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Desde el silencio II Franz Kafka: contra su voluntad

del aula

Desde el silencio II

FRANZ KAFKA: CONTRA SU VOLUNTAD

Gerardo de la Cruz*

elcastillodekafka .word press .com La poeta estadounidense Emily Dickinson estaba convencida de que publicar no era esencial en el destino de un escritor, el ejercicio de la vocación literaria era suficiente, y guardó una obra considerable sobre la cual no dio instrucción alguna porque, tal vez, sabía que ya no era suya. Franz Kafka, en cambio, tenía la certeza de que el fin natural de una obra era su publicación, pero creía también en el arte y en la perfección de la escritura, de la transparencia del mensaje de una obra. Así, un cuento que no transmitía lo que él deseaba exponer, dentro de los códigos y términos de su propia exigencia, era un borrador insalvable, por ello dispuso que sus manuscritos fueran destruidos. Pero el mismo prurito que le impedía publicar, le impidió hacerse cargo por sí mismo de la destrucción de esos trazos cuyo destino fue la máxima publicidad.

aél le importaba la obra, no la fama, eso es indudable –afirma Jorge Luis Borges (1983)–. De todos modos, Kafka, ese soñador que no quiso que sus sueños fueran conocidos, ahora es parte de ese sueño universal que es la memoria”. Y así es, no es necesario conocer a Kafka para saber cuándo una situación es kafkiana –la misma palabra, intuitivamente, nos ofrece una idea, como si estuviera enquistada en la memoria genética del siglo XX–, y cosa cu-

* Escritor. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM. riosa, ni siquiera la lectura de Franz Kafka llega a darnos luces acerca de ese término tan íntimamente pesadillesco que muchos, si no es que todos, hemos padecido alguna vez en una oficina burocrática, en el colegio, en la calle, en familia, en lo individual.

Yo pienso que nosotros, los lectores, necesitábamos que la biografía de Franz Kafka fuera tan retorcida e inexplicable como la realidad que recreó en su obra para estar en condiciones de aceptarla, y la justificamos porque su autor, ¡qué desgracia!, debió sufrir mucho, o su enfermedad lo había trastornado. Max Brod, el amigo íntimo

que, en calidad de albacea, hizo público el grueso de la vida y obra de Franz Kafka, se encargó d e f a c i l i t a r n o s e s a v i s i ó n re c o n f o r t a n t e q u e l o explicaba todo.

Los Kafka

Franz Kafka nació el 3 de julio de 1883 en la ciudad de Praga –cuando todavía el Imperio austrohúngaro era uno de los más importantes epicentros culturales del mundo–, en el seno de una familia asquenazí, la rama judía predominante en Europa Oriental y Central, es decir, formaba parte de una minoría con profundas raíces y tradiciones, pero marginada y oprimida hasta mediados del siglo XIX. Franz era el mayor de seis hermanos: dos varones, que murieron a los meses de nacidos, Georg y Heinrich, y tres mujeres, Gabriele, Valerie y Ottilie, o Elli, Valli y Ottla, respectivamente, con quienes tuvo una estrecha relación.

Hermann Kafka, su padre, era hijo de un carnicero y provenía de una zona rural; muy joven emigró a Praga, donde sus habilidades en los negocios le permitieron pasar de ser un vended o r a m b u l a n t e , a u n e m p re s a r i o c o n c o m e rc i o establecido. En cambio, la madre de Franz, Julie Löwy, estaba varios peldaños arriba en la escala social respecto a Hermann: ella pertenecía a una familia adinerada gracias a los textiles, que cambió por la producción de cerveza. Ambos eran checohablantes, pero siendo el alemán la lengua oficial del Imperio, decidieron educar a sus hijos de tal suerte que pudieran insertarse con mayor facilidad en la cultura germánica para seguir avanzando social y económicamente.

