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Ergonomía de sistemas de actividad humana Ing. MCI. José Miguel Araya Marchant
Ergonomía de sistemas de actividad humana
Ing. MCI. José Miguel Araya Marchant
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Introducción
Previo a la instauración del tema específico aquí tratado, será pertinente y necesaria una especie de contextualización del concepto de ergonomía y su relación significativa con un aspecto concreto de una actividad humana esencial: el mundo del trabajo (conceptualizado aquí como “sistemas de trabajo”); para ello, una vez que entremos en el entramado que nos convoca, se dará una breve explicación etimológica e histórica que el concepto de ergonomía ha ido desplegando en los últimos años.
En términos temporales es posible señalar el año 1983 como referencia, en el contexto de esta exposición, al momento de decantar el significado y trascendencia de la ergonomía; en efecto, ese año la Enciclopedia de la OIT (en su tercera edición), señalaba en aproximadamente cuatro páginas la identidad y la naturaleza de la ergonomía dejando el asunto encerrado en esas pocas páginas. No obstante ello, el tiempo ha puesto en su lugar ese recurso hacia lo que puede denominarse ergonomía tradicional, de este modo:
Desde la publicación de la tercera edición, ha habido un cambio importante en el énfasis y en la comprensión de las interrelaciones entre salud y seguridad: el mundo ya no puede clasificarse tan fácilmente en medicina, salud y prevención de riesgos. Durante la última década, en casi todas las ramas del sector de producción y servicios se ha hecho un gran esfuerzo por mejorar la productividad y la calidad…una medida económica directa de la productividad, los costes del absentismo por enfermedad, está relacionada con las condiciones de trabajo. Así. Debería ser posible aumentar la productividad y la calidad y evitar el absentismo prestando más atención a la concepción de las condiciones de trabajo. (Laurig y Vedder, 1998, p. 1)
Esta manera de entender la ergonomía se condice con su diferenciación, por ejemplo, que puede hacerse hacia la medicina “de trabajo”: esta, en efecto, trata casi exclusivamente con aspectos etiológicos asociados a las enfermedades “profesionales”. Se realiza el énfasis en la naturaleza y significado “moderno” de la ergonomía: como se indica en la cuarta edición de la Enciclopedia de la OIT,
la ergonomía “abarca los diferentes grupos de conocimientos y experiencias orientados hacia las características y capacidades del trabajador y que tienen como objetivo el uso óptimo del recurso “trabajo humano” haciendo el trabajo más “ergonómico”, es decir, más humano” (Laurig y Vedder, 1998, p. 1).
Ergonomía: conceptos básicos
En concordancia con lo planteado anteriormente, podemos decir, de manera ya más específica y orientando los intereses del texto, que la ergonomía busca armonizar las aspiraciones optimizantes de las dimensiones técnico productivas de los sistemas de trabajo, con las potencialidades y limitaciones humanas. Se trata en esencia de favorecer el rendimiento y calidad con que las personas realizan sus quehaceres productivos, al mismo tiempo de lograr que ellas se desenvuelvan saludablemente1 en su actividad laboral.
El uso del recurso metodológico asociado al concepto “sistemas de trabajo” posee, en este sentido, una clara orientación de corte teórico: en efecto, dicha adhesión se explica desde el mundo de la teoría de sistemas; la elección de dicho entramado teórico se explica, fundamentalmente, por el arraigo que, desde el mundo de los fenómenos —en este caso el mundo del trabajo— podemos establecer, en este caso reificar, con el uso de conceptos que den cuenta de tal o cual contexto situado (realidad en tono más objetivista o positivista); así, el pensamiento sistémico nos permite concatenar y unir, de manera lógica, fenómenos situados contextualmente con conceptos e ideas que dan cuenta y aprehenden “analíticamente” ya que, desde este vértice teórico, es posible “ver” de manera interrelacionada los fenómenos sociales ya que la teoría de sistemas “ve la sociedad como un enorme sistema constituido por una serie de partes interrelacionadas. Es necesario examinar la relación entre las partes, así como también las relaciones entre el sistema y otros sistemas sociales” (Ritzer, 1993, p. 88).
