Dones

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LOS DONES DEL

RESUCITADO


LOS DONES DEL RESUCITADO

La plenitud que esperamos no es conquista nuestra, sino don de Dios; la esperanza se apoya en su promesa y no en nuestras fuerzas. En medio de una civilización técnica que enfatiza tanto las conquistas y creaciones del hombre, Dios se hace presente como irrupción, como gracia, como otra dimensión. Para aceptar a Dios y su reino hay que ser oyentes atentos a aquello que está más allá de toda palabra y cultivar la capacidad acogedora, humilde, contemplativa y agradecida como seres humanos. El Reino de Dios cambia la lógica humana de que todo lo obtiene mediante su esfuerzo constante, aquí es la gratuidad del amor sin límites de un Dios que envía


a su Hijo a la tierra sin otro interés que la donación amorosa. Jesús continúa con la tradición judía, al considerar que la tarea del ser humano consiste en imitar a Dios. Para Jesús, todo hombre debe caminar hacia el Reino de Dios, ofrecido por el Padre como misericordia y amor. “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”; se trata de ser canales abiertos y transparentes para que corra el Reino de Dios como bondad y amor gratuito para todos. El Resucitado ofrece sus dones a quien quiera recibirlos, pero esos dones serán dados a condición de comunicarlos a otros como Reino de Dios. Quien los reciba debe entregarlos con la misma gratuidad de que ha sido objeto. La experiencia del Resucitado viene acompañada de gracias particulares que enumeramos a continuación:


ÁNIMO, NO TENGAIS MIEDO Es una realidad que el miedo paraliza, que impide toda acción valerosa. Los relatos de las apariciones del Resucitado presentan a los discípulos, a las mujeres y a los apóstoles atemorizados, angustiados, asustados y no era para menos; ellos habían seguido a Jesús de Nazaret y éste había terminado condenado a muerte de cruz. Ellos podían correr la misma suerte, su fe todavía no estaba preparada para dar la vida por alguien que había muerto de esa manera. Sabían que tanto las autoridades judías como romanas los tenían señalados, eso le pasó a Pedro en el patio del palacio del procurador romano. Con la muerte de Jesús, sus fuerzas y su valor expresados antes, habían decaído. Aún estando con Jesús, en algunas circunstancias los apóstoles habían manifestado su miedo. El relato de Jesús caminando


sobre el lago, es el que consigna el grito de tranquilidad: “Ánimo, no teman, soy YO”. El ánimo, la tranquilidad, el valor, se los dará el Señor Resucitado, con su sola presencia. Él les había anunciado las persecuciones y les había dicho que si querían seguirlo, debían tomar la cruz en pos de El, pero al mismo tiempo había confirmado que estaría al lado de ellos, como hoy nosotros, para decir de nuevo: ‘ ánimo, no tengáis miedo”. El viento, las tormentas y los huracanes simbolizan todas las dificultades y a veces las fuerzas del mal, que deben afrontar los seguidores del Maestro. Jesucristo por medio de su Iglesia, presenta a la humanidad un proyecto de vida fundamentado en la Fe en Dios y en la solidaridad para con el prójimo; pero, muchas veces, en lugar de ese proyecto, se busca la orilla del triunfalismo, del poder y de otras riberas que no son propiamente el reino de Dios. Es ahí cuando empezamos a zozobrar.


CREÉIS EN DIOS, CREED TAMBIÉN EN MÍ

“Todo el que crea en Él, tendrá la vida eterna” (Jn 3,15) Los evangelios relatan el encuentro del Señor con los discípulos según un itinerario que permanece como típico para todo encuentro. Éste no consiste en la revelación de una cosa que se ha dicho, sino en el reconocimiento progresivo de una persona. Así pasó con las mujeres, con los discípulos, con los apóstoles, pero poco a poco van descubriendo en Aquel que se les presenta, al resucitado y pueden identificarlo con Jesús de Nazaret, con quien habían convivido. El


encuentro cara a cara no desemboca en una visión, sino en un acto de fe. Este es uno de los caminos de la fe, se parte del Jesús histórico, para descubrir al Cristo resucitado. En el caso de María Magdalena, la lleva de lo auditivo a lo espiritual: oye su nombre y descubre que Jesús está vivo. El evangelio de Juan nos muestra por medio de la figura de Tomás, el camino de la fe que condujo a esa generación de cristianos a tomar contacto con el Resucitado. La aparición a Tomás es, de hecho, una aparición a un grupo de discípulos: la escena, está introducida por las dudas de Tomás y se concluye con la palabra de Jesús: “Dichosos los que sin ver creen”. Tomás no ha prestado fe al testimonio de los demás, sino que quiere, él mismo, experimentar la presencia del Resucitado. Jesús le concede hacer lo que pedía, pero añade la invitación a creer, no le niega la experiencia sensible, pero le exige la fe verdadera. La fe es un don, y un don del resucitado, sólo Él la puede comunicar a sus seguidores.


