DIARIO DE UN CONTADOR

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Diario de un contador

Jorge Eduardo VĂŠlez Arango


Título: Autor: Coeditores:

Diario de un contador Jorge Eduadro Vélez Arango Ediciones El Hontanar - Ediciones JCU Manizales - Colombia

Foto, Portada y Diagramación: juancarlosurreabotero@hotmail.com Impresión:

Ediciones JCU Calle 69B 27A-56. Teléfono 8876252 Manizales - Colombia


….El artista es, originariamenle, un hombre que se aparta de la realidad porque no se resigna a aceptar la renuncia a la satisfacción de los instintos por ella exigida en primer término, y deja libres, en sus fantasías, sus deseos eróticos y ambiciosos. Pero encuentra el camino de retorno, desde ese mundo imaginario de la realidad, constituyendo, con sus fantasías, merced a dotes especiales, una nueva especie de realidades, admitidas por los demás hombres como valiosas Imágenes de la realidad. Llega a ser así realmente, en cierto modo, el héroe, el rey, el creador o el amante que deseaba ser, sin tener que dar el enorme rodeo que supondría la modificación real del mundo exterior, a ello conducente...”

SIGMUND FREUD (Los dos principios del suceder psíquico).

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PRÓLOGO

Jorge Eduardo Vélez Arango: Búsqueda y Hallazgo Fernando Mejía Mejía

Debo confesar que me encuentro distanciado de la actual literatura, y no por desconocimiento, sino porque la he leído demasiado, como para emprender el regreso a un preté­rito inmediato, ya que me siento más identi­ficado con los movimientos que se proyecta­ron hasta hace 25 años, como el de los cuadernícolas, y un poco, el de los nadaístas. Esto no me aísla de ciertos valores que muy esporádicamente irrumpen como hechos in­sólitos. Pero la historia nos ha demostrado que transcurren épocas desiertas estériles para el arte y la literatura. Sin embargo apa­recen ocasionalmente generaciones que ilu­minan largos períodos. 5


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La literatura que comienza a surgir, afronta el peligro y el riesgo inminente de lo libresco. El dilettantismo ya principia a producir sus estragos devastadores que apenas empezaremos a ver cuando hayan pasado siquiera dos generaciones. Las vivencias son tan po­bres que nadie tiene algo válido para decir, excepto ciertas bagatelas que suscitan, escándalos anodinos y que no pasan de pro­ducir “cierta sonrisa”. Todo esto, que digo con algunas limitaciones, me lleva a la lectura de estas páginas de Jorge Eduardo Vélez Arango, joven serio, con indudable vocación de escritor, sin pretensiones de serlo, pero con un autorreconocimiento que yo admiro, porque sin duda alguna es el producto de una autocrítica ho­nesta, sin la cual sería imposible cualquier tipo de realización artística e intelectual. Jorge Eduardo ha elegido la narrativa como medio de expresión, aunque también ha incursionado en otros terrenos de la literatura, como la crónica, el ensayo, el poema y el verso en su forma tradicional. 6


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Cuando escribe prosa descriptiva alcanza ver­daderos logros. Digo prosa descriptiva, cuan­do se trata de paisajes o situaciones cotidia­nas de gentes y de cosas. Pero no debo olvi­dar que son muchas sus páginas en las que hallamos con temblor interior ciertos estados de alma. Esta prosa está matizada de una discreta poesía que nos deja el encantamien­to que producen los tonos suaves. El sabe hacerlo con arte, porque no cabe duda de que su aguda sensibilidad se acerca con luz, indeficiente a la intuición poética. Pero no quiero diluirme en vaguedades. Se trata simplemente de adentrarse en un alma en la plenitud de sus pasiones estéticas. Su obra, que aún no se afianza, ya empieza a tener la solidez que requiere toda creación literaria para que pueda sostenerse durante algún tiempo. Este es el reflejo de una bús­ queda constante que Jorge Eduardo obtendrá mediante el esfuerzo que lo impulsa de ma­nera tenaz a un trabajo sin descanso. Es un escritor bien dotado de los elementos 7


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indis­pensables para la realización de una obra literaria: vocación, imaginación, sensibilidad, dominio del instrumento verbal y capacidad de trabajo. Este relato emparentado con Kafka tiene interés para los que en forma rutinaria hemos trasegado todos los recovecos intrincados de la burocracia. El Gregorio Samsa de “La Metamorfosis”, indica una situación traumá­ tica, o bien, un complejo de culpa que no es el mismo que atormentaba a Raskolnikov, sino, el estado de frustración producido por un trabajo cotidiano que estropea la vocación del escritor que lo ejerce y que no puede evadir, ya que en nuestro medio la “digni­dad” le exige al artista una tarea que le per­mita subsistir sin tener que acudir a otros medios que la sociedad repudia y castiga. Ausente de intrigas y cenáculos, este joven escritor vive en función de lo que yo llama­ría la búsqueda de la identidad, —rastreo minucioso—-, sin el cual la expresión y el es­tilo perecerían por inocuidad o deterioro de las facultades del intelecto para definir o calibrar 8


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la medida que cada naturaleza posee o representa en el campo para el cual fue creada. Estas consideraciones me permiten apreciar en Jorge Eduardo Vélez Arango una posibilidad de revelaciones óptimas que empezare­ mos a verificar muy pronto. El tiempo, —único juez—, así nos lo comprobará. Manizales, Septiembre 8 de 1984

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1984 Estaba sentado ahí Prudencio Barrios, cotidianamente, junto al amplio escritorio de caoba ajado ya por el uso. Sufría su mente dividida desde hacía diez y siete largos y penosos años, luchando entre la poesía y las matemáticas. Aprisionarlo en medio de las estanterías llenas de telarañas y libracos empolvados que circundaban ese lúgubre Archivo, yacía, víctima de la neurosis. MARZO 16/1.97…, MIÉRCOLES “Soy escritor por afición y contabilista de oficio; ese es mi drama. ¡Qué situación vivo! Con la Teneduría del Libro Diario como recaudador de impuestos del Estado sostengo a Paola, mi amante; y con la escri­tura alimento mi espíritu. Me debato en el borde de ambos mundos, el de la realidad y el de la ficción. Mi salud anímica se ha debilitado inexorablemente; ¿me he conver­tido en un perturbado mental? Debo vencer la locura…” 11


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Hundió la llave en el candado que cerraba el cuarto, le dio media vuelta, abrió la puerta; colocó el gabán negro en el per­ chero; puso el paraguas sobre el suelo para que escurriese; sacó del bolsillo superior un peine de plástico desdentado y el espejo: se veían las pocas hebras de cabello que aún poseía. En el espejo, los rasgos de su cara ancha con pómulos pronunciados, su nariz de boxeador sobre los gruesos labios amoratados. Aflojó el cuello blanco de su camisa y dobló los mangotes que utilizaba para protegerse de la carcoma. Una fotografía ama­rillenta de ella permanecía aplastada bajo el vidrio de la mesa. Al margen del labro Diario —junto a las cifras— escribía con intermi­tencia sus devaneos cuentísticos. Al trasluz del ventanuco que enmarcaba su soledad, y esos gruesos anteojos de oro de carey que pendían de su nariz coloreada por la adicción alcohólica, se veían los Anales numéri­cos. Paseó inquieto sobre el piso de crujientes tablillas. 12


