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Cantar, de eso se trata
Cantar,
DE ESO SE TRATA
Gerardo Daniel Cirianni*
Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más y menos ilustres... Y oía canciones y los dichos populares y me gustaba mucho la conversación de la gente del campo.
JUAN JOSÉ ARREOLA
(Fragmento del prólogo de Confabulario)
En esta ocasión deseo brindar algunos ejemplos concretos respecto al efecto de la voz en la construcción del sentido de un texto. Lo que hacemos con naturalidad cuando hablamos, solemos perderlo de vista cuando leemos. Estas exploraciones de la voz y sus matices cuando nos enfrentamos a un texto escrito son inevitables; dejarlas de lado es dejar de lado el corazón del acto de lectura.
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hablar una lengua es cantarla sin desafinar. Algo de eso se ha dicho desde hace mucho, pero no estoy seguro de que incluya el concepto de afinación o de que, aun incluyéndolo, se le reconozca una importancia tal que ocupe el centro de la escena.
El tema de la entonación afinada parece innecesario y hasta desagradable si se trata de la lengua oral, ya que pueden establecerse vínculos clasistas o incluso racistas; y, lo que es más grave, en muchos casos se establecen sin saberlo.
* Maestro y, desde hace más de 25 años, formador de maestros en varios países de América Latina.
Actualmente reside en Argentina, donde dicta seminarios y conferencias. Pasa algunos meses del año en México dando charlas y talleres a maestros, profesores de educación media y educadoras de nivel preescolar.
Todos entonamos adecuadamente nuestra lengua materna, aunque nuestra entonación no agrade a los que no la comparten: “Hablas como naco”, dirían en México; y en Argentina: “Qué querés, es un negro cabeza, ¿cómo pretendés que hable bien?”. Desde la otra esquina del ring del uso de la lengua, se escucha: “Me caga ese tonito fresón del cuate”, o “Ese concheto que hable así en la Sociedad Rural si quiere, pero acá en el barrio no le vamos a dar cabida, ¡sabelo!” (expresiones del altiplano mexicano o del Río de la Plata tan afinadas en sus voces propias como ignorantes de lo que les ocurre cuando perciben un registro que les es ajeno).
La lengua oral puede tener diferencias en su musicalidad, las cuales solemos sentir que se entonan de modo adecuado cuando las escuchamos como propias.
A veces esas voces difieren en ritmos, a veces en timbres, o incluso la diferencia puede radicar en ese entramado indivisible melódico-armónico (indivisibilidad de fondo y forma), pero su música se reconoce, se aprecia, se percibe afinada.
La conciencia de la afinación o desafinación de una lengua nos ha llegado de nueva cuenta con la incorporación de la escritura a nuestras vidas y su otra cara, la práctica de la lectura.
En general se nos ha obligado, casi compulsivamente, a leer en silencio, pues durante muchos años se consideró a la lectura en voz alta cosa del pasado, cosa de la época en que muy poca gente tenía el privilegio de haber sido alfabetizada. Por ese motivo, teníamos pocos datos para saber si un lector desafinaba o no ante un texto. Algunos incluso pensaban que la entonación era una cuestión secundaria o aleatoria: si leían internamente con la cadencia adecuada, con los silencios pertinentes o con los gritos y susurros que requiriera una afirmación contundente o una tímida pregunta, era lo de menos; lo importante era que el lector entendiera.
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En general se nos ha obligado a leer en silencio
El problema (no me atrevo a hablar de drama, y no sé el motivo) es que me parece difícil que se entienda lo que se lee cuando no se danza con las ideas que la vista recorre, cuando hay dificultad para escuchar la intención de esas voces bibliotecacsm.wordpress.com que vienen de otro lugar y que, por necesidad de un código, sólo por necesidad, se han reducido a una marca en el papel o una marca digital.
