El grito - Caterina Morante Espasa

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CATERINA MORANTE ESPASA

EL GRITO


Primera edición: noviembre de  © Caterina Morante Espasa,  © Ediciones Carena,  Ediciones Carena c/ Alpens, -  Barcelona T.    www.edicionescarena.com info@edicionescarena.com Diseño de la colección: Silvio García-Aguirre www.cartonviejo.net Diseño de la cubierta: Rocío Morilla www.rociomo.com Maquetación: Raül Bellés DEPÓSITO LEGAL: B 26187-2017 ISBN ---- Impreso en España - Printed in Spain Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de Internet—, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo público.


Cerca de la masa amarilla, sobre el negro, pinté dos puntos completamente blancos que tal vez fuesen la promesa del alivio futuro. CLARICE LISPECTOR, DONDE SE ENSEÑARÁ A SER FELIZ Y OTROS ESCRITOS



We are the halt, lame, blind, deaf, the sick. But we are doubly unconscious. We are so ill that we no longer feel ill, as in many terminal illnesses. We are mad, but we have no insight. R. D. LAING, SELF AND OTHERS



I YO

Yo soy quien narra esta historia.

Yo soy la persona que ha creado estos personajes. Él y Ella son yo y yo soy Ella y Él. Os preguntaréis el porqué de esta creación. Pues bien, mi único fin es encontrar al yo-ser que vive dentro de mí. Mi intención es alcanzarme a través de ellos, de Él y de Ella. En principio, esta intención, que es el impulso de la presente creación, es un acto de destrucción. Y a su vez esta intención responde a una necesidad vital del ser humano: ser reconocido como ser existiente. Este relato es un viaje hacia mi interior, es un viaje subjetivo e individual, en el que el entorno y la vida contemporánea juegan un papel clave. Es una búsqueda desesperada por vislumbrar una salida. Y este yo que narra también es un nosotros. Mi voz y mi lucha son individuales pero también colectivas, en tanto que yo soy el otro. Durante la lectura no os olvidéis que yo soy un ser humano, profundamente humano. Yo soy una contradicción, la muerte y la vida existen en mí en continua lucha. De la contradicción nacieron ellos y con esa contradicción han de ser y existir en un mundo hostil. Si lo conseguirán es algo que ni siquiera yo puedo decirles.



El Ăşltimo estertor, un desesperado intento anhelante de vida.



II ELLA

Escucho el pitido agudo del desasosiego. Un hilo de voz que

surge de un agujero oscuro. Mañana tendré que pensar qué hacer. Ahora metámonos en el agujero oscuro, el poro a través del que traspasa el hilo. Quedémonos en el espacio donde vibra la voz. Mi cueva. Mi cara. Superé mi propia inocencia para adentrarme en la vida. La moldeé, la formé para hacerme un espacio. Y ahí vivo, en un todo que es nada, sin saber cuál es esa masa oscura que me impulsa a mover. No siento, eso sería demasiado. Mi existencia se remonta al infinito. Un muro bloquea el retroceso y miro; pero soy incapaz de ver nada. El espejo refleja mi ambigüedad. ¿Me he desprendido de todo tejido? Vivo en el otro lado, en el lado aquel donde nadie quiere mirar, justo en el ángulo donde se inician los 180 grados, donde hay un pequeño resplandor de oscuridad, justo ahí en el comienzo. Y miro con esa objetividad pura que tenían los gatos de antaño. Y aúllo en mi cueva. La no nada es absoluta. Y la palabra llegó con su risa de hiena. Sigo construyendo un mosaico de piedras frías. Desde aquí sacaré a la luz ese laberinto que forman todos los caminos de todas y cada una de las partes del entramado de redes de cada capa de la realidad. Sobre esa capa de cemento gris respiraré a través. Allí me esperará un silencio. Un silencio que será el retumbo de mi propia voz. El eco de todas las partículas de mi voz que, difuminadas en la materia, se desvanecerán en el espacio. Y qué son las palabras si no tienen soporte.