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MARZO 22, MARTES “Nunca he puesto en tela de juicio que soy artista. Se produce en mi alma un continuo desgarramiento por este estado sen­s ible, doliente en que vivo; la visión del escritor y aquella del contabilista se contra­p onen en mí. Entre ese par de opuestos puntos de vista transito mis horas con ansie­d ad e incertidumbre. Esa resistencia entre ambas fuerzas, la racional y la creativa, es trágica”. Rodaban por ahí largas cintas de papel enrolladas en si mismas como si fuesen una lengua expulsada por la vetusta máquina sumadora. Arrinconado por el Poder, por la Autoridad, era un empleado anodino y vili­p endiado. Podría verse en su mareado traje marrón de rayas desvanecidas. Se levantó de la silla como lo hacía con­ suetudinariamente para tomar el guardapolvo rojo de bayeta y sacudir las tablas. Cayeron polillas de los libros. 13


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MARZO 25, VIERNES “Me salva la ardiente vocación de crear personajes. ¿Será el narcisismo atrofiado el que me hace creer ser el protagonista de esta obra que escribo en el borde del Libro Diario? Se que estoy enfermo. Pero confío en regresar victorioso a la luz de la comunicación humana. ¿Lograré hacerlo? Estas páginas dirán si podré conseguir mi objetivo o sucumbiré bajo el hórrido mundo de las sombras... debo su­perar este conflicto... pero no tengo dinero para acudir a un psiquiatra... si yo me in­ventase una manera de obviar su interven­ción…” Un viejo calentador eléctrico desapre­taba ,1a humedad que se amarraba como un nudo ciego en el aire de esa pieza subte­rránea. Había embetunado los zapatos a eso de las 7:15 mientras escuchaba las noticias; afeitó más tarde los bordes de su barba; ojeó entonces el periódico matinal; caminó en fin las dos cuadras que separaban su apartamento del paradero del bus y esperó temprano allí hasta abordarlo. 14


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ABRIL 1, VIERNES “Me siento dueño de un nefasto com­plejo de impotencia apenas comparable al de un empequeñecido cautivo. ¿Cuándo he caí­do en el interior oscuro de este túnel sin apa­rente salida donde los Contribuyentes fisca­les que pagan sus tributos en la Oficina, seres reales ahí tras los barrotes de la ventanilla, se me confunden con entes fantasmales que imagino y cuyas vidas garrapateo subrepti­ciamente?”. Miró el polvoroso almanaque de propa­ganda con la representación de una mujer semidesnuda, que pendía de la pared: Junio 30. Tenía frases filosóficas al reverso, las que él absorbía diariamente. La de ese día de Balance semestral decía: “¡Qué cotidiana es la vida!”. ABRIL 12, MARTES “El interés fundamental de estas pala­bras es que ellas me sirvan de catarsis para eliminar el trauma psicológico que me ago­bia: hablarle a un alguien desconocido es una técnica 15


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de desahogo aunque ese alguien ahora sea yo mismo... uso el soliloquio porque dificultosamente puedo establecer el diálogo… el mío es un proceso que viene desde el mutismo autista. Confío en que al­gún día llegue hasta la expresividad oral. ¿Es este desvarío la expresión de un escritor esquizoide que, como la mayoría de los ar­tistas, trata de compaginar el sueño con la vida real?” Hizo todo el ritual diario en el manejo de los asuntos atinentes a su labor de funcionario. Afiló el carboncillo en el tajalápiz, llenó de tinta la estilográfica con la que asentaría las partidas, colocó el secante al alcance de la mano para absorber cualquier mancha, dispuso el borrador para corregir alguna equivocación que como ser humano cometía con la mayor facilidad, especial­mente cuando se elevaba a las regiones de las fantasmagorías; en fin, preparó su tra­bajo tal si fuera un solemne ceremonial.

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ABRIL 15, VIERNES “Cortejo a Paola pero me atormenta el arrepentimiento y me agobia el gran peso moral de engañar a mi legítima esposa. La ambigüedad con que se me presentan los Contribuyentes en el entendimiento me ha­ce difícil ubicarlos, personalizarlos: esta confusión es producto de mi mente enfermiza. Ellos son hombres y mujeres ya situados por el destino en la vida social. Pero yo los veo como a entes indefinidos, mitad colocados ac­tuando entre el proscenio del mundo, mitad moviéndose tras las bambalinas de lo etéreo. Lazos de abolengo, económicos, psicológicos, físicos, raciales, profesionales les determinan su existencia. Pero yo los metamorfoseo en mi imaginación”. Como contabilista era un hombre de mundo que vivía entre los placeres mate­riales; como escritor, en cambio, era un idealista que había elevado sus apetitos de­dicando sus violencias a la creación estética. El contador que había en él trabajaba sobre lo cierto, los guarismos; 17


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el escritor sobre los fantasmas. El primero era sensualista, ama­ba el dinero y lo tenía como un fin en si mismo. Poseía su vida una filosofía utilita­ria. El escritor era un ser reflexivo, analítico, demasiado autocrítico que rendía culto a la moral, a la razón y al conocimiento. El contable era instintivo, impulsivo, afectivo. El intelectual era falto de iniciativa para actuar, dueño de sus pasiones, aparentemen­te frío en su intelectualidad y en su racioci­nio. El contable era activo, práctico víctima de fuertes emociones, inestable, de cambian­te estado de ánimo. “Soy un incomprendido por la sociedad. Trabajadores del arte como yo merecen el apoyo y el aplauso de las gentes poderosas quienes deben convertirse en mecenas de impulsores de otros recreadores que dedican su vida a mejorar el ambiente estético del hombre”. Acomodó su visera sobre los escasos ca­bellos, canosos de ver pasar tantas cifras. Le habían dicho que ella acababa por tum­barlos. Era testarudo. 18


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ABRIL 21, JUEVES “Deliro extraviado en divagaciones construidas sobre terrenos extra­ños a la materialidad prosaica que me circunda. Alguien de los mandos superiores me ha sugerido que visite al psiquiatra, pues la capacidad de soñar está inhibida por el Estado, ese monstruo informe. ¿Será un psicoanalista quien descubra la causa de mi mal? Pero, ¿es ateo el método psicoanalítico? Continuaré este Diario. Quizás llegue hasta alguna explicación de mi colisión con la realidad, que me de pie para combinar tan disímiles actividades, las poéticas y las ma­temáticas...”. Mientras esto sucedía, los ciudadanos se acercaban a pagar sus contribuciones. Él, entre cigarrillo y cigarrillo anotaba los abo­nos y los veía a ellos allá lejos, entre las nieblas de su pensamiento que los defor­maba. La ingratitud de un colega le desequi­libró. Hundió su mano en la gaveta inferior del escritorio y sacó la botella de alcohol. Parapetado en los libracos que reposaban sobre su 19


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mesa, bebió un trago para ponerse en forma, inspirarse y hacer que le fluyeran las ideas que revoloteaban en esa Cueva. ABRIL 23, LUNES “Me he ido apartando del mundo mien­tras mi capacidad de raciocinio sufre una regresión que impide progresar a mi voluntad. Esta ha ido quedando aprisionada, maniatada por invisibles cuerdas; mi razón se ha ido deteniendo en su función pensante; la infor­mación que recibía por medio de los órganos de los sentidos se mengua y no la procesa correctamente mi cerebro; he caído en un estado de apatía, que inmoviliza el pensa­miento deteniendo el normal proceso lógico; he llegado a un serio estado de misantropía. ¿El estado del buen salvaje o el de Robinson Crusoe es el óptimo? Quizás la soledad sea la mejor amiga... tengo atrofiado el sentido de sociedad... seguramente la energía in­terior que poseía se detuvo en una etapa narcisista y no avanzó debidamente”. Tembloroso, el pulso por el licor ingeri­do, 20


