Los pistoleros del eclipse

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Munir Los pistoleros del eclipse

+ bonus track de: Gonzalo Ruiz Suรกrez

Colecciรณn los escritores bรกrbaros


Primera edición: diciembre de 2013

Autor: Munir Hachemi Guerrero. Imagen de portada: Inés Merello Gómez­Llera. Colección Los escritores bárbaros. losescritoresbarbaros.blogspot.com munirhg@gmail.com Copyleft: esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento NoComercial 3.0 Unported de Creative Commons. Se permite su reproducción total o parcial y su modificación, masticación y defecación siempre y cuando éstas sean sin ánimo de lucro. Para la maquetación de este documento se han utilizado programas de software libre como Ubuntu, LibreOffice o Scribus. Maquetador: Munir.


Para Gonzalo



El autor no garantiza que nada de lo narrado en este libro sea cierto. Tampoco garantiza lo contrario. To足 do parecido con la coincidencia es mera realidad.



El futuro de "la fiesta" está, para nuestra generación, en los con­ troles de la guardia civil. Pronto, todos quedaremos con nuestros coches en cualquier parte de la A4, por ejemplo, y simplemente esperaremos a que vengan a quitarnos la cocaína, multarnos, y retirarnos los vehículos. Y luego llegará la prensa. Un despiporre. LORO

A la mierda el pacifismo beatnik mentiroso. Las mejores mentes de nuestra generación se están gestando entre anuncios de mujeres desnudas y hombres ultramusculados, anuncios de Coca­ Cola comunicándole al individuo, como se le comunica a un preso su hora de comer, cuántas horas ha de dormir, cuánta cafeína consumir, qué drogas están de moda o son legales, quién era, es y será. GONZALO RUIZ SUÁREZ



Primera parte

Uno



de la consulta como si acabase de comprar un libro y apenas pudiese aguantar las ganas de romper el envoltorio y empezar a devorarlo, aunque en realidad más bien fue como si acabase de obtener un vale por un libro y estuviese de­ seando llegar a cualquier librería y canjearlo, henchido de la sensación de novedad y atesorando la receta en una bolsa bajo el brazo y mirando a la gente que aún esperaba —gente de todas las edades colores y estados de ánimo— que espe­ raba, digo, para pasar a que el doctor les diese sus dosis o más bien el permiso para tomar sus dosis, ya que alguien a quien le gustan los antis —y tú sabes bien lo enormemente impreciso que resulta el verbo gustar en este caso— puede conseguirlos sin tener que someterse a los rigores del siste­ ma médico­receta­paciente, aunque —eso es cierto— antes o después se cierra el grifo y uno descubre que los amigos (creo que me está empezando a subir) que los amigos no pueden administrarle antis de por vida (tienes razón: me está empezando a bajar) y acaba acudiendo al psiquiatra por su propio pie, repasando de camino a la consulta el guión que se ha preparado (no me apetece hacer nada, no quiero salir pero odio quedarme en casa, etc.) y sin figu­ rarse en absoluto —al menos la primera vez— lo trivial que

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resulta engañar a un psiquiatra. En Latinoamérica o en Estados Unidos no es así, años de adelanto, allí puedes entrar a un Farmacity o a un Tecnofarma o a quién sabe las barbaridades que la imagi­ nación humana ha creado para nombrar a esos monstruos de valor incalculable y —con tu mejor rostro de ejecutivo agresivo o de obeso crónico o simplemente de yonki desa­ rrapado o adolescente con ganas de una extraña modalidad de lo que solemos llamar fiesta cada vez con menos acier­ to— y decir “una caja de Prozac por favor” y seguir a esa sonrisa con patas y ojeras en su búsqueda a través de los cientos de estantes cargados de las miles de formas de di­ versión que se ocultan tras las palabras “contraindicacio­ nes” o “posibles efectos secundarios adversos”, como si las alucinaciones o la euforia desenfrenada fuesen un “efecto adverso”, y recibir tu caja y murmurar “gracias”, o “thanks”, o como carajo se diga en portugués (y en en realidad no sé si en Brasil también existe el negocio de las farmacias­super­ mercado, ni en Perú, ni en Ecuador, ni en Chile; la palabra Latinoamérica no es más que una reducción fácil y cómoda (aunque qué más da si (joder, esto ya baja, ya lo noto), si, digo, en un OXXO cualquiera puede conseguir por unos pe­

