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Desde el silencio IV Anne Frank: escribir para vivir

del aula

Desde el silencio IV

ANNE FRANK: ESCRIBIR PARA VIVIR

Gerardo de la Cruz*

Casi todo lo que hay que saber sobre Anne Frank está en sus diarios: su biografía, sus pensamientos, sus lecturas, sus aspiraciones, sus temores, la visión de un mundo marcado por la guerra y la persecución, que es el contexto en el cual escribió en la estrechez de “la casa de atrás”, de principio a fin, cada página de sus libretas. Anne no se guardaba nada; escribía para sí misma, prácticamente sin filtros, con una sorprendente honestidad que está lejos de ser ingenua, una de las extraordinarias cualidades de su obra. Es un triste privilegio y una gran Dominio público en commons.wikimedia.org lección que la historia posea un documento de esta naturaleza, porque todo mundo sabe cómo terminó el cuento, por qué la escritura del diario, y la novelita que pergeñaba, se vio interrumpida. Anne no tuvo oportunidad de reflexionar a fondo sobre el acto de escribir, mejor dicho, de madurar sobre todo lo que implicaba ello, lo único que sabía era que escribir la hacía sentir viva, la hacía feliz, y frente a cada situación complicada que sucedía en la casa de atrás, recurría a los libros, a la escritura, al diálogo consigo misma. No sabía si algún día se convertiría en escritora profesional, pero tenía la convicción de que no podría dejar de escribir por el resto de su vida. Había encontrado una pasión que superaba el horror de la guerra, el encierro, el temor a ser descubierta –ella y los demás–; una pasión que, sin fijárselo seriamente como una meta, le permitió seguir con vida.

La historia conocida

Me siento dentro de la piel de Anne Frank que es transparente como un ramo de abril.

YEVGUENI YEVTUSHENKO,

“BABI YAR”

Con fecha del 2 de junio de 1942, Anne Frank escribió en su diario: “Espero poder confiártelo

* Escritor. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM. todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un gran apoyo”. E r a s u d e c i m o t e rc e r c u m p l e a ñ o s y s u s p a d re s l e h a b í a n re g a l a d o u n a l i b re t a c u a d r a d a f o r r a da de tela de mascota roja con un pequeño broche de cerradura, la cual había visto en el escaparate de una librería. Cuando recibió su regalo, intuía que más temprano que tarde su familia terminaría huyendo de Ámsterdam, debido a la persecución judía que llevaba a cabo el régimen nazi; lo que Anne no sabía era que eso sucedería en menos de un mes.

El diario de cuadros rojos

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Otto, Edith y Margot, 1928 Colección de fotos: Anne Frank Stichting, Ámsterdam

Los Frank eran una familia de judíos alemanes asimilados, a diferencia de los Kafka –que estaban en ese proceso–; observaban las leyes y tradiciones de su religión sin tomárselas demasiado a pecho, contaban con un elevado nivel socioeconómico y tenían absolutamente integrada su identidad alemana. Otto nació en Fráncfort del Meno en 1889 y su padre poseía un banco, lo cual le permitió tener una preparación bastante amplia, en la que incluso pudo dar cauce a sus inclinaciones artísticas e intelectuales, al tiempo que hacía sus prácticas profesionales para dirigir los negocios de la familia. Entró a servicio durante la Gran Guerra y fue condecorado con la Cruz de Hierro; alcanzó el grado de teniente de Reservas al finalizar la contienda. En 1925 se casó con Edith Höllander, una chica judeoalemana de veinticinco años, procedente de Aquisgrán, ciudad cercana a la frontera con Holanda, cuya familia se dedicaba al comercio del metal reciclado; Anne consigna en su diario los grandes y lujosos banquetes con más de 250 invitados, a los cuales, según su madre, solía asistir de soltera. El matrimonio se estableció en Fráncfort y allí nacieron sus dos únicas hijas, Margot Betti, la primogénita, en 1926, y tres años después, en 1929, Annelies Marie, más conocida como Anne, o Ana Frank.