Es en ese sentido en el que la opción por la teoría sistémica cobra importancia y vitalidad al momento de analizar y dar cuenta, rigurosamente, del fenómeno social que nos convoca, además resulta complementaria de toda forma de investigación y trabajo teórico que trate de asir de manera holística cuestiones que, de otro modo, resultaría difícil de aprehender dada la complejidad y transversalidad de los mismos. En definitiva, se adecúa a los requerimientos que, desde el mundo de los fenómenos sociales, remece y estimula a la práctica de una teoría abierta a esos movimientos “empíricos”.
Ahora bien, de acuerdo a lo señalado recientemente a modo de “justificación teórica”, podemos decir que desde la sistematicidad del pensamiento sistémico se desprende que son muchas y diversas las consideraciones que se deben
1 Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se entiende por salud el estado generalizado de bienestar de las personas (físico, mental y social) y no solamente la ausencia de enfermedad.
adoptar, para promover la perspectiva ergonómica en forma integral en los sistemas de trabajo. En tal sentido, la práctica de la ergonomía tradicional ha debido enriquecer su planteamiento, para superar las limitaciones de sus estudios parcelados. En efecto, en la actualidad resulta fácil comprender que la actividad humana en general, y en particular el trabajo, es mucho más compleja que sólo suponer que se compone de movimientos, esfuerzos y disposiciones corporales dinámicas. La misma Asociación Internacional de Ergonomistas (IEA), define la ergonomía como un quehacer complejo, de fundamento e impacto sistémicos en la actividad humana.
En este sentido, a modo de muestra de la relación entre el fenómeno social y su aprehensión teórica, podemos decir que el vínculo entre ambos plantea comunicaciones recíprocas: esto porque el entorno actual, el entorno “sociotécnico”, en el que se desenvuelve el sujeto o trabajador se encuentra indisolublemente integrado por diversos aspectos que, en este sentido, se encuentran superpuestos unos con otros y transversalizan la manera en que podemos “llegar” a ellos; esto también se condice con el marco teórico que, justamente, tarta de asir esa “realidad”, nos referimos a la teoría de sistemas que es, ella misma, una múltiple y complementaria disciplina reflexiva: la integración y la interrelación condiciona, entonces, su misma naturaleza y la manera en que, luego, se encamina hacia las realidades que pretende comprender y explicar, en este caso tal vínculo se da por “analogía”, si se permite tal comparación, ya que el mundo del trabajo, visto desde la ergonomía y apoyado en una teoría sistémica, se erige y se despliega en tanto contexto múltiple y diverso que trata sobre las interacciones humanas y los otros elementos constituyentes de ese contexto (diríamos otros elementos de ese sistema). De esta manera se entiende el carácter sistémico de la orientación ergonómica y comprender, simultáneamente, su sentido práctico, es decir de aplicación.
Finalmente, en esta senda interpretativa, al hacerse una reflexión que versa desde lo sistémico y que, al mismo tiempo, reflexione desde el origen multidisciplinario de la ergonomía no se puede soslayar hacer una reflexión acerca del estatus “ontológico” que conlleva el hecho de analizar al ser social (sujeto-trabajador) en un contexto específico.
Alejándonos de una concepción “idealista” de la realidad y centrándonos en una concepción materialista del fenómeno que nos convoca, podemos decir que, de acuerdo a esto último, se puede sostener que existe una especie de despliegue de los tiempos que considera, desde una visión occidental y judeocristiana, la existencia de diferencias sociales como parte del engranaje que condiciona el progreso humano (desarrollo, desde una visión más bien actual, transversal e inclusiva); además de ello, la visión materialista, producto de este primer alcance, presenta una profunda vinculación con la evolución del conocimiento científico, que condiciona y “favorece” ciertos impulsos socioculturales; finalmente, un tercer y esencial componente del pensar materialista se relaciona y, además, considera que el ser, la naturaleza, la materia como dato primario se
encuentra frente al pensar al espíritu, a la idea. La situación —contexto de explicación— que hace referencia, desde nuestros mundos contemporáneos (Augé, 1993), a este estrato ontológico se ratifica cuando vemos la constitución de un estado social que construye, económicamente, con base en las estratificaciones que nos muestra está “realidad”: un fundamento de oposición que considera a la actividad humana como opuesta a la “naturaleza” que se presenta como exterior e independiente. De este modo la categoría central del ser social define nuestro devenir en tanto devenir histórico: el trabajo —deviene— como la transformación de la realidad externa, la natural (Martínez, 1988). De esta manera, cuando hablamos de una ontología, extraído desde la filosofía, realizamos el complemento necesario, propio de la reflexión multidisciplinaria de la que hablábamos hace un momento, que extiende dicho despliegue hacia el estrato de la llamada ontología social, que, en este contexto, podemos traducir como aquel fundamento del análisis de la naturaleza de la realidad social, actividad que se realiza por medio de categorías socialmente interpretadas (Martínez, 1988).
