Augurio de traiciones

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MARIAN PIÑEIRO

AUGURIO DE TRAICIONES


Primera edición: febrero de 2019 © Marian Piñeiro © Ediciones Carena

Ediciones Carena c/Alpens, 31-33 08014 Barcelona T. 934 310 283 www.edicionescarena.com info@edicionescarena.com Diseño de la colección: Sandra Jiménez Castillo Marina Delgado Torres Diseño de la cubierta: Sandra Jiménez Maquetación: Adrián Vico Corrección: Ian Gómez Coordinación: Jesús Martínez www.reporterojesus.com Depósito legal: B 5927-2019 ISBN 978-84-17258-88-7 Impreso en España - Printed in Spain Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de Internet—, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo público.


Gracias…



PRIMERA PARTE ELISA



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Elisa, Laura y Palmira habían salido aquel jueves por la noche

solo para divertirse y hacer alguna locura que las hiciera reír. Era la despedida de soltera de Elisa. En aquel momento estaban cenando en uno de los mejores restaurantes de la pequeña ciudad costera de San Tomé (de unos cien mil habitantes). Habían empezado con marisco, como era típico en una ciudad al borde del mar. Se hartaron de centollos, cigalas, almejas…, de tal manera que ya no pidieron carne ni pescado; fueron directamente al postre: una tarta de güisqui exquisita que acompañaron con una copa de champán. Bromearon sobre la noche de bodas y otra clase de aventuras. Al final salieron a dar una vuelta por el pequeño puerto deportivo, alegres, dispuestas a aprovechar cualquier ocasión para reírse. Cuando salían del puerto para ir a la discoteca, se encontraron con una gitana que rondaba por allí proponiéndoles a los pasantes echarles la buena ventura. Laura, al verla, se dirigió decidida hacia la gitana para que le echara la buena ventura. Elisa y Palmira protestaron. —Por favor, no me digas que crees en esas tonterías —dijeron a coro las otras dos. —Hoy es una noche para hacer lo que nos apetezca y yo quiero saber mi futuro. Yo todavía no tengo novio —dijo Laura.


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Laura era la más intelectual de las tres. A sus veintitrés años, había acabado la carrera de derecho y estaba preparando unas oposiciones a notarías. Palmira hacía cuatro años que trabajaba en Correos y Elisa trabajaba de enfermera en el hospital desde hacía dos años. La gitana, desconfiada, le pidió el dinero primero, luego le cogió la mano y se fijó en la palma con atención. —Vas a vivir una vida feliz y pronto vas a encontrar el amor para toda la vida —dijo la gitana. Laura le dio las gracias y le pidió que les dijera la buena ventura a sus amigas. Estas accedieron de mala gana. Primero fue Palmira quien tendió su mano. —Vas a encontrar un hombre que te aportará bienestar económico —dijo la gitana. —Ya lo tengo —respondió Palmira. —Será otro —dijo la gitana. —¿Cómo es eso? Ya llevamos dos años juntos. —Si quieres saber más tienes que darme más dinero —respondió la gitana. —De eso nada —dijo Palmira. Luego fue el turno de Elisa. —A mí no me hace falta. Mi vida está decidida, ya tengo un amor. Me caso el domingo —dijo Elisa, alegre. —Ahora es tu turno —dijeron Laura y Palmira a coro. Elisa accedió de mala gana. La gitana le tomó la mano y puso cara de preocupación, pero no dijo nada. —¿Va a decir algo? yo le he pagado por ella —dijo Laura. —¿Por qué no habla? ¿Quiere más dinero? —preguntó Palmira. —¿Es tan grave lo que tiene que decirme? De todos modos, puede decir lo que quiera, yo no creo en estas cosas —dijo Elisa.


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—Yo casi nunca me equivoco y cuando no es algo agradable prefiero no hablar y devolver el dinero, pero esta vez, si quiere, se lo digo porque hay algo malo y algo bueno —dijo la gitana. —Pues adelante —dijo Elisa, intrigada. La gitana le cogió bien las dos manos y las miró detenidamente. —Antes de conocer el fuego de la pasión sufrirás una traición muy grande. —¡Ja, ja, ja! ¿Y eso es algo tan malo? Tendrá una aventura antes de la boda, yo también —rio Elisa. —Si quieres más explicaciones tienes que darme más dinero. —Ya, al final es eso, más dinero. Ya le dije, yo no creo en estas cosas, lo hice por complacer a mis compañeras. Hasta otra. Las tres se marcharon riendo y haciendo comentarios irónicos sobre lo que acababan de vivir. Se dirigieron a la discoteca y estuvieron bailando y ligando hasta las tres de la mañana en que se marcharon rendidas para casa. —Gracias, chicas, por acompañarme en esta noche tan divertida —dijo Elisa. A los dos días, Elisa se había levantado temprano para ir a la peluquería para que le arreglaran el pelo, la maquillaran, y acentuar aún más su belleza natural. Tenía veinticuatro años, era esbelta (un metro y setenta centímetros), de pelo castaño claro, y ojos verdes. Aquel domingo era uno de los días más felices de su vida. Era el día de su boda con el hombre que siempre había amado, el único novio serio que había tenido: Ramiro Casal Martín, un chico de veintiséis años que trabajaba en una sucursal de uno de los bancos más importantes del país. Elisa y Ramiro salían juntos desde hacía cuatro años. Él tampoco había tenido ninguna relación seria antes de salir con Elisa. Sus respectivas familias se conocían porque en aquella pequeña ciudad todo el mundo se conocía. Los padres de Ramiro tenían