RECIBID AL ESPÍRITU SANTO

Cuando Jesús inició su misión dijo claramente que el Espíritu estaba sobre El y explicó para qué: “Fue a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró un sábado en la sinagoga y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías. Lo desenrolló y dio con el texto que dice: El espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4, 16-19). Es el Espíritu Santo quien da la fuerza para liberarse y para liberar a toda persona de las esclavitudes del mal.


Jesús, después de la resurrección va al encuentro de los discípulos y se hace reconocer de ellos como el crucificado que está vivo, que ha resucitado. La presencia de Jesús que les ha comunicado la paz, que se les revela como el Señor, los llena de alegría y Jesús les comunica el Espíritu que los cualifica para la misión. El miedo, la oscuridad, la angustia, se transforman ahora en alegría y paz. Son los signos tangibles de la acción misteriosa y transformante del Espíritu en el interior de cada uno y de la comunidad. Ante la desilusión que sentían los discípulos por el anuncio de la muerte de Jesús, Él les promete cinco veces, que les enviará su Espíritu y ahora, después de la resurrección, cumple sus promesas. Les ha dicho que no quedarán solos, que no estarán huérfanos, Él mismo les enviará al CONSOLADOR, al Espíritu que regenera todas las cosas, que las hace nuevas. Jesús sopla sobre ellos como sopló Dios al crear al ser humano, y les dice: recibid al Espíritu Santo. Ellos y los que les seguirán, serán la nueva creación, restaurada por la fuerza del Espíritu, enviado después de la amorosa entrega de Jesús. En este momento se sienten consolados, animados, transformados. Jesús, por medio del Espíritu, sigue presente en la vida del creyente y en el seno de la comunidad. El Espíritu de Dios seguirá actuando en la historia, aunque aparentemente no se perciba.


El Espíritu Santo es el compañero inseparable de todos los bautizados que, sin verlo, y desde lo más hondo del ser los guía en el camino que conduce a Cristo. El Espíritu Santo es la luz del discernimiento en medio de la duda o la indecisión. Es fortaleza, alegría y gozo en la vida de todo hombre que busca sinceramente el camino de la verdad y del bien. Pero, sobre todo, es el Espíritu Santo quien infunde la sabiduría en aquellos que quieren llevar la Buena Noticia de la Resurrección del Señor.

LA PAZ OS DOY, LA PAZ OS DEJO En sentido bíblico la palabra PAZ tiene un contenido muy rico, no designa sólo la ausencia de guerra y la realidad de una vida tranquila, sino que además representa todo un conjunto de bienes que


constituyen la felicidad completa del hombre: bienestar, salud, descanso, prosperidad, familia, …

La paz bíblica constituye uno de los dones más preciosos de Dios y en última instancia, se identifica con el Mesías que es llamado: “príncipe de la paz”. ¡SHALOM , saluda el judío, para desear toda la riqueza que encierra el término paz. En el Libro de Los Números, la encontramos como una bendición: “El Señor te bendiga y te guarde, el Señor muestre su rostro radiante y tenga piedad de ti, el Señor te conceda la paz”. La paz así entendida, es un don escatológico que está más allá de la historia; es un don de Dios que requiere apertura y acogida.


Al saludar Jesús a sus discípulos con las palabras “Paz a vosotros”, no les da sólo el saludo acostumbrado entre los judíos, su paz tiene un alcance mucho mayor.

Porque la paz que Jesús da, no es tranquilidad cómoda para los poderosos, es una exigencia para todos; sobre todo, exigencia de justicia. La paz de Cristo está muy comprometida con la dignidad de las personas, con los derechos humanos, con la búsqueda del bienestar para todos. Quien recibe la paz, lo hace como un don que se le entrega, pero que debe hacerlo crecer y, además, entregarlo a otros.


La paz que Jesús comunica, es una paz profunda y plena, que al ser fruto del mayor amor posible, es activa, enérgica, constante y sólida. Quienes tomen en serio el Evangelio de Jesús, deben tomar por estandarte la paz y la justicia.


LOS DISCIPULOS PORTADORES DE MISERICORDIA Y DE PERDÓN Jesús vino como dispensador de la misericordia de Dios, y una de las formas más claras de mostrar esa misericordia es el perdón. En virtud de esta autoridad y como don para los apóstoles y para quienes les sucedan, Jesús resucitado les dice: “a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. La experiencia de la resurrección impulsa a toda la comunidad a compartir el mayor bien: la conversión y el perdón de los pecados.


En la tarde de la resurrección Jesús se presenta en la comunidad de sus discípulos y les da el poder de perdonar los pecados, les da su paz y les confiere el Espíritu Santo para que sean instrumentos de misericordia y perdón. El perdón y la misericordia son las únicas formas válidas para vencer el pecado que deshumaniza y divide las personas. El perdón realizado con amor gratuito en nombre de Dios, se convierte en fermento de paz para el mundo.

