Parte I
PENSAR Nuestra forma de pensar, la tendencia o los hábitos en que apoyamos nuestros pensamientos, son la base que sustenta lo que decimos, nuestras palabras, y también nuestras acciones. Cualquier decisión que adoptemos, sea del carácter e importancia que sea, está moldeada por los pensamientos. Reconocer el poder de la mente es, por lo tanto, uno de los aspectos más importantes de nuestra vida. Esa es también la idea que subyace en las 16 actitudes para una vida feliz. De forma instintiva, solemos explicarnos y sentir el mundo como algo externo a nosotros, como una sucesión de acontecimientos que unas veces nos favorecerán y otras no y de los que somos partícipes casi accidentales, casuales o pasivos. Pero si examinamos bien la realidad, veremos que nuestra experiencia del mundo es una proyección de la forma en que los analiza nuestra mente y que, por tanto, esa misma realidad será diferente para otra persona que la viva a mi lado, o para quien la experimente en un país de distinta cultura. Cualquier acción socialmente aceptable aquí, puede ser catalogada como una inmoralidad en otra sociedad diferente: todo depende de cómo piensen las personas en cada sociedad. Nuestras reacciones emocionales, por ejemplo, son consecuencia de las experiencias, actitudes y creencias con que las abordemos. Detrás de cada emoción existe un pensamiento previo que le ha dado una valoración determinada. Esto no siempre sucede de forma consciente. Un gesto de rabia o un sentimiento depresivo nos pueden hacer pensar que somos inadecuados, que nadie nos quiere, o que los desastres son eternos y consustanciales a nosotros, pero la primera y última palabra de esas ideas las tiene simplemente nuestra mente. El pensamiento nos puede hacer creer que vivimos en la desgracia, o bien que tenemos ante nosotros una completa oportunidad de crecer, replantearnos la existencia y ser felices. Conociendo esto, se trata de cambiar los patrones habituales de nuestras conductas “mentales”, en especial las que nos puedan hacer sufrir a nosotros y a los demás, y explorar nuevas formas de vivir en las que hayamos incorporado la humildad, la paciencia, la aceptación y la alegría ante el bienestar propio y ajeno.
I: Pensar
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Capítulo 1
Humildad
• humildad 1
respeto
paciencia
perdón
satisfacción
gratitud
alegría
responsabilidad
bondad
principios
honestidad
aspiraciones
generosidad
altruismo
habla positiva
valentía
Qué es la humildad. • Es la cualidad de quien entiende que no está solo en el mundo, para lo bueno y para lo malo, y puede ver más allá de sus propios puntos de vista e intereses. La humildad nos incita a salir de nuestra perspectiva egocéntrica y fijarnos en los demás de manera positiva. • Una persona humilde comprende que todos dependemos de las demás personas, que cada uno de nosotros tiene un papel que jugar en la vida de los demás y en la sociedad del mismo modo que todas las demás personas pueden jugar un papel en nuestra vida. • Ser humilde es darse cuenta de que uno no es más importante que nadie y estar dispuesto a aprender de todos. Al mismo tiempo, ser humilde es una demostración de nuestra fuerza interior. Sin pretenderlo, las personas humildes destacan y son atractivas por eso. Quienes siempre necesitan destacar son los más débiles. • La humildad no nos hace menos asertivos, porque no se trata de no decir lo que uno piensa, sino de escuchar también lo que piensan los demás. • Tanto si tienen éxito y sobresalen como si no, las personas humildes poseen la sabiduría y experiencia para entender sus propias limitaciones y, a partir de ellas, tratar de aprender y mejorar lo más posible.