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Inicio un proceso, no sé dónde acabará. En la vida orgánica siempre hay una agitación constante hacia el devenir. Aquí se retuerce, y se nace y se muere y se construye para vivir. Desde aquí se percibe la penetrabilidad de la luz blanca que hiere al quemar una piel escarchada, o puede que la atraviese dejando una sensación fría en el interior. Crear una verdad anterior a la locura que resurja como el espejo del mundo atravesando la materia viva. Soy el espejo del mundo. Al decir soy incluyo a esos otros que palpitan dentro de mí. Nosotros somos. Del nosotros nacieron las contradicciones esenciales. Un todo en el vacío que no se sabe definir. Por esa carencia es ser y es vida. Tengo una imagen de mí mismo que no soy yo. No es solo una, son varias. ¿Cómo sé que no soy yo? Si fuera yo no estaría encerrado dentro de las formas de la imaginación. Busco la salida. He de encontrar esas partes que luchan entre sí y con el mundo. Es ese ritmo, el pulso que estallará. Abrir la puerta adecuada, encontrarla, rasgar las capas sólidas de la oscuridad y hurgar hasta que la sangre empiece a brotar de entre las uñas y, aun así, seguir hurgando. Los hilos metálicos que dan fuerza a la palabra me guían. En la medida en que se pueden sentir los bordes de la silueta pesada delimitando la piel. Adentrémonos en las partes. En plural, porque ha de ser un camino en común. El camino de las entrañas del mundo. Ese es el fin de mi existencia (el fin). Me repliego arduamente y entro. Todo es una densidad oscura. La palabra es amoldamiento y engranaje, solo ha de transmitir la forma, en la medida en la que se amolda es. Y es ese ser la densidad oscura, tanto de densa como de oscura. Lo primero es una ternura cálida, es femenina, quizás infantil. No tiene conciencia, vive siendo sin saber que es ser. Podríamos llamarla Ella, aunque no es la única, también está la del otro lado. Sabe diferenciar entre lo que es y lo que no es,


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pero solo dentro de sí, en el exterior todo se difunde y entremezcla. No se la puede disociar, a pesar de su fresca juventud es vieja ya, siente las heridas del mundo supurando en su espalda, sigue teniendo manos de niña. El agua transparente de un río que se ondula al seguir su cauce. No tiene pasado, ni contexto, solo agua viva. Investiguemos, vamos a descubrirla, y digo descubrir porque yo no sé quién es Ella. Podría caer en el error de pensar que soy yo quien la crea, pero eso sería solo una figura vacía, porque Ella ya es, puede que incluso antes que yo. Ella sería incluso aunque nadie pudiese verla, ¿sería? Ella está ahí, oculta por oscuras telarañas pegadas a mis ojos, pero existe, solo así se explican las consecuencias de su presencia. En algún momento intuiremos su silueta y aparecerá algo que parece ser formado, pero no será más que mala percepción porque siempre estuvo allí. Empecemos descubriendo sus rasgos físicos, aunque pueda parecer obvio, no lo es, detrás de cada pequeño elemento hay un mundo de sistemas claroscuros y el conjunto es una abstracción, suma de todas sus partes. Todo en Ella es pequeño, y alargado, como si una fuerza tirase de ella hacia arriba, tendiendo ella en contra de la fuerza, hacia abajo. Sus ojos son claros, transparentes, frágiles, pero también se podría decir que son muy oscuros, como el agua del mar por la noche. Su pelo tiene el color de la miel. Esto es lo más cerca que nunca estaré de realizar un acto divino, crear algo en el mundo existente es lo más sublime que se puede alcanzar siendo humano. Pero hay todavía otro Dios tras de mí que soy Dios, porque yo moldeo la arcilla con un impulso que ya estaba allí antes que yo, llamémoslo "impulso místico o poético". No se os ha de olvidar ni por un momento que ese impulso místico es inflexible e indomable, no se puede


