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Batallas históricas Tenochtitlan: el fin de una civilización
DEL AULA
Batallas históricas
TENOCHTITLAN: EL FIN DE UNA CIVILIZACIÓN
Andrés Ortiz Garay*
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Durante casi quinientos años, estudiosos, eruditos e
investigadores han tratado de explicar, desde diversos y contradictorios puntos de vista, cómo fue posible que el pequeño ejército español liderado por Cortés lograra asestar los demoledores golpes que derrumbaron al Imperio azteca. En este artículo, el autor revisa los aspectos militares que han formado parte de tales explicaciones.
si bien los españoles del siglo XVI, desde 1 2Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo 3hasta Gonzalo Fernández de Oviedo, Francis4co López de Gómara y otros, atribuyeron sus hazañas a la voluntad de Dios (desde luego el dios de los cristianos) y a una supuesta supe-
* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción
Cultural Madre Tierra, A. C. Para Correo del Maestro escribió la serie El fluir de la historia. 1 Las llamadas Cartas de relación, escritas por Cortés y dirigidas al emperador Carlos V, se han publicado innumerables veces desde 1522. En la segunda y la tercera de esas cartas, Cortés refiere las principales batallas de la Conquista. 2 Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, relato finalizado por su autor en 1575, pero cuya primera edición es de 1632. 3 Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano, cuya primera parte se imprimió por primera vez en 1535, pero que sólo se editó completa entre 1851 y 1855. 4 Historia general de Indias e Historia de la conquista de México (primera publicación en 1552). rioridad española en virtud, inteligencia y valentía, las verdaderas razones de su triunfo deben buscarse más bien en una serie de factores que involucran: el papel jugado por sus aliados indígenas; las consecuencias de los brotes epidémicos que afectaron a la población nativa; las divergencias culturales provocantes de cálculos estratégicos y tácticos muy diferentes en los dos bandos enfrentados; la existencia de un “aparato de inteligencia” que posibilitó a Cortés contar con información vital; y –cuestión sobresaliente para nuestro tema– un crucial antagonismo en 5las tradiciones militares de españoles y aztecas.
5 En este escrito alternaré libremente el uso de los apelativos españoles/castellanos y aztecas/mexicas; también usaré el término “la Conquista” o “la Conquista de México” para hacer referencia al proceso de la invasión militar del Imperio azteca y su capital, Tenochtitlan, aunque sabemos que eso sólo era una parte del actual México (y que la conquista de todo el actual territorio nacional tomó mucho más tiempo y revistió diversas características).
Extensión del Imperio azteca
Territorios dominados por los aztecas Territorios independientes del Imperio azteca
TARASCOS Tlacopan
Tenochtitlan Cuernavaca Teotihuacan
Texcoco TlaxcalaCHALCAS
YOPIS
Océano Pacífico Oaxaca
ZAPOTECAS Golfo de México
Tabasco
MAYAS
Correo del Maestro a partir de journals.openedition.org/alsic/362
GUATEMALA
En efecto, para los historiadores modernos, lo más asombroso de la conquista de México es que los temibles guerreros que dominaron gran XIII y XVIparte de Mesoamérica entre los siglos (construyendo una de las civilizaciones más brillantes entre las antiguas culturas sin escritura alfabética y sin metalurgia), habían desarrollado una tradición militar que imponía pasmosas restricciones a su capacidad bélica. Los ejércitos aztecas contaban con una muy buena organización logística y con suficientes capacidades tác6 que les permitían enfrentar con éxito a sus ticas
6 Por ejemplo, en sus campañas portaban víveres para ocho días y lograban recorrer entre 20 y 30 kilómetros al día (un gran récord para su tiempo y condiciones); cuando peleaban lo hacían en escuadrones comandados por un jefe reconocido, los llamados cuachpantli, que llevaban en la espalda los pamitl, vistosos estandartes de plumas sostenidos por un armazón de bambú. enemigos mesoamericanos en diferentes tipos de terreno. Sin embargo, sus limitaciones para llevar a cabo un tipo de combate que fuera verdaderamente letal para el enemigo en el campo d e b a t a l l a s e e v i d e n c i a ro n a l e n f re n t a r s e a l o s guerreros europeos, llegados del otro lado del mar. Éstos no sólo contaban con una tecnología armamentística en definitiva superior, sino que, sobre todo, peleaban de acuerdo con motivaciones técnicas y sicológicas que los situaban muy lejos de la guerra ritualizada que era distintiva de los indígenas americanos.
La batalla campal constituía el acto fundamental de la guerra azteca, y en ella se combatía cuerpo a cuerpo. Pero era una modalidad de combate que a nosotros nos resulta extraña por su carácter altamente ritualizado y la aceptación mutua de sus códigos tanto por parte de los aztecas como de sus enemigos […] su cometido era llegar al
cuerpo a cuerpo con el adversario y asestarle por debajo del escudo un golpe en las piernas que lo inutilizase (Keegan, 1995: 146).
