GABRIEL COLOMÉ
LA CATALUÑA INSURGENTE
Primera edición: septiembre de 2017 © Gabriel Colomé, 2017
© Ediciones Carena, 2017
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El halcón maltés está hecho con el material con el que se construyen los sueños. Humphrey BOGART, sobre la película El halcón maltes (John Huston, 1941), basada en la novela homónima de Dashiell Hammett
Índice
Prólogo ................................................................................ 11 Introducción ........................................................................ 15 Siglo XXI......................................................................... 15 Malestar democrático ..................................................... 19 I. ¿Reformar los partidos? .................................................... 25 La massmediatización de la política ................................. 26 Partidos y sociedad ......................................................... 29 Y movimientos sociales................................................... 31 Las primarias .................................................................. 33 II. La década ¿prodigiosa? 2001-2010 .................................. 37 2003: novedades en el frente .......................................... 41 III. Retorno al pasado .......................................................... 47 El Pacto de Abril ............................................................ 50 La unidad....................................................................... 53 La unificación real .......................................................... 58 La consolidación ............................................................ 61 A modo de resumen ....................................................... 64
IV. ¿Del largo adiós al sueño eterno? Las elecciones del 27 de septiembre del 2015 .......... 67 El voto dual y la abstención diferencial........................... 68 La no ley electoral .......................................................... 69 La espiral del silencio ..................................................... 71 ¿Del largo adiós…? ........................................................ 74 …al sueño eterno?.......................................................... 79 Anexo ............................................................................ 82 V. La Cataluña insurgente .................................................... 85 Insurgencia 1: desobediencia institucional ...................... 91 Insurgencia 2: desconexión unilateral ............................. 93 Insurgencia 3: Y ¿Ada Colau? ......................................... 95 Insurgencia 4: Cole Porter y la independencia ................ 97 Epílogo .............................................................................. 101 Gordon Brown en Cataluña: campaña del 27 de septiembre del 2015...................... 101 Unidos en la diversidad: consulta del 9 de noviembre del 2014 ......................... 109 Glosario de partidos........................................................... 119 Bibliografía ........................................................................ 121
Prólogo
En una cena con colegas universitarios, en Salamanca, a finales del 2009, en la época del gobierno tripartito en Cataluña, les comenté que los datos del Barómetro de Opinión Pública del Centro de Estudios de Opinión ofrecían dos indicadores que a mí me preocupaban. El primero era la insatisfacción con la democracia, indicador de malestar en la sociedad catalana debido a la crisis económica y a la crisis política. El segundo era el incremento de los partidarios a favor de un Estado Independiente. Mi argumento para explicarlo era que la campaña del Partido Popular contra el Estatut del 2006 estaba teniendo como efecto el incremento de la catalanofobia, como proponer un boicot de productos catalanes o recoger firmas ciudadanas para celebrar un referéndum anti Estatut. O el ataque desmesurado al traslado de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones como un exilio o la frase definitiva: «[Endesa] antes alemana que catalana». La puntilla definitiva fue la presentación de recurso ante el Tribunal Constitucional y las maniobras subsiguientes para mantener una mayoría conservadora en el seno del alto tribunal. La respuesta de mis colegas fue que esta situación se supera-
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ría como siempre y que no era tan dramática como yo lo había expuesto. Cien años de historia de España nos contemplaban y pensaban que les daban la razón, como siempre. ¿No se había oído una noche electoral el griterío polifónico de «¡Pujol, enano, habla castellano!»? Y todo acabó en el abrazo del Majestic. Y quedé como el colega catalán que exageraba, como siempre. La sentencia del Tribunal Constitucional, en el 2010, se convirtió en el detonante de la voladura del techo de cristal del independentismo. La combinación de crisis económica, de malestar democrático, de indignación y de la idea de «expolio» económico fue, a todos los efectos, letal. «España nos roba.» La sociedad catalana había firmado un pacto de convivencia al votar la Constitución, de 1978, y el Estatut, de 1979. Había ejercido su derecho a decidir. Se había autodeterminado como ciudadanía en democracia. Ese pacto, para una parte de la sociedad, se había roto con la sentencia del 2010. «Si no nos quieren, nos vamos.» Este ensayo hace un repaso, a modo de reflexión, de esos años de malestar democrático que han dado lugar al surgimiento de unos partidos-movimiento en la España plural, años de la crisis del bipartidismo español y del desencaje de una parte de la sociedad catalana camino de la desobediencia. Este es el quinto volumen de la serie «El Príncipe Mediático» que inicié en el 2000, en un viaje de estudios para asistir a las elecciones primarias en Estados Unidos, invitado por el Departamento de Estado. Es curioso que cada entrega ha tenido como telón de fondo las elecciones presidenciales. Este libro debía titularse El Príncipe Mediático y la Cataluña insurgente, pero me parece más adecuado La Cataluña insurgente, ya que si el Príncipe Mediático está presente de una manera muy diferente a como fue imaginado hace 17 años, y además no es el sujeto del libro.
