Gente con sombrero

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Gonzalo Ruiz Suรกrez Gente con sombrero y otros poemas

Colecciรณn Los escritores bรกrbaros


Autor: Gozalo Ruiz Suárez

gongruiz@gmail.com

Diseño de portada: Munir

Colección Los escritores bárbaros. losescritoresbarbaros.blogspot.com losescritoresbarbaros@gmail.com Copyleft: esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento NoComercial 3.0 Unported de Creative Commons. Se permite su reproducción total o parcial y su modificación, masticación y defecación siempre y cuando éstas sean sin ánimo de lucro. Para la maquetación de este documento se han utilizado programas de software libre como Ubuntu, LibreOffice o Scribus. Maquetador: Gonzalo Ruiz Suárez. ebediziones@gmail.com Estaremos encantados de ayudar a cualquier persona interesada en editarse de manera independiente.


«lo que revela la experiencia mística es una ausencia total de objeto» BATAILLE, Georges

«el cielo sin nubes, la arena, el prado, los sembrados, las zonas umbrosas, etcétera.» PEREC, Georges


Gente con sombrero y otros poemas

A modo de prólogo.

Gonzalo es como un perro viejo callejero al que por mucho que den patadas ­y se las han dado, inclúyome, y se las darán­ no se cansará de ir de aquí para allá olisqueando; invisible a los ojos de todos los que se deslumbran con el brillo que se sacan a sí mismos cada mañana al contem­ plarse al espejo (vease el establishment poético de una ciu­ dad a la que odio). Dientes sucios ­tabaco y café­, ojos de loco, tabique roto de darse cabezazos contra todo. Sin querer. Porque Gonx no se mete nada por la tocha. Eso sí, si le tocas su boina, cuando la lleva, cuando le da la gana, es posible que, sin que adviertas nada, un limpio y celérico gesto, digno del mismísimo Luke Skywalker manejando su sable de luz, apague tu mundo durante unos segundos, quizá mi­ nutos, quizá horas. No sé, depende de la calidad del vino y de la botella. Es ese olisquear silencioso el que le permite verterse so­ bre los resquicios de las situaciones que no llegan a ver otros ruidosos poetas. Gonzalo es invisible y yo, amante de los cómics, le admiro y envidio por eso. Pero lejos de tratar de imponer su moral peñanietista como hacen todos esos hijos de puta de la Marvel­Disney, Gonga, como le dice Musa ­¿transmigración de las almas? desde luego, éste es un caso a estudiar, Iker, esa boina creo que podría compa­ rarse al pelo de Snake cuando Homer se lo injerta en su |4|


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cabeza y éste le posee desde el otro lado­, no quiere usar su poder más que para mirar, hablar y reirse. Gonx sabe que no va a salvar el mundo porque el mundo no se merece que Gonx lo salve; se han portado muy mal todos. Gonzalo usa sus superpoderes para colarse en los jardi­ nes de Sabatini y en cualquier bar de Madrid porque no tiene un puto duro para pagar la entrada, doy fé. Caminar por Madrid durante horas y horas. De noche, que el calor da flojera. Escondido de las miradas de la omnipresente policía. Este poeta ha ido amando la ciudad poco a poco, paso a paso, como se construyen los buenos amores. Por­ que un perro callejero sin su ciudad no sería más que un perro. Y la ciudad, que también le ama a a él, le susurra algunas historias que esconden más de lo que muestran. Desde los rincones oscuros, nos observa. Y, a veces, puede ver la realidad tal cual. Me dicen que dice la cuánti­ ca que el observador cambia la realidad más elemental que observa al deformarla con los fotones que recibe su mira­ da. Gonzalo, al hacerse invisible, no emite mirada alguna y la realidad se le presenta de una forma que jamás ninguno veremos ni comprenderemos del todo. Lo cual no impide que, mediante la inserción de lo onírico, G dispare sus fle­ chas cual indio, certeras y envenenadas. Porque también es un cerbatanas.1 ____ 1.Panchito, prehombre, sudoku, peruta, iletrado, primitivo, indígena, es­ clavo, tabula rasa, mano de obra barata, recolector de café, oriundo de McOndo (expresado desde el cariño paternal del explotador)

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Es un cerbatanas que ha recorrido México con su cace­ rola colgada de la mochila, una guitarra cuya funda estaba llena de mierda de perro, mantas de dudoso origen y pre­ tensiones de hallar dentro de sí la jondura. Como guitarrista no sé si la alcanzará, pero si hay al­ guno de los poetas que conozco que se acerca al concepto gitano en la forma y manera de componer y ejecutar un ar­ te, me juego el ojo izquierdo a que ese es Gonzalo. No será el tiempo, que no es más que una leyenda, ni los críticos quienes hagan justicia a este poeta madrileño, sino la propia jondura, que es tan fuerte como inefable, cuando él la halle en sí mismo, si es que la hay. Y a lo demás, que le den.

