Reflexiones en el camino de la meditación

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PRIMERA PARTE

Aproximarse al Camino



1. ¿Es el Budismo una Religión?

uede resultar tentador pensar que comprendemos la religión, puesto que está profundamente arraigada en nuestro acervo cultural. No obstante, sería bueno reflexionar sobre su verdadero propósito, su meta o su finalidad. Hay quienes consideran la religión como una creencia en uno o varios dioses, con lo cual la religión se identifica con la actitud teísta como una forma o convenio religioso determinado. A menudo, las religiones teístas estiman que el budismo es una religión atea y, a veces, ni siquiera una religión. Se lo considera como una filosofía o una psicología porque no tiene un punto de vista teísta. El budismo no está basado en opiniones metafísicas o doctrinales, sino en una experiencia que es común a toda la humanidad: la experiencia del sufrimiento. La afirmación budista es que mediante la reflexión, la contemplación y la comprensión de la experiencia humana común, podemos trascender todos los engaños mentales que originaron el sufrimiento humano. La palabra “religión” viene de la palabra latina “religio”, que significa vínculo. Sugiere un vínculo con lo divino en el que se engloba todo nuestro ser. Una persona verdaderamente religiosa es aquélla que se vincula con lo divino, o con la realidad última, comprometiendo todo su ser con ese vínculo hasta el punto de hacer posible una realización última. Todas las religiones tienen palabras como “liberación” y “salvación”. Las palabras de esta naturaleza expresan la liberación del engaño –una libertad completa y total– y la comprensión absoluta de la realidad última. En el budismo lo llamamos Iluminación.

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Comprender la naturaleza del sufrimiento Lo que el budismo nos propone es la reflexión en la experiencia del sufrimiento, puesto que el sufrimiento es lo que tenemos en común todos los seres. El sufrimiento no se refiere únicamente a las grandes tragedias o desgracias, sino también al descontento, la infelicidad y la decepción que experimentamos todos los seres humanos en multitud de ocasiones a lo largo de nuestras vidas. El sufrimiento es común a hombres y mujeres, a ricos y pobres. Cualquiera que sea nuestra raza o nacionalidad, ése es nuestro vínculo común. Por tanto, en el budismo al sufrimiento se le llama verdad noble. No es una verdad última. Cuando el Buda enseñó el sufrimiento como una verdad noble, no era su intención que nos atáramos al sufrimiento y que creyéramos en él ciegamente como si fuera una verdad última. En su lugar, nos enseñó a utilizarlo como una verdad noble en la que reflexionar. Contemplamos: ¿Qué es el sufrimiento?, ¿cuál es su naturaleza?, ¿por qué sufro?, ¿en qué consiste el sufrimiento? Entender la naturaleza del sufrimiento es una comprensión importante. Contempla el sufrimiento de acuerdo con tu propia experiencia de la vida. ¿Cuánto tiempo dedicas a tratar de evitar o deshacerte de algo desagradable o indeseable? ¿Cuánta energía dedica nuestra sociedad a la búsqueda de la felicidad y el placer, intentando apartarse de todo lo que resulta desagradable e indeseable? Puede que a veces experimentemos una felicidad momentánea, o nos quedemos extasiados por un momento; a esto lo llamamos no sufrimiento: la excitación, el romance, la aventura, los placeres sensuales, la comida, escuchar música o lo que sea. Pero todo esto no es más que un intento de apartarnos de nuestros propios temores, de nuestro descontento, ansiedad y preocupación –todo lo que atormenta la mente humana oscurecida–. La humanidad continuará obsesionada y atemorizada por la vida mientras permanezca en su ignorancia y no se esfuerce por observar y comprender la naturaleza del sufrimiento. Comprender el sufrimiento significa aceptarlo, en lugar de tratar de librarse de él, negarlo o culpar de él a alguien. Podemos 26


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ver que el sufrimiento ha sido causado, que depende de ciertas condiciones que nosotros mismos hemos creado o que nuestra familia y cultura nos han inculcado. La experiencia de nuestra vida y ese proceso que nos condiciona empiezan el día en que nacemos. La familia, el grupo con el que vivimos, nuestra educación, todos ellos inculcan en nuestra mente diversos prejuicios, propensiones y opiniones –algunos buenos y otros no tan buenos–. Ahora bien, si no observamos detenidamente estas cualidades de la mente y no examinamos lo que son de verdad, interpretaremos las experiencias de nuestra vida según nuestros propios prejuicios. Pero si observamos la verdadera naturaleza del sufrimiento, si examinamos, por ejemplo, el temor y el deseo, descubrimos que nuestra verdadera naturaleza no es deseo, no es temor. Nuestra verdadera naturaleza no está condicionada por nada en absoluto.