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moldear con la rígida luz de la razón. Lo único que se puede hacer es desvelarlo y tener el valor para afrontarse al miedo de meterse dentro de él. ¿De dónde viene Ella? Viene de un pueblo de provincia, de las montañas, empujada por ese viento irreversible que acompaña al destino. Esta nuestra criatura nació del río, del perpetuo movimiento transparente del agua, y por uno de esos cúmulos de coincidencias llegó a la gran ciudad, con todo lo que eso conlleva. Ella no sabe la medida de su existencia, pero al sentir sus dedos posados sobre el aire sabe que es. Que hay una presencia invisible que le roza la piel. Y un hilo que le atraviesa la espalda y le tira hacia arriba. Al acercar su mano al espejo hay otra mano pálida que sale en su ayuda. El espejo refleja la imagen de un niño al que se le ha olvidado su voz, una voz que nació de la fuente de un río. Y allí parada se mira y en el reflejo de sus ojos ve a un otro que la observa a lo lejos, pero también está ella, allí en algún punto indefinido en el color de sus ojos. Y se mira en el espejo y en su cuerpo delgado sin formas siente como las partículas ascienden rozando su piel, como si fuese modelada por unas manos invisibles. Y sigue mirándose en el espejo y ve en lo más hondo del reflejo una figura, la silueta de una mujer que rompiendo el agua tranquila del mar sale de él para poder llegar a ser parte de una otra realidad donde todo está limitado por los pequeños dedos de sus manos. Y Ella mira la figura y piensa si será, pero no se le da bien pensar, así que vuelve a mirarse a los ojos para darse cuenta de que no ha desaparecido. Y allí se descubre, casi con sorpresa y se alegra de sentir que se ha encontrado en alguna parte en los límites de la figura del espejo. ¿Es acaso el reflejo de una ilusión de mí mismo? No sé si son mis palabras las que se acercan o las imágenes que intentan


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reproducir. Si pudiese sentir el peso de su contorno la podría transcribir. Su existencia en mí. La cueva retumba. Ella no siente dolor. O al menos no sabe que lo siente, es uno de esos seres que pasean perdidos por los parques de la ciudad, una ciudad a la que vamos a llamar X, y que será en su pleno sentido una ciudad. Y cuando pasea por los parques no sabe por qué lo hace, sencillamente disfruta del acto de pasear. Aunque ella no tiene siquiera conciencia de esto, tan solo puede sentir el olor que se expande en ese instante en el que está presente. Las palabras le hacen sentir extraña, por eso no habla mucho, su forma de contactar con el mundo oscila entre la observación estética y la interacción no verbal. A veces se escriben preguntas en su mente, que se desvanecen en el momento en el que la fuerza que las impulsó a aparecer decrece, siendo sus preguntas la consecuencia directa de una imagen. De esta manera, cuando una imagen que genera una pregunta se le representa varias veces en su mente, entonces la dibuja sobre cualquier soporte que tenga una base material. Una imagen que se le repite desde la infancia es el movimiento de las olas del mar, la primera vez que lo vio tenía diez años, iba subida en un coche que bordeaba la costa desde lo alto de los peñascos y desde arriba, por primera vez vio la inmensidad del mar y pensó que le gustaría dormir sobre él. Pensó que cuando pudiese volar, sobrevolaría todo el mar hasta llegar a ese otro mundo que a veces se le aparecía cuando soñaba despierta. En su madurez su vida se había convertido en ese continuo meterse en las motas que se entremezclan con el aire. Y grito y grito y grito. «Pobre niña flaca», le dijeron. Nunca supo qué querían decir, porque ella solo percibía la compasión y la rabia en sus ojos. Tengo que sacarla de mí. Mis palabras son vulgares porque vienen de la no nada de donde intento rescatarla. No veo nin-