De esta manera, aparte de asegurar su dominio sobre territorios y poblaciones, el objetivo principal de la guerra azteca era procurarse gran cantidad de cautivos, muchos de los cuales se destinarían al sacrificio en las ceremonias dedicadas a los implacables dioses del panteón mexica. Desde una perspectiva actual, la subsunción de las tácticas de combate a ese objetivo hace aberrante el modo azteca de guerrear, ya que no concuerda con lo que ahora se considera como tácticas y estrategias racionales. Algo que nos parece increíble es que las armas de mayor calidad de los mexicas estuvieran diseñadas para herir y fueran casi inútiles para matar si no era a costa de grandes esfuerzos y repetidos golpes.
La “batalla florida” es una institución no sólo propia de una sociedad muy refinada sino también muy segura de sí misma y que podía permitirse ritualizar la guerra porque ésta no constituía una a m e n a z a e n s u s f ro n t e r a s . E r a , a d e m á s , u n a s o ciedad inmensamente rica que podía permitirse el derroche de sacrificar cautivos a millares en lu- gar de dedicarlos al trabajo productivo o venderlos como esclavos (Keegan, 1995: 150).
Los sacrificios humanos a la manera y la escala de los mexicas resultan actos horripilantes e incomprensibles para quien no es partícipe del corpus mitológico y espiritual que los animaba. No obstante, había una complicidad 7 en las personas de los indios que eran devota sacrificados tras ser hechos prisioneros en las
7 Es posible que un factor provocante de esa devoción residiera en que las víctimas sacrificiales eran drogadas antes de conducirlas al matadero, pero, aparte de esta “facilitación”, es indudable que la colaboración del sacrificado en el sacrificio provenía de compartir un mismo imperativo religioso. guerras floridas, algo que, con seguridad, no su- cedía con los españoles apresados, quienes, presas de un terror inmanejable, eran subidos a rastras a los altares sacrificiales.
Ahora bien, esta caracterización de la guerra azteca no debe inducirnos a error: con la llegada de invasores extraños que combatían con otras armas y de manera mucho más mortífera, los aztecas tendrían que reformular sus estrat e g i a s y t á c t i c a s . Tr a s u n p e r i o d o i n i c i a l p a r a medir al inaudito enemigo, los líderes mexicas estuvieron cerca de alcanzar esa reformulación, pero varios factores se conjugarían para impedirles una cabal realización de sus ajustes.
El ejército mexica
L a e s t r u c t u r a d e l a s f u e r z a s m i l i t a re s a z t e c a s re f l e j a b a e l a l t o g r a d o d e j e r a rq u i z a c i ó n d e s u s o c i e d a d , c o n d i f e re n t e s c a t e g o r í a s y rangos. La categoría más baja se componía de auxiliares y porteadores (tamemes) encargados del transporte de pertrechos y suministros, así como de otras labores de apoyo logístico. Los yaoquizqueh eran los plebeyos que formaban el grueso de la tropa; la mayoría sólo contaba con entrenamiento básico, pero entre ellos destacaban quienes habían logrado capturar enemigos en encuentros anteriores (los llamados tlamani) o los que actuaban como una especie de suboficiales (telpochyahque). En la cúspide de la estructura estaba la casta de guerreros pertenecientes a la nobleza (pipiltzin), quienes integraban las conspicuas sociedades de los guerreros águila (cuauhpipiltin) y los guerreros jaguar (ocelopipiltin).
Dado que el imperio mexica estaba concentrado en dominar a otros pueblos de Mesoamérica, la instrucción militar era de la incumbencia de todos los hombres desde temprana edad. Conforme la hegemonía azteca se fue exten-
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“Modo de sacrificar sacando el coraçón y dando con él en el rostro del ydolo; era el común”, Códice Tovar, ca. 1585
diendo y crecieron las fuerzas militares, la guerra se convirtió para los plebeyos (macehuales) en un medio para ascender en la escala social, pues quienes se distinguían por sus hazañas en el combate y especialmente en la toma de cautivos para el sacrificio alcanzaban grandes honores y riqueza. Asimismo, la guerra posibilitó el crecimiento económico del imperio al aumentar el flujo de materias primas accesibles a la nobleza y el pueblo; por eso, los tlatoanis (“el que habla”, el primero entre los principales), que eran elegidos entre la nobleza hereditaria, iniciaban siempre su mandato con una campaña militar para imponer su dominio sobre nuevos pueblos y obtener abundantes prisioneros que serían sacrificados en el festejo de su coronación.
Aliados indígenas
La opresión azteca sobre otros pueblos indígenas de Mesoamérica es un factor insoslayable al evaluar los porqués de la sorprendente victoria española. Quizá la usual expresión “conquista española del Imperio azteca” debiera ser expresamente reformulada para incluir en ella el decisivo papel jugado por los aliados indíge- nas de Cortés, un papel que no se redujo al de combatientes, sino que además representó un aporte logístico de valor incalculable.
