Al atardecer, todas las ranas se reunían para charlar sobre cómo les había ido el día y cantar canciones a coro. Pero el renacuajo Juanjo, aunque era muy feliz con su familia, andaba un poco preocupado porque después de cenar, cuando en las hojas de nenúfar se iba a acostar, se caía a la charca sin poderlo remediar.
Sus papás se enfadaban mucho y le decían: «Juanjo, ya eres mayor y tienes que aprender a no mojarte por las noches, porque luego hueles mal». Al principio no les hacía caso porque tenía un secreto, y era que le gustaba estar mojado. Así su mamá le secaba con hojas de magnolio, que le daba mucho gustito.
Pero, cuando le reñían, ponía cara de pena para disimular.