del desierto, un peregrinaje de recomposición para el PP de Aragón por los que otros ya hemos transitado antes y no nos hemos muerto.

Durante un tiempo uno respira por la herida, y después, leal con su

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organización como solemos ser los militantes, se pone a trabajar con más ganas para cambiar las cosas.

Luego están las dinámicas parlamentarias, que son más sutiles y rígidas de lo que la ciudadanía aprecia desde fuera. Me refiero a que, con frecuencia, los textos que se someten a votación encierran legítimas trampas saduceas en las que un partido serio no debe caer, aunque le duela, como pasó recientemente en Bruselas. A la larga, tampoco las triquiñuelas son tan rentables.

Cuando en el PSOE de Aragón conocí el texto del Plan Hidrológico y supe en aquel primer momento por Eugenio Nadal y Antonio Embid, cuyos análisis tanto se han reforzado después, que el planteamiento constituía un dislate técnico, un riesgo legal y un avasallamiento territorial, entendí también que el partido del Gobierno abandonaba en cierta medida a su suerte a los disciplinados populares aragoneses —lo digo con respeto—, que no solo no han podido protestar —nobleza obliga—, sino que han tenido que defender la posición aquí, contra toda lógica política.

Además, sabido es que en Madrí mandan, sobre todo, los madrileños, sean funcionarios técnicos del Estado o taxistas. No hace muchos meses hablaba en Madrid con un taxista del trasvase y le explicaba, ingenua de mí, las carencias territoriales de Aragón: «Sucede allí que, como en esta misma comunidad autónoma, hay zonas muy castigadas». «¡Aquí!, ¿dónde?». «En la Sierra Pobre, en el sur…». «¡Ah, claro, pero eso no es Madrí!».

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La tentación minimalista70 La profundización de la vida democrática, que, según, José Antonio Marina, consiste en hacernos mejores entre todos, no admite fácilmente según qué reduccionismos. El Partido Popular gana la Comunidad de Madrid, después de haberla perdido, con un mensaje minimalista: el PP es un partido impoluto y la culpa de todo lo que ha pasado la tiene el PSOE. Ya a partir del resultado de las elecciones del pasado mayo venía yo pensando que la metafórica y grosera afirmación de que la gente vota con la mano en el bolsillo parecía tener todo su sentido. ¿Cómo explicar que el Partido Popular, después de sus flagrantes incumplimientos, de la mala gestión de las catástrofes sobrevenidas y de los fiascos a los que nos ha llevado en política internacional, cosechara en mayo un resultado mucho menos malo de lo que era previsible, manejando eficaz y casi solamente el espejismo de la economía? En rigor, los peores resultados para el PP se han dado en Aragón, donde se sumaban a todo lo dicho la amenaza del trasvase, la pésima gestión de la alta velocidad, la paralización general de la inversión en infraestructuras y otros elementos más locales. ¿Es que los electores españoles no son sensibles a esas realidades políticas negativas, cuando la manipulación informativa del concepto de una economía sana les encandila?

Digo manipulación, sin paliativos, porque el saneamiento de la economía española ha tenido un coste social muy duro, si bien parece que invisible para la mayoría del electorado y para algunos medios de comunicación que hacen como que no entienden los informes que organizaciones muy solventes han hecho públicos en relación con el retroceso en España de la atención social en la última década.

El truco lo explica muy bien José M.ª Maravall en su reciente libro El control de los políticos (Taurus, 2003) definiendo, citando a otros, el concepto de democracia minimalista, después de haber analizado los datos del funcionamiento de veintidós democracias durante más de veinte años. Hasta las elecciones de mayo, en una cuestión concreta sí se había mostrado públicamente rebelde la ciudadanía, en el rechazo a la guerra de Irak, que se materializó en fuertes movilizaciones, 70

Publicado en Heraldo de Aragón el 7 de noviembre de 2003.

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sobre todo de la izquierda, pero también de la derecha civilizada. Y, sin embargo, no estoy segura de que esa derecha y también alguna izquierda tengan claro del todo que el ardor guerrero contra Irak, que no es tema de Aznar, sino de todo un Gobierno y de todo un partido, como lo demuestran las declaraciones de Mariano Rajoy, es el mismo que informa la Ley de Calidad de la Enseñanza, la defensa numantina de que el Senado no se toque o el intervencionismo gubernamental descarado en la estructura de la carrera fiscal, por poner solo algún ejemplo.

La clave de la actitud democrática minimalista, que ayuda a sobrevivir a un Gobierno cuestionado, está, según los estudiosos, en el manejo de la información, manejo que el Partido Popular y el Gobierno ejercitan por la brava en tres pasos cuando las cosas se les ponen feas: no aceptar ninguna responsabilidad directa, ocultar deliberadamente los aspectos más descarnados de la cuestión y hacer hincapié en el principio de que, hasta en democracia, quien manda manda. En el PSOE, por el contrario, siempre estamos inventando la pólvora de las raíces de la democracia, y tal vez nos pasamos en ese sentido. Como recoge en su ensayo Maravall, la primera actitud responde a la aplicación de un concepto minimalista del sistema democrático, basado en que la gerencia —el Gobierno de turno— facilita al ciudadano sobre cada asunto, sistemáticamente, una información incompleta y asimétrica, censurada eficazmente en pro de su interés de permanencia; lo segundo, apuntaría yo, responde a una actitud ingenua de la búsqueda sin fin de las esencias, de corte idealista y de resultados electorales muy poco rentables.

A la aplicación por el Gobierno español a rajatabla, y a veces con malos modos, del modelo minimalista viene a sumarse en nuestro país lo que algunos europeos ya han percibido; el peor de los estilos norteamericanos, que no es minimalista, sino solo burdo, se abre paso en nuestras vidas de forma inmisericorde y hace mucho daño a nuestra todavía tierna democracia; lejos de estimularnos sociológicamente, nos adocena y nos confunde de forma disimulada e insidiosa, jaleando el autoritarismo, la rudeza y la insensibilidad. Los que consumimos el cine americano de la última hornada también somos responsables. Si uno ve la última comedia americana de éxito, Abajo el amor, que resulta ser el mensaje más reaccionario sobre la relación entre hombres y mujeres que ha parido el cine en los últimos cincuenta años, entenderá

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bien a qué me refiero. ¿Habrán estado Renée Zellweger y su generación en las manifestaciones anti guerra de Irak en América, pensando como muchos que nada tiene que ver su papel en la película no solo con la guerra, sino con el modo de tomar la decisión de desencadenarla, e incluso con darle mayoría a Bush con un pucherazo discreto?

Ojo con dejar languidecer, apuntándose al minimalismo democrático, los valores de la vieja Europa, convirtiéndola en una Venecia cultural que solo sirva para ser visitada apresuradamente antes de que desaparezca bajo las aguas, como decía no hace mucho José Borrell en un curso de verano; ojo también a la tendencia a confundir la ideología, obligadamente referencial para la izquierda, con la praxis: a las clases medias, que antes no lo eran, no les gusta.

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A pesar del horror71 ¿Estaba menos protegido ante su trágico final el traductor surcoreano al que unos terroristas finalmente han dado muerte que el primer condenado y quemado públicamente por el Santo Oficio en Valladolid a finales del siglo XVI? Al primero lo acompañaban compasivamente su país, su Gobierno y el mundo entero; al segundo, nadie, porque la suya era una muerte oficial. Se está juzgando ahora mismo a los responsables directos de las torturas en la cárcel del Abu Ghraib, y cuando se les condene el mundo entenderá condenado también al grupo de dirigentes —militares y civiles— que lo permitieron.

Actualmente es frecuente escuchar, sobre todo en boca de gente madura, que el mundo va cada vez peor y que ahora pasan cosas que antes no pasaban. Lo enuncian con los rostros y las voces tristes, a modo de constatación fatalista de la presencia inevitable del mal, como un trasunto de la previsión bíblica. Constituye una frase hecha que, sin duda, muestra una preocupación sincera, pero que parece sugerir que, hagamos lo que hagamos las personas que poblamos este mundo, las corrientes de la historia nos arrastran sin que podamos actuar para salir del sumidero de maldad en el que teóricamente estamos metidos.