La alianza entre españoles e indígenas (primero los de Quiahuiztlán y Cempoala en los alrededores de la actual Veracruz, luego los de Tlaxcala y finalmente varios pueblos del valle d e M é x i c o ) n o s e re a l i z ó s i n d i f i c u l t a d e s n i s e dio porque los nativos confiaran plenamente e n l o s re c i é n l l e g a d o s , s i n o q u e f u e e l re s u l t a do de un mal cálculo de estrategia a largo plazo. Inmersos en la lógica de las “guerras de las flores” (las luchas para obtener cautivos para el sacrificio e imponer tributos, no para aniquilar al adversario), los pueblos indígenas que se aliaron a Cortés no podían tener una idea precisa de las intenciones de los españoles, para quienes la finalidad de la guerra era someter a sus ambiciones e intereses a todos los nativos. A partir
Panoplia
En todas las categorías del armamento que usaron en la Conquista, los castellanos superaban en mucho a los mexicas. Sus espadas de fino acero toledano punzaban al adversario o cercenaban cabezas y extremidades de un solo golpe (las fuentes escritas y las ilustraciones de los códices aztecas son explícitas al respecto). La lanza de cuatro o cinco metros de longitud, rematada por una punta de afilado acero, era otra arma temible que usaban jinetes e infantes. Estos últimos formaban falanges erizadas de hierro que eran imposibles de penetrar para los indígenas, quienes sólo contaban con armas de piedra y madera. dera.
Espada
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3.50 m Pica Armas españolas
No obstante, la mayor ventaja hispana residía en la caballería y las armas de combate a distancia. Tanto los cronistas como los historiadores otorgan un lugar especial a los caballos, pues los ataques de la caballería provocaban un temor sin par entre los indios. Por su parte, las saetas de una ballesta podían alcanzar objetivos a doscientos metros con tiro parabólico, y a cien con tiro directo eran letales. Aunque su frecuencia de tiro era más lenta que la del arquero indígena, los ballesteros obtenían más alcance y precisión. Los arcabuces (armas de fuego con llave de mecha), aunque pesados y engorroContinúa >> del correcto juicio de que las armas españolas les ayudarían a quitarse de encima la opresión mexica, que llevaba más de un siglo exigiéndoles exacciones económicas y de sangre para los rituales, los líderes indígenas consintieron en aportar guerreros, porteadores, albañiles y toda clase de ayudantes, así como en dar alimentos y suministros, con tal de librarse del pillaje azteca.
Es explicable que el dominio azteca haya sido mal soportado y que las minorías aprovecharan la oportunidad que les ofrecía la llegada de los españoles para sacudirse esa tutela. Sería anacrónico hablar de traición, pues no existía una conciencia nacional, cuando más una conciencia regional, comparable a la que habría podido inspirar a un duque de Borgoña a aliarse a un príncipe extranjero en contra del rey de Francia; México fue tomado por mil doscientos españoles y treinta y cinco mil auxiliares indígenas. Si la Conquista ha de ser admirada como una proeza, se trata de un éxito más bien político que militar (Lafaye, 1984: 39).
Desde luego, la alianza con los españoles no tuvo un carácter unánime: al menos en el caso de los tlaxcaltecas, hubo intentos de resistir con las armas la presencia de los recién llegados. Bernal Díaz escribió sobre la fuerte oposición encontrada en Tlaxcala y sobre las desavenencias entre sus capitanes de guerra:
Pues comenzaron a romper con nosotros, ¡qué granizo de piedras de los honderos! Pues flecheros, todo el suelo hecho parva de varas tostadas de a dos gajos, que pasan cualquier arma y las entrañas adonde no hay defensa; y los de espada y rodela y de otras mayores que espadas, como montantes, y lanzas ¡qué prisa nos daban y con qué braveza se juntaban con nosotros y con qué grandísimas gritas y alaridos! Nosotros nos ayudábamos con tan gran concierto con nuestra artillería y escopetas y ballestas, que les hacíamos
apartar, y no se juntaban tanto como la otra vez pasada. Los de a caballo estaban tan diestros y hacíanlo tan varonilmente que después de Dios que es el que nos guardaba ellos fueron fortaleza. Una cosa nos daba la vida, y era que como eran muchos y estaban amontonados, los tiros les hacían mucho mal, y además de esto no se sabían capitanear, porque no podían allegar todos los capitanes con sus gentes; y a lo que supimos, desde la otra batalla pasada habían tenido pendencias y rencillas entre el capitán Xicotenga con otro capitán hijo de Chichimecatecle, sobre que decía un capitán al otro que no lo había hecho bien en la batalla pasada. De manera que en esta batalla no quiso ayudar con su gente Chichimecatecle a Xicotenga… (Díaz del Castillo, 1632/1939: 22).
Es poco lo que se sabe del trato que los españoles dieron a sus aliados indios durante la Conquista, pero es seguro que éstos murieron por millares, en muchas ocasiones ofrendando sus vidas para salvar las de los castellanos, entre ellos el propio Cortés.
