Cicloturismo de alforjas, sosegado, poĂŠtico y sensual Paco Tortosa
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ÍNDICE Prólogo
RUTA 9: Llanos de Castilla y León
Agradecimientos y sentimientos
RUTA 10: Sierras Urbión y de la Demanda
Os comentábamos en 1984
RUTA 11: Bardenas Reales
Os comentamos en 2016
RUTA 12: El Alto Tajo
Filosofía del viaje cicloturista sosegado poético y sensual
RUTA 13: Sierra de Prades y Ports de Beseit
Por dónde viajar en el siglo xxi más allá de nuestras rutas Con quién viajar actualmente por España Tipos de usuarios de la bici en la España del siglo xxi Sugerencias sobre las comidas y el hospedaje El transporte de la bici en España
RUTA 14: Sierras de Francia y Gredos RUTA 15: Valle del Tiétar y Parque Nacional de Monfragüe RUTA 16: Guadarrama y Ayllón RUTA 17: Serranía de Cuenca RUTA 18: El Maestrat RUTA 19: Lagunas de Ruidera y Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel RUTA 20: Sierra de Aitana y la Albufera
Las rutas Por qué elegimos estas rutas en 1984 y las mantenemos hoy
RUTA 21: Dehesa extremeña y Sierra Morena occidental RUTA 22: Sierra de Cazorla
Información que figura en cada ruta
RUTA 23: Río Taiblilla y Sierra de María
RUTA 1: Las rías gallegas
RUTA 24: Doñana y sierra de Aracena
RUTA 2: Sierra del Teleno y lago de Sanabria
RUTA 25: Torcal de Antequera y sierras de Ronda y Grazalema
RUTA 3: Ancares RUTA 4: Somiedo y Muniellos RUTA 5: Saja-Besaya y Picos de Europa RUTA 6: Pirineos Occidentales RUTA 7: Pirineos Orientales RUTA 8: Volcanes de Olot
RUTA 26: Las Alpujarras RUTA 27: Cabo de Gata RUTA 28: Sierra de Tramontana (Mallorca)
Bibliografía, cartografía y referencias virtuales
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NUESTRA FORMA DE ENTENDER EL VIAJE CICLOTURISTA: VIAJES SOSEGADOS, POÉTICOS Y SENSUALES
Una parada cerca de Corporales, León (1998)
Llevo cerca de 40 años empleando la bicicleta como medio de transporte en la ciudad y como un modo maravilloso de viajar con ella por medio mundo, incluido mi pequeño País Valencià. Mi filosofía de viaje cicloturista de alforjas, surgida del movimiento ecologista de los años 80 del siglo pasado, ha llevado a que en nuestros viajes no se piense nunca en términos deportivos o competitivos. De hecho aprendí a ir en bici a los 23 años y nunca he competido con nadie desde el sillín de una bicicleta. Últimamente, los viajes cicloturistas que realizo por el País Valencià con amigos y monitorizando a grupos me gusta definirlos como sosegados, poéticos y sensuales. Pero ¿qué son exactamente los viajes sosegados poéticos y sensuales?
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En los Ancares Leoneses (2005)
El texto de Mingliao-Tsé, un viajero oriental del siglo xvi
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ace unos años llegó a mis manos un texto de un viajero del siglo xvi llamado Mingliao-Tsé, que me ha llevado en gran parte a redefinir los viajes en bicicleta que realizamos como sosegados, poéticos y sensuales. En aquellas páginas leí: Emprendo el viaje con un amigo que ama la bruma de las montañas... Tenemos cuidado de lo que mendigamos: pedimos arroz y no vino, verduras y no carne. El tono de nuestro reclamo es humilde, no trágico. Si alguien nos da, le dejamos; y si no nos da, le dejamos también. Si nos hacen una grosería, la aceptamos con una reverencia... Viajamos sin destino y nos detenemos donde nos encontramos, y marchamos muy lentamente. Cuando llegamos a las montañas y arroyos, y nos encantan los manantiales y las blancas peñas y las aves acuáticas y los pájaros de la montaña, escogemos un lugar en una isleta del río, nos sentamos en una roca y miramos a lo lejos. Y cuando nos
Llegando a Roncesvalles (2001)
encontramos con leñadores o pescadores o venerables ancianos, no les preguntamos nombres y apellidos, ni damos los nuestros, ni hablamos del tiempo, sino que conversamos brevemente de los encantos de la vida natural. Al cabo de un rato nos separamos de ellos sin pesares. En el camino nos hacemos a un lado y dejamos que pasen los demás. Al cruzar un río dejamos que pasen los otros y suban primero a la barca. Si aparece una gran tormenta cuando estamos en mitad de la travesía, calmamos nuestro espíritu, y lo dejamos todo al destino diciendo: «Si nos ahogamos, es la voluntad del cielo. ¿Nos salvaremos acaso si nos preocupamos?» Si no nos salvamos, allí terminará el viaje. Pero si por fortuna nos salvamos, seguimos como antes. Si en el camino encontramos a algún joven pendenciero y tropezamos accidentalmente con él, le pedimos disculpas cortésmente. Si después de las disputas no podemos salvarnos de una pelea, allí terminará el viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes. Si uno de nosotros cae enfermo, nos detenemos a atender su mal, y el otro trata de mendigar un poco para comprar remedios, pero el enfermo se lo toma con calma. Mira hacia su interior y no teme a
Por el interior del País Vasco (2007)
la muerte... Si está decidido que estén contados nuestros días, allí terminará nuestro viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes. Es natural que durante nuestras andanzas podamos despertar la sospecha de policías o guardias y que se nos arreste como espías. Tratamos de escapar entonces, sea por astucia o por sinceridad. Y si no podemos escapar, allí terminará nuestro viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes. Procuramos pasar la noche en una choza con techo de estera o una casucha de piedras, pero si nos es imposible encontrar un lugar así, nos detenemos por esa noche junto a la puerta de un templo, o dentro de una caverna de roca, o junto a la pared de una casa o bajo los árboles. Quizá nos miren los espíritus de la montaña y los tigres o los lobos, y ¿qué podemos hacer? Los espíritus de la montaña no pueden hacernos daño, pero somos incapaces de defendernos contra tigres o lobos. Pero ¿no tenemos un destino dirigido desde el cielo? Lo dejamos todo, pues, a las leyes del universo, y no mudamos siquiera el color de la cara. Si nos comen, tal es nuestro destino y allí termina el viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes. 5
Las fuentes del rio Cervol, Castelló (2010)
Nuestro decálogo de viaje cicloturista
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a lectura de este maravilloso texto de Mingliao-Tsé me permitió, en un primer momento, redactar un decálogo de viaje cicloturista para viajar con mis amistades de toda la vida, el cual pienso que puede servir como referente a la hora de emprender viaje a los nuevos cicloturistas de este nuevo siglo. Estos que siguen son los diez puntos del decálogo. 1. La mejor manera de pensar en uno o en una misma en un viaje es pensar en los que comparten el viaje contigo. Constantemente. Seguro que la felicidad que producirá en tus amigos viajeros te abrazará a ti y te hará gozar mucho más del viaje. 2. En determinados tipos de viajes, y en función de las peculiaridades de las personas que lo componen, alguna de ellas debería llevar
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preparado un esquema de viaje básico, además de marcar el tempo y ritmo del viaje. Eso no quiere decir que no tenga que haber interacción de todos con el esquema del viaje y el quehacer de cada día, además de repartirse tareas cotidianas. 3. Hay que hablar con los amigos y las amigas con los que se viaja como si nos acariciáramos. Hay que expresarse dulcemente. Hay que transmitir afecto en los comentarios, tanto si son elogiosos como si son críticos y/o recriminatorios. Y por supuesto abusar de todo el mundo con abrazos y besos repartidos a lo largo del día de manera sincera y dulce. 4. Cuando hay problemas de cualquier tipo (y en cualquier viaje los hay, de intendencia y de muchas más cosas) dada la peculiaridad de los viajes en bicicleta, los compañeros del viaje no son los culpables de muchas de las cosas que pasan. No se debe descargar la mala leche que te puede salir (como a cualquier persona) con
A la salida de Quiroga, Lugo (2005)
tus compañeros. Muchas veces, antes de abrir la boca vale la pena sosegar la lengua y callar. La mala leche de muchos momentos se la tiene que merendar cada uno la mayor parte de las veces.
convivencia aún puedes pensar que al mínimo desacuerdo puedes dejar a los amigos, sería necesario que antes de partir te plantearas viajar solo o sola.
5. Tus amigos y amigas viajan contigo −y tú con ellos−, libremente y dispuestos a gozar de todo el viaje juntos. Se presupone que la felicidad de ellos es la tuya y al contrario. Como consecuencia, cuídalos.
8. Viajar en grupo con los amigos en bicicleta significa, de alguna manera, darles a los otros carta blanca (casi de manera inconsciente, pero delicada e intimista), para disponer de tu vida personal interior y exterior a lo largo de un tiempo viajero.
6. Cuando un día no se dispone de un buen hospedaje o buena comida, los últimos culpables son tus compañeros de viaje, que también sufren por el hecho. No les expreses a ellos o a ellas tu disgusto de manera rabiosa, ni hagas caras malas o desagradables frente a las incomodidades del lugar elegido para dormir o la mala calidad de la comida.