Lo condicionado, lo incondicionado y la consciencia Todas las religiones señalan la relación entre lo mortal, o condicionado, y lo incondicionado. Es decir, que si profundizas en cualquier religión hasta llegar a su mismísima esencia, verás que todas apuntan hacia donde lo mortal –lo condicionado y lo vinculado al tiempo– cesa. En esa cesación está la realización y la comprensión de lo incondicionado. En la terminología budista se dice: “Existe lo incondicionado; si no existiera lo incondicionado, no podría existir lo condicionado”. Lo condicionado surge y cesa de lo incondicionado, y por tanto, podemos establecer una relación entre lo condicionado y lo incondicionado. Puesto que hemos nacido con un cuerpo humano, tenemos que vivir esta vida bajo las limitaciones y las condiciones del mundo sensorial. El nacimiento implica que surgimos de lo incondicionado y que nos manifestamos con una forma condicionada separada. Y esta forma humana implica una consciencia. La consciencia siempre determina una relación entre objeto y sujeto y, en el budismo, la consciencia está considerada como 27


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una función discriminativa de la mente. Compruébalo ahora mismo. Estás aquí sentado, prestando atención a estas palabras. Ésta es la experiencia de la consciencia. Puedes sentir la temperatura de la habitación, puedes ver lo que te rodea, puedes oír distintos sonidos. Todo esto implica que has nacido con un cuerpo humano y que mientras tu cuerpo viva, tendrá sensaciones y tu consciencia seguirá manifestándose. La consciencia crea la sensación de un sujeto y un objeto, así que, cuando no investigamos, cuando no observamos la verdadera naturaleza de las cosas, estamos atados a la visión dualista de “yo soy mi cuerpo, yo soy mis sensaciones, yo soy mi consciencia”. Por tanto, la actitud dualista surge de la consciencia. Y luego, con nuestra habilidad mental para concebir, recordar y percibir, creamos una personalidad. A veces, disfrutamos de ella; otras veces, nos infunde un temor irracional, visiones erróneas y ansiedades.

La aspiración de la mente humana Actualmente, mucha de la angustia y la desesperación que se experimentan en cualquier sociedad del mundo materialista son consecuencia de la carencia de una relación con algo que sea superior a nuestro planeta y a nuestro propio cuerpo. La aspiración de la mente humana a una realización última, a la Iluminación, no está realmente promocionada o fomentada en la sociedad moderna; a menudo parece que se desaconseja. Sin esta relación con una verdad superior, nuestras vidas se vuelven insignificantes. Si no podemos relacionarnos con nada que esté más allá de las experiencias de un cuerpo humano en un planeta que gira en un universo misterioso, nuestra existencia se reduce a un pasar el tiempo desde el nacimiento hasta la muerte. Y si es así: ¿Cuál es, pues, el propósito de nuestra existencia?, ¿cuál es su significado? ¿Y por qué hemos de preocuparnos?, ¿por qué necesitamos un propósito?, ¿por qué tiene que tener la vida algún sentido? ¿Y por qué queremos que tenga algún sentido?, ¿por qué tenemos palabras, conceptos y religiones?, 28


