LA POESÍA DE LOS ÁRBOLES. ANTOLOGÍA UNIVERSAL DE POEMAS DE LOS ÁRBOLES Y EL BOSQUE

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Ignacio Abella / Leticia Ruifernández

La poesía de los árboles Antología universal de poemas de los árboles y el bosque

El arte y la poesía son, posiblemente, los lenguajes que nos permiten entender de un modo más completo y profundo al árbol y al bosque. El sentimiento poético transforma nuestra relación con el entorno y nos ayuda a recobrar la pasión por la vida y el horror por su destrucción. En una sociedad y un mundo que se precipitan hacia ninguna parte, la poesía puede ser un recurso vital para recuperar la cordura.

La poesía de los árboles Antología universal de poemas de los árboles y el bosque Selección de Ignacio Abella Ilustraciones de Leticia Ruifernández


Para mi padre, con todo mi cariño. Y para Elsa Varela, por los árboles y por la poesía.

La poesía de los árboles

L.R.

Título: La poesía de los árboles © de los textos: sus autores. © de las ilusraciones: Leticia Ruifernández Selección de los textos: Ignacio Abella Edición: La Editorial de Urueña, Castilla Tradicional S.L. 1ª Edición: Diciembre de 2010 Diseño: Leticia Ruifernández Maquetación: Consultoría Creativa Impresión: ISBN: 978-84-96042-xx-x D.L.: SA-xxx-2010 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Selección de Ignacio Abella Ilustraciones de Leticia Ruifernández 3


Introducción Todas las teorías son grises; solamente está lozano el árbol dorado de la vida. (Johann Wolfgang Von Goethe)

Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos Pablo Neruda

Cuenta la leyenda que Lao Tse peregrinaba con sus discípulos y un día los viajeros llegaron a un bosque que acababan de talar los leñadores. Tan solo quedaba sobre la tierra vacía un árbol enorme. Era tan grande que diez mil personas podían sentarse a su sombra. Cuando preguntaron por qué habían respetado este árbol magnífico, les respondieron que sus ramas estaban llenas de nudos y su madera ni siquiera servía para hacer leña porque daba mucho humo. - “Sed como este árbol –dijo entonces el maestro-, completamente inútiles y así creceréis grandes y miles de personas se acogerán bajo vuestra sombra. Sed los últimos. Moveos en el mundo como si no estuvierais. No compitáis ni tratéis de probar que sois dignos. No es necesario. Sed inútiles y gozad.” La antología que aquí proponemos tiene mucho que ver con esta filosofía. No hay herramienta tan inútil como la poesía, y por ello, a través de los siglos, su impulso creador perdura y resulta paradójicamente útil y hasta imprescindible para que germine y crezca lo que verdaderamente importa. Más aún, en este mundo materialista donde la racionalidad excluyente ha tomado las riendas y nos dirige desbocada a un precipicio, se diría que tan solo la poesía y la percepción de la belleza y de otros valores, pueden poner un poco de cordura y quizá ayudarnos a sobrevivir. En ausencia de lo sagrado, nada es sagrado, todo está en venta, decía Oren Lyons, en referencia a la desconexión del ser humano con la naturaleza y a nuestro devastador efecto. Hemos perdido el sentido de lo sagrado y ya no creemos en los viejos dioses y genios que en ocasiones ejercían una función protectora de los seres y lugares naturales. Las viejas religiones sucumben bajo la pesada carga de doctrinas y jerarquías. Cifran las esperanzas en el más allá, en próximas vidas o en la “liberación” del ser humano, olvidando que somos parte inseparable de esta Tierra y nuestras raíces se nutren de la tierra jugosa de nuestros antepasados, a la que regresaremos en un círculo perfecto. Quizá aún nos queda la visión poética para redimirnos y tratar de encontrar los caminos con corazón, el rumbo que nos permita sobrevivir y convivir relacionándonos de forma honesta entre nosotros y con lo otro. La naturaleza y la belleza, son guías excelentes que nunca decepcionan a quienes las buscan y el árbol es uno de los elementos más universales y esenciales de inspiración para la poesía de todos los tiempos. En el árbol confluyen todos los mundos y anida permanentemente la poesía. 5


Ya en las primeras páginas de su obra magna, La Diosa Blanca, Robert Graves expone su tesis de una poesía “verdadera”, inspirada en la naturaleza, la Diosa y el conocimiento de la mitología; frente a la poesía sintética y racional. A partir de aquí nos guía a través de alfabetos de árboles e intrincados bosques que son hogar de las Musas y reino de la Diosa Blanca. “La Diosa no es ciudadana; es la Señora de las Cosas Silvestres, merodeadora de las cimas boscosas”, dice el autor y todo su libro es una oda a la libertad y la independencia del poeta que debe buscar y encontrar la sabiduría al pie de los árboles. En este sentido muchos antiguos mitos relacionan el conocimiento de las letras, las runas y todo tipo de alfabetos, con el árbol que da nacimiento a la poesía y la inspiración y forma en el paisaje frases y versos no menos inspirados que los humanos. Entre las raíces del gran Árbol del Mundo, el mítico Yggdrassill, el dios poeta Odín busca periódicamente la inspiración y la sabiduría que se encuentran en la fuente de la Memoria, según rezan las Eddas nórdicas que contienen en sus versos las claves de arcanas ciencias. Pero junto a la poesía cargada de leyenda, sentido y filosofía, encontraréis en estas páginas la sensualidad y la vitalidad de poetas como Juana Ibarbourou o la percepción escueta y desnuda de los poetas japoneses; y es que la poesía hunde sus raíces en la totalidad de las formas de percepción y entendimiento del ser humano y coloca en términos de igualdad a nuestras inteligencias racional, emocional, simbólica, mítica… También veremos en estas páginas que los poetas y poetisas más desconocidos y humildes, hablan de tú a tú con los más grandes, laureados y reconocidos. En nuestra opinión la trascendencia y la capacidad de traspasarnos, es el signo que distingue a los verdaderos poetas, aunque no hayan publicado un verso ni aceptado o recibido un solo premio o aunque escriban con faltas de ortografía. La búsqueda emprendida para completar la antología ha supuesto un viaje gozoso, y al mismo tiempo arduo y doloroso, por todos los poemas y poetas que sencillamente no han cabido en esta lista necesariamente limitada. Hay faltas que al lector le parecerán imperdonables y no vamos a justificarnos demasiado a sabiendas de que, sin duda, cada persona haría una antología diferente. Pero se nos ocurre, para explicar la crudeza del problema, el dilema que supondría escoger los árboles más hermosos o notables del planeta. En cualquier caso sí conviene señalar que en la selección presente no se han tenido en cuenta credos ni idearios, en la convicción de que la poesía brota en todos los árboles y los poetas son hijos de toda clase de semillas. Por eso hemos querido hacer de este un bosque silvestre y diverso en el que los grandes árboles y los pequeños árboles y los que dan fruta y los que olor y los que madera y los que fuego… se reúnan para formar una selva palpitante, de belleza y corazón profundos. 6

