La ordinaria locura de una muerte cotidiana de Israel Montalvo

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Colección Telúrica de Narrativa


La ordinaria locura de una muerte cotidiana Israel Montalvo

ediciones awen VE • PE • BR



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I Al principio me parecía una oferta atractiva, no había mucho a que aferrarse en aquel entonces, estaba por llegar a los veinte y acababa de hacer a un lado la escuela. En esos tiempos sólo deseaba vivir de una manera: rápido y con estilo, es decir, sin muchas dificultades. Toshiro, un amigo que se dedicaba a las perforaciones, un barbón que poseía una veintena de tatuajes y argollas por cada resquicio de piel, me comentó de la vacante en la plaza donde tenía su negocio. Y así fue como terminé siendo el conserje de una pequeña plaza comercial en la parte más recóndita del centro de Tepic. La plaza casi siempre simulaba un desierto, a excepción del puesto de las perforaciones y tatuajes, ese minúsculo local siempre estaba desbordado de gente que iba y venía en oleadas. Mi rutina era simple: llegaba a las ocho de la mañana y en menos de una hora acababa el aseo. El resto del tiempo me dedicaba a pasarlo lo menos aburrido posible, hasta la hora de la comida. Comía y solía dormirme por más de una hora en alguno de los locales vacíos de la planta baja. Me levantaba y esperaba a que diesen las cuatro para reiniciar mi turno, en donde me ponía a leer algún libro o, esperaba la visita de un conocido o, daba una vuelta por los alrededores esperando a que diesen las siete y media para cerrar la puerta principal de la plaza, y así, acabar el día. A veces solía quedarme con el Toshiro y la banda que le caía a su changarro a tomarse unas caguamas, comúnmente los viernes o sábados, pero el resto de la semana no había mucho que hacer más que llegar a casa para ver un poco de tele o, leer algo. Y al día siguiente volver a la misma mecánica repetitiva. Así eran mis días cuando andaba en los veinte, antes de enloquecer un poco y dejarme llevar más de la cuenta, como todos aquellos que quieren comerse el mundo de un bocado.


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II Era una estrella un tanto chueca, estaba trazada burdamente sobre su tobillo, apenas visible, Pame, según explicó, se la había hecho con un alfiler. Ella la presumía una tarde que le cayó a la plaza, Toshiro había sacado un bisturí y le propuso darle profundidad, algo que verdaderamente fuera visible. Y ahí estábamos, metidos en ese minúsculo cuarto que servía como “consultorio” para las perforaciones del Toshiro en medio de una escarificación con público incluido. Pame estaba sobre la camilla con el tobillo al descubierto. Toshiro le daba rienda suelta al bisturí, mientras la amiga de Pame, Daniela, se bebía la botella que había traído, algo que se había robado de una quinceañera y que podría pasar como Tequila, era difícil saberlo a ciencia cierta, tenía un sabor un tanto indefinible, si era tequila debía estar rebajado con sabrá Dios qué, no tenía una etiqueta o algo para identificarlo, sólo era una botella a un cuarto del vacío. ¿Y qué era lo que yo hacía en ese momento?, jugaba a ser fotógrafo, sólo por hacer algo, no por que en verdad quisiera «captar el momento». Alguien sacó la cámara y yo me aventé a documentar la escarificación como si supiese lo que estaba haciendo. —¿Podrías hacer que se viese más pareja? —Le dijo Pame al Toshiro cuando estaba por terminar, él había seguido el trazo que ella había hecho con el alfiler que era algo tosco y poco preciso. El Toshiro levantó la vista, deseaba comérsela del coraje y lo dejó al descubierto: —Debiste decirme antes de que iniciara. Pame estalló en una carcajada, cuando al fin pudo contenerse se lo dijo: —Sólo quería ver la cara que ponías. Me gusta así. El Toshiro bajó la mirada y siguió en lo suyo. Traté de captar lo mejor que pude ese instante aunque me perdí en sus ojos, Pame tenía una mirada profunda e intensa, simulaba un abismo. Un profundo absoluto.


