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DIOS
DIOS
II
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Altanero, subía hacia la altura, en mis nervios sintiendo escalofrío que acompaña a una inmensa calentura.
Sin saber cómo, traspasé de frío las oscuras y altísimas regiones, y me encontré de pronto en el vacío.
Me atacaron horribles convulsiones, y, ansioso, busqué el aire, que sentía por un algo oprimidos mis pulmones.
La muerte poco a poco me vencía, y cual si de ella fuesen las señales, rojizas manchas en mi cuerpo había.
Lentamente las fuerzas cerebrales huían de mi mente aletargada, y sentía perezas medulares.
Ennoblecida un tanto mi mirada, contemplaba visiones melenudas vagar por los espacios de la nada;
mientras mis voces parecían mudas, se hacía más terrible que el abismo el caos tenebroso de mis dudas,
e invadido sentía mi organismo por aquella epilepsia indefinible que anuncia de la carne el paroxismo.
En aquella región negra y horrible, atacado en mi sueño parecía por el ciego furor de lo terrible.
En mi ser la materia se abatía, más si de ella el vigor aminoraba, fuerzas más el espíritu adquiría.
De causas exteriores la una esclava, sucumbía sintiendo la pereza de aquella oscuridad que me rodeaba;
en tanto que se erguía con fiereza el otro, provocando el sufrimiento con el santo valor de su entereza.
Era víctima allí del cruel tormento; y a veces del delirio a los antojos sucedía una especie de aspaviento.
Densa venda cubría ya mis ojos; y mi espíritu altivo y siempre fuerte mostraba a las tinieblas sus enojos.
A su seno atraíame la muerte; y a impulsos de la burla de su saña, ya me sentía aletargado… inerte.
No sé qué rara sensación, qué extraña fuerza así me extenuaba, cual destruye el el huracán al rey de la montaña.
¡Quizás allá donde lo negro fluye, como un hediondo manantial, la vida, presa de fiebres pútridas, concluye!
¡Tal vez allá donde el mutismo anida, oculta permanece la miseria entre charcos de sangre corrompida,
que llevando hasta el cauce de la arteria su veneno, hace, ufana, que sucumba, entre ruines tormentos, la materia!
Allá toda esperanza se derrumba, como cae la vida más preciosa en el silente fondo de la tumba.
Quise hablar; y una fuerza poderosa, que mi garganta había comprimido contuvo sus palabras; y horrorosa
como de un león el último rugido, en mi mente abatida por la anemia crujió la imprecación hecha bramido.
En cólera estalló mi alma bohemia; y cual diciendo al antro: “TE PROVOCO”, se retorció en mis labios la blasfemia.
Entonces acercarse poco a poco escuché un ruido prolongado; y luego, y luego, una voz sorda que me dijo. “¡Loco!”
Aún no había a mi ser tornado el fuego fecundo de la vida. Abandonado, era allí presa de mortal sosiego,
cuando, como un insulto, oí a mi lado vibrar allí aquella voz seca y profunda que brotó del abismo aletargado.
Mi mente de ilusiones sitibunda, aceptó el reto y respondió: -Sé que eres hablador de esta región inmunda.
Espectro, duende, diablo o lo que fueres, si es tu mano la mano que comprime la masa de mi seno, di ¿qué quieres?
Y si conforme hiere ella redima, a mis dudas constantes por un freno y quítame esta venda que me oprime.
Levántame si yazgo sobre el cieno ¡Quién eres? –Y la voz antes tan grave, con terneza exclamó: - ¡Soy el dios bueno!
Soy aquel que gobierna el viento suave que vaga por la selva y por la loma; soy el Ser Superior que le dio al ave
las notas cadenciosas de su idioma; el que hace agua brotar del bloque duro; el que impregna en la flor el dulce aroma.
El Caos se hizo luz a mi conjuro; y mi espíritu único resume el pasado, el presente y el futuro.
Jamás mi poderío se consume; y sin embargo el hombre derribarlo con sus fuerzas tan débiles presume.
--Como hay, por mucho tiempo ha de intentarlole respondí al acento misterioso, y quizás en su afán llegue a lograrlo.
Sobre todo te sientes victorioso desde esta oscuridad do te sepultas; ¿más quién te forjó a ti, Dios poderoso?
--Soy efecto de causas que aún ocultas estarán a la vista penetrante del sabio que veneras y consultas;
que a pesar de ser sabio es ignorante, que hiere mi soberbia, de sus gritos, con el dardo flamígero y punzante.
Mis fuerzas son efectos infinitos y yo, causa infinita que se extiende efectos produciendo, más finitos.
Falta de proporción con que sorprende el misterio a la mente y la conciencia, y es por eso que el hombre no me entiende.
Y aun cuando soy de la verdad esencia, siempre habrá de quedar incognoscible la suprema verdad de mi existencia.
El hombre la tendrá como posible, mas no podrá llegar, pobre criatura, a comprender jamás lo incomprensible.
En alas del delirio, hasta mi altura venir podrá a buscarme, pero doble no le será encontrarme en su locura.
Esclavo de la carne miserable, él cree en lo que mira, en lo que toca, y yo soy lo invisible y lo impalpable.
La augusta ciencia la sublime loca, quiere hablar con certeza, pero calla, porque su luz para alumbrarme es poca.
A veces logra traspasar la valla que de mí la separa, voy a ella, y menos más me encuentra, menos me halla; que a pesar de que queda siempre huella de mi inmenso poder doquier que paso, un algo de mí mismo le hace mella.
Purísima es la llama en que la abraso; sus grandes ansias en mis brazos duermen, y buscándome va de oriente a ocaso.
Y aun cuando los espacios ellas yermen, no me habrá de encontrar, que no ha llegado jamás el fruto a conocer su germen.
Calló la voz que así me había hablado; y sin poder hallar lo que buscaba, en el vacío me sentí agitado.
Entre tanto, mi cuerpo que se hallaba a extrañas sensaciones sometido, sus fuerzas lentamente recobraba.
Volví en mí del letargo en que sumido me había al ascender a esas regiones; recordé todo, y me sentí aturdido.
De nuevo contemplé negras visiones vagar por los espacios de la nada, entre fiero clamor de maldiciones.
El antro recorrí con la mirada, ¡Dios! -dije-; y a mi acento temeroso contestóle una horrible carcajada.
Bajé por un sendero tenebroso; mientras entre los gajes de su imperio se agitaba el Dios bueno y poderoso en el vacío oscuro del misterio.