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Consejero de Cultura Paulino Plata Cánovas Viceconsejera de Cultura Dolores Carmen Fernández Carmona Secretario General de Políticas Culturales Bartolomé Ruiz González Directora General de Museos y Promoción del Arte Inmaculada López Calahorro Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera Rosa Enríquez Arcas Gema Aguilera Gómez Mª del Carmen Andújar Gallego Victoria Eugenia Pérez Nebreda Miguel Ángel Checa Torres Ángel Fernández Sanzo María José Toro Gil Francisca Vallejo Fernández FICHA TÉCNICA Textos Rafael Maura Mijares. Editor Juan Antonio Belmonte Avilés, Ángel Fernández Sanzo, David Galadí-Enríquez, Michael Hoskin, Carmen Martín Blanco, Margarita Sánchez Romero, Aurora Villalobos Gómez Imágenes Javier Pérez González Pilar Acosta Martínez, Mª del Carmen Andújar Gallego, María José Almagro Gorbea, Juan Antonio Belmonte Avilés, Henri Breuil, Miguel Ángel Checa Torres, Luis Efrén Fernández Rodríguez, Roslyn Frank, David Galadí-Enríquez, César González Sainz, Manuel López Payer, Julián Martínez García, Martí Mas Cornellá, Rafael Maura Mijares, Hernández Pacheco y Estevan, Manuel Pellicer Catalán, Francisco José Rodríguez Vinceiro, Margarita Sanz de Lara Barnós, Miguel Soria Lerma, Carlos Thode Mayoral Todas las imágenes poseen su pie especificando la autoría de las mismas excepto las de la portada y páginas 3, 4-5, 6-7, 12, 30, 37, 51, 99 y 178 que son de Javier Pérez González, y la de la página 131 que es de Miguel Ángel Checa Torres Autor de la traducción Paul Turner excepto el capítulo La Arqueoastronomía de Antequera que es original de Michael Hoskin Producción Agencia Andaluza de Instituciones Culturales. Gerencia de Instituciones Patrimoniales Diseño y maquetación Carmen Jiménez del Rosal Impresión y encuadernación Servigraf Edita JUNTA DE ANDALUCÍA Consejería de Cultura ISBN: 978-84-9959-045-5 Depósito Legal: x © de la edición: JUNTA DE ANDALUCÍA. Consejería de Cultura © de los textos: los autores


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El Centro Solar Michael Hoskin The Michael Hoskin Solar Centre


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ÍNDICE PRESENTACIÓN

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PRÓLOGO En busca de megalitos Juan Antonio Belmonte Avilés

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INTRODUCCIÓN “Salga el sol por Antequera” Rafael Maura Mijares

31 31

I.- MICHAEL HOSKIN 37 1.- Laudatio de Michael Hoskin 39 Margarita Sánchez Romero 2.- El hombre del Sol: crónica del homenaje a Michael Hoskin 44 Carmen Martín Blanco II.- ASTRONOMÍA Y PREHISTORIA 1.- Astronomía a simple vista David Galadí-Enríquez - El cielo de hoy y el de la Antigüedad - La esfera celeste y el movimiento diurno - Otros movimientos de la Tierra y su reflejo en el cielo - El Sol, la Luna y los planetas - Constelaciones, estrellas y movimiento propio - El cielo en Antequera hace 5000 años 2.- El cielo en la Prehistoria Rafael Maura Mijares - Los primeros observadores - Representaciones astrales - El universo esquemático - Megalitismo y cosmos - El espacio dolménico - Horizontes de sucesos

51 53 53 54 60 68 73 75 79 79 81 86 91 93 96


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CONTENTS INSTITUTIONAL INTRODUCTION

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PROLOGUE In Search of Megaliths Juan Antonio Belmonte Avilés

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IINTRODUCTION “May the Sun rise over Antequera” Rafael Maura Mijares

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I.- MICHAEL HOSKIN 195 1.- Laudatio to Michael Hoskin 195 Margarita Sánchez Romero 2.- The Sun Man. A report on the Michael Hoskin Solar Centre inaugural ceremony 199 Carmen Martín Blanco II.- ASTRONOMY AND PREHISTORY 1.- Astronomy at a Glance David Galadí-Enríquez - The sky today and in ancient times - The celestial sphere and daytime movement - Other movements of the Earth and their reflection in the skies - The Sun, the Moon and the planets - Constellations, stars and their movement - The skies over Antequera 5,000 years ago 2.- The Skies in Prehistory Rafael Maura Mijares - The first observers - Astral depictions - The schematic universe - Megalithism and the cosmos - The dolmenic space - Event horizons

203 203 203 204 210 217 221 222 224 224 226 228 230 231 233


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III.- ARQUEOASTRONOMÍA EN LOS DÓLMENES DE ANTEQUERA 1.- La Arqueoastronomía de Antequera Michael Hoskin - Menga - Viera - El Romeral 2.- Antequera: el espacio ordenado y el tiempo bajo control Rafael Maura Mijares -Dólmenes en el espacio -Dólmenes en el tiempo IV.- EL CENTRO SOLAR MICHAEL HOSKIN 1.- El proyecto arquitectónico Aurora Villalobos Gómez 2.- Una visita al Centro Solar Ángel Fernández Sanzo -El sol oculado -La Rosa de Menga -El Observatorio del Horizonte -El Homenaje a Hoskin -La Meridiana -El reloj solar ecuatorial -El reloj solar horizontal -El olivo centenario -El Memorial -Actividades culturales relacionadas con el Centro Solar 3.- Memorial Dólmenes de Antequera Rafael Maura Mijares BIBLIOGRAFÍA

99 101 104 107 108 109 110 115 131 133 143 144 145 147 148 150 152 154 155 156 157 163

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III.- ARCHAEOASTRONOMY AT THE DOLMENS OF ANTEQUERA 1.- The Archaeoastronomy of Antequera Michael Hoskin - Menga - Viera - El Romeral 2.- Antequera: an ordered space and time under control Rafael Maura Mijares -Dolmens in space -Dolmens in time IV.- THE MICHAEL HOSKIN SOLAR CENTRE 1.- The Architectural Project Aurora Villalobos Gรณmez 2.- A Tour of the Solar Centre ร ngel Fernรกndez Sanzo -The Oculated Sun -The Rose of Menga -The Observatory of the Horizon -The Homage to Hoskin -The Meridian -The Equatorial Sundial -The Horizontal Sundial -The centenarian olive tree -The Memorial -Cultural activities linked to the Solar Centre 3.- The Dolmens of Antequera Memorial Rafael Maura Mijares BIBLIOGRAPHY

236 236 238 240 240 242 242 246 252 252 258 259 259 259 259 259 260 260 260 261 261 265

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Vista general del Centro Solar Michael Hoskin. Fotografía, Javier Pérez.


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PRESENTACIÓN

La brillantez intelectual y el rigor académico confluyen en un nombre: Michael Hoskin. Su mirada a la realidad tiene la visión de un místico. No otra cosa es devolverle a la arqueología su maravilloso sentido de eternidad. Hay un Centro Solar en Antequera que lleva su nombre. Un espacio físico para captar la tensión táctil de los solsticios y los equinoccios. Desde allí se dibuja la memoria del universo, un corte axial del mundo para expresar cuestiones de tipo existencial. Una escueta geometría corporal, erguida y silente, descubre que todo aquello que buscábamos había estado siempre delante de nosotros.

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Gracias Michael por encontrar un sentido trascendente a los objetos del universo. En un mundo empírico como el nuestro podemos evocar una historia que ya ha sucedido buceando en tu plano callejero del cielo. El fenómeno megalítico es una de las claves de nuestra herencia cultural, aprendamos de la solidez paisajística y de la geometría pura de un territorio irrepetible para explicar algo tan abstracto como la muerte. Desde nuestra perspectiva, ¿quién puede conocer el final de la historia? En la distancia de los siglos, sentimos el mundo como un confuso laberinto desde el que Hoskin mira al cielo prehistórico como el niño que de un único mundo extrae una infinidad de ellos. Probablemente hubiera disfrutado orientando Menga hacia La Peña, por encima de la eclíptica de las cosas. El Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera tiene en el Centro Solar una de sus estructuras medulares. Y uno de los elementos vertebradores de su estrategia creativa. ¿Cómo yuxtaponer en clave de instantánea el universo de una mirada? Las respuestas están en el cielo. El resultado es un fiel retrato del paso del tiempo. Y la entronización del Sol como un fenómeno arqueológico. La geometría circular de los túmulos se dibuja en este espacio de transición hacia la zona monumental. Mecánica celeste y arquitectura se dan la mano para levantar al cielo una mirada de interrogación. Y a través de un lenguaje no escrito aprender a percibir el universo de una manera consciente. Hay un deslumbramiento cuando un instrumento de lectura nos permite descubrir el paso del tiempo. Por un instante, el espectador se torna mago porque asiste a una experiencia teatral, alegórica. Una conjunción de ciencia, arte, poesía, tecnología y cultura convierten este Centro Solar en el holograma de un pasado que mira al futuro. Y al Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera en un organismo vivo que se vale del tiempo para evocar el Tiempo.

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Pero el corazón del Centro Solar Michael Hoskin conforma también un memorial de ausencias. Personajes relacionados con la necrópolis antequerana que tuvieron la habilidad de conectar con los resortes emocionales del lugar. Una pluralidad de sueños para vigilar el lenguaje dormido del cosmos. Los habitantes de Antequera de hace 5000 años observaron el ciclo anual del cielo y proyectaron en el firmamento de sus vidas la dirección cardinal de lo sagrado. Y para materializar la relación con lo trascendente atravesaron espacios de tiempo y memoria para iniciar su particular viaje a las estrellas.

Paulino Plata Cánovas Consejero de Cultura

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PRÓLOGO

En busca de megalitos Juan Antonio Belmonte Avilés1

Como no sabían que era imposible, ¡lo hicieron! Esta frase se usó por primera vez en referencia a la conquista de la luna y ha sido mencionada después en varias ocasiones en relación a diferentes aspectos vinculados con ciertas sorpresas deparadas por la ciencia. La primera vez que la escuché fue hace una década cuando el personal de la Agencia Europea del Espacio (ESA) fue capaz de recuperar el satélite SOHO después de haber estado perdido en el espacio durante varias semanas. Ahora, he decidido iniciar este ensayo con ella para hacer referencia a un trabajo llevado a cabo en el occidente de Europa en las dos décadas pasadas, una auténtica conquista científica que también habría merecido el epíteto de imposible a mediados de los ochenta. Me estoy refiriendo al trabajo que subyace en el origen de este volumen, el del Profesor Michael Hoskin, de la Universidad de Cambridge, quien junto a docenas de especialistas de los más variados campos: arqueólogos, astrónomos, etnógrafos o ingenieros y otros

1 Instituto de Astrofísica de Canarias.

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entusiastas, entre los que tengo el placer y el orgullo de encontrarme ha visitado, y medido más de un millar de monumentos megalíticos de nuestro entorno geográfico más inmediato. El Profesor Hoskin ha demostrado tal grado de pericia, meticulosidad y coraje en estos menesteres que uno difícilmente esperaría encontrarlos en un profesor de Historia de la Ciencia mucho más acostumbrado a lidiar con legajos y libros antiguos que con dólmenes en mitad de la espesura. Este trabajo se enmarca en una disciplina controvertida y extremadamente interesante como es la arqueoastronomía donde las poderosas herramientas matemáticas y físicas de las ciencias naturales, en particular la astronomía, se ponen al servicio de las ciencias sociales para crear un nuevo marco epistemológico donde poder obtener información muy valiosa sobre ciertos aspectos culturales de pasadas civilizaciones y, en particular, de su forma de orientarse en el tiempo y en el espacio. Cuando era un adolescente inquieto cayó en mis manos un libro que leí con extremo interés, casi con devoción, y que iba a influir en mi futuro mucho más de lo que yo nunca hubiese imaginado. Ese libro era Dioses, tumbas y sabios de C. W. Ceram y creo que afecto a toda una generación de gente joven, la mía, para los que la arqueología se transformó en una suerte de sueño romántico, de la misma forma que En busca del arca perdida le dio un aura de aventura durante la generación siguiente de la que aun no se ha desprendido por completo, si es que alguna vez lo hace. En mi caso, fue más el sueño romántico lo que imperó (nunca he sido demasiado aventurero), por lo que el estudio del pasado quedó como una afición, a veces una obsesión, mientras me licenciaba en física en Barcelona y me doctoraba en astrofísica en La Laguna (en cierto sentido, otra forma de estudiar el pasado, del Universo, en este caso). Sin embargo, veinte años después, como en la novela de Dumas, ese sueño es parte de mi realidad cuando recorro los desiertos del norte de África, el Valle del Nilo o asciendo montañas en cualquier lugar del Mediterráneo en busca de antiguos monumentos, muchas veces en lugares que ciertamente podríamos catalogar de aventurados. La arqueoastronomía es hoy una parte fundamental de mi vida académica y científica. Esa realidad tengo la suerte de compartirla con mucha gente y, entre ellos, figura en lugar destacado Michael Hoskin. Este ensayo es un homenaje a esa colaboración.

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Cuando conocí por primera vez a Michael, en la Navidad 1993, para discutir la publicación de Arqueoastronomía Hispana, él ya había trabajado de forma intensiva en Menorca, donde había estudiado y medido las fantásticas taulas y las navetas, y en Andalucía oriental, donde había tenido su primer contacto con los dólmenes y los tholos ibéricos. En ese momento, había decidido aceptar la “jubilación” anticipada que ofrecen las universidades británicas, que te permiten mantener tu estatus y tu investigación pero te liberan de cargas docentes o administrativas, y en su mente se gestaba una idea que estaba ya tomando forma y que parecía un sinsentido: medir la orientación de casi cada megalito de la Península Ibérica y las regiones vecinas (el nexo final sería el Mediterráneo occidental). Ese trabajo de “toda una vida” parecía lejano e imposible en ese momento. Una década después, su libro Tombs, temples and their orientations: a new

Fig. 1. La taula de Torralba d’en Salort, la más bella y mejor elaborada de las taulas de Menorca. Los primeros estudios formales de arqueoastronomía en España se llevaron a cabo en estos singulares monumentos. Fotografía, Juan Antonio Belmonte.

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Fig. 2. Tumbas, templos y sus orientaciones: una nueva perspectiva de la prehistoria mediterránea es la obra maestra de Michael Hoskin en un contexto arqueoastronómico. En ella se recoge el estudio de la orientación de cerca de dos millares de monumentos megalíticos. Fotografía, Juan Antonio Belmonte.

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perpective on mediterranean prehistory era la prueba de que ese trabajo no solo se podía hacer sino que debía hacerse. Dicho libro es una “visita” escrutadora, cuyo objetivo último es la determinación de su orientación, a más de 2000 monumentos megalíticos o ciclópeos, incluyendo taulas, navetas, dólmenes, sepulcros megalíticos, tholos y tumbas de gigante, entre otros, cuyos datos se recogen en un extraordinario Corpus Mensorarum, posiblemente el corpus más extenso de orientaciones que nunca se ha producido en la historia de la ciencia. Nuestro orgullo es haber participado en parte de ese proyecto. Nuestra primera colaboración con Michael tuvo lugar en el verano de 1994 cuando juntos visitamos y medimos tres decenas de dólmenes en la

Fig. 3. El Anta de la Marquesa, en la comarca de Valencia de Alcántara en Extremadura. Destaca el entorno granítico que la rodea con elementos singulares como los grandes bolos de granito que pudieron haber actuado como referentes del paisaje. Fotografía, Margarita Sanz de Lara.

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Fig. 4. El dolmen de las Tapias, un ejemplo singular de anta alentejana mostrando la robustez y belleza de estas construcciones. Este fue el primer monumento megalítico en que el autor llevo a cabo trabajo de campo. Fotografía, Juan Antonio Belmonte.


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comarca extremeña de Valencia de Alcántara. Aun recuerdo nuestra primera medida en el anta de la Marquesa y cómo contrastamos nuestros datos en el dolmen de las Tapias, lugar donde Michael dio su beneplácito a nuestra forma de obtener los datos. Por aquel entonces, mi trabajo en arqueoastronomía estaba dando sus primeros pasos fuera de Canarias y podría decirse que era un investigador bisoño en el campo. Contar con el placet de un “monstruo” como Hoskin fue tremendamente alentador. La publicación conjunta con Michael de Reflejo del Cosmos casi una década más tarde fue, pues todo un orgullo.

Fig. 5. Portada de Reflejo del Cosmos, la obra conjunta del autor y de Michael Hoskin donde se pone de manifiesto como, a través de sus orientaciones en el tiempo y en el espacio, los monumentos antiguos y recientes de nuestro entorno cultural son un autentico reflejo de la cosmovisión de sus constructores. Los megalitos ocupan una parte importante y muy significativa de la obra.

Una pregunta que podríamos hacernos es qué podemos aprender de los datos de las orientaciones. Para poder responderla, debemos volver a las obras de Michael y echar una mirada a una pequeña serie de los centenares de ilustraciones que surgen en ellas, especialmente a los llamados diagramas e histogramas de orientación. La Figura 6 muestra ocho de esos diagramas de monumentos megalíticos situados entre la fachada atlántica de la Península Ibérica y las islas del Mediterráneo. Un hecho llama poderosamente la atención y es la sorprendente similitud de la mayoría de ellos, pues cientos de dólmenes y otros monumentos megalíticos o ciclópeos del área, como por ejemplo las Tumbas de Gigante sardas, siguen un patrón de orientación con dos claros extremos: uno en un acimut cercano al de la salida del sol en el solsticio de verano, y el otro en el mediodía o sur verdadero. El patrón se repite incluso en los dólmenes del norte de África que nuestro grupo ha trabajado y medido. Una conclusión obvia es que esta costumbre, tan coherente a lo largo de un territorio tan extenso, es difícil de explicar salvo que miremos al cielo en busca de la respuesta.

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(a) Alhama de Almería

(e) Valle del Móndego

(b) Los Millares

(f) Meseta Superior

(c) Cerdeña

(g) Galerías catalanas

(d) Beni Messous

(h) Islas Baleares

Fig. 6. Serie de diagramas de orientación de diversos grupos de monumentos megalíticos de nuestro entorno (el Mediterráneo occidental). Nótese la repetición de patrones para todos los grupos salvo para el de los monumentos megalíticos de las Islas Baleares. Según Juan Antonio Belmonte.

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Fig. 7. El dolmen 29 de Elles, un bello ejemplo de los monumentos megalíticos norteafricanos, y patrón de orientación de los dólmenes de dicho emplazamiento. Nótese la similitud con los de la figura anterior. Fotografía, Juan Antonio Belmonte. Gráfico, Juan Antonio Belmonte.

Un punto importante que puede explorarse a través de estos diagramas es la influencia cultural. Los primeros monumentos megalíticos de la Península Ibérica que siguen un cierto patrón pueden encontrarse en el oeste de la península, con dos núcleos posibles en Galicia o en el Alentejo según las dataciones más recientes. Con posterioridad, el fenómeno, y la costumbre, se expandieron en varias direcciones: hacia la Beira y la Meseta, llegando hasta Cataluña a través de los Pirineos, por un lado; o hacía Andalucía y Levante por otro. Como llegaría esta costumbre a las islas del Mediterráneo central, como Córcega o Cerdeña, o al norte de África, o incluso si se desarrolló

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allí de forma independiente, es un tema de debate abierto. En el marco de esa influencia, o la interacción cultural es también donde debe centrarse un caso singular localizado en la provincia de Almería. En este sentido, aquellos especialistas que interpretan los pequeños megalitos de Alhama de Almería y los grandes tholoi de Los Millares, situados a unos pocos kilómetros unos de otros, como las tumbas de dos clases sociales diferentes de una misma cultura, deberían explicar las diferencias apreciables entre los diagramas de orientación correspondientes (a y b en la Figura 6) que muestran un patrón distintivo quizás relacionado con una base religiosa diferente y quizás, por tanto, con dos culturas distintas. Finalmente, el panel (h) de la Figura 6 nos muestra que toda regla tiene su excepción y ésta queda maravillosamente ejemplificada por los monumentos megalíticos de las Islas Baleares. Sorprendentemente, el patrón hallado separa claramente el fenómeno megalítico de estas islas del que encontramos en la Península o en cualquier otra isla del Mediterráneo occidental, en especial de Cerdeña cuya cultura nurágica ha sido frecuentemente emparentada con la talayótica de las Baleares, al ser prácticamente contemporáneas y mostrar similitudes arquitectónicas ciertamente llamativas. Sin embargo, la respuesta al dilema parece encontrarse hacia el norte, en las costas del Languedoc y Provenza, donde se originó una peculiar costumbre orientativa hacia el sector occidental del horizonte que quizás se expandió hacia el sur gracias a los vientos dominantes del norte en el Golfo de León. Aquí llegamos a uno de los puntos sobre los que más discusiones he tenido con Michael, la interpretación de los datos, como por ejemplo el debate centrado entre “solaristas” y “lunáticos”. En realidad, Hoskin ofrece poco trabajo interpretativo en sus escritos argumentando la importancia intrínseca de las orientaciones. Solo en el caso de las taulas de Menorca, orientadas presumiblemente a la Cruz del Sur, y de dos grandes tumbas en Valencina de la Concepción, cerca de Sevilla, que podrían estar orientadas a las lúcidas Arturo y Sirio respectivamente, hay algo de especulación en las propuestas. Sin embargo, en la mayoría de los casos, Michael se ha convertido en un “solarista” convencido, centrando sus interpretaciones en el sol naciente o ascendente para orientaciones a levante (la gran mayoría) o el sol poniente o descendente para el caso del

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mediodía francés o las Baleares. Estas interpretaciones, no por prosaicas menos válidas, serían las que cabe esperar de un caballero británico al que le encanta viajar al sur, escapando del húmedo invierno, y que prefiere medir monumentos en el soleado Mediterráneo en lugar de bajo los cielos plomizos de su tierra natal. En defensa de esta idea, he de reconocer que el histograma que presenta los datos de 172 antas de siete ortostatos (como el dolmen de las Tapias, ver Figura 4) del Alentejo portugués y la Extremadura española, presentado tanto en Temples como en Reflejo, es posiblemente la mejor prueba de una intencionalidad astronómica en la orientación de edificios sagrados con el que me he encontrado jamás, que a su vez no se pueda documentar de otra manera que no sea con los propios datos arqueoastronómicos (información escrita, fuentes etnográficas o documentales, etc.). Y, de hecho, el histograma sugiere una costumbre solar pues todos los dólmenes miran al sol naciente en algún momento del año, con un máximo centrado a finales de invierno o principios del otoño y un corte claro en orto solar en el solsticio de invierno. Sin embargo, he sido acusado con cierta frecuencia de ser un “lunático”, en sentido literal, es decir un defensor de la luna, en mis interpretaciones y por tanto debo argumentar a este respecto. En primer lugar, se ha de comentar que una orientación solar siempre puede explicarse también con una orientación lunar. Por supuesto, si no se da ninguna otra información, la solar es más sencilla y prosaica y, dentro de los límites del Principio de Economía, debe ser seleccionada en primer lugar. Pero, por otro lado, la decoración de ciertas tumbas, como las pinturas del dolmen de Antelas en Portugal, nos sugieren que tanto el sol como la luna eran importantes. En este sentido van dos sugerentes análisis que hemos llevado a cabo y que resumimos a continuación. Por un lado, los ídolos placa descubiertos por docenas en las antas y en otros monumentos megalíticos del sur y oeste de la Península Ibérica nos dan una clave importante. Estos ídolos eran objetos muebles elaborados mediante placas de esquisto decoradas con un par de grandes ojos “astrales” de forma que en muchas ocasiones su forma final recordaba a la de una lechuza. Frecuentemente, la placa

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Frecuencia

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Número Fig. 8. Colección de ídolos placa mostrando su decoración (según Mª José Almagro) con patrones ordenados de elementos triangulares, rectilíneos o cuadrangulares que se pueden contar. Un análisis estadístico de dichos elementos muestra un patrón con claros indicios astronómicos como demuestra el histograma correspondiente donde se representa la frecuencia relativa de dichos conteos. Ver el texto para más detalles.

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estaba decorada con tramas de triángulos, o a veces de cuadrados, que pueden contarse con suma facilidad. Sin querer entrar en el resbaladizo campo de la numerología, tantas veces desacreditado, el histograma resultante del análisis estadístico de 130 ídolos, que nos presenta también la Figura 8, muestra dos picos claros centrados en 12 y medio (el más alto) y en 29. El primero se relaciona con el gran número de ídolos placa que tienen tramas de 12 o 13 triángulos, lo que podría sugerir un interés por el número de lunaciones en un año trópico (o por años alternos de 12 o 13 meses lunares). El segundo surge del gran número de placas con un número en torno a la longitud del mes sidéreo (27,6 días), del periodo de visibilidad de la luna (unos 28 días) o del mes sinódico promedio de 29 días y medio. Una explicación más humana, centrada en el periodo menstrual tampoco podría descartarse, aunque la presencia en el área lisboeta de numerosos ídolos con forma de creciente nuevamente parece apoyar la hipótesis lunar. Para mí, todos estos hechos son indicios de un posible interés por la luna y sus ciclos por parte de los constructores de megalitos. Interés que sería más tarde heredado por

Fig. 9. Acceso al templo principal del conjunto rupestre de Panoias, en el norte de Portugal. De posible origen lusitano o galaico, está orientado a la salida más meridional de la luna llena, un elemento cultual muy importante de estas poblaciones tal como sugieren las fuentes documentales contemporáneas. Fotografía, Juan Antonio Belmonte.

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sus descendientes de la Edad del Hierro, de los que Estrabón (III, 4, 6) afirmaba que: “según ciertos autores, los galáicos son ateos; más no así los celtíberos y los otros pueblos que lindan con ellos por el norte, todos los cuales tienen cierta divinidad innominada, a la que, en las noches de luna llena, las familias rinden culto danzando hasta el amanecer ante las puertas de sus casas”. Esta importancia de la luna podría haber sido reflejada en la orientación de ciertos elementos del santuario rupestre lusitano de Panoias, en el norte de Portugal, en una casuística que pareciera heredada de la del fenómeno megalítico. Por tanto, la defensa a ultranza de la hipótesis solar es quizás uno de los puntos débiles, si es que como tal se pudiera considerar, de las ideas defendidas tradicionalmente. Creo sin embargo, que otras ideas son igualmente defendibles. Pongámonos por ejemplo en el caso de los dólmenes del mediodía francés orientados al poniente. De acuerdo a nuestra idea, se podría postular una relación con la luna nueva, el ciclo de renovación y el culto a los difuntos. Esto queda bien ilustrado en la Figura 10 donde en colaboración con nuestro colega, el astrónomo César González, presentamos el histograma de una de estas series de monumentos megalíticos cuya distribución podría explicarse mediante la orientación del eje del edificio a la luna nueva en ciertos momentos claves del año, en especial a la primera luna de la primavera. Por tanto, el debate debe seguir abierto.

Fig. 10. Histograma de orientación de los dólmenes neolíticos de tipo BR de Provenza y Languedoc, comparado con tres modelos que están basados en la visión del primer creciente lunar en tres fechas significativas a lo largo del ciclo estacional. El histograma se explicaría de forma razonable mediante un interés especial de los constructores, a la hora de orientar dichos dólmenes, por los primeros crecientes de invierno y primavera. Este es un buen ejemplo en que la explicación “lunática” es más razonable que la “solarista”. Diagrama, César González.

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Los monumentos megalíticos del Mediterráneo nos han ofrecido una mina de información arqueoastronómica que unas veces nos ha deparado importantes sorpresas y, en otras, nos deja “misterios” aún sin resolver. Un ejemplo de lo primero son las series de puntos piqueteados como si fuesen cuentas en ciertos ortostatos situados en el acceso principal a uno de los templos megalíticos de Mnajdra, en la isla de Malta. Si la interpretación de Michael y sus colaboradores es correcta, ello podría significar que el uso del orto y el ocaso de ciertas

Fig. 11. El conjunto de templos megalíticos de Mnajdra en Malta. El de la derecha es el más antiguo y donde se encuentran las líneas de punteados que parecen mostrar intervalos de tiempo similares a los postulados por Hesiodo en el Proemio del Labrador de los Trabajos y los Días. El de la izquierda es el más reciente y parece mostrar alineamientos solares muy sofisticados. Fotografía, Juan Antonio Belmonte.

estrellas y asterismos para medir el tiempo, en la región Mediterránea, podría ser tan antiguo como la propia agricultura y que la costumbre podría haberse expandido desde el Creciente Fértil y Anatolia en conjunción con ésta. Los templos de Malta son pues una gran incógnita y, al mismo tiempo, una fuente importante de conocimiento. Sobre “misterios” que no lo son tanto podríamos extendernos largo y tendido. En Bretaña, por ejemplo, nos encontramos con los grandes alineamientos de menhires aun sin explicar en un contexto claro de arqueología del paisaje. Sus homólogos de otros lugares, como Cerdeña, entran en la misma categoría.

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Fig. 12. Una de las alineaciones de menhires de Pranu Muttedu, en las montañas de Cerdeña. Esta alineación es parte de un conjunto integrado y de gran interés de monumentos megalíticos de factura diversa. Fotografía, Juan Antonio Belmonte.

Ha sido en Bretaña donde Michael ha centrado sus últimos esfuerzos en el campo de la arqueoastronomía antes de concentrarse al cien por cien estos últimos años a sus trabajos de historia de la ciencia moderna. Allí tuve la suerte de acompañarlo recientemente en una visita de reconocimiento quedando impresionado por la espectacularidad de los monumentos de la región, entre los que se encuentran algunos de los más grandes y más antiguos edificios megalíticos del mundo, y al mismo tiempo hecho un lío por lo difícil que resulta interpretar el conjunto. Los últimos trabajos de Michael han estado encaminados a tratar de desenmarañar la madeja correspondiente.

Fig. 13. Portal de La Roche aux Fees, cerca de Esse, en el extremo oriental de Bretaña. Las figuras de la imagen (Michael Hoskin y el autor) dan una idea de las proporciones descomunales de este monumento, el más grande, y prototipo además, de los dólmenes angevinos, típicos del bajo valle del Loira, erigidos a caballo entre el IV y el III milenio a.C. Fotografía, Margarita Sanz de Lara.

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El fenómeno megalítico es una de las claves de nuestra herencia cultural. Aun nos deja atónitos el porqué hace unos 6500 años, nuestros antepasados comenzaros a mover grandes piedras y a construir edificios que aun hoy quitan la respiración. La arqueoastronomía nos ayuda a entender en gran parte ese porqué al colocarnos de lleno cerca de la visión metafísica del mundo de sus constructores en su búsqueda permanente de una orientación correcta en el tiempo y en el espacio, búsqueda que aún no ha cesado. Ciertamente, los megalitos no son privativos de nuestro entorno geográfico. Decenas de dólmenes que fueron erigidos en los contrafuertes del Cáucaso hace cerca de 4000 años aun restan por ser estudiados y puestos en contexto.

Kayenka 53 (91º)

Fig. 14. Dibujo detallado del dolmen número 53 del conjunto de Kayenka, en las estribaciones rusas del Cáucaso que caen sobre el Mar Negro inmediatamente al norte de Abjasia. Este monumento y su orientación equinoccial parecen ser típicas de los monumentos de la región aún por estudiar en detalle. Juan Antonio Belmonte.

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Ni siquiera son privativos de nuestro entorno cultural. En realidad, el territorio de nuestro planeta con mayor número de megalitos por kilómetro cuadrado es la península de Corea. Allí son centenares los dólmenes que aun forman parte del paisaje cultural del pueblo coreano actual que los asume como propios. Sería extremadamente interesante estudiar en qué puede contribuir la arqueoastronomía a entender y profundizar el marco de dicha relación que quizás nos ayude a entender aún mejor aquello que nuestros antepasados quisieron transmitirnos cuando nos legaron sus megalitos. ¿Alguien se anima?

Fig. 15. Uno de los dólmenes de Donsari, ejemplo singular de los centenares de monumentos megalíticos que se encuentran esparcidos por todo el territorio de Corea. Son monumentos funerarios con un marcado carácter simbólico y religioso milenario que se extiende hasta nuestros días. Fotografía, Roz Frank.

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INTRODUCCIÓN

“Salga el sol por Antequera” Rafael Maura Mijares2 20 de septiembre del año 2006. Son las 8:40 de la mañana. Aún no ha amanecido. Un joven fotógrafo se halla apostado en el interior de la cámara del dolmen de Viera. Su nombre es Javier Pérez y, como ha hecho en tantas ocasiones, espera, armado de paciencia, un momento preciso para recogerlo con su cámara. Captar la luz, esa es su obsesión. Y hoy, en la oscuridad de lo más profundo del dolmen, sólo necesita una cosa: “que salga el sol por Antequera”. No, Javier no estaba allí por casualidad, estaba porque sabía que otros muchos esperaron ese sol antes que él. Cuenta Washington Irving que en la ciudad de Antequera había una fuente que tenía esculpida la cabeza de un toro y en la que podía leerse la siguiente inscripción: “Enfrente del toro, se halla el tesoro”. La tradición popular sostenía que se trataba de un tesoro árabe y por eso se excavó frente a la fuente para buscarlo, aunque con resultados infructuosos, hasta que un antequerano ingenioso creyó haber descubierto el acertijo, interpretando que el tesoro en realidad estaba “en frente del toro”, es decir, en su frente, por lo que destrozó la efigie, simplemente para comprobar que tampoco estaba allí. Nada se sabe de la ubicación de esta fuente, o si en verdad existió, pero a principios 2 Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED.

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La fuente del Toro. En ella se representa el toro del relato de Washington Irving (abajo), una inscripción con la leyenda “Que nos salga el sol por Antequera” (centro) y una representación solar (arriba). Fotografías, Miguel Checa.

de los años noventa del siglo XX se construyó una fuente nueva para rememorar esta leyenda. Se llama también “Fuente del Toro”, se realizó a partir de una portada manierista del siglo XVII rescatada de la demolición y, en semejanza a la legendaria, se decoró con una efigie bovina, añadiéndose un sol, siendo su antigua inscripción sustituida por otra que dice “Que nos salga el sol por Antequera”. Tal vez fuera eso lo que se dijo aquel ciudadano avispado antes de romper la cabeza del bóvido… “Y que sea lo que Dios quiera”, habría añadido. El origen de esta famosa expresión no queda del todo claro. Se dice que la noche del 16 de septiembre de 1410 (se acaban de cumplir, pues, seiscientos años del hecho… y no deja de ser curioso lo próxima que está esta fecha al equinoccio de otoño), al infante Don Fernando de Aragón, llamado después “el de Antequera”, indeciso por determinar la plaza que debía atacar, se le apareció una joven acompañada por dos leones que le animó a decantarse por Antequera con estas palabras: “Salga el Sol por Antequera y que sea lo que Dios quiera”. Al parecer, este hecho despejó sus dudas, y al día siguiente comenzó el asalto a la ciudad, entonces controlada por los musulmanes, que sería tomada poco después. La joven resultó ser Santa Eufemia de Calcedonia, virgen y mártir que celebra su festividad ese mismo día, lo que motivó que, tras su conquista, se la nombrara patrona de Antequera.

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Otras versiones de esta misma leyenda apuntan a que fue el propio Don Fernando quien pronunció la frase antes de efectuar el asalto definitivo a la medina: “¡Que nos salga el Sol por Antequera y que sea lo que Dios quiera!”, queriendo decir que la decisión estaba tomada, que atacaría al amanecer y que se encomendaba a Dios para conseguir la victoria.

Recreación del pintor antequerano Antonio Reyes Machuca de la legendaria visión que tuvo don Fernando de Aragón la noche del 16 de septiembre de 1410. Las palabras de Santa Eufemia: “Salga el Sol por Antequera y que sea lo que Dios quiera”, decidieron al infante a tomar la ciudad.

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Pero esta no es la única hipótesis que se baraja sobre el origen de esta locución. Otros autores apuntan a que fue pronunciada cuando los Reyes Católicos sitiaban Granada. Con ella se hacía referencia al hecho imposible de que el sol saliera por el oeste, que es donde se encuentra Antequera en relación a Granada, queriéndose expresar con ello la firme intención de tomar la plaza, independientemente de los esfuerzos que fueran necesarios o de que ocurrieran prodigios como ese. Curiosamente, en estas versiones la frase concluye de otro modo: “Salga el Sol por Antequera, póngase por donde quiera”.

Portada del diario “El Sol de Antequera” del 4 de Septiembre de 2006, en el que se publican las primeras fotografías del amanecer del equinoccio de otoño tomadas desde la cámara del dolmen de Viera por el fotógrafo Javier Pérez.

Probablemente nunca sepamos cuál de las dos hipótesis es la verdadera, incluso puede que ninguna de las dos sean ciertas, pero lo que sí resulta obvio es que, de alguna forma, en este dicho se asocia a la ciudad de Antequera con el sol. Lógicamente, los antequeranos prefieren la primera de ellas, considerándola como parte de su acervo cultural, de su imaginario colectivo. El Sol de Antequera, ese es el nombre del periódico de esta ciudad, decano, por otro lado, de la prensa malagueña. Pero volvamos al dolmen de Viera y al equinoccio de otoño de 2006. Éste no era el primer intento de Javier. Otras veces amaneció nublado

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y no fue posible trabajar. Pero hoy la espera ha tenido sus frutos, el alba está despejada y a las 8:46 surge tras el horizonte el primer rayo de sol. Entonces la actividad es frenética y sus manos no dejan de manipular objetivos y de apretar el disparador. Por fin, el disco solar emerge completamente y su luz cegadora inunda el dolmen. El hecho ha ocurrido y Javier lo ha documentado. Aunque se sabía desde hacía tiempo de la orientación casi perfecta del corredor de este dolmen hacia el este, coincidiendo por lo tanto con la salida del sol en los cambios de estación entre el invierno y la primavera y entre el verano y el otoño, es la primera vez que se captan imágenes de este acontecimiento. Así que, para disgusto del infante Don Fernando, la salida de “El Sol de Antequera” ya era famosa en épocas muy remotas. El dolmen de Viera es la prueba irrefutable de que fue así, y el 20 de Septiembre de 2006, ese hecho quedó definitivamente registrado; circunstancia importante, ya que es precisamente en esta orientación del corredor de Viera hacia los ortos solares en los equinoccios donde estriba la única razón que justifica tanto la vinculación de los dólmenes de Antequera con el sol como, en último extremo, la creación en el recinto del Conjunto Arqueológico de un centro solar. El fenómeno de las orientaciones astrales de ciertos monumentos de la Prehistoria y la Antigüedad es el objeto de estudio esencial de la Arqueoastronomía, de ahí el interés que tienen los dólmenes de Antequera para esta disciplina. El Dr. Michael Hoskin, uno de sus pioneros y máximos impulsores, profesor emérito de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Cambridge y editor de la revista “Journal for the history of Astronomy” y de su suplemento “Archaeoastronomy”, fue el primero en estudiar seriamente las orientaciones de los corredores de los dólmenes antequeranos, incluyéndolas en su libro Tombs, Temples and Their Orientations: A New Perspective on Mediterranean Prehistory, publicado en 2001. Es por esta circunstancia que la dirección del Conjunto Arqueológico, personificada en Bartolomé Ruiz, le honró dando su nombre al Centro Solar. Con el objeto fundamental de dar a conocer al gran público la figura de este singular científico, las sugerentes hipótesis que propone la Arqueoastronomía a partir del conocimiento previo de las dos ramas que la integran, es decir, la Astronomía y la Arqueología y su aplicación directa

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en los dólmenes antequeranos, así como el propio espacio dedicado al Centro Solar Michael Hoskin a través de los elementos que lo componen, se concibe la presente publicación, incluyéndose el Memorial de los Dólmenes de Antequera por quedar éste físicamente integrado en un sector de la plaza circular que sirve de marco a dicho centro. Queremos agradecer expresamente tanto al propio Michael Hoskin como al resto de colaboradores: Juan Antonio Belmonte, Margarita Sánchez, David Galadí, Aurora Villalobos, Carmen Martín, Ángel Fernández y al propio Javier Pérez, su generosidad al haber compartido desinteresadamente sus conocimientos para la consecución de este libro. Entre todos hemos pretendido que, mediante su lectura, el visitante pueda aproximarse al Centro Solar con un conocimiento de causa que le permita disfrutarlo en su integridad. Si es así, habremos conseguido nuestro objetivo. Por nuestra parte, el esfuerzo está hecho. Ahora, emulando al ínclito infante, sólo nos queda encomendarnos a Santa Eufemia y decirnos unos a otros: “que salga el Sol por Antequera”.

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1.- Laudatio de Michael Hoskin Margarita Sánchez Romero3 La única manera que conozco de comenzar esta Laudatio sobre un hombre sabio es decir que es un honor para mí que se me haya encargado glosar la vida y obra de este investigador y docente que ha dado a la arqueología mundial una de sus más fascinantes y hermosas facetas, el estudio de la astronomía prehistórica a través de los restos que nos dejaron las sociedades del pasado. Gracias a su ingente capacidad de trabajo, inteligencia y el uso de la imaginación necesaria para crear ciencia, ahora somos capaces de aproximarnos al conocimiento de cómo la gente del pasado entendía los fenómenos que se producen en el cielo, cómo usarlos y qué papel jugaban en sus vidas. A veces podemos tener tendencia a considerar que las poblaciones prehistóricas estaban en un escalón intelectual por debajo del nuestro, nuestras formas de vida moderna, nuestra tecnología, los conocimientos que hemos adquirido a lo largo de miles de años nos hacen creer en ocasiones con soberbia que somos el culmen de lo ilustrado. Sin embargo, vidas dedicadas a la investigación como la de Michael, nos demuestran que las relaciones que los hombres y mujeres de la

3 Universidad de Granada. Este texto fue redactado en 2009 con motivo de la presentación del profesor Michael Hoskin en la conferencia inaugural de la I edición de los Cursos de Otoño de Antequera Milenaria.

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Medallón con la efigie de Michael Hoskin situado al pie del ciprés del Centro Solar que lleva su nombre. Fotografía, Javier Pérez.

Prehistoria mantenían con la naturaleza eran realmente privilegiadas y llenas de experiencias difícilmente repetibles por nosotros. Ya no miramos al cielo como se miraba en la Prehistoria, ni siquiera miramos al cielo como se miraba hace cincuenta años. La contaminación lumínica de nuestras ciudades hace que raramente consigamos ver el “carro” o el Cinturón de Orión, que nos cueste ubicar donde está la estrella polar, ni siquiera a veces la vía láctea es fácilmente visible. Ahora tenemos unos telescopios tan potentes que las estrellas y los planetas no nos dejan ver el firmamento. Sin embargo, las mujeres y hombres de la Prehistoria sí que miraban al cielo y, en un diálogo constante con él, realizaban construcciones como los dólmenes de Menga o Viera y el Tholos de El Romeral que nos demuestran el conocimiento tan exhaustivo y veraz que tenían acerca de los ciclos solares y lunares, o de los solsticios y los equinoccios que marcan los cambios de estación, en definitiva de la naturaleza y sus ciclos y de cómo eso era importante en el transcurrir de sus vidas. Pero no adelantemos acontecimientos, será el propio Michael quien, en este mismo volumen, nos ilustre sobre este apasionante y sorprendente tema.

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¿Cómo llega un matemático a ser una de las la figuras más relevante de la arqueoastronomía mundial? Michael Hoskin nació en Londres el 27 de febrero de 1930 y comenzó su vida académica ligado al mundo clásico, estudiando latín y griego; después cursó estudios de matemáticas en la Universidad de Londres donde realizó su licenciatura y máster y, más tarde, se trasladó a la Universidad de Cambridge donde realizó su tesis doctoral. Después de un año de servicio militar, volvió a Cambridge en 1956 como investigador en el Jesus College, pero al año siguiente hizo un cambio de trayectoria docente e investigadora cuando pasó a ser profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Leicester. Sin embargo su vida estaba, y está, unida a Cambridge y allí volvió como profesor tres años después. En un primer momento su investigación comprendía todos los aspectos de la Historia de la Ciencia y la Medicina, pero el departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia del que fue director durante once años empezó a crecer y consolidarse, de hecho es en la actualidad uno de los más grandes del mundo y Michael pudo permitirse la especialización en Historia de la Astronomía. En 1971 fundó Journal for the History of Astronomy, la revista de la Historia de la Astronomía que continua editándose cuarenta años después. Su compromiso con la difusión del conocimiento que se genera a través de la investigación queda reflejado en su ingente labor de edición y publicación de esta serie. Aunque Michael está hoy aquí por su reconocido prestigio en el campo de la Arqueoastronomía, no puedo resistirme a que se conozca otro de los aspectos más interesantes de su investigación en el campo de Historia de la Astronomía, el estudio que realizó sobre la familia Herschel; saga de músicos y astrónomos que comienza con Frederick William Herschel, compositor, constructor de telescopios y descubridor de Urano, y de su hermana Caroline Herschel, descubridora de varios cometas, en particular uno que nos visita asiduamente el 35P/Herschel-Rigollet que lleva su nombre y que fue la primera mujer que recibió en 1828 la medalla de oro de la Royal Astronomical Society. Ellos fueron el inicio de varias generaciones dedicadas al estudio de la Astronomía. Pero volvamos a Michael. La Universidad de Cambridge no se entiende sin sus colleges, una estructura de estudio y formación que sólo existe en las “old universities” inglesas. Esta estructura universitaria combina

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un interesante estrategia en la que la formación que se da en las aulas no tiene sentido sin la formación que se procura en los centros de vida y estudio. Los más renombrados profesores de cualquier materia son literalmente fichados por estos colleges, ya que su prestigio depende enteramente de la calidad del profesorado que viva en ellos y que tutoriza al alumnado en diversas disciplinas. Ya hemos mencionado que Michael fue miembro del Jesus College, y además en 1965 fue miembro fundador de un nuevo college de Cambridge, el St Edmund’s, y en 1969 se incorporó al Churchill College donde se hizo cargo de la construcción de uno de los archivos más importantes de Inglaterra: el Churchill Archives Centre. En la actualidad continua como miembro de Churchill y también es miembro emérito de St Edmund’s, situación esta, la de pertenecer a dos colleges, que es bastante inusual y que se debe sin duda al hecho de que ninguno de los dos quiera prescindir de Michael. En este contexto no hay estudiante de Prehistoria y Arqueología en este país que no conozca e incluso haya tenido que estudiar la producción de este historiador de la ciencia convertido en arqueólogo. Pues bien, otra de las figuras más importantes de la arqueología mundial, Colin Renfrew, fue también discípulo de Michael. Cuando se retiró prematuramente de su puesto en la universidad en 1988, tuvo por fin tiempo para dedicarse a la astronomía prehistórica. Su primer empuje vino de la mano de Antonio Arribas Palau, Catedrático de Prehistoria tanto en la Universidad de las Islas Baleares como en la de Granada y maestro de gran parte de arqueólogos y arqueólogas que hoy nos dedicamos a esta disciplina en Andalucía. Animado por D. Antonio se dedicó al estudio de las orientaciones de las taulas de Menorca y, posteriormente, de los dólmenes en toda Europa Occidental, el Mediterráneo y el norte de África. Su libro, Tumbas, templos y sus orientaciones: una nueva perspectiva sobre la Prehistoria del Mediterráneo, publicado en 2001, contiene las orientaciones de unos 3.000 dólmenes, de los cuales 2.000 han sido medidos en persona por él mismo. Entre los numerosos reconocimientos que ha recibido a lo largo de su dilatada trayectoria podemos mencionar el Doggett Prize de la Sociedad Astronómica Americana o la medalla Jaschek de la Sociedad Europea para la Astronomía en la Cultura. Es miembro honorario de la Royal Astronomical Society y de la Unión Astronómica Internacional,

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que además le ha dado su nombre a un asteroide: el 12223 Minor Planet Hoskin. Pero de lo que está más orgulloso, en sus propias palabras, es del Centro Solar Michael Hoskin en el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera. Entre las muchas virtudes que posee Michael sin duda está la generosidad, así se explica que haya hecho a Andalucía y más concretamente al Centro de Documentación y Biblioteca Virtual de la Prehistoria de Andalucía Antonio Arribas Palau, situado en el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera, uno de los regalos más impresionantes que un archivo que se precie puede recibir. Su colección de casi 6.000 fotografías fruto de un trabajo arduo de años, es un documento irrepetible, de un valor incalculable para la investigación y en el que recoge el fenómeno megalítico que se desarrolló en el norte de África, Europa y las islas del Mediterráneo hace varios milenios durante la Prehistoria. Muchas de estas construcciones ya han desaparecido y su existencia sólo nos queda reflejada en esos documentos visuales. El importante Fondo Fotográfico Michael Hoskin estará pronto preparado para permitir el acceso a la información a través de Internet, no sólo para la investigación, sino también para cualquier persona que esté interesada en acercarse a esta materia.

Michael Hoskin en la entrada del dolmen de Menga. Fotografía, Javier Pérez.

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Hace unos meses tuvimos la enorme suerte de visitar a Michael en Cambridge. Siempre recordaré ese día como uno de los más entrañables de mi vida. Pasear por Cambridge de la mano de Michael es un privilegio difícilmente superable para una persona que ama la universidad y lo que ella representa y Cambridge es universidad en estado puro. Junto a él recorrimos los colleges, los puentes y las calles de esta ciudad y, lo más significativo para nosotros; él y su encantadora mujer Jane nos abrieron las puertas de su casa y compartieron con nosotros anécdotas, recuerdos e historias de una larga vida llena de experiencias personales y profesionales. Es indudable que el cielo diurno y nocturno jugó un papel importantísimo en la cosmovisión, es decir, en el concepto del mundo y de la vida que tenían las sociedades en la Prehistoria. Michael Hoskin nos ha ayudado a conocer cómo funcionan esos mecanismos materiales, sensoriales y emocionales y nunca seremos capaces de agradecerle bastante lo que ha hecho por nosotros.