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recibió durante la mañana las asignacio­nes de los ciudadanos que miraban su rostro con una mezcla de burla y desaprobación. Le daba cierto complejo por no ser una persona sobresaliente. Sin embargo, temía que su escondido conformismo de pequeño-burgués estuviese expuesto al al­canzar la fama. Era ese el miedo que le asal­taba cuando pensaba en la futura publica­ción de la obra que realizaba en los bordes del Libro Diario. ¿Perdería la tranquilidad con una vida pública en la cual estuviese firmando autógrafos por doquiera, dictando conferencias, concediendo reportajes? MAYO 2, LUNES “Este Diario novelado es, pues, la base de la curación que me he aplicado, la cual a su vez consiste en racionalizar mi experien­cia mental, mi antagonismo entre el recaudador-contabilista y el contador de cuentos. Las fronteras que separan mi yo del cosmos visible son demasiado marcadas. Quisiera trascender esa distancia entre mi intelectualismo cerrado y mi capaci21


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dad de percepción. ¿Cómo lograr una menor distracción y un mayor grado de concreción, de tangibilidad, de verosimilitud en mis apreciaciones sub­jetivas? Mayor objetividad es mi meta, to­car con los dedos mi realidad vital, conven­cerme de ese estar en el mundo y sufrir en carne viva los “hechos” de la existencia”. Contestó al receptor telefónico al final de cuyo cable una voz atrabiliaria de la Contraloría le indagó por algún saldo. Arrastró cansadamente su fatigado cuerpo hasta el Kardex y consultó las tarjetas. Esta era una frecuente operación de rutina en su antiheroico oficio. La miopía iba haciendo aumen­tar la torpeza de sus movimientos. Contra las paredes chocaba con frecuencia. Cayó al suelo y apenas pudo sostenerse con las ma­nos. Entre el Estado y él había una incom­patibilidad y contra aquel se golpeaba ideo­lógicamente de frente como contra los mue­bles de ese Despacho lo hacía en forma física. Creía que su posición actual sería más efecti­va que aquella de irse contra el Estado. Sus ojos inquietos y 22


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oscuros bajo las pobladas cejas bailaban en la superficie del opaco vidrio del espejo como buscando darse una explicación a si mismo. La frente amplia y con profundos surcos horizontales, los lóbu­los de sus orejas que caían largamente: ¿refle­jaban esos rasgos cual era su idiosincrasia? Su abierto rostro coincidía con su extroversión y capacidad de reaccionar al instante, con su espontaneidad y oportunismo que eran propios del contable. Su espaciosa fren­te indicaba los altos y nobles ideales que per­seguía el escritor que moraba agazapado en su ánimo. El hombre, activo que era —el recaudador de tributos— presentaba los sig­ nos de la tensión en el rostro que denotaban la eficacia y el valor para acometer la vida. Tomó la cafetera que conservaba en una esquina y preparó una taza para interrumpir momentáneamente las introspecciones antes del medio día y dar una corta tregua a la función del cerebro. Le preocupaba su obe­sidad. Gustaba con especialidad de dulces que obtenía en un puestecito de menudeo. Caminaba 23


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como un oso, lerdamente y balan­ceándose en forma cadenciosa. Arrastraba su vida como una tortuga su caparazón. MAYO 6, VIERNES “Yo no tengo ninguna relación con los Contribuyentes como no sea la de extender mi mano por el marco de la ventana para recibir sus pagos. Puedo sólo mirar sus caras... pero no soy muy buen fisionomista… soy un servidor de ellos que me denostan pero yo me entretengo caricaturi­zándolos en las orillas del Diario… imagi­no sus vidas de ellos que están haciendo fila ahí, las idealizo, las coloco en un escenario utópico. Así recompongo una nueva realidad para mi uso personal. De esta manera hay también una dinámica interior en mi propia vida la cual es ni más ni menos que los mo­vimientos de esos personajes dentro de un tiempo y una trama que yo les invento. Esa dinámica interior de mi pensamiento al lo­grarlos a ellos, constituye, al paso, el tiempo de mi propia vida; mi movimiento temporal. Y ese es el método que 24


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uso, la concepción, para aliviar mis morbos. Con ello me subli­mo, me realizo, me purifico, me proyecto, en fin, sobre la Humanidad”. Al frente de Prudencio Barrios, hacien­do la reglamentaria fila antes de pagar sus cuotas, estaba, entre otros Clientes, esa ma­ñana, el Dr. Aurelio Callejas, corpulento y respetable magistrado. Tras él, una pareja de amantes y un elegante ejecutivo, que lo pa­recía por el portafolios. Y finalmente, un joven, vestido de túnica blanca. Junto al antiguo bufete, hundido en su silla giratoria, permanecía el contador en trance inspirativo. (Todo comenzó en el trayecto Ferrovia­rio Viena-Budapest. El tren marchaba a gran velocidad por los raíles cubiertos de nieve. Casas aisladas bordeaban la ruta. Grandes montículos de heno se veían en los campos prestos a la siembra estacional. El compartimiento era lujoso. Grueso pañete rojo fo­rraba los asientos. La calefacción hacía un cálido ambiente, interior: Música de la revo­lución salía del pequeño parlante, Manuela, rubia y bella, 25


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con estudios hechos en psico­logía infantil, iba de la mano de Francisco. Venían de América. Al frente suyo un joven, de negro cubierto de pies a cabeza, con un maletín grande al pie suyo, del propio color del vestuario, iba inquieto y nervioso como si algo ocultase en aquella valija misteriosa. Ya había llamado la atención a la pareja y al grueso viajero que les acompañaba, un espía húngaro contratado por el gobierno para detectar cualquier ataque occidentalista contra el poder comunista. El joven de negro era italiano. Un jipi alemán, pa­cifista a juzgar por un rótulo que llevaba en la camiseta blanca alusivo al desarme, com­ pletaba el pequeño grupo que viajaba en ese compartimiento número nueve. La pareja de amantes observaba, por la ventanilla, dis­ traídamente, el invernoso paisaje. Enseguida suyo, el hombre perteneciente a la policía secreta de Hungría había empezado a mirar de reojo al joven italiano. La sospecha le acosaba ahora. El alemán parecía no parar mientes a lo que ocurría en el móvil recinto. El tren seguía su marcha y se aproximaba a la frontera. ¿Qué 26


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podría contener aquel maletín grande de cuero oscuro? Francisco de cuando en vez enfocaba algún paraje con su cámara que llevaba al cuello. Era fotógrafo. Caía la tarde cuando arribaron a la frontera. Fuera del vagón se veían guardias de vestido verde, gorra de igual color y cha­rreteras rojas; estaban armados. Un oficial alto y delgado y con anguloso rostro frío, de acero, exigió los pasaportes e inspeccionó ocularmente los equipajes. Detuvo unos ins­tantes su vista en el maletín, titubeó con ademán de abrirlo y por fin hizo un mohín de indiferencia, pasando al vagón siguiente. El joven de negro suspiró quedamente mien­tras acariciaba el asa de la pequeña maleta. Se acercaban a Budapest. El jipi dormitaba. De pronto el fotógrafo captó un monótono ruido que provenía del maletín. Era como el tic-tac de un reloj. Ca­lló su descubrimiento: quería seguir tras el supuesto anarquista para obtener una fo­ 27