Es cierto sin embargo que tras la selección, nos encontramos con el denominador común del compromiso social o ecológico de muchos de los autores que no solo se han dedicado a la poesía sino que han defendido su entorno, natural, social, ideológico, etc., en ocasiones hasta el exilio, la cárcel o la muerte. Las notas al final servirán para aclarar alguno de estos puntos aunque no hemos querido explicar demasiado para que sean los propios poemas los que se expresen en toda su desnudez y elocuencia. Por otro lado, no debe extrañar que algunos de los autores: Hamid Tibouchi, Miró, Wang Wei, sean pintores incluso antes que poetas. La línea entre ambas artes es muy tenue cuando se trata de árboles y bosques y la mirada del poeta y el pintor no dejan de confundirse y complementarse. Es por ello que una artista de la talla de Leticia Ruifernández, que ha ilustrado esta obra, parece escribir poemas paralelos y no menos inspirados que los originales. En ocasiones se diría que la ilustración fue antes que la poesía, dada la frescura y la fuerza arrebatadora de los colores. Dice John Berger: “El dibujo de un árbol no muestra un árbol sin más, sino un árbol que está siendo contemplado. Mientras que la visión del árbol se registra casi de forma instantánea, el examen de la visión de un árbol (un árbol que está siendo contemplado) no solo lleva minutos u horas en lugar de una fracción de segundo, sino que además implica una gran parte de la experiencia de mirar anterior, de la cual se deriva y a la cual hace referencia...” Manuel Bahillo, ha sido el editor, instigador y alma mater de la obra. Sin él, sencillamente este trabajo no existiría. Debemos por otro lado nuestro agradecimiento a Juan Antonio Moreno que ha ayudado y aconsejado en la maquetación, a cargo de Carmen García Martín. La gestión de derechos, muy compleja por la diversidad de procedencia de autores, ha corrido a cargo de Leticia López Cuevas y Cristina Blanco Sierra. Y para terminar es obligado mentar y reconocer a quienes nos han precedido y mostrado el camino en este empeño de las antologías de poemas de árboles. Que sepamos el pionero fue Enrique Loriente Escallada con su magnífica obra: El árbol en la Poesía Castellana (Ediciones Tantín, 1992). Obra que más tarde revisaría, corregiría y aumentaría Jordi Bigues quien con el mismo título preparó una segunda edición como homenaje a la gran labor divulgativa y científica de Enrique Loriente (Ediciones Tantín/ Maderas Nobles de la Sierra de Segura. Santander, 2003). El mismo autor, Jordi Bigues recopila y edita posteriormente otra antología de poemas del árbol que incluye la biografía de los poetas: Els arbres a la poesia catalana. Editorial 3i4.València, 2007. A ambos autores nuestra gratitud.

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Índice Cuando la puerta de acuerda. Hamid Tibouchi........................................... 10 Carne inmortal. Juana de Ibarbourou......................................................... 12 Árboles hombres. Juan Ramón Jiménez...................................................... 14 Cuando llegaron sus verdugos. Jan Martínez............................................... 16 El adiós. Guillaume Apollinaire ................................................................. 18 Cuando muera. Poema anónimo del Congo . ............................................ 20 Para mí un árbol. Joan Miró ...................................................................... 22 Árboles. Federico García Lorca ................................................................. 24 El pino de la corona. Juan Ramón Jiménez ............................................... 26 Canción de un árbol. Rudyard Kipling....................................................... 28 Árbol azul. Joumana Haddad...................................................................... 30 Solo el hombre. Pablo Neruda................................................................... 32 El hombre blanco. Mark O’Connor........................................................... 34 El viejo árbol. Hsu Ning............................................................................ 36 Los almendros.Yannis Ritsos...................................................................... 38 Árboles. Elena Córdoba ............................................................................ 40 ¿Cómo es la vida? Marcos Ana .................................................................. 42 Carta del Jefe Seattle. Jefe Seattle................................................................ 44 Bosque. Ángel González............................................................................. 46 Archipiélago otoñal. Tomas Tranströmer..................................................... 48 Esta canción estaba tirada por el bosque. Franklin Mieses Burgos.................... 50 El álamo.Vicente Aleixandre...................................................................... 52 Han descuajado un árbol. Rafael Alberti..................................................... 56 Los árboles. Philip Larkin........................................................................... 58 Los robles. Friedrich Hölderlin................................................................... 60 Tejos. William Wordsworth......................................................................... 62 Amo los árboles. Aurelia Snaidero............................................................... 64 Primavera nórdica. Edith Södergran........................................................... 66 Olvido. Jorge Teillier.................................................................................. 68 El espino solitario. Canción popular húngara.............................................. 70 Árboles. Herman Hesse.............................................................................. 74 Perpetua encarnada. Octavio Paz................................................................ 78 Mi otoño. Wang Wei.................................................................................. 80 Una olma vieja. Camilo José Cela.............................................................. 82 Los robles. Rosalía de Castro...................................................................... 84 Un arbolillo era este pino. Saigy ................................................................ 86 Apariencia de árbol.Yolanda Blanco........................................................... 88 Blanquiazul. Pura del Prado....................................................................... 90 Puede ser sin título. Wislawa Szymborska.................................................... 92 Un pino. Mikhail Lérmontov..................................................................... 96 Sin palabras. Gioconda Belli....................................................................... 98

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En este suelo extranjera. Atribuido a Abderrahmán I................................. Panoramas. Mariana Amato...................................................................... Tres árboles. Gabriela Mistral................................................................... El libro de la naturaleza. César Vallejo....................................................... Leve es la primavera. Usuda Arô............................................................... Árboles. Pilar Junco.................................................................................. Sofía. Nâzim Hikmet............................................................................... Árboles. Adrienne Rich........................................................................... Entonces soy los pinos. Idea Vilariño........................................................ El bosque amigo. Paul Valery.................................................................... Lebeña sin el tejo. Covadonga Vejo........................................................... El grito de los ogoni. Ken Saro Wiwa....................................................... No me dejes partir viejo algarrobo. Atahualpa Yupanqui .......................... Bajo la sombra del cerezo. Kobahashi Issa................................................. Canto de la sequoia. Walt Withman.......................................................... En el bosque sin horas. Jules Supervielle................................................... Es la hora del adiós. Antonio Rigo........................................................... Tarde de otoño. Matsuo Basho................................................................. Canción fúnebre. Francisco de Quevedo.................................................. En el encinar. Jose María Gabriel y Galán................................................. El árbol menos. Pedro Salinas................................................................... Cortaron tres árboles. Federico García Lorca............................................ Árbol en algún bosque. Ana María Mayol................................................. Soleá. Canto popular andaluz................................................................... Homenaje al viento y a los árboles. Adonis............................................... Junto al árbol. Kim Namjo....................................................................... El árbol de mango. Igor Barreto .............................................................. El árbol en tu ventana. Patricio Aguilar..................................................... Chopo de invierno. Dámaso Alonso......................................................... Exitían tus manos. Antonio Gamoneda..................................................... No basta abrir la ventana. Fernando Pessoa............................................... El árbol que andas buscando.Yalal ad-Din Muhammad Rumi...................