Con el propósito de explorar las consideraciones sistémicas de la concepción y práctica ergonómicas en los sistemas de trabajo, en este ensayo se buscará responder algunas preguntas fundamentales acerca de su sentido, contenido y alcances hacia las personas, y proponer un ejercicio de síntesis de impacto en su calidad de vida y decencia con la cual se debieran articular sus labores.
Ahora bien, dentro de esta línea conceptual y teórica se propondrá una suerte de orden que dé cuenta de los aspectos relativos al sentido, naturaleza y alcance prácticos de las reflexiones en torno a esta ergonomía de los sistemas de trabajo; de esta manera se pretende alcanzar una claridad expositiva que clarifique y demuestre la pertinencia acerca del uso de estos conceptos y la relación que mantienen con la identificación de una naturaleza o identidad de una disciplina múltiple en términos epistémicos.
Ontología del trabajo
En concordancia con lo expuesto sucintamente hace unos momentos, es posible mantener, a un nivel ya más específico —empírico— que los seres humanos somos seres vivos de comportamiento complejo sui géneris; donde nuestra característica distintiva, junto con otras, especialmente aquella que dice relación con el concepto de responsabilidad, es la capacidad de manifestar conductas organizadoras de actividades conjuntas, conducentes a obtener respuestas complejas a sus necesidades y aspiraciones. Esto se hace posible gracias al lenguaje y a su impacto en la configuración cultural de la existencia humana (Maturana, 2001). Pero este tipo de recurso y esencialidad humana, específicamente el “lenguaje articulado” que nos separa de otros lenguajes del reino animal, se estructura y estructura, a su vez, a ese entramado significativo que da sentido a nuestras existencias (Geertz, 2003), es decir, a la existencia del ser social en sociedad. Es
por ello que, en concordancia con ese estrato ontológico ya señalado, podemos decir que la cultura, afirmada y conformada en y por el lenguaje, no se encuentra conformada desde una dimensión biológica: si bien tiene bases biológicas, evidentemente, sus raíces se hunden —por así decirlo— en ella misma al tratarse de una continuación consciente y explícita de los patrones que conforman nuestro entramado significativo o simbólico: el pensamiento simbólico adosado al lenguaje conforma la exclusividad de esa naturaleza única que condiciona y modifica las organizaciones, como así mismo las relaciones sociales y el comportamiento en sociedad.
Es en este contexto en el que podemos decir que, efectivamente, las personas participamos y nos desarrollamos como tales, en múltiples dominios existenciales la mayor parte de ellos condicionados por las presiones que los mundos contemporáneos ejercen sobre los sujetos sociales. En un tono diferente, aunque eso sí relacionado con esta parte de la discusión, esos dominios existenciales muchas veces se encuentran condicionados por la presión de la sobremodernidad (Augé, 1993).
Entonces, de acuerdo a esos condicionantes derivados de la vida propia de las sociedades postindustriales es posible la reflexión sobre tales sujeciones a partir de nuestras propias “biografías” occidentales; de este modo, en nuestros quehaceres cotidianos traemos a la mano (ponemos de manifiesto) diversos mundos, diferenciados por lógicas de pertinencia irreductibles entre sí. De este modo, en la cotidianeidad occidental contemporánea, podemos identificar como mundos habituales de realización humana, la familia, el trabajo, la ciudadanía, la pareja, el cuerpo y la espiritualidad, entre otros tantos.
