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El retorno que no llegaría
A finales del periodo de Gilberto Castañeda, se desarrolla plenamente la guerra civil que se ponía peor. Mucha gente participó en ella, hubo armas y muertos, cateos en la Facultad de Arquitectura y esto prácticamente llevó al final del movimiento del CRA.
José Asturias
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La Facultad de Arquitectura también había sido atacada. Varios de sus integrantes serían asesinados y muchos amenazados. Las intimidaciones habían alterado la calma y el estrés confinaba la aportación fluida de la academia. Algunos coordinadores y docentes renunciaron a sus cargos, otros pidieron permiso, otros más se ausentarían de sus labores. Numerosos estudiantes abandonaron las aulas o cambiarían de Universidad. La situación de tensión y angustia amplificaba las diferencias y se expresaban nuevos altercados a lo interno. El ambiente era de inestabilidad e incertidumbre.
La exasperante situación fue mermando voluntades, la prudencia o el desinterés influirían para que el ya atascado Congreso de Evaluación, se interrumpiera nuevamente. La intimidante situación llevaría al pánico, a la ausencia, a las protestas, a los lamentos, a las renuncias. Pero la más polémica y visible reacción había sido la postura pública del Decano de Arquitectura.
El ataque sistemático que había venido sufriendo la Universidad, las miserables condiciones de existencia, la opresión y la continua persecución, serían los argumentos centrales que llevarían al Decano a una decisión que liquidaría una carrera de propuestas y búsqueda de nuevas posibilidades para la Universidad y su relación con la sociedad.
Durante los últimos días de agosto y los primeros de septiembre de ese nefasto 1980, las alocuciones del Decano habían subido de tono, reprocharía la forma de lucha contra el movimiento social, criticaría al gobierno, a los funcionarios, al presidente y hasta al mismo Consejo Superior Universitario.
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582. En entrevista Castañeda indicó: Lo primero que hice fue buscar contactos con guatemaltecos que estuvieran ligados con la universidad. En Puebla empecé en el primer semestre del 81 y luego en la UNAM, en arquitectura en el modelo de autogobierno, después me incorporé a posgrados. El Decano defendió su oposición a un diálogo que consideraba equivocado y claudicante, y sostuvo que, para mantener una ficticia autonomía, las autoridades estaban abandonando la función crítica y científica de la Universidad y el mandato constitucional de participar en la solución de los problemas nacionales, además se había aceptado la anulación de la libertad de cátedra y la autocensura impuesta por el terror. No sólo se había fracasado en el intento de contribuir a una salida viable para la institución, sino que, la Universidad se retraía y sometía sin poder evitar que continuaran la represión, la persecución y el hostigamiento.
A pesar de sus reclamos, comprendió que se encontraba ante un cuerpo social amedrentado, con cuadros de dirección barridos por el asesinato, el secuestro y el exilio y, lo que más lamentaba, dentro de un escenario de aparente normalidad al que ya no pertenecía y en el que no podría sobrevivir. Para Castañeda era cuestión de tiempo para que la otrora pujante y combativa Universidad se desmoronara.
Para revertir la catástrofe total de los universitarios recalcaba, que debían salir de las aulas y fundirse con el pueblo organizado y combativo. Veía cercana la posibilidad de derrocar al gobierno militar y sustituirlo por un gobierno revolucionario, pero se necesitaba “absolutamente, de la revolución”. No matizó su convicción de que era preciso imponer, por la fuerza del pueblo, un gobierno revolucionario que estableciera las bases para el cambio social. Por lo que hizo un postrer llamado para que se asumiera el compromiso de lucha y participación en el proceso libertario que se gestaba.
Pero la respuesta fue la solicitud de la JD de separarlo del cargo y convocar a nuevas elecciones, en tanto que el CSU publicó un comunicado público en el que la institución se desvinculaba totalmente de la postura de Castañeda resaltando que este, había expresado su voluntad y opinión.
