DOS&UNO
Marzo 2016
Así pasó su etapa en Avellaneda Central, y una vez que egresó del secundario y se trasladó a San Miguel, pasaron por su pecho las divisas de Belgrano, Central Córdoba, Independiente y Alberdi. Pero en un deporte tan completo como el básquet (dinámica, técnica y físicamente) Lorú padeció su condición de ingresado al deporte como adolescente. “Cuando uno viene jugando desde chico entiende todo más rápido. Me costó mucho aprender, porque acá se jugaba prácticamente a otra cosa en relación a Alberdi. Recuerdo que mi primer entrenador fue Ricardo Siria, en Avellaneda Central y le costaba mucho enseñarme. Yo era Sub-21, jugaba en juveniles y rotaba mucho porque sólo se podía poner tres jugadores que no superen los 21 años”, recordó. Sus sueños colisionaron con la realidad de su juego. Tenía que crecer como jugador de manera urgente. Vinieron las adversidades, y con ellas, los replanteos. Vinieron los desafíos, pero también llegó la convicción: “Muchas veces tenía ganas de dejar de jugar al básquet. Es difícil continuar cuando sentís que en la vida no estás
haciendo bien algo que te apasiona tanto. No obstante, el esfuerzo y la cabeza juegan un papel fundamental en el cuerpo para lograr las metas”. Y evocó las amargas sensaciones que experimentó en esos primeros tiempos: “Cuando estaba en Club Belgrano tenía muchos jugadores delante de mí y participaba poco. Recuerdo que el Técnico me ponía unos minutos e incluso a veces segundos. Si cometía algún error, hasta el más mínimo, me sacaba; entonces era difícil seguir así. A veces tenía más ganas de estar en mi casa, en Alberdi, que en el club”.
“No todos los entrenadores que tuve supieron entenderme” Cuando alguien no encuentra “su” lugar, la mente es como una trampa de osos. Los pensamientos acuden salvajes, y aunque muchos quieran entender, son pocos los que comprenden. Lorú tuvo la suerte de encontrar
a estos últimos. “No todos los entrenadores que tuve supieron entenderme. El profe Gabriel Albornoz, junto a Hugo Angelicola, de Central Córdoba, me enseñaron a moverme en el poste bajo; ellos me tuvieron paciencia. Martín Cejas fue el primer entrenador que tuve en Nicolás Avellaneda y fue el más compresivo conmigo. Siempre me apoyó hasta cuando me salían mal las cosas. Gracias a esas actitudes empecé a tener la confianza que siempre quise tener”, comentó. Y esa confianza de la que Lorú pudo hacer gala una vez que tuvo el respaldo necesario por parte de sus entrenadores, no le posibilitó estar excento de las vicisitudes propias de un básquet jugado al extremo de lo físico, como el tucumano; más aún para uno de los hombres más altos del campeonato doméstico. “Todo el mundo piensa que porque tengo 2,05 mts de estatura me resulta fácil jugar. El básquet tucumano es muy duro. Hay momentos en los que no podés recibir en el poste. La liga local tiene esas dificultades”, explicó. El 27 de julio de 2015, en Club Caja Popular, Nicolás Avellaneda le ganó 73-69 al Juan Bautista Alberdi de los hermanos Osores. El triunfo significó gritar campeón después de 55 años de sequía. Lorú, que anotó 7 puntos la definición, describe sus sentimientos de forma sencilla: “Lo mejor que me pasó desde que juego al básquet”. Todo el duro, espinoso camino, cobró sentido para el pívot, que, con una sonrisa, hoy, con 31 años, afirma estar en su mejor momento. Lo gratifica haber encontrado un lugar para ser, finalmente, el jugador con el que soñó convertirse en esas escapadas de 100 km en colectivo por la Ruta Nacional 38. Su corazón ya estacionó, y reposa en las entrañas de Ciudadela.
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