Epidemias
Aunque no se puede hablar de cifras exactas, algunos cálculos acuciosos sostienen que, antes de la Conquista, la población del México central y meridional de aquella época podría haber ascendido a unos 25 millones de habitantes; medio siglo después, se había reducido drásticamente a unos dos o tres millones, en gran parte como consecuencia de una sucesión de brotes epidémicos de enfermedades provenientes de Europa, ante las cuales los indígenas mesoamericanos se hallaban por completo inermes (viruela, gripe, peste bubónica, paperas, tosferina y sarampión). No es posible, tampoco, saber con exactitud cuántos habitantes de Tenochti- tlan murieron infectados de viruela entre 1520 y
sos, tenían mucho poder de penetración y podían matar a alguien situado a ciento cincuenta metros de distancia (a distancias menores, una sola bala de plomo podía atravesar a varios enemigos). Pero quizá las armas a distancia que más aterrorie más aterrorizaban a los indígenas eran los cañones, n los cañones, falconetes y bombardas que los hacían ue los hacían pedazos desde muy lejos con metralla y on metralla y balas de metal o piedra.
El armamento defensivo español vo español también era muy efectivo. Cascos, coCascos, corazas y escudos reforzados con acero s con acero volvían casi invulnerables a sus porta sus portadores, a menos que los enemigos nemigos acertaran a golpear en partes no artes no protegidas. Debido al calor de las r de las tierras mexicanas y a la reducida ucida efectividad de las armas natiativas, se terminó por sustituir r la armadura metálica por Armadura Armadura chalecos de algodón co- española española piados a los indígenas.
Las armas aztecas de combate personal eran: macuahuitl (maza de madera con filosas navajas de obsidiana incrustadas en los bordes; según Bernal, eran un arma con más filo que las espadas toledanas, pero sus cuchillas de obsidiana se quebraban fácilmente al chocar con el acero de escudos y corazas), tepoztopilli (lanza de madera con cabeza de pedernal), tecpatl (cuchillo de obsidiana o pedernal con mangos de madera). Las armas arrojadizas incluían: el tlahuitolli (arco de poco más de metro y medio de largo, con cuerda de tendón de animal, que lanzaba flechas de punta de piedra) y el ingenioso ahtlatl (un lanzadardos que podía arrojar pequeñas lanzas rematadas con puntas de obsidiana o hueso, proyectiles que llegaban a tener más alcance y poder de penetración que las flechas disparadas con arco; fue un arma ampliamente utilizada por los pueblos Continúa >>
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prehispánicos de Mesoamérica). Las armas defensivas eran el chimalli (escudo de madera y piel) y la ichcahuipilli (una especie de coraza de algodón acolchado, de uno o dos dedos de espesor, que se remojaba en una salmuera para que la sal cristalizada endureciera el material y lo hiciera resistente a los proyectiles).
Macuahuitl
Tepoztopilli
Cuauhololli
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Honda con proyectil Macanas
Rodela (vista anterior)
Guerrero con ichcahuipilli Ahtlatl con sus dardos
Rodela (vista posterior)
Guerrero con chimalli y tepoztopilli Armas aztecas
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Guerreros aztecas 1521, por lo que es difícil conjeturar cuál fue el efecto de la epidemia, considerado en términos numéricos, sobre las fuerzas militares aztecas.
Los observadores nativos, que describieron los s í n t o m a s d e l a e n f e r m e d a d c o n t o d o d e t a l l e a los españoles, creían que la epidemia había acabado con uno de cada quince habitantes de la ciudad. Los estudiosos actuales calculan que, tan sólo en el primer contagio, la epidemia acabó con entre el 20 y el 40% de la población del México central, afectando por igual a los aztecas y a sus enemigos [los aliados indígenas de Cortés]. Quizás entre 20,000 y 30,000 aztecas perecieron a causa de la enfermedad durante los dos años que duró la conquista de México, una cifra muy alta que sin duda contribuyó a debilitar el poder de los mexicas (Hanson, 2006: 243).
Sin embargo, números aparte, resulta indudable que para los españoles constituyó una ventaja el brote epidémico de viruela desatado a la par de su llegada. Quizá, más que la reducción de los efectivos para el combate, los indígenas debieron resentir de manera devastadora que esa muerte que les llegaba a ellos en la forma de sangrientas y espantosas llagas, convulsionantes fiebres y una debilidad que les impedía siquiera levantarse, no alcanzaba de igual manera 8 como los castellanos no eran afecta-a los teules; dos por la enfermedad, se refrendaba la creencia de que eran algo más que simples mortales. Así, el debilitamiento de la moral combativa azteca, propiciado por las epidemias, debe considerarse como un factor decisivo en la caída de Tenoch- titlan, a pesar de que ni Cortés ni sus hombres tuvieran la mínima idea acerca de lo que, siglos después, descubriría Pasteur.
8 Nombre dado a los españoles por los indios de habla náhuatl en referencia a su estatus como seres divinos.
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Enfermos de viruela o hueyzáhuatl en el Códice florentino, libro XII, f. 53v.
