Te quise ayer

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LUIS ANGUITA JUEGA

TE QUISE AYER


Primera edición: marzo de 2019 © Luis Anguita Juega © Ediciones Carena

Ediciones Carena c/Alpens, 31-33 08014 Barcelona T. 934 310 283 www.edicionescarena.com info@edicionescarena.com Diseño de la colección: Sandra Jiménez Castillo Marina Delgado Torres Diseño de cubierta y maquetación: Adrián Vico Imagen de portada: Aleksandar Georgiev - iStock Photo Corrección: Carlos Marín Hernández Coordinación: Jesús Martínez www.reporterojesus.com Depósito legal: B 26510-2018 ISBN 978-84-17258-65-8 Impreso en España - Printed in Spain Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de Internet—, y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo público.


A mi esposa, Menchu, que es mi más exigente crítica y con sus aportaciones, su entrega y su ayuda sin límites me hace mejorar y mis novelas le deben una gran parte a ella. A mis hijas, Mentxu y Cristina, que viven cada libro nuevo con la misma ilusión que si fuera suyo. A mi madre, por su amor infinito. A mi editor José Membrive, porque es una suerte encontrar un editor que se emociona con mis letras, que se vuelca en mí en cada nuevo proyecto y porque en esta historia hay un personaje que intenta reflejar su amor a la literatura. A vosotros, lectores, porque tengo los mejores del mundo y con vuestro apoyo hacéis que sienta que puedo tener otra historia que contar. .



La felicidad puede estar mucho mรกs cerca de lo que piensas



Todos los lugares de La Coruña existen, en algunos simplemente he alterado su nombre cambiando el orden de las letras. ¿Cuánto hay de ficción y cuánto de realidad? Hace un tiempo decidí averiguarlo y descubrí que hay historias que no deben perderse en el olvido y que merecen ser contadas.



INTRODUCCIÓN

Siempre me ha gustado pararme en las librerías, contemplar sus

escaparates, adentrarme en ellas y perderme entre los libros. Es una costumbre que recuerdo siempre en mí, es como un imán. Si dispongo de un pequeño espacio de tiempo y veo una librería cerca, me dedico a recorrerla, a respirar el aroma de los libros, a fijarme en sus títulos, en sus portadas, a cogerlos con las manos y a pensar qué secreto puede estar guardando en su interior, y así, cuántas veces me lo llevo, por esa sensación de que ahí hay una historia, que ya me intriga desde antes de conocerla. Es lo que me ocurrió ese día, me encontraba paseando. Era de esas veces que vas sin prisa y disfrutas de cada paso, de contemplar todo lo que te encuentras y vives tranquilamente el ritmo de la ciudad. Iba entretenido mirando el caminar de la gente. Me metí por una pequeña calle por donde no solía llevar mis pasos, puede que fuera porque no me gustaba esa calle que desembocaba en dos de los edificios que albergan varias sedes judiciales de la ciudad. Lo que hacía que evitase de manera inconsciente pasar por la plaza donde se encontraba. Allí había una pequeña librería, que casi ni recordaba y eso que me gustaba ir a todas las de la ciudad, para tratar de encontrar un magnetismo especial en ellas. Al pasar a su lado, me fijé,


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como es habitual en mí cuando se trata de una librería, en su escaparate. Era un comercio bastante pequeño; a pesar de que me encantaba conocer las de mi ciudad, esta me había pasado prácticamente desapercibida. Me paré unos segundos contemplando los libros que tenía expuestos. Estaban los de moda en ese año, junto a revistas y periódicos. Al fondo se encontraba una mujer de unos sesenta años y en el pequeño espacio reducido que tenía había unos cuantos estantes con libros. Me pareció incómodo entrar, a pesar de que tenía tiempo, y ponerme a mirar con la mujer escasamente a un metro de mí. Si venía algún cliente, en ese local tan pequeño, estaría estorbando, dedicándome solo a cogerlos sin intención de comprarlos. En tan poco espacio, sería difícil que tuviera alguno de esos que uno espera encontrar cuando se mete en una librería y que sientes que está escrito para ti. En el escaparate tenía los más habituales, de famosos o de las listas de los más vendidos. No era el mejor lugar para buscar una historia que siempre piensas que te está esperando. Así que decidí continuar paseando; cuando ya me había alejado unos metros, seguía aún con la mente en esa librería, sentía una incomodidad en mi interior por no meterme en ese local y mirar lo que había dentro, por pequeño que fuera el espacio, quién sabe si había allí algún libro que por algún motivo me llamase la atención y desease leer. No me podía alejar sin entrar en ese lugar, quién sabe qué secretos podían estar escondidos. Di media vuelta y decidí desandar mis pasos y regresar a la librería. Cuando llegué a ella, había dos personas en su interior. Eran dos señoras, que debían de ser clientes habituales, de una edad parecida a la mujer que atendía el negocio. Se notaba que había confianza entre ellas porque estaban en una animada conversación. Los cuatro jun-