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El 2016 es año electoral en Estados Unidos y nos ha traído dos conceptos nuevos o antiguos en función del análisis que se aplique: populismo y posverdad. Cataluña ha sido un laboratorio, desde el 2012, de populismo y de posverdad. He observado, desde dos atalayas técnico-políticas distintas, la evolución de la sociedad catalana. En una primera etapa, como director del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat de Catalunya, del 2005 al 2011. En una segunda etapa, como concejal del Ayuntamiento de Barcelona, del 2011 al 2015. Pero como académico que soy, tras este paréntesis de once años, ahora es el momento de reflexionar sobre este periodo de la historia que nos ha tocado vivir, de grandes cambios y de incertidumbres. Este libro es un ensayo que intenta buscar las interpretaciones de cómo, en un lustro, el sistema político y el sistema de partidos en Cataluña ha implosionado. Creo que es una pequeña aportación al debate, que debería ser sosegado y civilizado, de contraste de ideas, partiendo de la base de que nadie es propietario de las certezas ni de la razón absoluta. Las diferencias, a veces, se superan con el diálogo y no con el enfrentamiento. Este ensayo es mi aportación a la reflexión sobre el pasado cercano de la actualidad y, sobre todo, del futuro, que es donde nos tocará vivir. Debatir ideas. No emociones. Barcelona, 2017
Introducción
Siglo XXI Los tres primeros lustros del siglo XXI han sido testigos del cambio profundo que ha experimentado la política y la profesión política. Los partidos, tal y como fueron creados a finales del siglo XIX y en su posterior evolución tras la Segunda Guerra Mundial, han sido sustituidos por los medios de comunicación, sobre todo, la televisión. Y, en parte, por las redes sociales. Los partidos cumplían unas funciones importantes de intermediarios entre los valores, las ideas, los programas y la sociedad. Pero la irrupción de la televisión como un medio diferente, distinto, más directo que la prensa y de igual nivel que la radio, pero con el impacto de las imágenes, ha transformado la política. Y ha convertido a los políticos en parte esencial del espectáculo audiovisual. Si Roosevelt inaugura la era de la radio y Kennedy la de la televisión, Obama hace que internet y las redes sociales irrumpan en la campaña. ¿Qué papel deben tener los partidos en un contexto tan diferente? Adaptarse a las exigencias de la sociedad sin renunciar a sus valores fundacionales, pero el líder político ya no necesita
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el intermediario-partido para comunicarse con los ciudadanos, con sus futuros electores. Las ruedas de prensa, las entrevistas, las noticias que genera le convierten en parte del espacio comunicativo e informativo. Decía Walter Lippmann que si no estás presente en los medios, no existes. La pregunta es: ¿a qué precio se debe estar presente? La simplificación del mensaje, la sencillez del lema, buscar de manera constante el titular, crear la noticia convierten la complejidad de la política en una «comida rápida» para alimentarse pero no para comer. Es el mundo 2.0. No es un argumento válido el que la gente lo pida, lo reclame, que cuanto más sencillo mejor y cuanto más fácil mejor. No se puede confundir la sencillez con la simplicidad. Estamos acostumbrados y nos están acostumbrando a ser simples, no a que se entienda nuestra proposición. Los políticos, por la presión de los medios, están convirtiendo la política en un intercambio de lemas para que un titular periodístico contrarreste a otro. Las cosas de la polis, de la civitas, son algo más que un titular acertado. Se dice que la campaña electoral comienza el día siguiente de haberse celebrado las elecciones. En este sentido, las campañas electorales no duran quince días o los meses previos al día de las votaciones, sino que duran cuatro años tanto para el gobierno como para la oposición. Esta afirmación es, seguramente, más un deseo de los propios equipos de campaña que no un análisis de la realidad. Las campañas electorales se pautan en función del tipo de político, del tipo de partido y de los equipos de apoyo que se tengan. Es cierto que no es lo mismo hacer campaña desde el gobierno o desde la oposición. En el primer supuesto gobernar, en sí
