HabĂa una vez una leona, llamada Maripili, que vivĂa en la selva con sus papĂĄs y sus hermanos. Era muy espabilada atrapando ratones y nunca se la quedaba jugando al escondite.
Le encantaba escuchar las conversaciones de los mayores porque era muy lista y todo lo que querĂa lo conseguĂa sin que le costase nada de nada. Por eso, todos la llamaban la leona Maripilista.
Vivía feliz y contenta, sin preocuparse más que de jugar, hasta que un día sus papás le dijeron que tenía que ir a la cueva de la señora Leocadia para aprender a cazar. «¡Pero si yo ya sé!», protestó la leoncita. Sus padres le replicaron que cazar ratoncitos no bastaría cuando fuera una leona grande como su mamá.
«Está bieeen», dijo Maripilista poco convencida, porque creía que siempre sería una leoncita pequeña y que sus padres iban a cuidar de ella hasta siempre jamás.
Al día siguiente, en la escuela de la señora Leocadia, se puso muy contenta cuando vio a otros leoncitos con los que poder jugar. Al principio charlaron un rato y le pareció muy divertido. Pero, luego, la leona Leocadia dijo:
«Queridos leoncitos: la primera lección que tenéis que aprender, para ser buenos cazadores, es la de estar muy quietecitos para sorprender a la presa. No os podéis mover. Tenéis que estar en silencio absoluto hasta que yo lo diga. Uno, dos y tres… ¡A practicar!».