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tografía del delincuente en el momento de colocar el explosivo en el sitio indicado. El se apostaría cerca con un teleobjetivo y to­maría una fotografía que le diese la vuelta al mundo. Luego reduciría al criminal a la impotencia y desactivaría el aparato destruc­tivo. El jipi había abierto los ojos pero de­cidió permanecer en su mutismo. Aminoró el tren su marcha, seña de aproximarse a la Estación. Un «amplísimo hangar metáli­co cubría el Terminal. Banderas con la estrella roja estaban enarboladas al margen de los pasillos. Había una muchedumbre de viajantes. Llegaban y salían del tren. Un gran reloj indicaba las ocho después del meridiano. Todo era movimiento allí. El hombre del maletín cruzó la calle, descen­dió unas escaleras, pasó por el pasaje sub­terráneo ascendiendo de nuevo y tomó la Avenida. Francisco y Manuela le seguían a prudente distancia. Eran ahora las once de aquella noche especialmente oscura. Cerca estaba el Danubio. La silueta majestuosa del edificio que antes había sido sitio 28


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de reunión del Parlamento y ahora lo era del gobierno marxista. se recortaba nítidamente bajo el mortecino resplandor de la luna. Unos aman­tes se besaban al pie de una estatua al Hom­bre trabajador. El italiano pasó junto a ellos raudamente. Atravesó los jardines del Par­lamento. Iba llegando a su objetivo. Miró con desconfianza a uno y otro lado, descar­gó la valija, tomó cuidadosamente el detonador y alargó el brazo para colocar el ar­tefacto en un estratégico rincón donde es­tallase derruyendo la estancia donde en ese instante se desarrollaba una prolongada reu­nión del alto mando político húngaro. Fran­cisco se había situado estratégicamente y tenía enfocado al anarquista con un pode­rosísimo lente de larga distancia que pene­traba las sombras. Iba a apretar el obturador cuando vio caer de súbito una figura blanca sobre el anarquista y forcejear. Eran las 11:58. El dispositivo estaba calculado pa­ra hacer explosión a las 12:00 p. m.: el jipi había llegado en el justo instante. Apareció también en ese momento el espía. El se había guiado por el olfato detectivesco pero des­conocía los 29


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móviles e instrumento del fra­casado atentado. Corrían los segundos, Pero milagrosamente el pacifista llegó hasta la bomba de tiempo; la alzó con su brazo y la lanzó sobre el italiano que llevaba ca­rrera en medio del jardín. Al pasar una fuente que daba acceso a la edificación, explotó sobre el cuerpo del terrorista). Se agitó Prudencio, despabilado, como si el final de ese corto cuento marcara el límite con la otra vida. Pero pudo cerciorarse, de que el Doctor Aurelio Callejas no se había mo­vido de la fila ni pertenecía a ninguna organización detectivesca sino que continuaba siendo, el conocido abogado de su ciudad, esperando ahí el turno para cancelar su cuota. Caminó hasta el rincón del cuarto y to­mó de allí la alta escoba usada para derribar las telarañas que colgaban de un lado al otro y se enredaban en los viejos volúmenes Las arañas compañeras le habían enseñado a trabajar callada, resignadamente. Eran sabias... Vivía de ilusiones: la lotería que habría de ganar con un golpe de suerte; el matrimonio 30


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con Paola que habría de organizar su existencia; el ascenso que recibiría por su buen cumplimiento, puntualidad y compañe­rismo. Se sentía culpable del anonimato. MAYO 9, LUNES “Paso así mi tiempo fumando y cuando miro el humo veo en sus contorsionantes formas otras tantas figuras que moldeo con la mirada; ahí veo una cara en una voluta de humo, en otra un cuerpo alargado, en la de más allá un alma mordida por los celos. Sí, imágenes de humo, personajes de mi rea­ lidad quimérica; cuando observo las nubes, en ellas veo también a seres que integro a mi cuento, los veo caprichosamente en la conformación de esos elementos gaseosos. Si es en el vidrio de un bar cuando salgo las tardes o en una vitrina empañada por el vaho dibujada por gotitas de lluvia, allí concibo también parte de mi historia. O si miro un espejo, en él veo retratadas a mu­chas criaturas novelescas cuando sólo se trata de semblantes 31


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vulgares que pasan y duplican su figura en el esmerilado vidrio. ¿Son los Tributantes unos seres humanos de carne y hueso que están más allá de mi imaginación? Sólo sé por ahora que, al crear­los, mi propio mundo se acrecienta y vivo y siento como ellos. Muchas veces lo que hago es componer un poco las apariencias, tan violentas y despiadadas con el soñador”. Su matrimonio con Paola se había ido posponiendo año tras año en virtud de sus precarias condiciones. Para ello mediaba la disculpa de que a cada acontecimiento le llegaba de por sí su época. Y el proceso de separación de su esposa era muy complejo. Además el costo de la vida estaba muy alto y él se había decidido a visitar al psicoanalista con lo cual debía asignar parte de su salario al tratamiento que adelantaba. Pero la escritura del Diario le ahorraba citas con él. Justamente cuando el reloj cu-cú de la pared daba las doce campanadas, le llegó una carta del Instituto de Contabilidad donde adelantaba su curso por correspondencia. 32


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Había sido aprobado con máximos puntajes. Traía la misiva una estampilla con un per­fil del Presidente de los Estados Unidos que él desconocía. Estaba volviéndose aficionado a los sellos postales, los cuales coleccionaba arrancándolos de todas las comunicaciones que llegaban a la Oficina. Poseía en el cajón un álbum donde tenía estampillas de todo el mundo, con los más variados motivos y desde épocas muy pasadas. Como buen coleccionista que era se hundía en ese univer­so y no abría comunicación con nadie. El carácter emotivo y sentimental que delineaba al contador de cuentos se refle­jaba en su faz. Su frente desplegada decía de su facultad desarrollada para idear y fan­tasear. La nariz ancha indicaba su fuerza volitiva y su extremo grueso y hacia arriba denotaba su sensualidad y su oposición al medio. Los ojos separados y muy abiertos que se observaban ahí en el espejito marca­ban su confianza y la franqueza que le eran características. Las cejas espesas señalaban el apasionamiento del escritor. El lóbulo grande de sus orejas decía que en su ser ma­ 33


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temático había un hondo materialismo; esta­ba avejentado. Frisaba los 50 años: era im­posible escapar a la tiranía del espejo!! MAYO 10, MARTES ‘Después de recreado un personaje y su acción, me relajo, descanso y dejo que mi magín torne a habituales pensamientos. En­tonces al inventarlo se produce una respuesta impulsada por mi voluntad a un pre­juicio anterior, a una pasión no controlada, en fin a un movimiento negativo del alma. Hoy amanecí hipersensible, poetizo hasta el hecho de ver el pajarillo que se introdujo a este sótano y vibro al imaginar que en­cima, de este socavón duermen las estrellas”. Tenía la costumbre semanal de jugar a los caballos, comprando unas apuestas que pagaban a quien acertase una jugosa suma de dinero. Pasaba buenos ratos del día escogiendo los ejemplares que, según pensaba, debían ganar en el Hipódromo. Nunca ob­tuvo ningún premio aun cuando ya había gastado bastante dinero en ello. 34


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Cuando abordó el autobús a la una y cicuenta, era tarde. Logró, con suerte, un lugar en el banco de atrás. La vecina de asiento era una señora de bastante más edad. Llevaba una cesta para avituallarse. El humo del ta­baco inundaba el recinto del vehículo. Un niño de brazos se manifestaba lloriqueando. Generalmente el viaje en autobús era mo­nótono y por compañeros de tránsito tenía a gentes del común que iban a realizar sus diligencias normales exigidas por una vida sin mayores aspavientos ni sobresaltos. Ha­cían sus compras, iban a misa, conversaban en los parques indagándose por sus vidas incoloras, bebían algún café en un bar, co­braban sus rentas; así conformaban el trans­ currir lento de esa ciudad donde no pasaba casi nada. Le sancionarían disminuyendo su sueldo en algunos pesos por llegar retrasado. Un amigo de infancia le transportó en su coche al salir de la Oficina. Se dolió de su situación económica que le impedía adquirir uno. A decir verdad, le envidiaba su fortu­na. El Transporte era uno de sus grandes problemas. 35