Inteligencia
Desobedeciendo las órdenes de su patrón, Diego Velázquez, el gobernador de Cuba, mandó izar las velas de su flota de nueve navíos el 10 de febrero de 1519, y puso proa al suroeste. El pelirrojo Pedro de Alvarado, con dos carabelas, se adelantó y llegó dos días antes que los demás a la isla de Cozumel (no será ésta la única ocasión en que el impetuoso lugarteniente de Cortés le desobedezca y reciba una severa reprimenda por parte del capitán de la tropa invasora). Sin embargo, la suerte estaba echada y, no bien llegó a tierras de los mayas, Cortés pasó revista a su ejército:
Aquí en esta isla comenzó Cortés a mandar muy de hecho, y Nuestro Señor le daba gracia que doquiera que ponía la mano se le hacía bien, en especial en pacificar los pueblos y naturales de aquellas partes como adelante verán. De ahí a tres días que estábamos en Cozumel, mandó hacer alarde para saber qué tantos soldados llevaba, y halló por su cuenta que éramos quinientos ocho, sin maestres y pilotos y marineros, que serían ciento; diez y seis caballos y yeguas, once navíos grandes y pequeños; treinta y dos ballesteros, trece escopeteros, diez tiros de bronce, cuatro falconetes, y mucha pólvora y pelotas (Díaz del Castillo: 7).
En la isla, muy inteligente y perspicaz, Cortés consultó con Díaz del Castillo y con un tal Martín Ramos, quienes habían estado en la anterior expedición de Francisco Hernández de Córdoba (1517), por qué los nativos, al ver acercarse a los españoles repetían insistentemente “¡Castilán, castilán!”, dejando entender que ya habían visto a otros hombres de la misma raza. Como Cortés llevaba a Melchorejo, un indio capturado durante aquella expedición, que hablaba más o menos el español y muy bien la lengua maya de Cozumel, mandó preguntar sobre esto a los lugareños y la contestación fue que, en efecto, había dos españoles tierra adentro y no hacía mucho unos comerciantes de la isla los habían visto. Cortés ordenó buscarlos y en respuesta
Hernán Cortés
Nacido en 1485 en Medellín, una ciudad de la región de Extremadura, Cortés provenía de una familia española humilde, pero de noble prosapia, según relata López de Gómara, uno de sus primeros biógrafos (aunque fray Bartolomé de Las Casas, que también se ocupó de él en sus polémicos escritos sobre la destrucción de las Indias por los conquistadores, resaltaba su pobreza y ponía en duda su “pureza de sangre”).
A los 14 años fue enviado a estudiar derecho a la Universidad de Salamanca, pero pronto se vio que estaba más inclinado a la espada que a la toga, por lo que partió al Nuevo Mundo, donde, en la isla La Española (Santo Domingo), se puso al servicio del gobernador Nicolás de Ovando. Luego de permanecer allí unos seis años, en 1511, se enroló en la expedición de Diego Velázquez para conquistar Cuba, siendo auxiliar del tesorero real que la acompañaba. Allí se desempeñó luego como encomendero, se desposó con Catalina Juárez, hermana de una amante del gobernador Velázquez, y fue parte del cabildo de la recién fundada Santiago.
En 1519, tras el regreso de la navegación de Juan de Grijalva por las costas del golfo de México,
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Primer encuentro de Malinalli con Cortés, Códice de Diego Durán, s. XVI
apareció Jerónimo de Aguilar, un clérigo que, salvando la vida tras un naufragio, había pasado ocho años entre los mayas del oriente de la península de Yucatán, por lo que hablaba per9fectamente esa lengua.
Los españoles bordearon la península y, el 14 de marzo, ya en Tabasco se enfrentaron a los mayas chontales. Melchorejo había aprovechado la oportunidad para escapar de sus captores y convenció a los chontales para que los resis-
9 Junto con él se habían salvado otras 19 personas, entre ellas dos mujeres, al subir en un batel. La corriente los arrojó a la costa de la península; muy pronto la mayoría murió y sólo quedaron Aguilar y Gonzalo Guerrero, quien también recibió el llamado de Cortés para unírsele, al que declinó porque ya se había acostumbrado a la vida maya, tenía mujer e hijos y era respetado como nacom (capitán guerrero). Se dice que fue padre de los primeros mestizos mexicanos y que combatió contra sus compatriotas hispanos durante la conquista de
Yucatán.
tieran. En esa primera gran batalla de Cortés en tierras mexicanas, los chontales fueron derrotados y como prenda de paz dieron al capitán un regalo que resultó de valor inestimable, pues, en efecto, entre otras varias esclavas que le dieron, había una, llamada Malinalli (bautizada como Marina), que hablaba el maya y el náhuatl.
Así, mediante la cadena de traducción que implicaba tres lenguas (español-maya-náhuatl o viceversa) y dos intérpretes (Aguilar y Marina), a Cortés le fue posible hacerse entender y, sobre todo, poder entender a los hablantes de la lengua dominante en el México central. Este fue un recurso sumamente valioso, pues, además de comunicación, Cortés obtuvo un servicio de inteligencia e información que le permitió conocer importantes detalles de la religión, la p o l í t i c a y l a s c a p a c i d a d e s m i l i t a re s d e l o s n a t i v o s , e n t re o t r a s c o s a s . L a a s e s o r í a d e M a l i n a l l i
Velázquez le dio el mando de una nueva expedición dirigida a hacer un “rescate” (trueque) de oro y a averiguar más sobre la existencia de un rico y poderoso reino al que los nativos encontrados por Grijalva se referían como Colhua-México. Cortés tenía entonces 34 años.