2.- El hombre del Sol: crónica del homenaje a Michael Hoskin Carmen Martín Blanco4 Tiene los ojos pequeños, la sonrisa amplia y el pelo ya cano. Se llama Michael Hoskin y está considerado como uno de los mayores expertos del mundo en orientaciones de dólmenes. Ha visitado en varias ocasiones los yacimientos megalíticos que se ubican en la ciudad de El Torcal y conoce a la perfección, como si él mismo fuera quien los ha construido, los túmulos de Menga y Viera y el tholos de El Romeral. Pero, de todas sus visitas al Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera, la última será quizá la que más recuerde debido a un inesperado homenaje que le brindó la institución y que el arqueoastrónomo británico recibió con su amplia sonrisa y los brazos abiertos.

4 Carmen Martín, periodista de Diario Sur, realizó este artículo en 2008 con motivo del homenaje realizado a Michael Hoskin.

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Fue el 13 de septiembre de 2008 cuando los participantes del congreso internacional Cosmology Across Cultures –que organizaron en Granada el Instituto de Astrofísica de Canarias y el Instituto de Astrofísica de Andalucía bajo el patrocinio de la Sociedad Europea para la Astronomía en la Cultura (SEAC)– recalaron en Antequera para realizar una visita programada a los megalitos de esta ciudad. Entre el medio centenar de visitantes se encontraba el catedrático emérito de Historia de la Ciencia de la Universidad de Cambridge, Michael Hoskin, que participó en el congreso como ponente invitado con la conferencia ‘La cosmología de William Herschel’. El arqueoastrónomo, acompañado por su mujer durante toda la jornada, recorrió aquel día el tholos de El Romeral y los dólmenes de Viera y Menga, observándolos como si fuese la primera vez que se encontraba ante ellos y prestando especial atención a los últimos descubrimientos de las excavaciones arqueológicas que se han realizado en el recinto y que han sido financiadas por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.

Juan Antonio Belmonte se dirige a los miembros de la Sociedad Europea para la Astronomía en la Cultura (SEAC) desde la entrada del dolmen de Menga. Fotografía, Javier Pérez.

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Michael Hoskin, conocido también por ser editor de la revista ‘Journal for the History of Astronomy’, ha visitado en una década más de 1.200 construcciones prehistóricas de Europa y del Mediterráneo para conocer su orientación con respecto a los astros y ha conseguido crear a lo largo de su vida un gran archivo personal fotográfico sobre construcciones megalíticas. Como agradecimiento a su homenaje, parte de ese archivo pasará a los fondos del Centro de Documentación y Biblioteca Virtual de la Prehistoria de Andalucía, situado también en el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera. La responsable de este departamento, Rosa Enríquez, explicó que ante el gesto de la institución para la que ella trabaja, Hoskin se comprometió a donar las 6.000 fotografías que ha realizado a lo largo de su trayectoria sobre yacimientos megalíticos del norte de África y Europa occidental, incluidos los de la Península Ibérica. Estas imágenes, además de formar parte del Centro de Documentación, serán digitalizadas y colgadas en la futura página web del Conjunto Arqueológico, que digitalizará estas instantáneas que quedarán en posesión de la Junta de Andalucía tras la firma de un convenio entre el británico y la Consejería de Cultura. Hoskin, no sólo ha recorrido y fotografiado 1.200 yacimientos prehistóricos de Europa y del Mediterráneo, sino que también ha trabajado sobre ellos desde el punto de vista de la Arqueoastronomía, rama de la Arqueología y la Astronomía que tiene como objetivo estudiar las orientaciones de construcciones o lugares sacros para saber el grado de conocimiento sobre los astros y sus leyes que tenían las antiguas civilizaciones. Su experiencia le llevó en 2005 a estudiar una vez más las orientaciones de los yacimientos megalíticos de Antequera, confesando en aquel momento que, de entre todos los que había analizado hasta esa fecha, tenía especial predilección por el dolmen de Menga, uno de los pocos del mundo que tiene una clara orientación topográfica, ya que mira al noroeste, hacia donde está la Peña de los Enamorados; mientras que Viera está construido hacia la salida del sol y el tholos de El Romeral no tiene una clara orientación ni solar ni topográfica, según puntualizó el mismo Hoskin en aquella visita que realizó al conjunto dolménico durante el primer cuatrimestre de 2005.

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Más de un año después, los expertos consiguieron demostrar con fotografías que el dolmen de Viera estaba orientado exactamente hacia la salida del sol tal y como había indicado el arqueoastrónomo británico. En efecto, después de que la Dirección General de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía encargase a los profesores Michael Hoskin y C. Ruggles, este último de la Universidad de Leicester, el estudio de las orientaciones astronómicas de los sepulcros megalíticos dentro del proyecto de investigación ‘Sociedades, Territorios y Paisajes en la Prehistoria Reciente de la Depresión de Antequera’, que dirigieron los profesores Leonardo García y Víctor Hurtado, ambos de la cercana Universidad de Sevilla, se trató de demostrar los argumentos de Hoskin fotografiando la salida del sol en el equinoccio de otoño desde el interior de Viera. Las imágenes las consiguió el fotógrafo malagueño Javier Pérez el 20 de septiembre de 2006; la primera de ellas a las ocho y cuarenta y seis de la mañana, aunque posteriormente pudo inmortalizar varias veces más el fenómeno. Los expertos sabían ya con anterioridad que el dolmen de Viera está orientado hacia el levante, ligeramente hacia el sureste, pero quisieron tener una prueba más que avalara las palabras del británico. Sin embargo, desde la visita de Hoskin en 2005 hasta que se consiguió la fotografía en septiembre del siguiente año, se había intentado captar la salida del sol sin conseguirlo debido a distintos obstáculos meteorológicos durante los diversos equinoccios y solsticios del año… Durante su visita de 2008, de todos los hallazgos puestos al descubierto que le enumeró el director del conjunto arqueológico, Bartolomé Ruiz, fue el del pozo de Menga el que más despertó su curiosidad. La cavidad fue localizada tras el tercer pilar del dolmen durante los trabajos para encontrar el suelo original del sepulcro megalítico y tras una excavación que contó con medidas extremas y que estuvo a cargo del equipo del profesor titular del departamento de Prehistoria de la Universidad de Granada y miembro del Instituto Andaluz de Geofísica, Francisco Carrión. La investigación determinó que el pozo tenía 19,5 metros de profundidad. “Really? It’s incredible!”, exclamó tras conocer la noticia la mujer de Hoskin, quien se marchó enseguida a captar las profundidades del pozo con su cámara fotográfica.

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A la visita de Menga, le siguió una parada en el Centro Solar del conjunto dolménico, un amplio espacio dedicado al astro rey que se inauguró el 13 de diciembre de 2007 y que la institución decidió bautizar con el nombre de Michael Hoskin en reconocimiento a sus investigaciones sobre las orientaciones de los dólmenes. El arqueoastrónomo, que conocía la noticia pero que aún no había visto la plaza, tuvo una reacción tan emotiva que arrancó de inmediato el interminable aplauso de sus compañeros de congreso. “Caballeros, nos hallamos ante el yacimiento más importante y más impresionante de la Prehistoria de España”, acertó a decir el arqueoastrónomo, quien llegó a calificar al conjunto prehistórico de Antequera como “de capital importancia”. “Para mí es un honor que el centro solar lleve mi nombre, lo que agradezco al señor Bartolomé”, concluyó con un claro español este profesor británico.

Michael Hoskin y su esposa junto al ciprés que conmemora el homenaje recibido. En el suelo, junto a él, el medallón con su efigie. Fotografía, Javier Pérez

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Acompañado en todo momento por su esposa y ensimismado en los nuevos hallazgos efectuados en el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera, no imaginaba aún que, a pocos metros del dolmen de Menga, la sombra de un ciprés de más de medio siglo de vida cobijaba un medallón con su rostro en el llamado Centro Solar Michael Hoskin. Las generaciones que vendrán buscarán también resguardarse del sol en el ciprés centenario cuando visiten los dólmenes de Menga y Viera y se pregunten, apoyados en su tronco, cómo es posible que Viera esté orientado exactamente hacia donde sale el astro rey en los equinoccios y a pocos metros otro sepulcro megalítico, construido cientos de años antes,


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mire sin pudor hacia donde parece que descansa un gigante dormido. Cuando el guía les dé la respuesta sabrán entonces que un hombre décadas atrás estudió el Sol y los otros astros que lo rodean y los relacionó con yacimientos megalíticos como los de Antequera, convirtiéndose en uno de los máximos expertos en la materia, para intentar comprender los impulsos que llevaron a los antepasados del ser humano a realizar estas magnas construcciones. Ese hombre se llama Michael Hoskin.

Celebración del homenaje a Michael Hoskin en el Centro Solar. De izquierda a derecha, Juan Antonio Belmonte, profesor del Instituto Astrofísico de Canarias, Bartolomé Ruiz, director del Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera, Michael Hoskin y Rafael Maura, coordinador de la presente publicación. Fotografía, Javier Pérez.

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Michael Hoskin agradece el homenaje a Bartolomé Ruiz, director del Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera. A su izquierda, Juan Antonio Belmonte, y junto al ciprés, Francisco Carrión, arqueólogo responsable de las excavaciones en los dólmenes y Rosa Enríquez, responsable del Centro de Documentación y Biblioteca Virtual de la Prehistoria de Andalucía Antonio Arribas Palau. Fotografía, Javier Pérez.

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1.- Astronomía a simple vista David Galadí-Enríquez5

El cielo de hoy y el de la Antigüedad Desde un punto de vista observacional, nuestros antepasados, incluso los homínidos más remotos, observaron un cielo semejante al de hoy. Como veremos más adelante, si se retrocede a la época y lugar de los constructores megalíticos de Antequera encontramos que su cielo era en lo esencial como el nuestro. Pero sin lugar a dudas la interpretación subjetiva de esa misma realidad observada difería mucho de la que hacemos hoy. Tan solo unos cuantos siglos atrás, dentro incluso de nuestra propia tradición cultural y lingüística, encontramos una interpretación del firmamento radicalmente diferente a la de hoy, la del medievo europeo, con la Tierra en el centro como único mundo que existe, los planetas, Sol y Luna en esferas sobre esferas en epiciclos moviéndose a su alrededor como una máquina, la esfera de las estrellas fijas como un límite físico infranqueable, las estrellas como farolillos colgados de una esfera sólida, la Vía Láctea como una mancha pintada en una superficie oscura. La realidad física que veían en el medievo y la que vemos ahora era la misma, pero qué distinta la manera de interpretarla. Por tanto, qué contrastes abismales no habría 5 Centro Astronómico Hispano Alemán. Observatorio de Calar Alto.

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entre nuestra visión y la de los habitantes de Antequera de hace cinco mil años... Hoy entendemos que el centro del Sistema Solar es el Sol, los planetas se mueven libres en el espacio y la Tierra es uno más: ya no es el único mundo, sino que hay una pluralidad de ellos. El Sol es una estrella vulgar en el extrarradio de una galaxia grande, pero corriente. El cielo negro no es una esfera sólida sino el espacio vacío ilimitado entre los astros, y las estrellas... las estrellas son soles como el nuestro, situadas muy lejos, y muchas de ellas con planetas, algunos de ellos quizá habitados. Lo que en el modelo medieval resultaba prescindible y anecdótico, la Vía Láctea como un manchón pintado en una esfera sólida, se convierte en un descubrimiento inesperado: la visión de nuestra Galaxia desde su interior, una nube compuesta de cientos de miles de millones de estrellas como el Sol. Y más allá, cientos de miles de millones de galaxias como la nuestra repartidas por el espacio hasta donde alcanza la vista. De un único mundo a una infinidad de ellos. Para entender la visión que nuestros antepasados más remotos pudieron tener del firmamento, ante todo es necesario hacerse una idea de su aspecto objetivo, aquel que sí compartimos con ellos. Por eso en los apartados siguientes se ofrece una introducción muy somera al aspecto del firmamento observado a simple vista, sus ciclos y movimientos, y se traza un bosquejo de las semejanzas (que son muchas) y las diferencias (que son pocas, aunque quizá relevantes desde un punto de vista cultural) entre el cielo de la Antequera de hoy y la de hace cinco mil años.

La esfera celeste y el movimiento diurno De día o de noche el cielo, a primera vista, parece una bóveda que lo cubre todo. Lo que hay en el cielo parece hallarse a una misma distancia inmensa e indeterminada. Durante milenios se aceptó la apariencia como si fuera la realidad, y probablemente así lo hicieron también los antequeranos de hace varios miles de años. En este apartado vamos a describir el aspecto aparente del cielo y para ello es conveniente recurrir al mismo punto de vista de los antiguos y suponer

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que el firmamento es una esfera muy grande, sólida y hueca en cuyo centro está la Tierra: la esfera celeste. - El movimiento diurno: astros circumpolares y anticircumpolares La observación más elemental que puede hacerse sobre la esfera celeste consiste en que se mueve a nuestro alrededor. Siguiendo la posición del Sol, la Luna y las estrellas durante algún tiempo, es fácil apreciar que el cielo gira a un ritmo uniforme y da una vuelta en unas veinticuatro horas. Desde luego, sabemos que se trata de una ilusión: el movimiento diurno del cielo no es sino un reflejo de la rotación de la Tierra. La Tierra da vueltas alrededor de su eje de oeste a este, y por eso el cielo parece girar en sentido opuesto con la misma velocidad. Si se prolonga imaginariamente el eje de la Tierra hacia el norte y hacia el sur, los puntos en los que tocaría la esfera celeste se llaman polos celestes. De manera parecida, si se proyecta el ecuador terrestre contra la esfera celeste, se obtiene un círculo máximo dibujado sobre ella, equidistante de los dos polos, llamado ecuador celeste. El firmamento parece girar como un objeto sólido alrededor de los polos, que permanecen fijos a lo largo del día y la noche. Todos los objetos que hay en el cielo son arrastrados en este movimiento y describen a diario, de este a oeste, caminos aparentes paralelos al ecuador celeste. Este cuadro general es válido siempre, pero tiene consecuencias observacionales distintas para observadores situados en diferentes latitudes sobre la Tierra. Supongamos un observador situado justo en el polo norte de la Tierra. Sobre su cabeza, en el punto más alto, llamado cenit, está el polo norte celeste. El ecuador celeste coincide con el horizonte del observador. Con el paso de las horas, la esfera celeste gira alrededor del polo, y los astros visibles describen, para este observador, trayectorias paralelas al horizonte. Observando exactamente desde el polo norte de la Tierra, las estrellas nunca salen ni se ponen. Una mitad del cielo, justo el hemisferio norte celeste, resulta visible siempre desde este lugar de observación. La otra mitad, el hemisferio sur celeste, nunca se puede observar, oculto en todo momento bajo el horizonte. La situación es la contraria para un observador en el polo sur de la Tierra. El hemisferio sur celeste aparece entero sobre el horizonte, que

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coincide, como en el caso anterior, con el ecuador celeste. Los astros describen trayectorias paralelas al horizonte, pero al mirar hacia arriba, el sentido del movimiento aparente es horario. El polo sur celeste permanece fijo en el cenit. El cuadro es muy distinto para un observador situado en el ecuador terrestre. Los polos celestes yacen en el horizonte y el ecuador celeste se levanta desde el punto cardinal este hasta el oeste, pasando por el cenit. Todos los astros se levantan de la mitad de horizonte que va desde el norte, por el este, hasta el sur. Los objetos del firmamento recorren caminos perpendiculares al horizonte, y con el paso del tiempo todos se ocultan tras la mitad del horizonte que va desde el sur, por el oeste, hasta el norte. Desde el ecuador, todas las estrellas salen y se ponen cada día. A medida que gira la bóveda celeste, todas sus partes pasan antes o después a nuestra vista. Si desde los polos sólo es posible observar una mitad del cielo, desde el ecuador, a lo largo de un día, todo el firmamento es accesible a la observación. Sin embargo, la situación que nos interesa ahora es la de los observadores en latitudes medias, porque la latitud de Antequera es de +37°. En estos casos el polo celeste no está ni en el cenit ni sobre el horizonte, sino a una altura intermedia. En el caso de Antequera el polo celeste visible para sus habitantes es el boreal. El ángulo entre el horizonte y el polo celeste es exactamente igual a la latitud del lugar de observación, 37°. El ecuador celeste, inclinado, atraviesa el cielo sin pasar por el cenit. Todo el firmamento rota alrededor del polo celeste visible, que parece clavado en un punto fijo, mientras todas las estrellas van girando en torno a él con el paso de las horas, describiendo arcos de circunferencia paralelos al ecuador celeste. Las estrellas más cercanas al polo celeste trazan, con el transcurso del tiempo, circunferencias pequeñas centradas en el polo y en sentido antihorario. Sus caminos aparentes nunca las llevan a ocultarse bajo el horizonte. Para un observador en latitudes intermedias, como la de Antequera, las estrellas de las regiones celestes más cercanas al polo visible nunca se esconden. Reciben el nombre de estrellas circumpolares. Desde España y en la actualidad son circumpolares constelaciones como Casiopea, el Dragón, la Osa Mayor o la Osa Menor.

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Astros más apartados del polo celeste trazan circunferencias más grandes en el cielo, y sus trayectorias aparentes acaban intersecando el horizonte. Estas estrellas salen cada día, recorren la parte visible del firmamento y se acaban escondiendo para pasar cierto tiempo ocultas bajo el horizonte. En dirección contraria al polo celeste visible está el otro polo, oculto permanentemente bajo el horizonte. Desde Antequera nunca se ve el polo sur celeste ni la zona que lo rodea. Las estrellas en esa región se llaman anticircumpolares, y para llegar a verlas hay que viajar. Desde las latitudes medias del hemisferio norte y en la actualidad son inobservables constelaciones como el Centauro, la Cruz del Sur o la Carena. - Acimut y altura Para determinar las posiciones de los astros en la esfera celeste, la distancia que nos separa de ellos es irrelevante. Basta saber en qué dirección se encuentran y para ello conviene recurrir a la ficción de la esfera celeste, sobre la cual, a una misma distancia indeterminada, consideramos que yacen las estrellas. Al suprimir la distancia, la medida de posiciones se reduce a un problema bidimensional en el que sólo están implicadas las direcciones aparentes de observación. En el firmamento las separaciones y posiciones se expresan mediante ángulos. Los ángulos, así en la Tierra como en el cielo, se acostumbran a medir en grados. Para orientarse en las noches de observación resulta muy útil familiarizarse con la estimación de ángulos en el firmamento. Un círculo máximo completo rodea todo el firmamento, como por ejemplo el ecuador celeste, y abarca 360°. Una semicircunferencia, como el arco que va de este a oeste pasando por encima de la cabeza del observador (por el cenit), abarca la mitad, 180°. Del polo celeste al ecuador se recorren 90°. Sobre el cielo un grado es bastante pequeño. El Sol y la Luna tienen discos aparentes de tamaños aproximadamente iguales, de medio grado cada uno. Una regla graduada en centímetros ofrece una buena herramienta para medir ángulos en el cielo. Cuando se sitúa a unos 60 centímetros de la vista, distancia que coincide bastante bien con la longitud del brazo de la mayoría de las personas, cada centímetro subtiende casi exactamente 1°. Con algo más de práctica se puede prescindir de la

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regla y emplear otros trucos. Por ejemplo, y siempre con el brazo extendido, la anchura del dedo pulgar corresponde a unos 2°, la palma de la mano a 10°, y un palmo a unos 20°, aunque las medidas exactas, como es lógico, varían de una a otra persona. Cada grado, como es bien sabido, se subdivide en sesenta fracciones iguales, llamadas minutos de arco. A su vez, cada minuto de arco contiene sesenta segundos de arco. Los símbolos de grados, minutos de arco y segundos de arco son respectivamente °, ’ y ’’. El límite absoluto de agudeza visual humana está en torno a 1’, aunque la mayoría de las personas son incapaces de separar a simple vista estrellas que distan 3’. Un huevo de gallina a 100 metros de distancia subtiende 2’. Un minuto de arco es algo mayor que el tamaño aparente del disco de Júpiter y más grande que los mayores cráteres lunares. Para llegar a percibir Júpiter como un disco, o para ver cráteres en la Luna, es imprescindible, pues, un telescopio. Unidades tan pequeñas como los segundos de arco sólo son necesarias en los trabajos más precisos. Un huevo de gallina visto a seis kilómetros de distancia subtiende un ángulo de 2’’. La astrometría de precisión moderna llega a determinar las posiciones de estrellas con errores de 0,001’’. Para que el huevo que estamos tomando como ejemplo subtiendiera un ángulo de 0,001’’ habría que llevarlo muy lejos, más que el diámetro de la Tierra (unos 12 000 km). Sin recursos ópticos y sin mecánica fina, los habitantes de Antequera de hace miles de años no podrían efectuar medidas angulares más precisas que unos pocos minutos de arco. Medir ángulos en el cielo permite especificar de manera cuantitativa las posiciones de los astros sobre la esfera celeste. Para ello hay que elegir unas referencias determinadas y expresar las posiciones de los astros en términos de distancias angulares a esas referencias. Tales distancias reciben el nombre de coordenadas. De la multitud de sistemas de coordenadas empleados habitualmente en astronomía, vamos a comentar tan solo el más elemental: el sistema horizontal. El sistema de coordenadas astronómicas horizontales adopta como referencias para la medida de ángulos el plano del horizonte del obser-

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vador (de ahí su nombre) y la dirección al punto cardinal sur. La posición de un astro en la esfera celeste se expresa numéricamente mediante dos cantidades o coordenadas, llamadas acimut (a) y altura (h). De estas dos coordenadas, la altura es la más sencilla de entender y de estimar sin recursos técnicos complicados. La altura de un astro es la distancia angular al horizonte, medida a lo largo de un arco vertical que pasa por el astro. El origen para alturas es el horizonte astronómico, un plano ideal perpendicular a la dirección de la plomada en el lugar de observación. El horizonte real se parece muy poco a esta idealización, porque su perfil está alterado por montañas, casas, árboles... Sólo los paisajes marinos calmados muestran un horizonte real parecido al astronómico. No obstante no suele ser difícil desde cualquier lugar de observación, estimar dónde estaría, sobre el horizonte visible, la línea imaginaria del horizonte astronómico. Si se intuye dónde está esa línea, una regla graduada o las manos permiten medir alturas de manera aproximada. Una estrella en el horizonte (cuando sale o cuando se pone) tiene altura nula, h = 0°. El punto más alto del cielo, el cenit, tiene altura h = +90°. Los astros ocultos bajo el horizonte tienen alturas negativas. El punto diametralmente opuesto al cenit, llamado nadir, tiene una altura h = -90°. La coordenada altura por sí sola no basta para determinar posiciones en el cielo. Es necesaria una segunda coordenada, el acimut. El acimut, que especifica la dirección cardinal hacia la que se observa el astro, es la distancia angular desde el punto cardinal sur hasta la vertical del astro en cuestión. Se mide siempre a lo largo del horizonte, y en sentido horario, desde el sur hacia el oeste. De este modo, el punto del horizonte que coincide con la dirección cardinal sur tiene acimut a = 0°. El oeste tiene a = 90°, el norte a = 180° y el este a = 270°. Un observador en Antequera, con latitud geográfica j = +37°, tendrá el polo norte celeste en la posición a = 180°, h = +37°. Para el mismo observador, el polo sur celeste se hallará en a = 0°, h = -37° (altura negativa: punto inobservable). El polo celeste visible desde un observatorio dado tiene una altura igual al valor de la latitud geográfica del lugar tomada siempre con signo positivo. Estimar acimutes no es tan simple como medir alturas. Para medir acimutes hay que saber orientarse, porque es preciso identificar la

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dirección del punto cardinal sur en el lugar de observación. Aunque hay acuerdo universal en medir el acimut en sentido horario (o sea, «hacia la derecha»), hay que advertir que no todos los autores lo hacen partiendo del sur. Algunos astrónomos (especialmente en países anglosajones) y todos los topógrafos y geodestas usan como origen para la medida de acimutes el punto cardinal norte. Conviene tener esto presente para evitar confusiones al consultar la literatura, sobre todo en obras de arqueoastronomía, donde se suele recurrir al convenio usual en topografía y geodesia.

Otros movimientos de la Tierra y su reflejo en el cielo Las explicaciones anteriores permiten interpretar la existencia de zonas del cielo accesibles a la observación y la de otras (anticircumpolares) siempre ocultas, a la vez que entender y describir (en términos de acimut y altura) el movimiento diurno aparente de los astros visibles. Pero la observación continuada del firmamento, noche tras noche, semana tras semana, mes tras mes, evidencia que lo dicho no constituye una explicación completa de sus ciclos y movimientos. - El ciclo anual del cielo Al ciclo diurno del firmamento provocado por la rotación terrestre se superpone otro más largo, de un año, causado por la traslación de nuestro planeta alrededor del Sol. Así como el movimiento diurno de los astros es evidente en cuestión de minutos, el ciclo anual del cielo requiere bastantes días de observación para hacerse patente. En esto, y en su superposición con el rápido movimiento diurno, radica la dificultad que los profanos encuentran hoy para entender el cambio del aspecto de los cielos a lo largo del año. Sin embargo, la mecánica de este lento giro es bien simple. Este ciclo anual es y ha sido perfectamente conocido por todas las culturas humanas hasta la actualidad, y probablemente nuestras generaciones sean las primeras que se educan y crecen sin familiarizarse con él de primera mano. A medianoche, cuando el Sol está en su punto más bajo, oculto por el horizonte, contemplamos en lo más alto del cielo las constelaciones que en la esfera celeste están diametralmente opuestas al astro rey. Pero la Tierra, además de su movimiento diario de rotación en torno a

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su eje, gira alrededor del Sol. Por eso, las estrellas que están diametralmente opuestas a él van cambiando con el transcurso del año. Así, y en la actualidad, al principio del año el Sol aparece proyectado contra la región celeste de Escorpio y Sagitario, que resulta por ello invisible. A medianoche se ve la zona opuesta, con Géminis, Tauro y Orión como constelaciones más destacadas. Según trascurren las semanas, la Tierra se desplaza en su órbita y Orión se ve alto cada vez más temprano. Pasados tres meses, alrededor de marzo, la posición aparente del Sol en el cielo hace que las constelaciones que dominan la medianoche sean las de la región de Virgo. Pasado medio año, el Sol se proyecta sobre Géminis y Tauro, de manera que en torno a junio se hacen visibles a medianoche las estrellas que en enero el Sol oculta con su brillo. Mirando desde el norte del plano orbital, la Tierra recorre su camino en torno al Sol en sentido antihorario. Por eso, si se observa desde la superficie del planeta, el Sol parece desplazarse sobre el cielo a lo largo del año en la misma dirección, hacia el este. Los aficionados actuales suelen observar el cielo en la primera mitad de la noche, después del crepúsculo de la tarde. A esta hora, un día determinado, unas ciertas constelaciones se ven cerca del horizonte occidental, hacia la zona por donde se ha ocultado el Sol. Pocos días después, el Sol se ha desplazado unos grados hacia el este, de manera que las constelaciones que antes llegaban a verse entre la claridad del crepúsculo, ya han desaparecido de la vista engullidas por la luz del Sol. A un ritmo lento pero constante, se van sucediendo las regiones celestes que se ven cada día a una misma hora. En la actualidad el cambio anual del firmamento es de poco interés práctico, pero hubo tiempos en que su observación y seguimiento ofrecía la única manera fiable de establecer un calendario para decidir, por ejemplo, las épocas de siembra o recolección. Los observadores de hoy día perciben el movimiento aparente del Sol porque va devorando constelaciones por occidente atardecer tras atardecer. Pero en otras épocas y lugares fue de mayor importancia el fenómeno complementario: la aparición sucesiva por oriente, amanecer tras amanecer, de las estrellas y asterismos que el Sol va dejando atrás en su recorrido anual aparente.

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Consideremos el caso de Sirio, la estrella más brillante del cielo y visible desde casi todos los lugares de la Tierra. En la actualidad es un astro característico de los meses del invierno boreal, verano austral. Cuando se acercan los meses de abril y mayo, Sirio deja de ser visible al atardecer, alcanzada por el fulgor del Sol. Junio es el mes de la mayor aproximación aparente de Sirio y el Sol. Semanas después, el Sol ha sobrepasado a Sirio lo suficiente como para que esta estrella aparezca un instante por occidente de madrugada, antes de la salida del Sol. La primera ocasión en que un astro cualquiera se llega a ver antes de la aurora se denomina su orto helíaco. Estos fenómenos pasan inadvertidos hoy, pero el orto helíaco de Sirio fue de importancia capital para la civilización egipcia, pues en aquel entonces coincidía con el comienzo de la época de crecida del río Nilo. - La eclíptica Como acabamos de describir, a medida que la Tierra se desplaza alrededor del Sol, el propio Sol visto desde el planeta recorre una trayectoria aparente bien determinada entre las constelaciones. Este camino, siempre el mismo año tras año, es un círculo máximo muy importante, llamado eclíptica. Del mismo modo que el ecuador celeste puede interpretarse como la proyección del ecuador de la Tierra sobre el cielo, la eclíptica se puede concebir como la proyección en el firmamento de la órbita terrestre. La órbita de la Tierra, como la de todos los planetas, es plana. El plano que la contiene se llama plano de la eclíptica, y constituye una referencia fundamental en la astronomía del Sistema Solar. Los círculos máximos del ecuador celeste y la eclíptica no coinciden, forman cierto ángulo. En otras palabras, el eje de la Tierra no es perpendicular al plano orbital. El ángulo entre el eje terrestre y la perpendicular al plano de la órbita es el mismo que hay entre el ecuador y la eclíptica, y se llama oblicuidad de la eclíptica. La oblicuidad de la eclíptica varía muy poco con el paso de los siglos y los milenios. En la actualidad vale 23° 27’, o sea, casi veintitrés grados y medio. El ecuador celeste y la eclíptica se intersecan, pues, en dos puntos diametralmente opuestos llamados puntos equinocciales o, sencillamente, equinoccios. De todas las constelaciones que convencionalmente reconocemos hoy en el cielo, la eclíptica atraviesa trece. En este orden, empezando por

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la ocupada por el Sol al principio de la primavera boreal: Piscis, Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Ofiuco, Sagitario, Capricornio y Acuario. La mayoría de los cuerpos del Sistema Solar se mueven en órbitas cuyos planos están muy poco inclinados respecto de la eclíptica. Por eso, vistos desde la Tierra, los planetas aparecen siempre en una banda del cielo cercana a la eclíptica. - Las estaciones La traslación de la Tierra tiene, entre otras, dos consecuencias observables importantes. Una de ellas, el cambio anual del firmamento nocturno, ya se ha comentado más arriba. Vamos ahora a comentar el ciclo de las estaciones del año. La periodicidad anual de los cambios estacionales es evidente para todos incluso hoy día, y aún tuvo que serlo más para culturas anteriores que vivían sin duda en un contacto más intenso con el medio natural. Las estaciones son consecuencia del juego combinado de la traslación terrestre y la oblicuidad de la eclíptica. Si la oblicuidad de la eclíptica fuera nula, o sea, si el eje de rotación de la Tierra fuera perpendicular al plano de la órbita terrestre, entonces no habría estaciones del año. Dado que la oblicuidad de la eclíptica cambia poco y con gran lentitud a lo largo de los siglos, puede afirmarse que el ciclo de las estaciones de hace cinco mil años en Antequera era igual al actual. Reparemos en la figura adjunta. Cuando la Tierra se encuentra en la posición A, el polo norte terrestre está inclinado hacia el Sol. En estas condiciones, la luz solar cae casi perpendicularmente sobre las regiones del hemisferio norte terrestre, y muy inclinada en el hemisferio sur. Además, el Sol brilla alto en el cielo de los países del norte y permanece muchas horas por encima del horizonte. En el sur, por el contrario, las noches son largas. Esta posición de la Tierra se conoce como solsticio del verano boreal o solsticio del invierno austral. Acaba de empezar el verano en el norte y el invierno en el sur. Desde Antequera, en esta fecha el Sol sale y se pone por los puntos más extremo hacia el norte: su orto se produce 30° al norte («a la izquierda») del punto cardinal este, y el ocaso 30° al norte («a la derecha») del punto cardinal oeste. En el pasado remoto la situación fue muy similar, con cambios pequeños debidos a las ligeras variaciones de la oblicuidad de la eclíptica.

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El ciclo de las estaciones como consecuencia de la oblicuidad de la eclíptica. David Galadí.

Pasados seis meses la Tierra alcanza la posición marcada con B en la figura. El Sol se encuentra en uno de los puntos de intersección del ecuador celeste con la eclíptica. Es el instante del equinoccio de la primavera austral, o del otoño boreal. Empieza la primavera en el sur, y el otoño en el norte. En estas condiciones el Sol sale exactamente por el este y se esconde exactamente por el oeste. Los días son iguales a las noches en todos los puntos de la Tierra. Los puntos cardinales este y oeste, que marcan la salida y la puesta del Sol en los equinoccios, mantienen ubicaciones que no dependen de la oblicuidad de la eclíptica y su emplazamiento sobre el horizonte local es ahora el mismo que hace miles de años.

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Cuando pasan seis meses más, la situación es simétrica a A. En C la Tierra está en el solsticio del verano austral, o del invierno boreal. Los días de luz son largos en el sur y cortos en el norte. Desde Antequera, así hoy como hace varios miles de años, el Sol sale en esta fecha 30° al sur («a la derecha») del punto cardinal este, y se pone 30° al sur («a la izquierda») del punto cardinal oeste. En D el Sol vuelve al hemisferio norte celeste. Ahora se encuentra en el otro punto de intersección del ecuador celeste con la eclíptica. El día y la noche son otra vez de igual duración en todo el globo. Este punto del cielo, el ocupado por el Sol cuando empieza la primavera en el hemisferio norte y el otoño en el sur, es muy importante, pues se toma como origen para la medida de multitud de coordenadas y parámetros en astronomía. Este punto tiene diversos nombres, todos equivalentes: punto vernal, equinoccio vernal o primer punto de Aries. El desplazamiento anual aparente del Sol sobre la esfera celeste provoca que su altura sobre el horizonte a mediodía sea distinta en cada época del año. En verano el Sol culmina muy alto en el cielo: en el caso de Antequera, alcanza una altura máxima h = +76,5° en la actualidad (con cambios pequeños en el pasado debido a la alteración ligera de la oblicuidad de la eclíptica). En invierno el sol culmina unos cuarenta grados más bajo (para Antequera y hoy día, a h = +29,5°). En consecuencia, las sombras arrojadas por los objetos a mediodía cambian de tamaño de unos meses a otros. Lo mismo ocurre con la sombra de las agujas de los relojes de sol, y este efecto puede aprovecharse para medir la fecha del año en este tipo de dispositivos: algunos relojes de sol tienen, aparte de las líneas de las horas (líneas horarias), también otras para la medida de la fecha (líneas zodiacales). - La precesión de los equinoccios Cuando se habla de los movimientos de la Tierra a un nivel elemental, la descripción suele limitarse a la rotación y la traslación. Es menos conocido que la Tierra tiene otros movimientos que, aunque carecen de consecuencias prácticas para la mayoría de las personas, son interesantes en sí mismos y afectan a la labor cotidiana de los estudiosos del cielo, sean profesionales o aficionados. El más importante de estos movimientos poco conocidos es el que recibe el extraño nombre de precesión de los equinoccios. Este movimiento, con frecuencia llamado

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simplemente precesión, consiste en un desplazamiento muy lento del eje de rotación de la Tierra que, manteniendo su inclinación sobre la eclíptica aproximadamente invariable, traza un cono en el espacio. El movimiento de precesión es muy lento: el eje terrestre tarda unos 26 000 años en completar cada ciclo. Por eso puede ignorarse en las descripciones elementales de la esfera celeste para el público general, pero adquiere una importancia crucial en estudios de arqueoastronomía. Como consecuencia inmediata de la precesión, el eje de la Tierra no apunta siempre a la misma dirección del espacio. Ello quiere decir que la posición de los polos celestes en el firmamento va cambiando con el paso del tiempo. Hoy día, por casualidad, el polo norte celeste se halla muy cerca de la llamada estrella Polar, pero ni ha sido siempre así ni lo será en el futuro. La exactitud tan sobrecogedora con la que se conoce este fenómeno permite calcular sin errores apreciables cuál era la orientación del polo terrestre hace milenios y, por lo tanto, deducir el aspecto del firmamento antequerano de hace cinco mil años. Como hemos visto, los equinoccios se corresponden con los instantes en que el Sol ocupa los puntos de intersección del ecuador celeste con la eclíptica. Si, debido al movimiento de precesión, los polos celestes se desplazan entre las constelaciones, también debe hacerlo el ecuador celeste (definido como el círculo máximo que equidista de los polos). Y al moverse el ecuador celeste, lo hace el punto en el que éste intersecta la eclíptica. El resultado es que los puntos equinocciales se mueven sobre la eclíptica hacia el oeste, en el sentido llamado retrógrado, a razón de unos 50’’ cada año. Este movimiento retrógrado de los equinoccios hace que a medida que la Tierra gira alrededor del Sol, éste, en su camino aparente a lo largo de la eclíptica, se encuentra con el punto equinoccial 50’’ antes de haber completado una vuelta respecto de las estrellas. El ciclo estacional se cierra poco antes de que la Tierra haya acabado toda una traslación. El tiempo que la Tierra necesitaría para completar la vuelta respecto de las estrellas con esos 50’’ adicionales es de unos veinte minutos. La diferencia entre el periodo de traslación terrestre (llamado año sidéreo) y el año usual de nuestro calendario (el año trópico) es debida justamente a la precesión de los equinoccios.

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- El calendario Un calendario es un sistema arbitrario para nombrar y contar los días en periodos largos de tiempo. El calendario usado hoy en la mayoría de países del mundo, entre ellos todos los de habla castellana, se llama calendario gregoriano y está en vigor desde 1582. Todos los sistemas calendáricos de la historia intentan conjugar de un modo u otro la duración del día con diversos ciclos celestes, normalmente los del Sol y de la Luna, aunque hay casos de integración de otros astros, como Venus en los calendarios mayas. Unos calendarios, como por ejemplo el musulmán o el tradicional chino, atribuyen el papel dominante a los ciclos lunares. Otros, como el gregoriano, se centran en el Sol. Aunque quedan atavismos de los ciclos lunares, como la subdivisión del año en doce meses o, en países católicos, la elección de fecha para ciertas ceremonias rituales de primavera, el calendario gregoriano no hace el más mínimo esfuerzo por integrar la Luna en su esquema: es exclusivamente solar y tiene como objetivo principal lograr que, en promedio, las estaciones del año empiecen en las mismas fechas. Por tanto el ciclo fundamental es el año trópico que tiene una duración de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos o, 365.242200 días. La convención del calendario gregoriano hace que en promedio, en el hemisferio norte, el equinoccio de la primavera boreal ocurra el 21 de marzo, el solsticio de verano el 22 de junio, el equinoccio de otoño el 23 de septiembre y el solsticio de invierno el 22 de diciembre. Si bien el calendario gregoriano mantiene los ciclos estacionales ajustados a fechas fijas con el paso de los siglos, en cambio está ligeramente desacoplado del ciclo anual del firmamento estrellado, porque su ciclo de 365.24250 días difiere en 19 minutos y 58 segundos de la duración del año sidéreo: 365.25636 días. La consecuencia es que las fechas de culminación a medianoche de las estrellas se van desplazando («retrasándose») sobre el calendario un día cada 72 años. A este ritmo, las constelaciones características hoy de diciembre, como Orión, dentro de unos 6600 años serán típicas de marzo, aunque en marzo seguirá empezando la misma estación que hoy.

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El Sol, la Luna y los planetas En el cielo de hoy y del pasado no solo están las estrellas. En un puesto destacadísimo se halla el Sol, de cuyos ciclos ya hemos hablado, y también la Luna y los planetas. En este apartado profundizamos un poco más en la naturaleza y comportamiento de estos astros en el firmamento actual y en el de hace 5000 años. - El Sol como objeto astronómico El Sol domina la vida en la Tierra y ejerce efectos trascendentales a través de sus ciclos diurno y estacional, de los que ya hemos hablado y que hoy sabemos que se deben no a movimientos del propio Sol, sino al desplazamiento rotacional y orbital del planeta Tierra.

Orto solar visto desde el dolmen de Menga en el solsticio de verano. Fotografía, Javier Pérez.

A simple vista el Sol aparece como un disco muy brillante, amarillento de unos 32’ de diámetro. Aunque su observación directa es dañina para el ojo, a veces una capa de nubes poco densas o la atenuación del brillo del astro al amanecer o al atardecer permiten percibir su perfil perfectamente circular. El Sol es una enorme esfera gaseosa cien veces

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mayor que la Tierra. Mide 1,39 millones de km de diámetro y posee una masa de 1,99x1030 kg, esto es, 332 900 veces la Tierra. La densidad promedio que se deduce es 1,41 g/cm3 lo cual implica que el Sol, aun siendo un cuerpo gaseoso, es más denso que el agua líquida. El brillo de la superficie del Sol guarda relación con la temperatura de las capas externas, en torno a 6000°C. La distancia media Tierra-Sol resulta ser de 149.60 millones de km. Como es bien sabido, la distancia al Sol varía a lo largo del año debido a la excentricidad de la órbita de la Tierra, con valores extremos de 147.10 y 152.10 millones de km. Los seres humanos de hace 5000 años no tenían manera de desvelar la verdadera naturaleza del Sol, pero este astro presentaba, sin lugar a dudas, el mismo aspecto para ellos que para nosotros. Aparte de una minúscula energía procedente del interior del planeta, la totalidad de los procesos biológicos en la Tierra dependen del aporte energético de la estrella más cercana. Aunque desde hace varios siglos se sabe que el Sol y el resto de estrellas poseen una naturaleza común, sólo en el siglo XX se llegó al descubrimiento de la colosal fuente de energía que alimenta su interior: la fusión nuclear. El Sol es una estrella de masa intermedia. Su edad actual se estima en 5000 millones de años, y se calcula que aún tiene por delante otro tanto hasta agotar su fuente de energía interna y acabar su vida en forma de enana blanca. Como en todas las estrellas de su clase, la energía del Sol proviene en la actualidad de la conversión de hidrógeno en helio en el núcleo estelar. Las condiciones en el centro de la estrella (15 millones de grados, densidad 160 g/cm3) provocan la fusión de núcleos de hidrógeno. El ritmo al que la materia se convierte en energía en el interior solar, aunque afectará poco a la masa astro rey a lo largo de su vida, es una cantidad descomunal en términos humanos: unos cuatro millones de toneladas dejan de existir cada segundo en el interior de nuestra estrella, para trasformarse directamente en energía. La luminosidad del Sol es 3.83x1026 W. A la distancia de la Tierra, la intensidad de la radiación solar tiene un valor medio de 1360 W/m2, valor denominado la constante solar. El flujo recibido varía ligeramente en escalas temporales del orden de días, pero su valor promedio es muy estable a largo plazo.

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Tabla. El Sol: características fundamentales Distancia media a la Tierra

149.5989x106 km

Rotación sidérea promedio

25 días 9 horas

Rotación sinódica promedio

27 días 7 horas

Diámetro Masa Densidad media Luminosidad Temperatura superficial Temperatura central Tipo espectral Magnitud visual aparente Magnitud visual absoluta Color

1.392x106 km 1.9891x1030 kg 1409 kg/m3 3.826x1026 vatios 5800 K 15x106 K G2 V V = -26.78 mag Mv = 4.79 mag B-V = 0.62 mag

Composición química en superficie (fracción en masa):

hidrógeno, X = 0.734 helio, Y = 0.250 metales, Z = 0.016

La observación sistemática de los ortos y culminaciones del Sol (instantes de salida, culminación y puesta; posición sobre el horizonte de los puntos de orto y ocaso; altura del Sol a la culminación; etcétera) permite establecer diversos parámetros geométricos de la órbita de la Tierra. Por ejemplo, es fácil detectar la posición sobre el horizonte local de los puntos de salida y puesta del Sol extremos en los solsticios, o la dirección de los puntos cardinales este y oeste en los equinoccios. Todas estas observaciones son muy sencillas de realizar y sin duda las efectuaban los humanos de hace varios miles de años. Asimismo resulta instructivo estimar la ubicación del meridiano local, observando la dirección señalada por la longitud mínima de la sombra arrojada por un estilete vertical. La observación de la máxima altura de culminación del Sol en el solsticio de verano permite, sabida la latitud del lugar de observación, calcular la oblicuidad de la eclíptica. Estos y otros experimentos sencillos no tienen trascendencia científica, pero proporcionan la satisfacción de comprobar personalmente determinados fenómenos descritos en las obras de astronomía, a la vez que constituyen experiencias de gran valor didáctico.

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- La Luna En medio de un océano de negrura tachonado de estrellas inmóviles, la Luna se desplaza en un ciclo de unos 29 días. La Luna es el único satélite natural de la Tierra; su distancia media al planeta es de 384 402 km, aunque debido a la excentricidad de la órbita (e = 0.054) la distancia varía entre 356 410 km en el perigeo y 406 679 km en el apogeo. El plano orbital de la Luna está inclinado 5° 8’ con respecto al plano de la órbita terrestre alrededor del Sol. Eso quiere decir que la Luna no sigue en el cielo la eclíptica, o sea, el mismo camino que el Sol, sino que recorre una línea que llega a apartarse de la eclíptica hasta 5°. En consecuencia, los puntos de salida más extremos de la Luna llegan a situarse hasta 5° más al norte o más al sur que los del Sol.

La Luna brilla tras el dolmen de Menga. Fotografía, Javier Pérez.

La atracción del Sol da lugar a varios efectos periódicos sobre la órbita lunar. Los más importantes son el avance del perigeo con un período de 8,85 años, y la retrogradación de la línea de nodos, que da lugar a un movimiento en sentido contrario al del avance del perigeo y con un

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período de 18,61 años. Otros fenómenos incluyen la evección de la órbita (oscilación de la excentricidad) y la variación de la inclinación orbital entre 4º58’ y 5º19’. Vemos que la inclinación orbital cambia muy poco y, por tanto, a efectos de su observación a simple vista puede decirse que la desviación extrema de 5° respecto del Sol es casi una constante. Pero el valor extremo no se materializa en cada ciclo lunar, sino tan solo una temporada dentro de cada ciclo de 18,61 años de retrogradación de la línea de los nodos. Supongamos que, en un año concreto, la Luna llena más cercana al solsticio de invierno sale efectivamente 5° al norte del punto por el que aparece el Sol en el solsticio de verano. En años sucesivos la distancia del punto de salida de esa Luna llena solsticial se va acercando al punto de salida del Sol en el solsticio de verano, de modo que al cabo de unos 4 ó 5 años el Sol del inicio del verano y la Luna llena del inicio del invierno saldrían justo por el mismo punto del horizonte. Pasados 9 años se completa medio ciclo y entonces la Luna llena del solsticio de invierno saldría 5° al sur del punto por el que aparece el Sol en el solsticio de verano. En los 9 años siguientes se produce la evolución opuesta. Este ciclo de 18 años no habría sido difícil de registrar por los observadores antiguos y de hecho hay indicios de que este tipo de observaciones se realizaron en el pasado prehistórico en diversos lugares. Desde luego, el ciclo de retrogradación de la línea de los nodos exhibe una interrelación muy compleja con el ciclo de las fases, las estaciones del año y las épocas del año en las que se producen eclipses, una fenomenología en cuyos detalles no podemos entrar en una exposición introductoria como esta. La órbita lunar es la que determina la aparición de las fases lunares. La Luna, como el resto de planetas y satélites, no emite luz propia, sino que se limita a reflejar la luz proveniente del Sol. En consecuencia, su aspecto está determinado por la orientación relativa del Sol, la Tierra y la Luna. Existen distintos nombres que se aplican a las fases lunares; cuando el disco lunar no aparece iluminado se habla de luna nueva o novilunio; se habla también de cuarto creciente (o menguante) cuando aproximadamente la mitad del disco está iluminado; la dicotomía es el instante en que justo la mitad del disco lunar está iluminado; cuando la Luna ha superado con creces la dicotomía y falta poco para que esté llena se habla de luna gibosa; por último, cuando la totalidad del disco recibe la luz del Sol, la Luna está en la fase llena o plenilunio. Tras la fase llena, la porción iluminada del disco lunar

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decrece día tras día, y va recorriendo en sentido contrario las fases descritas, pero con el apelativo de menguante: gibosa y cuarto menguante (con su correspondiente dicotomía), antes de volver a fase de luna nueva. - Los planetas De los ocho planetas del Sistema Solar, cinco se distinguen a simple vista con toda facilidad y sin duda fueron conocidos por todas las culturas humanas desde la noche de los tiempos, incluidos los pobladores de los llanos de Antequera de hace 5000 años: son Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Los planetas trazan en el cielo trayectorias complejas, resultado de la combinación de sus propios caminos en torno al Sol con el desplazamiento particular de la Tierra. Cuesta imaginar el grado de descripción y comprensión de estos movimientos que pudieran alcanzar los pobladores prehistóricos de Antequera, pero sin lugar a dudas observaron en el cielo el ir y venir de los planetas de un modo muy semejante, por no decir idéntico, a como lo vemos hoy. Como ya se ha comentado, el Sistema Solar es casi plano: las elipses descritas por los planetas en su movimiento alrededor del Sol tienen inclinaciones relativas muy pequeñas, del orden de 3° salvo en el caso de Mercurio, que tiene una inclinación 7° con respecto al plano común del Sistema. Este plano común coincide muy aproximadamente con el de la órbita terrestre, también llamado plano de la eclíptica. Que las órbitas planetarias sean casi coplanarias tiene una consecuencia observacional directa: tanto el Sol como los planetas, vistos desde la Tierra, se observan siempre en regiones del cielo cercanas a la eclíptica.

