Ellos eran tan bellos

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ELOI YAGĂœE JARQUE

Ellos eran tan bellos


Primera edición: marzo de  © Eloi Yagüe Jarque,  Finalista del Premio Spectrum de Novela con Ellos eran tan bellos, publicada con el patrocinio de Spectrum Arts © De esta edición, Ediciones Carena y Spectrum Arts, 

Ediciones Carena c/Alpens, -  Barcelona T.    www.edicionescarena.com info@edicionescarena.com Diseño de la colección: Sandra Jiménez Castillo Marina Delgado Torres Diseño de la cubierta: Marina Delgado Maquetación: Adrián Vico Fotografías de interior: archivo familiar de Eloi Yagüe Jarque Fotografía del autor: Gladys Burgazzi Corrección y coordinación: Jesús Martínez www.reporterojesus.com Depósito legal: B - ISBN: ---- Impreso en España - Printed in Spain Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de Internet—, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo público.


A Eloy y Amparo, mis padres, in memoriam



A veces se te oprime el corazón cuando piensas en las cosas que habrían podido ser y que no fueron. El café de la juventud perdida, PATRICK MODIANO



PRÓLOGO

En la novela que el lector tiene en las manos, accésit del Premio

Spectrum de Novela, su autor recrea –o inventa, qui lo sais– una tertulia literaria –el Club Dédalo– que en los años sesenta del siglo pasado asentó sus reales entre los cafés del llamado Broadway de Valencia, en la calle Ruzafa, boulevard de moda de la bohemia artística. La semilla de este premio de novela se plantó en otra tertulia, esta vez de finales de los años setenta del siglo pasado, esta sí rigurosamente histórica, de la que puedo dar fe porque fui uno de sus integrantes y de la que hay pruebas documentales pues dio lugar a manifiestos, revistas y libros de poesía. Me refiero al Col·lectiu Novembre, que consumió muchas horas robadas al estudio de un grupo de escritores valencianos del momento. El citado Col·lectiu nació en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valencia, y sus creadores fueron estos cuatro estudiantes-escritores –por entonces monjes-soldados–, por orden alfabético: Jesús Costa, Pep Domènech, Miguel Mas y Josep Mir. Domènech y Mas eran de la tendencia indolente, esteticista; Costa y Mir, marxistas revolucionarios. Curiosamente, han persistido en su vocación literaria uno de cada bando (Mas y


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Mir), y transitaron diferentes caminos –estelas en la mar– los otros dos, que son, pasados tantos años, los que ahora se han animado a convocar el Premio Spectrum de Novela en recuerdo de aquellos días. La razón de este premio, pues, reside en la nostalgia. Nostalgia de tantos sábados por la noche alrededor de una jarra de la después famosa Agua de Valencia urdiendo manifiestos, mirando de reojo a las ninfas que se aventuraban a visitar el local, compartiendo versos, discutiendo sobre la pureza literaria versus la poesía social comprometida o disputándonos las escasas mozas aficionadas a las letras. Este debate, que impregnó y dividió por mitades el Col·lectiu nacido con vocación de brigada de combate aunque pronto se vio que cada uno era hijo de padres literarios distintos, este debate, digo, no era más que el signo de los tiempos –la Transición política tras la muerte del dictador. La nostalgia, pues, nos ha animado a Pepe Domènech y a mí a convocar este premio de novela, homenaje a un tiempo pasado. ¿Mejor? No sabría decir a menos que aceptemos, con el poeta, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Desde luego fueron años con aroma de juventud, preñados de ilusiones y proyectos, muchos de ellos pergeñados en los viejos cafés valencianos. Las dos novelas premiadas también anclan su génesis en la nostalgia, curiosamente. En la de Eloi, la madre del protagonista emigra a Venezuela en los años sesenta del siglo pasado, y su hijito queda al cuidado de su tía soltera. En uno de esos paseos, llegaban hasta el puerto y caminaban por las dársenas, se adentraban en alguno de los muelles que se proyectaba hacia el mar. Eloyet disfrutaba viendo los barcos […] —¿Tía, esos barcos van a América? —Sí, Eloyet, alguno de ellos sí que debe ir. Ambos se quedaban mirando la inmensidad del mar […].