9. Viajar en grupo con amigos y amigas y en bicicleta por cualquier parte del mundo es una cosa frágil y mágica al mismo tiempo. Déjate deslumbrar por esta magia y cuida su fragilidad a cada momento. Enérgicamente. Y si no sabes lo que quiere decir todo eso, ya sabes..., A VIAJAR SOLO O SOLA.
7. Hay que tener clarísimo que si alguien se embarca con los amigos en un viaje, todos somos una sola pieza. Si con nuestra edad y años de
10. Y acabo con un proverbio árabe: si quieres ir rápido, viaja solo; si quieres llegar lejos, viaja acompañado.
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El Faig Pare, Tarragona (2013)
Esquema de viaje cicloturista sosegado, poético y sensual
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on los textos del viajero del siglo xvi y con la redacción de nuestro decálogo, los viajes que seguimos realizando desde hace unos diez años hemos pasado a adjetivarlos como sosegados, poéticos y sensuales (SPS). Cuando lo comentamos con nuevas amistades, muchas de ellas nos preguntan con curiosidad en qué consisten dichos tipos de viajes SPS. Esta es la respuesta más clarificadora que se me ha ocurrido: − Paradas constantes para gozar del patrimonio cultural y natural y de los paisajes que lo conforman.
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− Lecturas de textos poéticos que tienen que ver (o no) con los paisajes y territorios por donde viajamos. − Realización de fotografías de los paisajes y el patrimonio que nos rodean de manera relajada y sin peligro de que perdamos la estela de los que viajan con nosotros. − Masajes más o menos informales a lo largo del viaje (delante de panorámicas deslumbrantes o a la sombra de ermitas románicas). Y también al acabar cada día de pedaleo. − Baños desnudos en las pozas de agua y playas virginales de nuestro país. Que las hay por decenas y suelen comprender aguas sanadoras, por virginales y limpias.
El valle de Saliencia, Asturias (2015)
− Abrazos bien afectuosos a los compañeros de viaje contemplando paisajes armoniosos.
− Abrazos desnudos a los árboles singulares y/o monumentales para cargar y regenerar nuestra alma y cuerpo con su energía.
− Mejor dormir en las casas rurales y los hoteles de interior de las zonas de montaña de nuestro país. Aunque solo sea por apoyar a todas las personas de nuestras montañas interiores que han hecho el esfuerzo de ofrecer casas rurales en pueblos recónditos.
− Oler la flor del almendro, el cerezo y el naranjo... Y de las plantas aromáticas que nos rodean en cada estación del año a lo largo y ancho de todo el país.
− Buena comida y mejor vino, a lo largo de las tres principales comidas del día, con largas y amenas sobremesas. − Conversaciones más o menos provocadas con el paisanaje que habita y hace posible el patrimonio y el paisaje humano por donde pedaleamos.
− No recorrer más allá de 30 o 35 km diarios. Es nuestro límite actual, ya que viajamos para conocer y conocernos, no para rodar por caminos y carreteras a lo largo de muchos kilómetros despreciando los paisajes y las personas que los habitan. − No tener nunca prisa como filosofía de viaje, con lo cual podemos ir siempre al ritmo de la persona más lenta del grupo.
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OS COMENTO
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ste libro que acaricia tu mirada es la cuarta edición del libro España en bici, que publicamos en el año 1984. Animados por Jordi Maura i Dolors Pedrós (Edicions 96), y con la colaboración de viejas amistades, he revisado 28 rutas de la última edición de 2002, actualizando información y remodelando la presentación, que aporta el color a las nuevas y viejas imágenes, lo cual aumenta si cabe el rigor, la filosofía de vida y de viajes y la frescura de las ediciones anteriores. En la introducción de aquel primer libro, del que con el tiempo dicen que se ha convertido en una obra de culto entre los cicloturistas de alforjas del estado español, expresábamos así nuestra experiencia cicloturística: «Durante la década de los setenta nuestro uso de la bicicleta se limitaba a salidas matinales por las playas de València y pueblos cercanos. Pero nuestras salidas a Europa (sin bicicleta) y la visión de cicloturistas (casi siempre extranjeros) por nuestras carreteras nos hacían pensar en la posibilidad de realizar verdaderos viajes cicloturistas. Así, lo que hasta entonces solo estaba en nuestra mente, empezó a hacerse realidad con un primer intento en abril de 1980. Por aquel entonces nuestro equipo y nuestras bicis hubieran hecho sonreír a cualquier cicloturista con un mínimo de experiencia, pero nuestra ilusión superaba las deficiencias que, más tarde, iríamos subsanando. Por eso, sin ningún complejo, metimos las bicis en el tren y recorrimos las montañas de Alacant. Ascendimos el primer puerto
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(Tudons, 1.250 m), descendimos las primeras rampas importantes, pinchamos, nos caímos, pasamos frío y calor, nos reímos unos de otros... pero, sobre todo, disfrutamos de aquel primer viaje que, sin duda, iba a ser determinante para nosotros. Con nuestras bicis hemos recorrido casi todo el territorio peninsular, gran parte de Europa y Sudamérica, siempre dejándonos llevar por aquello que verdaderamente nos interesa: los olores, colores y sabores de los pequeños pueblos y los paisajes que los envuelven». A continuación comentábamos que la falta de información en nuestro país sobre cómo disfrutar de un viaje cicloturista nos animó a la publicación de aquella primera guía. Hoy, en el año 2016, muchas cosas han cambiado: han aparecido guías de viaje cicloturistas en diferentes comunidades autónomas; se ha producido el boom de la bici de montaña; parece que circulan más bicis por nuestras ciudades; existen Internet y aplicaciones como Wikiloc, donde los viajeros en bici cuelgan los tracks de las rutas que realizan (sobre todo los que recorren las montañas con sus BTT en plan competitivo)... En definitiva, ¡algo se mueve! Ese algo que se mueve nos ha animado en parte a intentarlo de nuevo por cuarta vez. Con respecto al contenido, información y recomendaciones, hemos mantenido la forma de entender el viaje que transmitía la primera edición: a partir de nuestra situación personal como cicloturistas de alforjas que nos define, nuestra opción ha sido viajar por espacios
El Pinós, Alacant (2010)
naturales bien conservados y apartados de los grandes núcleos urbanos, disfrutar de esos lugares. En esta cuarta edición los problemas ecológicos, así como la información práctica de dónde dormir o comer (o dónde poder adquirir comida) en cada ruta, han quedado fuera. En parte y sobre todo porque con Internet todo ello está actualizado en tiempo real y al alcance de cualquier persona que viaje con su teléfono inteligente. También hemos prescindido de los apartados referidos a temas de cómo debe ser la bicicleta de cicloturismo y su mantenimiento antes de salir de viaje, o cómo circular en bicicleta. Todo ello se puede encontrar también en Internet con la ayuda del señor Google y la señora Wikipedia. En esta edición, al priorizarse los aspectos visuales (fotos), los textos pasan a ser tan solo mi mirada personal sobre los paisajes y el patrimonio, con una redacción en primera persona del pasado que pienso que convierte los textos en más personales y por tanto más cercanos para el lector y usuario de esta obra. En ellos hablo de mis emociones y sentimientos delante de cada paraje natural o cultural que me ha sorprendido a lo largo de estos 35 años de viajes cicloturistas. También pretendo con esta nueva edición que España en bici, con su subtitulo de paseos cicloturistas sosegados, poéticos y sensuales, sea hoy un libro que incite a viajar con nuestra filosofía de viaje y emocione en casa con sus textos y fotos, antes que una guía de rutas en bici, por mucho que las rutas continúen siendo el cuerpo
central de la obra. Rutas que he vuelto a recorrer y fotografiar los dos últimos años. Ahora con el apoyo de una furgoneta. Espero que me disculpen y comprendan los cicloturistas más puristas. Esta obra, en su cuarta edición, es, en última instancia, un intento sincero de transmitiros el «saber» acumulado de muchos años de viajes cicloturistas de alforjas a lo largo y ancho de nuestro país. Cada una de las rutas es una experiencia vivida a pie de pedal que nos ha hecho cambiar nuestra forma de ver a las personas y los paisajes donde habitan. Os invitamos a que junto con vuestras amistades paséis a formar parte del «gran pelotón» de cicloturistas de alforjas que ya disfrutamos de esta forma de viajar en armonía con la naturaleza. Una forma de viaje que después de la tercera edición de 2002, nosotros adjetivamos, tal como ya he mencionado, como sosegada, poètica y sensual. Quisiéramos terminar con las últimas palabras de aquella primera edición de 1984: «Coge tu bici con sus alforjas y una cesta de mimbre, llénalas de ganas de compartir y de respeto a la naturaleza, y pedalea (sin prisas). Nuestras rutas son solo algunas de las muchas que este país te puede ofrecer». Buen viaje. Y ten por seguro que cuando recorras cualquiera de las 28 rutas, estaremos viajando contigo.