Debido a su recelo de una posible traición por parte de su subalterno, Velázquez ordenó aprehender a Cortés cuando la expedición estaba a punto de partir; pero ya era tarde, pues el sagaz extremeño sobornó autoridades y contó con la complicidad de los capitanes asignados a los seis barcos de la expedición. Las Casas dice que se entrevistó con Cortés en España en 1542 y que el ya entonces conquistador de México y marqués del Valle de Oaxaca le dijo riendo que se había portado como un “gentil corsario”, pues se apoderó de un navío cargado de pan y expidió pagarés de validez futura para hacerse de caballos, víveres y más armas.
Cortés demostró su audacia y genialidad política al fundar el ayuntamiento de la Villa Rica de la Vera Cruz, con lo que “legalizaba” su empresa de conquista a pesar de su desobediencia a las instrucciones de Velázquez. Luego reforzó todo con las argumentaciones de sus Cartas de relación al monarca español. Ante el hecho consumado y, sobre todo, ante el oro, la plata y demás esplendorosas riquezas que le envió a Carlos V, éste terminó por aprobar las acciones del conquistador.
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Moctezuma da la bienvenida a Cortés, escena del friso que decora el Capitolio de los Estados Unidos, pintado por Constantino Brumidi entre 1878 y 1880
Ruta de Cortés, de San Juan de Ulúa a Tenochtitlan
Otumba
Lago de Texcoco
TEXCOCO
Tacuba
TENOCHTITLAN
Huitzilopochco Mexicaltzingo Iztapalapa Chalco
Mixquic
Ayotzingo
Amecameca
Río Apulco Golfo de México
Lago Apan
Iztaquimaxtitlan Atotonilco
Tlatlauquitepec Zautla Teziutlán Ocotepec Altotonga Villa Rica de la Vera Cruz
Quiahuiztlan
Tzompachtepetil Tecoac Lago Cuyuaco Salado
Tzompantzinco Xonocatlán
Tizatlán
TLAXCALA Perote Jalapa Acatlán
Coatepec Río Antigua Isla de SacrificiosXicochimalco Ixguacan Cempoallan Chalchicueycan
Huexotzinco
SAN JUAN DE ULÚA
IztaccíhuatlCalpanCHOLULA
Popocatépetl Tepeaca Quechula
Pico de Orizaba Cuextlaxtlan
probablemente fue la que hizo a Cortés entender y aprovechar que los mexicas lo consideraban la encarnación de Quetzalcóatl, el dios blanco y barbado del panteón azteca que regresaba a imp o n e r s u d o m i n i o . Y, c o n t o d a s e g u r i d a d , f u e ella quien en ocasiones alertó a los españoles sobre las intenciones de los indígenas, como en el caso de Cholula, donde los castellanos masacraron a la población que se preparaba para atacarlos al ser advertidos por ella. Tan importante fue Malintzin que alguna crónica española afirmó que, después de a Dios, a ella se debió la victoria; mientras que, del lado indígena, su relevante papel quedó plasmado por su constante aparición en los códices aztecas (por ejemplo, el Lienzo de Tlaxcala la muestra dando indicaciones, a veces junto a Cortés y a veces sin él).
Primera etapa de la guerra
Los dirigentes tlaxcaltecas colaboracionistas dieron información a Cortés sobre el ejército mexica, la ciudad de Tenochtitlan y sus defensas, la localización y forma de las calzadas de acceso, la hondura de las lagunas, y de cómo se abastecía con agua dulce, etc. Cortés todo lo inquiere, todo lo evalúa y todo lo sintetiza guardándolo en su memoria. Todavía en el camino hacia la capital se manifestaron opiniones divergentes entre la tropa española. Unos, los que contaban con más medios de vida y tenían haciendas en Cuba, se mostraron reacios a adentrarse en el territorio potencialmente enemigo y arriesgarse más; y otros, los más desposeídos –como Bernal del Castillo afirmaba ser– o los más temerarios –como Pedro de Alvarado demostraba ser– se alinearon con las intenciones del capitán y empujaron al resto en la decisión de avanzar.
Lo sucedido en Cholula (12 de octubre de 1519) se convertirá en la primera gran controversia histórica de la Conquista. El alegato de los españoles fue que los cholultecas estaban coludidos con Moctezuma para asesinar a los extranjeros en el medio de la recepción pacífica que simulaban brindarles. Bernal afirma en su obra que habían llegado desde Tenochtitlan “veinte mil hombres de guerra” y que la mitad
de ellos ya estaban dentro de la ciudad y la otra mitad estaba escondida entre unas quebradas cercanas. Cuando Malintzin advirtió de esto a Cortés, los españoles y tlaxcaltecas se lanzaron a una carnicería que duró dos días y no respetó sexo ni edad. Cortés se mostró así inflexible en el uso del terror sangriento, no obstante que luego, en sus Cartas de relación, afirmaría su rechazo a los sacrificios y la antropofagia ritual de los aztecas.
