CONSUELO PARA MORIBUNDOS y otros microrrelatos

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Gabriel Jiménez Emán

CONSUELO PARA MORIBUNDOS y otros microrrelatos

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Gabriel Jiménez Emán Consuelo para moribundos y otros microrrelatos

1ª Edición Rótulo Ediciones, 2010, San Felipe, Estado Yaracuy Diseño de portada: Santiago Pol 1ª Edición Fábula Ediciones, Coro, estado Falcón, 2022 Dirección Editorial y Diseño: Gabriel Jiménez Emán

Santa Ana de Coro, estado Falcón, República Bolivariana de Venezuela. Email: gjimenezeman@gmail.com ISBN 980-12-2075-9 RIF: J-31218464-F

© De esta edición: Ediciones Fábula, Venezuela 2022

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EL DRAMA DEL ESCRITOR

Aparentemente, el drama de un escritor se revela cuando ya no tiene nada qué decir y continúa escribiendo, o cuando tiene mucho qué decir y no encuentra las palabras apropiadas para expresarse. Desde otro punto de vista, podría ser que el escritor escriba para ganarse la vida o tener éxito, y no ocurra ninguna de las dos cosas. Pero no. El verdadero drama del escritor se produce cuando pone punto final a su obra y se cerciora en ese mismo momento de que ésta no existe.

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EL HOMBRE MÁS RICO

Al hombre más rico del mundo le daba un asco inmenso tocar su dinero, creyendo que, al hacerlo, podía esfumarse toda aquella fortuna que no podía comprar con todo el dinero que tenía.

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MARCO AURELIO, ENAMORADO

A causa de haberse enamorado tanto, de haber confiado tanto en el amor de las mujeres hacia él y en el que él les había profesado (sin que con ninguna de ellas hubiese conseguido una relación sincera o duradera), Marco Aurelio fue hundiéndose lentamente en el desamor. Se sumió primero en el escepticismo, luego en la indiferencia y finalmente en el vacío. El vacío le impedía valorar los nuevos mensajes amorosos que las mujeres intentaban dirigirle. Marco Aurelio veía en estos nuevos guiños e insinuaciones, otras maneras de fracasar en el amor, nuevos caminos que lo conducirían inevitablemente al sufrimiento. La posibilidad de un nuevo dolor le hacía experimentar resquemor y resentimiento, el cual se iría convirtiendo en rabia, y la rabia en un odio seguro hacia el amor. Cuando en efecto Marco Aurelio se percató de que podía estar odiando el amor, pensó que lo mejor sería aislarse de la ciudad y vivir en una finca, con una servidumbre de campesinos, compuesta por gente sencilla, y rodeado de animales domésticos y plantas: perros, gatos, pájaros, árboles, flores y un río compondrían una vida pacífica y sin sobresaltos. Lo pensó así y lo hizo. Se fue al campo a vivir en su finca. Pero nada mejoró en su vida. Se entregó entonces a la oración, a practicar la fe cristiana y a ejercer la bondad hacia la gente humilde y necesitada, donde encontró nuevas formas del amor. Dios y la gente buena le ofrecieron nuevas vías de experimentar sus sentimientos: la fe, la esperanza y la ilusión ingenua lo habían llenado de un bienestar extraordinario. Se hallaba Marco Aurelio experimentando estos discretos placeres, cuando de pronto volvió a enamorarse. No fue de si mismo, como Narciso, ni de otro hombre, como era perfectamente posible, sino de una anciana bellísima que había comenzado a sentarse todos los días a las puertas de su finca a dar maíz a las gallinas, palomas, tórtolas y otros pájaros que por allí merodeaban. Poco a poco, Marco Aurelio fue acercándose a aquella anciana 5


apacible, con una mezcla de respeto y temor, y finalmente le confesó su amor. La anciana le correspondió inmediatamente. Ella albergaba toda la dulzura que Marco Aurelio había estado buscando. Salieron una tarde a dar un paseo. Dos de los trabajadores de la finca los vieron salir por un camino bordeado de flores que conducía al río. Pero ni esos campesinos ni los otros trabajadores de la finca, ni los animales, ni nadie, los vieron regresar de allá nunca más.

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TRAMA AMOROSA

Un buen día, Luis se enamoró de Laura, pero Laura estaba enamorada de José, quien a su vez estaba enamorado de la mujer de Héctor, Carmen, la cual sí estaba enamorada de su marido Héctor, quien también quería mucho a su esposa pero se había ilusionado con una muchacha muy joven, de nombre Marina, que no estaba enamorada de nadie, sólo tenía muchos amigos entre los cuales uno, llamado Francisco, estaba atraído por ella y quería conquistarla, pero Marina no andaba pendiente de hombres, éstos no le atraían aún, pues era muy joven para enamorarse. Se conformaba con la amistad de Helena, una muchacha muy tranquila que sólo estaba interesada en las mascotas, perros, gatos y pajaritos. Finalmente, un día Marina descubrió que se había enamorado de otra mujer, una hija de Carmen llamada Josefina, que por fortuna también gustaba de las mujeres, aunque no de Helena. Carmen se percató de los gustos sexuales de su hija Josefina y no tuvo más remedio que aceptarlos; se dio cuenta de la insistencia de Helena y la aconsejó; Helena estaba loca de amor por Josefina y a punto de suicidarse por ella, y Carmen entonces tuvo que decírselo al padre de la muchacha, Héctor, para que éste tomara cartas en el asunto. Héctor ignoraba las inclinaciones sexuales de su hija, por lo cual estaba ahora sorprendido y atónito: la pareja entró en estados de crisis y desesperación; Héctor ofendió y estuvo a punto de golpear a su propia hija; pero al descubrir que el sujeto amoroso de su hija era también la bella Marina por quien él estaba ilusionado, sufrió una depresión tan fuerte, que su esposa pensó que podía suicidarse en cualquier momento, viéndose obligados ambos a buscar ayuda psiquiátrica para salir del problema. En el fondo Héctor se alivió al comprobar que Marina estaba al fin fuera de todo aquello. Al fin Helena y Josefina se fueron a vivir juntas, al tiempo que Carmen y Héctor se echaban uno al otro las culpas por la educación de su hija y empezaron a discutir a menudo por esta razón, hasta el punto de terminar divorciándose. Carmen, dolida por la dureza e incomprensión de Héctor, terminó viviendo sola en un departamento donde poco a poco fue haciendo 7


amigos y amigas nuevas, entre las cuales había una llamada Laura que, después de muchos meses de amistad, terminó confesándole a ésta que hacía años se había enamorado de un hombre llamado Héctor. Carmen le pidió que se lo describiera, y al hacerlo se percató de que esas señas coincidían con las de su ex esposo. Laura le dijo, además, que durante un tiempo había estado acechada por un amigo suyo llamado Luis, quien había llegado al extremo de prometerle divorciarse de su esposa si lo aceptaba, pero ella ya había tomado la decisión de casarse con José, de quien estaba realmente enamorada. Aunque algo le hacía pensar que José no estaba tan enamorado de ella: la estimada mucho, le gustaba el matrimonio, la familia, los hijos, y él había pasado ya por tantos amores tormentosos, estaba cansado de situaciones conflictivas y deseaba una mujer tranquila como ella. Tiempo después Carmen comprendió que, pese a haberse separado de su marido, aún le amaba, y tuvo el valor de decidirse ir a buscarlo para decírselo, sin previo aviso. Héctor también vivía solo y estaba ese día en su casa almorzando con una mujer --Patricia-- cuando Carmen llegó, y al verlos pensó que aquella era su nueva compañera, por lo cual decidió no confesarle nada, se disculpó con ellos y después se retiró. Pero Patricia no tenía nada con Héctor, era sólo una amiga que estaba allí de visita. Sin embargo, Héctor estaba contento con la llegada de Carmen aquella vez, y tomó al siguiente día la iniciativa de llamarla para explicárselo, logrando convencerla de que aceptara una invitación a salir. Se dieron cita en un restorán, donde disfrutaron de unos amables tragos y cenaron; luego pasearon por la ciudad tomados de la mano hasta que llegaron a un parque, ahí se sentaron en un banco, se besaron con fruición a la luz de la luna y luego decidieron ir a un hotel a hacer el amor. Cuando llegaron al hotel, descubrieron que en la recepción se estaban registrando, para pasar la noche allí, sus amigos Laura y José.

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TESTAMENTO INVISIBLE

Ayer, antes de llevar a cabo mi decisión final, paseé largo rato por el jardín a ver y oler las flores, miré las nubes y el cielo, acaricié al perro, pasé la mano por la madera húmeda de la puerta, luego la abrí y anduve un rato por la sala y el comedor, entré a los cuartos, después a la cocina (donde paladeé un vino), luego salí por un momento con el único fin de saludar a mis vecinos. Era de noche cuando entré de nuevo a la casa; caminé hasta la biblioteca y allí me senté en mi sillón, con intenciones de hacer mi lectura definitiva. Tomé un libro --el único que había permanecido en mi biblioteca sin ser leído nunca, y yo no lo sabía-- y lo abrí: sus páginas se borraban a medida que las hojeaba. Me pareció extraño, así que lo cerré y esperé un momento antes de volverlo a abrir. Esta vez lo hice con más cuidado y, justo entonces, en sus páginas comenzaron a aparecer palabras que narraban mi vida anodina, donde el único suceso relevante era la circunstancia de mi fallecimiento justo en el instante de abrir aquel libro en medio de aquella noche en que el tedio me asediaba hasta el límite del agobio, y no me dejaba otra salida que entrar y disolverme dentro de sus palabras recién escritas, cerrarlo con cuidado y de este modo ir desapareciendo, plácida y totalmente, para siempre.

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TESTAMENTO NIHILISTA

Si no sabemos de dónde venimos; si aún conociendo nuestro pasado no logramos descifrar el presente; si aún viviendo el presente no podemos planificar totalmente lo que vendrá; entonces mucho menos podemos saber nada sobre a donde vamos después de morir. Es inútil pensar. Todo es imposible. A lo sumo podemos imaginar, hacer o edificar algunas cosas en el mundo para no perdernos antes de tiempo, o para resistir al tiempo. Lo demás son divagaciones. La única salida que tenemos es hacernos seres humanos, sin tener que sacrificarnos conscientemente por nada. Olvidar, dejar pasar, perdonar, tomar distancia. Lo demás son esfuerzos inútiles. Las grandes ideas no existen. Apenas articulamos algunos gestos y decidimos algunas actuaciones para evitar mayores tragedias, para estar alertas, en guardia permanente, hasta que llegue el día final. Para ello inventamos dioses, patrias, familias, territorios trascendentes o sublimes, como el amor, la amistad, el arte o la fe, donde nos refugiamos para mitigar la desesperación o el abandono. En fin, todo lo hacemos para aliviarnos un poco. Y nada más.

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SUEÑO

--Tengo sueño ahora, mucho sueño...-- dijo Dios. Luego se quedó profundamente dormido: al poco rato comenzaron a aparecer las imágenes que crearon al mundo y los seres.

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SUEÑOS INVERSOS

Dormía durante el día y trabajaba durante la noche. Una vez lo dominó el cansancio por la noche, se acostó a dormir y soñó que alguien se había quedado dormido durante el día y había soñado con un hombre cansado que no podía dormir nunca.