Los Kafka estaban en un proceso de asimilación, donde la cultura ancestral cede a la dominante no sólo para progresar, sino para llevar una vida más allá de la supervivencia, una vida

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Franz Kafka, 5 años

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Hermann Kafka y Julie Löwy, 1917

Elli, Valli y Ottla Kafka

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Casa donde nació Franz Kafka

donde se pueda gozar de estabilidad y aceptación fuera de su comunidad. Franz es producto de esta doble asimilación: se identifica más con la cultura alemana que con la checa y judía, y terminará escribiendo el grueso de su obra en alemán –diarios y cartas incluidos–, aunque el judaísmo no dejará de cincelar sus aspiraciones espirituales.

Suele tildarse al señor Kafka de autoritario y ambicioso, pero creo que esta visión se relativiza cuando se conoce la historia del pueblo judío en los países centroeuropeos, y cómo los gobernantes disponían de sus bienes y sus vidas. Hermann Kafka había padecido muchas penurias para salir adelante, y ahora que tenía la oportunidad de ahorrárselas a sus hijos, hacía todo lo posible para que no perdieran lo que él había ganado con tanto, tanto esfuerzo.

S e m e j a n t e d i s c u r s o , q u e e n e l f o n d o t i e n e algo de chantaje, le resultaba contradictorio al joven Franz, ya que por un lado acentuaba la admiración que le tenía a su padre, y por otro le parecía odiosa la presión que ejercía sobre él, a tal grado que terminó sintiéndose acorralado por su padre en cada decisión de vida. En gran medida, por él estudió Leyes y tomó trabajos que detestaba. Y a sus padres también les atribuye sus múltiples desastres sentimentales. No había un área de la vida de Franz que su padre viera con buenos ojos, por ello chocaban constantemente, por ello su permanente búsqueda de aprobación, y por ello, tal vez, la severidad con que se juzgaba a sí mismo. Frente a su padre, Franz experimentaba la misma debilidad que su madre demostraba: “… soy un Löwy con cierto fondo de Kafka que, sin embargo, no es espoleado por esa voluntad vital, comercial y de conquista de los Kafka –confiesa en Carta al padre–, sino por un prurito de los Löwy que actúa como un impulso más secreto, más escrupuloso y en otra dirección, y que a menudo no llega siquiera a actuar”. Pero actuaba, a pesar suyo.

Diarios (fragmento)

Una vez le preguntaron a Zenón con insistencia si no había nada que estuviese quieto, y respondió: Sí, la flecha que vuela está quieta.

Franz Kafka

El burócrata

Franz Kafka se graduó como abogado en 1906. No era una profesión que le entusiasmara, ni siquiera que respondiera a ciertas expectativas personales, pero sabía que le permitiría romper con el yugo paterno. Lamentablemente su vida de estudiante no sólo estuvo marcada por esa c o n s t a n t e i n s a t i s f a c c i ó n c o n s i g o m i s m o y t o d o lo que hacía, sino porque comenzaron los problemas de salud que irían minando su fortaleza física y, a la postre, lo llevarían a depender de su familia y, más todavía, a poner en tela de juicio su cordura. También, por esos años, se interesó por la filosofía y la literatura, aunque su carrera como escritor profesional comenzaría años después, mientras llenaba los vacíos laborales borroneando sus extraordinarias fantasías.

S u c o r t a v i d a p ro f e s i o n a l d u r ó m e n o s d e q u i n c e años. Tras realizar el obligatorio servicio social en los tribunales de Praga, estuvo un año de prueba en la compañía de seguros Assicurazioni Generali, una de las más importantes de Europa, y tenía la expectativa de ser trasladado al extranjero, aunque pronto desechó esta idea por las desfavorables condiciones laborales de la empresa, que se reveló como una cueva de explotadores.