Hay que levantar esas marcas, darles volumen, reconocerlas en sus luces y sombras con otras marcas, percibir sus propósitos, adelantarse a desenlaces preanunciados en una manera Leer en voz alta con otros y para otros no es simplemente de decir, revivir las marcas hasta transformarlas un juego en palabras, en discursos ética y estéticamente situados, con un entorno de hablantes que las aman o las odian, con un tiempo que las aprecia o las desprecia, con un molde que las ayuda a contar o las ahoga en el silencio.
Todo eso ocurre cuando uno lee cantando la historia, cuando uno ingresa a su partitura y aun a primera vista puede percibir al menos sus colores básicos, sus silencios nada inocentes. Después, de a poco, aparecerán los matices, los silencios se ejecutarán en su dramatismo o su casi intrascendencia, los ritmos cambiarán al son de lo que nos cuente la historia, pero, eso sí, siempre ha de ser un son entero para que, como dijo el poeta, sea la pura verdad.
Por eso, leer en voz alta con otros y para otros no es simplemente un juego, un pasatiempo, un recurso didáctico para desembarcar con alegría en una acción anatematizada por el prejuicio del aburrimiento o la contradicción. Leer en voz alta para socializar la construcción de sentido, para hacer evidente que lo dicho sólo se puede reconocer con claridad en una forma del decir y que las mismas palabras encadenadas pueden ser libres hasta el horizonte de lo que sentimos cuando las expresamos; o también, vivir engrilladas en lo anodino de un discurso que suena pero no expresa, el discurso de las aulas donde los lectores, obligados por años de silencio, quieren salir a contar lo que la historia les canta y no hallan el rumbo del canto de lo que se cuenta.
Deberemos desandar la historia de la lectura hasta encontrar la senda que nos conmueva. Para eso, tenemos que escuchar nuestra propia voz y las voces de los otros, y entre todos armar una hermosa sinfonía.
Escuchar para encontrar el canto
Plantearé algunas preguntas y propondré algunas acciones a partir de diversas escuchas de fragmentos de dos relatos: uno famosísimo, tomado de tal vez la
más conocida y leída novela mexicana: Pedro Páramo, de Juan Rulfo; y el otro, un cuento breve, “El ladrón Alberto Barrio”, del escritor argentino Ángel Bonomini, cuento y autor bastante poco conocidos, por cierto.
La elección es deliberada. Dos relatos de autores de latitudes distantes, cuyas temáticas tampoco guardan ninguna similitud, hacen evidente que, si no se canta una historia, no se escucha lo que se cuenta.
Transcribo a continuación un fragmento del cuento de Ángel Bonomini para iniciar el recorrido de escucha y las propuestas de entonación:
El ladrón Alberto Barrio (Fragmento) Ángel Bonomini
Alberto Barrio fue ladrón. Tenía nueve años y siempre lo mandaban al almacén de Las Heras y Azcuénaga. Una mañana fue a comprar una latita de azafrán. El almacén estaba desierto. Había olor a lavandina y a garbanzos, a jabón y a queso, un olor mezclado y limpio y, aunque afuera la mañana brillara amarilla de sol, allí parecía la hora de la siesta por las cortinas de lona que cuidaban las sombras y el fresco.
Como en una tarea secreta, don José apilaba con geométrica precisión una torre de tabletas de chocolate Águila. Ante la mirada estupefacta de Barrio levantaba una torre hueca de amarga delicia, edificio que no guardaba otro tesoro que el de sus propios muros.
Al día siguiente volvió al almacén. Había mucha gente y aceptó con gratitud la espera. Primero contempló la torre. Después se acercó a ella. Por último la tocó. Sintió un súbito escalofrío cuando sus dedos, involuntariamente, comprobaron que una tableta estaba suelta. Era fácil sacarla sin que la torre se derrumbara. Lo atendieron, pagó y se fue.
La batalla duró un mes. La fascinación y la ceguera del peligro lo pasearon por el placer y la angustia. A veces, sentía el secreto como una riqueza. A veces se le resolvía en catástrofe: lo sorprendían robando, lo perseguían, lo apresaban, no volvía a ver a su madre ni a sus hermanos, le ponían un uniforme y lo condenaban a soledad y silencio.