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sitos los productos necesarios para siete u ocho intoxicacio­ nes gástricas (o, con suerte, un divertido viaje anafiláctico))) y entonces tú, aunque seas el yonki más enfermo e indolente de todo el Nuevo Continente, sonríes a su vez a la empleada y haces el equivalente cerebral a apretar el culo para que no se te escape toda la mierda que tu mente de adicto ha acu­ mulado en esos quince segundos y ante todo no añades ni una palabra al escueto agradecimiento (porque sabes que cualquier charla sería demorar el momento de comerte el primer Prozac desde hace sabe dios cuánto (¿doce horas? ¿Veinticuatro?), y lo que es peor, de demorárselo a toda la gente que hace cola detrás de ti y que cada segundo que pa­ sa está más cabreada) y sales de la tienda radiante, triunfal, con tu cajita en la mano, y aunque aún no te hayas comido ninguna de esas tentadoras pastillitas, el mundo ya es más hermoso mientras aprientas el blister con el pulgar y extraes el comprimido; la gente parece amable, o mejor, feliz, que es algo que no tiene nada que ver contigo, el tráfico fluye con calculada precisión orquestado por ese guardia que sonríe a todo el mundo y hala, para adentro, a olvidar a tu marido o a tu mujer o tu trabajo o la caja de cartón en la que vives durante ocho horas (pero no, ni siquiera es olvidar, el al­

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cohol te hace olvidar, esto es mucho mejor, es recordarlo todo almohadillado, como si el aire estuviese a una tempe­ ratura insoportable y eso hiciese que entre tú y tu vida se interpusiese una suerte de cristal mal soplado que doblase la luz, como si tus recuerdos fueran los de otro y tú sólo fueses un espectador, un testigo que no necesita comer ni dormir ni ir al baño) y sonríes de una forma que no es ni triste ni alegre pero que, para explicárselo a alguien que nunca ha probado los antis, dirías que es las dos cosas a la vez, y ya puede arder el cielo y combarse los edificios de uno —Asunción—, cinco —San Telmo, Buenos Aires—, diez —México D. F.— o setenta y cinco pisos —Nueva York—, ya pueden venir los terroristas islámicos, vascos, chinos, kh­ meres o ashkenazis, ya pueden aparecer las juventudes hit­ lerianas, un grupo de anarquistas o un comando de narcos, ya puede venir directo hacia ti un adolescente adicto al Call of Duty (“la Llamada del Deber”, la traducción es necesaria) con una ametralladora bajo el brazo que a ti no te va a im­ portar, tú estás a bordo de una canción de Los Beatles (pero no —como se podría pensar— de Lucy in the Sky with Dia­ monds sino más bien de A day in the life), disfrutando de algo que no sabes ni quieres (ni puedes) definir, y todo te da

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igual hasta un nivel que el lenguaje humano no es capaz de expresar. Y nosotros tenemos que ir al psiquiatra (¿te pare­ ce eso ético?) inventarnos una historia —que, es cierto, un chaval de nueve años podría componer sin dificultad— y luego a la farmacia a aguantar la mirada inquisitorial de la chica de turno y esperar minutos (¡minutos!) para tener es­ to en la mano; lo dicho: años de adelanto, pero todo llegará, créeme, y además ¿quién quiere ponerse de antis en Nueva York o Lima o La Paz (bueno, en La Paz tal vez sí)? La ciu­ dad­antidepresivo por excelencia, damas y caballeros, con todos ustedes... ¡Madrid!, preñada de callejones y de rostros y terrazas bloqueando el paso y más rostros que ojalá lleva­ sen la lengua fuera, aceptando agradecidos los comprimidos que yo, como si fuese el mismísimo Jesús, iría depositando delicadamente en sus bocas como quien reparte tripis en una rave, y entonces todo... Creo que ya estoy abajo. G y yo nos ponemos de pie con una parsimonia que nadie dudaría en calificar de zen y echamos a andar prepa­ rados no ya para desovillar el trayecto Barrio del Pilar­Ato­ cha sino para subirnos a un ring y pelear contra el puto Hussain Bolt si hace falta, o como se llame el negro ese, y dejar que nos golpee con toda la violencia de que sea capaz

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hasta que llegue el anhelado fundido en negro, es decir, con la conciencia despierta y trabajando con todas sus fuerzas para hacer que hoy sea distinto de ayer y anteayer y proba­ blemente también de mañana, es decir, que hoy sea un día no ya digno de ser recordado (eso sería propio de las drogas del pasado, cuando nuestros mayores se ponían de LSD porque aún no sabían que nada merece ser recordado, o de los jóvenes anacrónicos que abarrotan plazas —alcohol—, parques —hachís, marihuana—, garitos —MDMA—, con­ ciertos de punk —espichu— o raves en general —desde coca hasta ácido pasando por setas o DMT—, y los ketaminosos, claro, quienes sí son dignos de todo nuestro respeto, perso­ nas que tienden hacia la nada y que apenas están a un paso de los antidepresivos, visionarios entre comillas; ellos serán los primeros en unirse a nosotros en la cruzada de la droga del futuro (a nosotros y a los millones de adictos que reci­ ben su dosis diaria por cortesía de la intangible ONG Psi­ quiatras Sin Fronteras), aunque “unirse” adolece de una ciega imprecisión, ya que la Comunidad Mundial de Anti­ deprimidos no tiene ni sede ni miembros, somos un colecti­ vo rizomático en el que nadie tiene por qué conocer a nadie y cuyo grupo más cohesionado probablemente seamos tú y

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yo, dos individuos entre millones y millones, porque noso­ tros no necesitamos unirnos: no necesitamos nada. “No ne­ cesitamos

nada”.