Otros, más optimistas, pensamos por el contrario que sí se puede hacer algo y que no es verdad que el mundo vaya a peor; lo que sucede es que ahora, con la información horizontal y generalizada que permiten las nuevas tecnologías, los males, las injusticias, los atropellos y las torturas son conocidos por todos casi en el mismo instante de producirse, y ese mundo, que parece sordo pero no lo es, puede ahora analizarlas, medirlas, valorar la responsabilidad que entrañan y pedir cuentas a quienes las promueven o practican; ese mismo mundo suele condenarlas sin paliativos, aunque no pueda impedirlas, y tiene conciencia de que difundirlas es un primer paso que antes —¿qué querrá decir antes?— no se producía.

Después de las fotos de Abu Ghraib, que muestran a seres teóricamente civilizados en actitudes inconcebibles por abyectas, alguien puede pensar que la crueldad, el odio y la maldad del mundo son inalterables y que, sobre todo cuando no nos tocan de cerca, hay que acostumbrarse.

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Publicado en 2004.

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Sin embargo, hay que saber que los horrores que ahora conocemos tan de primera mano son lo no habitual, lo no corriente y lo que, por eso mismo, es noticiable. En general, las actitudes destructivas extremas resultan ser casi siempre individuales o de grupo, pero rara vez desde hace años la gran tropelía proviene de decisiones institucionalizadas o programadas por un colectivo pensante, el cual, en todo caso, si lo alienta o consiente, a corto o medio plazo lo acaba pagando.

Que antes no éramos mejores lo demuestran los sucesos de la historia, precisamente porque muchas de las aberraciones que se cometían —masacres, hambrunas, persecuciones, cremaciones de personas— eran el resultado de sesudas meditaciones por parte de organizaciones, estamentos y estructuras que tenían el poder de decidirlas, programarlas y ejecutarlas casi sin consecuencias, porque en la mayoría de los casos constituían hechos oficiales muy poco difundidos, a no ser que entrañaran alguna doctrina ejemplarizante.

En esos momentos de vergüenza colectiva, de estupor y asombro ante actitudes que no tienen explicación para el hombre actual, que es el resultado del dominio de los instintos cainitas por un proceso que llamamos de civilización, hay que aferrarse al pensamiento de que, en general, la barbarie se presenta en casos y lugares determinados, casi siempre impulsados por individuos cuya personalidad ronda lo patológico o bien en ámbitos donde la explotación del hombre por el hombre se vuelve en un momento determinado insoportable; esa segunda realidad es la que se puede y se debe cambiar.

Solo una dimensión de los sucesos de violencia máxima es desesperantemente creciente y reiterativa: la que se ejerce en pro de los sentimientos de raza y religión, a cuya extensión no se le ve fin, por su propio origen no racional. Afecta sobre todo al mundo islámico y a distintas zonas de África, pero incluso en estos ámbitos más sangrantes estaríamos caminando ahora, a través de su conocimiento generalizado, bien que con gran lentitud, hacia mayores cotas de justicia, de igualdad y de mejora de las condiciones de vida que ningún otro momento de la historia.

El mundo no va a peor, va a mejor, porque ahora sabemos todos lo que en él sucede, y si los sucesos son extraordinarios, es decir, inusuales y, por lo tanto, noticiables, su condición intrínseca mueve los intentos de remediarlo; los que afirman que un optimista es solo un pesimista desinformado no serán nunca los que hagan avanzar la historia.

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Debatir construyendo72 Recorte, desaparición, mutilación, desertización, temor, desconcierto, supresión, derribo, etcétera. Si estuviéramos trabajando un texto desde el punto de vista literario y reuniera en sí todos estos vocablos, diríamos que la acumulación de los mismos revela que la tensión emocional del autor (inspiración) le lleva a elegir esos términos y no otros, de los muchos que la lengua le proporciona, para trasladar al lector una intensa sensación de catástrofe. Este grupo de palabras ha sido extraído rigurosamente de los titulares de la prensa escrita de estos días en relación con el nuevo catálogo de titulaciones universitarias que prepara el Ministerio de Educación.

Hubiera sido de desear que los que han escrito sobre estos primerísimos términos de la propuesta, al tiempo que defendían legítimamente lo singular de cada una de sus especialidades, se hubieran referido también a alguna de sus ventajas; la ecuanimidad podría venir de analizar con el mismo ardor las dificultades que han tenido desde siempre los estudiantes y los profesores de cada país europeo para trabajar en otro distinto y la mejora que supondrá el que se pueda hacer presentando un papel en el que conste su título sin grandes añadidos, pues será homologable con los del país de acogida. Solo por eso, por poder mejorar sustancialmente esa hasta ahora realidad intocable, ya valdría la pena cambiar el enfoque de algunos titulares.

Ya se han alzado voces también en ese sentido.

Cuando, en los primeros noventa, trabajaba en el Ministerio, en el edificio del paseo del Prado estaba también la Subdirección General de Acreditación y Homologación de Títulos. En un momento dado me interesé por una universitaria rusa que llevaba años esperando una resolución y, cuando solicité a la subdirectora general la agilización del reconocimiento, antes de responder me condujo a una habitación donde los legajos de los expedientes cubrían toda la superficie y llegaban hasta el techo. Para homologar cada título había que verificar no solo que cada asignatura fuera semejante o coincidente con las del mismo título español, sino que los tramos de la estructura de los distintos sistemas en que se había obtenido 72

Publicado en Heraldo de Aragón el 6 de junio de 2005.

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fueran también homologables. Eso sí que era una catástrofe, un caos, una realidad inasumible para un país que se quería europeizar a marchas forzadas.

Y así han seguido las cosas hasta ahora, con alguna leve modificación legal. Esto, en cuanto al procedimiento; en cuanto a los contenidos, los datos relevan que un trabajador europeo cambiará, al menos, cuatro veces de trabajo dentro de su propio grupo formativo y una o dos saltará a ámbitos de trabajo distintos de aquel en que se formó.

Claro que el mercado de trabajo no debe mandar en las decisiones universitarias, pero tampoco se debe decidir al margen de sus exigencias.

En rigor, hay que explicar bien que casi ninguna titulación existente va a desaparecer; más bien vamos a una no excesiva especialización en los tres o cuatro primeros años de carrera —grado— y a una especialización consecuente de uno o dos años más. Del grado (Real Decreto 55/2005, de 21 de enero) se dice que «tiene como objetivo lograr la capacitación de los estudiantes para integrarse directamente en el ámbito laboral europeo con una cualificación profesional adecuada», y del posgrado (Real Decreto 56/2005, de 21 de enero) se dice: «Dotar a los estudios de Posgrado de mayor flexibilidad para que, en el ámbito de su autonomía, las universidades definan y desarrollen sus estrategias y la organización de la formación especializada e investigadora». Es decir, tres o cuatro años más generales y homologables y dos de fuerte especialización, también homologables, como en casi toda Europa. Pues bien, cuantos escriben apocalípticamente sobre el grado y no nombran el posgrado para nada parece que no confían demasiado en sus universidades para que las titulaciones que tengan que permanecer no solo permanezcan, sino que se organice mejor lo existente, para generar profesionales que, igual de bien formados que ahora, no encuentren barreras insalvables si quieren moverse por el mundo universitario occidental con comodidad y reconocimiento.

En este debate, mucho más que en otros suscitados en las universidades en los últimos tiempos, está fuera de lugar el «¿cómo va lo mío?». La convergencia conlleva problemas más graves y mayores retos que precisan de reflexión profunda y templada, como son, en primer lugar, el papel de los Gobiernos —central y autonómicos—, la financiación, cuestión clave que será su consecuencia, y la relevancia que toma la figura del alumno.

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POLĂ?TICA

Los universitarios estamos obligados a proyectar sobre la realidad una mirada universal, sobre todo en cuestiones de fondo, y se nos admite que expresemos opiniones que, en general, todo el mundo respeta profundamente. Es ese un privilegio concedido por la sociedad a las universidades que es preciso administrar con tiento.

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Trabajar en la Aljafería73 La visión que el ciudadano medio tiene de cualquier Parlamento es muy esquemática, y, por lo tanto, superficial y distante. Incluso los militantes de partido no relacionados directamente con las tareas parlamentarias ven la institución como un lugar en el que la mayoría de los diputados no desarrollan tareas políticas relevantes. Este desconocimiento se debe, tal vez, a que las cámaras han vivido muy hacia adentro y han mostrado hasta ahora, cuando ya van cambiando, poca preocupación por la proyección externa y por poner de relieve su papel trascendente en los sistemas democráticos.