Loro

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Gente con sombrero. Mis padres dicen que empecé a escribir poesía a los 12 años tierna edad de ese hecho no queda prueba alguna como es obvio yo solo me recuerdo como un niño que se obsesionaba en colocar fichas de dominó puestas horizontalmente en fila con una separación que no superara el largo de la ficha ­ven la ficha­ para evitar que, al empujar con la punta del dedo índice y, en consecuencia, hacer que esta cayera ­¿inexorablemente?­ hacia la ficha colocada inmediatamente después de ella, se rompiese el mágico y bastante efímero, movimiento destructivo­hacia adelante­en picado |8|


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que gracias a muchos minutos de trabajo iba viendo cómo, si miraba desde donde miraría un hipotético espectador del siempre poco concurrido evento ­para lo cual había que irse corriendo, habiéndose cerciorado antes de que ningún obstáculo iba a detener este fugaz cambio de miras, aquello incluía alfombras, lámparas de pie, el perro, o mismamente haciéndote último responsable de no chocar con ninguna parte de tu cuerpo con la estructura donde estaba trazado el recorrido­ y viendo, digo, cómo podían cambiar las piezas de blanco a negro en aquellos fugaces segundos de felicidad. Recuerdo haber creado |9|


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unas estructuras dignas de el mismísimo Borges de las carreras de fichas de dominó. Recuerdo que una vez llegué a colgar con hilo una canica pegada con celo en el techo de mi casa que hizo las veces de botón rojo detonador ­botón rojo que, hace unos años, nos descubrieron a los muy posibles millones de españoles que comíamos con las noticias de Antena 3 encendidas. Espectadores todos. Digo, que aquel botón rojo nunca llegó a existir fuera de la ficción de las Películas de Hollywood ­qué pensábamos, españoles de mundo, unas olimpiadas, la democracia!­ | 10 |


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de los años noventa que, si en el hipotético caso de que un espía ruso con una gabardina gris hasta las rodillas ojos azules y pelo negro fumando cigarrillos sin filtro constantemente se infiltraba entre las recónditas entrañas del submarino Hernest Heminway, U.S. Army, iba a tenerlo fácil para activar la bomba, la bomba. No ni mucho menos.­ Esas bombas ya estaban cayendo y hoy viven entre nosotros. Un cordel decía, quizá el de una caña de pescar comprada al viejo de la esquina de al lado de la casa de mis abuelos en un pueblo de mar de la zona occidental de Asturias, sea, nylon, atado al techo con un | 11 |


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trocito de celo arrancado con los dientes y en muy imperfecto equilbrio encima de una mesa encima de algún barreño encima de un cojín colgaba al techo que funcionaba como detonante de la función. Y plin.

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Caballo de carreras. Es de noche, se nota de manera muy insistente un cielo nublado anaranjado y cae una lluvia débil pero constante. Estoy en Plaza España con D, rodeados de gente que no para de moverse. Da la sensación de que estamos en una rave gigante en la ciudad de Blade Runner. D me cuenta una historia de la que saco en claro lo siguiente: “aquella vida sólo conllevaba miseria y peligro”. Él parece en peores condiciones que yo y lo acompaño a un cajero. Un hombre de unos dos metros de altura se nos acerca mientras estamos frente al cajero. Noto que me lee los labios cuando me digo a mi mismo la | 14 |


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clave de la tarjeta y empieza a repetir el número sin parar. Me pongo nervioso y bloqueo la tarjeta que sale de la ranura partida en dos, no exactamente por la mitad. D me pregunta qué ha pasado mientras arrojo los dos trozos de la tarjeta por el puente de Segovia. Me rodeo de gente conocida y empieza una redada policial. Los agentes, del cuerpo de la Guardia Civil, nos llaman con nombres en clave por lo que deducimos que nos venían siguiendo. Intento explicarle a alguien que eso es muy normal y que qué hijos de puta. Persiste la neblina anaranjada y el ambiente es frenético en la ciudad. Hemos escapado | 15 |