Sucesivas correcciones de su conducta lo convirtieron en presidiario, en beatífico renunciante a la tentación, en gozador exclusivo del chocolate, en dadivoso repartidor de barritas entre sus hermanos. Creyó –con confusión– que pensar el mal era igual que ejercerlo, que la tentación era el pecado mismo. Que después de haberlo pensado, robar o dejar de hacerlo no modificaba su responsabilidad. No desestimó la posibilidad de que adivinaran su proyecto y lo arrestaran. Durante un mes, cada día, vio la pila, se cercioró de la presencia de la tableta suelta, leyó en la cobertura la incomprensible aseveración de que el peso neto era de media libra, hizo sus compras y regresó a su casa. No
llevársela era casi tan terrible como robarla. Elaboró varios planes: emplear una bolsa; valerse del amplio bolsillo del impermeable; usar una tricota. Visitó febrilmente una serie de horrores: don José lo veía por un espejo cuando ponía el paquete en la bolsa; o se le caía del bolsillo del impermeable; o una mujer lo delataba al verlo cometer el robo.
Y así lo cometió una y mil veces sin soslayar la delectación del riesgo que lo hacía dar bruscos saltos en la cama mientras robaba y volvía a robar la golosina. Y una y mil veces desechó la horrible idea para recobrar la calma que le permitiera la tregua del sueño.
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Primeras escuchas ¿Es ladrón o fue ladrón les suena igual? ¿El cambio del tiempo verbal incide en la emoción con la que leeremos? ¿Nos da lo mismo o cambia la emoción y lo que sentimos al leer? ¿Hay palabras o frases en este fragmento que les agraden en particular, que les parezcan especialmente bellas? ¿La percepción de la belleza influirá en el modo de leerlas? Y a la inversa, ¿de qué manera influye el desagrado en la entonación de algo que debamos leer? ¿Algunos detalles de esta escritura nos parecen confusos, oscuros, poco claros? Si esto nos ocurre, ¿impactará en el proceso interpretativo?
Olores, colores, sabores. Lo sensorial y la lectura, lo sensorial y la experiencia de cada uno, lo sensorial y el acercamiento o el distanciamiento con lo que voy descubriendo en el texto. ¿Podemos decir algo sobre este tipo de cosas en las experiencias de diversos abordajes de la lectura de este fragmento?
Un poco de ritmo El ritmo con el que leemos incide sin duda en la interpretación y, por lo tanto, en la escucha. El problema es que los conceptos de ritmo, interpretación y escucha son vagos, y eso complica el intercambio de ideas y emociones respecto del mejor modo que se nos ocurre para leer algo en voz alta.
Por eso, ir paso a paso, fragmento a fragmento, con notas y conversaciones sobre maneras y motivos, puede ayudarnos mucho.
Algunos ejemplos: • Prueben a leer el primer fragmento con mucha calma, saboreando cada palabra, descubriendo aromas, luces y sombras. Verán que se disfruta mucho y ayuda a encuadrar la escena en la que se desarrolla toda la historia. No importa que nos critiquen porque leemos con lentitud. Por otra parte, hay cosas que, si no se dicen lentamente, no se entienden o no saben a nada.
• Prueben dos cosas en el tercer párrafo: primero, a prolongar las pausas en los puntos y seguido como si fueran punto y aparte. Verán que generan un clima de suspenso interesante. Luego revisen la puntuación original agregando o quitando las comas que juzguen necesarias. Enseguida, con la nueva puntuación, decidan si entre coma y coma la lectura debe ser homogénea en su velocidad o hay subfragmentos que, leídos más veloz o más pausadamente, generan efectos interpretativos diversos. No olviden que el lector es el constructor de la lectura. El escritor propone un boceto pautado, y el lector es quien concluye el diseño.