También los medios de comunicación tienen algo que ver en ello. ¿Qué sabe y qué ve el ciudadano cuando se alude en la prensa, en la televisión y en la radio al trabajo parlamentario? En una democracia joven como la nuestra, el conocimiento y el aprecio institucional es socialmente débil todavía, y el cambio de hábitos en estas cuestiones precisa, para consolidarse, al menos una generación. Muchos de nosotros, cuando nos formábamos, no conocimos nunca un Parlamento propio y veíamos con envidia los debates acalorados de otros países, en los que los políticos libremente elegidos podían discutir fuertemente sin distanciarse y sin enviarse unos a otros al exilio social. Por otra parte, no es España un país donde se lea la prensa habitualmente y la televisión y la radio, que sí se ven y se oyen, y mucho, viven prisioneras de las audiencias; estas, a su vez, están condicionadas por el sensacionalismo que nos invade, y por ello suelen reflejar las imágenes más negativas de la realidad parlamentaria: los debates agrios y los hemiciclos vacíos cuando no se vota, que es casi siempre.

Reflexionando ahora sobre todo ello, recuerdo cómo fue para mí un descubrimiento político y personal muy gratificante mi llegada en 1991 a la Aljafería, donde permanecí ocho años. Siempre aludo por ello a que, en mi larga trayectoria pública, en la que he desarrollado durante varios periodos diferentes tareas de gestión, ha sido el Parlamento el ámbito donde más he aprendido y donde más útil me he sentido en relación con los proyectos compartidos de mi partido, y también ejerciendo la oposición constructiva a las propuestas de otros.

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POLÍTICA

En contra de lo que pueda parecer, las cámaras son espacios cuyo engranaje casi perfecto viene a conciliar el pensamiento individual y la dialéctica disciplinada, donde cada parlamentario desarrolla las responsabilidades que su grupo le encomienda y que no son fácilmente visibles, pero sí necesarias. Allí se aprende a ser políticamente humilde, a renunciar al lucimiento, a situar el bien común por encima de cualquier otro interés, a respetar profundamente al adversario, a apreciarle, incluso, cuando se cumplen estrictamente las reglas del juego; todo ello se proyecta en el ejercicio real de la cortesía parlamentaria, que es obligación indeclinable y un poco asombrosa para el que desde fuera ve cómo los que parecen enemigos irreconciliables en la tribuna toman juntos un café.

Desde muy joven me interesó aquello que estudiábamos en los libros de filosofía del bachillerato de la aspiración a la síntesis de contrarios de los clásicos. Creo que, en la línea idealista que caracterizó nuestros primeros compromisos políticos, muchos de nosotros hicimos de ello una apuesta personal en lo social, lo colectivo y lo público que nunca hemos abandonado.

Venía yo en el 91 de la dura gestión en el MEC como responsable de la inspección técnica de todo el Estado, menos las comunidades históricas, y de la inspección central de propio MEC, a cuya mesa llegaban recrudecidos todos los conflictos no resueltos en sus lugares de origen.

Sabido es que, cuando se ejerce la política directa, y más en este ámbito al que me refiero, un responsable no marca los acontecimientos, sino que son estos los que le marcan, y le exigen imperativamente las soluciones. Percibí al llegar a la Aljaferia que si hay un lugar donde ejercer aquel imperativo ético que ya en dictadura nos llevó a la preocupación por lo público, es en el reto que representa la disciplina parlamentaria, donde nada en los resultados finales puede ser confundible, opaco, disimulable o producto de la manipulación. Dicho lo cual, en el camino surgen a cada paso contradicciones, desafíos, enfrentamientos y dureza dialéctica recíproca, pero ¿quién dijo que el ejercicio responsable de la política era un espacio cómodo, desinhibido y poco sacrificado? Alguien que nunca fue un buen parlamentario. ¿Cómo trasladar todo ello eficazmente a la ciudadanía para que aprecie la labor del Parlamento y deposite en él su confianza? Creo que se impone, en primer lugar, la toma de conciencia de esta necesidad en el interior de la propia institución. Una vez establecido este

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punto de partida, necesariamente consensuado entre todos los grupos, toda política de promoción exterior sería poca, porque, en la sociedad de la imagen y el conocimiento en la que vivimos, lo que no se publicita no existe. Campañas diseñadas por especialistas —porque la publicidad es una verdadera ciencia—, puertas abiertas, grupos de expertos externos para consultas, actividades culturales que atraigan al ciudadano de a pie y dirigentes disponibles para cualquier debate, incluidos los que se puedan suscitar sobre la propia naturaleza de la institución.

No se ama lo que no se conoce. Busquemos sin falsos pudores el aprecio social del Parlamento y estaremos contribuyendo a la profundización de la democracia.

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POLÍTICA

Una Expo para un sector estratégico74 Los recientes cambios socialistas en el Ayuntamiento de Zaragoza suenan a previsiones sobre el medio y el largo plazo y, lo que es mejor, a que los grandes proyectos de futuro puedan ejecutarse finalmente gobierne quien gobierne, que es la grandeza de la política democrática. El cultivo de la tierra supone un hito histórico en la vida del hombre; el bien raíz de la humanidad por excelencia es esa tierra, y, como Aragón lo posee en abundancia, el aprovecharlo en beneficio de todos es lo que constituye un desafío social, político y económico de primer orden.

Haciendo de la necesidad virtud, en los últimos años nuestro territorio ha consolidado muy variadas fortalezas en el ámbito agroalimentario. El presidente Iglesias suele poner el énfasis, cuando se refiere a esta cuestión, en que nuestra comunidad produce alimentos para doce millones de personas; teniendo en cuenta que somos un millón trescientas mil y que no siempre consumimos productos de la tierra, casi toda la producción agroalimentaria aragonesa tiene que venderse fuera.

Para competir firmemente con nuestros vecinos —Navarra, La Rioja y Lérida, sobre todo—, el sector aragonés avanza, apoyado por las instituciones, asumiendo procesos productivos y de transformación basados en la calidad y en la gestión de vías comerciales eficaces, pero para que sus desvelos tengan éxito resulta imprescindible que se aprovechen mucho y bien los resultados de la investigación, que permiten innovar, y, desde luego, que se extreme por parte de todos el cuidado de la imagen, porque, con la preponderancia que en nuestra sociedad ha adquirido la comunicación, como digo siempre, lo que no se publicita no existe.

También en tiempos recientes la Universidad de Zaragoza, uno de los pilares de nuestro desarrollo, ha venido trabajando en las distintas titulaciones existentes y en algunas de nueva creación relacionadas con el sector, que tendrían que dar sus frutos en el mismo sentido: Veterinaria, Ingeniería Técnica Agrícola en sus diversas ramas en el campus de Huesca y en La Almunia —que ahora serán grados—, Escuela 74

Publicado en El Periódico de Aragón el 23 de enero de 2009.

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Superior de Ingenieros Agrónomos, Nutrición Humana y Dietética, Ciencias del Medio Ambiente y Tecnología de los Alimentos, entre otras, aparte de las que desarrolla la nueva formación profesional como enseñanzas afines.

No hace mucho que el Gobierno de Aragón, representado por el Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria (CITA), y los departamentos de Agricultura y de Ciencia y Tecnología, junto con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y con el Instituto Mediterráneo Internacional de Formación de Expertos, crearon el Parque Científico Tecnológico Aula Dei, con el apoyo y la presencia en su patronato de empresas, asociaciones, cooperativas, sindicatos y entidades financieras varias. Nuestro parque reúne en sí la mayor fuerza investigadora de España y de Europa en disciplinas vegetales como riesgos y recursos hídricos, suelos, recursos forestales, obtenciones frutícolas, vinícolas, hortícolas y herbáceas.

En otro orden de cosas, con el avance de esta cultura de progreso que se ha impuesto, por fin, en este ámbito, algunas tierras de nuestra región, ahora improductivas, producirán cereales energéticos y flores y plantas medicinales para extraer aceites esenciales, muy demandados por el mercado.

