NACHO BAÑERAS
ACTITUD SALVAJE ENTUSIASTAS DEL ABISMO
Primera edición: junio de © Nacho Bañeras © Ediciones Carena
Ediciones Carena c/Alpens, - Barcelona T. www.edicionescarena.com info@edicionescarena.com Diseño de la colección: Sandra Jiménez Castillo Marina Delgado Torres Diseño de la cubierta: Marina Delgado Fotografía del autor: Anna Blanch Llovera Maquetación: Marina Delgado Corrección: Elena Morilla Coordinación: Jesús Martínez www.reporterojesus.com Depósito legal: B - ISBN ---- Impreso en España - Printed in Spain Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo fotocopias y difusión a través de Internet—, y y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo.
A Ă?ngrid, una ventana abierta.
No esperar más. No mantener ninguna esperanza. No dejarse ya distraer, confundir. Irrumpir. Mandar la mentira contra las cuerdas. Creer en lo que sentimos. Actuar en consecuencia. Forzar la puerta del presente. Probar. Fracasar. Probar de nuevo. Fracasar mejor. Obstinarse. Atacar. Construir. Tal vez vencer. En cualquier caso, sobreponerse. Seguir nuestro camino. Vivir, pues. Ahora. COMITÉ INVISIBLE ¿Qué sé yo? MICHEL DE MONTAIGNE En el abismo está la salvación. HÖLDERLIN
I HUIMOS DEL PENSAR. EL OLVIDO DE UN VIVIR RADICAL «HUIMOS DEL PENSAR»1
Con esta observación, casi un aforismo, invitaba
Heidegger en una conferencia a deshilachar esta corazonada tan profunda que aún perdura, a saber, nuestra completa sensación de estar perdidos, de no encajar, de vivir una vida que, a menudo, se escurre entre nuestras manos. Son muchos los filósofos que señalan multitud de causas externas que explican, hasta cierto punto, este estar perdidos. La saturación del tiempo, el imperio de lo efímero, la precariedad, la sociedad del rendimiento, la interconexión perpetua, etc., apuntan a un mundo y a un hábitat inhóspito. Byung-Chul Han2, por poner un ejemplo, nos 1 HEIDEGGER, Serenidad. Ediciones del Serbal, Barcelona, 2002. 2 BYUNG-CHUL, Han, La sociedad del cansancio. Ed. Herder, Barcelona, 2016.
caracteriza como una sociedad del rendimiento, una sociedad predadora de estímulos y estimulantes para un vivir que acaba convirtiéndose en un pasar de puntillas por la vida, es decir, en un sobre-vivir. Es verdad, no paramos. ¿Sabemos dónde vamos? ¿Qué queremos? Este mundo tan desapacible es, sin embargo, el reflejo de lo que somos, la manifestación de una huida hacia adelante que se zafa del pensar. Es un mundo que corre fugaz hacia no se sabe dónde o, quizás, hacia su propio colapso; que prioriza los resultados, obviando sus consecuencias y el propio trayecto; que utiliza y prioriza la tecnología para evadir la vida y soslayar, indirectamente, las relaciones humanas. Este mundo, nuestro mundo, es el reflejo de esta huida, de nuestra huida. La sentencia heideggariana, como la sensación que la provoca, continúa estando plenamente vigente. Huimos del pensar. Huimos de nosotros mismos. ¿Tiene relación la huida del pensar con nuestro estado presente? Nuestro estar alienados, nuestro sufrir, se expresa de múltiples maneras. Se manifiesta a través de la movilización constante (este sin parar o la velocidad de nuestro día a día) con la que no paramos de jalear y estimular nuestra propia vida, produciéndonos y consumiéndonos a un mismo 12
tiempo y todo el tiempo; de un narcisismo apabullante, las redes siguen siendo el mejor ejemplo; de una saturación de información que acaba convirtiéndose en una desinformación total; de la disolución de la esfera íntima; del imperio del instante, etc. Nos habitan obligaciones, créditos, crisis, miedos. Nos movemos por ellos y a través de ellos, buscando, sin encontrarlos, momentos de sosiego, seguridad y templanza. Es nuestro yo, esa veleta que izamos para capear nuestro día a día, un islote movedizo necesitado de eslóganes para surfear y desconexiones con las que compensar una vida constantemente estimulada y, no obstante, completamente desvinculada de la naturaleza, del otro y, también, de nosotros mismos. Nos cuesta saber lo que queremos o no queremos, nos cuesta satisfacernos o frustrarnos, poner límites y decir no, mostrar nuestros sentimientos, dejarnos ir, parar o respirar. «Huimos del pensar», ¿huimos también de un vivir profundo? La cita heideggeriana señala un olvido y alumbra un sendero. La huida del pensar se muestra a través de la movilización constante que nos impide una acción emancipadora, a fin de cuentas la actividad del pensar reivindicada por el filósofo. Hoy, la lucha por la emancipación se ha desplazado por entero a nuestra propia vida. ¿Qué queremos decir con esto? Señalar que la lucha por 13