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—¿Tía, cuándo volverá mi mamá? Antes de responder, Pilar disimulaba una lágrima y finalmente le decía: —No sé, Eloyet, a lo mejor vamos nosotros a América. —¿A América? Entonces Eloyet miraba aún con más intensidad para ver si lograba apreciar algo, la punta de una montaña, los flecos de una palmera, algún ave tropical, pero nada, el mar solo era un rielar de olas que se formaban allá a lo lejos, pequeñas crestas de espuma que duraban apenas un instante, barcos que se acercaban o se alejaban hasta desaparecer. El mar no tenía respuestas para todas las preguntas que Eloyet le formulaba. —Alguna vez iremos a América –repitió Pilar, sin dejar de mirar la lejanía. —¿Como Cristóbal Colón, tía? —Sí, Eloyet. Como Cristóbal Colón.

Y así fue. Eloi se fue a Venezuela con su tía Pilar en busca de su madre –su padre había fallecido en Valencia–, donde ha pasado más de cincuenta años. Ha sido periodista, revolucionario, escritor, ganó premios de novela negra con su alter ego Fernando Castelmar, vio llevar al cine su novela El show de Willy sobre los culebrones televisivos, y fue profesor universitario, entre otras cosas. Se sintió venezolano hasta la médula pero un día se dio cuenta de que no era totalmente de allá. Y como el niño, esta vez miró en sentido contrario y se decidió a regresar –al menos con su imaginación, y seguro que con su persona– a su Valencia natal. Decidió regresar porque el recuerdo de su padre, muerto al poco de nacer él, le retornaba a Valencia. Y también porque se sintió extranjero en Caracas, pues a los partidarios de la democracia los tachó el régimen chavista de apátridas, lo que


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aceleró el «llamado de la sangre». Se lanzó entonces a bucear en sus orígenes valencianos, en su patria infantil y primigenia. Eloi, ante todo, es un escritor, y un escritor, aunque escriba sobre sí mismo –como todos aunque no lo confiesen–, tiene unas obligaciones que impone el oficio. Convertir la autoficción en una creación literaria valiosa, trascendente, que nos interpele a los lectores y cuestione nuestras ideas. Eso solo le es dado a los buenos escritores, y Eloi lo es. Del periplo de una familia valenciana que emigra a Venezuela crea un relato redondo, con ritmo e interés, con el que podemos identificarnos los demás. Se topará el lector, en uno de los capítulos, con Fernando Castelmar. No se deje engañar, porque Castelmar es el personaje protagonista creado por Eloi para sus novelas negras. Este cameo introduce el debate sobre la dialéctica realidad-ficción que está en la base de esta novela –y de todas. En efecto, Eloi nunca preguntó demasiado por su progenitor, porque su madre –que quemó las naves al emigrar maldiciendo su destino pues el amor de su vida murió tempranamente– tampoco tuvo mucho interés en hurgar en la herida e informarle, hasta que una vez fallecida –y su tía y su abuela– ya no le queda a Eloi nadie a quien preguntar. El protagonista desmantela el piso venezolano de su madre y encuentra la maleta de la tía, llena de fotos de la familia, que Pilar se trajo de Valencia como antídoto –inútil– contra la nostalgia de todo lo que quedó atrás. El consuelo de la tía –mirar las fotos familiares– está en el origen de esta novela. Sin duda que siendo adolescente el protagonista miró con Pilar cientos de veces las fotos, y se preguntó qué había detrás de cada imagen congelada. Y cuando la urgencia de bucear en el pasado se vuelve acuciante, viene a socorrerle el escritor, quien, igual que creó a Fernando Castelmar para sus novelas, es decir, con datos reales propios transfigurados por la imaginación creadora, hará lo


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mismo ahora con su padre, a quien el autor de la novela convierte en un atractivo personaje de rasgos existencialistas. Nostalgia y literatura, pues, explican tanto que exista el Premio Spectrum de Novela, como la escritura de este bello texto, que nos recrea lo mejor de aquellos tiempos pasados entre Valencia y Venezuela. Los frescos que el autor nos entrega de la Valencia de los sesenta y de la Venezuela actual –interesante juego de espejos– son fruto de la maestría literaria de Eloi Yagüe. Y pongo fin a este prólogo, cuya misión es animar a la lectura de la novela y no revelar en exceso sus interesantes peripecias. Es la hora del lector. JESÚS COSTA




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