En todo lo aludido hasta ahora, y más, radica la gran fuerza aragonesa de un sector actual emergente que, con responsables muy activos, se moderniza cada día, se asocia, viaja y se arriesga, y que, sin despreciar la tradición frutera y hortelana de las zonas tradicionales, no pierde de vista lo mucho que han prosperado, innovando, los mismos sectores en Navarra, La Rioja, Lérida o la Provenza, a los que nos referíamos como competidores. Sabemos también que aquí tienen un éxito muy consolidado las ferias FIMA y SMAGUA, y no por casualidad, y que nuestras denominaciones de origen son cada vez más reconocidas y valoradas. ¿Qué hacer, pues, con todas esas fortalezas sectoriales ya en proceso de fructificar? En principio, agruparlas muy frecuentemente en grandes y pequeños foros para que interaccionen, y también involucrar seriamente al sector en la innovación y en la proyección exterior para darnos a conocer como productores y como prestadores de servicios.

Por ello son tan importantes para Aragón las previsiones de Floralia.

Por lo que hemos leído, esta Expo no trataría solo de flores, aunque es un producto cada vez más apreciado en las sociedades avanzadas:

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trataría también de frutas, de hortalizas, de vides, de jardinerías, de paisajes vegetales, de hierbas, de pastos, del medioambiente, de aguas, de suelos y de semillas, en cuyo estudio y conservación somos referente. Si la idea de este proyecto se mantiene, y parece que sí, la parte científica e investigadora que trabaja en el sector, junto con todos los componentes del mismo y con las instituciones, podrán implementar en la organización de alcance, tal como ha sucedido con éxito en la otra Expo con el agua.

Aragón ha dejado de ser una suma de tierras pobres y de agricultores resignados; por el contrario, donde hay agua se riega y se cultiva primorosamente, y donde no la hay, aunque también se trabaja, aparecerán especies y cultivos nuevos; además, de las tierras secas, altas, yermas y aventadas sacamos energía, que es un bien escaso y muy rentable. En 2006 el nuevo parque Aula Dei presentó a las empresas y a la sociedad aragonesa una muy competitiva cartera de servicios; en 2008 la Cámara de Comercio, la Confederación de Empresarios de Aragón (CREA) y la CAI han editado un magnífico estudio descriptivo sobre la industria agroalimentaria aragonesa, que demuestra los valores en alza de cuanto hemos tratado aquí, y nuestro departamento del ramo tiene bastante concienciado al Ministerio de las posibilidades de Aragón.

Como dice el sociólogo Manuel Castells Oliván, aragonés y pirenaico por parte de madre, cuando en un territorio se juntan las necesidades imperativas de mejora, la voluntad política y las fábricas de ideas que son las universidades y los centros investigadores nacen los grandes logros, que tienen que ser amparados por seres que, en principio, parecen visionarios. ¿Qué mejor ocasión para activar y mostrar todas nuestras capacidades que una exposición internacional, cuyo contenido serviría no solo para situar Zaragoza y Aragón en ese mundo verde, sino que constituiría un estímulo para todos los implicados en el sector y un disfrute seguro para cualquiera que valore el tirón de la naturaleza y el uso responsable de la misma?

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2008: un año contradictorio75 Podríamos decir, respetando la verdad, e, incluso, buscándola dialécticamente, que el año 2008 fue, desde el punto de vista social, político y económico un buen año para Aragón, y también, con la misma contundencia y desde el mismo enfoque, que fue malo. Así formulado, ambas afirmaciones se anularían entre ellas si no existiera en la lógica el recurso de la dialéctica al que nos referíamos: dialécticamente hablando, pues, la sucesión y el encadenamiento de los hechos ocurridos en el mundo, en España y en Aragón, y particularmente aquí en este último año, han sido, casi en la misma medida, buenos y malos para la colectividad; de ahí el título.

Las tecnologías, que han hecho posible la información mundial, horizontal y simultánea en tiempo real de cada hecho acaecido, nos han llevado a todos, pero de otra manera, al viejo sueño de ser ciudadanos del mundo. Ello ha tenido y tiene su cara y su cruz para cada uno de los territorios que lo forman y también para cada uno de sus moradores, estén donde estén y piensen lo que piensen; ahora todo se sabe o se sabrá, y por eso lo bueno es que ya casi nadie puede perjudicar impunemente los intereses generales en pro de intereses particulares o de grupo. El planeta, en su globalidad y globalización, que no es lo mismo, ha mejorado mucho, en contra de lo que pueda parecer; los horrores se conocen de inmediato y se rechazan colectivamente sin reparos, y los logros se disfrutan también colectivamente.

Como consecuencia, la división de los seres y de los países en buenos y malos, en blancos y negros, en héroes y antihéroes se ha desdibujado, y ello nos suscita visiones contradictorias. Si en el 2008 hay algo que, en el plano mundial, ha hecho saltar muchos prejuicios, ha sido la imagen tan ausente de misterio y lejanía y tan occidentalizada que la nueva China ha mostrado en los Juegos Olímpicos, con todo lo que conlleva de aspiración integradora y universal para un país totalitario. También en el mismo nivel, la elección en Estados Unidos de un presidente que representa la radical toma de conciencia de la mayoría de los ciudadanos de aquel país de que ha terminado el tiempo en el cual se creyeron y operaron interesadamente como los 75

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redentores del orbe, porque ya todo el mundo sabe que el origen de la crisis que padecemos ahora viene del liberalismo económico y financiero salvaje que Nixon impuso al mundo en los setenta, cuando dejo al dólar sin el referente compartido del patrón oro, decisión prepotente que ha sido perniciosa no solo para Norteamérica, sino para toda la humanidad (Sami Naïr dixit).

España, en razón de lo que venimos comentando, se ha encontrado de golpe sumida también en sus propias contradicciones, y no solo como todos los demás países del entorno, sino un poco más. El edificio, que parecía ideal, tenía algunos cimientos de barro —la dependencia energética, la poca productividad, la polarización en los sectores inmobiliario y del automóvil, entre otros—. Aquí vivíamos mejor, habíamos crecido económicamente más deprisa, acogíamos por primera vez la emigración con la generosidad de un país rico y disfrutábamos de un bipartidismo político que parecía consolidado y que se demostraba en el equilibrio que propiciaban las fuerzas sociales con Gobiernos de distinto signo. ¿Qué ha sucedido? Que, como estábamos tan bien, aunque con aquellos riesgos intangibles, ahora las disfunciones son más evidentes. Los males que inocula una dictadura larga no se curan en una generación de demócratas a medias.

Los nuevos ricos, en el tardofranquismo, se caracterizaban porque hacían ostentación de su riqueza y ello les situaba, mientras los ricos de siempre presumían de pobres y así evitaban riesgos, y eso todavía dura.

Si en el mundo se está tratando de salir del marasmo económico aunando esfuerzos de los Estados, representados por sus Gobiernos, y España participa activamente en esa búsqueda, avalando la teoría de Felipe González de la necesidad de la vuelta de la política, Aragón, como parte integrante de esa realidad, no podía escaparse de buscar impulsos de futuro para equilibrar los datos que va a mostrar el Consejo Económico y Social a la sociedad aragonesa en el Informe 2008, que se presentará en julio de este año. Rara vez en la historia se habrán producido en un mismo territorio tantos contrastes entre el primer y el segundo semestre de un mismo año, y no solo en los indicadores económicos, sino en las percepciones subjetivas. El éxito de la Expo ha contribuido para bien y para mal a dibujar nítidamente las dos caras de la moneda.

Económica y socialmente hablando, hemos pasado en demasiado poco tiempo de la sensación de abundancia al pesimismo que suscita

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sobre todo la pérdida del empleo, aunque las opiniones son bastantes matizadas porque los aragoneses somos muy sensatos. Un temor que incrementa aquí la preocupación de la ciudadanía es que en nuestra política se ha dado el caso insólito de que el presidente del Gobierno autónomo, en estas circunstancias, ha avisado tres años antes de las elecciones de que no se presentará a una reelección prácticamente asegurada. Este hecho tiene, como todo lo que venimos comentando, su cara y su cruz: por una parte demuestra gran nobleza y altura de miras por parte de su protagonista, y, por otra, al no darse ahora las condiciones para una acción de continuidad, porque la circunstancia requiere una nueva forma de afrontar las cosas, deja al electorado con el ánimo en un suspense político añadido al económico, que no convendría alargar.

Como decía al principio, las soluciones para el mundo, para nuestro país y para nuestro territorio tienen que venir por la vía del debate dialéctico, que, por suerte, ha comenzado ya a producirse en todos los niveles. Los diccionarios españoles son muy sutiles y expresivos en las acepciones del vocablo dialéctica: «Impulso del ánimo, que lo guía en la investigación de la verdad» —Casares— y «Serie ordenada de verdades o teoremas que se desarrolla en la ciencia o en la sucesión y encadenamiento de los hechos» —RAE—. Dada la situación, precisamos un análisis científico y certero de los datos para buscar soluciones, que vendrán con seguridad porque, según Elias Canetti, la tendencia a la propia protección es elemental en el hombre, como la libido o el hambre.

