y los padres de Daniel y Sebastián recibieron la propuesta de traerlos al club para que practiquen el deporte y vean “si les gustaba”. En la actualidad, Daniel puede expresar lo siguiente sin ningún tipo de tapujos: “Gracias a Dios clausuraron un tiempo esa cancha. Si no, quién te dice, seguiría jugando al tenis”. “Al principio comenzó como pura diversión, y la amistad que forjé con los demás chicos que asistían fue lo mejor”, recordó Daniel, que con el paso del tiempo comenzó a tomar consciencia de que podía hacerse un nombre en el deporte, aunque el proceso no fue nada fácil. “Cuando jugaba en Talleres y las cosas no me salían, muchas veces se me pasó por la cabeza cambiarme de club. Pero mi vieja siempre quiso que yo juegue aquí”. Y otra vez aparecía la familia, otra vez la sangre y Talleres. “Es el amor de mi vida”, dijo el mayor de los Orresta en relación al León de Tafí. *Sebastián Cumpliendo ya su cuarto año fuera de casa, Sebastián Orresta (23) figura de Estudiantes de Concordia, es quien mejor puede explicar qué es lo que significa estar lejos de la ciudad natal, regresar y encontrarse no sólo con los seres amados, sino también con tantos fragmentos del pasado “Cuando pasa el tiempo, uno se acostumbra a estar solo. Pero es inevitable extrañar. Llegar a Tafí y tener la posibilidad de disfrutar unos días con la familia es maravilloso. Los recesos para el basquetbolista son muy cortos”, expresó. Habiendo empezado en la práctica del básquetbol junto con Daniel, Sebastián aclaró que, si bien sus padres aceptaron la propuesta de llevarlos al club para jugar, nunca existió una suerte de “presión” por parte de sus progenitores. “Nosotros no éramos, lo que se dice, una familia
de básquet. Mi viejo era, más bien, futbolero. Practicamos ese deporte y rugby también, pero nada nos divertía más que el básquet. Todos nuestros amigos lo jugaban y eso, creo, fue determinante para que lo terminemos eligiendo por sobre el resto”.
“No diría que Talleres es mi segunda casa. Diría que Talleres es mi casa” Con su incursión –destacada, ademásen Liga Nacional, algunos conceptos de Sebastián sobre el básquetbol han ido mutando. Es consciente de que sus responsabilidades cambiaron en relación a los tiempos en los que compartía carcajadas y horas de juego con sus amigos de Tafí. “Era totalmente distinto a la actualidad, porque ahora estamos en un nivel profesional y todo se puso más duro. Se trata de disfrutar, pero es cierto que existen responsabilidades que no se pueden quebrar o eludir. El básquet es mi pasión, pero también es mi trabajo, de lo que vivo”, explicó. “No diría que Talleres es mi segunda casa. Diría que Talleres es mi casa. He pasado más tiempo aquí que en mi propio hogar. Amo este club porque no sólo me formó como jugador, sino también como persona”, cerró. *Iván “Sebastián es mi ídolo”, dijo Iván Gramajo (19) uno de los nuevos talentos con mayor proyección a nivel país. Podría decirse que el juvenil de Lanús fue el primero en tener un espejo dentro de la misma familia, el pionero en lo que quizá se convierta en una
tradición que signe a varias generaciones de Orresta-Gramajo. Cuando tenía cuatro años, su madre lo llevaba a ver los partidos en los que participaba Sebastián, y el juego que desplegaba su primo lo encandiló de tal manera que hizo nacer en él un deseo de emularlo: “Él me marcó un camino y por eso le estoy agradecido. Cuando era chico lo miraba y trataba de copiarle todos sus movimientos. Cuando me hice más grande empecé a formar mi propio estilo de juego”. Y tan bien formó su estilo Iván que no tardó demasiado tiempo en descollar en Talleres, valiéndose una convocatoria a la Selección Nacional U-17. Al poco tiempo es cedido a Lanús, en donde pudo compartir las filas de un equipo de Liga Nacional con su ídolo. “Cuando vi que Sebastián crecía en su juego, me inspiraba más. Cuando él se fue a Lanús, yo entrené más duro que nunca”, confesó.