En 1908, gracias a los buenos oficios de un amigo de la universidad, entró como asistente legal al Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, donde rápidamente fue ascendiendo hasta convertirse en secretario superior del Instituto. No era el mejor de los empleos, pero era un trabajo al que los judíos prácticamente no tenían acceso, y en el cual se desempeñó con extraordinaria eficiencia. Además de darle el espacio necesario para escribir, durante la Primera Guerra Mundial le permitió hacerse cargo de la fábrica de asbesto de su cuñado, que había sido movilizado al fren-

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Kafka en Praga

te, y, tras el desmoronamiento del Imperio austrohúngaro y el nacimiento de Checoeslovaquia, pudo conservar el trabajo por su origen checo, e incluso, cuando se le diagnosticó tuberculosis e n e l o t o ñ o d e 1 9 1 7 , l a o f i c i n a f u e s o l i d a r i a , h a s t a que se vio obligado a tramitar su jubilación anticipada dos años antes de su muerte.

Parecería que la eficiencia de Kafka era equivalente al amor que tenía por su trabajo. Toda su obra revela que no. El mundo de la burocracia, la imagen que nos hemos hecho de ella y sus múltiples trámites incansables, dirigidos a quién sabe qué entidad que concede, niega, rechaza, ignora y actúa con razones incomprensibles, cuando no absurdas, le debe todo a Kafka. Él centró los reflectores sobre un universo sólo para iniciados, lo dotó de un escenario que podría ser cualquier edificio antiguo que aloje una

oficina pública, escondió el rostro del poder tras una puerta falsa a la que sólo se puede acceder perdiéndose en el laberinto de los procedimientos y las reglas. Desde luego, quien desempeña algún trabajo en el sector público entiende que esa no es la realidad de la burocracia, pero el hecho de admitir que puede serlo es absolutamente inquietante. Pensar que la emisión de un sello que ampara alguna autorización o una dispensa se convierta en un peregrinar de oficina en oficina, donde sólo se encuentra uno con más trámites y requisitos por cumplir, agobia lo suficiente como para pensar que novelas como El proceso o El castillo son realismo puro.

Un mensaje imperial

El Emperador –así dicen– te ha enviado a ti, el solitario, el más miserable de sus súbditos, la sombra que ha huido a la más distante lejanía, microscópica ante el sol imperial; justamente a ti, el Emperador te ha enviado un mensaje desde su lecho de muerte. Hizo arrodillar al mensajero junto a su cama y le susurró el mensaje al oído; tan importante le parecía, que se lo hizo repetir. Asintiendo con la cabeza, corroboró la exactitud de la repetición. Y ante la muchedumbre reunida para contemplar su muerte –todas las paredes que interceptaban la vista habían sido derribadas, y sobre la amplia y alta curva de la gran escalinata formaban un círculo los grandes del Imperio–, ante todos, ordenó al mensajero que partiera. El mensajero partió en el acto; un hombre robusto e incansable; extendiendo primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la multitud; cuando encuentra un obstáculo, se señala sobre el pecho el signo del sol; adelanta mucho más fácilmente que ningún otro. Pero la multitud es muy grande; sus alojamientos son infinitos. Si ante él se abriera el campo libre, cómo volaría, qué pronto oirías el glorioso sonido de sus puños contra tu puerta. Pero, en cambio, qué vanos son sus esfuerzos; todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del palacio central; no acabará de atravesarlas nunca; y si terminara, no habría adelantado mucho; todavía tendría que esforzarse para descender las escaleras; y si lo consiguiera, no habría adelantado mucho; tendría que cruzar los patios; y después de los patios el segundo palacio circundante; y nuevamente las escaleras y los patios; y nuevamente un palacio; y así durante miles de años; y cuando finalmente atravesara la última puerta –pero esto nunca, nunca podría suceder–, todavía le faltaría cruzar la capital, el centro del mundo, donde su escoria se amontona prodigiosamente. Nadie podría abrirse paso a través de ella, y menos aún con el mensaje de un muerto. Pero tú te sientas junto a tu ventana, y te lo imaginas, cuando cae la noche.

Franz Kafka

El caos sentimental

La caótica vida sentimental de Kafka choca de lleno contra el orden y empeño que depositaba e n s u v i d a c o m o f u n c i o n a r i o p ú b l i c o , d e l c u a l ofrece reiteradas muestras en sus diarios. Él, que se consideraba poco atractivo, sostuvo varios romances, algunos tan serios que llegó a comprometerse en matrimonio en tres ocasiones y, sin embargo, confiesa que nunca entendió el significado de la palabra amor.