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III Fue en una borrachera con el Toshiro, en uno de tantos viernes donde se me hizo la invitación para trabajar en la feria de Durango, en el palenque de gallos. Fue algo así como: «oye güey, mañana me lanzo a Durango a chambear, deberías caerle, pagan un varo y, agarras morra fácil, por allá». No lo pensé, para que hacerlo, estaba aburrido de la plaza y no había grandes emociones en mi vida en aquel momento. Así que, tomé la decisión en ese instante y por la mañana ya estaba en el autobús, a Rubén, que era una versión México-prieta del papel de Dany de Vito como el bati-pingüino, sólo que, Rubén no era tan narizón y tampoco parecía tener cuello. Al Rubén le dio por pagar todo, «luego nos ponemos al día», decía, pagó el viaje, comidas y el hotel cuando llegamos. Rubén se esforzaba en ser amable no sólo conmigo sino con cualquiera que se le acercase, tenía una necesidad obsesiva por agradar, no recordaba cómo había llegado al changarro del Toshiro, o quien lo había traído, pero así llegaban muchos en medio de una peda, ese lugar era como un imán para los caídos o quien estuviese buscando fiesta a las tres de la mañana. Cuando nos instalamos decidí ir a conocer Durango por mi cuenta, dejé al Rubén en la habitación del hotel y salí a dar la vuelta, al regresar me topé con el “Pollo”, quien era nuestro vecino de habitación y media como un metro a lo mucho y era un tipo de ideas, si es que así se le podía decir a la incorrección política hecha carne, siempre afirmando a la menor provocación: «el sida es un mito pá asustar a los babosos y solo les da a los jotos, y las viejas se les debe pegar pá que sepan su lugar». Si, en verdad hay gente así, pero el tipo era agradable fuera de eso, nos llevamos bien desde el primer cotorro que nos aventamos. Esa tarde terminamos en una cantina que estaba a unas cuadras del hotel, después de unas cuantas cervezas el Pollo me contaba su miseria de vida, su vieja lo había dejado por «balín», y uno de los hijos de ella, uno que era de mi edad y tenía cuerpo de luchador, le había puesto una paliza antes de que tomase el camión para Durango. Me sentí mal por aquel despojo, estaba desecho, y yo, sólo estaba ahí porque no tenía nada que hacer.


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Un par de horas después estábamos de regreso. No crucé palabra con Rubén, parecía molesto, supuse que quizás era porque no lo habíamos invitado. Me quedé con la intención de preguntarle, pero el sueño me venció. A la mañana siguiente antes de ir a desayunar me encontré con un Rubén amargo que me lo echó en cara: —No me prestas la suficiente atención. No entendí a qué se refería. Permanecí callado mientras Rubén me miraba con ojos de perro regañado. —¿Podrías hacerme un favor? —Dijo con una lastimera voz que dolía escucharla, lo miré desconcertado mientras se tendía sobre la cama como si fuese una vedette—. Tengo… Tengo siete meses sin nada de nada. Podrías poner tu miembro y rozarme el culo. Hazme el favor, no soporto mis huevitos, siento que me van a estallar. Me quedé mudo. El mexican-pingüino se movía por la cama como si fuese la sensualidad hecha persona, sin gracia alguna en verdad, más bien, todo lo contrario. Era más como ver una película de horror sin presupuesto intentado provocarte el asco. —Solo rózame el culo para poder venirme —insistió el necesitado. Su rostro poseía una expresión de tristeza lastimera como si se tratase de un asunto de vida o muerte. —Eso no va a pasar —fue lo único que alcancé a decir. —¿Qué te cuesta, sólo es un rozoncito? Me acerqué a la puerta lo más que pude, y fui lo más honesto que pude con el necesitado: —No le hago a eso y de sólo verte no se me para. La neta. La expresión lastimera de su rostro recrudeció e inicio a llorar, me suplicaba por un «rozón» y no sabía si irme o seguir viendo aquello. Opté por lo primero y me di una vuelta al centro hasta terminar en una plaza donde me senté y consulté mi cartera. Un billete de doscientos pesos era mi único amigo. Estaba en problemas. En un lio gordo. En un lugar desconocido, sin amigos y sólo con un billete de doscientos. Al regresar al hotel Rubén me esperaba con una lista de cada cosa que había gastado en mí, pasaje, comidas, hospedaje, hasta unos chicles de a peso que había comprado a las afueras de la central cuando llegamos. Cerca de dos mil varos y algo más. Le daba una hojeada a la cuenta cuando Rubén hizo su gran oferta:


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—Mira, si tú fueses más, «atento» conmigo, yo podría nulificar la cuenta, darte dinero, comprare ropa, y llevarte a buenos restaurantes. Sólo lo miré y estuve a punto de irme sobre él y tratar de dejarlo hecho un morete, entonces recordé que en mi bolsillo sólo había un billete de doscientos. Una solitaria Sor Juanita. No dije nada y le di su mugre lista. Rubén nunca obtuvo sus atenciones, en cambio también lo apunté en mi lista negra e iba a buscar la manera de partirle su horripilante cara. A pesar de lo sucedido me consiguió el empleo para que pudiese pagarle. No era algo muy complicado, tenía que vender dulces y cerveza en los pasillos del palenque. Me di cuenta que Rubén no le agradaba a nadie, y para colmo de males parecía que todo el mundo poseía la impresión de que era su amante, por lo cual, me evitaban a acepción del Pollo quien sabía cuál era mi historia con el Rubén. —No te preocupes güero ya tienes el trabajo —me decía el Pollo a cada rato, intentando animarme. Los días posteriores me quedé con el Pollo, quien me dio alojamiento a pesar de los reclamos de la Rubena—. El joto no se va a pasar de la raya. Le dije que le iba a partir su madre si lo hacía. Eso explicaba el buen comportamiento de la Rubén y el hecho de que esperaba su dinero de vuelta. Pasaron un par de semanas en los que todos actuaban como sí tuviese la peste, y Rubén a la menor provocación me recordaba su oferta. Fue en el chismorreo de un par de camareras donde escuché lo que la Rubén decía a mi espalda: «es mi pareja, pero le da vergüenza que lo sepan. Coge como burro, ya me rompió el culo a vergazos». Eso último me hizo estallar. La idea de besar una cosa amorfa sin cuello o, simplemente tomarle la mano, me asqueó, me puso furioso. Había llegado a mi límite de tolerancia y actué impulsivamente, fui a dejarle en claro lo que opinaba de él. Y lo hice a lo grande, en medio de todos al iniciar el turno en la chamba. Debíamos llenar los refrigeradores con cerveza y acomodar todo antes de que iniciaran las peleas de gallos, el Rubén andaba acomodando uno de los refrigeradores, me paré frente aquella cosa y le pisé deliberadamente un pie, cómo si desease bailar sobre él. Al Rubén le gustaba exagerar las cosas, yo contaba con eso, y gracias a un grito nos volvimos el centro de atención. —¿Por qué me pegas? —chilló Rubén ejecutando su papel de víctima. Algo que parecía tener bien ensayado.


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—¿Por qué quiero hacerlo, cabrón! —No me anduve con rodeos. Mi puño no se contuvo esta vez, se sumergió en su costado derecho, en medio de las costillas, no fue un golpe con todas mis fuerzas, sólo lo suficiente para que supiera que iba en serio—. Sé lo que andas diciéndole a todos y escúchalo bien, jamás, pero jamás en tu patética vida te la voy a meter. ¡Ni en tus sueños, cabrón! —Yo no he dicho tal cosa. ¿Dime quién te dijo eso? No es verdad —para Rubén la culpa siempre era de alguien más. —Mira, cabrón, lo único que debes saber es, que te voy a romper la madre cuando salgamos —se lo dejé claro a él y a todo los que miraban nuestra novelita. Y el rating era alto, algo así como «todos estamos enterados». Volví a pisarlo y le di un pequeño empujón que lo hizo reclinarse sobre la barra. Temblaba como una gelatina recién cuajada. No dejé de verle a los ojos, en verdad estaba disfrutando de mi papel de villano. Mi supervisor, un tipo con un bigotillo simpático quien poseía un nombre al que era difícil tomar en serio, y es que, Serafín, involuntariamente sonaba chistoso. Mi jefe había sido testigo de mi escenita telenovelera a lo Telerisa, junto con el resto de los empleados, los de seguridad, y uno que otro despistado que andaba por ahí en aquel momento. De inmediato me habló y fui a su encuentro, estaba en la barra revisando el inventario. —Mira muchacho, por mí no hay bronca que le partas su madre a ese cabrón —lo dijo sin dejar de ver el inventario, como si fuese lo de costumbre—. Pero no lo hagas aquí, si no tendré que correrte, ¿estamos? Asentí con la cabeza y la cola entre as patas. —Sigue en lo que estabas, espero que no me causes problemas muchacho —Serafín me dedicó una mirada como si esperase que me comprometiese con él, no dije nada y volví asentir con la cabeza, en realidad no tenía la intención de darle su merecido al Rubén, había sido un momento de pérdida de control, en ese momento estaba tranquilizándome, además, debía conseguir lo suficiente para pagar un boleto de regreso a casa y comer algo esa tarde. Aquel día me convertí en el tipo más “agradable” que había. Las meseras que antes ni se fijaban en mí, para las que era un cero a la izquierda, ahora me dedicaban una sonrisa cada vez que pasaban a mi