Constelaciones, estrellas y movimiento propio La distribución de las estrellas en el cielo es irregular, pero el ojo tiende de manera inevitable a buscar regularidades, modelos familiares, figuras: la mente enlaza unas estrellas con otras creando patrones regulares (cuadrados, triángulos) o dibujos que recuerdan de algún modo a animales u objetos conocidos. Muchas de estas figuras en el cielo, verdaderas proyecciones sobre el firmamento del subcons-

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ciente y las convenciones humanas, han pasado de generación en generación desde tiempos remotos y siguen formando parte de nuestra visión de la esfera celeste. Pero cada cultura proyectó sus propios mitos y tradiciones en los cielos. Las constelaciones consideradas por la India clásica, la cultura tradicional china o las civilizaciones centroamericanas, son muy distintas. La nomenclatura utilizada hoy por los astrónomos es de origen occidental y, por ello, abunda en denominaciones tomadas de la mitología griega. No se sabe qué mitos y creencias pudieron proyectar en el cielo los antequeranos de hace 5000 años, pero sin duda los grupos estelares o constelaciones que ellos trazaban eran muy distintos a los nuestros, a pesar de que las estrellas mantenían casi la misma disposición y brillos que ahora. Hay que insistir en el carácter absolutamente convencional del sistema de las constelaciones. La división vigente del cielo se ha hecho siguiendo criterios tradicionales y arbitrarios. Dentro de una misma constelación (trozo del cielo) coinciden objetos de muy diversos tipos y situados a distancias muy diferentes. Las estrellas que aparecen dentro de una misma constelación en general no tienen ningún vínculo real entre ellas, salvo el aparecer, por casualidad, proyectadas en direcciones aparentes cercanas observadas desde la Tierra. Las estrellas evolucionan: nacen, perduran un cierto tiempo y luego desaparecen. Pero este ciclo vital se produce a lo largo de periodos tan dilatados que carece de importancia cuando se consideran lapsos de apenas unos miles de años. Por tanto, puede decirse que el cielo actual y el de hace 5000 años, observado a simple vista, presentaba las mismas estrellas que el de ahora y en estados evolutivos y condiciones físicas idénticos. Pero las estrellas se mueven por el espacio: todas ellas giran en torno al centro de nuestra Galaxia en órbitas que completan en varios cientos de millones de años. Estos movimientos, los llamados movimientos propios estelares, se producen a velocidades de vértigo y es de esperar que para astros especialmente cercanos y a la vez especialmente rápidos sí se puedan percibir algunos cambios ligeros en la «figura» de las constelaciones al cabo de unos miles de años.

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El cielo en Antequera hace 5000 años Todo lo anterior nos permite ahora considerar de manera global el parecido y las diferencias entre el firmamento que vemos hoy desde Antequera y el que se veía en la misma ubicación hace varios miles de años. En general el cielo tenía un aspecto muy semejante en ambas épocas. El Sol era igual y seguía ciclos diurnos (día/noche) y anuos (estaciones, solsticios, equinoccios) casi idénticos, con cambios muy ligeros debidos a alteraciones poco relevantes en la oblicuidad de la eclíptica. La Luna mostraba el mismo ciclo de fases y su órbita guardaba con muy buena exactitud la misma inclinación de unos cinco grados con respecto a la eclíptica, de modo que sus ciclos de salida y puesta extremos seguían los mismos periodos y comportamientos cíclicos que en la actualidad. Los planetas observables a simple vista eran los mismos (de Mercurio a Saturno) y recorrían el cielo con comportamientos idénticos a los de hoy. En lo que se refiere al cielo estrellado, el firmamento era muy semejante al de ahora, con las mismas estrellas y en los mismos estados evolutivos, pero aquí sí que hay diferencias que, aunque sean ligeras, pueden tener una trascendencia cultural considerable. Los efectos que se deben considerar son ante todo los siguientes: la precesión de los equinoccios y los movimientos propios estelares. Como se ha comentado, la precesión de los equinoccios hace que el polo celeste, que hoy apunta por casualidad casi exactamente a la estrella Polar, vaya derivando sobre el cielo. Hace unos 5000 años, en la era de los ingenieros megalíticos de los llanos de Antequera y de los faraones egipcios, la estrella del norte era la que hoy llamamos Thuban, en la zona que actualmente identificamos como la constelación del Dragón. El desplazamiento de los polos celestes hace que el patrón de astros circumpolares y anticircumpolares cambie con el paso de los siglos. Hay constelaciones que hoy desde Antequera son circumpolares pero que no lo eran entonces. Existen otros grupos de estrellas que en la actualidad llegamos a atisbar bajas sobre el horizonte sur pero que hace 5000 años se mantenían siempre invisibles (eran anticircumpolares). Y, por supuesto, hay astros que hoy no se pueden ver desde Andalucía pero que hace 5000

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Ubicación del polo norte celeste en la actualidad, cerca de la estrella Polar de la Osa Menor. Mapa producido como captura de pantalla mediante el programa de libre distribución Stellarium, http://www.stellarium.org/es/

Ubicación del polo norte celeste hace 5000 años, cerca de la estrella Thuban de la constelación del Dragón, en la línea que une nuestra estrella Polar actual con Alkaid, en la Osa Mayor. El cambio de emplazamiento del polo celeste se debe a la precesión de los equinoccios. Mapa producido como captura de pantalla mediante el programa de libre distribución Stellarium, http://www.stellarium.org/es/

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años aparecían sobre el horizonte sur, aunque fuera a muy escasa altura. Por otro lado, la precesión de los equinoccios hace también que la parte del cielo que se muestra a la Tierra en cada estación del año vaya cambiando con los siglos. Hace unos 5000 años el cielo se hallaba «adelantado» unos 70 días con respecto al actual. Así, si ahora el comienzo de las noches del equinoccio de primavera en Antequera están dominadas por la culminación de la constelación de Leo, los arquitectos megalíticos de la zona veían culminar en la misma estación del año las zonas del cielo que ahora son típicas más bien de mediados del verano, con el Boyero (y su brillante luminaria Arturo) en un lugar muy destacado.

Aspecto de la constelación del Can Mayor en la actualidad. Mapa producido como captura de pantalla mediante el programa de libre distribución Stellarium, http://www.stellarium.org/es/

Aspecto de la constelación del Can Mayor hace 5000 años: obsérvese el ligero cambio de posición de Sirio. Cambios similares podrían advertirse en unas pocas estrellas más, como por ejemplo en Arturo, del Boyero. Estos cambios se deben a los movimientos propios de las estrellas. Mapa producido como captura de pantalla mediante el programa de libre distribución Stellarium, http://www.stellarium.org/es/

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En lo que respecta a los movimientos propios, costaría mucho percibir cambios significativos en la disposición de los astros de hace 5000 años con la salvedad, quizá, de dos que se cuentan entre los más brillantes y cercanos: la estrella Arturo en la constelación del Boyero (que, como acabamos de ver, hace 5000 años culminaba al principio de la noche hacia el comienzo de la primavera) y la estrella Sirio en la constelación del Can Mayor.

Aspecto del cielo hacia el horizonte sur al principio de una noche cercana al equinoccio de primavera desde Antequera hace 5000 años. Aparecen sobre el horizonte las constelaciones de la Cruz del Sur y el Centauro, en la actualidad invisibles desde estas latitudes. El cambio se debe a la precesión de los equinoccios. Mapa producido como captura de pantalla mediante el programa de libre distribución Stellarium, http://www.stellarium.org/es/

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2.- El cielo en la Prehistoria Rafael Maura Mijares6

Los primeros observadores Cualquier manual de Astronomía que se precie comienza dando un repaso a aquellos personajes o sociedades que desde la Antigüedad han sido los artífices de nuestro actual conocimiento del Cosmos. Generalmente, se hace coincidir el comienzo de las inquietudes astronómicas del ser humano con los albores de la Historia, es decir, con las primeras civilizaciones de Oriente Próximo. Esta circunstancia no es casual, ya que consideramos que la Historia comienza cuando contamos con documentos escritos. La escritura cuneiforme en Mesopotamia y la jeroglífica de Egipto constituyen las primeras manifestaciones de lenguajes escritos de que tenemos constancia. Gracias a estos sistemas expresivos los conocimientos de aquellas sociedades han logrado atravesar el tiempo y llegar hasta nosotros. De esta forma, sabemos que para los antiguos egipcios la Astronomía tenía un carácter eminentemente religioso, que era practicada por los sacerdotes y que desempeñaba un importante papel en la localización y orientación de los templos y las pirámides. Se trataba de una ciencia muy rudimentaria cuyos mayores logros fueron la elaboración de un calendario, la identificación de algunas constelaciones y estrellas, y la observación de eclipses, meteoritos y cometas, fenómenos estos a los que no supieron dar ninguna explicación. La astrología no fue introducida en Egipto hasta el Imperio Nuevo, pero para los mesopotámicos esta pseudociencia constituía la razón de ser de sus observaciones del cielo. El estudio del zodiaco, es decir, la predicción del porvenir según la posición de los astros el día del nacimiento, les aportó un gran conocimiento de las constelaciones. Además, al aplicar las matemáticas al estudio de los cuerpos celestes (he aquí el nacimiento de la Astronomía), fueron capaces de distinguir algunos planetas, estrellas fijas y de predecir los eclipses de luna.

6 Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED.

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Ahora bien, ¿fueron verdaderamente estos los pueblos más antiguos que se interesaron por los astros? La respuesta es no. Desde luego que egipcios y mesopotámicos no solo fueron los primeros en el intento de analizar los fenómenos cósmicos, sino que además, como hemos visto, contaron con la escritura para transmitir sus hallazgos. Pero hubo otros que miraron al cielo antes que ellos, gentes que no contaban con avanzados sistemas de signos para plasmar sus conocimientos y que, sin embargo, buscaron otros medios para hacerlo. Las pruebas de que este interés arranca en la Prehistoria pueden verificarse, por un lado, en la representaciones rupestres de astros (soliformes y esteliformes) que se extienden también a la cerámica y a los llamados “ídolos”; y por otro, en la cada vez más evidente relación que mantienen los monumentos megalíticos con determinados eventos astronómicos. Ambas expresiones son abundantes en la Península Ibérica, por lo que podemos considerarla un marco geográfico paradigmático y perfectamente válido para una primera aproximación. Valgan, pues, estos párrafos para reivindicar como pioneros a aquellos que, aún con los medios más precarios, supieron dejar constancia, explícita o implícita, de su incipiente saber a través de un lenguaje no escrito que ahora estamos comenzando a recuperar y que parece conducirnos, esta vez sí, a los albores mismos de nuestra percepción consciente del Universo. Uno de los dólmenes más monumentales del mundo, el de Menga, no parece orientarse, sin embargo, hacia evento astral alguno. Lo hace bastante más hacia el norte del rango que tiene el Sol en sus amaneceres y que alcanza su extremo máximo en el solsticio de verano. En cambio, el eje de su corredor, nítidamente marcado por la disposición de los tres pilares interiores, se alinea con un elemento icónico del paisaje, una forma señalada en el horizonte cuyo valor simbólico habría eclipsado al del mismísimo astro rey, el rostro del gigante que yace en la llanura mirando al cielo: la Peña de los Enamorados. Inalterada, inquebrantable, inamovible, eterna, La Peña no teme al tiempo. Su peculiar forma habrá cambiado poco en el último millón de años y si la naturaleza siguiera su curso sin ingerencias, podría ocurrir otro tanto en el futuro. Los constructores de Menga, consumados ordenadores del espacio y el tiempo, no pasaron por alto esta circunstancia, y se asociaron a La Peña, marcándola con figuraciones esquemáticas y oponiéndole un monumento de firmeza equiparable a la de aquella

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mole impertérrita. Así quedó sellado para siempre el vínculo simbólico entre el perfil gigantesco que clava su vista en el firmamento y los seres humanos que por primera vez levantaron al cielo la mirada.

Representaciones astrales

La Peña de los Enamorados, hacia la que se orienta el dolmen de Menga, se asemeja a la enorme cabeza de un gigante tumbado en la llanura antequerana mirando al cielo. Fotografía, Javier Pérez.

El arte rupestre, es decir, la tradición de representar imágenes sobre las paredes y techos de cavidades más o menos profundas que se desarrolla con fuerza en Europa a partir del Paleolítico superior, abarca largos periodos de la Prehistoria a través de los cuales estuvo sujeto a importantes procesos de transformación. Al principio, los paneles rocosos de las grutas fueron cubiertos, fundamentalmente, por figuras de animales con formas muy naturalistas. El tránsito al Neolítico, sin embargo, se caracterizó por una mayor preocupación por la figura humana, representándose escenas de caza, danza o de la vida

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cotidiana, estas son las notas características del denominado Arte Levantino. Por fin, avanzado el Neolítico, la expresión gráfica derivó hacia formas cada vez más esbozadas y conceptualizadas en un nuevo ciclo, el esquemático, que alcanzó su máxima expresión con la Edad del Cobre. El arte sale entonces decididamente a la superficie y se concentra en oquedades rocosas de escasa profundidad. La expresión gráfica de unos modos de vida en un espacio económico (que es la esencia del arte rupestre prehistórico en general) pasa, pues, de representarse de forma simbólica y concentrada en ámbitos ocultos como las cuevas, a dispersarse hacia el exterior, ocupando soportes al aire libre y delimitando así físicamente el territorio. Y el ser humano se convierte en el protagonista del discurso. La presencia constante de la figura humana como eje en torno al que giran ahora las representaciones gráficas deriva probablemente de una visión del mundo más antropocéntrica. Se pintan escenas de caza, de lucha, de la vida cotidiana y se plasman claras representaciones astrales, formas que nos remiten con nitidez a objetos celestes como soles, estrellas, medias lunas, espirales o círculos concéntricos, un repertorio iconográfico que era ajeno al arte de los cazadores... En efecto, nada de esto se deja entrever en el arte paleolítico clásico. El cambio es notable. Y sin embargo, ambos estilos comparten la misma razón de ser: legitimar la propiedad de un territorio productivo y servir como base de transmisión generacional de unos modos de vida. Como vemos, las imágenes relacionadas con cuerpos celestes no son propias del arte rupestre hasta estas épocas postpaleolíticas, pero su irrupción será significativa y perdurable. Así, esteliformes y soliformes aparecen como una constante en el ciclo esquemático desde sus inicios, sufriendo junto al resto del repertorio tipológico los procesos de cambio hacia la socialización y la conceptualización. Aunque en la provincia de Málaga se cuenta con algún exponente de estas tipologías, en Laja Prieta (Álora), en la Península Ibérica se hallan repartidas fundamentalmente por el área meridional y occidental y su mayor número se localiza en Las Batuecas, el Valle del Tajo, el sureste, Sierra Morena, y Cádiz. A pesar de que han sido objeto de diversas interpretaciones (figura humana, mano, ídolo, nido), algunas de ellas ciertamente sorprendentes (palafito, manadas de ciervos, mapa,

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Motivo soliforme documentado en el abrigo nº 2 de Laja Prieta (Álora, Málaga). Fotografía, Javier Pérez.

fuentes), su significación astral es prácticamente aceptada actualmente por la mayoría de los investigadores. En cambio, otros motivos, tal vez susceptibles de ser considerados también como representaciones de cuerpos celestes, no suelen ser estimados como tales. Es el caso de aquellos que representan forma de herradura o de media luna, a los que podríamos denominar luniformes. Este término no ha sido aceptado, probablemente debido a que, aunque hace alusión a aspectos formales y no esenciales, no deja de llevar implícita una valo-

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ración interpretativa. Y sin embargo, es lo mismo que ocurre con los términos esteliforme y soliforme. Por eso, al igual que los motivos con forma de luna reciben el nombre genérico de petroglifoides, esteliformes y soliformes hubieran debido recibir también denominaciones más asépticas como la de “radiforme”, si se quisiera atender a la mera forma, o la de “asteriforme”, en el caso de que se aceptara su filiación astral. Pero estos son planteamientos timoratos desde un punto de vista fenomenológico. Aunque los términos esteliforme y soliforme se han venido utilizando indistintamente, para Pilar Acosta, quien trató este y muchos otros aspectos del arte esquemático en la Península Ibérica, su presencia en algunas estaciones rupestres responde exclusivamente a una figura-

Algunos esteliformes esquemáticos pintados en abrigos rupestres de la Península Ibérica: esteliformes, soliformes, agrupaciones dobles de soliformes y agrupaciones triples de esteliformes. Según Pilar Acosta.

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ción solar. En un amplio ensayo tipológico publicado en 1983, esta eminente investigadora distingue, básicamente, dos tipos. El primero estaría formado por representaciones con forma de circunferencia y trazos extremos radiales, estando representado el segundo por círculos con trazos igualmente externos en disposición radial. Sin embargo, en los mismos ejemplos apuntados por la Dra. Acosta puede distinguirse otro tipo, el formado por representaciones compuestas únicamente por radios que parten de un punto común y no de una circunferencia o un círculo. En otras clasificaciones tipológicas como la de J. Bécares, estas representaciones esencialmente radiales sí se tipifican decididamente como esteliformes. No en vano, así han sido plasmadas desde siempre las estrellas, aunque autores como J. Martínez García insistan en que las significaciones de una misma figura o símbolo hayan podido sufrir cambios a lo largo de la Historia. Del mismo modo, las circunferencias o los círculos, rodeados o no de rayos, han sido interpretados tradicionalmente como representaciones solares; en la Rambla de Anear (Boniches, Cuenca), un soliforme

Diferentes soliformes decorando placas perforadas, según Mª José Almagro.

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rodeado de brazos guarda una interesante similitud conceptual con la afamada representación egipcia de Atón como un disco solar del que emergen sendos rayos terminados en manos. Casos como éste parecen confirmar, como ya apuntaron R. Grande y J. Gonzalez-Tablas, que cierto planteamiento y reacciones se dan de forma similar en todas las partes del globo y en todos los tiempos.

La figura esquemática de la izquierda, localizada en la Rambla de Anear (Boniches, Cuenca), representa, tal vez, un soliforme cuyos rayos acaban en manos. A la derecha, Amen-hotep IV (Akenaton) y su esposa Nefertiti, acompañados por tres de sus hijas, reciben los rayos benefactores del dios Aton. Entre ambas representaciones parece existir cierta afinidad conceptual. El calco de la figura se debe a Hernández Pacheco.

El universo esquemático Aparentemente, las cuestiones tipológicas y terminológicas quedan así resueltas, pero en realidad no es así. El universo expresivo del arte esquemático es bastante más complejo, ya que adquiere su verdadera dimensión con la combinación de las formas, hecho, por cierto, fundamental para que sea valorado como el germen de una protoescritura. En efecto, al igual que ocurre con el resto de figuraciones, ni esteliformes ni soliformes ni luniformes suelen ser representados en solitario, sino agrupados o asociados a otros motivos. Una de las agrupaciones astrales de mayor incidencia es la compuesta por una pareja de soliformes. Su interpretación es tremendamente compleja, ya que en absoluto pueden responder a

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una copia, ni siquiera esquemática, de la realidad (nunca han podido verse dos soles juntos desde la Tierra). Para la mayoría de los investigadores estas dobles representaciones solares están, de alguna forma, relacionadas con el denominado “tema de oculados”, en el que los ojos de ciertos “ídolos” calcolíticos han sido sustituidos por motivos solares. Otro tanto ocurre con la cerámica decorada, que en las fases finales del Neolítico presenta a veces soliformes, incluso dobles, mientras que en el Calcolítico los encontramos también como motivos repetitivos o integrados en los atributos oculares de la llamada “cerámica simbólica”. Probablemente la razón última que dio origen a esta relación ojo-sol nunca vuelva a ser comprendida. En todo caso, es esta una problemática que desborda por completo los límites de estas páginas. Es de resaltar, sin embargo, la aparición de puntos

Agrupaciones dobles de soliformes integradas en representaciones oculadas sobre diferentes soportes. A: Ídolo cilindro. B: Ídolo falange. C: Ídolo placa. Dibujos, Mª José Almagro. Composición, Rafael Maura.

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centrales, tal vez representando pupilas, en algunos soliformes dobles, o el hecho mismo de que estas agrupaciones sean invariablemente dobles y no triples, como ocurre en la Garganta de la Hoz, en el Tajo de las Figuras o en Laja Prieta, casos en los que aparecen representados como esteliformes, con lo que podría aventurarse que estas asociaciones múltiples no son otra cosa que grupos de estrellas, es decir, las representaciones primitivas de nuestro concepto de constelación.

En el Tajo de las Figuras, junto a la laguna de La Janda (Benalup de Sidonia, Cádiz) asistimos a toda una descripción cosmográfica en la que han sido representados los seres humanos, los animales domésticos y salvajes, probables accidentes geográficos y un buen número de astros. En esta estación de arte rupestre, los esteliformes forman ocasionalmente agrupaciones, tal vez en un intento de representar las estrellas más brillantes del cielo nocturno meridional. En la imagen, tres esteliformes se asocian a una escena de maternidad (calco realizado por Martí Mas).

A menudo, los dobles soliformes, tienden a combinarse con ciertas figuras, frecuentemente de carácter antropomórfico. En el Gabal (Sierra de María, Almería), entre otras figuras y signos, destacan por su número las representaciones soliformes y bitriangulares. Estos bitriángulos fueron considerados por J. Bécares como el último grado de esquematismo para la conceptualización del ídolo antropomorfo. En el centro, ambos motivos se combinan y dan lugar a un nuevo símbolo. En el abrigo de las Moriscas VI de Helechal (Badajoz) se pinta una figura humana asociada a dos soliformes. Otras asociaciones de antropomorfos con astros dignas de mención son las del Abrigo de Los Buitres de Peñalsordo (Badajoz), donde dos figuras humanas fueron

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Soliformes asociados a bitriangulares en el Gabal (Almería), según Henri Breuil.

inscritas en el interior de un soliforme, o la más explícita de Cajorros de Peñarrubia (Ciudad Real), en la que un esteliforme aparece claramente asociado también a dos figuras humanas… El ser humano prehistórico ha dejado de ser un mero observador que únicamente plasma los eventos cósmicos que le rodean para pasar a interrelacionarse con ellos, ya sea como individuo, ya como grupo social. En la Rambla de Gergal (Almería), puede observarse un conjunto escénico en el que una serie de representaciones humanas con los brazos en alto aparecen representadas en torno a un soliforme, con la participación de un personaje tocado con grandes antenas. Una

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Soliformes y esteliformes asociados a figuras antropomorfas en diferentes localizaciones de arte rupestre esquemático de la Península Ibérica. A: Helechal (Badajoz). B: Cajorros de Peñarrubia (Ciudad Real) C: Peñalsordo (Badajoz). D: Gergal (Almería). A, B y C, según Pilar Acosta. D, según Julián Martínez.

interpretación meramente descriptiva de esta composición propuesta por Julián Martínez, quien estudió este conjunto, puede ser la del culto a una fuerza (el sol) dirigida por un oficiante (figura con antenas) dentro de una sociedad (figuras antropomorfas). Se trate o no de un culto, lo cierto es que estamos ante una escena que representa una reunión en la que el sol es el centro de atención, el invitado de excepción. Tal vez, los miembros de esta comunidad adoraran al sol cada mañana, pero más probable nos parece, y así llegaron a recogerlo algunas culturas posteriores como la celta, que tales ceremonias debieron tener lugar en momentos muy determinados del año. Y esto es precisamente lo que parece quedar reflejado en las orientaciones y alineamientos que vienen estudiándose en las últimas décadas respecto a los monumentos megalíticos.

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Megalitismo y cosmos Sorprendentemente, no resultaría exagerado afirmar que el origen de la Arquitectura estuvo condicionado, en última instancia, por factores derivados de la mecánica celeste. La inclinación del eje de la Tierra, que actualmente es de 23° 27’, varía ± 1° 30’ durante un período de 41.000 años. Por razones obvias, en la épocas de menor inclinación las zonas polares reciben también menos insolación y calor; y viceversa. Asimismo, y debido al retraso que experimenta la velocidad de giro de la Tierra, el momento en que un polo apunta hacia el Sol no se corresponde siempre con el mismo punto de su órbita; este es, dicho sea de paso, el hecho que fundamenta la precesión de los equinoccios. Durante el Pleistoceno, la combinación de estas dos variables dio lugar a una serie de oscilaciones climáticas cuyos momentos más fríos conocemos con el nombre de glaciaciones. Por fin, hace aproximadamente 12.000 años, los hielos que habían cubierto gran parte de Europa durante la última glaciación, el Würm, retrocedieron, y la Corriente del Golfo comenzó a dirigir sus aguas cálidas hacia nuestro continente. Para el ser humano, una de las consecuencias principales de este cambio climático fue el abandono de las cuevas. En efecto, el retroceso de los hielos transformó la tundra en bosques y la benignidad de las nuevas condiciones atmosféricas invitó a los grupos humanos a habitar en ellos. Pero la vida al aire libre supone también la necesidad de suplir las condiciones que ofrecía el refugio natural, es decir, protección contra las inclemencias atmosféricas y defensa frente a la voracidad de las alimañas. Y en el momento en que el ser humano sustituyó el refugio natural por otro artificial nació la Arquitectura. Construir es delimitar tridimensionalmente una parte concreta del espacio. Es también crear un referente, marcar un lugar con un hito que lo humaniza transformando el paisaje. Ahora bien, no todos los espacios, referentes, lugares, hitos y paisajes tienen la misma entidad. Los hay más trascendentes, más especiales y señeros que otros. El desplazamiento característico de los ortos y ocasos solares a lo largo del año y su ciclo en el que el centro y los extremos delimitan las estaciones, sólo son apreciables si las observaciones se realizan siempre desde el mismo sitio. Estos eventos predecibles que se suceden rítmica y repetitivamente, año tras año, confirman la existencia de un orden cósmico en el que los seres vivos están

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integrados y del que se depende directamente para la subsistencia. Tal constatación será tanto menos probable cuanto mayor sea el grado de movilidad de los grupos humanos, por lo que no es propia de las comunidades nómadas y sí de las sedentarias. El conocimiento de las normas que rigen las estaciones, o lo que es lo mismo, del cómputo del tiempo, es, por lo tanto, fruto de la permanencia. Pero el ser humano no es permanente. Su tiempo es finito e inexorablemente está destinado a morir. La vida es breve, sí, pero la muerte es eterna. Mientras la arquitectura para los vivos es tan efímera como la propia existencia, la de los muertos debe permanecer sólida hasta el fin de los días. La perdurabilidad de lo construido va en función de los materiales utilizados y de las técnicas constructivas, y éstos, del objetivo que se persigue con su realización. La paja, el barro, la caña, la madera o la piel de animal, son elementos perecederos; la piedra, sin

Recreación de un poblado de la Edad del Cobre en la finca de La Algaba (Ronda). La efímera arquitectura para los vivos frente a la eterna arquitectura para los muertos. Fotografía, Javier Pérez.

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embargo, permanece. Es el elemento constructivo de lo duradero, tanto más irreductible cuanto mayor es su tamaño… Esto son los dólmenes: espacio conquistado al Espacio, vestigios monumentales de una arquitectura para la eternidad.

El espacio dolménico Entre el V y el III milenios a.C. se desarrolla en amplias zonas de la Europa atlántica y en algunas mediterráneas una corriente cultural relacionada con pueblos de industria neolítica, cuya aportación más original son los monumentos que conocemos con el nombre de megalitos, es decir, construcciones realizadas a base de piedras gigantescas (de ahí su nombre griego: mega = grande / lithos = piedra).

Cromlech do Almendres (Évora, Portugal). Fotografía, Javier Pérez.

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Estas edificaciones responden fundamentalmente a tres modelos bien diferenciados: los menhires o simples piedras levantadas, los cromlechs o agrupaciones de menhires y los dólmenes, en los que se delimitan espacios cerrados mediante cámaras, corredores o con la combinación de ambos, y que luego se recubren con un túmulo. A su vez, la tipología de cada una de estas formas constructivas es sumamente variada. En cuanto a los dólmenes, nos centraremos en tres de sus tipos más característicos. En primer lugar, las llamadas galerías cubiertas o “antas”, cuya estructura interna consiste en un corredor dintelado delimitado por dos hileras de bloques formando las paredes (ortostatos), cerrado al fondo por otra piedra (cabecera) y cubierto con losas (cobijas). El segundo tipo es el constituido por los dólmenes de cámara y corredor en los que al final del pasillo se añade una estancia poligonal e igualmente dintelada. Por último, los dólmenes de falsa cúpula o “tholoi” son, en rigor, de cámara y corredor. Lo que les diferencia de aquéllos es, fundamentalmente, que sustituyen la cámara dintelada por la de falsa cúpula, de sección parabólica; una solución arquitectónica que consiste en cerrar la cámara aproximando hiladas de aparejo seco hasta rematarla con una gran losa a modo de clave. Esta solución implica también un cambio hacia la utilización de materiales no megalíticos. Los dos últimos tipos se caracterizan, además, por sus corredores divididos en segmentos mediante puertas (losas perforadas o jambas y dintel). La función más evidente de estos monumentos es la de tumba colectiva, como han demostrado el sinfín de excavaciones practicadas en ellos de un siglo a esta parte, en las que han sido halladas multitud de inhumaciones acompañadas de ajuar funerario. No obstante, a partir de los años 70, y gracias a la obra, entre otros, del investigador británico C. W. Renfrew y sus seguidores procesuales, se han venido poniendo de manifiesto (para las galerías cubiertas y los dólmenes de cámara y corredor) otras connotaciones que nos aproximan más al conocimiento de las estructuras sociales y económicas de aquellas comunidades. Estas concepciones, basadas tanto en el registro arqueológico como en paralelos antropológicos actuales, plantean un panorama social estructurado en clanes tribales de base ganadera y agrícola extensiva (de roza) y dedicados al pastoreo trashumante, por lo que cabría pensar que los sepulcros constituyeron su único elemento de permanencia. Estos grupos delimitarían y reafirmarían su

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dominio sobre las tierras de pastos mediante la presencia de las tumbas de sus antepasados, símbolo emblemático y duradero de esa legitimidad que atestigua la propiedad continuada, a lo largo de generaciones, del clan que las ocupa. Así pues, parece demostrarse para estos monumentos una segunda función, la de marca territorial, refrendada por sus emplazamientos, generalmente en lugares bien visibles, desde los cuales puede divisarse, a su vez, un amplio panorama. Marcas, por otro lado, respetadas tácitamente por los otros clanes, dado que no se conocen para estas comunidades indicios de belicosidad, ni en cuanto a armamento ni en cuanto a fortificaciones. No obstante, variables como el tamaño o la calidad constructiva parecen estar relacionados con el grado de riqueza, y por lo tanto de ostentación, de cada clan, es decir, con su capacidad para producir excedentes. Se ha calculado, por ejemplo, que para transportar la gran losa de cubierta del dolmen de Menga, cuyo peso se estima en 150 toneladas, fue necesaria la fuerza conjunta de alrededor de 800 hombres. La población de una comunidad que fuera capaz de liberar a 800 hombres de las tareas meramente de subsistencia para dedicarlos a un trabajo improductivo se ha estimado, a su vez, en unas 6.800 personas. Tal vez se trate de un cálculo exagerado, pero por mucho que lo sea, lo cierto es que no parece que el número de integrantes de estos clanes superara la cincuentena. Los argumentos de Renfrew en este sentido constituyen, hoy por hoy, la visión más aproximada a este fenómeno con la que contamos. Este investigador propone un sistema de relaciones entre clanes basado en fiestas rituales que se celebrarían en el curso del ciclo anual y en las que se sellarían alianzas (adopción de un comportamiento común tanto en caso de hostilidades como a la hora de celebrar estos festejos ceremoniales) y matrimonios (los hijos se casarían fuera del clan). Cuando la población de un grupo territorial sobrepasara la cifra idónea, algunos de los más jóvenes se segregarían marchando a fundar un grupo similar con su territorio propio. La construcción de la tumba megalítica sería entonces una de las etapas que debería franquear el nuevo grupo para establecer su identidad, por lo que sería necesario ser admitido como comunidad anfitriona de uno de estos festejos. Por supuesto, la aportación laboral de los clanes invitados recibiría cumplido pago mediante una hecatombe de bóvidos y carneros.

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Horizontes de sucesos El statu-quo alcanzado por las comunidades megalíticas del Neolítico final va a ser trastocado paulatinamente durante la Edad del Cobre. Razones, probablemente, de presión demográfica y de degradación del suelo por cambios medioambientales o por la propia acción antrópica, van a propiciar un giro socioeconómico trascendental mediante el que se accederá progresivamente a una verdadera economía de producción de alimentos. Las consecuencias de este cambio se traducirán en una decidida tendencia hacia el sedentarismo y a la belicosidad, como parece deducirse de la aparición de poblados fortificados; en la adopción de la agricultura como principal fuente de recursos, sustituyendo a la ganadería que pasa a un segundo plano; en una mayor estratificación social con la aparición de grupos dominantes, tal y como sugieren los símbolos de estatus y prestigio a los que se les asocia; en la adopción de la metalurgia; y en una nueva concepción del espacio funerario cuyos exponentes inequívocos son los dólmenes de falsa cúpula, generalmente agrupados formando necrópolis en áreas aledañas a los poblados. De esta forma, se va a perder en gran medida no sólo la función de marca territorial que estamos comentando sino también la que nos proponemos destacar en tercer lugar, es decir, la de control de los indicadores astronómicos. A partir de los años 70, esta cuestión suscitó el interés de un buen número de investigadores, británicos fundamentalmente (G. Hawkins, A. Thom, D.C. Heggie, C. Ruggles, A. Whittle. M. Hoskin o E.C. Krupp), que realizaron los primeros trabajos serios relacionados con alineamientos de menhires y cromlechs ingleses, escoceses, irlandeses y franceses. Muchos de los resultados de los trabajos de estos y otros investigadores han sido ampliamente divulgados y son famosos los múltiples alineamientos de tipo solar, lunar o incluso estelar, estudiados en yacimientos como los de Stonehenge o Carnac. Sin embargo, la relación que los dólmenes en concreto pudieran tener con estas prácticas astronómicas primitivas es bastante menos conocida, a excepción, tal vez, del caso de Newgrange en Irlanda, monumento en el que el primer rayo de sol del día del solsticio de invierno cruza una rendija abierta sobre la puerta principal y penetra hacia el interior por el largo corredor, hasta arrojar su luz sobre la piedra cabecera.

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Piedras de arenisca silícea actualmente en pie, incluyendo las reforzadas o vueltas a erigir Piedras de arenisca silícea caídas o desaparecidas

Alineamientos solares y lunares en la estructura de piedras de arenisca silícea de Stonehenge III, según Gerald Hawkins.

En España, aunque han proliferado en los últimos años, no son muy abundantes los trabajos sobre arqueoastronomía prehistórica, si bien cabe destacar, entre otros, el de L. E. Fernández et al., en el que se analizan estadísticamente las orientaciones de los sepulcros megalíticos en el área meridional de la Península, y otros más específicos como el de J. A. y J. R. Belmonte para los dólmenes de Valencia de

ESTE SURESTE SUR NORTE NORESTE NOROESTE SUROESTE OESTE

GALERÍA CUBIERTA

CÁMARA Y CORREDOR

FALSA CÚPULA

32=50% 25=39% 3=4,6% 2=3,1% 2=3,1% -

112=26,2% 259=60,6% 27=6,3% 4=0,9% 7=1,6% 5=1,1% 12=2,8% 1=0,2%

28=22% 77=60,6% 11=8,6% 6=4,7% 3=2,3% 2=1,5% -

Relación cuantitativa y porcentual entre los tipos de dólmenes analizados en el texto y sus orientaciones. A través de estos datos, referidos al área meridional de la península ibérica, parece confirmarse un predominio de las orientaciones al este y sureste. En las galerías cubiertas, el resto de orientaciones presentan escasos porcentajes. Respecto a estas, en los dólmenes de cámara y corredor descienden los porcentajes al este, aunque se incrementan las orientaciones al sureste, mientras el resto aparece más diversificado. Por último, los de falsa cúpula mantienen los porcentajes de los de cámara y corredor en cuanto a las principales orientaciones, pero también se registra un incremento porcentual en el resto. Según Luís Efrén Fernández,Victoria Eugenia Muñoz,Francisco José Rodríguez y Carlos Thode. Astronomía y Prehistoria ] 97


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Alcántara, los de S. López Plaza y otros para los de la zona nororiental de la Península Ibérica, o el de J. Salas y F. Barrionuevo para los de la provincia de Sevilla. De estos y otros estudios se desprende que, si bien no puede establecerse una norma general de comportamiento, ni siquiera dentro de un mismo conjunto, sí es posible afirmar que las galerías cubiertas y los dólmenes de cámara y corredor miran mayoritariamente al orto solar en algún momento del año y que, además, la galerías cubiertas presentan los más altos porcentajes de alineaciones, a veces rigurosamente exactas y otras muchas con ligeras desviaciones, respecto a los ortos solsticiales y equinocciales, lo que pone de relieve la importancia que aquellas comunidades daban a los ciclos solares y a los cambios de estación, tan vinculados a la previsión de las épocas secas y lluviosas, y cuyo control resultaba fundamental, tanto para la mecánica trashumante (pastos de invierno/pastos de verano o pastoreo/estabulación) como para la agrícola (siembra/recolección). El aprovechamiento de estos recursos naturales manifestados a través de las distintas posiciones del sol conduciría a la ritualización, mediante festividades y ceremonias, de algunos de estos sucesos astronómicos, los más notables, captados quizás como fenómenos en relación a determinados accidentes geográficos del horizonte y que orientaban a la comunidad en sus necesidades y propósitos comunes. Pero todo cambió cuando la sociedad se hizo más compleja. Probablemente, la responsabilidad del calendario recayó entonces en una clase más progresiva y especializada y el ritual superó al suceso celeste que lo recordaba. Como consecuencia, los dólmenes de falsa cúpula son los que presentan porcentajes más significativos en cuanto a otras orientaciones no vinculadas con los ortos solares, lo que parece sugerir, en principio, que responderían a otro tipo de motivación, fruto, tal vez, de modos de comportamiento sociales, políticos y económicos matizados o directamente distintos. Recinto funerario colectivo, marca territorial y lugar para el control de los ciclos estacionales, se perfilan, pues, como las tres funciones esenciales que pueden atribuirse a estos monumentos, lo que les convierte en catalizadores polivalentes de las normas de conducta y en reguladores que ordenaban con precisión las actividades sociales y económicas de su época.

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1.- La Arqueoastronomía de Antequera Michael Hoskin7 En su sentido más amplio, la arqueoastronomía es el estudio del papel del cielo en la cosmovisión de un determinado pueblo. En el Nuevo Mundo, especialmente entre los mayas, existen numerosas fuentes de información además de la estructura de los monumentos conservados: las inscripciones grabadas son comunes, han sobrevivido distintos códices escritos, y es posible interrogar a los descendientes modernos de los constructores acerca de la cosmovisión que les ha sido transmitida por sus antepasados. En el Viejo Mundo, sin embargo, los investigadores deben en buena medida contentarse con el estudio de las estructuras de los monumentos en sí mismos, y especialmente con las direcciones a las cuales miran, es decir, sus orientaciones. ¿Por qué, nos preguntamos, los constructores de cierto monumento escogieron orientarlo en esta dirección y no en otra? La primera posibilidad es que la orientación fuera escogida de forma completamente aleatoria, al azar. La primera tarea del investigador, por tanto, consiste en medir tantos monumentos como le sea posible

7 Profesor emérito de Historia y Filosofía de la Ciencia. Universidad de Cambridge. Texto traducido al español por Leonardo García Sanjuán.

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dentro de un grupo de ellos, para así ver si existe o no una pauta en las orientaciones. En mi experiencia, siempre, invariablemente, existe una pauta, que puede asumir distintas formas. Las tumbas reales de tipo tholoi de Micenas están orientadas apuntando cuesta abajo, una costumbre sorprendentemente inusual, dado que en numerosos lugares ello implicaría una reducción del esfuerzo implicado en la construcción. En el condado de Sligo, en Irlanda, hay tumbas que se orientan hacia un enorme túmulo de piedra ubicado encima de una montaña prominente. Ello es igualmente inusual, pero es importante que asumamos la posibilidad de que tales “objetivos” terrestres puedan haber existido, justo como las mezquitas se orientan a La Meca. La otra posibilidad es que la costumbre venga dictada por el cielo: que los monumentos estén orientados hacia algún fenómeno celestial. Pero ¿cómo podemos estar seguros de esto? En ocasiones se dan circunstancias que nos proporcionan cierta seguridad. Por ejemplo, las taulas de la Edad del Bronce de Menorca están prácticamente todas ubicadas eligiendo ubicaciones topográficas que tengan una perfecta visión del mar, concretamente en dirección al horizonte meridional. Obviamente no hay nada terrestre que ver en el mar, por lo que resulta innegable que los constructores orientaron las taulas en dirección al mar por que allí se veían algún objetivo celestial. Concretamente, las estrellas de la Cruz del Sur (y Centauro) ofrecían en aquella época una vista espectacular en la zona baja del cielo hacia el sur de Menorca. Normalmente, sin embargo, debemos confirmar que los monumentos se orientan a los cielos por medio de una demostración de que la costumbre se aplica sobre un área geográfica tan amplia que la referencia al cielo habría sido la única forma de compartir una tradición. Por ejemplo, las antas de siete ortostatos de la región del Alentejo (Portugal) se extienden sobre un área geográfica enorme, desde la costa atlántica a la frontera española, e incluso más hacia el este, y sin embargo todas y cada una de las 177 antas que yo he medido están orientadas al Oriente. El terreno es llano, no hay ningún accidente geográfico relevante, y por tanto no parece posible concebir cómo esta costumbre pudo haber sido expresada sino en relación al cielo. Por tanto, el arqueoastrónomo de Europa occidental procede de la siguiente forma. La mayoría de los monumentos a su disposición son

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dólmenes (las taulas de Menorca son una rara excepción). En una región dada, debe localizar los dólmenes de un tipo dado y medir sus orientaciones (la perspectiva imaginaria de los cuerpos desde dentro, cuando “miraban” hacia fuera a través de la entrada). Examina esas orientaciones para ver si siguen alguna pauta (sin duda con excepciones ocasionales). Si lo hacen, valora si la pauta deriva de la forma del terreno (como en Micenas), o de un “objetivo” terrestre, como una montaña sagrada. Pero si es capaz de demostrar que la pauta se extiende por un área de gran tamaño, entonces puede tener la seguridad de que la motivación fue astronómica. Si se siente convencido de que la motivación fue astronómica, entonces se le abren una serie de posibilidades. El “objetivo” puede estar bien definido, como por ejemplo el orto solar del solsticio de invierno, o el ocaso de una estrella en concreto; o puede caer en un rango, quizás hacia el orto solar o el orto lunar en un momento u otro del año. Las posiciones de orto y ocaso del sol y de la luna han cambiado poco desde los tiempos neolíticos, pero a causa del movimiento del eje de la Tierra conocido como precesión, las estrellas visibles hoy día son significativamente diferentes de aquellas visibles en el Neolítico: por ejemplo, la Cruz del Sur era visible desde Menorca en torno al 1000 a.C. pero hoy día no lo es. Esto crea un problema metodológico para aquellos que quieran afirmar que unas orientaciones dadas están dirigidas al orto u ocaso de una estrella en concreto: a menudo es posible seleccionar una fecha de construcción para la cual el punto de ascenso se hubiera encontrado en la dirección deseada, cualquiera que esta sea. Los dólmenes de Antequera plantean al arqueoastrónomo una seria dificultad: la arqueoastronomía es una ciencia estadística en la que en primer lugar se busca un patrón entre las orientaciones, y luego se persigue explicar el patrón. Desafortunadamente, cada uno de los tres grandes dólmenes de Antequera es único en su categoría dentro de la región inmediata, y no es posible establecer un patrón con un ejemplo único. Lo máximo que se puede hacer es comentar cómo la orientación de cada uno de los dólmenes antequeranos se relaciona con otros dólmenes andaluces de similares características.

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Menga No es posible medir la orientación de Menga con precisión, pero se orienta con un acimut (ángulo desde el norte geográfico) en torno a 45º, a medio camino entre el norte y el este. El horizonte es llano en esa dirección, y el cálculo muestra que Menga se orientaba al orto de los cuerpos astronómicos con declinación (ángulo norte del ecuador celeste) +34º. Esto es extraordinariamente inusual entre los sepulcros megalíticos de la Península Ibérica. La pauta clásica de los sepulcros megalíticos se encuentra en las antas de siete ortostatos del Alentejo portugués. Todos y cada uno de los 177 dólmenes de este tipo que he medido están orientados, sin excepción, al orto solar. Es decir, cada anta se orienta al orto solar de algún momento del año. Dado que el rango del orto lunar es un poco más amplio que el solar,

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extendiéndose unos cuantos grados más tanto por el norte como por el sur, se desprende igualmente que cada anta se orienta ocasionalmente al orto lunar. Para distinguir entre estas dos posibles explicaciones del patrón, tuvimos en consideración que la producción de comida debió haber sido prioritaria sobre la construcción de dólmenes, y que solo cuando la cosecha estaba recogida y la comida para el invierno asegurada, podría la gente haberse sentido libre como para embarcarse en la construcción de dólmenes. Evidentemente se exigía que los dólmenes se orientaran al sol (o la luna) en un momento u otro, y la forma más simple de garantizar el cumplimiento de esta exigencia habría sido construcción la tumba para que alineara al orto solar (o lunar) del día mismo en que su construcción daba comienzo. En realidad, más tarde esto se convirtió en la práctica habitual de construcción de las iglesias cristianas.

Orto solar del solsticio de verano en la necrópolis de Antequera, momento en que éste se produce más al norte. La Peña de los Enamorados queda a la izquierda, fuera de la imagen. Fotografía, Javier Pérez.

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Se desprende de ello que si los dólmenes se orientaban al orto solar, más que al lunar, podríamos esperar que la mayoría se alinearan con el orto solar de los meses de otoño, después de la cosecha, y esto es exactamente lo que encontramos. Por tanto parece altamente probable que las antas fueran alineadas con respecto al orto solar del día en que su construcción comenzó. Encontramos una pauta similar en otras partes de Iberia, especialmente en Montefrío (Granada), al este de Antequera. Allí, 38 de 41 tumbas se orientan al orto solar, especialmente el de otoño. Las tres excepciones miran más al sur, hacia el sol en su proceso de ascensión por el cielo. Un patrón alternativo, encontrado por ejemplo en el río Gor, al este de Granada, es más general: las tumbas se orientan bien al orto solar, o bien al sol cuando ya ha ascendido y se eleva por el cielo. Esto podría interpretarse como una relajación de una costumbre más antigua y estricta en relación con el orto solar. Lo que resulta más excepcional, sin embargo, es una orientación al norte del orto solar del solsticio de verano, es decir, en una dirección en la que nunca se va a ver el sol. Y esto es precisamente lo que tenemos en Menga. En el conjunto de Andalucía, donde he medido más de 300 megalitos de todo tipo, tan solo conozco otras dos tumbas, mucho menos importantes, en las que se da la misma circunstancia: Los Charcones (Benalup, Cádiz) y Dolmen de Bradford (Almadén de la Plata, Sevilla). Esto quiere decir que menos del 1% de los megalitos andaluces se orientan al norte del orto solar del solsticio de verano. Para el arqueoastrónomo, por tanto, Menga es prácticamente única. Mi opinión (y no es más que mi opinión) es que la orientación de Menga no tiene una motivación celestial sino terrestre, y que se orienta hacia la extraordinaria montaña de La Peña de los Enamorados, situada a 7 km de Antequera. Propuse esta opinión en mi libro publicado en 2001 y desde entonces la especial significación arqueológica de la parte específica de la montaña a la que Menga se orienta ha quedado demostrada por Leonardo García Sanjuán y David W. Wheatley. Se trata del único dolmen andaluz del que yo tenga conocimiento que se orienta a un objetivo terrestre. En realidad, hasta donde yo sé (y mis investigaciones han abarcado cerca de 3000 tumbas), en este aspecto Menga es un dolmen único en la Europa continental o la región mediterránea.

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La orientación del dolmen de Menga hacia la Peña de los Enamorados, situada más hacia el norte que el orto solar del solsticio de verano, descarta que este dolmen estuviera alineado con el sol. Fotografía, Javier Pérez.

Viera A pesar de su gran monumentalidad, Menga es similar en su concepto a otros cientos de sepulcros megalíticos de la Península Ibérica. Viera, por su parte, muestra un diseño que se encuentra más raramente. El único ejemplo análogo que yo conozco es el dolmen rescatado de las aguas de El Pantano de Los Bermejales, y este dolmen fue reconstruido en un lugar diferente, así que su orientación original se ha perdido. La orientación de Viera es de 96°, y mira al horizonte con una altitud de 4°, por lo que tiene una declinación de –21/2°. Por tanto se orientaba al orto solar a final de septiembre (y mediados de marzo). Parece probable que se orientara al orto solar de otoño, después de que la cosecha se hubiera completado.