“Cuando me llegó la convocatoria, no lo podía creer. Era un sueño increíble. Se me cayeron las lágrimas” Guillermo Vecchio una vez le dijo que tenía que usar la 5 porque él sería “el próximo Manu”. A Iván todavía le cuesta asimilar el hecho de haber vestido la camiseta de la Selección. “Cuando me llegó la convocatoria, no lo podía creer. Era un sueño increíble. Se me cayeron las lágrimas. Cuando la gente me saluda por la calle y me dice que me vio en los medios y que soy el futuro del básquet argentino…no sé, me pongo muy contento. Es ahí 9
DOS&UNO
Marzo 2016
cuando caigo sobre lo que estoy logrando", dijo, mirando con ojos cristalinos hacia la cancha de Talleres y estrujando la casaca nacional que lleva su nombre, como tratando de hacerse uno con los colores.
hadón con forma de pelota de básquet, y todas las noches, cuando me acuesto, lo abrazo hasta dormirme. Cuando tengo una pelota de básquet en la mano es una sensación inexplicable. El básquet es todo”, cerró.
Gramajo sabe bien que todo lo que está viviendo, novedoso y fantástico, habría sido imposible sin el impulso que le dio Talleres como club y como grupo humano. No duda en reconocerlo: “Talleres es lo mejor que me pasó en la vida”. De Messi, algunos dicen que es un rosarino que todos los días se toma el avión a Cataluña para entrenar o jugar un partido; cuando termina, toma el mismo avión y regresa a su ciudad natal. Iván siente exactamente lo mismo cuando la Liga Nacional se va a receso y él tiene la posibilidad de volver a empaparse con la gente, el ambiente y los colores que adora. “Es tan lindo entrar de nuevo al club. Es como si nunca me hubiera ido. A veces pienso que estoy jugando acá, para Talleres, y que me fui a Lanús solamente para entrenar un rato y nada más”, reflexionó. Y la inmensa fortuna de tener la posibilidad de estar forjando su vida a través del juego que ama, tampoco le pasa desapercibida: “Tengo un almo-
*Antonella
Con el Granate. Iván Gramajo durante un partido de la Liga Desarrollo.
10
Cuando a sus hermanos y primos se los indagó sobre qué lugar le asignan al básquet en su vida y cuánto porcentaje le dan en una escala de 100, todos coincidieron en darle el máximo valor (excepto Sebastián, que decidió darle 110%). Antonella fue la única que acordó en dejarle un espacio preferencial a otras cosas fuera del deporte. Para ella, el básquet ocupa sólo el 90% de su vida.
“Siempre fui ‘la hermana de los Orresta’. Ahora, recién me están empezando a decir Antonella” Empezó a jugar cuando tenía siete años, y en ese tiempo sólo una nena más la acompañaba en los entrenamientos. Hace poco, vivió la mejor experiencia de su vida desempeñándose como base de la Selección Tucumana de Básquet que disputó el Campeonato Argentino de Mujeres en el CENARD (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo). Antonella sabe que llevar adelante la posición que ocupan todos sus hermanos es un aspecto que a veces le puede jugar en contra, como cuando Daniel le dio su opinión sobre su performance en el debut del Argenti-
no, contra Buenos Aires, donde cayeron 97-16. “Me dijo: ‘no podés perder 14 pelotas. ¡Qué vergüenza!’”. “Siempre fui ‘la hermana de los Orresta’. Ahora, y a raíz del Argentino de Básquet, recién me están empezando a decir Antonella”, reveló quien a veces siente ganas de llorar cuando ve lo que lograron sus hermanos y primos; y quien más sufre cuando, en una situación del partido, uno de ellos sufre algún golpe “Talleres es mi segunda casa; aquí crecimos y aquí conocimos el básquet, deporte que no nos podemos sacar de la cabeza. Estamos todos metidos en esta locura y seguramente, cuando tengamos hijos, ellos también jugarán al básquet”, finalizó. *Lautaro y Facundo Lautaro Gramajo (16) y Facundo Orresta (15) viven, junto con Antonella, la situación cotraria de las vacaciones: mientras sus hermanos vienen, ellos los esperan, por lo que la llegada de sus parientes es muy especial, ya que sólo regresan a Tafí dos veces al año. Con sonrisas picarescas, los menores del grupo clarifican todo el camino realizado por los mayores. Si para Daniel, Sebastián, Iván y Antonella el básquet fue un camino y luego una forma de vida, no es extraño que los dos juveniles tengan las mismas pretensiones para ellos. Es, por así decirlo, una consecuencia lógica de haberse criado con el espejo de grandes basquetbolistas que, de vez en cuando, se sentaban en la mesa a compartir la cena.