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MAYO 12, JUEVES “¿Invento un modelo de personaje sobre cuya copia podré multiplicar plétoras de héroes novelescos? ¿Seré yo mismo el persona­je que estoy bruñendo? Estoy dubitante. ¿Cuáles son las relaciones mías, con el mun­do exterior? Y qué es ese mundo exterior? ¿Serán los “otros” y los objetos y la Naturaleza? Poco me relaciono con las personas y las cosas que están fuera de mí… vivo hacia adentro… esos rasgos forman parte de mi carácter. Pero intento llegar a escri­bir algo que no sean quimeras. He disminui­do mi capacidad de simbolizar, de llevar mis experiencias al plano de la generalización, de la teorización, de la abstracción, requisito para novelar”. Esa tarde. Como todos los días lo hacía, tomó el ascensor, saludó al hombre de quepis azul que manipulaba los botones del eleva­dor, se hizo en un rincón para que cupieran las otras personas que bajarían con él a las oficinas contiguas. Pidió permiso para salir, estrujando un poco a los demás pasajeros, y se apeó, 36


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sintiéndose liberado. Saludó a la señorita recepcionista con la misma estereotipada sonrisa diaria. Luego corrió la silla, tomó unos papeles de encima del escri­torio, encendió su primer cigarrillo y se hundió en el oficio sin mayores contemplaciones: algunas sumas y restas le esperaban. A confrontar la vida con los sueños: sí, eso le había enseñado la contabilidad. Pe­ro no aprendía bien la lección. Una clave de la felicidad parecía ser equilibrarlos, como el Debe y el Haber. Vivía en un apartamento perteneciente a una unidad residencial donde la mayoría de los servicios eran en común. Tenía sus “asambleas para controlar la buena marcha del condominio y se reunía en pequeñas fies­tas frecuentes con los vecinos. Estaba el edificio situado en una modesta calle del extramuro de la ciudad. Pared a pared vivía un matrimonio que se llevaba mal. Esporádi­camente escuchaba sus gritos y continuas amenazas de separación. Cuando ellos pa­saban a su apartamento, le ridiculizaban diciendo que trataba de aparentar porque po­seía algunos adornos, que se quisie37


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ra el más potentado y avaricioso. Ese Sancho y ese Quijote de marfil eran el blanco de sus críticas. Decían que era afectación pero para él se trataba sólo del buen gusto propio de un aristócrata venido a menos. Su aparta­mento era bastante estrecho y apenas cabía con su soledad que acostumbraba sentarse ahí calladita en el sillón de la precaria sala. Tenía por compañero a un perrito desde cuando su esposa se había ido a vivir donde su madre. El animal latía cariñosamente cuando le sentía llegar a la puerta y hundir la llave en la cerradura. Se acercaba a sus rodillas y ladraba entusiasmado. MAYO 13, VIERNES “Espero con anhelo mi jubilación para liberarme de esta esclavitud y mejorar en mi perturbación. Podré entonces dedicarme a la literatura… y será la proyección de mi vida sobre el mundo que me rodea. Seré feliz”. Alrededor de las dos y treinta de la tar­de sintonizó el pequeño radio portátil el cual escondía en su escritorio. La radio-novela que le tenía 38


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embelesado iba en un capítulo apasionante en el cual la heroína era rapta­da por el amante. ¿Querría Paola que él imitase esa historieta? Arrobadamente siguió las declaraciones de fidelidad eterna, de en­trega total, de pasión incontenida. Esto en­dulzaba su vida y le transportaba a paraísos soñados que asimilaba para revivirlos con Paola. Escuchándola se sumergía en una es­pecie de. modorra mientras manipulaba la antigua maquinita de calcular. MAYO 14, SÁBADO “Como cuentista, por el mismo hecho de serlo, al escaparme de la realidad para inventar mis personajes nacidos de la presen­cia física de los Contribuyentes, ¿procedo de manera anormal? ¿Simulo en el acto de la escritura mi indisposición con los “hechos”? Ciertamente es que el escritor que hay en mí siente temor, quizás irracional, por el orbe extrínseco y entonces se encascara dentro de sí, se hunde en su concha. ¿Es la literatura, en verdad, una defensa contra la certeza de los acaeceres rutinarios de mi 39


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trabajo con el cual adquiero los medios de subsistencia? Mi recelo por ese cosmos aparente, extran­jero a mi caletre, la aprensión que siento por la esfera extrasensorial tiene raíces en esa vacilación originada en los romances abor­ tados de mi adolescencia: así, me acostumbré felizmente a recluirme en el amparo del ar­te. La Literatura es para mi más que un lu­jo y un divertimiento, una pasión. Pero la excesiva autocrítica es dañina porque obnu­bila y hace perder fluidez al estilo”. El afán material que le movía en cada amanecer era el de cualquier mortal: ganar­se la porción de sueldo de cada día, con el cual subsistir hasta el siguiente y de esta forma ir enfrentando a garrotazos esa rutinidad, esas porciones de objetividad, inten­tando enfocar ese ángulo mágico que le per­mitiría desentenderse de los acontecimientos pecuniarios y ascender a otros niveles espi­rituales más trascendentales que cumpliesen con sus aspiraciones culturales. El ostracis­mo que le caracterizaba le hacía llevar una existencia insípida, lejana de hechos 40


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nota­bles, de aventuras distintas a las nimias costumbres entre las cuales se sumergía con la más absorbente naturalidad. ¿No habría cierta exaltación en su batalla anónima? En este hecho de sublimar la ordinaria tarea de recaudación por medio de fantasías, ¿no es­taba ya escondido el triunfo de las fuerzas positivas del hombre? Quería perfeccionarse, dejar a un lado un poco ese domesticamiento voraz del Endriago Estatal que sentía le iba tragando sin compasión los ideales. Al­gunos empleados del Establecimiento eran un poco dados a la maledicencia. Incluso él había caído en criticar despiadadamente a los gobernantes de su país y a sus propios colegas. MAYO 16, LUNES “El universo novelesco aquí narrado está basado solamente en imágenes. Y por tanto, ¿nada puede ocurrir afuera? ¿Es que ese universo situado más allá de los sentidos está en continuo movimiento? ¿O lo que se mue­ve es mi imaginación que capta la realidad como si fuese 41


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un tren atravesando mi magín de uno a otro lado? La realidad está fuera de mi, pero lo paradójico es que yo perte­nezco a esa realidad”. Lo único que evolucionaba, en lo que consistía sustancialmente la trama de ese cuento, era su enfermedad, los episodios que la componían y su desenlace. No había prác­ticamente en ese relato eso que llaman ac­ción a no ser que, también, la psiquis actua­se al pasar de un tiempo al otro de los esta­dos anímicos. No ocurría nada, como en apariencia sucedía en la vida común. ¿Era ese relato la reseña de una aventura espiri­tual? MAYO 17, MARTES “El psiquiatra está tratando inútilmen­te de diagnosticar mi afección. Estoy más cerca yo de saberlo, aunque él asegura que el propio paciente no puede descubrir su dolencia. Esto lo he discutido con él, pero se ha cerrado sobre su opinión. El psicoterapeuta ha intentado reconstruir mi pasado para revelar las causas de mi comportamiento. Pero confío en que el 42