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Notas...................................................................................................... 173

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Cuando la puerta se acuerda Hamid TIBOUCHI, Argelia/Francia, 1951 Extracto de Un árbol solo

Cuando la puerta se acuerda cuando la mesa se acuerda cuando la silla el armario el aparador la ventana se acuerdan cuando se acuerdan intensamente de sus raíces de sus savias de sus hojas de sus ramas de todo lo que en ellos habitaba de los nidos y las canciones de las ardillas y los monos de la nieve y el viento — un escalofrío recorre la casa que vuelve a ser bosque entonces tan solo escucho correr la fuente y un fuego arde a mi alrededor para calentar mi noche helada de viajero extraviado

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Carne inmortal Juana de Ibarbourou, Uruguay, 1892 - 1979

Yo le tengo horror a la muerte. Mas a veces cuando pienso que bajo de la tierra he de volver abono de raíces, savia que subirá por tallos frescos árbol alto que acaso centuplique mi mermada estatura, me digo: -Cuerpo mío: Tú eres inmortal. Y con fruición me toco los muslos y los senos, el cabello y la espalda, pensando: ¿Palpo acaso el ramaje de un cedro, las pajuelas de un nido, la tierra de algún surco tibio como de carne femenina? Y extasiada murmuro: -Cuerpo mío: ¡Estás hecho de sustancia inmortal!

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Árboles hombres Juan Ramón Jiménez, Moguer, Huelva, 1881 - 1958

Ayer tarde, volvía yo con las nubes que entraban bajo rosales (grande ternura redonda) entre los troncos constantes.

¿Cómo decirles que no, que yo era solo el pasante, que no me hablaran a mí? No quería traicionarles. Y ya muy tarde, ayer tarde, oí hablarme a los árboles.

La soledad era eterna y el silencio inacabable. Me detuve como un árbol y oí hablar a los árboles. El pájaro solo huía de tan secreto paraje, solo yo podía estar entre las rosas finales. Yo no quería volver en mí, por miedo de darles disgusto de árbol distinto a los árboles iguales. Los árboles se olvidaron, de mi forma de hombre errante, y, con mi forma olvidada, oía hablar a los árboles. Me retardé hasta la estrella. En vuelo de luz suave, fui saliéndome a la orilla, con la luna ya en el aire. Cuando yo ya me salía, vi a los árboles mirarme. Se daban cuenta de todo y me apenaba dejarles. Y yo los oía hablar, entre el nublado de nácares, con blando rumor, de mí. Y ¿cómo desengañarles? 14

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Cuando llegaron sus verdugos Jan Martínez, Puerto Rico, 1954

Cuando llegaron sus verdugos lo encontraron florecido con ademán de vientre, golpeáronlo despiadadamente en su amoroso verde y él de vez en cuando soltaba un pájaro o gemía mariposas. Nadie lloró cuando alargó sus raíces, acariciando aún con vida la tierra cercana. Y por el pasillo angosto, a él, que era alto y ancho, sacáronlo en tandas. Solo sus arterias sollozaron cuando una brisa pasajera le desarmó las últimas ramas.

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El adiĂłs Guillaume Apollinaire, Francia, 1880 - 1918

He recogido esta brizna de brezo. El otoĂąo esta muerto, acuĂŠrdate. No volveremos a vernos sobre la tierra. Aroma del tiempo. Brizna de brezo. Y recuerda que yo te espero.

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Cuando muera Poema anónimo kuba, Congo Central

Cuando muera, no me entierren bajo los árboles del bosque, tengo miedo a sus espinas. Cuando muera, no me entierren bajo los árboles del bosque, tengo miedo al agua que gotea. Entiérrenme bajo los grandes árboles umbrosos del mercado. Quiero escuchar los tambores tocando. Quiero sentir el ritmo de los pies bailando.

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Para mí un árbol Joan Miró, Barcelona, 1893 - 1983

Para mí un árbol no es solo un ente que pertenece al reino vegetal, sino algo humano, un ser vivo. Un árbol es todo un personaje, sobre todo los de mi país, los algarrobos. Resultan incluso inquietantes. Cuando concentro mi atención en ellos compruebo su capacidad de ver, de oír… Siempre viajo con una algarroba guardada en un sobre. Es un rito. Los algarrobos nunca pierden sus hojas. Su verdor tiene un poder enorme.Yo les soy fiel, ¡y de qué manera!

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Árboles Federico García Lorca, Fuente Vaqueros, Granada, 1898 - 1936

¡Árboles! ¿Habéis sido flechas caídas del azul? ¿Que terribles guerreros os lanzaron? ¿Han sido las estrellas? Vuestra música viene del alma de los pájaros, de los ojos de Dios, de la pasión perfecta. ¡Árboles! ¿Conocerán vuestras raíces toscas mi corazón en Tierra?

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El pino de la Corona Juan Ramón Jiménez, Moguer, Huelva, 1881 - 1958 Platero y yo

Dondequiera que paro, Platero, me parece que paro bajo el pino de la Corona. Adondequiera que llego —ciudad, amor, gloria— me parece que llego a su plenitud verde y derramada bajo el gran cielo azul de nubes blancas. Él es faro rotundo y claro en los mares difíciles de mi sueño, como lo es de los marineros de Moguer en las tormentas de la barra; segura cima de mis días difíciles, en lo alto de su cuesta roja y agria, que toman los mendigos, camino de Sanlúcar. ¡Qué fuerte me siento siempre que reposo bajo su recuerdo! Es lo único que no ha dejado, al crecer yo, de ser grande, lo único que ha sido mayor cada vez. Cuando le cortaron aquella rama que el huracán le tronchó, me pareció que me habían arrancado un miembro; y, a veces, cuando cualquier dolor me coge de improviso, me parece que le duele al pino de la Corona. La palabra magno le cuadra como al mar, como al cielo y como a mi corazón. A su sombra, mirando las nubes, han descansado razas y razas por siglos, como sobre el agua, bajo el cielo y en la nostalgia de mi corazón. Cuando, en el descuido de mis pensamientos, las imágenes arbitrarias se colocan donde quieren, o en esos instantes en que hay cosas que se ven cual en una visión segunda y a un lado de lo distinto, el pino de la Corona, transfigurado en no sé qué cuadro de eternidad, se me presenta, más rumoroso y más gigante aún, en la duda, llamándome a descansar a su paz, como el término verdadero y eterno de mi viaje por la vida.

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Canción de un árbol (fragmento) Rudyard Kipling, Bombay, 1865 - 1936 Puck el de la colina Pook

…No se te ocurra contarle al cura tus asuntos, verá pecado en todos ellos. Nosotros que vagamos por los bosques en la hechicera noche de verano, te traemos noticias frescas, buenas nuevas de reses y cosechas, ahora que viene el sol desde el sur, brillando sobre el roble, el fresno y el espino.

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Árbol azul Joumana Haddad, Líbano, 1970

Cuando tus ojos se encuentran con mi soledad el silencio se convierte en frutas y el sueño en temporal se entreabren puertas prohibidas y el agua aprende a sufrir. Cuando mi soledad se encuentra con tus ojos el deseo sube y se derrama a veces marea insolente ola que recorre sin fin o savia cayendo gota a gota savia más ardiente que un tormento comienzo que nunca se cumple. Cuando tus ojos y mi soledad se encuentran me entrego desnuda como la lluvia generosa como un seno soñado tierna como la viña que madura el sol múltiple me entrego hasta que nazca el árbol de tu amor tan alto y rebelde tan rebelde y tan mío flecha que vuelve al arco palmera azul cavada en mis nubes cielo creciente que nada detendrá.