“Ojalá algún día yo tenga la concentración que tiene Iván” Lautaro Gramajo
“Nuestros padres nos retaron cuando una vez nos escapamos del colegio para venir a tirar al club porque pronto se venía un campeonato de cadetes”, contó Lautaro, hermano de Iván, a quien ve como su héroe y, tal y como hizo el con Sebastián, trata de imitar en sus movimientos. “Admiro mucho la forma de lanzar que tiene. Es como si se olvidara de todo en el momento de tirar; ojalá algún día yo tenga esa concentración”, elogió.
diciendo que no tengo que tirarme a un costado, que tengo que estar en el medio porque soy base. Cuando llego a mi casa la cosa se pone peor”, contó, risueño, el menor de los Orresta que, obviamente, también tiene su propio referente en la puerta de casa: “Quiero ser como mi hermano Sebastián. Trato de emularlo en algunas cosas. Lo que más me gusta de él son sus asistencias y la visión de juego que tiene”.
Con una tradición familiar por detrás, a Lautaro y Facundo el amor por Talleres les vino casi de añadidura; aunque es indudable que también encontraron su forma de quererlo. “Mi primer objetivo en el básquet es ganar un Torneo Federal con Talleres. Es uno de mis sueños”, reveló un convencido Lautaro Gramajo. Por su parte, el benjamín de los Orresta, expresó con respecto a Talleres: “Significa mucho para nosotros. Estamos todo el día en el club: mañana, tarde y noche”.
Cuando la tarde caía sobre Tafí Viejo, y la luz del día se desvanecía en los pasillos de Talleres, se dio por finalizada la reunión, cuando ya Iván, Daniel y Sebastián se habían retirado del club para atender ciertos compromisos sociales que la lejanía de casa te obliga a realizar cuando estás de vuelta.
“Casi siempre me están diciendo que no tengo que tirarme a un costado, que tengo que estar en el medio porque soy base. Cuando llego a mi casa la cosa se pone peor” Facundo Orresta
Facundo, base, sabe que en las espaldas tiene una suerte de dinastía en el puesto y que al ser el menor de los hermanos, las críticas le pueden caer impiadosas. “Casi siempre me están
Antonella, la última en salir del club tras esperar a su primo y hermano menor, sacó un manojo de llaves y cerró la puerta principal del estadio, como quien cierra la puerta de su casa al abandonarla para el cumplimiento de una tarea, sabiendo, al realizar el movimiento final en la cerradura, que muy pronto regresará a ese lugar de siempre. Porque la relación de los Orresta-Gramajo con Talleres, y más precisamente con el básquetbol, es así: no se termina cuando la noche cae dejando la cancha en penumbras; no se mitiga porque el inquietante sonido de la chicharra acontece y sentencia una derrota; no se corta aunque el cerrojo de la puerta de entrada sea colocado. El club, y el amor por uno de los juegos más hermosos jamás creados, están en todas partes. En las relaciones con amigos; en las relaciones con la familia; en los pensamientos de quien está lejos; en el recuerdo de quien está cerca. Hace casi 20 años, uno de ellos dio la primera pisada en el camino de la simbiosis, y se erigió
como el primer nombre de los varios que siguieron y seguirán dentro de un relato sobre una fusión inalterable. El básquet y Talleres no pueden, para los Orresta-Gramajo, ser reducidos al carácter de simple cosa: un juego o una entidad. Son, más bien, un amor y una forma de identidad. Son, simplemente, uno más en la familia.
Antonella representando a Tucumán en el Argentino de 2015
Facundo (Izquierda) y Lautaro (Derecha) tienen proyecciones de crack’s.