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mismo, es un acto de campaña electoral, y la pauta planificada de los cuatro años de mandato son la misma campaña, cuyo resultado final es el día de las elecciones. La mejor campaña, en este caso, es un buen trabajo de gobierno. El político que defiende una posición desde el gobierno tiene un plus de conocimiento y de gestión que le reporta unos beneficios electorales de los que no gozan sus adversarios. En cambio, la perspectiva desde la oposición es muy diferente. Se ha afirmado, y no sin razón, que para ser alternativa antes debes ser oposición. El político tiene que ser visto como posible alternativa sino el camino que recorrer es más largo y más difícil y los resultados finales, inciertos. Las campañas dependen del lugar que ocupe el partido que las diseña: si forma parte del gobierno o, por el contrario, de la oposición. Decía Giulio Andreotti, hijo natural de Maquiavelo: «Lo que desgasta de verdad no es el poder, es la oposición». De la misma manera, nunca la oposición gana unas elecciones sino que es el gobierno quien las pierde. Hay que distinguir entre: a) los políticos con sus equipos y con los partidos que planifican con tiempo la campaña electoral. Analizan, preparan el discurso, reflexionan y buscan los argumentos con los que estar preparados para el Día D, y, sobre todo, han ido preparando el terreno para que no haya sorpresas. b) Y los políticos que entran en campaña sin este bagaje previo. Los resultados finales son esperables en cada caso. Cuanto más profesional, menos sorpresas. ¿Hasta qué punto el político en campaña es libre de sus actos? Un candidato que no siga las pautas fijadas por su equipo electoral tiene bastantes probabilidades de fracasar. Encuestas, análisis electorales, discursos, programas, actos de campaña, entrevistas, ruedas de prensa, imagen y medios de comunicación… Todo debe estar preparado: se vende el candidato como si fuera
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un producto comercial. Cuando no existía toda esta tecnología al servicio del candidato, el político debía emerger con sus aptitudes, mostrar sus cualidades o ser un demagogo. Esta última clase de político, el demagogo, siempre ha acabado fracasando, aunque triunfara en algún momento. Ahora, el político con perfil propio no puede mostrarse tal como es ya que la «americanización» de las campañas conlleva la simplificación del mensaje. Frases cortas pensadas para ser un titular. «No más de 20 segundos» es el recordatorio que se le hace al político cuando aparece ante las cámaras de televisión. Para convertir lo complejo no en sencillo, sino en simple. ¿Se está convirtiendo el candidato en una máquina al servicio de los medios? La respuesta es: sí y no. El político en campaña debe defender y explicar sus ideas y sus proyectos. Hacerlos creíbles y convincentes. Si no son ni lo uno ni lo otro, el fracaso está a la vuelta de la esquina. ¿Nuevo político para un tiempo mediático? No. El político es el mismo. En todo caso, el estilo es el que se ha adaptado a las nuevas exigencias de guion, mediático por supuesto. La tarea del político durante mucho tiempo fue transmitir las ideas de su partido, su grupo o movimiento para conseguir el mayor número posible de electores que le votaran. La legitimidad de las urnas permite gobernar, si se tienen los suficientes apoyos, y si no, influir en las decisiones desde la oposición. De esta manera, el político encarnaba el faro de los ideales del partido. Sus discursos eran una guía para sus seguidores, guía para ser transmitida a sus electores. Educar a los ciudadanos era el objetivo. Viejos métodos para viejos tiempos. La irrupción de la modernidad rompe la vieja política del político mitinero, de los afiliados y de los militantes en campaña, de la movilización del voto por y para una causa.
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La modernización de la política mantiene los viejos esquemas, más como un efecto de automovilización, más como un efecto de inyectar optimismo en las propias filas que como real impacto electoral. La modernización de la política ha convertido el político en un político con arrastre audiovisual. Ya no es un político-educador. Ahora debe ser un políticoseductor, en el sentido mediático del término. Un político de plató de televisión. Los elementos de seducción vienen marcados, casi impuestos, por los medios de comunicación. En cierta forma, el papel del partido y de los afiliados ha sido sobrepasado al entrar en la nueva era de la comunicación. El candidato conecta directamente con los electores, sin intermediarios de partido. A partir de ese momento, se convierte en un líder electoral, no en un líder de partido. Pero los partidos siguen manteniendo unas funciones básicas de reclutamiento de los cuadros intermedios como en el siglo XX. Es la lucha entre lo clásico y lo nuevo. Aquí nace la contradicción entre el político-seductor convertido en líder electoral y unos partidos no adaptados a las nuevas exigencias de la realidad comunicativa. La política 2.0 marca el ritmo del futuro. El Príncipe moderno es un Príncipe mediático seductor con liderazgo electoral ejercido mediante los medios de comunicación y las redes sociales.
Malestar democrático ¿Qué tienen en común el Brexit, los referendos de Italia y de Colombia, Donald Trump, la elección presidencial de Austria y Pablo Iglesias? La crisis del 2008.
