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VOCES DE LA ANTIGÜEDAD

Marlene Pasini

Cuando pensamos en Irak, viene a la mente un país con temas de índole político, pero más allá de esto tenemos frente a nosotros una tradición histórica milenaria plena de riqueza cultural, nada menos que ahí se forjaron las más grandes culturas que han sido el punto de partida para las bases de nuestra civilización, así como para el origen de la escritura. Culturas como la mesopotámica, la asiria, la sumeria y la acadia, entre otras, nos llevan no solamente al origen de la civilización sino también al esplendor de la literatura a través de la mitología, de los himnos, códigos y la grandeza de su poesía. Enkheduanna, princesa, sacerdotisa y poeta acadia, dio al mundo la belleza de sus poemas e himnos dedicados a la gran diosa Inanna, escritos sobre tablillas de arcilla en escritura cuneiforme.

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Era tan importante la literatura que incluso hay un proverbio sumerio de aquellos tiempos que dice: “aquel que sobresaliera en la escuela de los escribas debe alzarse con el alba”, con lo cual se confirma la importancia de lo anterior y de la influencia de la época dorada de los siglos VII y VIII de la tradición árabe, y de la cual Bagdad fuera el centro de la ciencia, la filosofía y la literatura, además de haber albergado la Casa de la sabiduría (Bayt al-Hikmah) que era la biblioteca y centro de traducciones más importante durante el Califato Abasí de la época de oro, espejo de las primeras bibliotecas del antiguo imperio sumerio.

Toda esta herencia cultural y literaria aun sigue viva, a pesar que el tiempo y la historia han destruido sus imponentes monumentos. Al leer sus míticas epopeyas podemos encontrar y navegar desde el corazón por las aguas cálidas de sus ríos Tigris y Éufrates que son las aguas sagradas por donde se revelan los versos de los antiguos poetas y que se manifiestan como profecías, revelaciones recibidas desde el mundo de lo Divino para después cantarlas a modo de profecías poéticas. A orillas de los ríos el hilo de un tiempo místico fluye a través de su sangre y de su lengua, raíz de voces que un día se dispersó en la Torre de Babel, pero que sin embargo, todavía es relámpago de luz que se enciende como fuego entre la ceguera de la noche y el mundo.

¿Cómo pueden surgir esas revelaciones en un mundo hoy corrompido, oscuro e impredecible? Es posible salir del inframundo como lo hizo Gilgamesh, porque hay una escalera invisible que sólo puede ser vista por aquellos que llevan en su alma la sensibilidad de los grandes genios y con la cual son capaces de llegar a los territorios de la divinidad por los que se puede ascender y descender como los ángeles, siempre intentando escalar hacia las vaporosas nubes y encontrarse ahí con las voces milenarias de los antiguos dioses y desde donde poco a poco se pueden ver “los umbrales de la verdad que bajan”, se trata de esos ámbitos proféticos que se abren como ráfagas del tiempo que caen sobre la piedra en que se ha forjado el principio de creación de la humanidad que ha sido destinada a la muerte.

La historia y la literatura de las antiguas culturas de la media luna, nos permiten alcanzar a vislumbrar un pequeño rayo de la inmortalidad porque ha quedado grabado en la arcilla de la memoria, así como el “Poema de Gilgamesh” que fue cincelado letra por letra en la piedra sin fin del tiempo, allí podemos caminar en cada imagen representa-

da por el camino que nos lleva a cada paso por la búsqueda de la eternidad que tanto anhela el ser humano, pero lamentablemente la inmortalidad es propiedad solo de los dioses, y al hombre solo se le dio el derecho de permanecer en la Tierra por un breve instante, sin embargo, fue dotado con un regalo de oro, ya que se le dio un alma, una energía que es eterna, pero que solo puede estar consciente de ella cuando es capaz de traspasar las fronteras de la materia, y solo puede acceder a ella cuando entra a los umbrales del espíritu que es la puerta por donde se conecta con lo divino o cuando se es posible acceder a la escalera invisible que lo llevan a los mundos superiores. Mientras no pueda acceder a esa conexión estará deambulando y es posible que se pierda en medio de la sombra, oscuridad del inframundo que enceguece el camino que puede guiarlo a otras dimensiones. En la vida tenemos la capacidad de decidir por cual camino queremos ir, por aquel que nos lleva a la luz o por aquel que nos lleva a la oscuridad.

Aunque es posible que para poder acceder a la luz sea necesario atravesar la sombra del ego que está simbolizada en el “Poema de Gilgamesh” a través de la mítica ciudad de Uruk. Es necesario vencer los terrenos pantanosos del ego para que no nos quedemos atrapados y nos ahoguemos en un posible diluvio. La historia del diluvio universal presente en muchas mitologías e historias de las diferentes culturas ancestrales en el mundo representa la germinación y la regeneración que se da después de una destrucción, para que nazca el árbol como el Huluppu de Mesopotamia que nació a orillas del Éufrates, se tiene que romper primero la semilla, y eso de alguna manera simboliza esta historia, cuando la humanidad cae en el desorden y va por el camino oscuro está destinada a vivir su propia autodestrucción. Cuando entramos a ese mundo caótico y oscuro de la sombra, como el averno por donde descendió Inanna, somos como hijos huérfanos del destino y de la desolación del mundo, por ese camino sombrío la esperanza se ve fragmentada, y hay esa extraña sensación de estar perdido, la alegría enmudece, no hay voces que canten la alabanza, los crepúsculos caen sobre la tierra y se adormecen los árboles del paraíso por donde el alma de los mortales va colgando sus silencios, así el verbo, el verso, la poesía mueren bajo la tormenta que calcina.

El alma entonces pierde su posibilidad de evolución, de modo que intuyendo esto nos interrogamos poéticamente: ¿En qué cielo olvidó el ave su profecía?, si estamos listos recibiremos el don de recibir el bálsamo de la profecía aunque en su misterio se lleve el sabor del dolor y el sufrimiento, pero siempre esas profecías sirven como una posibilidad esperanzadora de una humanidad mejor, de un ser humano transformado y transmutado. Las aguas diluvianas purifican y absorben ese mundo profano para después revertirlo en un mundo mejor y renovado. Es posible recibir de esta manera el agua pura de su fuente luminosa que es la luz de la verdad, quedando así desnuda para que el alma se purifique lentamente y pueda recibir la visión y la palabra profética. Gilgamesh y Enkidu simbolizan la dualidad humana y deben enfrentar juntos los obstáculos para después renacer en un nuevo ser humano que es representando en la “Epopeya de Gilgamesh” por la figura del personaje Umnapishtin.

Esta grandiosa obra literaria florece en las noches de los sueños y desde ahí va bordando en esos silencios de orfandad los versos que sanarán los dolores del origen y del presente. Nacen desde su visión de profeta los versículos sagrados al pie de una montaña, a la orilla de un río, bajo la sombra del limonero, o cerca de las estrellas o los árboles del paraíso interior que todos llevamos dentro, pudiendo beber de la copa eterna de la sabiduría y este renombrar el pasado mítico que nos hace entrar por los umbrales de la eternidad como una mariposa que ha cumplido su ciclo de transformación.

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