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NOTAS COMPLEMENTARIAS A LA INTRODUCCIÓN DE ESTA EDICIÓN
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na primera y fundamental advertencia. Este libro de cicloturismo de alforjas es, y continúa siendo después de treinta años, justamente eso, un libro de rutas de cicloturismo por la mayor parte de los paisajes más sugestivos de la naturaleza española. Pero en esta cuarta edición pretende dejar de ser una guía para convertirse en un libro que hable de una cierta manera o filosofía de viaje cicloturista que en esta obra adjetivamos como sosegado, poético y sensual, motivando con ello a realizar este tipo de viajes en bicicleta. Es por ello que hemos decidido comunicar este enfoque de viajes cicloturistas mediante imágenes, pasando de las 90 fotos en blanco y negro de la tercera edición a las más de 1.000 fotografías de la presente obra. Queremos que sea más un libro para disfrutarlo en casa saboreando imágenes y releyendo el relato de mis viajes a lo largo de los 7.000 km de las 28 rutas, esperando que ello os motive y os empuje a coger una bici, las alforjas (quizás una cesta de mimbre) y un puñado de ilusión, y que os pongáis a pedalear sin prisas y con el ánimo dispuesto a descubrir parajes y paisanajes amables de este país.
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Respecto al contenido de mi relato, lo he centrado en las emociones que me han transmitido los recursos naturales y culturales por los que discurren las rutas. Pero con un matiz. No pretendo comentar todo el patrimonio por donde discurren las rutas (sería imposible en una obra y proyecto editorial como este). Es por ello que podréis encontrar en un momento dado una larga descripción o valoración de cualquier ciudad, pueblo o paisaje, y en cambio no disponer de ella en cualquier otro lugar. Ello se debe principalmente a que he optado por hablar de aquellos lugares por los que he viajado a lo largo de los últimos treinta años con mi bicicleta y de todos aquellos valores naturales y culturales que he descubierto y disfrutado personalmente, y que, como consecuencia, puedo valorar y describir con conocimiento de causa. Por otra parte, en esta edición he optado por obviar la información de lugares donde dormir y comer, ya que con las redes sociales de Internet pienso que no tiene sentido imprimir dicha información. Sí que me ha parecido interesante describir con algún detalle la figura de protección actual de muchos espacios naturales protegidos
Por los alrededores del Penyagolosa, Castelló (2013)
que no lo estaban en las ediciones anteriores. En este sentido, también se ha ampliado el tema del paisaje cultural centrado, sobre todo, en el patrimonio arquitectónico civil y religioso. Por lo que respecta a los itinerarios sobre el terreno, este país ha cambiado en estos veinte años más de lo que os imagináis. Muchas de las carreteras nacionales citadas en la primera edición como más o menos aptas para conectar valles más solitarios o parajes naturales más tranquilos se han convertido hoy en vías de transporte absolutamente incompatibles con la filosofía de viaje cicloturista que esta obra propone. Por lo tanto, además de las alternativas de itinerario que propongo en la tercera edición (ya que he decidido mantener la mayor parte de las rutas tal cual se publicaron originariamente) he recabado información lo más actualizada posible de las rutas que pretendáis seguir para ver si alguna de las carreteras tiene un nuevo diseño y unas intensidades medias diarias que la hayan convertido en un «infierno» para nosotros y vosotras. ¿Está claro el tema, verdad?
Finalmente, quiero reseñar que una parte de la información actualizada de esta cuarta edición de España en bici ha sido aportada por gran cantidad de amigos y amigas cicloturistas que en esta última década se han servido de estos itinerarios para conocer nuestro país montados en una sencilla bicicleta. Gracias a todos ellos, ya que con sus aportaciones han hecho posible que la obra sea «interactiva» y, por tanto, tan nuestra como de ellos. Valorad los usuarios y las usuarias el resultado de esta nueva edición y hacednos llegar vuestros comentarios. No caerán en saco roto, os lo aseguro.
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Puesta de sol en la punta de San Vicenzo
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a primera emoción que me acogió fue pensar en el océano. El Atlántico condiciona de tal forma estos paisajes y el paisanaje litoral que se convierte en el verdadero protagonista. Los asentamientos y las actividades humanas, el duro clima con sus interminables borrascas, la sinuosidad de la costa, la soledad, la vida, la muerte...,
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todo queda marcado por esa inmensidad de aguas que convierten el paseo en bici por este tramo de costa gallega en un viaje hacia el «fin del mundo»: Finisterre, nombre de las tierras más occidentales de Europa, bautizado así por los romanos. El suave rodar de mi bicicleta transcurrió sobre los suelos, geológicamente hablando, de más edad
Los unos altísimos, los otros menores, con su eterno verdor y frescura que inspira a las almas agrestes canciones, mientras gime al chocar con las aguas la brisa marina de aromas salobres, van en ondas subiendo hacia el cielo los pinos del monte. [...] El viajero, rendido y cansado, que ve del camino la línea escabrosa que aún le resta que andar, anhelara, deteniéndose al pie de la loma, de repente quedar convertido en pájaro o fuente, en árbol o en roca.
Las rías gallegas entre Ortigueira y Pontevedra. El «Fin del Mundo» A Joan, Alícia, Ana, Laura y Julio
Rosalía de Castro A las orillas del Sar
de la Península: el macizo herciniano, formado en la era Primaria y con presencia actual mayoritaria de materiales graníticos. Así pues, la presencia del océano, el inhóspito clima y la composición silícica de los suelos han sido los condicionantes físicos, a través de la historia, del pueblo gallego. Mi viaje, montado en la bici en otoño en dos mo-
mentos diferentes (2002 y 2015), me permitió descubrir estas y otras realidades, sumergiéndome en unas tierras mágicas y de costumbres ancestrales, las cuales me llevaron a un mundo muy diferente al del resto de las tierras peninsulares. 15
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Mención aparte merece el icono religioso costero por excelencia de las rías gallegas; me refiero al santuario de la Virxe da Barca, en la parroquia de Muxía (famosa por el vertido del Prestige de hace unos años). La solitud y el rugido de las olas permiten vivir momentos iniciáticos desde la fachada del santuario y sobre las rocas de granito que la separan del oleaje en una sucesión pétrea caprichosa que ni el más ingenioso de los escultores hubiera podido nunca inventar.
Y llegué a Fisterra, el segundo gran icono y paraje mítico de esta ruta inolvidable. Me dirigí inmediatamente hasta los pies de su faro sobre las rocas del cabo de Fisterra. Cuando llegué hasta allí con mi bici me engulló la magia del paraje, todo él, mar adentro, en el fin de la tierra conocida por los romanos. Me dejé acariciar sin prisas esa tarde por una de las puestas de sol de mayor belleza y poder simbólico de la Península. Es este un verdadero espectáculo de colores que bailan sobre el mar mientras tú puedes pedalear de manera silenciosa hasta el ocaso.
Entre Cee y Carnota se dejan ver infinidad de intimistas playas, pero es la de Carnota la más espectacular y emocionante, sobre todo en invierno y poblada por las soledades de los días más cortos del año. La playa de Carnota se me mostró más bella de lo que había imaginado, después de salvar las dunas naturales fijadas por la vegetación. Aparqué mi bicicleta y, remontada la última duna, de pronto apareció delante de mí una inmensa playa, toda ella de arenas blancas, solitaria y salvaje.
En la península de O Grove, en su punta de San Vicenzo, viví una tarde de otoño uno de los atardeceres más bellos que recuerdo, merced en gran parte a la originalidad y estética de una costa convertida en un rompecabezas de piedras de granito que conforman un decorado irreal. Cuando los últimos rayos de sol iluminaron estas rocas en la marea baja, pude observar cómo los ojos de mis amigos Joan, Julio, Laura y Ana se humedecían delante de tanta belleza. Fue un espectáculo natural de los que dejan poso en las alforjas del viajero cicloturista.