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lado. No faltó quien me invitará una cerveza o me ofreciera un varo para terminar lo que había iniciado con el Rubén. «Pensamos que eras el máyate del Rubén», escuché esa frase un centenar de veces esa noche, acompañada de «ponlo en su lugar, ese pinche joto se pasa de culero», así fue como me di realmente cuenta de la impopularidad de Rubén, al parecer tenía la costumbre de embaucar a todo el mundo y deberle dinero, y el hecho de que no le saliera su tirada conmigo propició mi popularidad. Ya no tuve que preocuparme por mis gastos en los días que seguí en Durango a todo el mundo le gustaba invitarme las chelas y algo de comer. No fue mucho tiempo lo que permanecí en el palenque. Junté lo suficiente para regresar en unas noches y seguí amenazando a Rubén con darle una paliza, no por que en verdad fuera hacerlo, sólo lo quería lejos, para no tener que en verdad hacerlo. Un miércoles por la tarde tomé el camión de regreso, fue un viacrucis de doce horas con una escala en Sinaloa antes de llegar a Tepic, aquel jueves al mediodía. Y esa misma tarde, todavía aporreado por el viaje y la desveladas, fui a un ensayo de la banda punk del Toshiro, no recuerdo cómo es que supieron que ya estaba de regreso y me hablaron pa caerle, ni como llegué ahí como si fuese lo primero que tuviese que hacer. Después de un par de caguamas el Toshiro se comprometió a conseguirme mi puesto de vuelta en la plaza, esa era la mejor oferta que tenía en ese momento y con la cola entre las patas fui de nuevo a la plaza la mañana del viernes, para mi sorpresa me aceptaron como si nada, y el sábado regresé a la rutina de cada día. Esa noche hubo algo, un cotorreo con la Pame, quien había traído a un par de compas suyos y a la Daniela, con sus botellas de dudosa procedencia, no sé cómo (me sentí artista, supongo), pero terminé diciéndole a Pame que si podía hacerle unas fotos de su cabello, era tan dispar como su estrella, ella había improvisado frente al espejo al igual que hizo con el alfiler. Había estado en Durango cerca de tres semanas y parecía que nunca hubiese pasado, y al parecer no les había hecho falta. A Daniela me costó convencerla de que no había estado todo ese tiempo, me reclamaba: «güey, vinimos a cotorrear y tú te ibas temprano, ¿qué rollo contigo vato? Te pasas», a Pame no pareció importarle y para el Toshiro, sólo me había perdido de unas cuantas pedas. Nada más, nada menos. Y así eran los días del «todo o nada», en donde vivir era una ordinaría locura, en donde la ausencia no representaba gran cosa ni estar


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era algo importante, a fin de cuentas sólo somos un rostro más que va y viene en la historia de otros.


Israel Montalvo Israel, cómo escritor e ilustrador y ha publicado en una infinidad de revistas, cómics, libros y ha participado en más de veinte antologías literarias de cuento enfocadas en el horror y la ciencia ficción en México, España, Uruguay, Argentina, Perú y Chile. Fue miembro del consejo editorial de la revista literaria Herética (2012-2015). En el 2016 publicó su primera novela gráfica «Momentos en el tiempo o los días regulares de un personaje medio(ocre)» por la que obtuvo dos becas, una para su realización en el 2009, y otra pasa su publicación en el 2014. En el 2018 publicó la novela gráfica «¿Podría ser un asesino?», el cómic «I’m fraid of americans» e ilustró la novela pulp «Marciano Reyes y la cruzada de Venus». En el 2019 salió su primer libro de cuentos «La Villa de los Azotes». En 2020 ilustró el cómic «La parte que no siente», escrito por Julián Mitre. También se desempeña como músico en su proyecto experimental Polivíuz, con el cual produjo y editó su primer álbum en el 2018 «ella se enciende como un cigarrillo», y participó en el quinto compilado «Bandas Dark 2019», realizado por la revista Dark con el tema «Satán está triste».


CRÉDITOS La ordinaria locura de una muerte cotidiana ©2021, Israel Montalvo © De esta edición: Ediciones Awen (Un sello de Ediciones Palíndromus) Cualquier parte de este libro puede ser reproducida, almacenada o transmitida con permiso del autor o editor mientras se esté citando la fuente. edición

Jorge Morales Corona | Verónica Vidal diseño de colección

Jorge Morales Corona diagramación

Ediciones Palíndromus collage de portada

Diego Abreu corrector

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La ordinaria locura de una muerte cotidiana de Israel Montalvo se terminó de editar en el mes de mayo de 2021 en las instalaciones de Ediciones Palíndromus ubicadas en Maracaibo, Venezuela, bajo la licencia del sello Awen y el autor. Para la colección se utilizaron las tipografías Lato de Lukasz Dziedzic para el cuerpo y Manrope de Michael Sharanda para los títulos. todos los derechos reservados



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