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tos casi no íbamos a caber, el local era realmente reducido, y las dos mujeres se habían puesto a hablar y no parecía que tuvieran prisa en marcharse; seguramente ya eran pensionistas, con hijos ya mayores y que de ese modo probablemente mataban su soledad y llenaban el tiempo libre en conversaciones interminables, eso es lo que pensé al verlas tan entretenidas y preguntando por no se qué sobrina. De todas formas decidí que no iba a marcharme por segunda vez, así que me metí en su interior. —Buenos días –dije, tratando de ser afectuoso en el saludo. —Buenos días, señor –me respondió la mujer responsable del comercio; fueron también unas palabras breves, pero por una extraña sensación me sentí bien acogido, estaba a gusto en ese lugar, respiraba una atmósfera que me hacía disfrutar y me apetecía perderme en esos libros; por mucho que no hubiera espacio, no importaba, me encontraba bien y me puse a ojear los ejemplares, como si estuviera solo en la más grande biblioteca del mundo. Logré aislarme de todo, miraba los libros, cogía alguno que me podía atraer más, notaba su peso, el olor a papel, abría sus hojas y así seguía tratando de encontrar alguna historia que me atrajese y desease leer. Prácticamente oculto, tapado por algunos libros que estaban encima de él –se ve que llevaba ya ahí algún tiempo–, encontré un pequeño libro. No me sonaba el nombre del autor; estaba publicado por una editorial que, dado mi pasión por los libros, conocía, pero que era bastante desconocida para la mayoría de los lectores. Recordaba algunos libros que había leído de esa editorial y que me gustaban por la humanidad de las historias, y además ese título, no sabía por qué, me atrajo especialmente: Te quise ayer. Allí en ese lugar había encontrado un libro que deseaba leer, sentía el magnetismo que te provoca en esos momentos. Lo


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cogí entre mis manos, con la ilusión del que encuentra el tesoro más preciado. Se lo di a la señora. En ese momento me di cuenta de que se habían marchado las dos clientas y que ahora había un hombre que estaba cogiendo un periódico deportivo. Parecía imposible que en ese lugar tan pequeño, donde había que apartarse para que entrase o saliese alguien, se hubiesen marchado esas mujeres, hubiera entrado otro hombre y yo no me enterase de nada. Señal, claro, de lo a gusto que me había encontrado en esta pequeña librería. —Son dieciséis euros –me dijo la dueña. Me había fijado en el precio que tenía al ojearlo entre mis manos, ponía diecisiete euros, la mujer me cobraba mal en su contra. —Me parece que se ha equivocado, son diecisiete euros –le respondí. —Es un cariñito que siempre hago a mis clientes, y usted no va a ser menos. —No, son diecisiete euros y es lo que le corresponde –le respondí con firmeza. —Si se lo hago a todos… Aunque la buena mujer insistió, no le dejé que me hiciese esa rebaja, que superaba cualquier descuento de un centro comercial; lo que le faltaba, con los pocos libros que debía de vender, que encima me cobrara de menos. Después de esa pequeña anécdota con la dueña, me fui paseando hasta Las Viudas, era una cafetería que me gustaba frecuentar por lo acogedor del local. El establecimiento tenía varios sillones tipo chéster, que hacía que te sintieses cómodo mientras estabas en ellos, y además la calidad del servicio era excelente. Con el libro en mi poder, me fui con la sensación de tener uno de esos tesoros que por una parte quieres abrir y por otra