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método creativo que llevo, de inventar personajes a los que desplazo todas mis inquietudes anímicas, mis pasiones, mis virtudes, mis frustraciones, dé mejores resultados. De todas maneras la idea de escribir este Diario ha surtido sus efectos positivos pues me siento bastante mejor que cuando comencé, hace dos meses. La invención de personajes y su seguimiento al través de una pequeña intriga ha dado sus buenos resultados. La idealización de los Aportantes, la conversión de sus silue­tas físicas en entes novelescos ha recompen­sado mis ‘deficiencias’ de relación con los se­res, humanos corrientes. En verdad mi do­lencia está íntimamente ligada con la crea­ción estética del novelista, pues éste tiene que estar por fuerza mayor alejado de la reali­dad durante el tiempo que dure la gestación, si quiere verla plasmada”. Volvió a hundirse en sus introspeccio­nes, hasta cuando algún Cuento le interrum­pió el ensimismamiento. Se levantó a aten­derle luciendo la más burocrática de las son­risas. Suspendió un momento el Diario. Fiel al Sistema, defendía 43


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con lealtad y franco en­tusiasmo el fortalecimiento de la patria y por fuera de las horas de trabajo hacía propa­ganda a la filosofía fiscalista. Como miembro que era de la burguesía de clase media, vestía con corbata, conocía las últimas noticias necesarias para poder sostener conversaciones con sus jefes cuando ellos le preguntaban algo al respecto de su trabajo como aconteció esa tarde en que fue interrogado sobre los alcances de la última reforma fiscal. Evitó sonrojarse porque por fortuna había leído sobre ese tema el día an­ terior. Debía asistir siempre a la hora exacta, marcando la rigurosa tarjeta de entrada. MAYO 23, LUNES “La energía mental, la pulsión que po­seía se ha disminuido a un nivel bajo. Soy un hombre de conducta desadaptada. Este Diario es la racionalización que hago de mi problema, y sirve para su desplazamiento. Me siento incompetente y noto que mis ca­pacidades y 44


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potencial cerebral están lejos de corresponder a mi desempeño social. Ello es causado por el enfrentamiento entre la creatividad contenida y la forzosa certeza del sustento material”. Se fugó de la Oficina a eso de las cuatro de la tarde. Había fijado una cita con Paola esa tarde, en una heladería, Ella llevaría el vestido rojo y la sonrisa más encantadora. Paola estuvo con sus novelas de ficción bajo el brazo y le contó que leía ahora con furor al autor de moda perteneciente a la más reciente generación de novelistas del país. Hablaron de literatura durante una hora y dialogaron en torno a tramas, formas, filosofías, en fin alrededor de libros. También discutieron sobre sociología y él le planteó su posición pseudomarxista a ella que tenía una ideología conservadurista y convencional: se acaloraron definiendo si la clase me­dia cree en que la historia es el enfrentamiento de la burguesía y el proletariado. Hicieron el Horóscopo de la revista que compraba semanalmente y conjeturaron sobre su futuro. 45


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Disgustó con ella porque no la puso al tanto de la falta de un botón en la manga del vestido de ella. Él no era muy detallista. Tuvo muchas frustraciones amorosas en su juventud y eso le hizo tomar desconfianza a las mujeres, creándole un grave complejo de inseguridad que aumentaba su innata timidez y acentuaba su problema de inferioridad. Por eso dubitaba tanto para unir su vida matrimonialmente. Ella le abando­naría después de la noche de bodas. Sin em­bargo era un romántico perdido, un senti­mental que vibraba con la más elemental manifestación de la Naturaleza. MAYO 26, JUEVES “Paola pertenece a una instancia de mi conciencia: pero yo palpo su piel. Ella está colocada entre el mundo externo y mis sen­tidos, tan arraigada está en mi alma. Está hundida en el fondo de mí ser. De tez na­carada, es una virgen con piel huma­n a. En ella se reconcilia mi despedazado espíritu”. 46


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Pertenecía a la clase económica media y sus padres eran de origen sencillo, humil­de, trabajadores ambos de anónimos oficios con remuneraciones bajas que no les habían permitido formar un patrimonio. Sólo sobrevivían para educarle a él y a siete herma­nos, de los cuales era el menor. No había podido cursar la enseñanza universitaria, teniéndose que limitar a recibir los cursos de contabilidad por correo durante dos años. Había logrado hacer con grandes esfuerzos algunos ahorros que le reivindicasen en su vejez. Aunque no alcanzaban a dar mayor renta, por lo menos estaban seguros de al­guna crisis financiera. En ellos tenía puesta su esperanza de un futuro estable. Su vida transcurría dentro de la medianía ambiente. No sobresalía en ninguna acción heroica. Tampoco se abajaba en actos de dudosa ín­dole. Manejaba, podría decirse, las circunstancias, con cierta dosis de resignación para el gasto diario. Y no podría ser de otra ma­nera cuando su ilusión era dedicarse por entero a la escritura de novelas. Pero 47


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la realidad cruda de la vida era que tenía que lu­char para obtener el alimento que le permi­ tiría a su cuerpo sostener su espíritu. Comía para poder pensar. ¿No había en esa diaria cruzada habitual del funciona­rio público un hálito de sacrificio sublimi­zado por el contador de cuentos? Si como el ave fénix se erguía desde la obligatoria Te­neduría de Libros que le evitaba perecer aplastado por el peso de la existencia mate­rial, si se levantaba hasta las alturas de la concepción de mundos poéticos que saciaban sus ansias espirituales, ¿ello no significaba una épica acción de la era contemporánea? Prudencio Barrios no lo sabía, pero en el decadente ambiente que le rodeaba, su oscura lid habría de tener algún eco. Allá pasaban, arriba, miles y miles de hombres, extraños entre sí, desconocidos unos de otros, indiferentes pasajeros que caminaban aparentemente muertos por la vida, caminantes que huían de sus soledades e iban hacia el futuro empujados por intereses terrenos los más. Allí transitaba esa 48


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gente con apresuramiento. Unos más altos, enclenques aque­llos, elegantes los de acá, desarrapados es­tos, orgullosos, humildes, fracasados y triun­fantes, sin otras preocupaciones que las de suplir su pan diario, el techo, el vestido, el sexo. Lo otro era insustancial, esa apetencia por lo espiritual sólo debía ser suplida si que­daba tiempo de las ocupaciones mercanti­les. Iban dentro de una abúlica falta de ori­ginalidad. Y él tampoco lograba zafarse del todo de ese ambiente. Ingresaban personas ahí a quienes les adquiría boletos de rifas. Era generoso y amplio porque amaba la so­lidaridad. Su libreta de ahorros permanecía en saldo negativo. Pero en el Banco eran tolerantes. JUNIO 4, VIERNES “Ahora vivo adentrándome en un mundo que no corresponde a lo extrasensorial. Es un mundo hacia el centro. He perdido la capacidad de atención y tengo la aptitud de la concentración disminuida. Mi mente divaga sin detenerse en algún tópico específico, 49


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sin ordenado raciocinio, de un tema al otro, de una a otra idea, sin profundizar en algún aspecto. No hay solución de continuidad en mi reflexión sino que se mezclan las frases sin ilación lógica, sin expresar un contenido uniforme”. Vivía aprisionado entre el proletariado pobre y mal vestido y la alta plutocracia rica y ataviada con sedas. ¿Habría algún aliento heroico en esa mediocridad? Leves impa­ciencias por motivos baladíes le ocurrían con frecuencia como la de esa tarde cuando un compañero se molestó por alguna frase que interpretó mal sobre su rendimiento laboral. Aficionado a contar chistes y a hacer ino­centes tomaduras de pelo, a Prudencio a ve­ces no se le entendía bien. El sólo había ex­presado que, teniendo un puesto tan importante su compañero debía conseguirse una corbata más moderna pues la que llevaba puesta estaba francamente pasada de moda. Eran pequeñas cosas que sucedían y que for­maban parte del prosaísmo, de la trivialidad en que estaba sumergido. Paola le recriminaba su machismo que necesitaba para equilibrar sus complejos. Pero 50


