He recopilado una serie de crónicas y artículos editados duran-
te los años 2016 a 2018, la mayoría en el suplemento Aladar de El Correo de Andalucía, así como en otros diarios y revistas españoles. Trato de mostrar un recorrido posible mediante la escritura y la fotografía de diversas percepciones que atraviesan la mente y el cuerpo durante el viaje, tales como la sorpresa de la novedad, la certeza del paso del tiempo y la curiosidad que en cada una de las ciudades alimenta el deseo de conocimiento, así como la nefasta influencia de la técnica en un mundo globalizado. El foco principal de atención se proyecta sobre la ciudad de Barcelona, donde he vivido la mayor parte de mi vida. Un segundo foco se centra en ciudades como Montevideo y territorios de la Patagonia argentina. Algunas crónicas hacen referencia a la escritura de poetas como Anne Sexton, Sylvia Plath, Ingeborg Bachmann y Alejandra Pizarnik, o escritoras como Andrea Blanqué y Hebe Uhart. De igual manera, Antonio Machado, Ricardo Molina y el pampeano Edgar Morisoli son también son objeto de estos artículos. Todo ello forma parte de un rescate donde la memoria se apoya en momentos de intensidades varias alrededor de las cuales he intentado lograr lo que toda escritura pretende, que es captar un instante de vida.
I ESTAMPAS BARCELONESAS
Se apeó del autobús en Via Laietana. Bajó hasta Correos cami-
nando. Solo unos metros. La puesta de sol se veía abriendo un haz de luz en la estrecha calle, apenas cuatro metros de ancha y alzar la vista para ver un par de nubes enrojecidas, hinchadas. Un escaparate de pasteles, otro de electrodomésticos. Caminó hasta la calle Avinyó y se detuvo ante el kiosco de prensa. Titulares que noticiaban catástrofes y corrupciones diversas. Un zapatero escuchaba la radio en su minúsculo local. Giró por la plaza George Orwell. Un establecimiento que exhibía en el escaparate comidas marroquíes. Un par de jóvenes dentro, comprando. La tienda de ropa juvenil. Una discoteca que exhibe un cartel con las canciones heavy metal más demandadas. El fondo es rojo y está lleno de taburetes. Caminaba deprisa. Una bodega llena de botellas. Un pakistaní hablando con un colega. Un hotel de dos estrellas. Las Ramblas. Un gentío hacia arriba que se cruza con otro que dirige su marcha hacia abajo. La sensación de que no la conocía nadie. Respiró. El cielo se hizo más amplio. La terraza del Café de la Ópera. Gentes de otros lugares tomando cervezas en grandes copas. Más titulares de prensa. Una turronería sin clientes. Algarabía. Automóviles que se detienen en el semáforo. Ciclistas atravesando la calle mirando a los peatones 13
como si fuesen de otro planeta. Tres caricaturistas ocupados en reproducir la imagen del cliente que se había sentado para que le dibujen sus rasgos. Un grupo de árabes. Dos mujeres con pantalón corto exhibiendo unas pecheras impresionantes. Cuatro travestis. Una mujer fotografiándolo todo. Un bar de tapas en la calle Hospital, esquina Ramblas. Un garaje con tres plantas subterráneas. La vida. Calle Nou de la Rambla. Una tienda de vestidos de novia. No hay de novios. Otra de ropa interior. Un nuevo hotel de tres estrellas. Obras en la fachada de un edificio. El barrio se regenera. Una galería de arte. Una tienda de productos exóticos. El barrio se va regenerando. Una inmobiliaria. Tres metros más allá, en la otra acera, otra inmobiliaria. Un apartamento de treinta y cinco metros cuadrados más treinta metros de terraza cuesta cuatro mil euros el metro cuadrado, incluidos los que dan al vacío. Una tienda de ropa interior sexy. Calle Sant Ramon. Varias mujeres jóvenes paseando de arriba abajo. Algunas, apostadas en la esquina. Más allá, la Filmoteca. Otras, con hombres de aspecto sucio a su lado. El paisaje, pensaba ella, realmente había cambiado. Unos años antes también había mujeres en esa calle. Más viejas, alcohólicas, gordas. Sin duda los clientes salieron ganando. La migración, hermosa palabra, trajo un aire nuevo. Jóvenes hermosas. Hermosas jóvenes rubias con acentos extranjeros. El barrio, sin duda, se estaba regenerando. La farmacia cerrada en la esquina con Sant Pau. Aquel edificio envejecido y sombrío, hermoso y extraño en aquella ciudad con aires tan mundanos. La portería putrefacta. La esquina resquebrajada. Era algo raro en una ciudad con tanta inmobiliaria. ¿O no? Quedaba algo de aquel pasado que no quería ser todavía derribado. Se habían ido las prostitutas mayores dejando paso a aquellas preciosidades vulnerables. La tienda de pollos asados. Cuántos huevos blancos en el escaparate. ¿Serían todavía comestibles? El restaurante 14
caro, en medio de una tienda de pakistaníes y una droguería que todavía exhibía en su escaparate herramientas del pasado siglo. Una anciana con pelos en la punta de la nariz. ¿Una bruja? No, una ciudadana con pensión de doscientos cincuenta euros. El recuerdo de una película rodada en el barrio. Lo enorme acontece grande. Lo diminuto, irreal. Se sentó. Buscó entre las tapas del bar gallego unos callos. El camarero estaba mal peinado. Digamos que se parecía a un hombre que se acababa de levantar tras una gran pelea. No era precisamente la imagen de un hombre pulido. Los puso en el microondas en un plato de porcelana blanca. Algo de grasa no se había diluido. Pinchó con el tenedor un amarillento callo. Apartó dos garbanzos. Miró a través de la cristalera manchada hacia su balcón. Por fortuna no había llovido y su ropa se bamboleaba enorme, acaparadora.
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