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gún camino, ando en la oscuridad esperando sentir el calor de una chispa que me atraiga. Ella está ahí, sentada en un parque mientras yo escribo de rodillas en mi cueva. Su cuerpo carnal me empuja a la vulgaridad. Se ha cansado de andar. Se sienta a un lado del camino que recorre el monte y observa el horizonte, mientras el resto de paseantes continúa su camino hacia adelante con las voces calladas. Frente a ella se levanta la ciudad, con la fuerza titánica de las hiedras petrificadas. El movimiento continuo del rumoreo de la cosmópolis. El sol se pone y entre la constante agitación de voces sobresale una que viene de algún punto en el horizonte, es una voz clara del color de la tierra de otoño, la está llamando, le habla de un atardecer y le habla de las otras voces, de esas que salen de las ramas, de las flores, de las que se entremezclan con el viento, las de la noche y las del agua, esas que tan bien conoce. Por fin logra identificar la voz, viene de un árbol que está a lo lejos en el paisaje, es un árbol que crece frente a una hilera de casas medio derruidas, casas de niños descalzos, casas húmedas, de moho. El árbol crece firme y habla a través de sus hojas amarillas casi naranjas, a través de ese color que rebota y se refuerza contra el cemento, multiplicando el reflejo de su luz. Y Ella mira y lo escucha y se siente bien. No está sola. En el momento en el que acepta la voz del árbol, la voz se transforma en una presencia luminosa, un ser luminoso que se levanta sobre el rumoreo de chillidos y despierta otras presencias, las otras voces se transforman, acompañadas de su propia fuerza dibujan formas en el espacio. El sol se pone, Ella continúa andando.


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Me vuelvo a sumir en mí. Se desliza entre las grietas de mi mano. Es un acto vivo, palpita a través de mi piel, mientras, fuera, llueve. Un relámpago y el olor de la tierra húmeda. Transmito la vida en este momento, no es tan solo un hecho que ocurre, es la fuerza de la energía telúrica. A veces la caída me roza, entonces todo se vuelve un dolor frío, otras la rabia y la frustración lo incendian, otras Ella me sonríe. Si necesito salir es porque mis gritos han de ser escuchados. Este acto presente es un vómito. Entro, me lo arranco de las tripas y lo entrego con las manos tendidas. Solo la creación decidirá si es posible la vida. Porque la muerte ya está ahí, presente, en todos, en lo orgánico, en lo vivo. Un caballo negro galopa, galopa saliendo de un túnel, galopa, atraviesa un valle, galopa contra el viento sobre un cielo oscuro. Ella mira sus pequeñas manos y ve como de las puntas de sus dedos nacen ramificaciones de una energía azul que atraviesa el aire contactando con la materia viva. ¿Qué está haciendo Ella ahora? Está trabajando, es dependienta en un supermercado. Sabe lo que tiene que hacer: pasa el producto por la caja, todo se registra, cuando están todos, la máquina le da un número, lo dice al cliente, y devuelve los números sobrantes que el cliente le ha dado de más. Y al final: «Adiós, buen día». Aunque al principio tuvo problemas ha aprendido el ritual, sabe que si lo cumple podrá seguir durmiendo en una cama y comer todos los días. Eso lo ha entendido a pesar de que apenas fue a la escuela. Sabe leer porque su abuelo le enseñó aunque nunca abrió un libro. Puede que por esta falta de educación no acabe de entender los números, no entiende que una fruta como la naranja, con todas las características que hacen que la naranja


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sea naranja, pueda equivaler a un número, ya sea monetario, de resultado o temporal. No entiende el cero ni el uno, pero todavía entiende menos el paso del dos al tres o del dieciséis al diecisiete. Se ha aprendido las reglas, pero no las entiende. Esto no le supone ningún problema. Cuando trabaja hace lo que tiene que hacer. Aunque por otro lado, Ella podría no realizar ninguna actividad remunerada. Podría ser una de esas personas que encuentran techo bajo los árboles de la ciudad, en las esquinas, en los bancos. Podría ser uno de esos seres que deambulan perdidos en la ciudad sin saber muy bien el porqué. Esta podría ser también su vida, en realidad así es, se pasa los días deambulando por las calles y recogiendo objetos mágicos que eventualmente encuentra en los caminos. Puede parecer que no haya estructura en esto que estoy desentrañando. ¿Cómo podría haber estructura en un vómito? Sin embargo, aunque yo no la premedito la hay, pues conozco bien esta nuestra historia. Antes de contarla ya está siendo pensada, está siendo existida y existe en la medida que la desvelamos. En este acto de pretensión está el albedrío, el sí y el no. Nos va la vida en eso. Ahí está, el pitido del desasosiego. El frío metal del bisturí penetra en mí, es la única forma. Me duele su dolor. Ella está sentada en el tranvía. Es primavera. A través del cristal ve cómo las partículas atraviesan la ciudad. No sonríe, pero piensa que sí.