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del control policial y R decide entrar en un garaje. Empezamos a caminar como perros, al principio torpes por tener que lidiar con el dolor en las rodillas pero cada vez más ágiles. Acabamos comunicándonos como ellos. Saltamos por encima de los coches que entran y salen, corriendo hacia el fondo del parkin. En una de las paredes del fondo, sale, de un cable o una tubería, agua a presión hirviendo que nos hace retroceder y salimos de aquel lugar de nuevo hacia Plaza España. Reconozco la calle Beatriz Galindo, detrás de la Almudena, muy empinada. De nuevo un grupo uniformado de Guardias Civiles | 16 |


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nos para y nos empieza a llamar con los mismos seudónimos. El que se dirige a nosotros tiene un cubata en la mano, está travestido y monta en una bici de carreras profesional. Nos dice algo así como que si nadie en el cuerpo se toma en serio su trabajo, él tampoco tiene por qué hacerlo. Se da la vuelta y se une a un pelotón de gente del ramo con la misma facha que él. Es una carrera de bicis de Guardias Civiles. Me recuerdo gritándoles, cuando ya están a una distancia considerable, que dejen la coca. Aparece bajando la calle, muy despacio, el coche de A,

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un amigo de D. En él viajan, él conduce, tres mujeres en la parte de atrás que reconozco como S, C y una mujer asiática de pelo rubio a la que no he visto en mi vida. Me asomo a la ventanilla del conductor y le pregunto a A que a dónde van. No me sabe contestar. Miro hacia los asientos traseros y veo que los asientos traseros no existen en ese coche. La tres mujeres están tumbadas, con las piernas entrecruzadas entre ellas, en una especie de colchón que llega hasta el fondo del coche. Parecen o muertas o muy drogadas, esto es culpa de la puta democracia. Le vuelvo a preguntar a A que qué plan llevan. Al no recibir respuesta | 18 |


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me doy la vuelta y decido marcharme. Oigo entonces como mi amiga S, al ver que dudaba si subirme con ellas, me dice que me quiere: yo te quiero, dice. Me subo en el coche y la beso el cuello. Ya fuera del coche y a la vista de todos, al menos a la vista de sus miradas, pues ellos deben seguir detrรกs de nosotros, acaricio a S por el todo cuerpo, empieza a convulsionar y acaba teniendo un orgasmo.

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Pies quemados. A Paula Me levanto todo va bien voy al baño todo va bien preparo café todo bien ­se cae un poco a la placa­ pero todo bien galletas se deshacen en el café pero me gusta todo bien me bebo mi café todo bien tiene restos de galleta no me los bebo todo bien salgo me miro al espejo todo bien despeinada algo de ojeras crema hidratante me lavo los dientes todo bien armario en su sitio bien | 21 |


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braguitas de encaje camisa blanca de manga larga pantalones vaqueros negros calcetines azules claros cortos cazadora de cuero fina de entretiempo todo bien me pinto no mucho todo bien me pongo mis botas bolso, llaves, mĂłvil, cartera todo bien salgo ascensor colonia de hombre vecino buenos dĂ­as muy buenos dĂ­as frĂ­o eh fresco tal tal bajo salgo tropiezo con un perro lo piso no lo mato chilla mis botas camino pie izquierdo renquea | 22 |


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de ayer un roce un roce todo bien metro tres minutos las siete cuarenta todo bien camino un sitio un roce un roce un tipo raudo hijo de puta me quedo de pie Nuevos andÊn­camino calor cojeo no es nada todo bien un roce piso mal feo llueve mierda banco de metal me siento me desabrocho | 23 |


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la bota sangre una gotita un bulto ha crecido desde ayer bolita de algodón punto un bultito tren Colmenar 3 minutos lapso no camino pie izquierdo me quito la bota otra vez más sangre sangre en el algodón sangre en el calcetín me quito el calcetín carne carne no va bien Chamartín sangre un charco del tamaño de un pulgar en el tren un clínex el tren vacío un túnel negro drama ­¿quién está contado esto?­ | 24 |


