MIQUEL ESCUDERO
SOSTIENE MENGANO UN PROFESOR HABLA FUERA DE CLASE
Primera edición: diciembre de 2018 © Miquel Escudero © Ediciones Carena
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A quien corresponda.
prólogo ENTRE LA DOCENCIA Y LA ESCRITURA
Creo que es de dominio público que demasiada gente no en-
tiende de forma adecuada lo que lee o escucha. No me refiero ya a lo que atañe a una inevitable falta de competencia en ámbitos especializados, sino a las cosas más próximas y cotidianas para cada cual. Es un asunto que parece que se va agravando, urge cuando menos paliarlo. Y para ello hay que afinar el diagnóstico y acertar en el tratamiento. ¿Se deberá esta incomprensión a la que aludo al desinterés, a la pereza, a la falta de respeto a los demás? ¿Se trata de impaciencia por la inmediatez? ¿O, más bien, su causa será una manifiesta incapacidad para atender lo que vemos, lo que oímos, lo que tocamos; un uso de nuestros sentidos deficiente de veras? En cualquier caso, se diría que estamos muy lejos de vivir con intensidad y atención. Lo preocupante de este estado de cosas sería no solo que vivamos alterados, fuera de nosotros mismos, sino empobreciendo a los demás al rechazarlos, no hacerles caso o
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tal vez acogiéndolos de una manera abiertamente insatisfactoria. Un nivel rotundamente inferior al posible y mejor. A menudo, el prejuicio ideológico hace acto de presencia, el cual –si no se le reprime y se le deja hacer– tiende con ímpetu a deformar lo que otros dicen o escriben. Cada cual debería saber responder de todo ello. ¿Por qué? Porque nos jugamos lo más propio de nuestra condición humana, como individuos y como sociedad: una comunicación más limpia y menos intoxicada. El uso de la razón está mermado cuando no aplicamos fuerza de voluntad, de entendimiento y de memoria. Me temo que no se tiene conciencia de que su ejercicio es imprescindible. Preguntémonos asimismo por nuestro gusto a disfrutar. ¿En qué consiste? ¿Lo tenemos desarrollado, lo extendemos a la ilusión de ver contentos y gozosos a quienes nos rodean? En cualquier caso, ¿nos importa lo mejor para los demás, nos parece compatible este deseo con nuestro interés propio? Es evidente que cuanto más rico sea cada componente de un sistema, más potente y equilibrado será el conjunto. Cuanto más rico es el conjunto, más sólidos y equilibrados pueden llegar a ser sus integrantes. Cuando los indicadores de pobreza son altos en una sociedad, esta resulta más peligrosa para todos: más desquiciada, más amenazante, más penosa. Pero no es solo cuestión de economía. Vayamos a la educación. Todo está relacionado entre sí. Cuando doy clases de matemáticas, conozco la actitud con que impregnar mi actuación. Por un lado, quiero esmerarme en ser claro y dirigirme a todos. Para ello procuro mostrarles la asignatura en escorzo, ofrecer un contexto, situándola en un relato. Es el proyecto que seguir durante el cuatrimestre correspondiente. Esta perspectiva es una de las posibles, pero tiene
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un sentido y un objetivo, lleva hacia algún lugar en coherencia con los fundamentos lógicos; y, no se olvide, con un programa que a mí se me da hecho. Se trata de sacar el mejor partido de la situación. El tiempo es corto y limitado. ¿A qué puedo aspirar? A mis estudiantes les digo que, en primer lugar, hay que aprobar la asignatura (ellos y sus padres deberían ser los primeros interesados, pero también la sociedad que paga una universidad pública). Y, por supuesto, hacerlo de la mejor forma posible. Ahora bien, no soy un profesor de academia, sino un profesor universitario. Y esto supone que he de alcanzar con ellos un panorama más ambicioso que el de superar un examen: así, aprender a pensar e imaginar en circunstancias concretas –una labor que nunca se termina de redondear–, para esto hay que hacer acopio de conceptos, recursos y habilidades. Pero también saber relacionar y confrontar