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Las resistencias se asfixian

Los triunfos y luchas de la izquierda a nivel mundial fueron generando esperanzas en las organizaciones sociales y revolucionarias guatemaltecas, muchos miembros de las organizaciones guerrilleras llegaron a vaticinar un triunfo revolucionario en corto tiempo. El supuesto auge que tendría el movimiento guerrillero apoyado en la teoría del dominó, más que doblegar al gobierno militar, hizo que tomara acciones represivas que generarían el suficiente terror para reducir el apoyo social de los distintos sectores involucrados.

Pocos pudieron anticipar la vorágine de violencia que se venía. El gobierno militar no estaba dispuesto al avance socialista en el país y tomarían las acciones necesarias para impedirlo. La supuesta debilidad del gobierno luquista sería reivindicada con acciones de mano dura y violencia extrema.

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La contrainsurgencia consideró fundamental bloquear las acciones políticas de la guerrilla, como la toma de la embajada de España, por medio de acciones que rompían los cánones aceptados internacionalmente. También consideraron determinante mermar la participación de la Universidad, que, por su calidad institucional, daban un invaluable apoyo a las luchas sociales. Se perseguiría a cualquier líder que se opusiera al modelo vigente, a cualquier intelectual que hiciera planteamientos con base en pensamientos de izquierda. Los asesinatos contra los universitarios proliferaron y el liderazgo estudiantil sería minado. La organización y el apoyo universitario se estaba desmoronando.

No era para menos, la Universidad fue atacada cruelmente y sin consideraciones de ningún tipo, no importó su institucionalidad, no importó su trascendencia, no importó nada. Se convirtió en un objetivo estratégico para debilitar la lucha armada y política que se había fortalecido desde los últimos años de la gestión de Laugerud.

Las repuestas de los grupos rebeldes como el linchamiento de un supuesto oreja o confidencial, o el asesinato de representantes de la derecha, generarían reacciones más duras hasta llegar a la fatídica fecha del 14 de julio de 1980. Esta fecha fue el punto de quiebre. El terror haría mella, el sacrificio de inocentes no podía continuar y comenzaría un proceso reflexivo de reajuste para reducir los ataques hacia la institución.

Para responder a la masacre se generaron diversidad de propuestas, entre ellas un referéndum para el cierre de la Universidad, la formación de comisiones de emergencia en todas las unidades académicas, la realización de seminarios de análisis, elaboración de pronunciamientos y

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otras acciones que permitieran asestar una efectiva derrota a la política terrorista gubernamental contra la Universidad. Pero el CSU no aprobó ninguna de las propuestas y la Universidad seguiría abierta.

A pesar de los llamados a la resistencia por parte del sector organizado estudiantil y laboral, se terminó realizando un cuestionado diálogo, que muchos afirmaron se convertiría en una muestra de la debilidad de la institución.

Numerosos universitarios fueron marcados, amenazados, secuestrados o asesinados. La mayoría lo sería por sus ideales y no porque participaran en la lucha armada. Algunos partieron al exilio y otros más se incorporaron a guerrilla como única forma de sobrevivir o de responder a los ataques sufridos. En este panorama de abandono y con la pérdida de líderes y de la base intelectual, se había socavado la resistencia institucional y la Universidad sería obligada a cambiar su política de abierta participación en el movimiento social.

El movimiento de izquierda, que había dominado en los últimos años, estaba perdiendo el control político del CSU. Luego de diez años de lucha y de la pérdida de intelectuales, docentes, estudiantes y funcionarios, la Universidad había sido herida y se encontraba exhausta. Pronto los líderes que todavía se oponían abiertamente al gobierno saldrían al exilio o del panorama universitario y se irían minado los pocos focos de resistencia académica que iban quedando.

A partir de ese momento trató de retomarse un enfoque académico y deslindarse de la acción política. Las “negociaciones” que se tuvieron con el gobierno no fueron públicas, pero se hizo evidente la merma en la participación institucional de la Universidad en las luchas sociales al igual que los ataques sistemáticos hacia esta.

Las batallas que se seguirían dando en la Universidad serían más de índole individual o sectaria. La institución seguiría rechazando la violencia como medio de alcanzar el poder. Pero la violencia no había terminado. Ahora se acrecentarían las confrontaciones a lo interno de la Universidad, por sectores que buscaban retener o recuperar el control. Seguirían las revanchas e incluso los asesinatos, que en algunos casos afectarían también a quienes no apoyaban el movimiento social y revolucionario.

Era inminente la dimisión del Rector en el exilio, al igual que de otros funcionarios en distintos niveles. Renunciaría el Decano de Veterinaria y también se iría, negándose a renunciar otro Decano.

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Figura 16.1 Mural: Hay un camino que recorrer, la revolución. En Ciudad Universitaria, zona12. Archivo Fotográfico de Oscar Eduardo Barillas.

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El auge de la violencia y las crecientes amenazas habían impactado fuertemente en el ánimo de la comunidad de Arquitectura. El 11 de abril de 1980 había sido secuestrado, torturado y asesinado el Coordinador de EPS, Arq. Horacio Flores. El 19 de mayo también fue asesinado el catedrático Arq. Otto Diemeck en la entrada de la ciudad Universitaria. A uno se le acusaba de ser parte del EGP y al otro de apoyar al Gobierno.

Varios docentes y estudiantes de Arquitectura estaban siendo amenazados y comenzaron a intimidarse ante los distintos sucesos que el terrible año había traído consigo. Algunos directivos y profesores renunciaron a sus cargos, otros pidieron permiso, otros más se ausentarían de sus labores. Muchos estudiantes abandonarían las aulas y otros más, que contaban con los recursos suficientes, cambiarían de Universidad para continuar con sus estudios.

Según Castañeda los militares habían aprendido de la experiencia de El Salvador: «Cuando intervinieron la universidad nacional se les vino un paquetazo enorme para administrarla. El ejército guatemalteco, mucho más inteligente, decidió que no se iba a meter. Lo que hizo fue que los mismos universitarios hiciéramos la chamba. ¿y cómo lo logró? matando, secuestrando o ahuyentando a la gente para que se fuera al exilio. Esa esa era la fórmula: Al opositor encierro, entierro o destierro. Y lo aplicaron con mucha eficiencia». 544

544. Castañeda, entrevista.

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