La vida en Alemania en el periodo de entreguerras no es sencilla y el contexto que favoreció la llegada al poder de un personaje como Adolf Hitler es aún más complejo. La situación política de lo que había sido el Imperio austro-húngaro era bastante frágil, había mucha inconformidad y heridas abiertas a consecuencia de los tratados de paz y de la reorganización de los antiguos territorios después de la derrota de 1918. Los alemanes sentían, con razón, que el trato recibido por parte de los Aliados había sido abusivo y humillante, y eso dio paso al nacionalismo exacerbado, al fascismo como solución política y a la

persecución de los judíos como causa fantástica de todos los males. Cuando el Partido Nacionalsocialista tomó el poder en 1933, los Frank comprendieron que, asimilados o no, a los ojos de los nazis sólo eran judíos que, por alguna idea retorcida, le habían robado al pueblo alemán y ahora debían pagar por ello. Pero su comprensión del asunto se quedó corta, en 1935 se decretaron las Leyes de Nuremberg, que despojaban a los judíos, entre otras etnias e identidades minoritarias, de su ciudadanía alemana, con lo cual perdieron todos sus derechos, incluido el de tener propiedades y el de recibir un trato digno. Y enseguida, los pogromos, que no son otra cosa sino linchamientos, purgas, matanzas sistemáticas de las minorías, a manos de las autoridades y hasta por la población civil.

Previendo la catástrofe, los Frank emigraron a los Países Bajos en 1933 y se establecieron en Ámsterdam, con la confianza de que la tradición neutral de Holanda, en caso de que estallara una guerra, sería respetada. Pero Hitler, ansioso por hacer nuevamente de Alemania un gran imperio, en mayo de 1940 invadió Francia, B é l g i c a , L u x e m b u rg o y l o s P a í s e s B a j o s , u n a blitzkrieg que apenas halló resistencia en los cuatro días que duró la operación sobre Holanda. Las esperanzas de emigrar al Reino Unido o a América, como ya lo habían hecho algunos familiares, como lo estaban planeando, se desmoronaron en cuanto Alemania declaró la guerra a Estados Unidos.

Al igual que en 1933, Otto tenía claro que los días tranquilos y seguros estaban contados. Las medidas antijudías que operaban en los territorios ocupados inmediatamente se pusieron en marcha en Ámsterdam, donde residía el sesenta por ciento de la población judía en el territorio histórico de Holanda:

Los judíos deben llevar una estrella de David –relata Anne–; deben entregar sus bicicletas; no les

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Anne Frank en su escuela primaria con su maestra y dos compañeras Colección de fotos: Anne Frank Stichting, Ámsterdam

está permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche, tampoco en coches particulares; los judíos sólo pueden hacer la compra desde las tres hasta las cinco de la tarde; sólo pueden ir a una peluquería judía; no pueden salir a la calle desde las ocho de la noche hasta las seis de

la madrugada; no les está permitida la entrada en los teatros, cines y otros lugares de esparcimiento público; no les está permitida la entrada en las piscinas ni en las pistas de tenis, de hockey ni de ningún otro deporte; no les está permitido practicar remo; no les está permitido practicar ningún deporte en público; no les está permitido estar sentados en sus jardines después de las ocho de la noche, tampoco en los jardines de sus amigos; los judíos no pueden entrar en casa de cristianos; tienen que ir a colegios judíos, y otras cosas por el estilo.

Y hace suyas, con bastante humor, las palabras de una amiga: “Ya no me atrevo a hacer

nada, porque tengo miedo de que esté prohibido”. Pero había que hacer algo, porque las cosas empeoraban.

La casa de atrás

El 15 de julio de 1944, Anne Frank remata con esta célebre declaración de principios: “Es un m i l a g ro q u e t o d a v í a n o h a y a re n u n c i a d o a t o d a s m i s e s p e r a n z a s , p o rq u e p a re c e n a b s u rd a s e irrealizables. Sin embargo, sigo aferrándome a ellas, pese a todo, porque sigo creyendo en la bondad interna de los hombres”. No creo que fuera un milagro, había fundamento para guardar esperanzas y seguir creyendo en las personas, porque los Frank se habían rodeado de gente verdaderamente extraordinaria que lo arriesgó todo para protegerlos durante el tiempo que vivieron en la ahora llamada “casa de atrás”, y que durante mucho tiempo se le conoció en español como “el anexo secreto”. Cuando Anne escribió esas líneas, la familia Frank llevaba ya dos años escondida, junto con los Van Pels: Hermann, socio de Otto, su esposa Auguste y su hijo Peter, y el doctor Fritz Pfeffer. ¿Cómo habían llegado a este punto? El domingo 5 de julio de 1942, Margot Frank recibió un citatorio para presentarse en la Oficina Central de Emigración Judía, lo cual significaba que sería deportada y trasladada a un campo de concentración. Inmediatamente los Frank empacaron cuanto pudieron y abandonaron todo para refugiarse en un área no usada de la empresa, que Otto Frank, desde la primavera, había venido acondicionando con la complicidad de algunos empleados y compañeros de confianza: el matrimonio Gies, conformado por Jan, que le servía de prestanombres a la antigua compañía de Otto, quien por ser judío no podía conservarla, y Miep, secretaria particular del señor Frank y eventual salvadora del diario de Anne; una jo-