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La crisis del 2008, similar al famoso crash de 1929, ha tenido consecuencias de todo tipo a nivel económico, laboral, social y político. La diferencia entre el 2008 y 1929 ha sido la existencia de redes de seguridad creadas tras la experiencia y las consecuencia de la década de los años treinta: el mundo, hoy, a diferencia de ayer, no está al borde de la guerra pero ha abrazado ideologías extremistas radicales. Algunos de los síntomas de la crisis se han hecho notar en estos años. El hundimiento del sistema bancario en Estados Unidos arrastró a los bancos europeos y, a su vez, obligó a aplicar unas políticas de austeridad muy duras que golpearon a las clases medias y trabajadoras europeas. Rescates y ajustes, apretarse el cinturón, han sido el pan de cada día en las noticias. Ocho años sin salida del túnel de la crisis. Recorte ha sido la palabra más utilizada en este periodo: Recorte salarial, recorte sanitario, recorte educativo. Recorte. Recorte. Ocho años de crisis han hundido la confianza de la sociedad en el futuro. La dura realidad no ha dejado espacio a la esperanza. Y la indignación por las injusticias se ha girado hacia ofertas políticas y sociales diferentes y radicales. Los segmentos sociales que más han sufrido la crisis han sido los jóvenes, las mujeres, los parados y los jubilados. Segmentos, todos ellos, básicos para dar o quitar mayorías electorales, para dar o quitar mayorías de gobierno. Pongamos la atención en el segmento joven. La generación más formada es la que tiene menos expectativas de futuro. Tony Judt la definió como la Generación Perdida. Los motivos, según él, es que ya no existe el enfrentamiento ideológico de los tiempos de la Guerra Fría. Ni la lucha de clases es un referente como lo fue antaño. Ni la rebeldía frente a la generación anterior. El futuro pertenecía a la generación anterior. En cambio, la generación actual es una generación sin futuro. Trabajo
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precarizado. Vivienda inasequible. Independencia familiar más lejana. Emigrar para trabajar. La pregunta que deben formularse los políticos es: ¿cómo integrar a los jóvenes para que la Generación Perdida sea una Generación Ganada? Mientras no haya respuesta a la pregunta, los jóvenes se comportan en las elecciones según una combinación de racionalidad y de emotividad. Las mujeres han sufrido la doble crisis: la económica y el techo de cristal. Aún existe una gran desigualdad salarial entre hombre y mujer como consecuencia de género. La batalla está en «a igual trabajo, igual sueldo». Y en superar ese techo invisible que no permite que una mujer alcance los mismos grados de responsabilidad en igualdad de condiciones. Los parados de larga duración se han convertido en una estadística económica. Son el «paro estructural». Son una variable económica que está integrada en los parámetros de la economía. Pero quienes forman parte de esta variable son personas, no estadísticas. La crisis ha enviado a la jubilación a los mayores de 65 años en una época en la que el Estado de bienestar ha alargado las expectativas de vida. En cambio, los mayores de 65 años han dejado de formar parte del espacio laboral. Finalmente, la crisis se ha llevado por delante las clases obrera y media, pauperizadas, y ha acrecentado las diferencias salariales entre clases. Estos diferentes vectores sociodemográficos han tenido mucho que ver en los diferentes resultados electorales que se han producido en Europa y en Estados Unidos. Todos ellos responden a un mismo patrón de comportamiento: el malestar democrático. La insatisfacción con la realidad. La inoperancia en las soluciones. La sensación de desamparo y
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de abandono. Un clima de opinión del miedo ante la incertidumbre del futuro. Frustración, irritación, miedo se canalizan por vías primarias: opciones políticas simples y binarias. Opciones de extrema derecha en el centro de Europa, opciones de extrema izquierda en el sur de Europa o el independentismo como solución a la no respuesta de la democracia debilitada y compleja que no tiene soluciones simples. La palabra de moda para definir este estado de ánimo se llama populismo. El populismo tiene una serie de indicadores que lo definen: • • • • • • • • • • • • • •
rechazo por los profesionales de la política, llamados en España «casta» y en Estados Unidos «establishment»; simplificación dicotómica; antielitismo; emociones versus racionalidad; oportunismo; imprevisibilidad económica; demagogia; democracia directa versus democracia representativa; desconfianza en las instituciones públicas existentes; diálogo directo entre la dirección del movimiento y la base social; fuerte voluntad de movilización; retórica nacionalista; liderazgo caudillista; apelación al pueblo.
Se puede comprobar que los indicadores se cumplen en los casos referidos al inicio. Lo más interesante es como se simplifica la política para convertirla en mensajes simplistas y binarios.