A casi año y medio de haber asumido y después de años de lucha, dejaría el cargo de Decano al que todavía creía que podría volver después del triunfo revolucionario. Pero ese día no llegaría. De manera oficial no se sabría más de Gilberto Castañeda, ni de su participación en la lucha revolucionaria. 582
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La guerra interna se recrudecería en los siguientes años sin la participación abierta de la USAC. Las intervenciones de universitarios se darían sin el apoyo institucional y serían igualmente reprimidas, seguirían los secuestros, los asesinatos y las desapariciones de universitarios. La Universidad sufriría cambios radicales, se generarían nuevos enfrentamientos, habría otras muertes y más sangre se derramaría a partir de nuevos modelos de confrontación.
Tabla 16.1 Algunas lecciones que dejó el proceso
◊ Cuando empezás a percibir un malestar o una inquietud de que algo se quiere salir del cauce, hay que prestarle atención. (Julio Fonseca).
◊ Me dí cuenta de que la arquitectura no solo era espacios y formas. Había que desarrollar la sensibilidad social. (Enrique Matheu)
◊ El estudiante comprendió la necesidad de ser sujeto de su propia educación. Todo esto solo se podía lograr mediante la participación, de expresar sus ideas, y darse cuenta de que su voz y opinión cuenta. (Jorge Cordón)
◊ Nos desarrollaron el pensamiento crítico y nos orientaron para no actuar con los ojos cerrados. (Enrique Matheu)
◊ Se hubiera escuchado más cabezas como Adolfo Lau y José Asturias. (Julio Fonseca)
◊ Depende de quien se elige para dar el seguimiento, así serán los resultados planeados. (Glenda Rodríguez)
◊ Se perdió una buena oportunidad, el proceso fue traumático y no satisfizo todas las aspiraciones que algunos teníamos. Nos frustró también, no fue lo que esperábamos. (Héctor Jiménez) ◊ Lo que más me preocupa es que le estemos dando la espalda a la realidad nacional, a la sanidad ambiental, a las contradicciones que existen en los pueblos y ciudades secundarias. Hay personal calificado, pero no potenciamos el amor a la realidad. (Darío Menéndez)
◊ Los guatemaltecos, pero especialmente la derecha, tienen la cualidad de despedazar cualquier paso de avance democrático. En menor escala fue lo que pasó con la Facultad y mucho mayor con los acuerdos de paz, se trabajó mucho en ellos, se les puso mucha dedicación, pero quién se recuerda ahora del CRA, quién se recuerda de los Acuerdos de Paz. (P. Pablo Palma)
◊ Estoy seguro que la experiencia valió la pena y es bueno que se recoja la historia para considerarla en el futuro cuando sea posible una reforma universitaria profunda y coherente con nuestra realidad nacional. (Sergio Duarte)
◊ Hay que percibir a tiempo y mejorar. Hay que hacer evaluaciones permanentes. Hacer selecciones conscientes y genuinas sobre méritos y necesidades. (Julio Fonseca)
◊ La unión hace la fuerza. Hay que involucrarse. (Glenda Rodríguez)
Fuente: Comentarios obtenidos de entrevistas, según se identifica al final de cada párrafo.
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Figura 16.2. Mural: No era tras la muerte a lo que fuimos. !Es tras la vida! Archivo Fotográfico: Oscar Eduardo Barillas.
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Los movimientos estudiantiles que se fueron fortaleciendo desde los años sesenta sostenían que las estructuras universitarias necesitaban adaptarse a las nuevas realidades en las que tomaban un papel preponderante la lucha por las reivindicaciones sociales.
El CRA se insertó como un designio revolucionario y se convirtió en un símbolo que posicionó la participación de los estudiantes en las directrices de su propio desarrollo académico, que brotaría de sólidos planteamientos ideológicos coherentes con los movimientos sociales de la época. Con una visión política que se fue aclarando conforme avanzaba el movimiento se irían construyendo herramientas para garantizar, no sólo su aprobación inicial, también su implementación.
El cierre de la Escuela de Estudios Generales incrementó el número de aspirantes que provenían distintos estratos socioeconómicos y generó cambios en la base de la estructura estudiantil y serios conflictos administrativos y académicos que llevaron a medidas impopulares para subsistir en los nuevos escenarios.
