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Discurso de Esther Orozco, Rectora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ceremonia de entrega del Doctorado Honoris Causa para la Señora Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz 1992. Ciudad de México, 22 de noviembre de 2010 Mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión difícilmente podremos alcanzar un mundo de paz". "La paz es hija de la convivencia, de la educación, del diálogo. El respeto a las culturas milenarias hace nacer la paz en el presente". Rigoberta Menchú Sra. Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, 1992, Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO y Premio Príncipe de Asturias en Cooperación Internacional; H. Consejo Universitario de la UACM; Lic. José Ávila, representante del Jefe de Gobierno, Lic. Marcelo Ebrard Casaubon; Señores y Señoras Secretarios y Directores Generales del GDF; Señores y Señoras diputados; Señores y Señoras embajadoras, hago aquí, mención especial a la Sra. Embajadora de Guatemala; distinguidos invitados; comunidad de la UACM. En este universo infinito, explorado por satélites y naves espaciales, conducidas por robots sin emociones y por hombres y mujeres ambiciosos y ávidos de conocer lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, nos percatamos cada día con dolor y asombro de que encima de millones de seres humanos, muy cerca del piso de la Tierra, se han construido techos que impiden alzar el vuelo, avanzar en la ruta por la vida y alcanzar la plenitud que da el acto de imaginar para crear. Esta paradoja se explica por la falta de equidad en el acceso al conocimiento, a la alimentación, a la salud y a la riqueza que nos dan la Tierra y el trabajo y al poco valor que se da a los saberes que no son explotables económicamente. Imaginar para crear necesita de pasión y convicción, pero también de conocer, de poseer los saberes que dan acceso a nuestra historia, a la cultura, a la educación y a una vida digna.

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Cuando pensamos, cuando nos expresamos y defendemos nuestros derechos con la fuerza de la verdad apoyada en la inteligencia y en la razón que nos asiste, entonces, logramos ser. Y nuestra meta en la vida es precisamente ser, para poder compartir y amar, para ir, incansables, tras la utopía de lograr que todos podamos vivir y crear en libertad, un derecho de todos, porque sin él se afecta la dignidad humana. Sin embargo, encima de nosotros hay techos, formados de mezclas de materiales miserables, dolorosos e intangibles, como la ignorancia, el hambre, la discriminación, la ambición de poder, la simulación, la hipocresía y la corrupción que impiden desarrollar el ingente potencial que tenemos los seres humanos pero que la falta de equidad social y económica reprime y destruye. Algunos techos tienen apariencia de cristal líquido invisible, como sucede en el caso de las mujeres que buscan entre la discriminación y el machismo el lugar que les corresponde en la sociedad. Otros, tienen apariencia sólida y oscura. Por ejemplo, los habitantes de la luminosa Sierra Tarahumara, como muchos otros mexicanos y latinoamericanos que pertenecen a los grupos étnicos ancestrales han sobrevivido por su voluntad y sabiduría, a pesar del hostigamiento y la exclusión que se ejerce sobre ellos. Ellos tienen una visión dolorosa sobre la supervivencia cotidiana, de hambre sin saciar, de frío helado sin poder calentar los huesos, de pedir sin recibir, de buscar sin encontrar, de caminar sin llegar, de dejar su casa arbolada para vivir entre autos humosos y agresivos, de enfermar sin tener a mano las medicinas para sanar, entre otras calamidades. El techo que cargan sobre sí es tan oscuro que evita que la luz llegue al lugar en el cual están parados, sentados o tirados, mientras la humanidad y la mayoría grupos progresistas, democráticos y de izquierda, siguen en el discurso vacío. La lucha por la vida cotidiana, los engaños por parte de algunos medios de comunicación, los prejuicios y el discurso político, hacen que no nos demos cuenta, o aun peor, que justifiquemos la existencia de barreras que nos impiden caminar hacia nuestro destino de dignidad y creatividad, que es el destino que merecemos sin excepción todos los seres humanos, ya que solo nos diferenciamos unos de otros por la pasión, la convicción, el compromiso con las mejores causas por el trabajo que realizamos por ellas. Pero allí están, son barreras tejidas por