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Solo el hombre (fragmento) Pablo Neruda, Parral, Chile, 1904 - 1973

El humus ha dejado en el suelo su alfombra de mil años. Los árboles se tocan en la altura, en la unidad temblorosa. Abajo, oscura es la selva. Un vuelo corto, un grito la atraviesan, los pájaros del frío, los zorros de eléctrica cola, una gran hoja que cae, y mi caballo pisa el blando lecho del árbol dormido, pero bajo la tierra los árboles de nuevo se entienden y se tocan. La selva es una sola, un solo gran puñado de perfume, una sola raíz bajo la tierra.

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El hombre blanco Mark O’Connor, Australia, 1945

El hombre blanco no supo seguir la corriente de la anguila no podía correr más que la cotorra pero cortó el árbol estancó los arroyos y atrapó en su ancha red de campos al veloz pez de la nada.

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El viejo รกrbol Hsu Ning, China, siglo IX

El viejo รกrbol se inclina sobre el antiguo camino, no hay ya flores en sus ramas ni hierba a sus pies. Los caminantes no vieron al รกrbol en su juventud pero el รกrbol los ha visto envejecer, poco a poco, a todos.

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Los almendros Yannis Ritsos, Grecia,1909 - 1990 Sueño de un mediodía de verano

Por la noche, con sus vestidos blancos, pasaron frente a nuestras ventanas los almendros: lentos y tristes, semejantes a aquellas pálidas adolescentes del orfanato que vuelven de una pequeña excursión, el domingo, tomadas de la mano, de dos en dos, sin proferir palabra, sin las estrellas que germinan una a una en la sombra, lejanas y felices. Mañana enviaremos a los almendros a dar una vuelta a las orillas del mar, para que enjuaguen de sus rostros el polvo de nuestra tristeza. Y en la tarde, cuando vuelvan contentos, traerán nuestras primeras palabras húmedas aún de mar, y nosotros lloraremos junto a la ventana abierta la alegría de saber que podemos llorar.

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Árboles Elena Córdoba

Balanceáis vuestros brazos poderosos, y parecéis querer, tras los cristales, abrazarme. Movéis vuestras cabezas con ternura, como si toda mi angustia dolorida comprendieseis. Me llamáis por mi nombre, susurrando, me llamáis a algún sitio, pero ¿a dónde?

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¿Cómo es la vida? Marcos Ana, Alconada, Salamanca, 1920

Decidme cómo es un árbol. Decidme el canto de un río cuando se cubre de pájaros. Habladme del mar. Habladme del olor ancho del campo. De las estrellas. Del aire. Recitadme un horizonte sin cerradura y sin llaves como la choza de un pobre. Decidme cómo es el beso de una mujer. Dadme el nombre del amor: no lo recuerdo. (¿Aún las noches se perfuman de enamorados con tiemblos de pasión bajo la luna? ¿O solo queda esta fosa, la luz de una cerradura y la canción de mis losas?) 22 años.Ya olvido la dimensión de las cosas, su color, su aroma… Escribo a tientas: “El mar”, “El campo… Digo “Bosque” y he perdido la geometría del árbol. Hablo por hablar de asuntos que los años me borraron. ………………… (No puedo seguir: escucho los pasos del funcionario).

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Carta del Jefe Seattle (fragmento) Jefe Seattle, Washington, circa 1786 - 1866

¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos? Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto, es sagrada a la memoria y el pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.

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Bosque Ángel González, Oviedo, 1925 - 2008

Cruzas por el crepúsculo. El aire tienes que separarlo casi con las manos de tan denso, de tan impenetrable. Andas. No dejan huellas tus pies. Cientos de árboles contienen el aliento sobre tu cabeza. Un pájaro no sabe que estás allí, y lanza su silbido largo al otro lado del paisaje. El mundo cambia de color: es como el eco del mundo. Eco distante que tú estremeces, traspasando las últimas fronteras de la tarde.

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Archipiélago otoñal Tomas Tranströmer, Suecia, 1931

Tormenta. De pronto, el caminante encuentra aquí el viejo, enorme roble, como un alce petrificado con su interminable cornamenta, frente a la fortaleza verdinegra del mar de septiembre. Tormenta nórdica. Es el tiempo en que los racimos de serbas maduran. Despierto en la oscuridad, oigo a las constelaciones piafar en sus establos, en las alturas, sobre los árboles.

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Esta canción estaba tirada por el bosque Franklin Mieses Burgos, Santo Domingo, 1907 - 1976

Esta canción estaba tirada por el suelo, como una hoja muerta, sin palabras; la hallaron unos hombres que luego me la dieron porque tuvieron miedo de aprender a cantarla. Yo entonces ignoraba que también las canciones, como las hojas muertas caían de los árboles; no sabía que la luna se enredaba en las ramas náufragas que sueñan bajo el cristal del agua, ni que comían los peces pedacitos de estrellas en el silencio de las noches claras. Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales que eran todas posibles en la tierra del viento, en donde la leyenda no es una hierba mala crecida en sus riberas, sino un árbol de voces con las cuales dialogan las sombras y las piedras. Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales cuando aún no era mía esta canción que estaba tirada por el suelo, como una hoja muerta, sin palabras; pero ahora ya sé de las formas distintas que preceden al ojo de la carne que mira, y hasta puedo decir por qué caen de rodillas, en las ojeras largas que circundan la noche, las diluidas sombras de los pájaros.

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El Álamo Vicente Aleixandre, Sevilla, 1898 - 1984

En el centro del pueblo quedaba el árbol grande. Era una plaza mínima, pero el árbol viejísimo la desbordaba entera. Las casas bajas como animales tristes a su sombra dormían. Creeríase que a veces levantaban una cabeza, alzasen una noble mirada y viesen aquel cielo de verdor que hacía música o sueño. Todo dormía, y vigilante alzaba su grandeza el gran álamo. Diez hombres no rodearían su tronco. ¡Con cuánto amor lo abrazarían midiéndolo! Pero el árbol, si fue en su origen (¿quién lo sabría ya?) una enorme ola de tierra que desde un fondo reventó, y quedose, hoy es un árbol vivo. Abuelo siempre vivo del pueblo, augusto por edad y presencia. A su sombra yacen las casas, viven, se despiertan, se abren: salen los hombres, luchan, trabajan, vuelven, póstranse. Descansan. A veces vuelven y allí cobijan su postrer aliento. Bajo el árbol se acaban. El pueblo está en la escarpa de una sierra. Arriba Najarra. Abajo la llanura, como una sed enorme de perderse. Despeñado, colgante, quedó el pueblo agrupado bajo el árbol. Quizá contenido por él sobre el abismo. Y sus hombres se asoman en su materia pobre de siglos y echan sus verdes ojos, sus miradas azules, sus dorados reflejos, sus limpios ojos claros y oscurísimos, ladera abajo, hasta rodar en la llanura insomne y perderse a lo lejos, hasta el confín sin límites que brilla y finge un mar, un puro mar sin bordes.

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El árbol: un álamo negro, un negrillo, como allí se nombra. El álamo: “Vamos al álamo.” “Estamos en el álamo” Todo es álamo. Y no hay ya más que álamo, que es el único cielo de estos hombres.