Eventos como los tres seminarios sobre El Estudiante de Arquitectura (en 1966, 1970 y 1971), El Congreso Centroamericano de Estudiantes de Arquitectura en 1969, así como el pronunciamiento que la Federación Centroamericana de Estudiantes de Arquitectura en 1970 contribuyeron a la concientización de la comunidad estudiantil de que la orientación de la Facultad no correspondía al momento que se estaba viviendo
La poca participación que se daba a los estudiantes, la percepción que estos tenían de que no se daba respuestas a sus propuestas e inquietudes y la apreciación de estar en una carrera elitista y discriminativa, iban generando crecientes resentimientos que eran alimentados por unos y por otros.
La poca disposición de las autoridades para hacer cambios al paradigma de la Facultad de Arquitectura, la posición de mantener criterios académicos tradicionales y la indiferencia para afrontar de manera participativa la problemática del pensum 1969 fueron síntomas de que la tendencia se mantendría.
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Las autoridades desdeñaron las señales que se estaban emitiendo, no previeron las transformaciones que se acercaban, ni asimilaron los cambios que se estaban teniendo al interior de la universidad. Podría argumentarse que en ese momento la izquierda no estaba posicionada por lo que los dirigentes no lograron prever los alcances de las transformaciones que se acercaban. Pero el movimiento no fue producto de un día para otro, se fueron dando indicios durante la década de los sesenta. En fin, no se ponderó el riesgo, no se escucharon los tambores de cambio que retumbaban al interior de la universidad que, tarde o temprano, harían insostenible el rígido modelo académico administrativo que se seguía implementando.
Ya para entonces los cuatro puntos cardinales mostraban los negros nubarroness que se acercaban. De manera imprudente e inoportuna, desafiaron el clima con la propuesta de normas de evaluación. Esto fue aprovechado para destapar la tempestad y se inició un temporal que haría tronar los cimientos de la joven facultad.
La represa se fue llenando de argumentos y argucias que favorecieron el fortalecimiento de la organización estudiantil y la construcción de vínculos con algunos actores de los movimientos sociales que, sumado a la llegada de un nuevo rector de pensamiento afín, favorecerían las posturas del sector reaccionario.
Conforme se avanzaba era notorio que el bloque de la reestructura daba pasos de manera fluida y firme. Había logrado colocar representantes en puestos claves y promover simpatías dentro de las autoridades universitarias. Esto favoreció inicialmente, la instalación del Congreso y más adelante la consolidación del proceso.
Luego de la crisis inicial generada por los movimientos de abril del 72, parecía que se había superado la inicial resistencia y se habían acordado planteamientos razonables que podían aceptar todos los sectores que participaron durante la inauguración del CRA. Pero el proceso fue tomando cauces ideológicos y esto comenzó a inquietar a algunos de los actores.
El Decano no sería partidario de la reforma, no sería parte de una posible transformación que concibió con tintes políticos y no toleró la presión que esto le generaba. Se consideraba utilizado y no soportaba que se le estuviera haciendo responsable de decisiones que no compartía. A meses de concluir el período para el que fuera electo, se encontraba en una incertidumbre no conocida antes en la Facultad, en un consciente espejismo de conducir un
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barco institucional que se dirigía, imparable, por rutas que desconocía y con una tripulación ingobernable. Tanto así que, con veladas acusaciones de interferencia externa de tintes políticos, presentó su renuncia.
Algunos señalaron que fue un movimiento calculado porque la renuncia no la presentó como irrevocable lo que dio al CSU la opción de no aceptarla y conminarlo a retomar su cargo. Lo que originó, por cuenta del propio Consejo, un vaivén de decisiones y una de las confrontaciones universitarias más delicadas de la época, que además encendería el fuego entre conservadores y progresistas que mantendrían una creciente hostilidad, azuzada por las confrontaciones ideológicas que se daban a nivel nacional.
A finales del convulsivo año, contra viento y marea, sería aprobado el Plan de Estudios de 1972. La estructura curricular sería modificada sustantivamente con un enfoque marxista orientado a la vinculación social de la arquitectura que no cuadraba con la línea dura de los conservadores que luchaban por subsistir.