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las circunstancias que nos rodean y que sólo pueden ser rotas con la organización, la voluntad, la inteligencia, el conocimiento y el trabajo. La consciencia de las circunstancias, el conocer nuestra historia, el acceso a la cultura, a la ciencia y al saber tradicional, son los materiales que deshacen y derrumban los techos de cristal y barras de hierro. Usted, Señora Rigoberta Menchú, lo sabe bien, porque como mujer latinoamericana del grupo Quiché-Maya en Guatemala, se ha topado con estos murallones que golpean la cabeza y el corazón cada vez que se quieren traspasar. Y ha sabido, como pocas, mirar su historia, aferrarse a ella con la dignidad de las montañas que la vieron nacer y sin resentimientos a pesar de las heridas sufridas pero, con gran inteligencia y corazón, ha dado la dura batalla por el derecho suyo y el de los suyos a una vida digna. Por ello, Señora Menchú, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México se siente muy orgullosa de estrenar la distinción del Doctorado Honoris Causa con una mujer que ha sabido romper barreras, ha traspasado techos de cristal y muros de hierro con voluntad, inteligencia, pasión y corazón por los suyos y por usted misma. Es usted un modelo inspirador para no claudicar en nuestro afán de edificar un mundo diferente, a pesar de los embates que llegan desde los más oscuros rincones de la sociedad. En la UACM empezamos por casa, decididos a construir una gran universidad, porque nuestros estudiantes y profesores se merecen contar con una casa de estudios que pertenezca a los habitantes de esta Ciudad y que sea digna de todos y todas, democrática, de alta calidad académica, pero también y sobre todo, comprometida con las mejores causas sociales. Ese es nuestro motor y su presencia aquí nos fortalece para seguir adelante. La Ciudad de México, una ciudad libertaria, es además de la Ciudad Capital, una de las más importantes ciudades indígenas de América Latina, la más diversa, dice Ainara Arrieta, tanto por el número de pobladores que por aquí transitan, como por la diversidad etnolingüística que aquí confluye. La riqueza de sus culturas, sus conocimientos, sus historias y tradiciones deben ser tomados en cuenta, valorados y aprovechados para la transformación de la Ciudad de México en una Ciudad de Vanguardia. Nuestros vecinos del norte, ya empiezan a comprender la riqueza de las tradiciones de los grupos nativos que casi exterminaron. Han construido un hospital en el

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territorio del grupo chickasha, en Oklahoma, en donde combinan la tecnología más avanzada con las tradiciones indígenas ancestrales. ¿Qué impide que México, Guatemala, Perú, Bolivia y toda América Latina aprovechen e integren los valiosísimos conocimientos ancestrales al desarrollo científico y tecnológico para atender a nuestra gente y darles acceso a lo mejor, porque como Pablo Yánez dijo alguna vez: “quienes son pobres, merecen lo mejor, en un acto de mínima equidad”. Y lo mejor, no es la demagogia, ni la compasión, ni la caridad, ni lo que nos sobra en tiempo, dinero y amor, ni el resentimiento social, lo mejor, es el respeto, la valoración de todos como seres humanos, el acceso a la educación de calidad, a la posibilidad de imaginar y crear, a la salud de primer mundo y a la alimentación equilibrada y suficiente que evite los problemas del Síndrome Metabólico que golpea a nuestra gente con enfermedades como la obesidad y la diabetes, ambas relacionadas con la genética, pero también con la nutrición y el acceso al deporte. La idiosincrasia de nuestra Universidad no nos permite aceptar, como usted no lo acepta, Sra. Menchú, la existencia de seres excluidos; tampoco aceptamos que se excluya el saber de nuestros ancestros, del acervo del conocimiento universal. Nuestra lucha es porque se comprenda la dignidad de cada uno de los miembros de esta comunidad, sin importar su origen socioeconómico, su pertenencia étnica, sus creencias religiosas o su orientación sexual. Estamos saturados de discursos que se quedan en palabras y no se acompañan con acciones que los sustenten. Queremos actuar en consecuencia con la misión y la idiosincrasia de nuestra Universidad, por lo que, hemos lanzado este año un ambicioso programa llamado “Por una UACM sin violencia”, por medio del cual insistimos en que debemos amarnos primero a nosotros mismos para después amar a los demás, hacemos conciencia entre nuestra comunidad para promover la comunicación y evitar la violencia. Para evitarla, hay que identificarla primero. La discriminación es una de las formas más terribles de violencia, probablemente la madre de la mayoría de los actos violentos. Su crueldad es mucha porque impide el desarrollo de las capacidades humanas, porque construye techos de cristal y de hierro que detienen el vuelo creador de los y las jóvenes y confina a mujeres y hombres a vivir en espacios castradores e improductivos. Por ello, el próximo año, ampliaremos el programa a uno que se ha de llamar:

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“Por el valor de la diversidad en una UACM sin violencia”.