Conocemos por sus maravillosas cartas y los diarios, la relación con Felice Bauer, la más seria y prolongada, pero también la más difícil; la que sostuvo con Grete Bloch, mediadora entre Franz y Felice, con quien se llegó a pensar que tuvo un hijo (que nunca tuvieron), aunque todo parece indicar que fue una intensa amistad; el amor platónico por la señora Tschissik, una actriz del teatro judío, casada; la relación con Julie Wohryzek, su segunda prometida, cuya ruptura justifica en su Carta al padre; la locura que representó la admirable Milena Jesenská, mujer liberal, que apareció en su vida casada, con una sincera adm i r a c i ó n h a c i a e l e s c r i t o r, u n a m o r a l a m e d i da de las imposibilidades afectivas de Kafka y su ego. Y fue precisamente a Milena a quien le confió sus diarios y supo descifrarlo mejor que nadie con extraordinaria sutileza:

Conocía a las personas como sólo las personas de gran sensibilidad pueden conocerlas –escribió para un diario cuando murió Franz–, como alguien que está solo y ve a las personas casi proféticamente, de un destello de rostro. Conocía el mundo de una manera profunda y extraordinaria. Él mismo era un mundo profundo y extraordinario.

Finalmente, por sus cartas y diarios también sabemos de Dora Diamant, una chica polaca de veinte años a la que conoció en circunstancias difíciles debido al avance de la tuberculosis. Con

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Milena Jesenská

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Dora Diamant

Círculo de Praga

kafkamuseum.cz encontrar una aguja en un pajar–. Por su parte, Max Brod acudió con los familiares y amigos de Kafka, con la intención de recuperar sus manuscritos y cumplir la última voluntad de Franz. Esto es un decir, porque él, conocedor de buena parte de la obra inédita de su amigo, nunca tuvo la menor intención de destruirla. Y eso Kafka lo sabía porque Max se lo advirtió.

Franz Kafka

Oskar Baum Max Brod

Felix Weltsch

ella vivió los dos últimos años de su vida, contra el buen juicio del padre de Dora, su compañera hasta su muerte, el 3 de junio de 1924, en el sana torio del doctor Hoffmann en Kierling, Austria.

Dora y Max Brod, el mejor amigo de Kafka, tenían la encomienda de destruir su archivo personal. Ninguno le hizo caso. Ella conservó una maleta con un número indeterminado de cartas y cuadernos que le fueron incautados por la Gestapo en 1933, los famosos “papeles perdidos de Kafka” que, al parecer, se encuentran entre los expedientes que confiscó el Ejército Rojo tras la liberación de Berlín –dar con ellos equivale a

Franz Kafka, escritor

Las vidas de Max Brod y Franz Kafka están ent re l a z a d a s e n l a h i s t o r i a d e l a l i t e r a t u r a , u n o atrás del otro, impulsándolo. Su amistad comenzó en 1902, en la universidad, tras una conferencia que Brod dio alrededor de Schopenhauer. El interés común por la filosofía, el arte y la literatura los hizo coincidir con otras personalidades afines a ellos y de similar condición (judíos, checos y germanoparlantes), a quienes Brod llamó el Círculo de Praga: Kafka, Oskar Baum, Felix Weltsch y el propio Brod.

En las tertulias del Círculo, Kafka dio a conocer buena parte de su obra literaria, lo poco que publicó en revistas, los libros y las plaquettes publicados, y varios capítulos de sus novelas inconclusas. Su audiencia podía tener la mejor opinión de su obra, pero Franz no dejaba de encontrarle reparos a sus textos. El nivel de exigencia era similar al que su padre tenía hacia él, no importaba lo logrado de la historia, la delicadeza de su prosa, la novedosa forma de abordar sus temas, nada estaba a la altura de sus expectativas, todo era una bazofia.