El local de la compañía 1. Almacén 2. Cocina de la compañía 3. Puerta a la oficina privada de Otto Frank 4. Oficina de Víctor Kugler 5. Oficina de Johannes Kleiman,

Miep Gies y Bep Voskuijl 6. Depósito 7. Ático 8. Descenso con la biblioteca giratoria hacia la casa de atrás

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La casa de atrás 9. Cuarto de lavado 10. Cuarto de Otto, Edith y Margot 11. Cuarto de Anne que compartía con Fritz Pfeffer 12. Sala común y comedor, de noche era el cuarto de

Hermann y Auguste van Pels 13. Cuarto de Peter van Pels 14. Ático 15. Desván

ven empleada de nombre Bep Voskuijl y su padre, Johan, quien resolvía los problemas prácticos de los refugiados; Johannes Kleiman, quien había sucedido a Otto Frank en la dirección de la empresa, orquestador de la vida clandestina, y su esposa, aunque no jugó un papel activo como protectora en la historia; y Victor Kugler, director de la empresa fachada de Gies.

Anne y Margot no supieron del escondite, descrito a detalle en el diario, sino hasta el día en que se evadieron. El 6 de julio se instalaron los Frank; una semana después, el 13, la familia Van Pels, y el 16 de noviembre de ese mismo año se les unió el doctor Pfeffer. El escondite secreto no era realmente un anexo, sino un área restringida al fondo del edificio de tres pisos que ocupaba la empresa, y a la cual se accedía por una estrecha puerta, de manera que, en caso de que la policía realizara una inspección rápida o tuvieran visitantes inesperados, pudiera pasar inadvertida, como el cuarto de los trebejos. En la planta baja se hallaba el almacén; en el primer piso, las oficinas generales, y al fondo, la de la dirección, con cocina; en el segundo piso, al frente estaba el depósito, y atrás, subiendo unas angostas escaleras, un descansillo donde estaba la estrecha puerta que conducía a las habitaciones de Otto y Edith, y del otro lado Anne y Margot, quien debió cederle su cama al señor Pfeffer; el tercer p i s o , e n l a p a r t e d e l a n t e r a , f u n c i o n a b a c o m o á t i c o y a l m a c é n , y n o t e n í a c o m u n i c a c i ó n c o n el área donde se encontraban los Van Pels, que vivían en la sala-comedor-cocina. Poco después del cambio, el señor Voskuijl construiría la estantería giratoria que ocultaba el acceso principal a los cuartos de los refugiados.

Sin darse cuenta, el microcosmos de la casa de atrás, es decir, sus habitantes, los protectores, incluso el edificio, se fue convirtiendo en protagonista central del diario de Anne, y todo lo que le ocurre allí –las noticias que le llegan de la guerra, los dramas familiares, las discusiones, los rumo-

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De izquierda a derecha: Miep Gies, Johannes Kleiman, Otto Frank, Victor Kugler y Bep Voskuijl, octubre de 1945 Colección de fotos: Anne Frank Stichting, Ámsterdam

res, y, sobre todo, el proceso de cambio que sufre durante la pubertad, ese tránsito incomprensible de la niñez a la adolescencia– trenzarán una de las historias más conmovedoras que hayan visto la luz pública. Se trata de una verdadera odisea (sin afán de trivializar este episodio, que fue el caso de miles durante la Segunda Guerra Mundial) que se interrumpe el 4 de agosto de 1944, cuando la policía inspecciona el edificio en busca de los fugados, debido aparentemente a una delación procedente de una “fuente confiable”.