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Asunto politizado. ¿Será posible?76 El obispo Piris afirma, en una carta exculpatoria a sus colegas, que el asunto de los bienes de las parroquias aragonesas —que el Obispado de Lérida retiene ilegalmente a la luz de la normativa canónica— no se resuelve porque está politizado y que, al parecer, las justas reclamaciones aragonesas suponen una búsqueda del linchamiento de su persona.

Los aragoneses no entendemos qué intención le mueve a achacar a la politización el incumplimiento de su deber. ¿Será que él también pertenece a un partido político? Ya sabemos que los poderes públicos catalanes no son partidarios de una devolución pura y simple, pero en un político tiene mayor explicación, que no justificación; todos allí conocen perfectamente que, si los distintos obispos que han pasado por Lérida en quince años hubieran querido devolver los bienes, las autoridades civiles nada podrían haber hecho para retenerlos, ni tampoco la sociedad civil catalana, que también ha jugado fuerte, personificada en la Asociación de Amigos del Museo. ¿Han tenido los obispos algún apoyo subrepticio en Roma o en Madrid para ir haciéndose las víctimas de un desafuero cuya resolución solo a ellos mismos compete? Ya no nos avergüenza en Aragón ser muy mal pensados, después de lo que hemos visto y oído en tan largo tiempo.

A finales de junio del 95, cuando el reparto de las parroquias quedó fijado, el entonces director general de Cultura y Patrimonio, Manuel García Guatas, comentó en una de las reuniones de coordinación que realizábamos en el departamento, del que yo misma era responsable, la conveniencia de adelantarnos al planteamiento obligado de la devolución de los bienes personándonos en el Obispado de Lérida en visita oficial, para dejar clara la pertenencia, la conveniencia de un encuentro y la necesidad de que la resolución eclesiástica no se dilatara en el tiempo. Tal como se acordó, el director general viajó a Lérida para tener una primera entrevista, nada impositiva, toda vez que la marcha del proceso correspondía solo a la Iglesia, pero intentando percibir cómo iban a ir las cosas. Nunca 76

Publicado en El Periódico de Aragón el 27 de junio de 2010.

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pensamos, sin embargo, que el camino sería tan largo, y mucho menos tan maquiavélico.

El director, él lo recordará, regresó totalmente desalentado; no solamente constató despego y escepticismo total en el obispo Malla, sino que sacó en consecuencia que el Obispado en su conjunto, y no solo su titular, daba por hecho que los bienes se quedarían en Lérida para siempre, alentando ellos mismos las resistencias civiles y políticas.

Desde el Gobierno de Aragón solo cabían acciones y contactos más o menos oficiosos e invocar en las Cortes la normativa explícita en el derecho canónico, que consultamos formalmente entonces, con lo cual creímos poder presionar para reclamar lo que en derecho nos pertenecía.

Así comenzó esta historia interminable —por ahora— que escandaliza a propios y extraños. ¿Dónde queda aquello de «no codiciarás los bienes ajenos»? Sabemos todos los que no hacemos demagogia que a un alcalde, a un presidente de comunidad o a un Parlamento autónomo le es políticamente muy duro, y también sentimentalmente —¿por qué no?—, prescindir de un conjunto de piezas que, solo ellas, ya justifican la creación de un precioso museo, tal como se ha concebido. ¿Qué grupo político de cualquier color podía votar no a la moción de Convergencia i Unió en las Cortes catalanas en 2006? Otra cosa es que la matemática política del Parlamento hubiera resuelto la no admisión a trámite de la moción, conocido el dictamen firme de la Santa Sede de 2002.

Lo que no tiene justificación racional, legal, moral, religiosa ni de recta intención es que tres obispos —Malla, Ciuraneta y Piris—, dos nuncios apostólicos y un mediador nombrado por el papa no hayan podido, ni querido, ni sabido, resolver sencillamente y sin aspavientos una causa perdida para ellos y enfangada por su relativismo moral y legal en estratagemas de la sociedad civil catalana y, claro está, de los responsables políticos, que también han ayudado lo suyo. ¿Se imagina alguien al presidente Iglesias y a la consejera Broto presionando a un obispo para que en un asunto eclesiástico no cumpla su propia ley? Quiero creer que ni a ellos ni a ningún dirigente aragonés en tesitura política semejante, por dolorosa que pudiera ser. Ahora nos sale este obispo con lo de la politización y el linchamiento, como si de un héroe de película del Oeste se tratara.

Un amigo mío, cura de vocación tardía después de participar en la

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Guerra Civil, donde una bala le voló media oreja, decía que hay bastantes curas que no creen en Dios, como san Manuel Bueno, pero que no se lo cuestionan; consuela saber que al menos él, como el propio Miguel de Unamuno, mártir de sus contradicciones, vivía atormentado.

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El pesimismo nunca construye77 Jesús Morte, presidente de la CREA y vicepresidente nacional, suele decir que mientras uno se deprime pierde el tiempo necesario para avanzar. No sé seguro si hay que entender la llamada desafección de la política y de los políticos como el paso que sigue a la preocupación o caben entre ambos conceptos estados intermedios en el ánimo de los ciudadanos. En todo caso, lo que muestran los resultados del estudio social y sociológico de la Fundación Santa María se puede leer claramente entre nosotros como despego, crítica y decepción sin paliativos; en la cuestión del paro, lo podemos entender como preocupación profunda, y para el sorprendente segundo puesto de la Iglesia católica habría que buscar una interpretación más sofisticada.

Creo intuir que el componente principal de todo ello es el desconcierto que produce el no ver materializado en la acción de gobierno y de oposición aquello que se había prometido. Si se profundiza, se ve que la actitud crítica afecta por igual al Gobierno que a la oposición, a los partidos grandes y a los pequeños; lo peligroso, sociológicamente hablando, es que este estado de opinión, si es general, debilita los principios básicos de la democracia. ¿La culpa es solo de la tremenda crisis económica que estamos viviendo, que ha afectado al equilibrio psicológico de la ciudadanía, o hay algo más? Tal vez sea solo la economía; muchos percibimos que, además, estamos asistiendo al fin de una era, marcado sobre todo por el avance de las tecnologías y su uso, que han cambiado para siempre el fondo y la forma de la información y el conocimiento y, por ende, han agudizado la sensación general de desconcierto ante un mundo nuevo. ¿Son los políticos y las políticas que desarrollan más responsables que otros de la inquietud que se ha apoderado de los ciudadanos, como si este estado de cosas no pudiera mejorar? La cuestión de que esta situación es irremediable, desde el punto de vista de la investigación histórica, es falsa de toda falsedad. En el caso de la política, ¿qué hacer cuando los datos de la realidad hacen temblar la doctrina? Lo primero, no perder de vista los valores esenciales que la sustentaban, 77

Publicado en El Periódico de Aragón el 9 de enero de 2011.

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y lo segundo, buscar el apoyo del amigo, la comprensión del adversario y la conexión con la calle por cualquier medio, que bien pudiera ser el diálogo incansable con las fuerzas que la representan.

En España las críticas se centran más en los partidos porque se sabe que los Gobiernos se suceden sin que nada peligre cuando una democracia está bien asentada. Por ello la militancia política aquí es tan dura, toda vez que aún hay quien piensa, como Franco, que los partidos son nefastos. Los que llegamos a ellos alborozados en el centro mismo de nuestras vidas lo sabemos bien, pero esa entrega explícita, ahora tan devaluada por la opinión, tiene, como todo en la vida, sus luces y sus sombras, su cara y su cruz, su haz y su envés, como las hojas de los árboles, que conocen siempre, sin un fallo, su invierno, pero también su primavera. Quien no acepte esta realidad que no se haga militante, y, si siente afinidad, que trabaje como simpatizante.

Para más inri, como dicen los castizos, en nuestro país, que es un estado casi federal pero con características propias, donde lo territorial cuenta mucho, los grandes partidos están obligados a aceptar siempre la existencia de otras formaciones, más pequeñas o muy pequeñas pero muy beligerantes, que en las consultas electorales y en la formación de los Gobiernos juegan sus bazas legítima e interesadamente de forma agresiva para obtener cotas de poder desmesuradas en relación con los votos obtenidos. El juego democrático del respeto a las minorías y las matemáticas parlamentarias así lo establecen.