Debemos, eso sí, reconocer que esta “idealización” de la vida del sujeto en sociedad no obsta para referirnos a que, en este mundo postindustrial, la reflexividad marca —hablando de modo normativo, al tiempo que metodológico— un punto interesante de inflexión al momento de referirnos a esos espacios que, aunque anclados en el mundo de la vida (Habermas, 1981), se hacen muchas veces artificiales y regidos por una “falsa normatividad” (Habermas, 1989) que hace más difícil la aprehensión de parte de la “teoría social”, pero, como dijimos, el recurso a la reflexividad nos plantea una metodología conceptual que permite aterrizar tales mundos habituales: la libertad y la “autonomía” (Giddens, 1994) juegan un rol importante en esta decantación hacia una posible aprehensión de esos mundos de realización humana que den cuenta de una base, de una ontología que describa dichos espacios realizables como factibles de una reflexión social; es, también, en esa línea que se plantea el recurso a la utilización de las lógicas operacionales de inclusión, pertenencia y pertinencia de los dominios existenciales.
Así, las lógicas operacionales de inclusión, pertenencia y pertinencia de los dominios existenciales, se manifiestan mediante reglas definitorias de coherencia, mediante la cual se obtiene la clausura con que se delimita un tal espacio relacional humano.
Sin embargo, a pesar de que las anteriores reflexiones se encuentran remitidas y contextualizadas por contenidos teóricos y reificaciones que, justamente, dan cuenta de una coherencia explicativa —un cierto orden conceptual—, no es menos cierto que dichos vértices reflexivos deben, en este ensayo al menos, poseer un arraigo concreto, una concreción empírica, en definitiva se debe volver y situar, constantemente, a las cosas mismas (Husserl, 1985). De allí la necesidad de contar con una referencia a un espacio concreto para hablar de nuestras cuestiones; ya que, según creemos, en todo espacio laboral humano, las personas que intervienen cotidianamente en ellos, experimentan dinámicas de ocupación y ocio, en las cuales es posible observar cómo se ingresa a un dominio existencial, con reglas de pertinencia relativamente claras, como las constituyentes de los sistemas productivos; y como se sale de dicho dominio, muchas veces con reglas de pertinencia menos claras, como las delimitadoras de espacios sociales como la amistad.
El trabajo es una actividad humana de fundamento productivos en ese sentido en el que se plantea, a modo de hipótesis, le reificación y la recurrencia, tanto teórica como metodológica, de los conceptos que articulan y centrifugan la presente reflexión. De este modo, al ser la dimensión productiva la base del trabajo humano, debemos relacionar a esa base con la productividad y con la eficacia que dicho quehacer conlleva (de manera sistémica u holística) todo ello ligado a conceptos que completan dichos horizontes y que se asocian, finalmente, a la autonomía de los sujetos sociales. En los espacios laborales humanos, trabajar implica coordinar acciones productivas entre grupos de personas, destinadas a obtener ciertos productos, como resultado de su quehacer diferenciado e integrado sobre la base de una concepción alopoiética2. Además de ello, creemos en la importancia de enfatizar la idea de espacio —genéricamente— en tanto “dominio de distinciones” (Araya, 1990, p. 18) como aspecto que señala la connotación diferente al momento de hablar de un espacio, el espacio laboral humano.
La lógica relacional de un dominio productivo es el condicionamiento mutuo entre las personas que participan en su realización. Las contrapartes productivas se relacionan como legítimas contrapartes de un quehacer conjunto, destinado a producir ciertos resultados, establecidos en la cadena de resultados convergentes a realizar la identidad del sistema productivo, a los cuales formalmente se pertenece.
Visto así, la alternancia ocupación y ocio, en las jornadas de trabajo y su diversidad de formatos, inexorablemente enfrenta a las personas al dilema de condicionar sus libertades, para ajustar las opciones y agendas de su propia multidimensionalidad, a las obligaciones productivas, por lo general impostergables. A partir de esto se incuba el riesgo de alterar los equilibrios saludables a los cuales las personas lograron llegar o acercarse, buscando conciliar sus espacios
2 Alopoiesis: producir algo diferente de sí mismo.
de esparcimiento, socialización, desarrollo espiritual, autocuidados, descanso y otros, establecidos como vías de desarrollo humano integral, o como compensatorias a las eventuales altas demandas productivas de una particular circunstancia laboral.