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LA NOVELA DE BORGES

Borges perdió la vista el día en que decidió escribir una novela, y no se detuvo hasta concluirla. La novela no le gustó porque a medida que avanzaba, aparecían en el texto muchas imágenes que él no podía ver claramente, con las cuales quedaba más y más ciego, y después de cada capítulo que concluía le dolía la cabeza. De modo que la hizo pedazos. Aprendió así a odiar la novela y a escribir poesía y cuentos para vengarse y recuperar su salud.

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FIDELIDAD

Aquel hombre se enamoró de una sola mujer, y le fue fiel durante toda su vida. La mujer estuvo a punto de aceptarlo en matrimonio, pero se arrepintió al caer en cuenta de que ella no podía serle fiel a un hombre tan fiel, que en cualquier momento, en un ataque de celos, podía quitarse la vida o quitarle la vida.

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ADÁN Y EVA

"Te deseo con todas las fuerzas de mi alma", le dijo Adán a su costilla, y pasó a devorarla después de haberla asado bien a la parrilla.

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EL GÉNESIS

La gallina puso, al fin, el primer huevo de donde se iban a originar los demás huevos y las demás gallinas. Pero a esta gallina no la había puesto nadie, ni había salido de huevo alguno. Esta gallina había venido huyendo del Apocalipsis, como tantos otros lagartos y reptiles que con el tiempo habrían de convertirse en aves.

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LA ALIMAÑA LIBRESCA

Tiene un hábito peculiar. Aparece siempre al inicio de las páginas más notables de la literatura universal, escondida tras las palabras, para luego devorarlas y hacerlas desaparecer por completo de los libros, con una impasibilidad y una rapidez que dejan pasmado a un conocido lector llamado Cualquiera.

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EL HOMBRE DE LA CASA SOLA

Va y viene todo el día de una esquina a otra de la cuadra donde está situada su casa, pasa por la ventana y mira hacia dentro para espiar los movimientos de sus seres queridos, que han muerto ya hace bastantes años. Por ello mismo es, quizá, que todavía no se ha vuelto completamente loco.

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EL PINTOR Y LA MODELO

Antes de posar para el pintor que la ha contratado, la modelo entra a la habitación, se quita la ropa y observa su cuerpo en el espejo, un cuerpo perfecto. Luego se viste otra vez y sale al estudio donde el artista la está aguardando para pintarla. El pintor se acerca a ella, le da unas cuantas indicaciones, le levanta el rostro hasta cierto nivel, le acomoda un brazo aquí, una pierna allá y un hombro o una mano más acá o más allá, le arregla los pliegues del vestido y las mangas y el cuello de la blusa, le quita el polvo de los zapatos, y ella obedece todo teniendo mucho cuidado. El pintor se dirige a su caballete y empieza su trabajo. Minucioso, comienza a trasladar al lienzo la figura observada. Ha realizado el desnudo perfecto.

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EL MANUSCRITO

Se trata de la historia de mi último trabajo literario, que me vi obligado a narrar a otra persona. Esta es la transcripción. En los últimos meses, he venido siendo perseguido por un viejo manuscrito mío que no logré nunca descifrar. Contiene mi caligrafía y el producto borroso de un texto que intenté alguna vez escribir, pero por más que me empeñaba no lograba dominar sus palabras; andaba todo el día extraviado entre mis carpetas o dando vueltas por el escritorio. Un día por fin decido hacerlo trizas y arrojarlo al tacho de la basura. De pronto entra una fuerte ráfaga de brisa por la ventana y mueve varios objetos, incluyendo el recipiente de basura, cuyo contenido sale despedido por el piso. Veo cómo los pedazos del manuscrito van dando vueltas y vuelven a armarse en un rincón. Me acerco y veo con horror el mismo manuscrito indescifrable. Lo tomo del suelo por un borde y procedo a prenderle fuego con un fósforo, para luego arrojarlo por la ventana del estudio. Veo los trozos de papel quemado volar un momento por el aire, y después conformar un pequeño remolino que va a detenerse en el tronco de un árbol en el jardín cercano; luego trepa por una rama del árbol y queda adherido a ella como una hoja; no es una hoja verde como las demás sino una hoja blanca, que se desprende del árbol y va por el aire hasta que vuelve a entrar por mi ventana, para ir a posarse al escritorio. Evidentemente, se trata de una maldición. Coloco sobre la hoja una cruz y rezo un Padrenuestro. La hoja se va volviendo gris, hasta llegar a un tono de carbón brillante, una hoja tétrica y horrible que no tengo el valor de tocar. Paso el día sin atreverme a confesarle a nadie aquella situación inverosímil; no me expondré a que me crean loco, ni a volverme loco yo. He salido a la calle, he tomado un autobús y me he ido a otra parte de la ciudad, donde me he reunido con mis amigos a almorzar y a conversar, sin pensar siquiera en comentarles el suceso. Espero que se haga de noche para regresar. Con miedo, con estupor, sudando, subo las escaleras del edificio y abro la puerta del departamento. Voy al lavamanos y refresco mi rostro. Bebo un vaso de agua y luego entro a mi estudio. Ahí está la hoja, quieta. Esta vez 20


no es negra ni contiene el manuscrito indescifrable. Es una página en blanco, que tampoco me atrevo a tocar. Llamo por teléfono a la señora de servicio para que venga a hacer el aseo de mi departamento. Le ruego que por favor empiece por limpiar el estudio y se deshaga de varias cosas allí, incluyendo la página en cuestión, por supuesto. Doña Matilde toma la hoja con su mano fuerte y regordeta y la aprieta hasta hacerla una bola compacta, que deposita luego en una bolsa de basura. Al fin ha acabado la pesadilla. Mi vida comienza de nuevo. Abro las ventanas, pongo música, me recuesto en la cama a descansar. Respiro hondo y duermo un rato. El día está radiante. Me dirijo al escritorio y me dispongo a proseguir con mi trabajo, con mi oficio de cuentista. Saco la libreta de una de las gavetas, lo abro y cuando me decido a continuar mi relato, caigo en cuenta de que las palabras que llevaba escritas allí han desaparecido, que tampoco ahora puedo anotar nada en él, acaso nunca más pueda registrar con precisión la historia de aquel manuscrito que segó mi carrera de escritor, y terminó convirtiéndose en este torpe y último relato oral.

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DIÁLOGO POSTRERO ENTRE SANCHO PANZA Y ALONSO QUIJANO, OÍDO POR EL AUTOR DEL QUIJOTE.

Cide Hamete, autor de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, escribió un diálogo para este libro que hasta ahora no se había dado a conocer, y es dado hoy a la luz con la intención de agregarlo a la célebre obra, y así todas las villas y lugares de la Mancha, de España y del mundo compitan entre sí por divulgar y hacer suyas su fama y su memoria. Dicho episodio comienza cuando Sancho Panza se encuentra ahogado en mares de llanto, viendo a Don Alonso Quijano postrado en su lecho, pocas horas antes de morir. En una de esas pausas de llanto en que Sancho fue a procurarse un poco de vino para mitigar su sed, Don Alonso sorpresivamente se inclinó, le vio a Sancho y le hizo señas de que se acercase a su lecho. Sancho, ni corto ni perezoso, se aproximó a su amo; aquel le tomó de un brazo y con una sonrisa pícara le susurró al oído: --Sancho, de haber nacido otra vez, ¿quién habrías querido ser? --¿Yo… mi señor? --Sí, Sancho, dime quién. --Pues usted, mi señor, en otra vida me gustaría ser usted y cabalgar por los campos de Castilla y de España junto a Sansón Carrasco y Sancho Panza. --¿Estás hablando en serio, Sancho, o de nuevo estás diciendo disparates? --No, mi señor Alonso Quijano, ya que usted recuperó la cordura y ahora se arrepiente de sus locuras, yo le digo que si mi Dios Jesucristo me permitiera nacer otra vez, me gustaría ser Don Quijote de la Mancha y volver a recorrer los caminos del mundo y ganar batallas y los amores de bellas mujeres. ¿Y usted, señor mío, si a usted le dieran la oportunidad de vivir su vida otra vez, quién le hubiera gustado ser?

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--Pues tú, Sancho, me hubiera gustado ser Sancho Panza, un buen hombre que se atrevió a creer en la locura de otro hombre porque sí, sin más esperanza y herencia que ser gobernador de una isla que no existe. --Pues entonces estamos a mano, amo y señor mío, nuestras vidas están cumplidas y nuestros destinos realizados, creo yo. --Así es, Sancho, así lo quiso nuestro señor Jesucristo, que es grande y sabio. Alonso Quijano dijo esto y después expiró. Sancho tomó el brazo de su amo –que había permanecido hacía pocos segundos temblando sobre su hombro— y lo colocó suavemente en el pecho exánime de Don Alonso. Cide Hamete, el escritor, y el bachiller Sansón Carrasco los contemplaban a ambos cuando esto tuvo lugar; ellos fueron únicos testigos de las postreras palabras que cruzaron Sancho Panza y Alonso Quijano. Entre Hamete y Carrasco hubo el acuerdo tácito de que tales palabras debían ser insertadas en la novela, pero por algún desconocido percance el diálogo no pudo ser incluido en la edición que el impresor Juan de la Cuesta hizo de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en 1615. Mientras se dirigían a hacer los preparativos para dar cristiana sepultura a Don Alonso, Sansón Carrasco preguntó a Cide Hamete Benengeli cuál de los tantos personajes que había creado la febril imaginación del Quijote, y que él había recogido en su pluma, le habría gustado ser. --Me habría gustado ser el Caballero de los Espejos, que es justamente el personaje que tú creaste disfrazándote, para divertirte y darle más vida a Don Quijote, ese es un invento genial, te lo aseguro. Por ello te doy las gracias. Fue el único Caballero que logró vencer en batalla limpia a Don Quijote. ¿Y usted, Sansón, quién le habría gustado ser de entre todas esas fantásticas aventuras imaginadas por Don Quijote? --Pues le digo con toda sinceridad que mas bien me hubiera gustado ser un escritor diestro como usted, maestro Hamete, con tanta facilidad para manejar esa pluma, la misma que parecía decir “para mí sola nació Don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido.”

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--Le agradezco mucho su elogio, bachiller, pero me parece que otorga usted más honores a esa pluma que a mi persona —replicó Cide Hamete, sonriendo apenas y al unísono con el bachiller Carrasco, mientras se encaminaban ambos a contribuir con los arreglos del sepelio. Hamete recogió estos hechos y palabras postreros y los mantuvo largo tiempo consigo, atesorados en un manuscrito de pergamino. El mencionado manuscrito fue hallado hace poco en el anaquel de una vieja posada de Madrid, donde un tal Miguel de Cervantes solía pasar largas horas descansando o escribiendo, por aquel año de 1615.