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Han descuajado un árbol Rafael Alberti, Puerto de Santa María, Cádiz, 1902 - 1999

Han descuajado un árbol. Esta misma mañana, el viento aún, el sol, todos los pájaros lo acariciaban buenamente. Era dichoso y joven, cándido y erguido, con una clara vocación de cielo y con un alto porvenir de estrellas. Hoy, a la tarde, yace como un niño desenterrado de su cuna, rotas las dulces piernas, la cabeza hundida, desparramado por la tierra y triste, todo deshecho en hojas, en llanto verde todavía, en llanto. Esta noche saldré -cuando ya nadie pueda mirarlo, cuando ya esté soloa cerrarle los ojos y a cantarle esa misma canción que esta mañana en su pasar le susurraba el viento.

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Los árboles Philip Larkin, Inglaterra 1922 - 1985

Los árboles ya comienzan a brotar como algo casi a punto de ser dicho; los nuevos tallos descansan y se propagan, su verdor es una especie de tristeza. ¿Se trata de que ellos nacen nuevamente y nosotros nos hacemos más viejos? No, ellos también mueren. Su truco anual de lucir nuevos se inscribe en sus fibras en anillos. Sin embargo, los incansables castillos desgranan su gruesa madurez cada primavera. Ha muerto el último año, parecen decir, comencemos otra vez, otra vez, otra vez.

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Los robles Friedrich Hölderlin, Alemania, 1770 - 1843

Desde los jardines llego hasta vosotros, hijos de las montañas. Desde los jardines, donde la Naturaleza vive paciente y hogareña cuidando a hombres afanosos que la cuidan. Pero vosotros, ¡sublimes!, os erguís como un pueblo de titanes en un mundo domesticado y solo sois vuestros y del cielo que os nutre y ha criado, y de la tierra que os ha parido. Ninguno de vosotros ha pasado por la escuela de los hombres, y os abrís paso, libres y gozosos, desde vuestras potentes raíces hasta lo alto, unos contra otros y, como el águila a su presa, atrapáis el espacio con brazo poderoso, y a las nubes dirigís vuestra gran copa soleada y serena. Un mundo sois cada uno; como las estrellas del cielo vivís; un dios cada uno, juntos en libre alianza. Si yo fuera capaz de soportar la esclavitud, no sentiría envidia de este bosque y me resignaría a vivir entre la gente. Si no me encadenara a vivir entre la gente este corazón que no renuncia al amor, ¡con qué gozo viviría entre vosotros!

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Tejos William Wordsworth, Inglaterra, 1770 - 1850

Hay un tejo, orgullo del valle Lorton, que aún hoy, en medio de su tiniebla, se yergue igual que en los viejos tiempos: en dar armas no se mostró remiso a las bandas de Percy o Umfraville, o a aquellos que el mar cruzaron y el arco sonoro tensaron frente a Azincourt, o tal vez antes, en Crecy o Poitiers. ¡Gran circunferencia y honda penumbra de este árbol aislado! ¡Ser viviente, creció tan lento que morir no puede! ¡Tan magnífico en su forma y aspecto, Indestructible!. Pero aún más notables son los cuatro hermanos de Borrowdale, en amplia y solemne arboleda unidos: ¡Enormes troncos! Y cada uno un muro de entrelazadas fibras serpentinas desde antiguo trenzadas, ascendentes; mas no de fantasía informe, o gestos que al profano asustan: pilar de sombras junto a cuya basa de tonos pardos, perennemente teñida por lánguida umbría –y bajo cuyo techo sable de ramas adornadas, cual en fiestas, por las bayas–, figuras fantasmales se encuentran (Miedo y la Esperanza trémula, Silencio, Auspicio, el esqueleto de la Muerte, la sombra del Tiempo) para celebrar, como en templo natural salpicado de altares de musgosa piedra impávida, adoración conjunta; o para, mudos, oír el murmullo de los torrentes de la arcana cueva de Glaramara.

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Amo los árboles Aurelia Snaidero, Argentina

Amo los árboles y me pregunto ¿Sentirán cuando sus hojas se desprenden? ¿Cuando caen balanceándose coquetas sonriendo al viento que las mueve? Me gusta darles nombres Acariciarlas suavemente preguntando... ¿Te duele la vida? ¿Y qué cuando la nieve las viste de blancas novias, apurando el proceso de la muerte? Cuando el otoño visita sus predios. Cuando camina desollando la arboleda Mordiendo vida, embalsamando colores. ¿Qué de los pequeños gusanillos que toman de su savia el alimento? Que se mueven como acordeones de algún tango arrabalero. ¿Tendrá pudor el árbol al quedar desnudo? ¿Habrá sentido las punzadas de dolor cuando las hojas si quererlo se morían? No los he visto llorar. Pero sí... temblar de frío.

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Primavera nórdica Edith Södergran, San Petersburgo, 1892 - 1923

Todos mis castillos de aire se han fundido como la nieve, todos mis sueños han corrido como el agua, de todo cuanto he amado solo me queda un cielo azul y unas cuantas estrellas lívidas. El viento discurre, suave, entre los árboles. El vacío reposa. El agua está en silencio. El viejo abeto, alerta, piensa en la nube blanca a la que besó en sueños.

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Olvido Jorge Teillier, Chile, 1935 - 1996

¿Has olvidado que el bosque es tu hogar? ¿Que el bosque grande, profundo y sereno te espera como a un amigo? Vuelve al bosque. Allí aprenderás a ser de nuevo un niño. ¿Por qué te olvidaste que el bosque es tu amigo? Los caminos de las hormigas bajo el cielo, el estero que te daba palabras luminosas, el atardecer con el que juegas con la lluvia. ¿Por qué lo has olvidado? ¿Por qué no recuerdas nada?

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El espino solitario Canción húngara tradicional sobre el espino albar

Susurran las espinas. Sopla el viento. Tiembla el espino solitario. Cuando la luna lo cubre con su velo, se transforma en una muchacha que está llorando.

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Árboles Herman Hesse, Alemania, 1877 - 1962 El caminante

Los árboles son santuarios. Quien sabe hablar con ellos, quien sabe escucharles, aprende la verdad. No predican doctrinas y recetas, predican, indiferentes al detalle, la ley primitiva de la vida. Un árbol dice: en mí se oculta un núcleo, una chispa, un pensamiento, soy vida de la vida eterna. Es única la tentativa y la creación que ha osado en mí la Madre eterna, única es mi forma y únicas las vetas de mi piel, único el juego más insignificante de las hojas de mi copa y la más pequeña cicatriz de mi corteza. Mi misión es dar forma y presentar lo eterno en mis marcas singulares. Un árbol dice: mi fuerza es la confianza. No sé nada de mis padres, no sé nada de los miles de retoños que todos los años provienen de mí.Vivo, hasta el fin, el secreto de mi semilla, no tengo otra preocupación. Confío en que Dios está en mí. Confío en que mi tarea es sagrada.Y vivo en esa confianza. Cuando estamos tristes y apenas podemos soportar la vida, un árbol puede hablarnos así: ¡Estate quieto! ¡Estate quieto! ¡Contémplame! La vida no es fácil, la vida no es difícil. Estos son pensamientos infantiles. Deja que Dios hable dentro de ti y enseguida enmudecerán. Estás triste porque tu camino te aparta de la madre y de la patria. Pero cada paso y casa día te acerca más a la madre. La patria no está aquí ni allí. La patria está en tu interior, o en ninguna parte. (…) Esto susurra el árbol al atardecer, cuando tenemos miedo de nuestros propios pensamientos infantiles. Los árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les escuchamos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquieren una alegría sin precedentes. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol. No desea ser más que lo que es. Esto es la patria. Esto es la felicidad.