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Fuencarral noche ­¿noche?­ llueve un trueno miro mi bulto mi bulto me mira parece que se ilumina traqueteo New Station, Nueva York, una banda de negros en el tren rayadas en los cristales un tipo con barba y botella en el suelo miro mi bulto ha crecido borbotea parece que hierve ya no soy yo ahora existe en mí Bulto supura agarro el hatillo del tipo con barba y botella lo uso para remover los negros se quedan callados miran fijamentes sus reflejos en la ventana yo remuevo Bulto ojo de serpiente, cola de tritón al bulto | 25 |


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se desparrama todo por el vag贸n a volver a empezar ojo de serpiente, cola de trit贸n Bulto se sienta a mi lado ya casi llego ya casi no duele me mira le miro Cantoblanco busco su mano no tiene los negros me miran el tipo me mira le devuelvo su hatillo est谩 algo sucio parece no importarle busco la mano de Bulto Bulto me mira como diciendo no tengo manos parece triste cada minuto de mi vida es un infierno dice qu茅 somos llegamos digo tienes que seguirme, Cantoblanco: Universidad. Me sigue hasta ahora. | 26 |



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Canci贸n de tumba

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Vamos a mirar la mar. Cualquiera que haya vivido fuera de Madrid algún tiempo lo sabe. Aquella tarde noche estaba bastante agradable. Habíamos acabado embriagándonos en una nave industrial cerca del centro. Íbamos a recitar.

La semana pasada habíamos redireccionado nuestro negocio de venta de libros de segunda mano que, a poco que se pensase, nos iba a traer más trabajo que beneficios. Cuando yo llegué, Loro ya hablaba con otro grupo de jóvenes.

Todos le daban la razón cuando les explicaba que Google tenía bases de datos | 30 |


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de cada uno de nosotros y manejaban, todo lo que podemos o no podemos conocer de la realidad, poco legítima en este momento, acotada, claro, en lo que se conocía como realidad virtual.

Y que qué, decía, que qué derecho tenía nadie a decirle a otro que no podía aprender a fabricar explosivos, por ejemplo. O a ver pornografía infantil (después de estudiar a Nietzsche, claro). Intuyo que le daban la razón con condescendencia. Como se le da un trozo de queso a un perro que te da la patita. El resto estaba desperdigado por el local, bebiendo, fumando, berreando. Éramos como abejas libando. Lo pasábamos bien a pesar de todo. Habíamos decidido como tantas otras generaciones de jóvenes no alimentar el status quo de aquella sociedad (España Madrid año dos mil trece un tal Mariano Rajoy de cabeza de turco del gobierno de turno.)

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Frecuentábamos las azoteas de los edificios abandonados puesto que éramos los jóvenes posburbuja inmobiliaria. En los balances a los que Hacienda tenía acceso no quedaba ni para pagar al guardia gitano. Nos daba igual. Estábamos, para qué engañarnos, relativamente bien colocados. Al menos en la calle ninguno esperaba acabar (al menos no por necesidad).

Intuíamos que latinoamérica iba a ser, en algún momento, nuestro punto de reencuentro. Como los japoneses quedan debajo del culo de la estatua del caballo de Sol. Y, qué lección podíamos sacar de la historia de aquellos dos traficantes latinoamericanos? Que los límites son gráciles... El caso.

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Esa mañana seguramente el que es mi mejor amigo, buen poeta, nos había enviado un mail diciendo, entre otras cosas, que tenía una sorpresa preparada para el reci de aquella noche. Nos había dado más o menos igual puesto que, todo aquello, solo constituía una pequeña parte de la vida que llevábamos en en aquel momento. Cuando decidimos empezar el recital dos de nuestros compañeros acababan de llegar con la noticia de que en aquel edificio de oficinas se podía forzar la cerradura del segundo piso y entrar, que no tenía alarma, a una especie de imprenta. Preguntamos (error) si les importaría a los dueños que hiciésemos nuestro recital en su imprenta. Nos dijeron que ni soñarlo. Ni modo. El caso que, ya algo briagos,

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empezamos a recitar por turnos. Un compañero presentaba. Su discurso era, en mi opinión, una mezcla entre las habitaciones profundas de la sangre y algo de poesía medieval. Supongo que era otra forma de transculturación donde, los habitantes de las ciudades, faltos de identidad, recurren a los rasgos propios de sus generaciones pretéritas y los hacen suyos. Por eso en México Distrito Federal están tan de moda las camisitas oaxaqueñas. Aquí, en la vieja Europa, el camino es vestir ropa de segunda mano, por ejemplo. Esa es mi teoría. Pero el caso.