Todavía hay controversia acerca de si fue acertada o no la decisión de Moctezuma, el tlatoani azteca, de permitir la entrada de los forasteros en su capital. Muchos han argumentado que su carácter pusilánime y su convicción sobre la divinidad de los invasores lo paralizaron e hicieron posible la llegada de los españoles al valle de México sin encontrar resistencia. “Fue ésta nuestra venturosa y atrevida entrada en la gran ciudad de Tenustitlán-Méjico, a ocho días del mes de noviembre, año de Nuestro Salvador Jesucristo de 1519” (Díaz del Castillo, 1632/1939: I-313), dice Bernal. Sin embargo, también hay quienes consideran que se trató de una decisión estratégica del liderazgo mexica, que prefirió no presentar batalla en campo abierto, sino atraer a los españoles a una trampa en la ciudad, donde los espacios cerrados y los vericuetos de las calzadas y las edificaciones nulificarían la ventaja que les daban los caballos y la artillería.
Esta última propuesta no parece descabellada, sobre todo si consideramos que Moctezuma no podía entonces adivinar que Cortés lo traicionaría haciéndolo su prisionero, ni que los españoles recibirían inesperados refuerzos con las tropas frescas y bien armadas que el gobernador Velázquez había enviado al mando de Pánfilo de Narváez para apresar a Cortés y relevarlo del mando. Las luchas desatadas por la exasperación de los mexicas ante la matanza perpetrada
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Moctezuma II, último rey azteca, Códice Tovar, ca. 1585
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Códice Durán, matanza de la fiesta de Toxcatl (también conocida como matanza del Templo Mayor)
por órdenes de Alvarado en el Templo Mayor y la muerte del tlatoani azteca (posiblemente asesinado por instrucciones de Cortés) que desembocaron en la huida y derrota de los españoles durante la Noche Triste (30 de junio de 1520) pudieran ser una muestra de que la estrategia del encierro no era una mala decisión; así como el resultado de la batalla de Otumba (7 de julio de 1520) refrendaría la imposibilidad de vencer a los españoles en campo abierto.
La batalla
En cualquier caso, entre julio y septiembre de 1520, Cortés reafirmó su alianza con los tlaxcaltecas –quienes prometieron aportar unos cincuenta mil guerreros a cambio de participación en el botín y exención de tributos– e inició la construcción de 14 bergantines, que encomendó al habilidoso Martín López, quien quedó al mando de una cuadrilla de artesanos españoles y miles de trabajadores indios. Esas naves, que serán un factor clave en la batalla por Tenochti- tlan, fueron fabricadas en piezas, transportadas sobre las espaldas de los indios, y vueltas a montar a orillas del lago de Texcoco.
Mientras tanto, la viruela hacía estragos en Tenochtitlan; una de sus víctimas fue Cuitláhuac, elegido como tlatoani tras la muerte de Moctezuma, y a quien sustituyó el joven guerrero Cuauh- témoc. Los españoles, por su parte, recibieron importantes suministros de pólvora y armas, así como el refuerzo de unos doscientos hombres, con lo que Cortés volvía a hacerse lo suficientemente fuerte para emprender el ataque. Mandó a Gonzalo de Sandoval a pacificar la región entre Tlaxcala y la costa para asegurar el flujo de suministros desde Veracruz, y él mismo tomó la fortaleza mexica de Tepeaca. Para principios de 10 y sus miles de aliados 1521, el ejército español
10 Entre setecientos y ochocientos efectivos de infantería (con 120 arcabuceros y ballesteros), unos noventa jinetes y una docena de grandes cañones más otras piezas de artillería recién llegados de ultramar.
indios estaban a orillas del lago de Texcoco, dispuestos a someter a las poblaciones lacustres, objetivo que lograron en seis meses.
Para avanzar sobre Tenochtitlan, se formaron cuatro contingentes; tres estaban a las órdenes de Alvarado, Sandoval y Cristóbal de Olid para ocupar las calzadas conducentes al centro de la ciudad, con excepción de Tlacopan, que durante un tiempo estaría abierta para permitir la salida de fugitivos. Cortés tomó el mando de la flotilla de bergantines (cada navío llevaba unos 25 hombres) para proteger el avance de las tropas por las calzadas, reforzar el cerco y bombardear partes de la ciudad. El 1 de junio se consiguieron dos objetivos importantes: cortar el suministro de agua dulce y tomar la fortaleza de Tepepolco. Las crónicas españolas marcaron la duración del sitio en 75 jornadas, del 30 de mayo al 13 de agosto de 1521. Las encarnizadas luchas sostenidas desde los primeros días del sitio fueron convenciendo a Cortés de que, para acabar con la resistencia, no sólo tendría que derrotar al ejército azteca, sino arrasar la ciudad.
Poco a poco, los jinetes, ballesteros, arcabuceros y artilleros fueron ganando terreno para operar, buscando buenas posiciones de fuego y eliminando los rincones y calles estrechas desde donde los aztecas pudieran lanzar emboscadas. Cortés aprovechaba 2000 años de patrimonio europeo en tácticas de asedio –la antigua ciencia helénica de la poliorcética, es decir, “el arte de cercar una ciudad”– cuando se propuso como objetivos los suministros de agua y alimentos y los saneamientos de Tenochtitlan y concentró su artillería, incursiones y ataques con armas arrojadizas sobre los puntos débiles de la defensa azteca a fin de acrecentar el efecto natural del hambre y las epidemias (Hanson, 2006: 218).