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¿por qué tenemos ese deseo o esa aspiración en nuestra mente si todo cuanto existe, o todo lo que podrá existir es esta experiencia basada en la visión del yo? ¿Es posible que este cuerpo humano, con su proceso condicionante, haya caído fortuitamente sobre nosotros en un sistema universal que se encuentra fuera de nuestro control? Vivimos en un universo que es incomprensible para nosotros. Sólo podemos ponerlo en cuestión, intuirlo, contemplarlo. Pero no podemos introducirlo en una pequeña cápsula. No podemos darle forma en nuestra mente. Por lo tanto, las tendencias materialistas de nuestra mente nos impulsan a no plantearnos siquiera tales cuestiones y nos hacen interpretar todas las experiencias de la vida de un modo lógico o racional de acuerdo con los valores del materialismo y la ciencia empírica. La experiencia del despertar El budismo habla de la experiencia universal, la experiencia que es común a todos los seres conscientes: el sufrimiento. También propone un modo de salir del sufrimiento. El sufrimiento es la experiencia que nos despierta. Cuando sufrimos, empezamos a hacernos preguntas. Empezamos a observar, analizar, preguntar y tratar de encontrar respuestas. El príncipe Sidarta (el nombre del Buda antes de que alcanzara la Iluminación) vivía absolutamente rodeado de placeres, belleza, bienestar y toda clase de ventajas sociales –lo mejor que la vida puede ofrecer–. Pero a los veintinueve años, según cuenta la leyenda, salió del palacio para ver lo que había al otro lado de sus muros y conoció a los mensajeros de la vejez, de la enfermedad y de la muerte. Quizá pensamos que Sidarta debió de conocer la vejez, la enfermedad y la muerte antes de los veintinueve años, porque en nuestra cultura sabemos perfectamente, ya desde muy pequeños, que todo el mundo envejece, enferma y muere. No obstante, el príncipe estuvo protegido de estas situaciones y su realización no despertó en su mente hasta que tuvo una experiencia directa de ellas. 29


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De forma parecida, nosotros también podemos pasarnos la vida entera bajo la suposición de que todo va bien. Puede que incluso la infelicidad y los desengaños que normalmente experimentamos no consigan despertarnos. Quizá nos cuestionamos un poco sobre nuestro sufrimiento, pero ¡hay tantas oportunidades para no observarlo!, ¡para no advertirlo! Es más fácil echar la culpa a los demás, ¿no es cierto? Podemos culpar al gobierno, a nuestro padre o a nuestra madre, a nuestros amigos o enemigos, a las fuerzas externas. Pero el despertar de la mente a la vejez, a la enfermedad y a la muerte ocurre cuando somos realmente conscientes de que nosotros y todos los seres humanos vamos a pasar por esas mismas experiencias. Y esa realización no sólo aparece como una idea abstracta, sino como un instinto visceral, como un conocimiento intuitivo de que esto es lo que les ocurre a todos los seres humanos: todo lo que nace envejece, degenera y muere. El cuarto mensajero que vio el Buda era un samana. Un samana es un monje o un buscador religioso, alguien que está exclusivamente dedicado a la búsqueda de la realidad última, de la verdad. El samana que se describe en la leyenda era un monje con la cabeza rapada que vestía un hábito. Estos son los cuatro mensajeros para seguir el simbolismo budista: la vejez, la enfermedad, la muerte y el samana. Representan el despertar de la mente humana a una meta religiosa, a esa aspiración del corazón humano a la realización de la realidad última que es la liberación de todos los engaños y todos los sufrimientos.

La práctica budista A veces, en la actualidad se tiende a describir la meditación budista como una práctica en la que uno se aparta del mundo y desarrolla un estado mental muy concentrado que depende de condiciones minuciosamente controladas. Así pues, en Estados Unidos y en otros países donde la popularidad de la meditación budista está aumentando progresivamente, son muchas las per30