Vivencias y emociones Inicié mi viaje en Ortigueira. Hasta allí llegué con el tren de vía estrecha de FEVE desde Gijón. Comencé a pedalear entre las sorprendentes callejuelas bañadas de piedra de granito, y me acerqué hasta el antiguo conjunto conventual que acoge hoy en día la Casa Consistorial, el Teatro de la Beneficencia y la iglesia parroquial. También llamaron mi atención el Barrio do Ponto, la calle Ancha o Real y los Cantones, el centro neurálgico y corazón de Ortigueria en este inicio del siglo xxi. No dejéis de lado el paseo por esta bella villa gallega. Desde Ortigueira inicié un trayecto alrededor de la sierra de la Capelada que me llevó hasta la villa de Cedeira. Dejando de lado el impacto de los tres parques eólicos, esta punta de tierra que recorta el océano me ofreció momentos maravillosos y poéticos, sobre todo en el cabo Ortegal, con su faro de la punta de los Aguillos. Esta sierra litoral muestra su máxima cota poco después del cabo Ortegal, con sus más de 600 metros de altitud. Por sus pies discurre la silenciosa y poco transitada carretera por la que pedaleé en subida hasta un magnífico mirador sobe la ensenada de San Andrés y la punta Robaliceira. Más adelante me acerqué hasta la bella iglesia y santuario (originariamente de estilo gótico) de San Andrés de Teixido, cerca de la cual los acantilados tienen fama de ser de los más altos y verticales de toda Europa, con cerca de 500 metros de caída en pared. Inolvidable. De Cedeira a Ferrol dibujé con mi pedaleo cada cabo, playa y punta rocosa de estas Rías Altas salvajes, todavía libres de los procesos de urbanización de las Rías Bajas. En este tramo de mi viaje me emocionaron la playa de Villarube, el faro de Punta Frouxeira, las playas encadenadas y paradisíacas de las parroquias de Montefaro 18
y Baltar. Pero sobre todo me sobrecogió un atardecer luminoso en el cabo y faro Prioriño, desde donde me acerqué hasta las magníficas playas de Vilar y San Xorxe. Tan solitarias y bellas como las de Montefaro. Pero todavía me esperaba la playa de Doniños, un lugar fascinante que incluye detrás de sus dunas una bella laguna. También visité por allí cerca, y localizado al lado mismo de un bello acantilado, el castro marítimo de Lobadiz (del siglo i a. C. y al siglo i d. C.), el cual me maravilló con sus dos líneas de murallas y un foso. Una tarde de fuerte viento llegué a Ferrol, definido por sus vecinos como una ciudad marítima, naval y militar, dada su localización e historia. Mi paseo entre sus calles, plazoletas y puerto me permitió descubrir maravillado su arquitectura lineal y modernista y su pasado industrial. Pedaleé sin prisas por el Ferrol Viejo (puerto pesquero y deportivo), con su barrio de pescadores de trama urbana medieval. Del pasado arquitectónico de Ferrol me emocionó su Casa del Patín y el antiguo Hospital de la Marina (hoy campus universitario). Atención también al castillo de San Felipe, construido con granito (siglo xviii). También hay por allí murallas, un museo naval y capillas como la de las Angustias, la de los Dolores y la del Socorro, y la iglesia de la Orden Tercera. Finalmente me acerqué al suntuoso barrio de la Magdalena, proyectado y edificado en el siglo xviii. Hay más que ver por Ferrol, pero queda en vuestras manos el descubrirlo. Yo, después de mi visita por los lugares citados, subí mi bicicleta al tren y me desplacé hasta La Coruña. En la ciudad de La Coruña dediqué un tiempo admirado a pasear con la bici la maravillosa playa urbana de Riazor, una verdadera joya para la ciudadanía. Y siguiendo la línea de costa me acerqué, un
Entre el paisanaje, camino del faro de Touriñán
Jugando con el viento en Muxía
soleado día de noviembre, hasta la Torre de Hércules (Patrimonio de la Humanidad desde el año 2009), de la cual se dice que es el faro romano más antiguo del mundo. Edificada originariamente en el siglo ii, muestra actualmente un revestimiento del siglo xviii. Después de subir a la torre me acerqué a un próximo parque escultórico que transmite mucha serenidad. Pero hay más en La Coruña. Yo no abandoné la ciudad hasta que no visité las murallas de la ciudad vieja, el palacio municipal y la plaza de María Pita. También hay en la ciudad cerca de veinte museos que debéis descubrir de manera sosegada si decidís daros un tiempo de estancia en esta bella ciudad de la Coruña. Desde La Coruña tomé un bus junto a mi bici para dirigirme hasta la parroquia de Malpica de Bergantiños. Me supo mal dejar de lado la descomunal y salvaje playa de Baldaio, la cual os invito a visitar si disponéis de tiempo. De Malpica a Fisterra, a lo largo de la conocida como Costa da Morte, viví algunas de las experiencias más bellas, emocionantes y, a la vez, más venturosas por estas tierras gallegas litorales. Carreteras estrechas, escaso tráfico (sobre todo fuera de épocas vacacionales), puestas de sol hipnóticas, playas solitarias, faros en cabos vertiginosos, viento, lluvia, soledad… Dedicad tiempo a este tramo de ruta, seguro que llenaréis las alforjas de momentos emocionantes como pocas veces habréis vivido montados en una bicicleta. En mi modesta opinión los lugares que merecen ser visitados con más calma deben ser los faros y cabos de San Adrián, Roncudo, Laxe, Vila (todavía se me saltan las lágrimas de emoción cuando recuerdo la llegada hasta sus pies con viento en contra y la puesta de sol que nos regaló la naturaleza a mí y a mi amiga Alicia, una hija de Bocai-
rent que nunca había conocido temporales como el que se nos vino encima), punta de Barca, Touriñán y Fisterra. Mención aparte merece el icono religioso costero por excelencia de las rías gallegas; me refiero al santuario de la Virxe da Barca, en la parroquia de Muxía (famosa por el vertido del Prestige de hace unos años). Intentad visitar el lugar una jornada no festiva ni vacacional, ya que la soledad y el rugido de las olas permiten vivir momentos iniciáticos desde la fachada del santuario y sobre las rocas de granito que la separan del oleaje en una sucesión pétrea caprichosa que ni el más ingenioso de los escultores hubiera podido nunca inventar. De visita imprescindible al menos una vez en la vida. Y entre Malpica y Fisterra, también hay que dedicar un tiempo poético a pasear sus playas (en bici y en el momento de las mareas bajas). De entre todas ellas, atención a la armonía de arenales como los de Laxe, Traba (con su laguna interior) y Rostro. Y de las rías que parten la costa como pequeños fiordos, atención a las de Corme y Laxe y la de Camariñas. Y todo ello sin olvidar la visita al cabo y faro de Touriñán, ya que además de las magníficas panorámicas marinas, parece que es el punto más occidental de todo el Estado. ¡Todos creyendo que era el cabo Fisterra y, mira por dónde, es el cabo Touriñán! Al menos eso indica una placa de granito al lado del edificio del faro. Y llegué a Fisterra, el segundo gran icono y paraje mítico de esta ruta inolvidable. Me dirigí inmediatamente hasta los pies de su faro sobre las rocas del cabo de Fisterra. Cuando llegué hasta allí con mi bici me engulló la magia del paraje, todo él, mar adentro, en el fin de la tierra conocida por los romanos. Me dejé acariciar sin prisas esa tarde por una de las puestas de sol de mayor belleza y poder simbólico de la Península. Es este un verdadero espectáculo de colores que 19
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Faro de Corrubedo
Laguna de Muro
bailan sobre el mar mientras tú puedes pedalear de manera silenciosa hasta el ocaso. Me acompañaron en esta ocasión mis amigos Joan, Pere, Albert, Josep, Inma, José Enrique, valencianos todos ellos que no cesaban de exclamar palabras de emoción mientras sus miradas se humedecían ante tanta belleza. Después de Finisterre no hay que dejar de lado las parroquias de Corcubión y Cee, y entre ellas la visita al faro y cabo de esta última. Pedaleé más adelante bordeando la ensenada de Ézaro, un paisaje de costa recortada que me dejó boquiabierto. Desde allí y al poco rato alcancé la parroquia de O Pindo, cuyo puerto abierto al Atlántico y recortado sobre las paredes del monte del mismo nombre confiere al lugar una belleza inusual. Entre Cee y Carnota se dejan ver infinidad de intimistas playas, pero es la de Carnota la más espectacular y emocionante, sobre todo en invierno y poblada por las soledades de los días más cortos del año. La playa de Carnota se me mostró más bella de lo que había imaginado, después de salvar las dunas naturales fijadas por la vegetación. Aparqué mi bicicleta y, remontada la última duna, de pronto apareció delante de mí una inmensa playa, toda ella de arenas blancas, solitaria y salvaje. El fuerte viento que me acompañó lanzaba la arena sobre mí como si un animal salvaje fuera, pero la tarde se cerró con una puesta de sol realzada por el vigor del dios Eolo. Fue el regalo de la naturaleza a mi esfuerzo por llegar hasta allí sin temor a la fuerza desatada del viento. Llegado a la villa de Carnota tuve ocasión de acercarme hasta el hórreo que dicen que es el de mayor longitud de Galicia. No sé si lo es, pero sus dimensiones y estructura arquitectónica me emocionaron.