11
DOS&UNO
Club Atlético Estudiantes
Génesis En los albores de la década del 20, en Argentina, Luis Ángel Firpo, unos de los primeros ídolos de nuestro deporte, realizaba sensacionales campañas suscitando la atención de todos los hombres amantes del boxeo en el país. Inmersos en ese entorno, en Tucumán, estudiantes y empleados se reunieron en la calle Moreno al 300, más precisamente en la casa de José Bernardino Arteaga, y señalan las notas referenciales de la época que, efectivamente, aquellos jóvenes estaban harto sorprendidos por las hazañas del “Toro Salvaje de las Pampas”. Así, ante la admiración por el púgil que años después pondría fuera del ring a Dempsey, decidieron hacerle culto a su nombre y fundar un club en su honor. Así, el 21 de agosto de 1920, sin festejos exacerbados ni estentóreos gritos, nació el Club Luis Ángel Firpo y Rómulo Rodríguez se erigió como su primer presidente. La juventud y el boxeo fueron dos rasgos esenciales porque no sólo determinaron el surgimiento del club: también influyeron en el cambio de nombre. Pasó que, años antes, se había fundado el Club Olimpia, y muchísimas mujeres se enlistaron en él como socias. Los pibes del Firpo, impulsados por el hervor de la sangre adolescente, emigraron en busca de aquellas chicas y, así, tan sencillamente, la entidad que se formó enalteciendo la figura de un ícono de los guantes, se quedó prácticamente sin boxeadores. Al finalizar una competencia de atletismo celebrada en Atlético Tucumán por el año 1923, los dirigentes del Luis Ángel Firpo tomaron nota de su irónica situación y sugirieron cambiar el nombre. El domingo 20 de julio de 1923, los joviales miembros del Luis Ángel Firpo se reunieron, deci12
Archivo institucional
Marzo 2016
didos a cerrar el asunto, en el gimnasio de calle 24 de Septiembre. Tras horas de cándido debate, en horas del mediodía, brutamente se abrió una puerta y un tal Donato Schiavone gritó: ¡Viva el Club Atlético Estudiantes! ¡Estudiantes para todo el mundo! Y desde ese día el nombre del club, que hizo referencia a la condición de la inmensa mayoría de sus miembros, nunca más cambió.
Hogar, dulce hogar En 1960, el Club Estudiantes tenía su sede social en calle San Martin 625. Esta casa, que se alquiló durante quince años, servía para actos sociales: estaba la sala de sesiones de ajedrez y de vez en cuando se practicaba tenis de mesa. Sobraban habitaciones en el inmueble y éstas eran cedidas a otros clubes a los que les faltaba lugar para reunirse. El campo deportivo no se encontraba en buenas condiciones, sus instalaciones habían sido utilizadas por no más de diez socios y únicamente había animación cuando se jugaban los partidos de básquet Los ingresos del club eran muy bajos. Pero en una de esas clásicas reuniones, una persona cuyo nombre ha sido comido por el tiempo, tiró la idea de que el club debía trasladarse a Mon-
teagudo 955, terreno que habían estado adquiriendo “pedacito por pedacito” desde 1943. El 30 de abril de 1960, Estudiantes se muda a su actual casa. La única habitación que tenía era la que ocupaba el canchero del club. Habilitaron la secretaria y las pequeñas tribunas. Todo era muy precario; la pobreza se hacía notar. “Durante los dos años posteriores a la mudanza, no conseguimos mejorar. Y pese al estusiasmo de los jóvenes dirigentes y los socios más dinámicos y emprendedores, no se despejaba el horizonte”, escribió Ricardo Ascárate, presidente de la institución durante la década del 60. Los dirigentes se reunieron con personas del gobierno provincial y consiguieron un subsidio de $500.000. Con ese aporte económico, decidieron techar la primera cancha de básquet en Tucumán. Con el techo terminado, la organización de los bailes comenzó a ser un éxito y, a raíz de ellos, obtuvieron otro subsidio, esta vez de $1.000.000. Con ese dinero, Estudiantes llevó a cabo las obras para concluir con el primer entramado de las tribunas de cemento en el estadio. Se pagó casi al contado. En 1967 se inauguró la pileta de natación y el club sumó 800 nuevos socios por la nueva propuesta obtenida.
Una postal del estadio de Estudiantes con su antigua denominación, en una fotografía de 1990.