Cómo contribuye a nuestra felicidad. • Nos ayuda a conjurar aquellos pensamientos que nos incitan al orgullo y la prepotencia, a creer que somos mejores, que estamos siendo amenazados o juzgados, que necesitamos demostrar que somos especiales o protegernos de las críticas. Esto nos aporta una gran calma interior y, de algún modo, nos permite admitir los propios miedos y vulnerabilidades. La persona humilde sabe que no siempre hace las cosas bien e, incluso, que en ocasiones no sabe ni qué hacer ni cómo, pero así sienta las bases necesarias para poder aceptarse y confiar en sí mismo. • Cuando confiamos en nosotros mismos sentimos que no tenemos que demostrar nada a nadie y poseemos más energía para dedicarla a lo que queremos. • Nos permite actuar según nuestros propios criterios, sin querer llamar la atención ni pensar en causar buena impresión a los demás. • Entendemos que la vida está llena de infinitas posibilidades de aprendizaje. Se aprende observando a los demás, relacionándonos con ellos, pidiendo ayuda cuando lo necesitamos, cometiendo errores... • Tratamos a los demás como iguales en el fondo, aunque diferentes en la forma. La humildad nos ayuda a mantenernos libres de prejuicios y a no juzgar a las otras personas. 20
Preparados, listos...
Cómo desarrollarla. • Reconoce que todos somos completamente dependientes los unos de los otros y que nuestra existencia depende del apoyo práctico y emocional de los demás. • Comprende que todos somos seres humanos; cada uno diferente pero no por ello menos persona. • Escucha mucho. Interésate genuinamente por las opiniones, puntos de vista y criterios de los demás, sin olvidar ni dejar de expresar los tuyos. • Cuando sientas rechazo por alguna persona, trata de imaginar cómo te sentirías tú o cómo actuarías si estuvieses en su lugar o si hubieses vivido las circunstancias por las que esa persona ha pasado. Si no las conoces, trata de averiguarlas. • No desperdicies la energía tratando de impresionar a otras personas. Simplemente, sé tu mismo y actúa de la mejor manera que puedas. • Pregunta, busca información y consejo de otras personas en las áreas que no dominas o en las que te falta formación. La humildad conduce a la sabiduría. La persona humilde dejará de lado la idea de que los demás representan una amenaza o nos están infravalorando (no nos sentimos amenazados ni tenemos nada que demostrar). El aprendizaje depende más de la capacidad de formular preguntas que de las respuestas obtenidas. • Deja de compararte con los demás. No pierdas el tiempo tratando de averiguar quién es más importante o quién tiene una situación mejor. • Céntrate en aquello que tienes, en tus capacidades, y esfuérzate en desarrollarlas en lugar de estar fijándote en lo que tienen los demás que a ti te falta o en lo que no tienes. • Pide ayuda cuando la necesites. • No te preocupes de los errores que cometas, aprende de ellos.
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Entiende
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Empieza Inmensa como el mar También en los días de invierno, Sofía andaba por la orilla recogiendo conchas y caracolas que creía que el mar lanzaba para ella. Vivía tan cerca, que tenía el privilegio de poder ir guardando lo que parecía ofrecerle cada día. El mar, su amigo. El más grande que jamás había tenido. Ella le hablaba desde muy pequeña. Como si fuera un amigo de verdad, se lo contaba todo. Y así el mar fue conociendo a sus padres y a sus hermanos. Y a sus más íntimos amigos. Porque el mar la escuchaba siempre. Parecía tener todo el tiempo del mundo, y así era. Otras veces Sofía, como si el mar fuera su alumno, le explicaba lo que había aprendido en la escuela. Y el mar parecía responderle con sus olas, cuando el agua le alcanzaba los pies. Así hablaban y jugaban: ella debía evitar que la ola la alcanzara y se apartaba corriendo; a veces el mar le mojaba en el talón en el último momento y entonces era como si le ganara, travieso, la partida; otras veces no conseguía atraparla. Ante la inmensidad del mar, Sofía se veía a sí misma pequeña, pero eso la hacía estar tranquila. Era precisamente esa tranquilidad la que le permitía contarle todos sus secretos, ya que la hacía sentirse segura de sí misma. Ese curioso diálogo con el mar le daba una extraña fuerza, y por eso iba siempre que podía, aunque sólo fuera a saludarle. A veces, simplemente se quedaba a su lado. Sentada en la arena, cerraba los ojos y escuchaba el movimiento del mar. Ella creía que el sonido que hacían las olas al romper en la cercana orilla era el latido del corazón del mar, que debía ser inmenso a juzgar por el estruendo. Y entonces le entraban ganas de ser como el mar, pero pensaba que jamás podría llegar a ser tan grande como él… Uno de esos días, Sofía caminaba por la orilla cuando vio de lejos a dos personas. Parecía la silueta de un niño y una persona mayor, e iban acercándose poco a poco. Sin más preámbulos y rápida como era, Sofía fue la primera en saludarles. –¡Hola! Me llamo Sofía. –Hola –dijo en seguida el niño–. Yo me llamo Sarbálap. –¿Sarbaqué? –preguntó sorprendida. –Sarbálap –dijo el niño–. Con acento en la segunda a. –¡Qué nombre más divertido! –comentó Sofía– ¿Y qué significa? –¿Sabes tú qué significa Sofía? –intervino por primera vez el abuelo. –No, no, ni idea. Sólo sé que lo escogió mi madre –contestó la niña. –Pues Sofía es un nombre de origen griego, y significa sabiduría –les contó el abuelo Alisio.