Desde este programa como

plataforma, trabajaremos juntos todos con las minorías, los grupos étnicos, los grupos de diversidad sexual, las mujeres, los que provienen de diversas zonas geográficas del país en donde las condiciones socioeconómicas son deplorables y vergonzosas para la sociedad y los que tienen capacidades distintas, para aprovechar lo mejor de las diferencias. En la UACM sabemos que no es suficiente con respetar, sino que hay que valorar a los y las otras. Por ello, vamos a darle valía también a las palabras, acompañándolas con acciones consecuentes. Así también, en estos tiempos en los que la democracia no ha logrado promover la equidad, será una forma de poner un alto a la demagogia. Porque la democracia no florece en la ignorancia; y la demagogia es la hija estéril y resentida de la ignorancia que no permite el desarrollo personal. Por ello, vamos a fortalecer en esta institución el amor, al conocimiento y la construcción de nuevos valores como parte del bagaje intelectual y social de nuestros estudiantes. Estamos celebrando el centenario de la Revolución Mexicana, no podemos dejar de mencionarlo en un acto como éste. Por cierto, mi pueblo, San Isidro, hoy, Estación Pascual Orozco, Chihuahua, fue protagonista inicial de esta gesta, con la participación no de intelectuales, ni de hombres de ciudad, sino de rancheros pobres, cansados de la explotación y del abandono por parte del gobierno. Muy cerca de Estación Pascual Orozco, en Tomochi, otro pueblo de la Sierra Tarahumara, 19 años antes, en 1819, hubo una rebelión contra las terribles condiciones de vida. “Mátalos en Caliente”, ordenó el dictador Porfirio Díaz. Y se hizo, como se venía haciendo. Se siguió matando en caliente a campesinos y a obreros, a los de Cananea y a los de Río Blanco, entre otros muchos. Hasta que, en 1910, puñados de valientes se alzaron en diferentes partes del país, entre los primeros, los de mi pueblo. En una de las primeras batallas de la Revolución Mexicana, el 11 de diciembre, la de Cerro Prieto, a 40 kilómetros de San Isidro, el General Navarro al mando de un ejército de 1,200 hombres masacró a un grupo de serranos valientes. Allí murieron 33 de los mejores hombres de San Isidro, un pueblo olvidado al pie de la Sierra Tarahumara, formado sólo por 300 familias. Pero la gente de la Sierra Tarahumara no sabe de claudicaciones, ni de traiciones a sus ideales. Se aprende desde pequeño que las derrotas, dejan de serlo cuando hay la capacidad de volver a empezar con más experiencia y

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decisión. Los rancheros se reagruparon y el 18 de diciembre, propinaron una contundente derrota a los federales en Malpaso, también a unos kilómetros de mi pueblo. La lucha continuó y el 8 de mayo de 1911, Pascual Orozco y Francisco Villa sitiaron Ciudad Juárez, para lograr que el 10 de mayo de ese mismo año, el ejército federal se rindiera y ese mismo día se firmaran los tratados de Ciudad Juárez en los que se asentaba la renuncia del dictador Porfirio Díaz. Hoy, 100 años después, la valerosa e histórica Ciudad Juárez, un símbolo de la reivindicación del derecho de los mexicanos a vivir con dignidad, está desgarrada por la violencia y sus jóvenes universitarios acosados por un ejército y una policía que no comprenden que levantar, secuestrar y matar a un solo joven es desangrar a la Patria toda. Que los y las jóvenes quieren preparase para construir una mejor sociedad, y eso no sucede con las armas y la represión, sino con la educación, la cultura, la ciencia, el deporte, entre otros. Las causas que dieron origen a la Revolución Mexicana siguen vivas como llaga, como herida abierta en nuestro pueblo.

Sesenta millones de pobres, muy pobres. La salud y la

educación para todos es sólo parte de los discursos oficiales, hay siete millones de jóvenes que no tienen empleo, ni acceso a las universidades. La educación pública, el único camino para construir un país de hombres y mujeres capaces de construir una sociedad más equitativa, está en acoso permanente, pero los universitarios la defendemos a toda costa, para que no muera de hambre.

El campo para los campesinos de la Sierra Tarahumara y de todo el país está

abandonado o entregado a las grandes empresas productoras de alimentos o al cultivo de marihuana que vale mucho más en el mercado que el fríjol y el maíz. Para terminar, Sra. Menchú, distinguidos invitados, la comunidad de la UACM refrenda su compromiso por trabajar todos los días, todas las horas y todos los minutos para que las diferencias sociales, de origen geográfico, de género, de preferencias sexuales, de orientación política y religiosa, no sólo sean respetadas, sino que se reconozcan como una gran fortuna que la humanidad ha desperdiciado por miles de años y que es necesario recuperar ya, porque el futuro de las sociedades y del planeta está en la riqueza de la diversidad. Nada humano me es ajeno. Muchas gracias.

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