Parece

un

eslogan.

“Chin,

chin”.

Interferencias en el discurso), sino digno de ser olvidado, no como la mayoría de los días de nuestra vida, que son ol­ vidados sin merecerlo. Interferencias en el discurso. Y es que a veces no sé, G, si el hecho de que cuando hablo contigo ni siquiera dis­ tingo lo que digo de lo que tan sólo pienso se debe a los an­ tis o es algo que ya —esquina (Castellana, a la altura de Nuevos Ministerios)— me pasaba antes de empezar con ellos, y ahora que mis recuerdos son una masa informe y blanda y el pasado se confunde —esquina— con el futuro, lo más probable es que las dos cosas sean ciertas y falsas a la vez. ¿Sabes una de las frases que caracterizan al dios de los judíos (uno de los —digamos— “eslóganes de Yahvé”)? “Soy el que Soy”. Así, con dos mayúsculas. Fuerte, ¿no? No saben nada, los judíos. En realidad a veces ni siquiera sé si —esquina— soy yo el que habla o eres tú, ¿puedes creerme? Claro que pue­ des: yo puedo. ¿A qué hora empezaba el reci, por cierto? ¿A las diez? Ya vamos tarde. Vale.

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Los escritores bárbaros. Los e;bés. Cómo se me llena la boca. 12 de julio de 2013. No, mejor: 12 de Julio de 2013. Así. Un colectivo joven sin domicilio fiscal y cuya única identidad se basa en un blog de poesía se reúne en una de las reprografías ilegales de Moncloa a las 17:00. Hasta la fe­ cha (12/07/2013) no se les conocen acciones más allá de emborracharse y armarla en un recital organizado por el Il­ mo. Ayto. de Fuenlabrada y de repartir unas tarjetas de vi­ sita con frases obscenas —o, al menos, hirientes— por toda la geografía madrileña. Sin embargo, indagando en internet es fácil averiguar que son una de las asociaciones financia­ das por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, es decir, que tienen 1.200 € para ha­ cer lo que les dé la gana con ellos, aunque hasta el momento (12/07/2013, 17:00 horas, relojes sincronizados) no han to­ cado ni un céntimo de ese dinero que podrían gastarse en cenas, “reuniones”, fiestas, putas, es decir, en todo lo que se gastan las subvenciones cada una de las empresas y asocia­ ciones que hay en España, sin ninguna repercusión, sin ningún castigo posible; ¿lo hacían por ética? No: lo hacían porque aún no había llegado el momento. Pero ahora el momento ha llegado. El momento son las 17:36 del día 12 de

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Julio de 2013. Siete jóvenes (cinco machos y dos hembras) salen de una de las reprografías ilegales de Moncloa con las manos llenas de bolsas de las que sobresalen las esquinas de unos letreros alargados (150 x 35 cm.) y otras más pequeñas en las que van los panfletos que Luis se ha empeñado en imprimir y que explican el porqué de lo que va a ocurrir en la Puerta del Sol y alrededores apenas media hora más tar­ de. Esos panfletos —y esto ellos aún no lo saben— jamás serán entregados —esquina. 18:21. Tras trazar un plan de acción, los jóvenes e;bés se ponen en marcha. Pero recapi­ tulemos. 1 de julio de 2013. El Ilmo. y Excmo. Ayto. de la Ciudad de Madrid, en colaboración con la empresa a veces pública y a veces no “Metro de Madrid” y con la siempre privada corporación de telefonía móvil “Vodafone”, aprove­ chando que ésta se dispone a lanzar al mercado su tecno­ logía 4G, con la que un sólo individuo puede gastarse en un sólo segundo la mitad de los megas que tiene contratados al mes (trescientos, es decir, ciento cincuenta (claro que el usuario siempre puede pasarse a la nueva tarifa con megas ilimitados*** por tan sólo 450€/mes (descuento con el pack “Todo en Uno Teléfono + Hipoteca”))), aprovechando, digo, tal lanzamiento, ha tenido la nunca bien ponderable idea de

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cambiar el nombre de la estación “Sol” —nombre emblemá­ tico debido a los acontecimientos acaecidos en tal plaza el 15 de mayo de 2011— por —esquina— “Vodafone Sol”. No, perdón, “