Brod luchó mucho contra el pensamiento cat a s t r ó f i c o d e K a f k a , c o n t r a s u i n s e g u r i d a d s o b re las virtudes de sus textos, para que, contra todo prurito, contra lo que pensarían de él en el trabajo o sus familiares, lograran ver la luz: un compendio de prosas filosóficas y narrativas t i t u l a d o C o n t e m p l a c i ó n ( 1 9 1 3 ) , d e l c u a l s e t i r a -

ron 800 ejemplares; La condena. Una historia para Felice (1913) que extrañamente se concentra en la falta de comunicación y confianza entre un p a d re y s u h i j o ; E l f o g o n e ro ( 1 9 1 3 ) , g e r m e n d e El castillo; la novela breve La metamorfosis, cuyo título original es La transformación (1915), y es el que debe llevar porque no sólo se transforma Gregor Samsa, sino su entorno, incluida su familia; el relato breve En la colonia penitenciaria (1919); la colección de cuentos de Un médico rural (1919) y los tres relatos que componen Un artista del hambre (1922). Tal vez al momento de su muerte Franz Kafka no gozaba del descomunal prestigio que alcanzó unas décadas después, pero tampoco era un escritor completamente desconocido e inédito. Es más, la amistad entre Milena y Franz nació porque ella quería traducirlo al checo (y lo tradujo, incluido El proceso).

Si en más de una ocasión lo animó a publicar, ¿por qué Max Brod debía respetar una promesa que, desde que se la expresó, le confirmó que no cumpliría? Con ayuda de Dora Diamant, Kafka destruyó algunos manuscritos, pero el resto de la tarea se la dejó precisamente al amigo que sabía que no cumpliría su voluntad. En un breve epílogo a El proceso (1925), la primera novela póstuma de Kafka, Brod justificó su decisión de contrariarlo y la publicación de una novela inconclusa, cuya inconclusión es, paradójicamente, parte de su terrible fascinación y naturaleza. Kafka sentía, con razón, que los textos protagonizados por K., como El proceso o El

De noche

¡Sumergirse en la noche! Así como a veces se hunde la cabeza en el pecho para reflexionar, hundirse así por completo en la noche. En derredor duermen los hombres. Un pequeño espectáculo, un autoengaño inocente, es el de dormir en casas, en camas sólidas, bajo techo seguro, estirados o encogidos, sobre colchones, entre sábanas, bajo mantas; en realidad se han encontrado reunidos como antaño una vez y como después en una comarca desierta: un campamento a la intemperie, una inabarcable cantidad de gentes, un ejército, un pueblo bajo un cielo frío, sobre una tierra fría, arrojados al suelo allí donde antes se estuvo de pie, con la frente apretada contra el brazo, y la cara contra el suelo, respirando tranquilamente. Y tú velas, eres uno de los vigías, hallas al prójimo agitando el leño encendido que tomaste del montón de astillas, junto a ti. ¿Por qué velas? Alguien tiene que velar, se ha dicho. Alguien tiene que estar ahí.

Franz Kafka

castillo (1926), le acarrearían serios problemas en el trabajo. Luego vino El desaparecido (América) (1927), la versión ampliada de Un artista del hambre (1926), Carta al padre (1952), sus diarios y cartas, muchas cartas: a Ottla, a Felice, a Milena… todo con precisas notas de Brod.

Cuanto escribió Kafka se convirtió, obscena y progresivamente, en materia de examen y j o y a l i t e r a r i a . P e r o e s o y a n o l l e g a r o n a v e r l o s u s padres, que fallecieron en los años 1930, ni sus hermanas Elli, Valli y Ottla, que sucumbieron en los campos de exterminio nazis; ni Milena Jesenská ni Grete Bloch ni Julie Wohryzek, ni muchos otros de su círculo íntimo que no lograron escapar del protectorado alemán de la Segunda Guerra Mundial.

