Bencomo rastrea de manera contundente cómo el espacio urbano, a partir del fin del siglo XX, es concebido en las crónicas como una cartografía desestabilizadora que acusaba rasgos apocalípticos y donde el habitante extraviado (pero heroico) contaba con la crónica como un relato capaz de representar sentidos para su experiencia. Su libro es una extendida meditación sobre los alcances de la crónica como discurso híbrido —combinación de prosa literaria y periodística— y su capacidad para iluminar aún los polos más extremos de la realidad.