Vodafone Sol”. Este renombramiento acarreó,

de manera totalmente inexplicable incluso para aquellos que lo padecen, la aparición del llamado “síndrome de Odio A Vodafone” cuyos síntomas son, a saber, dos: primero, el sujeto afectado arranca indiscriminadamente todos los car­ teles que sirven para que los millones de alemanes, ingleses, franceses, etc. que a diario recorren la por otra parte bellí­ sima Puerta del Sol sepan que esa estación de metro perte­ nece a la ya citada empresa; segundo (aunque hay casos —pocos— en que este síntoma no se —cruza— presenta), el sujeto afectado deja de consumir productos y servicios de Vodafone. Sin embargo, dado que la enfermedad no se ha extendido demasiado, y gracias a la encomiable labor de nuestras Fuerzas de Seguridad del Estado y Fuerzas de Se­ guridad del Metro (y de los reponedores de carteles de “

Vodafone Sol”) la publicidad en la Puerta del Sol per­

manece intacta a todos los efectos. Además, el 4 de julio de 2013, como medida preventiva para asegurar que la gente no deje de recibir a través de sus canales sensoriales el “sin­

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tagma” “

Vodafone Sol”, Metro de Madrid corta el tramo

<Bilbao> — <

Vodafone Sol> de la Línea 1 y se dedica a

bombardear a todos los usuarios de la red con carteles lu­ minosos al más puro estilo napalm (ventajas: es imborra­ ble,

impintarrajeable,

casi

inalcanzable,

virtualmente

irrompible debido a la multa que ello acarrearía) y, lo que es mejor, avisos sonoros que informan del corte de la línea y de los que la única palabra que dichos usuarios rescatan es “Vodafone”. Ya de paso, se aprovecha la coyuntura para ha­ cer algunas reparaciones en el tramo cortado que tal vez empezaban —esquina— a ser necesarias, o tal vez no. Dicha medida, aunque sirve para disminuir el número de afecta­ dos por el síndrome, no lo extingue y hace que el odio hacia Vodafone se exacerbe en los pocos que siguen padeciéndolo, como si el odio, y tal vez por consiguiente el amor, se viesen afectados por las cábalas de Newton y fuesen como la mate­ ria y la energía, es decir, como si cuando el universo nació ya llevase cierta cantidad de amor y odio cuya suma se hu­ biese mantenido constante hasta hoy haciendo que cuanto más amor haya, menos odio y viceversa, sin que aún nadie sepa si —al igual que en el caso de la materia y la energía— el amor se puede convertir en odio cuando se acelera hasta

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grandes velocidades, aunque algunos hechos como el aten­ tado de las Torres Gemelas —que convirtió el amor de tres o cuatro hombres por su religión en una cantidad ingente de odio esparcido por todo el mundo— parece evidenciar que sí, que puede, y que tal vez si estos siete individuos se so­ metiesen a velocidades cercanas a la luz se convertirían en puro amor por Vodafone, pero la realidad es que lo odian con todas sus fuerzas. Así que volvamos al 12 de Julio. Tras una larga medi —tú, que está en rojo— tras una larga medi­ tación, los e;bés han decidido dejarse de arrancar letreros y actuar por exceso en lugar de por defecto, copar de ironía los lugares públicos, invertir el sentido del cartel de “

Vo­

dafone”, y otros tantos matices que harían las delicias de un semiólogo si viera a esos cinco chavales y dos chavalas pe­ gando por toda la Puerta del Sol letreros que simplemente ponen “

Vodafone”, decenas, cientos de letreros, pero que

apenas constituyen el quince por ciento de todos los que han obtenido a cambio de 1.200 € en una de las repro­ grafías ilegales de Moncloa, y ese hipotético semiólogo, te decía, apenas puede contener un gritito de placer cuando ve la chapa azul que antes sólo ponía “Puerta del Sol” pero que ahora pone “

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Vodafone Puerta del Sol”, o “

Vodafone


Calle Carretas” o “ vez sea mejor, “ Orange” o “

Vodafone Calle Montera”, o lo que tal Vodafone

Santander”, "

Vodafone

Vodafone Vodafone”, y así extendiéndose

hasta llegar a Callao, Antón Martín, Ópera y el Congreso, es decir a “ “

Vodafone Callao”, “

Vodafone Ópera” y el “

Vodafone Antón Martín”,

Vodafone Congreso de los Di­

putados”. Debido al pegamento extrafuerte que —ésta ya es Fuencarral— usaron, los carteles siguieron desplegando to­ da su irónica belleza durante —esquina— cuatro días en el mejor de los casos, y entonces los e;bés salieron a pegar la segunda tanda, y así hasta seis veces, esto es, veinticuatro días, hemos llegado, aquí es el reci. ¿Ya ha empezado?

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