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sonas que están convencidas de que se trata de un estado mental concentrado, en el cual, la técnica y el control son muy importantes. Este tipo de técnica es perfectamente correcta, pero si desarrollas tu capacidad mental de reflexión, no será necesario –ni siquiera aconsejable– que dediques tu tiempo a tratar de purificar tu mente de todo aquello que pudiera resultar grosero o desagradable. Es mejor abrir la mente a toda su capacidad y sensibilidad, y saber que en este momento presente, las condiciones de las que eres consciente –lo que sientes, lo que ves, oyes, hueles, gustas, tocas y piensas– son transitorias. La transitoriedad es una característica común a todos los fenómenos: ya sea la creencia en un dios, un recuerdo del pasado, un pensamiento de aversión o un sentimiento de amor; ya sea superior o inferior, burdo o refinado, bueno o malo, agradable o desagradable. Cualquiera que sea su cualidad, lo estás observando como un objeto. Todo lo que surge, cesa. Es transitorio. Esta abertura de la mente, como un modo de practicar y de reflexionar acerca de la vida, te permite disponer de cierta perspectiva para observar tus emociones e ideas, la naturaleza de tu propio cuerpo y de los objetos de los sentidos. Volvamos al tema de la consciencia. La ciencia moderna –la ciencia empírica– considera el mundo real como el mundo material que vemos, oímos y sentimos, como un objeto para nuestros sentidos. Así pues, llama al mundo objetivo, “realidad”. Podemos ver el mundo material, estar de acuerdo con lo que es, oírlo, olerlo, gustarlo, e incluso coincidir con una percepción o un nombre para él. Pero esa percepción sigue siendo un objeto, ¿verdad? Creemos observar algo que está separado de nosotros, cuando, en realidad, es la consciencia quien ha creado la impresión de un sujeto y un objeto. El Buda, mediante su enseñanza, llevó la relación de objeto y sujeto hasta su punto final. Enseñó que todas las percepciones, todas las condiciones que atraviesan nuestra mente, todas las emociones, todos los sentimientos, todos los objetos del mundo material que vemos y oímos, son transitorios. Buda dijo: “Lo que surge, cesa” y esto es algo que subrayaba en todas sus ense31


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ñanzas. Desarrollar un conocimiento intuitivo sobre este punto es muy importante, pues nos libera de toda clase de engaños. Lo que surge, cesa. También podemos definir la consciencia como la habilidad de conocer, la experiencia de conocer. El sujeto conociendo el objeto. Cuando miramos los objetos y les damos un nombre, pensamos que los conocemos. Pensamos que conocemos a esta o a esa persona porque tenemos un nombre o un recuerdo de ella. Pensamos que conocemos toda clase de cosas porque las recordamos. Nuestra habilidad de conocer es a veces del tipo condicionado: conocer acerca de algo en lugar de conocerlo directamente. La práctica budista es morar en una alerta pura en la que hay eso que llamamos conocimiento intuitivo o conocimiento directo. Es un conocimiento que no está basado en una percepción, una idea, una posición o una doctrina, y ese conocimiento sólo es posible mediante la alerta. Cuando hablamos de esta alerta, nos estamos refiriendo a la habilidad de no apegarse a ningún objeto, tanto en el mundo material como en el mundo mental. Cuando no hay apego, la mente se encuentra en su estado puro de conocimiento, de inteligencia y de claridad. Eso es alerta. La mente es pura y receptiva, sensible a las condiciones existentes. No es una mente condicionada que reacciona ante el placer y el dolor, la alabanza y la crítica, la felicidad y el sufrimiento. Por ejemplo, cuando te enfadas, puedes dejarte arrastrar por el enfado, puedes creer en él y continuar creando ese tipo de emoción, o puedes suprimir el enfado tratando de detenerlo, impulsado por el temor o la aversión hacia él. No obstante, en lugar de emplear esas actitudes, puedes considerar el enfado como algo observable. Si el enfado fuera nuestro verdadero yo, no seríamos capaces de observarlo; esto es lo que quiero decir con “reflexión”. ¿Qué es lo que puede observar e investigar un sentimiento, el calor en el cuerpo, o un estado mental? Eso que observa e investiga es lo que llamamos una mente reflexiva. La mente humana es una mente reflexiva.