Al frente de un pequeño comando encabez a d o p o r e l s a rg e n t o m a y o r d e l a S S K a r l S i l berbauer, quien recibió la orden de revisar el edif i c i o , l o s o c h o re f u g i a d o s f u e ro n d e t e n i d o s y evacuados, así como Victor Kugler y Johannes K l e i m a n . L o s F r a n k , l o s Va n P e l s y P f e ff e r f u e ro n e n v i a d o s a l o s c a m p o s d e c o n c e n t r a c i ó n . Tr a s l a d e t e n c i ó n , e l l u g a r q u e d ó p a t a s a r r i b a , no obstante Miep y Bep se dieron a la tarea de ordenarlo y salvaguardar los pocos objetos personales que habían quedado de sus protegidos, entre éstos los cuadernos de Anne, con la intención de devolvérselos cuando regresaran. Pero de los judíos, sólo Otto Frank regresó. En cuant o a l o s p ro t e c t o re s , K u g l e r l o g r ó e s c a p a r d e

prisión durante un bombardeo; Kleiman, que se había deteriorado bastante por la constante tensión en que vivía, fue puesto en libertad por motivos de salud. Margot y Anne Frank murieron, con pocos días de diferencia, en febrero de 1945, a causa de una epidemia de tifo en el campo de concentración de Bergen-Belsen.

El Diario de Anne Frank

A un mes de cumplir quince años, el 11 de mayo de 1944, Anne le escribe a su “Querida Kitty”: “Hace mucho que sabes que mi mayor deseo es llegar a ser periodista y más tarde una escritora famosa. Habrá que ver si algún día podré llevar a cabo este delirio de grandeza, pero temas hasta ahora no me faltan. De todos modos, cuando acabe la guerra quisiera publicar un libro titulado La casa de atrás; aún está por ver si resulta, pero mi diario podrá servir de base”. Y es lo que sucede.

Es necesario distinguir en toda esta historia entre los diarios personales de Anne Frank frente a la versión literaria, que ella misma preparó pensando en su publicación después de la guerra, bajo el título que, en efecto, respetó su padre (mas no sus editores): La casa de atrás. La línea es algo tenue, pero clara, y como todo proyecto literario que se ha quedado en proceso (recuérdense los casos de Kafka y de Dickinson), su resultado final puede ser cuestionable, sobre todo para quienes desean tomarlo como documento histórico y quienes desean omitir la participación del editor inicial de Anne, su propio padre, Otto.

La casa de atrás en realidad se escribió en la primavera de 1944, cuando Anne lleva a cabo el proceso de literaturización de sus diarios, con la aspiración de que se publicaran, como lo había prometido el ministro neerlandés, como testimonio de la resistencia del pueblo. La niña de trece años, chispeante, coqueta, ansiosa por convertirse en adulta, que extraña a su abuela, que mira con cierto desgano a los chicos, ahora se concibe como una joven escritora de quince años y reescribe, sin traicionar, a la chica que comenzó a e s c r i b i r l o s d i a r i o s , t a n s o l i t a r i a e n t o n c e s c o m o ahora. Esa joven lo único que tenía para sí eran s u s e s c r i t o s p e r s o n a l e s , u n m u n d o n o c re a d o por ella, pero sí el lugar en donde manda.

www.annefrank.org Escritos originales de Anne Frank

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En esta tarea pone en juego toda su experiencia literaria y se aferra a un modelo que, desde que comenzó a escribir su diario, siguió: el género epistolar. En busca de esa confidente, que desde su perspectiva no podía ser ella misma, escribe cartas a amigas reales, a personajes de novela, a efímeros personajes de su propia inv e n c i ó n . A n n e n e c e s i t a e n t r a r e n c o n t a c t o c o n a l g u i e n a j e n o a l e s c o n d i t e , y e n l a e s c r i t u r a epistolar, a semejanza de Emily Dickinson, encuentra al interlocutor ideal; pero a diferencia de ella, sabe que nunca tendrá respuesta. Al final, Anne decide dirigirle las cartas de La casa de atrás a Kitty, un personaje travieso y rebelde de la serie de novelas de Joop Ter Heul, de Cissy van Marxveldt, cuya obra, todavía, es completamente desconocida para los lectores en español.