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Ya no existe izquierda y derecha; ahora es arriba y abajo. Buenos y malos. Nacionales y extranjeros o inmigrantes. Local y global. Nacional e internacional. El populismo rompe con la tradición secular de la política, concebida como una deliberación racional y pluralista por el bien común que es, en el fondo, la definición de democracia. El populismo es el síntoma de la debilidad de la democracia. La siguiente palabra ha ganado ser la palabra del año según el Diccionario de Oxford. Se trata de la post-truth, de la posverdad, híbrido bastante ambiguo cuyo significado es el siguiente: «Denota circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal». Si la percepción en política es la realidad, la posverdad es la emoción convertida en política. La verdad en la información ya no es la columna central del discurso político sino que ha sido sustituida por la mentira que permite construir una opinión pública atrapada por las emociones frente a la realidad. Dos ejemplos para ilustrar la posverdad. El político inglés Farache mintió para ganar el referéndum británico y lo reconoció. Había cumplido su objetivo: sacar Gran Bretaña de la Unión europea. Trump es presidente de Estados Unidos gracias a las mentiras. El nuevo político es un líder de plató de televisión. El nuevo político domina la comunicación audiovisual y es un experto en redes sociales. El mundo digital ha hecho su entrada triunfal en la política y en las campañas. Titular, y con 140 caracteres: esa es la consigna. Síntomas de la fractura-ruptura de la política democrática: • •
Política-espectáculo Política reality show
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Exclusión del más débil Respuestas políticas inmediatas vía Twitter Prioridad de manipulación en tiempo real de las emociones Información-internet sin contraste Falsas noticias planetarias Marginación de las estructuras de la democracia representativa de los partidos y de los Parlaments
Los desencantados de la política, los que sufren de malestar democrático se pueden aferrar a este tipo de «nuevo» político, pero es difícil mantener la llama del «nuevo» político si acaba haciendo «vieja» política. Es la rebelión de los excluidos y de los desamparados. No se vota para solucionar sino para expresar un malestar. La respuesta a los anhelos de los que sufren es decirles que no existe nueva o vieja política, sino que tan solo se ejerce buena o mala política. Por lo tanto, hay buenos o malos políticos que tienen respuestas o que no las tienen a las preguntas que se formulan los ciudadanos.
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¿Reformar los partidos?
De un tiempo a esta parte se ha cuestionado el papel de los partidos políticos como instrumentos bastante obsoletos y escleróticos para alcanzar el ideal de la representación de la sociedad y continuar siendo intermediarios naturales entre el sistema político y el espacio de la ciudadanía. Las críticas hacia los partidos han venido de partes de la sociedad que reclaman más transparencia en sus actos y actividades, más democracia interna y el abandono, según algunos, de una práctica habitual como es que las direcciones se intenten perpetuar en el poder. La pregunta que nos planteamos es si el instrumento «partido» se ha vuelto inservible y debe cambiar para adaptarse al siglo XXI o, en cambio, la reforma de los partidos pasa por la apertura de estos a los movimiento sociales y a la participación de los ciudadanos. Es cierto que los partidos, en general, y los españoles y catalanes, en particular, deberían adaptar sus formas, sus estructuras, su implantación territorial a la cambiante realidad de nuestro tiempo para ser un instrumento más ágil, más vivo, más próximo.
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Sin embargo, los partidos políticos como instrumento han perdido una parte fundamental de su naturaleza, de su existencia —la vida militante, el debate interno…—, para ser sustituidos, en gran medida, por los medios de comunicación como intermediarios naturales entre los dirigentes y los electoresciudadanos. ¿Es este el modelo que puede permitirse el sistema democrático? O, en cambio, ¿la reflexión sobre los partidos nos conduce hacia otros derroteros, diferentes de los actuales pero manteniendo parte de sus estructuras clásicas?