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La revelación de la verdad que es común a todas las religiones Podemos preguntarnos muchas cosas: “¿Quién soy?, ¿por qué he nacido?, ¿en qué consiste la vida?, ¿qué ocurre cuando morimos?, ¿tiene la vida algún sentido o propósito? Pero como pensamos que otros saben y que nosotros no, a menudo buscamos las respuestas en los demás en vez de abrir la mente y permitir mediante una paciente alerta que la verdad se revele ante nosotros. Empleando la alerta y el verdadero conocimiento, la revelación es posible. Esta revelación de la verdad, o esta realidad última, es el auténtico significado de la experiencia religiosa. Cuando nos vinculamos con lo divino y dedicamos todo nuestro ser a ese vínculo, permitimos la revelación de la verdad; eso que llamamos el conocimiento intuitivo –un profundo y verdadero conocimiento intuitivo sobre la naturaleza de las cosas–. La revelación es asimismo inefable. Las palabras no son realmente capaces de expresarla. Por eso, las revelaciones pueden ser muy diferentes. El modo en que se inician, el modo en que la palabra las presenta, puede ser infinitamente variable. Así pues, las revelaciones budistas parecen muy budistas y las revelaciones cristianas parecen muy cristianas, y eso está bien. No hay nada malo en ello. No obstante, tenemos que reconocer la limitación de los convenios lingüísticos. Hemos de comprender que el lenguaje no es una verdad última, no es real en última instancia; es un intento de comunicar la inefable realidad a los demás. Es interesante ver la cantidad de personas que siguen hoy día una vía religiosa. Un país como Inglaterra es predominantemente cristiano, pero ahora se practican muchas religiones en ese país, se organizan numerosas reuniones entre los distintos credos y hay un gran interés por comprender las otras religiones. Hay quienes se sienten satisfechos sabiendo simplemente, que los musulmanes creen en Alá, que los cristianos creen en Cristo y que los budistas creen en Buda. Pero lo que a mí me interesa es ir más allá de las convenciones para llegar a una comprensión profunda, a esa comprensión profunda de la verdad. Así es como hablan los budistas. 33


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Hoy día tenemos la oportunidad de comprender esa verdad que es común a todas las religiones; podemos ayudarnos mutuamente. Tratar de convertir a la gente o competir con otras religiones no tiene ningún sentido, no sirve de nada. La religión nos proporciona la oportunidad de despertar a nuestra verdadera naturaleza, a la verdadera libertad, al amor y la compasión. Es un modo de vivir con plena sensibilidad, con total receptividad. Así pues, podemos abrirnos al misterio y al prodigio del universo y deleitarnos en él durante el resto de nuestras vidas. ********* Pregunta: ¿Es el budismo una religión o filosofía orientada principalmente hacia el interior? Respuesta: Al principio puede parecer así porque en la meditación budista te sientas, cierras los ojos y miras hacia tu interior. Pero en realidad, la meditación te permite comprender la naturaleza de las cosas, la naturaleza de todo. El cuerpo humano es una forma muy delicada y extremadamente vulnerable que vive en un sistema universal inmenso e imposible de comprender. Es fácil caer en la trampa de considerar el mundo como algo externo. Cuando piensas en términos de interiorización y exteriorización, la interiorización puede parecer menos importante. Eso en lo que te interiorizas resulta pequeño comparado con el vasto sistema universal exterior. No obstante, cuando sueltas las percepciones –el estado condicionado de tu mente– empiezas a sentir el universo de una forma distinta: deja de existir esa apariencia divisible entre sujeto y objeto. No tenemos realmente palabras para describir esa sensación; tienes que experimentarla por ti mismo. Como mucho, puedes compararla con la radio y la televisión que son aparatos receptivos. Nuestros cuerpos son también formas receptivas. Las cosas pasan a través de ellos y se manifiestan de acuerdo con nuestras actitudes, temores y deseos particulares. A medida que liberamos nuestra mente de las limitaciones de estos estados condicionados, empezamos a sentir que estas formas humanas son receptoras de la sabiduría y la compasión. 34