El trabajo, entonces, siempre desafía el resto de las opciones que una persona libremente puede elegir para perfilar su ser y estar en el mundo. Y aunque el juego de optar por una u otra alternativa de participación y desarrollo humano, en dominios existenciales particulares, siempre ofrece la opción de ejercer en plenitud el libre albedrío de las personas, al participar formalmente en dominios laborales y comprometer en ellos agendas productivas de trabajo específico, se constriñen los demás espacios de realización personal, al punto de establecer fronteras prácticamente inamovibles y usualmente usurpadoras de las demás, bajo el imperio de la obligación, como la disposición corporal dinámica fundamental, que compromete jurídicamente las libertades, de los individuos que asumen particulares contratos de trabajo.
Y cuando la simetría, desprendida de los equilibrios de poder, sistemas de protección social imperantes y trasfondos educativos y culturales de las contrapartes constituyentes de los respectivos contratos de trabajo, se desvirtúa o trasgrede perniciosamente en cualquiera de las direcciones, se generan tensiones relacionales humanas, originarias de todo tipo de desajustes ergonómicos.
Diseño del trabajo
La concepción sistémica de la ergonomía desafía a los responsables de diseñar los Sistemas de Actividad Humana (SAH), a establecer criterios lógicos y complejos de diseño tales, que fundamenten reglas relacionales y de composición que admitan, den lugar y aseguren la vigencia en el tiempo de mecanismos de armonización socio productiva, en la configuración, estructuración, implementación y operación, que mediante sus acciones y coordinación recursiva de quehaceres laborales, y respectivas y delicadas alternancias de ocupación y ocio, los trabajadores realicen la identidad de clase de estos SAH.
La ergonomía organizacional busca en su máxima aspiración, concebir, diseñar y operacionalizar dichas reglas de coherencia socio productiva, para una configuración de Sistemas de Actividad Humana, en la cual se posibilite y acontezca el trabajo decente. Desde establecer minuciosamente las condiciones en que debieran suscribirse los contratos de trabajo, pasando por certificar las condiciones generales de aseguramiento de la ergonomía de los procesos productivos del sistema, como también de cómo establecer condiciones para que los responsables de administrar la viabilidad de la organización dispongan de complejidad estructural suficiente, para detectar tempranamente y encauzar anticipadamente riesgos sistémicos, a objeto de proteger a los trabajadores en su propia integridad y bienestar; como también aprovechar y encauzar en la
perspectiva de desarrollar la organización, las oportunidades favorables de contexto metasistémico.
En la búsqueda de argumentos de rigor científico, para fundamentar la concepción de criterios y reglas de armonización socio-productiva, en los Sistemas de Actividad Humana, resulta insoslayable considerar los aportes de la biología social y del lenguaje, la sistémica organizacional y la cibernética de los sistemas humanos. A continuación, se ofrecerá una revisión sintética de un conjunto de nociones fundamentales, provenientes de las ciencias citadas, a objeto de visualizar un camino de construcción de un planteamiento ergonómico para diseñar el trabajo humano.
Respecto de las fronteras en las cuales se confrontan las dimensiones sociales y productivas de las personas, cuando sienten que sus legítimas opciones de ejercer acciones y derechos se ven constreñidos más allá de los contenidos y/o los alcances de los contratos firmados, o producto de una mala práctica laboral, generadora de desajustes ergonómicos, la ergonomía de sistemas se cuestiona acerca de los criterios y reglas empleados para delimitar los espacios de actividad, para discriminar tanto en la opción y voluntad de ingresar a la agenda productiva y ocuparse en trabajar, como desconectarse para iniciar una pausa o para cambiarse de dominio existencial; dominios donde , por ejemplo, las personas “puedan” hacerse cargo de “todas las dimensiones de su existir donde deseen, libre y responsablemente, estar presentes” (Araya, 1990, p. 75). Esto es, en el ámbito específicamente laboral, soslayando esos aspectos que constriñen “externamente” dicho ámbito, e involucrando concretamente a estos espacios organizacionales tanto en el aspecto productivo como en el social (Araya, 1990).
