La Batalla de Santiago

Page 1

Esteban AbarzĂşa


0 Esteban Abarzúa (1971) es autor de los libros Secretos de camarín (Edebé, 2002), Chilenos de oro (Edebé, 2002) y Me pongo de pie (Aguilar, 2009), este último junto a Pedro Carcuro. Periodista titulado en la Universidad de Chile, actualmente trabaja en el diario Las Últimas Noticias, donde escribe semanalmente la columna Pelota muerta. Esta obra puede ser utilizada y reproducida en la medida que se cite la fuente original y se respeten los derechos de propiedad intelectual del autor.


1

La Batalla de Santiago Buenas Noches. El partido que ustedes van a ver es la más estúpida, horrorosa, repulsiva y vergonzosa exhibición de fútbol posible en la historia del juego. (David Coleman a los telespectadores de la BBC, el domingo 3 de junio de 1962, al presentar la transmisión de Chile-Italia en diferido). La derrota en Chile fue un insulto al fútbol, pero también un castigo merecido. Los italianos habían fallado en todo, desde la preparación técnica a la parte política y psicológica. (Gianni Brera, Il Calcio Azzurro ai Mondiali, 1974)


2 El pequeño Leonel iba casi todos los días al gimnasio del Bádminton, en la calle Suárez Mujica de Santiago. Juan, su padre, se esmeraba por enseñarle a boxear. Juan Sánchez Soto, campeón sudamericano de los pesos pluma y gallo, quería que su hijo fuera como él, “bueno para los combos”. El chico, nacido en 1936, tenía diez años cuando subió por primera vez a un cuadrilátero para hacer guantes y, claro, quedó impresionado con la fuerza de sus propios golpes. Su ídolo no era otro que Juan Sánchez, quien por entonces le dijo que tenía “la mano pesada como los buenos noqueadores”, aunque ya en ese tiempo Leonel también manifestaba su pasión por la pelota, sobre todo en el patio del colegio Federico Errázuriz, donde tenía el privilegio de tomar clases de educación física con el profesor Luis Tirado, director técnico de la selección nacional de Chile entre los años 1946 y 1956. Tirado llevaba a sus alumnos a practicar fútbol en el Estadio Nacional, los sábados. Curiosamente, otro hombre ligado al boxeo fue el responsable de meter a Leonel Sánchez de manera definitiva en el fútbol. El mismo jugador lo contaría en la revista Gol y Gol, edición del 1 de agosto de 1962: “Un día alguien quiso que entrara al Bádminton. Tenía once años. Cuando fui a probar, llegué atrasado y nadie se preocupó de mí. Un poco después se interesó don Luis Goldzweig, que estaba a cargo del boxeo en la U, para que entrara a los infantiles universitarios. Mi papá aceptó y jugué en tercera infantil”. La carrera de Sánchez en Universidad de Chile fue meteórica. Debutó en el equipo de honor en 1953, contra Everton, y en esa temporada los diarios ya hablaban de “un wing flaquito, pero de shoot potente”. Luego el destino se encargó de poner a Leonel de nuevo a las órdenes del maestro Tirado, aunque esta vez iba en serio. Tirado lo hizo debutar por la Roja en un 1-1 contra Brasil en el estadio Maracaná, ante setenta mil espectadores, el 18 de septiembre de 1955, por la Copa O’Higgins.


3 De este modo, Leonel Sánchez llegó a los partidos de la Copa del Mundo de 1962 como uno de los hombres más experimentados en la plantilla dirigida por Fernando Riera, pese a que sólo entró al torneo con una edad de veintiséis años. Su nombre quedó grabado en la eternidad por cuatro goles, que lo convirtieron en máximo anotador del campeonato junto a otros cinco delanteros, y una lucha casi pugilística con los jugadores de Italia, en el duelo que fue bautizado por los historiadores de los mundiales de fútbol como la Batalla de Santiago. Forza Italia El DC-8 de Alitalia que aterrizó en Los Cerrillos el 19 de mayo de 1962 fue el primer vuelo de esa aerolínea que llegó a suelo chileno. La puerta de la nave se abrió a las siete horas con treinta y tres minutos, según la prensa local, y por ahí bajaron las delegaciones de Hungría e Italia, participantes del séptimo Campeonato Mundial de Fútbol. Muy pocos esperaban en tierra a los magyares, aunque puede decirse que su bienvenida no fue menos cálida: apadrinada por el diario Las Últimas Noticias, la vedette húngara Agnes Kezdi, contratada especialmente por el empresario uruguayo Buddy Day para animar las noches del cabaret Bim Bam Bum durante el torneo, se apersonó en el terminal aéreo para saludar al arquero Gyula Grosics, titular del mítico Aranycsapat o Equipo Dorado de 1954 y que llegaba a Santiago para disputar su tercera Copa Jules Rimet. La señorita Kezdi, que actuó en la revista “Aquí no pasan goles” bajo el nombre de Agui Kerr, explicó que conocía a Grosics por un partido que la selección húngara jugó contra Uruguay en Montevideo, donde por cierto ella también estuvo de paso, y lo definió como “un romance antiguo”. Tras los trámites de aduana aparecieron primero los húngaros, sonrientes y preguntando dónde quedaba Rengo, su lugar de concentración a la espera del debut contra Inglaterra, por el Grupo 4, en el estadio de la Braden Copper


4 Company en Rancagua. Gyula y Agnes quedaron de verse apenas tuvieran el tiempo necesario. Unos dos mil ítalo-chilenos, en cambio, empezaron a gritar “Forza Italia” cuando vieron aparecer a los representantes del calcio. Ellos, y también la vedette húngara, ya habían soportado una jornada en balde, pues el avión debió permanecer medio día más en Buenos Aires por una pequeña avería del timón. Eso también postergó la Serata Azzurra que el Audax Club Sportivo Italiano, de la primera división chilena, había programado para la víspera en su sede de Lira 425, con la actuación de los artistas que por esos días pertenecían al elenco del restaurante El Pollo Dorado: Silvia Infante y Los Cóndores, Los Perlas y Elena Cavada. Esto demostraba a las claras el fervor que despertó el equipo liderado por Enrique Omar Sívori, as de la Juventus nacido en San Nicolás de los Arroyos, Argentina, y que podía jugar por Italia en su condición de oriundo. Le decían Il Testone, que en español significa El Cabezón, por razones físicas que eran obvias. La colonia de italianos en Chile hizo sentir su apoyo desde el primer momento. De chaqueta azul, pantalón gris, abrigo azul y corbata azulina con rayas blancas, uno a uno los calciatori fueron dando la cara en el pasillo de salida de Los Cerrillos. También venía la dupla técnica formada por Giovanni Ferrari y Paolo Mazza, además de los dirigentes a cargo y una docena de periodistas de diversas ciudades de la península. Fue un arribo de aeropuerto más bien desordenado, por la cantidad de gente que había y por el interés de los astros europeos de partir luego hacia la sede que los hospedaría: la Escuela de Aviación Capitán Ávalos, en El Bosque. En medio del barullo, Sívori estrenó su genio. “¿Se considera usted entre los tres mejores futbolistas del mundo, junto a Di Stéfano y…?”, quiso preguntarle a la pasada un reportero radial. “Es una pregunta estúpida”, le respondió Sívori, molesto por el ajetreo. El trayecto desde Los Cerrillos fue acompañado por un centenar de vehículos. Ya en la meta, a las ocho horas con


5 cincuenta y cuatro minutos, el coronel Joaquín García, director de la Escuela de Aviación, les dio la bienvenida al recinto. Después de reposar unos minutos, los viajeros italianos salieron al patio, cada uno con un ramo de rosas blancas entre sus manos. Poco antes un camión había llegado con una ofrenda floral de dos metros y medio de alto con la palabra “Italia” formada por copihues, la flor nacional de Chile. Los jugadores Lorenzo Buffon y Gianni Rivera fueron los responsables de ponerla a los pies de un monumento a los mártires de la Fuerza Aérea. En el lugar ya pernoctaba por un par de días el cocinero Amedeo Ricca, enviado previamente a Santiago junto al delegado Luigi Scarambone para hacer más cómodo el cuartel general de los italianos. Los anfitriones incluso decidieron que uno de sus cocineros hiciera un curso rápido de italiano para que ayudara mejor a Ricca en sus labores domésticas. Esa noche de la llegada, después de un entrenamiento para estirar las piernas, la recepción del Audax Italiano fue todo un suceso, sobre todo por la habilidad de los futbolistas para bailar el twist y por un duelo de trombón entre Sívori y José Altafini. La bella Mirtha Carrasco, integrante de Los Cóndores, quiso sacar a la pista a Sívori para bailar cueca. Éste se disculpó en el acto. “Perdoná, pero no puedo bailar esta cosa. La otra vez que vine con River la vi y me gustó, pero todavía no la aprendo”, le dijo. La fiesta duró dos horas, entre las nueve y las once de la noche, y contó con el auspicio de Molinos y Fideos Lucchetti, empresa local de pastas fundada en 1904 por los jóvenes inmigrantes Ítalo Traverso y Leopoldo Lucchetti. En una entrevista que esa noche le hizo el diario Última Hora, Sívori dijo que la acogida de los chilenos había sido “maravillosa”. Al día siguiente, el 20 de mayo, la dupla Ferrari-Mazza les dio descanso a sus pupilos por la mañana, para que pudieran asistir a la misa oficiada por el capellán del recinto militar, Francisco Ortega, y que fue predicada simultáneamente al italiano por el capellán de Audax, Carlos Piccini. Los jugadores Giovanni Trapattoni y Angelo Sormani hicieron de acólitos. Las horas


6 transcurrían apaciblemente para los azzurri a la espera del estreno ante Alemania, fijado para el 31 de mayo en el Estadio Nacional. Los chilenos estaban más preocupados de Suiza, el rival del debut, y sacaban cuentas de que un triunfo ante los helvéticos y una nueva victoria frente a los germanos –a quienes vencieron 3-1 en un duelo amistoso que se disputó el 26 de marzo de 1961 en el Estadio Nacional- les debían garantizar el paso a los cuartos de final. El nombre de Italia generaba respeto y admiración. El 23 de mayo los azzurri fueron al cine después de golear por 9-2 a Audax, que sin embargo anotó el primer gol del partido por intermedio del interior Vargas. Entre los hechos relevantes de la práctica, el meta Buffon defendió la valla audina y el delantero Altafini se enojó con el chileno Parra cuando éste se jactaba de haberle pasado un túnel. Tras una merienda, los italianos partieron al Teatro Metro para ver la función de las dieciocho horas de “Ciclón con faldas”, una comedia de Hollywood de noventa y nueve minutos protagonizada por Debbie Reynolds y Steve Forrest, cuyo auténtico título en inglés era “The second time around”. El 24 de mayo, a una semana del estreno, la Squadra Azzurra jugó contra el equipo de la Capitán Ávalos, con improvisado arbitraje del seleccionador Ferrari. Italia, reforzada por los jugadores Escobar y De la Fuente, de Audax, ganó 5-3 en un trámite que no le resultó del todo fácil. Tras ir venciendo cómodamente, los futuros aviadores chilenos lograron igualar parcialmente a dos tantos, en una jugada del cadete González que Ferrari al principio dio como nula y cuya decisión luego debió revocar ante la rechifla de los pocos espectadores que presenciaban el encuentro. El día 25 Italia conoció la hierba del Estadio Nacional y luego, a las catorce horas con treinta minutos, la delegación visitó el Club de Tiro lo Curro, donde los jugadores dispararon más de trescientos tiros, sólo como divertimento. Después salieron hacia el centro de Santiago para comprar souvenirs. Rivera, el niño mimado del grupo, se llevó un traje de


7 huaso y posó para los fotógrafos sonriente. Los italianos aún se sentían a gusto en Chile, pese a las críticas que recibieron por la presencia en su plantilla de cuatro jugadores nacidos en otras latitudes: los argentinos Enrique Omar Sívori y Humberto Maschio junto a los brasileños Angelo Sormani y José Altafini, convocados en su calidad de oriundos. Sívori y Maschio, por ejemplo, jugaron varios partidos contra Chile por la albiceleste. El más recordado fue un 6-2 a favor de Argentina en el Sudamericano de Lima, disputado el 28 de marzo de 1957. Sívori anotó un gol y Maschio hizo dos. Leonel Sánchez, que también jugó ese partido, después se acordaría perfectamente de aquella afrenta. El último rincón del mundo El mismo viernes 25 de mayo las radios locales empezaron a esparcir desde temprano la noticia. De acuerdo a una versión peninsular, un pintor chileno radicado en Florencia, amigo de Miguel Ángel Montuori, ex futbolista de Universidad Católica y la Fiorentina de Italia, fue el primero que puso el grito en el cielo. El mito dice que el pintor en cuestión entró en contacto con la embajada de Chile y les avisó que en el Corriere della Sera, el día 21 de mayo, se había publicado un relato muy ofensivo en contra del país organizador del Mundial. El texto, que además apareció en todos los periódicos asociados a la cadena encabezada por el consorcio de Milán, estaba firmado por el periodista Antonio Ghirelli, enviado especial, que pasó por Santiago un par de días antes de instalarse en la subsede de Viña del Mar. Otra versión, no muy distinta, es la que recogió Daniel Matamala en “1962, el mito del mundial chileno”, sostiene que la embajada en Roma envió las crónicas al Ministerio de Relaciones Exteriores, que por su parte las derivó a La Moneda, desde donde la Oficina de Prensa de la Presidencia preparó un resumen con párrafos marcados de ambas crónicas y los distribuyó entre la prensa local. En realidad, sólo bastaron las primeras líneas para que se declarara el incendio.


8

La capital ha cambiado mucho

Un esfuerzo para Chile hospedar la Rimet Por Antonio Ghirelli Corriere della Sera

Un campeonato del mundo a trece mil kilómetros de distancia: una locura. Chile es pequeño, pobre y orgulloso. Ha aceptado organizar esta edición de la Copa Jules Rimet, en la misma forma en que Mussolini aceptó que nuestra aviación fuera a bombardear Londres. La capital dispone de setecientas camas. El teléfono no funciona. Los taxis son tan raros como los maridos fieles. Un cablegrama a Europa cuesta un ojo de la cara. Una carta aérea demora a lo menos cinco días. En cuanto se llega a Santiago se puede dar inmediatamente cuenta de que la isla Robinson Crusoe está flotando todavía muy cerca de esta extraordinaria franja de tierra de cuatro mil kilómetros de longitud. En cuanto se visita la periferia asalta la sospecha de que aún no han llegado los suficientes Robinson Crusoe como para civilizar todo Chile. Por haber aceptado organizar el Mundial en este país, empleando para ello todo su corazón el presidente del Comité, Carlos Dittborn, un chileno de origen alemán, de cuarenta y un años, perdió la vida. Un infarto lo fulminó hace veinte días, en la víspera de obtener el fruto de su generoso trabajo. Ahora ha tomado su puesto el presidente federativo Juan Goñi, otro cuarentón que tampoco le tiene miedo a la muerte. Chile es una tierra de pioneros. Esta constatación aterroriza al turista y al periodista, pero entusiasma al viajero desinteresado. Basta bailar dos horas con los italianos de aquí para entender el juego del fútbol en un mundo moderno. La cara de Santiago ha cambiado en estos últimos cuatro meses bajo el impulso del


9 increíble compromiso con la gloria. Calles asfaltadas, semáforos recién pintados, las fachadas de las casas recién pintadas. Una pereza de siglos ha sido removida por el gobierno y cuatro municipalidades que han gastado en esto los últimos dólares de riqueza para ponerse a la altura de la gente que debe venir. Es una fanfarronada que debe dar rabia y termina por conmover. ¡Que Dios los ayude! Por suerte, de los treinta mil turistas con que habían soñado las agencias de turismo, hemos llegado sólo siete u ocho mil. El misterio aún rodea a los otros turistas sudamericanos que deben venir. Sin embargo, aún no se puede temer una invasión truculenta de éstos. Especialmente de Argentina, que ya ha inscrito a trescientos cincuenta de sus seiscientos periodistas. Cómo funcionará nuestro servicio, sólo lo sabe el Padre Eterno. Si se les pregunta a los dirigentes, éstos contestan que todo se pondrá a punto el día de la iniciación del torneo, y es posible adivinar en sus caras sonrientes y en la rotunda pronunciación española, una inconsciencia entre angelical y delictuosa. De cronistas tranquilos, nadie les gana a los alemanes, que han traído consigo una estación de onda corta, una nave, veinte técnicos y, probablemente, unos mil aeroplanos de bombardeo. En la misma forma es poderosa y potente la colonia alemana que vive en Chile desde hace unos diez a cincuenta años. Sólo los españoles son más numerosos; terceros los franceses y cuartos los italianos, que en Santiago no superan los diez mil. Tendremos así a un moderado hincha a nuestro favor. Se dice que el público chileno es más bien británico que sudamericano en expresar su pasión dominical y se asegura que está muy bien dispuesto hacia nosotros, excepto con alguna reserva sobre los oriundos. Si los nacionales juegan bien, ellos se llevarán muchos aplausos, pero también se darán aplausos a quienes jueguen bien. Tales son las predicciones de los expertos locales. La concentración de los italianos en el Círculo de Oficiales de la escuela aeronáutica es probablemente la mejor de Santiago.