Poco después de Carnota, un camino a mi derecha llevaba hasta la Punta dos Remedios, de vertiginosos acantilados, los cuales regalan panorámicas majestuosas. Más adelante, una desviación a la derecha me llevó hasta Punta de Louro y su faro, además de permitirme admirar su bella laguna. El trayecto de unos 2 km discurre entre el pico de Louro (227 m) y un bellísimo terreno escarpado rocoso. El esfuerzo mereció la pena, ya que me fue regalada una amplia vista panorámica del conjunto conformado por la ría de Muros e Noia. Paseando estas dos parroquias, me maravillaron los palacios y mansiones señoriales que atestiguan con su contundente presencia la protección real que recibieron en la Edad Media, y la vitalidad que dio a ambos pueblos la actividad de sus puertos, que permitió a los señores feudales edificar estas soberbias obras arquitectónicas. De visita imprescindible. Entre Noia y Santa Uxía, mi viaje me llevó por la costa sur de la ría de Muros e Noia. A mi izquierda se dibujó la sierra del Barbanza con su cima culminante de 691 metros de altitud. Todo este trayecto me permitió descubrir incontables e intimistas playas, algunas de ellas con su laguna interior salvada por un cordón de dunas majestuosas, tal es el caso de la laguna de Muro. Más adelante me emocionó la vista del cabo y faro de Corrubedo, el cual cierra el arco, junto a la punta de Corbeiro, de uno de los arenales más largos y bellos de Galicia, al sur del cual las amplias dunas protegen la laguna de Muro, un pequeño paraíso para la avifauna que merece ser visitado. Me dirigí poco después hacia el río Ulla, que desemboca en la ría de Arosa, por los pies de la sierra del Barbanza, donde comencé a maravillarme con el bello paseo que me ofreció la ribera del río. Si-
Saboreando el pulpo en Padrón
Puesta de sol en la punta de San Vicenzo
guiendo su sinuoso curso alcancé Padrón, donde me dejé llevar por las emociones que transmite la casa-museo de Rosalía de Castro. A la salida del museo me acerqué a algunos de los bares de la villa para degustar los típicos pimientos de Padrón, que como bien se dice, unos pican, otros no. A partir de esta singular población y continuando por las riberas del río Ulla me dirigí al encuentro de las aguas del océano, a lo largo de la ría de Arousa. Me causó tristeza la urbanización y masificación turística de esta bella ría gallega. Me acerque hasta Padrón. Era domingo y había mercado ambulante, junto al cual hay unas carpas donde se instalan algunas de las mejores pulperías de la zona. Allí degusté un pulpo excelente a un precio increíble. Así que si llegáis por Padrón un domingo, ya sabéis. Poco antes de llegar a Villagarcía, merece una parada la parroquia pesquera de O Carril, la cual, como otras tantas, tiene un mirador sobre el mar desde donde puede observarse el ir y venir de las barcas amarradas en la marea baja y alta. Un espectáculo único. La llegada a Villagarcía de Arousa es un verdadero regalo para los sentidos. El conjunto de la villa se me muestra muy armonioso, merced a que en su interior se localizan relevantes pazos como el de Rial, sin duda uno de los más bellos y contundentes de Galicia. Desde Villagarcía de Arousa me dirigí por la costa hasta la península de O Grove. En su punta de San Vicenzo viví una tarde de otoño uno de los atardeceres más bellos que recuerdo, merced en gran parte a la originalidad y estética de una costa convertida en un rompecabezas de piedras de granito que conforman un decorado irreal. Cuando los últimos rayos de sol iluminaron estas rocas en la marea baja, pude observar cómo los ojos de mis amigos Joan,
Julio, Laura y Ana se humedecían ante tanta belleza. Mientras, las olas rompían sobre las esculturas naturales, conformando fuentes y riachuelos de aguas espumosas que nos mantuvieron secuestrados hasta que las estrellas se dibujaron sobre el océano y alrededor de la isla de Sálvora, una de las que conforman el Parque Nacional de las Islas Atlánticas de Galicia. Fue un espectáculo natural de los que dejan poso en las alforjas del viajero cicloturista. Desde la península de O Grove, bordeé la ría de Pontevedra por todo un continuo de playas, de las cuales me quedo con la de Laño. Es este un tramo de la ruta con excesiva urbanización litoral. El final de mi viaje en Pontevedra tuvo sorpresa en forma de una ciudad cuyo casco histórico ha sido totalmente peatonalizado. El paseo que me regalé por la noche con mis amistades viajeras fue un verdadero lujo. Por momentos no podía dar crédito a lo que veían mis ojos acostumbrados a una València donde los coches circulan a más de 70 km/h por el centro de la ciudad antigua. Las calles, a rebosar de bares y restaurantes; pequeñas y coquetas plazas libres de coches que ofrecen un marco maravilloso para los paseos más o menos enamoradizos. La ausencia de coches resalta con fuerza y mayor estética si cabe la belleza arquitectónica de esta ciudad gallega. La Pontevedra actual es un lugar humanizado y digno de llamarse ciudad, donde los niños son los grandes protagonistas. Dedicad un tiempo a descubrirla sin prisas. Si lo hacéis así podréis admirar su bello patrimonio arquitectónico, donde destacan la Real Basílica de Santa María, la iglesia de Santo Domingo y la de San Bartolomé, además de edificios como el pazo de Mugartegui, la Casa das Campás o el parador Casa do Barón. 21
Época recomendada
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Se puede pedalear en cualquier época del año. Los únicos condicionantes reales quizá sean la duración de la luz diurna, la desnudez de los bosques caducifolios o el frío intenso de los meses centrales del invierno. Como contrapartida, el calor en algunos días de verano puede ser tan asfixiante como en tierras andaluzas. Finales de la estación primaveral o la llegada del otoño son las épocas más aconsejables, por tópico que parezca, aunque
el pedaleo espectacular y venturoso por la auténtica Galicia solo se puede disfrutar en los meses invernales. Vosotros mismos.
Clima Este es uno de los climas más variados e imprevisibles de la Península. Las borrascas atlánticas, cargadas de humedad, golpean con sus fuertes vientos y lluvias todo el litoral gallego (son menos usuales en verano). En días de temporal el pedaleo es difícil
y más valdría refugiarse en cualquier hotel o albergue de los pequeños pueblos costeros. Los inviernos no son especialmente fríos por la influencia del océano Atlántico, mientras que los veranos pueden «deleitaros» con temperaturas extremadamente altas y ambiente sofocante. Es importante remarcar que los días de lluvia son abundantes (más de 1.500 mm de media anual). Imprescindible el chubasquero.
Nuestra ruta en el siglo xxi: Más segura y entre más bellos paisajes Comoquiera que la ruta que os planteo en esta cuarta edición es prácticamente nueva en su trazado, he diseñado su recorrido por carreteras de escaso tráfico locales o comarcales. No obstante, como esta nueva propuesta es más ambiciosa y pretende recorrer casi todas las rías gallegas (entre Ortigueira y Pontevedra) por el litoral estricto, para salvar los tramos
Kilómetros aproximados: 400 km Días recomendados: entre 12 y 15 Uso de bicicleta de montaña: no es necesario
Las rías gallegas entre Ortigueira y Pontevedra. El «Fin del Mundo» más conflictivos de tráfico yo opté por tomar el tren entre Ferrol y La Coruña. Algo parecido podéis hacer vosotros en los tramos en que consideréis que el tráfico os resulta insoportable. Los tramos más problemáticos de esta ruta que he elegido finalmente son los siguientes: - Entre Cedeira y Atios, muy al inicio de la ruta. - Entre Cee i Noia. - Entre Noia y Santa Uxía de Ribeira.
- Entre Villagarcía de Arousa y Pontevedra. De cualquier manera, en todos estos tramos hay paseos litorales más amables para el pedaleo, así como las tramas urbanas de las ciudades y parroquias litorales; tal es el caso entre Santa Uxía de Ribeira y Villagarcía de Arousa. Dicho esto, mientras pedaleaba este pasado otoño de 2015 a lo largo de esta ruta, pensaba en lo fascinante que podría resultar un itinerario ciclo-
turista de alforjas como el que predica esta obra a lo largo de toda la costa gallega. Todo él debidamente señalizado y sirviéndose de las pequeñas carreteras locales y de carriles bici segregados en los tramos más conflictivos citados con anterioridad. El éxito estaría asegurado.
Mapas y planos para no perderse por esos caminos de Dios: Michelin. Escala 1:150.000, hoja 141. IGN. Escala 1:50.000, hojas 1, 2, 6, 7, 20, 21, 43, 44, 45, 67, 68, 92, 93, 119, 151, 152, 184 y 185.
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Río Ebro cerca de Miravet
L
a sierra de Prades y los Ports de Beseit forman parte de lo que se conoce como Cordilleras Costeras catalanas. Geológicamente hablando se trata de materiales de la era Secundaria que se plegaron y alzaron al mismo tiempo que los Alpes y los Pirineos. Entre estos materiales, se supone que aprovechando una falla geológica, el río Ebro se ha ido abriendo camino en dirección al Mediterráneo, separando en dos esbeltos macizos la vieja cordillera.
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Estos factores geológicos también dividen nuestra ruta en dos partes claramente diferenciadas. La primera transcurre al norte del Ebro por las sierras de Prades y La Mussara (comarca del Priorat), que aunque aparecen en general y en apariencia desprovistas de vegetación, guardan pequeñas joyas arbóreas en su interior, como el rincón de encinares y robledales del monasterio de Poblet. La gran cantidad de ermitas, santuarios y monasterios que jalonan la ruta es testimonio del sentimiento religioso de
Vila vermella de Prades, no planys la vista ni els pins. Tens les aigües regalades i pendents tots els camins. Ramon Muntanyola
Sierra de Prades, el Priorat, Ports de Beseit y el Baix Maestrat A Boro, Mar, Nines, Lluis, Frans, Andrea, Cristina, Vicent, Geroni, Eva, Josep Folguera, Sales, Soles, Carlos, Joan, Pepa, Toni, Josep Codonyer, Carlos, Laura, Anna, Maria Jesús… y muchos y muchas más
la zona y de la gran importancia que tuvieron antaño las órdenes religiosas sobre la vida económica y social de estas comarcas. Actualmente una fuerte despoblación es la tónica general de estas tierras, donde el peso de la historia y la arquitectura popular rivalizan en atractivo con la naturaleza. La segunda parte, al sur del gran río, discurre por montañas de enérgicas formas y valles estrechos y encajados. Por su magnitud, recuerdan los valles y sierras del Prepirineo y algunos relieves esbeltos de la cordillera Ibérica. Entre
los farallones de estas sierras corre veloz la cabra montés. Y fue por allí donde mi sorprendido pedaleo, entre una bien poblada masa forestal de pinos, alcanzó su clímax con el hayedo más meridional de la Península en el corazón de los célebres Ports de Beseit. Como broche final, enfilé el manillar hacia los pequeños pueblos del norte del Maestrat, una guinda perfecta para un trayecto duro, pero de gran belleza y valor paisajístico y cultural. 25
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Es tal la belleza y magia del rincón donde se localiza el Faig Pare que la mirada queda hipnotizada por unos instantes que pueden llevarte hasta la inconsciencia. Y allí, delante del impresionante y salvaje árbol, he llevado a mis amistades en repetidas visitas para dejar pasar el tiempo con los sentidos abandonados y las piernas inmovilizadas. El paraje donde se localiza este árbol mítico invita a la meditación más profunda. A la mirada interior. A sanar parte del alma tan solo con un respetuoso silencio que agradecerán otros viajeros con los que coincidamos.