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INFARTO

Justo en este instante siento el fuerte impacto en el centro del pecho, que me provoca un intenso dolor: es un infarto. Un infarto masivo, fulminante, que me lleva a la muerte instantáneamente. El dolor va descendiendo y ya no siento nada, mi cuerpo me ha abandonado, ya no me pertenece. Uno de mis hermanos se cerciora de ello rápido –gracias a Dios— y, desesperado, lo anuncia pronto al resto de la familia y los amigos, quienes se dedican a llamar al médico forense y luego a la funeraria, para dedicarme de seguidas el respectivo rito católico, al cual acuden amigos, conocidos, familiares y hasta gente que no había visto jamás (mujeres y personas interesantes a las que habría querido conocer, y también otros que pensé que me detestaban); los veo a todos pasando por el féretro para observar el rostro pálido y desencajado de aquel cuerpo, saludándose, abrazándose, dándose pésames, sonriendo o riendo, bebiendo café, fumando, rezando, conversando acerca de recuerdos remotos, algunos de ellos tan hermosos que bien valdría la pena volverlos a vivir. La gente comienza a mirar los relojes para confirmar la hora en la que todo tendrá que confluir: en la salida de la carroza funeraria hacia el cementerio, en una caravana de carros más larga de la que habría podido imaginar, lo cual me complace. Ahí están todos ya en el cementerio rodeando la tumba, el hueco donde el féretro va a encajar perfectamente, luego de los sollozos, desmayos, desvanecimientos, lágrimas, resoplidos de narices en pañuelos, ojos hinchados por el llanto, ocultos algunos bajo gafas negras, coronas, flores, palabras de despedida. Mi mujer luce especialmente hermosa hoy, tan elegante con su vestido de luto y sus zapatos altos negros que adquirió aquella tarde en que anduvo de paseo conmigo por el centro de la ciudad; mi mujer tiene unas bellas piernas y un bello talle que lucen muy bien con su vestido negro ceñido, se ha convertido en una viuda excitante; ella en verdad era algo que valía la pena. Y por supuesto algunos amigos y hermanos, no todos; pero no entremos ahora en esos detalles sentimentales. Más valdría pararse a considerar algunos momentos de alegría bohemia vividos en plena juventud, que parecían inmortales, pero tampoco lo haré.

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Coronas de flores, sollozos ahogados, palabras tristes de despedida, ojos lacrimosos y otros gestos truncados por esos silencios tan elocuentes que sólo se producen en los sepelios, por esas palabras que alguien quiso decir y no dijo, terminan de recomponer la escena. Los autos de hermanos, amigos, enemigos, parientes y demás allegados arrancan dejando sola a mi tumba, que ahora se encuentra como asfixiada por una desordenada montaña de coronas. A pesar del lancinante sol, una brisa recorre el cementerio y mueve las ramas de muchas palmeras, pinos y flores. Al fondo, se divisa un paisaje de colinas tenuemente llovidas, coronadas de bellas nubes blancas, y hasta algunos pájaros han salido de no sé qué parte del paisaje a cruzar el cielo y a posarse en las ramas, a cantar. Mientras, mi cuerpo yace allá abajo emparedado entre láminas de cemento, sellado y seguro. De hecho, es una ventaja que uno pueda tener un alma que sobreviva al cuerpo mortal para decir estas cosas, y estas cosas puedan ser escuchadas ahora por ustedes. De no ser así, todos los humanos moriríamos del todo, sin ninguna posibilidad de expresarnos, ni de hacer siquiera una mínima relación de su vida. Y esto, en verdad,, sería algo terrible. He sido testigo de mi muerte y ahora me preparo a informar sobre mi nuevo vivir impalpable, que llega a las gentes a través de estas palabras, a las que he podido animar e insuflar sentido, desde este cielo invisible localizado aquí mismo, en la tierra. Es un cielo nocturno donde salgo a pasear todos los días y a conversar con las almas de mis otros amigos y vecinos (de hecho, aquí los vecinos nos hacemos amigos casi por contagio) cuyos cuerpos han fallecido y cuyas residencias ya están fijadas por siempre, entre los espacios verdes y silenciosos del cementerio. Son casas tranquilas y sosegadas, pero no tienen techos ni paredes, ni siquiera pisos, y desde ellas atisbamos el movimiento de los vivos y nos apiadamos de ellos, de sus vidas ardientes, interesantes, problemáticas, divertidas o melancólicas pero siempre imperfectas; justo esa imperfección es la que hace que sus historias lleguen a nuestro cielo inmaterial para alegrar nuestras existencias y para impedir que éstas, en su devenir infinito o inmortal, transcurran o se desgasten en el aburrimiento o el tedio.

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PARA CONQUISTAR LA MUJER PERFECTA

Ahí está esa mujer. Deslumbrante. Perfecta. Se diría que regresa del paraíso. Cada detalle suyo, cada gesto, cada guiño, cada movimiento son observados por mí y ella ni se percata. De la cabeza a los pies, desde la cabellera a los zapatos de tacón alto que dejan ver el nacimiento de los dedos, mis ojos los poseen a todos por completo. Desde el moño de cabellos emitiendo destellos amarillos y los lóbulos de las orejas con zarcillos de perla, sus mejillas rosadas y los rubores que las dominan, y ahora sus labios gruesos y bien delineados, rojos y anhelantes, su barbilla, su nariz un poquito respingada, sus ojos grandes, azules y profundos, que arrojan rayos de varios colores –amarillentos, verdosos— cuando les da la luz; sus cejas altas que hacen resaltar cierta perversión en el noble rostro, e incitan a esas deliciosas crueldades en el lecho. Esa piel suave, tersa, sin arruga alguna, la cual invita a ser acariciada, a ser besada primero en las mejillas con besos breves, cortos; luego en los ojos, permitiendo que los labios se posen en las pestañas y los párpados. Pasar luego la lengua por esos párpados, después por la nariz y finalmente lograr que los labios aprisionen los labios de ella, introduciendo la punta de la lengua en la boca, enredarla con la suya un poco, que ambas se conozcan y se enrosquen como pequeñas serpientes gustosas; pasarla por los dientes de la mujer, de su paladar, y en lo posible meterla hasta el fondo de la garganta y detener la respiración, autoasfixiarse y luego abrir la boca para tomar aire y meter y sacar la lengua varias veces hasta que los labios duelan. ¡Qué maravilloso dolor! Los labios quedan como quemados, amoratados, dolidos y hasta heridos de tanta caricia. La lengua y los labios deben recorrer el cuello, las clavículas, la espalda, la cintura, las nalgas, las piernas. Un beso en la espalda es como tomar desprevenido al deseo, algo de lo que ninguna mujer debe salvarse: la seducción de los hombros, la piel de las costillas y las nalgas, esos músculos hermosos y perfectos, sin los cuales la existencia visual del hombre sería un infierno. Cuando uno va por la calle y ve las mujeres caminando, lo primero que salta a la vista son las nalgas, los glúteos, los traseros en pantalones ceñidos, en faldas, en vestidos, estos hermosos músculos se bambolean de las formas más diversas, dando un estímulo real a la vida del hombre. 27


Traseros redondos, anchos, pulposos, en forma de pera y cubiertos de finas telas son incitaciones al placer, y cuando están desnudos, ah, cuando están desnudos, tersos, delicados, firmes, amigos de nuestros dedos y de nuestros roces y labios, son el centro de nuestro entusiasmo gozoso, de una nobleza total. Las piernas son asunto distinto. La pulpa de los muslos, la jugosidad del tejido y la amplia superficie muscular son un viaje por delante y por detrás; por delante hacia las rodillas, por detrás hacia las cavidades exquisitas y luego las pantorrillas; esa tensión de las pantorrillas tan sublime; luego los pies y los dedos y los talones que, cuando son delicados y pequeños, de uñas cuidadas y limpias, pintadas, luciendo dedos que son capullos finales para el placer. Cuando la mujer lleva zapatos altos y excitantes, rojos o blancos o negros, el fetichismo se intensifica, la imagen mezclada del objeto con la extremidad, la piel y el olor que despiden los pies al contacto del cuero, ese olor de queso añejo –gorgonzola es mi preferido— hacen que fijemos la atención en otras prendas: medias, pantaletas o brassieres, zarcillos, collares, joyas relucientes en cuellos en perfecta vecindad con los senos, el cuello, los pómulos o los lóbulos de la oreja, brassieres con senos y pezones; los senos, esos músculos delicados, glándulas para chupar, mamar, libar o saborear como caramelos de carne, elasticidades que tiemblan, saltan, se resisten y ofrecen empinados, torneados, sedosos para hundir en ellos la nariz, los labios, la lengua, moviendo la cara en redondo por sus suaves gelatinas cambiantes, tocarlos o abarcarlos con la mano, juntarlos, acercarlos para abarcarlos a ambos con la boca, en una lamida que absorbe las esencias de la carne. Abajo, el vientre espera en su tímido ofrecimiento, con sus pequeñas sinuosidades y elevaciones que convergen en el ombligo, orificio central por donde el ser sale al espacio, y ahora es punto deseoso de equilibrio. Luego llegamos al pubis, a los pelillos enroscados que conforman el triángulo perfecto que protege con su selva los labios de abajo. Labios de diversos tamaño o espesor, como los de arriba, y están diseñados para recibir cualquier tipo de penetración; penetración en un sentido no alimenticio: dedos, lengua, falo u otros labios: en efecto son los únicos labios que pueden recibir a otros labios, se cumple en ellos una doble oralidad. Esa recepción de la penetración, esa captura del falo, esa delicia adentro y afuera es casi siempre una muerte pequeña que implica un nuevo renacer desde el lecho, 28


donde hemos dejado una realidad placentera hacia el afuera de la cama, espacio que conecta el cuarto, la casa y el barrio donde vivimos a los fulgores de la ciudad. Una vez allá, despejados en el cuerpo, despojados de cualquier interés, recorremos las calles, los jardines, las plazas o los parques de una manera distinta, como si estuviéramos naciendo desde las orillas de una almohada y ascendiéramos hasta las orillas de una nube, y desde la nube bajáramos en lento paracaídas otra vez a la calle o la casa, a la cocina o al cuarto, y el deseo de una mujer que como ésta que estoy observando ahora, nos recibe otra vez, para brindarnos una nueva aventura. Aquí estoy mirándola a ella, elucubrando, dejando volar mi fantasía erótica hacia los mundos de la exquisitez. Me le acerco un poco más, pero no sé qué decirle, ese es el gran dilema cuando uno está embobado por la belleza de una mujer que está tan cerca de uno, de nuestra felicidad, y uno teme perderla para siempre, no verla nunca más. Hay que deshacerse de grandes pensamientos, de escenas perfectas, de frases importantes e ir al grano. --Hola. --Hola. --Como estás. --Bien. ¿Y tú? --Bien. Es el peor de los diálogos. Aún no he mencionado que nos hallamos esperando ambos en una agencia bancaria, mirando la pantalla los números digitales, para que nos acerquemos a la taquilla y nos den nuestro dinero. Continúo el infame diálogo. --¿Qué número tienes? - El número 10 de la cola. ¿Y tú? --Yo el 11. Al fin, la frase decisiva: --Quisiera invitarte, cuando salgamos de aquí. --¿Perdón…?