Una desviación de los programas propios en los grandes partidos se paga muy cara, y tiene poco coste para los más pequeños, a los que afectan más las formas que el fondo. Y es que, en los procedimientos y en las relaciones entre unos y otros, hay formas y formas, modos y modos: los más pequeños, y, sobre todo, los más destemplados política y dialécticamente hablando, han sido abandonados por muchos de sus votantes; cuando vienen mal dadas se mide mucho el voto en las formaciones pequeñas. ¿Sería políticamente sano que, en situaciones de inquietud, tal vez como la presente, los grandes lograran acuerdos, como en el País Vasco, y ahora, con matices, en Cataluña? ¿Se nos vería menos deprimidos? Creo que, si no se puede pactar todo, al menos se rebajaría esa desafección y ese pesimismo que también nos perjudica en el exterior. Pienso más que nada en los jóvenes, que son el futuro, el de la vieja, culta, tolerante y creativa Europa, que, con todos sus problemas,

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es un triunfo en sí misma, a conservar como oro en paño, y en nuestra joven democracia. ¿Sería políticamente sano que en situaciones de mucha inquietud los grandes partidos lograran acuerdos, sin por ello perder las esencias?

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Los partidos no son los Gobiernos78 Preservar y acrecentar la fortaleza de nuestra joven democracia, tan trabajosamente conseguida, es obligación ineludible de las instituciones, de los medios de comunicación y de toda la sociedad, mediante el compromiso de cada uno de sus componentes. Si no se trabaja en ello sistemáticamente, tardaremos mucho tiempo en conseguir que cada español —hombres y mujeres, viejos, jóvenes y niños, ricos y pobres, urbanos y rurales, indígenas y acogidos— sienta su país como un todo en el que las actitudes de unos repercuten de una u otra forma en la percepción y las vivencias de otros, sean estos próximos o lejanos: lo que llamamos el efecto mariposa.

La primera condición para ejercer el juicio político democráticamente constructivo sería no confundir en nuestras manifestaciones públicas y privadas los términos partido y Gobierno. Un Gobierno, cuya acción puede y debe ser criticada, deviene, en democracia, de un partido o de varios, pero las acciones de uno no son identificables con la naturaleza de los otros; también a los partidos se les puede criticar como tales, pero afinando mucho para que las descalificaciones no dañen las raíces mismas de la convivencia sana que debemos defender.

Partiendo del axioma de que los partidos son elementos constitutivos e imprescindibles para la existencia misma de la democracia, y de que esta constituye el modo de organización política más liberador y eficaz para el bien común, se percibe en este momento en la sociedad española y también en Europa que afloran en demasía sentimientos y valoraciones contradictorios, cuando no negativos, sobre los partidos políticos en general. Los demócratas saben, y lo practican como método incluso los no marxistas, que para que las contradicciones que aparecen continuamente en el ámbito político puedan esclarecerse y superarse deben ser sometidas sin tapujos a la confrontación dialéctica, por dura que resulte; cierto es que debe intentarse que los enfrentamientos no se desarrollen con argumentos pedestres y demagógicos y que la disidencia no se utilice para fines distintos del logro que supone el acercamiento de posturas entre los que debaten en pro de un interés general.

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Publicado en El Periódico de Aragón el 18 de marzo de 2011.

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Como es patente, entre la ciudadanía, que mira los partidos desde fuera, se agudiza la percepción de los desacuerdos internos porque durante los periodos electorales dentro de los mismos se desdibuja en general dicha práctica dialéctica ordenada y se tira por la calle de en medio; y es que el español de a pie espera que los dirigentes expliquen claramente no solo los programas, sino los pasos previos y el porqué de las cosas, dado que los procesos de formación de candidaturas, entre otras cuestiones, no parecen con frecuencia suficientemente transparentes.

Las democracias muy maduras aceptan con naturalidad que las caras de la polis, mucho más que las de otros ámbitos, no suelen ser blancas o negras, sino, en pro de lo posible —lo que no es posible no es político—, son aproximadamente grises, cosa que aquí cuesta mucho explicar, según se ve, y todavía más aceptar. Si gris marengo ha resultado ser finalmente el contenido de los inaccesibles secretos de la política norteamericana, que un mago de la informática, de moral social, por lo que vamos sabiendo, bastante relativista, ha sacado a la luz halógena del mundo, más grises serán, objetivamente hablando, aunque no necesariamente más opacos, los procesos electorales previos de los jóvenes partidos españoles, a pesar de que la Constitución exige explícitamente su organización democrática interna. ¿Existen procedimientos reglados para que cualquier militante pueda concurrir a cualquier puesto? Formalmente existen en todos los partidos, grandes y pequeños, creo saber, aunque en este punto las inercias y los intereses suelen jugar malas pasadas. En el PSOE, para cada proceso electoral el Comité Federal, máximo órgano entre congresos, emite un documento de instrucciones, muy largo y pormenorizado, de obligado cumplimiento. Así, las agrupaciones locales, grandes y pequeñas, deben debatir y votar en sus asambleas, convocadas exclusivamente para ello, sus propias propuestas de candidatos a sus ayuntamientos, a sus comunidades autónomas y a las Cortes Generales, en su caso. Los resultados se remiten al órgano provincial, que previamente habrá constituido una comisión de listas cuyo trabajo será también supervisado a nivel provincial, regional y nacional. Todo ello al amparo de la Ley Electoral del Estado, que, en general, se cumple escrupulosamente.

Creo que lo que suscita tantas opiniones y actitudes apasionadas —deserciones, noticias, debates, artículos, entrevistas, posicionamientos

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POLÍTICA

más o menos intencionales— se debe a que en nuestra sociedad democrática, todavía poco rodada, algunos se desahogan mezclando lo gubernamental y lo partidario con comentarios superficiales, de charlas de café, de tertulia deportiva, de reunión familiar, de enfado o desenfado muy poco ponderados. Menos mal que luego, a la hora íntima, personal, intransferible y meditada de escoger la papeleta, el pensamiento profundiza y solo una parte muy muy pequeña —afortunadamente— de los críticos que se dicen desorientados y escandalizados no saben qué hacer; creo que los más renuentes no vivieron la dolida añoranza de un hombre, un voto.

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El arte de lo posible79 Se dice que lo que no es posible no es político, aunque sea conveniente, beneficioso y defendible. La TCP y el Canfranc, según el Colegio de Comisarios y la Comisión Europea, no son posibles, pero solo por ahora. Ello implica que no se deje de trabajar políticamente sin desmayo alguno.

En el estudio editado en 2009 por el Consejo Económico y Social de Aragón sobre Posibilidades y viabilidad para la reapertura del Canfranc aparece, en la página 78 (apartado IV.3.2.), el siguiente epígrafe: «Alternativa en túnel de baja cota (A.2)» Dicho estudio, promovido por unanimidad en el CESA, atento siempre a proporcionar información fiable y rigurosa a las instituciones y a la ciudadanía, fue adjudicado en su día mediante convocatoria pública a la consultora Ineco; es el último que conocemos de una serie de ocho que existen hasta ahora entre estudios completos y revisiones de los mismos. Sabemos que en este momento, al calor del debate europeo, español y aragonés sobre la TCP, nuestro Ministerio de Fomento y su homólogo francés comparten la realización de uno nuevo que incluirá los dos aspectos y, suponemos, complementará los ya existentes.

Si, como parece, para Europa la TCP y el Canfranc han pasado a la Red Global, es decir, en el caso de la TCP, de ser prioritaria a ser interés a medio plazo, y el Canfranc, que no lo era, es admitido como necesario, sería un buen momento para que el contenido del estudio aludido, sobre todo en lo que se refiere a la viabilidad de la recuperación del Canfranc, bien que actualizando sus datos económicos y también la parte referida a la travesía por un túnel de baja cota, apareciera como muy significativo y casi taumatúrgico. Desde las responsabilidades españolas y aragonesas, que nos implican a todos, deberíamos hacernos la siguiente pregunta: ¿qué podemos hacer mientras se siga deliberando? Porque aquí no acaba todo.