Para consolidar el movimiento se eliminaría cualquier fuerza que pudiera interponerse en la transformación. En una cuestionada evaluación docente se logró eliminar al cuerpo de profesores con contrato temporal que no servían a los propósitos de la reestructura. En la nómina de 1973 la configuración docente había cambiado totalmente, sólo quedarían unos pocos que habían manifestado simpatía por el proceso. Pero aún quedaban los 17 profesores titulares, la mayoría con un punto de vista en contra de la visión ideológica de la reestructura.
Durante un frustrado proceso para elegir decano se dieron una serie de manipuleos políticos. Finalmente, en junio de 1973, el candidato que se suponía había ganado las elecciones no sería confirmado por el CSU. Pero tampoco sería aprobada la propuesta de autogobierno. Aun así, se creó una figura alternativa que se conocería como el Consejo de Facultad, un órgano paritario en el mismo nivel de la Junta Directiva para tratar aspectos académicos.
Y eso fue todo. Ante las nuevas condiciones el decano renunció en definitiva y se desarticuló totalmente la Junta Directiva. La
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Facultad administrativamente se encontraba en el limbo. La situación sería subsanada con el nombramiento de la Comisión de Dirección y Administración que haría una intervención totalmente favorable a la reestructura. Y tal como esperaban los partidarios del CRA, ya no se convocaría a elecciones hasta que hubiera condiciones favorables para el movimiento.
Con la intervención de la CDA dirigida por personas con la misma orientación ideológica del CRA, se logró desbaratar la poca resistencia que quedaba. Para marzo de 1974, la comisión con el auxilio del bloque de reestructura, lograría consolidar la primera purga con el respaldo del CSU para destituir a un sector de los catedráticos titulares que estuvieron en contra del proceso. Esta decisión llevaría una reacción de repudio en los demás titulares del modelo conservador, que presentarían su renuncia.
Los estudiantes trabajaban por una revolución total dentro de la estructura facultativa y, sin el Decano conservador, sin los miembros de la Junta Directiva que lo respaldaban y sin un claustro que hiciera oposición, sus posibilidades de accionar se habían fortalecido. Con esto la represa estaba llena y los procesos serían desempantanados a conveniencia de los dirigentes. Era el momento de reducir la presión e iniciar un proceso que contaba con todas las condiciones favorables.
Como corolario a esta fase, se lograría integrar un cuerpo de nuevos catedráticos titulares, que apoyaron la participación de un sólo candidato a Decano proveniente de las filas del CRA. Así las cosas, el Decano interino, se convertiría en el Decano electo en octubre de 1974. Con este resultado se esperaba consolidar un gobierno facultativo emanado de las mismas entrañas del CRA, que aseguraría que la transformación siguiera por el derrotero trazado.
El nuevo Decano empezaría a accionar, desde noviembre de 1974, según las estrategias definidas. Convocaría a la integración del Consejo de Facultad, de la coordinación académica y de los comités de áreas. Organismos que permitieron, inicialmente, una mayor fluidez y participación en las decisiones académico-administrativas.
Durante el primer año de gestión se irían revelando algunas oposiciones al modelo.
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Varios de los nuevos docentes no compartían los fundamentos ideológicos del CRA, lo que no favorecía la coherencia con el planteamiento original. Algunos consideraban que el enfoque parecía más un adoctrinamiento ideológico que un impulso a la formación teórico-práctica que la carrera demandaba.
Por un lado, había insatisfacción de un sector que consideraba que se estaban formando arquitectos sociólogos que no respondían al perfil que debía poseer un arquitecto y, por el otro, quienes consideraban que no se daba respuesta a lo que, según los postulados de la reestructuración, la sociedad demandaba.
Parecía que el cambio total del plantel docente no había logrado su objetivo. Se habían perdido valiosos docentes que no pudieron ser sustituidos. A cambio se propiciaría la práctica docente de estudiantes de últimos años afines a los nuevos dirigentes. Pero la falta de experiencia profesional y pedagógica estaba creando diversas inconsistencias e inconformidades.