Que todo el mundo, a medida que avanzaba el recital iba poniéndose como de mejor humor. Lo cierto es que éramos majísimos, además de una panda de borrachos con conocimientos sobre cosas que, en la vida real, parecen de no mucha utilidad. Lo cierto es que estábamos sacando de sus casillas | 34 |


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a muchos poetas que frecuentaban la institución recital. Lo cierto es que nos importaba un carajo pedir poemas a la gente fingiendo que acabamos de tener la revelación de la Poesía en nuestras manos, en nuestras sillas, en nuestras almas incluso y publicarlas, acto seguido, de forma totalmente anónima. El mensaje era que no hay mensaje que podríamos estar en el parkin de cualquier macro discoteca consumiendo alucinógenos que tendría el mismo valor que lo que hacemos aquí. Aquello que estábamos buscando no existía y ya lo sabíamos pero era intestinamente divertido. El caso.

Que de los 70 recitales que se celebran (porque esto es la celebración de algo, eso no hay duda) en la ciudad de Madrid a la semana intuíamos, que en ninguno se iba a leer poesía surgida de la etapa colonial en la zona de Barlovento en la selva veracruzana Estado de Veracruz, México. | 35 |


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No queríamos mostrar nada a nadie, no nos tomábamos por iluminados de la poesía, ni revolucionarios de ninguna estética, el saber, o los profundos sentimientos que te acaloran cuando la chica a la que adoras y con la que adoras pasar las hora muertas te asaltan. Sin ir más lejos este texto es una la copia bastante fiel de un poema de Roberto Bolaño, que si no han leído les recomiendo, se llama Los Neochilenos. No se trataba de eso. No se trataba, en verdad, de nada. Quizá de las ganas de pasar una noche con amigos quizá la voluntad de follar con esa chavala, que tan sólo es otra representación de las, tantas veces infravaloradas, ganas de vivir. Esa es mi teoría. El caso.

Cuando le tocó el turno de recitar al último compañero (él mismo había pedido ese turno) se borraron de la cabeza de algunos de nosotros las preguntas que nos recorrían durante el transcurso de la semana. Semanas de rutina, trabajo, exámenes, deudas, posmodernidad, marxismo, memoria a corto plazo, hermanos, padres, mujeres, facebook, mail, | 36 |


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movil, ex novia, futuro, tóxicos, quién eres, quién coño eres, ¿qué es, qué no es legítimo? por qué están destruyendo Madrid, cómo. Suenas a una mezcla entre el monólogo de Trainspoting y algo de beatnik años 70. [...]

De mi desde luego que sí. Nada tenía más sentido que otra cosa sin embargo era definitivamente mucho más reconfortante. El mundo se te da en fragmentos nunca, cuando amas, o estrechas una mano nunca te equivocas, que decían. Y aquella noche pasó felizmente. Pasó aquella noche felizmente. El caso. Ahora sí. Al son.

Balajú se fue a la guerra se fue pero no ha pelear se fue para no pelear Balajú se fue a la guerra Tú eres todo mi penar la causa de mi tormento

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la causa de mi tormento tu eres todo mi pesar.

No paro de cavilar cautivo en un aposento como las olas del mar que no cesan ni un momento Vámonos a navegar suave como fluye el río y nunca intentes llevar contra corriente el navío.

Ariles y más Ariles Ariles que le decía dame agua con tu boquita que yo te doy con la mía. Ariles y más Ariles Ariles que le decía regálenme una cerveza que me muero de sequía. [...]

(Popular)

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Instrucciones para fabricar un libro.

La literatura es espeluznante ­como dos viejos caminando callados pero juntos­ pero también lo es la vida que también sucede como algo terrorífico.

Granada, 2013

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Otros títulos de la colección

Antología bárbara Avizor (poesía) Del otro lado (relato) Experimentos de vigilia (relatos) Los ojos blancos (relato) M (relato) Morada y plata (poesía) Rómpase en caso de uso (poesía)

Colectivo Julio Achútegui Munir Loro Munir Munir Gema Palacios Vade Retro


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