En relación con lo que hoy nos ocupa, en el capítulo previo de «Antecedentes» del estudio aludido se adelanta lo siguiente: «Se ha licitado la renovación integral de la línea entre Caldearenas y Jaca, con una vía compatible con el ancho internacional, y está en curso el 79

Publicado en El Periódico de Aragón el 25 de octubre de 2011.

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POLÍTICA

análisis de las alternativas de trazado para unos treinta kilómetros entre Huesca y Caldearenas […]. Estas decisiones del Ministerio de Fomento y el tramo de la TCP en su trazado Madrid – Zaragoza – Huesca evidencian que, en este momento, la mejora entre Zaragoza y Jaca es una primera parte de la actuación del Estado español en la TCP y, hoy por hoy, es el trazado más probable en ese tramo». Es en esto en lo que hay que seguir para cuando en 2023 se produzca la revisión de los acuerdos actuales, que no son definitivos.

Durante la sesión de la presentación pública del estudio referido en Zaragoza en 2009, el secretario de Estado, que es el mismo de hoy, hablaba de la voluntad política del Ejecutivo de reabrir el Canfranc y contemplar a medio plazo la TCP. Entonces no estaban tan claras las voluntades europeas tal como se manifiestan en este momento en cuanto a las dos cuestiones, pero el apoyo explícito a toda la línea existente es y será histórico, y su tratamiento en lo que a España concierne constituye el primer paso significativo para este proceso comunitario tan dilatado. En todo caso, Aragón y Aquitania podrían, con un gran acuerdo, estimular una primera acción, barata, rápida y posible, de reabrir, en cuatro o cinco años, ya muy mejorado, el camino a Europa, cuyo tramo entre Zaragoza y Pau, en funcionamiento, facilitaría la solución a medio plazo de la TCP con ese túnel de baja cota, que es lo que propone el estudio en su página 78, a la que nos referíamos.

Ninguno de los que venimos opinando sobre ello, a favor o en contra, y que no somos técnicos, deberíamos pronunciarnos más veces sin tener delante un mapa en relieve de los Pirineos de los que ahora se compran por unos pocos euros. Ante dicho mapa, recorriendo con el bolígrafo los caminos posibles sin apriorismos ni prejuicios, veríamos claramente que la enorme masa montañosa del Pirineo más central, por el sur, es netamente aragonesa pero difícilmente franqueable, y que solo se adelgaza considerablemente en el Aragón a la altura del valle del mismo nombre por el oeste, mientras que por el este no sucede lo mismo hasta el valle de Arán, en tierras catalanas.

Así pues, lo que propone el nuevo y posibilista estudio de Ineco es que la recuperación integral de la vía del Canfranc, en el tramo español, y tal vez también en el francés, sería compatible y un primer paso que estaría concluido en 2023, cuando se revisen los acuerdos de hoy para una TCP posible con un túnel que naciera en Villanúa y apareciera al sur de Bedous, y con un cálculo de tres variantes para

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el trazado, que determinarían la longitud del mismo y la velocidad alcanzable, entre 160 y 250 kilómetros por hora.

Para la boca sur, tanto a España como a Aragón nos deben animar las mejoras que ha conseguido ya Aquitania en la boca norte y la certeza de la voluntad política de nuestro Ejecutivo actual de un acceso por el túnel de Sierra Caballera, hoy en estudio informativo. Quien abra el Canfranc, que no es una utopía porque ya existe y solo necesita reformarse, hará historia aragonesa, española y europea y quien, en veinte años, perfore el Pirineo para la TCP, también.

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Índice Prólogo

.................................................................................................................................

7

......................................................................................................................

13

Cultura y sociedad ..........................................................................................................

Triunfo: un antes y un después ..........................................................................

Una justicia necesaria ............................................................................................

El papel de las instituciones ...............................................................................

Elogio del Parlamento ..........................................................................................

Desdramatizar y ocupar la cárcel ....................................................................

Lo político: un toque de convicción ..............................................................

Febrero del 97: Eloy habla de las dictaduras .............................................

Mayo del 68: Francia en el corazón ...............................................................

Chiapas, Zapata y Esmeralda .............................................................................

Demasiado para el alma .......................................................................................

El bucle melancólico .............................................................................................

Esta foto, aquellos días .........................................................................................

Anarquistas de centro ...........................................................................................

El camino de Francia .............................................................................................

Un lugar en el mundo ..........................................................................................

Sentido de la historia .............................................................................................

Euskadi en el corazón ...........................................................................................

De muebles, inmuebles y trajes ........................................................................

Los espacios deliberantes ....................................................................................

La herencia .................................................................................................................

Gracias a todos ..........................................................................................................

17 19 23 27 30 33 36 39 43 46 49 53 55 58 61 65 68 71 74 77 79 82

Introducción

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LA MIRADA DEL ESPARVEL

Mejor no confundir ................................................................................................

Aragón exporta sentido común ....................................................................... ¿Saldremos los europeos de la crisis? ............................................................

Los maestros ..............................................................................................................

84 87 90 93

Educación ............................................................................................................................

Los cambios en el sistema educativo .............................................................

Sin tu permiso, querido maestro ..................................................................... ¿Desconocimiento, imprevisión o mera arrogancia? ............................

Un curso aciago ........................................................................................................

Diagnóstico frágil y carencia de propuestas ..............................................

Leer a Goleman ........................................................................................................

En la encrucijada .....................................................................................................

Quince años de progreso ....................................................................................

Las universidades: materia sensible ...............................................................

Los rigores de la adolescencia ..........................................................................

95 97 100 103 106 109 111 114 116 118 121

Deporte ................................................................................................................................

Las variadas lecciones de Birminghan ..........................................................

Deporte y dinero público ....................................................................................

El equipo que deseamos ......................................................................................

El valor de una cita con el mundo ..................................................................

La Roja es la punta del iceberg ........................................................................

123 125 130 134 137 139

Mujer .....................................................................................................................................

Nunca es el momento ...........................................................................................

También las no maltratadas ............................................................................... ¿Avanzamos en igualdad? ....................................................................................

Las machadas .............................................................................................................

143 145 148 151 154

Nombres propios ............................................................................................................

Saura, Aragón y Huesca, desde mi terraza .................................................

Alfa y omega del compromiso intelectual ..................................................

Que le pongan un crespón a la Giralda .......................................................

Desde la serenidad ..................................................................................................

Confidencial ...............................................................................................................

En carne propia .......................................................................................................

In memoriam .................................................................................................................

Don Fernando ...........................................................................................................

157 159 162 164 167 170 173 176 179

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ÍNDICE

El último romántico ...............................................................................................

El gran sacrificio ......................................................................................................

El soldado Tomás Buesa .......................................................................................

Sarko no es un francés al uso ............................................................................

Talante y talento .......................................................................................................

Un poeta que muere a destiempo ..................................................................

Todo menos sencillo ..............................................................................................

182 185 187 189 191 194 197

Política ..................................................................................................................................

La clarificación política ........................................................................................

La moderación del PSOE ....................................................................................

UMD: una nueva ocasión política ...................................................................

El precio de la coherencia ..................................................................................

El debate político y las acciones por la autonomía ................................

Gobernabilidad y política ....................................................................................

Decíamos ayer… ......................................................................................................

El desafío de las primarias ..................................................................................

La responsabilidad constitucional: PSOE y PP ........................................

Madrí es mucho Madrí ..........................................................................................

La tentación minimalista .....................................................................................

A pesar del horror ...................................................................................................

Debatir construyendo ............................................................................................

Trabajar en la Aljafería .........................................................................................

Una Expo para un sector estratégico ............................................................

2008: un año contradictorio ..............................................................................

Asunto politizado. ¿Será posible? ....................................................................

El pesimismo nunca construye .........................................................................

Los partidos no son los Gobiernos .................................................................

El arte de lo posible ...............................................................................................

199 201 204 208 210 213 216 219 221 224 227 230 233 235 238 241 244 247 250 253 256

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OTROS TÍTULOS DE LA COLECCIÓN 1. M.ª José Gayán Laviña y Lourdes Languiz Salcedo, El cuero en el Altoaragón (1987).

2. M.ª Carmen Mairal Claver, Juegos tradicionales infantiles en el Altoaragón (1987).

3. Ángel Vergara Miravete, La música tradicional en el Altoaragón (1987).