10 Pero de la misma manera hará torcer la nariz a nuestros sensibles muchachos, acostumbrados al confort de los grandes hoteles italianos. Esperemos que no sea así y que los muchachos de nuestra escuadra comprendan cuál es el clima del Mundial este año: el ambiente crea la conciencia. Chile debería hacernos comprender que estos campeonatos mundiales hay que enfrentarlos como un trabajo de albañilería, echando mano a los instrumentos del trabajo del albañil, porque aquí la gente, incluidos los inmigrantes italianos, está acostumbrada a ganarse la vida sudando sangre y no haciendo morisquetas. Nuestro grupo parece haber hecho apuesta por esta idea, entre chilenos, suizos y alemanes. Se entiende que he dicho clima en sentido moral y no meteorológico. Bajo este último aspecto, por el contrario, los azzurri no podían capitalizar mejor, ellos que juegan la mayor parte del año en el Valle Padana y sus bríos invernales. Aquí ahora comienza a hacer frío, un bonito frío seco, la tierra seca lo corrobora, que parece ideal para el fútbol; y cuando llueva (que no ocurre a menudo), sería un punto a favor contra los sudamericanos, nunca dispuestos a bañarse con la pelota. Las prospectivas, en suma, son agradables, siempre que –naturalmente- se tengan ganas de trabajar con las mangas arriba. ***

El primer diario chileno en hacerse eco de la crónica fue Clarín, que en las páginas interiores del 26 de mayo tituló “En Italia creen que todavía no nos arrancamos las plumas”, sin desconocer que el autor tenía razón en algunas de sus apreciaciones. “Ghirelli debe ser, seguramente, oriundo, palabrita tan de moda en su país. Tiene que ser nacido y criado en algún país centroamericano. Es la única explicación que cabe para su tropicalismo… Las verdades que dice las desvirtúa, desgraciadamente, con comparaciones y metáforas que nos hacen


11 un flaco servicio y que llevarán a pensar a los lectores de su diario que todavía andamos con plumas”, sostuvo Clarín acerca del redactor de la nota. En sí la descripción de Ghirelli no fue tan ruda como se creyó en un primer momento, pero hirió demasiado su definición inicial de Chile como la tierra de Robinson Crusoe. Ni siquiera sirvió como paliativo la réplica de su colega Gino Palumbo, también redactor del Corriere della Sera, quien un par de días después hizo de contraparte. “La cordialidad de los chilenos es comprometedora y cada uno de ellos parece querer ganar su pequeña batalla para dar placer al turista que se encuentra en el país. Pareciera que el placer del huésped es menor que el placer del chileno para mostrar su espontaneidad. Antes de venir, creíamos que el alojamiento era caro y escaso, pero una vez aquí hemos comprobado que estábamos equivocados. Nos habían dicho que las comunicaciones serían malas, por la distancia con Europa y la diferencia de horario, pero ahora sólo podemos declarar que todo ello ha marchado con una rigurosa regularidad”, sentenció Palumbo, aunque sus palabras no fueron seguidas con la misma atención en Santiago. El daño ya estaba hecho y las radios se encargaron de montar una reacción nacionalista contra los italianos. Justo ahí entró en escena el despacho de Corrado Pizzinelli, en La Nazione de Florencia. Era lo que faltaba para que se hablara de guerra, Un relato descarnado de principio a fin. La infinita tristeza de la capital chilena

Santiago, el confín del mundo En ningún lugar uno se siente tan lejano, perdido y solo como en la ciudad huésped del campeonato internacional de fútbol. Para los extranjeros es imposible huir de la nostalgia. Los jugadores se resentirán con este clima depresivo.


12 Por Corrado Pizzinelli La Nazione di Firenze Malestar

Desde que estoy en Chile tengo la curiosa sensación de llevar el mundo sobre mis espaldas. Se le siente encima igual que la tristeza de los habitantes, y ello provoca un malestar curioso que se agrava por los enormes saltos de temperatura. Ayer a la mañana el termómetro marcaba cuatro grados; a las catorce horas, más de veintinueve. La sangre se torna torpe y parece faltar en las venas, y después de permanecer algún tiempo en Chile uno se siente extraño a todo y a todos. El virus de la lejanía más abandonada, más solitaria, más anónima, se mete en el ánimo de todos y creo que ello incidirá en el estado anímico de los atletas. Es por algo que las federaciones futbolísticas de algunos países han enviado expertos para estudiar este problema psicológico y descubrir qué puede hacerse para poner a los jugadores a cubierto de él. La presencia de los connacionales, las fiestas, los cócteles, las ceremonias y las reuniones servirán de muy poco, pues la melancolía y la soledad están en todas partes. Desde que estoy en Chile me parece estar condenado a vivir en esta tierra triste y fantástica en la que se desenvuelve la acción de ese libro no olvidado de Julien Cracq, El mar de las Sirtes. La tristeza flota en cada una de las conversaciones, como una doliente espera y resignación, no demora en apoderarse del europeo más activo y lleno de buen humor. En vano los chilenos, como para consolar a los italianos, dicen que Santiago se parece a Turín, que tiene un río como el Po que atraviesa, el Mapocho, un Parque Forestal que comparan al Valentino y calles derechas y a escuadra. Cosas que no significan nada y nos hacen decir que Santiago se parece a Turín como Roma a Milán. Las mismas muchachas chilenas, tan famosas en el mundo por su gracia y donaire y tan a menudo comparadas con las turinesas, tienen muy poco de ellas. Se destacan por su liberalidad y su afán de progresar,


13 y ésa es una de las semejanzas, lo que constituye uno de los tantos lugares comunes sobre los que cierto periodismo y cierta literatura han derramado verdaderos ríos de tinta. Y ello tal vez para tratar de hacer olvidar la realidad de esta capital, que es el símbolo triste de uno de los países subdesarrollados del mundo y afligido por todos los males posibles: desnutrición, prostitución, analfabetismo, alcoholismo, miseria... Bajo estos aspectos Chile es terrible y Santiago su más doliente expresión, tan doliente que pierde en ello sus características de ciudad anónima. Barrios enteros practican la prostitución al aire libre: un espectáculo desolador y terrible que se desarrolla a la vista de las “callampas”, un cinturón de casuchas que circundan las ya pobres de la periferia y habitadas por la más doliente humanidad. Se dirá que todo en Sudamérica es así, y que ello no es de extrañar y que en todas las ciudades hay problemas de este tipo. Los hay en Moscú, Nueva York, Río de Janeiro y Roma. De acuerdo. Pero en esas ciudades los problemas de ese tipo tienen un límite; aquí afectan a centenares de miles de personas. Que se entienda bien, no son de origen indio. El noventa y ocho o noventa y nueve por ciento de la población chilena es de origen europeo, lo que nos hace decir y pensar que Chile, en el problema del subdesarrollo, tiene que colocarse a un mismo nivel que los países de Asia o África, pero que aquí, por la formación de su población, la regeneración es mucho más grave que en los casos citados. Los habitantes de esos continentes no son progresistas, éstos son retrógrados. Los turistas Santiago es un campeón de los problemas más terribles de América Latina, y es necesario aclarar que si la actual clase dirigente, organizando el actual Campeonato del Mundo, buscaba para sí buena propaganda para las próximas elecciones, teniendo presente además la obtención de créditos tipo Plan Marshall para Sudamérica y una comprensión especial de parte de la famosa Alianza para el Progreso, no cabe duda de que esa clase dirigente ha cometido el más craso error. Todo lo que Santiago muestra, aún


14 las casas populares construidas de prisa para algunas decenas de millares de personas, son sólo un pálido esfuerzo, que a nadie convence y es la prueba más brillante de la forma como cierta clase dirigente resuelve determinados problemas, en busca de su propio beneficio. De otra manera no se explicaría cómo ha podido aceptar la organización de los juegos mundiales sin disponer de los medios necesarios ni de albergues suficientes. Los periodistas deportivos que están llegando tratarán este asunto por su cuenta. Yo me limito sólo a anticipar un pequeño hecho. Al iniciarse la organización, el gobierno aseguraba obtener millones de dólares por la afluencia de turistas, pero ahora Santiago se ha dado cuenta de que dispone solamente de veinticinco mil camas (de las cuales el noventa por ciento están en casas privadas), pero que los turistas extranjeros no serán más de unos tres mil, excluidos los jugadores y periodistas, y que la pérdida neta será de unos mil millones. Naturalmente muchos políticos señalan que este gasto es tan lógico y necesario como la televisión montada de prisa para esta oportunidad. ¿Pero lo era en realidad cuando tantos problemas graves afligen al país? Esta pregunta es hecha frecuentemente por la oposición y el gobierno no le responde cómo resolverá los graves problemas que debe afrontar cotidianamente. Está la huelga de los médicos (que se niegan a prestar atención a quienquiera que la solicita); está la extraña lucha por las aguas del Lauca, que Bolivia reivindica para sí; existe la situación del campesinado, donde hay trabajadores agrícolas que por doce horas de trabajo ganan cuarenta de nuestras liras; están los problemas de la luz eléctrica y del agua potable en Santiago. No es en absoluto una ciudad fascinante, sin grandes monumentos ni recuerdos históricos, sin palacios que se destaquen, sin una nota de arte o de cachet, como dicen muchos en el lenguaje mundano. Es amable y simple en la resignada tristeza de las poblaciones de la periferia, las que están en abierta contraposición con aquellas de los centros residenciales, donde excelentes arquitectos han construido chalets y casas dignas de adornar un libro de arte moderno. Santiago, con


15 su pequeño centro europeo; sus boites, que ofrecen espectáculos de picaresque, esto es, strip-tease, ejecutado por chilenas, francesas, alemanas o italianas; con sus cines y con sus grandes teatros, tiene un no sé qué de chocante. Y todo esto se da en Santiago, tal vez por ser el símbolo de todos los problemas de Chile, de esta estrecha faja entre mar y montaña, que tiene tres mil quinientos kilómetros de largo, que comienza en el norte con el desierto y termina en el sur con los hielos del polo, con el océano al oeste y la cordillera de los Andes al este, que la separan, al igual que el polo y el desierto, del resto del mundo, al que anhela unirse, no sólo en el concierto deportivo, sino también en la búsqueda de la verdad y de la justicia, que no es la que los comunistas locales auspician, pero tampoco la que trata de darle la actual clase dirigente. *** Pizzinelli era redactor político y viajero consumado, de orientación izquierdista. Antes de arribar a Chile no había escrito una sola línea de fútbol, y se especializaba, como muchos italianos en su tiempo, en hacer descripciones costumbristas a partir del neorrealismo y sus crudas presentaciones de la pobreza, lo cual resultó evidente en aquellos párrafos llenos de crítica social, más bien un golpe a los políticos de turno que a la población, como lo hizo notar en la última idea. Bien pudo deducir las conclusiones de su polémico texto antes de poner los pies en Santiago, aunque algunas de las cosas que escribió no eran del todo inexactas. Lo único claro es que se le pasó la mano y la reacción airada del periodismo chileno hizo el resto. En resumidas cuentas: Pizzinelli sostenía que la capital estaba infestada de callampas y que sus mujeres eran todas prostitutas. Lo demás se perdió en el escándalo. Gianni Brera, quizás el más influyente periodista deportivo italiano de todos los tiempos, impulsor del catenaccio, advirtió algunos años después que en “la dramática aventura chilena” había


16 responsabilidades compartidas entre dirigentes, jugadores y técnicos, cuyos errores quedaron al desnudo ante los despachos periodísticos de sus colegas. “Para mayor infortunio (y descaro) dos enviados de diarios italianos precedieron a la escuadra y describieron a Chile como un país pobre y desgraciado país, lleno de prostitutas menores de edad y de disfunciones crónicas. Los chilenos estaban sorteados en nuestro grupo: estas premisas les permitieron llamar a una tremenda campaña contra los italianos, tan propensos a ver la mota en el ojo ajeno y no la viga en el propio”, destacó en su libro Il Calcio Azzurro ai Mondiali. Ante el odio creciente contra todo lo que oliera a italiano en Chile, la Squadra Azzurra y la colonia residente intentaron desligarse de las ofensas. Artemio Franchi, como jefe de la delegación, citó a una conferencia de prensa para el sábado 26 en la tarde, de la que participó Otorino Berassi, agregado cultural de la embajada de Italia en Santiago. “Yo no tengo nada que ver con los periodistas y ellos son libres de escribir lo que quieran. No todos tienen la cabeza bien puesta y éste es el resultado. Sin embargo, y comprendiendo el ánimo de los periodistas chilenos en estos momentos, yo les pido no dramatizar”, dijo Berassi. Franchi se manifestó “en completo acuerdo” con tales palabras y se mostró aún esperanzado con un final feliz: “La organización del campeonato ha sido perfecta. Nuestra estada en Chile será inolvidable e independientemente del resultado deportivo será un recuerdo que llevaremos con nosotros toda la vida. Estamos seguros de que estas declaraciones serán apreciadas en su justo valor”. El grupo dirigido por Fernando Riera prefirió mantenerse al margen de la discusión y centró todo su discurso en el duelo inaugural frente a Suiza. Los italianos, en cambio, ya se habían desviado del partido contra Alemania. El 29 de mayo apareció una inserción de la colectividad italiana en los medios capitalinos, en la que repudiaba “enérgicamente las calumnias y ofensas” e invitaba a la opinión pública chilena “a que, en su legítima reacción, haga la


17 debida y necesaria distinción entre las palabras de un periodista y los sentimientos del pueblo italiano que siempre ha tenido para el pueblo chileno, de respeto, admiración y simpatía, comprobados a través de tantos años de tradicional y sincera amistad”. Los azzurri ya no podían ocultar su nerviosismo y siguieron usando flores como instrumento de pacificación. A las diez de la mañana con diez minutos del miércoles 30 de mayo Artemio Franchi y los arqueros Lorenzo Buffon y Carlo Mattrel hicieron una ofrenda floral ante el monumento de Arturo Prat y los héroes de Iquique, obra del escultor José Caroca Laflor e inaugurado sólo dos días antes a un costado del río Mapocho. Ese día en La Stampa, de Turín, el enviado Francesco Rosso sintetizó el sentimiento que a esa altura embargaba a los representantes de Italia en el certamen. “Una barrera de antipatía futbolística entre los azzurri y los deportistas chilenos”, fue el título de su nota, en la que explicó que los artículos de sus colegas, “crudamente verdaderos sobre una particular realidad chilena, y la reacción de los componentes del seleccionado italiano a las pullas sobre su composición foránea, contribuyeron a esta impopularidad”, para luego sentenciar que “los chilenos son nacionalistas exasperados y subrayar sus defectos les provoca un amargo resentimiento”. Los resultados de los primeros partidos no hicieron más que alimentar el deseo de pasarles por encima a los italianos. Chile superó por 3-1 a Suiza, con dos goles de Leonel Sánchez y uno de Jaime Ramírez. El arbitraje corrió por cuenta del inglés Kenneth George Aston, quien así, a través de una conducción pulcra del duelo, lavó su imagen ante los jugadores chilenos, que se sintieron ultrajados por sus cobros en un amistoso previo en Dublín, el 30 de marzo de 1960, que terminó con victoria para Irlanda del Norte por 2-0. Al día siguiente, Alemania e Italia brindaron un auténtico festival de puntapiés, juego sucio e ímpetu desmedido en el Estadio Nacional. “Faltaron goles; sobraron patadas”, dijo la revista Gol y Gol de aquel empate a cero, en el que el árbitro