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El Romeral Las tumbas de tipo tholos de Andalucía no se ajustan a ningún patrón, y El Romeral no es una excepción. La gran concentración de tholoi en Los Millares (Almería) se ajusta claramente al patrón del orto solar que se encuentra tan a menudo entre los sepulcros megalíticos, pero la pequeña serie de El Barranquete, situados a poco distancia hacia al este, incluye numerosas tumbas que se orientaban al sol después de su salida. Más alejado de Antequera, hacia el oeste, en Santa Bárbara de Casa (Huelva), encontramos tres pequeños tholoi, uno de los cuales se orienta al orto solar, y otros dos al sol después de su salida. En El Gandul, al este de Sevilla, un tholos mira al orto solar y otro al sol ya ascendido. Pero más próximos por su escala a la monumental construcción de El Romeral son los dos tholoi de Valencina de la Concepción, al oeste de Sevilla. El primero de ellos, Matarrubilla tiene una orientación absolutamente excepcional de 17 3/4°, un poco al este del norte geográfico. Su corredor es tan largo (37 metros) y tan perfectamente formado, que se intuye que la orientación debió ser de gran significación para los constructores; y sin embargo, no parece haber nada terrestre que pudiera haber sido el “objetivo”. Por supuesto, en el cielo no se habría visto nada tan al norte, con excepción de las estrellas, y la única estrella relevante de máxima importancia, Arturo, se encontraba en esa dirección en las décadas inmediatamente anteriores a 3100 a.C. Podemos decir, por tanto, que, intencionalmente o no, Matarrubilla se orientó al orto de Arturo, suponiendo que su construcción tuviera lugar en torno a esa fecha. Desafortunadamente, los arqueólogos sólo pueden decir que esa fecha es posible. Situada a poca distancia, La Pastora es inusual en tanto que se orienta a la mitad occidental del horizonte, con un acimut de 243°. No es un monumento único en este aspecto: en Los Millares, dos de los 48 tholoi que yo he medido se orientaban cerca del suroeste, aunque en todos los demás aspectos son iguales a las otras tumbas de este sitio, de las cuales 42 se orientaban al orto solar y 4 al sol después de su salida. La Pastora se orientó al rango del ocaso solar y lunar, de forma que el sol (o la luna) pudo haber sido su objetivo, pero no hay forma de saberlo. Pero si se orientó a una estrella, entonces esa estrella habría sido Sirio, la estrella más brillante del cielo en torno a 2200 a. C. De

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nuevo, la arqueología nos dice que esta fecha es plausible, aunque se desconoce la fecha exacta de construcción de La Pastora. El Romeral, como La Pastora, mira a la mitad occidental del horizonte, aunque su orientación tiene un acimut de 199°, mucho más al sur que La Pastora. El horizonte de Antequera tiene en esa dirección una altitud de 5°, lo que implica una declinación de –44 1/2°, muy lejos de los rangos del ocaso solar y lunar. Si la orientación de este monumento tuvo una motivación astronómica (y por supuesto no podemos estar seguros de ello), entonces el “objetivo” más probable habría sido el ocaso de la Cruz del Sur y las brillantes estrellas de Centauro. Ya vimos que estas son con mucha probabilidad el “objetivo” de las taulas de Menorca. La más brillante de estas estrellas, Alfa Centauri, tenía en torno a 1800 a. C. una declinación de –42° que se fue incrementando hasta –44 1/2° en torno a 1300 a.C. Las explicaciones más probables para las orientaciones de los dólmenes de Antequera, por tanto, es que Menga se orientaba con toda probabilidad a la cercana montaña de La Peña de los Enamorados, Viera posiblemente al orto solar (o lunar) y El Romeral posiblemente a la Cruz del Sur y las brillantes estrellas de Centauro.

2.- Antequera: el espacio ordenado y el tiempo bajo control Rafael Maura Mijares8 Partiendo de las observaciones llevadas a cabo por el Dr. Michael Hoskin en los monumentos megalíticos que integran el conjunto dolménico de Antequera, recientes trabajos han tratado de profundizar en sus tesis. Como se ha visto en el capítulo que precede a estas líneas, Hoskin propone dos alineamientos claros, el de Menga hacia La Peña y el de Viera hacia la salida del sol en los equinoccios. Para El Romeral no contempla una asociación nítida con el sol ni con un hito topográfico concreto, y apunta a un posible alineamiento de carácter estelar. No obstante, estos nuevos trabajos han puesto de relieve la posibilidad de ahondar en la búsqueda de otros referentes alternativos. 8 Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED.

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Las conclusiones de estos estudios ratifican para Menga la orientación hacia La Peña, aunque este alineamiento se completa integrando el túmulo de El Romeral y el abrigo con arte rupestre de Matacabras, en la misma Peña, sin que parezca, en efecto, poder asociarse a este dolmen con evento solar alguno; para Viera, el susodicho alineamiento con los ortos solares en los equinoccios; y para El Romeral, la orientación de su corredor hacia el otro hito geográfico señero de la zona, la sierra de El Torcal, así como una posible relación con el solsticio de invierno.

Dólmenes en el espacio El espacio arquitectónico Los dólmenes son las primeras muestras de arquitectura en piedra del ser humano. Como tales suponen la creación de espacios que antes no existían. Sus recintos interiores se concibieron para un uso trascendente, dar sepultura a los muertos y servirles de cobijo para la eternidad, por lo que fueron construidos con el material más imperecedero que conocían, la piedra. Al exterior se señalan en el paisaje como hitos ex nuovo, inequívocamente humanos, transformándolo de un modo permanente. Su esquema estructural es sencillo: un corredor y una cámara cubiertos por un túmulo. Su simbolismo también parecería claro: el útero, el seno y el embarazo maternos. Pero, aún participando de este mismo concepto, no hay dos dólmenes iguales. En primer lugar, los sistemas constructivos empleados condicionan sus formas. En los dólmenes dintelados, como los de Menga o Viera, para los que se emplean siempre grandes bloques se piedra, los vectores de fuerzas son simples, dando lugar a un tipo de arquitectura estática de formas rectilíneas; por el contrario, los de falsa cúpula o tholoi (tholos en singular), como el de El Romeral, en los que se utiliza el mampuesto para conseguir la técnica por aproximación de hiladas, las fuerzas vectoriales van más allá de la estricta perpendicularidad, originando un tipo de arquitectura dinámica que facilita la consecución de formas redondeadas muy condicionadas, además, por la propia morfología circular de las plantas. Pero incluso entre las mismas tipo-

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logías se dan también diferencias. Las distintas longitudes, alturas y volúmenes o la presencia o ausencia de elementos arquitectónicos complementarios como puertas perforadas, cámaras secundarias, pilares, etc., son las que dotan a este fenómeno de su notable variabilidad formal. Este hecho queda especialmente de manifiesto entre los tres monumentos que componen el conjunto megalítico de Antequera. El dolmen de Menga tiene un corredor corto en comparación con el

Planimetría de Menga de 1934. Según Wilfrid James Hemp.

desarrollo que presenta la cámara. La amplitud de sus espacios interiores es también muy inusual, y los pilares centrales lo convierten un monumento único. Viera es también un dolmen dintelado construido con grandes bloques, pero sus proporciones se ajustan con exactitud al esquema: un corredor largo y una cámara final en forma cúbica. A ambos espacios se accede a través de sendas puertas perforadas. El patrón del corredor largo y la cámara final se repite en El Romeral, si bien en este caso se añade una segunda cámara y no se sabe que formara parte de su estructura puerta perforada alguna. El cambio en cuanto a las técnicas arquitectónicas es evidente: aunque se utilizan

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Planimetría de Viera de 1934. Según Wilfrid James Hemp.

Planimetría de El Romeral de 1934. Según Wilfrid James Hemp.

grandes bloques para las cobijas, los contrafuertes y dinteles del acceso a las cámaras y para las claves de ambas, los muros están realizados mediante mampostería, introduciendo así formas curvadas, como los perímetros de las plantas de las dos cámaras o el perfil combado de sus muros. Asimismo, el corredor se eleva mediante la técnica de hiladas superpuestas, aunque en este caso su inclinación, también hacia dentro, es rectilínea.

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Los tres dólmenes antequeranos son los prototipos a gran escala del resto de monumentos megalíticos andaluces. Cada uno en su tipología no fue superado en ningún caso en cuanto a grandiosidad y perfección técnica. He aquí, pues, el paradigma del megalitismo andaluz. Los dólmenes de Antequera son una de las cumbres del fenómeno megalítico, obras pioneras y modélicas en cuanto a la creación de recintos arquitectónicos. De hecho, tanto la cámara hipóstila de Menga como la gran bóveda de El Romeral, se cuentan entre los espacios interiores más amplios del mundo. Sus proporciones son tan exageradas que incluso se ha dudado, y se duda aún hoy en día, de su función sepulcral, mucho más evidente, quizá, en el dolmen de Viera o en la cámara secundaria de El Romeral. Si lleváramos esta hipótesis hasta sus últimas consecuencias, concluiríamos que el conjunto megalítico antequerano podría estar definido por dos fases constructivas. En la primera se edificarían los dólmenes de Menga y Viera como un proyecto único, en el que Viera desempeñaría el papel de sepultura colectiva y Menga tendría unas connotaciones ceremoniales, relacionadas también con los ritos funerarios, aunque tal vez más abiertas, que por ahora se nos escapan. La segunda fase, más reciente, en la que se construiría El Romeral, unificaría en un solo monumento ambas funciones, dedicándose la gran cámara a espacio ceremonial y la cámara secundaria a las prácticas de enterramiento propiamente dichas. Aunque en la actualidad no pueden avalarse arqueológicamente estas ideas, sobre todo en lo referente a la existencia de dos fases constructivas, sí encontrarían su complemento, como veremos, en las relaciones de visibilidad que presentan las orientaciones de los corredores de estos dólmenes con los hitos geográficos más significativos del paisaje y ciertos eventos solares relacionados con los cambios de estación. El espacio territorial Con su apariencia externa, los dólmenes de Antequera contribuyen a la creación del paisaje y al ordenamiento del territorio. Sus túmulos señalan lugares nuevos, humanos, hitos de referencia que se suman y conectan con los que ya existían de forma natural. En efecto, los grupos humanos que poblaron las sierras y piedemontes de las Cordilleras Béticas en la Prehistoria reciente eran de base econó-

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mica ganadera y explotación agrícola complementaria, y se dedicaban fundamentalmente al pastoreo trashumante. Dichos grupos delimitaban y reafirmaban su propiedad sobre las tierras de pastos mediante la presencia de las tumbas de sus antepasados. Estas marcas territoriales eran respetadas tácitamente por el resto merced a las complejas normas de conducta de una sociedad estructurada en clanes y linajes, y basadas en relaciones de intercambio, reciprocidad y cooperación. Se tiene constancia de una utilización sucesiva a través de los siglos de las tumbas megalíticas, debido probablemente a su condición de sepulcros colectivos destinados a recibir los restos mortales de sucesivas generaciones de miembros de un clan o de un linaje. El conjunto megalítico de Antequera participó, sin duda, de estas características. Por su condición de referentes espaciales, estos dólmenes sirvieron para legitimar la propiedad territorial y su aprovechamiento económico por parte de los grupos humanos que los construyeron y dieron uso. Pero además formaron parte de un nuevo

Líneas maestras de las orientaciones de los dólmenes de Antequera. Según Rafael Maura.

ordenamiento simbólico del espacio, en el que estaban relacionados otros referentes naturales de carácter geográfico. Dichas vinculaciones se desprenden de las orientaciones de los ejes de los corredores de Menga y El Romeral, cuyos campos de visión se centran en los dos accidentes geográficos más significativos del entorno, la Peña y El Torcal, respectivamente. El dolmen de El Romeral, probablemente

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más reciente que los de Menga y Viera, se inserta también de manera consciente en la línea visual que forman Menga y La Peña, demostrando un interés por entroncar este nuevo proyecto con las líneas maestras del proyecto anterior. Mediante estas relaciones de visibilidad, que se completan con la inclusión del arte rupestre marcando los diferentes hitos geográficos que jalonan los bordes de la depresión de Antequera, se articula un ordenamiento simbólico que se traduce, al cabo, en un ordenamiento físico del territorio.

La Peña de los Enamorados como centro de un entramado de líneas de visualización en el que están implicados los conjuntos rupestres de la periferia de la depresión de Antequera. Según Rafael Maura.

Así, la propiedad de un espacio económico se justifica mediante la presencia de las tumbas de los antepasados del grupo y se delimita a través del marcado iconográfico tanto de los hitos geográficos centrales como de los periféricos. Orden social, orden económico, orden territorial. Orden.

Dólmenes en el tiempo El tiempo astronómico El ordenamiento del espacio está estrechamente ligado al control del tiempo. No en vano, el carácter de las actividades económicas primarias características de estos grupos prehistóricos viene condicionado por los ciclos naturales. En este sentido, el Sol es un valor infalible que

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representa como ningún otro cuerpo celeste el orden del Universo. Sus ciclos son estables e inmutables (prácticamente son iguales ahora que hace cinco mil años), marcándonos nítidamente períodos naturales como el día y la noche, las estaciones o los años. Describamos dichos ciclos de forma algo más pormenorizada. Lo primero que observarían estos grupos humanos es que, situados en un lugar fijo de observación, el sol no sale todos los días por el mismo punto del horizonte. Mirando hacia el este, saldrá justo frente nosotros en los equinoccios, es decir, los momentos en que el día y la noche tienen la misma duración. Esto ocurre dos veces al año, al comienzo de la primavera y del otoño. Pongámonos en el equinoccio de primavera. A lo largo de la misma, el sol saldrá cada día más hacia el norte hasta llegar a un punto extremo. Es el solsticio de verano, en el que los días son más largos y las noches más cortas. A partir de entonces, el sol irá retrocediendo cada mañana hasta volver al centro, es decir, al este. Es el equinoccio de otoño. Luego, a medida que transcurre esta estación, el sol saldrá cada vez más hacia el sur, alcanzando su punto extremo en el solsticio de invierno, momento en que los días son más cortos y las noches más largas. Después, durante el invierno, los ortos solares irán retrocediendo cada día hasta alcanzar el punto de partida, de nuevo el este, de nuevo el equinoccio de primavera. Así, habrá transcurrido un año y habremos establecido de forma exacta el principio y el fin de las cuatro estaciones. Hacia el oeste, las puestas de sol funcionan del mismo modo. Como se ha visto, el este y el oeste son puntos intermedios en el recorrido anual de los ortos y ocasos solares respectivamente. No hay

El este es el lugar por donde sale el sol en los equinoccios, un punto no natural situado entre los ortos solares de los solsticios que delimitan el recorrido aparente del sol en el horizonte. Según Rafael Maura.

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referentes naturales que los marquen y, por lo tanto, se trata de demarcaciones artificiales; es el ser humano quien determina que existe un centro entre ambos extremos. Pero sobre todo en lo que concierne al este podemos asegurar que se trata de un punto conocido por las comunidades de la Prehistoria reciente, en función de los numerosos alineamientos hacia ese lugar del horizonte que encontramos en la mayoría de los dólmenes, en especial los dintelados de corredor, lo que contribuye a identificar este punto cardinal, de un modo amplio, con lo funerario. Determinar estos puntos sólo es posible tras largas series de observaciones realizadas siempre desde una misma posición. Es por eso que se atribuye este conocimiento a sociedades con un alto grado de sedentarismo. En otras palabras, la orientación de un dolmen hacia la salida del sol en los equinoccios supone establecer un centro entre dos puntos naturales (los ortos solares de los solsticios de verano e invierno). Es un hecho fascinante, ya que se trata de una decisión humana arbitraria y deliberada que implica, no ya unas nociones incipientes de astronomía o un conocimiento muy exacto del principio y el fin de las estaciones sino, ante todo, una primera aproximación al cómputo del tiempo.

El sol sale tras las montañas en el solsticio de verano. Este hecho puede observarse también desde el interior del dolmen de Menga. Fotografía, Javier Pérez.

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No obstante, aparte de su relación visual con La Peña, el dolmen de Menga no parece poder vincularse de un modo claro con eventos astronómicos de carácter solar. A pesar de esto, la incidencia directa de los rayos del sol en la cámara se produce únicamente en torno al solsticio de verano, ya que el resto del año sólo alcanzan a iluminar el lateral norte del corredor a diferentes alturas según la época. En estos pocos días el sol matutino penetra actualmente en el dolmen iluminando los cinco primeros ortostatos, el borde saliente del sexto (que es el inicio de la cámara), cuya cara interna queda en penumbra, el séptimo y parte del octavo. El reflejo contra el suelo empedrado y los pulidos bloques se proyecta hacia el fondo originando líneas de sombras al interponerse los pilares, que alcanzan la piedra cabecera hacia su centro dividiéndola verticalmente en tres partes aproximada-

Menga iluminado por el sol en el amanecer del solsticio de verano. Fotografía, Javier Pérez.

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mente iguales, dos iluminadas a los extremos y una oscura en la zona central. Es durante estos ortos solsticiales cuando el dolmen recibe más luz natural, siendo por lo tanto también más nítido el contraste entre luces y sombras. En cualquier caso, se trata de un efecto lumínico bastante inconcreto, por lo que, en principio, se descartan las relaciones con eventos solares que pudieran atribuirse a este dolmen.

La incidencia directa de los rayos del sol en la cámara del dolmen de Menga se produce únicamente en torno al solsticio de verano, ya que el resto del año sólo alcanzan a iluminar el lateral norte del corredor a diferentes alturas según la época. En estos pocos días el sol matutino penetra en el dolmen iluminando los cinco primeros ortostatos, el borde saliente del sexto, cuya cara interna queda en penumbra, el séptimo y parte del octavo. El reflejo contra el suelo empedrado y los pulidos bloques se proyectaría hacia el fondo originando líneas de sombras al interponerse los pilares, que alcanzarían la piedra cabecera hacia su centro dividiéndola verticalmente en tres partes iguales, dos iluminadas a los extremos y una oscura en la zona central. Es durante estos ortos solsticiales cuando el dolmen recibe más luz natural, siendo por lo tanto también más nítido el contraste entre luces y sombras. Según Rafael Maura.

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El orto solar en los equinoccios puede observarse desde el interior de la cámara del dolmen de Viera. Fotografía, Javier Pérez.

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El dolmen de Viera, por el contrario, es paradigmático en este sentido. En los amaneceres equinocciales, el sol se alinea con el corredor y su luz penetra directamente en el interior durante unos minutos. Dado que desconocemos la longitud real del pasillo, sólo podemos seguir su recorrido a partir de la primera puerta perforada y aún así la altura de su vano es hipotética. Teniendo en cuenta estos condicionantes, un fuerte haz de luz se introduciría por el orificio de esta puerta e incidiría directamente sobre el segundo tramo del suelo del corredor, produciendo un destello que se proyectaría en sentido contrario hacia el fondo iluminando la puerta perforada que da acceso a la cámara. La luz penetraría en ella como un haz horizontal reproduciendo sobre la piedra cabecera la silueta cuadrangular del vano de dicha puerta. El efecto se vería aumentado con el pulido enlosado del suelo. Debido al carácter restrictivo al paso de la luz que implican las puertas perforadas, el interior del dolmen permanecería casi en la oscuridad el resto del año. No obstante, dada su condición de tumba prácticamente inequívoca, debe suponerse que permanecería cerrada la mayor parte del tiempo, lo que sugiere el interrogante de si se abriría cada vez que se produjera una muerte o si sólo se haría en determinados momentos impuestos por el ritual. Si fuera así ¿qué ocurría entonces con los cadáveres de aquellos que murieran en otras fechas? ¿Dónde reposarían hasta el momento de ser inhumados? ¿Es posible que las grandes salas de Menga y El Romeral sirvieran a ese propósito? Son preguntas aún sin respuesta, pero que también se cuestionan los prehistoriadores. No en vano, su misión última es la de hacernos comprender, en la mayor medida posible, el significado de estas obras grandiosas.

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En los amaneceres equinocciales, el sol se alinea con el corredor del dolmen de Viera y su luz penetra directamente en su interior durante unos minutos. Dado que desconocemos la longitud real del pasillo, sólo podemos seguir su recorrido a partir de la primera puerta perforada y aún sí la altura de su vano es hipotética. Teniendo en cuenta estos condicionantes, un fuerte haz de luz se introduciría por el orificio de esta puerta e incidiría directamente sobre el segundo tercio del suelo de este tramo del corredor, produciendo un destello que se proyectaría en sentido contrario hacia el fondo iluminando la puerta perforada que da acceso a la cámara, penetrando en ella como un haz horizontal y reproduciendo sobre la piedra cabecera la silueta cuadrangular del vano de dicha puerta. El efecto se vería aumentado con el enlosado del suelo. Debido al carácter restrictivo al paso de la luz que implican las puertas perforadas, el interior del dolmen permanecería prácticamente en la oscuridad el resto del año. Según Rafael Maura.

Más complejos son los efectos lumínicos que se originan en el interior de El Romeral. Ya con anterioridad se había señalado que su eje apunta a la sierra de El Torcal, un paraje cuya singularidad sería apreciada en la Prehistoria igual que lo es ahora, constituyendo un hito geográfico de espectacularidad comparable con la de la propia Peña de los Enamorados y siendo el lugar donde se encuentran las mayores elevaciones del territorio. Pero este monumento pudo también haberse querido relacionar con los ciclos solares, aunque de un modo quizá más hermético y sofisticado que el dolmen de Viera.

Vista de la parte posterior del túmulo de El Romeral. Su corredor se orienta hacia las imponentes alturas de El Torcal, al fondo. Fotografía, Javier Pérez.

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Aproximadamente al mediodía en el solsticio de invierno, cuando el sol se alinea en su altura más baja con el corredor de El Romeral, sus rayos se proyectan directamente en el suelo de la entrada hasta su máxima profundidad, reflejando la luz en sentido contrario. Esta luminosidad, focalizada gracias a la longitud del corredor, penetra hasta la

El sol se alinea en su altura más baja con el corredor de El Romeral hacia medio día del solsticio de invierno. Fotografía, Javier Pérez.

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cámara principal, conformando la silueta de su puerta dintelada sobre la pared contraria y quedando cortada hacia la izquierda por el vano que da acceso a la segunda cámara. Siguiendo su recorrido, la sección del haz lumínico que no ha sido detenida por la pared de la cámara principal continúa a través del corto pasillo de acceso a la cámara secundaria para alcanzar finalmente el fondo del dolmen, adoptando la forma de un rectángulo vertical sobre la losa del suelo de la cámara secundaria. Este efecto es tanto menor cuanto más nos alejamos del solsticio de invierno, ya que la pérdida de oblicuidad de los rayos del sol se traduce en una menor intensidad del haz lumínico reflejado en el suelo. La visibilidad que se obtiene en el interior a través de este resplandor, que permite un

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Un haz de luz atraviesa la gran cámara de El Romeral desde el umbral del corredor hasta la entrada a la cámara secundaria. Fotografía, Javier Pérez.

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La luz proveniente del corredor de El Romeral se proyecta finalmente hasta el fondo de la cámara secundaria. Fotografía, Javier Pérez.


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buen desenvolvimiento en penumbra, quedaría también entonces muy reducida. Finalmente, el suelo empedrado del dolmen contribuiría a aumentar dicho efecto lumínico, que tampoco se vería alterado por la longitud real del corredor.

Aproximadamente al mediodía en el solsticio de invierno, cuando el sol se alinea en su altura más baja con el corredor del tholos de El Romeral, sus rayos se proyectan directamente en el suelo de la entrada hasta su máxima profundidad, reflejando la luz en sentido contrario. Esta luminosidad, focalizada gracias a la longitud del corredor, penetra hasta la cámara principal, conformando la silueta de su puerta dintelada sobre la pared contraria y quedando cortada hacia la izquierda por el vano que da acceso a la segunda cámara. Siguiendo su recorrido, la sección del haz lumínico que no ha sido detenida por la pared de la cámara principal continúa a través del pasillo de acceso a la cámara secundaria para alcanzar finalmente el fondo del dolmen, adoptando la forma de un rectángulo vertical sobre la losa del suelo. Este efecto es tanto menor cuanto más nos alejamos del solsticio de invierno, ya que la pérdida de oblicuidad de los rayos del sol se traduce en una menor intensidad del haz lumínico reflejado en el suelo. La visibilidad que se obtiene en el interior a través de este resplandor, que permite un buen desenvolvimiento en penumbra, quedaría también entonces muy reducida. Asimismo, el suelo empedrado del dolmen contribuiría a aumentar dicho efecto, que tampoco se vería alterado por la longitud real del corredor. Según Rafael Maura.

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Como se observa, este estudio se ha centrado en los efectos lumínicos que el sol produce en el interior de los dólmenes, ya que se descarta por completo que sus cámaras, sus corredores o las cúspides de sus túmulos, por ejemplo, sirvieran como observatorios. De hecho, no podemos conceder al reconocimiento de los ciclos solares una motivación de carácter científico, porque estos grupos humanos de la Prehistoria estaban completamente alejados de cualquier esquema de pensamiento racionalista. Antes bien, en estos hechos deben buscarse connotaciones ritualísticas. Lo importante no era la observación de un orto solar determinado, sino que, en momentos puntuales del año, la luz del astro rey inundara el reino de los muertos. En Viera este hecho ocurre en los equinoccios, pero, como hemos visto, muchos dólmenes no se orientan exactamente hacia ese punto, aunque sí, en una proporción mayoritaria, hacia otros amaneceres. Como respuesta a esta variabilidad, Hoskin propone una interesante teoría, según la cual, los dólmenes estarían orientados hacia el amanecer del día en que comenzaron a construirse. En definitiva, parece que pueden reconocerse hasta cuatro alineamientos en esta necrópolis, dos de carácter geográfico (Menga-La Peña y El Romeral-El Torcal) y otros dos de carácter astronómico (Viera-equinoccios y, no sin ciertas reservas, El Romeral-solsticio de invierno). Estos hechos suponen que el binomio Menga-Viera contó con un alineamiento geográfico y otro astronómico, mientras que en El Romeral se darían ambos tipos de alineamiento en un solo edificio. De aceptarse esta hipótesis podría concluirse que El Romeral se presenta como un verdadero prodigio de ajuste a los patrones de visualización, ya que, además de ubicarse en la línea preestablecida por el eje Menga-La Peña, se orienta hacia el único punto del horizonte donde coinciden un eje visual de relación con un hito geográfico singular y un evento astronómico vinculado con el ciclo solar. Estas apreciaciones serían coincidentes con las singularidades espaciales que se vieron más arriba y que consideraban a Menga y Viera como integrantes necesarios de un primer proyecto constructivo, frente a la unificación conceptual que supone la presencia de las dos cámaras en el proyecto posterior de El Romeral. Habrá que esperar a que el tiempo y la Arqueología verifiquen o refuten estos extremos.

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El tiempo eterno El sol es la luz frente a la oscuridad, el calor frente al frío, la vida frente a la muerte. Sus ciclos no tienen fin. Sale y se pone cada día en un constante morir y renacer. Nada simboliza como el sol la paradoja del eterno retorno. La vida que conduce a la muerte y la muerte que conduce a la vida. El tránsito por el que todos hemos de pasar. El control del tiempo integra al ser humano en el cosmos: la vida (breve) y la muerte (eterna) como hechos inseparables de los ciclos periódicos e inexorables de la naturaleza. En consecuencia, se adecuan los espacios para la vida (la choza efímera) y para la muerte (la sepultura imperecedera). Los rituales para la muerte emulan los rituales para la vida. El difunto penetra en el útero de la madre Tierra, preñada como un túmulo, para fecundarla en espera de su renacimiento en la otra vida. Conocer los ciclos solares y establecer posiciones intermedias que marcan los puntos cardinales supone un notable avance en cuanto al control del tiempo, algo que no podemos intuir con tanta nitidez en períodos anteriores. Los monumentos megalíticos nos ofrecen argumentos bastante consistentes en este sentido, ya que su dimensión temporal se refleja tanto en su interés por perpetuar el pasado (culto a los muertos) como en un afán de perduración en el futuro (solidez constructiva). En efecto, mientras que las sociedades que construyeron y usaron los dólmenes se diluyeron entre los marasmos del tiempo, sus obras perduraron a través de los siglos, tan sólidas que han llegado hasta nosotros. Y no sólo han trascendido como meros elementos estructurales. Pueblo tras pueblo, civilización tras civilización, el sitio de los dólmenes de Antequera siguió siendo un lugar funerario. De ahí los enterramientos romanos localizados en Viera, o las exhumaciones árabes en la entrada de Menga, e incluso la ubicación inmediata del cementerio cristiano. Los dólmenes de Antequera ya no son la casa de los muertos. Hace mucho tiempo que fueron saqueados y que los restos humanos de aquellos que merecieron o a los que correspondió ser enterrados con tan sofisticado ritual, se han convertido en polvo. No, los arquitectos

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megalíticos de Antequera y sus contemporáneos no consiguieron su principal propósito: que sus construcciones sirvieran como lugar inviolado para el discurrir eterno de sus antepasados, y probablemente de ellos mismos, por la otra vida. Pero tras milenios de abandono, otros seres humanos, nosotros, sin ninguna duda sus herederos, hemos comenzado a reconocernos en estos ancestros remotos. Se valoran sus portentosos logros, su capacidad de organización, su habilidad para ordenar el espacio y controlar el tiempo. Organización, orden, control. Producción, propiedad, redes de intercambio. He ahí el origen de nuestros actuales modos de vida. Hoy, el presente de los dólmenes les augura un largo futuro. Se entiende que forman parte incuestionable del patrimonio cultural del ser humano y que como tales deben ser reconocidos para el disfrute y la admiración de todos. Nuestra es la virtud de saber valorarlos y conservarlos, pero el mérito es de aquellos que con sus inmortales monumentos imprimieron en Antequera los sellos indelebles que posibilitan, a través de un insólito viaje en el espacio-tiempo, que seres separados por más de cinco mil años puedan darse la mano.

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IV. EL CENTRO SOLAR MICHAEL HOSKIN


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1.- El proyecto arquitectónico Aurora Villalobos Gómez9 “No habitamos porque hemos construido, sino que construimos y hemos construido en la medida en que habitamos [...] El construir ya es en sí mismo el habitar” (HEIDEGGER, 1994; p. 133).

Vista general del Centro Solar. Fotografía, Javier Pérez. 9 Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. El Centro Solar Michael Hoskin ] 133


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En ningún proyecto el lugar se entiende sólo como el área de actuación sobre la que se construye el objeto arquitectónico o el entorno inmediato donde se inserta, sino que se consideran otras cuestiones de interés, como son en este caso la escala del monumento, del recinto arqueológico y del territorio o, lo que es lo mismo, la presencia cercana de los túmulos, intermedia de la Peña de los Enamorados y lejana de la Vega de Antequera. Es más, podríamos decir que los propios dólmenes sintetizan las diferentes escalas de lo patrimonial por tener en la vega su contexto y su referencia en la Peña de los Enamorados (Menga), la dirección del orto solar en el equinoccio de otoño (Viera) y El Torcal (El Romeral). Como veremos, todos estos elementos están presentes en el impulso y puesta en marcha del Centro Solar en el recinto primero del Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera. Este recinto tiene su razón de ser en los dólmenes de Menga y Viera y comprende una superficie próxima a las 8 Ha. en la que se reconocen dos zonas: el Campo de los Túmulos (zona monumental, con protección BIC, a una cota máxima de 500 m) y el Llano de Rojas (zona en torno al edificio sede, con menor protección arqueológica, a una cota de 476 m). Cuando en 1989 se proyecta la ordenación general del recinto se considera el carácter desigual de ambas zonas y se decide concentrar las nuevas aportaciones en la segunda. Era una zona degradada (antigua autoescuela y vertedero de escombros), en una posición extrema (entonces no se planteaba aumentar la delimitación del yacimiento hacia el Cerro del Marimacho), con grandes desniveles (entre la cota de la ciudad y la vega) y colindante con situaciones muy divergentes (cementerio municipal, concesionario de vehículos, entre la carretera antigua y la nueva ronda norte) por lo que se entendió que era la posición idónea para la implantación de una nueva estructura constituida por un sistema de recorridos, espacios abiertos y edificaciones. Los recorridos venían a sustituir el itinerario tradicional que se iniciaba en el ángulo suroeste del yacimiento, en el punto más próximo al núcleo urbano, cuando sólo se visitaba el Campo de los Túmulos. Se trataba de un camino rodado que pasaba por encima del túmulo de Menga y que seguramente se acondicionara desde el siglo XIX; ahora quedaba constreñido en su acceso por la implantación de una gasolinera. Los nuevos recorridos peatonales querían registrar todo el recinto e identificarse con unos ejes que representaran la superposi-

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Estado del recinto 1 en abril de 2011. Plano elaborado por los arquitectos Pau Soler Serratosa y José Ramón Menéndez de Luarca.

ción de geometrías que se encontraban diacrónica y sincrónicamente en el recinto para fundirse en el edificio sede. De ellos, se ha ejecutado el eje paralelo a la línea de pilares de Menga, materializando un camino ascendente que une el Llano de Rojas con el Centro Solar. El Centro Solar se conforma como un espacio abierto de carácter funcional y significativo que proporciona una primera experiencia del lugar a través de las visuales cercanas, medias o lejanas. Se ejecuta en la segunda fase de ordenación del recinto. Es el espacio de transición hacia la zona monumental, del que parte el recorrido ascendente hacia el Campo de los Túmulos según la alineación del eje del corredor del dolmen de Viera. Se dispone a los pies de este promontorio, a una cota de 489 m, apoyado en el límite sur del recinto con la ciudad, formando un triángulo invisible con los túmulos de Menga y Viera, como vértice común con la implantación que supone el sistema de acceso al recinto. Constituye una explanada de 300 m2 de superficie, con aspecto de plaza dura. Entendemos que su forma y materialidad -

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intencionadamente contemporáneas- pretenden evocar la geometría circular de los túmulos y reinterpretar la cualidad megalítica de los dólmenes en la piedra artificial del siglo XX. En verdad se organiza como un auténtico sistema de relojes solares y otros mecanismos astronómicos que vincula nuestro tiempo y paisaje presentes con fenómenos naturales comunes a toda la historia de la humanidad. De este modo, el sol se convierte en un elemento del proyecto a partir de la definición de un gnomon o varilla que proyecta su sombra sobre un plano graduado denominado limbo, dándonos información no sólo sobre la hora, sino también sobre la época del año o los solsticios y equinoccios. En el año 2005, el arquitecto José María Raya Román -experto en geometría solar- planteó en el pavimento un primer diseño de reloj solar azimutal con diversas aplicaciones: dar la hora valiéndose de la sombra proyectada por el observador si se ubicaba en el punto donde viene indicada la fecha del día, comprobar la hora de paso del sol por el eje de una serie de monumentos megalíticos escogidos, o señalar los puntos de paso del sol por el horizonte de Antequera el día de los solsticios y equinoccios. Se trataba de un reloj sin gnomon fijo que aprovechaba esta propiedad para incorporar, de manera muy sugerente e interactiva, al propio observador como elemento decisivo para dar la hora según sus intereses. A partir de este asesoramiento, el arquitecto redactor del proyecto inicial de ordenación -Manuel Salado Ordóñez- propuso en 2007 un nuevo diseño para el Centro Solar que asumía estas mismas funciones pero materializadas en elementos diferentes: un reloj solar ecuatorial local de tiempo verdadero (es decir, donde la hora marcada es la veinticuatroava parte del tiempo que tarda el sol en pasar dos veces consecutivas por el meridiano local. Esto se consigue colocando el gnomon paralelo al eje terrestre y el limbo en un plano perpendicular para que la sombra proyectada avance a la misma velocidad que el Sol, es decir, 15º cada hora), otro reloj solar horizontal sobre el pavimento (ordenado en la dirección este-oeste, como el eje de Viera), un banco longitudinal que se transforma en una meridiana que indica el mediodía a lo largo del año por medio de una chapa metálica (donde se pueden observar además las orientaciones de los principales dólmenes de la península Ibérica) y un muro cilíndrico que incorpora el perfil del horizonte con la

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señalización de los ortos solares (especificando en cada uno de ellos la hora exacta en la que el sol pasa por este horizonte los distintos días del año). Con todo esto, el Centro Solar se convierte en un área dinámica en la que confluyen las circulaciones de las personas con los movimientos del sol, de una manera tan precisa que podríamos experimentar al abierto y de manera consciente esa sensación de misterio que tendrían los antiguos pobladores dentro de estos monumentos megalíticos. Esta percepción inmediata del significado de las orientaciones de los dólmenes –proporcionada al visitante por medio de los relojes solares– nos recuerda la presencia de los dólmenes en el territorio, sólo reconocida a lo largo del tiempo por unos cuantos testigos. Por eso el lugar se convierte en un Memorial de los Dólmenes, definido por el Olivo Centenario que estuviera durante años ante el atrio de Menga, rodeado en su nueva ubicación por un conjunto de monolitos –a modo de crómlech atemporal– que contienen los nombres de las personas que han contribuido a la tutela y valorización del Conjunto Arqueológico, desde el siglo XVI hasta la actualidad.

Jose María Raya Román exponiendo su diseño del reloj solar azimutal. De izquierda a derecha, Clive Ruggles, Michael Hoskin, Bartolomé Ruiz, Leonardo García y José María Raya. Fotografía, Javier Pérez.

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Pero además, comprender el proyecto arquitectónico del Centro Solar implica plantearse no sólo las circunstancias concretas en que se planificó o las peculiaridades de su ejecución, sino también el contexto cultural en el que se enmarca esta singular operación proyectual que recoge toda una tradición arquitectónica de construir por medio de la luz y la sombra. Como indica Louis Kahn, “volver al inicio de cualquier actividad humana es su momento más extraordinario ya que manifiesta su voluntad de ser. En ese instante está contenido el espíritu y la vitalidad de ese hacer, del que debemos obtener inspiración continuamente para dar respuesta a nuestras necesidades” (KAHN, 2002; p. 91). Plantear el proyecto de un centro solar, más que definir un programa de usos público o distribuir determinados elementos muebles en un espacio abierto, supone cuestionarse el sentido de la luz natural. La arquitectura es un medio que manipula la luz emitida y determina su distribución: la rompe, la derrama, la dispersa, la concentra, la direcciona... A su vez, la luz solar produce tres efectos en la arquitectura. Primero, nos permite conocer la dimensión, forma, color y textura de los objetos; cuando es difusa, abundante y uniforme, muestra el objeto tal como es, cumpliendo una función básica de iluminación del espacio para poder desenvolver en él las tareas correspondientes. En segundo lugar, si no se dan estas condiciones, la luz valora los objetos, haciéndolos más pesados o ligeros, ásperos o suaves… de un modo variable y sujeto a las relaciones con los demás objetos. Tercero, la misma luz se puede convertir en objeto mismo de nuestra atención por los cambios que experimenta a través del movimiento de la sombra arrojada, los gradientes de intensidades de color y así hacernos sentir el paso del tiempo. El propio movimiento de la luz natural dentro de un edificio o en un espacio abierto incorpora la componente temporal a la experiencia estética del espacio, pudiendo leerse de manera diferente según las horas. Estos tres aspectos interactúan en la contemplación de un reloj solar, donde la luz misma –y su compañera inseparable la sombra– se convierten en protagonistas. Es más, éstas se convierten en un recurso para la arquitectura que permite materializar la relación con lo trascendente. Esto sucede cuando los fenómenos naturales -como la luz- se tienen por sobrena-

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Ejecución de las obras del Centro Solar. Fotografía, Javier Pérez.

turales, en cuanto que se desconoce su fundamento científico. Pensemos en los efectos de sombra, penumbra, contraluces, deslumbramientos o proyecciones de color producidos dentro del corredor o la cámara de un dolmen, que predisponen a distintas actitudes espirituales. Pero llega un momento en que se desvela lo sagrado y lo que antes se manifestaba en el interior del edificio (la cámara del dolmen) puede experimentarse ahora al exterior (por medio de un reloj solar). Pensemos ahora en éste como un mecanismo para llevar el control de las horas del rito (como en las mezquitas) o señalar los días de las festividades (a través de las meridianas o los transparentes en las iglesias), incluso como un fenómeno extraordinario que el hombre puede empezar a predecir, hasta creer que lo controla. Aunque el reloj de sol es un instrumento de lectura del paso del tiempo, no deja de recor-

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darnos que lo cierto es que estamos sometidos a éste y no al revés, por más que ingeniemos nuevos mecanismos. El conocimiento de los movimientos del sol supone la invención de un aparato llamado heliómetro, consistente en un hueco pequeño practicado en el techo (gnomon) justo encima de un línea recta en dirección norte-sur (meridiana) dispuesta en una amplia sala. Por el efecto de cámara obscura, se forma una imagen del sol en el suelo de manera que, cuando cruza la meridiana, señala el mediodía en hora local. Se ofrecerá como una solución sencilla para garantizar la precisión de la medida del tiempo

Mural a la entrada del Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera según proyecto del arquitecto Manuel Salado Ordóñez. Fotografía, Javier Pérez.

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en situaciones cotidianas, ya distantes de esa primera mirada ingenua pero descubridora. A partir de aquí: “El problema del proyecto se afronta desde el orden; que es aquello que nos permite distinguir la naturaleza de nuestro problema de los espacios que queremos delimitar o abrir en la realidad. A partir de su naturaleza concebimos un espacio donde se percibe su voluntad de ser” (KAHN, 2002; p. 70). Para Louis Kahn la naturaleza representa el porqué, el orden es el qué y el proyecto trata

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del cómo. La naturaleza es aquella ley inmutable que debe ser percibida al traducir la realidad por medio del proyecto (p.e. el fenómeno de los equinoccios en Viera), el orden es la regla modificable por el hombre que mira por la presencia de la forma (p.e. el reloj de sol que permite seguir y cuantificar sus movimientos) y “proyecto significa asignar dimensiones y buscar los medios para realizar la forma” (KAHN, 2002; p. 83) (p.e. proponiendo el centro solar como la síntesis de ambas ideas). Algunos autores se han referido a la arquitectura como el ‘arte del espacio’ sin definir su naturaleza, acercándose a esta idea desde un análisis formalista (como geometría que excluye al hombre) o psicológico (como sensaciones que obvian la materialidad de la arquitectura). Esta intuición es válida, como ha demostrado Siegfried Giedion al presentar la historia como una sucesión de concepciones del espacio. Pero hace falta “una teoría del espacio realmente interpretado como una dimensión de la existencia humana más que como una dimensión del pensamiento o de la percepción” (NORBERG-SCHULZ, 1975; p. 15). Este conjunto de relaciones que empieza a establecer el hombre con las cosas (cercanía-lejanía, separación-unión, grandeza-pequeñez, centralidad-direccionalidad) convierte el espacio en un lugar o medio ambiente que es reconocido como parte esencial de la existencia del hombre, que va más allá del entorno existente y aspira a mejorar las condiciones humanas. Es por eso que no basta que se satisfagan necesidades vitales derivadas de la propia finitud del hombre sino también trascendentales, que aporten sentido y orden a un mundo de conocimientos y acciones. El hombre es la medida de todas las cosas y por ello “la arquitectura podría definirse como un trozo de aire humanizado” (FISAC). El hombre se relaciona con el medio generando ‘espacios existenciales’ a través de la arquitectura. En este proceso valora sus intenciones y el carácter del lugar para, de acuerdo a sus necesidades fisiológicas y trascendentales, construir un proyecto que contemple unos aspectos funcionales y significativos. Es por eso que los aspectos funcionales del Centro Solar los hemos intentado explicar contextualizando el encargo de ordenación general del recinto, describiendo el espacio construido y analizando los criterios de intervención. En cambio, los aspectos significativos se han dirigido a mostrar el Centro Solar como la

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materialización de un proceso espacial de apropiación del territorio a diversas escalas, vinculado a la experiencia temporal del movimiento inexorable del sol como un fenómeno -natural y ahora también cultural, arqueológico y contemporáneo a la vez- que marca los episodios de los solsticios y equinoccios en Menga y, sobre todo, Viera. La novedosa iniciativa de disponer un Centro Solar en esta necrópolis retoma esta experiencia de la arquitectura de lo sagrado en clave patrimonial, donde las propias necesidades trascendentales del hombre requieren que se ingenien unos mecanismos que resuelvan su relación con una imagen del mundo o ‘imaginario’. Mientras que los valores de representación forman parte de la idea de proyecto y se han materializado en determinados gestos constructivos, los de símbolo serán aportados por la sociedad en una valoración de este nuevo objeto que trascienda su propia materialidad para construir “una concretización del espacio existencial del hombre” (NORBERG-SCHULZ, 1975; 12). “Al final te encuentras con que no es de las cosas, precisamente, de lo que estás tratando, sino de algo que caracteriza lugares y nos permite existir. […] Lo que hay en el aire, lo que hay entre las cosas” (NAVARRO BALDEWEG, 1999; p. 113).

2.- Una visita al Centro Solar Ángel Fernández Sanzo10

El soporte del Centro Solar es una plaza circular situada a la entrada del Conjunto Arqueológico, a 37º 1',24 de latitud N., 4º 32',51 de longitud O y a una altura de 462,90 m. sobre el nivel del mar. Al integrar su función arquitectónica con la astronómica, es el lugar idóneo para comprender las líneas maestras que rigieron la construcción de los dólmenes antequeranos y su vinculación simbólica con la tierra y con el cielo a través de la observación y el reconocimiento del espacio territorial y de los ciclos estacionales, a partir la posición relativa de los ortos solares. 10 Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera.

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Se concibe, pues, como preámbulo a la visita de los dólmenes, es decir, como un espacio que materializa la transición al ámbito monumental. Los elementos constituyentes del Centro Solar son los siguientes:

El sol oculado Al acceder al Centro Solar, en la entrada al mismo y a la izquierda, se representa el símbolo de este lugar: un sol oculado. Se trata de una reproducción en bronce del original, que se encontró en una iglesia antequerana, Santa María de Jesús, oculta tras un escudo de la Santa Cruz de Jerusalén.

El sol oculado. Original en piedra (arriba) y copia en bronce realizada para decorar el acceso al Centro Solar (abajo). Fotografía, Javier Pérez.

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La Rosa de Menga Se representa sobre el pavimento, en el centro de la plaza. Está realizada mediante líneas incisas e incrustaciones de bronce. A partir de la señalización de los puntos cardinales y los ortos y ocasos de solsticios y equinoccios, se marcan las orientaciones de los principales dólmenes de la Península Ibérica. Es el epicentro del Centro Solar y punto de referencia para observar el resto de elementos que lo componen.

La Rosa de Menga. Fotografía, Javier Pérez.

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La Peña y su representación en el Observatorio del Horizonte. Fotografía, Javier Pérez.


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El Observatorio del Horizonte Situados sobre la Rosa de Menga, mirando hacia el este, se desarrolla el Observatorio del Horizonte, en el que el muro asume el perfil de la línea del horizonte, con la Peña de los Enamorados representada en su extremo más septentrional. En este perfil, realizado mediante contramolde sobre placas prefabricadas de hormigón visto y, en el banco curvo, se señala el arco en el que el sol puede aparecer en el horizonte y se representan tres soles realizados en piedra natural engarzada en un aro de bronce, indicando su posición, de izquierda a derecha, en los amaneceres del solsticio de verano, de los equinoccios y del solsticio de invierno.

El Observatorio del Horizonte visto desde el Memorial. En el centro el reloj de sol y a la derecha, en el suelo, la Rosa de Menga. Fotografía, Mª del Carmen Andújar.

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El homenaje a Hoskin Situado hacia el sureste de la plaza, más allá del Observatorio del Horizonte, conmemora el acto de dedicatoria de este Centro Solar a Michael Hoskin. Consta este lugar de un ciprés bajo el que queda incrustado en la superficie del pavimento un medallón en bronce con la efigie del homenajeado.

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Ciprés que conmemora el homenaje a Michael Hoskin. En el suelo, junto a él, el medallón con su efigie. Fotografía, Javier Pérez.

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La Meridiana Al oeste de la plaza, un banco longitudinal se transforma en una meridiana que marca el mediodía a lo largo del año. Está compuesta por este banco, que conforma una línea horizontal orientada en la dirección norte-sur, y un gnomon vertical localizado en su extremo sur que consiste en una lámina de bronce en la que se reproduce un esquema referente a las orientaciones de Viera al este y de Menga hacia la Peña. Cuando el sol está en el meridiano de Antequera, la sombra del gnomon se proyecta sobre la línea meridiana señalando el mediodía solar y la longitud de la sombra marca los meses del año.

La Meridiana. Fotografía, Javier Pérez.

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Al mediodía, la sombra del gnomon se proyecta sobre La Meridiana marcando los meses del año. Fotografía, Javier Pérez.

Lámina de bronce que sirve de gnomon a La Meridiana, en la que se reproduce un esquema de las orientaciones de Viera al orto solar en los equinoccios y de Menga hacia la Peña. Fotografía, Javier Pérez.

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El reloj solar ecuatorial Situado al noroeste de la Rosa de Menga, se nos presenta como una prolongación del suelo de la plaza que se eleva hacia el cielo cruzado perpendicularmente por una barra metálica que le sirve de gnomon. El plano del reloj es paralelo al ecuador, su gnomon apunta a la estrella polar y es, a su vez, paralelo al eje de la tierra. En primavera y verano el sol, situado entre el ecuador y el trópico de cáncer, ilumina la cara superior y sobre ella se proyecta la sombra del gnomon. En otoño e invierno, al pasar el sol al hemisferio sur y situarse entre el ecuador y el trópico de capricornio, ilumina la cara inferior y la sombra del gnomon se proyecta sobre ésta. En los equinoccios, la trayectoria del sol coincide con el plano del reloj, es decir, con el plano ecuatorial, y las horas no se reflejarán en ninguno de los dos planos, sino que entra por el hueco superior (parte superior del plano del reloj) marcando las horas en el gnomon. La numeración elegida es la utilizada por los egipcios desde finales del IV milenio a. de C., integrada a su escritura jeroglífica, que puede ser una de las más cercanas en el tiempo a la construcción de los dólmenes.

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El reloj de sol ecuatorial visto desde detrás de la Meridiana. Fotografía, Javier Pérez.

A mediodía, en los equinoccios, el sol penetra por el hueco superior del reloj marcando las horas en el gnomon. Fotografía, Javier Pérez.

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El reloj solar horizontal El reloj de sol ecuatorial se complementa en la misma pieza con otro reloj solar horizontal, situado en el suelo y en el lado sur del anterior, que explicita la conversión matemática de uno a otro.

El reloj solar ecuatorial encuentra su conversión matemática en el reloj solar horizontal que lo complementa. Fotografía, Javier Pérez.