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siempre la tenía a ella como centro de su ser romántico, como el núcleo de sus inquietudes sentimentales. ¿Le engañaría ella con algún amante? Su imaginación hacía dolorosas especulaciones. Ello debía ser así porque él mismo no le había sido fiel. JUNIO 7, LUNES “Y cuál fue el comienzo de esta pesadilla que me nubla el pensamiento y me hace per­der las fronteras que separan lo soñado de lo cierto? ¿Cómo he llegado a esta situación donde mi mente se ha vuelto caótica, confusa? Intento describir el avance de mi mal o su retroceso con el fin de que, al conocer la génesis, el desenvolvimiento y el final, pueda comprender todas las fases del episodio. Así, si este repite, podré controlarlo y ponerle de antemano el antídoto requerido. Mi enfermedad es el rodeo que hago para huir de la violenta certeza de los sucesos externos”. Confiaba en que el desenlace de su vi­vencia fuese afortunado como el de la no­vela rosa 51


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cuya lectura acababa de concluir y en la cual héroe y heroína terminaron con un largo beso de amor. Estaba ahora perezoso, sin ganas de levantar un lápiz siquiera. Le flaqueaba la voluntad; colocó los pies so­bre el escritorio y la desidia se apoderó de él unos momentos. JUNIO 10, JUEVES “Siento terror a la realidad externa, un miedo que casi me paraliza. Soy víctima de ansiedad gratuita cuando pienso que debo enfrentarme con el público contribuyente. Sudo febrilmente de solo pensar que he de poner la cara ante la gente que paga impues­ tos. No logro acertar en qué consiste esa an­ siedad, sólo sé que es como un desconcierto, un querer, algo sin saber que es lo que deseo en concreto una vaguedad de sentimientos encontrados indefinidos que producen un malestar emocional. El corazón marcha con acelerado ritmo, tiemblan mis manos, y res­ piro con más frecuencia de lo normal, tengo amnesia pasajera”. 52


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La ciudad donde vivía tenía altos edi­ficios que parecían colmenas humanas, mu­chos automóviles y unos cuantos árboles: o sea, los trazos de una urbe con las propie­dades de un villorrio. Con unas cuantas fá­bricas y muchas oficinas, la gente empleada era la mayoría de la población activa. Por eso él era un ejemplar típico de la ciudad. JUNIO 14, LUNES “¿Cuándo llegará esa jubilación que me hará libre y me permitirá lanzar mi pluma abiertamente contra la Sociedad para corre­girla, para quitarle de encima esa carga de coerción que aprieta al individuo natural? Pero más que descripción física del Archivo-ambiente en que labro mi batalla es la at­mósfera psicológica que me envuelve lo que quiero describir para que me sirva de catar­sis... es una verdadera confesión... la con­fesión de un ser anormal... este Diario es una proyección de las alucinaciones que me agobian, de mis equivocadas percepciones. Con estos entes 53


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penumbrosos, con estas fan­tasmagorías yo he aprendido a convivir has­ta el punto que ellas y ellos se han conver­tido en parte de mi personalidad. Pero debo sacar de mí este engendro, o terminaré por morar en un ámbito enrarecido. Sé que no existen esos espectros en la vida de afuera como sí existe la gente, pero sé también que esos seres forman parte de la quimera que intento desplazar y que no puedo desarraigar sin el dolor que supondría removerlos a ellos que son las raíces de mi afección”. Regresó a la grande silla, cuyos resortes emitían un chillido oxidado. JUNIO 17, JUEVES “El brutal esfuerzo que realizo para corresponder al Gobierno y a mis interiores actividades creativas simultáneamente, ha profundizado mi innata enfermedad de tener una alta sensibilidad artística heredita­ria: y la llamo enfermedad en el mejor sentido de la palabra porque ella me hace vi­brar con la Naturaleza 54


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humana. Pero también me lleva a comprender abismos del al­ma: hundidos en oscuros recovecos de mis personajes se agazapan la envidia, los celos, la vanidad, etc. Yo mismo siento bullir en las concavidades de mi Inconsciente pasiones e instintos feroces que a veces salen a flote a pesar de los esfuerzos de la voluntad para mantenerlos a raya. Especialmente cuando veo a Paola con algún rival de mi cariño se revuelven en mis entrañas todos esos monstruos anudándose caóticamente y haciéndo­me perder la habitual serenidad para pro­porcionarme estados de desequilibrio. Fuese mejor que estuviesen quietos”. Un rasgo de cortesía tuvo con una dama desconocida al bajar del ascensor. Le dio la mano para que alcanzase el pasillo. Una sonrisa de ella iluminó la tristeza que sentía por la muerte de un pariente lejano. Estaba acongojado y alguna lágrima cayó sobre la página del Diario.

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JUNIO 21, LUNES La sociedad se está corrompiendo acele­ radamente. Y como la sociedad es la máxi­ma expresión de la cordura, el escritor que quiere cambiarla, tiene que estar loco. ¿No será más válido ser loco que infiel? Se me presenta una honda disyuntiva, un grave predicamento moral al comparar mi trabajo como escritor con aquel como contabilista. Tengo deberes para con mi cuerpo y para con mi espíritu. ¿Debo entregarme de lleno a las letras? ¿Debo abandonarlas y dedicarme a las labores de funcionario? ¿Estaré yo afec­tado por la psicosis siendo una persona que, sin querer negar la realidad, quiera susti­tuirla…? Dentro de la anormalidad, lo más corriente es que yo tenga aspectos de neu­rosis y psicosis. Ambas perturbaciones suelen mezclarse. El artista es generalmente una persona que sufre un complejo de inferiori­dad no superado y nacido en la primera in­fancia cuando deseaba ser grande. Y esa fijación por ventura le ha permanecido latente. Sea lo que fuese, la ver56


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dadera si­tuación psicológica mía es por ahora la de una pesadez, un aletargamiento, un no pro­gresar en el conocimiento de las personas y las cosas; estoy inactivo; actualmente mi mente se halla horadada por una función desrealizante; se ha acabado con ella el ra­ zonamiento lógico, aquel que le hace pensar a uno consecuentemente de manera que dado un acontecimiento se suceda otro que ha te­ nido como premisa el anterior. Qué espanto es verme así!!”. Era miembro de un Club de Acción Cí­vica en el cual compartía con algunos buenos amigos el servicio comunitario con sa­nas diversiones como el juego del dominó. JUNIO 25, JUEVES “Amanecí desolado porque debo produ­cir mi cuota contabilística diaria al Establecimiento y solamente soy capaz de hacer un poema. La realidad que enfrento la re­presentan las cuentas. El placer es la fanta­sía que me lleva a 57