18 escocés Robert Davidson tuvo un pobre desempeño al ser incapaz de impedir los golpes que se repartieron por lado y lado. Al final, lo previsible: recriminaciones mutuas entre germanos e itálicos por los excesos. En su edición del 1 de junio, El Mercurio habló de “un match violento y un score justo”, en el que la entrada al campo del equipo italiano “fue recibida con algunos silbidos, producto de los relacionadores públicos que algunos días atrás enviaron venenosos despachos a sus diarios”. Los jugadores de Italia entraron con claveles en sus manos y los repartieron entre la concurrencia. Las flores fueron devueltas a la pista de atletismo en las tribunas populares. Siam pronti alla morte Un cigarrillo brilla pálidamente en la oscuridad e inmediatamente se encienda la luz en la pieza número tres. La escena tiene lugar en la escuela Capitán Ávalos, en la noche del 1 de junio de 1962. El que fumaba era Sívori y desde la cama, abriendo los ojos después de encender la lámpara, Maldini le preguntó “¿qué haces a esta hora, estás loco?”. La respuesta de Sívori despertó al ítalo-brasileño José Altafini, que completaba el trío en la habitación. “¿Y qué? Podemos estar en pie toda la noche porque mañana no jugamos”, dijo Sívori, “vengan a escuchar, pero despacio, que el piso de madera cruje”. En la primera planta estaban reunidos los técnicos Paolo Mazza y Giovanni Ferrari. Mazza era presidente del club Spal Calcio, entonces en la Serie A del fútbol italiano. El nombre de Ferrari, mítico campeón mundial como jugador en las copas de 1934 y 1938, las copas de Mussolini, estaba ligado a la Juventus. Parapetados detrás de una escalera, Maldini, Sívori y Altafini también escucharon otras dos voces. La de los enviados especiales Rizieri Grandi, de Il Messaggero, y Gianni Brera, de Il Giorno y Guerin Sportivo, de acuerdo al testimonio prestado años después por Maldini. El caso es que en la mesa hablaban junto a los


19 entrenadores sobre la formación que presentaría Italia frente a Chile al día siguiente. Para el histórico jugador del Milan, padre de Paolo Maldini, el tono de los periodistas parecía un poco imperativo, aunque no se atrevió a decir si se trataba de una participación activa en el rearme de la oncena azzurra o de un mero afán de informarse para escribirlo después en sus despachos. Estos detalles fueron relatados por Cesare Maldini en una entrevista a la televisión italiana y recogidos en una crónica del diario La Repubblica, el 23 de mayo de 1986 (“Chile como enemigo”, de Aldo Pacor). Es la parte menos conocida de la Batalla de Santiago en Chile, donde la historia se simplificó en una provocación y en unos golpes por aquí y por allá. Italia, sin embargo, alentó su propia confusión. Los azzurri llevaban varios años enredados con la nazionale cuando se encontraron con el nuevo desafío mundialista en 1962. Sus problemas quizás comenzaron con la tragedia en 1949 del Grande Torino, un equipo que daba espectáculo y que tenía diez jugadores en la selección italiana. Muchos creen que la caída de ese avión en Bolonia cambió la historia del fútbol, porque esa calamidad está asociada al nacimiento del catenaccio. Sin los virtuosos jugadores del Torino, Italia empezó a buscar un nuevo estilo y con el tiempo apareció la adaptación del famoso cerrojo suizo por parte de Nereo Rocco, quien de hecho estuvo pujando hasta última hora para embarcarse a Chile como allenatore. Cuenta Maldini al respecto: “Sucedió un hecho extraño, difícil de olvidar. De aquel viaje es la cosa que más me impresionó. Antes de la partida, en el Milan me habían entregado un paquete para entregárselo a Rocco. Había dentro unos dólares y algunas cartas. Il Paron andaba en Brasil en busca de un extranjero para llevarlo a Milán. Consiguió a Germano, un atacante de color que después se casó con la condesa Augusta. No fue un buen negocio. Cuando aterrizamos en San Paolo, Rocco estaba allá, bajo un cartel en medio de la pista. Salieron primero los que se bajaban en la escala técnica y se me vino encima de repente. Le di el


20 paquete y ni siquiera lo guardó”. Aquí se produce una conversación casi ridícula entre el director técnico del Milan y su pupilo, a horas del arribo a Santiago. -¿Y entonces? –dice Rocco. -No sé, no he mirado dentro –responde Maldini apuntando el paquete entre las manos de su jefe. -Sí, está bien, ¿pero entonces? ¿Entonces qué? ¿Nadie ha dicho nada? -No sé nada, señor Rocco, ¿qué cosa? -¿Entonces voy con ustedes? ¿Soy el entrenador? Esa escena, según Maldini, fue una de las más difíciles en su carrera futbolística. No sabía qué decirle a Rocco, a quien los dirigentes le habían insinuado que a último momento se haría cargo de la selección para el Mundial de Chile. Las dudas, por cierto, partieron varios meses antes, cuando la federacalcio decidió constituir el Sector de Selecciones Nacionales, a cargo de Mino Spadacini, presidente del AC Milan, de quien dependería una comisión técnica en la que además de Mazza y Ferrari debía participar Helenio Herrera, entrenador del Inter de Milán. El triunvirato en cuestión tenía que hacerse cargo de la expedición a Chile, sin medirse en gastos y tanto menos en roles, con un poco de megalomanía y mucha confusión. El mítico HH, el Mago, se mostró indolente ante la posibilidad de negociar sus decisiones con Mazza y Ferrari, así que obtuvo una concesión de los dirigentes: Ferrari tomaría el equipo en una etapa preliminar, Mazza se haría cargo de los meses previos al Mundial y Herrera aterrizaría con plenos poderes en Santiago, convertido en amo y señor de la banca azzurra. El pretencioso proyecto se encontró con un tremendo obstáculo cuando, en febrero de 1962, tres jugadores de Inter dieron positivo por uso de estimulantes. Herrera se vio forzado a renunciar a la comisión y, por ende, estuvo momentáneamente fuera de la Copa Jules Rimet (pocos días después lo llamaron de España para que dirigiera a su selección en la sede de Viña del


21 Mar). Aunque Spadacini pensó que el puesto de Helenio debía asumirlo Rocco, y la mantuvo casi hasta el final, en la práctica Italia quedó bajo el comando de la dupla Ferrari-Mazza. Los que prepararon el camino también tendrían que terminarlo. Primero organizaron un retiro para concentrar al equipo en la localidad de San Pellegrino, a setenta kilómetros de Milán. Ahí, en las semanas previas del viaje a Chile, los jugadores tuvieron libertades inesperadas para dicha fase de alistamiento, ya que Ferrari viajaba todas las noches a Milán y Mazza vivía mucho más lejos, en la ciudad de Ferrara, y no podía estar todos los días con el equipo. A nadie podía hacerle mal un poco de dolce vita. Los técnicos planeaban jugar en Chile con dos selecciones, que se alternarían de acuerdo al rival que tuvieran enfrente. Altafini, por ejemplo, en Florencia salvó a Italia A de la derrota con dos goles providenciales el 5 de mayo de 1962 ante Francia, que jugó mejor y mereció ganar, y el día después Italia B se dio un paseo en Bari ante su similar de Hungría, con gran actuación del ala táctica Giacomo Bulgarelli. La elección de los aleros, justamente, no era un tema menor en la cabeza de Ferrari y Mazza, quienes aún no decidían el esquema de juego: con volantes de corte más ofensivo que corrieran por las orillas o sumando un centrocampista más destructivo en esa zona. En el último amistoso antes de volar hacia Sudamérica, el 13 de mayo en Bruselas, estas indecisiones hicieron más noticia que el debut internacional del joven Gianni Rivera. Como en aquel duelo contra Bélgica estuvo presente en las gradas el seleccionador alemán Sepp Herberger, los estrategas italianos quisieron engañarlo con la alineación del puntero Bruno Mora por la derecha, para después usar en ese puesto contra Alemania a Giorgio Ferrini, de menor vocación ofensiva. El ya mencionado periodista Gianni Brera, al encontrarse con Mino Spadacini en el hall del hotel en Bruselas, le hizo una pesada advertencia. “Tengan a la mano los paraguas. Si ponen a Mora y pierden este partido, se les vendrá encima una avalancha de insultos”, le dijo el redactor de Il Giorno y Guerin Sportivo. Esa


22 opinión al parecer cambió los planes de Italia, ya que entró Ferrini y el equipo venció por 3-1. El encuentro contra los belgas dejó lesionado al volante Giovanni Trapattoni, quien luego viajaría a Chile y se quedaría sin jugar por este problema, y también reafirmó el miedo del crack Sívori por los aviones: pidió viajar en tren a la capital de Bélgica, con el compromiso de que podría retornar por el mismo camino si Italia lograba la victoria, como ocurrió. La duda entre Ferrini y Mora tuvo un curioso desenlace en Santiago. Ferrari y Mazza resolvieron confabularse de todos modos contra el Mago Herberger: meter a Mora contra Alemania. Esto dejaba en claro que los técnicos italianos estaban obsesionados con ganar ellos primero los partidos, pero el mismo día del encuentro contra los germanos Mora se les perdió de vista en la base militar de El Bosque y cuando lo hallaron, minutos antes de tomar el bus hacia el Estadio Nacional, optaron por dejar fuera al delantero de Juventus y mantuvieron a Ferrini entre los titulares. Así que los once del debut en la Copa Jules Rimet de 1962 fueron Lorenzo Buffon (Inter), al arco; Giacomo Losi (Roma) y Enzo Robotti (Fiorentina), en la defensa; Sandro Salvadore (Milan), Cesare Maldini (Milan) y Luigi Radice (Milan), en el medio; Gianni Rivera (Milan), Giorgio Ferrini (Torino), José Altafini (Milan), Enrique Sívori (Juventus) y Giampaolo Menichelli (Roma), en ataque. Se creía que este era el mejor equipo que podía presentar Italia en el Mundial, aunque se trabó en la lucha cuerpo a cuerpo con los alemanes. El deseo de pasar gato por liebre, sin embargo, perduró en el cerebro de Ferrari y Mazza, que ya tenían listo el plan para embaucar a Fernando Riera, su colega chileno. Maldini fue uno de los mejores en el estreno, apenas por encima de Rivera y Sívori, que también se destacaron por sus dotes futbolísticas en medio de la guerra declarada contra Alemania. Mazza era el más empecinado con la idea de cambiarle las reglas del juego a Chile y, por lo visto, se salió con la suya. Incluso le propuso a Ferrari sacar del arco al experimentado Buffon, 32 años, y cederle su lugar al


23 joven Carlo Mattrel, 22 años. Había que confundir a los chilenos a como diera lugar, pero al final tuvieron que enfrentar un problema obvio: los más confundidos resultaron sus propios jugadores. “El partido era el 2 de junio. En la mañana festejamos el Día de la República y cuando izábamos la bandera se cruzaron miradas perplejas, incrédulas, interrogativas. Hablamos un poco de eso con algunos compañeros en la víspera, pero después nos dedicamos a espiar cada indicio para saber qué iba a pasar. Incluso fuimos a ver el bolso con la indumentaria de juego y parecía todo normal. No entendíamos nada. La confirmación de mi suerte la tuve solamente al momento del informe táctico. Entré a la sala, le eché un ojo a la pizarra y vi que en mi posición no estaba el número 5, pero sí el 17, que era el de Janich. Nos explicaron que en esa circunstancia valían tanto los titulares como los reservas y que por lo tanto lo mejor era rotar. Por eso cambiaron siete de once hombres. Una explicación ilógica, inaceptable, pero ninguno reclamó. Solo Altafini, pero él era un loco, e inventó un número de los suyos”, diría después Cesare Maldini. Altafini, en efecto, encaró a Paolo Mazza a la entrada del comedor. “Pero cómo, quedé afuera justo ahora que estoy en forma como nunca, ahora que me siento un león”, le dijo el ítalobrasileño del Milan, y mientras le hablaba a su entrenador hacía filigranas y goles con una pelota imaginaria. La bufonada altafinesca tuvo su efecto en Mazza, que minutos después se acercó a Ferrari y lo convenció de cancelar el ingreso de Angelo Sormani y mantener a Altafini en la formación estelar. Así que finalmente hubo seis cambios en Italia para enfrentar a Chile: Carlo Mattrel por Lorenzo Buffon, Mario David por Giacomo Losi, Paride Tumburus por Luigi Radice, Francesco Janich por Cesare Maldini, Bruno Mora por Gianni Rivera y Humberto Maschio por Enrique Sívori. Había llegado la hora de los duros en la escuadra azzurra. Rivera, Sívori y Maldini eran demasiado elegantes y menos combativos que sus reemplazantes. De eso al menos estaban seguros Ferrari y Mazza. De Sívori, el ídolo, se


24 presumía un exceso de individualismo y además se le acusaba internamente de haberse farreado una oportunidad de gol fabulosa ante Alemania. Maschio, en cambio, tenía la virtud de poder jugar más retrasado en el campo si los técnicos lo requerían. Tales fueron las teorías que sostuvieron en sus anuncios del partido los enviados especiales Gianni Brera y Rizieri Grandi, los mismos que en la noche previa charlaron hasta tarde con los técnicos de Italia. ¿Les habían impuesto el equipo a los estrategas? Eso nunca se supo, aunque es claro que tuvieron ocasión de ofrecer sus puntos de vista y luego escribir sobre ello, cosa que no ocurrió con la mayoría, que defendió a los más hábiles y adelantó que habría muy pocos cambios para el segundo cotejo oficial en Santiago. En medio de la tensión ambiental, a última hora sir Stanley Rous, presidente de la FIFA y del Comité de Árbitros de la Copa Jules Rimet, decidió cambiar al árbitro de Chile-Italia. El vasco Juan Gardeazábal, designado en el sorteo del 25 de mayo, parecía el hombre indicado para la disputa: llegó a Santiago para dirigir en su segundo Mundial, después de una buena experiencia en Suecia 1958, donde le arbitró en dos victorias a la Francia de Just Fontaine, 7-3 a Paraguay y 4-0 a Irlanda del Norte, y tuvo tres apariciones como guardalíneas, incluyendo la final entre Brasil y los dueños de casa. En la cita de 1962, Gardeazábal fue el referí del choque entre Argentina y Bulgaria en Rancagua, que terminó 1-0 a favor de los sudamericanos. La modificación se produjo a raíz de un reclamo de Artemio Franchi, el jerarca de la delegación italiana, quien protestó por la figuración de dos guardalíneas chilenos para el tercer partido de Italia, contra Suiza. Rous aceptó la petición, pero también aprovechó de incluir el nombre de Ken Aston en la movida, que venía de arbitrarles a los chilenos en el debut frente a los helvéticos. Aston estaba programado para dirigir el 3 de junio el duelo entre Hungría y Bulgaria, pero fue relevado en su calidad de inglés, ya que la selección de su país completaba la sede de


25 Rancagua junto a Argentina. Así que Rous sacó a Gardeazábal y le cedió su mandato al bueno de Aston. Nacido el 1 de septiembre de 1915 en Colchester, Inglaterra, Aston fue el referí de la final de la Copa Europa entre Unión Soviética y Yugoslavia, en 1960, cotejo disputado en Roma, cuyo título se adjudicaron los rusos al vencer por 2-1. Era un buen antecedente, aunque Rous de seguro tenía más confianza en él porque participó activamente en la Segunda Guerra Mundial, primero con la Real Fuerza Aérea y luego con la Real Artillería, y llegó hasta el grado de teniente coronel. Si alguien no iba a dejarse intimidar por el clima previo del partido Chile-Italia, ése debía ser Ken Aston, a quien los jugadores locales ya conocían por el famoso arbitraje en Dublín y luego por su reivindicación en el duelo contra los suizos. Rous reunió aquella mañana del 2 de junio de 1962 en el hotel Carrera al Comité de Árbitros y a todos los jueces de la sede de Santiago para pedirles que le pusieran límite a la violencia que comenzaba a manifestarse en el torneo. A míster Aston, de cuerpo presente, le recomendó especialmente que castigara con mano de hierro a los jugadores que se excedieran esa tarde en el Estadio Nacional. Sus guardalíneas serían el mexicano Fernando Buergo y el israelí Leo Goldstein. El 2 de junio el pueblo italiano celebra el Día de la República, en recuerdo del referendo de 1946, en el que se votó por dicho sistema de gobierno en perjuicio de la monarquía de la Casa de Savoya. Dieciséis años después, en la Escuela de Aviación Capitán Ávalos, los integrantes de la Squadra Azzurra esperaban con nerviosismo el crucial duelo ante Chile. En la mañana festejaron sobriamente el aniversario patrio. Fue izada la bandera, il Tricolore, y se cantó el Fratelli d’Italia, el himno nacional, cuyos últimos versos quedaron vibrando en las conciencias. Siam pronti alla morte, l’Italia chiamò. Estén listos para la muerte, Italia llamó. Luego hubo un breve discurso del embajador y los


26 futbolistas volvieron a sus preocupaciones precompetitivas. Giovanni Ferrari les dio a conocer el nombre de los once que entrarían jugando minutos antes de subir al bus que los trasladó hacia el Estadio Nacional. A la una y media de la tarde ya estaban instalados en su camarín. La inquietud de la selección chilena en las horas previas pasaba fundamentalmente por la formación que presentaría Italia, que, según las declaraciones de Ferrari, estaba jugando a las escondidas. “No hay hombres claves en nuestro equipo. Eso se vio en el juego contra Alemania. Algunos de los jugadores de quienes esperábamos mucho no jugaron bien”, insinuaba Ferrari en la prensa de ese día. La prensa europea, entretanto, presentía un tranquilo triunfo de Italia. Citado por El Mercurio, el enviado especial francés Phillippe Rethaker, de L’Equipe, apostaba por la capacidad de las estrellas del calcio. “Muchos observadores piensan que este equipo, superior atléticamente y dotado de personalidades de primer plano como Rivera, Sívori y Maldini, se impondrá fácilmente a Chile”, sostuvo Rethaker. La formación italiana, sin embargo, sorprendería a todo el mundo. El largo brazo de Leonel Sábado 2 de junio de 1962, 15 horas Séptimo Campeonato Mundial de Fútbol Copa Jules Rimet Chile 2, Italia 0 (Grupo 2) Estadio Nacional de Santiago. Árbitro: Kenneth Aston (Inglaterra). Guardalíneas: Fernando Buergo (México) y Leo Goldstein (Israel). Público: 66.057 espectadores. Chile: Escuti; Eyzaguirre, R. Sánchez, Navarro; Rojas, Contreras; Ramírez, Toro, Landa, Fouillioux y L. Sánchez. DT: Fernando Riera. Italia: Mattrel; David, Salvadore, Robotti; Tumburus, Janich; Mora, Maschio, Altafini, Ferrini y Menichelli. DT: Paolo Mazza.