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El olivo centenario En la puerta del dolmen Menga había un olivo. No sabemos desde cuándo estuvo allí, aunque sí que es centenario, porque aparece en una de las ilustraciones publicadas por Emile Cartailhac en 1886. Con motivo de los trabajos de ordenamiento del Campo de los Túmulos en 2005, se realizaron excavaciones en la entrada del dolmen y se decidió realizar un corte con metodología arqueológica para la extracción del olivo. Durante estas actividades se descubrió entre sus raíces un enterramiento presumiblemente de época musulmana. Dado el simbolismo tan particular que este olivo tenía para la propia necrópolis y para los ciudadanos de Antequera, fue transplantado a la zona del Centro Solar, donde sigue actualmente vinculado al espacio que alberga el Memorial de los Dólmenes. Este árbol tiene un mínimo de ciento veinte años.

Grabado que aparece en la publicación de Emile Cartailhac de 1886, en el que ya queda recogido el olivo de la entrada del dolmen de Menga. Copia de Adrien de Mortillet a partir de una acuarela de Henri Nodet.

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Vista del Centro Solar Michael Hoskin. A la derecha, el Memorial de los Dólmenes de Antequera, constituido a partir de una serie de monolitos erigidos en torno al olivo centenario. Fotografía, Javier Pérez.

El Memorial En el lado oeste de la plaza, más allá de la meridiana y cerrando el círculo, se sitúa el Memorial de los Dólmenes. Se articula en torno al olivo centenario que estuviera durante años ante el atrio de Menga. Testigo silencioso y memoria viva de las huellas de cuantas personas han pasado por Menga, ha sido elegido como eje del Memorial. Una serie de monolitos, formando un cromlech atemporal, representan a todos aquellos que han contribuido a la tutela y valorización de los dólmenes de Antequera.

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Actividades culturales relacionadas con el centro solar -Las Celebraciones del Sol Las Celebraciones del Sol es la denominación genérica de una actividad que el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera realiza cuatro veces al año, coincidiendo con los equinoccios de primavera y otoño y los solsticios de verano e invierno. Como hemos ido viendo a lo largo de estas páginas, los ciclos solares no pasaron desapercibidos para ninguna sociedad en la Antigüedad y, menos aún, para las megalíticas. Es más, estos ciclos astronómicos marcaban los ritmos en todos los aspectos de la vida, desde la cosecha a los rituales de la muerte. De esta manera, el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera retoma la importancia del comienzo de cada ciclo estacional a modo de celebración. Desde 2006 se realizan las Celebraciones del Sol. Las fechas de esta actividad suelen ser 21 de marzo, equinoccio de primavera, 23 de septiembre, equinoccio de otoño, entre el 21 y el 23 de junio, solsticio de verano y entre el 21 y el 23 de diciembre, solsticio de invierno.

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Las actividades relacionadas con dichas Celebraciones del Sol suelen tener un programa muy diverso, aunque comparten una serie de puntos en común. Todas las actividades comienzan con una visita guiada a los sepulcros. En el equinoccio de otoño a primera hora de la mañana, aproximadamente a las 7:45 horas, se puede acceder al dolmen de Viera cuya orientación es al este, acimut de 96º, para contemplar la entrada de la luz solar. En el solsticio de verano es el dolmen de Menga el que cobra protagonismo, con una orientación al NE, acimut de 45º, hacia la salida del sol en éste día y hacia la Peña, como elemento simbólico paisajístico. En el solsticio de invierno esta actividad se traslada al tholos de El Romeral, con orientación SSO, acimut de 199º, entrando el sol aproximadamente a las 15:25 horas. Estas orientaciones nos indican cómo los dólmenes miran hacia la salida del sol en algún momento del año. Es necesario concertar la visita para estos días especiales ya que debido a las características de esta actividad el aforo está limitado. Tras las visitas guiadas, los visitantes pueden asistir a una serie de talleres de arqueología experimental que suelen variar en su temática

Taller de arqueología experimental. Fotografía, Javier Pérez.

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y que nos acercan a los modos de vida de estas sociedades prehistóricas. Desde la puesta en marcha de las Celebraciones del Sol, dichos talleres han sido muy diversos, entre los que destacan los que se describen a continuación. El taller de siembra, en el que hay que “arar” el terreno para poder colocar las semillas que se riegan después, comienza con la importancia de este momento, el cambio de estación, para los grupos neolíticos que, siendo ya sedentarios, vivían también en parte del proceso de la agricultura. Otros talleres como el de elaboración de abalorios, que se desarrolla en torno a una figura central que unifica el sol y la luna representando el día y la noche de igual duración, ó el de confección de adornos florales para colocar en cabeza, cuello o muñeca, explican el sentido del uso de los adornos, los cantos o los instrumentos musicales como medio de invocación de la lluvia. Además, también hemos contado en alguna ocasión con un taller de pintura. En las Celebraciones del Sol con motivo del solsticio de verano desarrollamos un taller que consiste en la fabricación de un gran sol de paja, queriendo representar con ello el día más largo del año. Todos los participantes trenzan haces de paja y las van colocando sobre una estructura circular elaborada previamente con cañas y alambre. Seguidamente se realiza una representación que comienza con un grupo de “prehistóricos” que salen del dolmen de Menga y descienden por la ladera hasta llegar al lugar donde se ubica el sol. Este grupo de “prehistóricos” rodea a éste, al que se prende fuego, formándose una hoguera alrededor de la cual se sitúan los personajes caracterizados que, con un fondo musical, realizan una danza que finaliza con la participación de los visitantes, que arrojan al fuego sal y lavanda, implorando a la divinidad que les conceda sus mejores dádivas. Es interesante destacar el taller de elaboración de esterillas con elementos vegetales. Los participantes, con materiales vegetales como la enea, el trigo, la mimbre o el cáñamo, manufacturan diferentes objetos como esterillas, cestos, etc. No podemos olvidar tampoco el taller de molienda, en el que el objetivo es participar en el proceso completo, desde la obtención de la harina, mediante la molienda con piedras, hasta la elaboración de tortas al fuego.

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Otros talleres realizados han sido el de traslado de un gran bloque de piedra, el de caza ó el del ritual funerario. En el primero, los participantes reciben una explicación sobre el proceso de construcción de un dolmen, tras la cual el grupo elige a un “jefe de obras” para dirigir la construcción. Los asistentes, siguiendo las indicaciones del mismo, arrastran la piedra con cuerdas ayudados por troncos a modo de rodillos, encajando el ortostato en una zanja de cimentación previamente realizada. En el taller de caza se recibe una introducción a las técnicas de caza que empleaban estas sociedades, actividad que se completa con el tiro con arco y propulsor. En el taller sobre el ritual funerario, en el mismo dolmen de Menga, el grupo asiste y participa activamente en la escenificación de un ritual de la muerte; dos personas del grupo son depositados en posición fetal en el interior del sepulcro acompañados de su ajuar (vasijas y abalorios).

Grupo de niños trasladan un gran bloque de piedra bajo la supervisión de Francisco Carrión, actividad realizada durante una de las Celebraciones del Sol. Fotografía, Javier Pérez.

Asociados a los solsticios, también se cuenta con las actuaciones de Pandas de Verdiales de la Junta de Alcaldes de Málaga, por su relación de éstas con el sol.

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Panda de verdiales actuando para los asistentes durante una de las “Celebraciones del Sol”. Fotografía, Javier Pérez.

-Las noches de Galileo El 24 de octubre de 2009 se realizó en éste conjunto las denominadas “Noches de Galileo”, un proyecto de ámbito internacional propuesto por la Coordinación Internacional del Año Internacional de Astronomía. A partir de entonces el propósito de la institución ha sido el de continuar con la actividad de observación astronómica con una periodicidad anual. La jornada se inicia en el Centro de Recepción donde se procede a la presentación del programa a desarrollar. Se comienza con la emisión del audiovisual “Menga. Proceso de Construcción” y seguidamente se desarrolla la visita guiada a los sepulcros de Viera y Menga, por parte del personal especializado del Conjunto Arqueológico. La visita da comienzo en el Centro Solar Michael Hoskin donde, debido a la temática de la jornada, se realiza una explicación más pormenorizada del mismo. A continuación se plasma una exposición sobre los constructores de los dólmenes desde la zona arqueológica, con unas vistas generalizadas sobre el paisaje de la Vega de Antequera. Posteriormente se pasa a la descripción de los sepulcros y a la visita a los mismos. Una vez terminada la visita guiada se conduce a los participantes hacia el lugar elegido, para llevar a cabo la observación astronómica, donde se encuentran dispuestos toda una serie de telescopios y proyecciones en pantalla de las lunas de Júpiter, estrellas, constelaciones y la Luna. En cada uno de estos, se realiza la pertinente explicación por parte de un monitor de la

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Asistentes a una de las actividades del Centro Solar en torno a La Rosa de Menga. Fotografía, Javier Pérez.

Observación astronómica desde el Centro Solar. Fotografía, Javier Pérez.

Sociedad Malagueña de Astronomía, encargada de diseñar esta jornada. Esta actividad tiene gran aceptación por parte del público asistente. El Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera ofrece un programa de actividades muy variado, mediante la celebración de Jornadas de Puertas Abiertas, 28 de febrero día de Andalucía, 18 de abril día de los Monumentos y los Sitios, 18 de mayo día Internacional de los Museos, que sin duda queda completado con las Celebraciones del Sol. Las visitas guiadas se desarrollan en los dos recintos coincidiendo con el horario de apertura del Conjunto desde las 09:00 a las 18:00, pudiendo optar por varios programas como son ¿Te gustaría conocer la Prehistoria?, Visitas guiadas y Viaje a la Prehistoria. Estas actividades continuarán realizándose en los años sucesivos formando parte del programa de difusión del Conjunto Arqueológico. El objetivo del mismo no es otro que acercar a los visitantes a un mayor conocimiento de estas sociedades del pasado. Simplemente usted elige el momento.

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3.- El Memorial Dólmenes de Antequera Rafael Maura Mijares11 César Riario Florián de Ocampo Agustín de Tejada y Páez Francisco de Tejada y Nava Alonso García de Yegros Francisco de Cabrera Rodrigo Méndez Silba Manuel Solana Diego Carrasco y Luque Cristóbal Fernández Rafael Mitjana y Ardison Eduardo Chao Ildefonso Marzo y Sánchez Louisa Tenison Manuel de Assas y Ereño Trinidad de Rojas y Rojas Manuel de Góngora y Martínez Manuel Gómez-Moreno González Francisco María Tubino y Rada Rafael González Anleo Éduard Philippe Émile Cartailhac Francisco Romero Robledo Joaquín Fernández de Ayarragaray Luis Siret y Cels José y Antonio Viera Fuentes Ricardo Velázquez Bosco Narciso Díaz Escovar Manuel Gómez-Moreno Martínez José Ramón Mélida y Alinari Rodrigo Amador de los Ríos y Fernández de Villalta Hugo Obermaier y Grad Adrien de Mortillet Pierre Paris Edward Thurlow Leeds Cayetano de Mergelina y Luna Juan Cabré Aguiló Wilfrid James Hemp Le Corbusier Georg Klaus Leisner y Vera Leisner Juan Temboury Álvarez Antonio de Burgos Oms Francisco Prieto-Moreno Pardo Simeón Giménez Reyna José Antonio Muñoz Rojas

11 Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED.

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César Riario (s. XVI): Obispo de Málaga entre 1519 y 1540. Durante su obispado se llevaron a cabo, entre otras empresas, la transformación de la antigua Mezquita Mayor musulmana en Catedral y la elaboración del primer inventario documental del Archivo Catedralicio. En una licencia firmada de su puño y letra en 1530, aparecen escritas por primera vez las palabras “cueva de Menga”.

Florián de Ocampo (1513-1590): Historiador y escritor zamorano, licenciado en Gramática, Física y Metafísica y doctor en Teología. Fue nombrado cronista de Castilla y luego de Carlos V en 1539 a petición de las Cortes. En calidad de tal, publicó los cinco primeros libros de su Crónica general de España, que comprende desde el origen del mundo hasta la muerte de los Escipiones. Esta obra es citada por algún cronista antequerano en relación con los orígenes míticos de Antequera para reivindicar la supuesta implicación de Hércules en su fundación y en la construcción del dolmen de Menga. Agustín de Tejada y Páez (1567-1635): Renombrado poeta manierista y doctor antequerano, racionero de la Catedral de Granada entre 1587 y 1608. Cursó Teología en la Universidad de Osuna y se doctoró en la de Granada. Su estancia en esta ciudad le supuso la entrada en el mundo culto y literario de las reuniones y academias. Finalmente, pasaría los últimos veinte años de su vida en Antequera, donde fue apreciado como poeta -Cervantes y Lope de Vega lo celebraron- y considerado una autoridad en el conocimiento histórico de la ciudad. A este autor debemos la primera reseña escrita sobre el dolmen de Menga, recogida en sus Discursos Históricos de Antequera de 1587, en la que ya se hace alusión a la existencia de otra estructura próxima similar a la de Menga, posiblemente el dolmen de Viera.

Francisco de Tejada y Nava (1593-1645): Licenciado antequerano, sobrino y pupilo de Francisco de Tejada y Páez. En su Historia de la ciudad de Antequera, escrita a principios del siglo XVII hace la primera descripción propiamente dicha del dolmen de Menga, aportando mediciones y afirmando que tenía únicamente tres losas de cubierta, cuando son cinco. También lo relaciona con otras cuevas, naturales o artificiales, entre las que incluye las de la sierra de La Camorra. Este texto será seguido, hasta en sus errores, por los autores posteriores hasta la mitad del siglo XIX, y en todos casos se hará casi al pie de la letra. 164 [ El Centro Solar Michael Hoskin


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Alonso García de Yegros (s. XVII): Escritor e historiador antequerano, canónigo de la Colegiata de Baza. En su obra la Historia de la antigüedad, y nobleza de Antequera señala la proximidad (diez pasos de distancia) de Menga con el otro posible dolmen al que se referían los Tejada. Fray Francisco de Cabrera (s. XVI - s. XVII): Cronista antequerano. En su obra Descripción de la fundación, antigüedad ilustre y grandezas de la muy noble Ciudad de Antequera, escrita en la primera mitad del siglo XVII, contribuye en gran medida a generalizar la idea de que el dolmen de Menga debía ser una construcción romana.

Rodrigo Méndez Silba (1607-1675): Autor de la obra Población general de España: sus trofeos, blasones y conquistas heroicas: reales genealogías y catálogos de dignidades eclesiásticas y seglares, escrita en 1675, en la que sigue las descripciones anteriores del dolmen de Menga, añadiendo la presencia de materiales romanos relacionados con las cuevas de la sierra de la Camorra.

Retrato de Rodrigo Méndez Silba que aparece en su obra Población general de España: sus trofeos, blasones y conquistas heroicas: reales genealogías y catálogos de dignidades eclesiásticas y seglares, escrita en 1675. Grabado de autor desconocido.

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Manuel Solana (s. XVIII - s. XIX): Cronista antequerano. En su obra Historia de Antequera de 1814, copia el texto de Fray Francisco de Cabrera al pie de la letra al referirse al dolmen de Menga.

Diego Carrasco y Luque (s. XIX): Cronista antequerano. En su obra titulada Memorias de Antequera, escrita en 1840, describe el dolmen de Menga copiando íntegramente el texto de Fray Francisco de Cabrera. Presbítero Cristóbal Fernández (s. XIX): Cronista antequerano. En 1842 publica su obra titulada Historia de Antequera desde su fundación hasta el año 1800, en la que se recoge una nueva descripción del dolmen de Menga aportándose mejores mediciones. Sitúa al monumento en un momento anterior a los romanos, asociándolo al entonces muy desconocido mundo tartesio.

Rafael Mitjana y Ardison (1795-1849): Arquitecto titular del Ayuntamiento de Málaga, autor entre otras obras del obelisco dedicado a Torrijos que preside la plaza de la Merced, y de la Plaza de Toros de Antequera. A él se debe la primera publicación monográfica sobre el dolmen de Menga, titulada Memoria sobre el templo druida hallado en las cercanías de la ciudad de Antequera, provincia de Málaga. Con este trabajo se abren nuevos frentes de discusión, como el que se refiere a la propia denominación del dolmen -propone que el término “Menga” deriva del celta “Men-gal”- o el relativo a la primera excavación de que se tiene constancia -en el mismo lugar que el pozo que se descubriría ya en el siglo XXI- y al hueco abierto en la piedra cabecera. También se presentan las primeras imágenes de Menga (grabados) y se propone al cerro de la Cruz como cantera de extracción de los materiales constructivos.

Eduardo Chao (1821-1887): Prestigioso historiador originario de Rivadavia que posteriormente sería ministro de Fomento en el gobierno republicano presidido por Salmerón (1873). En su ampliación de la obra Historia General de España del Padre Mariana, se limita a resumir las tesis de Mitjana, aunque incorpora un curioso dibujo pleno de idealismo romántico que consiste en una perspectiva del lateral norte desprovisto del túmulo.

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Ildefonso Marzo y Sánchez (1794-1856): Escritor, historiador y militar nacido en Alhaurín el Grande, autor del primer libro sobre la Historia de Málaga y su provincia, publicado en 1850. En esta obra, Marzo se opone radicalmente al topónimo “Mengal” propuesto por Rafael Mitjana, recalcando que dicho monumento era conocido por los antequeranos desde la antigüedad más remota, bajo el nombre de “Cueva de Menga”. También se distingue en la historiografía por ser el primero en proponer un uso del dolmen de carácter sepulcral y colectivo. Lady Louisa Tenison (1819-1882): Dama de la aristocracia victoriana inglesa, incansable viajera (sobre todo por Oriente Medio, donde visitó Egipto, Siria, Petra, Beirut, Jerusalén y Nazaret) que recorrió España entre 1850 y 1853. Fruto de este viaje fue su libro Castile and Andalucia, en el que dedica al dolmen de Menga buena parte de su capítulo sobre Antequera. Entre sus aportaciones destaca la interpretación de los pilares como una inclusión posterior, cuestión que más tarde será objeto de debate, o sus observaciones respecto a la relación visual entre el dolmen de Menga y la Peña de los Enamorados. También se refiere con claridad a la excavación de Mitjana, considerándola, como luego hará Trinidad de Rojas, un pozo. Una de las ilustraciones representa el interior del dolmen, de dentro a fuera, con un personaje en el centro vestido a la manera española, que cabe atribuir al artista sueco Egron Lundgren, por entonces afincado en Sevilla y acompañante de Tenison en diversos tramos de su viaje.

Manuel de Assas y Ereño (1813-1880): Sabio polifacético de innumerables méritos, entre los que cabe destacar su cátedra de sánscrito en la Universidad Central, primera que se creó en España en esta especialidad, o sus nombramientos como académico de la Real Academia de la Historia y de la Academia Arqueológica de Bélgica. Fue un defensor acérrimo del origen celta del fenómeno megalítico, interpretando estos edificios como altares de sacrificios y descartando la idea de que se tratara de tumbas. En su obra titulada Nociones fisionómicohistóricas de la arquitectura de España, compuesta por trece artículos publicados en el Seminario Pintoresco Español en 1857, dedica unas páginas de la primera entrega al dolmen de Menga.

Trinidad de Rojas y Rojas (1831-1902): Poeta e historiador antequerano. Se aproxima al dolmen de Menga en varios artículos y en el El Centro Solar Michael Hoskin ] 167


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Capítulo I de su Historia de Antequera, obra que escribe en 1879 y que permanece inédita hasta que por fin es publicada en 1910 bajo el título Descripción de la Cueva de Menga. En estos escritos Trinidad de Rojas critica a Rafael Mitjana por atribuirse su descubrimiento y por la adscripción etimológica que hace del nombre “Menga”. También describe hallazgos realizados por Mitjana en su excavación que éste había omitido. A este autor se debe la transmisión de las leyendas de la princesa Kelma y de Margarita “la Leprosa”, la primera en relación con la edificación del dolmen y la segunda con el origen de su nombre.

Manuel de Góngora y Martínez (1822-1884): Catedrático de Historia Universal de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Literaria de Granada, Decano de esta institución y miembro de la Real Academia de la Historia. En su importante obra titulada Antigüedades Prehistóricas de Andalucía. Monumentos, inscripciones, armas, utensilios y otros importantes objetos, publicada en 1868, hace una breve alusión al dolmen de Menga, relacionándolo con las grandes construcciones micénicas y adelantándose, por tanto, a las corrientes difusionistas y orientalista que tiempo después acabarían por generalizarse.

Medallón con la efigie de Manuel de Góngora y Martínez. Fotografía, Javier Pérez.

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Manuel Gómez-Moreno González († 1918): Pintor, historiador del arte y arqueólogo granadino, miembro de la Real Academia de Bellas Artes, y padre de Manuel Gómez-Moreno Martínez, quien a su vez habría de ser autor con posterioridad de una de las obras más influyentes de entre todas las relacionadas con la necrópolis de Antequera. Se conoce un interesante croquis a mano alzada, en tinta sobre papel, de la planta del dolmen de Menga dibujado por este autor.

Francisco María Tubino y Rada (1833-1888): Político, periodista, escritor, arqueólogo e historiador, natural de San Roque (Cádiz), está considerado como una de las más importantes figuras del protoandalucismo. Fue diputado provincial, miembro de la Real Academia de Ciencias de Lisboa, de la Real Sociedad de Anticuarios de Dinamarca, de los Museos de Arte y Etnografía de Viena y Leipzig y de las Sociedades Antropológicas de París y Berlín. Dirigió la revista El Porvenir y el importante periódico La Academia y fue redactor de La Andalucía. En 1886 fundó la Revista de Bellas Artes, de la que también fue director. En su obra de 1876 Los monumentos megalíticos de Andalucía, Extremadura y Portugal, realiza una breve alusión al dolmen de Menga.

Medallón con la efigie de Francisco María Tubino y Rada. Fotografía, Javier Pérez.

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Rafael González Anleo († 1899): Escritor y abogado antequerano. En 1886, publica un artículo en La ilustración española y americana titulado “El dolmen. La cueva de Menga”, donde se hace eco de la visita de Alfonso XII y recuerda los grabados presentados con anterioridad en esta misma revista, en que se representaban dos perspectivas del dolmen de Menga.

Éduard Philippe Émile Cartailhac (1845-1921): Afamado y prestigioso investigador francés, responsable de algunas teorías, muy vanguardistas en su tiempo, que fueron tan aplaudidas como combatidas, caso de la estimación de una Edad de Piedra a escala global, de la inclusión de la Edad del Cobre en la secuencia de las etapas prehistóricas, de la asunción de una civilización mediterránea común a todas las sociedades de su entorno o de la interpretación del arte paleolítico como fenómeno asociado a la magia simpática relacionada con las actividades cinegéticas. En su obra de 1886, Les ages préhistoriques de L’Espagne et du Portugal, hace una breve referencia al dolmen de Menga. Francisco Romero Robledo (1838-1906): Abogado y político antequerano, fue ministro de Fomento durante el reinado de Amadeo I, ministro de Gobernación durante el reinado de Alfonso XII, y ministro

Medallón con la efigie de Francisco Romero Robledo. Fotografía, Javier Pérez.

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de Ultramar y de Gracia y Justicia durante la regencia de María Cristina de Absburgo-Lorena. Desde su posición de diputado en las Cortes inspiró la creación de lo se podría denominar un centro de recepción de visitantes para el dolmen de Menga, proyecto que fue encargado al arquitecto Joaquín Fernández de Ayarragaray en torno a 1898.

Joaquín Fernández de Ayarragaray: Arquitecto guipuzcoano que fue director de las obras de restauración de la Catedral de Sevilla. En los archivos de esta catedral se conserva una serie de dibujos que se ejecutan para el primer proyecto conocido orientado a ordenar el espacio que circunda al dolmen de Menga con vistas a su conservación y musealización. En ellos aparecen numerosos levantamientos topográficos y croquis del dolmen de Menga. Luis Siret y Cels (1860-1934): Ingeniero de minas y arqueólogo belga. Sus trabajos en el sureste de España sirvieron de base para la definición de la secuencia prehistórica comprendida desde el Paleolítico hasta la Edad del Hierro. El dolmen de Menga es citado por este autor en L’Espagne préhistorique, relevante estudio finalizado en 1893 que constituye una de sus obras más exhaustivas y ambiciosas. José y Antonio Viera Fuentes: Jardineros municipales de Antequera que descubrieron los dólmenes de Viera y El Romeral en 1903. El dolmen de Viera recibió este nombre en su honor.

Medallón con la efigie de José Viera. Fotografía, Javier Pérez.

Medallón con la efigie de Antonio Viera. Fotografía, Javier Pérez.

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Ricardo Velázquez Bosco (1843-1923): Arquitecto burgalés, autor, entre otras obras, de los palacios de Velázquez y de Cristal del parque madrileño del Retiro, y director de las obras de restauración de la Mezquita de Córdoba. En 1904 presenta un detallado informe ante la Academia de Bellas Artes en el que da cumplida cuenta de los dólmenes localizados en Antequera el año anterior, realizando las primeras planimetrías y dibujos de Viera y El Romeral.

Narciso Díaz Escovar (1860-1935): Abogado, escritor y periodista malagueño. Fue presidente de la Diputación de Málaga a los veinticinco años, aunque pronto abandonaría la política para dedicarse a las artes literarias, llegando a fundar en Málaga la Escuela de Declamación. De Díaz Escovar se conservan diferentes cartas y notas manuscritas realizadas a raíz de su nombramiento como Delegado Regio de Bellas Artes de Málaga, en las que se ocupa de los dólmenes de Antequera tanto desde el punto de vista de la investigación como desde el de la conservación, y que forman parte de los fondos bibliográficos del archivo público de la Fundación Unicaja que lleva su nombre, una importante colección de documentos originales, periódicos de los siglos XIX y XX y revistas literarias, todos ellos referidos a la historia de Málaga y su provincia.

Manuel Gómez-Moreno Martínez (1870-1970): Hijo de Manuel Gómez-Moreno González. En 1913 obtuvo la Cátedra de Arqueología Árabe en la Universidad Central; en 1930 fue nombrado Director General de Bellas Artes e ingresó en la Real Academia Española en 1942; fue nombrado Doctor honoris causa por las Universidades de Montevideo y Oxford en 1941, de Glasgow en 1951 y de Granada en 1970. En 1905 publica una obra importantísima que por primera vez recoge el estudio completo del conjunto dolménico: Arquitectura tartesia: la necrópoli de Antequera, donde Gómez-Moreno da a conocer los primeros materiales arqueológicos procedentes de los tres dólmenes, describe el eje visual Menga-Romeral-Peña, relacionando arqueológicamente por vez primera la necrópolis con el cerro de Marimacho, y presenta un primer corpus planimétrico integral de la necrópolis. José Ramón Mélida y Alinari (1856-1933): Arqueólogo madrileño, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En su discurso de recepción en la Real Academia de la Historia, leído en 1906

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y titulado Iberia arqueológica anterromana, recoge fundamentalmente los descubrimientos de Viera y Romeral a partir de la información aportada por Velázquez Bosco y Gómez-Moreno.

Rodrigo Amador de los Ríos y Fernández de Villalta (18491917): Arqueólogo madrileño que fue director del Museo Arqueológico Nacional desde 1911 a 1916. En su Catálogo de los monumentos históricos y artísticos de la provincia de Málaga de 1907 se centra de una forma detenida en la necrópolis antequerana. Su principal aportación es el descubrimiento y descripción de los grabados de la entrada del dolmen de Menga, aunque no los considera prehistóricos.

Hugo Obermaier y Grad (1877-1946): Paleontólogo, geólogo y arqueólogo alemán. Después de un primer viaje de campo a España en 1909, este investigador se asentó en Madrid en 1914, e ingresó en la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas del Museo de Ciencias Naturales, desde donde realizó importantísimas aportaciones a la arqueología de la Península Ibérica. En su obra de 1919 El dolmen de Matarrubilla hace un estudio comparativo sobre “pilas y otros recipientes dolménicos” y trae a colación la losa del suelo de la cámara secundaria de El Romeral, de la que opina habría servido para depositar los cadáveres o el mobiliario funerario. También documenta un hacha que había sido desenterrada en el dolmen de Menga en 1904.

Adrien de Mortillet (1853-1931): Hijo del también arqueólogo Gabriel de Mortillet, publicó en 1920 la obra Le dolmen d’ Antequera (Andalousie), en la que se recoge el trabajo realizado por este investigador a raíz de una visita que, según sus propias palabras, realizó a la ciudad de Antequera en 1913. Pasa por alto el descubrimiento de los dólmenes de Viera y El Romeral y se centra en el de Menga, proponiendo un sistema para la denominación de sus bloques de piedra. Mortillet copió unos dibujos a partir de unas acuarelas realizadas por el pintor Henri Nodet que se publicaron en la obra de Émile Cartailhac Les ages préhistoriques de L’Espagne et du Portugal, gracias a la cual estas imágenes fueron las más difundidas de Menga en aquella época. Pierre Paris (1859-1931): Arqueólogo y prehistoriador francés, miembro de la Escuela Francesa de Atenas, y fundador en 1910 de la

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Escuela Francesa de Estudios Hispánicos, de la que fue primer director. En 1920 publica Promenades Archéologiques en Espagne, donde relata sus “paseos arqueológicos” por España, visitando diferentes lugares de interés entre 1910 y 1921. En esta obra concede especial relevancia a los dólmenes de Antequera, a los que dedica íntegramente el primer capítulo. A este investigador se debe la primera descripción de la galería perimetral del dolmen de El Romeral.

Edward Thurlow Leeds (1877-1955): Arqueólogo británico del que conocemos su referencia a la necrópolis de Antequera en un comunicado a la Society of Antiquaries of London, en 1920, titulado The dolmens and megalithie. Tombs of Spain and Portugal, así como una nota manuscrita conservada en el Departamento de Antigüedades del Ashmolean Museum de Oxford y fechada entre 1919 y 1921, en la que se incluyen bosquejos realizados a partir de los dibujos de GómezMoreno hijo, incluyendo Romeral, Menga, con una fotografía, y Viera. Asimismo, Leeds presenta medidas longitudinales de Romeral y lista de los materiales hallados en él.

Cayetano de Mergelina y Luna (1890-1962): Arqueólogo sanluqueño, discípulo de Manuel Gómez-Moreno, fue catedrático de Arqueología en la Universidad de Valladolid -de la que fue también rector- y de Historia del Arte en la de Murcia, además ser miembro del Centro de Estudios Históricos y de ocupar los cargos de Comisario Provincial de Excavaciones en Valladolid y en Murcia. En su monografía de 1922 La necrópóli tartesia de Antequera, continúa y amplía la obra de su maestro Gómez-Moreno en esta necrópolis, ofreciendo las primeras hipótesis firmes sobre los respectivos procesos constructivos -incluyendo la controvertida marca del techo de Menga que reproduciría un primer esquema de la planta-, así como la primera interpretación razonada de estos edificios como sepulcros colectivos que ya habían apuntado de forma un tanto intuitiva Ildefonso Marzo y Trinidad de Rojas. También hace un estudio de los materiales arqueológicos descritos por Gómez-Moreno. Juan Cabré Aguiló (1882-1947): Arqueólogo y fotógrafo turolense, uno de los investigadores españoles más inquietos de la época. En colaboración con Cayetano de Mergelina, fotografía y realiza los primeros dibujos de los grabados de la entrada de Menga, considerándolos prehistóricos. 174 [ El Centro Solar Michael Hoskin


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Wilfrid James Hemp (1882-1962): Prehistoriador galés, que fue presidente de la Welsh Society of Antiquaries. Gran conocedor del fenómeno megalítico europeo, en su obra titulada The Passage Graves of Antequera, and Maes Howe, Orkney y publicada en 1934, este autor centra su atención en la necrópolis megalítica de Antequera buscando establecer relaciones formales entre El Romeral y el dolmen de Maes Howe en Orkney, Escocia, ambos de falsa cúpula. En su descripción del dolmen de Viera realiza dos aportaciones de gran interés: la primera alusión a la puerta perforada de la entrada -cuyo hallazgo se disputa con Georg Leisner- y los grupos de cazoletas -pequeñas concavidadesinscritas en los ortostatos del corredor. También recoge la primera fotografía de la Peña de los Enamorados desde la entrada de Menga, señalando la presencia clara en el llano del túmulo de El Romeral.

Le Corbusier (1887-1956): Arquitecto francés de origen suizo que fue, junto a Walter Gropius, el principal protagonista del renacimiento arquitectónico internacional del siglo XX. Además de ser uno de los más grandes renovadores de la arquitectura moderna, fue un incansable agitador cultural, labor que ejerció con pasión a lo largo de toda su vida. Con sus escritos se ganó una merecida fama de polemista y aportó un verdadero caudal de ideas innovadoras que han hecho que su obra influya decisivamente en la arquitectura posterior. En 1950 visita los dólmenes de Antequera, dejando escrito en el libro de registro del guarda las palabras “A mis ancestros”.

Georg Klaus Leisner y Vera Leisner (1870-1957): Ex-oficial del ejército bávaro, nacido en Kiel, el arqueólogo Georg Leisner viajó por primera vez a España en 1933, y en 1938, a los sesenta y ocho años, se doctoró con una tesis sobre megalitismo en la Universidad de Munich, de la que fue catedrático desde 1941 hasta su muerte. Incluye la puerta perforada del dolmen de Viera en su obra de 1941 Puertas perforadas en sepulcros megalíticos de la Península Hispánica, atribuyéndose su descubrimiento, hecho que se disputa con Hemp. Junto a su esposa Vera realiza una pormenorizada descripción de la necrópolis de Antequera en su exhaustivo corpus de 1954 Die Megalithgräber der Iberischen Halbinsel. Erster Teil, der Süden, formando parte de un riguroso estudio sobre el fenómeno megalítico en el sur peninsular.

Juan Temboury Álvarez (1899-1965): Comerciante y erudito malagueño, miembro de la Academia de San Fernando de Madrid y de la El Centro Solar Michael Hoskin ] 175


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Real Academia de Historia, fue responsable de la consolidación de las infraestructuras culturales de la ciudad de Málaga, dedicándose especialmente a la reconstrucción de la Alcazaba, aunque también participa en la restauración del Palacio de Buenavista, la Victoria, el Palacio Episcopal, la torre de Santiago y la ermita de Zamarrilla. Autor del Catálogo monumental histórico-artístico de Málaga y su provincia, fue condecorado con la orden de Alfonso X el Sabio y nombrado Hijo Predilecto de Málaga. Formando parte del Archivo Temboury se conservan numerosas fotografías de los dólmenes antequeranos de gran valor documental.

Antonio de Burgos Oms (1880-1961): Sobre la incidencia de la Guerra Civil española en los dólmenes de Antequera se cuenta con la valoración del pintor y escritor malagueño Antonio de Burgos Oms, profesor de la Escuela de Bellas Artes de Málaga y académico de San Telmo, quien en 1940 los visita en el marco de una comisión de servicios orientada a evaluar los daños sufridos por el patrimonio histórico de Ronda y Antequera durante la misma, y cuyas impresiones serán publicadas por la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga bajo el título inequívoco Monumentos Artísticos de Ronda y Antequera, después del periodo marxista, del que cabe destacar sus numerosas e interesantes fotografías de los tres dólmenes.

Francisco Prieto-Moreno Pardo (1907-1985): Arquitecto granadino, Conservador de la Alhambra y Arquitecto de Zona del Ministerio de Educación. En el año 1941 lleva a cabo una antigua aspiración de esta necrópolis, la restauración de los tres sepulcros y sus túmulos y la ordenación del entorno. Simeón Giménez Reyna (1906-1967): Químico, farmacéutico y escritor malagueño, Académico de San Telmo y Delegado de Excavaciones Arqueológicas de Málaga. Sería el verdadero cronista de las obras de restauración llevadas a cabo por Prieto Moreno en 1941 en su conocida Memoria arqueológica de la provincia de Málaga hasta 1946. En 1968 publica también un monográfico titulado Los Dólmenes de Antequera. Algunas de las ideas vertidas en esta obra de divulgación, que fue traducida al inglés, al francés y al alemán, quedarán fijadas durante décadas, como es el caso del peso de la última losa de la cubierta de Menga, que evalúa de forma sobredimensionada en 180 176 [ El Centro Solar Michael Hoskin


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toneladas, o la cronología que establece: entorno al 2500 a. C. para Menga, al 2400 para Viera y al 1800 para El Romeral.

José Antonio Muñoz Rojas (1909-2009): Poeta antequerano, autor, entre otras obras de Las cosas del campo, Las musarañas o Lugares del corazón. Lector en la Universidad de Cambridge durante algún tiempo y gran conocedor de la lírica inglesa, ha traducido al castellano obras de John Donne, Richard Crashaw, William Wordsworth, Gerard Manley Hopkins, Francis Thompson y T. S. Eliot. Obtiene el Premio Nacional de Poesía (1998) por Objetos perdidos, y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2002) al conjunto de su obra. Además fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía en 1992. En su obra recoge diferentes aspectos de los dólmenes de Antequera.

Medallón con la efigie de José Antonio Muñoz Rojas. Fotografía, Javier Pérez.

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INSTITUTIONAL INTRODUCTION Intellectual brilliance and academic rigour come together in one name, that of Michael Hoskin. His view of reality has the vision of a mystic. It is nothing less than giving back to archaeology its marvellous sense of eternity. In Antequera there is a Solar Centre that bears his name. A physical space for capturing the tactile tension of the solstices and the equinoxes. From there the memory of the Universe is drawn, an axial incision in the world to express questions of an existential nature. A concise corporal geometry, erect and silent, reveals that everything we had been searching for had always been before our eyes. Thank you Michael for discovering a transcendental meaning for the objects of the universe. In an empirical world such as ours we can evoke a history that has already happened by diving into your street map of the sky. The megalithic phenomenon is one of the keys to our cultural heritage, we learn from the solidity of the landscape and the pure geometry of an unrepeatable territory to explain something as abstract as death. From our point of view, who may know the end of history? In the distance of the centuries, we sense the world as a confused labyrinth, from which Hoskin looks at the prehistoric sky like a child extracting an infinity of worlds from a single one. He would probably have enjoyed orientating Menga towards La PeĂąa, more than the ecliptic of things. The Dolmens of Antequera Archaeological Site has one of its fundamental structures in the Solar Centre and one of the supporting elements of its creative strategy. How to juxtapose the universe of a gaze by way of a snapshot? The answers are in the sky. The result is a faithful portrait of the passing of time. And the enthroning of the Sun as an archaeological phenomenon. The circular geometry of the tumuli is drawn on this transitional space on the way to the monumental area.

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Celestial and architectural mechanics go hand in hand to raise an interrogative gaze to the sky. And through an unwritten language to learn to consciously perceive the universe. There is astonishment when an instrument to be read allows us to discover the passing of time. For an instant the spectator becomes a magician, as he is part of a theatrical, allegorical experience. A conjunction of science, art, poetry, technology and culture turn this Solar Centre into the hologram of a past that looks to the future and the Dolmens of Antequera Archaeological Site into a living organism that makes use of time to evoke Time. But the heart of the Michael Hoskin Solar Centre is also a memorial to absences. People who came to the Antequeran necropolis and had the ability to connect with the emotional workings of the place. A plurality of dreams to watch over the dormant language of the cosmos. The inhabitants of Antequera 5,000 years ago observed the annual cycle of the sky and projected the cardinal direction of all that is sacred onto the firmament of their lives. And to materialise the link with the transcendent they crossed spaces of time and memory to begin their particular voyage to the stars. Paulino Plata Cรกnovas Consejero de Cultura

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PROLOGUE In Search of Megaliths Juan Antonio Belmonte Avilés1 They didn’t know it was impossible, so they did it! This phrase was used for the first time with reference to the Moon landings and has been quoted several times since then in relation to different aspects linked to certain surprises afforded by science. The first time I heard it was a decade ago, when the staff of the European Space Agency (ESA) succeeded in recovering the SOHO satellite after it had been lost in space for several weeks. Now I have decided to begin this prologue with it to refer to a project undertaken in the west of Europe over the past two decades, a true scientific conquest that would also been worthy of the epithet “impossible” in the mid-nineteen-eighties. I am referring to the work underlying the origin of this book, that of Professor Michael Hoskin of Cambridge University, who, together with dozens of specialists in the most varied fields, including archaeologists, astronomers, ethnographers, engineers and other enthusiasts, among which I am pleased and proud to be numbered, has visited and measured more than a thousand megalithic monuments in our immediate geographical area. Professor Hoskin has shown a degree of skill, meticulousness and courage in these tasks that one would hardly expect to find in a professor of the History of Science, who is much more used to contending with ancient documents and books than with dolmens surrounded by undergrowth. This work is framed within the controversial and extremely interesting discipline of archaeoastronomy, in which the powerful mathematical and physical tools of the natural sciences, particularly astronomy, are placed at the service of the social sciences to create a new epistemological framework from which to obtain very valuable information about certain cultural aspects of past civilizations and particularly about the way they orientated themselves in time and space. 1 Instituto de Astrofísica de Canarias.

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As an enquiring teenager I came across a book that I read with extreme interest, almost devotion, which would influence my future much more that I would ever have imagined. That book was Gods, Graves and Scholars by C. W. Ceram and I believe it affected a whole generation, my generation, of young people, for whom archaeology became a kind of romantic dream, in the same way as Raiders of the Lost Ark gave it an aura of adventure for the following generation (from which it has still not completely freed itself, if it ever will). In my case, it was the romantic dream that prevailed (I have never been very adventurous). I grew to love, and sometimes became obsessed with, the study of the past all the time I was studying for a physics degree in Barcelona and subsequently for a PhD in astrophysics in La Laguna (in a sense this is another way of studying the past, that of the Universe in this case). However, twenty years later, as in the Dumás novel, that dream is now a part of my reality, as I travel the deserts of North Africa and the Nile Valley or climb a mountain somewhere in the Mediterranean in search of ancient monuments, many of which are in places that could be described as risky. Today, archaeoastronomy is a fundamental part of my academic and scientific life. I have the great fortune to share this situation with many people, including, in a prominent position, Michael Hoskin. This prologue is a homage to that collaboration. I first met Michael at Christmas 1993 to discuss the publication of Arqueoastronomía Hispana. He had already been working intensively in Menorca, where he had studied and measured the fantastic taules and navetes, and in eastern Andalusia, where he first came into contact with the Iberian dolmens and tholos. He had just decided to accept the early “retirement” offered by British universities that allows you to maintain your status and research but frees you of teaching and administrative tasks. In his mind an idea was beginning to take shape, although it appeared to be absurd: to calculate the orientation of practically every megalith on the Iberian Peninsula and its neighbouring regions (the final link would be the Western Mediterranean). At that moment, such a “lifetime” task appeared distant and impossible. A decade later, his book Tombs, temples and their orientations: a new perspective on Mediterranean prehistory was proof that the task was not only possible, but necessary. The book is a scrutinising “tour”, with the ultimate aim of determining the orientation of more than 2,000 megalithic or cyclopean monuments,

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including taules, navetes, dolmens, megalithic sepulchres, tholos and giant’s tombs, etc., the data for which are compiled in an extraordinary Corpus Mensorarum, possibly the most comprehensive corpus of orientations ever produced in the history of science. We are proud to have participated in part of that project. We first collaborated with Michael in the summer of 1994 when together we visited and measured three dozen dolmens in the county of Valencia de Alcántara in Extremadura. I can still remember the first measurement we took at the Anta de la Marquesa and how we compared our data on the Tapias dolmen , where Michael gave his approval to our method of obtaining the data. At that time I was taking my first steps in archaeoastronomy outside the Canary Islands and it could be said that I was a novice researcher in the field. To have the approval of a “giant” like Hoskin was tremendously encouraging. The joint publication with Michael of Reflejo del Cosmos (Reflections of the Cosmos) almost a decade later was, therefore, a source of great pride. One question we could ask ourselves is what can we learn from this orientation data? In order to answer this, we need to return to Michael’s books and take a look at a small series of the hundreds of illustrations they contain, especially the so-called orientation diagrams and histograms. Figure 6 shows eight of these diagrams of megalithic monuments located between the Atlantic façade of the Iberian Peninsula and the islands of the Mediterranean. One thing that jumps right out at you is the surprising similarity of most of them, as hundreds of dolmens and other megalithic or cyclopean monuments in that area, such as the Giants’ Grave in Sardinia, follow an orientation pattern with two clear extremes: one on the azimuth near that of the sunrise at the summer solstice and the other at midday or true south. The pattern is even repeated in the North African dolmens our group has worked on and measured. One obvious conclusion is that such consistency over such a large expanse of territory is difficult to explain unless we look at the sky for answers. An important factor that could be explored through these diagrams is the cultural influence. The first megalithic monuments on the Iberian Peninsula that follow a certain pattern can be found in the west, with two possible nuclei in Galicia or Alentejo, according to the most recent

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datings. Subsequently, the phenomenon and the custom expanded in several directions: on the one hand towards Beira and the Spanish Meseta, crossing the Pyrenees to Catalonia, and on the other towards Andalusia and the Mediterranean Levant. How this custom had reached the central Mediterranean islands, such as Corsica and Sardinia, or North Africa, or even whether it developed there independently, is currently a subject of debate. Within the framework of that influence or cultural interaction is where we also have to place a unique case found in the province of Almeria. In this respect, those experts who interpret the small megaliths of Alhama de Almería and the large tholoi of Los Millares, located just a few kilometres from each other, as the tombs of two different social classes from the same culture, also have to explain the appreciable differences in the corresponding orientation diagrams (a and b in Figure 6) that show a distinctive pattern perhaps related to a different religious base and perhaps, therefore, with two distinct cultures. Finally, Panel h of Figure 6 shows us that every rule has its exception and this is wonderfully exemplified by the megalithic monuments of the Balearic Islands. Surprisingly, the pattern found there clearly separates the megalithic phenomenon of those islands from that of the mainland or any other island in the western Mediterranean. This is especially true of Sardinia, whose Nuragic culture has frequently been paired with the Talaiotic culture of the Balearic Islands, as they are practically contemporary and do indeed have certain conspicuous architectural similarities. However, it appears that the answer to the dilemma can be found to the north, on the coasts of Languedoc and Provence, the place of origin of a peculiar orientational custom towards the western sector of the horizon that perhaps expanded southwards, thanks to the predominant north winds in the Gulf of Lion. Here we come to one of the points I most argued about with Michael: the interpretation of the data and, for example, the debate between “solarists” and “lunatics”. In reality, Hoskin offers little interpretative work in his writings, arguing instead the intrinsic importance of the orientations. Only in the case of the taules of Menorca, presumably orientated towards the Southern Cross, and two large tombs in Valencina de la Concepción, near Seville, that may be orientated towards the bright Arcturus and Sirius respectively, is there a degree of

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speculation in the proposals. However, in the majority of cases, Michael has become a convinced “solarist”, focusing his interpretations on the rising or ascending Sun for orientations to the east (the vast majority) or the setting or descending Sun in the case of the French Midi or the Balearic Islands. These interpretations, no less valid for their prosaicness, are what one would expect from a British gentleman who loves to travel to the south, escaping the cold, wet winter, preferring to measure monuments in the sunny Mediterranean rather than remain under the leaden skies of his native land. In defence of this idea, I have to admit that the histogram showing the data from 172 antas with seven orthostats (such as the Tapias dolmen, see Figure 4) of the Portuguese Alentejo and Spanish Extremadura, presented both in Temples and in Reflejo, is possibly the best proof of an astronomic intentionality in the orientation of sacred buildings I have ever seen. At the same time, it cannot be documented in any way other than with the archaeoastronomic data themselves (written information, ethnographic and documental sources, etc.). In fact, the histogram suggests a solar custom, as all the dolmens face the rising Sun at some time of the year, with the largest number focusing on the end of winter or the beginning of autumn and a clear cut-off in the rising Sun at the winter solstice. However, I have frequently been accused of being a “lunatic”, in the literal sense of the word (i.e. a defender of the Moon), in my interpretations and therefore I should argue in that respect. First of all, it should be pointed out that a solar orientation can always simultaneously be explained by a lunar one. Of course, if no other information is given, the solar explanation is the simplest and most prosaic and, within the limits of the Principle of Economy, it should be selected in the first place. On the other hand however, the decoration of certain tombs, such as the paintings on the Antelas dolmen in Portugal, suggests that both the Sun and the Moon were important. In this respect we have carried out two interesting analyses, which are summarised below. On the one hand, the plaque idols discovered by the dozen in the antas and other megalithic monuments in the south and west of the Iberian Peninsula give us an important clue. These idols were portable objects

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made out of shale plaques decorated with a pair of large “astral” eyes, making the final product resemble an owl. The plaque was frequently decorated with sections of triangles or sometimes squares that can be very easily counted. Without wishing to enter into the delicate and often disaccredited field of numerology, the histogram resulting from the statistical analysis of 130 idols, which we can also see in Figure 8, shows peaks clearly centred at twelve and a half (the highest) and 29. The first is related to the large number of plaque idols that have sections of 12 or 13 triangles, which could suggest an interest in the number of lunar months in a tropical year (or in alternate years of 12 or 13 lunar months). The second arises from the large number of plaques with a number around the longitude of the sidereal month (27.6 days), the period the Moon is visible (some 28 days) or the more synodic average of 29 and a half days. Neither can we rule out a more human explanation focusing on the menstrual period, although the presence in the Lisbon area of numerous crescent-shaped idols once again appears to support the lunar hypothesis. As far as I am concerned, all these facts are signs of a possible interest in the Moon and its cycles on the part of the megalith builders. An interest that would later be inherited by their descendants in the Iron Age, of whom Strabo (III, 4, 6) stated: “according to certain authors, the Galicians are atheists; but not so the Celtiberians and the other peoples who border with them to the north, all of which have a certain nameless divinity whom, on the nights of the full Moon, the families worship by dancing until dawn before the doors of their houses”. This importance placed on the Moon may have been reflected in the orientation of certain elements of the Lusitanian rupestrian shrine of Panóias in northern Portugal, in a casuistry that appears to have been inherited from the megalithic phenomenon. Therefore, the out and out defence of the solar hypothesis is perhaps one of the weak points, if it can be considered as such, of the traditionally defended ideas. I believe, however, that other ideas are equally defendable. Let’s take for example the case of the dolmens in the French Midi orientated towards the west. In keeping with our idea we could postulate a link with the new Moon, the cycle of renovation and the worship of the dead. This is well illustrated in Figure 10 in which, in collaboration with our colleague, the astronomer César González, we present the histogram of one of these series of megalithic

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monuments whose distribution could be explained by the orientation of the axis of the building towards the new Moon at certain key times of the year, particularly the first Moon of spring. The debate, therefore, should remain open. The megalithic monuments of the Mediterranean have provided us with a mine of archaeoastronomic information that has sometimes given us big surprises and at other times has left us with unresolved “mysteries”. An example of the former is the series of pit marks that look like beads on certain orthostats at the main entrance to one of the megalithic temples of Mnajdra on the island of Malta. If the interpretation proposed by Michael and his colleagues is correct, it could mean that the use of the rising and setting of certain stars and asterisms to measure time in the Mediterranean region could be as old as agriculture itself and that the custom may have spread together with it from the Fertile Crescent. The temples of Malta are therefore a great mystery and, at the same time, an important source of knowledge. We could speak at length about “mysteries” that are not so mysterious! In Brittany, for example, we find long alignments of menhirs that are still unexplained in a clear context of landscape archaeology. Their counterparts in other places, such as Sardinia, are in the same category. It was in Brittany that Michael focused his final efforts in the field of archaeoastronomy before dedicating himself entirely in recent years to his work on the history of modern science. It was there that I was recently lucky enough to be able to accompany him on a reconnaissance tour. I was impressed by the spectacularity of the region’s monuments, which include some of the largest and oldest megalithic structures in the world, but at the same time perplexed by the difficulty in interpreting them as a whole. Michael’s most recent work has focused on attempting to disentangle that particular web. The megalithic phenomenon is one of the keys to our cultural inheritance. It is still amazing to wonder why, about 6,500 years ago, our ancestors began to move huge stones and build structures that even today take our breath away. Archaeoastronomy goes some way to helping us, as it places us squarely in the builders’ metaphysical view of the world and their constant search for a correct orientation in time and

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space, a search that still goes on. For sure, megaliths are not exclusive to our geographical area. Dozens of dolmens that were built on the spurs of the Caucasus around 4,000 years ago remain to be studied and put into context. They are not even exclusive to our culture. In fact, the territory on our planet with the largest number of megaliths per square kilometre is the Korean Peninsula. There, hundreds of dolmens still form part of the cultural landscape of the Korean people who take them as their own. It would be extremely interesting to study how archaeoastronomy could contribute to a more in-depth understanding of the framework of that relationship, which could perhaps lead us to better comprehend what our ancestors wished to transmit when they bequeathed their megaliths to us. Would anyone like to take up the challenge?