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Pregunta: Entonces, ¿en qué creen los budistas, si es que creen en algo? Respuesta: Ésta es una pregunta común que no es fácil de responder. Si te digo que no tenemos creencias, dirás: “Así que no creéis en nada”. Y si te respondo: “No, no es así. Tampoco creemos en que no exista nada”, tú replicarás: “Entonces creéis que hay algo; ¿creéis en Dios?”. Y cuando te diga que no consideramos necesario creer en Dios, dirás: “Entonces, ¿creéis que Dios no existe?”. Y así, podríamos continuar durante horas porque, para la mayoría de la gente, la religión es creer en doctrinas teístas o defender posturas ateas. Éstos son dos extremos de la mente: creer en lo eterno y creer en la extinción o el aniquilamiento. Cuando hablamos del budismo, no podemos aplicar todos los conceptos que tenemos sobre otras religiones, porque no encajan. La perspectiva budista toma un ángulo distinto. No estamos dispuestos a creer en doctrinas o enseñanzas o cosas que vienen de otros. Queremos descubrir la verdad por nosotros mismos. La verdad de las cosas ha de ser accesible. De otro modo, no seremos más que seres perdidos y desamparados en un universo misterioso, sin ningún modo de comprender lo que nos ocurre ni la razón por la que las cosas son como son. ¿Somos un simple accidente cósmico, o es que hay algo más? Los seres humanos sienten que tras la apariencia del mundo sensorial hay algo. En las sociedades primitivas y en las modernas encontramos un sentimiento religioso, una sensación de movimiento o de elevación hacia algo. Estamos todos implicados en un vasto misterio y queremos saber cómo relacionarnos con él. Así pues, ¿qué podemos hacer en la situación en la que nos encontramos, encarcelados en un cuerpo humano durante sesenta, setenta, ochenta, noventa años? Si existe la verdad, indudablemente debemos ser capaces de abrirnos a ella y conocerla. De lo contrario, si estamos continuamente atrapados en la ilusión, nuestra existencia será desesperada y carecerá de sentido. Sin la verdad, la vida no significa nada y no importa lo que hagamos, la vida no tiene ningún valor. No obstante, si uno decide aceptar la visión nihilista en la que la vida no tiene sentido, no podrá es35


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tar seguro de su posición, ¿no es cierto? Puede que prefiera creer que la vida no tiene ningún sentido, antes de creer que sí lo tiene, pero todavía sin saberlo. Lo único que puede saber ahora es que no sabe, lo único que puede saber es que en este momento, éste es el modo de ser de las cosas. Hay conocimiento, ¿verdad? Hay inteligencia. Hay una tendencia hacia lo bueno y lo bello. Hay un deseo de separarse de lo doloroso y lo desagradable. Los seres humanos siempre hemos tenido aspiraciones. Nos detestamos cuando vivimos una vida envilecida, desenfrenada y fea. Hay un sentimiento de vergüenza cuando hacemos cosas mezquinas o malvadas: confiamos en que nadie se entere nunca de ciertas cosas que hemos hecho. Si la vida no tuviera ningún sentido, no habría razón para avergonzarse de nada. Podríamos hacer lo que fuera y daría lo mismo. No obstante, puesto que tenemos el sentimiento de que algunas cosas que hacemos no son ni dignas ni sabias, aspiramos a elevarnos por encima de los instintos del cuerpo y la mente. Tenemos una inteligencia humana; podemos pensar en los conceptos más elevados; podemos concebir en nuestra mente lo que es más adecuado. La democracia, el socialismo, el comunismo, han surgido de pensar, con lo mejor de nuestras capacidades, en la forma de gobierno más sublime y justa. Esto no quiere decir que nuestros gobiernos consigan gran cosa, pero al menos lo intentan. También está nuestro aprecio por todo lo que es estéticamente refinado: la belleza en la música, el arte y el uso del lenguaje. Todo esto indica que la humanidad aspira a lo que es más selecto y mejor. Podemos aspirar a una visión del mundo más sublime y universal: un planeta, un tipo de sistema ecológico, una familia humana. Todas estas ideas son ahora cada vez más comunes. En muchos sentidos, la humanidad se ha convertido en una familia global: lo que pasa en Mongolia o en Argentina afecta a todo el planeta. Podemos ampliar nuestra habilidad para percibir, cambiando el punto de vista del individuo que únicamente se ocupa de sí mismo, por esa visión global en la que incluimos en nuestra familia a todos los seres humanos. A medida que expandimos nuestra consciencia, nuestras percepciones y conceptos, se im36


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pregnan más y más de amor y compasión, van más allá del mero cuidado de nosotros mismos como individuos, más allá del simple cuidado de nuestra familia, grupo, clase o raza. Podemos dilatar nuestra consciencia hasta incluir a todos los seres humanos y, después, a todos los demás seres, y transformarla en una consciencia universal.

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ISBN: 84-46615-57-7


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