con rigor unas ideas con otras con un grado de fantasía y muchos de coherente rutina. De hecho, seamos realistas, este esfuerzo es el único que con los años perdurará, lo restante está destinado al más severo olvido. Esta labor de discurrir y reflexionar empleada para la asignatura que nos traemos entre manos se extiende por contacto como un hábito en cualquier otra materia y, lo que me parece decisivo: como un método aplicable al arte de vivir razonablemente. ¿Cuántos de mis estudiantes me siguen en este propósito y en qué medida? No lo sé, pero me digo: «por mí que no quede». En cualquier caso, este decir, este hacer en cuanto profesor, me permite rozar un cierto grado de felicidad en el aula. Lo intento, lo procuro transmitir alrededor: de viva voz, con el tono pero también con el gesto. Diré que aunque me dirijo a todos, lo hago en especial a la «clase media trabajadora». Los niveles de madurez matemática suelen ser distintos entre los alumnos. A mí me interesa hacerles sentir mi disposición cercana y mi
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afán de que no se pierdan y puedan ascender, lo que implica repetir algunas explicaciones, siempre con mi respeto, cariño y esfuerzo, siempre con su atención y esfuerzo. Si no es así, nada hay que hacer. No solo hay derechos sino deberes, y viceversa. Todo esto viene a cuento porque mi proceder profesional marca mi labor como escritor. Este rol de profesor que acabo de esbozar exige un trato exquisito. No puedo ni debo entrar en asuntos políticos y religiosos y pronunciarme sobre ellos, pues es un abuso; sí puedo, en cambio, en los estrictamente cívicos, en cuanto pautas de estímulo integrador y de conciencia de clase compartida. Sin embargo, por fortuna el profesor tiene opiniones, criterios e intereses más allá de su área docente y puede expresarlas. Este libro es resultado de esta conciencia y de esta inquietud personal. Un profesor que opina fuera de clase y que se dirige a los lectores que pueda alcanzar, personas que en su mayoría no conoce. No pretende dar lecciones a nadie (en muchos casos, no podría), sino dar un toque característico o peculiar de un abanico de personajes (siempre distintos) que, por una razón u otra, le interesan o le han llamado la atención. He seguido la fórmula de breves entradas, bajo el título genérico de Sostiene…, que ponen de relieve afirmaciones, negaciones y preguntas que a menudo son pasadas por alto. La estructura es discontinua, se podría decir que discreta. Todos juntos se sostienen unos a otros y dan un perfil particular que revela algo del autor, pero también dan idea de la circunstancia social del periodo presente; que abarca algo más de un año. La idea de confeccionar estas páginas sueltas me surgió cuando mi amigo Sergio Fidalgo me propuso que colaborara en su diario digital elCatalan.es. Acepté con gusto y le sugerí este formato
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de escritos. Lo aceptó sin ninguna objeción. Ya lanzado en esta tarea periodística y consciente de que el todo es superior a la suma de las partes, pensé en ir más allá de unas páginas volanderas y no de papel y queriendo atender a mi subconsciente me puse manos a la obra. El libro consta de tres capítulos donde reúno comentarios y subrayados concretos acerca de personas muy diferentes: vivas o muertas. En el primero, titulado «Sociedad, ciencia y arte», agrupo los relacionados con el arte, las distintas ciencias y los aspectos de organización social, pues los tres aspectos guardan cierta relación entre sí. El segundo se titula «Pensamiento y literatura», que va de opiniones de filósofos y pensadores a las de personajes de ficción. Ya el último reúne «Historia y política»; saberes esenciales para la vida de los hombres y de los pueblos, para cualquier ciudadano que no se contente con lo que se le enseñó en su día y que no acepta tener que someterse a los dictados de una tribu, por entrañable que le sea. Es una aspiración de libertad y de verdad. Para