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¿Quién decide? ¿Yo o Ella? Podría hacer que se le olvidase que tiene manos, podría crearle una nueva vida dentro de sí, podría crear en su conciencia la idea de que su cuerpo no es real, e incluso podría matarla. Yo soy quien rasga el papel. Ella se está mirando las manos y se cuestiona si son suyas. Mira todas las líneas, los surcos que recorren la palma de su mano, se fija en ellas en la precisión de todos sus detalles. Y piensa si está soñando sus propias manos, las mueve para comprobar que obedecen sus órdenes y tiene la convicción de que sí, pero luego se da cuenta de que no, que igual hay otra voz que emite las órdenes. Entonces aparta las manos y piensa en su espíritu. Siempre que sus padres hablaban sobre este tema ella pensaba en libélulas, porque si ella tenía un alma entonces tenía que ser una libélula. Una vez su hermano pequeño capturó una, Ella siempre había dicho que lo que hacía que las libélulas volasen no eran sus alas, así que su hermano, para demostrar que esto no era cierto, le arrancó las alas. Las arrancó frente a Ella para que fuese testigo. Ella se quedó mirando la libélula un indefinido lapso de tiempo, hasta que cayó al suelo de espaldas y sintió que le habían rasgado el alma. Se quedó un largo rato tendida sobre el suelo, sentía que su cuerpo no era suyo y pensó si sería posible vivir con un alma rasgada. Empezó a perder la vista, todo a su alrededor se iba disolviendo en una densidad blanca, y cuando todo se convirtió en una gran cavidad blanca, empezó a ver cientos de mariposas saliendo de un agujero, también eran blancas, pero con un ligero tono azulado y sus movimientos producían luz. Se sentía bien estando rodeada de mariposas, se sentía ligera y protegida, le hubiese gustado quedarse para siempre ahí. Sentía el placer de estar cuando escuchó una voz a lo lejos, era su abuela. Con la voz las mariposas desaparecieron y en su lugar apareció la cara tostada y arrugada de su abuela.


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—¿Por qué lloras ahí tendida? —Por las mariposas, abuela. Su abuela hizo el mismo gesto de resignación que hacía siempre cuando su nieta decía algo sin sentido, así que siguió su camino hacia el gallinero. Ella siguió tendida en el suelo esperando que las mariposas volvieran de nuevo. Con el tiempo aprendió que las mariposas solo se aparecen cuando y con la intensidad que ellas quieren. Siento el dolor del mundo en mis venas. Me traspasa con sus finas agujas toda la densidad de mi cuerpo. Es el calor de este instante el que me hace sentir la calidez creciente en la palma de mi mano. Hay un fantasma frente a mí y danza creando un molino con sus huesos blancos. La mancha constante de la materia oscura me envuelve por dentro. Y el pulso se acelera porque he visto la humanidad en la bondad de sus manos. La mano derecha apretó el botón de parada, sus dedos finos y frágiles pulsando el botón. ¿Por qué tanta resistencia? Tengo atado a mis pies el peso del mundo. El abismo acechando. Está ahí, lo veo, pero se me escapa, como una imagen sólida que al tocarla se hace etérea. Mientras en mi cueva las paredes se estrechan y pese a mis intentos, la red oscura que cubre el techo se multiplica. Tengo que seguir rasgando para evitar que me expulse al abismo.