La reescritura de Anne busca rescatar lo más notable de sus apuntes, refuerza algunas imágenes y aclara algunas zonas oscuras de su redacción. Al tiempo que sigue escribiendo el día a día, se sorprende de lo ingenua que, a sus propios ojos, resulta en algunos temas, básicamente en todo lo que tiene que ver con crecer: el cuerpo, el sexo, el amor, la relación con sus padres. Es probable que esta visión le permita a la quinceañera explayarse, en 1944, en otro tenor sobre los mismos temas, y hacer a un lado algunas cuestiones que, en su momento, resultaron menos trascendentes de lo que esperaba, como s u e n a m o r a m i e n t o c o n P e t e r v a n P e l s , a l q u e considera muy inmaduro para ella, aunque lo necesita para crecer, para afirmarse como mujer adulta y, paradójicamente, independiente. Esta confrontación entre la Anne de trece, catorce y quince años es, a mi juicio, uno de los grandes valores que tiene La casa de atrás, y uno de los aspectos más llanamente humanos y menos viciados por la guerra.

Otto Frank lo entendió así cuando recibió de manos de Miep Gies el legado de Anne. Comprendió el magnífico documento que había de-

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Primera edición del libro Het Achterhuis (La casa de atrás), publicada en junio de 1947

jado, pero también la necesidad de proteger la privacidad de su hija, y se dio a la tarea de volver a editar la última versión de La casa de atrás. Añadió lo que ya no tuvo oportunidad de incorporar su hija, omitió los pasajes de contenido sexual, mas no los amorosos, y suprimió los juicios severos sobre sus padres, especialmente hacia su madre. La intervención de Otto como editor ha resultado problemática, pues llegó a poner en tela de juicio la autenticidad del Diario. En realidad, lo que hizo fue decantar, como lo haría cualquier editor, el mensaje de la obra de acuerdo con los tiempos en que vivían. Al pasar en limpio sus memorias, Anne se inclinó por una versión de sí misma que privilegiaba a la mujer que manda sobre sí misma; Otto atemperó esa revolución interior que significa crecer y la equilibró con la mirada exterior. Por ello, el Diario (título que recibió La casa de atrás) publicado por Otto Frank nos resultaba a los lectores que accedimos a esta primera edición, como escrito por un adulto que a veces habla como niño.

E hizo lo correcto, porque el lector de la posg u e r r a n o e s t a b a p re p a r a d o p a r a q u e e s t a h e roína adolescente hablara con entusiasmo sobre

su regla –tengo una edición de 1955 con el subt í t u l o C a r t a s a m i m u ñ e c a , q u e e v i d e n t e m e n t e apelan a la niña de las primeras páginas, y no a la joven precoz de 1942 y 1944–; menos que quisiera tocarle los pechos a su mejor amiga, y que confesara que la besó, o que se preguntara cómo una mujer puede ser penetrada por el hombre por un orificio tan delgado y pequeño como lo es la vagina, por donde apenas cabe su dedo, o que enfureciera cuando su madre finge ignorancia cuando le pregunta para qué sirve el clítoris y afirmara que es el mejor ejemplo de lo que no quiere ser en la vida. Esa Anne Frank, cuya imagen está lejos de las últimas fotos conocidas, curiosa, abiertamente sexualizada, rebelde como cualquier adolescente, corresponderá a los lectores de finales del siglo XX, a quienes les ha llegado una versión del Diario renovada, donde, con el consentimiento de Otto, se restituyeron la mayoría de los pasajes que censuró.

Anne Frank y la historia del holocausto judío se han fusionado, y tal vez sea ocioso tratar de leerla al margen de su contexto. Aun así, para apreciar la grandeza de la obra de Frank basta el mismo Diario. Su lectura difícilmente deja indiferente al lector, porque sobre la guerra, sobre el escenario de persecución y discriminación, sobre el injusto final que tuvo, sobre la difamación de la que ha sido objeto después de muerta, y sobre los intentos por anular su voz, se yergue triunfante, una y otra vez, la joven y talentosa escritora que soñaba ser.