Contemplación (1913)

Dr. Haack Leipzig ( CC BY 3.0) en commons.wikimedia.org

Carta al padre (1952)

Dominio público en commons.wikimedia.org

La obra de Kafka

La edición de la obra póstuma que Max Brod realizó y anotó ha sido revisada y hoy, lo que muchos leímos de una manera, no corresponde a las versiones que actualmente circulan bajo la pomposa etiqueta de “edición definitiva”. Obviamente, ni Brod ni Franz Kafka estarían de acuerdo con esa etiqueta, pero es irrelevante.

La resistencia a publicar de Kafka ha sido estudiada desde todos los ángulos posibles y a partir de los muchos documentos personales que dejó: cartas, diarios, cuadernos de ideas, pensamientos, aunado a testimonios de familiares, amantes y amigos. Quizá la relación con su padre y su entorno familiar expliquen uno de los

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Primera edición de La metamorfosis, 1916

resortes más claros de su severa autocrítica. La condena es clara al respecto, pero La transformac i ó n e s re v e l a d o r a d e s d e e l p r i n c i p i o , c u a n d o “ u n a m a ñ a n a , a l d e s p e r t a r, G re g o r S a m s a s e encontró convertido en un monstruoso insecto”, y cuando cree que habla con toda claridad, nadie lo entiende, y el mismo Samsa no alcanza a comprender por qué no lo entienden ni lo escuchan… Ese insecto monstruoso, incapaz de comunicarse, abandonado y rechazado por sus seres queridos, podría ser la obra de Kafka, pero también es el mismo Kafka y el siglo XX y lo que va del XXI.

Otros han advertido en el escritor trastornos psicológicos no diagnosticados, tal vez una esquizofrenia, crisis de ansiedad, él mismo se concebía como un neurótico y estaba convencido de que era un hombre débil y de que su muerte estaba próxima, incluso antes de ser diagnosticado con tuberculosis.

Para él, escribir era algo sagrado, una forma de nombrar la existencia: “Ojalá se tratase de palabras, ojalá bastase con poner ahí una palabra y uno pudiera darse la vuelta con la tranquil a c o n s c i e n c i a d e h a b e r l l e n a d o c o m p l e t a m e n t e de sí mismo esa palabra”, se lee en diciembre de 1 9 1 0 e n s u s d i a r i o s . E r a u n a f r u s t r a n t e l u c h a contra la página en blanco y la opinión que tenía de sí mismo; pero fue la batalla que mejor li-

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Tumba de Franz Kafka y sus padres, en el Nuevo Cementerio Judío de Praga, República Checa

bró, el único campo de su vida donde triunfó de manera absoluta e incuestionable. Escribir era un asidero a la vida y una vía de escape, y contra su voluntad, su literatura seguirá viviendo mientras la humanidad tenga memoria, como bien afirma Borges, porque los sueños de Franz Kafka son los sueños de cualquier persona que ama y teme los misterios de la vida.

Referencias

BORGES, J. L. (1983). Un sueño eterno. Transcripción de los comentarios de viva voz del narrador y poeta argentino. En: El País, 2 de julio [en línea]: <elpais.com/cultur a / 2 0 1 5 / 0 4 / 0 9 / a c t u a l i d a d / 1 4 2 8 5 7 0 9 6 4 _ 2 9 4 9 3 1 . h t m l > [consultado: 25 de agosto de 2020].

BROD, M. (1984). Epílogo. En: Franz Kafka. El proceso, trad. de R. Kruger. México: Origen / Seix Barral. KAFKA, F. ( s . f . ) . E n : K a f k a M u s e u m [ e n l í n e a ] : < k a f k a m u seum.cz/en/franz-kafka/family/parents/> [consultado: 2 de septiembre de 2020].

(1983). La muralla china [Un mensaje imperial], trad. Alejandro Guiñazú. Madrid: Alianza Editorial.

(1991). Un médico rural [De noche], trad. de Juan Rodolfo Wilcock. Madrid: Anaya.

(2001). Diarios, trad. Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.

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