Desde la biología social y del lenguaje se afirma que “toda conducta humana posee un fundamento emocional” (Maturana, 1990). De este fundamento se desprende la pertinencia de indagar sobre los fundamentos emocionales del trabajo y las actividades productivas (Araya, 1990); es, entonces, desde este horizonte de comprensión en el que debe apoyarse la idea de una visión denominada “co-inspiración”, esta “alternativa podemos entenderla como la recuperación de nuestras raíces biológicas de convivencia , donde la premisa central es la aceptación mutua…[en donde] la “productividad” sólo tendría sentido dentro de un riguroso marco ético-social bajo una mirada de “austeridad responsable” (Araya, 1990, p. 76).
Sobre lo ya expuesto, cabe agregar que las emociones al manifestarse como disposiciones corporales dinámicas, con sistema nervioso incluido, especificadoras de los dominios de acción en los cuales nos movemos las personas, ofrecen la clave para concebir criterios coherentes de diseño y desprender de ellos
reglas articuladoras de actividades pertinentes: es, fenoménicamente hablando, partir desde las cosas mismas sin soslayar tal pertinencia.
De igual modo, la actividad humana se manifiesta como resultado del operar de redes conversacionales recursivas, entendiendo que, a su vez, las conversaciones son procesos entrecruzados de coordinación entre el lenguaje y las emociones. Cabe señalar, también, que el planteamiento biológico del lenguaje se centra en la recursividad de la coordinación de acción, que los individuos ejercen en espacios de consensualidad. Se desprende en consecuencia, que en el trasfondo de la actividad humana ocurren complejas configuraciones de redes y procesos de coordinación conductual que, conceptualmente hablando, son posibles de “aprehender” desde la misma fenomenología de lo vivo: lo concerniente a lo humano y a lo social (Araya, 1990).
La nominación de sistemas y su modelización a través de actividades primarias, ejercida en la cibernética organizacional, ha inspirado el diseño de Sistemas de Actividad Humana enfatizando encontrar mediante la verbalización, las reglas delimitadoras del quehacer pertinente.
El Modelo Viable ha mostrado por más de 30 años ser un robusto planteamiento para cuidar la constitución y conservación, tanto de la integridad, como de la adaptabilidad del Sistema a través del tiempo. Podría sostenerse, bajo una fuerte convicción epistemológica, que la mirada hacia la viabilidad ofrece un lúcido y sustantivo fundamento de construcción técnica de un Sistema de Actividad Humana. Sin embargo, el cuestionamiento ergonómico del modelo viable advierte la necesidad de profundizar la técnica de la nominación, estableciendo en su narrativa orientaciones hacia el cuidado de las personas, al menos bajo la perspectiva de asumir la dimensión humana de los sistemas a diseñar.
La búsqueda de mejores argumentos para sostener criterios y reglas de diseño ergonómico de sistemas socio-productivos, hace conveniente adentrarse en la contraparte fundamental del mismo proceso de diseño: el observador. La biología del conocimiento ofrece robustos argumentos para comprender los procesos y respectivas bases de funcionamiento, que hacen posible la emergencia y operación del observador, en tanto ser vivo manifestándose en el lenguaje (Maturana y Varela, 1990). De todas maneras, para ello siempre será necesario recurrir no exclusivamente a la descripción conceptual, vocabulario teórico, ya que, como señala la “empresa” fenoménica, es necesario un ir y venir desde y hacia las cosas mismas, dinámica epistémico-práctica que devela la riqueza y los desafío de considerar comprehensivamente este fenómeno en particular.
En este sentido, bajo el paradigma biológico reseñado, se concibe al observador como un ser vivo que opera en el lenguaje y establece que la operación básica que realiza dicho observador es la operación de distinción. A su vez, en dicho planteamiento se consigna que tal operación de distinción se constituye en una circunstancia, de la historia del observador, en la cual configura una composición escénica mediante la producción de una unidad y su contexto, en un evento de correspondencia coherente.
La coherencia establecida entre unidad, contexto y evento, se desprende de las coherencias distintivas e históricas del observador, quien pone de manifiesto su campo distintivo, trayendo a colación su historia previa y eventualmente expandiendo sus fronteras mediante una inflexión de extensión dentro o fuera de los límites del dominio cognitivo implicado. Lo anterior configurado en un proceso dialéctico de búsqueda de sentido, en la cual concurre además la identidad, organización y estructura de la unidad compuesta3 distinguida.