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--Quiero invitarte —le repito. Ella hace un gesto de desaprobación. Por un momento me creo perdido. Finalmente responde. --Tengo cosas qué hacer. Hoy no puede ser. --Tiene que ser hoy. Mañana podría ser muy tarde. --Imposible, imposible…--dice ella, asaltada por los nervios.. Esos nervios son mi mejor arma. --Nada es imposible —respondo. –Hoy es el día perfecto. Se queda callada. No responde. Está mirando los números en la pantalla. Aparece el 108. El 109. Mi corazón palpita afanoso, por momentos se me va a la garganta. Ella me mira. Yo la miro. Sus ojos azules son preciosos, grandes. Me miran y yo deseo como nadar en ellos, en un agua cristalina como de piscina de mar; quiero hundirme en su boca, penetrar en ella y navegar dentro de las venas de su cuerpo, dar un paseo por sus músculos, por sus órganos, entrar por los tejidos de su carne. En esa mirada le digo todo. Creo que ha comprendido la señal. Aparece el número 10 en la pantalla. Voy de prisa a la taquilla. Me cancelan las utilidades de todo el año, mis jugosos bonos laborales. La paca de billetes no me cabe en el bolsillo. Ahora le toca al 11, el número de ella. El cajero conforma el cheque, le entrega el dinero y ella lo coloca en su cartera. --Te estoy esperando --confirmo. --¿Tienes carro? El mío está en el taller —responde ella, afable. --Sí, está por aquí, en un estacionamiento cercano. Digo esto y me dirijo a la puerta de la agencia, a abrirla para que la diosa pase primero. Qué sensación extraordinaria, abrir la puerta a una mujer de este calibre. Salimos y bajamos las escaleras hacia la calle. Voy caminando al lado de ella. Me siento bien ahora, como flotando, levitando. Ella camina como una verdadera princesa.

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--Ven —le digo y tomo su brazo para cruzar la calle. –El estacionamiento es por aquí. Ella aprieta mi mano. La tengo. Es mía.

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NUEVAS ESPERANZAS PARA LA HUMANIDAD

Dentro de ciento veinte años, ninguno de los seres humanos que habitan hoy el planeta (ni siquiera ese niño que en este mismo momento acaba de nacer) estará con vida. Existe la posibilidad de que la medicina o la ciencia descubran para entonces fármacos o procedimientos artificiales que puedan alargar la vida un poco más, no mucho, lo cual no altera para nada la peculiar circunstancia que nos permite albergar nuevas y distintas esperanzas de vida para la humanidad.

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UNA DECISIÓN JUSTA

En este mismo instante me percato de estar siendo soñado por alguien, me doy cuenta de lo efímero y absurdo de una existencia así. De modo que voy a hacer lo posible para alargar un poco más esta vida creada por un mero capricho de la mente. Mientras viajo en esta fugaz corriente del sueño de otra persona, trato de concentrarme en una idea que pueda proporcionarme un poco más de vida, y llego a la conclusión de que ésta puede ser la de dar muerte a mi soñante, a ver si es cierta la premisa de que el sueño de la muerte es eterno, o al menos constituye una segunda vida. Rápido intento entrar, a través de la corriente de esta fábrica de imágenes inconscientes, a las circunvoluciones cerebrales de mi creador y logro, con mucho esfuerzo, llegar a su centro encefálico para cercenar, con este cuchillo ficticio y perfecto, el nervio principal que lo mantiene. En el momento de levantar el arma homicida, me cercioro de que, si él muere sin ningún sueño que lo redima, yo moriré con él. Pero si despierta más pronto de lo esperado, yo desaparecería de todos modos, de manera que desecho estas dos alternativas (aún cuando no sería improbable que él volviera a soñarme) y si muero con él pudieran talvez las dos muertes juntas producir una nueva vida… pero acaba de surgir una tercera posibilidad: acabar con su vida primero y luego con la mía, para borrar así todo vestigio de esta apremiante historia. Y eso es lo que hago. Clavo el cuchillo en su cerebro y la sangre fluye: veo la realidad de este río rojo y denso; luego intento hacer lo mismo conmigo, pero al acercar el arma a mi garganta para acabar con mi vida, el soñante despierta, y este acto me permite aparecer un segundo más ante los ojos reales de los hombres, lo cual genera la posibilidad de morir y nacer alternativamente cada vez que él sueñe y despierte, que es justo lo que hacen los seres humanos cuando piensan que al soñar pueden nacer de nuevo.

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NO LEA ESTO, POR FAVOR

Le recomiendo, amigo lector, hipócrita lector, que no lea este artículo. No sacará nada bueno de él. Será una pérdida de tiempo, mas bien pudiera ser algo peligroso para su salud, para su educación, para su cultura. No aprenderá nada nuevo, se lo aseguro. Será mejor que se ponga a hacer otra cosa. Vaya ahora mismo a hablar por teléfono, por ejemplo, o diríjase a su escritorio y haga esa importante llamada a su esposa, a su novia, a su jefe, a su amigo, a su hija. Si tiene cerca a su familia, vaya a ayudar a su hijo a hacer la tarea o vaya a la cocina a darle un cálido beso en la mejilla a su mujer y ayúdela a preparar el almuerzo, o aconseje a su hija de no salir por la noche hasta tan tarde, con lo peligrosa que está la calle con tanto loco suelto. O póngase a ver la televisión, a pasar los canales con su control remoto eligiendo pronto un programa de noticias, una película, un show, un video clip o un programa de concursos. O la radio: préndala ahora y sintonice una buena música o un noticiero, o simplemente quédese oyendo ese programa de variedades, o la entrevista al político local. O vaya y encienda la computadora, haga clic con el ratón en el icono de Internet Explorer y navegue, déjese llevar por los sitios web, métase en la página donde le ofrecerán un hermoso menú con lo que usted necesita, escriba la palabra necesaria y déle a la tecla enter para que vea aparecer allí el tema que anda buscando, esa información para divertirse con sus amigos, o estudiar, o llenar sus requisitos en la Universidad. O sencillamente abra su correo electrónico y escríbales a sus amigos, no lo dude. Si no está haciendo ninguna de estas cosas en este instante, entonces salga a la calle, diríjase al mercado o haga las compras del día. Adquiera cualquier cosa: unas naranjas, un paquete de harina, un enlatado, un chocolate. O deténgase en una tienda y adquiera una camisa, unos zapatos, una cartera, una correa, un nuevo reloj, cualquier cosa que le haga sentir mejor. O entre a un bar y tome una cerveza, refrésquese bien, ahhh, con un buen trago de birra mientras ve el menú y ahora, en la segunda cerveza, si ve un amigo conocido, póngase a conversar con él, búsquele la lengua, pregúntele cualquier cosa para que él le responda algo y así tendrá un motivo para hablar. Si no lo desea entonces busque un periódico cercano para 34


distraerse y vea los avisos funerarios para averiguar quién ha fallecido, de una hojeada a los titulares de los accidentes, asesinatos, secuestros, robos, y alégrese de no estar inmiscuido en ninguno de ellos, o de no haber sido usted el muerto. Qué reconfortante es decir para el fondo a uno mismo: no fui quien murió, ellos están fritos pero yo aún sigo vivo. Lea las informaciones locales breves, los tips o las reseñas, pero no lea artículos de opinión muy profundos, no pierda el tiempo en eso que no ganará nada ni cambiará un ápice el mundo circundante. Mejor será que vuelva a la carta de la comida y elija un jugoso bistec, una dorada pechuga de pollo, una fresca ensalada o una reconfortante sopa. Después ordene una torta de chocolate o crema, exija un café y encienda un cigarrillo, ahhh, qué placer ese humo caliente pasando por su garganta y cerrando con broche de oro su almuerzo de hoy. De ahí se levantará usted como nuevo, se lo aseguro. Después puede pasear si lo desea por la plaza más cercana y mire un rato las flores, la estatua ecuestre del Libertador o sentarse a sus anchas en un banco a mirar los árboles o los pajaritos mientras silba una melodía, y si es posible dirija la mirada hacia el cielo y vea algunas nubes, porque las nubes siempre nos refrescan la mente, o quédese mirando el cielo azul y pensando en la inmortalidad o el infinito. Si aparece por la plaza un amigo: salúdelo y comparta con él algunas chistes o chismes sobre política regional o de gente que metió la pata, del gobierno que no sirve, del Estado que no funciona, las calles están hechas un asco; o si lo prefiere y se halla de buen humor hable del buen clima que está haciendo, no ha llovido mucho, el calor está soportable, ayer terminaron una nueva avenida, hay esperanzas en la sociedad. También existe la posibilidad de ir a una buena obra de teatro, un concierto, o ver una película en el cine. Después de todo, las películas han sustituido a los libros, todo ha sustituido a los libros: los videos, las fotos, la televisión, la realidad virtual. Las libros cansan a la gente y pueden ocasionar trastornos cerebrales, haciéndote pensar demasiado en cosas profundas que a la postre te producirán bostezos o te harán sentir mal. Mucho cuidado con ir a comprar la novela que acabada de ganar el Premio Internacional de Novela, un ejemplar costoso que está en todas las librerías y que le va a granjear mucho prestigio si lo tiene sobre su escritorio y luego empieza a girar por toda la casa y ni usted n nadie va a tener tiempo de leer y entonces el pobre ejemplar va a servir para sostener la pata de una silla rota. Opte por 35


una película más bien, pero si la película que anuncian en cartelera no te gusta, da unas vueltas por el centro comercial y mira las vidrieras o entra al supermercado a comprar alguna cosa especial: un aceite de oliva, un buen embutido o queso pecorino. Si viendo las tiendas se encuentra con alguna linda muchacha que le sonría bonito acérquese e invítela a un helado, que del helado pueden surgir muchas cosas estimulantes, incluso excitantes como una invitación a cenar o a bailar y quizá de allí a un hotel, quién sabe, quien no arriesga nada no consigue nada. Ahora claro, todo esto puede hacerlo si no se encuentra usted esclavizado a una oficina o es un funcionario que debe trabajar cada día como un enajenado; depende también si es día de semana normal y corriente, quiero decir, que no tiene que estar usted en su trabajo frente a una computadora redactando oficios o memos o comunicaciones o qué se yo, o si es obrero o campesino o trabajador en una fábrica o médico o ingeniero o psiquiatra o militar o abogado o farmaceuta o dependiente en una tienda donde puede vender ropa, teléfonos, artefactos domésticos, carne, pan, verdura, frutas. Le recomiendo que si al final del recorrido ha llegado al kiosco de los periódicos y ha elegido éste que ahora tiene entre sus manos y ha abierto la página de opinión, no vaya usted a leer este artículo porque ese precioso tiempo puede usted dedicarlo a arreglar su automóvil, a pagar la luz, el teléfono o el agua, el servicio de TV o ir al Banco a hacer una transferencia o cobrar un cheque o meter la tarjeta de débito en el telecajero para poder tener su reconfortante fajo de billetes en efectivo en su bolsillo. La verdad, no tiene usted idea de cuántas cosas útiles puede estar haciendo en este momento. Por favor, no se quede como un imbécil silencioso sosteniendo el libro en las manos. Si ha llegado al final de este texto le aseguro que es usted una persona desocupada y ociosa con ganas de perder el tiempo, un perezoso o un rebelde sin causa. No tiene usted remedio, se lo aseguro, alguien que no tiene que hacer nada en este aburrido mundo como no sea ponerse a perder su valioso tiempo leyendo este montón de palabras que no llegan a ningún lado ni a ninguna conclusión, de modo que en este instante le recomiendo, amigo lector, hipócrita lector, monstruo delicado como decía Apollinaire, le recomiendo que deslea de atrás hacia delante todo este escrito palabra a palabra, borre su título y su autor y haga

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de cuenta que el libro, la ciudad y hasta el día en que lo compró e inclusive usted mismo ya no existen o no han existido nunca, eso es lo más probable.