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INTRODUCTION “May the Sun rise over Antequera” Rafael Maura Mijares2 20 September 2006. It is 8:40 in the morning. Dawn has yet to break. A young photographer is stationed inside the chamber of the Viera dolmen. His name is Javier Pérez and, as he has done on many other occasions, he waits patiently to capture a precise moment with his camera. Capturing light, that is his obsession, and today, in the darkness of the deepest depths of the dolmen, he only needs one thing: “for the Sun to rise over Antequera”. Javier was not there by chance, he was there because he knew that many others had waited for that Sun before him. Washington Irving tells us that in the town of Antequera there was a fountain with a carved bull’s head and an inscription that read “Enfrente del toro, se halla el tesoro” (“Opposite the bull, there is a treasure”). Popular tradition held that it was an Arab treasure and many holes were dug in front of that fountain in search of it, although quite fruitlessly, until one day an ingenious Antequeran believed he had solved the riddle. He decided that the treasure was “en frente del toro” (in the bull’s forehead”) and destroyed the effigy, only to find that the treasure was not their either. Nobody knows where that fountain was, or even if it really existed, but at the beginning of the 1990s a new fountain was built to commemorate the legend. It is also known as the “Fuente del Toro” (“Fountain of the Bull”) and was based on a seventeenth century Mannerist façade that had been saved from demolition. Like the legendary one, it was decorated with a bovine effigy, as well as a Sun, and the old inscription was replaced with another that read “Que nos salga el Sol por Antequera” (“May the Sun rise over Antequera”). Perhaps that was what that quick-witted citizen had said before he smashed the bull’s head… “Y que sea lo que Dios quiera” (“And may it be what God wishes”), he could have added.

2 Department of Prehistory and Archaeology of the UNED.

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The origin of that famous saying is not at all clear. It is said that on the night of 16 September 1410 (meaning that the six hundredth anniversary of the event has just passed… and we cannot help but notice how close that date is to the autumn equinox), Prince Fernando of Aragon, later known as “he of Antequera”, unsure of the place he should attack, saw a vision of a young girl accompanied by two lions who encouraged him to go for Antequera with these words: “May the Sun rise over Antequera and may it be what God wishes”. This event apparently cleared any doubt from his mind and the following day he began his assault on the town, at that time in Muslim hands, and soon took it. The young girl turned out to have been Saint Euphemia of Chalcedon, a virgin and martyr whose saint’s day was that very day, which caused her to be named Antequera’s patron saint after the conquest. Other versions of this same legend tell us that it was Fernando himself who pronounced the famous phrase before beginning the final assault on the medina: “May the Sun rise over Antequera and may it be what God wishes!”, meaning that the decision was taken, that they would attack at dawn and he was calling on God to help him achieve victory. However, this is not the only hypothesis for the origin of that saying. Other authors point out that it was used when the Catholic Monarchs besieged Granada. It referred to the impossibility of the Sun rising in the west, the location of Antequera in relation to Granada, thus wishing to express their firm intention of taking the city, regardless of the effort needed or the occurrence of prodigious events such as that. Strangely, in these versions the phrase concludes differently: “May the Sun rise over Antequera, placing itself where it wills”. We will probably never know which of the two hypotheses is correct, or even whether either of them is true. However, what is certain is that, in one way or another, the saying links the town of Antequera with the Sun. Logically, the people of Antequera prefer the first option, considering it as part of their cultural wealth, their collective image. The town’s newspaper, a doyen of the press in the province of Malaga, is named El Sol de Antequera (The Sun of Antequera). However, let’s return to the Viera dolmen and the autumn equinox of 2006. This was not Javier’s first try. Other attempts had failed when the

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day had dawned cloudy, making it impossible to work. However, today his patience was rewarded, the dawn was cloudless and at 8:46 the first ray of the Sun shone up from below the horizon. He launched into frenetic activity, with his hands continuously manipulating lenses and pushing the shutter release. Finally, the solar disc emerged completely and its blinding light inundated the dolmen. The event had happened and Javier had recorded it. Although it had been known for a long time that the corridor of this dolmen faced almost perfectly east, thus coinciding with the sunrise at the changes of season between winter and spring and summer and autumn, it was the first time the event had been captured on film. Therefore, at the risk of disappointing Prince Fernando, the rise of “The Sun of Antequera” was already famous in ancient times. The Viera dolmen is irrefutable proof of this and on 20 September 2006 this fact was recorded once and for all. This was an important circumstance, as it is precisely this orientation of the corridor of Viera towards the sunrise at the equinoxes that is the basis of the only reason that justifies both linking the dolmens of Antequera to the Sun and, in the final extreme, the creation of a Solar Centre at the Archaeological Site. The phenomenon of the astral orientations of certain monuments from prehistory and antiquity is the essential object of study in archaeoastronomy, and this is the reason the dolmens of Antequera are of such great interest to that discipline. Dr Michael Hoskin, one of its pioneers and maximum exponents, emeritus professor of the History and Philosophy of Science at Cambridge University and editor of the Journal for the History of Astronomy and its supplement Archaeoastronomy, was the first person to undertake a serious study of the orientations of the Antequera dolmen corridors, including them in his book Tombs, Temples and Their Orientations: A New Perspective on Mediterranean Prehistory, published in 2001. It is for this reason that the Antequera Archaeological Site, in the person of its director, Bartolomé Ruiz, honoured him by giving his name to the Solar Centre. This publication was conceived with the fundamental aim of bringing to the attention of the general public this unique scientist, the fascinating hypotheses proposed by archaeoastronomy based on the prior knowledge of the two branches that make it up –astronomy and

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archaeology–, and their direct application to the Antequeran dolmens, as well as the space itself dedicated to the Michael Hoskin Solar Centre through the elements it is composed of. It also includes the Dolmens of Antequera Memorial, which is physically a part of a sector of the circular plaza that serves as the setting for the Solar Centre. We would like to express our gratitude to Michael Hoskin and to the rest of the collaborators, Juan Antonio Belmonte, Margarita Sánchez, David Galadí, Aurora Villalobos, Carmen Martín, Ángel Fernández and Javier Pérez, for their generosity in sharing their knowledge in the preparation of this book. Our aim is that by reading it a visitor to the Solar Centre will come armed with knowledge that will allow him or her to enjoy it to the full. If this is the case, we have achieved our objective. For our part, the effort has been made. Now, emulating the illustrious prince, all that remains is to commend ourselves to Saint Euphemia and say “May the Sun rise over Antequera”.

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I. MICHAEL HOSKIN 1.-Laudatio to Michael Hoskin Margarita Sánchez Romero3 The only way I can think of to begin this laudatio to a wise man is to say that it is an honour for me to have been asked to comment on the life of this researcher and educator who has given world archaeology one of its most fascinating and attractive facets, the study of prehistoric astronomy through the remains left to us by the societies of the past. Thanks to his enormous capacity for work, his intelligence and his use of the imagination needed to create science, we now have a better idea of how the people of the past understood the phenomena of the skies, how they used them and what role they played in their lives. We sometimes tend to think that prehistoric peoples were on a lower intellectual echelon than us; our modern way of life, our technology, the knowledge we have acquired over thousands of years sometimes lead us to arrogantly believe that we have reached the culmination of enlightenment. However, lives such as Michael’s dedicated to research show us that the relationship the men and women of prehistory had with nature was truly privileged and full of experiences we would find it difficult to emulate. We no longer look at the skies as they did in prehistoric times; we don’t even look at the skies as they did fifty years ago! The light pollution in our towns and cities means that we can rarely see the Plough or Orion’s Belt and it is difficult to find the pole star; sometimes even the Milky Way is barely visible. Now we have such powerful telescopes that the stars and the planets do not let us see the heavens. However, the men and women of prehistory did look at the skies and, in a constant dialogue with them, they built structures such as the Menga and Viera dolmens and the El Romeral tholos. These show us

3 University of Granada. This text was written on the occasion of the presentation of Professor Michael Hoskin at the inaugural conference of the first edition of the Annual Autumn Courses of Millenary Antequera.

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the exhaustive and accurate knowledge they had of the solar and lunar cycles and of the solstices and equinoxes that mark the changes of season, in short, of nature and its cycles and how they were important in the passing of their lives. However, we must not get ahead of ourselves; it will be Michael himself who, in this very book, will tell us about this enthralling and surprising subject. How did a mathematician become one of the most important figures in world archaeoastronomy? Michael Hoskin was born in London on 27 February 1930 and began his academic life in the classics, studying Latin and Greek. After gaining a degree and a master’s degree in mathematics at the University of London, he transferred to Cambridge University, where he did his PhD. After a year of military service he returned to Cambridge in 1956 as a researcher at Jesus College, but after a year he changed the course of his teaching and research career and became professor of the History of Science at the University of Leicester. However his life was, and still is, linked to Cambridge and he returned there as a professor three years later. At first his research took in all aspects of the history of science and medicine, but the History and Philosophy of Science department that he headed for eleven years began to grow and become consolidated (in fact it is now one of the largest in the world) and Michael was able to specialise in the History of Astronomy. In 1971 he founded the Journal for the History of Astronomy, which he continues to edit forty years later. His commitment to the dissemination of the knowledge generated through research is reflected in the huge amount of work he puts into editing and publishing this journal. Although Michael is here today thanks to his recognised prestige in the field of archaeoastronomy, I cannot resist telling you about another of the interesting aspects of his research in the field of the history of astronomy, the study he made of the Herschel family. This saga of musicians and astronomers began with Frederick William Herschel, composer, telescope builder and discoverer of Uranus, and his sister Caroline Herschel, the discoverer of several comets, particularly one that visits us assiduously and is named after her, 35P/HerschelRigollet; in 1828 she was the first woman to receive the Royal Astronomical Society Gold Medal. They were the beginning of several generations dedicated to the study of astronomy.

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But let’s return to Michael. Cambridge University cannot be understood without its colleges, a study and teaching structure that only exists in the “old universities” of England. This university structure combines an interesting strategy in which the teaching imparted in the lecture halls makes no sense without the education acquired in the centres of life and study. The most famous professors in any subject are literally signed up by these colleges, whose prestige depends entirely on the quality of the members of their academic staff, who live in them and tutor their students in diverse disciplines. I have already mentioned that Michael was a member of Jesus College. In 1965 he became a founder-member of a new Cambridge college, St Edmund’s, and in 1969 he joined Churchill College, where he took charge of building up one of the most important archives in England, the Churchill Archives Centre. He is still a member of Churchill College, as well as an emeritus member of St Edmund’s. It is highly unusual for a person to belong to two colleges, a circumstance that is no doubt due to the fact that neither of them wished to do without him. In this respect, there can be no student of prehistory and archaeology in Spain who does not know or has not been required to study the production of this historian of science turned archaeologist. Indeed, another of the most important figures in world archaeology, Colin Renfrew, was also a disciple of Michael. When he retired prematurely from his university post in 1988, he at last had time to devote himself to prehistoric astronomy. His first impulse came at the hands of Antonio Arribas Palau, professor of prehistory at the universities of the Balearic Islands and Granada and the teacher of the majority of those of us who currently work in that discipline in Andalusia. Encouraged by Antonio Arribas, he began to study the orientations of the taules of Menorca and subsequently of dolmens all over Western Europe, the Mediterranean and North Africa. His book, Tombs, temples and their orientations: a new perspective on Mediterranean prehistory published in 2001, contains the orientations of some 3,000 dolmens, 2,000 of which he measured personally. Among the numerous recognitions he has received during his long and distinguished career we can mention the Doggett Prize from the American Astronomical Society and the Jaschek Medal from the European Society for Astronomy in Culture. He is an honorary member of the Royal Astronomical Society and the International Astronomical

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Union, which has also named an asteroid, 12223 Minor Planet Hoskin, after him. However, the thing he admits to being most proud of is the Michael Hoskin Solar Centre at the Dolmens of Antequera Archaeological Site. One of Michael’s many virtues is his generosity, and this explains why he has made Andalusia, and more specifically the Antonio Arribas Palau Andalusian Prehistory Documentation Centre and Virtual Library at the Dolmens of Antequera Archaeological Site, the recipient of one of the most impressive gifts that a valued archive could receive. His collection of almost 6,000 photographs, the fruit of many years of arduous work, is a unique document of incalculable research value which compiles the megalithic phenomenon that developed in North Africa, Europe and the Mediterranean islands several millennia ago in prehistory. Many of these structures have since disappeared and their existence is now only reflected in these visual documents. The invaluable Michael Hoskin Photographic Collection will soon accessible on the Internet, not only for research purposes, but also to any person interested in the subject. Some months ago I had the great good fortune to visit Michael in Cambridge. I will always remember that day as one of the most deeply moving of my life. To stroll through Cambridge in the company of a person such as Michael is a privilege that is difficult to surpass for anyone who loves the institution of the university and what it represents, and Cambridge is the university in its purest state. Together we visited the colleges, the bridges and the streets of that town and, what was the most meaningful of all for us, Michael and his charming wife Jane opened up their home to us and shared anecdotes, memories and stories of a long life full of personal and professional experiences. There can be no doubt that the day and night skies played an extremely important role in our view of the cosmos, in other words, in the prehistoric societies’ concept of the world and of life. Michael Hoskin has helped us see how those material, sensorial and emotional mechanisms functioned and we can never thank him enough for what he has done for us.

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2.- The Sun Man. A report on the Michael Hoskin Solar Centre inaugural ceremony Carmen Martín Blanco4 He has small eyes, a big smile and grey hair. His name is Michael Hoskin and he is considered to be one of the greatest experts in the world on dolmen orientations. He has visited the megalithic sites in the town of El Torcal several times and knows the tumuli of Menga and Viera and the tholos of El Romeral as well as if he himself had built them. However, of all his visits to the Dolmens of Antequera Archaeological Site, it will perhaps be the most recent that he will best remember, due to an unexpected homage paid to him by that institution and which the British archaeoastronomer received with his customary wide smile and open arms. It was on 13 September 2008 that the delegates at the international congress of Cosmology Across Cultures, organised in Granada by the Canary Islands and Andalusian Institutes of Astrophysics under the sponsorship of the European Society for Astronomy in Culture (SEAC), met in Antequera to make a programmed tour of the megaliths of that town. Among the fifty-odd visitors was the University of Cambridge emeritus professor of the History of Science, Michael Hoskin, who, as a guest speaker at the conference, had given a talk on ‘The Cosmology of William Herschel’. The archaeoastronomer, accompanied by his wife throughout the day, toured the tholos of El Romeral and the dolmens of Viera and Menga, looking at them as if it were his first visit and paying special attention to the latest discoveries made during the most recent archaeological excavations financed by the Junta de Andalusia Ministry of Culture. Over a decade, Michael Hoskin, also known as the editor of the Journal for the History of Astronomy, has visited more than 1,200 prehistoric structures in Europe and the Mediterranean to measure their orientation towards the celestial bodies, and over his lifetime he has managed to create a huge personal photographic archive of megalithic buildings. In gratitude for this homage, part of this archive will be

4 Carmen Martín Blanco, a journalist for the Diario Sur newspaper, wrote this article in 2008 on the occasion of the homage to Michael Hoskin.

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added to the collection of the Andalusian Prehistory Documentation Centre and Virtual Library, also housed at the Dolmens of Antequera Archaeological Site. The person in charge of the archive, Rosa Enríquez, explained that in gratitude for the gesture made by her institution, Hoskin agreed to donate the 6,000 photographs he has taken during his studies of megalithic sites in North Africa and Western Europe, including those of the Iberian Peninsula. These pictures, in addition to forming part of the Documentation Centre, will be digitalised and made available on the future Archaeological Site website and will be held by the Junta de Andalusia following the signature of an agreement between the British professor and the Ministry of Culture. Hoskin has not only visited and photographed 1,200 European and Mediterranean prehistoric archaeological sites, he has also studied them from an archaeoastronomic perspective. This is the branch of archaeology and astronomy that studies the orientations of buildings or holy sites to ascertain the degree of knowledge the ancient civilizations had of the heavenly bodies and the laws that govern them. In 2005, his experience once again brought him to Antequera to study the orientations of the megalithic sites there. At that time he confessed that of all those he had analysed to date, he had a special predilection for the dolmen of Menga, one of the few in the world that has an obvious topographic orientation, as it looks towards the northwest, in the direction of La Peña de los Enamorados; whereas Viera was built facing the sunrise and the tholos of El Romeral has no clear solar or topographical orientation, as Hoskin himself pointed out on that visit to the dolmens during the first part of 2005. More than a year later, the experts managed to demonstrate with photographs that the Viera dolmen was orientated exactly towards the sunrise, just as the British archaeoastronomer had said. Indeed, after the Junta de Andalusia Ministry of Culture Directorate General for Cultural Assets commissioned professors Michael Hoskin and C. Ruggles, the latter from the University of Leicester, to study the astronomic orientations of the megalithic sepulchres as part of the ‘Societies, Territories and Landscapes in the Recent Prehistory of the

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Antequera Depression’ research project, directed by professors Leonardo García and Víctor Hurtado, both from the nearby University of Seville, an attempt was made to demonstrate Hoskin’s arguments by photographing the sunrise at the autumn equinox from inside the Viera dolmen. The pictures were taken by the Malagan photographer Javier Pérez on 20 September 2006; the first was taken at 8:46 a.m., although he was subsequently able to immortalise the phenomenon several more times. The experts had already known that the Viera dolmen faced east, in fact slightly towards the southeast, but they wanted to have further proof that would back up the words of the British professor. However, between Hoskin’s visit in 2005 and the successful photographic session in September of the following year, several attempts at the various equinoxes and solstices had failed due to adverse weather conditions. Of all the finds the director of the archaeological site, Bartolomé Ruiz, told him about, it was the Menga pit that most aroused his curiosity. This cavity was discovered behind the third pillar of the dolmen during work to find the original floor of the megalithic sepulchre and following an excavation using extreme measures carried out by a team led by the senior professor of the Department of Prehistory at the University of Granada and member of the Andalusian Geophysics Institute, Francisco Carrión. The investigation determined that the pit was 19.5 metres deep. “Really? It’s incredible!”, exclaimed Hoskin’s wife when she heard the news, immediately setting off to take photographs of the depths of the pit with her camera. The visit to Menga was followed by a stop at the dolmen complex’s Solar Centre, a large area dedicated to the king of the heavenly bodies that was inaugurated on 13 December 2007 and which the institution decided to name after Michael Hoskin in recognition of his research into the orientations of the dolmens. When he heard the news, but had still not seen the centre, the archaeoastronomer’s emotional reaction elicited interminable applause from his conference colleagues. “Gentlemen, we have before us the most important and most impressive archaeological site of Spanish prehistory”, affirmed the archaeoastronomer, who categorised the prehistoric site of Antequera as of “prime importance”. “It is a great honour that the Solar Centre will

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bear my name and I am very grateful to Mr Bartolomé”, concluded the British professor in his clear Spanish. Always accompanied by his wife and deeply absorbed in the new finds made at the Dolmens of Antequera Archaeological Site, he was still unaware that just a few metres from the Menga dolmen, in the shade of a cypress tree more than half a century old, there was a medallion bearing his face in what was now known as the Michael Hoskin Solar Centre. Generations to come will also seek out the shade of that stately tree when they visit the Menga and Viera dolmens and they will ask themselves, as they lean against its trunk, how is it possible that Viera points exactly to where the Sun rises at the equinoxes and a few metres away, another megalithic sepulchre, built hundreds of years before, looks brazenly towards the mountains where a sleeping giant appears to lie. When the guide answers their questions they will now that decades earlier there was a man who studied the Sun and the other heavenly bodies that surround us and linked them to megalithic sites such as Antequera, becoming one of the most renowned experts in the subject, in an attempt to understand what led our ancestors to build these extraordinary structures. That man was Michael Hoskin.

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II. ASTRONOMY AND PREHISTORY 1.- Astronomy at a Glance David Galadí-Enríquez5

The sky today and in ancient times From an observational point of view, our ancestors, even the most remote hominids, saw a sky that was similar to that of today. As we will see below, if were to go back to the time and place of Antequera’s megalith builders we would find that the sky was essentially the same as ours. However, there can be no doubt that their subjective interpretation of what they saw differed greatly from our own. Only a few centuries ago, even within our own cultural and linguistic tradition, we find a radically different interpretation of the firmament to that of today. In mediaeval Europe, the Earth was the centre, the only existing world, and the planets, the Sun and the Moon were in spheres on spheres in epicycles moving around it like a machine; the sphere of the fixed stars was like an impassable physical limit with the stars hanging like lanterns from a solid sphere, and the Milky Way was like a painted stain on a dark surface. The physical reality seen in the Middle Ages and the one we see today were the same, but how differently they interpreted it! With that in mind, think about the huge contrast there may be between our view and that of the inhabitants of Antequera five thousand years ago. Today we understand that the Sun is the centre of the solar system, with the planets, of which the Earth is one, moving freely around it in the surrounding space; ours is no longer the only world, but one of many. The Sun is an ordinary star on the outskirts of a large, but normal galaxy. The black sky is not a solid sphere, but the unlimited vacuum of space between the heavenly bodies, and the stars... the stars are suns like ours, but very far away, and many of them have planets, some of them perhaps inhabited. What in the mediaeval model appeared to be unnecessary and anecdotal, the Milky Way like a large painted stain on 5 The Spanish-German Astronomical Centre. Calar Alto Observatory.

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a solid sphere, turns into an unexpected discovery: the view of our galaxy from the inside, a cloud made up of hundreds of thousands of millions of stars like the Sun. And beyond that, hundreds of thousands of millions of galaxies like ours spread over space for as far as we can see. We have gone from a single world to an infinity of worlds. In order to understand how our remotest ancestors may have viewed the firmament, we need above all to have an idea of the objective aspect, that which we do indeed have in common with them. Therefore, in the following sections we offer a very brief introduction to the aspect of the firmament and its cycles and movements as observed with the naked eye, and we give an outline of the similarities (of which there are many) and differences (of which there are few, although they are perhaps important from a cultural point of view) between the sky of Antequera today and that of five thousand years ago.

The celestial sphere and daytime movement By day or by night, at first sight the sky appears to be a vault that covers everything. What is in the sky appears to be at the same immense and indeterminate distance. For millennia this appearance was accepted as if it were reality and that was probably how the Antequerans thought all those thousands of years ago. In this section we will describe the apparent aspect of the sky and for that we need to return to the same point of view held by the ancients and assume that the firmament is a very large, solid and hollow sphere at the centre of which is the Earth: the celestial sphere. - The daytime movement: circumpolar and anti-circumpolar heavenly bodies The most elementary observation we can make about the celestial sphere is that it moves around us. If you follow the position of the Sun, the Moon and the stars for a certain amount of time, you will easily see that the sky turns at a uniform speed, making a full revolution every twenty-four hours. Of course, we know that this is an illusion and that the daytime movement of the sky is no more than a reflection of the Earth’s rotation. The Earth turns on its axis from west to east and that is why the sky appears to turn in the opposite direction at the same speed.

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If we imagine prolonging the Earth’s axis to the north and the south, the points at which it would touch the celestial sphere are known as the celestial poles. Similarly, if we project the Earth’s equator onto the celestial sphere, we obtain a maximum circle drawn on it, equidistant from the two poles; this is known as the celestial equator. The firmament appears to turn like a solid object around the two poles, which stay in the same position day and night. All the objects in the sky are dragged along in this movement, daily tracing, from east to west, paths apparently parallel to the celestial equator. This general picture is always valid, but it has different observational consequences for observers located at different latitudes on the Earth. Let’s suppose an observer is situated right on the Earth’s north pole. Above his head, at the highest point, called the zenith, is the celestial north pole. The celestial equator is on the observer’s horizon. With the passing of the hours, the celestial sphere moves around the pole and for this observer the visible heavenly bodies describe trajectories parallel to the horizon. When observed exactly from the Earth’s north pole, the stars neither rise nor fall. One half of the sky, the northern celestial hemisphere, is always visible from this observation point. The other half, the southern celestial hemisphere, can never be seen as it is always hidden below the horizon. The situation is the opposite for an observer at the Earth’s south pole. The entire southern celestial hemisphere appears above the horizon, which coincides, as in the previous case, with the celestial equator. The heavenly bodies describe trajectories parallel to the horizon, but if you look up, the apparent direction is clockwise. The celestial south pole stays fixed at the zenith. The picture is very different for an observer on the terrestrial equator. The celestial poles lie on the horizon and the celestial equator rises from the cardinal point from east to west, passing through the zenith. All the heavenly bodies rise from the middle of the horizon that goes from the north, via the east, to the south. The objects of the firmament follow paths perpendicular to the horizon and with the passing of time they all become hidden behind the half of the horizon that goes from the south, via the west, to the north. From the equator, all the stars rise and set every day. As the celestial vault turns, all its parts pass in front

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of or behind our view. Whereas from the poles it is only possible to observe half the sky, from the equator, during one day, the entire firmament can be observed. However, the situation that interests us now is that of the observers in medium latitudes, because Antequera is at +37°. In these cases the celestial pole is neither in the zenith nor above the horizon, but at a height in between. In the case of Antequera it is the boreal celestial pole that is visible to its inhabitants. The angle between the horizon and the celestial pole is exactly equal to the latitude of the point of observation: 37°. The celestial equator, inclined, crosses the sky without passing through the zenith. The whole firmament rotates around the visible celestial pole that appears to be fixed in one place, while all the stars turn around it with the passing of the hours, describing arc circumferences parallel to the celestial equator. With the passing of time, the stars closest to the celestial pole describe small circumferences that are centred on the pole and move in an anticlockwise direction. Their apparent paths never take them below the horizon. For an observer at intermediate latitudes, such as at Antequera, the stars in the celestial regions closest to the visible pole are never hidden. They are called circumpolar stars. Examples of circumpolar constellations currently visible from Spain are Cassiopeia, Draco, Ursa Major and Ursa Minor. Heavenly bodies, as well as sections of the celestial pole, trace larger circumferences in the sky and their apparent trajectories end up intersecting the horizon. These stars come out every day, move through the visible part of the firmament and end up dipping below the horizon to be hidden for a certain time. In the opposite direction to the visible celestial pole is the other pole, which is permanently hidden below the horizon. From Antequera it is never possible to see the celestial south pole or the area that surrounds it. The stars in that region are called anti-circumpolar and you have to travel to see them. Currently from the intermediate latitudes of the northern hemisphere it is not possible to see constellations such as Centaurus, the Southern Cross and Carina.

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- Azimuth and height In determining the positions of the heavenly bodies in the celestial sphere, the distance that separates us from them is irrelevant. All we need to know is in which direction to find them and for that we need to resort to the fictional celestial sphere on which, at the same undetermined distance, we take the stars to lie. If we eliminate the distance, measuring the positions comes down to a two-dimensional question involving only the apparent directions of observation. In the firmament the separations and positions are expressed through angles. Angles, both on Earth and in the sky, are usually measured in degrees. To orientate yourself for nocturnal observations it is very useful to become acquainted with the calculation of angles in the firmament. A complete maximum circle surrounds the entire firmament, such as for example the celestial equator, and encompasses 360°. A semicircumference, such as the arc that runs from east to west passing over the head of the observer (via the zenith), takes in half of it, 180°. From the celestial pole to the equator it covers 90°. In the sky one degree is quite small. The discs of the Sun and the Moon appear to be approximately the same size, half a degree each. A ruler graduated in centimetres is a good tool for measuring angles in the sky. When it is placed some 60 centimetres from view, a distance that coincides with most people’s arm length, each centimetre subtends almost exactly 1°. With a little practice you can do away with the ruler and use other tricks. For example, keeping your arm extended, the width of your thumb corresponds to about 2°, the palm of your hand to 10°, and a handspan to some 20°, although logically the exact measurements will vary from person to person. As is well known, each degree is subdivided into sixty equal fractions, known as arc minutes. Likewise, each arc minute contains sixty arc seconds. The symbols for degrees, arc minutes and arc seconds are º, ’ and ’’ respectively. The absolute limit of human visual acuity is around 1’, although the majority of people are incapable of separating stars 3’ apart with the naked eye. A chicken’s egg 100 metres away subtends 2’. An arc minute

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is somewhat larger than the apparent size of Jupiter and larger than the majority of lunar craters. Therefore, to be able to see Jupiter as a disc or to see craters on the Moon we need a telescope. Such tiny units as arc seconds are only needed for the most precise studies. A chicken’s egg seen from six kilometres away subtends an angle of 2’’. Modern precision astrometry is able to determine the positions of stars to within a margin of error of 0,001’’. For the egg we are using as an example to subtend an angle of 0,001’’ it would have to be a long way away, farther than the diameter of the Earth (about 12,000 km). With no optical resources or high-grade mechanics, the inhabitants of Antequera of thousands of years ago would not have been able to make angular calculations more accurate than a few arc minutes. Measuring angles in the sky allows us to specify quantitatively the positions of the heavenly bodies on the celestial sphere. To do this we have to choose certain references and express the positions of the heavenly bodies in terms of angular distances to those references. Such distances are known as coordinates. Of the multitude of coordinate systems commonly used in astronomy, we will mention just the simplest: the horizontal system. The astronomical horizontal coordinates system takes the plane of the observer’s horizon (from which it takes its name) and the direction from the southern cardinal point as a reference for measuring angles. The position of a heavenly body in the celestial sphere is expressed numerically by means of two quantities or coordinates known as azimuth (a) and height (h). Of these two coordinates, the height is the easiest to understand and estimate without complicated technical resources. The height of a heavenly body is the angular distance to the horizon measured along a vertical arc that passes through the heavenly body. The origin for heights is the astronomical horizon, an ideal plane perpendicular to the direction of the perpendicular line at the observation point. The true horizon appears very little in this idealisation, as its profile is altered by mountains, houses, trees, etc. Only calm seascapes have a true horizon similar to the astronomical horizon. Nevertheless, it is not usually

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difficult to estimate from any observation point where the imaginary line of the astronomical horizon would be on the visible horizon. If you can sense where that line is, a graduated ruler or your hands will allow you to measure approximate heights. A star on the horizon (when it is rising or setting) has a height of zero, h = 0 . The highest point in the sky, the zenith, is h = + 90 . The heavenly bodies hidden below the horizon have negative heights. The height of the point diametrically opposite the zenith, called the nadir, is h = -90 . The coordinate height on its own is not enough to determine positions in the sky. You need a second coordinate, the azimuth. The azimuth, which specifies the cardinal direction towards which the heavenly body is observed, is the angular distance from the southern cardinal point to the vertical of the heavenly body in question. It is always measured along the horizon in a clockwise direction, from south to west. In this way, the point on the horizon that coincides with the southern cardinal direction is azimuth a = 0 . The west is a = 90 , the north a = 180 and the east a = 270 . An observer in Antequera, with a geographical latitude of j = +37 , will have the celestial north pole in the position a = 180 , h = +37 . For the same observer, the celestial south pole will be at a = 0 , h = -37 (negative height: an unobservable point). The visible celestial pole from a given observatory has a height equal to the value of the geographical latitude of the place it is taken, always with a plus sign. Estimating azimuths is not as easy as measuring heights. To measure azimuths you need to know how to orientate yourself, as you need to identify the direction of the southern cardinal point from the observation point. Although there is universal agreement about measuring the azimuth in a clockwise direction (in other words, towards the right), it should be pointed out that not all authors begin in the south. Some astronomers (particularly in Anglo-Saxon countries) and all topographers and geodesists use the northern cardinal point as a starting point for measuring azimuths. You need to bear this in mind to avoid confusion when consulting the literature, particularly in archaeoastronomy, in which the habitual topographic and geodesic formula is normally used.

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Other movements of the Earth and their reflection in the skies The explanations given above will allow you to interpret the existence of observable areas of the sky and others (anti-circumpolar) that are always hidden, as well as understanding and describing (in terms of azimuth and height) the apparent daytime movement of the visible heavenly bodies. However, continuous observation of the firmament, night after night, week after week, month after month, shows that this is not a complete explanation of its cycles and movements. - The annual cycle of the sky Another longer cycle is superimposed on the daytime cycle of the firmament caused by the rotation of the Earth. This is the yearly cycle due to the movement of our planet around the Sun. The diurnal movement of the heavenly bodies becomes obvious in just a few minutes, but the annual cycle of the sky requires quite a few days of observation to be perceived. In this, and in its superimposition with the rapid daytime movement, lies the difficulty the non-specialist finds today in understanding the change in the appearance of the skies during the year. However, the mechanics of this slow turn are quite simple. This annual cycle is and has been well known to all human cultures up to the present day and our generations are probably the first to grow up and be educated without first-hand knowledge of it. At midnight, when the Sun is at its lowest point, hidden below the horizon, we can see in the highest point in the sky the constellations that are diametrically opposite the king of the heavenly bodies in the celestial sphere. But the Earth, in addition to its daily rotation on its own axis, turns around the Sun. For this reason, the stars that are diametrically opposite it change during the year. Thus, at the beginning of the year the Sun currently appears projected against the celestial region of Scorpio and Sagittarius, making them invisible. At midnight the opposite area can be seen, with Gemini, Taurus and Orion the most prominent constellations. As the weeks go by, the Earth shifts in its orbit and Orion can be seen high in the sky increasingly earlier. After three months, around March, the apparent position of the Sun in the sky means that the constellations that dominate the middle of the night are those in the region of Virgo. After six months, the Sun projects itself

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onto Gemini and Taurus, in such a way that around June at midnight we can see the stars that are invisible in January because of the brightness of the Sun. Looking from the north of the orbital plane, the Earth traverses its path around the Sun in an anticlockwise direction. Therefore, when observed from the planet’s surface, the Sun appears to move across the sky in the same direction, towards the east, throughout the year. Modern amateur astronomers tend to look at the sky during the first half of the night, just after the evening twilight. At this time on a specific day certain constellations can be seen near the western horizon, towards the area where the Sun went down. A few days later, the Sun will have moved a few degrees to the east, so that the constellations that were previously visible in the clarity of the twilight have already disappeared from sight, having been swallowed up by the light of the Sun. Slowly but surely successive celestial regions can be seen at the same time every day. Today the annual change of the firmament is of little practical interest, but there have been times when its observation and tracking was the only reliable way of establishing a calendar for deciding, for example, planting or harvesting periods. Today’s observers perceive the apparent movement of the Sun because it devours the constellations to the west evening after evening. But at other times and in other places the complementary phenomenon was more important: the successive appearance in the east, dawn after dawn, of the stars and asterisms that the Sun leaves behind on its apparent annual journey. Consider the case of Sirius, the brightest star in the sky and visible from almost everywhere on Earth. It is currently a characteristic heavenly body of the months of the boreal winter and austral summer. As the months of April and May approach, Sirius is no longer visible at dusk, as it is reached by the brightness of the Sun. June is the month when Sirius and the Sun are apparently closest together. Weeks later, the Sun has gone far enough past Sirius for it to be seen for an instant to the west in the early hours of the morning, just before sunrise. The first time that any heavenly body can be seen before dawn is known as its heliacal

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rising. Such phenomena go unnoticed today, but the heliacal rising of Sirius was of prime importance for the Egyptian civilisation, as in that period it coincided with the flooding of the River Nile. - The ecliptic As we have just described, as the Earth moves around the Sun, the Sun itself seen from the planet follows an apparently well determined trajectory between the constellations. This path, which is always the same year after year, is a very important maximum circle known as the ecliptic. In the same way as the celestial equator can be interpreted as the projection of the Earth’s equator on the sky, the ecliptic can be conceived as the projection of the terrestrial orbit on the firmament. The Earth’s orbit, like that of all the planets, is flat. The plane that contains it is known as the ecliptic plane and it is a basic reference point for the astronomy of the solar system. The maximum circles of the celestial equator and the ecliptic do not coincide and they form a certain angle. In other words, the axis of the Earth is not perpendicular to the orbital plane. The angle between the terrestrial axis and the perpendicular plane of the orbit is the same as that between the equator and the ecliptic and is called the obliquity of the ecliptic. The obliquity of the ecliptic varies very little with the passing of the centuries and millennia. The current value is 23 27’, in other words, almost twenty-three and a half degrees. Therefore, the celestial equator and the ecliptic intersect at two diametrically opposed points called equinoctial points or simply equinoxes. Of all the constellations we recognise conventionally in the sky today, the ecliptic crosses thirteen of them in the following order, beginning with that occupied by the Sun at the beginning of the spring boreal: Pisces, Aries, Taurus, Gemini, Cancer, Leo, Virgo, Libra, Scorpio, Ophiuchus, Sagittarius, Capricorn and Aquarius. The majority of the bodies in the solar system move in orbits whose planes are inclined very little with respect to the ecliptic. Thus, seen from the Earth, the planets always appear in a band of the sky near the ecliptic. - The seasons The movement of the Earth has, among other observable consequences, two that are important. One of them, the annual change

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of the nocturnal firmament, has already been mentioned above. Now we will talk about the cycle of the seasons of the year. The annual periodicity of the seasonal changes is obvious to everyone, even today, and it must have been even more so for early cultures that no doubt lived much more in contact with the natural environment. The seasons are a consequence of the combined play of the movement of the Earth and the obliquity of the ecliptic. If the obliquity of the ecliptic were zero, in other words if the rotational axis of the Earth were perpendicular to plane of the terrestrial orbit, there would be no seasons of the year. Given that the obliquity of the ecliptic changes little and very slowly over the centuries, we can affirm that the cycle of the seasons five thousand years ago in Antequera was the same as it is today. Let’s look at the adjoining figure. When the Earth is in position A, the terrestrial north pole is inclined towards the Sun. In these conditions, the Sun’s rays shine almost perpendicularly onto the regions of the terrestrial northern hemisphere and are very inclined in the southern hemisphere. Moreover, the Sun shines high in the sky of the northern countries and remains above the horizon for many hours. In the south, on the other hand, the nights are long. This position of the Earth is known as the boreal summer solstice or the austral winter solstice. The summer in the north and the winter in the south have just begun. On this date in Antequera the Sun rises and sets at the farthest points to the north: it rises 30° to the north (“to the left”) of the eastern cardinal point and sets 30° to the north (“to the right”) of the western cardinal point. In the remote past the situation would have been very similar, with small changes due to the slight variations in the obliquity of the ecliptic. Six months later the Earth reaches the position marked with a B in the figure. The Sun is at one of the points where the celestial equator intersects with the ecliptic. This is the time of the austral spring or boreal autumn equinox. The spring begins in the south and the autumn in the north. In these conditions the Sun rises exactly in the east and sets exactly in the west. The days and nights are the same length all over the Earth. The cardinal points East and West, which mark the sunrise and sunset in the equinoxes, maintain positions that do not

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depend on the obliquity of the ecliptic and its location on the local horizon is the same as it was thousands of years ago. When six more months have gone by, the situation is symmetrical in A. In C the Earth is in the summer austral or winter boreal solstice. The days are long in the south and short in the north. From Antequera, both today and thousands of years ago, the Sun rises on this date 30° to the south (“to the right”) of the eastern cardinal point and sets 30° to the south (“to the left”) of the western cardinal point. In D the Sun returns to the celestial northern hemisphere. Now it is at the other point where the celestial equator intersects the ecliptic. Day and night are once again the same length all over the planet. This point of the sky, that occupied by the Sun when spring begins in the northern hemisphere and autumn begins in the south, is very important, as it is taken as the origin for measuring a large number of coordinates and parameters in astronomy. This point has various names, all of them equivalent: vernal point, vernal equinox or first point of Aries. The apparent annual movement of the Sun over the celestial sphere causes its height above the horizon at midday to be different during each period of the year. In summer the Sun is very high in the sky; in the case of Antequera it currently reaches a maximum height of h = +76.5° (with small changes in the past due to the slight alteration of the obliquity of the ecliptic). In winter the Sun’s high point is some forty degrees lower (currently h = +29.5° at Antequera). As a consequence, the shadows cast by objects at midday change size from one month to the next. The same happens with the shadow cast by sundial styles, an effect that can be used to calculate the date with this type of device: in addition to the lines measuring time (hour lines), some sundials have lines to tell the date (zodiac lines). - The precession of the equinoxes When we speak of the basic movements of the Earth, the description is usually limited to the rotation and movement. What is less well known is that the Earth has other movements that, although they are of little practical consequence for the majority of people, are interesting in themselves and affect the daily work of those who study the sky, whether they are professionals or amateurs. The most important of

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these lesser known movements is the one that is given the strange name of precession of the equinoxes. This movement, often simply called precession, consists of a very slow movement of the Earth’s rotational axis, which, while maintaining its inclination on the ecliptic more or less invariable, traces a cone shape in space. The precession movement is very slow: the terrestrial axis takes some 26,000 years to complete each cycle. For this reason it can be ignored in basic descriptions of the celestial sphere for the general public, although it is of crucial importance in archaeoastronomic studies. An immediate consequence of the precession is that the Earth’s axis does not always point in the same direction into space. This means that the position of the celestial poles in the firmament changes with the passing of time. By chance, the celestial north pole today is very close to the so-called Pole Star, but it has not always been so, nor will it be so in the future. The overwhelming accuracy with which we know this phenomenon allows us to calculate with no appreciable error the orientation of the Earth’s terrestrial pole millennia ago and, therefore, to deduce what the firmament over Antequera looked like five thousand years ago. As we have seen, the equinoxes correspond to the moments in time during which the Sun occupies the points at which the celestial equator intersects with the ecliptic. If, due to the precession movement, the celestial poles move between the constellations, the celestial equator (defined as the maximum circle equidistant from the poles) should do the same. And when the celestial equator moves, so does the point at which it intersects the ecliptic. The result is that the equinoctial points move over the ecliptic towards the west, in the direction known as retrograde, some 50’’ a year. This retrograde movement of the equinoxes means that as the Earth turns around the Sun, the latter, on its apparent route along the ecliptic, meets the equinoctial point 50’’ before it completes a turn with respect to the stars. The seasonal cycle ends shortly before the Earth has finished an entire movement. The time the Earth would need to complete the turn with respect to the stars with those additional 50’’ is some twenty minutes. The difference between the period of the Earth’s movement (known as the sidereal year) and our normal calendar year (the tropical year) is due precisely to the precession of the equinoxes.

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- The calendar A calendar is an arbitrary system for naming and counting the days over long periods of time. The calendar in use today in the majority of the world’s countries is known as the Gregorian calendar and it has been used since 1582. All the calendar systems in history have tried in one way or another to combine the duration of the day with diverse celestial cycles, normally those of the Sun and the Moon, although some have included other heavenly bodies, such as Venus in the Mayan calendars. Some, such as the Islamic or traditional Chinese calendars, attribute the dominant role to lunar cycles. Others, including the Gregorian calendar, are based on the Sun. Although atavisms of the lunar cycles remain, such as the subdivision of the year into twelve months or, in Catholic countries, the choice of the dates for certain ritual spring ceremonies, the Gregorian calendar makes no effort at all to integrate the Moon into its plan: it is exclusively solar and its main objective is to ensure that, on average, the seasons of the year start on the same dates. Therefore the fundamental cycle is the tropical year, which last for 365 days, 5 hours, 48 minutes and 46 seconds or 365.242200 days. The Gregorian calendar convention means that on average, in the northern hemisphere, the boreal spring equinox occurs on 21 March, the summer solstice on 22 June, the autumn equinox on 23 September and the winter solstice on 22 December. Although the Gregorian calendar keeps the seasonal cycles adjusted to fixed dates over the centuries, it is slightly out of sync with the annual cycle of the star firmament, as its 365.24250-day cycle differs by 19 minutes and 58 seconds from the duration of the sidereal year, which is 365.25636 days. The consequence of this is that the dates of the culmination of the stars at midnight move (“are put back”) by one day every 72 years. At this rate, the constellations that are typical of December today, such as Orion, will be typical of March in about 6600 years, although March will still be the same season as it is today.