La massmediatización de la política Los partidos políticos, en el sentido moderno de la palabra, son relativamente jóvenes, tienen como máximo siglo y medio de vida. Sus orígenes van unidos al desarrollo de la democracia, es decir, a la extensión del sufragio popular y de las prerrogativas parlamentarias. Los partidos políticos se pueden definir por su organización, por ser portadores de ideales o por sus funciones. Los partidos definidos según estos tres ámbitos se pueden resumir como partidos de agregación de intereses sociales y partidos de integración de grupos sociales. Agregación o integración son dos vertientes que definen los elementos de articulación interna y externa que conectan los partidos con la sociedad civil y la sociedad política. Los partidos políticos cumplen cuatro funciones básicas: definir objetivos ideológicos y programáticos, articular y agregar intereses sociales, movilizar y socializar a los ciudadanos en el sistema, sobre todo con ocasión de las elecciones, y seleccionar políticos y formar gobiernos. Los partidos políticos desarrollan la función de dar respuesta
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general a los problemas que se plantean desde un vértice transversal y global, y no solo sectorializado. En este sentido, la massmediatización de la sociedad ha convertido la política en un referente negativo por la simplificación de los mensajes con los que explicar conceptos complejos. Es el paso del político-educador al político-seductor. Es el paso del partido de masas de principios del siglo XX a un partido de maquinaria electoral o catch-all party post Segunda Guerra Mundial. El catch-all es una variante del partido de masas que se caracteriza por posponer de manera radical los componentes ideológicos del partido, por fortalecer las cúpulas dirigentes, por desvalorizar el papel del afiliado y del militante y por rechazar un electorado de tipo confesional o clasista que se sustituye por una publicidad electoral que intenta abarcar el máximo posible de la población. Si esta es la característica de este tipo de partido, bien es cierto que muchos partidos mantienen las estructuras organizativas de los partidos de masas clásicos, dando lugar a unos híbridos que combinan uno y otro modelo. No hay ninguna duda de que los medios de comunicación han sustituido a los afiliados como medio fundamental de transmisión de mensajes entre el político y los electores. La función de actividades tradicionales del partido de masas (movilización, propaganda…), necesitadas todas ellas de una elevada inversión de afiliados, ha entrado en decadencia con la llegada de las técnicas modernas de comunicación, mucho más efectivas. En este sentido, la comunicación moderna refuerza el papel de las personalidades. Tiende a confiar a la televisión un rol autónomo en la selección de la agenda política, desplazando la arena política desde las instituciones a los medios. La televisión es, en el sentido estricto de la palabra, un medio de comunicación a disposición del candidato-político y del partido.
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A partir de este punto, el objetivo del político y del partido que aparece en televisión consistirá en conseguir que sus electores les reconozcan. Se trata de la masiva utilización de la imagen pública de los dirigentes como recurso político, electoral y publicitario de importancia capital. Un recurso que tiende a aumentar la personalización de la política y a desvalorizar el papel de los afiliados, para llegar a conseguir y consolidar una relación directa político-opinión pública. Las elecciones se han convertido, en este sentido, en el fruto de la confrontación audiovisual de las imágenes de los líderes que personifican el partido y sus ideales. La opinión pública percibe la política como una pugna, no tanto entre programas de partido como en conseguir la visibilidad de la imagen pública de los líderes que representan el partido y sus ideales, mediante los medios de comunicación, y básicamente, de la televisión. La falta de definición de los programas y la escasa crítica interna y externa (opinión pública), junto a los condicionantes de la publicidad política, tienden hacia la personalización de la política. Las elecciones, en algunos países europeos, se convierten, de hecho, en elecciones de tipo «presidencial» en lugar de tipo parlamentario, y son las figuras de los líderes las que concentran toda la atención mediática, partidista y electoral. Por ejemplo: González-Aznar; Aznar-Almunia; Zapatero Rajoy y Rajoy-Rubalcaba. Si la política se convierte en espectáculo, producirá espectadores pasivos que se interesarán más por los contrastes entre las personalidades políticas que por los conflictos políticos e ideológicos, en detrimento de los espectadores activos. Este nuevo escenario generará una corriente de adhesiones de tipo emocional, de simpatías temporales o pasajeras, que producen éxitos imparables pero también fracasos. La política se puede
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convertir así en un híbrido que favorezca los mensajes populistas sin contenido. Conjugar los valores tradicionales de la izquierda democrática —libertad, igualdad, justicia— con respuestas concretas a los retos que se plantean en este cambio de siglo ha sido y es la diferencia entre una opción de progreso y las opciones conservadoras. Frente al espectáculo, educación.
Partidos y sociedad Los partidos políticos, tal y como los conocemos, se caracterizan por tener una estructura y una organización pensadas para una sociedad en fase de industrialización, de modernización, de trasvase del campo a la ciudad, de lucha de clases. Son unos partidos centenarios que se modernizaron tras la Segunda Guerra Mundial, pero que aún no se han adaptado a los nuevos retos de la sociedad posindustrial, de la comunicación, de la información y de la globalización. La adaptación de los partidos a la naciente nueva sociedad caracterizada por la globalización, la nueva economía, la posmodernidad y las nuevas tecnologías les exige replantearse algunos dogmas que parecían inmutables. El primero es dilucidar si el partido es un fin en sí mismo o es un instrumento al servicio de la sociedad. El segundo es dilucidar quién tiene la preeminencia en el liderazgo político: el líder electoral o la dirección del partido. Si se aplicase la concepción clásica de partido, la dirección política, es decir, el símbolo del partido como colectivo, se sitúa por encima del líder electoral.