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CURRÍCULUM

Nací en Caracas, estudié en una escuela pública, en un liceo y en una Universidad públicas. No me gradué en esta última porque no me daba tiempo para leer buenos libros y escribir. Entonces me puse a leer libros de verdad y a escribir poemas, cuentos, reseñas; luego novelas y artículos; hice traducciones, antologías, di clases informales de literatura y ocupé algunos cargos en Ministerios. Y ahora ya no hago nada. Pero nada de esto puede considerarse un currículum. El verdadero currículum fue vivir, para lo cual debí hacer lo otro. Me hice escritor para poder justificar mis deseos; me hice una vida escribiendo sobre otros o inventando cosas, y por último me puse a escribir sobre mi mismo. Pero si lo observo bien, ya no estoy autorizado a decir nada sobre mi mismo, pues de lo contrario, esto no sería de ningún modo un currículum.

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VIAJE POR LA NADA

Estoy pensando en nada. No estoy pensando en nada. En absolutamente nada. Ni siquiera estoy pensando en no pensar en nada o en dejar de hacerlo. Vacío, sin ideas, sin comparar esto con lo otro, nada con nada, despojado, claro por dentro, cristalino, como si me hubiera dado un baño de aire en los huesos, una ducha de agua clara en los nervios, y por los músculos me bajase una corriente benigna que me hace flotar en una nube, con una nube, como una nube. Soy nube que no piensa, sólo se deja ir por el cielo, blanca, esponjada, feliz, viaja sin objetivo y se va dispersando, desinflando, deshilachando hasta quedar completamente deshilvanada y etérea. Éter sobre éter, aire sobre aire, vacío sobre nada, nada sobre vacío, brisa que borra brisa, viento que silba, aúlla y penetra en el oído del ojo, en la piel del oído, en la lengua de la piel, en la pupila de la lengua, en la piel del aire del oído hasta hacerse invisible, inaudible, impalpable, inolible, impensable y desaparece, borra palabras dichas y sonidos, signos y vuela, vuela hacia más arriba de la atmósfera, traspasa el ozono y la gravedad hasta alcanzar el espacio, más allá, hacia lo desconocido, lo cósmico, las estrellas tristes, la noche, el silencio de los astros, los planetas que miran la oscuridad, el interior de las sombras, el tejido de la ausencia de la luz, la total ofuscación cósmica hacia donde las almas se redimen, flotan en el agua sideral, los espíritus no sufren, penetran los hálitos de la parca respiración de lo no dicho, están ahí sin ser advertidos, como un objeto no advertido y un sonido no pronunciado, un algo que murmura, masculla soledad, murmura, masca y vuelve a mascar sonidos inaudibles dentro del espacio ignoto, intraspasable, todo devuelto y envuelto en sombras blancas y negras y blancas y negras otra vez, luces que se encienden dentro del negro y el blanco a un tiempo, sitio donde no existe infierno ni paraíso ni bien ni mal ni ángel ni demonio, ni odio ni amor, tiempo sin rostro donde no hay imágenes de dioses, sino una ausencia inmensa de sentires o pensares lanzados al viento sin preguntas y por ello mismo grandioso, inefable, cielo puro donde gestos y movimientos se absuelven por si solos sin necesidad de causa o efecto, donde el fin y el principio se confunden y todo queda justificado en la mínima respiración de una hoja en un bosque, de una brizna en un desierto, de un hilo de luz en una mañana remota, de un semigris en el avance de un crepúsculo, de un rocío 39


sobre el ojo de una hormiga, en el último diente de una pulga, en el último átomo de un diente que carcome la célula madre, la célula originaria de donde todos surgimos, y ese silencio de la gestación se deposita en cada molécula, en la cadena de cada átomo para así sobrevivirnos, para dar un extraordinario grito mudo en la noche de la nada.

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LA MANO DE CERVANTES

Aquella tarde de verano, el sol hacía brillar el mar de Italia, donde las naves se preparaban a enfrentarse en batalla. Soldados españoles e italianos se disponen a medir fuerzas contra los turcos en Lepanto. Las armadas de ambos ejércitos se alinean y un gran silencio precede al que será uno de los más memorables enfrentamientos navales de todo tiempo. Los cañones comienzan a abrir fuego desde sus respectivos barcos, cuyas flotas desde lejos semejan grupos de dragones que escupen llamaradas de fuego por grandes bocas de hierro. Mientras más se acercan las naves entre sí, cañones, pistolas y arcabuces son disparados sobre sus contrarios. Se acercan naves grandes y pequeñas buscando invadirse y enfrentarse cuerpo a cuerpo. Miguel de Cervantes es un soldado que hace lo suyo ese día: ataca, se defiende, se mueve de popa a proa, se empina sobre babor para disparar y enfrentar los soldados turcos que vienen del otro bando. De pronto, siente dos fuertes impactos de arcabuz en el pecho, y luego uno en la mano izquierda, que le hacen perder el equilibrio. Se tambalea herido, luego rueda por el suelo del barco. Dos amigos, los soldados Luis y José, le ayudan a incorporarse y le llevan a un lugar donde puedan detener la hemorragia, la sangre que le fluye del pecho y de la mano. Intenta seguir en la refriega, pero el dolor en las heridas aumenta y sus amigos le convencen de retirarse a los sótanos del barco. La lucha continúa; desde abajo Miguel oye gritos, tiros, choques de espada, cañonazos, bruscas caídas en el agua; se queda acostado por horas entre unos sacos y luego se asoma para ver, en medio del humo y de lágrimas de alegría, que la contienda ha sido ganada por los suyos, aprieta los dientes y da un grito de felicidad al ver que los soldados españoles e italianos celebran con vivas su victoria definitiva. Intenta apretar sus puños en señal de júbilo, pero el de su mano izquierda no le obedece, está inmóvil y tiesa. Su mano izquierda queda anquilosada para siempre, sus dedos inermes y deformes. Pero él sigue con su vida combatiente de soldado y de escritor. Ahora le llaman el manco de Lepanto. Un día está durmiendo y sueña que su mano derecha ha desaparecido. Da un grito de horror y despierta de la pesadilla, comprobando con alivio 41


que su mano derecha está en su sitio, sana y salva: ahí mismo, debido al miedo, le da la orden de escribir Don Quijote de la Mancha. Desde el otro lado, la mano izquierda se ha puesto muy contenta por este acontecimiento; se mueve para estrechar a la mano derecha y darle ánimos para escribir y llevar a cabo su proyecto. Cervantes ve cómo la mano guerrera y la mano escritora mantienen un diálogo y se hacen mejores amigas; observa, sentado a su mesa de madera, cómo la mano derecha comienza a cumplir la orden. Muchos años después, luego de concluida la famosa novela, observa, ya viejo y sentado al borde de su cama, los hermosos sucesos que sus manos recuerdan sobre grandes batallas en Lepanto y la Mancha.

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EL TEXTO PERFECTO

El texto de este escrito ha sido corregido exhaustivamente. Una y otra vez ha sido revisado sin cesar. Ha sido despojado de erratas. Su prosodia es impecable. Su léxico pulcro. Le han sido extirpados adjetivos superfluos. No posee metáforas innecesarias, ni ambigüedades. Su lenguaje es claro. Su texto preciso. Su redacción perfecta. Su letra nítida, sus sonidos puros. Su forma perdurable. Nadie puede hacerle reparos. Es imposible. No serviría de nada. De nada.

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LA NOCHE DE “BIRD”

El hombre más triste regresó cansado aquella madrugada de una sesión de jazz, donde había tocado el saxo seis horas seguidas sin parar, después de haberse procurado una dosis intravenosa. Charlie estaba tan cansado que no podía dormir, lo necesitaba pero no podía. Se tumbó sobre el amplio sofá de la casa de su amigo, se quitó los zapatos, desabotonó su camisa y secó el sudor de su cara con un pañuelo. Respiró hondo. Eran como las cuatro de la madrugada. No tenía sed, no tenía apetito, no deseaba fumar ni beber. Se quedó mirando el techo y las paredes, luego se detuvo en el televisor apagado. Con dificultad, se levantó del sofá a encender el aparato. Pasó los canales y se detuvo en el que transmitía dibujos animados, tiras cómicas que surgieron como un alivio momentáneo a su excitación nerviosa, a su dificultad para dormir. Charlie, el hombre más triste, apodado “Bird” por sus amigos, se sentó de nuevo en el sofá y aquellos dibujos animados le sacaron varias sonrisas, luego una carcajada, después dos. A partir de allí las carcajadas continuaron reproduciéndose con rapidez, hasta que un ataque de risa se apoderó de su garganta, luego de su pecho, hasta que ya no cesó sino con el poderoso infarto masivo que le procuró a Charlie Parker la más inmediata y completa felicidad.

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EL PACTO SECRETO

--Ve, amigo, y con este dinero compra el suficiente papel para escribir el libro. --Con estas monedas no alcanza, señor, usted sabe que el pergamino se ha puesto muy costoso. --Entonces tendremos que inventar algo para conseguir más dinero – dijo Jesús. –Es importante. --Queda muy poco tiempo, señor, pronto vendrán a buscarlo. --Ve entonces. Ya sabes que tengo una información muy valiosa, que guardo un secreto muy importante, que sólo yo conozco y debo trasmitirte antes de morir. --Me parece muy buena idea, señor, realmente muy buena. Judas fue con los soldados del César y regresó con las monedas. Le dio un abrazo a Jesús y le besó, le estampó un sonoro beso en la mejilla izquierda. --Vendrán por mí de seguro –dijo Jesús. –Me apedrearán y maldecirán y luego me llevarán al calvario, de seguro. Así hemos escrito. --Adiós, mi señor –dijo Judas con lágrimas en los ojos. –Ahora sí puedo escribir el libro convenido en la Pascua, el evangelio que usted mismo me ha venido dictando en las últimas semanas. Délo por hecho. --Así sea –dijo Jesús. --Nos vemos en el cielo –dijo Judas. --Sí, en el cielo –dijo Jesús. –Y que Dios te bendiga, amigo mío. --Amén –dijo Judas.