27 Goles: 1-0: a los 74 minutos, Jaime Ramírez. 2-0: a los 87 minutos, Jorge Toro A las catorce horas con cincuenta y dos minutos, en el túnel de acceso sur, los jugadores chilenos se enteraron recién de los la alineación italiana, mientras hacía abandono de la cancha la Escuela de Infantería de San Bernardo, que interpretó los himnos nacionales de ambos países. Un helicóptero sobrevolaba el estadio y empezó a correrse la voz rápidamente: no iban a jugar Rivera, ni Sívori ni Maldini. Los hombres de Riera, ahí en el túnel, aleonándose unos con otros como siempre en estos casos, recibieron la noticia como un regalo del cielo, de acuerdo a la versión de Jorge Toro: “Ahí nos bajó la confianza. Estábamos seguros de que íbamos a ganar, porque eran sus mejores jugadores los que se quedaban afuera. No sé por qué no entraron. Quizás pensaron que podían sacarnos un empate y que necesitaban a los mejores para ganarle después a Suiza. Nunca lo entendí, pero ahí como que se eliminaron solos”. Los equipos entraron un minuto más tarde al campo de juego, en forma simultánea. Los once de Italia se esparcieron por el sector norte, nuevamente con claveles blancos en sus manos, y el público nuevamente se los devolvió. Había tensión en el ambiente y se notó cuando los capitanes Sergio Navarro y Bruno Mora intercambiaron los banderines en el sorteo de lado. Un frío apretón de manos precedió a la ceremonia. Mora ganó el sorteo y eligió partir en el arco norte. Chile debía mover la pelota, atacando de sur a norte en el primer tiempo. El pitazo inicial del árbitro Ken Aston sonó cuando el reloj marcaba pocos segundos pasadas las quince horas, las tres de la tarde en Santiago de Chile, las ocho de la noche en Italia. Honorino Landa tocó para Alberto Fouillioux y comenzaron los golpes: esa primera jugada terminó con un empujón de Leonel Sánchez contra Mora. En la primera acción de riesgo, un centro de Menichelli


28 probó las manos de Misael Escuti, a los tres minutos. Luego fue el turno de Altafini con un zurdazo. El meta de Colo Colo respondió sin complicarse en ambas atajadas. En la jugada siguiente, el primer problema para Aston: tras una falta contra Luis Eyzaguirre casi en la mitad de la cancha, Maschio y Sánchez se trenzaron en una discusión por la posición de la pelota para ejecutar el tiro libre. Leonel quería ganar unos metros para poder probar suerte con un remate al arco. El árbitro se acercó y le dio la razón al italiano. El zurdo de Universidad de Chile, picado, le gritó en la cara a Maschio. “Vos estás equivocado. Argentina juega en Rancagua, ándate para allá”, lo increpó, con una grosería al final de la frase. El tiro posterior de Sánchez iba al arco, pero le salió muy mal, a los pies de un adversario. El rebote le cayó otra vez a Sánchez, quien justo quedó frente a frente con Maschio. El ítaloargentino derribó al chileno, quien le contestó desde el suelo y también lo hizo caer, justo para que Rojas en una acción normal, le pasara por encima. Maschio le tiró una patada desde atrás al jugador de Everton, éste se devolvió con intención de encararlo y recibió otro puntapié, esta vez disuasivo. El azzurro puso las manos en posición de boxeo, por si acaso, y se armó el tumulto. Mientras Aston trataba de proteger a Maschio de los deseos de venganza, a su derecha Sánchez tuvo un nuevo entrevero: el número 18 de Italia, Mario David, llegó desde atrás, le dijo algo al pasar y le tiró un manotazo al chileno. Leonel aprovechó para tirarse al piso con la ambición de que Aston le pasara la cuenta después a David. Éste fue, en realidad, el origen de la pelea entre el 11 de Chile y su marcador, al quinto minuto de juego. David, resguardado por sus compañeros, se alejó por si acaso de la escena bajo las amenazas de Honorino Landa, quien trató de pegarle un puntete sin éxito. Tuvo que entrar el guardalíneas Fernando Buergo para ayudar a separar, instante en que Sánchez se paró y le mostró la cara al árbitro, quien desestimó la acusación sin pensarlo.


29 El juego se reanudó a los seis, con otro lanzamiento mal ejecutado de Sánchez. Sobre la misma, tras un intento de Jaime Ramírez por la derecha, la zaga europea despejó el balón hacia el campo chileno, donde Carlos Contreras retomó la posesión con un pase para Raúl Sánchez. El central wanderino tocó para Jorge Toro, quien perdió ante la marca de Sandro Salvadore. Al querer recuperar la pelota, Toro le hizo una falta por detrás a Giorgio Ferrini, quien se dio vuelta y contestó automáticamente con un vistoso patadón, sin golpear del todo la humanidad de Toro pero que bastaba para que Aston, a cinco metros, tomara la decisión de expulsarlo inmediatamente del campo. De hecho, la primera reacción del inglés fue sacar a Ferrini del campo y ante la resistencia del italiano empezó a pedir la ayuda de los carabineros al borde de la cancha. Ferrini estaba fuera, pero antes de que Aston siquiera se pronunciara, Leonel se acercó por detrás a Maschio y lo golpeó con el puño en el rostro. Aston, a tres metros, justo miraba para otro lado. En la confusión posterior, los italianos presionaron al referí para que castigara la agresión de Sánchez. Mora, el capitán, prácticamente empujó a Aston para que se acercara a Maschio, cuya nariz sangraba por una fractura, resultado que arrojarían después los exámenes de rigor. Luego de parlamentar unos segundos, el británico insistió en la salida de Ferrini, apoyándose en el refuerzo policial. A esa altura, a los diez minutos, había unas cincuenta personas en el rectángulo de juego, incluyendo carabineros y fotógrafos. Mora le insistió tanto a Aston sobre Sánchez que éste al final, y sólo tras el abandono de Ferrini, accedió a preguntarles a sus asistentes sobre el incidente. Llamó primero al israelí Leo Goldstein para saber si había visto algún acto antirreglamentario. Respuesta: nada. Y luego se acercó al mexicano Buergo: nada. El fútbol se reanudó ocho minutos después, a los catorce, con un pase de Rojas para Toro en la mitad de la cancha. Por decisión de la dupla técnica italiana, Maschio y Mora abandonaron sus puestos en al ataque, con la misión de colaborar en funciones


30 defensivas. A los dieciséis, nueva detención: foul de Maschio a Toro, el primero de una larga serie de infracciones en contra del hábil jugador chileno. El colocolino Toro se levantó del piso rengueando, un minuto después, para volver a sufrir la dureza de sus marcadores. Salvadore y Mora lo repasaron en escaramuzas sucesivas, por si había dudas. Luego se produjo el segundo encuentro entre Leonel Sánchez y Mario David, a los veintidós minutos, cuando el defensor italiano le cometió una falta y se molestó cuando el chileno empezó a cojear, denunciando su teatro. Después, a los veinticinco, al menos una muestra de caballerosidad: Mora entró hasta el área chica con la pelota y Escuti se le lanzó a los pies, bien apoyado por Contreras, de tal modo que Mora alcanzó a golpearlo en la cabeza, pero el golero local se incorporó en medio del dolor y saludó amistosamente a su agresor. Hubo aplausos para el meta de Colo Colo. A los veintiocho, sin embargo, Sánchez y David siguieron con su obsequioso intercambio. Hubo un golpe sin pelota de David contra el zurdo chileno. Lo vio el guardalíneas Buergo y se lo comunicó al árbitro principal, pero Aston sólo amonestó verbalmente al zaguero europeo y cobró tiro libre para Chile, desperdiciado rápidamente por Toro. Ya era la cuarta vez que David atacaba a Sánchez, ya que segundos antes, en una acción intrascendente, le dio un leve golpe en la boca del estómago que no fue advertida por el árbitro. Como no le dolió mucho, el agredido tampoco hizo demasiado aspaviento. El público no estaba conforme con el partido y lo hacía sentir con pifias desde la tribuna. Los italianos, con un jugador menos desde el comienzo, sólo atinaban a defenderse, con marcaciones especiales para Jorge Toro (Humberto Maschio), Honorino Landa (Francesco Janich), Alberto Fouillioux (Paride Tumburus), Leonel Sánchez (Mario David) y Jaime Ramírez (Enzo Robotti). Toro, convertido en conductor de Chile, recibió un duro castigo por sus desplantes con el balón. De hecho, no hubo ocasiones de gol en el resto del primer lapso, pero sí más combates


31 cuerpo a cuerpo. Lo más cerca del gol que estuvo el equipo de Riera fue en un centro de Leonel, tras una habilitación de Pluto Contreras, al que no alcanzó a llegar Alberto Fouillioux, a los treinta y cinco minutos. Por el contrario, la jugada siguiente, Altafini cabeceó solo en el área chica ante la mirada impávida de los centrales chilenos, tras un centro de Mora desde la izquierda. Escuti sólo pudo seguir la trayectoria del balón, desviado increíblemente por el oriundo. El mítico puñetazo de Sánchez a David ocurrió a los 41 minutos, a un par de metros del banderín del córner y del linesman Fernando Buergo. Aston tampoco estaba demasiado lejos, unos quince metros. Después de recibir de Navarro, Leonel quedó sin espacios, con el italiano a su espalda, y perdió pie al tratar de proteger la pelota. Al caer ésta le quedó entre las piernas, a la altura de las rodillas. Esto era lo que David estaba esperando desde hacía rato, la posibilidad de golpearlo con balón de por medio, así que le dio dos puntapiés en su pierna derecha. Buergo levantó su bandera de inmediato para advertir la falta del italiano, momento en que Sánchez procedió a tomar la justicia con su puño izquierdo, que hizo blanco en el rostro de David. Los primeros en llegar al sitio del suceso fueron Francesco Janich y Navarro. El primero para encarar a Sánchez y el segundo para apaciguar. Ahí el 11 de Chile se dio cuenta de la gravedad de su error y, por si acaso, comenzó a cojear. Aston dilató su pronunciamiento impidiendo que los enfurecidos italianos se acercaran más a Leonel. En ese momento también terció en la escena la figura de un personaje peculiar en la historia del Mundial: el informador de cancha Carlos Barrenechea, apodado el Raty, cuya misión resultó muy ingrata en dichas circunstancias. Él había sido contratado para informar al público presente en el estadio de las incidencias del juego. Le pagaron ciento cincuenta mil pesos por los diez encuentros. Si caía al piso un jugador lesionado, por ejemplo, debía correr hacia el campo, reconocer el número en su espalda, volver a toda carrera hacia el borde y levantar un cartel para


32 comunicar a la concurrencia la identidad del hombre lastimado. En ocasiones, si el caído estaba boca arriba, de modo que era imposible ver su dígito dorsal, se acercaba caballerosamente y hacía girar un poco al desgraciado para tomarle la patente. Es lo que hizo el Raty tras el golpe de Leonel. Levantó un poco al marcador italiano y en el trámite recibió los insultos de Janich y un severo empujón de Mora. Barrenechea, profesional, no hizo caso de la afrenta y corrió de vuelta hasta el borde para poner a todo el mundo al corriente de los hechos: el que estaba en el piso era el número 18 de Italia, Mario David. Luego Aston hizo el movimiento más fullero de su vida como árbitro, al preguntarle al oído al mexicano Buergo el pormenor de los hechos, regalándose así el muerto a su asistente. Con la historia ante su conciencia, y un posible linchamiento a su espalda, Buergo simplemente le devolvió la responsabilidad al británico. No había visto nada, le dijo. Entonces Aston pidió que sacaran a Sánchez para atenderlo de su lesión ficticia fuera del campo y concedió tiro libre a favor de Chile por falta de David. El juego se reanudó con el servicio de Fouillioux a las manos del arquero Carlo Mattrel. Enceguecido, David no tuvo que esperar mucho para tomarse una cruda venganza. Dos minutos después, tras dos córners seguidos a favor de Italia, Sánchez pretendió conducir con la cabeza una pelota intrascendente cerca de la zona defendida por Navarro, en la banda izquierda chilena y de frente a la tribuna oficial. El azzurro se acercó con furia por detrás y se le tiró encima a lo Bruce Lee. Le dio con la planta del pie en la nuca y Sánchez se desvaneció como un muñeco de papel. Fouillioux quiso increpar a David, pero Mora lo abrazó e intentó llevárselo de ahí. Sin embargo, Aston, muy cerca, tomó al agresor del hombro y lo sacó él mismo de la cancha. Después, en la confusión, el expulsado David quiso seguir en el campo, pero el referí se dio cuenta y lo fue a buscar a su zona para echarlo. En una retransmisión posterior del partido para Italia, el mítico relator Nando Martellini dijo que


33 las expulsiones de Ferrini y David podían “ser consideradas justas, pero la verdadera irregularidad del partido, lo absurdo, es la faltante expulsión de Leonel Sánchez, que fue el iniciador de toda la baruffa (zalagarda)”. Para David fue el tiro de gracia. El zaguero italiano explicaría después que Leonel Sánchez supo hacer su negocio para sacarlo del campo de juego. Sobre el golpe recibido, comentó que no se lo esperaba. “Yo estaba peleando la pelota cuando, de repente, sentí su puño en mi cara. Me sorprendió su velocidad para sacar la mano”, afirmó. Acerca de su expulsión, alegó después del encuentro que fue originada por una jugada sin mala intención: “Mi foul era un foul cualquiera. Entré con la pierna un poco alta, pero el chileno se agachó. Una falta involuntaria. Además que Sánchez me pegó antes con el puño. En aquella ocasión él debió ser expulsado”. La versión del número 11 de Chile no es muy distinta, en realidad. “David me pateó violentamente cuando yo estaba en el suelo, así que me vino algo de adentro, me paré y le pegué un combo. Él cayó y tuve suerte porque el árbitro no lo vio. Me salvé de ésa. Después, cuando él fue a desquitarse, yo sabía a lo que venía, así que cuando caí me quedé en el piso esperando que lo expulsaran. Mis compañeros se acercaron para preguntarme si me dolía, pero yo sólo quería saber si habían echado a David. No me enorgullezco de eso, pero en ese momento era muy importante para nosotros ganar el partido contra Italia. Y lo hicimos”, sería el sincero testimonio de Sánchez con el tiempo. La curiosa performance del delantero de la U fue destacada en una reseña de El Mercurio, en la que se realzó el carácter pugilístico de la contienda.