Dos años más tarde se terminaron de construir las tribunas de cemento, de arreglar el piso de la cancha de básquet y, además, se adquirieron tableros transparentes. Estudiantes era un conjunto muy fuerte en básquetbol, y la iniciativa para estas compras deja clara la preocupación de dirigentes y socios en afianzar y hacer crecer ese deporte En la década del 80, la institución decidió honrar la memoria de un gran jugador y dirigente, y bautizó el estadio con el nombre de Salvador Ferri. En el año 2004, como consecuencia de un inconveniente entre familiares de Ferri y dirigentes, se dejó de utilizar ese nombre y durante nueve años, la histórica cancha de básquetbol de Estudiantes quedó huérfana de honores en la antiquísima tribuna que se extiende al costado de la cancha No fue hasta el año 2011 cuando un grupo de dirigentes y socios no soportó más esa falta de nombramiento y resolvió el problema mediante la evocación de un nombre trascendental para el club, como deportista, pero sobre todo como dirigente: Ricardo “Coco” Ascárate, denominación que se mantiene hasta hoy, luciendo sus letras en el tradicional terreno del club, enclaustrado en la coqueta zona de Barrio Norte.
*El básquet, las glorias y la gloria En Tucumán, el básquet alcanzó mucha popularidad en la década del 20, siendo practicado por ambos sexos. La pasión por este deporte llegó a casi todos los clubes de nuestra provincia y, en 1927, Estudiantes, de forma muy modesta, fundó la sección básquetbol. De hecho, una revista institucional surgida en agosto de 1968, marca que los basquetbolistas de Estudiantes “no eran muy encestadores. Eran tan caballeros con los rivales que tenían vergüenza de convertir dobles”. El primer equipo
estuvo constituido por: Fernando Pose, Raúl Ternavasio, José Arteaga, José Forales, Ignacio Arévalo, Raúl Artaza y Pedro Dezalot. En 1928, los socios del CAE empezaron a practicar más el básquet en el Gimnasio de 24 de Septiembre. En ese año, el club organizó un campeonato interno y de interclubes donde participaron Talleres de Tafí Viejo, San Juan, Central Córdoba, Gath y Chaves, San Martín, Agro Club, Independiente, Central Norte y Atlético Tucumán, jugándose en la cancha de este último. En 1929 el básquet derrotó definitivamente al atletismo en cantidad de interesados, y Estudiantes se dedicó casi de lleno al baloncesto. En ese mismo año el club realizó giras por el interior de la provincia y sus dirigentes fueron partícipes claves para el posterior levantamiento de la Federación Tucumana de Basket-Ball. El CAE ocupaba la cancha del viejo Sport Club, situado en 25 de Mayo décima cuadra, donde permaneció hasta 1944. Un honor que tuvo por esos años: el primer combinado tucumano que participó en el Campeonato Argentino (fundado en 1928) de 1930, en Buenos Aires, tuvo a dos jugadores de Estudiantes: Pedro Dezalot y Raúl Ternavasio. En 1943, los mayores se adjudicaron el primer campeonato de Primera División. La hazaña dejó marcados a fuego a los siguientes nombres: Antonio Bollea, Pedro Decamillo, Raúl Blaisten, José Javier Molina, Pablo Dante Pisa, Pedro Ascárate, Elfio Aldo Avignone, Roque Astolfo Ousset Ávila, Adolfo Molina, Ambrosino Ibarra, Salvador Ferri, Héctor Hermógenes Jiménez Toranzo y Ricardo Nallín. A raíz de sus lucidas actuaciones, Antonio Bollea (16/1/23) ídolo eterno de “las cebras”, se ganó el prestigio de ser el primer tucumano en vestir la
camiseta de la Selección Argentina de Básquet. En 1947, en Río de Janeiro, jugó el 13º Campeonato Sudamericano y selló una destacada participación en el torneo de tiros libres que por entonces se celebraba como parte de la competición: convirtió 48 tiros.
A estadio lleno. Así jugaban “Las Cebras” en los 60.