Por otra parte, estudiantes que habían ingresado para aprender diseño y arquitectura se vieron envueltos en temas que restaban atención al eje central de la profesión. A eso se sumaba la gran cantidad de cursos trimestrales, que serían adversados por los mismos docentes. Además, la concepción de un pensum abierto favorecería el desorden secuencial en la lógica académica del principio de integración, que se había planteado originalmente, y tendría repercusiones contrarias a las esperadas de graduar a los estudiantes en menos tiempo.
Mientras tanto el diagnóstico elaborado por las Unidades técnicoacadémicas de la Universidad había puesto en evidencia que se mantenían importantes aspectos criticados previo al CRA. A eso se sumaba el planteamiento respaldado por la Coordinación Académica sobre la sobrecarga académica, la existencia de prerrequisitos ficticios y la ubicación inadecuada de algunas asignaturas.
En corto tiempo surgirían diferencias sustantivas entre los actores que debían apoyar el mismo proyecto, pero que mostraban discrepancias en las formas de abordarlo. Nuevamente se haría tambalear el escenario y la incertidumbre y la discordia comenzarían a emerger.
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Lo más señalado era el modelo organizativo, en el que se mostraba falta de coordinación y luchas de poder entre la Junta Directiva y el Consejo de Facultad. Los integrantes de este Consejo consideraban que por ser el órgano paritario debía tener la hegemonía en las decisiones académicas, pero la Junta Directiva, como órgano directivo tradicional, mantenía que sus funciones estaban definidas dentro de un marco más amplio y conservaba el poder real de la Facultad. Los conflictos entre ambos organismos, acompañados de señalamientos e intereses personales, posturas ideológicas y reclamos políticos, estaban siendo el caldo de cultivo para un nuevo ciclo de enfrentamientos que se volvía un hábito en la unidad académica. La falta de consensos, las diferencias, los bloqueos, los intereses particulares y las inculpaciones, llevarían a que, a finales de julio de 1975 renunciara en pleno, el primer Consejo de Facultad.
El primer Coneval realizado en octubre, resaltó las diferencias que se habían ido tejiendo. No obtuvo los resultados esperados para la evaluación y realimentación del proceso e impulso del CRA. El primer año de la administración de Méndez Dávila terminaría en preocupantes condiciones.
Los conflictos con el sector estudiantil también habían comenzado a surgir, en gran medida por la demanda de paridad en las decisiones y la exigencia de integrar de manera inmediata un nuevo Consejo de Facultad que la administración ignoraría por más de un año.
El terremoto de febrero de 1976 dio nuevas oportunidades para retomar el proceso. Permitió, inicialmente, la integración de toda la Facultad para responder a la tragedia. Parecía ser una eventualidad que facilitaría encontrar el camino e integrar esfuerzos, no solo para atender la emergencia, también para reorientar la acción académica. Las circunstancias habían llevado a sustanciales modificaciones en los enfoques académicos y del régimen habitual de trabajo y formular el Plan de Integración Académica, PIA.
El PIA calificaba los efectos del terremoto como resultado del sistema de dominación y explotación. Se consideraba una gran oportunidad para experimentar una verdadera transformación y dar a los profesores y estudiantes la coyuntura de un mayor acercamiento con la población y poner en práctica las ideas sobre el papel social de la Universidad.
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A pesar de los esfuerzos por erradicar todo vestigio del pasado académico y político de la Facultad y de que varios de los dirigentes se ubicaban en posiciones claves y dentro del sector docente, también había actores que no estaban de acuerdo con la forma de enfrentar la docencia durante la emergencia.
A cuatro años del CRA, muchos de los antiguos protagonistas ya no estaban en el escenario o habían cambiado su percepción sobre este proceso y, el resultado lógico en el nuevo contexto facultativo fue otro enfrentamiento. Por eso las disímiles percepciones del accionar de la Facultad durante la emergencia. Para unos se estaba politizando la situación y se favorecía la organización de sectores que apoyaran la lucha popular contra el régimen, para otros se podía estar colaborando para afianzar al gobierno militar y, para algunos más, era, esencialmente, una obligación contenida en los fines del Alma Mater.
El apoyo que la Universidad estaba dando a las comunidades afectadas, así como la visión crítica y de concientización social, llevaría a que sectores contrainsurgentes la etiquetaran como promotora de la lucha revolucionaria. Las denuncias y amenazas relacionadas con el activismo y organización social durante el terremoto habían aflorado las diferencias y temores según las posiciones políticas que se perfilaban al interior de la Facultad.
