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PROEMIO
PROEMIO
I
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¡Una noche soñaba!... y como el Dante, con fuerzas me sentí, remonté el vuelo, y anduve en sueños por un tiempo errante.
En alas de la fiebre subí al cielo y descendí a los antros infernales de mis dudas correr queriendo el velo.
Me asaltaron neurosis cerebrales, y ante mí presentáronse otros mundos, así como también nuevos fangales.
Vi alzarse mil espectros vagabundos; y escuché imprecaciones horrorosas en los abismos negros y profundos.
Sentí crujir los huesos en las fosas, y la música de ayes lastimeros que partían de cuevas tenebrosas.
Vi a la prostitución otorgar fueros, y a un cadáver moral, la honra vendida, yacer entre un hedor de estercoleros.
También pude mirar la fementida adulación pasearse victoriosa; el vicio enhiesto y la virtud caída;
Y trocarse la lucha portentosa, infectada por sucia podredumbre, en una lucha necia y asquerosa.
Pude ver a la estulta servidumbre lamer los pies, ufana, a sus señores, como el reptil que aspira ir a la cumbre;
Corrompidos los púdicos amores, y clavar, sin piedad, su dardo agudo sobre pechos abyectos de dolores.
Miré al apóstol de la ciencia mudo, y triunfante, vibrar en tosca mente, el grito idiota del cerebro rudo.
Abatida, humillarse, vi la frente que altiva antes al rayo desafiara con la calma serena del valiente.
Vi imperar la mentira. Miré el ara derrumbarse al impulso del que un día ante ella con respeto consagrara;
hecha reina del mundo la falsía, y bajar, en el lodo del pantano sus alas a manchar la poesía.
Y contemplé la redentora mano que blandiera el acero en la pelea el incienso quemar ante el tirano.
Miré cual diamante de inmortal presea, miré también flotar lo único eterno, la dicha de la luz, la sacra idea.
La vi erguirse en su trono sempiterno, mientras mecido el mito en ese instante, desplomábanse el cielo y el infierno ante el poder de Razón triunfante.