¡Ojo con los objetos de Julio! Una vez encontré a un segurata de metro trastornado que me dijo que eran ranas que saltaban, inaprehensibles, por todas partes. Yo no me fío de los seguratas, pero cuando leo los cuentos de este libro observo cómo los objetos comienzan a saltar desde las páginas y hay que echar a correr para agarrarlos. El niño, la madre, la enamorada, el apático adolescente, Borges, Alonso Quijano, filósofos, cada uno de nosotros, los que le hemos acompañado estos últimos años. He visto como todos, convertidos en rana, hemos ido saltando desde las páginas del libro, porque Julio durante diez años ha sabido ir tejiendo nuestras máscaras para ponérselas y ver qué somos. Para darse cuenta al final de lo no tan evidente. Que somos agua, y el agua es y no es, siempre corre y cambia.