En este panorama el PIA se convirtió en el detonante para una nueva confrontación. Las diferencias sobre la forma de enfrentar la crisis había sido el rebalse para el rompimiento entre el Decano y los principales actores que lo llevaron a ocupar el cargo. Las secuelas y pugnas llevarían a desencadenar una serie de hechos que reducirían la acción impulsora del proceso de reestructura.
1976 dejaría una grieta profunda, no sólo por el sismo, también por la serie de sucesos que sellaron el derrotero académico administrativo de arquitectura. La percepción de falta de apoyo de la Junta Directiva hizo que el bloque se sintiera traicionado y no sólo retiraría su apoyo, también denunciarían al Decano y algunos miembros de su Junta Directiva.
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Renunciaría un importante sector de la dirección académica, que había perseguido la continuidad del proceso de transformación. Los indiscutibles aliados del Decano dejarían el barco como protesta y muestra de su indignación por la falta de compromiso de esa gestión. Pero no hubo un rompimiento al interior del bloque de reestructura, fue un rompimiento entre el bloque y el Decano.
Las afrentas no fueron olvidadas por las autoridades. Paradójicamente la cuestionable estrategia de la purga, que había sido usada años atrás para deshacerse de quienes no apoyaban el CRA, se replicaría y aplicaría a los ahora antiguos aliados, la mayoría estudiantes de los últimos años que ejercían docencia, con plazas de auxiliares de cátedra.
La complejidad de la problemática facultativa había llegado a un punto en el que no se identificaban caminos viables para seguir con el modelo. Hubo que reconocer que no se había obtenido los resultados esperados, aceptar que parte de eso se debía a la falta de experiencia y a la falta de acciones congruentes de las autoridades. A la postre, la percepción era que la anhelada implementación de la reestructuración de Arquitectura no había podido generar la transformación académica y que tampoco había alcanzado el cambio estructural tan defendido en los inicios del proceso. Lo que en su momento había sido una gran victoria, un innovador modelo académico por el que se había luchado desde 1972, se estaba desplomando.
La opción de consenso y recuperación tendría una nueva oportunidad con un proyecto que se preparaba para las nuevas elecciones de Decano que buscaría enderezar el rumbo. El nuevo decano llegaría en un momento que se incrementaría la persecución y el asesinato de líderes estudiantiles, profesionales e intelectuales que apoyaban a los distintos movimientos y sectores sociales.
Ante la escalada de persecución y muerte, el movimiento social, la representatividad estudiantil y la respuesta institucional universitaria se iría reduciendo. Se pudo observar el efecto creciente de la intimidación y la merma de las fortalezas académico-políticas provenientes de la Universidad.
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En ese conflictivo escenario, un nuevo Decano asumió a principios de abril de 1979. El arquitecto Gilberto Castañeda buscaba corregir las deficiencias sufridas durante el proceso de transformación, pero el conflictivo escenario se lo impediría.
Las acciones de grupos violentos como el linchamiento de un supuesto oreja frente a la ciudad Universitaria o el asesinato de adversarios del movimiento revolucionario, generarían reacciones que alcanzarían su clímax fatídico el 14 de julio de 1980. Esta fecha fue el punto de quiebre. El terror haría mella. El sacrificio de inocentes no podía continuar y comenzaría un proceso de reacomodo institucional para aminorar los ataques.
La Universidad estaba herida y exhausta. El movimiento de izquierda, que había dominado en los últimos años, perdería el control político del CSU. Los pocos líderes que todavía se oponían abiertamente al gobierno saldrían del escenario y se terminaría de socavar la poca resistencia que iba quedando. En un panorama de desánimo la Universidad suspendería su participación en el movimiento social y se deslindaría totalmente de la acción política revolucionaria, al mismo tiempo que se observaría la reducción de los ataques hacia la institución.