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The Sun, the Moon and the planets The sky, both in the past and today, is not only occupied by stars. In pride of place we have the Sun, of whose cycles we have already spoken, as well as the Moon and the planets. In this section we will look a little more closely at the nature and behaviour of these heavenly bodies in the present-day firmament and in that of 5,000 years ago. - The Sun as an astronomical object The Sun dominates life on Earth and exercises transcendental effects through its daily and seasonal cycles. We have already spoken about these and today we know that they are not due to the movement of the Sun, but to the rotational and orbital movement of the planet Earth. At first sight the Sun looks like a very bright, yellowish disc some 32’ in diameter. Although looking at it directly will damage your eyes, sometimes a fairly thick layer of cloud or the attenuation of its brightness at dawn or dusk allow you to make out its perfectly circular shape. The Sun is an enormous gaseous sphere a hundred times bigger than the Earth. It is 1.39 million kilometres in diameter and has a mass of 1.99x1030 kilograms, i.e. 332,900 times that of the Earth. The average density that can be deduced is 1.41 g/cm3, which means that the Sun, although it is a gaseous body, is denser than liquid water. The brightness of its surface is related to the temperature of the outer layers, around 6000°C. The average distance from the Earth to the Sun is 149.60 million kilometres. As is well known, the distance to the Sun varies throughout the year due to the eccentricity of the Earth’s orbit, with extreme values of 147.10 and 152.10 million kilometres. Human beings 5,000 years ago had no way of unveiling the true nature of the Sun, although there can be no doubt that it looked the same to them as it does to us. Apart from a miniscule amount of energy coming from the interior of the planet, all the biological processes on Earth depend on the energetic contribution of our closest star. Although it has been known for centuries that the Sun and the rest of the stars have a common

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nature, it was only in the twentieth century that the colossal source of energy that feeds its interior, nuclear fusion, was discovered. The Sun is a star with an intermediate mass. It is currently estimated to be 5,000 million years old and it is calculated to have about the same amount of time ahead before its internal energy source runs out and it ends its life as a white dwarf. As in all the stars of its class, the Sun’s energy currently comes from the conversion of hydrogen into helium in the stellar nucleus. The conditions in the centre of the star (15 million degrees, density 160 g/cm3) cause the fusion of hydrogen nuclei. The rate at which the material is converted into energy in the interior of the Sun, although it has little effect on the mass of the heavenly body throughout its life, is an enormous amount in human terms: some four million tons cease to exist every second in the interior of our star, to be transformed directly into energy. The luminosity of the Sun is 3.83º1026 W. At the distance of the Earth, the intensity of the solar radiation has an average value of 1360 W/m2, a value known as the solar constant. The flux received varies slightly in temporal scales in the neighbourhood of days, but its average value is very stable in the long term. Table. Basic characteristics of the Sun Average distance from the Earth Average sidereal rotation Avergae synodic rotation Diameter Mass Average density Luminosity Surface temperature Core temperature Spectral type Apparent visual magnitude Absolute visual magnitude Colour Surface chemical composition (fraction in mass):

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149.5989x106 km 25 days 9 hours 27 days 7 hours 1.392x106 km 1.9891x1030 kg 1409 kg/m3 3.826x1026 watts 5800 K 15x106 K G2 V V = -26.78 mag Mv = 4.79 mag B-V = 0.62 mag hydrogen, X = 0.734 helium, Y = 0.250 metals, Z = 0.016


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The systematic observation of the rise and culmination of the Sun (when it rises, peaks and sets; its position on the horizon at sunrise and sunset; its height at its peak, etc.) allows us to establish various geometric parameters for the Earth’s orbit. For example, it is easy to detect the position on the local horizon of the extreme points of the sunrise and sunset at the solstices, or the direction of the eastern and western cardinal points in the equinoxes. All these observations are very simple and were no doubt made by humans thousand of years ago. It is also instructive to estimate the location of the local meridian, observing the direction indicated by the minimum longitude of the shadow cast by a vertical stylus. The observation of the maximum height of the culmination of the Sun at the summer solstice allows you to calculate the obliquity of the ecliptic when you know the latitude of the observation point. These and other simple experiments are of little scientific importance, but they give you the satisfaction of being able to personally prove certain phenomena described in astronomy books, at the same time as being a valuable educational experience. - The Moon In the middle of a jet-black ocean studded with motionless stars, the Moon moves in a cycle of some 29 days. The Moon is the Earth’s only natural satellite; its average distance from our planet is 384,402 km, although the eccentricity of the orbit (e = 0.054) means that the distance varies between 356,410 km at the perigee and 406,679 km at the apogee. Its orbital plane is inclined at an angle of 5° 8’ with respect to the plane of the terrestrial orbit around the Sun. This means that the Moon does not follow the ecliptic in the sky, in other words, the same path as the Sun, but traces a line that distances it from the ecliptic by up to 5°. As a consequence, the most distant points at which the Moon rises can be as much as 5° further north or south than that of the Sun. The attraction of the Sun gives rise to various periodic effects on the lunar orbit. The most important of these are the advance of the perigee in a period of 8.85 years and the retrogradation of the nodal line, which gives rise to a movement in the opposite direction to the advance of the perigee over a period of 18.61 years. Other phenomena include the evection of the orbit (the oscillation of the eccentricity) and the variation of the orbital inclination between 4º58’ and 5º19’. We see that the orbital inclination changes very little and therefore, for the

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purposes of its observation with the naked eye, we can say that the extreme deviation of 5° with respect to the Sun is practically a constant. However, the extreme value does not materialise in every lunar cycle, but in only one season within each cycle of 18.61 years of retrogradation of the nodal line. Let’s suppose that in a specific year the full moon nearest the winter solstice does in fact rise 5° to the north of the point at which the Sun appears in the summer solstice. In successive years the distance from the point at which that solstitial full moon rises comes closer to the point of the sunrise at the summer solstice, so that after four or five years the Sun at the beginning of summer and the full moon at the beginning of winter rise at exactly the same point on the horizon. After nine years, half a cycle is completed and then the full moon of the winter solstice rises 5° to the south of the point at which the Sun rises at the summer solstice. In the following nine years the opposite happens. Ancient observers would not have found it difficult to note this 18-year cycle and there is indeed evidence that this type of observation was carried out in various places in prehistory. Of course, the nodal line retrogradation cycle exhibits a highly complex relationship with the cycle of the phases, the seasons of the year and the periods of the year in which there are eclipses, a phenomenology we cannot go into in an introductory explanation such as this. The lunar orbit determines the appearance of the lunar phases. The Moon, like the rest of the planets and satellites, does not emit light itself, reflecting instead the light from the Sun. Consequently, its appearance is determined by the relative orientations of the Sun, the Earth and the Moon. There are different names for the lunar phases. When the lunar disc is not illuminated we speak of a new moon and also of the waxing first and waning last quarters, when approximately half the disc is lit. The dichotomy is the instant at which exactly half the lunar disc is lit; when the Moon is well past the dichotomy and is not far from being full, we call it a gibbous moon. Finally, when the whole disc is lit by the Sun, the Moon is said to be full. Following the full phase, the lit portion of the lunar disc decreases day by day and the above phases occur in reverse; this is known as waning: gibbous and last quarter (with the corresponding dichotomy), before we return to the new moon phase.

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- The planets Five of the eight planets in the solar system can easily be seen with the naked eye and have undoubtedly been known by all human cultures since the dawn of time, including the inhabitants of the Antequera plains 5,000 years ago. They are Mercury, Venus, Mars, Jupiter and Saturn. The planets trace complex trajectories in the sky, a result of the combination of their own movements around the Sun and that of the Earth. It is difficult to imagine to what extent the prehistoric inhabitants of Antequera were able to understand and describe these movements, but they undoubtedly observed the coming and going of the planets in the sky in a similar, if not identical way to today. As we have already mentioned, the solar system is almost flat: the ellipses described by the planets in their movements around the Sun have very small relative inclinations of approximately 3°, except in the case of Mercury, which has an inclination of 7° with respect to common plane of the system. This common plane coincides very approximately with that of the Earth’s orbit, also known as the ecliptic plane. The fact that the planetary orbits are almost coplanar has a direct observational consequence: seen from the Earth, both the Sun and the planets are always observed in regions of the sky near the ecliptic.

Constellations, stars and their movement The distribution of the stars in the sky is irregular, although the eye inevitably tends to look for regularities, familiar models, figures, etc. The mind connects some stars to others and creates regular patterns (squares, triangles, etc.) or designs that look similar to animals or other familiar objects. Many of these figures in the sky, which are projections on the firmament of the human subconscious and conventions, have passed from generation to generation since remote times and continue to form part of our view of the celestial sphere. Nevertheless, each culture projects its own myths and traditions on the skies. There are considerable differences between the constellations seen by classical India, the traditional Chinese culture or the Central American civilisations. The nomenclature used by astronomers today is

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of Western origin and therefore names taken from Greek mythology abound. We do not know what myths and beliefs the Antequerans of 5,000 years ago may have projected on the sky, but the star groups or constellations they saw would no doubt have been very different to ours, despite the fact that the stars were in the same position and gave off the same amount of light as today. We have to emphasise the absolutely conventional nature of the constellation system. The current division of the sky has been drawn up using traditional and arbitrary criteria. Within the same constellation (section of the sky) there are objects of very diverse types located at considerably different distances. The stars in a particular constellation generally have no real links, apart from the chance fact that they appear to be close to each other when observed from the Earth. Stars evolve; they are born, exist for a certain time and then die. However, this life cycle takes place over such long periods that it is of little importance when we are talking about time differences of just thousands of years. Therefore, we can say that to the naked eye the skies of today contain the same stars as 5,000 years ago and that they are in an identical evolutionary and physical condition as today. However, stars move around space; they all turn around the centre of our galaxy in orbits that can take hundreds of millions of years. These movements, the so-called proper star motions, happen at breakneck speed and it can be expected that for particularly nearby and fastmoving heavenly bodies some slight changes could be perceived in the “figure� of the constellations after several thousand years.

The skies over Antequera 5,000 years ago All the above now allows us to take an overall look at the similarities and differences between the firmament we see today from Antequera and the one that would have been seen from the same location by people several thousand years ago. In general the sky would have been very similar in both periods. The Sun was the same and it followed almost identical diurnal (day/night)

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and anneal (seasons, solstices, equinoxes) cycles, with only very slight changes brought about by alterations of little relevance in the obliquity of the ecliptic. The Moon manifested the same cycle of phases and its orbit maintained exactly the same inclination of some five degrees with respect to the ecliptic, so that its extreme rising and setting cycles followed the same periods and behaviour as today. The planets that could be seen with the naked eye were the same (from Mercury to Saturn) and they moved across the sky in exactly the same way as they do today. In terms of the stars in the sky, the firmament was very similar to that we see today, with the same stars in the same evolutionary state, although here there are differences that, although slight, may have a considerable cultural significance. Above all, we should take the following effects into account: the precession of the equinoxes and the proper star motions. As we have already mentioned, the precession of the equinoxes makes the celestial pole, which by chance is currently pointing almost exactly at the Pole Star, drift across the sky. Some 5,000 years ago, in the era of the Antequeran megalithic engineers and the Egyptian pharaohs, the North Star was the one known today as Thuban, in the area we now identify as the constellation of Draco. The movement of the celestial poles means that the pattern of the circumpolar and anti-circumpolar heavenly bodies changes with the passing of the centuries. There are constellations that are circumpolar from Antequera today, but were not then. There are other groups of stars that today can be glimpsed low over the southern horizon but that 5,000 years ago were always hidden (they were anti-circumpolar). And, of course, there are heavenly bodies that today cannot be seen from Andalusia, but that 5,000 years ago appeared above the southern horizon, albeit very low. On the other hand, the precession of the equinoxes also means that the part of the sky seen from the Earth in each season of the year changes over the centuries. Some 5,000 years ago the sky was about 70 days “ahead” of where it is today. This means that whereas today the nights at the beginning of the spring equinox in Antequera are dominated by the culmination of the constellation of Leo, the area’s megalithic architects saw the culmination in the same season of the year of areas

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of the sky that are now typical of midsummer, with the Oxherd (and its bright star Arcturus) in a very prominent position. As far as the proper movements are concerned, it would be very difficult to perceive any significant change in the arrangement of the heavenly bodies from 5,000 years ago, except perhaps for two that are among the brightest and closest: the star Arcturus in the Oxherd constellation (which, as we have just seen, 5,000 years ago culminated at the beginning of the night around the start of spring) and the star Sirius in the Canis Major constellation.

2.-The Skies in Prehistory Rafael Maura Mijares6

The first observers Any manual of astronomy worth its salt begins by looking at those people or societies that since antiquity have been responsible for building up our present-day knowledge of the Cosmos. The beginning of humankind’s curiosity about the heavenly bodies is generally believed to have coincided with the dawn of history, in other words, with the first civilisations of the Near East. This is not mere chance, as it is with the beginning of history that we have the first written documents. The cuneiform script of Mesopotamia and the hieroglyphics of Egypt are the first manifestations of written language for which we have evidence. Thanks to these systems of expression, the knowledge of those societies has been able to span time and reach us. Thanks to this we know that astronomy had an eminently religious nature for the ancient Egyptians and was practised by priests. We also know that it played an important role in the siting and orientation of temples and pyramids. It was a very rudimentary science whose main achievements were the creation of a calendar, the identification of certain

6 Department of Prehistory and Archaeology of the UNED (Spanish Distance Learning University).

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constellations and stars, and the observation of eclipses, meteorites and comets, phenomena which they were unable to explain. Astrology was not introduced into Egypt until the New Empire, but for the Mesopotamians this pseudoscience was the reason for their observations of the sky. The study of the zodiac, in other words the prediction of the future according to the position of the heavenly bodies on a person’s day of birth, gave them considerable knowledge of the constellations. Moreover, by applying mathematics to the study of the heavenly bodies (herein lies the birth of astronomy) they were able to distinguish some of the planets and fixed stars and predict the eclipses of the Moon. But were these peoples really the first to be interested in the heavenly bodies? The answer is no. The Egyptians and the Mesopotamians were not only the first to analyse cosmic phenomena, as we have seen, but they also had writing to be able to communicate their finds. However, there were others who watched the sky before them. These were people who did not have advanced systems of signs to materialise their knowledge, although they sought other ways of doing this. The proof that this interest began in prehistory can be seen, on the one hand, in the rock paintings of heavenly bodies (sun and star shapes), that are also found on pottery and the so-called “idols”, and on the other hand, in the increasingly obvious relationship between megalithic monuments and certain astronomical events. Both types of expression abound on the Iberian Peninsula and for that reason we can consider it a paradigmatic and perfectly valid geographical setting for a first approach. Let these lines, therefore, claim the right to be known as pioneers for those who, albeit with the most rudimentary means, were able to leave evidence, explicit or implicit, of their incipient knowledge through a non-written language that we are now beginning to discover and understand and that appears to be leading us to the dawn of our conscious perception of the Universe. However, one of the most monumental dolmens in the world, that of Menga, does not appear to be oriented towards any astral event. It points quite a long way to the north of the Sun’s range at dawn, which reaches its maximum extreme at the summer solstice. On the other hand, the axis of its corridor, clearly marked by the layout of the three interior pillars, is aligned with an iconic feature in the landscape, a

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shape that stands out on the horizon and whose symbolic value would have eclipsed that of the king of the heavenly bodies itself, the face of the giant who is lying stretched out on the plain looking towards the sky: La Peña de los Enamorados (“Lovers’ Rock” in English). Unaltered, unwavering, unmovable, eternal, La Peña does not fear time. Its unusual shape will have changed little in the last million years and if Nature follows its course without interference, it could continue for another million into the future. Menga’s builders, accomplished organisers of space and time, did not ignore this circumstance and linked it to La Peña, marking it with schematic figurations and erecting a monument of comparable strength to that imperturbable bulk. Thus the symbolic link between the profile of the giant with his gaze fixed firmly on the firmament and the first human beings to look to the sky was sealed forever.

Astral depictions Rock art, in other words the tradition of depicting images on the walls and roofs of shelters and caves, which spread all over Europe from the Upper Palaeolithic, spans long periods of prehistory during which it underwent important transformational processes. At first the rock panels of the caves were covered basically by figures of animals with very naturalist forms. The transition to the Neolithic, however, was characterised by a greater interest in the human figure, depicting scenes of hunting, dancing and daily life, which are the characteristic traits of the so-called Levantine Art. Finally, well into the Neolithic, artistic expression moved towards increasingly outlined, conceptualised styles in a new cycle, schematic art, which reached its peak in the Copper Age. At that time art came decidedly to the surface and was concentrated in shallow rock openings. The graphic expression of ways of life in an economic space (in essence prehistoric rock art in general) changed from a symbolic representation concentrated in hidden spaces such as caves and spread to the outside, appearing in the open air and thus physically delimiting the territory. And human beings became the protagonists of the discourse. The constant presence of the human

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figure as the central point of the depictions probably derives from a more anthropocentric view of the world. The artists painted scenes of hunting, fighting and daily life. There are also clear astral depictions, shapes that accurately show celestial objects such as suns, stars, half moons, concentric spirals or circles, an iconographic repertory unknown in the art of the hunters; in fact, none of this can be seen in classical Palaeolithic art. The change is remarkable. However, both styles share the same raison d’être: to legitimise the ownership of a productive territory and to act as the basis for transmitting certain ways of life from generation to generation. As we can see, images related to heavenly bodies do not appear in rock art until these post-Palaeolithic eras, although their sudden appearance would be significant and long-lasting. Thus, stelliform and soliform shapes appear as a constant from the beginning of the schematic cycle, undergoing the processes of change towards socialisation and conceptualisation along with the rest of the typological repertory. Although we have some examples of these typologies in the province of Malaga at Laja Prieta (Álora), as far as the Iberian Peninsula is concerned they are mainly found in the south and west, with the majority being in Las Batuecas, the Tajo Valley, the southeast, the Sierra Morena mountains, and Cadiz. Despite the fact that they have been interpreted in various ways (human figures, hands, idols, nests), some of which are rather surprising (pile dwellings, herds of deer, maps, springs), their astral meaning is now accepted by the majority of researchers. In contrast, other motifs that could also perhaps be thought to depict heavenly bodies are not usually considered as such. This is the case of those that depict a horseshoe or half moon shape that we could call “luniform”. This term has not been accepted, probably because the shapes, although they allude to formal but not essential aspects, still carry an implicit interpretative evaluation. However, the same is true of the terms stelliform and soliform. For this reason, in the same way as the moon-shaped motifs are given the generic name of petroglyphoids, stelliforms and soliforms should also have been given more aseptic names such as “radiform”, if we wish to refer merely to the shape, or “asteriform”, if we accept their astral connection. However, these are merely timid suggestions from a phenomenological point of view.

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Although the terms stelliform and soliform have usually been used without distinction, for Pilar Acosta, who has studied this and many other aspects of schematic art on the Iberian Peninsula, in certain rock painting seasons they correspond exclusively to solar figurations. This eminent researcher distinguishes two basic types in an extensive typological treatise published in 1983. The first consists of circumference-shaped representations ending with radial strokes and the second of circles with equally external strokes in a radial disposition. However, in the same examples given by Dr Acosta, we can distinguish another type that consists of representations composed solely of radii that begin at a common point and not at a circumference or a circle. In other typological classifications, such as that of J. Bécares, these essentially radial representations are indeed categorised as stelliforms. It is not without reason that stars have always been depicted thus, although authors such as J. Martínez García insist that the meaning of a particular figure or symbol may have undergone changes over time. In the same way, the circumferences or circles, whether surrounded by rays or not, have traditionally been interpreted as depictions of the Sun. At La Rambla de Anear (Boniches, Cuenca) a soliform surrounded by arms has an interesting conceptual similarity to the famous Egyptian portrayal of Aten as a solar disc from which rays that end in hands emerge. Such cases appear to confirm, as R. Grande and J. Gonzalez-Tablas have already pointed out, that certain proposals and reactions take on a similar form all over the world and in any period.

The schematic universe The typological and terminological questions appear to be resolved in this way, but in reality this is not the case. The expressive universe of schematic art is much more complex, as it acquires its true dimension with the combination of the forms, which is, by the way, fundamental for them to be considered as the seed of proto-writing. Indeed, as happens with the rest of the figurations, stelliforms, soliforms and luniforms do not tend to be depicted alone, but rather grouped or associated with other motifs. One of the most common astral groupings is that made up of two soliforms. Their interpretation is tremendously complex, as they can in no way be

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considered as a copy, not even a schematic copy, of reality (two suns together have never been seen from the Earth). The majority of researchers believe that these twin solar depictions are in some way related to the so-called “oculated theme”, in which certain Chalcolithic “idols” have been replaced by sun motifs. A similar thing happens with the decorated pottery that in the final phases of the Neolithic sometimes presents soliforms, even twin soliforms, while in the Chalcolithic we also find them as motifs that are repeated or integrated into the ocular attributes of so-called “symbolic pottery”. We will probably never understand the real reason for this sun-eye relationship and in any case it is a question that goes far beyond the remit of this book. We should emphasise, however, the appearance of central points, perhaps representing pupils, in some of the twin soliforms, or the fact that these groupings are invariably double and not triple, as is the case in La Garganta de la Hoz, El Tajo de las Figuras and Laja Prieta, cases in which they are depicted as stelliforms. We could in fact venture to say that these multiple associations are no more than groups of stars, in other words, primitive depictions of our concept of a constellation. The twin soliforms are often found together with certain figures, frequently of an anthropomorphic nature. At El Gabal (Sierra de María, Almeria), among other figures and signs, soliforms and bi-triangular shapes stand out for the number of times they are depicted. These bitriangles were considered by J. Bécares to be the ultimate degree of schematism for the conceptualisation of the anthropomorphic idol. Both motifs combine in the middle and give rise to a new symbol. In the Las Moriscas VI rock shelter of Helechal (Badajoz) there is a painting of a human figure with two soliforms. Other associations of anthropomorphs with heavenly bodies worthy of mention are at El Abrigo de los Buitres in Peñalsordo (Badajoz), where two human figures were inscribed inside a soliform, or the more explicit one at Cajorros de Peñarrubia (Ciudad Real), in which there is a stelliform clearly associated with two human figures. Prehistoric humans went from being mere observers, limited to crystallising the cosmic events surrounding them, to relating with them, either as individuals or as a social group. At La Rambla de Gergal (Almería) we can see a scene in which a group of humans shown with

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their arms held high is depicted around a soliform, with the participation of a character with long antennae. A merely descriptive interpretation of this composition proposed by Julián Martínez, who studied these paintings, is that it is the worship of a force (the Sun) under the guidance of an officiant (the figure with antennae) within a society (the anthropomorphic figures). Whether it is some kind of a cult or not, what we can be certain of is that it is a scene depicting a meeting in which the Sun is the centre of attention, the special guest. Perhaps the members of this community worshipped the Sun every morning, although we believe it more likely, as we can see in later cultures, such as that of the Celts, that such ceremonies would have taken place at specific times of the year. And that is precisely what appears to be reflected in the orientations and alignments of the megalithic monuments that have been studied in recent decades.

Megalithism and the Cosmos Surprisingly, it is no exaggeration to say that the origin of architecture depended in the last resort on factors derived from celestial mechanics. The inclination of the Earth’s axis, which is currently 23° 27’, varies ± 1° 30’ over a period of 41,000 years. For obvious reasons, in periods with less inclination the Polar Regions also receive less sunlight and warmth and vice versa. Likewise, due to the speed at which the Earth turns, the moment at which a pole points towards the Sun does not always correspond to the same point in its orbit; that is, incidentally, the fact on which the precession of the equinoxes is based. During the Pleistocene, the combination of these two variables gave rise to a series of climatic oscillations, the coldest periods of which we call Ice Ages. Finally, approximately 12,000 years ago, the ice that had covered a large part of Europe during the most recent ice age, known as the Würm, receded, and the Gulf Stream began to send its warm waters towards our continent. For human beings, one of the main consequences of this climatic change was the move out of caves. In fact, the receding of the ice transformed the tundra into forests and the benign new weather conditions invited human groups to live in them. However, life in the open air also brought about the need to find a substitute for the natural refuges, in other words, protection from the inclemencies of the weather and defence against the voracity of the vermin. At that

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moment, when human beings replaced their natural refuges with artificial ones, architecture was born. Building is three-dimensionally delimiting a specific part of the space. It is also creating a reference, marking a place with a landmark that humanises and transforms the landscape. However, not all spaces, references, places, landmarks and landscapes have the same significance. Some are more important, special and outstanding than others. The characteristic movement of the rising and setting of the sun over the year, and its cycle in which the centre and the extremes delimit the seasons, can only be appreciated if the observations are always made from the same place. The predictable events that follow each other rhythmically and repetitively year after year confirm the existence of a cosmic order in which all living beings are included and on which they depend directly for their subsistence. The greater the mobility of the human groups, the less likely such corroboration would have been. This means that it would not have formed part of the knowledge of the nomadic groups, but would have been observed by those that were sedentary. Knowledge of the rules that govern the seasons, in other words the computation of time is therefore the fruit of permanence. But human beings are not permanent. Their time is finite and they are inexorably destined to die. Life is brief, but death is eternal. While the architecture of the living is as ephemeral as existence itself, that of the dead has to remain solid until the end of days. The perdurability of the building depends on the materials and construction techniques used, and those depend on the objective sought by their construction. Straw, mud, cane, wood and animal skins are perishable elements; stone, however, remains. It is the building material for something that will last; the larger it is, the more durable it will be. That is the dolmens: space conquered in Space, monumental vestiges of architecture built for eternity.

The dolmenic space Between the 5th and the 3rd millennia BC a cultural trend related to Neolithic industry peoples developed over large areas of Atlantic Europe and in some parts of the Mediterranean. Its most original contribution was the monuments we call megaliths, in other words,

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structures built with huge stones (from the Greek mega meaning large and lithos meaning stone). There are basically three quite distinct types of megalith: menhirs or simple raised stones, cromlechs or groupings of menhirs, and dolmens. In the latter, enclosed spaces are delimited with chambers, corridors or a combination of the two and the structure is covered with a tumulus. In turn, the typology of each of these constructive forms can be extremely varied. We will focus on three most characteristic types of dolmen. First of all, the so-called covered galleries or “antas”, the internal structure of which consists of a lintelled corridor delimited by two rows of blocks forming the walls (orthostats), which is closed off at the end by another stone (headstone) and covered with slabs. The second type consists of the chamber and corridor dolmens at the end of whose passages a polygonal and likewise lintelled chamber is added. Finally, there are the corbelled-dome dolmens or “tholoi” that strictly speaking consist of a chamber and corridor. The basic difference is that the lintelled chamber is replaced by a parabolic-section corbelled dome, an architectural solution that consists of enclosing the chamber by bringing rows of dry bonding ever closer together and crowning them with a large slab acting as a keystone. This solution also involved a change in the use of non-megalithic materials. The latter two are also characterised by their corridors divided into segments by doors (perforated slabs or jambs and lintel). The most obvious function of these monuments is that of a collective tomb, as has been shown by an endless number of excavations carried out on them in the last century, in which a multitude of human burials with grave goods have been found. Nevertheless, since the 1970s and thanks to the work of, among others, the British investigator C. W. Renfrew and his successors, for the covered galleries and the chamber and corridor dolmens we have begun to see other connotations that bring us greater knowledge of the social and economic structures of those communities. These concepts, based both on the archaeological record and current anthropological research, suggest a social structure of tribal clans based on stockbreeding and extensive slash and burn agriculture dedicated to migratory pasturing, which leads us to believe that the sepulchres were their only permanent element. These groups would have delimited and reaffirmed their dominion over pasture lands by building tombs for their ancestors, an emblematic and durable symbol legitimising the continued ownership of the tribe that had

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occupied them for generations. It thus appears that these monuments had a secondary purpose, that of a territorial marker, endorsed by their emplacements generally in highly visible locations that also provided extensive views of the surrounding area. These markers would have been tacitly respected by the other clans, given that we have no evidence of bellicosity among these communities, either in terms of arms or fortifications. Nevertheless, variables such as size or building quality appear to be related to the level of wealth, and thus of ostentation, of each clan; in other words, to their ability to produce surpluses. It has been calculated, for example, that to transport the large roof stone of the Menga dolmen, the weight of which is estimated to be 150 tons, the joint strength of approximately 800 men would have been needed. It has been calculated that the population of a community able to free up 800 men from subsistence tasks to work on an unproductive activity must have been around 6,800 people. This may be somewhat overestimated, but from all the evidence we have, it does not appear that the number of people in each clan was more than about fifty. Renfrew’s arguments in this respect are today the closest view we have of this phenomenon. He proposes a system of inter-clan relations based on ritual festivals that would have been held throughout the annual cycle and during which alliances would be made (an agreement on a common action in the case of hostilities or for the celebration of ceremonial festivities) and marriages contracted (young people would have married outside the clan). When the population of the territorial group exceeded the ideal number, some of the youngest would have segregated themselves and left to form a similar group within their own territory. The construction of the megalithic tomb would therefore have been one of the stages that cleared the way for the new group to establish its identity, for which it would have been necessary to be admitted as a host community for one of these festivities. Naturally, the contribution of labour from the invited clans would have been repaid with a hecatomb of cattle and sheep.

Event horizons The status quo reached by the megalithic communities of the Late Neolithic would have gradually been destabilised during the Copper Age. It was probably demographic pressure and soil degradation due to

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environmental changes or anthropic action that led to a transcendental socioeconomic transformation that progressively brought about a true food production economy. The consequences of this change would translate into a definite trend towards sedentarianism and bellicosity. This can be deduced from the appearance of fortified settlements; the adoption of agriculture as the principal source of resources, replacing stockbreeding which would become a secondary activity; greater social stratification with the appearance of dominant groups, as suggested by the symbols of status and prestige that are associated with them; the adoption of metallurgy; and a new concept of funerary space, the unequivocal exponent of which is the corbelled-dome dolmen, generally in groups forming necropolises in areas adjacent to the settlements. In this way they would have largely lost not only their purpose as the territorial markers we have been talking about, but also the function we propose to highlight in third place, that of monitoring astronomical indicators. Since the 1970s this question has aroused the interest of a large number of investigators, most of them British (mainly G. Hawkins, A. Thom, D.C. Heggie, C. Ruggles, and A. Whittle. M. Hoskin or E.C. Krupp). They carried out the first serious work on the alignments of menhirs and cromlechs in England, Scotland, Ireland and France. Many of the results of their work and that of other investigators have been widely disseminated and the multiple solar, lunar and even stellar alignments studied at sites such as Stonehenge or Carnac have become famous. However, the possible relationship of the dolmens in particular with these primitive astronomical practices is much less known, with the exception perhaps of the case of Newgrange in Ireland, a monument in which the first ray of sunlight on the day of the winter solstice passes through an aperture above the main entrance and shines along a long corridor until it illuminates the headstone. In Spain, although they have proliferated in recent years, studies of archaeoprehistoric astronomy are not very abundant. We can however highlight, among others, that of L. E. Fernรกndez et al., in which they statistically analyse the orientations of the megalithic sepulchres in the south of the Iberian Peninsula, and other more specific works such as that of J. A. and J. R. Belmonte on the dolmens of Valencia de Alcรกntara, that of S. Lรณpez Plaza and others on the northeastern part of the Iberian

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Peninsula, and that of J. Salas and F. Barrionuevo on those of the province of Seville. From these and other studies it can be seen that although we cannot establish a general rule, not even within the same complex, it is possible to state that the majority of the covered galleries and chamber and corridor dolmens look towards the sunrise at some time of the year and that, moreover, the covered galleries show the highest percentage of alignments. Some of these are rigorously accurate, while others deviate slightly from the solstitial and equinoctial sunrises, underscoring the importance those communities gave to the solar cycles and changes of season, which are so closely linked to the predictions of dry and rainy periods, the awareness of which would have been essential both for the mechanics of transhumance (winter pastures/summer pastures or grazing/stabling) and agriculture (seeding/harvesting). Exploitation of these natural resources manifested through the different positions of the Sun would have led to the ritualisation, through festivities and ceremonies, of some of these astronomical events, the most notable perceived perhaps as phenomena in relation to specific geographical features on the horizon that orientated the community in their common needs and endeavours. However, everything changed when society became more complex. At that time responsibility for the calendar fell to a more progressive and specialised class and the ritual outstripped the celestial event it marked. As a consequence, corbelled-dome dolmens are those that present the most significant percentages in terms of orientations not linked to the sunrise, which appears to suggest, at least in principal, that they have some other motivation, the result perhaps of slightly modified or completely different modes of social, political and economic behaviour. Collective burial areas, territorial markers and places for monitoring the seasonal cycles manifest themselves as the three essential functions that can be attributed to these monuments, turning them into multipurpose catalysers of the rules of conduct and regulators that organised the social and economic activities of their period with precision.

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III. ARCHAEOASTRONOMY AT THE DOLMENS OF ANTEQUERA 1.- The Archaeoastronomy of Antequera Michael Hoskin7 In the broadest sense of the word, archaeoastronomy is the study of the role of the sky in the cosmovision of a particular people. In the New World, and especially among the Maya, we have numerous sources of information in addition to the structures of the surviving monuments: engraved inscriptions are common, several written codices have survived, and it is possible to question the living descendants of the builders as to the cosmovision that has been handed down to them from their ancestors. In the Old World, on the other hand, investigators are forced for the most part to content themselves with the study of the structures of the monuments themselves, and especially with the directions in which they face, that is to say, their orientations. Why, we ask ourselves, did the builders of a particular monument choose to orientate it in this direction rather than in some other? The first possibility is that the orientation was chosen completely at random, by chance. The primary task of an investigator, therefore, is to measure the orientations of as many monuments as possible of a given type, to see if there is a custom evident in the orientations. In my experience there is always, without exception, a custom present; but this can take several distinct forms. The royal ‘tholos’ tombs of Mycenae are simply orientated so that they face downhill, and it is surprising that this particular custom is very rare, given that it results in a saving of labour in the construction. In the region around Sligo in Ireland there are tombs that face towards an enormous tumulus on the top of a prominent mountain. Such a custom is again very unusual; but it is important that we invariably bear in mind the possibility that the builders may have had a terrestrial motive in mind, as do the modernday builders of mosques, which face towards the city of Mecca.

7 Professor emeritus of the History and Philosophy of Science. University of Cambridge. Original text in English.

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The other possibility is that the custom was motivated by the heavens – that the monuments faced towards some celestial ‘target’. But how can we be sure that this is the case? Sometimes it is possible to be confident that the target was indeed celestial. For example, the Bronze Age ‘taulas’ of Menorca are almost all located on sites that have an uninterrupted view of the sea towards the south. Obviously there is no terrestrial target to be seen out to sea, and so the builders must have sited the taulas so that they might face something in the sky towards the south. In fact, at the time of construction, the Southern Cross (and the very bright stars of Centaurus) were to be seen low in the sky to the south. However, the most usual way in which we can confirm that monuments are directed towards a celestial target is to show that the custom operated over so large a geographical area that only a celestial target is feasible. For example, the seven-stone ‘antas’ of the Alentejo region of Portugal are to be found over a vast area, from the Atlantic coast across to the Spanish frontier and even beyond, and yet every single one of the 177 monuments I have measured faces close to east. The terrain is flat, and there are no geographical features towards which the monuments might face, and so there is no doubt that the custom that dictated the orientations of the antas was celestial. Archaeoastronomy in western Europe starts from the fact that the great majority of the surviving monuments that have orientations are dolmens, the taulas of Menorca being an exception. In a given region, the investigator locates the monuments of a given type and measures their orientations (the imagined view of the bodies within as they ‘look’ out through the entrance). He then examines the list of azimuths to see if they follow a custom (no doubt with some exceptions). If they do, the next question is whether the motive underlying the custom might be to do with the lie of the land (as at Mycenae) or involve a terrestrial target such as a sacred mountain. But if one can show that the custom extends over a vast area, then one can be quite sure that the motivation was astronomical. If the motive was indeed astronomical, then there are a number of possibilities. The target may have been specific, such as sunrise at the

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winter solstice, or the setting point of a bright star; or it may have involved a range of orientations, such as the range of sunrise or of moonrise. The positions of sunrise and moonrise have changed little over the millennia. But because of the wobble of the Earth’s axis known as precession, the stars visible today are substantially different from those visible in prehistoric times. For example, the South Cross was visible from Menorca around 1000 B.C. but has long since disappeared from there. This creates a methodological problem for the few who wish to argue that dolmens were orientated towards the rising or setting of a bright star, for it is often possible to select a date for the construction of the monument that matches the orientation of the star all too conveniently. The dolmens of Antequera pose a serious problem for the archaeoastronomer, because archaeoastronomy is essentially a statistical science: one looks for a pattern among the orientations and then one seeks an explanation for the pattern. Unfortunately, each of the three great dolmens of Antequera is unique in the immediate region, and one cannot establish a pattern on the basis of a single example. All one can do is to relate each of the Antequeran orientations to those of other monuments of similar type located elsewhere in Andalucía. Menga It is not possible to measure the orientation of Menga with precision, but its azimuth (angle from geographic north) is around 45o, halfway between north and east. The horizon is flat in that direction, and calculation shows that Menga faced the rising of celestial bodies with declination (angle north of the celestial equator) +34o. Such an orientation is most unusual among megalithic sepulchres of the Iberian Peninsula. The classic custom of megalithic sepulchres is exemplified by the seven-stone antas of the Portugese Alentejo. Each and every one of the 177 antas I have measured was oriented towards sunrise, at some time of the year. Given that the range of moon rise is a little

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greater than that of sunrise, extending a few degrees further north and the same further south, each anta also faced moonrise from time to time. To distinguish between these two possibilities, we remember that the cultivation of food must have had priority over the construction of antas, and that only when the harvest was in and food guaranteed for the coming year could the people have undertaken construction work. Now if the intention was to build a tomb that faced the sun (or the moon) from time to time, then the simplest way to guarantee this would be to orientate it on sunrise (or moonrise) on the day construction began. This in fact is what was done much more recently with the construction of Christian churches in many countries. The consequence is that if the tombs were oriented on sunrise rather than moonrise, then we might expect that most will be oriented on sunrise in the autumn, after the harvest; and this pattern is exactly what we find in the Alentejo. The probable conclusion, therefore, is that these tombs faced sunrise on the day when construction began. We find a similar custom in other parts of Iberia, especially in Montefrío (Granada), to the east of Antequera. There, 38 out of 41 tombs faced the rising sun, especially in the autumn. The three exceptions faced further south, towards the sun when it was climbing in the sky. An alternative custom, found for example in the río Gor, to the east of Granada, is more general: the tombs either faced sunrise, or the sun when it had risen and was climbing in the sky. One could see this as a relaxation of the older and stricter sunrise custom. What is most exceptional, however, is an orientation to the north of sunrise at the summer solstice, that is, in a direction where the sun is never seen. And this is just what we find at Menga. In the region of Andalucía, where I have measured some three hundred tombs of all types, I know of only two other tombs, neither of importance, of which the same is true: Los Charcones (Benalup, Cádiz) and Dolmen de Bradford (Almadén de la Plata, Sevilla). That is to say, less than 1% of Andalusian tombs faced further north than sunrise at the summer solstice. To the archaeoastronomer, therefore, Menga is almost unique. My opinion (and it is no more than an opinion) is that the orientation of

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Menga has a terrestrial rather than a celestial motive, and that it faces the extraordinary mountain of La Peña de los Enamorados, situated seven kilometres from Antequera. I proposed this opinion in a book published in 2001, and since then the special archaeological significance of the particular part of the mountain towards which Menga faces has been demonstrated by Leonardo García Sanjuán and David W. Wheatley. Menga is the only Andalusian dolmen known to me that faces a terrestrial target. In fact, as far as I know (and my investigations have involved some three thousand tombs), in this respect Menga is unique in continental Europe and the Mediterranean region. Viera Apart from its enormous size, Menga is similar in construction to hundreds of other megalithic sepulchres of the Iberian Peninsula. Viera, on the other hand, has a form that we rarely enounter. The only similar example known to me is the dolmen rescued from the waters of El Pantano de los Bermajales, and this dolmen has been relocated and so its original orientation is unknown. The orientation of Viera is 96o, and it faces an horizon with an altitude of 4o, so that the corresponding declination is –21/2°. It therefore faced sunrise at the end of September (and the middle of March). It seems plausible that it faced sunrise in the autumn, when the harvest was safely in. El Romeral The tombs of tholos type in Andalucía do not conform to any single pattern of orientation. The biggest concentration of tholoi, in Los Millares (Almería), follow the sunrise pattern of the megalithic sepulchres, but the little group at El Barranquete, located a short distance to the east, include a number of tombs that faced the sun after it had risen. At some distance from Antequera, to the west, at Santa Bárbara de Casa (Huelva), we find three little tholoi, one of which faced sunrise and the other two the sun after it had risen. In El Gandul, to the east of Seville, one tholos faced sunrise and the other the sun after it had risen. But nearer the scale of construction of El Romeral are the two great tholoi of Valentina de la Concepción, to the west of Seville. The first of these, Matarrubilla, has a completely

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exceptional orientation of 17 3/4° from geographic north. Its corridor is so great in length (37 metres) and so perfectly shaped, that one feels the orientation must have been of great significance to the builders; but there seems to be no plausible terrestrial target. Certainly, in the sky so far to the north, there are no celestial objects other than stars, and the only bright star that was a possible target is Arcturus, which the tomb faced in the decades immediately prior to 3100 B.C. We can therefore say that, intentionally or by chance, Matarrubilla faced the rising of Arcturus, provided its construction took place around this period. Unfortunately the most that archaeologists can say is that such a date is possible. A short distance away, La Pastora is unusual in that it faces the western half of the horizon, with an azimuth of 243o. It is not unique in doing this: in Los Millares, 2 of the 48 tholoi that I have measured face southwesterly, although in other respects they are similar to the other tombs, 42 of which faced sunrise and 4 the sun when it was climbing in the sky. La Pastora faced within the range of sunrise (and moonrise), so that the sun (or the moon) could have been its target, but there is no way of establishing this. But if it faced a star, then this must have been Sirius, the brightest star in the sky, which the tomb faced around 2200 B.C. Once more, archaeology tells us that this date is plausible, but the exact date of construction of La Pastora is unknown. El Romeral, like La Pastora, faces the western half of the horizon, although its orientation has an azimuth of 199o, much further south than La Pastora. The horizon at Antequera has an altitude of 5o in that direction, so that the orientation corresponds to a declination of –441/2°, far outside the ranges of sunset and moonset. If the orientation of this monument had an astronomical motive (and we cannot be sure of this), then the most likely target was the setting of the Southern Cross and the bright stars of Centaurus. We have seen that these stars were very likely the target of the taulas of Menorca. The brightest of all these stars, Alpha Centauri, had a declination of –42o around 1800 B.C., and this had increased to around –441/2° around 1300 B.C. The most likely explanations for the orientations of the dolmens of Antequera, therefore, is that Menga in all probability faced the nearby

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mountain of La Peña de los Enamorados, Viera possibly sunrise (or moonrise), and El Romeral possibly the Southern Cross and the bright stars of Centaurus.

2.- Antequera: an ordered space and time under control Rafael Maura Mijares8 Recent studies have attempted to go more deeply into Dr Michael Hoskin’s thesis based on his observations of the megalithic monuments that make up the dolmen complex of Antequera. As we saw in the previous chapter, Hoskin proposed two clear alignments: that of Menga towards the mountain of La Peña and that of Viera towards the equinoctial sunrise. For El Romeral he does not find any clear association with the Sun, nor with any specific topographical landmark and he suggests a possible stellar alignment. However, these new studies have opened up the possibility of deepening the search for alternative referents. For Menga, the conclusions of these studies ratify the orientation towards La Peña, although this alignment is completed by including the tumulus of El Romeral and the rock art shelter of Matacabras, also on La Peña, and it appears that we cannot associate this dolmen with any solar event whatsoever. They also confirm for Viera the aforementioned alignment with the equinoctial sunrises and for El Romeral the orientation of its corridor towards the other outstanding geographical landmark in the area, El Torcal Mountain, as well as a possible connection to the winter solstice.

The spaces of dolmens The architectural space Dolmens are the first examples of stone architecture built by humans. As such they created ambits that did not exist before. Their interiors

8 UNED Department of Prehistory and Archaeology.

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were conceived for an exceptional use, to bury the dead and to shelter them for eternity; for this reason they were built with the most durable material known, stone. On the outside they stood out as ex nuovo and unequivocally human landmarks, permanently transforming the landscape. They have a simple structural scheme: a corridor and a chamber covered by a tumulus. Their symbolism also appears to be clear: the maternal uterus, breast and pregnancy. However, although they are all part of this same concept, no two dolmens are the same. In the first place, the building systems used condition their shapes. In the lintelled dolmens, such as Menga and Viera, which were always built with large blocks of stone, the stress vectors are simple, giving rise to a type of static architecture with rectilinear forms. On the other hand, in the corbelled-dome dolmens or tholoi (singular: tholos), such as El Romeral, in which rough stone was used to achieve the corbel technique, the vectorial stresses go beyond strict perpendicularity and lead to a type of dynamic architecture that allows highly conditioned round shapes to be achieved, in addition to the circular morphology of the ground plan itself. However, even among the same typologies there are differences. Different lengths, heights and volumes or the presence or absence of complementary architectural elements, such as perforated door slabs, secondary chambers, pillars, etc., are what make these structures vary so much in shape. This can be seen particularly in the three monuments that make up the megalithic complex of Antequera. The corridor in the Menga dolmen is short when compared to the chamber. The roominess of its interior spaces is also very unusual and its central pillars make it unique. Viera is also a lintelled dolmen built with large blocks, although its proportions are perfectly in keeping with its design: a long corridor with a cubic-shaped chamber at the end. Both areas are entered through perforated door slabs. The pattern of the long corridor and end chamber is repeated in El Romeral, although in that case there is a second chamber and, as far as we know, no perforated door slabs formed part of its structure. The change in architectural techniques is obvious: although large stone blocks were used for the roofing, for the

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abutments and lintels of the chamber entrances and their keys, the walls are made with masonry, thus introducing curved shapes, such as the ground plan perimeters of the two chambers or convex profile of their walls. In the same way, the corridor is raised using the technique of superimposed rows, although in this case their inclination, also inwardly sloping, is rectilinear. The three Antequeran dolmens are the large-scale prototypes for the rest of the Andalusian megalithic monuments. In their typology none of them was ever surpassed in terms of grandeur and technical perfection. We have here, therefore, the paradigm of Andalusian megalithism. The dolmens of Antequera are one of the peaks of the megalithic phenomenon, pioneering and exemplary projects in as far as the creation of architectural spaces is concerned. In fact, both the hypostyle chamber of Menga and the large vault of El Romeral are among the largest interior spaces in the world. Their proportions are so immense that in the past their burial function has been placed in doubt and even today is sometimes questioned. This function is perhaps much more evident in the Viera dolmen or in the secondary chamber of El Romeral. If we take this hypothesis to its final consequences, we could conclude that the Antequeran megalithic complex may be defined by two building phases. In the first, the dolmens of Menga and Viera would have been built as a single project in which Viera would have served as a collective burial place and Menga would have had ceremonial connotations, also related to funerary rites, although perhaps more open ones, that we are unable to decipher today. The second, more recent phase, in which El Romeral would have been built, would have brought both functions together in a single monument, devoting the large chamber to ceremonies and the secondary chamber to the burial practices themselves. Although today there is no archaeological evidence to back up these ideas, particularly in terms of whether there were two building phases, we do find their complement, as we will see, in the relations of visibility presented by the orientations of the corridors of these dolmens towards the most significant geographical landmarks in the landscape and certain solar events related to the changes of season.

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The territorial space The external appearance of the dolmens of Antequera contributes to creating the landscape and a territorial organisation. Their tumuli indicate new human places, reference points that add to and link with the natural landmarks that already exist. In fact, the human groups that populated the mountains and foothills of the Cordilleras Béticas in recent prehistory based their economy on stockbreeding and complementary farming and they devoted themselves basically to transhumance. These groups delimited and reaffirmed their ownership of the grazing lands through the presence of their ancestors’ tombs. These territorial markers were tacitly respected thanks to the complex rules of conduct of a society structured by clans and lineages and based on relations of exchange, reciprocity and cooperation. We have evidence of the continued use of the megalithic tombs over the centuries, due probably to the fact that they were collective sepulchres designed to receive the mortal remains of successive generations of members of a clan or a lineage. The megalithic complex of Antequera no doubt met these requirements. As spatial reference points these dolmens would have served to legitimise ownership of the territory and its economic exploitation by the human groups that built and used them. However, they also formed part of a new symbolic organisation of the space, in which other natural reference points of a geographical nature were included. Such links can be seen in the orientations of the axes of the corridors of Menga and El Romeral, whose fields of vision focus on the two most important geographical features in the area, La Peña and El Torcal, respectively. The dolmen of El Romeral, probably more recent than those of Menga and Viera, was also consciously placed along the visual line formed by Menga and La Peña, demonstrating a desire to link this new project to the master lines of the earlier project. Through these visual relationships, which were completed with the inclusion of the rock art marking the different geographical landmarks that demarcate the edges of the Antequera Depression, a symbolic organisation was laid out that eventually translated into a physical organisation of the territory.

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Thus, the ownership of an economic space was justified through the presence of the tombs of the group’s ancestors and was delimited by the iconographic markings of the geographical landmarks, both in the centre and on the periphery. Social order, economic, territorial order. Order.

Dolmens in time Astronomical time The organisation of space is closely linked to the control of time. It is not without reason that the characteristic primary economic activities of these prehistoric groups were conditioned by natural cycles. In this respect, the Sun is an infallible value that represents the order of the Universe like no other celestial body. Its cycles are stable and immutable (they are practically the same today as five thousand years ago), accurately marking such natural periods as day and night, seasons and years. Let’s describe those cycles in more detail. The first thing those human groups would have observed is that from a fixed observation point the Sun did not rise every day at the same point on the horizon. Looking to the east, it rises right opposite us at the equinoxes, in other words, when the day and night are of the same length. This happens twice a year, at the beginning of spring and autumn. Let’s move to the spring equinox. During this time the Sun will rise a little more to the north each day until it reaches its farthest point. This is the summer solstice, when the days are longer and the nights shorter. Then the Sun will start going back every morning until it returns to the centre, in other words, the east. This is the autumn equinox. Then, as the season progresses, the sunrise will be increasingly farther south, until its reaches its farthest point at the winter solstice, when the days are shorter and the nights are longer. After this, during the winter, the sunrises will regress every day until they reach the starting point, once again in the east, at the new spring equinox. In this way, a year will have gone by and we will have been able to accurately establish when the four seasons begin and end. To the west, the sunsets act in the same way.

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As we have seen, east and west are respectively the intermediate points in the annual journey of the sunrises and sunsets. There are no natural reference points that mark them out and they are therefore artificial demarcations; it is humans who determine that there is a centre point between each extreme. However, we can be sure that this point was well known to all the communities of recent prehistory, thanks to the numerous alignments towards this part of the horizon we find in the majority of dolmens, particularly in those with a lintelled corridor, which contributes to the widespread identification of this cardinal point with a funerary function. The determination of these points is only possible after a long series of observations that are always carried out from the same position. Therefore, this knowledge is attributed to societies with a high degree sedentarianism. In other words, the orientation of a dolmen towards the sunrise at the equinoxes involves establishing a centre between two natural points (sunrise at the summer and winter solstices). This is a fascinating fact, as it is an arbitrary and deliberate human decision that implies not only incipient notions of astronomy or very precise knowledge of the beginning and end of the seasons, but also, and above all, a first approach to measuring time. Nevertheless, apart from its visual relationship with La PeĂąa, the Menga dolmen does not appear to be linked to any other astronomical solar events. Despite this, the direct incidence of the rays of the Sun in the chamber only occurs around the summer solstice, as the rest of the year they only fall on the northern side of the corridor at different heights according to the time of year. During those few days the morning rays of the Sun currently enter the dolmen and illuminate the first five orthostats, the projecting edge of the sixth (which is the beginning of the chamber), whose internal face remains in the darkness, the seventh and part of the eighth. The reflection on the cobbled floor and polished blocks is projected to the end, causing lines of shadows as the pillars come in between; it reaches the headstone around its centre and divides it vertically into three approximately equal parts, two lit areas at the ends and a dark patch in the middle. It is during these solstitial sunrises that the dolmen receives the largest amount of natural light and the contrast between light and shade is also therefore better defined. In any case, it is quite an abstract lighting effect and therefore

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in principle any link between this dolmen and solar events has been ruled out. The Viera dolmen, on the other hand, is paradigmatic in this respect. During the equinoctial dawns, the Sun is aligned with the corridor and its light penetrates directly into the interior for several minutes. As we do not know the real length of the passageway, we can only follow its route from the first perforated door slab and even so the height of its opening is hypothetic. Taking into account these determinants, a strong beam of light would pass through the orifice in this door and directly affect the second section of the corridor floor, producing a gleam of light that would be projected downwards in the opposite direction lighting the perforated door slab through which the chamber is reached. The light would penetrate it as a horizontal beam reproducing the quadrangular silhouette of the door opening on the headstone. The effect would have been increased by the polished paving of the floor. As the perforated door slabs restricted the entry of light, the interior of the dolmen would have remained almost in darkness for the rest of the year. Nevertheless, as it was almost certainly a tomb, it would have been kept closed most of the time, which begs the question as to whether it would have been opened every time there was a death or only at certain times determined by the ritual. If that were the case, what did they do with the bodies of people who died at other times? Where were they laid to rest before being buried? Is it possible that the large halls of Menga and El Romeral served this purpose? These are all questions awaiting an answer, but ones that prehistorians are asking themselves. It is for good reason that the ultimate mission is to help us understand as much as possible the significance of these grand structures. A more complex question is the effect of the light inside El Romeral. We have already mentioned that its axis points towards the mountain of El Torcal, a spot whose singularity would have been as much appreciated in prehistory as it is today; it is a geographical landmark comparable in spectacularity to La PeĂąa de los Enamorados and the location of the highest peaks in the territory. However, the builders of this monument may also have wished to relate it to the solar cycles, although perhaps in a more hermetic and sophisticated way than the Viera dolmen.