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Ella está sentada y la mira. Tiene algo que los demás no tienen, la persona está de pie con sus dos bolsas sobre el suelo, esperando que el tranvía pare. Un hombre calvo lee el periódico, otra mujer también de pie juega con su móvil, un chico joven escucha música, todos mantienen ocupadas sus manos. El tranvía empieza a reducir su velocidad. Ella encuentra algo en aquella persona, algo que le hace sentir una bola de piedra fría en el pecho y, al mismo tiempo, una calidez que se le sube hasta la frente. Hay un bebé llorando, su madre intenta tranquilizarlo empujando el carrito, pero el bebé sigue llorando, aumenta la intensidad de su llanto conforme el tranvía disminuye su velocidad. Todos siguen con las manos ocupadas, desviando sus miradas hacia el exterior. El tranvía llega a la parada, se detiene, la persona coge sus dos bolsas y, lentamente, con movimientos de viejo, sale del tranvía. Ella se levanta y siente el impulso de seguirle. Tiene un algo extraño, el pelo crespo y gris, delgado como si con los años se hubiese secado por dentro. Su cara apenas tiene expresión, aunque al fijarse se puede ver un deje de dolor en la comisura de sus labios, y en el fondo de sus ojos, si se va más allá de la capa de cristal opaco, se puede ver un destello de bondad. Se estaba poniendo el sol, ella le sigue, le grita algo, no se sabe muy bien el qué, y la persona se para, se gira y levanta la mano izquierda. Ella ve la mano y entiende; entiende el punto de luz en sus ojos y entiende la capa de tierra seca; en su mano brilla una juventud robada. Ella quiere hacer algo, pero no sabe qué, así que se queda quieta, mientras la persona se vuelve y con sus pasos cortos y cansados continúa su camino hasta perderse en alguna de las puertas metálicas de la ciudad. Por la pérdida que sufrió la estrella al ser robada de su luz. Está frente a un espejo de plata, se ve reflejada, es una futura


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ella o más bien una posible ella. ¿Y quién es el reflejo? Una cara de polvo y nada. La pérdida de la voz que hacía brillar ese mensaje de la infancia. Y cuento esto porque la vi el otro día, y esa podría ser una posibilidad tan factible como otras. Y también la grito, porque me hizo sentir el dolor del mundo. También de rabia, pero no tanto de agresión como de desesperación. Belleza resquebrajada por el miedo. Y el reflejo iluminado nos avergüenza porque nos empuja a vernos. Y nace la culpa que ha de volver a cargar contra el objetivo. ¿Cuándo robaron su brillo? Yo no sé, pero sí que cuando vi su mano era el espíritu apagado de algo que fue. Tenía que ser el acto de una agresión, porque su cara, el resultado de la violencia. Sin embargo, no había enfado en ella, era un no sentir más que se es por haber experimentado la vida, enterrando así una esperanza. Una visión. La caída del nido de un pequeño pájaro, todavía sin plumas, empujado por la ignorancia voraz de sus hermanos, cae ciegamente por el precipicio hasta chocar con un golpe seco contra el suelo. La visión del pájaro muerto contra el suelo. La visión del pájaro muerto en el suelo, ya vacío de toda vida por un acto que ni siquiera puede llamarse agresivo. Y cuando la vi allí en la calle, con su cuerpo frágil y cálido, por un descuido la miré a los ojos y allí resonó el golpe seco y el pájaro inerme en el suelo. Y sé porque lo vi, que todos la empujamos al abismo. Cada uno robó una pequeña parcela de su luz hasta apagarla. Y este podría ser, efectivamente, uno de sus finales, no existe y puede que la luz se apague. Pero también podría ser que el agua se esparza entre nosotros, podría ser que siempre estuvo latente esperando a ser despertada. De momento difuminada en los remolinos, en las aguas. ¿Quién ilumina los símbolos? Miro hacia arriba buscando a aquel que me las proporciona y no alcanzo a ver más que el techo de la cueva, una gran capa de piedras, o quizás es solo