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Perpetua encarnada (fragmento) Octavio Paz, Méjico 1914 - 1998

Tiemblan los intrincados jardines juntan los árboles las frentes cuchichean El día arde aún en mis ojos Hora a hora lo vi deslizarse ancho y feliz como un río sombra y luz enlazadas sus orillas y un amarillo remolino una sola intensidad monótona el sol fijo en su centro Gravitaciones oscilaciones de materia impalpable blancas demoliciones congregaciones de la espuma nómada grandes montañas de allá arriba colgadas de la luz gloria inmóvil que un parpadeo vuelve añicos Y aquí abajo papayos mangos tamarindos laureles araucarias excelsas chirimoyos el baniano más bosque que árbol verde algarabía de millones de hojas frutos negruzcos bolsas palpitantes murciélagos dormidos colgando de las ramas.

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Mi otoño Wang Wei, China, 701 - 761

Mi otoño: entro en la calma, lejos el mundo y sus peleas. No más afán que regresar, desaprender entre los árboles. El viento del pinar abre mi capa, mi flauta saluda a la luna serrana. Preguntas, ¿qué leyes rigen “éxito” y “fracaso”? Cantos de pescadores flotan en la ensenada.

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Una olma vieja Camilo José Cela, Padrón, La Coruña, 1916 - 2002 Viaje a la Alcarria

La plaza es amplia y cuadrada, y en el centro tiene una fuente de varios caños, con un pilón alrededor, y un olmo añoso –olma le llaman, porque es redondo-, copudo, matriarcal, un olmo tan viejo, quizás, como la piedra más vieja del pueblo. Una fuente en la plaza y una olma vieja. Una cigüeña pasa sobre Pareja.

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Los robles Rosalía de Castro, Santiago de Compostela, 1837 - 1885

Bajo el hacha implacable ¡cuán presto en tierra cayeron encinas y robles!; y a los rayos del alba risueña, ¡Que calva parece la cima del monte!

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Introducción Todas las teorías son grises; solamente está lozano el árbol dorado de la vida. (Johann Wolfgang Von Goethe)

Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos Pablo Neruda

Cuenta la leyenda que Lao Tse peregrinaba con sus discípulos y un día los viajeros llegaron a un bosque que acababan de talar los leñadores. Tan solo quedaba sobre la tierra vacía un árbol enorme. Era tan grande que diez mil personas podían sentarse a su sombra. Cuando preguntaron por qué habían respetado este árbol magnífico, les respondieron que sus ramas estaban llenas de nudos y su madera ni siquiera servía para hacer leña porque daba mucho humo. - “Sed como este árbol –dijo entonces el maestro-, completamente inútiles y así creceréis grandes y miles de personas se acogerán bajo vuestra sombra. Sed los últimos. Moveos en el mundo como si no estuvierais. No compitáis ni tratéis de probar que sois dignos. No es necesario. Sed inútiles y gozad.” La antología que aquí proponemos tiene mucho que ver con esta filosofía. No hay herramienta tan inútil como la poesía, y por ello, a través de los siglos, su impulso creador perdura y resulta paradójicamente útil y hasta imprescindible para que germine y crezca lo que verdaderamente importa. Más aún, en este mundo materialista donde la racionalidad excluyente ha tomado las riendas y nos dirige desbocada a un precipicio, se diría que tan solo la poesía y la percepción de la belleza y de otros valores, pueden poner un poco de cordura y quizá ayudarnos a sobrevivir. En ausencia de lo sagrado, nada es sagrado, todo está en venta, decía Oren Lyons, en referencia a la desconexión del ser humano con la naturaleza y a nuestro devastador efecto. Hemos perdido el sentido de lo sagrado y ya no creemos en los viejos dioses y genios que en ocasiones ejercían una función protectora de los seres y lugares naturales. Las viejas religiones sucumben bajo la pesada carga de doctrinas y jerarquías. Cifran las esperanzas en el más allá, en próximas vidas o en la “liberación” del ser humano, olvidando que somos parte inseparable de esta Tierra y nuestras raíces se nutren de la tierra jugosa de nuestros antepasados, a la que regresaremos en un círculo perfecto. Quizá aún nos queda la visión poética para redimirnos y tratar de encontrar los caminos con corazón, el rumbo que nos permita sobrevivir y convivir relacionándonos de forma honesta entre nosotros y con lo otro. La naturaleza y la belleza, son guías excelentes que nunca decepcionan a quienes las buscan y el árbol es uno de los elementos más universales y esenciales de inspiración para la poesía de todos los tiempos. En el árbol confluyen todos los mundos y anida permanentemente la poesía. 5


Ya en las primeras páginas de su obra magna, La Diosa Blanca, Robert Graves expone su tesis de una poesía “verdadera”, inspirada en la naturaleza, la Diosa y el conocimiento de la mitología; frente a la poesía sintética y racional. A partir de aquí nos guía a través de alfabetos de árboles e intrincados bosques que son hogar de las Musas y reino de la Diosa Blanca. “La Diosa no es ciudadana; es la Señora de las Cosas Silvestres, merodeadora de las cimas boscosas”, dice el autor y todo su libro es una oda a la libertad y la independencia del poeta que debe buscar y encontrar la sabiduría al pie de los árboles. En este sentido muchos antiguos mitos relacionan el conocimiento de las letras, las runas y todo tipo de alfabetos, con el árbol que da nacimiento a la poesía y la inspiración y forma en el paisaje frases y versos no menos inspirados que los humanos. Entre las raíces del gran Árbol del Mundo, el mítico Yggdrassill, el dios poeta Odín busca periódicamente la inspiración y la sabiduría que se encuentran en la fuente de la Memoria, según rezan las Eddas nórdicas que contienen en sus versos las claves de arcanas ciencias. Pero junto a la poesía cargada de leyenda, sentido y filosofía, encontraréis en estas páginas la sensualidad y la vitalidad de poetas como Juana Ibarbourou o la percepción escueta y desnuda de los poetas japoneses; y es que la poesía hunde sus raíces en la totalidad de las formas de percepción y entendimiento del ser humano y coloca en términos de igualdad a nuestras inteligencias racional, emocional, simbólica, mítica… También veremos en estas páginas que los poetas y poetisas más desconocidos y humildes, hablan de tú a tú con los más grandes, laureados y reconocidos. En nuestra opinión la trascendencia y la capacidad de traspasarnos, es el signo que distingue a los verdaderos poetas, aunque no hayan publicado un verso ni aceptado o recibido un solo premio o aunque escriban con faltas de ortografía. La búsqueda emprendida para completar la antología ha supuesto un viaje gozoso, y al mismo tiempo arduo y doloroso, por todos los poemas y poetas que sencillamente no han cabido en esta lista necesariamente limitada. Hay faltas que al lector le parecerán imperdonables y no vamos a justificarnos demasiado a sabiendas de que, sin duda, cada persona haría una antología diferente. Pero se nos ocurre, para explicar la crudeza del problema, el dilema que supondría escoger los árboles más hermosos o notables del planeta. En cualquier caso sí conviene señalar que en la selección presente no se han tenido en cuenta credos ni idearios, en la convicción de que la poesía brota en todos los árboles y los poetas son hijos de toda clase de semillas. Por eso hemos querido hacer de este un bosque silvestre y diverso en el que los grandes árboles y los pequeños árboles y los que dan fruta y los que olor y los que madera y los que fuego… se reúnan para formar una selva palpitante, de belleza y corazón profundos. 6

