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LUZBEL

LUZBEL

III

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A los impulsos del delirio ardiente de mi fiebre, con paso vacilante descendiendo seguí por la pendiente.

Y como el extraviado caminante que al fin quiere llegar de la jornada, avanzaba sin guía y anhelante.

La materia al espíritu adunada, en el antro silente se sentía por nuevas energías alentada.

Un algo irresistible me atraía, y por más que avanzaba con presteza de aquella oscuridad nunca salía.

Del sueño del letargo a la pereza había en un momento sucedido el brío sinigual de la entereza.

El cuerpo que antes se creyó vencido, sobre aquel su anterior abatimiento, triunfante entonces, lo miraba erguido;

como se yergue el huracán violento sobre el dulce clamor de suave brisa con lo sordo y horrible de su acento;

como sobre el rumor de la sonrisa se yergue, pregonando su histerismo, la ronca carcajada de la risa.

Recorría en mis ansias el abismo, en tanto que en su lecho se agitaba, como nunca tenaz, mi escepticismo.

Aun ciego por la duda, yo buscaba, queriendo ver, los vivos resplandores que mi embotado encéfalo deseaba.

Descendía sintiendo los dolores que engendra la esperanza ya vencida por desconsuelos negros y traidores.

Avanzaba anhelando la querida luz rutilante que la lengua nombra y que busca la mente convencida;

la llama augusta que el misterio nombra, el oasis que ansía el peregrino en aquellos desiertos de la sombra.

Vencía a grandes trechos el camino que quizás ante mí se hizo al conjuro extraño y tentador de mi destino.

Mi paso, siempre anhelante, era inseguro; y lejos de encontrar las claridades, el sendero se hacía más oscuro.

Perdidas otra vez mis facultades, acercábame al reino bullicioso do agitábanse el vicio y las maldades.

Yo que ansiaba dejar lo tenebroso, febril, iba a cercándome a un paraje, como el otro terrible y misterioso.

Presa mi alma era entonces del coraje que engendrara su innata rebeldía; y continuaba sin cesar su viaje,

que aun cuando oculta mano le oponía una valla; en su empeño indefinible, con ardor y constancia la vencía.

Sentía un enemigo incognoscible; y luchando furiosa y altanera llegaba a penetrar en lo imposible.

Como no pudo el Caos la carrera detener, en su vano poderío, de los prodigios de la edad primera,

así mi alma, pletórica de brío no veía la fuerza que lograra detenerla en la inercia del vacío.

Al igual de ese ser que la impulsara a caer subyugada, se sentía, tras invisible, prepotente y rara;

que si aquel, afanoso, se envolvía entre los misterios del abismo, también ella en sus ansias se veía,

pregonando el poder de su estoicismo, y a las penas mostrándose arrogante, envuelta en el misterio de si mismo.

En la lucha emprendida en ese instante su enemigo caía ya impotente, y ella se alzaba en su furor triunfante.

Ya al fin iba a llegar de la pendiente, cuando espectros deformes me rodearon, y una lúgubre voz me dijo; - ¡Tente!

Sentí un vértigo horrible. Me asaltaron las mismas sensaciones anteriores, y mis nervios como antes se excitaron;

mientras fantasmas mil aterradores elevaban sus gritos, parecidos de una báquica fiesta a los clamores.

Allí juntos lanzaban sus rugidos ante un lúgubre duende anciano y feo por el cual se encontraban presididos.

En medio de ese extraño murmureo, a impulsos de las dudas que traía, despertóse más fuerte mi deseo.

Ante mí presentábase la orgia; macábrico banquete donde todo lo más extraordinario se servía.

Huir quise de allí, mas no halle el modo; y en el festín sirviendo continuaron por vino fuego y por manjares lodo.

Asco tales escenas me causaron; y sintiendo en mi ser fríos internos, ¿En dónde estoy? Mis labios balbucearon.

-Te hallas en los espacios más externos del antro que recorres, vagabundo, -dijo el anciano- ¡Estás en los infiernos!

Te encuentras en el báratro profundo, pero yo, Satanás, en él no habito, que es mi palacio el lodazal del mundo.

Soy el que llaman infernal proscrito los hombres, sin fijarse en su demencia que soy otro Señor del Infinito.

Conforme a la de Dios, es mi existencia dudosa; y cual la de él, es soberana, misteriosa e invencible mi potencia.

De mi poder tan sólo el Mal emana y es por eso quizás que ya he logrado dominar toda la conciencia humana.

Peca aquel que, en mi afán haya inspirado al pecar pasa a ser esclavo mío, ¿y quién es el mortal que no ha pecado?

-Ya que no te limitas al vacío, contestéle curioso al duende anciano, enséñame, Luzbel, tu poderío.

Y tomándome entonces de la mano, -Vas a verlo, exclamó con voz de truenoVictorioso. - Y de un pantano erguirse

de aguas hediondas y de miasmas lleno, alzarse pude ver a los mortales entregados a horrible desenfreno.

-Ahí tienes el producto de mis malesprosiguió con diabólica constancia el rey de las regiones infernales.

Estás mirando la mundial estancia do pululan el vicio y la falsía, y domina el hedor a la fragancia;

donde reina la sucia hipocresía y el honor se confunde con la escoria empujado por negra alevosía,

en donde la ruindad canta victoria, los puñales sacrílegos se esgrimen y son humo los triunfos de la gloria;

don las mentidas lágrimas redimen, la corrupción se extiende dominante, sucumbe la virtud y vence el crimen,

en donde la mentira depravante se absuelve con orgullo, y se condena a la verdad que se creyó triunfante;

en donde el despotismo se enajena, y lejos de hallar vallas sus antojos, encuentran quien aguante su cadena;

do en fin de la miseria los despojos infectan de los pueblos el ambiente mientras la libertad cae de hinojos.

Pues bien, ese es el mundo. La corriente destructora del mal, fiero gobierno, y él es del mal la inagotable fuente.

Sobre la cumbre de lo vil me cierno. di ahora si es más grande el Dios piadoso, que el Sultán invencible del infierno.

Desapareció en el antro proceloso mientras que los espectros prorrumpían en un rugido sordo y pavoroso.

Y en tanto que a Luzbel ellos seguían con sus blasfemias y sus muecas mudas, mi mente y mi conciencia se envolvían otra vez en el manto de sus dudas.

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