En 1946, con Zarko Lazerovich en el banco, Bollea y compañía colocaron, nuevamente, sus firmas de campeón. En 1952, 1954 y 1956 otros conjuntos de Estudiantes consiguen conquistar el campeonato de Primera. En 1968 Estudiantes formó un plantel con jugadores experimentados. Conformó esa plantilla una de las máximas figuras ue tuvo el club y el básquet tucumano, Héctor Pertot Campero, que fue goleador del Anual de Primera División durante cuatro años consecutivos (en total, resultaría “rey del goleo” durante nueve años). El pívot, que medía 1.95, surgió de Redes Argentinas y Estudiantes fue el segundo club por el que paseó su brillante básquet. Llegó para seguir cosechando títulos (con Redes ganó los anuales de 1959 y 1960, ambos en condición invicta) y no tardó nada en materializar ese deseo: ese mismo año Estudiantes ganó el Anual con Miguel Mena como técnico, guiando, entre otros, a Pertot, Jorge Ghiringuelli y Oscar Kuba, otra “cebra” de Selección, pero santafecino de nacimiento. 13
DOS&UNO
Marzo 2016
*Los Personajes Tras dar a luz a cuatro mujeres, y en las postrimerías de la posibilidad de volver a ser mamá, a María Elena Álvarez, Dios o el destino (cada quien acredita los sucesos según sus convicciones) le obsequió, al fin, el nacimiento del anhelado varón. Pero el bebé José Agustín Carrasco no sólo maravilló los ojos de sus padres y de sus hermanas Mirtha, Mónica, Claudia y Sandra. Al ser María Elena una activa socia del Club Atlético Estudiantes, y por vivir tan cerca de sus instalaciones, en Avenida Sarmiento 175 (donde sigue residiendo), el primer equipo de básquetbol no hizo omisión de la -buena y nueva- noticia, y adoptó al “hijo de Elenita” como mascota oficial del plantel. María Elena no necesitó consultar con nadie para convencerse de que su único varón era un niño muy especial. Y esto fue así porque muy pocos chicos, entre los 5 y 10 años, se detienen de forma ceremonial al oír el campanario de la iglesia; muy pocos chicos modifican el vestuario de las muñecas de sus hermanas para hacerlas lucir como una Virgen María; muy pocos chicos reúnen a sus mascotas y las disponen espacialmente para emular un viejo pesebre; y, sobre todo, muy pocos chicos congregan a su familia en el fondo de casa para dispensarles una misa. “Nosotros siempre fuimos, en general, una familia católica, pero nunca ejercimos presión de ningún tipo para celebrar la fe de esa manera. Él, desde chico, fue así: se escapaba de casa para ir a la iglesia”, contó Elena, a quien los recuerdos de su juventud en Estudiantes la llenan de emoción. A los 17 años, Agustín recibió una beca para completar sus estudios eclesiásticos en el mismísimo Vaticano. Su madre recibió la noticia en EE UU, en donde se encontraba visitando a 14
una de sus hijas. La alegría invadió el pecho de toda la familia Carrasco con excepción del padre, quien no era precisamente una persona creyente. Algo furioso, le endilgó a Elena el haber “influido” en la forma de ser de su hijo. Años más tarde, cuando él se encontraba muy enfermo y agonizaba, quien le dio la extrema unción fue, cosas de la vida, Agustín. Actualmente, José Agustín Carrasco oficia como sacerdote en Málaga. “Cómo son las cosas, mi padre vino de España y yo les terminé enviando un hijo”, reflexionó Elenita, sin poder evitar conmoverse al recordar a su único varón, aquel que fuera durante cinco años la mascota oficial del equipo de básquet de su querido Estudiantes, y con quien hoy mantiene escuetas comunicaciones por lo abultado de la agenda del “Padre Carrasco”. Estudiantes ingresó a la vida de “Elenita” Álvarez cuando ella tenía sólo 10 años. En el club, hizo natación. Vivió muchísimas etapas del club, algunas dulces y otras amargas. Transfirió la mística nadadora a sus cinco hijos, y aún hoy, a sus 81 años, quien ingresa a la pileta de Estudiantes puede encontrársela braceando en las claras aguas. Mientras su hijo paseaba entre los brazos de los jugadores de básquet en la antesala de un partido, Elena estaba “vetada” para presenciar los encuentros. ¿La razón? Cabalística, esa extraña y arraigada forma de la metafísica. Un día, previo a un cotejo, Álvarez le envió, con toda cortesía y consideración, un bidón de agua para refrescar a los agotados jugadores. Los basquetbolistas bebieron de él, y Estudiantes perdió. Desde aquella jornada, el nombre de María Elena Álvarez fue sinónimo de “yeta”. “A mí no me dejaban pasar porque
era Jetattore. Me quedaba en la puerta del club mientras el equipo jugaba”, contó. Pero, en el insondable pensamiento humano, hasta la malicia tiene cierta utilidad: “Se ve que en algún momento reflexionaron y se dieron cuenta que no podían dejarme afuera así como así. Entonces pude volver a la cancha, pero con una condición impuesta por ellos: tenía que pararme debajo del aro en donde atacaba el equipo contrario. Era increíble, no encestaban una. Perdían como que hay Dios”, relató una divertida Elena, a quien Estudiantes le cambió la vida, y más que cambiarla, la definió. Desde sus escapadas juveniles para cortar flores tendientes a embellecer el club de cara a los famosos bailes de carnaval, hasta los días que corren, asistiendo a Estudiantes en calidad de socia vitalicia para supervisar que todo se esté realizando como corresponde. A María Elena Álvarez, las rayas de “las cebras” le atravesaron totalmente su existir.