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Approximately at midday of the winter solstice, when the Sun is aligned at its lowest height with the corridor of El Romeral, its rays project directly onto the floor of the entrance to its maximum depth, reflecting light in the opposite direction. This light, focalised thanks to the length of the corridor, penetrates as far as the main chamber, projecting the silhouette of its lintelled door onto the opposite wall, being cut off to the left by the opening into the second chamber. Following its path, the section of the beam that has not been halted by the wall of the main chamber continues along the short entrance passage to the secondary chamber to finally reach the depths of the dolmen, projecting a vertical rectangular shape on the floor slab of the secondary chamber. This effect decreases as we move further from the winter solstice, as the loss of obliquity of the Sun’s rays means less intensity in the beam of light reflected on the floor. The visibility obtained inside the dolmen thanks to this brightness, which is quite notable in the dark, would also be much less. Finally, the cobbled floor of the dolmen would contribute to increasing the effect of the light, which would not be altered by the real length of the corridor. As we can see, this study focused on the lighting effects produced by the Sun inside the dolmens, as it has been completely ruled out that their chambers, corridors or the pinnacles of their tumuli, for example, could have been used as observatories. In fact, we cannot attribute any scientific motivation to the recognition of the solar cycles, as these prehistoric human groups were very far from any type of rationalist thought. On the contrary, they would have sought ritualistic connotations in such events. What was important was not the observation a specific rising sun, but that at certain times of the year the light of the king of the heavenly bodies would inundate the kingdom of the dead with light. At Viera this event occurred at the equinoxes, but, as we have seen, many dolmens do not face exactly that point, although a majority of them do face other dawns. Hoskin puts forward an interesting theory as an answer to this variability; he suggests that the dolmens were orientated towards the dawn of the day on which their construction began. In summary, it seems we can recognise up to four alignments in this necropolis, two geographical (Menga-La Peùa and El Romeral-El Torcal) and the other two astronomical (Viera-equinoxes and, not

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without certain reservations, El Romeral-winter solstice). These facts imply that the binomial Menga-Viera had one geographical and one astronomical alignment, whereas at El Romeral we have both types of alignment in a single building. If we accept this hypothesis we could conclude that El Romeral is a true prodigy of adjustment to the patterns of visualisation, as, in addition to being located on the line pre-established by the Menga-La PeĂąa axis, it is orientated towards the only point on the horizon at which a visual axis related to a singular geographical landmark and an astronomical event linked to the solar cycle coincide. These insights would coincide with the spatial singularities seen above that consider Menga and Viera to be necessary parts of an initial building project, as opposed to the conceptual unification implied by the presence of the two chambers in the later El Romeral project. We will have to wait for time and archaeology to verify or refute these extremes. Eternal time The Sun is light as opposed to darkness, heat as opposed to cold, life as opposed to death. Its cycles have no end. It rises and sets every day in a constant cycle of death and rebirth. Nothing symbolises the paradox of the eternal return like the Sun. The life that leads to death and the death that leads to life. The transition through which we all have to go. Control of time integrates human beings into the Cosmos: life (brief) and death (eternal) are inseparable facts of the periodic and inexorable cycles of nature. As a consequence, spaces are prepared for life (the ephemeral hut) and for death (the imperishable grave). The rituals for death emulate the rituals for life. The deceased penetrates the uterus of Mother Earth, pregnant like a tumulus, to fecundate her while waiting for their rebirth in the other life. Knowledge of the solar cycles and establishing intermediate positions that mark the cardinal points implies a notable advance in terms of the control of time, something we cannot sense as clearly in prior periods. The megalithic monuments offer quite consistent arguments in this respect, as their temporal dimension is reflected both in an interest in perpetuating the past (the cult to the dead) and a desire for continuance in the future (structural solidity).

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In fact, while the societies that built and used the dolmens have become diluted in the memory of time, their buildings have survived through the centuries. And not only have they transcended as mere structural elements; for people after people, civilisation after civilisation, the site of the dolmens of Antequera continued to be a burial place. We have Roman burials in Viera and Arab exhumations at the entrance to Menga, and even a Christian cemetery nearby. The dolmens of Antequera are no longer the house of the dead. They were sacked a long time ago and the human remains of those who merited or were due a burial with such a sophisticated ritual have turned to dust. No, the megalithic architects of Antequera and their contemporaries did not succeed in their main purpose: for their constructions to be an inviolable place for the eternal wandering of their ancestors, and probably for themselves, in the other life. But after millennia of neglect, other human beings, us, without a doubt their heirs, have begun to recognise ourselves in these remote ancestors. We respect their marvellous achievements, their ability to organise, their skill in ordering space and controlling time. Organisation, order, control. Production, ownership, exchange networks. There lies the origin of our present-day way of life. Today, the present of the dolmens augurs a long future for them. We understand that they form an unquestionable part of human cultural heritage and as such they should be recognised as being for the enjoyment and admiration of all. Ours is the virtue of being able to value and preserve them, but the merit lies with those who, with their immortal monuments, imprinted on Antequera the indelible seals that make it possible, through an extraordinary journey through space and time, for beings separated by more than five thousand years to shake hands.

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IV. THE MICHAEL HOSKIN SOLAR CENTRE 1.- The architectural project Aurora Villalobos Gómez9 “We do not dwell because we have built, rather we build and we have built to the extent that we dwell [...] building in itself is dwelling” (HEIDEGGER, 1994; p.133). In a plan the place is never understood merely as the working area on which the architectural object is to be inserted or the immediate surroundings in which is inserted, but rather other questions of interest are taken into account. In this case it is the scale of the monument, the archaeological precinct and the territory or, in other words, the nearby presence of the tumuli, the intermediate presence of La Peña de los Enamorados and the distant presence of the plains of La Vega de Antequera. Moreover, we could say that the dolmens themselves synthesise the different scales of the heritage to have the plains in their context and their reference in La Peña de los Enamorados (Menga), the direction of the rising Sun at the autumn equinox (Viera) and El Torcal (El Romeral). As we will see, all these elements are present in the impetus behind the Solar Centre in the first precinct of the Dolmens of Antequera Archaeological Site. This precinct has its raison d’être in the dolmens of Menga and Viera and covers an area of almost eight hectares, which is divided into two zones: the Tumuli Field (a monumental zone protected as an Asset of Cultural Interest, at a maximum height above sea level of 500 metres) and the Llano de Rojas (the zone around the headquarters building, with a lesser archaeological protection and a height of 476 metres). In 1989, when the overall layout of the area was being planned, the unequal nature of these two zones was taken into consideration and it was decided to concentrate the new contributions in the second of them. This was a run-down area (an old driving school and a rubbish dump) at the far reaches of the site (at that time there were no plans to extend the boundaries of the archaeological site towards the Cerro del 9 Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico.

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Marimacho hill). It was very uneven land (between the levels of the town and the plain) and it abutted a range of different facilities (the municipal cemetery and a car dealership between the old highway and the new northern bypass) and was thus considered an ideal position to create a new infrastructure consisting of a system of itineraries, open spaces and buildings. The itineraries would replace the traditional routes that began in the southwestern corner of the site, at the point nearest the town, when only the Tumuli Field was visited. They followed a road that crossed the Menga tumulus and had probably been built in the nineteenth century; now access was restricted by a petrol station. The aim of the new pedestrian itineraries was to take in the whole site and to identify with axes that would represent the imposition of diachronic and synchronic geometries in the precinct to eventually meet at the headquarters building. So far, the axis parallel to the line of pillars in Menga has been laid out, materialising in a path that climbs to link the Llano de Rojas with the Solar Centre. The Solar Centre is a functional and important open space that gives the visitor his or her first experience of the place through nearby, midrange and distant visuals. This is part of the second phase of the site reorganisation. It is the area of transition to the monumental zone, the departure point of the itinerary that climbs to the Tumuli Field following the alignment of the axis of the Viera dolmen corridor. It is laid out at the foot of this promontory, at a height of 489 metres, bordering to the south of the precinct with the town, forming an invisible triangle with the tumuli of Menga and Viera, as a common vertex with the introduction of the precinct access system. It forms a 300-square-metre esplanade with the appearance of a hard-surface plaza. This is due to the fact that it is mainly built of large slabs of prefabricated white concrete. We understand that its shape and materiality –intentionally contemporary– aim to evoke the circular geometry of the tumuli and to reinterpret the megalithic quality of the dolmens in twentieth-century artificial stone. It is actually organised as an authentic system of sundials and other astronomical mechanisms that link our time and the present landscape with the natural phenomena common to the whole of humanity’s

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history. In this way the Sun becomes part of the project through the definition of a gnomon or rod that projects its shadow on a graduated plane known as limbo, giving us information not only about the time, but also about the period of the year or the solstices and equinoxes. In 2005, the architect José María Raya Román –an expert in solar geometry– inserted an initial design of an azimuth-type sundial with various applications: to show the time using the shadow projected by the observer standing on the point that indicates the date, to check the time the sun passes across the axis of a series of selected megalithic monuments, or to indicate the points at which the Sun passes the horizon of Antequera on the days of the solstices and equinoxes. It is a sundial without a fixed gnomon that takes advantage of this property in a very interesting and interactive way to incorporate the observer as a decisive element in showing the time in the way that interests them. Based on this assessment, the architect who drew up the organisational project -Manuel Salado Ordóñez- proposed in 2007 a new design for the Solar Centre that took in these same functions but materialised them in different elements: an equatorial sundial showing true local time (in other words, on which the time shown is the twentyfourth part of the time the Sun takes to pass the local meridian twice consecutively. This is achieved by placing the gnomon parallel to the terrestrial axis and the limbo on a perpendicular plane, so that the projected shadow advances at the same rate as the Sun, in other words, 15º per hour), another horizontal sundial on the paving (set in an eastwest direction, like the axis of Viera), a longitudinal bench that becomes a meridian that indicates midday throughout the year by means of a metal plate (showing the orientations of the most important dolmens on the Iberian Peninsula), and a cylindrical wall that incorporates the profile of the horizon showing the sunrises (specifying in each of them the exact time at which the Sun rises above the horizon on the different days of the year). All this makes the Solar Centre a dynamic area in which the circulation of people converges with the movements of the Sun in such a precise way that we can experience openly and consciously that sensation of mystery the ancient inhabitants would have felt among these megalithic monuments. This immediate perception of the meaning of the dolmen orientations –shown to the visitor by the sundials– reminds us of the presence of

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the dolmens in the territory, only perceived over the centuries by a few witnesses. This place is therefore a Memorial of the Dolmens defined by the centenarian olive tree that for many years grew in front of the Menga atrium and is now surrounded in its new location by a group of monoliths –like a timeless cromlech– on which are inscribed the names of the persons who have contributed to the guardianship and evaluation of this archaeological site from the sixteenth century to the present day. However, in addition, understanding the architectural project of the Solar Centre implies not only asking oneself about the specific circumstances in which it was planned or the peculiarities of its execution, but also the cultural context of this singular project that captures an entire architectural tradition of building using light and shade. As Louis Kahn pointed out, “returning to the beginning of any human activity is its most extraordinary moment as it manifests its will to be. That instant contains the spirit and vitality of that deed from which we should continually obtain inspiration to meet our needs” (KAHN, 2002; p.91). To propose the project for a solar centre, more than defining a programme for public use or distributing certain movable elements in an open space, involves questioning the sense of natural light. Architecture is a medium that manipulates the emanated light and determines its distribution: it breaks it, pours it out, disperses it, concentrates it, focuses it, etc. At the same time, sunlight produces three effects on architecture. Firstly, it allows us to be aware of the size, shape, colour and texture of objects; when it is diffuse, abundant and uniform, it shows the object exactly as it is, fulfilling the basic function of lighting the space so that the corresponding tasks can be carried out in it. Secondly, if these conditions do not occur, light give values to the objects, making them variously heavier or lighter, rougher or smoother, etc., and subject to relationships with other objects. Thirdly, the light itself can become an object of our attention, thanks to the changes it goes through with the movement of the shadow thrown and the degree of intensity of colour and thus makes us feel the passing of time. The movement of natural light inside a building or in an open space incorporates the temporal component into the aesthetic experience of the space, allowing it to be read in a different way

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according to the time. These three aspects interact when you look at a sundial, where the light itself –and its inseparable companion, the shade– become the protagonists. Moreover, they become a resource for architecture that allows the materialisation of the relation with the transcendental. This occurs when a natural phenomenon –such as light– is considered to be supernatural, insofar as its scientific basis is unknown. Let us consider the effects of shade, penumbra, illumination from behind, glare or projections of colour produced in the corridor or chamber of a dolmen that predispose one to different spiritual attitudes. However, there comes a moment in which the sacred is revealed and what was previously manifested inside the building (the dolmen chamber) can now be experienced on the outside (through a sundial). Let us think of this as a mechanism to control the times of the rite (as in mosques) or to indicate feast days (through the meridians or stained-glass windows in churches), even as an extraordinary phenomenon that man can begin to predict, until he believes that he controls it. Although the sundial is an instrument for reading the passing of time, it does not fail to remind us that we are subject to it and not the other way round, no matter how many new mechanisms we invent. Knowledge of the Sun’s movements led to the invention of an apparatus known as a heliometer, which consists of a small hole in the top (gnomon) just above a straight northsouth line (a meridian) set out in a large room. Thanks to the camera obscura effect, an image of the Sun forms on the floor in such a way that when it crosses the meridian it shows midday in local time. It would be offered as a simple solution to guarantee a precise measurement of time in day-to-day situations, far from that first ingenuous but discovering gaze. From here, “The problem of the project is faced from a standpoint of order; what is it that allows us to distinguish the nature of our problem of the spaces we wish to delimit or open in reality. Based on its nature we conceive a space where its will to be is perceived” (KAHN, 2002; p.70). For Louis Kahn the nature represented the why, the order is the what and the plan deals with the how. The nature is that immutable law that should be perceived when the reality is translated through the plan (for example, the phenomenon of the equinoxes in Viera), the order is the rule modifiable by man who looks for the presence of the form (for

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example, the sundial that allows the movements of the Sun to be followed and quantified) and “the plan signifies assigning dimensions and seeking out the means to execute the form” (KAHN, 2002; p.83) (for example, proposing the Solar Centre as the synthesis of both ideas). Some authors have referred to architecture as the ‘art of space’, without defining its nature, approaching this idea from a formalist analysis (like a geometry that excludes man) or a psychological analysis (like feelings that circumvent the materiality of architecture). This intuition is valid, as Siegfried Giedion demonstrated when he presented history as a succession of concepts of space. But it is necessary to have “a theory of space truly interpreted as a dimension of human existence more than as a dimension of thought or perception” (NORBERG-SCHULZ, 1975; p.15). This set of relations that man begins to establish with things (proximity-remoteness, separation-union, grandeur-smallness, centrality-directionality) converts the space into a place or an environment that is recognised as an essential part of the existence of man, which goes beyond the existing environment and aspires to improve the human condition. It is therefore not enough to satisfy the vital needs derived from the innate finiteness of man, but also those transcendental needs that bring sense and order to a world of knowledge and actions. Man is the measure of all things and therefore “architecture could be defined as a piece of humanised air” (FISAC). Man relates to the environment by generating ‘existential spaces’ through architecture. In this process he values his intentions and the nature of the place in order, in accordance with his physiological and transcendental needs, to build a project that takes in functional and significant aspects. It is for this reason that we have tried to explain the functional aspects of the Solar Centre by contextualising the commission for the general organisation of the precinct, describing the built-up space and analysing the intervention criteria. In contrast, the significant aspects have led to us showing the Solar Centre as the materialisation of a spatial process of appropriation of the territory on various scales, linked to the temporal experience of the inexorable movement of the Sun as a phenomenon –natural and now also cultural, archaeological and contemporary– that marks the episodes of the solstices and equinoxes in Menga and, above all, in Viera.

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The innovative initiative of having a Solar Centre in this necropolis recaptures this experience of sacred architecture in a patrimonial key, where the transcendental needs of man themselves require the invention of mechanisms that resolve his relationship with an image of the world or ‘utopia’. While the values of representation make up part of the project idea and have been materialised in certain constructive gestures, those of symbolism will be contributed by society in an evaluation of this new object that transcends its own materiality to build “a concretisation of the existential space of man” (NORBERGSCHULZ,1975; 12). “In the end you find that you are not exactly dealing with things, but rather with something that characterises places and allows us to exist. […] What there is in the air, what there is between places” (NAVARRO BALDEWEG , 1999; p.113).

2.- A Tour of the Solar Centre Ángel Fernández Sanzo10 The medium of the Solar Centre is a circular plaza at the entrance to the archaeological site, at latitude 37º 1.24’ N and longitude 4º 32.51’ W and 462.90 metres above sea level. As its architectural and astronomical functions are integrated, it is the ideal place for understanding the master lines used to build the Antequeran dolmens and their symbolic link with the Earth and the sky through the observation and recognition of the territorial space and the seasonal cycles, based on the relative position of the sunrises. It is, therefore, conceived as a preamble to the tour of the dolmens, in other words, as a space that materialises the transition to the monumental area. The Solar Centre is made up of the following elements:

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The oculated Sun On entering the Solar Centre, to the left you will see its symbol: the oculated Sun. This is a bronze reproduction of the original that was discovered in the church of Santa María de Jesús in Antequera, hidden behind a coat of arms of the Holy Cross of Jerusalem. The Rose of Menga This is depicted on the paving in the centre of the plaza. It is created with incised lines and bronze incrustations. In addition to the cardinal points and the solstitial and equinoctial sunrises and sunsets, it shows the orientations of the most important dolmens on the Iberian Peninsula. It is the epicentre of the Solar Centre and a reference point from which to observe the other elements that make it up. The Horizon Observatory Situated above the Rose of Menga, looking to the east, is the Horizon Observatory, in which the wall takes on the profile of the horizon, with La Peña de los Enamorados represented at its northernmost end. In this profile, made using a counter-mould on prefabricated concrete plaques, and on the curved bench, an arc is indicated where the Sun appears on the horizon. There are three suns made of natural stone set in a bronze ring, indicating its position, from left to right, at dawn during the summer solstice, the equinoxes and the winter solstice. The Homage to Hoskin Located towards the southeast of the plaza, beyond the Horizon Observatory, is a commemoration of the ceremony dedicating the Solar Centre to Michael Hoskin. It consists of a low cypress tree below which, embedded in the paving, is a bronze medallion with an effigy of the guest of honour at the ceremony. The Meridian To the west of the plaza a longitudinal bench is transformed into a meridian that marks midday throughout the year. It consists of the bench, which traces a horizontal north-south line and a vertical gnomon located at the southern end that consists of a bronze plate depicting the orientations of Viera to the east and Menga towards La Peña. When the Sun is on the meridian of Antequera, the shadow of the

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gnomon is cast on the meridian line indicating the solar midday and the longitude of the shadow marks the months of the year. The equatorial sundial Located to the northwest of the Rose of Menga, this appears to be a prolongation of the surface of the plaza that reaches up towards the sky perpendicularly crossing the metal bar that acts as a gnomon. The plane of the sundial is parallel to the equator, its gnomon points towards the Pole Star and is also parallel to the Earth’s axis. In spring and summer the Sun, located between the equator and the Tropic of Cancer, illuminates the upper face and above it the shadow of the gnomon is projected. In autumn and winter, as the Sun passes to the southern hemisphere and situates itself between the equator and the Tropic of Capricorn, the lower face is illuminated and the shadow of the gnomon is projected above this. At the equinoxes, the trajectory of the Sun coincides with the plane of the sundial, in other words, with the equatorial plane, and the hours are not shown on either of the two planes, but enter through the upper gap (the upper part of the sundial plane) marking the hours on the gnomon. The chosen numeration is that used by the Egyptians from the end of the fourth millennium BC as part of their hieroglyphic writing, possibly the closest in time to the construction of the dolmens. The horizontal sundial The equatorial sundial is complemented in the same piece with another horizontal sundial located on the ground to its south, which specifies the mathematical conversion of one to the other. The centenarian olive tree An olive tree used to grow at the entrance to the Menga dolmen. We do not know how long it had been there, although we know it is more than a hundred years old because it appears in the illustrations published by Emile Cartailhac in 1886. When the area of the tumuli

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field was being reorganised in 2005, excavations were carried out at the dolmen entrance and it was decided to open a trench using archaeological methodology to extract the olive tree. This led to the discovery of a grave of probable Islamic origin between its roots. Given the special symbolism of this tree for the necropolis and for the citizens of Antequera, it was transplanted to the area of the Solar Centre, where it remains today in the space designated as the Memorial of the Dolmens. This tree is at least 120 years old. The Memorial On the western side of the plaza, beyond the Meridian and closing the circle, is the Memorial of the Dolmens. It is centred on the centenarian olive tree that for many years grew in the atrium of Menga. A silent witness and living memory of the footsteps of the many people who have visited Menga, it was chosen as the centrepiece of the memorial. A series of monoliths forming a timeless cromlech represent all those who have contributed to the guardianship and to disseminating the importance of the dolmens of Antequera.

Cultural activities linked to the Solar Centre - The Celebrations of the Sun The “Celebrations of the Sun� is the generic name given to the activity the Dolmens of Antequera Archaeological Site organises four times a year, coinciding with the spring and autumn equinoxes and the summer and winter solstices. As we have seen throughout these pages, all the ancient societies were well aware of the solar cycles, especially during the megalithic period. Moreover, these astronomic cycles marked the rhythm of all aspects of life, from crop harvesting to death rituals. In this way, the Dolmens of Antequera Archaeological Site recaptures the importance of the beginning of each seasonal cycle with a celebration. The Celebrations of the Sun have been held since 2006. The usually dates are 21 March, the spring equinox, 23 September, the autumn equinox, between 21 and 23 June, the summer solstice, and between 21 and 23 December, the winter solstice.

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They include a very diverse programme of activities, although they have a certain points in common. All the activities begin with a guided tour of the tombs. Early on the morning of the autumn equinox, at approximately 7.45 am, the Viera dolmen, which faces east at an azimuth of 96º, is opened to allow visitors to experience the entrance of the first rays of sunlight. At the summer solstice the Menga dolmen is the star of the show with its orientation to the northeast, 45º azimuth, towards the sunrise on that day and La Peña as a symbolic element of the landscape. At the winter solstice this activity moves to the Tholos of El Romeral where, with its south-southwest orientation, azimuth 199º, the Sun enters at approximately 3.25 pm. These orientations show us how the dolmens face the sunrise at some time during the year. Places are limited on these special days, so it is necessary to book in advance. After the guided tours, visitors can take part in a series of experimental archaeology workshops with various themes designed to show how the people of these prehistoric societies lived. Since the beginning of the Celebrations of the Sun many different subjects have been covered in these workshops, one of the most interesting of which is the seedsowing workshop, in which you have to “plough” the land and then sow and water the seeds, and begins with the importance of the changes of season for the Neolithic groups who, being sedentary by this time, were also farmers. Other workshops, such as bead-making, which revolves around a central figure that links the Sun and the Moon representing the day and the night of equal duration, or the making of floral head, neck or wrist adornments, explain the meaning of the use of adornments, chants or musical instruments as a means of invoking rain. We also organise occasional painting workshops. At the summer solstice Celebrations of the Sun we organise a workshop that consists of making a large straw Sun designed to represent the longest day of the year. All the participants plait bundles of straw and place them on a circular structure made earlier with cane and wire. Next there is a performance that begins with a group of “prehistoric people” who come out of the Menga dolmen and descend its side until they reach the “Sun”. This group of “prehistoric people” surrounds it

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and sets fire to it, making a bonfire around which the characters dance, eventually inviting the visitors to join in by throwing salt and lavender into the fire and imploring the divinity to grace them with better gifts. A particularly interesting workshop is mat-making with natural materials. Using material such as cat’s-tail, wheat, wicker or hemp, participants make different items including mats and baskets. And we cannot forget the milling workshop, in which the objective is to take part in the whole process, from stone-grinding the flour to making cakes. Other workshops have included moving a large block of stone, hunting, and a funerary ritual. In the first, the participants are told how to build a dolmen and a “foreperson” is chosen to supervise the construction. Under his or her supervision, the participants drag the stone over the ground using ropes and tree trunks as rollers, finally fitting the orthostat into a previously dug foundation trench. In the hunting workshop visitors are given an introduction to the hunting techniques used by these societies, finishing with archery and spear-throwing. In the funeral ritual workshop, held in the Menga dolmen, the group takes an active part in the re-enactment of a death ritual; two persons in the group are placed in a foetal position in the interior of the sepulchre along with their grave goods (vessels and beads). Also associated with the solstices are the performances by the Pandas de Verdiales of the Junta de Alcaldes de Málaga, who are also linked to the Sun. - The nights of Galileo On 24 October 2009 an activity known as the “Nights of Galileo” was held at the archaeological site. This international project was organised under the auspices of the International Coordination of the International Year of Astronomy. Since then it has been the institution’s aim to continue with the astronomical observation activity every year. The day begins at the Reception Centre, where the programme is presented. We start with the audiovisual “Menga. The Construction Process”, which is followed by a guided tour of the sepulchres of Viera and Menga given by specialist members of the archaeological site staff. The tour begins at the Michael Hoskin Solar Centre where, in view of the

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subject of the day, a more detailed explanation is given of it. Next a talk is given about the dolmen builders in the archaeological zone, with general views of the landscape of the Vega de Antequera, after which the sepulchres are described and visited. At the end of the guided tour visitors are taken to the spot chosen for the astronomical observation, where a series of telescopes and screen projections of the moons of Jupiter, the stars, the constellations and the Moon are set up. In each of these the relevant explanation is given by a member of the Malaga Astronomy Society, which is in charge of organising the day. This activity has proved extremely popular with the participants. The Dolmens of Antequera Archaeological Site offers a very varied programme of activities during the open days held on 28 February (Andalusia Day), 18 April (Monuments and Sites Day), and 18 May (International Museum Day), that are the perfect complement to the Celebrations of the Sun. The guided tours of the two areas coincide with the opening hours of the site from 9 am to 6 pm. There are various choices of programme including “Would you like to learn about prehistory?”, guided tours and a “Journey to Prehistory. These activities will continue in forthcoming years as part of the archaeological site’s dissemination programme. The objective is none other than to help visitors gain a greater knowledge of these societies of the past. It is up to you to choose the time.

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3.- The Dolmens of Antequera Memorial Rafael Maura Mijares11 César Riario Florián de Ocampo Agustín de Tejada y Páez Francisco de Tejada y Nava Alonso García de Yegros Francisco de Cabrera Rodrigo Méndez Silba Manuel Solana Diego Carrasco y Luque Cristóbal Fernández Rafael Mitjana y Ardison Eduardo Chao Ildefonso Marzo y Sánchez Louisa Tenison Manuel de Assas y Ereño Trinidad de Rojas y Rojas Manuel de Góngora y Martínez Manuel Gómez-Moreno González Francisco María Tubino y Rada Rafael González Anleo Éduard Philippe Émile Cartailhac Francisco Romero Robledo Joaquín Fernández de Ayarragaray Luis Siret y Cels José and Antonio Viera Fuentes Ricardo Velázquez Bosco Narciso Dayz Escovar Manuel Gómez-Moreno Martínez José Ramón Mélida y Alinari Rodrigo Amador de los Ríos y Fernández de Villalta Hugo Obermaier y Grad Adrien de Mortillet Pierre Paris Edward Thurlow Leeds Cayetano de Mergelina y Luna Juan Cabré Aguiló Wilfrid James Hemp Le Corbusier Georg Klaus Leisner and Vera Leisner Juan Temboury Álvarez Antonio de Burgos Oms Francisco Prieto-Moreno Pardo Simeón Giménez Reyna José Antonio Muñoz Rojas

11 Department of Prehistory and Archaeology of the UNED.

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César Riario (16th century): Bishop of Malaga between 1519 and 1540. During his bishopric he oversaw, among other projects, the conversion of the former Great Mosque into a cathedral and the drawing up of the first documental inventory of the Cathedral Archive. In a licence signed in his own hand in 1530 we see the words “cave of Menga” for the first time. Florián de Ocampo (1513-1590): Historian and writer from Zamora, graduate in Grammar, Physics and Metaphysics and Doctor of Theology. He was named chronicler of Castile and in 1539 of Charles V at the request of the parliament. In that role he published the first five books of his Crónica general de España, which covered the period from the beginning of the world to the death of the Scipios. This work is quoted by some Antequeran chroniclers in relation to the mythical origins of Antequera, which claim a supposed involvement of Hercules in its foundation and in the construction of the Menga dolmen. Agustín de Tejada y Páez (1567-1635): Famous Antequeran Mannerist poet, doctor and financier of the Cathedral of Granada between 1587 and 1608. He studied theology at the University of Osuna and gained a doctorate at the University of Granada. During the time he spent in the latter city he entered into the cultural and literary world of meetings and academies. He spent the last twenty years of his life in Antequera, where he was appreciated as a poet –Cervantes and Lope de Vega celebrated him– and was considered an authority on the history of the town. To him we owe the first written report on the Menga dolmen, contained in his Discursos Históricos de Antequera of 1587, in which he alluded to the existence of another nearby structure similar to that of Menga, possibly the Viera dolmen. Francisco de Tejada y Nava (1593-1645): An Antequeran graduate, nephew and pupil of Francisco de Tejada y Páez. His Historia de la ciudad de Antequera, written at the beginning of the 17th century, contained the first true description of the Menga dolmen including measurements, which stated that it only had three roof slabs when there are in fact five. He also related it to other natural or artificial caves, among which he included that of La Sierra de la Camorra. This text, including its errors, was adhered to, in all cases literally, by subsequent authors until the middle of the 19th century.

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Alonso García de Yegros (17th century): Antequeran writer and historian, canon of the Colegiata de Baza. In his Historia de la antigüedad, y nobleza de Antequera he points out the proximity (ten paces) of Menga to the other possible dolmen referred to by Tejada. Fray Francisco de Cabrera (16th - 17th century): Antequeran chronicler. In his Descripción de la fundación, antigüedad ilustre y grandezas de la muy noble Ciudad de Antequera, written in the first half of the 17th century, he contributed to a large extent to spreading the idea that Menga must have been built by the Romans. Rodrigo Méndez Silba (1607-1675): Author of Población general de España: sus trofeos, blasones y conquistas heroicas: reales genealogías y catálogos de dignidades eclesiásticas y seglares, written in 1675, in which he adheres to the earlier descriptions of the Menga dolmen, adding the presence of Roman finds related to the caves of the Sierra de la Camorra Mountains. Manuel Solana (18th - 19th century): Antequeran chronicler. In his Historia de Antequera published in 1814 when referring to the Menga dolmen he copies Fray Francisco de Cabrera’s text to the letter. Diego Carrasco y Luque (19th century): Antequeran chronicler. In his work entitled Memorias de Antequera, written in 1840, his description of the Menga dolmen is a word for word copy of Fray Francisco de Cabrera’s text. Presbyter Cristóbal Fernández (19th century): Antequeran chronicler. In 1842 he published the Historia de Antequera desde su fundación hasta el año 1800, in which he gave a new description of the Menga dolmen with improved measurements. He dates the monument to a period prior to the Romans and associates it with the largely unknown Tartessian world. Rafael Mitjana y Ardison (1795-1849): Official architect of the Malaga City Council, designer of, among other projects, the obelisk dedicated to Torrijos that presides over the Plaza de la Merced and the Antequera bullring. To him we owe the first monographic publication about the Menga dolmen entitled Memoria sobre el templo druida hallado en las

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cercanías de la ciudad de Antequera, provincia de Málaga. This work opened up new areas of debate, such as that referring to the correct denomination of the dolmen –he proposes the term “Menga” derived from the Celtic “Men-gal”– or that related to the first excavation we know of –in the same place as the shaft that would be discovered in the 21st century– and to the hole in the headstone. He also presents the first pictures of Menga (engravings) and proposes the Cerro de la Cruz as the quarry from which the building material was extracted. Eduardo Chao (1821-1887): A prestigious historian originally from Rivadavia who would subsequently become Minister of Development in the Republican government headed by Salmerón (1873). In his expansion of the Historia General de España del Padre Mariana he limits himself to summarising Mitjana’s thesis, although he incorporates a curious sketch full of romantic idealism that consists of a view of the northern side with the tumulus removed. Ildefonso Marzo y Sánchez (1794-1856): Writer, historian and soldier born in Alhaurín el Grande, author of the first book on the history of Malaga, Historia de Málaga y su provincia, published in 1850. In this work, Marzo radically opposes the toponym “Mengal” proposed by Rafael Mitjana, emphasising that the monument had been known to Antequerans since the earliest of times as the “Cave of Menga”. He also stands out in the historiography for being the first to propose that the dolmen had a burial and collective use. Lady Louisa Tenison (1819-1882): A Victorian English aristocrat and tireless traveller (especially in the Middle East where she visited Egypt, Syria, Petra, Beirut, Jerusalem and Nazareth) who toured Spain between 1850 and 1853. The result of this journey was her book Castile and Andalucia, in which she dedicated a large part of the chapter on Antequera to the Menga dolmen. Outstanding among her contributions are the interpretation of the pillars as a later addition, a question which would later become the subject of debate, and her observations regarding the visual relationship between the Menga dolmen and La Peña de los Enamorados. She also refers clearly to Mitjana’s excavation, considering it, as did Trinidad de Rojas later, to be a well. One of the illustrations shows the interior of the dolmen, from the inside looking out, with a person dressed in the Spanish fashion in the middle, which

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can be attributed to the Swedish artist Egron Lundgren, who was living in Seville at that time and who accompanied Tenison on several parts of her journey. Manuel de Assas y Ereño (1813-1880): Multi-faceted sage with innumerable merits, among which we can highlight his chair in Sanskrit at the Central University, the first to be established in Spain in that speciality, or his nominations as a member of the Royal Academy of History and the Archaeological Academy of Belgium. He was a stalwart defender of the Celtic origin of the megalithic phenomenon, interpreting the structures as sacrificial altars and ruling out the idea that they could be tombs. In his work entitled Nociones fisionómicohistóricas de la arquitectura de España, composed of thirteen articles published in the Seminario Pintoresco Español in 1857, he dedicated some pages of the first edition to the Menga dolmen. Trinidad de Rojas y Rojas (1831-1902): Antequeran poet and historian who wrote about the Menga dolmen in various articles and in the first chapter of his Historia de Antequera, a work he wrote in 1879 that remained unpublished until 1910, when it finally appeared under the title Descripción de la Cueva de Menga. In it he criticises Rafael Mitjana for attributing the discovery to himself and for his etymological ascription of the name “Menga”. He also describes finds made by Mitjana in his excavation that he had omitted. To this author we owe the transmission of the legends of Princess Kelma and Margarita “the Leper”, the former related to the building of the dolmen and the latter to the origin of its name. Manuel de Góngora y Martínez (1822-1884): Professor of Universal History at the Faculty of Philosophy and Letters of the Literary University of Granada, dean of that institution and member of the Royal Academy of History. In his major work entitled Antigüedades Prehistóricas de Andalucía. Monumentos, inscripciones, armas, utensilios y otros importantes objetos, published in 1868, he makes a brief mention of the Menga dolmen, relating it to the grand Mycenaean constructions, thus pre-empting the diffusionist and orientalist trends that would later become generalised. Manuel Gómez-Moreno González († 1918): Painter, art historian and

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archaeologist from Granada, member of the Royal Academy of Fine Arts and father of Manuel Gómez-Moreno Martínez, who would be the author of one of the most influential works of all on the Antequera necropolis. There is an interesting ink-on-paper sketch of the ground plan of the Menga dolmen drawn by this author. Francisco María Tubino y Rada (1833-1888): Politician, journalist, writer, archaeologist and historian from the town of San Roque (Cádiz), considered one of the most important figures of proto-Andalusian nationalism. He was a provincial deputy, a member of the Royal Academy of Science of Lisbon, the Royal Society of Antiquarians of Denmark, the Museums of Art and Ethnography of Vienna and Leipzig and the Anthropological Societies of Paris and Berlin. He was director of Porvenir magazine and the important newspaper La Academia and editor of La Andalusia. In 1886 he founded the Revista de Bellas Artes, of which he was also director. In his 1876 Los monumentos megalíticos de Andalucía, Extremadura y Portugal he made a brief allusion to the Menga dolmen. Rafael González Anleo († 1899): Antequeran writer and lawyer. In 1886 he published an article in La ilustración española y americana entitled “El dolmen. La cueva de Menga”, in which he spoke of the visit by King Alfonso XII and recalled the engravings previously published in the same magazine showing two views of the Menga dolmen. Éduard Philippe Émile Cartailhac (1845-1921): Famed and prestigious French researcher, responsible for some very avant-garde theories that were as much applauded as disputed, including the estimate of the Stone Age on a global scale, the inclusion of the Copper Age in the sequence of prehistoric periods, the ascent of a Mediterranean civilisation common to all the societies in its area, and the interpretation of Palaeolithic art as a phenomenon linked to sympathetic magic related to cynegetic activities. In Les ages préhistoriques de L’Espagne et du Portugal published in 1886 he makes a brief reference to the Menga dolmen. Francisco Romero Robledo (1838-1906): Antequeran lawyer and politician, he was Minister of Development during the reign of Amadeo I, Minister of Government during the reign of Alfonso XII, and Minister for Overseas and Grace and Justice during the regency of Maria Christina

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of Austria. From his position as a member of parliament he inspired the establishment of what could be called the visitor reception centre for the Menga dolmen, a project for which the architect Joaquín Fernández de Ayarragaray was commissioned around 1898. Joaquín Fernández de Ayarragaray: Architect from Guipuzcoa and director of the restoration work on Seville cathedral. In the cathedral archives there is a series of drawings of the first known plan for reorganising the area surrounding the Menga dolmen in order to reserve and museumise it. They contain numerous topographical elevations and sketches of the Menga dolmen. Luis Siret y Cels (1860-1934): Belgian mining engineer and archaeologist. His work in southeastern Spain served as the basis for defining the prehistoric sequence from the Palaeolithic to the Iron Age. He mentions the Menga dolmen in L’Espagne préhistorique, an important study completed in 1893 that constitutes one of his most exhaustive and ambitious works. José and Antonio Viera Fuentes: Municipal gardeners of Antequera who discovered the dolmens of Viera and El Romeral in 1903. The Viera dolmen was named after them. Ricardo Velázquez Bosco (1843-1923): Architect from Burgos, designer of, among other projects, the Velázquez and Cristal palaces in Madrid’s Retiro Park, and director of the restoration work on Cordoba Mosque. In 1904 he presented a detailed report to the Academy of Fine Arts in which he gave details of the dolmens discovered in Antequera the year before, as well as the first planimetries and sketches of Viera and El Romeral. Narciso Dayz Escovar (1860-1935): Malagan lawyer, writer and journalist. He was president of the Malaga Provincial Government at age twenty-five, although he soon left politics to devote his time to the literary arts, founding the School of Rhetoric in Malaga. Several of his letters and handwritten notes are preserved from the period when he was Royal Delegate of Fine Arts in Malaga. In them he deals with the dolmens of Antequera both from the research and conservation points of view. The letters are now part of the bibliographic collection of the

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Unicaja Foundation public archive that bears his name, an important collection of original documents, 19th and 20th century newspapers and literary journals, all referring to the history of Malaga and its province. Manuel Gómez-Moreno Martínez (1870-1970): Son of Manuel GómezMoreno González. In 1913 he obtained the Chair of Arab Archaeology at the Central University; in 1930 he was appointed Director General of Fine Arts and became a member of the Spanish Royal Academy in 1942; he was named doctor honoris causa by the universities of Montevideo and Oxford in 1941, by that of Glasgow in 1951 and by that of Granada in 1970. In 1905 he published a very important work that for the first time provided a complete study of the dolmen complex: Arquitectura tartesia: la necrópoli de Antequera, in which he divulged the first archaeological finds from the three dolmens, described the Menga-Romeral-Peña visual axis, linking the necropolis with the Cerro de Marimacho in archaeological terms for the first time, and presented the first comprehensive planimetric corpus of the necropolis. José Ramón Mélida y Alinari (1856-1933): Madrid archaeologist, member of the Royal Academy of Fine Arts of San Fernando. In his maiden speech to the Royal Academy of History in 1906, entitled Iberia arqueológica anterromana, he spoke mainly of the discoveries of Viera and El Romeral based on the information from Velázquez Bosco and Gómez-Moreno. Rodrigo Amador de los Ríos y Fernández de Villalta (1849-1917): Madrid archaeologist and director of the National Archaeological Museum from 1911 to 1916. In his Catálogo de los monumentos históricos y artísticos de la provincia de Málaga published in 1907 he focuses in great length on the Antequeran necropolis. His principal contribution was the discovery and description of the engravings at the entrance to the Menga dolmen, although he did not consider them to be prehistoric. Hugo Obermaier y Grad (1877-1946): German palaeontologist, geologist and archaeologist. Following his first field trip to Spain in 1909, this researcher settled in Madrid in 1914 and became a member of the Palaeontologic and Prehistoric Research Commission of the Museum of Natural Sciences, from where he made hugely important

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contributions to the archaeology of the Iberian Peninsula. In his 1919 work El dolmen de Matarrubilla he made a comparative study of “basins and other dolmenic receptacles” and raised the question of the floor slab in the secondary chamber of El Romeral, which he believed had served as a deposit for bodies or funerary furniture. He also documented an axe that had been excavated in the Menga dolmen in 1904. Adrien de Mortillet (1853-1931): Son of the archaeologist Gabriel de Mortillet who in 1920 published Le dolmen d’Antequera (Andalousie) in which he compiled the work on a visit to Antequera in 1913. He ignored the discovery of the dolmens of Viera and El Romeral and concentrated on that of Menga, proposing a system for the denomination of its stone blocks. Mortillet copied drawings based on watercolours by the painter Henri Nodet that were published in Émile Cartailhac’s book Les ages préhistoriques de L’Espagne et du Portugal, thanks to which they became the most widely seen pictures of Menga at the time. Pierre Paris (1859-1931): French archaeologist and prehistorian, member of the French School of Athens, and founder in 1910 of the French School of Hispanic Studies, of which he was the first director. In 1920 he published Promenades Archéologiques en Espagne in which he recounts his “archaeological strolls” in Spain, visiting different places of interest between 1910 and 1921. In this book he places special importance on the dolmens of Antequera, devoting the whole of the first chapter to them. To this researcher we owe the first description of the perimeter gallery of the El Romeral dolmen. Edward Thurlow Leeds (1877-1955): British archaeologist of whom we know his reference to the necropolis of Antequera in a communiqué to the Society of Antiquaries of London in 1920 entitled The dolmens and megalithie. Tombs of Spain and Portugal, as well as a handwritten note preserved in the Department of Antiquities of the Ashmolean Museum in Oxford dated between 1919 and 1921 that includes sketches based on the drawings of Gómez-Moreno the younger, including Romeral and Menga (with a photograph) and Viera. Leeds also presented the longitudinal measurements of El Romeral and a list of the finds made in it.

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Cayetano de Mergelina y Luna (1890-1962): Archaeologist from Sanlucar, disciple of Manuel Gómez-Moreno, professor of Archaeology at the University of Valladolid (of which he was also rector) and of the History of Art at the University of Murcia. He was also a member of the Centre for Historic Studies and Provincial Commissioner of Excavations in Valladolid and Murcia. In his 1922 monograph La necrópóli tartesia de Antequera he continued and expanded the work of his mentor GómezMoreno on the necropolis, offering the first firm hypotheses on the respective building processes –including the controversial mark on the roof of Menga that may have reproduced a first layout of the ground plan–, as well as the first reasoned interpretation of these buildings as collective burial sites, already pointed out somewhat intuitively by Ildefonso Marzo and Trinidad de Rojas. He also made a study of the archaeological finds described by Gómez-Moreno. Juan Cabré Aguiló (1882-1947): Archaeologist and photographer from Teruel, one of the most inquiring Spanish researchers of his time. Together with Cayetano de Mergelina, he photographed and made the first drawings of the engravings at the entrance to Menga, which he believed to be prehistoric. Wilfrid James Hemp (1882-1962): Welsh prehistorian and president of the Welsh Society of Antiquaries. A recognised expert on the European megalithic phenomenon, in his book entitled The Passage Graves of Antequera and Maes Howe, Orkney published in 1934 he focused his attention on the megalithic necropolis of Antequera, attempting to establish formal links between El Romeral and the Maes Howe dolmen in Orkney, Scotland, both of the corbelled-dome type. In his description of the Viera dolmen he made two contributions of considerable interest: the first mention of the perforated door slab at the entrance –whose find he disputed with Georg Leisner– and the groups of cups or small concavities carved on the corridor orthostats. He also included the first photograph of La Peña de los Enamorados from the entrance to Menga, pointing out the clear presence of the El Romeral tumulus on the plain. Le Corbusier (1887-1956): A French architect of Swiss origin who was, together with Walter Gropius, the main protagonist of the international architectural renaissance of the twentieth century. In addition to being

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one of the greatest renovators of modern architecture, he was a tireless cultural agitator, a task he exercised with passion throughout his life. With his writings he gained a well deserved reputation as a polemicist and contributed a true flow of innovative ideas that led to his work having a huge influence on subsequent architecture. In 1950 he visited the dolmens of Antequera and signed the guard’s visitors’ book with the words “To my ancestors”. Georg Klaus Leisner and Vera Leisner (1870-1957): A former officer in the Bavarian army born in Kiel, the archaeologist Georg Leisner travelled to Spain for the first time in 1933. In 1938, at the age of sixty eight, he gained his PhD with a thesis on megalithism at the University of Munich, where he taught from 1941 until his death. He included the perforated door slab of the Viera dolmen in his 1941 work Puertas perforadas en sepulcros megalíticos de la Península Hispánica, attributing the discovery to himself, a fact disputed by Hemp. Together with his wife Vera, he wrote a detailed description of the necropolis of Antequera in his exhaustive 1954 corpus, Die Megalithgräber der Iberischen Halbinsel. Erster Teil, der Süden, which was part of a rigorous study of the megalithic phenomenon in the southern Iberian Peninsula. Juan Temboury Álvarez (1899-1965): Malagan businessman and scholar and member of the Academy of San Fernando of Madrid and the Royal Academy of History, he was in charge of the consolidating the city of Malaga’s cultural infrastructure, dedicating himself particularly to the reconstruction of the Alcazaba, although he also took part in the restoration of the Palace of Buenavista, the Victoria, the Episcopal Palace, the Tower of Santiago and the hermitage of Zamarilla. Author of the Catálogo monumental histórico-artístico de Málaga y su provincia, he was decorated with the order of Alfonso X the Wise and was named Favourite Son of Malaga. Numerous photographs of the Antequeran dolmens of great documental value are held in the Archivo Temboury. Antonio de Burgos Oms (1880-1961): Concerning the effect of the Spanish Civil War on the dolmens of Antequera we have the evaluation of the Malagan painter and writer Antonio de Burgos Oms, Professor of the Malaga School of Fine Arts and academic of San Telmo. He visited

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them in 1940 as part of a service commission set up to evaluate the damage caused to the historical heritage of Ronda and Antequera during the conflict. His impressions were published by the Royal Academy of Fine Arts of San Telmo of Malaga under the unambiguous title of Monumentos Artísticos de Ronda y Antequera, después del periodo marxista, the highlight of which is numerous interesting photographs of the three dolmens. Francisco Prieto-Moreno Pardo (1907-1985): Architect from Granada, curator of the Alhambra, and Regional Architect of the Ministry of Education. In 1941 he carried out a long-held aspiration for necropolis, the restoration of the three sepulchres and their tumuli and the remodelling of the surroundings. Simeón Giménez Reyna (1906-1967): Malagan chemist, pharmacist and writer, academic of San Telmo and Delegate of Archaeological Excavations for Malaga. He was the true chronicler of the restoration work undertaken by Prieto Moreno in 1941 in his well known Memoria arqueológica de la provincia de Málaga hasta 1946. In 1968 he also published a monograph entitled Los Dólmenes de Antequera. Some of the ideas included in this informative work, which was translated into English, French and German, remained undisputed for decades, including the case of the final roofing stone of Menga, which he overestimated by 180 tons, or the chronology he proposed: around 2500 BC for Menga, 2400 BC for Viera and 1800 BC for El Romeral. José Antonio Muñoz Rojas (1909-2009): Antequeran poet and author of, among other works, Las cosas del campo, Las musarañas and Lugares del corazón. A reader at Cambridge University for some time and an expert on English lyric poetry, he translated works by John Donne, Richard Crashaw, William Wordsworth, Gerard Manley Hopkins, Francis Thompson and T. S. Eliot into Spanish. He won the National Poetry Prize (1998) for Objetos perdidos and the Queen Sofia Ibero-A Poetry Prize

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