Es cierto sin embargo que tras la selección, nos encontramos con el denominador común del compromiso social o ecológico de muchos de los autores que no solo se han dedicado a la poesía sino que han defendido su entorno, natural, social, ideológico, etc., en ocasiones hasta el exilio, la cárcel o la muerte. Las notas al final servirán para aclarar alguno de estos puntos aunque no hemos querido explicar demasiado para que sean los propios poemas los que se expresen en toda su desnudez y elocuencia. Por otro lado, no debe extrañar que algunos de los autores: Hamid Tibouchi, Miró, Wang Wei, sean pintores incluso antes que poetas. La línea entre ambas artes es muy tenue cuando se trata de árboles y bosques y la mirada del poeta y el pintor no dejan de confundirse y complementarse. Es por ello que una artista de la talla de Leticia Ruifernández, que ha ilustrado esta obra, parece escribir poemas paralelos y no menos inspirados que los originales. En ocasiones se diría que la ilustración fue antes que la poesía, dada la frescura y la fuerza arrebatadora de los colores. Dice John Berger: “El dibujo de un árbol no muestra un árbol sin más, sino un árbol que está siendo contemplado. Mientras que la visión del árbol se registra casi de forma instantánea, el examen de la visión de un árbol (un árbol que está siendo contemplado) no solo lleva minutos u horas en lugar de una fracción de segundo, sino que además implica una gran parte de la experiencia de mirar anterior, de la cual se deriva y a la cual hace referencia...” Manuel Bahillo, ha sido el editor, instigador y alma mater de la obra. Sin él, sencillamente este trabajo no existiría. Debemos por otro lado nuestro agradecimiento a Juan Antonio Moreno que ha ayudado y aconsejado en la maquetación, a cargo de Carmen García Martín. La gestión de derechos, muy compleja por la diversidad de procedencia de autores, ha corrido a cargo de Leticia López Cuevas y Cristina Blanco Sierra. Y para terminar es obligado mentar y reconocer a quienes nos han precedido y mostrado el camino en este empeño de las antologías de poemas de árboles. Que sepamos el pionero fue Enrique Loriente Escallada con su magnífica obra: El árbol en la Poesía Castellana (Ediciones Tantín, 1992). Obra que más tarde revisaría, corregiría y aumentaría Jordi Bigues quien con el mismo título preparó una segunda edición como homenaje a la gran labor divulgativa y científica de Enrique Loriente (Ediciones Tantín/ Maderas Nobles de la Sierra de Segura. Santander, 2003). El mismo autor, Jordi Bigues recopila y edita posteriormente otra antología de poemas del árbol que incluye la biografía de los poetas: Els arbres a la poesia catalana. Editorial 3i4.València, 2007. A ambos autores nuestra gratitud.

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Índice Cuando la puerta de acuerda. Hamid Tibouchi........................................... 10 Carne inmortal. Juana de Ibarbourou......................................................... 12 Árboles hombres. Juan Ramón Jiménez...................................................... 14 Cuando llegaron sus verdugos. Jan Martínez............................................... 16 El adiós. Guillaume Apollinaire ................................................................. 18 Cuando muera. Poema anónimo del Congo . ............................................ 20 Para mí un árbol. Joan Miró ...................................................................... 22 Árboles. Federico García Lorca ................................................................. 24 El pino de la corona. Juan Ramón Jiménez ............................................... 26 Canción de un árbol. Rudyard Kipling....................................................... 28 Árbol azul. Joumana Haddad...................................................................... 30 Solo el hombre. Pablo Neruda................................................................... 32 El hombre blanco. Mark O’Connor........................................................... 34 El viejo árbol. Hsu Ning............................................................................ 36 Los almendros.Yannis Ritsos...................................................................... 38 Árboles. Elena Córdoba ............................................................................ 40 ¿Cómo es la vida? Marcos Ana .................................................................. 42 Carta del Jefe Seattle. Jefe Seattle................................................................ 44 Bosque. Ángel González............................................................................. 46 Archipiélago otoñal. Tomas Tranströmer..................................................... 48 Esta canción estaba tirada por el bosque. Franklin Mieses Burgos.................... 50 El álamo.Vicente Aleixandre...................................................................... 52 Han descuajado un árbol. Rafael Alberti..................................................... 56 Los árboles. Philip Larkin........................................................................... 58 Los robles. Friedrich Hölderlin................................................................... 60 Tejos. William Wordsworth......................................................................... 62 Amo los árboles. Aurelia Snaidero............................................................... 64 Primavera nórdica. Edith Södergran........................................................... 66 Olvido. Jorge Teillier.................................................................................. 68 El espino solitario. Canción popular húngara.............................................. 70 Árboles. Herman Hesse.............................................................................. 74 Perpetua encarnada. Octavio Paz................................................................ 78 Mi otoño. Wang Wei.................................................................................. 80 Una olma vieja. Camilo José Cela.............................................................. 82 Los robles. Rosalía de Castro...................................................................... 84 Un arbolillo era este pino. Saigy ................................................................ 86 Apariencia de árbol.Yolanda Blanco........................................................... 88 Blanquiazul. Pura del Prado....................................................................... 90 Puede ser sin título. Wislawa Szymborska.................................................... 92 Un pino. Mikhail Lérmontov..................................................................... 96 Sin palabras. Gioconda Belli....................................................................... 98

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En este suelo extranjera. Atribuido a Abderrahmán I................................. Panoramas. Mariana Amato...................................................................... Tres árboles. Gabriela Mistral................................................................... El libro de la naturaleza. César Vallejo....................................................... Leve es la primavera. Usuda Arô............................................................... Árboles. Pilar Junco.................................................................................. Sofía. Nâzim Hikmet............................................................................... Árboles. Adrienne Rich........................................................................... Entonces soy los pinos. Idea Vilariño........................................................ El bosque amigo. Paul Valery.................................................................... Lebeña sin el tejo. Covadonga Vejo........................................................... El grito de los ogoni. Ken Saro Wiwa....................................................... No me dejes partir viejo algarrobo. Atahualpa Yupanqui .......................... Bajo la sombra del cerezo. Kobahashi Issa................................................. Canto de la sequoia. Walt Withman.......................................................... En el bosque sin horas. Jules Supervielle................................................... Es la hora del adiós. Antonio Rigo........................................................... Tarde de otoño. Matsuo Basho................................................................. Canción fúnebre. Francisco de Quevedo.................................................. En el encinar. Jose María Gabriel y Galán................................................. El árbol menos. Pedro Salinas................................................................... Cortaron tres árboles. Federico García Lorca............................................ Árbol en algún bosque. Ana María Mayol................................................. Soleá. Canto popular andaluz................................................................... Homenaje al viento y a los árboles. Adonis............................................... Junto al árbol. Kim Namjo....................................................................... El árbol de mango. Igor Barreto .............................................................. El árbol en tu ventana. Patricio Aguilar..................................................... Chopo de invierno. Dámaso Alonso......................................................... Exitían tus manos. Antonio Gamoneda..................................................... No basta abrir la ventana. Fernando Pessoa............................................... El árbol que andas buscando.Yalal ad-Din Muhammad Rumi...................