Mientras estudiaba en el Vaticano, Carrasco conoció a Juan Pablo II.
“El club es mi vida”, contó María Elena Álvarez
El draft de la redacción Es, junto a LaMarcus Aldridge, la nueva guardia de los Spurs. Con su básquet, los texanos sueñan con vivir -como dice aquella canción de Las Pelotasuna “luna de miel en Hawái”.
Kawhi Leonard
DOS&UNO
MANO A MANO
Marzo 2016
EL TRUENO QUE CAYó DEL SUR
En una mañana de enero, sentado en uno de los peldaños de la tribuna que se eleva al costado de la cancha del Club Nicolás Avellaneda, César Lorú clavó la mirada en la zona pintada, ese reducto que constituye su hogar durante los partidos, y recordó. Tal inmersión en el inabarcable océano de vivencias que se extiende en lo profundo de cada persona adulta, no lo fatigó; lo inspiró. Y es que su vida ha sido una oda a la consagración del esfuerzo; a esos pequeños centímetros de progreso obtenidos tras la puja entre la adversidad y la perseverancia. Habiendo nacido un 24 de agosto de 1982 en la sureña ciudad de Juan Bautista Alberdi, su caso no coincidirá con el de aquellos deportistas que hallaron su objeto pasional en los sonrientes años de la infancia. Se podría decir que el choque de Lorú con el juego que modificó sus cosas para siempre se dio de manera “curri-
16
cular”. Cuando cursaba sus estudios secundarios en la escuela Normal Florentino Ameghino, se halló ante el básquet como otra actividad cualquiera de otra clase cualquiera de Gimnasia. “Tenía 16 años. Al principio lo tomé como otra cosa que hacer para aprobar Educación Física. No creí que se convertiría en esta pasión”, contó. Viendo a sus demás compañeros como trepado a un promontorio, el actual pívot del “Trueno Verde” se aprovechaba de los beneficios otorgados por la genética para sobresalir en aquellos partidos informales. Pero esos pequeños triunfos serían sólo el inicio de otros que le reclamarían exhaustiva paciencia y trabajo duro. Un día, mientras pasaba caminando por la entrada del céntrico Club Deportivo de Juan Bautista Alberdi, divisó a un grupo de muchachos practicando básquetbol. Entró y se unió a ellos. Ahí empezó a tomar cons-
ciencia de lo rudimentario de su juego. Seducido por su altura, fue Fabián Kollrich, hombre que jugaba en Avellaneda Central, el que pensó que sería buena idea trasladar sus 2,05 mts para probar suerte en San Miguel. Fue el inicio de una red de engaños para ocultar el verdadero motivo de su ausencia en casa.“Mentía que me iba a otro lado cuando me venía a jugar en Avellaneda Central. Mis viejos no querían saber nada con que me venga solo a la Capital, por miedo a que me pase algo, fundamentalmente. Pero yo quería jugar al básquet”. Los días de partido, Lorú se trepaba a un TESA para competir. Cuando los encuentros terminaban, se subía otra vez al mismo transporte y regresaba lo más pronto posible, manteniendo el complot impoluto. Tal evento, podría simbolizar una síntesis de lo que a posterior se convertiría su carrera, siempre signada por el choque entre las dificultades y la convicción para superarlas.