Instantánea del Mundial En esto del Mundial debe haberse producido un tremendo malentendido. A los italianos les dijeron que venían a un


34 campeonato de boxeo. Trajeron a sus mejores púgiles y, al llegar, los echaron a una cancha de fútbol, les dieron una pelota y les ordenaron que jugaran. De otra manera no se explica el desarrollo que tuvo el encuentro de ayer. Si ésa no es la explicación, quiere decir que en Italia se juega el fútbol a finish y que el último que queda parado gana el partido y se lleva la pelota. Por eso reaccionaban tanto contra el árbitro. Cuando caía un chileno, el británico Aston no cobraba, sino que paraba la pelea. De ese modo no se puede ganar por nócaut. Otro gran defraudado es el público. Le aseguraron que iba a ver el mejor fútbol del mundo y le vendieron abonos cotizados en dólares. Hubo muchos que dejaron de tomar en las tardes para ahorrar el dinero suficiente. Pagaron primero a mil pesos el dólar, después del reajuste hasta mil cuatrocientos, se aprendieron de memoria los nombres de los jugadores extranjeros, compraron banderines, consiguieron vacaciones en sus empleos o se acogieron a la medicina preventiva si el patrón no demostraba comprensión deportiva, y ahora le brindan esto: por causas menores estalló la Revolución Francesa. Los chilenos se pusieron de acuerdo antes del partido. Si había golpes, se los llevaría uno solo. Se hizo el sorteo y le tocó a Leonel Sánchez. Como él es hijo de boxeador, era de suponer que estuviera acostumbrado a la mano firme desde los días en que hacía la cimarra. Y Leonel cumplió. Aguantó de todo hasta que no quedaron más que nueve italianos en la cancha. Después salieron los goles, y la victoria y la clasificación. Pero el triunfo es suyo. O, por lo menos, la corona del martirio. Ahora, con Chile en los cuartos de finales, Leonel Sánchez espera a los yugoslavos que parecen ser también muy buenos para el uppercut de derecha. Esta instantánea tiene poco que ver con el fútbol, pero tampoco fue más futbolístico lo sucedido en el Estadio Nacional. Íbamos a ver a la escuadra azzurra y vimos en cambio la zurra. Lástima que haya sido en el Día Nacional de Italia.


35 *** Tras la salida de David, Italia reordenó sus filas para dejar solo en punta a Altafini. El resto se metió atrás para aguantar los ataques de Chile. Cuando ya se disputaban ocho minutos de descuento en el primer tiempo Salvadore casi anotó un autogol en un pase hacia atrás para Mattrel. y en el décimo minuto añadido Aston decretó la tregua. Los azzurri volvieron a rodearlo mientras caminaba hacia su camarín, entre insultos que en su condición de angloparlante prefería no entender. “Un árbitro estúpido y timorato” La escuadra visitante regresó al campo dos minutos antes que los anfitriones. La idea era apurar el reinicio del juego para que Chile mantuviera su propia confusión. Pese a estar en superioridad numérica, la oncena de Riera no tenía claridad cerca del área rival. El partido empezó a enfriarse en el segundo lapso. El cronómetro avanzaba sin acciones de riesgo en los arcos. A los quince minutos, falta de Maschio a Toro. A los veintinueve, para variar, Maschio volvió a derribar a Toro. Leonel Sánchez se colocó frente a la pelota, por el sector izquierdo. Salvo Escuti, que se quedó en su arco, Raúl Sánchez, custodio del solitario Altafini, y el propio Leonel, los chilenos se fueron todos hacia el área italiana. El zurdo de la U sirvió por elevación y el meta Carlo Mattrel, apurado por Nino Landa, se complicó más de la cuenta al rechazar con los puños. El balón salió en busca de la cabeza de Jaime Ramírez, a diez metros de la línea de gol, quien la cruzó suavemente por encima de Matrel, ante la mirada impotente de Salvadore y Robotti, cuyo salto no les bastó para desviar la bola. Landa y Fouillioux, que completaban el cuadro, fueron los primeros en abrazar a Ramírez por la apertura de la cuenta. Aston observó toda la escena a cinco metros de distancia.


36 Con la victoria en el bolsillo, Chile se soltó y comenzó a jugar mejor y los europeos se convirtieron en víctimas de la desesperación. A los treinta y un minutos le fue anulado un gol a Landa por posición de adelanto, tras pase de Toro. A los treinta y tres, un centro de Maschio que se iba largo fue desviado con la mano por Altafini, hacia el arco chileno, y Aston sancionó la infracción, pero Escuti estaba atento y atajó. A los treinta y cuatro, Toro devolvió uno de los tantos fouls que le cometieron y tomó a Mora por la cintura. Los dos perdieron el equilibrio y rodaron por el césped. Error: el italiano se enojó y le respondió con una serie de golpes de puño y pie. Todos los jugadores se agolparon en torno a los caídos. Chile ahí entendió que el duelo ya no daba para más y, haciendo rotar la pelota, se dedicó a evitar que Italia lograra acercarse a la valla de Escuti. A los cuarenta y tres minutos, sin embargo, Tito Fouillioux tomó las banderas y se adentró en territorio enemigo por la izquierda, cedió para Leonel y éste, tras avanzar otro trecho, le pasó el balón a Toro. El interior colocolino vio un callejón y buscó el área rival, pero antes de llegar prefirió probar puntería, desde treinta metros, y su remate se clavó abajo, en un rincón. El 2-0 sentenció dos cosas: la alegría de los chilenos por asegurar la clasificación para la siguiente ronda del torneo y la furia de los italianos por algo que ellos calificaron como un despojo, así que para nadie fue una sorpresa cuando, a los cuarenta y cuatro, Bruno Mora atacó a patadas a Luis Eyzaguirre y se armó de nuevo la zalagarda, lo que movió a Ken Aston, hastiado ya del espectáculo, a dar por terminado el partido. El árbitro se dio media vuelta y se fue caminando hacia el túnel de salida, de espalda a los empujones, las recriminaciones mutuas y el idioma universal de los insultos. El camarín italiano se convirtió automáticamente en una jaula de leones sedientos de venganza. El primero en comprobarlo fue el doctor chileno Sergio Reyes, contratado por la Comisión Organizadora para brindar los primeros auxilios en el Estadio


37 Nacional. Reyes se acercó a los azzurri y fue detenido en la puerta por Salvadore, el half del Milan, que tras una breve discusión terminó escupiéndolo en la cara, para luego completar la escena pisoteando el banderín que Navarro le había regalado antes del pleito a Mora. El delegado Luigi Scarambone también cayó en el gesto monocorde y decía de tanto en tanto “esto ha sido una corrida de toros”. Y Maschio, pese a su lesión facial, repetía a los gritos que “los periodistas italianos tenían la razón porque éstos son unos salvajes”. Mario Rastello, intérprete chileno de la delegación peninsular, trataba de calmar los ánimos y a la pasada comentó a la prensa que “lo que más les duele –a los italianos- es no haber podido demostrar lo que son capaces de jugar”. En la trinchera local, por el contrario, se habló más de los partidos siguientes que de Italia. Chile se había clasificado para los cuartos de final, donde debía enfrentarse con Yugoslavia o Unión Soviética, dependiendo de su resultado en la última fecha contra Alemania. Riera, en todo caso, aprovechó de manifestar sus dudas en torno a la actitud de los rivales. “Es sugestivo que Italia haya salido al campo sin sus mejores jugadores de fútbol, como son Sívori, Rivera y Maldini. Esto significa que ellos salieron a destruir juego de cualquier manera”, dijo el estratega local. Como era de esperarse, el periodismo italiano rezongó con furia incontrolada. El Corriere dello Sport, periódico deportivo con sede en Roma, al día siguiente definió el triunfo chileno como “un atraco en Santiago” y destacó que “el partido fue asesinado por un árbitro estúpido y timorato”. Tanto o más airada fue la reacción de Il Messaggero, también romano, que ese domingo 3 de junio resaltó en su primera página el despacho de Rizieri Grandi, su enviado especial, quien incluso exigía el regreso inmediato de la escuadra azzurra desde Chile.


38

Italia derrotada por Chile debido a las injusticias del árbitro Por Rizieri Grandi Il Messaggero

Lo que pasó ayer no honra al deporte, afecta el prestigio de árbitros internacionales y pone una sombra sobre la regularidad de una competencia que el mundo deportivo sigue con pasión. Rara vez un equipo invitado a un país amigo ha visto concentrarse en su contra tantos elementos negativos en los noventa minutos de juego como lo vieron ayer los futbolistas italianos: el público, el árbitro y los jugadores rivales. En el partido con Alemania, nuestro equipo ofreció al público ramilletes de flores y este gesto cortés fue recibido con burlas. Durante todo ese partido los italianos, comprometidos en un duro duelo contra los alemanes, fueron objeto de la abierta aversión de un público poco generoso y parcial. Que ese público olvidara ayer las normas de la hospitalidad e hiciera sentir su hostilidad es más que suficiente para afectar la organización mejor preparada. Pero hubo algo más: una escuadra de adversarios dispuestos a provocar, listos con insultos y agresiones, listos para golpear a los italianos a cualquier costo y a apelar a toda hora a la violencia física. Verdaderamente, los aficionados chilenos no tienen motivo para felicitarse ante el espectáculo que brindó su equipo, que se trenzó en una lucha cuerpo a cuerpo con sus adversarios. Cómplice voluntario de esos salvajes fue el árbitro, un inglés. No se sabe si lamentar más su incapacidad profesional o su evidente mala voluntad. Nunca se ha visto en la cancha un árbitro más parcial que éste, capaz de obligar a una selección de la Copa Mundial a jugar con sólo nueve hombres.


39 El juego incorrecto debe ser ciertamente castigado, pero no sólo en una dirección y con la voluntad de perjudicar a un equipo peligroso y sacarlo fuera del camino de los ingleses. Si la expulsión de los italianos era necesaria, no dos, sino cuatro o cinco de los chilenos debían haber sido expulsados de la cancha. Pero el referí no lo hizo así para favorecer al equipo local y ganar el favor del público chileno, con respecto al equipo inglés, que los aficionados deben ahora apoyar por motivos de gratitud. Uno hubiera pensado que las relaciones deportivas y humanas entre italianos y chilenos llegaron a su cumbre en 1960. Fue entonces que el equipo chileno, luego del terrible terremoto, fue huésped gratuito en la Villa Olímpica de Roma. Ésos fueron otros días. Ayer los espectadores aclamaron a sus jugadores, que realizaron la gran hazaña de derrotar a un equipo de nueve hombres, agradecieron a su aliado inglés que castigó severamente a los italianos y, con arbitrajes de esa especie, tienen el futuro asegurado. Pero el deporte no quedó satisfecho. En Chile los italianos vieron ofendido su sentido deportivo. No hallaron las garantías que un país competidor necesita en un torneo mundial y estuvieron sometidos a un arbitraje contrario a todo principio de justicia. Todo esto resulta insoportable y sería conveniente que el equipo italiano, en signo de protesta por las graves irregularidades a que fue sometido, volviese a su país. El buen nombre del deporte y la dignidad de nuestros deportistas así lo exigen. *** En la misma jornada, mientras Chile empezaba a contar sus bajas pensando en su próximo compromiso, Italia recibió un duro golpe a sus expectativas de clasificación. Alemania venció por 2-1 a Suiza y con ese resultado a los azzurri sólo les podía servir que los germanos perdieran en el duelo de cierre contra los chilenos, el 6 de junio, y ellos por su parte estaban obligados a vencer a Suiza


40 por una buena diferencia de goles. Lo malo era que italianos y suizos iban a disputar su cotejo el día jueves 7, de tal modo que el equipo de Ferrari y Mazza podía entrar eliminado a su último desafío. Entre los lesionados, Alberto Fouillioux quedó inmediatamente descartado del tercer encuentro de la selección chilena por un esguince de tobillo, producto del cual fue enyesado. Jorge Toro, por contusiones múltiples, quedaría en duda hasta el último minuto. Entretanto se alistaban para ser titulares Armando Tobar y Mario Moreno. El Comité de Árbitros, por su parte, informó en forma escueta que el inglés Ken Aston sufrió un estiramiento de su tendón de Aquiles, a los diez minutos del partido, y que probablemente no volvería a dirigir en el resto del certamen. Humberto Maschio, con su nariz rota y un esguince de tobillo, también estaba fuera de combate en Italia y de hecho permaneció todo el domingo en cama. Sus compañeros acudieron a misa en la mañana, oficiada por el capellán Piccini, quien les dijo que “en la vida también existe la contrariedad y es necesario saber superarla”. La FIFA analizó el informe de Aston y procedió a sancionar los castigos, tras repasar también la filmación de la jornada boxística. Giorgio Ferrini: un partido de suspensión. Mario David y Leonel Sánchez: amonestación por escrito y advertencia de que a la próxima no habría compasión. Los periodistas franceses, espectadores neutrales de un torneo para el que su selección no fue capaz de clasificarse, a esa altura ya estaban hartos del comidillo entre sus colegas chilenos e italianos en los salones del torneo, las miradas de odiosidad y el desprecio mutuo, actitudes en las que ellos nada tenían que ver pero debían soportarlas muy a su pesar, a veces como inesperados confidentes de una u otra parte. De modo que Phlippe Rethaker, de L’Equipe, tomó la iniciativa para formalizar un cónclave de avenimiento entre las bandas en conflicto. Se juntaron ese domingo en la tarde y asistieron veintidós apóstoles del periodismo. Once chilenos: Simón Stanic (presidente del Círculo de Periodistas


41 Deportivos de Chile), Darío Castagnoli (El Mercurio), Alberto Buccicardi (Diario Ilustrado), Mario Carneiro (La Tercera), José Gómez (Última Hora), Mario Díaz (Última Hora), Juan Las Heras (Radio Minería), Julio Martínez (Las Últimas Noticias), Sergio Livingstone (Radio José Miguel Carrera) Raúl Montecinos (Radio Corporación) y Omar Marchant (Radio Nuevo Mundo). Cinco italianos: Leone Bocali (Calcio Ilustrato), Martucci Donatto (Tuttocalcio), Rizieri Grandi (Il Messaggero), Atilio Camoriano (L’Unità) y Piero Guida (Il Messaggero). Y seis franceses: Jacques Ferran (L’Equipe), Jean Esquenazi (France Soir), Jean Lagoutte (Paris Liberè), Phillippe Rethaker (L’Equipe), Louis Mesmeur (Le Figaro) y H. Gaudchman (France Presse). La idea era que de una parte se evitaran nuevas provocaciones y, de la otra, se dejaran de hacer llamados en contra de la italianidad. El fuego se fue apagando a medida que los chilenos empezaron a soñar en grande con el Mundial. Italia era el pasado y una posible final contra Brasil ilusionaba al hincha. Las ofensas, por lo demás, habían sido lavadas con la doble victoria de Leonel Sánchez y compañía, con goles y puñetes, mientras que los azzurri sospechaban que la eliminación los esperaba a la vuelta de la esquina. La delegación decidió no asistir al duelo entre germanos y helvéticos. La mayoría se quedó en la concentración de El Bosque para ver el partido por televisión, y en la noche asistir a la recepción que dio la embajada italiana por la Fiesta de la República, postergada por el compromiso del día previo. Sólo el técnico Paolo Mazza salió de paseo y se fue a Rancagua para ver en acción a las selecciones de Hungría y Bulgaria. Minutos antes de salir, Mazza fue abordado por el periodista Nino Oppio, del Corriere della Sera, e insinuó que él y Ferrari subestimaron a Chile y optaron por una formación alternativa para darles descanso a los hombres que utilizarían en las fases decisivas del Mundial. “No teníamos ni una sola duda sobre la posibilidad de llegar a los cuartos de final. Yo estaba seguro de que nuestra escuadra de refresco batiría a los chilenos, que, como vieron ayer, se aliaron


42 con el árbitro. Habría bastado permanecer con diez jugadores para ganarles”, reconoció Mazza, que de este modo daba a entender su molestia con Mario David, el segundo expulsado de su equipo, con quien habló esa mañana. David le explicó que apenas entró en el campo tuvo la primera discusión con Sánchez y que éste lo escupió dos veces, en la cara y en la camiseta. El periodista le señaló a Mazza que David era un jugador que perdía los estribos con facilidad en su club, el Milan, y que eso se notó demasiado en el duelo contra Chile. El estratega le respondió que sabía de aquel ímpetu, pero esperaba que David cambiara al vestirse con la nazionale. Oppio también habló con Angelo Sormani, quien le confesó que a la una de la tarde del sábado los entrenadores le confirmaron que iba de titular frente a Chile y que quince minutos más tarde, al abordar el bus hacia el estadio, se le acercaron para informarle que su lugar en el campo sería ocupado por Altafini. “Lo acepté sin discutir, pero me desagradó mucho”, admitió Sormani, enojado especialmente porque su exclusión se debió al show que Altafini improvisó ante Mazza antes del almuerzo. Italiano, vete a casa Francisco Le Dantec, director de El Mercurio de Valparaíso, recibió la siguiente carta en su oficina el martes 5 de junio de 1962. La firma era de Antonio Ghirelli, quien procedía a lamentar las consecuencias del artículo que publicó quince días antes. Ilustre director: Le ruego que me perdone por escribirle, sin conocerlo y en una lengua para usted extranjera, mas espero que podrá comprender fácilmente el idioma italiano, e invoco su solidaridad de eminente colega.