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• Empieza –¡Qué bonito! ¡Sabiduría! Cómo me gusta saber cosas nuevas para contárselas a mis padres, y a mi gran amigo el mar, claro –apuntó Sofía–. Pero, ¿qué significa Sarbálap? Entonces Sarbálap le contó de dónde había salido su nombre, y estuvieron un buen rato riéndose y jugando a encontrar palabras que fueran iguales leídas del derecho y del revés. Aquel mediodía descubrieron a las sorprendentes ojo, solos y reconocer, y las apuntaron en la libreta que Sofía llevaba siempre en su bolsa cuando salía a pasear. El abuelo, viendo que los niños habían hecho tan buenas migas, les dejó solos mientras aprovechaba para pasear por la orilla de aquella maravillosa isla donde vivían. El abuelo se dejaba impregnar de la brisa y el aroma del mar al andar, y disfrutaba de cada uno de sus pasos. De regreso de su paseo, los encontró tumbados disfrutando de la calidez de la arena y contentos de haberse conocido. Ambos eran habitantes de Lanzarote, pero nunca antes se habían visto, tal vez porque vivían en pueblos algo alejados. El abuelo se acercó y se sentó al lado de su nieto. –¡Hola, Alisio! ¿Sabes? Sofía y yo hemos descubierto palabras increíbles –le explicó Sarbálap. –¡Qué suerte tener a tu abuelo cerca! –comentó Sofía– Mi abuela vive en la península, pero la llamo muy a menudo, y hablamos de muchas cosas. –Alisio también puede ser tu abuelo ¿Verdad? Es sabio y generoso, y me cuenta muchas historias –dijo Sarbálap. A lo que Alisio, complacido, asintió con la cabeza. –A mi abuela me gusta contarle cosas que se me ocurren sólo cuando estoy con mi amigo el mar –dijo Sofía–. Como por ejemplo hoy –añadió–, que antes de que llegarais estaba pensando que jamás podría ser tan grande como el mar. Alisio los escuchaba con atención, sin interrumpirles. –¿No podrás ser grande como el mar? –le preguntó Alisio– Pero hoy habéis descubierto palabras nuevas, ¿no es verdad? –Sí, sí, mira: reconocer. Y Sofía le mostró en seguida muy contenta la libreta en la que habían apuntado las palabras ganadoras para que pudiera leerla empezando por el final. –¡Qué curiosa palabra! –dijo el abuelo– ¿Y cómo la habéis descubierto? –Pensando, abuelo, pensando… con lo que hay aquí dentro –dijo bromista Sarbálap, señalando su cabeza. –¿Y qué tenéis ahí dentro? Vamos a ver qué tenéis en la cabeza. ¿Queréis un juego? Los niños aprobaron con el rostro inquieto, esperando que lo dijera ya. –Os voy a dar dos palabras. Con ellas podréis hacer una frase que se pueda leer entera igual del derecho y del revés. Las palabras son paloma y amo. Empiezo a contar. A ver cuál de los dos la descubre antes. Uno, dos... 24