La gente del lugar me habla de los olivos milenarios del municipio. Mediante una ruta señalizada me acerco hasta algunos de ellos. Algunos compañeros de viaje y yo nos despojamos de nuestras ropas para captar la energía de estas joyas botánicas. Fueron momentos muy emotivos y bellos, ya que la estética de la piel rugosa de la corteza de los olivos contrastó bellamente con nuestra suave piel de ciudadanos urbanos. Inolvidable.
La localización de la villa de Siurana de Prades sobre un pequeño cerro se asemeja a un nido de águilas, ya que desde sus calles exteriores y su iglesia se puede disfrutar de panorámicas excepcionales. El pequeño pueblo de Siurana (donde tan solo viven unas veinte personas todo el año) es uno de esos lugares de visita imprescindible porque su belleza emociona profundamente.
Lo que quedaba de tierras de esta comarca del Priorat hasta el pueblo de Garcia me llevó a través de un bellísimo trayecto con un sinfín de subidas y bajadas. Era como un tobogán entre suaves colinas y valles salpicados de viñedos, olivos y encinas, donde la simbiosis entre las cepas de las viñas y el paisaje resulta de una belleza emocionante, y conforma un elegante y armonioso paisaje que dejó embrujadas mis pupilas hasta llegar al río Ebro.
El monasterio de Poblet
Vivencias y emociones Inicié mi viaje en L’Espluga de Francolí, donde visité la Plaça Major y su centro histórico, cuyo interesante Museu de la Vida Rural me sorprendió. De lo mejorcito que conozco sobre el tema. Poco después dejé la villa por el armonioso y agradable camino de la Masia d’en Simó, entre viñedos, olivos, avellanos y zonas de elegantes encinares que conforman un plácido paisaje rural, el cual me llevó extasiado hasta las mismas puertas del monasterio de Poblet. Este centro religioso medieval se encuentra hoy localizado en el interior del Paraje Natural de Interés Nacional de Poblet. Es este el monasterio cisterciense más importante de la Corona de Aragón. Fundado en 1153 por Ramón Berenguer, conde de Barcelona, muestra elegantes y bellas dependencias: claustro, iglesia, sala capitular, refectorio, dormitorio y palacio real, palacio del Abad, bibliotecas, bodegas... Una ciudad en miniatura rodeada, aún hoy, por una muralla de dos kilómetros de longitud. De visita imprescindible, ya que impresiona adentrarse en este recinto histórico y religioso. Aparqué la bici en el exterior y visité emocionado cada rincón de este monasterio de Santa María de Poblet, donde pude comprobar en directo por qué se habla de él como la joya del arte medieval cisterciense catalán. En su interior me sobrecoge la tumba de los reyes-condes de la antigua Corona de Aragón y Catalunya, entre ellos Jaume I. La visita al monasterio de Poblet le dio una atmósfera de recogimiento y belleza de reminiscencias históricas a esta parte de la ruta. Una pena que resulte algo caro el tique de entrada. Después del monasterio, mi pedaleo me llevó por el interior y los alrededores del Paraje Natural de Poblet, el cual se extiende sobre una superficie aproximada de 3.000 hectáreas. Dejé Poblet por el hoy recuperado camino viejo de Prades, entre filas elegantes de olivos jóvenes 28
y campos de viñas interminables, al final del cual se localiza la masía y castillo de Riudabella. Impresiona este conjunto rural edificado como masía defensiva, hoy propiedad de la marca Codorniu. Desde Riudabella inicié una subida continuada, a lo largo de la cual me deslumbró la riqueza forestal de este paraje donde se entremezclan encinas, alcornoques, pinos y robles (carrasqueño, pubescente y melojo). El boscoso collado de Prades, a 1.060 m de altitud, es un buen punto para la contemplación de la diversidad orográfica de la comarca (la llamada Conca de Barberà). Es este un espacio natural protegido donde se localiza, como una joya botánica, la única comunidad de roble recascabillo de Catalunya. Prades me pareció toda ella un museo arquitectónico. Hay que dejar descansar las bicis un tiempo para poder acercarse con detalle a su rico patrimonio, del que son una buena muestra su plaza porticada y su iglesia parroquial de Santa Maria. El paseo por la noche en verano entre sus calles y pórticos es todo un lujo. Pasé la noche en el pequeño hotel La Botiga, localizado en la misma Plaça Major, donde Maria Rosa nos colmó de sabrosas viandas en la cena y el desayuno. Desde Prades tomé un camino rural que me llevó por el interior de la sierra de La Gritella, hasta Siurana de Prades. Todo el trayecto me transmitió emociones contenidas merced a las soledades que acompañan a esta pista forestal de montaña que se sumerge entre un denso bosque de carrascas y pinos, y tan solo de vez en cuando me abrió amplias y agradecidas panorámicas sobre el barranco de L’Argentera y las villas de Albarca y Ulldemolins. Pero la gran sorpresa del final de este camino de tierra, que corre entre riscos y exuberante vegetación, fue la aparición casi repentina de la villa de Siurana de Prades. Su localización sobre un pequeño cerro se asemeja a un nido de águilas, ya que desde sus calles exteriores y su iglesia
Entre Prades y Siurana
se puede disfrutar de panorámicas excepcionales. El paseo por la villa me llevó extasiado hasta su iglesia de Santa Maria, un edificio de época románica muy bien conservado (ss. xii y xiii), así como hasta los restos del castillo árabe. Uno de los mejores miradores es el conocido como Salto de la Reina Mora. El pequeño pueblo de Siurana (donde tan solo viven unas veinte personas todo el año) es uno de esos lugares de visita imprescindible porque su belleza es inigualable. En mi ruta de las tres ediciones anteriores, se recorría el trayecto entre Prades y Escaladei a lo largo de las villas de La Febró, La Mussara, Los Castillejos, Arbolí y Poboleda. Quien quiera optar por esta anterior propuesta puede hacerlo. Yo me encontré con diferentes subidas y bajadas que me llevaron entre los vallecillos y collados de las sierras de La Gritella, L’Embestida y La Mussara, todas las cuales corren en paralelo a la costa. En esta última sierra se localiza la pedanía de La Mussara, donde me dejó admirado la amplia panorámica que se abre sobre el litoral mediterráneo. Llegué lleno de energía y emociones a la villa de Arbolí. Allí tomé un camino que transcurre por las riberas del río del mismo nombre que lleva hasta su unión con el río Siurana. La belleza del paisaje me impresionó merced, en gran parte, a lo bien conservada que se encuentra su vegetación de ribera. Desde Siurana bajé por la vertiginosa carretera que lleva hasta Cornudella del Montsant, desde donde me dirigí hasta Gratallops pasando por las villas de La Morera de Montsant y Escaladei, con su bello emplazamiento y armoniosa arquitectura. A tan solo un kilómetro de distancia pude visitar la cartuja de Escaladei, la cual se encontraba en ruinas en mi primer viaje allá por el año 1983. Hoy se encuentran remozadas las ruinas y se pueden visitar con guía. Desde la cartuja disfruté de una armoniosa panorámica de la sierra
La Plaça Major de Prades
de Montsant. Recomiendo dejar la bici aparcada, ya que este es un buen punto de partida para realizar paseos a pie por los alrededores, los cuales permiten descubrir los secretos más íntimos del Parque Natural de Montsant. Este paraje protegido desde el año 2002, que se extiende a lo largo y ancho de más de 9.000 ha, preserva así sus valores geológicos, biológicos, paisajísticos y culturales. La cima de la Roca Corbatera, de 1.163 metros, es la máxima altitud del parque natural. Con mi paseo por el interior del parque pude descubrir la belleza de su vegetación con predominio de las encinas y el carrascal en la mayor parte del parque, así como la robleda seca de roble de hoja pequeña, que aparece en las partes más húmedas y en los niveles superiores de la sierra. No os lo perdáis. El pedaleo que me quedaba ese día me permitió descubrir y disfrutar con las bellas localizaciones de la Vilavella Alta y la Vilavella Baixa; muy especialmente me emocionó esta última, toda ella armoniosamente edificada sobre un cerro entre dos ríos. Sus fachadas de varias alturas e infinitas ventanas me recordaban edificaciones de raíces árabes como las de Bocairent (València). Más tarde, y entre dos luces, llegué a Gratallops, donde pernocté en un pequeño hostal regentado por personas de una cooperativa. Lo que restaba de tierras de esta comarca del Priorat hasta el pueblo de García en las riberas del río Ebro me llevó a través de un bellísimo trayecto con un sinfín de subidas y bajadas. Era como un tobogán entre suaves colinas y valles salpicados de viñedos, olivos y encinas. Todo me recordaba en muchos parajes la Toscana italiana; un elegante y armonioso paisaje, pero un auténtico «rompepiernas» según el argot ciclista. En El Lloar me detuve y me acerqué a su agradable mirador del Priorat, con sus bancos de madera y una agradable pérgola vegetal. Las primeras luces del día se iluminaron entre la niebla con 29
El Mirador del Priorat en El Lloar