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Pero ¿quién conecta con la sociedad, el líder electoral o el partido? Desde la década de los noventa, con un concepto discutible pero aplicable, la americanización de las campañas, la massmediatización de la política y el líder electoral tienen un peso específico que trasciende su propio partido. La conexión directa, el diálogo, entre el líder y el electorado ha situado en un segundo plano el papel de los afiliados y militantes, y el partido como agente conductor, intermediario con la sociedad. Se potencia así la visión de los partidos como organizaciones cerradas, endogámicas, donde las batallas internas se producen para el reparto del poder y de los cargos, mientras el debate de las ideas, de los valores, queda en muchos casos relegado. La revisión del papel de los partidos en una sociedad cada día más avanzada tecnológicamente pasa, sin duda, por la renovación del instrumento que fue pensado en el siglo XIX como una organización democrática y que, en la actualidad, ha de variar sus objetivos internos como organización política. La cuestión que se plantea es: ¿cómo implicar, de nuevo, a un segmento importante de jóvenes, la Generación Milennial, y de abstencionistas, desencantados o escépticos de la política y de los políticos, si los partidos políticos son, sin duda, el referente negativo? Las campañas electorales son un buen ejemplo de mensajes huecos, tópicos y cargados de poco sentido. Es, en cierto modo, la deriva populista que invade la política. Modernizarse y adaptarse a las demandas de la sociedad no significa traicionarse. La historia, la cultura, simbolizar unos valores no puede quedar en el olvido. La cuestión radica en si el partido ha de continuar siendo una organización vertical, territorial y rígida o si, en cambio, debe estructurarse de manera horizontal, sectorial y flexi-
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ble. La realidad nos enseña que las diferentes formas pueden combinarse, convirtiendo los partidos en unos híbridos organizativos. Y finalmente, habría que preguntarse si el partido debe ser entendido como un todo cerrado o un espacio abierto a los diferentes sentires de la sociedad. ¿Abierto o cerrado, vertical u horizontal, territorial o sectorial, partido-estructura o plataformas-sociedad? En todo caso, las preguntas que plantea la sociedad deben tener respuestas por parte del instrumento político llamado partido político. Debemos empezar a pensar seriamente en un partido virtual, un partido-red, para un nuevo tipo de democracia directa y electrónica. ¿Qué consecuencias puede tener para la democracia representativa la irrupción de la democracia electrónica?
Y movimientos sociales Los partidos políticos se sitúan como intermediarios entre la sociedad civil y la sociedad política, como un elemento de conexión básica en diferentes niveles. En primer lugar, como filtro de las demandas sociales que envía la sociedad hacia el sistema político. El partido agrega e integra estas demandas sociales para convertirlas en demandas políticas. En segundo lugar, la intermediación se realiza también a la inversa, es decir, una labor política educadora y explicativa de las políticas públicas del sistema político hacia la sociedad, hacia los agentes y movimientos sociales. En tercer lugar, ejercen la función de dar respuesta general a los problemas que se plantean desde una vertiente más transversal y no tan sectorializada.
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La idea básica que diferencia a los partidos políticos, tanto de los movimientos y grupos sociales como de los grupos de interés o de presión (según la doctrina clásica), está en el concepto de poder, en general, y de poder político, en particular. Los partidos políticos quieren llegar, a través de mecanismos democráticos, a formar gobierno. La cuestión que se plantea a partir de esta afirmación es que la sociedad ha dispuesto de los máximos controles a todos los niveles para evitar que el Leviatán no se desmande, pero, en cambio, existe un problema cada día más visible: la dificultad del propio sistema de poder arbitrar mecanismos de protección de la democracia ante los poderes no democráticos. La cuestión es cómo tipificar qué se entiende por poder no democrático y no caer en el error de menospreciar actores y agentes sociales básicos para el funcionamiento de la sociedad civil. Pero también se debe valorar en su justo contexto, no sobredimensionar el papel de la sociedad civil como el retorno hacia un paraíso miltoniano perdido. Es cierto que se está produciendo una fractura generacional entre el activismo social en los partidos políticos que expresan valores básicos, ideas-fuerza, nacidos para la izquierda en la Revolución francesa y para la derecha en la contrarrevolución, y los nuevos interrogantes que no han obtenido una respuesta satisfactoria por parte de estos, como, por ejemplo, la ecología, el medio ambiente, el individualismo solidario, la nueva sexualidad y los nuevos movimientos alternativos, entre otros. La visualización de este alejamiento se hace evidente cuando la sociedad mira hacia los partidos y les reclama transparencia, democracia interna, debate de ideas, diálogo con la sociedad y, en cambio, interpreta la lucha entre los líderes de partido como una lucha por cuotas internas de poder interno y externo, pero sin ninguna aportación programática e ideológica.