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–¡Amo la paloma! ¡Amo la paloma! –dijo Sofía, increíblemente rápida. Si empiezo por el final, leo lo mismo. Fíjate en la libreta, Sarbálap. Amo la paloma. Léela al revés. –Bueno, veo que sí tenéis algo en la cabeza –observó Alisio. –Pues claro, tenemos ideas –se defendió Sarbálap–. Tenemos pensamientos. –Interesante reflexión –dijo el abuelo. –¿Y el pensamiento es grande o pequeño? –Grande, dijo Sofía. ¡Muy grande! –Me gusta oírte, porque tú misma decías hace poco que nunca podrías ser tan grande como el mar, y en cambio ya me has hecho descubrir algo que tienes que sí es grande. Sofía se quedó pensativa. Muy pensativa. –¿Queréis hacer más larga la frase de antes y aprender algo con lo que siempre resultan mejores todos los manjares? Añadidle pacífica. Y con cuidado fueron combinando en su libreta a la palabra recién llegada con las antiguas hasta que de repente Sarbálap exclamó: –¡Amo la pacífica paloma! ¡Amo la pacífica paloma! ¡Se puede leer igual al revés! –Realmente sois dos niños muy listos. Creo que tenéis una buena cabeza. –Pues claro, ¡qué te creías! –dijo Sarbálap. –¿Y puedo preguntaros qué tipo de cosas tenéis en la cabeza? –Ideas, pensamientos, imaginación, historias… ¿No es cierto? –casi preguntó más que afirmar Sofía. –Sí, a mi me gustan mucho las historias. Creo que tengo muchas en la cabeza –dijo Sarbálap. –¿Y todo eso lo tenéis en un recipiente que se puede tocar, como la cabeza? –preguntó el abuelo. –Bueno, en lo que hay dentro –explicó Sofía–. No sé cómo contártelo. Dentro de la cabeza que puedo tocar hay cosas que no se pueden tocar: son los pensamientos, las ideas... ¿No es así? –Así es ¿Y sabes cómo se llama eso que no se puede tocar con los dedos por mucho que te empeñes? ¿Quieres saberlo, amiga sabiduría? ¿Y tú, Sarbálap? –les dijo simpático el abuelo. –Claro que quiero. Siempre me gusta aprender –contestó Sofía mientras Sarbálap asentía en silencio con la cabeza. –Pues eso que hay dentro y no se puede tocar se llama mente, y es tan inmensa como el mar y todos los océanos del mundo… –…No es por nada, pero mente queda fatal si la lees al revés –observó Sarbálap. –Es que la mente hay que tenerla siempre del derecho, porque si no puede complicarte mucho la vida. Es más, ¿sabes qué puedes ponerle siempre en la mente para que sea cada vez más grande como el mar? –preguntó el abuelo–. Eso que sientes I: Pensar. 1 Humildad
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• Empieza cuando te ves pequeña a su lado. Se llama humildad, y te permite aprender en el momento en que menos lo esperas. Dicen que el secreto de la sabiduría es la humildad, porque sólo con ella puedes aprender de todo el mundo. Y entonces Sofía le dio un beso a Alisio. –Tu abuelo es maravilloso, Sarbálap. Me lo paso bien con él y me gusta escucharle. ¿Puedes ser mi abuelo de verdad? –le preguntó mirándole fijamente a los ojos. –Claro que puedo. Ahora mismo te adopto como nieta. ¿Te parece, Sarbálap? –Me parece estupendo, y yo la adopto como hermana, porque no tengo ninguna. ¿Y puede venirse a casa a vivir con nosotros? –pidió Sarbálap. –Bueno, a vivir no, ella tampoco vive con su abuela… pero a visitarnos siempre que quiera sí. Entonces se intercambiaron los teléfonos, se despidieron contentos de haber compartido ese ratito juntos, y quedaron en encontrarse pronto, muy pronto, para investigar sobre otras cosas buenas de la mente. (Continúa en el capítulo 6, Honestidad, en el cuento La vitrina de casa Leonardo).
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ISNB: 974-84-96478-43-5