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TRAVESÍAS DEL DOBLE

Un día en que no lo esperaba, su alter ego salió de él y se metió en el cuerpo de un señor que venía caminando tranquilamente por la calle, quien por casualidad era del signo astrológico géminis y su gemelo Pólux ese día sufría un acceso de pérdida de identidad, pues había sido separado de Cástor y éste no hallaba la forma de manejar su personalidad, la cual se había vuelto ambigua hasta un punto en que no sabía si le gustaban las mujeres o le gustaban los hombres. De cualquier modo, ya se encontraba indeciso pensando que quizá un día iba a inventarse una técnica para lograr el don de la ubicuidad, aunque por el momento podía consolarse con el método de la holografía, del rayo láser que puede ser proyectado sin problema en cualquier parte del mundo, pero esa imagen no podía hablar con las personas, razón por la cual optó por la clonación, para probar cómo podía irle en la aventura de tener un doble de carne y hueso que le sobreviviera y le permitiera vivir en el futuro. Lo logró y ahora anda por ahí el duplicado de su personalidad, con quien se da cita a diario en la Plaza Bolívar de Caracas, donde han encontrado un sombreado banco para sentarse y conversar acerca de los inconvenientes de la doble personalidad, de la mente escindida o del envejecimiento prematuro de los clones, por lo cual han decidido no verse más y llegado a la conclusión de que para ser un buen doble no hay que creer en nada sino simplemente dejarse llevar como una hoja en el aire de una tormenta y desaparecer en esa resaca de vientos encontrados, respirando tranquilos.

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UNA OFERTA A DESTIEMPO

Le ruego que acepte mi oferta, señorita. –Cásese conmigo y créame que no voy a defraudarla –le dijo el hombre a la muchacha apuntándole con una pistola. La muchacha estaba aterrada. Sin embargo sacó fuerzas de sus últimas fibras y le respondió. --Primero muerta. --Usted se lo ha buscado, señorita –dijo el hombre, haciendo fuego. La bala atraviesa el cuerpo de la muchacha sin causarle ningún daño. En ese momento llega el novio de la muchacha, se coloca a espaldas del asesino y le dispara. El asesino también ha sido atravesado por la bala del novio y la bala no le ha hecho ningún daño, pues también estaba muerto antes de amenazar a la muchacha con la pistola.

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ACOSO

--Le he perseguido desde el fin. Ya no tiene escapatoria. Por favor, entrégueme su billetera –amenaza el ladrón. --Sí, por supuesto, aquí la tiene –responde el hombre, tembloroso. El ladrón abre la billetera y ve que no contiene dinero. --Esta burla le costará caro –dice el ladrón, y dispara sobre el hombre desde el principio hasta el fin. Antes de que pueda reaccionar, llegan las patrullas de la policía y se llevan al ladrón con la cartera bien repleta de billetes.

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COLECCIONISTA

Más que leer libros, me gusta coleccionarlos, tenerlos, poseerlos, sentir que son míos. Les estampo mi firma, me apropio de ellos, me siento dueño de los autores y de las obras. Van a dar todos a la biblioteca grande, de donde casi nunca los saco para leerlos. Mi placer consiste en saber que están allí, a mi servicio, a merced de mis manos; los tomo, los abro, los huelo, los palpo, leo un párrafo, dos a lo sumo, algunos finales o algunos comienzos y los vuelvo a colocar en su sitio. Hay algunos, unos pocos, que sí leo, pero esos están en otra biblioteca más pequeña, compuesta por libros que se presentan en ferias o cócteles, libros de autores fugaces, ediciones baratas, limitadas o artesanales, libros obsequiados por amigos, otros por autores anónimos o desconocidos. Entre ambas bibliotecas se libran a diario encarnizadas batallas que ganan casi siempre los libros pobres, mediocres o solitarios de mis amigos o enemigos.

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MADRUGADA CON MILES DAVIS

En el agua tierna de la noche, mientras las luces dividen la conciencia de la ciudad y nuestros oídos caen en los apartamentos para despertarlos de su modorra, suena la trompeta de Miles Davis y acompaña cada frecuencia de nuestro latido, cada bombeo de corazón solo llevado hacia un territorio de amistad repartido entre estas tristezas individuales que somos, para conmemorarlas, para apiadarse de sus inquietos pesares. Nos hundimos más y más en ese sonido pastoso, sentimos cómo surge asordinado por detrás de la orquesta como un hilo que cose los fraseos, y cómo cada trozo de madrugada se acopla a sus notas, a su encadenamiento improvisado, y cómo zigzaguea entre los sofás y las patas de mesa, sube hacia los jergones de las camas y luego se apodera de las almohadas. Después de dormitar por ratos en las fundas y los mullidos asientos, Miles Davis torna a presionar los pistones de su trompeta acompañado de un cuarteto donde el piano, el bajo y la percusión le siguen como serpientes encantadas, y nosotros, presas de aquel hechizo sonoro adherido como crema a los sensores de nuestra oreja, se pasea por su pabellón hasta radicarse en los pequeños laberintos del oído, acaricia sus vericuetos, muerde delicadamente los lóbulos y sigue en su paseo gracioso, en sus cosquilleos por el nervio auditivo, abriendo sus alas diminutas y disponiéndose a bajar, allá dentro, hacia los músculos del pecho. Cuánto no habría malgastado en conciertos de jazz en cualquier país para asistir a uno tuyo, Miles, cuántas rondas habría hecho por los puentes para recalar a las puertas de un club nocturno donde el jazz se detenía al borde de las copas de whisky, en las gargantas que sorbían los cigarrillos, en los labios que besaban en la penumbra otros labios, sorbiéndose las salivas en la oscuridad, y cómo en las inhalaciones de coca o yerba, de sexo o vino, de flores húmedas de carne, también las notas de la trompeta propiciaban esos engarces, esos rotundos vínculos, esas secreciones que eran el máximo saludo a la bohemia inmortal. Cómo pagarle a Miles Davis, esa era la pregunta, cómo agradecerle desde el fondo de un desesperado sollozo de soledad u oprobio, o de amor súbito y elemental, esas notas suyas, esa trompeta que acarreaba las mareas del espíritu para dejarnos nadando un buen rato en medio de la noche. Cómo 50


hacer para decirle a Miles, a su silencio de hombre solo, a su cara negra bruñida y a sus ojos fríos, a su fino labio reventado por la boquilla, a su alma ajetreada y cuarteada por recuerdos de infancia, que queríamos ser él, desahogar en un instrumento inventado el tormento de nuestras vidas; cómo inundar de alegría nuestros corazones inflamados por el alcohol y por las inhalaciones de tabaco, y por toda aquella resaca olorosa a sudor perfumado que caía desde las sábanas al amanecer, y luego llegaba hasta las mesas donde el pan tostado, la mantequilla y el café nos aguardaban para saludar de nuevo a las nubes del día. Era de esperarse, dear boy, que luego de tus arduos paseos por las injusticias de tu raza, de tus ajetreos para ganarte la muerte con el sudor de tu vida, para aguantar callado las calamidades que te hicieron agrio el carácter y proporcionaron a tu rostro ese rictus, esa sonrisa desterrada, hubieses tenido que acudir a tus desplantes, a tus puntapiés metafísicos, a tus sinsabores, a tus encontronazos con interlocutores mediocres. Nadie lo supo, Miles, excepto tú con tu cuerpo enteco y tu piel repulida, en tu recorrido por las pequeñas catástrofes que se producen entre el día y la noche, cuando el fantasma que vaga solitario por los puentes de la gran ciudad, de pronto se detiene a mirar el río iluminado por la luna y quiere buscar, en un chapuzón imaginario, una salida digna al gran misterio de la vida. Oh Miles, oh músicos que desahogan melancolía en estos espacios nocturnos donde la llovizna y los suspiros coronan las ventiscas frías y los desarraigos, los arrebatos de las brisas en las bocacalles, los aullidos de los perros y los maullidos de los gatos que cruzan los tejados de todas estas ciudades bendecidas por la tristeza. Oh dioses negros de jazz, oh fábulas encarnadas en mujeres, oh niños que juegan a los dados en los azares de las esquinas, oh putas maravillosas que esperan en los latidos de los cuartos, yo les invoco para que se presenten ante mi en este día en que los pararrayos y las antenas de las azoteas nos envían mensajes del más allá. Y ahora me empino desde los abrazos que se producen en esta inmensa tiniebla de humo y sonidos y labios y risas y olores y humos que bebemos con los ojos y absorbemos por la piel para despertar hoy aquí, en este milagroso colapso del espíritu donde todos nos reconocemos sin buscarlo, sin proponernos ser esto que somos, vacilantes trozos del día recuperados otra vez gracias al poder de tus notas, Miles, de tus sonidos en sordina que

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se alargan en nuestros pechos y nuestras mentes como si hubiésemos surgido de tu música, gran maestro de lo triste que nos abrazas para siempre.

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DON NADIE

A los once años mi madre fue violada. A mi padre nunca lo conocí. Yo nací un año después, cuando mi madre tenía doce. A los quince se casó con otro hombre que nunca llegó a quererme. Dos años después dio a luz una niñita, con la que crecí, pero no la consideré nunca una hermana. Cuando ella tenía quince yo dieciocho y me enamoré de ella. Con dificultad la seduje y al poco tiempo salió en estado. Ella no confesó la verdad –se lo agradecí siempre— para protegerme de la ira de su padre, aduciendo que había sido un accidente de una noche con un chico que había pasado por el barrio. Tenía yo veinte años cuando nació mi hijo, el hijo de mi hermana que era a la vez mi sobrino. Un niño bastante despierto que pronto aprendió a trabajar para ayudar a su mamá, luego que el imbécil de mi padrastro muriera en aquel afortunado accidente automovilístico. Yo no hallaba cómo manejar la situación y me casé con otra mujer para alejarme de aquella confusión familiar. Nació mi primer hijo legítimo de matrimonio legal. Ya está bastante crecido y he podido observar que es un niño bastante desobediente, perezoso y de malas costumbres, dejó los estudios para vender droga y no le da paz a su madre, una mujer que poco a poco se fue hundiendo en la tristeza a causa del lamentable destino de su primer hijo y no quiso tener más. Yo la verdad estoy bastante cansado de esta vida de transgresiones sucesivas y estoy pensando seriamente en suicidarme. Una cosa que por demás resultaría bastante inútil. Un suicidio más, un suicidio menos, de un Don Nadie como yo. Mi mujer ya ha advertido mi menosprecio por la vida, y se encuentra bastante preocupada. Con el tiempo llegará a hartarse, estoy seguro, y se buscará a otro, tarde o temprano, y tendré que darle la razón. Esperaré con paciencia ese momento.

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TÉCNICA DEL MICRORRELATO Para Laura Pollastri

Anda, lector, anímate, escribe tú el relato donde yo aparezco mirando esta página: tú estás ahora en el fondo de ella tratando de lanzarme este chorrito de tinta a la cara, que me ha hecho cerrar los ojos y me ha obligado a borrarte y borrarme.

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CONSUELO PARA MORIBUNDOS

El moribundo piensa en su lecho: “¿Me salvaré? ¿Me habrán perdonado los dioses? ¿Existirá la eternidad, o habré existido para nada? ¿Habré cumplido mi misión en la tierra? El moribundo no tiene respuesta para ninguna de estas preguntas. Dos días después, al ingresar al otro reino, piensa en su experiencia anterior y se pregunta: “¿Volveré a estar algún día entre los vivos? ¿Me habrán perdonado en la tierra? ¿Cómo estarán mis hijos, mis nietos, mis amigos, mis mujeres, mis ciudades con sus calles que tanto caminé? El hombre muerto aún no tiene respuesta. Va a dormir pero no puede. Sueña despierto en la vida que no tuvo y eso, sólo eso, le da sentido a su pasajero estado mortal.