43 Soy Antonio Ghirelli, uno de los dos periodistas italianos sobre los cuales la prensa y la radio chilena han volcado, en las últimas dos semanas, torrentes de injuria. Le pido por ello hospitalidad en su diario grande y ejemplar. En primer lugar debo explicarle por qué me he dirigido a El Mercurio en vez de hacerlo a otros diarios. Han sido la admirable corrección y la inflexible seriedad del periódico que usted dirige los factores que determinaron mi elección. Además, El Mercurio nació y es publicado en Valparaíso, es decir, en una zona de Chile que en estas semanas he aprendido a conocer, a apreciar, a amar. Enviado por mi diario para cubrir las informaciones de la subsede de Viña del Mar, he disfrutado de toda clase de atenciones, facilidades de trabajo y garantías, y jamás he sido molestado, ni siquiera en relación a la polémica que me afecta. Este hecho prueba cuán eficaz es la acción educativa y de orientación que un gran diario puede desarrollar en un pueblo como el chileno, con inclinación a la cordialidad y a la hospitalidad. Y es a este pueblo, y sobre todo a los italianos residentes o nacidos en Chile, que yo dedico esta carta de amistosa aclaración. Evidentemente, yo no debo hablar sino de mi sonado artículo, publicado en la edición del 21 de mayo del Corriere della Sera, y no de otras intervenciones de mis colegas, sobre las cuales no me permitiría jamás expresar una opinión en tierra que no fuese la mía. Pues bien, ilustre director, permítame asegurarle que el espíritu de mi artículo fue deformado por los traductores y por los polemistas de la combativa prensa de Santiago, y sobre todo por las numerosas audiciones radiales que alegran las horas de sus connacionales. Mi artículo refleja sencillamente, en forma entre sonriente e irritada, la exasperación del periodista frente a una situación de trabajo muy difícil. Espero que usted tenga o pueda procurarse el


44 texto del artículo en cuestión: fueron las dificultades de alojamiento (dieciocho dólares diarios por una habitación que comparto con un colega), de movilización y de comunicaciones (el servicio telefónico con Europa se encuentra interrumpido por lo menos tres veces a la semana, el cable emplea no menos de dos horas, además de las cinco de diferencia que existen con Italia) las que me sirvieron de inspiración. El estilo en que lo escribí fue humorístico, aunque adopté el tono serio para expresar mi admiración por el señor Dittborn, por los organizadores y por el pueblo chileno. El mismo título (“Santiago cambió su rostro en los últimos meses para dar una digna hospitalidad al Campeonato del Mundo”) revela las intenciones amistosas de mi correspondencia. En ella, lo reconozco con seriedad, hay afirmaciones exageradas e inexactas. La alusión a las comunicaciones telefónicas no es clara: yo hablaba de Europa, del servicio telefónico con Europa, y mi juicio parece dedicado al servicio telefónico local. También mis aseveraciones sobre los taxis, “escasos, como maridos fieles”, son erradas: he podido comprobar que los taxis son modernos y más baratos que en Italia. La referencia a los Robinson Crusoe que todavía faltarían para colonizar Chile es francamente brutal y desagradable, pero se trata de una observación que, aparentemente, en son de broma, se inspira en un sentimiento serio. Como ocurre en mi ciudad natal, Nápoles, vuestra capital ofrece contraste de una situación social aún no equilibrada: junto a lujosos edificios, de brillantes iniciativas, de servicios eficientes, en el panorama que ofrece una civilización impecable y admirable por sus conmovedores vínculos con la vieja Europa, se advierten todavía construcciones miserables, que aprietan el corazón, como ocurre al contemplar los bassi de Matera, en Lucania. En especial, el viajero que llega a Santiago desde Los Cerrillos encuentra a su paso una barriada desolada que, en mi opinión, el gobierno chileno habría debido mejorar antes de aceptar


45 que fuesen organizados campeonatos mundiales en esta espléndida tierra. Comprendo que algunas de mis observaciones pueden haber herido a los chilenos, pero yo soy uno de aquellos italianos que siempre ha pensado y escrito que Mussolini habría debido colonizar el sur de Italia en vez de intervenir en Etiopía. Y al decir esto como meridional orgulloso de nuestra antiquísima civilización jamás creí que podría inferir una ofensa al mediodía. Como dice el gran polemista, “indignatio facit versus”. Pero basta de ello. Mi intención al enviarle esta carta, tal vez demasiado larga, ilustre colega, es sencillamente la de expresar mi dolor por haber ofendido sin querer al pueblo chileno, y por haber herido también a mis connacionales que aquí viven y trabajan en plena libertad de espíritu. Una serie de desagradables coincidencias ha contribuido a agravar un hecho que en sí no tenía mayor gravedad, y el furor nacionalista que envenena desde hace muchos años, y en todos los países del mundo, las competencias deportivas, se mezcló en la polémica hasta producir una exasperación que sobrepasa lo razonable. Cierto que si debiese escribir nuevamente este artículo consideraría ahora la simpatía y la admiración que el pueblo de Chile ha llegado a inspirarme en estas semanas, y advertiría que el humorismo no puede ser bien interpretado por quien se ha lanzado a una empresa difícil con extrema y casi diría religiosa seriedad. La lectura de El Mercurio me ha ayudado a comprender mejor esta difícil verdad. Igualmente espero que la lectura de mi carta le ayude a usted y a sus numerosísimos lectores a comprender la verdadera y cordial intención que me animó al escribir publicado en las columnas del Corriere della Sera el 21 de mayo pasado, y a comprender también la insensatez de una polémica que amenaza la amistad bien preciosa entre dos pueblos tan cercanos por su raza y su historia. Créame afectuosamente suyo. Antonio Ghirelli, Viña del Mar


46

*** Esta carta apareció en la edición del miércoles 6 de junio de El Mercurio de Valparaíso, así como en otros diarios de la cadena periodística. Ese mismo día, a las quince horas, Chile y Alemania se enfrentaron por el primer lugar del grupo en el Estadio Nacional. Los germanos, por cierto, también debían asegurar el paso a la segunda ronda, para lo cual por lo menos requerían de un empate. Chile, sin Toro ni Fouillioux, tuvo una mala tarde y perdió por 2-0, con un gol de penal anotado por Horst Szymaniak a los veintiún minutos y otro gol de Uwe Seeler a los ochenta y dos. El resultado dejó sin opción alguna a los italianos, pese a que aún les faltaba el duelo contra Suiza. Alemania, con cinco puntos, y Chile, con cuatro, habían confirmado previamente su clasificación para los cuartos de final. Los azzurri, con uno, a lo más podían aspirar a totalizar tres unidades para quedarse con el tercer lugar. El jueves 7 de junio Italia dispuso ocho cambios respecto del equipo que entró ante Chile. Jugaron Buffon; Losi, Radice, Salvadore; Maldini, Robotti; Mora, Sívori, Sormani, Pascutti y Bulgarelli. Apenas se repitieron Salvadore, Robotti y Mora. Estos once jugadores volvieron a la cancha central del Estadio Nacional con claveles blancos entre las manos y los hinchas chilenos por fin los recibieron de buena gana. La Azzurra ganó 3-0 en lo que fue una vistosa presentación de su mejor fútbol. El gol de Bruno Mora al minuto de juego, además de abrir el marcador, supuso el primer gol que Italia lograba festejar en el Mundial. Después, en el segundo tiempo, el debutante Giacomo Bulgarelli marcó dos veces más para redondear la cuenta. El periodismo chileno saludó con entusiasmo la despedida triunfal del equipo comandado por un genial Sívori, quien junto a Pelé y Di Stéfano estaba llamado a convertirse en una de las estrellas del torneo y, tal como ellos, aunque por distintas razones, quedó fuera de carrera en la primera ronda de partidos.


47 Sellada la suerte del Grupo 2, Chile quedó emparejado con la temible Unión Soviética y tuvo que moverse a la sede de Arica. La escuadra de Riera viajó el mismo jueves 7 a la ciudad del norte, donde los jugadores fueron recibidos como héroes por unos tres mil ariqueños en el aeropuerto local. A los italianos, en cambio, se les dio jornada libre el viernes 8 para hacer compras y pasear por donde les diera la gana. La mayoría fue al centro de Santiago para hacer compras. Las riendas siguieron flojas hasta la madrugada y hubo varios que pasaron las penas en el circuito de boites de la capital, donde las prostitutas chilenas, que en parte fueron inesperadas causantes de su desgracia, calmaron el dolor de los futbolistas italianos. “Me voy creyendo que la enemistad con los chilenos se terminó. Fuimos al centro y nadie nos dijo nada”, sentenció Maschio, sentado en una banca de Los Cerrillos, a la espera del avión que trasladaría a la delegación a Buenos Aires. Allí debían bajarse los oriundos: Sívori y el propio Maschio se quedaron en Argentina, en tanto que Sormani y Altafini hicieron un transbordo hacia Sao Paulo. Los jugadores del Milan viajaron hacia Estados Unidos para sumarse a una gira de partidos amistosos que por esos días realizaba su equipo. El resto desembarcó a las nueve horas del sábado 9 de junio de 1962 en el aeropuerto Malpensa de Milán.

Epílogo: qué fue de ellos


48 Mario David El partido contra Chile era el tercero que disputaba con la nazionale y, por culpa de su expulsión, fue el último. No volvió a ser considerado, pese a su campaña con el Milan en la temporada 62/63, en la que su equipo se coronó campeón de Europa. En la final, de hecho, jugó en Wembley contra Benfica, dirigido por el chileno Fernando Riera (ganaron los italianos 2-1, con dos anotaciones de otro mundialista: José Altafini). David actuó para los rossoneri hasta 1965 y siguió en el fútbol por un par de temporadas más. En 1997 viajó a Chile, invitado por el programa televisivo “De pé a pá”, donde el conductor Pedro Carcuro lo reunió con Leonel Sánchez. Fue una velada amistosa, en la que primaron el respeto y el perdón. El 20 de mayo de 2002, contactado por Las Últimas Noticias, contó que vivía en Gorizia, cerca de su natal Udine, junto a Giorgia, su esposa, con quien tuvo tres hijos. “Es difícil olvidarse cuando a uno lo golpean tan duro, pero nunca le guardé rencor a Leonel porque sé que estuvo arrepentido después de esa jugada”, dijo en esa entrevista. David nació el 13 de marzo de 1934 y falleció el 26 de julio de 2005, a la edad de 71 años, en un hospital de Monfalcone, poco después de haber vuelto al Milan de sus amores como observador de talentos. Al enterarse de su deceso, Sánchez destacó que ya no había deudas entre ellos. “Yo lo respeté mucho. Él fue un hombre que se la jugó por su equipo y por su selección y era muy querido en Italia. Cuando lo trajeron a un programa de televisión, hace algunos años, salimos a comer y conversamos como amigos. Por eso digo que siento muy profundamente su muerte y le deseo que se vaya en paz al cielo”, dijo Leonel Sánchez al día siguiente en el diario La Segunda. Jaime Ramírez Aníbal, su padre, murió en la víspera del partido entre Chile y Yugoslavia, por el tercer lugar de la Copa del Mundo de 1962. Fue un duro golpe, porque él había sido arquero de la selección


49 nacional en los años veinte y por esa razón siempre quiso ser futbolista. Pese a la infausta noticia, Ramírez jugó y fue uno de los hombres destacados en el histórico triunfo. Sus actuaciones en el Mundial lo llevaron a Racing Club de Argentina, donde sin embargo sólo permaneció tres meses. No logró adaptarse y prefirió volver a Chile, donde se enroló en Audax Italiano, pero volvió a salir del país en 1964, esta vez para jugar por Hospitalet, equipo catalán de la segunda división española, más que nada con la idea de hacer el curso de entrenador en Barcelona. Ahí estuvo tres temporadas, hasta que obtuvo su cartón de entrenador, a los 35 años, pero el número siete de la Roja estaba lejos de retirarse del fútbol. De la selección se despidió el 28 de junio de 1966, en un amistoso contra el Dínamo de Dresden, duelo que se disputó en Alemania Oriental y sirvió de preparación para el Mundial de ese año en Inglaterra. Ramírez fue considerado entre los viajeros por el técnico Luis Álamos, pero no entró en ningún partido. En 1971, a la edad de 41 años, integró el plantel del mítico Unión San Felipe que se coronó campeón del fútbol chileno en una memorable campaña. Fue la última estación de una larga carrera como futbolista. Desde entonces comenzó a alejarse gradualmente del balompié profesional, hasta perderse su nombre en el olvido. En 1973, tras la muerte de Graciela, su primera mujer y con la que tuvo siete hijos, volvió a casarse, esta vez con María Elena, con quien trajo cuatro hijos más al mundo. Alrededor del año 2000 le diagnosticaron los males de Parkinson y Alzheimer y empezó a alternar días de lucidez con la más absoluta oscuridad en su vida. Con María Elena se instalaron a vivir en Papudo, junto al mar, pero luego de una crisis tuvo que ser internado a mediados del año 2002 en el Hogar Israelita de Santiago, donde fue atendido día y noche por una enfermera hasta la hora de su muerte. En su postración, fue visitado varias veces por Fernando Riera, entonces de 83 años, que siempre llegaba con una bandeja de pasteles para endulzar un poco su dolor. Jaime Ramírez Banda nació el 14 de agosto de 1931 en


50 Santiago y dejó de existir el 26 de febrero de 2003 en la misma ciudad, víctima de un paro cardiaco. Humberto Maschio El 25 de mayo de 1962 la FIFA decretó que apenas terminara la Copa del Mundo los denominados oriundos no tendrían cabida en las selecciones europeas. Maschio fue uno de los cuatro afectados en Italia y cuando el doctor Magistrato le confirmó el 3 de junio que no podría actuar frente a Suiza se dio cuenta de inmediato que jamás volvería a vestir la camiseta azzurra, como de hecho ocurrió. Jugó contra Chile su último partido en calidad de italiano. Después volvió al calcio, donde jugó para el Inter de Milán y Fiorentina, antes de volver al Racing de sus amores en 1966, con el que fue campeón del fútbol argentino en esa campaña. En la temporada siguiente, con 35 años, guió a Racing al título de la Copa Libertadores y luego a la Copa Intercontinental, en cuyo último partido fue elegido como la mejor figura de su equipo frente al Celtic de Escocia, en un duelo de desempate que se jugó en el estadio Centenario de Montevideo, el 4 de noviembre de 1967. Luego se retiró del fútbol y volvió a Santiago de Chile como entrenador del Independiente de Avellaneda, el 29 de mayo de 1973, en el empate sin goles ante Colo Colo que le dio a su escuadra la garantía de ir a un tercer partido a la capital uruguaya, su tierra de la fortuna, donde Independiente al final se quedó con la corona de América. En 1999 asumió la dirección técnica de Racing en plena quiebra económica del club, haciendo dupla con Gustavo Costas. El 8 de marzo de 2006 dijo en Las Últimas Noticias que se acordaba perfectamente del golpe que le dieron en la nariz en 1962: “Hubo un incidente en el mediocampo, un jugador nuestro estaba lesionado y estábamos rodeándolo. Me di vuelta y recibí la piña de Leonel Sánchez sin ton ni son. Al año siguiente hubo un amistoso en Milán, yo jugaba para el Inter, y nos reconciliamos”.