suaves rayos de un sol invernal tímido y acogedor a la vez. De belleza silenciosa e intimista. No os lo perdáis. Llegado a Móra d’Ebre, mi lento pedaleo me llevó, a través de las villas de Benisanet, Miravet y El Pinell de Brai, hasta Benifallet; dos veces crucé el poderoso río Ebro, todo él protegido por una exuberante vegetación de ribera a la cual rodean en forma de decorado casi natural los meandros trabajados con pintorescas y productivas huertas. Entre Benifallet y Tortosa mi viaje me llevó a bordear el río Ebro, estrangulado entre las sierras de Cardó, de Algars y de L’Espina: las aguas del Ebro se retuercen entre angosturas, creando continuos meandros que conservan en sus márgenes un sorprendente y rico bosque de ribera. El trayecto, con constantes subidas y bajadas, me ofreció bellas panorámicas sobre las aguas del gran río en diferentes puntos. Con la llegada a Tortosa me encontré en el lugar más cercano, si se desea visitar, al Parque Natural del Delta del Ebro. Aunque fuera de la ruta, el interés del lugar (segunda zona húmeda en importancia de la Península después de Doñana) acrecienta la curiosidad de conocer este remanso de vida que penetra en el mar. El trayecto es de ida y vuelta y merece la pena. En Tortosa me acerqué hasta el casco antiguo, donde visité su catedral, el palacio episcopal y bellísimos edificios góticos, que, junto con el castillo árabe de la Zuda de Tortosa, son buenas muestras de la riqueza arquitectónica de la capital del Baix Ebre. Pero hay más por descubrir. Dedicad un tiempo antes de ascender en dirección a los Ports de Beseit y pasaos también por su singular parque modernista de Teodor Gonzàlez. Desde Tortosa inicié la aproximación al acceso a la sierra de los Ports de Beseit. El camino llanea primero entre olivos, algarrobos, 30
Refugio de la Font Ferrera
naranjos. Pero poco después me encontré enfrente de una especie de muralla montañosa a la cual accedí mediante una continua, larga y durísima subida conocida como la cuesta del Caracol. Son 19 kilómetros de ascensión que culminan en el paso de Barcina a 1.050 m de altitud. Tanta dureza queda compensada con algunas de las panorámicas más espectaculares que puede ofrecer todo el conjunto de las montañas litorales mediterráneas, donde destaca (en días de cielos limpios del norte o del oeste) una visión idílica del cercano delta del Ebro. Para paladares exquisitos. Dos kilómetros después del paso de Barcina, alcancé la Colònia dels Ports. Desde allí, tomé una pista a la izquierda que me condujo, entre una esbelta y acogedora pineda, a la cumbre del monte Caro, que con sus potentes 1.445 m de altitud se muestra como una cima privilegiada, ya que es un mirador excepcional sobre la vecina desembocadura del Ebro. Dormí en el cercano refugio del Centre Excursionista de Catalunya, y por la mañana, con un cielo todavía estrellado, ascendí hasta la cima para disfrutar de uno de los amaneceres más bellos que pueda recordar a lo largo de mis viajes por España. El recorrido es de unos 10 km entre la ida y la vuelta que por su pendiente aconsejamos realizar a pie. Pero allá cada cual. A partir de la Colònia dels Ports, avanzando maravillado por esta pista forestal, llegué a la altura del barranco de Milles, donde recuperé fuerzas y un buen beber en la Font del Teix. Allí quedó aparcada mi bici junto con los amigos que me acompañaban, con tal de realizar un paseo a pie de ida y vuelta a lo largo del bellísimo río Matarranya. El trayecto por su interior me resultó espectacular, ya que las aguas han erosionado una ciclópea garganta de imponentes farallones. En sus cuatro primeros e idílicos kilómetros, descubrimos abundantes charcas y pozas de agua cristalina que se convirtieron en una continua
Pinares de Vallcanera
Por el interior del hayedo de la Font del Retaule
tentación al baño. La energía de este barranco de limpias aguas solo se puede apreciar bajando por él y convirtiendo la tentación al baño en un chapuzón, sea la época del año que sea. Nosotros nos bañamos en diciembre en sus aguas sanadoras, y aquí estamos todavía con todos vosotros. Esta venturosa pista de montaña me llevó hasta el paradisíaco paraje del refugio de la Font Ferrera, perteneciente al Centre Excursionista de Catalunya. El mejor rincón con techo para un merecido descanso donde me ofrecieron cena, ducha, litera y desayuno. Después de la Font Ferrera el trayecto me llevó a remontar hasta la cota 1.220. A partir de aquí y hasta la cola del embalse de Ulldecona, el camino forestal desciende, de manera vertiginosa en algunos tramos, hasta la cota 600 en un recorrido salvaje y sobrecogedor como pocos he vivido en ningún otro viaje. No en vano, en cualquier momento te puedes topar no solo con la cabra salvaje, sino también con el muflón encaramado sobre peñas y riscos vertiginosos, mientras que jabalíes, ardillas o comadrejas vagan por el fondo de los barrancos. Es también el mundo de los paisajes impresionantes y deslumbrantes, donde me fue regalado un medio físico conformado por paisajes de muelas, riscos, acantilados, agujeros, barrancos incontables, cuevas, grutas, fuentes, pozas de agua paradisíacas... Y todo decorado con árboles portentosos, zonas sombrías donde habitan hadas y duendes, donde vive todavía el haya y el viento decora paisajes sonoros de una belleza desgarradora. Probablemente no conozca el viajero toda la fachada de montañas peninsulares que miran al Mediterráneo, un paraje tan sugerente, espectacular y mágico como el que la naturaleza me ofreció alrededor del discurrir de las aguas del Barranc de la Fou. Adentraos por aquí sin prisas, de manera delicada y con los cinco sentidos predispuestos a vivir instantes de plenitudes.
Más adelante, una pista a la izquierda me permitió llegar hasta el Faig Pare. Me colé así en el corazón de la Reserva Natural de les Fagedes dels Ports. La reserva está preservada de cualquier uso que no sea el libre disfrutar sin ningún tipo de intervención que pueda derrochar la delicadeza de este hayedo excepcional. Este espacio protegido contempla la preservación integral de siete de las nueve subpoblaciones de bosquecillos de haya existentes en Els Ports. Las hayas, como árboles caducifolios que son, dibujan el paisaje en invierno con la desnudez de ramas y troncos, pintan de colores verdes la calima para el verano y conforman una sinfonía cromática para otoño de amarillos y ocres. Remontando el Barranc del Retaule pedaleé por el interior de la mancha de haya de más superficie de las siete protegidas (unas cincuenta ha en la región conocida con el nombre de la Font del Retaule), en cuyo corazón descubrí la monumental haya conocida en valenciano como Faig Pare. Con toda justicia esta haya descomunal se ha convertido en una reliquia y un símbolo de Els Ports. Para comprobarlo no hay más que acercarse hasta sus raíces desnudas que como una especie de tentáculos parece que quieren atraparte para siempre. Y allí quedé, inmóvil en medio de una escenografía natural única e irrepetible en todo el conjunto del Parc Natural dels Ports. Es tal la belleza y magia del rincón donde se localiza el Faig Pare que la mirada queda hipnotizada por unos instantes que podemos llevar hasta la inconsciencia. Y allí, delante del impresionante y salvaje árbol, he llevado a mis amistades en repetidas visitas para dejar pasar el tiempo con los sentidos abandonados y las piernas inmovilizadas. La región invita a la meditación más profunda. A la mirada interior. A sanar parte del alma tan solo con un respetuoso silencio que agradecerán otros viajeros con los que coincidimos. El Faig Pare lo 31
El Faig Pare
encontré en el fondo de un barranco muy sombrío que derrama aguas sobre el Barranc del Retaule, a unos 1.080 m de altitud. El Faig Pare se encuentra protegido como árbol monumental desde el año 1992. Viajero amante de la energía de los milagros vegetales como el Faig Pare, no pude con la tentación, un día de otoño de temperaturas más bien frescas, de abrazarme desnudo a las raíces ancladas en el suelo de este árbol sobrecogedor. Aquello fue como una comunión con la naturaleza de la que todavía hoy, años después, guardo memoria. El haya, más resguardada en las partes de umbría de esta cabecera del Barranc de la Fou, deja paso, camino de la Font del Retaule, a las masas forestales de pino y pino rojo. Por allí descubrí la Font del Retaule, con su bebedero que se ha servido de un tronco vaciado que crea un bebedero medieval. Desde la Font del Retaule solo quedan unos 300 metros de agradable caminar para disfrutar de la presencia del Pi Gros. El pino gordo de Vallcaneres o de El Retaule, como lo llama la gente de Els Ports; un árbol que deja verdaderamente prendado al viajero. Dicen si no será el pino más grande de Catalunya y, posiblemente, de España. ¿Cómo saberlo? Lo cierto es que mide 4,60 m de bóveda de cañón y casi dos metros de diámetro, y bordea los 35 m de altura. Los botánicos estiman si no habrá sobrepasado con creces los 700 años. El Pi Gros, al igual que el Faig Pare, fue declarado monumental en 1992. Desde las raíces inalcanzables del Faig Pare y la cepa perturbadora del Pi Gros, bajé en dirección al embalse de Ulldecona mediante una pista de montaña que bordea el Barranc de la Fou. Me acariciaron las mejillas soberbias moles rocosas como la del Mangraner, lomas como El Negret, torrentes de vegetación abundante y farallones inaccesibles como el del Salto, riscos y abrigos impensables como las del Portell de l’Infern. Y la mirada quedará secuestrada por los colores de los arces, avellanos, olmos, tilos y álamos, que decoran con agradecidas coloraciones las primaveras de verano y de invierno. Una comarca, esta, digna toda ella de una visita sosega32