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oscuridad. Si está ahí arriba al otro lado de las piedras tiene que ser frío y calculador. Quizás él solo posea su visión, en ese caso podríamos llegar hasta el infinito. Creo que he sobrepasado la medida del odio, me he resignado a sus normas, aunque no totalmente, todavía puedo crear. Puede que el infinito sea resultado de sí mismo, pues no eligió ser infinito. Puedo elegir el sí o el no, seguirlas, puedo incluso andar hacia adelante sin mirar. Aunque me presionan por dentro puedo hacer cuanto quiera con ellas. Ella, a veces, escucha mi voz. Cuando era pequeña se le aparecía frecuentemente una imagen. Cada vez que veía a su padre cuando llegaba de su jornada de doce horas y miraba esas señales que se le dibujaban en la frente, se le aparecía esa pregunta. Era una imagen con muchos colores, así que un día, cuando se levantó, se puso a investigar con el fin de encontrar esos colores; encontró alguno de ellos en las diferentes tonalidades de la tierra, cogió hierbas silvestres y las mezcló con hojas de ciertos árboles. Mezcló las tierras con agua, y desmenuzó las hierbas mezclándolas con las hojas de los árboles, las puso en un recipiente con agua y las machacó con una botella. Con sus manos y los primitivos colores que había mezclado empezó a representar su imagen. A medio proceso se dio cuenta de que le faltaban más colores, así que cogió algunas frutas y produjo otras tonalidades que se ajustaban más a lo que ella buscaba. Estuvo pintando durante horas, hasta que llegó a un punto en el que, agotada por el esfuerzo, se sentó sobre el suelo frente a su primera creación, estaba exhausta, pero al mismo tiempo satisfecha de haber encontrado un espacio físico para su pregunta. Se quedó dormida en el suelo y al despertar vio su imagen allí con la luz del atardecer, una ventana en el cielo a través de la cual se


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veían figuras indefinidas, la ilusión que se apoderó de su cuerpo; la impresión de esas pequeñas explosiones que le recorrían todo el cuerpo se quedó grabada en alguna parte de su memoria. Esa sensación no le abandonó cuando su abuela la encontró frente al muro pintado y le pegó con su bastón de madera. Tampoco cuando le obligaron a limpiar todo lo que había pintado, pues la imagen ya había sido materializada. Tengo el poder de la visión, pero es una visión parcial porque siento más allá de lo que veo. No alcanzo a vislumbrar las formas concretas. Solo percibo los símbolos que se graban en mi piel con hierro candente. Qué sentido tiene la visión si se está encarcelado tras unas paredes de cristal. Las intento romper, empujo, pero siguen ahí, mientras tanto, fuera, un hombre vestido con una túnica negra se acerca a una cuna de gasas blancas, se acerca, poco a poco, para que el bebé no se asuste. Le coge de un pie y lo levanta, de su túnica saca un cuchillo y corta el pie del bebé, después repite el mismo procedimiento con el otro pie. No hay sangre, pero se pueden ver las capas de carne y hueso que han sido cortadas. Grito intentando despertarles, pero desde el otro lado del cristal no me escuchan. Está oscuro. Está sentada sobre la tierra de un camino que bordea el río que cruza la gran ciudad, con un palo se entretiene formando unas figuras sobre la tierra arenosa del camino. Las figuras despiertan en su mente una melodía. Y otra vez los hechos.