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temes romper la magia de lo que esconde; lo llevaba en mi mano cogiéndolo con delicadeza y fuerza a la vez, sintiendo el tacto del papel, que tanto me gusta de ellos, y pensando ya en comenzar su lectura. Me gustaba el remanso de paz que encontraba en esa cafetería en pleno centro de la ciudad y la amabilidad con que siempre me atendía Rubén, el camarero. Iba con la sensación de querer llegar lo antes posible y por otra parte buscaba retrasar el momento de comenzar su lectura, y como siempre me ha gustado andar, antes de dirigirme a ella decidí dar un pequeño rodeo por los jardines de Méndez Núñez, que siempre me traían buenos recuerdos desde que era niño y me quitaba el ruido del asfalto. Mis pasos, como habitualmente, me llevaron hasta el calendario floral, donde como siempre, me encontré con Ramón, el antiguo jardinero del parque y al que le gustaba permanecer alrededor de ese calendario del cual se había encargado durante tantos años y que él hizo todos los amaneceres mientras trabajaba. No importaba que estuviese jubilado, formaba parte de su vida y allí estaba contemplándolo y asegurándose de que todo estuviera bien. Le saludé con afecto y ya encaminé mis pasos a la cafetería, el libro con su historia me estaban esperando. En cuanto llegué, busqué con la mirada algún sitio libre y vi que el rincón donde me gustaba sentarme estaba sin ocupar; era un sofá con una mesita cerca de la ventana, un lugar perfecto para relajarse. Me senté en él y comencé a leer. Rubén ya me conocía y sabía que por las tardes me tomaba un té rojo, así que ya me serviría. Un camarero se acercó hasta donde me encontraba, sin que ni siquiera me apercibiera, estaba totalmente absorto en la lectura. —¿Desea tomar algo el señor? Me sorprendió la pregunta, dejé por un instante la lectura, levanté la cabeza y no era Rubén, el camarero de siempre; casi


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sin reaccionar y buscando que no me interrumpiera más, le respondí. —Un café –sin pensar ni en lo que le decía. —¿Solo? –volvió a preguntarme. —Sí –respondí, sin levantar la vista del libro, solo quería que se fuera para continuar leyendo. Cuando el camarero me trajo el café, es cuando fui consciente de lo que había pedido, nunca tomaba café después de comer y menos solo, así no me gustaba. No me iba a entretener en explicarle que me había equivocado al pedir y que me trajese mi té habitual, pensé que lo que haría sería apenas probarlo y lo dejaría encima de la mesa, mientras seguía con la lectura del libro. Cuanto más avanzaba en sus páginas, más convencido estaba de que no era ficción lo que leía, que lo que allí se contaba sucedió en la realidad. Permanecí en la cafetería horas absorto en la lectura de esa historia que parecía tan real sobre la amistad de dos personas, en la que una ama y la otra solo ve una amistad, como seguramente tantas veces ocurre en la vida. Cuando la terminé, levanté la vista y me di cuenta de lo tarde que era. Miré el reloj y marcaba casi las doce de la noche. La cafetería estaba prácticamente vacía y se disponían a cerrar. Miré la taza de café, me lo había bebido. Pedí la cuenta para pagar y marcharme del local. El camarero me la trajo y vi que ponía dos cafés. Iba a decirle que se equivocaba, cuando recordé vagamente haber pedido otra consumición. Pagué, dejando una pequeña propina y me marché hasta mi apartamento, pensando en la historia que acababa de leer. Todo parecía tan real. Al llegar a casa decidí acostarme; al día siguiente, como era habitual, sonaría el despertador a las siete y media de la mañana, y si no duermo bien estoy con una cara de sueño que no soy ca-