De esta acción de Jesús nace en la Iglesia el sacramento de la reconciliación, por medio del cual, la Iglesia, a través de sus ministros, ofrece al hombre la paz para su espíritu, el regreso a Dios y a la comunidad de los bautizados. El sacramento de la reconciliación es una experiencia de fe, que nos permite abrazar al resucitado, recibir su paz y demás dones y quedar libres para amar y servir a los hermanos.


JESÚS NOS HACE PARTÍCIPES DE SU MISIÓN

Id por todo el mundo y anunciad la Buena Nueva Así como Jesús fue enviado por el Padre para traer la Buena Nueva al mundo, así cada uno de nosotros somos invitados por Jesús, para ser enviados a todos los rincones de la tierra. El anuncio del Evangelio es ante todo fuerza transformadora, cambio de mente y de corazón, pero también compromiso con la transformación de las estructuras que esclavizan y deshumanizan.


La realidad actual nos desafía a anunciar y testimoniar el evangelio para alentar la esperanza de quienes quieren comprometerse con la construcción de un mundo más humano. Si Jesús ha entregado los dones de la superación del miedo, de la paz, del perdón y sobre todo del Espíritu, es para confiar a los discípulos una misión, es para enviarlos al mundo para que realicen la construcción del Reino de Dios en la humanidad y hasta el fin de los tiempos.

La misión permite asegurar a la Iglesia que podrá seguir anunciando el mensaje de la Buena Nueva a través de la historia. Si el pecado arrebata al mundo la paz y la alegría, es el Señor quien se las devuelve por medio de su triunfo sobre el mal y sobre la muerte.

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La misión es una sola: el Padre se la confió a su Hijo Jesucristo y Él, a su vez, se la transmitió a sus seguidores. Cuando Jesús sopla sobre los discípulos para infundirles el Espíritu, los está constituyendo en nuevas criaturas, los está constituyendo en nuevas criaturas, capaces de atestiguar la verdad y de sembrar el Reino de Dios a través de los siglos. El Señor les da una consigna: deben hacer discípulos, deben enseñar lo que Él les enseñó, enseñanza que no se reduce a la transmisión de una doctrina, sino a conducir al conocimiento de una persona: la de Jesús y en Él la del Padre. No se trata de proclamar solamente, sino de suscitar la fe, que lleve al trato íntimo con el Maestro. La misión confiada a los seguidores de Jesús debe tener por lo menos tres pasos fundamentales: 1.

2.

Suscitar la esperanza en quienes la han perdido o no la han tenido antes. Llevar progresivamente al encuentro con el Resucitado, esa es la finalidad de todo apostolado.


3.

Cada misionero debe primero ser discípulo seguidor de Jesús, sólo así puede convertirse en testigo, puede decir: LO HE VISTO, LO HE EXPERIMENTADO . Quien se ha encontrado con el Resucitado, no se queda mirando al cielo, sino que sale a gritar, a proclamar, a anunciar aquella Buena Noticia.


YO ESTARÉ CON VOSOTROS TODOS LOS DÍAS HASTA EL FIN DE LA HISTORIA

La narración final del evangelio de San Mateo, nos sitúa en Galilea, es decir, el lugar donde Jesús inició su vida misionera. En el encuentro con Jesús resucitado, ellos, los once, lo reconocen y lo adoran. Dice el relato que algunos vacilaban; les cuesta reconocer a Jesús como el Señor y Salvador y seguir lo que Él les ha indicado; pero Jesús, a pesar de eso, les envía a anunciar la buena noticia, a hacer discípulos suyos a muchos hombres y mujeres de todos los pueblos y de todos los tiempos. La misión es universal.


El pasaje termina asegurando a los suyos que Él estará siempre con ellos y en medio de ellos, animándolos en sus dificultades. La certeza de que Jesús no nos dejará solos en la tarea señalada, les dará fuerzas para seguir en la esperanza, para seguir unidos y así recibirán la plenitud del Espíritu. Hoy también nos agobian dudas y dificultades, vacilamos, nos enfriamos en la relación con el Señor. La práctica del seguimiento de Jesús se reduce algunas veces a actos de culto o a actos de piedad aislada, pero se rehuye el compromiso con los demás, con la solidaridad, especialmente con los pobres, dejando así de lado la integridad de la misión al estilo de Jesús. No podemos olvidar que Él anunció el Reino de Dios, pero al mismo tiempo sanó a los enfermos, dio de comer a los pobres, dignificó a las mujeres. La evangelización tiene que ser íntegra al estilo de Jesús. Nuestro derrotero hoy es el mismo que siguió la comunidad apostólica: mujeres y hombres que encontraron en Jesús el camino para el encuentro con Dios a través del hermano pobre y marginado.


Para nosotros tambiĂŠn es la promesa de que estarĂĄ a nuestro lado, siempre y hasta el final.


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