nuestra emancipación se juega dentro de nosotros, principalmente, quiere decir que, partiendo de esta sensación de un vivir a menudo superficial, rápido, quienes más tenemos que decir y decidir sobre nuestra vida somos nosotros. Dicho de una manera más radical, esta mirada nos coloca como responsables y protagonistas de nuestras acciones y, por lo tanto, nos empuja, si queremos, a ser el motor y la motivación del cambio. Nos exhorta a ser interpelados y zarandeados por la frase heideggeriana. Nuestra huida, reflejada en nuestra vida y nuestro mundo, nos confronta e interpela constantemente. Generalmente, optamos por mantener las cosas como están. Es una lástima y, además, una oportunidad perdida. Muchas veces no tenemos las herramientas para saber cómo cambiarlas y optamos por sufrir con lo que ya sabemos, alejándonos de experimentar otras alternativas. Es evidente, aunque quizás de entrada no lo parezca, que tenemos una parte de responsabilidad en nuestra manera de vivir o de sobre-vivir, aunque pueda comprenderse que muchas veces no la pongamos en marcha por el miedo, la precariedad, la multitud de obligaciones, la complejidad del presente, etc. No obstante, tenerla en cuenta nos abre la puerta y nos indica un sendero por recorrer: tenemos a mano nuestra actitud vital, es decir, nuestra forma de ver, pensar y vivir 14
la vida. De hecho, radicalmente, es lo único que tenemos: nuestra actitud. Fundamental para entender nuestra realidad y a nosotros mismos es el presente en el que vivimos y, de él, el capitalismo que lo caracteriza, ya que éste incluye una determinada filosofía que a todos nos afecta y da forma. Nuestro cotidiano lenguaje es un buen ejemplo de ello (tenemos, como las mercancías, más o menos valor; damos mucha importancia al escaparate de nuestra apariencia; comercializamos las relaciones; etc.), pero, además, la relación que mantenemos con nosotros mismos viene aupada por los mismos discursos que antaño movilizaban una sociedad fabril, solo que hemos desplazado esos discursos disciplinarios hacia nuestra propia interioridad y desdibujado la opresión que ejercían mediante una positividad aún más alienante (el deber de estar permanentemente motivados es el mejor ejemplo, como también el habernos convertido en jefes de nosotros mismos). Es evidente que en este engarce entre realidad y capitalismo, entre nosotros y el sinparar, nuestro reconocimiento está en juego: somos en la medida en que nos mostramos y movemos, en la que aparentamos y no paramos de hacer cosas. El peligro de la marginación y el ostracismo (el miedo al rechazo, a la crítica, a no ser queridos y a la precariedad o pobreza económica) nos mantienen en constante 15
alerta y nos dificultan el parar y un tiempo para el silencio, la escucha, la reflexión y la actitud filosófica, en definitiva, un vivir más profundo. Digámoslo con más claridad, somos animales adecentados, domesticados. Un animal doméstico es aquel animal que vive a través de parámetros que no son los suyos, que no están en su propia naturaleza, que no le pertenecen. Es evidente que sigue siendo capaz de vivir y hasta de vivir con cierta comodidad, pero ha perdido la llama que alumbra su fuero interno, la lumbre que caldea e impulsa su propio vivir. Un animal doméstico ha perdido su vitalidad, su fiereza, su libertad, es decir, ha perdido una parte de sí mismo adaptándose, con-formándose (en el doble sentido de darse forma y resignarse) a un determinado estilo de vida. Un animal doméstico prefiere este simulacro de vida a un vivir más profundo. Si lo aplicamos hacia nosotros mismos, esta vida más profunda confronta nuestra comodidad, nuestras creencias y, finalmente, a nosotros mismos. Mayoritariamente, nos conformamos con este pasar de puntillas por la vida. A menudo, incluso, lo justificamos diciendo que ya es demasiado cansado y agotador vivir así como para arriesgarnos a vivir de otra manera.
16