51 Entonces dejó atrás su bronca con los chilenos: “Para ese partido contra Chile se dijeron muchas cosas. Antes, durante y después de jugarlo. Había mucha presión encima de todos y pasó lo que pasó porque no supimos manejarlo. Lo que más lamenté después fue que no tuve una revancha con la selección italiana, porque ya no volví a jugar por ellos”. Maschio nació en Avellaneda el 20 de febrero de 1933 y a la fecha trabaja a cargo de las filiales de Racing por mandato de Blanquiceleste S.A., responsable de la administración del club tras la quiebra del 99. Enrique Omar Sívori Il Testone, el gran ausente de la Batalla de Santiago, jugó su último partido por Italia contra Suiza, el 7 de junio de 1962, y, como fue habitual en sus presentaciones, se despidió con un gol. Jugó nueve veces por la Azzurra y marcó ocho goles. Después tuvo que resignarse ante el fin de la era de los oriundi. Tras el Mundial volvió a Juventus y jugó ahí hasta 1965, año en que su pase fue adquirido por Nápoles, donde permaneció hasta su retiro en 1968. Luego volvió a su tierra natal, siendo director técnico de equipos como Rosario Central, Estudiantes de La Plata, Racing Club y River Plate. En 1972 tomó a su cargo a la selección argentina, con la cual se clasificó para el Mundial de Alemania 74 en forma invicta, aunque renunció a la dirección técnica antes del torneo por diferencias con los dirigentes de la federación. Tras dejar atrás su etapa como entrenador, se desempeñó como buscador de talentos sudamericanos para la Juventus de Turín. En 2004 fue elegido entre los cien mejores jugadores de todos los tiempos al conmemorarse el centenario de la FIFA. El Cabezón Sívorí nació el 2 de octubre de 1935 en una casa humilde de San Nicolás de los Arroyos, provincia de Buenos Aires, y murió en la hacienda que se construyó en la misma localidad el 17 de febrero de 2005, víctima de un cáncer al páncreas. A su muerte, los diarios italianos homenajearon su


52 memoria a la distancia. La Gazzetta dello Sport tituló “Adiós, genio” y destacó que Sívori “fue el Maradona de los años cincuenta y sesenta, zurdo y argentino como Diego, uno de los más grandes de siempre”. La Nación de Buenos Aires publicó por su parte una columna de su amigo Humberto Maschio, compañero suyo en las selecciones de Argentina e Italia, quien habló de sus cualidades como futbolista y como persona: “Tenía mucho movimiento, freno y amague. Una gran habilidad con su zurda, por lo que cuando apareció Diego Armando Maradona, la primera comparación que nos vino a muchos a la mente fue la de Enrique. Y, además, era muy frío y preciso en la definición. Cuando llegó a Italia era muy joven y tuvo la suerte de que el presidente de Juventus era Humberto Agnelli, que tenía su edad. Cuando Enrique estaba triste, Agnelli lo llevaba a escuchar tango a salones en Italia. Ahí nació una relación especial con Italia. Esperábamos ser citados para la selección argentina para el Mundial de 1958, pero no nos llamaron. Tampoco para las eliminatorias de 1961. Entonces Italia nos ofreció y lo aceptamos con gusto”. Jorge Toro No pudo jugar contra Alemania en el último partido del Grupo 2 y reapreció de manera magistral en la victoria de Chile frente a Unión Soviética. Luego hizo un gol en la derrota ante Brasil por las semifinales y en el partido por el tercer puesto contra Yugoslavia sufrió un golpe en los primeros minutos, de modo que jugó casi todo el tiempo lesionado. Ungido por la prensa internacional como el mejor jugador chileno en el torneo, junto al goleador Leonel Sánchez, tras el Mundial fue contratado por Sampdoria para jugar en la Serie A italiana. Colo Colo recibió ciento cincuenta mil dólares por la venta de su pase. Debutó oficialmente el 9 de septiembre de 1962, por la Copa Italia, en un triunfo por 2-1 de la Samp sobre el Pro Patria en la localidad lombarda de Busto Arsizio. El chileno Toro hizo los dos goles de su equipo. En su segundo partido, ya por el torneo de primera


53 división, fue una de las figuras del conjunto genovés en el empate a un gol en Bérgamo frente al Atalanta. Después, por diversas razones, Sampdoria decayó en el torneo y Toro, por lo menos, pudo conformarse con su tarde de gloria en la sexta fecha, el 28 de octubre, cuando un gol suyo a los setenta y nueve minutos decretó la victoria contra el Milan por 2-1: “Fue en Génova. Íbamos perdiendo 1-0 cuando me lesioné de la clavícula, pero seguí jugando, con el brazo derecho en cabestrillo, metido debajo de la camiseta. La manga quedó suelta y parecía que me faltaba el brazo. En el segundo tiempo hicimos el empate y luego yo, de tiro libre, hice el gol decisivo, el gol más importante de todos los que anoté en Italia, por lo que sufrí durante aquel partido. En la cancha, por el Milan, también estaban Rivera, David, Altafini, Sívori y Maldini, casi toda la selección italiana”. La campaña, a fin de cuentas, fue sólo regular y Toro al terminar la temporada fue transferido a Módena, donde cerró su ciclo en el calcio en 1971, tras un breve paréntesis en el Hellas Verona. El único incidente que el autor del segundo gol de la Batalla de Santiago debió enfrentar en Italia se produjo el 6 de octubre de 1963, cuando Módena fue visitado por Bologna, club en el que militaban cuatro mundialistas del 62: Bulgarelli, Pascutti, Tumburus y Janich. Toro se sorprendió con la reacción: “Cuando terminó el partido, en el que perdimos 4-1 y yo marqué el descuento para Módena, me fueron a buscar Bulgarelli y Pascutti. Me gritaron de todo, me provocaron, sacándome en cara todo lo que pasó en Santiago, pero yo traté de no darles bola. Por suerte jugábamos de locales, así que nos separaron y la cosa no pasó a mayores. Lo curioso fue que Bulgarelli y Pascutti ni siquiera jugaron contra Chile. Tumburus y Janich, que sí lo hicieron, se portaron mejor conmigo. La verdad es que con Matilde, mi esposa, nos fue bien como familia en Italia. Jorge, mi hijo, se graduó de sicólogo en la Universidad de Mantua. Hicimos muchos amigos allá, lazos que no se perdieron con el tiempo”.


54 De regreso en Chile, su último partido por la selección nacional lo disputó el 29 de abril de 1973, en el Estadio Nacional de Lima (Perú 2, Chile 0), cuando ingresó por Francisco Valdés. Se retiró del fútbol activo en 1976. Como entrenador se hizo cargo de Unión Calera, Colchagua, San Antonio Unido, Iquique y Cobreloa (con el cual ganó el título de primera división en 1985), además de varias series menores de Colo Colo, el club de su vida. Actualmente vive satisfecho del fútbol, aunque siempre se ha preguntado por qué fue excluido para la Copa del Mundo de 1966. Nació el 10 de enero de 1939 en Santiago. Cesare Maldini Después de quedarse fuera del duelo contra Chile, regresó en el 3-0 frente a Suiza y terminaría vistiendo por última vez la camiseta de su país el 10 de octubre de 1963, en una victoria contra Unión Soviética. En el Milan se mantuvo por doce temporadas, hasta 1966, anotando la nada despreciable cantidad de sesenta goles en trescientos cuarenta y siete partidos. Cifra fabulosa para un lateral izquierdo. El 22 de mayo de 1963 se convirtió en el primer jugador italiano que levantó la Copa de Europa, como capitán de los rossoneri, tras vencer en la final al Benfica de Eusebio y Fernando Riera en el estadio Wembley de Londres. Su hijo Paolo, en el mismo puesto, ganó cuatro veces dicha corona con el mismo equipo, la última de las cuales, en 2003, la consiguió en calidad de capitán, tal como su padre, y por lo tanto le fue entregada la copa en la ceremonia de los campeones, que tuvo lugar en el estadio Old Trafford de Manchester, Inglaterra. Cesare dejó el fútbol profesional en 1968, como jugador de Torino. Luego asistió a tres copas del mundo como entrenador. En 1982 fue ayudante del seleccionador Enzo Bearzot, quien condujo a Italia al tercer título mundial de su historia. Luego apareció en Francia 98 como técnico titular de la Azurra, siendo Paolo Maldini el capitán del equipo, y tras cinco partidos invicto debió resignarse a una eliminación por penales ante la selección


55 anfitriona. En la primera fase, por cierto, tuvo que debutar frente a Chile, el 11 de junio de 1998 en el estadio Parc Lescure de Burdeos. Fue la peor presentación de Italia en el torneo y sólo empató por un afortunado lanzamiento penal cobrado por el árbitro Lucien Bouchardeau ante una mano involuntaria del zaguero chileno Ronald Fuentes, en el minuto ochenta y cuatro. En el segundo tiempo tuvo un altercado con su colega Nelson Acosta, quien lo increpó porque, según él, estaba reclamando todos los cobros del árbitro para meterle presión. Finalmente, Maldini apareció como sorpresivo estratega de Paraguay, exclusivamente para el Mundial de Corea y Japón 2002, logrando clasificarse para la ronda de los octavos de final, en la que los guaraníes cayeron por 1-0 ante Alemania. Al conmemorarse el cuadragésimo aniversario del Mundial chileno, ese mismo año, reconoció que no tenía una buena imagen del duelo Chile-Italia: “Es un recuerdo pésimo para mí. La culpa fue de nuestros periodistas, que dijeron muchas cosas del pueblo chileno que no eran verdad. Fue un partido muy intenso y tuvo mucho que ver con la actuación del árbitro inglés. No fue una cosa buena. El referí, Aston creo que era, se comportó de un modo particular. Y bien, en el deporte todo pasa. La gente chilena es muy buena y no hay ningún problema. Eso es pasado. Salvo ese partido específico, tengo un buen recuerdo de Chile, de la gente de Santiago, que fuera de la cancha nos trató muy bien”. Cesare Maldini nació en Trieste el 5 de febrero de 1932 y actualmente vive en Milan. Gianni Rivera El Golden Boy del fútbol italiano, que sólo jugó contra Alemania en el Mundial de 1962, con 18 años, lograría convertirse en uno de los mejores jugadores de todas las épocas. En 1963 fue el mejor jugador del campo en la final de la Copa Europa contra el Benfica, jugando por el Milan, y en esa temporada se consagró como el segundo mejor futbolista del Viejo Continente, aventajado por el arquero soviético Lev Yashin. Rivera jugó en el Milan


56 durante dos décadas y llegó a contabilizar el récord de quinientos un partidos en la Serie A por los rossoneri, marca que permaneció imbatible hasta la aparición de Paolo Maldini, quien lo superó en el primer semestre de 2003 y en la actualidad sigue sumando partidos para ampliar aún más la diferencia. El niño dorado del fútbol italiano tuvo la oportunidad de desquitarse de Chile el 13 de julio de 1966, en el estadio Roker Oark Ground de Sunderland, Inglaterra, con ocasión de la Copa del Mundo disputada en dicho país. Ese día los azzurri ganaron por 2-0 con anotaciones de Sandro Mazzola y Paolo Barison, a los ocho y ochenta y ocho minutos, respectivamente, y los únicos sobrevivientes que actuaron en la Batalla de Santiago fueron Sandro Salvadore, en Italia, y Leonel Sánchez junto a Luis Eyzaguirre, en Chile. El territorio inglés, de todas maneras, no fue favorable para Rivera y compañía, ya que una insospechada caída ante Corea del Norte, seis días después, los dejó prematura y absurdamente eliminados. Luego, en 1968, guió a Italia al título del campeonato europeo de selecciones, aunque él sufrió una grave lesión en la semifinal contra Unión Soviética. A México 70 Rivera llegó en plenas condiciones y con el cartel de mejor futbolista de Europa, honor que le fue conferido el año anterior. En tierras aztecas protagonizó ante Alemania, en una de las semifinales, uno de los mejores partidos de la historia, en un 4-3 que apenas se definió en tiempo suplementario. Él mismo se llenó de gloria al anotar el cuarto gol italiano en el minuto ciento diez. Fue el gol que le dio a su escuadra el pase a la final contra el mítico Brasil de Pelé, Tostao, Rivelino, Jairzinho y Gerson, quienes a la postre le arrebataron el crédito individual a Rivera. Ganó Brasil 4-1. En 1974 hubo una cuarta Copa del Mundo para la estrella del Milan, a esa altura con 31 años, pero Italia tuvo que regresar a casa otra vez humillada en primera ronda. Gianni se retiró del fútbol en 1979. A partir de ese año, y hasta 1986, se desempeñó como vicepresidente del club de toda su vida, para luego dedicarse a la carrera política, ejerciendo cargos como diputado por el


57 Partido Popular (1987-1993) y subsecretario de Defensa (19962001) en el mandato de Romano Prodi y finalmente se destacó como opositor al gobierno de Silvio Berlusconi, también identificado con el Milan. Giovanni “Gianni” Rivera nació el 18 de agosto de 1943 en Valle San Bartolomeo, provincia de Alesandria, en la zona norte de Italia. Antonio Ghirelli Cuando llegó a Chile en 1962 traía ya una larga historia de militancia política. Integró las filas del Partido Comunista Italiano hasta 1956, año en que se pasó al Partido Socialista tras un viaje que hizo, como periodista, con los azzurri a Budapest, detrás de la denominada Cortina de Hierro. Declarado antifascista (luchó como partisano en las luchas de la liberación contra Benito Mussolini), Ghirelli se instaló en Santiago probablemente contrariado por la existencia de un gobierno como el de Jorge Alessandri, identificado con la derecha. Tras disculparse públicamente por el texto escrito en el Corriere della Sera se marchó a Italia para proseguir con sus afanes, donde siguió ejerciendo el periodismo deportivo hasta que pudo más su vocación política. En la presidencia de Sandro Pertini (1978-1985) trabajó como jefe de prensa del mandatario y luego fue designado vocero de gobierno del Primer Ministro Bettino Craxi, hasta 1987. Nacido en Nápoles en 1922, ha escrito varios libros a través de su vida. Entre otros títulos, se destacan: Historia del calcio en Italia (1956), Historia de Nápoles (1973), Querido Presidente (1981), Efecto Craxi (1982), Tiranos (2001) y Democratacristianos (2004). En el año 2009 dio una entrevista a Las Últimas Noticias. Con 87 años de edad, todavía lúcido, fijó su punto de vista. “Yo no escribí contra el pueblo chileno, sino contra la situación en que se mantenía a la gente pobre en Chile”, explicó. En su libro Tiranos, publicado en 2001, volvió a tener un punto de contacto crítico, al incluir a Pinochet (“gentil y asesino”) en un selecto grupo de


58 dictadores, junto a Hitler, Stalin, Pol Pot, Franco, Mao y Mussolini. Corrado Pizzinelli Apenas tuvo relación con el periodismo deportivo, antes y después de la Batalla de Santiago. Escribió, entre otras obras: Detrás de la Gran Muralla (1946), La red de agua (1957), El Planeta Tierra (1960), Hombres sin luna (1962), Viajes alrededor del mundo (1964), Tercer mundo sin amor (1966), Estamos todos en guerra (1968), La República de China (1982) Scelba (1982) y Diario de viaje (1992). A fines de 1962, Pizzinelli publicó Uomini senza luna, un libro que recopilaba los relatos de su visita a diez países ese año: Nepal, Irán, Vietnam, Grecia, Turquía, Marruecos, Bolivia, Paraguay, Ecuador y Chile. La narración de su aventura en territorio chileno está expuesta entre las páginas 155 y 191. Ahí están desarrolladas las mismas tesis de su infausta crónica sobre los defectos de Santiago. El roto, para él, era un auténtico paria: flojo, estúpido y triste. Al final de ese capítulo se refiere de pasada a la guerra auspiciada por sus escritos en la Copa del Mundo: “Después de la polémica suscitada por dos artículos míos sobre Chile, artículos que incluso provocaron la protesta oficial del gobierno de Santiago al ministerio del exterior en Roma (protestas que demuestran por cierto el provincialismo cultural de Chile y el espíritu de su democracia), F. me dice que mi juicio sobre el país es excesivamente duro. Chile es el mejor país de Sudamérica. Es el más culto y aquel que promete más, dice con amargura. Respondo: A lo mejor es verdad, pero es justamente eso lo que me asusta”. Según su colega Antonio Ghirelli, Pizzinelli murió “hace varios años”, sin saber cómo ni cuándo ni dónde ocurrió su deceso. Kenneth Aston