Para alguien como yo es una sensación muy extraña escribir un diario. No sólo porque nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años. Pero eso en realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de desahogarme y sacarme de una vez unas cuantas espinas. “El papel es más paciente que los hombres”. Me acordé de esta frase uno de esos días medio melancólicos en que estaba sentada con la cabeza apoyada entre las manos, aburrida y desganada, sin saber si salir o quedarme en casa, y finalmente me puse a cavilar sin moverme de donde estaba. Sí, es cierto, el papel es paciente, pero como no tengo intención de enseñarle nunca a nadie este cuaderno de tapas duras llamado pomposamente “diario”, a no ser que alguna vez en mi vida tenga un amigo o una amiga que se convierta en el amigo o la amiga “del alma”, lo más probable es que a nadie le interese.

Querida Kitty: Sábado, 20 de junio de 1942 (fragmento)

Veo mi vida de niña hasta el año nuevo de 1944 como bajo una lupa muy potente. En casa, la vida con mucho sol; luego aquí, en 1942, el cambio tan repentino, las peleas, las recriminaciones; no lograba entenderlo, me había cogido por sorpresa, y la única postura que supe adoptar fue la de ser insolente.

Luego los primeros meses de 1943, los accesos de llanto, la soledad, el ir dándome cuenta paulatinamente de todos mis fallos y defectos, que son tan grandes y que

parecían ser dos veces más grandes. De día hablaba y hablaba, intentaba atraer a Pim hacia mí, pero sin resultado, me veía ante la difícil tarea de hacerme a mí misma de tal forma que ya no me hicieran esos reproches que tanto me oprimían y desalentaban.

Después del verano de ese año las cosas mejoraron. Dejé de ser tan niña, me empezaron a tratar más como a una adulta. Comencé a pensar, a escribir cuentos, y llegué a la conclusión de que los demás ya no tenían nada que ver conmigo, que no tenían derecho a empujarme de un lado para otro como si fuera el péndulo de un reloj; quería reformarme a mí misma según mi propia voluntad. Comprendí que podía pasar sin mamá, de manera total y absoluta, lo que me dolió, pero algo que me afectó mucho más fue darme cuenta de que papá nunca llegaría a ser mi confidente. No confiaba en nadie más que en mí misma.

Después de Año Nuevo el segundo gran cambio: mi sueño… con el que descubrí mis deseos de tener… un amigo o novio; no quería una amiga mujer, sino un amigo varón. También descubrí dentro de mí la felicidad y mi coraza de superficialidad y alegría. Pero de tanto en tanto me volvía silenciosa. Ahora no vivo más que para Peter, porque de él dependerá en gran medida lo que me ocurra de ahora en adelante.

Y por las noches, cuando acabo mis rezos pronunciando las palabras “Te doy las gracias por todas las cosas buenas, queridas y hermosas”, oigo gritos de júbilo dentro de mí, porque pienso en esas “cosas buenas”, como nuestro escondite, mi buena salud y todo mi ser, en las cosas queridas, como Peter y esa cosa diminuta y sensible que ninguno de los dos se atreve a nombrar aún, el amor, el futuro, la dicha, y en las cosas hermosas, como el mundo, la naturaleza y la gran belleza de todas las cosas hermosas juntas. En esos momentos no pienso en la desgracia, sino en todas las cosas bellas que aún quedan. Ahí está gran parte de la diferencia entre mamá y yo. El consejo que ella da para combatir la melancolía es: “Piensa en toda la desgracia que hay en el mundo y alégrate de que no te pase a ti”. Mi consejo es: “Sal fuera, a los prados, a la naturaleza y al sol. Sal fuera y trata de reencontrar la felicidad en ti misma; piensa en todas las cosas bellas que hay dentro de ti y a tu alrededor, y sé feliz”.

En mi opinión, la frase de mamá no tiene validez, porque ¿qué se supone que tienes que hacer cuando esa desgracia sí te pasa? Entonces, estás perdida. Por otra parte, creo que toda desgracia va acompañada de alguna cosa bella, y si te fijas en ella, descubres cada vez más alegría y encuentras un mayor equilibrio. Y el que es feliz hace feliz a los demás; el que tiene valor y fe, nunca estará sumido en la desgracia.

Martes, 7 de marzo de 1944 (fragmento)

Referencias

Ana Frank House. Ana Frank. Su vida, su diario y la Casa de atrás [en línea]: <annefrank.org/es/ana-frank/> [consultado el 16 de enero de 2021]. FRANK, A. (2004). El diario de Ana Frank. Un canto a la vida. (Trad. A. Ledesma.) México: Debolsillo.

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