La Facultad de Arquitectura también había sido atacada. Varios de sus integrantes fueron asesinados y muchos amenazados. Las intimidaciones habían alterado la calma y se confinaba la participación fluida de la academia. Algunos coordinadores y docentes renunciaron a sus cargos, varios pidieron permiso, otros más se ausentarían de sus labores. Numerosos estudiantes abandonaron las aulas o cambiarían de Universidad. La situación de tensión y angustia amplificaba las diferencias y se expresaban nuevos altercados a lo interno. El ambiente de inestabilidad e incertidumbre llevaría al pánico, a la ausencia, a las protestas y a las renuncias.
El Decano de Arquitectura sostenía que era preciso imponer, por la fuerza del pueblo, un gobierno revolucionario; que estaba cercana la posibilidad de derrocar al gobierno militar y que, para revertir la catástrofe total, los universitarios debían salir de las aulas y fundirse con el pueblo organizado y combativo.
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El Decano haría un último llamado para que se asumiera el compromiso de lucha, pero la respuesta fue un comunicado público en el que la institución se desvinculaba totalmente de esa postura y su posterior destitución y convocatorias a elecciones para sustituirlo. No se sabría más del exdecano, ni de su participación en la lucha revolucionaria.
La guerra interna se recrudecería en los siguientes años sin la participación abierta de la USAC. Las intervenciones de universitarios se darían sin el apoyo institucional y serían igualmente reprimidas, seguirían los secuestros, los asesinatos y las desapariciones de universitarios. La Universidad sufriría cambios radicales, se generarían nuevos enfrentamientos, habría otras muertes y más sangre se derramaría a partir de nuevos modelos de confrontación.
La Facultad de Arquitectura terminaba un capítulo iniciado a principios de los años setenta, que seguiría siendo referencia de la lucha estudiantil universitaria en Latinoamérica. Por un tiempo permanecería la estructura curricular con los ajustes que se habían hecho durante el proceso y se mantendría la orientación hacia la práctica social como parte de una acción legitimada de la Facultad ante la sociedad. Otros fundamentos propios del modelo, como el gobierno paritario, se diluirían. El pensum 72 se conservaría durante los siguientes dos años con pocas modificaciones, hasta que, la administración de un nuevo Decano electo iniciara un proceso de actualización curricular que se conocería como el Pensum 82.
Se habían creado dos Facultades en otras universidades, quizás más adaptadas al pensamiento del bloque de fundadores. No obstante, en muchos de los actores prevalecía la duda y el sentimiento de pérdida al haber permitido que se fueran profesores de alto nivel como Roberto Aycinena, Pelayo Llarena, Adolfo Lau, José Asturias, Guido Ricci y otros más. La llegada de docentes con perfil adecuado fue lenta y no sería suficiente para hacer frente al proyecto que se había planteado.
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50 años después del inicio de un histórico movimiento, corroboramos que, indiscutiblemente, el CRA llevó a la transformación de la Facultad de Arquitectura. Una Escuela que ha seguido evolucionando y adaptándose a distintas realidades y que mantiene los principios impulsados durante ese período, que son totalmente congruentes con los fines de la Universidad Nacional.
Entre tanto, en la distopía de un planeta pospandémico, que padece las repercusiones en una guerra que ha desdibujado el mapa geopolítico y que amenaza con una escalada bélica en un mundo agobiado con caóticas realidades, con avisos de nuevas calamidades y alarmas de diversa índole; en el que se mantienen de manera creciente múltiples problemas socio económicos, una crisis climática que ha modificado las realidades en diferentes partes del orbe; seguimos viendo que en Guatemala permanecen los problemas de la pobreza, de vivienda, de falta de planificación y de desorden urbano que se plantearon hace medio siglo en los diagnósticos del CRA.
Y en ese devenir nos vemos inmersos en una universidad afectada por problemas políticos y académicos, que han trastocado las fibras de la institución a partir de la transgresión de sus fundamentos legales y éticos de una manera que no corresponde con los valores que a través de la historia se han ido construyendo. Con un régimen universitario deslegitimado e impuesto con acciones inéditas e irreflexivas que han afectado y ensombrecido a los universitarios.
Ante esta deleznable realidad, nos cuestionamos, ¿hacia dónde va nuestra facultad, hacia dónde nuestra Universidad, hacia dónde va Guatemala?
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