59 La mayor parte del domingo 3 de junio de 1962, el día después del partido Chile-Italia, se la pasó encerrado en su habitación, la número 506, en el quinto piso del hotel Ritz de Santiago, donde se hospedaban los árbitros de la sede principal de la Copa del Mundo. Míster Aston se quedó en cama, según él por un dolor agudo en el tendón de Aquiles, y dio instrucciones para no ser molestado. Sólo aceptó la visita de su compatriota Walter Manning, un árbitro británico que en 1950 fue contratado por la federación chilena para dirigir los partidos de la competencia local. Manning, que tenía catorce años de experiencia en la primera división inglesa, llegó a Chile junto a Williams Crawford y Charles Mackenna, alentados por un aviso que leyeron en un diario de su país, y, a diferencia de éstos, decidió quedarse para siempre en Santiago cuando se enamoró y casó con una chilena. Viejo conocido de Aston, Manning se transformó en su chaperón apenas éste se bajó del avión. Y en aquella jornada dominical fue la compañía perfecta en medio del infierno que se había desatado. El otro visitante que se arrimó a la recámara de Aston fue Nicolo Carosio, periodista del Corriere della Sera, quien llegó al lugar por intermedio del propio Manning, luego de convencerlo de que no le haría preguntas sobre el escándalo de la víspera. Así que el juez de la discordia de pronto se encontró rodeado por Carosio, Manning y el soviético Nickolaj Latychev, quien compartía pieza con Aston. Al final de una charla insulsa, por cierto, Carosio rompió su promesa y le preguntó por qué no expulsó a Leonel Sánchez, espiando cada movimiento de sus ojos. “Pero por qué debía echarlo, si no hizo nada grave”, le respondió el árbitro, aunque Carosio sabía a lo que iba: “Y nosotros tenemos un jugador con la nariz fracturada, otros con equimosis y contusiones. ¿Quiénes son los responsables si no fueron los chilenos?”. Aston, en un gesto de hastío, se dio media vuelta en el lecho y dijo “ah, este maldito pie” y dio por terminada la conversación. Ese día Aston también recibió una asombrosa carta firmada por Sánchez, en la que el jugador chileno, abiertamente favorecido con sus cobros y omisiones, lo


60 insultaba con gruesos epítetos. En las jornadas sucesivas llegaron dos nuevas cartas injuriosas achacadas a Leonel y el árbitro inglés se remitió a entregárselas a la FIFA, la que después de un estudio grafológico concluyó que la firma no correspondía con la del goleador. Aston no volvió a dirigir en el Mundial y se marchó tranquilamente a Inglaterra, con el respaldo más importante de todos: el de Stanley Rous. Meses después, Aston le dio una entrevista a un periodista italiano, que fue recogida por la revista Gol y Gol en su primer número de 1963. “No tengo nada de qué avergonzarme”, advirtió Aston desde su hogar en Essex, a unos quince kilómetros de Londres, y dejó varias reflexiones para el juicio de la historia. Sobre la reacción de los italianos: “Antes que nada debo manifestarles que siempre he sentido una gran admiración por el pueblo italiano. Estuve en Roma, donde realicé varios cursos de arbitraje. Tengo numerosos amigos italianos. Poseo una gran simpatía por sus gentes, por sus paisajes, etcétera”. Sobre sus cobros en la Batalla de Santiago: “Dirigí en conciencia y sin preferencia. Para mí las dos expulsiones, de David y Ferrini, fueron merecidas. Otras faltas, que según algunos eran más graves, a mi parecer no tenían el grado de intención de las otras. Sé que mi arbitraje levantó una ola de protestas en la prensa italiana. Todo lo encuentro normal. Comprendo el gesto de los periodistas italianos y lo encuentro agua pasada. Cuando mi arbitraje se juzgue con mente serena, probablemente se vea que gran parte de las acusaciones fueron injustas”. Sobre la organización chilena: “Quiero decir que Chile no me pareció adecuado para recibir un certamen de esta naturaleza. No tenía la capacidad hotelera suficiente, en primer lugar; y, en segundo término, toda la organización falló desde todo punto de vista. En el caso mío, debo manifestarles que compartía mi habitación con tres personas, y eso será suficiente para comprender las condiciones en las que nos encontramos hasta nosotros los árbitros”. Y sobre su filosofía del fútbol: “Para mí el jugador de fútbol de hoy día está demasiado


61 inclinado a la idolatría, a sentirse ídolo antes que deportista. En un tiempo se aceptaba la exaltación del deporte, no del atleta: hoy sucede lo contrario. Con la sola diferencia de que hoy, la única mira es el jugador, es la cuenta corriente, por lo cual los pocos que saben jugar bastante bien no saben hacer otra cosa que pedir dinero: en Italia, en Inglaterra, en España, en Brasil, en todas partes. Para mí un partido de fútbol, para ser tal, o sea para llenar los requisitos de este deporte, debe caracterizarse ante todo por la sana y viril impetuosidad, por la inteligente iniciativa física, y, si es necesario, por la capacidad de meterse a codazos entre los adversarios. El fútbol es un juego de hombres, y de hombres de sólido temple. Esto no significa, naturalmente, que la prestancia se convierta en mala fe. Pero hoy día se juega con el miedo de dañarse las piernas, de desarticularse una rodilla, porque esas piernas y esas rodillas valen dinero. En tales condiciones, es difícil tener un juego verdadero y espectáculo de conjunto. Yo me siento feliz cuando en algún campo de pequeñas ciudades me es dado ver combatir dos escuadras de muchachos que entregan el alma y se lanzan al ataque sin miedo. Ése era el fútbol inglés de antes de la guerra; el fútbol, sin otros adjetivos. Hoy ya no se encuentra. Y en Chile no se notó que estuviera renaciendo”. Aston arbitró su último partido oficial el 25 de mayo de 1963, en la final de la Copa FA disputada en Wembley, con triunfo por 3-1 de Manchester United sobre Leicester City. Tras su retiro, el colegiado se integró a la Comisión de Árbitros de la FIFA para el Mundial de 1966 y, en ese posición, volvió a sufrir por un duelo polémico, el de Inglaterra y Argentina por los cuartos de final, tras la expulsión del capitán albiceleste Antonio Ubaldo Rattín, quien tras la falta de un compañero a un rival decidió acercarse al referí con la idea de hacer tiempo, ya que su equipo estaba siendo ahogado por los ingleses. Rudolf Kreitlein, el juez alemán, por supuesto no entendía nada de lo que le decía Rattín en español, que por su parte empezó a gesticular cada vez en forma más evidente. El diálogo era francamente ridículo y Kreitlein se empezó a


62 complicar con las apariencias: todo el mundo era testigo del show del futbolista argentino, así que le pidió, en alemán y en inglés, que se alejara o de lo contrario tendría que sacarlo del campo. Rattín, entretanto, insistía y, envalentonado con su teatralización, exigía un intérprete. A esa altura nadie entendía nada y los noventa mil espectadores de Wembley pifiaban desde las gradas a los protagonistas del absurdo. Hasta que el árbitro se aburrió del monólogo de Rattín y lo expulsó, con lo cual no hizo más que empeorar el problema. El centrojás de Boca Juniors tampoco entendió la drástica medida y siguió reclamando, con todo su equipo detrás. Ahí fue cuando Ken Aston tuvo que bajar de su asiento, porque la reanudación del juego tardaba demasiado y no había indicios de una pronta solución. Aston se acercó a Rattín, lo puso al día de su expulsión y, tras otro largo alegato, lo convenció de que debía abandonar la cancha. Fueron casi veinte minutos de pausa. Al salir, el argentino se sentó en la alfombra roja de la Reina Isabel, que iba directamente desde su palco hasta el terreno de juego (la soberana, en todo caso, no se encontraba presente) y después, mientras los hinchas ingleses le tiraban chocolates y todo tipo de objetos, al grito de “animals, animals”, tomó una bandera británica que pendía del mástil del córner, la arrugó y la tiró al piso. Con un hombre más, Inglaterra ganó por 1-0 y siguió en carrera hacia el título. Aston, sin embargo, pudo ver más allá de la polémica y se dio cuenta de que el arbitraje necesitaba con urgencia un lenguaje universal, sobre todo al momento de establecer amonestaciones y castigos para los jugadores. Los cobros debían ser claros para todos, dentro y fuera de la cancha. Finalizado el torneo, y mientras conducía su automóvil por la calle Kensington de Londres, encontró la solución frente a un semáforo que cambió. Y pensó: “Amarillo, puedes pasar aún. Rojo, alto, fuera del terreno”. Así nacieron las tarjetas, la roja y la amarilla, cuya invención le granjeó a Ken Aston la presidencia de la Comisión de Árbitros de la FIFA en 1970, año en que las dichosas tarjetas empezaron a usarse en los mundiales de fútbol (las vueltas


63 de la vida: el primer jugador que vio la cartulina roja en una Copa del Mundo fue un chileno, Carlos Caszely, expulsado a los sesenta y siete minutos de juego del partido entre Alemania y Chile, el 14 de junio de 1974). Gracias a dicha creación Aston pudo limpiar por completo su nombre de la ignominia. Cuando falleció, el 23 de octubre de 2001, a la edad de 86 años, Ken Aston ya se había convertido en una celebridad del arbitraje, un fósil que logró sobrevivir a las jornadas más tormentosas de la historia de los mundiales. Una semana después, el diario inglés The Guardian publicó una necrología escrita por el articulista Brian Glanville, quien definió como “incontrolable” el partido Chile-Italia y destacó que éste se transformó finalmente en “una orgía de violencia”. Además de destacar, por si acaso, que el Estadio Nacional después se convirtió en escenario de “los asesinatos de los opositores al golpe del general Pinochet”, Glanville terminó de exculpar al inventor de las tarjetas en el fútbol: “En defensa de Aston debe decirse que los chilenos estaban buscando la guerra. Se les había creado un gran resentimiento debido a crónicas periodísticas italianas que habían descrito a Santiago como una ciudad donde existía desnutrición, prostitución, incultura, alcoholismo y miseria. Por su parte, la prensa chilena había acusado a los jugadores italianos de consumir drogas. También existía irritación por la utilización de parte de Italia de jugadores sudamericanos con pasaportes italianos”. Leonel Sánchez En el duelo de cuartos de final, contra Unión Soviética, se graduó de héroe con un golazo de tiro libre que engañó por completo a Lev Yashin, quien esperaba el centro y se sorprendió con el remate directo. En total, sumó cuatro anotaciones en el campeonato y quedó así en la lista de los máximos artilleros chilenos, inaugurada por Guillermo Subiabre en 1930 y completada en 1998 por José Marcelo Salas, todos con cuatro goles a su haber. Finalizado el torneo, tuvo múltiples ofertas y la


64 más atractica fue la del Milan, el mismo equipo en que jugaba la mayoría de los seleccionados italianos, incluido Mario David. Leonel incluso viajó a Europa para cerrar el acuerdo, en el marco de una gira que hizo Universidad de Chile hizo a comienzos de 1963, pero se arrepintió a la hora de firmar: “Cuando llegué me quisieron dar menos años de contrato y no me iba a regalar. Ahora pienso que volverme fue un error”. Por la U jugó esa vez frente al Inter de Milán y, según el relato hecho por el técnico Luis Álamos, en su libro El hombre y el fútbol, había expectación por ver al ariete zurdo en el estadio San Siro: “Los italianos no sólo querían vengarse de la derrota de su selección en Santiago, sino además querían conocer el color de piel de los chilenos y especialmente ver rendirse al noqueador (Leonel) y si era posible noquearlo también. Durante el encuentro con el Inter, ante estadio lleno y al ingresar al campo de juego, primero se escuchó una silbatina, que se transformó en rechifla general al ser nombrado Leonel Sánchez por los altoparlantes. Al final, ante el asombro italiano, el ballet Azul confirmó en Milán el triunfo que había obtenido Chile en el Mundial del 62, al salir vencedor por 2-1”. Sánchez regresó a Santiago para eternizar su nombre con el equipo de Álamos y ya no sentiría nuevos deseos de emigrar. Con el Ballet Azul completó seis títulos nacionales: 1959, 1962, 1964, 1965, 1967 y 1969. Volvió a ser campeón en 1970 con la camiseta de Colo Colo y se retiró del fútbol en Ferrobadminton en 1974. Por la Roja fue al Mundial de 1966, donde se topó otra vez con Italia en la primera ronda, en lo que fue un partido sin mayor historia, salvo que los azzurri ganaron 2-0. Chile después empataría con Corea del Norte y caería ante Unión Soviética, para regresar de manera anticipada a casa. Su último partido por la selección lo jugó el 28 de agosto de 1968, en Ciudad de México, cuando Chile perdió 3-1 en el estadio Azteca frente al combinado local. El gol chileno fue anotado por él. Con esa actuación Sánchez dejó un registro de ochenta y cuatro partidos oficiales disputados por la Roja, un récord que permanece intacto hasta hoy.


65 Leonel fue uno de los veinte jugadores entrevistados por el ídolo inglés Gary Lineker para su libro Botines de oro (1998), en el que se cuenta la vida de cada uno de los goleadores de la Copa del Mundo hasta la fecha de publicación de la obra. Para la Copa del Mundo de 1998, en Francia, el nombre de Leonel volvió a los diarios italianos, con motivo del tercer desafío mundialista entre rojos y azzurri, que terminaría empatados a dos. Sánchez incluso estuvo en el estadio Parc Lescure de Burdeos, invitado por una empresa junto al ex colocolino Francisco Valdés, y en una nota que salió en El Mercurio el mismo 11 de junio, día del partido, habló con humor de su historiada relación con Mario David: “Ni el ni yo dramatizamos tanto. De hecho, poco después, en Italia, tuvimos la oportunidad de encontrarnos y no hubo mayores problemas entre ambos. La anécdota yo ahora la veo con gracia y digo que Chile, por ahora, está un combo arriba de Italia”. En Historias secretas del fútbol chileno (2005), de Juan C. Guarello y Luis Urrutia, el viejo y querido Leonel Sánchez entregaría su testimonio final sobre todos estos acontecimientos, cuya última frase quizás revela el sentido real de su participación. Quizás no estaba comprometida la patria y sólo se trataba de un partido de fútbol. “Mucha gente cree que el italiano Mario David fue expulsado en la jugada en que lo noqueé, y que yo seguí en la cancha porque era jugador local. No fue así. En esa acción el árbitro inglés nos llevó hasta el guardalíneas mexicano y nos advirtió que a la próxima nos echaría. Siguió el partido, Escuti sacó con el pie, fui a recibir frente a la tribuna oficial y David llegó volando con su pie hasta detrás de mi hombro izquierdo. Caí de guata y no me moví. Entró el médico con un guatero de goma, y me decía ¿dónde le duele? Yo le preguntaba qué había hecho el árbitro, y el médico déle con el ¿dónde le duele? Estuve unos dos minutos fuera de la cancha, levanté la mano derecha para avisar mientras me pasaba la otra mano por el hombro. El fútbol es picardía”, dijo.


66 Leonel Sánchez nació en Santiago el 25 de abril de 1936 y actualmente vive en la comuna de El Salto, de la misma capital, como un símbolo viviente de la U y la selección nacional. Cada 27 de junio, para el cumpleaños de Fernando Riera (1920), asiste junto a sus compañeros de 1962 para saludar al gran patriarca del fútbol chileno.


67 Fuentes de documentación Este texto se escribió sobre la base de entrevistas realizadas a diversos personajes. También se hizo una exhaustiva revisión de las publicaciones de los meses de mayo y junio de 1962 de los siguientes diarios y revistas chilenos: El Mercurio, Las Últimas Noticias, La Segunda, Diario Ilustrado, La Tercera, Última Hora, Clarín, Estadio y Gol y Gol, así como crónicas de las revistas argentinas El Gráfico y Goles. Otras citas fueron obtenidas de diferentes notas periodísticas publicadas en la prensa nacional entre los años 1962 y 2006. Diversos textos de Corriere della Sera, La Nazione de Florencia e Il Messaggero, aquí citados y traducidos por el autor, han sido obtenidos especialmente con el aporte de la Biblioteca Nazionale Braidense de Milán. Además fueron considerados, como textos de consulta, los siguientes libros: La Roja de todos (Edgardo Marín, 1985), Historia total del fútbol chileno (Edgardo Marín, 1995), Botines de oro (Gary Lineker, 1998), Secretos de camarín (Esteban Abarzúa, 2002), Il Calcio Azzurro ai Mondiali (Gianni Brera, 1974), Storia del calcio in Italia (Antonio Ghirelli, 1962), Uomini senza luna (Corrado Pizzinelli, 1962), World Cup 62: the report from Chile (Gordon Jeffery y otros, 1962), Die Spiele in Chile (Fritz Walter, 1962), VII Fussball Weltmeister Schaft Chile 1962 (Friedrich Hack y Richard Kira, 1962), World Cup 1962 (Donald Saunders, 1962), Historias secretas del fútbol chileno (J. C. Guarello y Luis Urrutia, 2005) y 1962, el mito del mundial chileno (Daniel Matamala, 2010).


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.