4. Manuel Benito Moliner y Francisco Domper Gil, Azara (1988).

5. M.ª Pilar Benítez Marco, Contribución al estudio de La Morisma de Aínsa (1988).

6. Vicente Bielza de Ory y Gilbert Dalla-Rosa, Las relaciones socioeconómicas transpirenaicas (1989).

7. Rafel Vidaller Tricas, Dizionario sobre espezies animals y bexetals en o bocabulario altoaragonés (1989).

8. Herminio Lafoz Rabaza, Cuentos altoaragoneses de tradición oral (1990).

9. Carlos Ascaso Arán, Estudio sobre el cultivo y comercio de la almendra en la comarca de la Hoya de Huesca (1990).

10. Agustín Faro Forteza, Tradició oral a Santisteba (La Llitera) (1990).

11. Hèctor Moret i Coso, Pere Pach i Vistuer: articles ribagorçans i altres escrits (1991).

12. José M.ª Satué Sanromán, El vocabulario de Sobrepuerto (Léxico comentado de una comarca despoblada del Altoaragón) (1992).

13. José Damián Dieste Arbués, Refranes ganaderos altoaragoneses (1994).

14. Luciano Puyuelo Puente, Castillazuelo: tal como éramos (1994).

15. Inmaculada de la Calle Ysern y Ángel M. Morán Viscasillas, Cara y cruz en Nocito (El ayer y el hoy de una comunidad en la sierra de Guara) (1994).

16. Joaquín Salleras y Ramón Espinosa, La ermita de San Salvador de Torrente de Cinca (1995).

17. VV AA, Del esparto a la PAC. Primeras Jornadas Agrarias (Lalueza, noviembrediciembre 1993) (1995).

18. Pedro Lafuente Pardina, Al calor de la cadiera (Relatos y vivencias del Altoaragón) (1996).

19. José Antonio Llanas Almudébar, La pequeña historia de Huesca. Glosas, I (1996).

20. José M.ª Satué Sanromán, Semblanzas de Escartín (1997).

21. José M.ª Ferrer Salillas y M.ª Ángeles Abió Zamora, Angüés. Historia, vida y costumbres de una villa del Somontano oscense (1998).

22. Francisco Castillón Cortada, Santa María de Valdeflores y San Miguel, las dos parroquias de Benabarre (1998).

23. Ester Sabaté Quinquillá (coord.), Albelda, la vida de la villa (1999).

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24. Jeanine Fribourg, Fiestas y literatura oral en Aragón (El dance de Sariñena y sus relaciones con los de Sena, Lanaja y Leciñena) (2000).

25. Chabier Tomás Arias, El aragonés del Biello Sobrarbe (1999).

26. Ramon Vives i Gorgues, Costumari de Castellonroi (Ànima d’un poble) (2001).

27. Mariano Constante, Crónicas de un maestro oscense de antes de la guerra (2001).

28. M.ª Celia Fontana Calvo, La iglesia de San Pedro el Viejo y su entorno. Historia de las actuaciones y propuestas del siglo XIX en el marco de la restauración monumental (2003).

29. Ignacio Almudévar Zamora, Retablo del Alto Aragón en el último tercio del siglo XX (artículos, charlas y conferencias) (2005).

30. M.ª Dolores Barrios Martínez y Pilar Alcalde Arántegui (eds.), Antonio Durán Gudiol y la prensa escrita (artículos) (2005).

31. Ramón Lasaosa Susín (ed.), Enrique Capella. Folclore y tradición (2006).

32. Ángel Huguet Canalís, Plurilingüismo y escuela en Aragón: un estudio sobre las actitudes ante las lenguas aragonesas (aragonés, castellano y catalán) y las lenguas extranjeras (2006).

33. José M.ª Ferrer Salillas, Bespén: recuerdos del pasado y una mirada al presente (2007).

34. Pablo Martín de Santa Olalla Saludes, Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio (2007).

35. María José Navarro Bometón, Nueve siglos frente al cierzo: la iglesia de Santa María la Blanca de Berbegal (2008).

36. Encarnación Visús Pardo, La villa de Berdún, entre la naturaleza y el arte: un hermoso contrapunto (2009).

37. Francisco Bruballa Angusto, Vocabulario del habla de La Puebla de Castro (Baja Ribagorza) (2009).

38. Cristino Gasós, Líneas cortas y otros poemas (ed. a cargo de Fidel Sebastián Mediavilla) (2011).

IBIC: DQ ISBN: 978-84-8127-256-7

Portadas 39 16/05/14 14:08 Página 1

CN

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39 Ángela Abós Ballarín

ÚLTIMOS NÚMEROS DE LA COLECCIÓN

28. M.ª Celia Fontana Calvo, La iglesia de San Pedro el Viejo y su entorno. Historia de las actuaciones y propuestas del siglo XIX en el marco de la restauración monumental (2003).

29. Ignacio Almudévar Zamora, Retablo del Alto Aragón en el último tercio del siglo XX (artículos, charlas y conferencias) (2005).

30. M.ª Dolores Barrios Martínez y Pilar Alcalde Arántegui (eds.), Antonio Durán Gudiol y la prensa escrita (artículos) (2005).

31. Ramón Lasaosa Susín (ed.), Enrique Capella.

Folclore y tradición (2006).

34. Pablo Martín de Santa Olalla Saludes, Javier Osés: un obispo en tiempos de cambio (2007).

35. María José Navarro Bometón, Nueve siglos frente al cierzo: la iglesia de Santa María la Blanca de Berbegal (2008).

36. Encarnación Visús Pardo, La villa de Berdún, entre la naturaleza y el arte: un hermoso contrapunto (2009).

37. Francisco Bruballa Angusto, Vocabulario del habla de La Puebla de Castro (Baja Ribagorza) (2009).

38. Cristino Gasós, Líneas cortas y otros poemas (ed. a cargo de Fidel Sebastián Mediavilla) (2011).

Este libro es el resultado de una cuidadosa selección de artículos de prensa de entre los muchos que la autora publicó en los medios escritos aragoneses entre 1982 y 2012, tiempo en que estuvo plenamente dedicada a la vida pública de nuestra comunidad. Ángela Abós, que fue profesora de Lengua y Literatura durante más de veinte años, sostiene que quien escribe habitualmente lo hace por la ineludible necesidad de comunicarse con el otro y respondiendo a un impulso del espíritu: escribe lo que piensa, lo que ve, lo que imagina, lo que siente, y lo fija en el papel porque en la lengua escrita va descubriendo las posibilidades de matizar hasta el infinito su pensamiento. Esta obra, que se nutre de atención, curiosidad y observación, cual esparvel sobrevolando nuestro paisaje aragonés, alude así a una realidad territorial muy cercana y a una temática variada y extendida en el tiempo, y pretende compartir con los lectores de hoy su reflexión y contrastar la vigencia de lo que en ella se aborda.

La mirada del esparvel

32. Ángel Huguet Canalís, Plurilingüismo y escuela en Aragón. Un estudio sobre las actitudes ante las lenguas aragonesas (aragonés, castellano y catalán) y las lenguas extranjeras (2006).

33. José Mª Ferrer Salillas, Bespén: recuerdos del pasado y una mirada al presente (2007).

COSAS NUESTRAS

La mirada del esparvel Artículos (1982-2012)

Ángela Abós Ballarín

ÁNGELA ABÓS BALLARÍN nació en Benasque, de familia benasquesa por parte de madre y tensina por parte de padre. Mantiene en sus escritos que estos orígenes marcadamente pirenaicos y la relación fronteriza con Francia, tan arraigada, condicionaron su vida y la de sus dos hermanos para siempre. A los diez años se traslada con su familia a Jaca y comienza el bachillerato en el Centro Politécnico de Estudios, recién creado allí por el catedrático de Lengua y Literatura Javier Ferraz, también benasqués y muy amigo de su madre. En el pueblo había sido alumna de Carmen Sánchez Sarto, perteneciente a una conocida saga de pedagogos aragoneses en los años inmediatos a 1936, y en Jaca lo fue de Tomás Buesa Oliver, jacetano y, más tarde, catedrático de nuestra universidad. Estudió los dos primeros años de Filosofía y Letras en Zaragoza con profesores como Ynduráin, Gastón, Frutos, Blecua, Gil y Torralba, y la especialidad de Filología Románica en la Universidad de Salamanca, donde profesaban Lázaro Carreter, Zamora Vicente, Gómez Egido y otros estudiosos de la palabra como concepto. Fue miembro del primer grupo fundador de El Día de Aragón, donde comenzó a escribir con cierta frecuencia.