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La massmediatización de la sociedad ha convertido la política en un referente negativo por la simplificación de los mensajes anteriormente aludida, mensajes cada vez más elementales para explicar conceptos cada vez más complejos. Los partidos políticos organizados y estructurados se relacionan con la sociedad con organizaciones, movimientos y agentes sociales que también tienen unas estructuras y unas organizaciones. La modernización de unos y otros es uno de los elementos de adaptación que considerar hacia los nuevos tiempos. Si observamos la evolución de los partidos en el siglo XX, se comprueba que las familias ideológicas continúan vigentes, que izquierda y derecha continúan significando algo, pero, en cambio, sus organizaciones aún se basan en modelos antiguos, no ha habido grandes transformaciones en cien años, y encarar el siglo XXI con partidos del siglo XIX constituye uno de los temas de reflexión y de debate de los propios partidos y también de la sociedad que los nutre.
Las primarias Una de las reformas ensayadas por la izquierda democrática española para revitalizar los partidos políticos son las primarias. Entendidas como método de selección, las elecciones primarias tienen sus detractores y sus defensores, como es obvio y normal. Pero la aplicación de este método a un sistema político de tradición y cultura europeas, con unos partidos estructurados, organizados e implantados en el territorio, choca con la lógica del modelo original norteamericano. Las primarias tienen como sentido profundo la selección de los candidatos en un sistema de tipo mayoritario, con dos partidos hegemónicos que tienen una estructura descentralizada y
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flexible. En este tipo de elecciones la selección no la realiza el partido, sino los ciudadanos. Es cierto que el propio sistema político en la tradición europea de partidos tiene sus problemas intrínsecos, pero no es este el motivo de la comparación. El primer argumento es que, en las elecciones primarias, se eligen candidatos que serán cabezas de lista, es decir, líderes electorales, pero, en cambio, el partido, a través de las comisiones o los comités correspondientes, confeccionará la lista que acompañará al líder electoral. Lo razonable sería que todos los miembros de la lista tuvieran que ganarse el sitio después de vencer en las primarias. Pero esto es irreal como supuesto, ya que nos movemos en un sistema proporcional de lista cerrada y bloqueada. Siguiendo este hilo argumental, los partidos deberían cambiar la lógica interna congresual. Las direcciones de los partidos serían unos entes de coordinación pero nada más, ya que la línea política se establecería desde otro ámbito de lo político a través del o de los líderes electorales. Así se evitaría la contradicción entre el líder del partido y el líder electoral, y sobre quien goza de preeminencia en los asuntos de liderazgo político. El segundo argumento se refiere al supuesto de que las primarias permiten mayor democracia interna y abren el partido a la sociedad. Esta visión es, y no es, cierta. Todo depende de si las primarias son abiertas (a todo el mundo), cerradas (solo votan los afiliados) o asamblearias (solo votan los afiliados presentes en una asamblea). Las tres variables son factibles y el argumento democrático es válido en los tres casos, pero en alguno más que en otros, en el sentido de que podrían graduarse, de mayor a menor, los tres casos. Las primarias abiertas serían las más democráticas y las primarias asamblearias serían de democracia inter-
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na de partido, pero no se pueden mezclar conceptos diferentes de democracia. Las primarias tienen un impacto mediático innegable y por esto se realizan aunque solo haya un candidato. En estos casos, no se debería hablar de primarias, ya que estas no son competitivas y se convierten en una votación de ratificación para saber el apoyo con el que cuenta el candidato presentado. Las primarias deben entenderse como lo que son: una práctica política que moviliza y educa a los miembros del partido. Restituyen una parte del poder a la base del partido. Pero el sistema también debe educar a los afiliados sobre los mecanismos de las primarias como método de selección de candidatos. Todo ello se hace más complejo si el sistema político, el propio partido y la tradición y cultura internas no están habituados al cambio que supone un sistema de selección diferente. Pero todo es cuestión de adaptarse. Los partidos deben adaptarse a la sociedad tal y como lo hicieron en su origen. Es cierto que en las bases fundacionales de este tipo de organización existía la necesidad del propio sistema político de dotarse de un instrumento más eficaz, pero, casi dos siglos más tarde, algunas de las preguntas que se formularon los fundadores siguen vigentes hoy en día: más transparencia en la toma de decisiones, más democracia interna, más participación, mecanismos más depurados para la elección de los más aptos para los cargos internos y electos, más apertura hacia la sociedad, responder a las demandas y evitar convertirse en partidos-régimen, burocratizados, sin discurso político y utilizando la palabra gestión como el último recurso balsámico para poder justificar la no acción. Los partidos políticos son el mejor instrumento para transformar la sociedad, para conectar los ciudadanos con el llamado poder, son la base de la democracia
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representativa y parlamentaria. Sin ellos no habría posibilidad de competencia política, son los garantes de una manera de entender el sistema. Por ello son perfectibles y transformables, lo han sido durante doscientos años, y lo serán en el presente y en el futuro.