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La corriente siempre fluye. El río que atraviesa la ciudad se ha quedado sin voz. Durante el día hay muchos paseantes que recorren los caminos situados a los laterales del río, especialmente por la tarde. Una piedra es golpeada por la suela del zapato de un paseante acompañado por un perro, la piedra es proyectada hacia el río, el perro ladra y el dueño se tensa, se encoge y se apresura, el sonido de sus pasos se aleja lentamente. Otro perro olisquea los restos de un sándwich, el dueño tira de la correa, el perro se resiste intentando acercarse al trozo de pan. El dueño tira con insistencia hasta que el perro desiste y pasa a lo siguiente. Ella se levanta del banco, se acuclilla para mirar el trozo de pan, todavía queda un poco de queso dentro, lo recoge del suelo, le limpia los restos de tierra, lo huele y se lo come rápidamente, lo cual le produce una rápida y agradable sensación de satisfacción. Sintiéndose con más energía camina en la misma dirección que el río. Se mezcla entre los paseantes del atardecer. Llega un punto en el que la energía vuelve a abandonarla y el vacío en su estómago vuelve a ganar fuerza. Anda un poco más hasta llegar al siguiente puente. La base de uno de los pilares del puente está rodeada de arbustos, es un sitio agradable y medio protegido así que decide quedarse allí. Amontona unas hojas secas que encuentra por los rededores y se hace un cojín pegado al tronco de un árbol. Allí se acurruca entre el árbol y el pilar, cubierta con su chaqueta y envuelta por tierra y ramas. El agujero en el estómago le molesta, no le deja caer en el sueño, pero está tan agotada que, simplemente, el hecho de estar tendida sobre el suelo le produce una sensación de bienestar. Se oscurece y con el ruido del agua fluyendo a unos metros de ella se queda dormida. Siente un golpe en la pierna, abre los ojos, hay dos figuras delgadas que se diferencian en la oscuridad, la están mirando. Vuelven a golpearle en la pierna. ¡Levanta! Ella se incorpora de


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un salto y se queda plantada mirando a ambos sin decir nada. Uno de ellos, mirándola con los ojos relucientes, le asesta un puñetazo en el estómago, ella se doblega y cae al suelo, se queda tendida sobre la tierra sin moverse. ¡Levanta! Le vuelven a decir. Ella se vuelve a levantar, ahora con dificultad para respirar. El otro la mira, está nervioso y excitado, se acerca a ella, le coge del brazo y se lo oprime con la mano izquierda, con un movimiento rápido le pega una patada en las piernas. El golpe le hace perder el equilibrio y caer. Está en el suelo y no se mueve. «Ponte en pie», le dice una de las figuras. Esta vez ella no reacciona. ¡Vamos, levanta! Le pega una patada en el pie. Ella ya no quiere levantarse, está en el suelo y susurra cortadamente una canción. «Cógela», dice una de las figuras. El otro la coge de los brazos y tira de ella hacia arriba. ¡Venga, levanta! Ella sigue susurrando rítmicamente algo ininteligible. La figura la coge por las axilas, levantándola con facilidad. Está inerme, ya no puede mantenerse en pie, su único reflejo es el susurro melódico. ¡Cállate ya! Ya no se mueve, pero los susurros le siguen brotando de la boca. El hombre que está frente a ella le rodea la garganta con una mano, tiene el cuello muy fino así que casi lo rodea por completo, lo presiona ligeramente, el hombre tiembla, siente el poder a través de su cuerpo. Ella no reacciona. Escucha una voz, reconoce esa voz, entonces se asusta, ahora tiene miedo. Intenta resistirse a la fuerza de las manos que la oprimen, tensiona su cuerpo y se retuerce para desasirse de las manos que la retienen, las manos aprietan más fuertemente, siente la presión en la garganta, agita sus piernas. El hombre que tiene enfrente quita la mano de la garganta y le mira con los ojos llenos de excitación. «¡Suéltala!», le grita al que la está sujetando por los brazos. Ahora se mantiene de pie, mira a los lados y antes de que el de enfrente se le eche encima, echa a correr, las piernas no le funcionan muy bien, aun así corre con toda su energía, siente los pasos tras de sí, sigue corriendo esperando encontrar las es-


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caleras para subir a las calles de la ciudad, los pasos se acercan más, alcanza a ver en la oscuridad de la noche unas escaleras. No están lejos, solo tiene que correr un poco más. Las alcanza, y sube el primer escalón cuando una de las figuras se abalanza sobre ella, cae al suelo y siente el peso del otro sobre ella que se levanta y, acto seguido, siente una lluvia de golpes que caen sobre su cuerpo. Siente el duro contacto de un objeto colisionando en su cabeza. Todo se vuelve oscuro. Siento el poder en mis manos. Podría dibujar líneas en el exterior hasta el infinito. Qué es sino el suspiro de un alma expirando. Si pudiese poseer su ser... No lo entiendo. Me duele.



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