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ENSAYO SOBRE LA IGNORANCIA

Todos los ensayos que he escrito sobre la ignorancia han estado dirigidos a analizar el conjunto de novelas que redacté, inspiradas en ideas sobre obras teatrales y poéticas que no llegué a concluir. A estas novelas intenté imprimir un estilo claro, a fin de que pudieran ser aprovechadas por lectores acostumbrados a periódicos o revistas en cuyas carteleras se localizaran películas que pudieran ser disfrutadas por un público habituado a la televisión, dispuesto a observar de vez en cuando algunos foros culturales o literarios donde recomiendan libros. En uno de esos programas de TV estaba hablando el otro día un grupo de profesores y críticos acerca de una de mis obras sobre la ignorancia, que ahora puede ser localizada en la Red Internet, mi más reciente título y quizá el último, puesto que ya casi no tengo fuerzas para hablar de este álgido tema sobre el cual hay tanto que decir en el futuro.

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INSTRUCCIONES PARA SER FELIZ

Si usted quiere ser feliz puede seguir las siguientes instrucciones. Primero, no dude en tomarse unas vacaciones en su propia casa, desnúdese y métase en el corazón de una cebolla y luego póngase en el sartén a freír con mantequilla hasta que se derrita y quede convertido en una salsa espesa, y ésta pueda ser saboreada por cualquiera de sus hijos cuando venga de visita a su casa; después pregúntele a su mujer o a su madre o a un amigo a qué le sabe, si se ha tomado la molestia de saborear su inquieto corazón un domingo por la tarde, y después haga lo posible por irse de paseo a alguna nube, y una vez en la nube láncese de cabeza hacia el mar y luego de caer de lleno en el océano intente llegar muy abajo, hasta donde nadan los peces más pequeños entre los arrecifes coralinos, y ahí intente visitar algún señor calamar o un pez suave oculto entre las rocas, y ahí usted sí puede solicitarle un café, o si no quiere darle café pídale una cerveza o si no vino, pídale un vino al señor calamar que seguro se lo va a dar. Si no, tampoco se ponga triste porque no es fácil encontrar un buen café por allí a esas horas, o invítele usted a ese señor o mejor a una linda señorita a pasar un fin de semana en una montaña de los Andes donde la niebla y las nubecitas sean cariñosas y le inviten a oler el limpio aire de la sierra, y usted sienta en el interior de su pecho como si respirara completamente el paisaje, como si el paisaje se metiera en sus pulmones, ah, el paisaje siempre se alegra cuando usted piensa en la selva tupida donde las lianas y los monos, las guacamayas y los árboles gigantescos llenos de pájaros y de iguanas y mariposas se le meten en los párpados y le embriagan sin darle tregua, ah qué divinos aromas. Y si por casualidad anda por ahí una bandada de pájaros o de loros ángeles salúdeles y dígales que usted también quiere ser feliz y volar y volar, batir sus alas para ejercitar su dosis de libertad y aterrizar en alguna cumbre para de ahí volar al inmenso llano con las garzas por las palmeras, y oler los arcos iris y posarse tiernamente en el lomo de las vacas y de los caballos que relinchan de alegría con sus ojos saltones, esos animales nobles que van por el llano como el mismo viento, o paciendo la grama del campo, tan plácidos como los burritos que se quedan dormidos en las calles de los pueblos solitarios donde hasta las moscas se acuerdan de su infancia. Móntese en un caballo a cabalgar, porque si un caballo y una mosca pueden ser felices, ¿porqué usted no? sí, claro que puede serlo, porque a pesar de ser un hombre ocupado en 57


su oficina que sale de su trabajo a manejar en el tráfico de la urbe, y soporta todos los improperios y los cornetazos y el smog y los ruidos, usted puede ser feliz luego en su departamento siendo sencillamente una persona normal, tan normal como feliz en su trabajo donde cada quincena cobra su sueldo para ir a hacer mercado con su mujer o son su amante o con su hijo o con su hija o con usted mismo, ahí va con su carrito donde pone los anhelados alimentos y piensa que en la noche va a prepararlos para comerlos con los suyos o mientras ve una película y después duerme, duerme plácidamente a pierna suelta. No lo dude. Si usted quiere ser feliz siga estas instrucciones y no piense tanto en política ni piense mucho en dinero, mire que el dinero es para gastárselo y no para que él lo gaste a uno. Déle gracias a Dios, piense que aún respira o que todavía no le ha dado cáncer, por ejemplo. No se olvide de tener presente a Dios. Dios puede ser muy bueno pero también muy juguetón y muy bromista, uno nunca sabe por donde va a salirle a uno con una jugarreta triste o con una alegría inesperada. Sí, Dios suele ser inesperado e imprevisible y casi no se deja ver la cara. Aunque tampoco piense mucho en la conducta de Dios porque él nunca se va a dejar comprender del todo. Mejor tiéndase en la grama o mézase en una hamaca o húndase en una piscina o colúmpiese divinamente y luego vaya y eche una buena siesta con ronquidos y después de levantarse no se preocupe por nada, no importa que se pase de la hora y deje de hacer esas cosas llamadas importantes, pues en el fondo nada es tan importante ni tan urgente que no se pueda dejar para el otro día, mire que la vida es una sola y cuando uno menos se lo espera ya está gordo o viejo o jorobado o ciego, y con dieta estricta y entonces uno se arrepiente de no haber sido un poco más perezoso o de no haber comido más barquillas de chocolate. Fíjese cómo es de sencillo seguir estas instrucciones, es tan sencillo que hasta un pajarito puede seguirlas y cumplirlas, así que anímese y sígalas al pie de la letra, tome nota antes de alguien se le adelante y comience a decir tonterías como que la vida no vale la pena, o es una estupidez o no tiene sentido, o una de esas horribles frases que se dicen en momentos de desazón o rabia. Si usted desea que estas instrucciones hagan un rápido efecto, puede disolverlas en una taza de leche caliente o ingerirlas durante de la cena con un vaso de agua fría y cristalina, lo más cristalina posible, antes de ir a la cama a encontrarse con ese señor malhumorado que llaman uno mismo. 58


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INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA

La realidad es lo que vemos. La irrealidad es lo que no vemos, es lo que sentimos. Pero lo que sentimos es real; por lo tanto también lo irreal pertenece a la realidad, como lo que pensamos, que no es real hasta que no lo expresamos. Cuando expresamos algo estamos expresando la realidad de lo irreal. Cuando hablamos, cuando gritamos, cuando conversamos, queremos compartir lo que pensamos y sentimos en el cuerpo, en los órganos del cuerpo que trabajan todos para la cabeza, para la gran cabeza que piensa, siente, y manda al cuerpo a expresarse. Se expresa con sonidos, palabras, signos, gestos. De ella sale todo. Para ello debemos estar vivos y comer, dormir, soñar, descansar, sudar, caminar, beber, defecar, salir, entrar, sentarse, ver, oír, palpar, murmurar, reír, cantar, llorar y otras funciones menos activas como pensar, meditar, leer, cavilar, contemplar, creer, tener ideas o embeberse en algo, obsesionarse u obstinarse o afanarse o apurarse, que son estos dos últimos actos donde nuestro movimiento es más rápido, incluyendo volar en avión o ir en tren o automóvil, (buscando la muerte en autos o aparatos que al fin y al cabo nos llevan al mismo lugar), y lo más importante: respirar. Sólo si respiramos podemos hacer todo esto. Construir, hacer planes, realizar proyectos, calles, ciudades y familias que las ocupen. Al enfermar o envejecer cualquiera de estas cosas se interrumpe, no se detienen para siempre, pero se interrumpen: no pensamos bien entonces, ni sentimos. Lo hacemos a medias o equivocadamente. Al equivocarnos estamos desperdiciando vida, botándola. Al arrebatar, violentar, juzgar, asediar, presionar, codiciar, odiar, envidiar o matar estamos aniquilando algo de nuestro propio pensar y sentir, estamos eliminando la posibilidad de entender mejor la realidad, que también se puede llamar mundo, se puede llamar universo porque uni-verso es eso, una versión, nuestra versión única y personal de lo que vemos y pensamos todos a la vez y no lo sabemos, o no podemos aceptarlo. No pensemos ya en muerte en oposición a vida, ni en ausencia permanente de vida cuando ya no estamos, pues venimos de las vidas de otros, de sus mentes y cuerpos, y por lo tanto no hemos muerto del todo y nunca moriremos, porque estamos dentro de otro cuerpo que nos piensa y siente y así será por siempre: nos toca regenerarnos en esa hoja, en esa gota, 60


en ese pájaro, en ese árbol, en esa nube o en ese astro que está allá lejos en el cielo, donde en este momento hay alguien mirándonos. ¿No te has dado cuenta? Sal ahora mismo a la noche y lo verás, te aseguro que lo verás: si te quedas parado mirando el brillo de esa estrella lejana allá arriba en el cielo nocturno, encontrarás que estás parado en aquel astro mirando hacia acá, desde esa otra dimensión donde tu espíritu mira a tu espíritu.

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LLAMADA DEL DEPARTAMENTO DE PERSONAL

--Debes haber reparado en que Julián Jal tiene días sin venir a la oficina. --Sí, justamente te iba a hacer ese comentario ahora. Qué casualidad. --¿Habrá pedido vacaciones? –No nos comentó nada. --Es verdad. Y estaba más reservado que de costumbre últimamente. --Sí, se le veía como cansado. Vamos a preguntarle al Jefe de Personal qué ha pasado con él. Los funcionarios del Ministerio van y le preguntan al Jefe de Personal que ha pasado con Julián Jal. Y el Jefe de Personal responde: --Julián Jal solicitó dos días de permiso por la muerte de su madre. ¿No lo sabían? --No. No nos dijo nada. --Pero qué raro, ahora que lo mencionan, ya debería estar de vuelta en la oficina. --Sería conveniente llamarlo, creo yo. --Sí, seguro, buena idea, llamaré ahora. El Jefe de Personal marca el número de Julián Jal. --Aló, por favor, comuníqueme con el señor Julián Jal. Alguien responde al otro lado de la línea: --¿Sí? --¿Julián Jal? --Sí, soy yo, diga, a su orden… --Es de la oficina del Ministerio. Sentimos mucho lo de su señora madre. Pero usted debe incorporarse hoy a sus labores de trabajo. 62


--Lo siento, no podré ir hoy, porque he tenido un percance. --Dígame qué ha ocurrido… --El automóvil donde veníamos chocó. --¿Chocó? ¿Y qué ha pasado? --Que han resultado heridos todos los pasajeros. --¡Dios mío, qué terrible! ¿Y usted está bien? --Sí, estoy relativamente bien, aunque yo también estoy afectado. --¿Cómo dice? ¿Y qué le ha ocurrido? --Mi cara dio de lleno contra el parabrisas del auto. --¿Contra el parabrisas, dice? --Sí, me he roto la cabeza y mi cara está afectada. --¿Y cómo puede estar diciéndome todo esto tan tranquilo? --Bueno, porque ya no siento dolor, tengo la piel del rostro rasgada y todo el cuerpo insensible. --¿Pero qué está diciendo…? --Me palpo los brazos y las piernas y no puedo darme cuenta de que existo, de que estoy aquí, no me duele nada…se lo aseguro. --¿Pero cómo es posible? --Sí, ahora que lo menciona, en ese automóvil, donde también venía mi madre, y donde tuvimos el accidente, pasamos a este lugar, aquí nos encontramos todos ahora reunidos, ya no sentimos nada. Espere un momento, déjeme consultar esto con uno de mis compañeros, el que perdió las dos piernas, y que se encuentra aquí a mi lado en este momento, para ver qué me dice… ¿Aló, alo? Caramba, creo que se ha cortado la comunicación… ¿Aló?

