3 minute read
El sacerdocio en tiempos de participación
Un rasgo característico de la cultura actual es el deseo de las personas de involucrarse vivamente en todo lo que toque su propia vida. De ahí que, en su gran mayoría, hayan abandonado toda actitud sumisa y silenciosa cuando de la suerte de su vida se trata.
Esto lo notan los padres de familia con las actitudes de sus hijos; los maestros con sus discípulos o alumnos; los gobernantes con los ciudadanos; los médicos con los pacientes; etc.
Advertisement
Es mi vida, dice cada persona, y tengo todo el derecho y hasta el deber de ser el primer actor en su desarrollo.
En el ámbito espiritual y religioso la situación también tiende a crecer y, por lo mismo, a poner bajo examen riguroso toda relación demasiado vertical entre los pastores y el pueblo santo de Dios.
El Sínodo de la Sinodalidad viene siendo, en este contexto, un paso de verdadera sincronía del Santo Padre, su promotor, y de la Iglesia, su realizadora, con la cultura actual. Es el reconocimiento de que en realidad en la Iglesia caminamos juntos y, si se quiere, decidimos juntos, desde la fe y desde la Palabra revelada.
Sin embargo, esta no ha sido la práctica habitual en la Iglesia, aunque en las últimas décadas se han dado pasos muy significativos para involucrar más a los bautizados en la suerte de su propia vida de fe y la de los demás.
No hay duda de que el espíritu que ha primado por siglos dentro de la Iglesia ha sido el de una verticalidad casi que absoluta. Esto parece no dar ya respuesta a las grandes inquietudes de las personas que conforman la Iglesia y que esperan de ella alimento espiritual para sus vidas.
En la Arquidiócesis de Bogotá se están dando pasos muy concretos para que la participación de los laicos, en unión con los pastores, sea cada vez mayor. Esto significa un gran esfuerzo de ambos lados. Por una parte, los obispos, sacerdotes y diáconos están llamados a abrirse con confianza a la presencia, a la palabra, a los proyectos, a las sensibilidades y, aún, a las debilidades de los bautizados que aman su Iglesia y velan por la salvación de todos.
Por otra parte, los laicos comprometidos están también llamados a abandonar la mentalidad clerical que los hace excesivamente dependientes del clero para sus caminos espirituales. Llamados a levantar la voz para llenar de vida todos los ámbitos eclesiales y a llenar la Iglesia con sus historias de vida, con su percepción de lo espiritual, con sus ansiedades y preocupaciones, también, con sus disensos para que la santidad distinga al pueblo de Dios congregado en la Iglesia.
El sacerdocio en tiempos de participación de los laicos requiere fortalecer varios aspectos. En primer lugar, el sentido claro y los límites de la propia vocación y misión. En segundo lugar, la capacidad de entrar en relación sincera, profunda y constante con el laicado y también con las periferias existenciales que hoy en día albergan a tantas personas. En tercer lugar, la capacidad de adaptación y cambio para situarse en modelos diferentes de trabajo y realización de la misión. Esta adaptación puede implicar el desechar, de una vez y para siempre, algunos modos de trabajo que quizás ya no responden a las necesidades del hoy de las personas. En cuarto lugar, la capacidad de escuchar con respeto, apertura y deseo de aprendizaje al laicado comprometido.
Finalmente, se ha de fortalecer la existencia de instancias dentro de la vida de la Iglesia que garanticen que laicos y pastores estén en constante diálogo propositivo para conservar la vitalidad de la Iglesia.
En palabras un poco imprecisas se podría decir que, en tiempos de participación, el sacerdocio tiene que ceder su poder absoluto para que otros también puedan velar por la vida de la Iglesia. Esto, que pueda sonar en principio como pérdida, quizás sea una ganancia fabulosa para que obispos, sacerdotes y diáconos ejerzan a fondo su verdadero ministerio o servicio, sin ocuparse tanto de lo que en realidad corresponde a otros miembros de la Iglesia.
Más aún, debe significar que el clero no tendrá que cargar solo con la pesada misión recibida de Jesucristo, sino que podrá contar con innumerables manos, brazos, bocas, pies, espíritus, para cumplir el mandato de predicar a todas las gentes la buena nueva de salvación.
No son pocas las experiencias actuales que han demostrado que cuando los laicos asumen plenamente su papel en la Iglesia, la Palabra de Dios llega hasta los rincones más lejanos de la vida humana; la caridad se hace ilimitada; y donde parecía que el Reino de Dios no crecía, ahora hay verdaderos vergeles.
Cuando se va a elegir al Papa, el encargado de organizar grita en la puerta de la capilla Sixtina: “fuera todos”; en este momento habría que clamar en la Iglesia: “entren todos”.
Monseñor Rafael De Brigard Merchán Director