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una tienda de comestibles y un bar al que iban a menudo los padres de Elisa. Ella era hija única, su padre era carpintero y su madre modista. Él tenía una hermana mayor que él, Carolina, que era profesora y vivía en un chalé al borde del mar con su marido, profesor también. Desde que empezaron a salir juntos, su relación fue aceptada por ambas familias que consideraban aquella unión como una bendición. Aquel día era un día de felicidad para los novios y sus respectivas familias. La madre de Elisa había confeccionado el vestido de boda de su hija con el máximo esmero. Cuando ella bajó del coche del brazo de su padre para acercarse al altar, su belleza estaba en pleno esplendor. Ramiro la esperaba emocionado delante del altar, al lado de su madre, desde hacía diez minutos. A medida que ella se acercaba al altar, la emoción dejó paso a la admiración más grande que había sentido por ella. Se sintió el hombre más feliz del mundo por tener la suerte de tener una mujer de una belleza física y moral extraordinaria y que, además, iba a convertirse en su esposa. Ella también era feliz porque iba a casarse con el hombre que amaba; un hombre responsable, honesto, con un gran carisma y que la amaba profundamente. Habían invitado a todos sus amigos, familiares y colegas del trabajo. Había mucha gente en la iglesia que los acompañó en aquel día tan especial para ellos. La boda había sido preparada armoniosamente por ambas familias que cuidaron hasta el más mínimo detalle para que todo saliera a la perfección y poder agasajar a los invitados. El momento más emocionante para los novios fue el intercambio de anillos. A Elisa le temblaban las manos por la inmensa emoción que sentía en aquel momento. La ceremonia, como todas las ceremonias, fue larga, pero los invitados se distraían hablando unos con otros, contándose cosas mientras los novios se hacían fotos con las familias y los amigos.


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Sobre las tres de la tarde, llegaron al restaurante donde todo estaba cuidadosamente dispuesto en un inmenso salón comedor con vistas al mar para acoger a ciento cincuenta comensales. La mesa de los novios estaba en el centro, los acompañaban sus padres, hermanos y las niñas de Carolina, que habían acompañado a la novia. Había un conjunto musical que animaba el ambiente con música variada. También había un fotógrafo para inmortalizar los momentos clave del convite. El menú era mayormente a base de marisco, como en casi todas las bodas por aquellos alrededores. Había ocho clases diferentes de marisco en cantidades excesivas de tal manera que, al día siguiente, los invitados que quisieran podían ir al restaurante a comer la comida que había sobrado de la boda. Al final no podía faltar el plato de pescado de la ría y el plato de carne que la mayoría de los invitados ya no tocaba después de haber comido tanto marisco. Durante el tiempo que duraba el servicio de los diferentes menús, que solía ser unas cuatro o cinco horas, la gente se levantaba, los novios iban a saludar a los comensales, el fotógrafo hacía fotos, y los músicos tocaban. Después de cinco horas, llegó el turno del postre y del champán. Los novios iniciaron la tarta, la novia lanzó su ramo de flores para las jóvenes solteras que cayó en manos de Laura, y dieron un pequeño recuerdo a cada uno de los invitados con los nombres de los novios. A partir de ese momento, todo el mundo bailó al son de la música hasta la medianoche en que los novios se fueron a dormir a su recién estrenado piso. Al día siguiente, temprano, cogerían el avión para ir de luna de miel a Grecia durante una semana. Todo el mundo era feliz, la boda había sido un éxito. Ramiro y Elisa habían vivido el mejor día de su vida, tal como habían previsto, la vida era hermosa para ellos. En aquella noche de bodas, se juraron una vez más amor


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eterno y se felicitaron mutuamente por haber tenido la inmensa dicha de haberse encontrado. Hacía tiempo que habían planificado casarse, pero como eran dos jóvenes responsables, habían preferido esperar a tener su propio piso para poder vivir independientes de sus padres. Al llegar de luna de miel, comenzaron por primera vez su vida juntos. Se entendían bien, los dos tenían gustos e intereses afines. A él le gustaba ver los partidos de fútbol locales con los amigos. A veces, Elisa lo acompañaba, sobre todo por compartir con él aquellos momentos importantes. Otras veces, mientras él iba a ver el partido, ella aprovechaba para ver a sus amigas Palmira y Laura con las que pasaba agradables momentos.



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