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Notas...................................................................................................... 173

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Árbol azul Joumana Haddad, Líbano, 1970

Cuando tus ojos se encuentran con mi soledad el silencio se convierte en frutas y el sueño en temporal se entreabren puertas prohibidas y el agua aprende a sufrir. Cuando mi soledad se encuentra con tus ojos el deseo sube y se derrama a veces marea insolente ola que recorre sin fin o savia cayendo gota a gota savia más ardiente que un tormento comienzo que nunca se cumple. Cuando tus ojos y mi soledad se encuentran me entrego desnuda como la lluvia generosa como un seno soñado tierna como la viña que madura el sol múltiple me entrego hasta que nazca el árbol de tu amor tan alto y rebelde tan rebelde y tan mío flecha que vuelve al arco palmera azul cavada en mis nubes cielo creciente que nada detendrá.

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Solo el hombre (fragmento) Pablo Neruda, Parral, Chile, 1904 - 1973

El humus ha dejado en el suelo su alfombra de mil años. Los árboles se tocan en la altura, en la unidad temblorosa. Abajo, oscura es la selva. Un vuelo corto, un grito la atraviesan, los pájaros del frío, los zorros de eléctrica cola, una gran hoja que cae, y mi caballo pisa el blando lecho del árbol dormido, pero bajo la tierra los árboles de nuevo se entienden y se tocan. La selva es una sola, un solo gran puñado de perfume, una sola raíz bajo la tierra.

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Los almendros Yannis Ritsos, Grecia,1909 - 1990 Sueño de un mediodía de verano

Por la noche, con sus vestidos blancos, pasaron frente a nuestras ventanas los almendros: lentos y tristes, semejantes a aquellas pálidas adolescentes del orfanato que vuelven de una pequeña excursión, el domingo, tomadas de la mano, de dos en dos, sin proferir palabra, sin las estrellas que germinan una a una en la sombra, lejanas y felices. Mañana enviaremos a los almendros a dar una vuelta a las orillas del mar, para que enjuaguen de sus rostros el polvo de nuestra tristeza. Y en la tarde, cuando vuelvan contentos, traerán nuestras primeras palabras húmedas aún de mar, y nosotros lloraremos junto a la ventana abierta la alegría de saber que podemos llorar.

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Olvido Jorge Teillier, Chile, 1935 - 1996

¿Has olvidado que el bosque es tu hogar? ¿Que el bosque grande, profundo y sereno te espera como a un amigo? Vuelve al bosque. Allí aprenderás a ser de nuevo un niño. ¿Por qué te olvidaste que el bosque es tu amigo? Los caminos de las hormigas bajo el cielo, el estero que te daba palabras luminosas, el atardecer con el que juegas con la lluvia. ¿Por qué lo has olvidado? ¿Por qué no recuerdas nada?

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El espino solitario Canción húngara tradicional sobre el espino albar

Susurran las espinas. Sopla el viento. Tiembla el espino solitario. Cuando la luna lo cubre con su velo, se transforma en una muchacha que está llorando.

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Blanquiazul (fragmento) Pura del Prado, Cuba, 1931 - 1996 Color de Orishas

Iroko, la madre Ceiba con sus copitos de plata, su algodón de vuela pluma, hojita verde en su falda. Raíz de blancas virtudes, sombra fresquita de nata, cuna en que duerme la Isla, mosquitero de enramada. Aposento de los santos el palomar de su casa con entra y sale ligero de níveas luces y alas. (…) Se sabe que por las noches las Ceibas juegan y charlan y levantan sus raíces para andar por la sabana. Salen a hacerse visitas montadas en la volanta del aire de medianoche que por el monte cabalga. Y acuden a sus tertulias, paliques y contradanzas. La inmensa Iroko se agita y con sus raigones baila. (…) La Ceiba no crece solo porque han querido sembrarla como una mata cualquiera, sin religión y sin nada. Se toca tambor de fiesta cuando van a bautizarla, hay remandingo de gallos y de gallinas que bailan. Hay que ligarla a la suerte y a la salud con alianza y tiene madrina el árbol de la risa endomingada.

Los cirios de los velorios bajo su sombras se enraízan así el difunto no sufre de tinieblas solitarias. Ella es la madre de todos y en todas las lenguas habla para entreabrirle a sus hijos las puertas de la plegaria. (…)

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Árboles Pilar Junco, Asturies, 1927 Cosinas de Llanes

Ayeri, miércoles, tevi precisión de dir al bosque que queda mismamente debaxu’l Soberrón.Valióme la pena una hora de camín pisando llamazales pe las caleyas, por más que lo admiro pa contra mí, no jallo cosa más guapa qu’un bosque; debaxu los robles y las castañares paeme que toy atopada y sin querelo, alcuérdome más de Dios que é el que los discurrió y los jezo… Hay tantu que admirar y que considerar… Si amiro pa baxu, el mofu suavin júndese al pisalu, las jueyas cadías ruxen contra las madreñas…, ruxen con música…, jueyas llargas de castañar, jueyas reconcomiadas de robre, jueyinas chicas d’ancina, o reondinas d’alisal… Si amiro parriba, el sol métese per entre las jueyas verdes y allega al suelu a poquitinos, el viento jaz otra música distinta con las jueyas vivas; los páxaros de caña en caña, candunu col su pío… Pos si amiro unu por unu de cada árbol tién algo suyu, un daquel distintu; los robres son altos, pero de cada robre no se paez al otru, no hay dos robres ermanos; unu más llargu, otru más oscuru o más verde, o más pardu; las castañares toas son retorcias, pero tamién se extreman unas de las otras… Volviendo a los robres, ello ye que hay unu, conózulu yo va muchu, que e el rey de los robres, pame que de tou’l conceyu. Quedó solu, el probe; tiempo va haberá tuvíu alredior collacios como elli y entre todos jarían bosque, pero esti que yo digo, viólos morir unu por unu, sabe Dios de qué manera, y elli, al quedase solu, entainó a ensanchar pa to los laos, y jízose fuerte, grande, copudu… Elli solu val tantu como un bosque enteru; la su rolla no i la abrazan ni tres hombres; el suelu que’elli asombra e cerca d’un día de gües, y las sos cañas ¿quién las podrá cuntar? Llenas de ñeros en primavera, aquello paez un mercau de paxarinos cantando… Vide una noche salir la lluna per entres las sos cañas… era grandona, reonda, collorada… vinía de la mar… Diba subiendo despacín, despacín, bixorduella y zajorilla, y las jueyas pintaban i enriba dibujos negros tou’l tiempo distintos… Quedeme sin sollutir, como agüeyada… Biérame gustau gritar y no me atrevía a gañir… No se me escaez del pensamentu aquella noche…

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El árbol menos Pedro Salinas, Madrid, 1891 - 1951

En el filo del hacha me llevaron un pedazo del mundo. Ciprés: largas sombras azules en un muro encalado, veo. El ruiseñor cimero, cantarín del antojo, oigo. Por su masa secreta, índice vertical del paisaje seguro, sé. En el filo del hacha me lo llevaron todo. Cierro los ojos ante paredes blancas, se me empapa el silencio de ruiseñor huido, tiemblo, inmóvil, en campiña sin clave.

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