Olivos por los alrededores de Canet
da que permita detenerse cada vez que los sentidos te piden tiempo para saborear tanta belleza. Después del embalse de Ulldecona, un desfiladero respetable recoge estas últimas comarcas de Els Ports. Más adelante, y siguiendo el curso del río de La Sénia, se dejan ver intimistas charcos de agua aptos para el baño y una bien conservada vegetación de ribera. Y cómo no, diferentes molinos hidráulicos como el del Abad y el del Martinet. Al borde de este último encontraremos la poza de la Canaleta, bien conocido por los vecinos de los pueblos cercanos, con un restaurante de localización privilegiada. Al dejar atrás las estrecheces que encajaban el río de La Sénia, se abre el paisaje, y una amplia panorámica comenzó a dibujarme a lo lejos los ruidos del mar Mediterráneo. Un amplio espacio territorial muestra una suave pendiente que conecta las montañas de Els Ports con el litoral. Sobre estos terrenos de transición en gran parte cuaternarios, la carrasca va dejando paso a los cultivos de olivos, las cuales han sido uno de los cultivos tradicionales que nos han dejado en herencia ejemplares milenarios a los que me abracé desnudo junto a mis amistades más íntimas. Y por viejos y armoniosos caminos rurales pintados de olivos, almendros, encinas y algarrobos, me encaminé en dirección a Rosell, pueblo de aguas buenas y pausado vivir, todo él encarado al Levante. Cada cultura histórica dejó su huella, que hoy se puede seguir en norias, pozos, caminos, masías. En la utilización de la piedra, en las formas de cultivo de la tierra. Y, cómo no, con los edificios más simbólicos de la villa (iglesia parroquial de los Santos Juanes, s. xviii). Y con la mirada peiné la geografía descubriendo un mar de vegetación donde se mezclan encinas, olivos, almendros y algarrobos, conformando una sábana vegetal de una armonía sobrecogedora. Los paisajes naturales, más o menos antropizados, del término de Rosell muestran a nuestro alrededor y con su vegetación y fauna la transición entre tierras de rigores montañosos y las llanuras más benignas climáticamente.
Campos de olivos por los alrededores de Traiguera
Reial Santuari de la Mare de Déu de la Font de Traiguera
Un camino rural me llevó camino de la villa de Canet, un continuo tobogán que hace cambiar constantemente las panorámicas y las perspectivas estéticas de este paisaje rural dominado por el cultivo del olivo. Algunos de los parajes rurales que fui descubriendo deberían estar protegidos como parque cultural, ya que de la necesidad de tener campos de cultivo libres de la piedra caliza, se deriva hoy una escenografía única e irrepetible, con márgenes y paredes de piedra seca en todas partes, que no solo enmarcan propiedades, sino que también lo hacen con las hiladas de olivos y almendros. El resultado es un paisaje agrario de una estética abrumadora como nunca creería encontrar el viajero en tierras tan cercanas al litoral. Y la piedra que tan molesta resulta para labrar el campo y tan poco productiva resulta para las cosechas se convierte en arte de la mano de unos agricultores que son artistas y constructores de paisajes que dan serenidad al alma de los viajeros. Y entre una especie de jardines zen de piedras bien ordenadas y árboles mediterráneos cautivadores, llegué a la ciudad de Canet lo Roig, donde visité la iglesia de San Miguel, en la cual sorprende su conformación y estructura de templo religioso y fortaleza defensiva, con sus matacanes en lo alto de la fachada o el paseo de ronda. Atención a las bellísimas puertas de acceso, una gótica y otra renacentista, que ennoblecen las calles de la villa. También merece la visita el palacio de los Curas, al parecer edificado en el s. xviii. La gente del lugar me habla de los olivos milenarios del municipio. Mediante una ruta señalizada me acerco hasta algunos de ellos. Algunos compañeros de viaje y yo nos despojamos de nuestras ropas para captar la energía de estas joyas botánicas. Fueron momentos muy emotivos y bellos, ya que la estética de la piel rugosa de la corteza de los olivos contrastó bellamente con nuestra suave piel de ciudadanos urbanos. Inolvidable. En Traiguera, me acerqué al lugar por donde discurría en tiempos romanos la Vía Augusta. El hecho de ser camino de paso histórico marcó su devenir como villa más cosmopolita que las vecinas Canet o Sant Jordi. Además, la Virgen se apareció (como casi siempre a
Playa de Vinaròs
unos pastores, que eran en el pasado los que más viajaban por el término), y edificaron el actual monasterio real de la Mare de Déu de la Salut. Por allí pasaron reyes y papas y fue, incluso, sede parlamentaria y real de cortes. Y eso, de algún modo, da estatus. Edificios góticos y renacentistas del casco antiguo son una relevante expresión de la importancia histórica de Traiguera. Al norte de la ciudad (por donde accedí a la villa), maravilla la Font de Sant Vicent de 1616. La capilla dedicada a san Vicente recuerda el paso del santo por la ciudad, en 1413. Desde Traiguera la ruta me llevó hasta el Reial Santuari de la Mare de Déu de la Font. Él nos habla de la presencia en Traiguera de las órdenes de Montesa y los Hospitalarios. Declarado bien de interés cultural (BIC) con la categoría de monumento histórico-artístico en 2007, tiene su origen en el siglo xiv y es uno de los más destacados de la provincia de Castelló. Desde Traiguera y por amables caminos rurales, alcancé la ciudad de Vinaròs. Allí realicé una visita osada y observadora por el casco urbano que me llevó a la iglesia arciprestal de la Mare de Déu de l’Assumpció, monumento histórico nacional desde el año 1987, que llama la atención por ser edificio a la vez religioso y defensivo, con su Torre del Campanario de los ss. xvixvii. Pero hay más elementos patrimoniales que admirar en la ciudad, tales com la Casa de la Vila (s. xviii), la Casa del Consell (finales del s. xiv y principios del xv), la Casa Giner, el mercado municipal (1928), el Auditorio, la Casa Sendra, la plaza de toros de 1836... En Vinaròs, puerto y ciudad son las dos caras de la misma ciudad. Un espacio urbano acogedor donde no hay que olvidar dar una vuelta por su puerto y playas adyacentes, que en invierno ofrecen una imagen tranquila que invita al paseo sosegado. Entre las playas y calas (más de veinte) que conforman el litoral de Vinaròs, invitan especialmente al viajero las playas urbanas. Finalmente, me dirigí a la estación de ferrocarril de Vinaròs, porque lo sostenible es viajar en tren de vuelta hasta casa, sin el estrés de los desplazamientos de los coches privados. Buen viaje. 33
Kilómetros aproximados: 320 km Días recomendados: entre 10 y 15 Uso de bicicleta de montaña: imprescindible
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Época recomendada
Clima
Las épocas estacionales ideales son, por supuesto, la primavera y el otoño. En el crudo invierno, salvo temporal de levante o nevadas, el viaje tiene gran encanto, pues los paisajes de la ruta ofrecen su «otra cara». En cambio no recomendamos ni por asomo la época estival: el calor es asfixiante. No exagero ni un ápice.
El clima es de los denominados «templado de verano seco». El invierno es gélido en las cimas de las montañas −donde no es raro encontrar nieve en el corazón del invierno−, pero suave en los tramos del río Ebro y las otras zonas llanas. En cambio, en verano sucede lo contrario, aunque la altura modesta de estas sierras no llega a
suavizar los calores estivales más que por las noches. Las lluvias caen principalmente en primavera y otoño, y en la montaña la media anual se sitúa en los 750 mm, mientras que en el llano no sobrepasa los 500. Es decir, llueve poco y mal repartido, con importantes sequías en verano y lluvias fuertes en otoño.
Los vientos dominantes son de levante o del nordeste. Cuando soplan lo hacen con gran fuerza. En la cuesta del Caracol (subiendo desde Tortosa), si sopla la tramontana es mejor olvidarse de la bici.
Nuestra ruta en el siglo xxi: Más segura y entre más bellos paisajes
Mapas y planos para no perderse por esos caminos de Dios:
Atención a la carretera C-230 entre Garcia y Benifallet. Hoy es un corredor de gran tráfico de vehículos a motor. La alternativa a este tramo por carreteras más amables os debe llevar por Móra del Ebro a Benissanet, Miravet (atención a su castillo), El Pinell de Brai y Benifallet.
Michelin. Escala 1:150.000, hoja 148. IGN. Escala 1:50.000, hojas 417, 444, 445, 470, 471, 472, 496, 497, 521, 522, 546 y 571.
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