mí, el mandamiento de amarás a Dios sobre todas las cosas se traduce como amarás la verdad sobre todas las cosas, y aunque esta se me escape no renunciaré nunca a aproximarme a ella. Se podría decir que estos escritos son un poco caóticos, pero no que carezcan de orden. Espero que sean gustosos y que obliguen al contraste siempre respetuoso, único modo verdadero de dialogar y no fingir hacerlo. Con ellos he experimentado un modo de comunicación que, por supuesto, necesita la respuesta de cada lector. Al acabar esta selección de Sostiene… me he reservado uno para el autor y a continuación otro que rellenar por cada uno de los lectores que acepten mi invitación. Entiendo que de ningún modo son respetables todas las opiniones (¿lo es ser partidario del esclavismo?), pero las personas
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siempre se han de respetar y no solo tolerar hipócritamente. Confío, pues, en que esta ruta de criterios les resulte atractiva y acaso contribuya –tal y como proponía al comienzo– a leer y escuchar un poco mejor, y que nos entendamos y respetemos como personas. Como acuñó el maestro Julián Marías: Concordia sin acuerdo; sí, nunca más discordia. El autor
SOSTIENE ANTONIO TABUCCHI
Hace unos años que falleció el escritor italiano Antonio Tabucchi, autor de la renombrada narración Sostiene Pereira, testimonios de un periodista lisboeta y que contiene esta afirmación: «Los profesores son más ignorantes de lo que se cree». Tabucchi, casado con la traductora portuguesa Maria José de Lancastre, era un enamorado de Portugal y un especialista de la obra de Fernando de Pessoa. Mengano va entre Fulano y Zutano, y es una voz árabe que viene a significar «quien sea». Nos vamos a hacer eco de ciertas frases y sentencias de nuestros «próximos», sean quienes sean. Veremos al final si son sostenibles. La sentencia de «los profesores», aquí escogida, depende del contexto. Se exige concretar, y, por supuesto, «quien sea» deberá acreditar cada vez sus saberes.
Parte i SOCIEDAD, CIENCIA Y ARTE
i ISABEL COIXET
He visto con gusto y admiración La librería (The Bookshop),
la película decimocuarta de las dirigidas por Isabel Coixet. Leo ahora la entrevista que Anatxu Zabalbeascoa le ha hecho para El País Semanal. Esta película, dice, costó diez años que viera la luz porque quienes debían producirla no veían el guion en su misma onda; al final («lo intenté a tope») obtuvo una coproducción hispano-británico-alemana. De familia obrera, Isabel Coixet es aficionada a la lectura y al flamenco. Una mujer dispuesta a levantarse cuando las cosas van mal y que quiere disfrutar del afecto, sin distinción de clases y categorías. Hace unos meses, la Feria de Fráncfort le dio a este guion de Isabel el premio a la mejor adaptación literaria. ¿Por qué cambió el final de la novela de Penelope FitzGerald? No buscaba una película más comercial, sino un sentido, una semilla. Y no quería un final demasiado desesperanzador. Isabel Coixet sostiene: «muchas buenas personas juntas pueden resultar dañinas, y cuando alguien tiene que recordar todo el rato lo buena persona que es…, sal corriendo». Queda claro.
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ii JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS
González Faus es jesuita y profesor de Teología. Autor de
diversos libros, José Ignacio se caracteriza por una crítica sin paliativos a quienes idolatran el dinero. Defiende la causa del pobre y del necesitado. Y entiende que la justicia no es un imperativo ético de la fe, sino su reverso. Para él, conocer a Dios es practicar la justicia. En La Vanguardia, en la que es colaborador habitual, ha escrito hace unos días el artículo «Posverdad y valores». Sostiene Faus que sin una declaración de los deberes humanos, «los derechos humanos seguirán siendo lo que son casi siempre hoy: un arma para exigir a los demás cómo quiero que me traten, pero no un aviso de cómo debo tratarlos yo». Una expresión totalmente sostenible que merece incorporarse.