Es el observador, en congruencia con su circunstancia, entonces quien traza las fronteras de la unidad al implicar o proponer en su operación de distinción, una cierta identidad de dicha unidad y el contexto en que ella tiene lugar, trayendo a colación al mismo tiempo, en el caso de sistemas humanos, el dominio existencial en el cual las personas que intervienen, en tanto componentes del sistemas, operan coordinando las acciones pertinentes a la familia de relaciones que admite en sus posibilidades dicho dominio. Adicionalmente, en el ejercicio de especificad distintivo, que el observador asume en una mirada de diseño, y dado el respeto a la coherencia que se pretende cautelar, la identidad implicada o propuesta, delimita en forma más estrecha el ámbito de la pertinencia de las acciones posibles y deseables.
El dilema socio-productivo surge en la ontología del observador al procurar armonizar la correspondencia entre dos dominios lógicamente ortogonales, y eventualmente contradictorios. En efecto, las relaciones sociales se fundamentan en la aceptación mutua (aceptación de contrapartes como legítimas contrapartes en la convivencia), en tanto que en las relaciones productivas el fundamento es el condicionamiento mutuo.
Finalmente, a modo de sucinta conclusión, podemos mencionar algunos conceptos que han centrifugado nuestra reflexión y que se perfilan, en estos términos, como unas primeras ideas que constituyen la base de otras posteriores que continuarán por la senda aquí abierta. En este sentido podemos decir que, en torno a la ergonomía, existen campos fértiles que permiten desplegar una reflexión crítica y coincidente con el devenir de los tiempos, con una “lectura” que permite comprender de mejor manera este concepto y sus definiciones desde una perspectiva sistémica, integradora que se complementa con una mirada filosóficamente rica como es aquella que proviene de la ontología y que “aquí” se despliega en tanto espacio laboral y la manera en que, desde ese espacio, un sujeto, una persona, puede elegir de manera no condicionada la forma en que “perfila” su ser y estar en este mundo; para ello, como se indicó en el texto, se plantea un diseño de trabajo, adosado a la sistémica ya indicada, que se tradujo específicamente como una concepción de los Sistemas de Actividad Humana: esta fundamentación científica, contextualizada eso sí desde la “armonización” socio-productiva, no se pudo entender si no hacíamos referencia a la biología
3 Las unidades pueden ser simples o compuestas, pero en el ámbito de los sistemas son estas últimas las que cuentan.
social y del lenguaje y su articulación para la aprehensión fenoménica que ello conlleva, además, como se demostró en las últimas páginas, esa referencia “filosófica” estaría incompleta, desde una mirada metodológica, sino fuera por la complementariedad extraída desde la sistémica organizacional y la cibernética de los sistemas humanos inspiradores del diseño de “actividades humanas”.
Finalmente, gracias al establecimiento del modelo viable se procuró entregar, no de manera definitiva eso sí, una fundamentación acerca de la construcción “técnica” de un sistema de actividad humana; no obstante ello, como dijimos al finalizar esta exposición, este primer esfuerzo constituye un eslabón más en la cadena constructiva que busca establecer parámetros epistémicos desde y hacia ese espacio específico que denominamos espacio laboral humano: la tarea, por lo tanto, es continuar en este proceso.
Referencias
Araya, J. M. (1990). Hacia una ontología constitutiva del trabajo [Tesis de grado del Programa de Magíster en Ciencias de la Ingeniería, mención
Industrial]. Universidad de Chile, Santiago. Augé, M. (1993). Los no logares: Espacios del Anonimato: Una antropología de la sobremodernidad. Editorial Gedisa.
Geertz, C. (2003). La interpretación de las culturas. Editorial Gedisa. Giddens, A. (1994). Consecuencias de la modernidad. Alianza Editorial. Habermas, J. (1981). Teoría de la acción comunicativa II. Taurus Ediciones. __________ (1989). Modernidad: un proyecto incompleto. Revista Punto de
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Organización Internacional del Trabajo. (s.f.). Informe sobre trabajo decente. http://www.ilo.org/global/lang--o es/index.htm Ritzer, G. (1993). Teoría sociológica contemporánea. McGraw-Hill.