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NOVELA

Hoy desperté en la noche, me di un baño, me puse cómodo en casa creyendo que estaba desayunando; me puse a trabajar arduamente toda la noche hasta quedar agotado y me volví a quedar dormido por la mañana, con lo cual he alterado notablemente mi rutina de trabajo. Pero ello me alegra porque es el método que me ha permitido proseguir noche tras día y día tras noche mi labor hasta concluir esta obra que cambiará definitivamente mi noción del tiempo, esta novela.

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DE BOCA EN BOCA

Esta mañana mi vecina me dijo que el hermano de una amiga suya le había dicho que al gobernador del Estado lo iban a obligar a salir de su cargo, pues había escuchado decir a un político de la oposición que el hermano del Gobernador era un corrupto que se había apoderado de varias hectáreas de terreno y le habían descubierto negocios fraudulentos con unas compañías constructoras de otro Estado, donde se percataron del fraude porque un señor que trabajaba en la Gobernación oyó decir a un portero que el Gobernador estaba hecho una furia y que iba a quejarse al Presidente de la República y a decirle que él no tenía nada que ver en eso, cómo es posible que vayan a venir a embarrar mi gestión aquí, coño, que vaina con estos tipos que vienen de otro Estado a perjudicarlo a uno. Dijo que el señor Gobernador salió y se montó en una de sus lujosas camionetas y se fue a almorzar con la plana mayor de comerciantes e industriales de la ciudad y al otro día llamó a una reunión de gabinete para informar de aquella infamia. Esta información a su vez fue transmitida por la prensa regional, y un señor que estaba leyendo el periódico en la plaza se la comentó a otro señor que estaba sentado en el mismo banco que él, y éste último se alteró tanto con la noticia que se la fue a comunicar a un hermano suyo que conoce a un trabajador de la Gobernación de este Estado donde yo vivo. Entonces este trabajador se alteró mucho y comenzó a hacer comentarios en todos los pasillos de Palacio, y los adulantes de pasillo la dieron a conocer a todo el cuerpo de secretarias, vigilantes y chóferes de la entidad, cosa que puso en estado de ebullición a la casa de gobierno, y el rumor salió y cruzó hacia la Plaza Bolívar, donde en ese momento se celebraba una concentración con motivo de un paro de trabajadores que no habían recibido sus prestaciones sociales por haber laborado en una empresa del gobierno recientemente cesante. A uno de estos huelguistas le suministró la información uno de los bedeles de la casa de gobierno, que precisamente es uno de los amigos de la vecina mía que esta mañana salió a comprar pan a la panadería y de regreso se detuvo a conversar el suceso con una señora que hace la limpieza en un departamento en el edificio donde vivimos, donde también habita un político de la oposición que 65


hace todo lo posible para desacreditar las gestiones del gobierno, y sostiene allí reuniones con miembros de una organización política, unos tipos muy bien vestidos que andan en automóviles relucientes y con unas mujeres que son unos bombones, como decía mi abuelo a las mujeres elegantes o que estaban muy buenas. Lo cierto es que este político ha sido uno de los agentes que más han contribuido con el descrédito del actual gobierno, personaje que cuando vio a mi vecina comentando la información con la otra señora de regreso de la panadería vino a mi departamento a pedirme una taza de café porque se había dado cuenta en ese momento, antes de preparar el desayuno, que le faltaba el café. Yo le di la porción de café y ella mientras tanto se encargó de hacerme una relación bastante pormenorizada de este pequeño evento que sin embargo puede tener consecuencias insospechadas en el seno de la sociedad regional.

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COSAS QUE NO DEBEN DECIRSE

Esta mañana venía caminando por la calle y un amigo mío me llamó para informarme que nuestro común amigo Arístides había cambiado de sexo. Me dijo que Arístides había decido operarse para eliminar su sexo masculino y poner allí una vagina con todos sus órganos completos. No me había yo recuperado de la sorpresa cuando me anunció que lo había hecho porque se había enamorado de una mujer a quien gustaban las mujeres, es decir, una lesbiana de la que estaba perdidamente enamorado. La operación fue todo un éxito y vivió el primer año muy feliz con su amiga, pero el segundo año su amiga se enamoró de otra mujer y entonces ella, que ahora se llamaba Margarita, se puso triste hasta el abatimiento agudo y ya no quiso vivir más. Viéndola así un hombre se apiadó de ella y la consoló tan tiernamente que se prendó de ella y le propuso matrimonio. ¡Pero por Dios cómo voy a casarme contigo! ¿No ves que soy una travestí? Me gustan las mujeres, le dijo. No me importa, le respondió el hombre, yo estoy enamorado de ti y puedo esperar todo el tiempo que sea necesario. El hombre la esperó por años hasta que Margarita se cansó de esperar que su compañera regresara y no pasó nada; tampoco lograba enamorarse de otra mujer y se sentía sola. Entonces se quedó viendo al hombre que la pretendía y no estaba del todo mal, pensó, es un tipo guapo y tierno y a lo mejor hasta me enamoro de él con el tiempo, después de todo conozco bien a los hombres porque fui uno de ellos y sé cómo reaccionan. Quizá algún día podamos formar un hogar, aunque no tener hijos. Entonces aceptó la proposición del hombre enamorado y se casaron y empezaron a convivir, y Margarita le confesó entonces un día a su marido que antes había sido hombre, y al marido le dio un ataque de asombro que le duró todo un día, pero después comprendió que esta mujer que antes había sido hombre podía ser la mujer más fiel de todas cuantas hubiera podido conocer en su vida. Todo esto me lo contó mi amigo mientras fumaba un cigarrillo y tomaba una gran taza de chocolate oscuro, esta misma mañana, y yo mismo le conté el episodio a mi esposa por la tarde, y ella me dijo que esas cosas no 67


se contaban nunca a las esposas, porque con esas historias las mujeres quedaban todas confundidas sobre todo en la época actual donde ocurren tantas separaciones y hay tanto materialismo y se han buscado tantos remedios para el matrimonio o para el divorcio, o que se yo, mi amor, ya ves cómo me pongo cuando me cuentas esas cosas raras por la tarde cuando uno está haciendo la siesta, cómo se te ocurre.

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LA OBRA

He concebido al fin la obra, la obra de mis obras. Contiene los textos, testimonios, aspiraciones y ficciones de toda mi vida, una peculiar selección cuidadosamente corregida a lo largo de los años, que dejo como legado en este paso por la tierra. Y ahora debo ponerla a resguardo, pues ella seguramente va a marchar en zigzag por el mar de la literatura, hacia delante y hacia atrás, buscando adquirir significados diferentes, remozados con el paso del tiempo. Quisiera ir con ella pero no puedo; ella es más veloz, se moverá en el pensamiento de los demás, de los lectores, los cuales a su vez cumplirán su papel de multiplicadores, y así la obra irá adquiriendo nuevas resonancias y perspectivas. Cuando alguien abra este libro dentro de doscientos años o más, una vez que haya sido traducido a otros idiomas y se percaten en varias latitudes de todo el empeño que le puse para perfeccionarlo y no dejar ningún cabo suelto, lo cual me llevó a desarrollar un talento peculiar para la escritura, percibirán a través de él de todos los afanes y vicisitudes de mi época; mi obra de seguro será estudiada por académicos y críticos literarios, y quizá hasta se cree un club de lectores especializados para escudriñarla. En todo ello pienso cuando la llevo a un sitio seguro, a la biblioteca más importante de esta ciudad y de este país, donde será archivada con un código y una cota para la posteridad, será escaneada y digitalizada y llevada a los más insólitos formatos del futuro, donde será leída por generaciones. La pongo en el maletín y me encamino a la calle, a tomar un taxi. Ahí voy, afuera está lloviendo un poco, la llovizna moja mi chaqueta y mi sombrero, cruzo la avenida hacia la línea de taxis y la llovizna se va tornando rápido en aguacero, y no me percato de la situación de una alcantarilla rota, en la acera de la calle, sobre la que pongo el pie, y al hacerlo en uno de los extremos ella se rueda y me voy bruscamente de lado, de modo que mi maletín se desprende de mi brazo y va a dar luego al fondo de la alcantarilla rota, llena por un torrente de agua, por donde fluye ahora el maletín con mi obra al próximo desaguadero. Yo caigo sentado en medio de la calle, mirando bajo la lluvia copiosa cómo se despide de mí, sintiendo cómo se 69


desliza por las tuberías de la gran ciudad hasta ir directamente a zambullirse a alguna parte del gran océano.

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Gabriel Jiménez Emán es narrador, ensayista y poeta. En el campo del microrrelato ha publicado obras consideradas referentes del género en Hispanoamérica, como Los dientes de Raquel (1973), Saltos sobre la soga (1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (1982), La gran jaqueca y otros cuentos crueles (2002) y Consuelo para moribundos (2012) e Historias imposibles (2021) y entre sus libros de cuentos más conocidos están Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990) y La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), entre otros. En el campo de la ciencia ficción son conocidas sus novelas Averno (2006) y Limbo (2016) y dentro de la novela histórica Sueños y guerras del mariscal (1995) y Ezequiel y sus batallas (2017), y varias novelas cortas como Una fiesta memorable (1991), Paisaje con ángel caído (2002), El último solo de Buddy Bolden (2016) y Wald (2021). Ha publicado numerosos ensayos, algunos de los cuales se hallan en sus libros Provincias de la palabra (1995), El espejo de tinta (2007), Mundo tórrido y caribe. Cultura y literatura en Venezuela (2017), y sendos estudios sobre César Vallejo, Elías David Curiel, Franz Kafka, Armando Reverón, Rómulo Gallegos, y un ensayo sobre filosofía moderna, La utopía del logos (2021). Su obra poética se encuentra reunida en los volúmenes Balada del bohemio místico (2010), Solárium y otros poemas (2015), Los versos de la silla rota (2018) y Hominem 2100 (2021).. Muchos de sus cuentos y poemas han sido traducidos al inglés, francés, alemán, italiano, árabe y ruso. Por años, Jiménez Emán ha trabajado por años en la parte editorial y gerencial del Ministerio de la Cultura de Venezuela. Entre algunos de sus reconocimientos se cuentan el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal, el Premio “Romero García” del Consejo Nacional de la Cultura, el Premio Nacional de Narrativa “Orlando Araujo”, el Premio de Poesía “Francisco Lazo Martí” y el Premio Solar de Ensayo en Mérida. En 2019 recibió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela, por el conjunto de su obra.

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