A fines de junio, Cuauhtémoc y los líderes mexicas decidieron hacerse fuertes en la isla de Tlatelolco, en donde la guerra urbana defensiva
Cuauhtémoc
Difícil saber con precisión no sólo su nombre (variantes como Guatimucín, Guatemuz), sino también su edad (Cortés dice que tenía 18 cuando se rindió ante él, lo mismo que fray Francisco de Aguilar en su Relación de la Conquista de la Nueva España, es- crita en la segunda mitad del siglo XVI por este soldado de Cortés que en su vejez tomó los hábitos dominicos), pero Bernal Díaz del Castillo le atribuye 25, y López de Gómara lo califica como adulto joven y no como mozuelo. Sin embargo, esos primeros cronistas de la Conquista concuerdan en que era muy valeroso, intrépido y de “notable aplicación para el arte de la guerra”.
Parece ser que era hijo de Ahuízotl, un tlatoani azteca anterior, y con seguridad se sabe que mandó en Tlatelolco antes de asumir el mando de los aztecas contra los españoles. Tras la caída de Tenochtitlan fue torturado con el vano objetivo de que revelara dónde habían quedado los tesoros de oro y plata perdidos por los españoles en la huida de la Noche Triste. Luego permaneció cautivo hasta que, durante su viaje de reconocimiento por el territorio actual de Honduras, Cortés le hizo ejecutar en la horca bajo la sospecha de que organizaba un levantamiento contra los conquistadores.
Leandro Izaguirre en: commons.wikimedia.org
El suplicio de Cuauhtémoc, Leandro Izaguirre, 1892
lograba ser más efectiva. Esta decisión probó ser correcta, pues se les provocaron más bajas a los españoles, lo que les hizo temer la repetición de la Noche Triste; los aztecas hundieron un bergantín, y el propio Cortés, que peleaba a caballo en tierra firme, fue desmontado y arrastrado por los aztecas, salvándose gracias a la intervención de Olid y algunos tlaxcaltecas.
Aun así, el cerco fue estrechándose y los me- xicas fueron debilitándose por el hambre, la sed y las enfermedades. El 13 de agosto, los hombres de Sandoval atraparon una canoa en la que el tlatoani Cuauhtémoc y sus allegados pretendían escapar del insostenible sitio.
Conclusión
La captura del “último emperador” de los mexicas señaló la caída de la capital del otrora poderoso Imperio azteca. La resistencia de una ciudad prácticamente convertida en ruinas cesó al poco tiempo. Entre finales de mayo y mediados de agosto, habían muerto no menos de cien mil tenochcas, cerca de cien españoles y quizás unos veinte mil de sus aliados indios. Estos números eran apenas un porcentaje de los muchos más que murieron en ambos bandos durante los dos años de la Conquista. Como casi siempre, la guerra había cobrado más víctimas entre la población civil que entre los combatientes. Un re c u e n t o f i n a l d e l a s b a j a s h a b l a d e q u e h u b o un millón de muertos entre las poblaciones ubicadas alrededor del lago de Texcoco.
El legado de los hombres de Cortés y de los hombres como ellos fue el de una brillante conquista militar, pero también el de la aniquilación de las poblaciones indígenas de México y el Caribe en apenas treinta años, y a causa de la conquista, de la destrucción de la agricultura local y de la inadvertida importación de la viruela, el sarampión y la gripe. Al igual que el ‘heleno’ Alejandro Magno, el ‘cristiano’ Cortés mató a millares de personas, saqueó los tesoros imperiales, destruyó y fundó ciudades, y adujo que lo hacía por el bien de la humanidad. Sus Cartas de relación a Carlos V, en las que afirmaba su interés por establecer una hermandad entre nativos y españoles, se leen en g r a n m e d i d a c o m o e l j u r a m e n t o d e A l e j a n d ro en Opis (324 a. C.), en el que proclamaba un nuevo mundo en el que había cabida para todas las razas y religiones. En ambos casos, los afectados habrían contado la historia de un modo distinto (Hanson, 2006: 234).
Referencias
DÍAZ del Castillo, B. (1632/1939). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. México: Editorial Pedro
Robredo [en línea]: <www.cervantesvirtual.com/obrav i s o r / h i s t o r i a - v e r d a d e r a - d e - l a - c o n q u i s t a - d e - l a - n u e v a - e s p a n a - t o m o - i - - 0 / h t m l / 4 8 1 f 6 6 5 e - 6 9 c 1 - 4 0 6 4 - 9 d 6 a 6333c5711ecc_2.htm>. HANSON, V. D. (2006). Matanza y cultura. Batallas decisivas en el auge de la civilización occidental. México: Fondo de
Cultura Económica.
KEEGAN, J. (1995). Historia de la guerra. Barcelona: Editorial
Planeta.
LAFAYE, J. (1984). Los conquistadores. México: Siglo XXI Editores.