El tercer y cuarto párrafos del fragmento elegido permiten una infinidad de trabajos con el ritmo que repercutirán en la entonación del canto; aunque para empezar tendríamos que acordar cuál es el sentimiento que atraviesa todo lo que se cuenta en ellos. En mi opinión, el cruce de deseo y angustia condicionará nuestra voz, que es la que estará al servicio de expresarlos. Con ese punto de partida podemos pensar en crescendos en las enumeraciones de catástrofes; breves altos suspensivos para intensificar la tensión dramática; aumento paulatino de la velocidad de lectura; inicio pausado del tercer párrafo como anuncio de que el drama está a punto de desencadenarse, y un cuarto párrafo desbocado atravesado por la angustia, por la catarata de horrores a la que puede conducir el deseo. Y sin embargo se sigue adelante, pues el deseo es el motor de la vida.
Ahora sí, oh audacia la mía, propondré algunas ideas para leer en voz alta el inicio de Pedro Páramo, una de las más grandes joyas de la literatura latinoamericana.
Pedro Páramo (Fragmento) Juan Rulfo
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo –me recomendó–. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte». Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho: —No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro. —Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era Shutterstock aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
La voz cantante ¿Cómo se imaginan el habla de Pedro Páramo? ¿Hablará lenta o rápidamente? ¿Quedito o con una voz estentórea?
Tal vez las respuestas a estas preguntas resulten obvias, pero pocas veces pensamos en las voces de los personajes de las historias que deseamos compartir.
Leer en voz alta con la manera de hablar de ese otro que es el personaje no es fácil, en particular cuando esas voces son las que sufren marginación y hasta escarnio en nuestras sociedades de a veces vanas y vacuas maneras de hablar. Busquemos entonces Pedros Páramos y asumamos con orgullo la que imaginemos fue su habla cotidiana.
Pequeños recortes, grandes transformaciones Imaginemos por un momento que Rulfo, en lugar de haber iniciado la escritura tal como lo hizo, hubiera escrito: “Vine a Comala porque acá vivía mi padre, Pedro Páramo”.
Leamos en voz alta este supuesto inicio e inmediatamente leamos el escrito por Rulfo.
Ahora les sugiero que conversen sobre los sentimientos que despierta la versión original y lo que ocurre cuando esa versión es alterada. Me parece que ese ejercicio puede ser muy sugerente para tratar la cuestión de la atmósfera de una escritura. Reconocer la atmósfera, vivirla, ayudará mucho al encuentro con su canto.
La madre y sus voces Es evidente que la voz de la madre expresa ideas contradictorias. Es probable que no nos demos cuenta en una primera lectura, pero si leemos varias veces y en voz alta el fragmento escrito entre guiones, descubriremos que la madre le ordena dos cosas opuestas.
Sin duda debería generar un debate cómo leer ese fragmento. Tal vez con una nueva puntuación que permita separar con claridad las propuestas contradictorias, quizás un cambio en el volumen de voz, tal vez tonos enfáticos diferenciados o probablemente las tres cosas. Estas observaciones pueden considerarse un recurso didáctico para hacer algo así como una autopsia de la escritura rulfiana, que siempre nos sorprende con esta capacidad de decir en simultáneo, de expresar y de ocultar.
Conflictos e interpretación El hijo le dice a su madre que cumplirá la promesa, y a nosotros, que no lo hará. Sin duda eso obliga a pensar en la diferenciación de las entonaciones. A continuación, comienza a referirnos un torbellino que se ha desatado en su interior; duda, extrañamientos y finalmente esperanza. No puede el lector atravesar esa marea dolorosa y finalmente esperanzada sin buscar referencias en la oralidad propia. ¿Cómo busca en su registro la ansiedad, cómo los sueños, cómo la esperanza? Tal vez mediante la búsqueda interior, quizás en los hallazgos de otros lectores, en los sucesivos registros de cosas que se nos ocurran en los ensayos de las lecturas, o en todo ello junto.
Nuevas búsquedas, nuevos descubrimientos
Buscar textos que nos parezcan idóneos para compartir con otros y explorar su canto, palabra a palabra, frase a frase, párrafo a párrafo, servirá para llevar a cabo lecturas de calidad y para ayudar a lectores noveles a reconocer que cada historia tiene una identidad sonora y que descubrirla es parte de su tarea.