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paz de quitármela y con un pequeño malhumor perenne en mí. Me desperté en medio de la noche. Me encontraba totalmente desvelado, no sé si eran los cafés que me había tomado o la historia que acababa de leer, la cual no era capaz de sacarme de la cabeza. Mi mente, a esas horas de la madrugada, estaba más despejada que nunca y trabajaba con intensidad. Lo que había leído era demasiado personal y auténtico. La historia tenía que haber sido real, no podía ser ficción; había ocurrido en esta ciudad, conocía los lugares donde se había desarrollado. Existía Ramón, el jardinero jubilado del parque, la librería de la que hablaba el libro, el lugar donde trabajaban los personajes principales, las tascas que frecuentaban, el mar de Mare, el murmullo de sus olas que muy pocas personas conocían, que parecía hablarte y que el autor tenía que haber escuchado. Miré la fecha de la publicación del libro, era del año anterior. Tenía demasiadas pistas como para quedarme parado. Tenía que averiguar lo que había de verdad en ese libro y si esas personas existieron en la realidad, qué es lo que sucedió entre ellas, y es lo que hice durante los meses siguientes. Esto es lo que descubrí. Aquí está todo, desde el principio, hasta lo que ocurrió al final.



Capítulo i MI HISTORIA

Esta historia que vais a leer, si un día llega este libro a vuestros

manos y decidís embarcaros en sus letras, es mi vida. Ojalá que disfrutéis con ella y sintáis todo lo que intento transmitir, aunque ya os advierto que está escrita para una sola persona. Puede que nunca le llegue, pero todas mis letras, mis sentimientos, son para ella. Quizás así logre que comprenda por qué actué de una manera tan extraña, por qué desaparecí, y que sepa que siempre la he amado en silencio, desde el primer instante en que apareció en mi vida, y que no ha habido ni un solo día que haya dejado de amarla, por mucho que lo haya intentado durante todos estos años. Ella solo me ve como un amigo, en el que confiar, con el que le gusta compartir buenos momentos y al que contarle detalles de su vida cotidiana. Un día todo se estropeó y no me quedó más remedio que desaparecer por mi estúpido orgullo, ya no podía seguir como un buen amigo, solo me quedaba escapar y desaparecer.


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TE QUISE AYER Te quise ayer Un recuerdo de tus labios Una sonrisa que quedó grabada en mi interior Unos ojos que me traspasaron Tu pelo que tanto deseé enredar en mis manos. Un encuentro Un instante de expresar lo que sientes Un no vivir porque por fin empiezas a vivir. Unas palabras que te llenan el alma Una brecha que se abre Un sentir que ya no estás vacío. Un amor que siempre estaba grabado en la mente Un deseo que nunca quiso salir y un día llegó Un sentimiento de que es mejor perder el amor que perderte. Te quiero hoy, como te amé ayer Un amor que nunca llega y sabes… El sentimiento que sigue en ti. El destino que te aleja cuando solo quieres acercarte Te quise ayer, te quiero hoy Y te querré todos los mañanas de mi vida.


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He decidido comenzar con la poesía que un día te escribí, justo antes de tener que irme y alejarme de ti. Comienzo a escribirte para que me conozcas por dentro y sepas todo lo que te he amado en secreto y, también, para que me perdones. Quiero decirte, antes de nada, que no voy a rendirme, que intentaré que me ames como yo a ti, porque no es la historia de un derrotado, es la de una persona que anhela en cada poro de su piel que un día sientas tanto amor como el que yo siento por ti. Debes saber que la vida sin ti me lleva a un vacío en mi interior. Cuando te veía, todo en mí se iluminaba, y en cuanto te marchabas, te extrañaba. También quiero que sepas que si no me amas, volveré a ser tu amigo, si tú me lo permites, pero antes espero que si un día cae este libro en tus manos, decidas abrirlo, y que cuando lo leas, veas en mí a la persona que te amó siempre. Esta historia está escrita para ti, porque tanto amor que tengo en mi interior, no puede perderse sin que en algún momento encuentre una rendija para colarse en tu corazón. Te quiero tanto que sin tu amor mi vida no tiene sentido, vivo físicamente de una manera vacía; si tú no estás, no soy nada y, por todo lo que te quiero, prefiero convivir con mi tristeza que aceptar que estés conmigo por compasión. Comenzaré a contarte mi vida por el principio, cuando aún no te conocía y solo era un niño. Esta es mi historia.



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