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inventar seres de ficción. Mi memoria intenta recordar la escena an­tigua que me impresionó tanto en la infan­cia y que me ha hecho vivir obsesionado con la creación de personajes. Descorro los velos del pasado... sí, veo nítidamente una for­ma. ¡… he logrado por fin hallar la ima­gen buscada!: percibo tras los telones del presente allá en el pasado unas estatuas esculpidas en cera, empotradas entre el patio de un Museo... esas estatuas son la imitación de unos personajes famosos del cine, la política, el arte y allí hay una cuyo ros­tro se parece patéticamente a mí mismo. Encuentro entonces una relación entre esa impresión infantil y mi anhelo por concebir personajes. Ese famoso personaje del cine me ha creado un “complejo de inferioridad”. Pienso que el cuentista quiere crear personajes que deben ser aclamados y admirados por el público lector. Identificándose con ellos, los supera. O, por el ánimo de contra­decir, crea también los personajes que él no quisiera llegar a ser nunca. Y así se libera de la posibilidad de caer en su pellejo. Esas efigies, vistas 58


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en la primera edad, desperta­ron y estimularon la imaginación mía. ¿Se­rán las motoras de mis creaciones? La imagen física de cera, similar a mi faz, me cau­só tal interés que he querido reproducirla al través de los personajes recreados y que son mi propio yo atomizado en muchos seres de ficción. Así he creído liberarme de esa impresión. Esas decenas de personajes, los Contribuyentes del Estado a los que copio en el borde del Diario como si fuesen una pintura, ¿serán duplicaciones de mí mismo que hago intentando borrar el recuerdo de aquel maniquí? Así como yo tuve un “doble” en ese Museo, ahora quiero hacer “dobles” míos, personajes. He aquí el planteamiento que hago de mi neurosis; mi psiquiatra tiene otra interpretación que respeto pero que no comparto. La visión de esos maniquíes hieráticos en su porte paralizado, fue la causa inicial de mi apartamiento de la sociedad: ellos representaban la figura de una auto­ridad omnipotente y significaban el duro mundo de, los otros, rígido, demasiado rudo para mis débiles fuerzas de la primera niñez. Allí comenzó mi choque 59


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con lo “real”, el cual se vendría a repetir diariamente con mi di­cotomía entre el esquema Estatal y todo lo que se asimila a él y mis deseos de indivi­dualidad y libertad de inventiva. Yo veía en esos monigotes a un Estado tiránico. Y quería librarme de su influjo. ¿Cómo se desenvuelve pues el argumento de esta obra? De ninguna manera distinta a aquella de mi vida simple de empleado, bus­ cando equilibrarme entre la fantasía y la ma­ terialidad. He caído en un estado de inmovili­ dad, de apatía, y no tengo casi emociones; ahora no poseo ese deseo constante de estar trasladando vivencias del campo vital a la práctica del arte escrito. Las informaciones provenientes del mundo exterior a mi con­ ciencia por intermedio de los órganos de los sentidos se atrancan en un punto de mi Inconsciente, sitio que no he podido descu­ brir aún pero que intuyo relacionado con la fuerte imagen que me causa la represión: la infantil experiencia de las estatuas de cera allá en aquel Museo. Debo remover esa barrera... el principio de la realidad lo ten­go atrofiado. 60


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He perdido la capacidad de vislumbrar, más allá del presente, los actos del porvenir. Vivo en las praderas sin horizon­te del momento actual. Estoy sumergido en la obra que llevo adelante y vivo inmerso dentro del tiempo de ella obstruyendo el efecto de la exterioridad en mí. Tengo dos conflictos: el causado por la imagen de cera y este entre el contador de cuentos y el de cuentas. ¿Los superaré?”. Miró largamente la macilenta fotografía. Estaba enamorado hasta el fondo de su corazón. JUNIO 30, MARTES “Quizás los ojos de Paola sean el espejo a través del cual yo vuelva a encontrar la presencia de la certeza. Cuando, hace pocos días, logré hallar aquella escena del Museo de Cera que me ha dado una lucecita de interpretación de mi mal, alcancé a per­cibir que me produjo una gran ansiedad. Y ese día lo anoté en el Diario. Esta sensa­ción de ansiedad me hizo captar que por esos tiempos de la pasada memoria de mi vida infantil estaba la principal causa de 61


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mi enfermedad. Recuerdo con terror el miedo que me produjo aquella escena. He hice la asociación entre ambas circunstancias. Com­ batiré esa ansiedad y derruiré ese miedo con la ayuda Religiosa. Labro la historia de mi enfermedad des­de las oscuras veleidades de las fuerzas del Inconsciente que me dominan... avanzo por entre una encrucijada de sensaciones confu­sas, temeroso de perderme, apoyándome apenas en unos poros puntos de vista que me parecen claros... antes se mezclaban en mí lo ilusorio y lo palpable... pero a base de un continuado esfuerzo he ido despejando las nubes que en mi pensamiento impe­dían ver la verdad. Mi fe en Dios y la prác­tica de este Diario me han indicado el sen­dero estrecho pero firme. Poco a poco va esclareciéndoseme el enig­ma. He logrado formarme una imagen más amable de mí mismo que aquella represen­tada por la estatua del Museo de Cera que era idéntica a mi rostro, y me veo ahora de una manera positiva. Aquella ho­rrible estatua dramáticamente similar a mí me hizo formar una ima­gen espantosa de 62


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la humanidad. Ello, y la consecuente creación de personajes, han sido los motivos de mi rauda curación. Me percibo ahora como un protagonista de la Novela que para mi es la Vida en un Esce­ nario que es el Mundo físico. Y así he comenzado a rehacerme, al lograr poner en intercomunicación un ente con otro de mis ficciones basadas en la real presencia de los Contribuyentes al frente mío. Consigo yo mismo ahora comunicarme. Y así completo el ciclo que transcurrió desde el aislamiento solipsista del artista-enfermo hasta la rela­ción emocional con alguien situado más allá de mí. Estoy alegre. Vivo al través de la vida que palpita, en mis personajes”. Era treinta de Junio, día del Balance. No había logrado, a esa hora de la noche, cuadrar el metálico constante y sonante con las cifras, los símbolos, asentados en el Diario: ¡existía una diferencia de “un centavo”! Otra vez estaba ahí presente ese conflicto entre lo real y lo imaginario: había hecho crisis su enfermedad al atardecer de ese día. Pasaron varias semanas desde su retiro del empleo como recaudador de impuestos. Su 63


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mejoría psíquica ahora era notoria. En estos pocos días había logrado una convalecencia rapidísima. Ahora distinguía bien los rasgos de los seres queridos y los diferenciaba de los fantasmas que le habían ase­diado. Su personalidad iba recobrando su es­tabilidad extraviada antes en aquel socavón oscuro. Iba sintiéndose notablemente mejor en su salud mental. Era como si de su cerebro hubiesen extraído un tumor. Ese tumor intelectual era el peso de la ideología estatal que obraba dolorosamente en su capacidad de expresarse. Su perspectiva de la vida y del universo era otra más bella. Sentía des­pertar las potencias de su ser y concebía su literatura sin escollos. Había triunfado la sensibilidad y la libertad sobre la materia y la esclavitud: por fin ahora era él mismo. Prudencio Barrios era libre entonces pero le acosaban grandes dificultades económicas. Sus escritos no tenían una acogida en el público tal como él había supuesto cuando se escapó del Estado. Vivía ahora precariamente en un hondo cubil que había alquilado en la man64


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sión de un multimillo­nario. Escribía con ardor pero había de pa­gar al dueño de la casa con el producido es­caso de sus novelas y cuentos, los que aquel vendía a un editor. Paola le dejó definitiva­mente a causa de su miseria económica. Estaba solitario pero sentía que había triunfado: había sido fiel. El magnate arrendador le encontró una mañana desnutrido: Prudencio no había tenido dinero para alimentar su cuerpo durante las últimas semanas. Le abandonaron las fuerzas físicas para salir de allí. Todo cuanto se hizo para salvarle la vida fue inútil. Murió de hambre: el escritor tenía en su mano el Diario.

FIN

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